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Comunicación social y magisterio de la Iglesia desde Pío XII hasta Benedicto XVI (página 14)

Enviado por Manuel González C


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1. Si un día pudiéramos decir de verdad que "comunicar" se convierte en "fraternizar", que "comunicación" significa "solidaridad" humana, ¿no sería el logro más hermoso de las "comunicaciones de masa"? Este es el tema que quisiera proponeros como reflexión en esta XXII Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales.

Al hablar de fraternidad, pienso en el sentido profundo de este término. Pues es Cristo, "el primogénito de muchos hermanos" (Rom 8, 29), quien nos hace descubrir en toda persona humana, amiga o incluso enemiga, a un hermano o a una hermana. Cristo, al venir "al mundo, no para condenarlo, sino para salvarlo" (cf. Jn 3, 17), llama a todos los hombres a la unidad. El Espíritu de amor que da al mundo es también un Espíritu de unidad: San Pablo nos muestra al mismo Espíritu que dispensa dones diversos, que obra en los distintos miembros del mismo cuerpo: Hay "diversidad de dones (…) pero un mismo Dios, que obra todo en todos" (1 Cor 12, 4-6).

2. Si ya de entrada evoco el fundamento espiritual de la fraternidad y de la solidaridad, es porque este sentido cristiano no es extraño a la primera realidad humana que encierran estos términos. La Iglesia no considera la fraternidad ni la solidaridad como valores reservados a ella. Al contrario, siempre nos acordamos del modo en que Jesús alabó más al buen Samaritano, que reconoció en el hombre herido a un hermano, que al sacerdote y al levita (cf. Lc 10, 29-37). También el Apóstol Pablo invita a no despreciar los dones de los otros, sino a alegrarse de la obra del Espíritu en cada uno de nuestros hermanos (cf. 1 Cor 12, 14-30).

La fraternidad y la solidaridad son fundamentales y urgentes, y hoy deberían ser el distintivo de los pueblos y las culturas. ¿No es el descubrimiento gozoso de sus beneficiosos efectos la "fiesta" más hermosa que pueden ofrecer las comunicaciones sociales, su "espectáculo" más logrado, en el mejor sentido de estos términos?

Si bien hoy en día las comunicaciones de masa atraviesan un momento de desarrollo vertiginoso, son los lazos que traban entre pueblos y culturas lo que aportan de más valioso. Pero sé que vosotros mismos, los profesionales de la comunicación, sois conscientes de sus efectos perjudiciales, que amenazan con desnaturalizar estas relaciones entre los pueblos y las culturas. La exaltación del yo, el desprecio o el rechazo de los que no son como yo, pueden agravar las tensiones o las divisiones. Esas actitudes engendran violencia, desvían y destruyen la verdadera comunicación y hacen imposible toda relación fraterna.

3. Para que pueda haber una fraternidad y una solidaridad humanas, y, con más motivo, para que se profundice su dimensión cristiana hay que reconocer los valores elementales que las sustentan. Permitidme que haga referencia aquí a algunos de ellos: El respeto al otro, el sentido de diálogo, la justicia, la ética sana de la vida personal y comunitaria, la libertad, la igualdad, la paz en la unidad, la promoción de la dignidad de la persona humana, la capacidad de participación y de compartir. La fraternidad y la solidaridad superan todo espíritu de clan, de capillita, todo nacionalismo, todo racismo, todo abuso de poder, todo fanatismo individual, cultural o religioso.

Corresponde a los agentes de la comunicación social utilizar las técnicas y los medios a su disposición, manteniendo siempre una conciencia clara de estos valores primarios. Yo sugeriría en este sentido sólo unas indicaciones:

  • ? las agencias de información y la prensa en su conjunto manifiestan su respeto por el otro cuando dan una información completa y equilibrada;

  • ? la radiodifusión de la palabra logra tanto mejor su finalidad si ofrece a todos la posibilidad de intercambios recíprocos;

  • los medios de comunicación que son expresión de grupos particulares contribuyen a reforzar la justicia, cuando hacen oír la voz de los que están privados de ella;

  • ? los programas de televisión tocan casi todos los aspectos de la vida, y sus antenas sirven para numerosas interconexiones: en la medida en que se les reconoce su influencia, tanto más se impone a sus responsables la exigencia ética de ofrecer a las personas y a las comunidades imágenes que favorezcan la compenetración de las culturas, sin intolerancia y sin violencia, al servicio de la unidad;

  • ? las posibilidades de comunicaciones personales a través del teléfono, su ampliación al teletexto, su difusión cada vez más extendida por medio de los satélites: todo esto sugiere una preocupación por la igualdad entre las personas, facilitando al mayor número posible de ellas el acceso a estos medios, con el fin de hacer posible verdaderos intercambios;

  • ? el empleo de la informática concierne cada vez más a las actividades económicas o culturales, los bancos de datos integran una cantidad de informaciones diversas hasta ahora impensable: sabemos que su utilización puede acarrear toda clase de presiones o de violencias a la vida privada o colectiva; por eso, una sabia gestión de estos medios se convierte en una verdadera condición para la paz;

  • ? idear "espectáculos" para difundirlos a través de los distintos medios audiovisuales: esto requiere el respeto de las conciencias de sus numerosos "espectadores";

  • ? la publicidad despierta o polariza deseos y también crea necesidades: los que la comisionan o la realizan deben tener en cuenta a las personas menos favorecidas que no pueden acceder a los bienes propuestos.

Es necesario que los profesionales de la comunicación, cualquiera que sea su modo de intervención, observen un código de honor, se preocupen de compartir la verdad del hombre, y contribuyan a un nuevo orden mundial de la información y de la comunicación.

4. En el entramado cada vez más denso y más activo de las comunicaciones sociales por todo el mundo, la Iglesia desea con sencillez, como "experta en humanidad", recordar incesantemente los valores que constituyen la grandeza del hombre. Pero ella tiene también la convicción de que dichos valores no se pueden asimilar y realizar en la práctica si se olvida la vida espiritual del hombre. Para los cristianos, la Revelación de Dios en Cristo es una luz para el hombre mismo. La fe en el mensaje de salvación constituye la motivación más intensa para servir al hombre. Los dones del Espíritu Santo inducen a servir al hombre con una solidaridad fraterna.

Quizá nos preguntemos ¿No seremos demasiado confiados al actuar en esas perspectivas? ¿Acaso las tendencias que se delinean en el campo de la comunicación social nos autorizan a dar pábulo a esas esperanzas?

A los corazones turbados por los riesgos de las nuevas tecnologías de la comunicación yo les diría: "¡No tengáis miedo!". Lejos de ignorar la realidad en la que vivimos, leámosla con más profundidad. Discernamos, a la luz de la fe, los verdaderos signos de los tiempos. La Iglesia, preocupada por el hombre conoce la profunda aspiración del género humano a la fraternidad y a la solidaridad; aspiración muchas veces negada, desfigurada, pero indestructible porque ha sido conformada, dentro del corazón del hombre, por el mismo Dios, que creó en él la exigencia de la comunicación y las capacidades para desarrollarla a escala planetaria.

5. A las puertas del tercer milenio, la Iglesia recuerda al hombre que la fraternidad y la solidaridad no pueden ser sólo condiciones de supervivencia, sino rasgos de su vocación que el ejercicio de la comunicación social le permite realizar libremente.

Dejadme deciros a todos, especialmente en este Año Mariano: "¡No tengáis miedo!". ¿Acaso no se asustó también María de un anuncio que, sin embargo, era el signo de salvación ofrecido a toda la humanidad? "Dichosa tú que has creído", dice Isabel (Lc 1, 45). Gracias a su fe, la Virgen María acoge el designio de Dios, entra en el misterio de la comunión trinitaria y, convirtiéndose en Madre de Cristo, inaugura en la historia una nueva fraternidad.

Dichosos los que creen, a los que la fe libra del miedo, ¡que ésta abra a la esperanza, lleve a construir un mundo en el cual, por la fraternidad y la solidaridad, haya todavía espacio para una comunicación de la alegría!

Alentado con esta alegría profunda por los dones de comunicación recibidos de cara a la edificación de todos, en esta fraternidad solidaria, invoco para cada uno de vosotros la bendición del Altísimo.

Vaticano, 24 de enero de 1988, fiesta de San Francisco de Sales.

MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA 21a JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Las comunicaciones sociales al servicio de la justicia y de la paz.

31 de mayo de 1987

Queridos responsables de las comunicaciones sociales y queridos usuarios:

Las comunicaciones sociales constituyen una plataforma de intercambios y de diálogo apta para dar respuesta a una viva preocupación de mi pontificado y del pontificado de mi predecesor Pablo VI (cf. Mensaje a la sesión especial de las Naciones Unidas sobre el desarme, 24 de mayo de 1978, n. 5): contribuir a pasar, en la promoción de la paz por la justicia, de un equilibrio del terror a una estrategia de la confianza. Por eso me ha parecido urgente proponeros como tema de la Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales de 1987: "Las comunicaciones sociales al servicio de la justicia y de la paz". Lo he repetido a menudo, pero hoy lo subrayo añadiendo este corolario: la confianza no puede ser obra de los responsables políticos solamente, debe nacer en la conciencia de los pueblos. Después de haber tratado ya el problema de la paz (Jornada mundial de 1983), desearía, el presente año, proseguir con vosotros esta breve reflexión sobre la obra de la justicia que realiza la paz, o sobre la estrategia de la confianza como realización de la justicia con miras a la paz.

