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Comunicación social y magisterio de la Iglesia desde Pío XII hasta Benedicto XVI (página 12)

Enviado por Manuel González C


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17

Su extraordinaria influencia en la vida de las personas y de la sociedad es un dato ampliamente reconocido, pero hay que tomar conciencia del viraje, diría incluso del cambio de función que los medios están afrontando. Hoy, de manera cada vez más marcada, en ocasiones la comunicación parece tener la pretensión no sólo de representar la realidad, sino también de determinarla gracias al poder y a la fuerza de sugestión que posee.

Se constata, por ejemplo, que con respecto a algunos acontecimientos los medios no se utilizan para una adecuada función de información, sino para "crear" los acontecimientos mismos. Muchos pastores ven con preocupación este peligroso cambio en su función. Precisamente porque se trata de realidades que influyen profundamente en todas las dimensiones de la vida humana (moral, intelectual, religiosa, relacional, afectiva, cultural), poniendo en juego el bien de la persona, es necesario reafirmar que no todo lo que es técnicamente posible es también éticamente realizable. El impacto de los medios de comunicación social en la vida del hombre contemporáneo plantea, por tanto, interrogantes ineludibles, que esperan decisiones y respuestas inaplazables.

4.Ŭ papel que los medios de comunicación han adquirido en la sociedad debe considerarse como parte integrante de la cuestión antropológica, que se plantea como un desafío crucial del tercer milenio. De manera similar a lo que sucede en el campo de la vida humana, del matrimonio y de la familia, y en el ámbito de las grandes cuestiones contemporáneas relativas a la paz, la justicia y la conservación de la creación, también en el sector de las comunicaciones sociales están en juego dimensiones constitutivas del ser humano y de su verdad.

Cuando la comunicación pierde las raíces éticas y elude el control social, termina por olvidar la centralidad y la dignidad inviolable del ser humano, y corre el riesgo de influir negativamente sobre su conciencia y sus opciones, condicionando así, en definitiva, la libertad y la vida misma de las personas. Precisamente por eso es indispensable que los medios de comunicación social defiendan celosamente a la persona y respeten plenamente su dignidad. Son muchos los que piensan que en este ámbito es necesaria una "info-ética", así como existe la bio-ética en el campo de la medicina y de la investigación científica vinculada a la vida.

5.ȡy que evitar que los medios de comunicación social se conviertan en megáfono del materialismo económico y del relativismo ético, verdaderas plagas de nuestro tiempo. Por el contrario, pueden y deben contribuir a dar a conocer la verdad sobre el hombre, defendiéndola ante los que tienden a negarla o destruirla. Se puede decir, incluso, que la búsqueda y la presentación de la verdad sobre el hombre son la vocación más alta de la comunicación social. Utilizar para este fin todos los lenguajes, cada vez más bellos y refinados, de los que disponen los medios de comunicación social, es una tarea entusiasmante confiada, en primer lugar, a los responsables y operadores del sector. Es una tarea que, sin embargo, nos corresponde en cierto modo a todos, porque en esta época de globalización todos somos usuarios y a la vez operadores de comunicaciones sociales. Los nuevos medios de comunicación, en particular la telefonía e internet, están modificando el rostro mismo de la comunicación y, tal vez, esta es una magnífica ocasión para volver a diseñarlo, para hacer más visibles, como dijo mi venerado predecesor Juan Pablo II, las líneas esenciales e irrenunciables de la verdad sobre la persona humana (cf. carta apostólica El rápido desarrollo, 10).

6.Ŭ hombre tiene sed de verdad, busca la verdad; así lo demuestran también la atención y el éxito que tienen tantos productos editoriales y programas de ficción de calidad en los que se reconocen y son adecuadamente representadas la verdad, la belleza y la grandeza de la persona, incluyendo su dimensión religiosa. Jesús dijo:ૃonoceréis la verdad y la verdad os hará libres련Jn 8, 32). La verdad que nos hace libres es Cristo, porque sólo él puede responder plenamente a la sed de vida y de amor que existe en el corazón humano. Quien lo ha encontrado y se apasiona por su mensaje, experimenta el deseo incontenible de compartir y comunicar esta verdad:ࠫLo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos —escribe ೡn ʵan—, lo que contemplamos y palparon வestras ୡnos:ࠠla Palabra de vida (…), os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo련1 Jn 1, 1-3).

Invoquemos al Espíritu Santo para que no falten comunicadores valientes y testigos auténticos de la verdad que, fieles al mandato de Cristo y apasionados por el mensaje de la fe, 볥 hagan intérpretes de las actuales exigencias culturales, comprometiéndose a vivir esta época de la comunicación no como tiempo de alienación y extravío, sino como tiempo oportuno para la búsqueda de la verdad y el desarrollo de la comunión entre las personas y los pueblos련Juan Pablo II, Discurso al congreso Parábolas mediáticas, 9 noviembre 2002, 2:࠼em>L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de noviembre de 2002, p. 3).

Con este deseo os imparto a todos con afecto mi bendición.

Vaticano, 24 de enero de 2008, fiesta de San Francisco de Sales

BENEDICTUS PP. XVI

MENSAJE DE S.S. BENEDICTO XVI PARA LA XLI JORNADA MUNDIAL

DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

"Los niños y los medios de comunicación social:࠵n reto para la educación"

20 de mayo 2007

Queridos hermanos y hermanas:

1. El tema de la cuadragésima primera Jornada de las Comunicaciones Sociales, "Los niños y los medios de comunicación social: un reto para la educación", nos invita a reflexionar sobre dos aspectos de suma importancia. Uno es la formación de los niños. El segundo, quizás menos obvio pero no menos importante, es la formación de los medios mismos.

