Comunicación social y magisterio de la Iglesia desde Pío XII hasta Benedicto XVI (página 10)
Enviado por Manuel González C
36 b. La demanda de una existencia cualitativamente más satisfactoria y más rica es algo en sí legítimo; sin embargo hay que poner de relieve las nuevas responsabilidades y peligros anejos a esta fase histórica. En el mundo, donde surgen y se delimitan nuevas necesidades, se da siempre una concepción más o menos adecuada del hombre y de su verdadero bien. A través de las opciones de producción y de consumo se pone de manifiesto una determinada cultura, como concepción global de la vida. De ahí nace el fenómeno del consumismo. Al descubrir nuevas necesidades y nuevas modalidades para su satisfacción; es necesario dejarse guiar por una imagen integral del hombre, que respete todas las dimensiones de su ser y que subordine las materiales e instintivas a las interiores y espirituales. Por el contrario, al dirigirse directamente a sus instintos, prescindiendo en uno u otro modo de su realidad personal, consciente y libre, se pueden crear hábitos de consumo y estilos de vida objetivamente ilícitos y con frecuencia incluso perjudiciales para su salud física y espiritual. El sistema económico no posee en sí mismo criterios que permitan distinguir correctamente las nuevas y más elevadas formas de satisfacción de las nuevas necesidades humanas, que son un obstáculo para la formación de una personalidad madura. Es, pues, necesaria y urgente una gran obra educativa y cultural, que comprenda la educación de los consumidores para un uso responsable de su capacidad de elección, la formación de un profundo sentido de responsabilidad en los productores y sobre todo en los profesionales de los medios de comunicación social, además de la necesaria intervención de las autoridades públicas.
41 d. En la sociedad occidental se ha superado la explotación, al menos en las formas analizadas y descritas por Marx. No se ha superado, en cambio, la alienación en las diversas formas de explotación, cuando los hombres se instrumentalizan mutuamente y, para satisfacer cada vez más refinadamente sus necesidades particulares y secundarias, se hacen sordos a las principales y auténticas, que deben regular incluso el modo de satisfacer otras necesidades.[83] El hombre que se preocupa sólo o prevalentemente de tener y gozar, incapaz de dominar sus instintos y sus pasiones y de subordinarlas mediante la obediencia a la verdad, no puede ser libre. La obediencia a la verdad sobre Dios y sobre el hombre es la primera condición de la libertad, que le permite ordenar las propias necesidades, los propios deseos y el modo de satisfacerlos según una justa jerarquía de valores, de manera que la posesión de las cosas sea para él un medio de crecimiento. Un obstáculo a esto puede venir de la manipulación llevada a cabo por los medios de comunicación social, cuando imponen, con la fuerza persuasiva de insistentes campañas, modas y corrientes de opinión, sin que sea posible someter a un examen crítico las premisas sobre las que se fundan.
VERITATIS SPLENDOR. (Agosto 6 de 1993)
113. La enseñanza de la doctrina moral implica la asunción consciente de estas responsabilidades intelectuales, espirituales y pastorales. Por esto, los teólogos moralistas, que aceptan la función de enseñar la doctrina de la Iglesia, tienen el grave deber de educar a los fieles en este discernimiento moral, en el compromiso por el verdadero bien y en el recurrir confiadamente a la gracia divina. Si la convergencia y los conflictos de opinión pueden constituir expresiones normales de la vida pública en el contexto de una democracia representativa, la doctrina moral no puede depender ciertamente del simple respeto de un procedimiento; en efecto, ésta no viene determinada en modo alguno por las reglas y formas de una deliberación de tipo democrático. El disenso, a base de contestaciones calculadas y de polémicas a través de los medios de comunicación social, es contrario a la comunión eclesial y a la recta comprensión de la constitución jerárquica del Pueblo de Dios. En la oposición a la enseñanza de los Pastores no se puede reconocer una legítima expresión de la libertad cristiana ni de las diversidades de los dones del Espíritu Santo. En este caso, los Pastores tienen el deber de actuar de conformidad con su misión apostólica, exigiendo que sea respetado siempre el derecho de los fieles a recibir la doctrina católica en su pureza e integridad: 렅l teólogo, sin olvidar jamás que también es un miembro del Pueblo de Dios, debe respetarlo y comprometerse a darle una enseñanza que no lesione en lo más mínimo la doctrina de la fe 뮛177]
EVANGELIUM VITAE (1995, 25 de marzo)
17. La humanidad de hoy nos ofrece un espectáculo verdaderamente alarmante, si consideramos no sólo los diversos ámbitos en los que se producen los atentados contra la vida, sino también su singular proporción numérica, junto con el múltiple y poderoso apoyo que reciben de una vasta opinión pública, de un frecuente reconocimiento legal y de la implicación de una parte del personal sanitario.
Como afirmé con fuerza en Denver, con ocasión de la VIII Jornada Mundial de la Juventud: 렃on el tiempo, las amenazas contra la vida no disminuyen. Al contrario, adquieren dimensiones enormes. No se trata sólo de amenazas procedentes del exterior, de las fuerzas de la naturaleza o de los "Caínes" que asesinan a los "Abeles"; no, se trata de amenazas programadas de manera científica y sistemática. El siglo XX será considerado una época de ataques masivos contra la vida, una serie interminable de guerras y una destrucción permanente de vidas humanas inocentes. Los falsos profetas y los falsos maestros han logrado el mayor éxito posible뮛Discurso durante la vigilia de oración en la VIII Jornada Mundial de la juventud, 14 de agosto de 1993] Más allá de las intenciones, que pueden ser diversas y presentar tal vez aspectos convincentes incluso en nombre de la solidaridad, estamos en realidad ante una objetiva 렣onjura contra la vida 묠que ve implicadas incluso a Instituciones internacionales, dedicadas a alentar y programar auténticas campañas de difusión de la anticoncepción, la esterilización y el aborto. Finalmente, no se puede negar que los medios de comunicación social son con frecuencia cómplices de esta conjura, creando en la opinión pública una cultura que presenta el recurso a la anticoncepción, la esterilización, el aborto y la misma eutanasia como un signo de progreso y conquista de libertad, mientras muestran como enemigas de la libertad y del progreso las posiciones incondicionales a favor de la vida
24. En lo íntimo de la consciencia moral se produce el eclipse del sentido de Dios y del hombre, con todas sus múltiples y funestas consecuencias para la vida. Se pone en duda, sobre todo, la conciencia de cada persona, que en su unicidad e irrepetibilidad se encuentra sola ante Dios.[GS 16] Pero también se cuestiona, en cierto sentido, la 렣onciencia moral려e la sociedad. Esta es de algún modo responsable, no sólo porque tolera o favorece comportamientos contrarios a la vida, sino también porque alimenta la 렣ultura de la muerte묠llegando a crear y consolidar verdaderas y auténticas 력structuras de pecado렣ontra la vida. La conciencia moral, tanto individual como social, está hoy sometida, a causa también del fuerte influjo de muchos medios de comunicación social, a un peligro gravísimo y mortal, el de la confusión entre el bien y el mal en relación con el mismo derecho fundamental a la vida. Lamentablemente, una gran parte de la sociedad actual se asemeja a la que Pablo describe en la Carta a los Romanos. Está formada 려e hombres que aprisionan la verdad en la injusticia련Rm 1, 18): Habiendo renegado de Dios y creyendo poder construir la ciudad terrena sin necesidad de El, 렳e ofuscaron en sus razonamientos려e modo que 렳u insensato corazón se entenebreció련Rm 1, 21); 렪actándose de sabios se volvieron estúpidos 련Rm 1, 22), se hicieron autores de obras dignas de muerte y 렮o solamente las practican, sino que aprueban a los que las cometen 련Rm 1, 32). Cuando la conciencia, este luminoso ojo del alma (cf. Mt 6, 22-23), llama 렡l mal bien y al bien mal 련Is 5, 20), camina ya hacia su degradación más inquietante y hacia la más tenebrosa ceguera moral.
26. En realidad, no faltan signos que anticipan esta victoria en nuestras sociedades y culturas, a pesar de estar fuertemente marcadas por la 렣ultura de la muerte 뮠Se daría, por tanto, una imagen unilateral, que podría inducir a un estéril desánimo, si junto con la denuncia de las amenazas contra la vida no se presentan los signos positivos que se dan en la situación actual de la humanidad.
Desgraciadamente, estos signos positivos encuentran a menudo dificultad para manifestarse y ser reconocidos, tal vez también porque no encuentran una adecuada atención en los medios de comunicación social. Pero, ¡cuántas iniciativas de ayuda y apoyo a las personas más débiles e indefensas han surgido y continúan surgiendo en la comunidad cristiana y en la sociedad civil, a nivel local, nacional e internacional, promovidas por individuos, grupos, movimientos y organizaciones diversas!