Yo sé que para vosotros, artífices de las comunicaciones sociales, las masas no son multitudes anónimas. Representan el continuo desafío de alcanzar y llegar a cada uno en su propio contexto vital, a su nivel personal de comprensión y de sensibilidad, por medio de tecnologías cada vez más avanzadas y a través de estrategias de comunicación cada día más eficaces. Podría así resonar en vuestras conciencias esta invitación: transmitir la estrategia de la confianza a través de la estrategia de la comunicación, al servicio de la justicia y de la paz.

Vuestra estrategia de la comunicación es, en gran medida, una estrategia de la información en orden a contribuir a la edificación de esta sociedad del saber en la que nos encontramos implicados para lo mejor o para lo peor. Permitidme recordar lo que ya he afirmado a este propósito: la paz del mundo depende de un mayor conocimiento de los hombres y de las comunidades; la información cualificada de la opinión pública tiene una influencia directa sobre la promoción de la justicia y de la paz (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la Paz de 1982, nn. 6, 8). Vuestra tarea parece superar las posibilidades humanas: informar para formar, cuando la avalancha de noticias os arrastra, a veces de manera peligrosa, a los cuatro ángulos del mundo, sin daros el tiempo necesario para ponderar cada caso o cada acontecimiento. Y sin embargo, los usuarios dependen de vosotros para comprender los estragos del terror y las esperanzas de la confianza.

La paz no es posible sin diálogo (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la Paz de 1986, nn. 4-5), pero no se puede dialogar plenamente sin estar bien informado, en el Este y en el Oeste, en el Sur y en el Norte. Vuestro diálogo quiere ser, además, un "diálogo total", es decir, un diálogo que se establezca en el marco de una estrategia global de comunicación: de información, ciertamente, pero también de recreación, publicidad, creación artística, educación, sensibilización para con los valores culturales. A través de esta estrategia de comunicación debería realizarse la estrategia de la confianza. Del equilibrio del temor, del miedo, incluso del terror, resulta -como decía Pío XII- una "paz fría", que no es la verdadera paz. Sólo la comunicación podrá generar -por la vía del diálogo total- un deseo y una esperanza de paz expresiva, como exigencia del corazón de las poblaciones. Y se podría añadir: una "justicia fría" no es verdadera justicia. La justicia no puede vivir más que en el seno de la confianza, de lo contrario no es más que una "justicia contra" y no una "justicia para" y una "justicia con" cada persona humana.

¿Cómo compaginar la estrategia de la confianza y la estrategia de la comunicación? Desearía desarrollar este tema de reflexión. Sé que la comunicación de masas es una comunicación programada y cuidadosamente organizada. Por ello, es importante evocar lo que podría ser una estrategia de la confianza transmitida por los mass-media. Creo que podría abarcar siete momentos fundamentales: hacer tomar conciencia, denunciar, renunciar, superar, contribuir, divulgar, afirmar.

En primer lugar, es preciso hacer tomar conciencia, o, en otros términos, hacer labor de inteligencia. ¿No ha dicho Pablo VI que la paz es una obra de inteligencia? Sería necesario, a través de los más variados programas, hacer tomar conciencia de que cualquier guerra puede provocar la pérdida de todo y de que nada puede perderse con la paz. Para ello, la estrategia de la comunicación puede, mejor que cualquier otro medio, hacer comprender las causas de la guerra: las innumerables injusticias que empujan a la violencia. Cualquier injusticia puede llevar a la guerra. La violencia está en nosotros, debemos liberarnos de ella para inventar la paz. Esta es la obra de la justicia que se realiza como fruto de la inteligencia. La inteligencia, según la enseñanza del Concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes, 82-91), se expresa sobre todo a través de las opciones positivas que se hacen en torno a las cuestiones de la justicia y de la paz, frente a la injusticia y a la guerra. Y es ahí donde vuestro papel se hace apasionante, debido al espíritu de iniciativa que implica.

Comunicar las opciones constructivas de justicia y de paz corre parejo con vuestro deber de denunciar todas las causas de violencia y de conflicto: armamento generalizado, comercio de armas, opresiones y torturas, terrorismo de toda especie, militarización a ultranza y preocupación exagerada por la seguridad nacional, tensión Norte-Sur, cualquier forma de dominación, ocupación, represión, explotación y discriminación.

Si se quiere denunciar de manera coherente, es preciso también que uno mismo renucie a las raíces de la violencia y de la injusticia. Una de las imágenes más sólidamente integradas en la producción de los medios de comunicación parece ser la del "ideal del más fuerte", de esa voluntad de supremacía que no hace sino aumentar el miedo mutuo. En la línea de lo que decía Juan XXIII, es necesario llegar, en vuestra producción, a un "desarme de los espíritus" (cf. Discurso a los periodistas del Concilio, 13 de octubre de 1962). ¡Cuál no sería el progreso de los intercambios de comunicación, si el mercado se hallase abundantemente provisto de programas que presentasen algo distinto a esta voluntad de dominar que inspiran tantas obras actualmente distribuidas! ¡Y cuál no sería la mejora cualitativa si los usuarios "impusiesen", con sus demandas y reacciones, que se renuncie al ideal del más fuerte! Para actuar en un espíritu de justicia, no basta "actuar contra", en nombre de una fuerza empedernida. Es preciso también "actuar para y con" los otros, o, en el mundo de los mass-media, comunicar para cada uno y con cada uno.

La estrategia de la confianza significa además superar todos los obstáculos que se oponen a las "obras de justicia" con miras a la paz. Es: necesario, en principio, superar las barreras de la desconfianza. Nada mejor que las comunicaciones sociales puede traspasar todas las barreras de razas, clases, culturas, las unas frente a las otras. La desconfianza puede nacer de cualquier forma de parcialidad y de intolerancia social, política o religiosa. La desconfianza vive del desaliento que se hace derrotismo. La confianza, por el contrario, es el fruto de una actitud ética más rigurosa en todos los niveles de la vida cotidiana. El Papa Juan XXIII recordaba que era absolutamente necesario superar el desequilibrio entre las posibilidades técnicas y el compromiso ético de la comunidad humana. Y vosotros, que sois artífices o usuarios de las comunicaciones, sabéis bien que el mundo de la comunicación es un mundo de explosión del progreso tecnológico. Por ello, en este sector-punta de la experiencia humana, la exigencia ética es la más urgente a todos los niveles.

Vuestro papel, además, consiste en contribuir a hacer posible la paz a través de la justicia. La información es la vía de la sensibilización, de la verificación, del control de la realidad de los hechos en los caminos de la paz. Esta contribución se puede profundizar a través de los debates y discusiones públicos en los mass-media. Es tal vez en este nivel donde vuestra imaginación se pondrá a prueba más duramente. La respuesta de los usuarios será también ahí la más necesaria.

No debemos descuidar nunca la divulgación insistente de todo lo que puede ayudar a hacer comprender y a hacer vivir la paz y la justicia, desde las más humildes iniciativas al servicio de la paz y de la justicia hasta los esfuerzos de las instancias internacionales. Entre estas iniciativas, el papel de un nuevo orden mundial de la información y de la comunicación, al servicio de la paz y de la justicia, para la garantía de la difusión múltiple de la información en favor de todos, ocupa, ciertamente, un lugar importante, como ya he recordado con ocasión de uno de los congresos de la Unión Católica Internacional de la Prensa (cf. Discurso a la UCIP, 25 de septiembre de 1980). Vuestra tarea de responsables de las comunicaciones es la de una educación permanente. Vuestro deber de usuarios es el de una continua búsqueda de acceso a todos los datos que podrán formar vuestra opinión y haceros cada vez más sensibles a vuestras responsabilidades. Todos nosotros somos responsables del destino de la justicia y de la paz.

Entre todas las iniciativas a divulgar, permitidme pediros con insistencia que no descuidéis la presentación de la idea cristiana de la paz y la justicia, del mensaje cristiano sobre la paz y la justicia, sin excluir las invitaciones al compromiso, pero también a la oración por la paz: dimensión irreemplazable de la contribución eclesial a las iniciativas de paz y en favor de los esfuerzos para vivir en la justicia.

Todo ello, lo sabéis, supone la presentación, a través de los medios de comunicación social, de la imagen verdadera y completa de la persona humana, fundamento de toda referencia a la justicia y a la paz. Todo lo que ofende a la persona es ya un "acto de guerra" que comienza. ¡Qué incalculables consecuencias tendrán, pues, cada una de las iniciativas de comunicación, cuyos animadores sois vosotros!

Con la divulgación, es preciso afirmar todas las condiciones previas en orden a la justicia y a la paz: los derechos inalienables de la persona humana, las libertades fundamentales en la igualdad y con vistas a una participación de todos en el bien común, el respeto de las soberanías legítimas, los deberes de indemnización y de asistencia… Pero sobre todo es preciso poner de relieve los valores de la vida: no ya la existencia presentada como inexorablemente integrada en una "lucha por la vida", sino la vida vivida con la inteligencia de la sabiduría en la bondad, o, más aún, el amor como fuente y como ideal de vida. Sólo el amor, que inventa de nuevo cada día la fraternidad, podrá definitivamente lograr la capitulación del terror. Que el amor, inspirado por el don de Dios, pueda actuar sobre estas "maravillas técnicas" de la comunicación, que son también "dones de Dios" (cf. Miranda prorsus).