86 c. A este heroísmo cotidiano pertenece el testimonio silencioso, pero a la vez fecundo y elocuente, de 렴odas las madres valientes, que se dedican sin reservas a su familia, que sufren al dar a luz a sus hijos, y luego están dispuestas a soportar cualquier esfuerzo, a afrontar cualquier sacrificio, para transmitirles lo mejor de sí mismas 렮[Homilía para la beatificación de Isidoro Bakanja, Elisabetta Canori Mora y Ginna beretta Molla, 24 de abril de 1994. ] Al desarrollar su misión 렮o siempre estas madres heroicas encuentran apoyo en su ambiente. Es más, los modelos de civilización, a menudo promovidos y propagados por los medios de comunicación, no favorecen la maternidad. En nombre del progreso y la modernidad, se presentan como superados ya los valores de la fidelidad, la castidad y el sacrificio, en los que se han distinguido y siguen distinguiéndose innumerables esposas y madres cristianas… Os damos las gracias, madres heroicas, por vuestro amor invencible. Os damos las gracias por la intrépida confianza en Dios y en su amor. Os damos las gracias por el sacrificio de vuestra vida… Cristo, en el misterio pascual, os devuelve el don que le habéis hecho, pues tiene el poder de devolveros la vida que le habéis dado como ofrenda 뮛Ibid]
98 d. Grande y grave es la responsabilidad de los responsables de los medios de comunicación social llamados a trabajar para que la transmisión eficaz de los mensajes contribuya a la cultura de la vida. Deben, por tanto, presentar ejemplos de vida elevados y nobles, dando espacio a testimonios positivos y a veces heroicos de amor al hombre; proponiendo con gran respeto los valores de la sexualidad y del amor, sin enmascarar lo que deshonra y envilece la dignidad del hombre. En la lectura de la realidad, deben negarse a poner de relieve lo que pueda insinuar o acrecentar sentimientos o actitudes de indiferencia, desprecio o rechazo ante la vida. En la escrupulosa fidelidad a la verdad de los hechos, están llamados a conjugar al mismo tiempo la libertad de información, el respeto a cada persona y un sentido profundo de humanidad.
CARTA APOSTOLICA DEL SUMO PONTIFICE JUAN PABLO II COMO PREPARACION DEL JUBILEO DEL AÑO 2000
TERTIO MILENIO ADVENIENTE. (Noviembre 10 de 1994)
19. El Concilio, aunque no empleó el tono severo de Juan Bautista, cuando a orillas del Jordán exhortaba a la penitencia y a la conversión (cf. Lc 3, 1-17), ha puesto de relieve algo del antiguo Profeta, mostrando con nuevo vigor a los hombres de hoy a Cristo, el 냯rdero de Dios que quita el pecado del mundo련Jn 1, 29), el Redentor del hombre, el Señor de la historia. En la Asamblea conciliar la Iglesia, queriendo ser plenamente fiel a su Maestro, se planteó su propia identidad, descubriendo la profundidad de su misterio de Cuerpo y Esposa de Cristo. Poniéndose en dócil escucha de la Palabra de Dios, confirmó la vocación universal a la santidad; dispuso la reforma de la liturgia, 릵ente y culmen려e su vida; impulsó la renovación de muchos aspectos de su existencia tanto a nivel universal como al de Iglesias locales; se empeñó en la promoción de las distintas vocaciones cristianas: la de los laicos y la de los religiosos, el ministerio de los diáconos, el de los sacerdotes y el de los Obispos; redescubrió, en particular, la colegialidad episcopal, expresión privilegiada del servicio pastoral desempeñado por los Obispos en comunión con el Sucesor de Pedro. Sobre la base de esta profunda renovación, el Concilio se abrió a los cristianos de otras Confesiones, a los seguidores de otras religiones, a todos los hombres de nuestro tiempo. En ningún otro Concilio se habló con tanta claridad de la unidad de los cristianos, del diálogo con las religiones no cristianas, del significado específico de la Antigua Alianza y de Israel, de la dignidad de la conciencia personal, del principio de libertad religiosa, de las diversas tradiciones culturales dentro de las que la Iglesia lleva a cabo su mandato misionero, de los medios de comunicación social.
15.
Encíclicas de Pablo VI que mencionan el papel de los medios de comunicación
POPULORUM PROGRESSIO. (26 de marzo de 1967)
(Labor de los publicistas para sensibilizar sobre los problemas de los pueblos en vías de desarrollo).
83. Finalmente, Nos nos dirigimos a todos los hombres de buena voluntad, conscientes de que el camino de la paz pasa por el desarrollo. Delegados en las instituciones internacionales, hombres de Estado, publicistas, educadores, todos, cada uno en vuestro sitio, vosotros sois los constructores de un mundo nuevo. Nos suplicamos al Dios Todopoderoso que ilumine vuestras inteligencias y os dé nuevas fuerzas y aliento para poner en estado de alerta a la opinión pública y comunicar entusiasmo a los pueblos. Educadores, a vosotros os pertenece despertar ya desde la infancia el amor a los pueblos que se encuentran en la miseria. Publicistas, os corresponde poner ante nuestros ojos el esfuerzo realizado para promover la mutua ayuda entre los pueblos, así como también el espectáculo de las miserias que los hombres tienen tendencia a olvidar para tranquilizar sus conciencias: que los ricos sepan, por lo menos, que los pobres estan junto a su puerta y que esperan las migajas de sus banquetes.
HUMANAE VITAE (25 de Julio de 1968)
(Para una honesta regulación de los nacimientos es necesario crear un ambiente favorable a la castidad (responsabilidad de los educadores y de los medios de comunicación social)
21. Nos queremos en esta ocasión llamar la atención de los educadores y de todos aquellos que tienen incumbencia de responsabilidad en orden al bien común de la convivencia humana, sobre la necesidad de crear un clima favorable a la educación de la castidad, es decir, al triunfo de la libertad sobre el libertinaje, mediante el respeto del orden moral.
Todo lo que en los medios modernos de comunicación social conduce a la excitación de los sentidos, al desenfreno de las costumbres, como cualquier forma de pornografía y de espectáculos licenciosos, debe suscitar la franca y unánime reacción de todas las personas, solícitas del progreso de la civilización y de la defensa de los supremos bienes del espíritu humano. En vano se trataría de buscar justificación a estas depravaciones con el pretexto de exigencias artísticas o científicas (IM, 6- 7), o aduciendo como argumento la libertad concedida en este campo por las Autoridades Públicas.
OCTOGÉSIMO ADVENIENS. (Mayo 14 de 1971)
n.20. Entre los principales cambios de nuestro tiempo, no olvidemos la importancia siempre creciente de los instrumentos de la comunicación social y su influjo sobre la transformación de la mentalidad, de los conocimientos, de las organizaciones humanas y de la misma sociedad (…). 蠦iquest;Cómo, entonces, no preguntarse sobre los detentores reales de este poder, sobre las finalidades que ellos persiguen y sobre los medios puestos en ejecución; en fin, sobre la repercusión de su acción respecto al ejercicio de las libertades individuales, tanto en el sector político e ideológico, como en la vida social, económica y cultural?".
16.
CONGREGACION PARA LA DOCTRINA DE LA FE
INSTRUCCIONSOBRE ALGUNOS ASPECTOS RELATIVOS AL USODE LOS INSTRUMENTOS DE COMUNICACION SOCIALEN LA PROMOCION DE LA DOCTRINA DE LA FE
INTRODUCCION
El Concilio Vaticano II recuerda que entre las tareas principales de los Obispos 볯bresale la predicación del Evangelio련Lumen gentium, n. 25), siguiendo así el mandato del Señor de enseñar a todas las gentes y predicar el Evangelio a toda criatura (cf. Mt 28,19).
Entre los instrumentos más eficaces de que hoy se dispone para la difusión del mensaje evangélico se encuentran ciertamente los medios de comunicación social. La Iglesia no solamente afirma su derecho a utilizarlos (cf. c. 747), sino que exhorta a los Pastores a servirse de ellos en el cumplimiento de su misión (cf. c. 822 砱)
De la importancia de los medios de comunicación social y de su significado, a la luz de la misión evangelizadora de la Iglesia, han tratado ya ampliamente el Decreto del Concilio Vaticano II Inter mirifica y las Instrucciones pastorales del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales Communio et Progressio y Aetatis novae. Hay que mencionar asimismo el documento Orientaciones sobre la formación de los futuros sacerdotes para el uso de los instrumentos de la comunicación social, publicado por la Congregación para la Educación Católica.
De los medios de comunicación social trata también el nuevo Código de Derecho Canónico (cf. cc. 822-832), que encomienda a los Pastores una especial atención y vigilancia. Los Superiores religiosos, especialmente los Mayores, en virtud de su competencia disciplinar, tienen también determinadas responsabilidades al respecto Son bien conocidas las dificultades que, por razones diversas, encuentran quienes están llamados a desempeñar esta tarea de cuidado y vigilancia. Por otra parte, a través de los medios de comunicación social en general y de los libros en particular, se van difundiendo, cada vez más, ideas erróneas. Después de haber ilustrado, bajo el aspecto doctrinal, la responsabilidad de los Pastores en materia de Magisterio auténtico con la publicación de la Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo, del 24 de mayo de 1990, la Congregación para la Doctrina de la Fe, en su misión de promover y tutelar la doctrina de la fe y las costumbres, ha considerado oportuno publicar la presente Instrucción, de acuerdo con la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, y después de haber consultado también al Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales
En este Documento se presenta nuevamente y de forma orgánica la legislación de la Iglesia sobre esta materia. Recordando las normas canónicas, aclarando las disposiciones, desarrollando y determinando los procedimientos a través de los cuales han de ser aplicadas, la Instrucción se propone, pues, alentar y ayudar a los Pastores en el cumplimiento de su deber (cf. c. 34 )
Las normas canónicas constituyen una garantía para la libertad de todos, tanto de los fieles en particular –los cuales tienen derecho a recibir el mensaje del Evangelio en su pureza e integridad– como de los agentes de pastoral, los teólogos y todos los periodistas católicos, los cuales tienen derecho a exponer su opinión, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres y el respeto debido a los Pastores. Por otra parte, las leyes reguladoras de la información garantizan y promueven el derecho de todos los usuarios de los medios de comunicación social a la información veraz, y de los periodistas en general a la comunicación de su pensamiento dentro de los límites de la deontología profesional, también en lo que se refiere al modo de tratar los temas religiosos.
A este propósito, considerando las difíciles condiciones en las que desarrollan sus funciones, la Congregación para la Doctrina de la Fe siente aquí el deber, en particular, de expresar a los teólogos, a los agentes de pastoral y a los periodistas católicos, así como a los periodistas en general, estima y aprecio por la aportación concreta que dan en este campo
RESPONSABILIDAD DE LOS PASTORES EN GENERAL
1. Responsabilidad de instruir a los fieles
砱. Los Obispos, en cuanto maestros auténticos de la fe (cf. cc. 375 y 753), deben mostrar particular solicitud en instruir a los fieles sobre el derecho y el deber que tienen de
a) 봲abajar para que el mensaje divino de salvación alcance más y más a los hombres de todo tiempo y del orbe entero련c. 211)
b) manifestar a los Pastores sus propias necesidades, principalmente las espirituales, y también sus aspiraciones (cf. c. 212 砲)
c) c) manifestar a los Pastores su opinión sobre aquello que atañe al bien de la Iglesia (cf. c. 212 砳)
d) exponer a los demás fieles 복 opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia嬠salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres y la reverencia hacia los Pastores, habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas련c. 212 砳)
砲. Los fieles deben ser instruidos además sobre el deber que tienen de
b) 믢servar siempre la comunión con la Iglesia, incluso en su modo de obrar련c. 209 砱; cf. c. 205)
c) 볥guir, por obediencia cristiana, todo aquello que los Pastores sagrados, en cuanto representantes de Cristo, declaran como maestros de la fe o establecen como rectores de la Iglesia련c. 212 砱
d) observar, en caso de dedicarse a las ciencias sagradas, la debida sumisión al Magisterio de la Iglesia, sin menoscabo de una justa libertad para investigar así como para manifestar prudentemente su opinión sobre todo aquello en que sean peritos (cf. c. 218
e) cooperar para que el uso de los instrumentos de comunicación social esté vivificado por un espíritu humano y cristiano (cf. c. 822 砲), de manera que 묡 Iglesia lleve a cabo eficazmente su misión, también mediante esos instrumentos련c. 822 砳
2. Responsabilidad respecto a los escritos y al uso de los medios de comunicación social
Los mismos Pastores, en el ámbito de su deber de vigilar y custodiar intacto el depósito de la fe (cf. cc. 386 y 747 砱), y de responder al derecho que tienen los fieles de ser guiados por el camino de la sana doctrina (cf. cc. 213 y 217), tienen el derecho y el deber de
c) 붥lar para que ni los escritos ni la utilización de los medios de comunicación social dañen la fe y las costumbres de los fieles cristianos련c. 823 砱
d) 른igir que los fieles sometan a su juicio los escritos que vayan a publicar y tengan relación con la fe o costumbres련c. 823 砱);Un problema ulterior nace de la exigencia hoy intensamente sentida de la evangelización de las culturas y de la inculturación del mensaje de la fe 련Pastores dabo vobis, n. 55). Una y otra caminan con igual paso, en un proceso de mutuo intercambio que exige el ejercicio permanente de un discernimiento riguroso a la luz del Evangelio, a fin de identificar valores y contravalores presentes en las culturas, construir sobre los primeros y luchar enérgicamente contra los segundos. 렐or medio de la inculturación la Iglesia encarna el Evangelio en las diversas culturas y, al mismo tiempo, introduce a los pueblos con sus culturas en su misma comunidad; transmite a las mismas sus propios valores, asumiendo lo que hay de bueno en ellas y renovándolas desde dentro. Por su parte, con la inculturación, la Iglesia se hace signo más comprensible de lo que es e instrumento más apto para la misión 련Redemptoris missio, n. 52). 렎ecesaria y esencial 련Pastores dabo vobis, n. 55), la inculturación, alejada igualmente del arqueologismo y del mimetismo intramundano, 력stá llamada a llevar la fuerza del Evangelio al corazón de la cultura y de las culturas 뮠렅n este encuentro, las culturas no sólo no se ven privadas de nada, sino que por el contrario son animadas a abrirse a la novedad de la verdad evangélica recibiendo incentivos para ulteriores desarrollos 련Fides et Ratio n. 71).
En sintonía con las exigencias objetivas de la fe y la misión de evangelizar, la Iglesia tiene en cuenta este dato esencial: el encuentro entre la fe y las culturas se opera entre dos realidades que no son del mismo orden. Por tanto la inculturación de la fe y la evangelización de las culturas, constituyen como un binomio que excluye toda forma de sincretismo.(8) Tal es 력l sentido auténtico de la inculturación. Ésta, ante las culturas más dispares y a veces contrapuestas, presentes en las distintas partes del mundo, quiere ser una obediencia al mandato de Cristo de predicar el Evangelio a todas las gentes hasta los últimos confines de la tierra. Esta obediencia no significa sincretismo, ni simple adaptación del anuncio evangélico, sino que el Evangelio penetra vitalmente en las culturas, se encarna en ellas, superando sus elementos culturales incompatibles con la fe y con la vida cristiana y elevando sus valores al misterio de la salvación que proviene de Cristo 련Pastores dabo vobis, n. 55). Los sucesivos sínodos de obispos no cesan de subrayar la particular importancia para la evangelización de esta inculturación a la luz de los grandes misterios de la salvación: la encarnación de Cristo, su Nacimiento, su Pasión y Pascua redentora, y Pentecostés, que por la fuerza del Espíritu, concede a cada uno escuchar en su propia lengua las maravillas de Dios.(9) Las naciones convocadas en torno al cenáculo el día de Pentecostés no han escuchado en sus respectivas lenguas un discurso sobre sus propias culturas humanas, sino que se sorprenden de oír, cada uno en su lengua, a los apóstoles anunciar las maravillas de Dios. Si bien es cierto que el mensaje evangélico no se puede aislar pura y simplemente de la cultura en la que está inserto desde el principio, ni tampoco, sin graves pérdidas, de las culturas en las que ya se ha expresado a lo largo de los siglos, sin embargo, la fuerza del Evangelio es en todas partes transformadora y regeneradora (cf. Catechesi Tradendae, n. 53). 렅l anuncio del Evangelio en las diversas culturas, aunque exige de cada destinatario la adhesión de la fe, no les impide conservar una identidad cultural propia, favoreciendo el progreso de lo que en ella hay de implícito hacia su plena explicación en la verdad 련Fides et Ratio, n. 71).
렔eniendo presente la relación estrecha y orgánica entre Jesucristo y la palabra que anuncia la Iglesia, la inculturación del mensaje revelado tendrá que seguir la "lógica" propia del misterio de la Redención […] Esta kénosis necesaria para la exaltación, itinerario de Jesús y de cada uno de sus discípulos (cf. Flp 2, 6-9), es iluminadora para el encuentro de las culturas con Cristo y su Evangelio. Cada cultura tiene necesidad de ser transformada por los valores del Evangelio a la luz del misterio pascual 련Ecclesia in Africa n. 61). La ola dominante de secularismo que se extiende a través de las culturas, idealiza a menudo, con la fuerza de sugestión de los medios, modelos de vida que son la antítesis de la cultura de las Bienaventuranzas y de la imitación de Cristo pobre, casto, obediente y manso de corazón. De hecho, hay grandes obras culturales que se inspiran en el pecado y pueden incitar al él. 렌a Iglesia, al proponer la Buena Nueva, denuncia y corrige la presencia del pecado en las culturas; purifica y exorciza los desvalores. Establece por consiguiente, una crítica de las culturas… crítica de las idolatrías, es decir, de los valores erigidos en ídolos, de aquellos valores, que sin serlo, una cultura asume como absolutos 뮨10)
Una pastoral de la cultura
6. Al servicio del anuncio de la Buena Nueva y por tanto del destino del hombre en el designio de Dios, la pastoral de la cultura deriva de la misión misma de la Iglesia en el mundo contemporáneo, con una percepción renovada de sus exigencias, expresada por el Concilio Vaticano II y los Sínodos de los Obispos. La toma de conciencia de la dimensión cultural de la existencia humana entraña una atención particular hacia este campo nuevo de la pastoral. Anclada en la antropología y la ética cristiana, esta pastoral anima un proyecto cultural cristiano que permite a Cristo, Redentor del hombre, centro del cosmos y de la historia (cf. Redemptor Hominis, n. 1), renovar toda la vida de los hombres, 렡briendo a su potencia salvadora los inmensos dominios de la cultura 뮨11) En este campo, las vías son prácticamente infinitas, pues la pastoral de la cultura se aplica a las situaciones concretas a fin de abrirlas al mensaje universal del Evangelio.
Al servicio de la evangelización, que constituye la misión esencial de la Iglesia, su gracia y su vocación propia, y su identidad más profunda (cf. Evangelii Nuntiandi, n. 14), la pastoral, a la búsqueda de 렬as formas más adecuadas y eficaces de comunicar el mensaje evangélico a los hombres de nuestro tiempo 련ibid., n. 40), conjuga medios complementarios: 렌a evangelización, hemos dicho, es un paso complejo, con elementos variados: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado. Estos elementos pueden parecer contrastantes, incluso exclusivos. En realidad son complementarios y mutuamente enriquecedores. Hay que ver siempre cada uno de ellos integrado con los otros 련ibid., n. 24).