Esperando que estas palabras os ayuden a no perder nunca de vista la justicia y la paz, ya sea en el momento de la creación de vuestros programas, a vosotros, queridos artífices de las comunicaciones sociales, o en el momento de la escucha y de la respuesta, a vosotros, queridos usuarios, os manifiesto a todos mi propia confianza y os invito a trabajar para crear confianza, al servicio de la humanidad entera. Con este espíritu os doy gozosamente mi bendición apostólica.

Vaticano, 24 de enero de 1987.

MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA 20a JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

La formación de la opinión pública en sentido cristiano.

11 de mayo de 1986

1. Queridos hermanos y hermanas:

El reciente Sínodo Extraordinario de los Obispos celebrado con ocasión del XX aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II, no ha pretendido solamente conmemorar con solemnidad dicho acontecimiento, destinado a marcar muy profundamente la vida de la Iglesia en este siglo, sino que ha hecho sobre todo revivir su espíritu y ha recordado sus enseñanzas y decisiones. De este modo, el Sínodo ha sido un nuevo lanzamiento y actualización del Concilio Vaticano II en la vida de la Iglesia.

Entre las iniciativas suscitadas por las directrices conciliares merece sin duda un relieve especial la institución de la "Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales", con la finalidad de "reforzar más eficazmente el multiforme apostolado de la Iglesia en el ámbito de los instrumentos de la comunicación social, en todas las diócesis del mundo" (Inter mirifica, 18). Esta decisión -que pone de manifiesto el gran peso que los padres conciliares atribuían a las comunicaciones sociales-, muestra hoy una importancia todavía mayor, debido a la influencia siempre creciente que estos medios ejercen.

La Iglesia en estos veinte años, fiel al deseo del Vaticano II, no ha dejado nunca de celebrar la "Jornada de las Comunicaciones Sociales" asignándole un tema concreto cada vez. Este año la "Jornada" dedicará su atención a considerar y profundizar la contribución que las comunicaciones sociales pueden dar a la formación cristiana de la opinión pública.

2. No es la primera vez que la Iglesia se interesa en este tema. "El diálogo de la Iglesia -recordaba en 1971 la Instrucción Pastoral Communio et progressio– no compete totalmente a sus fieles, sino que se extiende a todo el mundo. La Iglesia ha de proclamar su doctrina y su moral, en virtud del derecho a la información concedido a todos los humanos del que ella participa y en virtud de un claro mandato divino (cf. Mt 28, 19)" (n. 122).

Pablo VI a su vez añadía, en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi: "En nuestro siglo, influenciado por los mass-media o medios de comunicación social, el primer anuncio, la catequesis o el ulterior ahondamiento de la fe no pueden prescindir de estos medios, como hemos dicho antes. Puestos al servicio del Evangelio, ellos ofrecen la posibilidad de extender casi sin límites el campo de audición de la Palabra de Dios, haciendo llegar la Buena Nueva a millones de personas. La Iglesia se sentiría culpable ante Dios si no empleara esos poderosos medios, que la inteligencia humana perfecciona cada vez más. Con ellos la Iglesia pregona sobre los terrados el mensaje del que es depositaria. En ellos encuentra una versión moderna y eficaz del 'púlpito'. Gracias a ellos puede hablar a las masas" (n. 45).

3. La "opinión pública" consiste en el modo común y colectivo de pensar y de sentir de un grupo social más o menos vasto en determinadas circunstancias de tiempo y de lugar. Indica lo que la gente piensa comúnmente sobre un tema, un acontecimiento, un problema de un cierto relieve. La opinión pública se forma por el hecho de que un gran número de personas hace propio, considerándolo verdadero y justo, lo que algunas personas y algunos grupos, que gozan de especial autoridad cultural, científica o moral, piensan y dicen. Lo cual muestra la grave responsabilidad de aquellos que por su cultura y su prestigio forman la opinión pública o influyen en alguna medida sobre su formación. Efectivamente, las personas tienen derecho a pensar y a sentir en conformidad con lo que es verdadero y justo, porque del modo de pensar y de sentir depende la actuación moral. Esta será recta si el modo de pensar es conforme a la verdad.

Hay que poner de relieve, al respecto, que la opinión pública tiene una gran influencia en la manera de pensar, de sentir y de actuar de aquellos que -o por su joven edad o por falta de cultura- no son capaces de formular un juicio crítico. De este modo son muchos los que piensan y actúan según la opinión común sin que estén en condiciones de sustraerse a su presión. Hay que poner también de relieve que la opinión pública influye fuertemente en la formación de las leyes. En realidad no cabe duda de que la introducción de leyes injustas en ciertos países, como por ejemplo las que legalizan el aborto, hay que atribuirla a la presión ejercida por una opinión pública favorable al mismo.

Opinión pública sensible al valor absoluto de la vida humana.

4. De ahí se desprende la importancia de formar una opinión pública moralmente sana sobre los problemas que afectan de cerca el bien de la humanidad en nuestro tiempo. Entre estos bienes situamos los valores de la vida, de la familia, de la paz, de la justicia y de la solidaridad entre los pueblos.

Es necesario que se forme una opinión pública sensible al valor absoluto de la vida humana, de manera que se reconozca como tal en todos los estadios, desde la concepción hasta la muerte, y en todas sus formas, incluso aquellas marcadas por la enfermedad y minusvalidez física y espiritual. Se va, de hecho, difundiendo una mentalidad materialista y hedonística, según la cual la vida es digna de ser vivida solamente cuando es sana, joven y bella.

Es necesario que acerca de la familia se forme una opinión pública recta que ayude a superar algunos modos de pensar y de sentir que no están conformes con el plan de Dios, que la ha establecido indisoluble y fecunda. Lamentablemente se está difundiendo una opinión pública favorable a las uniones libres, al divorcio y a la drástica reducción de la natalidad con cualquier medio. Hay que rectificarla por perjudicial al verdadero bien de la humanidad, la cual será tanto más feliz cuanto más unida y sana esté la familia.

Después, hay que crear una opinión pública cada vez más fuerte en favor de la paz y de aquello que la construye y mantiene, como el aprecio recíproco y la concordia mutua entre los pueblos; el rechazo de toda forma de discriminación racial y de nacionalismo exasperado; el reconocimiento de los derechos y de las justas aspiraciones de los pueblos; el desarme, en primer lugar de los ánimos y después de los instrumentos de destrucción; el esfuerzo de resolver pacíficamente los conflictos. Está claro que solamente: una fuerte opinión pública favorable a la paz puede detener a aquellos que estuviesen tentados de ver en la guerra la vía para resolver las tensiones y conflictos. "Los rectores de los pueblos -afirma la Constitución pastoral Gaudium et spes– dependen en su mayor parte de las opiniones y de los sentimientos de las multitudes. En realidad es inútil que éstos se esfuercen con tenacidad en construir la paz mientras sentimientos de hostilidad, de desprecio y de desconfianza, odios raciales y obstinadas ideologías dividen a los hombres, colocándoles los unos contra los otros. De ahí la extrema y urgente necesidad de una renovada educación de los ánimos y de una nueva orientación de la opinión pública" (n. 82).

En fin, es necesaria la formación de una fuerte opinión pública en favor de la solución de los angustiosos problemas de la justicia social, del hambre y del subdesarrollo. Es menester que estos problemas sean hoy mejor conocidos en su tremenda realidad y gravedad, que se cree una fuerte y amplia opinión pública en su favor, porque sólo bajo la vigorosa presión de ésta los responsables políticos y económicos de los países ricos serán inducidos a ayudar a los países en vías de desarrollo.

5. Particularmente urgente resulta la formación de una sana opinión pública en el campo moral y religioso. A fin de poner un dique a la difusión de una mentalidad favorable al permisivismo moral y a la indiferencia religiosa, se hace necesario formar una opinión pública que respete y aprecie los valores morales y religiosos, en cuanto éstos hacen al hombre plenamente "humano" y dan plenitud de sentido a la vida. El peligro del (1)nihilismo, es decir, de la pérdida de los valores más propiamente humanos, morales y religiosos, incumbe como grave amenaza a la humanidad de hoy.

Además, ha de formarse una correcta opinión pública sobre la naturaleza, misión y obra de la Iglesia, vista hoy en día por muchos como una estructura simplemente humana, y no como en realidad es: una realidad misteriosa que encarna en la historia el amor de Dios y lleva a los hombres la palabra y la gracia de Cristo.

6. En el mundo actual los medios de comunicación social en su múltiple variedad -prensa, cine, radio, televisión– son los principales factores de la opinión pública. Por eso es grande la responsabilidad moral de todos aquellos que se sirven de estos medios o son sus inspiradores. Estos han de ponerse al servicio del hombre y, por tanto, de la verdad y del bien, que son los valores humanos más importantes y necesarios. Por esto, los que trabajan profesionalmente en el campo de la comunicación social han de sentirse comprometidos en la formación y difusión de opiniones públicas conformes a la verdad y el bien.