Una evangelización inculturada gracias a una pastoral concertada permite a la comunidad cristiana recibir, celebrar, vivir, traducir su fe en su propia cultura, en 렬a compatibilidad con el Evangelio y la comunión con la Iglesia universal 련Redemptoris Missio, n. 54). Traduce al mismo tiempo el carácter absolutamente nuevo de la revelación en Jesucristo y la exigencia de conversión que brota del encuentro con el único salvador: 레e aquí que hago nuevas todas las cosas 련Ap 21, 5).
He aquí la importancia de la tarea propia de los teólogos y los pastores para la fiel inteligencia de la fe y el discernimiento pastoral. La simpatía con la que tienen que abordar las culturas 렳irviéndose de conceptos y lenguas de los diversos pueblos 련Gaudium et Spes, n. 44) para expresar el mensaje de Cristo, no puede alejarse de un discernimiento exigente frente a los grandes problemas que emergen de un análisis objetivo de los fenómenos culturales contemporáneos. El peso de estos no puede ser ignorado por los pastores, pues está en juego la conversión de las personas y, a través de ellas, de las culturas, la cristianización del ethos de los pueblos (cf. Evangelii nuntiandi, n. 20).
II
DESAFÍOS Y PUNTOS DE APOYO
Una época nueva en la historia de la humanidad (Gaudium et Spes, n. 54)
7. Las condiciones de vida del hombre moderno en estos últimos decenios del segundo milenio se han transformado de tal modo que el Concilio Vaticano II no duda en hablar de 렵na nueva era de la historia de la humanidad 련Gaudium et Spes, n. 54). Para la Iglesia es un kairós, un tiempo favorable para una nueva evangelización, en la que los nuevos rasgos de la cultura constituyen otros tantos desafíos y puntos de apoyo para una pastoral de la cultura.
La Iglesia en nuestro tiempo toma viva conciencia de ello bajo el impulso de los Papas que han desarrollado y actualizado la doctrina social de la Iglesia, de Rerum novarum en 1891 a Centesimus Annus en 1991. Las Conferencias Episcopales, las federaciones de éstas, los Sínodos de obispos se inspiran en ella para emprender iniciativas concretas que correspondan a las situaciones propias de cada país. En el seno de esta diversidad, sin embargo, destacan algunos rasgos.
En la situación cultural hoy dominante en diferentes partes del mundo, el subjetivismo prevalece como medida y criterio de la verdad (Fides et Ratio, n. 47). Se cuestionan los presupuestos positivistas acerca del progreso de la ciencia y la tecnología. Tras el fracaso espectacular del marxismo-leninismo colectivista y ateo, la ideología rival del liberalismo revela su incapacidad para proporcionar la felicidad al género humano, en la dignidad responsable de cada persona. Un ateísmo práctico antropocéntrico, la ostentación de la indiferencia religiosa, un materialismo hedonista que lo invade todo, marginan la fe como algo evanescente, sin consistencia ni relevancia cultural en el seno de una cultura 렰revalentemente científica y técnica 련Veritatis splendor, n. 112). 렅n realidad, los criterios de juicio y de elección seguidos por los mismos creyentes se presentan frecuentemente en el contexto de una cultura ampliamente descristianizada como extraños e incluso contrapuestos a los del Evangelio 련Veritatis splendor, n. 88). El papa Juan Pablo II lo recordaba al celebrar el vigésimo quinto aniversario de la constitución conciliar sobre la liturgia: 렌a adaptación a las culturas exige una conversión del corazón y, si es necesario, romper con los hábitos ancestrales incompatibles con la fe católica. Esto requiere una seria formación teológica, histórica y cultural y un juicio sano para discernir lo que es necesario o útil o por el contrario, inútil y dañino para la fe 련Vicesimus quintus annus, n. 16).
Urbanización galopante y desarraigo cultural
8. Bajo diversas presiones, como la pobreza o el subdesarrollo de zonas rurales privadas de bienes y servicios indispensables, pero también, en ciertos países, a causa de conflictos armados que fuerzan a millones de seres humanos a abandonar su ambiente familiar y cultural, el mundo asiste a un impresionante éxodo rural que tiende a hacer crecer desmesuradamente los grandes centros urbanos. A estas presiones de orden económico y social, se añade la fascinación de la ciudad, del bienestar y la diversión que ofrece, cuya imagen transmiten los medios de comunicación social. Por falta de planificación, los alrededores y periferia de estas megápolis se convierten a menudo en guetos, aglomeraciones desmesuradas de personas socialmente desarraigadas, políticamente indigentes, económicamente marginadas y culturalmente aisladas.
El desarraigo cultural, cuyas causas son múltiples, hace aparecer por contraste el papel fundamental de las raíces culturales. El hombre desestructurado por la herida o la pérdida de su identidad cultural se convierte en terreno privilegiado para prácticas deshumanizadoras. Jamás como en este siglo XX el hombre ha manifestado tales capacidades y talentos; jamás como en este siglo la historia ha conocido tantas negaciones y violaciones de la dignidad humana, frutos amargos de la negación o el olvido de Dios. Una vez relegados los valores morales a la esfera privada, la vida moral se ve alterada y la vida espiritual debilitada. El concepto terrible de 렣ultura de la muerte 묠designa una contracultura que evidencia la siniestra contradicción entre una decidida voluntad de vida y el rechazo obstinado de Dios, fuente de toda vida (cf. Evangelium Vitae, nn. 11-12 y 19-28).
렅vangelizar la cultura urbana es, pues, un reto apremiante para la Iglesia, que así como supo evangelizar la cultura rural durante siglos, está hoy llamada a llevar a cabo una evangelización urbana metódica y capilar mediante la catequesis, la liturgia y las
propias estructuras pastorales 련Ecclesia in America, n. 21).
Medios de comunicación social y tecnología de la información
9. 렅l primer areópago del tiempo moderno es el mundo de la comunicación, que está unificando a la humanidad y transformándola como suele decirse en una "aldea global". Los medios de comunicación social han alcanzado tal importancia que para muchos son el principal instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos individuales, familiares y sociales […] La evangelización misma de la cultura moderna, depende en gran parte de su influjo […] Conviene integrar el mensaje mismo en esta "nueva cultura" creada por la comunicación moderna. Es un problema complejo, ya que esta cultura nace, aun antes que de los contenidos, del hecho mismo de que existen nuevos modos de comunicar con nuevos lenguajes, nuevas técnicas, nuevos comportamientos psicológicos련Redemptoris missio, n. 37). El advenimiento de esta verdadera revolución cultural, con el cambio del lenguaje suscitado en particular por la televisión y los modelos que propone, implica 렬a completa transformación de aquello a través de lo cual la humanidad capta el mundo que la rodea y que la percepción verifica y expresa […] En efecto, se puede recurrir a los medios de comunicación tanto para proclamar el Evangelio como para alejarlo del corazón del hombre뮨12) Los medios que dan acceso a la información 력n directo 묠eliminan la perspectiva de la distancia y el tiempo, pero sobre todo, transforman la percepción de las cosas: la realidad cede el paso a lo que se muestra. Así, la repetición sostenida de informaciones seleccionadas se convierte en un factor determinante para crear una opinión considerada pública.
La influencia de los medios que no respetan límite alguno, en particular en el campo de la publicidad,(13) llama a los cristianos a una nueva creatividad para llegar a los centenares de millones de personas que consagran diariamente un tiempo considerable a la televisión y a la radio. Estos son medios de información y promoción cultural, pero también de evangelización para aquellos que no tienen ocasión de entrar en contacto con el Evangelio y con la Iglesia en las sociedades secularizadas. La pastoral de la cultura da una respuesta positiva a la pregunta crucial planteada por Juan Pablo II: 렦iquest;Encuentra todavía Cristo un lugar en los medios tradicionales de comunicación? 뮨14)
La más sorprendente de las innovaciones en la tecnología de la comunicación es sin duda la red Internet. Como toda técnica nueva, no deja de suscitar temores, tristemente justificados por usos perversos, y demanda una constante vigilancia y una información seria. No se trata sólo de la moralidad de su uso, sino de las consecuencias radicalmente nuevas que entraña: pérdida de 렰eso específico려e la información, ausencia de reacciones pertinentes a los mensajes de la red por parte de personas responsables, efecto disuasorio en cuanto a las relaciones interpersonales. Pero sin lugar a dudas, las inmensas potencialidades de Internet pueden proporcionar una considerable ayuda a la difusión de la Buena Nueva, como lo atestiguan ciertas prometedoras iniciativas eclesiales, que invocan un desarrollo creativo responsable en esta área, 렮ueva frontera de la misión de la Iglesia련cf. Christifideles Laici, n. 44).
La puesta en juego es enorme. ¿Cómo no estar presentes y utilizar las redes informáticas, cuyas pantallas pueblan hoy los hogares, para inscribir en ellas los valores del mensaje evangélico?
Identidades y minorías nacionales
10. Si la unidad de naturaleza constituye a todos los hombres en miembros de una única y misma gran comunidad, el carácter histórico de la condición humana los vincula necesariamente con mayor intensidad a grupos particulares, desde la familia a la nación. La condición humana se halla así situada entre dos polos —lo universal y lo particular—, en tensión vital singularmente fecunda, si se vive en equilibrio y armonía.
El fundamento de los derechos de las naciones no es otro que la persona humana. En este sentido, estos derechos no son más que los derechos del hombre considerados a este nivel específico de la vida comunitaria. El primero de estos derechos es el derecho a la existencia 렎adie, pues, —un Estado, otra nación, o una organización internacional— puede pensar legítimamente que una nación no sea digna de existir뮨15) El derecho a la existencia implica naturalmente para toda nación el derecho a su propia lengua y a su cultura. Es a través de ellas como un pueblo expresa y defiende su soberanía y singularidad.
Si los derechos de la nación traducen la exigencias de la particularidad, es necesario también destacar las de la universalidad, con los deberes que de ello derivan para cada nación frente a las otras y frente a toda la humanidad. El primero de todos es sin duda el deber de vivir en una voluntad de paz, respetuosa y solidaria frente a los otros. Enseñar a las jóvenes generaciones a vivir su propia identidad en la diversidad es una tarea prioritaria de la educación para la cultura, tanto más cuanto que con frecuencia, los grupos de presión no dejan de utilizar la religión con fines políticos extraños a ella.
A diferencia del nacionalismo cargado de desprecio o de aversión incluso hacia otras naciones y culturas, el patriotismo es el amor y el servicio legítimos, privilegiados pero no exclusivos, al propio país, igualmente distante del cosmopolitismo y del nacionalismo cultural. Cada cultura está abierta a lo universal por lo mejor de sí misma. Está llamada a purificarse de su participación en la herencia del pecado, inscrita en ciertos prejuicios, costumbres y prácticas opuestas al Evangelio, a enriquecerse con la aportación de la fe y a enriquecer la Iglesia universal con expresiones y valores nuevos (cf. Redemptoris missio, n. 52 y Slavorum apostoli, n. 21).
Al mismo tiempo, la pastoral de la cultura se apoya sobre el don del Espíritu de Jesús y de su amor que 렶an dirigidos a todos y cada uno de los pueblos y culturas para unirlos entre sí a semejanza de la perfecta unidad que hay en Dios uno y trino련Ecclesia in America, n. 70).
Nuevos Areópagos y campos culturales tradicionales
Ecología, ciencia, filosofía y bioética
11. Se va afianzando una nueva toma de conciencia con el desarrollo de la ecología. No es una novedad para la Iglesia: la luz de la fe esclarece el sentido de la creación y las relaciones entre el hombre y la naturaleza. San Francisco de Asís y San Felipe Neri son testigos y símbolos del respeto a la naturaleza inscrito en la visión cristiana del mundo creado. Este respeto tiene su fuente en el hecho de que la naturaleza no es propiedad del hombre; pertenece a Dios, su creador, quien le ha encomendado su dominio (Gn 1, 28) para que la respete y encuentre en ella su legítima subsistencia (cf. Centesimus annus, nn. 38-39). La divulgación de los conocimientos científicos conduce con frecuencia al hombre a situarse en la inmensidad del cosmos y a extasiarse ante sus propias capacidades y ante el universo, sin reparar en que su autor es Dios. He aquí el desafío para la pastoral de la cultura: conducir al hombre hacia la trascendencia, enseñarle a recorrer el camino que parte de su experiencia intelectual y humana, para desembocar en el conocimiento del creador, utilizando sabiamente los mejores logros de la ciencia moderna, a la luz de la recta razón. A pesar de que gracias a su prestigio la ciencia impregna fuertemente la cultura contemporánea, sin embargo no es capaz de captar lo que constituye la experiencia humana en su sustancia, ni tampoco la realidad intrínseca de las cosas. Una cultura coherente, fundada sobre la trascendencia y la superioridad del espíritu frente a la materia, requiere una sabiduría en la que el saber científico se despliegue en un horizonte iluminado por la reflexión metafísica. En el plano del conocimiento, fe y ciencia no se pueden superponer; conviene no confundir los principios metodológicos, sino distinguir para unir y hallar, por encima de la dispersión de sentido en los compartimentos estancos del saber, la síntesis armoniosa y el sentido unificante de la totalidad que caracterizan una cultura plenamente humana. En nuestra cultura fragmentaria, que se esfuerza por integrar la desbordante acumulación de saberes, los maravillosos descubrimientos científicos y las admirables aportaciones de la técnica moderna, la pastoral de la cultura exige como presupuesto una reflexión filosófica que se aplique a organizar y estructurar el conjunto de los saberes y afirme con ello la capacidad de la razón y su función reguladora en la cultura.
렅l aspecto sectorial del saber, en la medida en que comporta un acercamiento parcial a la verdad con la consiguiente fragmentación del sentido, impide la unidad interior del hombre contemporáneo. ¿Cómo podría no preocuparse la Iglesia? Este cometido sapiencial llega a sus Pastores directamente desde el Evangelio y ellos no pueden eludir el deber de llevarlo a cabo련Fides et Ratio, n. 85).
12. Es también tarea de filósofos y teólogos cualificados identificar con competencia, en el seno de la cultura científica y tecnológica dominante, los desafíos y los puntos de amarre para el anuncio del Evangelio. Esta exigencia implica una renovación de la enseñanza filosófica y teológica, pues la condición de todo diálogo y de toda inculturación se halla en una teología plenamente fiel al dato de fe. La pastoral de la cultura tiene igual necesidad de científicos católicos que sientan como una exigencia aportar su contribución propia a la vida de la Iglesia, compartiendo su experiencia personal de encuentro entre la ciencia y la fe. El déficit de cualificación teológica y de competencia científica hace aleatoria la presencia de la Iglesia en el seno de la cultura nacida de las investigaciones científicas y de sus aplicaciones técnicas. Y sin embargo, vivimos un período particularmente favorable al diálogo entre ciencia y fe.(16)
13. La ciencia y la técnica han demostrado ser medios maravillosos para aumentar el saber, el poder y el bienestar de los hombres, pero su utilización responsable implica la dimensión ética de las cuestiones científicas. Planteadas con frecuencia por los mismos científicos en busca de la verdad, tales cuestiones ponen de manifiesto la necesidad de un diálogo entre ciencia y moral. Esta búsqueda de la verdad que trasciende la experiencia de los sentidos, ofrece posibilidades nuevas para una pastoral de la cultura orientada al anuncio del Evangelio en los ambientes científicos.
Evidentemente, —su amplitud lo atestigua—, la bioética es mucho más que una disciplina del saber a causa de sus implicaciones culturales, sociales, políticas y jurídicas, a las cuales, la Iglesia otorga la mayor importancia. En efecto, la evolución de la legislación en el campo de la bioética depende de la elección de los referentes éticos a los cuales recurre el legislador. La cuestión de fondo sigue siendo, con toda crudeza: ¿cuáles han de ser las relaciones entre norma moral y ley civil en una sociedad pluralista? (cf. Evangelium Vitae, nn. 18 y 68-78). Sometiendo las cuestiones éticas fundamentales a los sucesivos legisladores, ¿no se corre el riesgo de erigir en derecho lo que moralmente sería inaceptable?
La bioética es uno de los campos sensibles que invitan a encontrar los fundamentos de la antropología y de la vida moral. El papel de los cristianos es irremplazable para contribuir a formar en el seno de la sociedad, en un diálogo respetuoso y exigente, una conciencia ética y un sentido cívico. Esta situación cultural requiere una formación rigurosa tanto de los sacerdotes como de los laicos que trabajan en este campo crucial de la bioética.
La familia y la educación
14. 렼em>La familia, comunidad de personas, es por consiguiente la primera "sociedad" humana. Surge cuando se realiza la alianza del matrimonio, que abre a los esposos a una perenne comunión de amor y de vida, y se completa plenamente y de manera específica al engendrar los hijos: la "comunión" de los cónyuges da origen a la "comunidad" familiar 련Carta a las familias, 1994, n. 7).
Cuna de la vida y del amor, la familia es también fuente de cultura. Acoge la vida y es escuela de humanidad, donde mejor aprenden los futuros esposos a convertirse en padres responsables. El proceso de crecimiento que ésta asegura, en una comunidad de vida y amor, excede el núcleo parental para constituir, por ejemplo, la gran familia africana. Y cuando la miseria material, cultural y moral mina la institución misma del matrimonio y amenaza con extinguir las fuentes de la vida, la familia no deja de ser lugar privilegiado de formación de la persona y la sociedad. La experiencia lo demuestra: el conjunto de las civilizaciones y la cohesión de los pueblos dependen, por encima de todo, de la cualidad humana de las familias, especialmente de la presencia complementaria de los dos padres, con los papeles respectivos del padre y la madre en la educación de los hijos. En una sociedad donde crece el número de los que no tienen familia, la educación se hace más difícil, así como la transmisión de una cultura popular modelada por el Evangelio.
Las situaciones personales dolorosas merecen comprensión, caridad y solidaridad, pero en ningún caso se puede presentar como nuevo modelo de vida social lo que es un trágico fracaso de la familia. Las campañas de opinión y las políticas antifamiliares o antinatalistas constituyen otros tantos intentos de modificar el concepto mismo de 렦amilia 련asta vaciarlo de contenido. En este contexto, formar una comunidad de vida y amor que una a los esposos asociándolos al Creador, constituye la mejor aportación cultural que las familias cristianas pueden dar a la sociedad.