En un esfuerzo tal han de distinguirse los cristianos, bien conscientes de que, al contribuir a la formación de opiniones públicas favorables a la justicia, a la paz, a la fraternidad, a los valores religiosos y morales, contribuyen no poco a la difusión del reino de Dios, que es reino de justicia, de verdad y de paz.

7. Estos han de poder sacar del mensaje cristiano inspiraciones para ayudar a sus hermanos a que se formen opiniones correctas y justas, ya que dicho mensaje se dirige al bien y a la salvación del hombre. Opiniones conformes al plan de amor y de salvación del hombre que Dios ha revelado y actuado en Jesucristo. De hecho, la fe cristiana y la enseñanza de la Iglesia, precisamente porque está cimentada en Cristo, camino, verdad y vida, son luz y fuerza para los hombres en su camino histórico.

Concluyo este Mensaje con una especial bendición para todos aquellos que trabajan en el campo de la comunicación social con espíritu cristiano de servicio a la verdad y de promoción de los valores morales y religiosos. Y les aseguro mi oración, al tiempo que les animo a este trabajo, que requiere valentía y coherencia y que es un servicio a la verdad y a la libertad. Es, en realidad, la verdad la que hace libres a los hombres (cf. Jn 8, 32). Por tanto, trabajar para la formación de una opinión pública conforme a la verdad es trabajar para el crecimiento de la libertad.

Vaticano, 24 de enero de 1986, fiesta de San Francisco de Sales

MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA 19a JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Las comunicaciones sociales para una promoción cristiana de la juventud.

19 de mayo de 1985

¡Queridísimos hermanos y hermanas en Cristo, hombres y mujeres que sentís profundamente la causa de la dignidad de la persona humana y, sobre todo, vosotros jóvenes del mundo entero, que tenéis que escribir una nueva página de historia para el 2000!

1. La Iglesia, como todos los años, se prepara a celebrar la Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales. Una cita de oración y de reflexión, a la cual debe sentirse convocada toda la comunidad eclesial, llamada al anuncio y testimonio del Evangelio (cf. Mc 16, 15), a fin de que los mass-media, con la colaboración de todos los hombres de buena voluntad, puedan contribuir verdaderamente a la "actuación de la justicia, de la paz, de la libertad y del progreso humano" (Communio et progressio, 100).

El tema de la Jornada -"Las comunicaciones sociales para una promoción cristiana de la juventud"- está en sintonía con la iniciativa de las Naciones Unidas, que han proclamado 1985 "Año Internacional de la Juventud". Los medios de comunicación social, "capaces de extender casi hasta el infinito el campo de escucha de la Palabra de Dios" (Evangelii nuntiandi, 45), pueden en efecto ofrecer a los jóvenes una notable contribución para realizar, mediante una elección libre y responsable, su vocación personal de hombres y de cristianos, preparándose de este modo a ser los constructores y los protagonistas de la sociedad de mañana.

2. La Iglesia, con el Concilio Vaticano II, del que celebramos este año el XX aniversario de la clausura, y después con el Magisterio sucesivo, ha reconocido claramente el gran relieve de los mass-media en el desarrollo de la persona humana: en el plano de la información, de la formación, de la maduración cultural, además de la diversión y del empleo del tiempo libre. Pero ésta ha precisado también que se trata de instrumentos al servicio del hombre y del bien común; medios y no fines.

El mundo de la comunicación social se encuentra hoy sometido a un desarrollo tan vertiginoso cuanto complejo e imprevisible -se habla ya de época tecnotrónica, para indicar la creciente interacción entre tecnología y electrónica– y afectado por no pocos problemas, conexos con la elaboración de un nuevo orden mundial de la información y de la comunicación, en relación con las perspectivas abiertas mediante el empleo de los satélites y la superación de las barreras del éter.

Se trata de una revolución que, no sólo comporta un cambio en los sistemas y las técnicas de comunicación, sino que afecta a todo el universo cultural, social y espiritual de la persona humana. Esta, en consecuencia, no puede responder simplemente a unas propias reglas internas, sino que debe obtener los propios criterios de fondo de la verdad del hombre y sobre el hombre, formado a imagen de Dios.

Según el derecho a la información, que todo hombre posee, la comunicación debe responder siempre, en su contenido, a la verdad y, en el respeto de la justicia y de la caridad, debe ser íntegra. Lo cual es válido, con mayor razón, en el momento de dirigirse a los jóvenes, a aquellos que se están abriendo a las experiencias de la vida. Sobre todo, en este caso, la información no puede quedar indiferente respecto a valores que tocan en profundidad la existencia humana, tales como la primacía de la vida desde el momento de su concepción, la dimensión moral y espiritual, la paz, la justicia. La información no puede ser neutra ante problemas y situaciones que, a nivel nacional e internacional, desbaratan el tejido conjuntivo de la sociedad, como la guerra, la violación de los derechos humanos, la pobreza, la violencia, la droga.

3. El destino del hombre se decide, desde siempre, en el frente de la verdad, de la elección que, en virtud de la libertad que le ha concedido el Creador, el hombre realiza entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Pero resulta impresionante y doloroso ver, hoy, un número siempre mayor de hombres impedidos de realizar libremente esta elección, ya sea porque están subyugados por regímenes autoritarios, sofocados por sistemas ideológicos, manipulados por una ciencia y una técnica totalizantes, o condicionados por los mecanismos de una sociedad fomentadora de comportamientos cada vez más despersonalizados.

La libertad parece ser el gran desafío que la comunicación social deberá afrontar, para conquistar espacios de suficiente autonomía, allí donde ésta se encuentre todavía sometida a las censuras de regímenes totalitarios o a las imposiciones de poderosos grupos de presión culturales, económicos, políticos.

Factores de comunión y de progreso, los mass-media deben superar las barreras ideológicas y políticas, acompañando a la humanidad en su camino hacia la paz y favoreciendo el proceso de integración y de solidaridad fraterna entre los pueblos, en la doble dirección Este-Oeste y Norte-Sur. Vehículos de formación y de cultura, los mass-media deben contribuir a la renovación de la sociedad y, en particular, al desarrollo humano y moral de los jóvenes, haciéndoles tomar conciencia de los compromisos históricos que les esperan en vísperas del tercer milenio. A tal fin, los mass-media deben abrir a la juventud nuevos horizontes, educándola en el deber, en la honestidad, en el respeto de los propios semejantes, en el sentido de la justicia, de 1a amistad, del estudio, del trabajo

4. Estas consideraciones ponen en clara evidencia el inmenso potencial de bien que los medios de comunicación social pueden hacer desencadenar. Pero al propio tiempo, dejan también intuir las graves amenazas que los mass-media -si se doblegan a la lógica de poderes o de intereses, si son utilizados con fines torcidos, contra la verdad, contra la dignidad de la persona humana, contra su libertad- pueden llevar a la sociedad. Y en primer lugar a los miembros de la misma más frágiles e indefensos.

El periódico, el libro, el disco, el filme, la radio, sobre todo la televisión y, ahora, el videorregistrador, hasta llegar a la cada día más sofisticada computadora, representan hoy en día una fuente importante, si no la única, a través de la cual el joven entra en contacto con la realidad externa y vive la propia cotidianidad. Por otra parte, el joven acude cada vez más frecuentemente a la fuente de los mass-media, ya sea porque dispone de más tiempo libre, ya porque los ritmos convulsos de la vida moderna han acentuado la tendencia al ocio como pura evasión. Además, debido a la ausencia de ambos padres, cuando la madre se encuentra obligada a un trabajo extra doméstico, se ha debilitado el tradicional control educativo acerca del uso que se hace de tales medios. De este modo, los jóvenes son los primeros y más inmediatos receptores de los mass-media, pero son también los más expuestos a la multiplicidad de informaciones y de imágenes que, a través de éstos, llegan directamente a casa. Por otra parte, no se puede ignorar la peligrosidad de ciertos mensajes, transmitidos incluso en las horas de mayor audiencia de público juvenil, camuflados en una publicidad cada vez más al descubierto y agresiva, o propuestos en espectáculos en los que parece que la vida del hombre está regulada solamente por las leyes del sexo y de la violencia.

Se habla de "videodependencia", un término que ha entrado ya en el uso común, para indicar una cada vez más vasta influencia que los medios de comunicación social, con su carga de sugestión y de modernidad, tienen sobre los jóvenes. Se hace necesario examinar este fenómeno a fondo, verificar sus reales consecuencias sobre los receptores que todavía no han madurado una suficiente conciencia crítica. No es, de hecho, solamente cuestión de condicionamientos del tiempo libre, es decir, de una restricción de los espacios a reservar cotidianamente a otras actividades intelectuales y recreativas, sino también de un condicionamientos de la misma sicología, de la cultura, de los comportamientos de la juventud.