15. Más que en ninguna otra época, el papel específico de la mujer en las relaciones interpersonales y sociales suscita reflexiones e iniciativas. En numerosas sociedades contemporáneas marcadas por una mentalidad 렡nti-hijo 묠la carga de los hijos se considera a menudo como un obstáculo a la autonomía y a las posibilidades de afirmación de la mujer, lo cual oscurece el rico significado tanto de la maternidad como de la personalidad femenina. Fundada sobre el mensaje de la revelación bíblica, promovida a pesar de los avatares de la historia y la cultura de las naciones cristianas, la igualdad fundamental del hombre y de la mujer, creados por Dios a su imagen (Gn 1, 27) e ilustrada por el patrimonio artístico secular de la Iglesia, invita a la pastoral de la cultura a tener en cuenta la profunda transformación de la condición femenina en nuestro tiempo: 렅n tiempos todavía recientes, ciertas corrientes del movimiento feminista, con la intención de favorecer la emancipación de la mujer, han intentado asimilarla en todo al hombre. Pero la intención divina, manifestada en la creación, haciendo a la mujer igual al hombre por su dignidad y valor, afirma al mismo tiempo con claridad su diversidad y especificidad. La identidad de la mujer no puede consistir en ser una copia del hombre뮨17) La especificidad propia de cada uno de los sexos se conjuga en una colaboración recíproca de enriquecimiento mutuo en el que las mujeres son las primeras artífices de una sociedad más humana.
16. 렔area primera y esencial de toda cultura묨18) la educación, que desde la antigüedad cristiana es uno de los más notables campos de acción pastoral de la Iglesia, tanto en el plano religioso y cultural como en el personal y social, es más que nunca compleja y crucial. Depende fundamentalmente de la responsabilidad de las familias, pero necesita del apoyo de toda la sociedad. El mundo del mañana depende de la educación de hoy y ésta no se puede reducir a una simple transmisión de conocimientos. Forma a las personas y las prepara para integrarse a la vida social, las apoya en su maduración psicológica, intelectual, cultural, moral y espiritual.
Así, el reto de proclamar el Evangelio a los niños y a los jóvenes desde la escuela hasta la universidad, requiere un programa de educación apropiado. La Educación en el seno de la familia, en la escuela o dentro de la universidad 력stablece una relación profunda entre el educador y el educando, y les hace participar a ambos en la verdad y en el amor, meta final a la cual está llamado todo hombre por parte de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo련Carta a las familias, n. 16). Prepara para vivir las relaciones fundadas sobre el respeto de los derechos y deberes. Prepara a vivir en un espíritu de acogida y de solidaridad, a ejercer un uso moderado de la propiedad y los bienes para garantizar justas condiciones de existencia para todos y en todas partes. El futuro de la humanidad pasa por un crecimiento integro y solidario de cada persona: todo hombre y todo el hombre (Cf. Populorum progressio, n. 42). Así, familia, escuela y universidad son llamados, cada uno en su orden, a insertar la levadura del Evangelio en las culturas del III Milenio.
Arte y tiempo libre
17. En una cultura marcada por la primacía del tener, la obsesión por la satisfacción inmediata, el afán de lucro, la búsqueda del beneficio, es sorprendente constatar, no solamente la permanencia, sino el crecimiento de un interés por la belleza. Las formas que asume este interés parecen traducir la aspiración, que no solo no desaparece, sino que se refuerza, a 렡lgo diferente 렱ue fascina la existencia y, quizá incluso la abre y la lleva más allá de si misma. La Iglesia lo ha intuido desde el comienzo, y siglos de arte cristiano lo ilustran magníficamente: la auténtica obra de arte es potencialmente una puerta de entrada para la experiencia religiosa. Reconocer la importancia del arte para la inculturación del Evangelio, es reconocer que el genio y la sensibilidad del hombre son connaturales a la verdad y a la belleza del misterio divino. La Iglesia manifiesta un profundo respeto por todos los artistas sin hacer excepción de sus convicciones religiosas, pues la obra artística lleva en sí misma como una huella de lo invisible, aun cuando, como todas las otras actividades humanas, el arte no tiene en sí mismo su fin absoluto: está dirigido a la persona humana.
Los artistas cristianos constituyen para la Iglesia un potencial extraordinario para acuñar nuevas formas y elaborar nuevos símbolos o metáforas, en el desencadenamiento del genio litúrgico dotado de una poderosa fuerza creadora, enraizado desde hace siglos en las profundidades del imaginario católico, con su capacidad de expresar la omnipresencia de la gracia. A través de los continentes, nunca faltan artistas de inspiración cristiana firme, capaces de atraer a los fieles de todas las religiones, aún a los no creyentes, por el resplandor de lo bello y lo verdadero. Por medio de los artistas cristianos el Evangelio, fuente fecunda de inspiración, alcanza a multitud de personas privadas de contacto con el mensaje de Cristo.
Al mismo tiempo, el patrimonio cultural de la Iglesia atestigua una fecunda simbiosis de cultura y de fe. Ello constituye una fuente permanente para una educación cultural y catequética, que une la verdad de la fe a la auténtica belleza del arte (Cf. Sacrosantum Concilium, nn. 122-127). Frutos de una comunidad cristiana que ha vivido y vive intensamente su fe dentro de la esperanza y la caridad, estos bienes cultuales y culturales de la Iglesia siguen siendo capaces de inspirar la existencia humana y cristiana al alba del tercer milenio.
18. El mundo del descanso, del deporte, de los viajes y del turismo, constituye sin lugar a dudas junto con el mundo del trabajo, una dimensión importante de la cultura donde la Iglesia se halla presente desde hace tiempo. Se convierte con razón en uno de los areópagos de la pastoral de la cultura. La cultura del 렴rabajo 렣onoce profundas transformaciones con consecuencias para el tiempo libre y las actividades culturales. Medio, para la mayoría, de procurarse el pan de cada día (cf. Laborem Exercens, n. 1), el trabajo es también uno de los recursos para responder al deseo cada vez más afirmado de realización personal, al mismo nivel que las actividades culturales. Sin embargo en un contexto de especialización, de fuerte desarrollo tecnológico y económico, las nuevas formas de organización del trabajo van frecuentemente paralelas al crecimiento del desempleo en todas las capas de la sociedad, lo cual no sólo es fuente de miseria material, sino que también siembra en las culturas duda, insatisfacción, humillación, incluso delincuencia. La precariedad de las condiciones de vida y la necesidad de proveer a lo esencial conducen muchas veces a considerar la cultura artística y literaria como algo superfluo reservado a una élite privilegiada.
Convertido en un fenómeno casi universal, el deporte tiene indiscutiblemente su lugar en una visión cristiana de la cultura, y puede favorecer a la vez la salud física y las relaciones interpersonales ya que establece relaciones y contribuye a forjar un ideal. Pero puede también desnaturalizarse por intereses comerciales, convertirse en vehículo de rivalidades nacionales o raciales, dar lugar a brotes de violencia que revelan las tensiones y las contradicciones de la sociedad, y convertirse entonces en contracultura. Así, es un lugar importante para una pastoral moderna de la cultura. Realidad multiforme y compleja, a la vez cargada de simbolismos y empresa comercial, el tiempo libre y el deporte, más que una atmósfera crean como una cultura, una forma de ser, un sistema de referencia. Una pastoral adecuada podrá discernir ahí los auténticos valores educativos, como un trampolín para celebrar las riquezas del hombre creado a imagen de Dios y a ejemplo del Apóstol Pablo, anunciar la salvación en Jesucristo (1 Cor 9, 24-27).
Diversidad de culturas y pluralismo religioso
19. En nuestros días, la misión evangelizadora de la Iglesia se ejerce en un mundo caracterizado por la diversidad de situaciones culturales modeladas por diferentes horizontes religiosos. Mientras se aceleran los intercambios interculturales e interreligiosos en el seno de la aldea global, este fenómeno toca todos los continentes y todos los países.
La Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para Africa lo ha puesto en relieve. En este continente las religiones tradicionales que se encuentran, el cristianismo y el islam, siguen teniendo una gran vitalidad e impregnan la cultura y la vida de personas y comunidades. Si los valores culturales positivos de estas religiones no fueron siempre suficientemente apreciados al inicio de la evangelización, la Iglesia, especialmente después del Vaticano II, promueve aquéllos que están en armonía con el Evangelio y preparan el camino a la conversión a Cristo. 렌os Africanos tienen un profundo sentido religioso, sentido de lo sagrado, sentido de la existencia de Dios creador y de un mundo espiritual. La realidad del pecado bajo sus formas individuales y sociales, está muy presente en la conciencia de estos pueblos como están igualmente presentes los ritos de purificación y expiación련Ecclesia in Africa, nn. 30-37.42). Los valores positivos transmitidos por las culturas tradicionales, tales como el sentido de familia, el amor y respeto por la vida, el respeto por los ancianos y la veneración de los antepasados, el sentido de solidaridad y de la vida comunitaria, el respeto al jefe, la dimensión celebrativa de la vida, son apoyos sólidos para la inculturación de la fe, mediante la cual el Evangelio penetra todos los aspectos de la cultura llevándolos a su plenitud (Cf. Ibid., n. 59-62). De manera inversa, las actitudes contrarias al Evangelio, inspiradas por estas tradiciones, habrán de ser enérgicamente combatidas por la fuerza de la Buena Nueva de Cristo Salvador, portador de las bienaventuranzas evangélicas (Mt 5, 1-12).