La educación transmitida por los formadores tradicionales, y en particular por los padres, tiende a ser sustituida por una educación unidireccional, que ignora la fundamental relación dialoguística, interpersonal. Una cultura establecida sobre los valores-contenidos, sobre la cualidad de las informaciones, queda sustituida por una cultura de lo provisional que conduce a rechazar los compromisos a largo plazo, por una cultura masificante que induce a rehuir las elecciones personales inspiradas en la libertad. A una formación orientada al acrecentamiento del sentido de responsabilidad individual y colectivo, se contrapone una actitud de aceptación pasiva de las modas y de las necesidades impuestas por un (1)materialismo que, al incentivar los consumos, vacía las conciencias. La imaginación, que es propia de la edad juvenil, expresión de su creatividad, de sus impulsos generosos, se torna árida en la dependencia de la imagen, es decir, en un hábito que se torna indolencia y apaga estímulos, deseos, compromisos y proyectos.

5. Se trata de una situación que, aun evitando generalizaciones, debe inducir a cuantos operan en la comunicación social a una seria y profunda reflexión. Estos tienen una tarea exaltante y, al propio tiempo, tremendamente comprometida; además, según el empleo que hagan de sus recursos de ingenio y de profesionalidad, depende en gran medida la formación de aquellos que, en el mañana, deberán mejorar esta sociedad nuestra empobrecida en sus valores humanos y espirituales y amenazada de autodestrucción.

Los padres y educadores tienen una tarea todavía más comprometida. Su testimonio, sostenido por una conducta cultural y moralmente coherente, puede de hecho representar la más eficaz y creíble de las enseñanzas. El diálogo, el discernimiento crítico, la vigilancia son condiciones indispensables para educar al joven en un comportamiento responsable respecto al uso de los mass-media, restableciendo en él el justo equilibrio, tras el posible impacto negativo con estos medios.

El Año Internacional de la Juventud, también en este campo significa una interpelación al mundo de los adultos en su totalidad. Es para todos un deber ayudar a los jóvenes a que entren en la sociedad como ciudadanos responsables, hombres formados, conscientes de su propia dignidad.

6. Es aquí precisamente donde la XIX Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales asume plena significación. El tema de la próxima celebración va al corazón de la misión de la Iglesia, que debe llevar la salvación a todos los hombres, predicando el Evangelio "sobre los tejados" (Mt 10, 27; Lc 12, 3). Hoy se ofrecen grandes posibilidades a la comunicación social, en la cual la Iglesia reconoce el signo de la obra creadora y redentora de Dios, que el hombre debe continuar. Estos instrumentos pueden, por tanto, ser poderosos canales para la transmisión del Evangelio, ya sea a nivel de preevangelización, ya de profundización ulterior de la fe, para favorecer la promoción humana y cristiana de la juventud.

Esto pide evidentemente:

  • ? una profunda acción educativa, en la familia, en la escuela, en la parroquia, a través de la catequesis, para instruir y guiar a los jóvenes a un uso equilibrado y disciplinado de los mass-media, ayudándoles a formarse un juicio crítico, iluminado por la fe, sobre las cosas vistas, oídas y leídas (Inter mirifica 10, 16; Communio et progressio 67-70, 107);

  • ? una cuidada y específica formación teórica y práctica en los seminarios, en las asociaciones de apostolado seglar, en los nuevos movimientos eclesiales, especialmente los juveniles, no sólo para conseguir un conocimiento adecuado de los medios de comunicación social, sino también para realizar las indudables potencialidades en orden a reforzar el diálogo en la caridad y los vínculos de comunión (Communio et progressio 108, 110, 115-117);

  • ? la presencia activa y coherente de los cristianos en todos los sectores de la comunicación social, para aportar no sólo la contribución de su preparación cultural y profesional, sino también un testimonio vivo de su fe (Communio et progressio 103);

  • ? el compromiso de la comunidad católica a fin de que, cuando se haga necesario, denuncie espectáculos y programas que atenten al bien moral de los jóvenes, reivindicando la exigencia de una información más verdadera sobre la Iglesia y de transmisiones inspiradas más positivamente en los valores auténticos de la vida (Inter mirifica 14); la presentación del mensaje evangélico en su integridad: preocupándose de no traicionarlo, de no alterarlo, de no reducirlo instrumentalmente a visiones socio-políticas; y en cambio, según el ejemplo de Cristo perfecto comunicador, adecuándose a los receptores, a la mentalidad de los jóvenes, a su modo de hablar, a su estado y condición (Catechesi tradendae 35, 39, 40).

7. En la conclusión de este Mensaje, deseo dirigirme especialmente a los jóvenes que han encontrado ya a Cristo, a los que han acudido a Roma, al inicio de la Semana Santa, en comunión espiritual con millones de sus coetáneos, para proclamar, junto al Papa, que "Cristo es nuestra paz"; pero también a todos los jóvenes que, si bien de manera confusa, entre incertidumbres, angustias y pasos en falso, aspiran a encontrar este "Jesús llamado Cristo" (Mt 1, 16) para dar un sentido, una finalidad a su vida.

¡Queridísimos jóvenes! Hasta ahora me he dirigido al mundo de los adultos. Pero en realidad sois vosotros los primeros destinatarios de este Mensaje. La importancia y el significado último de los medios de comunicación social dependen, en definitiva, del uso que de ellos hace la libertad humana. Dependerá por tanto de vosotros, del uso que hagáis de ellos, de la capacidad crítica con la que sepáis utilizarlos, el que estos medios sirvan a vuestra formación humana y cristiana o si, en cambio, éstos se tornarán contra vosotros, sofocando vuestra libertad y apagando vuestra sed de autenticidad.

Dependerá de vosotros, jóvenes, a quienes corresponde la construcción de la sociedad del mañana, en la cual la intensificación de informaciones y comunicaciones multiplicará las formas de vida asociativa, y el desarrollo tecnológico abatirá las barreras entre los hombres y las naciones; dependerá de vosotros el que la nueva sociedad sea una sola familia humana, en la que hombres y pueblos puedan vivir en una más estrecha colaboración e integración mutuas o si, en cambio, en la sociedad futura se agudizarán aquellos conflictos y aquellas divisiones que laceran el mundo contemporáneo.

Con las palabras del Apóstol Pedro, repito aquí el deseo que he expresado en mi Carta a los jóvenes y a las jóvenes del mundo: que estén "siempre dispuestos a dar razón a quien lo pida de la esperanza que está en vosotros" (1 Pe 3, 15). "Sí, precisamente vosotros, porque de vosotros depende el futuro, de vosotros depende el final de este milenio y el comienzo del nuevo. No permanezcáis pues pasivos; asumid vuestras responsabilidades en todos los campos abiertos a vosotros en nuestro mundo" (n. 16).

Queridísimos jóvenes: Mi invitación a la responsabilidad, al compromiso es, antes que nada, una invitación a la búsqueda de "la verdad que os hará libres" (Jn 8, 32), y la verdad es Cristo (cf. Jn 14, 6). Se trata por tanto de una invitación a poner la verdad de Cristo en el centro de vuestra vida; a testimoniar esta verdad en vuestra historia cotidiana, en las elecciones decisivas que tendréis que cumplir para ayudar a que la humanidad se encamine por los senderos de la paz y de la justicia.

Con estos sentimientos imparto a todos, propiciadora de luces celestiales, mi bendición apostólica.

Vaticano, 15 de abril de 1985, VII año de mi pontificado

MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA 18a JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Las comunicaciones sociales: instrumento de encuentro entre fe y cultura.

3 de junio de 1984

Muy queridos hermanos y hermanas en Cristo:

1. Esta Jornada anual que quiso el Concilio Vaticano II para "vigorizar con creciente eficacia el multiforme apostolado de la Iglesia en materia de medios de comunicación social" (Inter mirifica, 18), es la XVIII y tiene por objeto educar cada vez mejor a los fieles respecto de sus deberes en un sector tan importante. En esta ocasión deseo en primer lugar exhortar a cada uno de vosotros a uniros a mí en la oración para que el mundo de la comunicación social, con sus operadores y la multitud de quienes la reciben, desempeñe fielmente su función al servicio de la verdad, libertad y promoción de todo el hombre en todos los hombres.

El tema elegido para esta XVIII Jornada es de gran relieve: Las comunicaciones sociales, instrumento de encuentro entre fe y cultura. Cultura, fe y comunicación son tres realidades con una relación entre sí de la que dependen el presente y el futuro de nuestra civilización llamada a expresarse con plenitud creciente en su dimensión planetaria.

2. Según he dicho ya (cf. Discurso a la UNESCO, 2 de junio de 1980), la cultura es un modo específico de existir y ser del hombre. Dentro de cada comunidad crea un conjunto de vínculos entre las personas que determinan el carácter interhumano y social de la existencia humana. Sujeto y artífice de la cultura es el hombre y éste se expresa en ella, y en ella alcanza su equilibrio.

La fe es el encuentro entre Dios y el hombre, a Dios que revela y realiza en la historia su plan de salvación, responde el hombre con la fe, acogiendo y haciendo suyo este designio y orientando su vida hacia este mensaje (cf.Rom 10, 9; 2 Cor 4, 13): la fe es un don de Dios al que debe responder la decisión del hombre.

Pero si la cultura es el camino específicamente humano para llegar cada vez más al ser y si, por otra parte, el hombre se abre en la fe al conocimiento del Ser Supremo, a cuya imagen y semejanza ha sido creado (cf. Gén 1, 26), no hay quien no capte la relación profunda existente entre una y otra experiencia humana. Así se comprende por qué el Concilio Vaticano II ha querido destacar "los estímulos y ayudas excelentes" que el misterio de la fe cristiana ofrece al hombre para que cumpla con mayor empeño el deber de construir un mundo más humano, es decir, un mundo que responda a su "vocación integral" (cf. Gaudium et spes, 57).

Más aún, la cultura es de por si comunicación no sólo y no tanto del hombre con el ambiente que está llamado a señorear (cf. Gén 2, 19-20), cuanto del hombre con los demás hombres. En efecto la cultura es una dimensión relacional y social de la existencia humana; iluminada por la fe, expresa asimismo la comunicación plena del hombre con Dios en Cristo y, al contacto con las verdades reveladas por Dios, encuentra más fácilmente el fundamento de las verdades humanas que promueven el bien común.

3. Por tanto, la fe y la cultura están llamadas a encontrarse y a inter-actuar precisamente en el terreno de la comunicación: la realización concreta del encuentro y de la interacción, y de su intensidad y eficacia, en gran medida dependen de la idoneidad de los instrumentos empleados en la comunicación. La prensa, cine, teatro, radio y televisión, con la evolución experimentada por cada uno de estos medios a lo largo de la historia, no siempre han resultado adecuados para el encuentro entre fe y cultura. En especial la cultura de nuestro tiempo parece dominada y plasmada por medios de comunicación novísimos y potentes -la radio y sobre todo la televisión-, hasta el punto de que a veces parecen imponerse como fines y no como simples medios, incluso por las características de organización y estructura que requieren.

Sin embargo, este aspecto de los mass-media modernos no debe hacernos olvidar que se trata siempre de comunicación y que ésta es por naturaleza siempre comunicación de algo; por tanto, el contenido de la comunicación es determinante siempre, hasta el punto de cualificar la misma comunicación. Así, pues, sobre los contenidos hay que apelar siempre al sentido de responsabilidad de los comunicadores y al sentido crítico de quienes reciben la comunicación.

4. Ciertos aspectos decepcionantes del uso de los mass-media modernos, no deben llevarnos a olvidar que con sus contenidos pueden llegar a ser maravillosos instrumentos de difusión del Evangelio, adaptados a los tiempos y capaces de alcanzar los extremos más recónditos de la tierra. Y en especial pueden prestar gran ayuda en la catequesis, como he recordado en la Exhortación Apostólica Catechesi tradendae (n. 46).

Sean, pues, conscientes de su alta misión cuantos utilizan los medios de comunicación social en la evangelización, pues contribuyen a construir un tejido cultural en el que el hombre se hace más hombre al adquirir conciencia de su relación con Dios; tengan la competencia profesional debida y sientan la responsabilidad de transmitir el mensaje evangélico con toda su pureza e integridad, sin confundir la doctrina divina con las opiniones de los hombres. Porque los mass-media siempre responden a una determinada concepción del hombre, tanto cuando se ocupan de la actualidad informativa, como cuando afrontan temas propiamente culturales o se emplean con fines de expresión artística o de entretenimiento; y se los evalúa según sea acertada y completa esta concepción.

Al llegar a este punto, mi llamamiento se hace urgente y se dirige a todos los operadores de la comunicación social de cualquier latitud y religión.

Operadores de la comunicación social:

  • ? No deis una imagen del hombre mutilada, tergiversada o cerrada a los auténticos valores humanos.

  • ? Conceded espacio a lo trascendente, que hace al hombre más hombre.

  • ? No ridiculicéis los valores religiosos, no los ignoréis, no los interpretéis según esquemas ideológicos.

  • ? Esté inspirada siempre vuestra información en criterios de verdad y justicia, y sentid el deber de rectificar y reparar cuando caigáis en algún error.

  • ? No corrompáis a la sociedad y menos aún a los jóvenes con la representación regodeada e insistente del mal, la violencia o la depravación moral, pues así hay manipulación ideológica y siembra de divisiones.

Sabed todos los operadores de los mass-media que vuestros mensajes llegan a la masa, que lo es por el número de sus componentes; pero cada uno de ellos es hombre, persona concreta e irrepetible, a quien se ha de reconocer y respetar como tal. ¡Ay de quien escandalice, sobre todo a los más pequeños! (cf. Mt 18. 6). En una palabra, empeñaos en promover una cultura verdaderamente a la medida del hombre, conscientes de que actuando así facilitaréis el encuentro con la fe, de la que nadie debe tener miedo.

5. Un examen realista lleva, por desgracia, a reconocer que en nuestro tiempo se usan las inmensas potencialidades de los mass-media contra el hombre y que la cultura dominante desatiende el encuentro con la fe, tanto en los países donde está permitida la libre circulación de las ideas como donde la libertad de expresión se confunde con el desenfreno irresponsable. Es deber de todos sanear la comunicación social y enderezarla de nuevo a sus nobles objetivos; aténganse los comunicadores a las reglas de una ética profesional correcta, desempeñen los críticos su útil acción clarificadora ayudando a formar la conciencia crítica de los receptores de la comunicación, sepan éstos seleccionar con talento y prudencia libros, periódicos, espectáculos cinematográficos y teatrales y programas televisivos, para que les ayuden a crecer y no a pervertirse, y también, a través de formas asociativas convenientes hagan oír su voz ante los operadores de la comunicación para que ésta respete siempre la dignidad del hombre y de sus derechos inalienables. Y recuerdo, con palabras del Concilio Vaticano II, que "la misma autoridad pública que legítimamente se ocupa de la salud de los ciudadanos, está obligada a procurar justa y celosamente mediante la promulgación y diligente ejecución de las leyes, que no se sigan graves daños a la moralidad pública.

6. En efecto, como hay un hombre comunicador al comienzo de la comunicación y un hombre receptor al final de ésta, los instrumentos de comunicación social facilitarán el encuentro entre fe y cultura si favorecen el encuentro entre las personas, a fin de que no se forme una masa de individuos aislados en la que cada uno dialogue con la página, el escenario y la grande o pequeña pantalla, sino una comunidad de personas conscientes de la importancia del encuentro con la fe y la cultura, y decididas a llevarlo a cabo por medio del contacto personal en la familia, en el lugar de trabajo y en las relaciones sociales. Cultura y fe que encuentran en los mass-media ayudas directas o indirectas útiles y hasta indispensables, circulan en el diálogo entre padres e hijos, se enriquecen con la obra de maestros y educadores y crecen con la acción pastoral directa hasta el encuentro personal con Cristo presente en la Iglesia y en sus sacramentos.

Por intercesión de María Santísima pido para los operadores de la comunicación y para la inmensa comunidad de receptores, los favores celestiales de los que es propiciadora mi bendición apostólica, con el fin de que cada uno según su misión se empeñe en que las comunicaciones sociales sean instrumentos cada vez más eficaces de encuentro entre fe y cultura.

Vaticano 24 de mayo de 1984, VI año de mi pontificado.

MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA17a JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

La promoción de la paz.

15 de mayo de 1983

Queridísimos hermanos y hermanas en Cristo:

1. La promoción de la paz: éste es el tema que la Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales propone este año a vuestra reflexión. Tema de extrema importancia y de palpitante actualidad.

En un mundo que, gracias al progreso espectacular y a la rápida expansión de los mass-media, se está volviendo cada vez más interdependiente, la comunicación y la información representan hoy una fuerza que puede servir eficazmente a la grande y noble causa de la paz, pero puede también agravar tensiones y favorecer nuevas formas de injusticia y de violación de los derechos humanos.

Plenamente consciente del papel de los operadores de la comunicación social, en mi reciente Mensaje para la Jornada mundial de la Paz (1 de enero de 1983), que tenía como tema: "El diálogo por la paz, un desafío para nuestro tiempo", he creído necesario dirigir una especial llamada a cuantos trabajan en los mass-media para animarles a sopesar su responsabilidad y a poner de relieve con la mayor objetividad los derechos, los problemas y las mentalidades de cada una de las partes a fin de promover la comprensión y el diálogo entre los grupos, los países y las civilizaciones (cf. núm. 2).

¿De qué modo la comunicación social podrá promover la paz?

Garantizar un uso recto, justo y constructivo de la información

2. Ante todo mediante la realización, en el plano institucional, de un orden de la comunicación que garantice un recto uso, justo y constructivo, de la información, removiendo atropellos, abusos y discriminaciones fundadas sobre el poder político, económico e ideológico. No se trata aquí en primer lugar de pensar en nuevas aplicaciones tecnológicas, sino más bien de repensar los principios fundamentales y las finalidades que han de presidir la comunicación social, en un mundo que ha pasado a ser como una sola familia y en el cual el legítimo pluralismo ha de quedar asegurado sobre una base común de consenso en torno a los valores esenciales de la convivencia humana. A este fin se exige una sabia maduración de la conciencia, tanto para los operadores de la comunicación como para los receptores, y se hacen necesarias opciones certeras, justas y valientes por parte de los poderes públicos, de la sociedad y de las instituciones internacionales.