20. Inmensas regiones del mundo, particularmente en Asia, país de antiguas culturas, están profundamente marcadas por religiones y sabidurías no cristianas, tales como el Hinduismo, el Budismo, el Taoísmo, el Sintoísmo, el Confucianismo, que merecen una consideración cuidadosa. El mensaje de Cristo suscita allí escasa respuesta. ¿No será que el Cristianismo es percibido allí con frecuencia como una religión extraña, insuficientemente inserta, asimilada y vivida en las culturas locales? He aquí toda la amplitud de una pastoral de la cultura en este contexto específico.
Multitud de realidades morales y espirituales, incluso místicas, que se viven en estas culturas, tales como la santidad, la renuncia, la castidad, la virtud, el amor universal, el amor por la paz, la oración y la contemplación, la felicidad en Dios, la compasión, son posibilidades abiertas a la fe en el Dios de Jesucristo. El Papa Juan Pablo II lo recuerda: 렃orresponde a los cristianos de hoy, sobre todos a los de la India, sacar de ese rico patrimonio los elementos compatibles con su fe, de manera que enriquezcan el pensamiento cristiano련Fides et Ratio, n. 72). En cuanto expresiones del hombre en busca de Dios, las culturas orientales manifiestan, a través de las diferencias culturales, la universalidad del genio humano y su dimensión espiritual (Cf. Nostra Aetate, n. 2). En un mundo presa de la secularización atestiguan la experiencia vivida de lo divino y la importancia de lo espiritual como núcleo vivo de las culturas.
Es un gigantesco desafío de la cultura acompañar a los hombres de buena voluntad cuya razón busca la verdad apoyándose sobre estas ricas tradiciones culturales, como la milenaria sabiduría china, y guiar su búsqueda de lo divino a abrirse a la revelación del Dios vivo que, por la gracia del Espíritu Santo, se asocia al hombre en Jesucristo, único Redentor.
21. Otras grandes regiones —la Asamblea especial para América del Sínodo de los Obispos lo han puesto a plena luz— viven de una cultura profundamente modelada por el mensaje evangélico y, al mismo tiempo, son víctimas de un penetrante influjo de modos de vida materialistas y secularizados, que se manifiesta especialmente en el abandono religioso en la clase media y entre las personas de cultura.
La Iglesia, que afirma la dignidad de la persona humana, se esfuerza en purificar la vida social de plagas como la violencia, las injusticias sociales, los abusos de que son objeto los niños de la calle, el tráfico de estupefacientes, etc. En este contexto, y afirmando su amor preferencial por los pobres y los marginados, la Iglesia tiene el deber de promover una cultura de la solidaridad a todos los niveles de la vida social: Instituciones gubernamentales, instituciones públicas y organismos privados. Trabajando por una mayor unión entre las personas, entre las sociedades y entre las naciones, se unirá al esfuerzo constante de las personas de buena voluntad, para construir un mundo cada vez más digno de la persona humana. Haciendo esto, contribuirá 렡 la reducción de los efectos negativos de la globalización, tales como la dominación del más fuerte sobre el más débil, en especial dentro del dominio económico, y la pérdida de los valores culturales locales a favor de una uniformidad mal entendida 련Ecclesia in America, n. 55).
En nuestros días, la ignorancia religiosa endémica alimenta las diferentes formas de sincretismo entre antiguos cultos hoy extinguidos, nuevos movimientos religiosos y la fe católica. Estos males sociales, económicos, culturales y morales sirven de justificación a las nuevas ideologías sincretistas cuyos círculos están activamente presentes en diversos países. La Iglesia intenta afrontar estos desafíos, en especial para con los más pobres, promover la justicia social y evangelizar tanto las culturas tradicionales como las nuevas culturas que surgen en las megápolis.(19)
22. Los países penetrados por el Islam constituyen como un universo cultural con su configuración propia, sin desconocer las diferencias entre los países árabes y los otros países de Africa y de Asia. Pues el Islam se presenta indisociablemente como una sociedad con su legislación y sus tradiciones, que juntas constituyen una vasta comunidad denominada umma, con su cultura propia y su proyecto de civilización.
El Islam vive actualmente una fuerte expansión, debido en particular a los movimientos migratorios que provienen de países con fuerte crecimiento demográfico. Los países de tradición cristiana, que tienen, a excepción de Africa, una demografía escasa o negativa, perciben hoy frecuentemente la presencia creciente de musulmanes como un desafío social, cultural e incluso religioso. Los inmigrantes musulmanes experimentan, al menos en ciertos países, grandes dificultades de integración socio-cultural. Por otra parte, el alejamiento de una comunidad tradicional conduce frecuentemente —en el Islam como en otras religiones— al abandono de ciertas prácticas religiosas y a una crisis de identidad cultural. Una colaboración leal con los musulmanes en el plano cultural puede permitir mantener —en una efectiva reciprocidad— relaciones fructuosas tanto en los países islámicos como con las comunidades musulmanas establecidas en los países de tradición cristiana. Una semejante cooperación no exime a los cristianos de dar cuenta de su fe cristológica y trinitaria con relación a otras expresiones del monoteísmo.
23. Las culturas seculares ejercen una profunda influencia en diferentes partes de un mundo marcado por el vértigo y la complejidad creciente de transformaciones culturales. Surgida en países de antigua tradición cristiana, esta cultura secularizada, con sus valores de solidaridad, de afecto gratuito, de libertad, de justicia, de igualdad entre el hombre y la mujer, de apertura de espíritu y diálogo y de sensibilidad ecológica, guarda aún la huella de sus valores fundamentalmente cristianos que han impregnado la cultura en el curso de los siglos. La secularización misma de estos valores ha aportado fecundidad a la civilización y alimentado la reflexión filosófica. Al alba del tercer milenio las cuestiones de la verdad, de los valores, del ser y del sentido, ligados a la naturaleza humana, revelan los límites de una secularización que suscita, muy a su pesar, la búsqueda de 렬a dimensión espiritual de la vida como antídoto a la deshumanización. Este fenómeno así llamado del "retorno de lo religioso" no carece de ambigüedad, pero encierra una invitación […] También éste es un areópago que hay que evangelizar 렼em>(Redemptoris Missio, n. 38).
Cuando la secularización se transforma en secularismo (Evangelii Nuntiandi, n. 55), surge una grave crisis cultural y espiritual, uno de cuyos signos es la pérdida del respeto a la persona y la difusión de una especie de nihilismo antropológico que reduce al hombre a sus instintos y tendencias. Este nihilismo que alimenta una grave crisis de la verdad (Cf. Veritatis Splendor, n 32), 력ncuentra una cierta confirmación en la terrible experiencia del mal que marca nuestra época. Ante esta experiencia dramática, el optimismo racionalista que veía en la historia el avance victorioso de la razón, fuente de felicidad y de libertad, no ha podido mantenerse en pie, hasta el punto de que una de las mas grandes amenazas de este fin de siglo es la tentación de la desesperación련Fides et Ratio, n. 91). Devolviendo su lugar a la razón iluminada por la fe y reconociendo a Cristo como clave de bóveda de la vida del hombre, es como una pastoral evangelizadora de la cultura podrá reforzar la identidad cristiana ayudando a las personas y las comunidades a descubrir razones para vivir, por todos los caminos de la vida, al encuentro del Señor que viene y para la vida del mundo futuro (Ap 21-22).
Los países que han recuperado una libertad tanto tiempo reprimida por el marxismo-leninismo ateo en el poder, han quedado heridos por una violenta 려esculturización려e la fe cristiana: las relaciones entre los hombres artificialmente cambiadas, la dependencia de la criatura con respecto a su creador negada, las verdades dogmáticas de la revelación cristiana y su ética combatidas. A esta 려esculturización 련a seguido un cuestionamiento radical de valores esenciales para los cristianos. Los efectos reductores del secularismo extendido en Europa Occidental a fines de los sesenta, contribuyen a desestructurar la cultura de los países de Europa Central y Oriental.
Otros países de pluralismo democrático tradicional, experimentan, sobre un trasfondo mayoritario de adhesión social religiosa, el empuje de corrientes en las que se entremezclan secularismo y expresiones religiosas populares traídas por el flujo migratorio. A partir de aquí, la asamblea especial para América del Sínodo de los obispos ha suscitado una nueva toma de conciencia misionera.
Sectas y nuevos movimientos religiosos(20)
24. La sociedad en el seno de la cual emerge, bajo las formas más diversas, una nueva búsqueda de espiritualidad, más que religión, no deja de recordar una de las tribunas de San Pablo, el areópago de Atenas (Cf. Hech 17, 22-31). El deseo de encontrar una dimensión espiritual que sea también fuente de sentido para la vida, así como el anhelo profundo de reconstruir el tejido de relaciones afectivas y sociales frecuentemente rasgadas a causa de la inestabilidad creciente de la institución familiar, al menos en ciertos países, se traducen en un 렲edescubrimiento 력n el seno del cristianismo, pero también en construcciones más o menos sincretistas orientadas hacia una cierta unión global que supere toda religión particular.