Un recto orden de la comunicación social y una equitativa participación en sus beneficios, dentro del pleno respeto de los derechos de todos, crean un ambiente y condiciones favorables para un diálogo mutuamente enriquecedor entre los ciudadanos, los pueblos y las diversas culturas, mientras las injusticias y los desórdenes en este sector favorecen situaciones conflictivas. Así, la información parcial, arbitrariamente impuesta desde arriba o por las leyes de mercado de la publicidad, la concentración monopolística, las manipulaciones de cualquier género, no sólo son atentados al recto orden de la comunicación social, sino que terminan también por dañar los derechos a la información responsable y poner en peligro la paz.

Promover los valores de un humanismo integral

3. La comunicación, en segundo lugar, promueve la paz cuando en sus contenidos educa constructivamente al espíritu de paz. La información, en realidad, no es nunca neutra, sino que responde siempre, al menos implícitamente y en las intenciones, a opciones de fondo. Un nexo íntimo vincula la comunicación y la educación a los valores. Unos hábiles subrayados o frases forzadas, así como unos silencios bien dosificados, revisten en la comunicación un profundo significado. Por lo tanto, las formas y modos con los que se presentan situaciones y problemas tales como el desarrollo, los derechos humanos, las relaciones entre los pueblos, los conflictos ideológicos, sociales y políticos, las reivindicaciones nacionales, la carrera de armamentos, por citar sólo algunos ejemplos, influyen directa o indirectamente en la formación de la opinión pública y en la creación de mentalidades orientadas en el sentido de la paz o, por el contrario, abiertas hacia soluciones de fuerza.

La comunicación social, si quiere ser instrumento de paz, deberá superar las consideraciones unilaterales y parciales, removiendo prejuicios y creando, en cambio, un espíritu de comprensión y de recíproca solidaridad. La aceptación leal de la lógica de la convivencia pacífica en la diversidad exige la constante aplicación del método del diálogo. Y éste, reconociendo el derecho a la existencia y a la expresión de todas las partes, afirma el deber de que se integren unas con otras, a fin de conseguir ese bien superior que es la paz, al cual se contrapone hoy, como dramática alternativa, la amenaza de la destrucción atómica de la civilización humana. Como consecuencia, hoy se hace todavía más necesario y urgente proponer los valores de un humanismo integral, fundado en el reconocimiento de la verdadera dignidad y de los derechos del hombre, abierto a la solidaridad cultural, social y económica entre personas, grupos y naciones, con la conciencia de que una misma vocación agrupa a toda la humanidad.

4. La comunicación social, en fin, promueve la paz si los profesionales de la información son operadores de paz.

La peculiar responsabilidad y las insustituibles tareas que los comunicadores tienen en orden a la paz se deducen de la consideración sobre la capacidad y el poder que éstos poseen de influir, quizás de manera decisiva, en la opinión pública, e incluso en los mismos gobernantes.

Habrá ciertamente que asegurar a los operadores de la comunicación social, para el ejercicio de sus importantes funciones, unos derechos fundamentales tales como el acceso a las fuentes de información y la facultad de presentar los hechos de manera objetiva.

Favorecer el consenso y el diálogo, reforzar la comprensión y la solidaridad

Pero, por otra parte, es también necesario que los operadores de la comunicación transciendan los dictados de una ética concebida en clave meramente individualista y, sobre todo, que no se dejen poner al servicio de los grupos de poder, visibles u ocultos. En cambio, han de tener presente que, más allá y por encima de las responsabilidades contractuales en relación con los órganos de información y de las responsabilidades legales, tienen también unos deberes precisos hacia la verdad, hacia el público y hacia el bien común de la sociedad.

Los comunicadores sociales prestarán una ayuda magnífica a la causa de la paz si en el ejercicio de su tarea, que es una verdadera misión, saben promover la información serena e imparcial, favorecer el entendimiento y el diálogo, reforzar la comprensión y la solidaridad.

A vosotros confío, queridísimos hermanos y hermanas, estas consideraciones precisamente en el comienzo del Año Santo extraordinario, con el cual vamos a celebrar el 1950 aniversario de la redención del hombre, obrada por Cristo Jesús, "Príncipe de la paz" (cf. Is 9, 6), Aquel que es "nuestra paz" y ha venido a "anunciar la paz" (cf. Ef 2, 14. 17).

Mientras invoco sobre vosotros y sobre los operadores de la comunicación social el don divino de la paz, que es "fruto del Espíritu" (cf. Gál 5, 22), imparto cordialmente mi bendición apostólica.

Vaticano, 25 de marzo de 1983, V año de mi pontificado.

MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA 16a JORNADA MUNDIAL PARA LAS COMUNCIACIONES SOCIALES

Las comunicaciones sociales y los problemas de la tercera edad.

1982.

Queridísimos hermanos y hermanas en Cristo:

Hace ya dieciséis años que la Iglesia católica celebra una "Jornada" especial, en la cual los fieles son invitados a reflexionar acerca de sus deberes de oración y compromiso personal en el importante sector de las comunicaciones sociales, respondiendo con ello a una precisa indicación conciliar (cf. Inter mirifica, 18); y cada año se asigna a dicha Jornada un tema específico, hacia el cual se invita a los fieles a dirigir su atención, así como "las oraciones y limosnas propias" (cf. Inter mirifica, 18). En la línea de esta tradición, he querido que este año se dedicase la Jornada a los ancianos, aceptando con gusto el tema que la Organización de las Naciones Unidas ha tomado en consideración para 1982.

1. Hoy se presentan los problemas de los ancianos con características notablemente distintas respecto a tiempos pasados. Nuevo es, sobre todo, el problema conexo con el elevado número de los ancianos mismos, incrementado, en los países de alto nivel de vida, por los continuos progresos de la medicina y de las medidas higiénico-sanitarias, de las mejores condiciones de trabajo yResultan pues nuevos algunos factores propios de la moderna sociedad industrial y post-industrial y en primer lugar, la estructura de la familia que, de patriarcal que era en la sociedad campesina, ha quedado reducida en general a un pequeño núcleo. Aparece a menudo aislada e inestable cuando no precisamente disgregada. A ello han contribuido y contribuyen diversos factores, tales como el éxodo del campo y la carrera hacia las aglomeraciones urbanas, a las cuales se han añadido, en nuestros días, la búsqueda a veces desmedida del bienestar y la carrera hacia el consumismo. En tal contexto con frecuencia los ancianos terminan por convertirse en un estorbo.

De ahí algunos inconvenientes graves que demasiado a menudo pesan sobre los ancianos: desde la mayor indigencia, sobre todo en los países privados aún de toda seguridad social para la vejez, hasta la inactividad forzada de los jubilados, en especial los procedentes de la industria o del sector terciario, y hasta la amarga soledad de todos aquellos que se encuentran pr"que es un don, siempre".

La Sagrada Escritura, que hace frecuente referencia a los ancianos, considera la vejez como un don que se renueva y que debe ser vivido cada día en la apertura a Dios y al prójimo.

Ya en el Antiguo Testamento se considera al anciano sobre todo como un maestro de vida: "¡Qué bien dice la sabiduría a los ancianos…! La corona de los ancianos es su rica experiencia, y el temor del Señor, su gloria" (Eclo 25, 7-8). Además, el anciano tiene otra importante tarea: transmitir la Palabra de Dios a las nuevas generaciones: "Con nuestro oído, ¡oh Dios!, hemos oído; nos contaron nuestros padres la obra que tú hiciste en sus días" (Sal 44, 2). Al anunciar a los jóvenes la propia fe en Dios, él conserva la fecundidad de espíritu, que no decae con el declinar de las fuerzas físicas: "Fructificarán aun en la senectud, y estarán llenos de savia y verdor. Para anunciar cuán recto es Yavé" (Sal 92, 15-16). A estas tareas de los ancianos, corresponden los deberes de los jóvenes, o sea, el deber de escucharles: 뎯 desprecies las sentencias de los ancianos련Eclo 8, 11), "pregunta a tu padre, y te enseñará; a tus ancianos, y te dirán" (Dt 32, 7); y el de asistirles: "¿Hijo, acoge a tu padre en su ancianidad, y no le des pesares en su vida. Si llega a perder la razón, muéstrate con él indulgente y no le afrentes porque estés tú en la plenitud de tu fuerza" (Eclo 3, 14-15).

priivados de amistades y de verdadero afecto familiar. Con el aumentar de los años, con el declinar de las fuerzas y con la llegada de alguna debilitante enfermedad, se hacen sentir, de manera cada vez más grave, la fragilidad física y, sobre todo, el peso de la vida.

2. Estos problemas de la tercera edad no pueden encontrar una solución adecuada si no son sentidos y vividos por todos como realidades pertenecientes a la humanidad entera, la cual está llamada a valorizar las personas ancianas en razón de la dignidad de todo hombre y del significado de la vida,

"que es un don, siempre".

La Sagrada Escritura, que hace frecuente referencia a los ancianos, considera la vejez como un don que se renueva y que debe ser vivido cada día en la apertura a Dios y al prójimo.

Ya en el Antiguo Testamento se considera al anciano sobre todo como un maestro de vida: "¡Qué bien dice la sabiduría a los ancianos…! La corona de los ancianos es su rica experiencia, y el temor del Señor, su gloria" (Eclo 25, 7-8). Además, el anciano tiene otra importante tarea: transmitir la Palabra de Dios a las nuevas generaciones: "Con nuestro oído, ¡oh Dios!, hemos oído; nos contaron nuestros padres la obra que tú hiciste en sus días" (Sal 44, 2). Al anunciar a los jóvenes la propia fe en Dios, él conserva la fecundidad de espíritu, que no decae con el declinar de las fuerzas físicas: "Fructificarán aun en la senectud, y estarán llenos de savia y verdor. Para anunciar cuán recto es Yavé" (Sal 92, 15-16). A estas tareas de los ancianos, corresponden los deberes de los jóvenes, o sea, el deber de escucharles: 뎯 desprecies las sentencias de los ancianos련Eclo 8, 11), "pregunta a tu padre, y te enseñará; a tus ancianos, y te dirán" (Dt 32, 7); y el de asistirles: "¿Hijo, acoge a tu padre en su ancianidad, y no le des pesares en su vida. Si llega aNo menos rica es la enseñanza del Nuevo Testamento, donde San Pablo presenta el ideal de vida de los ancianos mediante consejos "evangélicos" muy concretos sobre la sobriedad, dignidad, buen sentido, seguridad en la fe, en el amor y en la paciencia (cf. Tit 2, 2). Un ejemplo muy significativo es el del viejo Simeón, vivido en la espera y en la esperanza del encuentro con el Mesías, y para quien Cristo pasa a ser la plenitud de la vida y la esperanza del futuro para él y para todos los hombres. Al estar preparado con fe y humildad, sabe reconocer al Señor y canta con entusiasmo no una despedida de la vida, sino un himno de gracias al Salvador del mundo, en el umbral de la eternidad (cf. Lc 2, 25-32).

3. Precisamente porque la tercera edad es un momento de la vida que hay que vivir con esfuerzo y amor, es necesario que se dé adecuado relieve y apoyo a todos aquellos "movimientos" que ayuden a los ancianos a salir de la actitud de desánimo, de soledad y de resignación, para hacer de ellos dispensadores de sabiduría, testigos de esperanza y artífices de caridad perder la razón, muéstrate con él indulgente y no le afrentes porque estés tú en la plenitud de tu fuerza" (Eclo 3, 14-15). El primer ambiente en el que ha de desarrollarse la acción de los ancianos es la familia. Su sabiduría y su experiencia es un tesoro para los esposos jóvenes, que, en sus primeras dificultades de vida matrimonial pueden encontrar en los padres y confidentes ya mayores, las personas con quienes abrirse y aconsejarse, mientras en el ejemplo y en los cuidados afectuosos de los abuelos, los nietos encuentran compensación a las ausencias, hoy tan frecuentes por varios motivos, de los padres.

No es suficiente: en la misma sociedad civil, que ha confiado siempre al consejo de personas maduras la estabilidad del ordenamiento social, aun en el progreso de las necesarias reformas, los ancianos pueden todavía hoy representar el elemento equilibrador para la construcción de una convivencia, que avance y se renueve, no a través de experiencias ruinosas, sino con prudentes y graduales desarrollos.

4. En favor de los ancianos, los operadores de la comunicación social tienen una misión que cumplir de la mayor importancia, diría que insustituible. Precisamente los mass-media, con la universalidad de su radio de acción y lo penetrante de su mensaje, pueden, con rapidez y elocuencia, reclamar la atención y la reflexión de todos sobre los ancianos y sobre sus condiciones de vida. Sólo una sociedad consciente y sanamente animada y movilizada, podrá proceder a la búsqueda de orientaciones y soluciones, que respondan eficazmente a las nuevas necesidades.

Los operadores de la comunicación social pueden, pues, contribuir enormemente a la demolición de algunas impresiones unilaterales de la juventud, devolviendo a la edad madura y a la vejez el sentido de la propia utilidad y ofreciendo a la sociedad modelos de pensamiento y jerarquía de valores que revaloricen la persona del anciano. Estos, además, tienen la posibilidad de recordar oportunamente a la opinión pública que, junto al problema del "justo salario", se da también el problema de la "pensión justa", que no con menos fuerza forma parte de la "justicia social".

De hecho, los modernos esquemas culturales, que a menudo exaltan unilateralmente la productividad económica, la eficiencia, la belleza y la fuerza física, el bienestar personal, pueden inducir a considerar las personas ancianas incómodas, superfluas, inútiles y consiguientemente a marginarlas de la vida familiar y social. Un atento examen en este sector revela que parte de la responsabilidad de tal situación recae sobre algunas orientaciones de los mass-media: si es cierto que los medios de comunicación social son reflejo de la sociedad en la que actúan, no es menos cierto que contribuyen también a modelarla y que no pueden, por tanto, eximirse de la propia responsabilidad en este campo.

Los operadores están especialmente cualificados para difundir aquella visión auténticamente humana, y por tanto también cristiana, del anciano que hemos estado indicando hasta ahora: la ancianidad como don de Dios para el individuo, para la familia y para la sociedad. Autores, escritores, directores, actores, mediante las maravillosas vías del arte, pueden conseguir hacer comprensible y atractiva una tal visión. Todos conocemos el éxito que los mass-media han obtenido en otras campañas, conducidas con habilidad y perseverancia.

5. Estas orientaciones humanas y cristianas, difundidas por los mass-media, ayudarán a los ancianos a contemplar este período de la vida con serenidad y realismo; a poner en lo posible sus energías intelectuales, morales y físicas a disposición de los demás, apoyando iniciativas de carácter humanitario, educativo, social y religioso; a llenar sus largos silencios mediante la cultura y en el coloquio con Dios. Los hijos se darán cuenta de que el ambiente ideal para los ancianos es el de la familia, como cohabitación no tanto física cuanto afectiva, que les hace sentirse sinceramente aceptados, amados y sostenidos. La sociedad civil deberá ser estimulada a la adopción de sistemas adecuados de previsión social y formas de asistencia que tengan en cuenta, no sólo las necesidades físicas y materiales sino también las sicológicas y espirituales, de manera que se integre permanentemente a los ancianos y se les permita una vida plena. Personas generosas percibirán la llamada a dar tiempo y energías al servicio de esta causa, al descubrir en el hermano necesitado a Cristo mismo.

Además de esta benéfica tarea de animación, los operadores de la comunicación social, conscientes del hecho de que los ancianos constituyen proporciones numerosas y estables de su público, especialmente de radio-telespectadores y de lectores, procurarán que no falten programas y publicaciones especialmente adecuados para ellos, de manera que se les ofrezca no sólo un pasatiempo distensivo y recreativo, sino también ayuda para una formación permanente que se hace necesaria en todas las edades. Dichos operadores se harán merecedores de especial gratitud sobre todo por parte de los impedidos y enfermos al consentirles participar con el Pueblo de Dios en las acciones litúrgicas y acontecimientos de la Iglesia. En tales transmisiones se hará necesario naturalmente tener en cuenta las exigencias y sensibilidad especial del anciano, evitando novedades desconcertantes y respetando el sentido de lo sagrado, que el anciano posee en alto grado y que en la Iglesia constituye un bien a conservar.

6. En esta Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales, dedicada a los problemas de los ancianos, ellos han de ser los primeros en ofrecer al Señor oraciones y sacrificios, a fin de que en el mundo se desarrolle la visión cristiana de la edad avanzada.

Los que disfruten del encanto de la infancia, del vigor de la juventud y de la eficiencia de la media edad, miren con respeto, gratitud y amor a aquellos que les preceden.

Los operadores de la comunicación social deben alegrarse por el hecho de poner sus maravillosos recursos al servicio de esta causa tan noble y tan meritoria.

Quiera el Señor bendecir y sostener a todos en sus propósitos.

Con estos deseos me alegra impartir a todos aquellos que trabajan en el campo de las comunicaciones sociales, a cuantos responsablemente se valgan de sus servicios, y de manera especial a las personas ancianas, mi bendición apostólica, propiciadora de copiosos dones de serena alegría y progreso espiritual.

Vaticano, 10 de mayo de 1982, IV año de mi pontificado

MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA 15a JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Las comunicaciones sociales al servicio de la libertad responsable de los hobres.

31 de mayo de 1981

Queridísimos hermanos y hermanas:

La XV Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales, fijada para el domingo 31 de mayo de 1981, tiene como tema: "Las comunicaciones sociales al servicio de la libertad responsable del hombre". A tan importante tema tengo intención de dedicar este mensaje, que dirijo a los hijos de la Iglesia católica y a todos los hombres de buena voluntad.

Un signo de los tiempos

1. En la continua expansión y progreso de los mass-media se puede descubrir un "signo de los tiempos", que constituye un inmenso potencial de universal comprensión y un fortalecimiento de premisas para la paz y la fraternidad entre los pueblos.

Justamente Pío XII, de venerada memoria, en la Encíclica Miranda prorsus, del 8 de septiembre de 1957, hablaba de estos "medios", clasificándolos como "inventos maravillosos de los cuales se glorían nuestros tiempos", y veía en ellos "un don de Dios". El Decreto Inter mirifica del Concilio Ecuménico Vaticano II, al reforzar este concepto, subrayaba las posibilidades de estos medios que, "por su naturaleza están en condiciones de alcanzar y mover no sólo los individuos, sino las mismas multitudes y toda la sociedad humana".

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17
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