Bajo la denominación polisémica de sectas pueden catalogarse numerosos y diversos grupos, unos de inspiración gnostica o esotérica, otros de apariencia cristiana, otros en ciertos casos, hostiles a Cristo y a la Iglesia. Su éxito se debe frecuentemente a aspiraciones insatisfechas. Muchos de nuestros contemporáneos encuentran en ellas un lugar de pertenencia y de comunicación, de afecto y de fraternidad, incluso una aparente protección y seguridad. Este sentimiento se apoya en gran parte en soluciones aparentemente deslumbrantes —como el 렼em>Gospel of success릭dash;, pero en el fondo ilusorias que las sectas parecen aportar a las más complejas cuestiones; se apoya también en una teología pragmática a menudo fundada sobre la exaltación del yo tan maltratado por la sociedad. Frecuentemente las sectas se desarrollan gracias a sus pretendidas respuestas a las necesidades de personas en busca de sanación, de hijos, de éxito económico. Esto vale también para las religiones esotéricas cuyo éxito se afianza gracias a la ignorancia y a la credulidad de cristianos poco o mal formados. En numerosos países algunas personas heridas por la vida o menospreciadas experimentan dolorosamente la exclusión, especialmente en el anonimato característico de la cultura urbana y están dispuestas a aceptar todo con tal de obtener una visión espiritual que les restituya la armonía perdida y les dé a experimentar una sensación de curación física y espiritual. He aquí la complejidad y el carácter transversal del fenómeno de las sectas que conjuga el malestar existencial con el rechazo de la dimensión institucional de las religiones y se manifiesta bajo formas y expresiones religiosas heterogéneas.
Pero la proliferación de las sectas es también una reacción al secularismo y una consecuencia de los trastornos sociales y culturales que han hecho perder las raíces religiosas tradicionales. Llegar a las personas tocadas por las sectas o en peligro de serlo para anunciar a Jesucristo que les habla al corazón, es uno de los desafíos que la Iglesia debe afrontar.
Verdaderamente, de un continente a otro asistimos al surgimiento 려e una nueva época de la historia humana 묠ya señalada por el Concilio Vaticano II. Esta toma de conciencia reclama una nueva pastoral de la cultura, que afronte estos nuevos desafíos con la persuasión que ha conducido a Papa Juan Pablo II al crear el Pontifico Consejo de la Cultura: 려e ahí la importancia que tiene para la Iglesia, como responsable de ese destino, una acción pastoral atenta y clarividente respecto a la cultura, especialmente a la llamada cultura viva, es decir, el conjunto de los principios y valores que constituyen el ethos de un pueblo련Carta autógrafa, op. cit.).
III
PROPUESTAS CONCRETAS
Objetivos Pastorales prioritarios
25. Los nuevos desafíos que debe afrontar una evangelización inculturada a partir de las culturas moldeadas por dos milenios de cristianismo y de los puntos de apoyo identificados en el corazón de los nuevos areópagos culturales de nuestro tiempo, requieren una presentación renovada del mensaje cristiano, anclada en la tradición viva de la Iglesia y sostenida por el testimonio de vida auténtica de las comunidades cristianas. Pensar todas las cosas de nuevo a partir de la novedad del Evangelio propuesto de manera renovada y persuasiva, constituye una exigencia inaplazable. Desde una perspectiva de preparación evangélica, la pastoral de la cultura tiene como objetivo prioritario insertar la savia vital del Evangelio en las culturas para renovar desde su interior y transformar a la luz de la revelación las visiones del hombre y de la sociedad que conforman las culturas, la comprensión del hombre y de la mujer, de la familia y de la educación, de la escuela y de la universidad, de la libertad y de la verdad, del trabajo y del descanso, de la economía y de la sociedad, de las ciencias y de las artes.
Pero no basta hablar para ser escuchado. Mientras los destinatarios se hallaban fundamentalmente en sintonía con el mensaje por una cultura tradicional impregnada de cristianismo y al mismo tiempo en una disposición general favorable respecto a éste gracias a todo el contexto sociocultural, podían recibir y comprender lo que se les proponía. En la actual pluralidad cultural, es necesario vincular al anuncio las condiciones para su recepción.
El éxito de esta gran empresa requiere la exigencia de un continuo discernimiento a la luz del Espíritu Santo invocado en la oración. Exige también, junto con una preparación adecuada y una formación apropiada, medios pastorales sencillos, —homilías catequesis, misiones populares, escuelas de evangelización— aliados con los modernos medios de comunicación para llegar a hombres y mujeres de todas las culturas. Los sínodos de obispos lo recuerdan con insistencia creciente, siguiendo el Concilio Vaticano II, tanto a los sacerdotes y religiosos como a los laicos. A este respecto, las conferencias episcopales encuentran un instrumento privilegiado en las comisiones episcopales de cultura —que será necesario crear allí donde aún no existan— aptas para promover la presencia de la Iglesia en los diversos ámbitos donde se elabora la cultura y para suscitar allí la creatividad multiforme que nace de la fe, la manifiesta y la sostiene. 렐ara lograrlo, cada Iglesia particular deberá contar con un proyecto cultural, como es el caso de tal o cual país 뮨21) Esta es la puesta en juego de una pastoral de la cultura, quizá más compleja por sus mismas exigencias que una primera evangelización de culturas no cristianas.
Religión y 렲eligioso렼/b>
26. En su misión de anunciar el Evangelio a todos los hombres de todas las culturas, la Iglesia se encuentra con las religiones tradicionales especialmente en Africa y en Asia.(22) Las Iglesias locales son invitadas y animadas a estudiar las culturas y las prácticas religiosas tradicionales de su propia región, no para canonizarlas, sino para discernir sus valores, costumbres y ritos susceptibles de favorecer un arraigamiento más profundo del cristianismo en las culturas locales (Cf. Ad Gentes, nn. 19 y 22).
El 렲egreso렯 el 려espertar려e lo religioso en Occidente exige sin duda un discernimiento exigente. Si bien se trata, en la mayor parte, más de un regreso del sentimiento religioso que de una adhesión personal a Dios en comunión de fe con la Iglesia, no se puede negar por otra parte que muchas personas en número creciente, vuelven a estar atentos a una dimensión de la existencia humana que caracterizan, según los casos, como espiritual, religiosa o sagrada. El fenómeno, que se verifica sobre todo entre los jóvenes y entre los pobres —lo que constituye una razón más para prestarle atención—, les lleva tan pronto a regresar hacia un cristianismo que les había decepcionado, como a volverse a otras religiones, o incluso ceder a la invitación de las sectas y hasta a las ilusiones del ocultismo.
En todas partes, un nuevo campo de posibilidades se abre a la pastoral de la cultura para que el Evangelio de Cristo resplandezca en los corazones. Numerosos son los puntos sobre los cuales la fe cristiana está llamada a traducirse y expresarse de manera más accesible a las culturas dominantes, en razón de la competencia a la que la somete el aumento de una religiosidad difusa y abundante a su alrededor.
La búsqueda de diálogo y la correspondiente necesidad de identificar mejor lo específicamente cristiano representan un campo cada vez más importante de reflexión y de acción para el anuncio de la fe en las culturas. La pastoral de la cultura frente al desafío de las sectas (Cf. Ecclesia in America, n. 73) se inscribe en esta perspectiva, ya que éstas producen efectos culturales íntimamente ligados a su discurso 력spiritual뮠Esta situación pide una reflexión exigente sobre la manera de vivir la tolerancia y la libertad religiosa en nuestras sociedades (Cf. Dignitatis Humanae, n. 4). Sin duda es necesario formar mejor a laicos y sacerdotes para hacerles adquirir competencia y discernimiento acerca de las sectas y la razón de su éxito, sin perder de vista, no obstante, que el verdadero antídoto contra las sectas es la calidad de la vida eclesial. En cuanto a los sacerdotes, es necesario prepararles tanto para detectar el desafío de las sectas como para acompañar a los fieles en peligro de abandonar la Iglesia y de renegar su Fe.
렌ugares ordinarios려e la experiencia de la fe, la piedad popular, la parroquia
27. En los países de cristiandad, se ha ido elaborando, poco a poco, todo un modo de comprender y vivir la fe que, con el tiempo, ha acabado por impregnar la existencia y la vida común de los hombres: fiestas locales, tradiciones familiares, celebraciones diversas, peregrinaciones, etc. Se ha constituido así una cultura de la que participan todos y en la cual la fe entra como un elemento constitutivo, incluso integrador. Este tipo de cultura se ve particularmente amenazada por el secularismo. Es importante alentar los esfuerzos auténticos de revitalización de estas tradiciones, a fin de que no se conviertan en patrimonio de folcloristas o de políticos, cuyas miras son a menudo extrañas, cuando no contrarias a la fe, y sí se impliquen en cambio agentes pastorales, comunidades cristianas y teólogos cualificados.
Para llegar al corazón de los hombres, el anuncio del Evangelio a los jóvenes y a los adultos así como la celebración de la salvación en la liturgia requieren, no sólo un profundo conocimiento y una experiencia de fe, sino también de la cultura ambiente. Cuando un pueblo ama su cultura fecundada por el cristianismo como elemento propio de su vida, vive y profesa su fe en esa cultura. Obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos y laicas han de desarrollar su sensibilidad hacia esta cultura, a fin de protegerla cuando sea necesario y de promoverla a la luz de los valores evangélicos, especialmente cuando esta cultura es minoritaria. Esta atención puede ofrecer a los más desfavorecidos, en su gran diversidad, un acceso a la fe y suscitar una mejor calidad de vida cristiana en la Iglesia. Personas de fe profunda, con una educación y una cultura bien integradas, son testigos vivos gracias a los cuales muchos pueden reencontrar las raíces cristianas de su cultura.
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