Los complejos desafíos a los que se enfrenta la educación actual están fuertemente relacionados con el influjo penetrante de estos medios en nuestro mundo. Como un aspecto del fenómeno de la globalización e impulsados por el rápido desarrollo tecnológico, los medios marcan profundamente el entorno cultural (cf. Juan Pablo II, Carta apostólica El Rápido desarrollo, 3). De hecho, algunos afirman que la influencia formativa de los medios se contrapone a la de la escuela, de la Iglesia e incluso a la del hogar. "Para muchas personas la realidad corresponde a lo que los medios de comunicación definen como tal" (Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, Aetatis novae, 4).

2. La relación entre los niños, los medios de comunicación y la educación se puede considerar desde dos perspectivas: la formación de los niños por parte de los medios, y la formación de los niños para responder adecuadamente a los medios. Surge entonces como una especie de reciprocidad que apunta a la responsabilidad de los medios como industria, y a la necesidad de una participación crítica y activa por parte de los lectores, televidentes u oyentes. En este contexto, la formación en el recto uso de los medios es esencial para el desarrollo cultural, moral y espiritual de los niños.

¿Cómo se puede promover y proteger este bien común? Educar a los niños para que hagan un buen uso de los medios es responsabilidad de los padres, de la Iglesia y de la escuela. El papel de los padres es de vital importancia. Éstos tienen el derecho y el deber de asegurar un uso prudente de los medios educando la conciencia de sus hijos, para que sean capaces de expresar juicios serenos y objetivos que después les guíen en la elección o rechazo de los programas propuestos (cf. Juan Pablo II, Exhortación apostólica Familiaris consortio, 76). Para llevar a cabo eso, los padres deberían de contar con el estímulo y ayuda de las escuelas y parroquias, asegurando así que este aspecto de la paternidad, difícil pero gratificante, sea apoyado por toda la comunidad.

La educación para los medios debería ser positiva. Cuando se pone a los niños delante de lo que es estética y moralmente excelente se les ayuda a desarrollar la apreciación, la prudencia y la capacidad de discernimiento. En este punto, es importante reconocer el valor fundamental del ejemplo de los padres y el beneficio de introducir a los jóvenes en los clásicos de la literatura infantil, las bellas artes y la música selecta. Si bien la literatura popular siempre tendrá un lugar propio en la cultura, no debería ser aceptada pasivamente la tentación al sensacionalismo en los lugares de enseñanza. La belleza, que es como un espejo de lo divino, inspira y vivifica los corazones y mentes jóvenes, mientras que la fealdad y la tosquedad tienen un impacto deprimente en las actitudes y comportamientos.

La educación para los medios, como toda labor educativa, requiere la formación del ejercicio de la libertad. Se trata de una tarea exigente. Muy a menudo la libertad se presenta como la búsqueda frenética del placer o de nuevas experiencias. Pero más que de una liberación se trata de una condena. La verdadera libertad nunca condenaría a un individuo —especialmente un niño— a la búsqueda insaciable de la novedad. A la luz de la verdad, la auténtica libertad se experimenta como una respuesta definitiva al "sí" de Dios a la humanidad, que nos llama a elegir lo que es bueno, verdadero y bello, no de un modo discriminado sino deliberadamente. Los padres de familia son, pues, los guardianes de la libertad de sus hijos; y en la medida en que les devuelven esa libertad, los conducen a la profunda alegría de la vida (cf. Discurso en el V Encuentro Mundial de las Familias, Valencia, 8 julio 2006).

3. Este profundo deseo de los padres y profesores de educar a los niños en el camino de la belleza, de la verdad y de la bondad, solo será favorecido por la industria de los medios en la medida en que promueva la dignidad fundamental del ser humano, el verdadero valor del matrimonio y de la vida familiar, así como los logros y metas de la humanidad. De ahí que la necesidad de que los medios estén comprometidos en una formación efectiva y éticamente aceptable sea vista con particular interés e incluso con urgencia, no solamente por los padres y profesores, sino también por todos aquéllos que tienen un sentido de responsabilidad cívica.

Si bien afirmamos con certeza que muchos operadores de los medios desean hacer lo que es justo (cf. Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, Ética en las comunicaciones sociales, 4), debemos reconocer que los comunicadores se enfrentan con frecuencia a "presiones psicológicas y especiales dilemas éticos" (Aetatis novae, 19) viendo como a veces la competencia comercial fuerza a rebajar su estándar.

Toda tendencia a producir programas — incluso películas de animación y video juegos— que exaltan la violencia y reflejan comportamientos antisociales o que, en nombre del entretenimiento, trivializan la sexualidad humana, es perversión; y mucho más cuando se trata de programas dirigidos a niños y adolescentes. ¿Cómo se podría explicar este "entretenimiento" a los innumerables jóvenes inocentes que son víctimas realmente de la violencia, la explotación y el abuso? A este respecto, haríamos bien en reflexionar sobre el contraste entre Cristo, que "abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos" (Mc 10,16), y aquél que "escandaliza a uno de estos pequeños más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino" (Lc 17,2).

Exhorto nuevamente a los responsables de la industria de estos medios para que formen y motiven a los productores a salvaguardar el bien común, a preservar la verdad, a proteger la dignidad humana individual y a promover el respeto por las necesidades de la familia.

4. La Iglesia misma, a la luz del mensaje de salvación que se le ha confiado, es también maestra en humanidad y aprovecha la oportunidad para ofrecer ayuda a los padres, educadores, comunicadores y jóvenes. Las parroquias y los programas escolares, hoy en día, deberían estar a la vanguardia en lo que respecta a la educación para los medios de comunicación social. Sobre todo, la Iglesia desea compartir una visión de la dignidad humana que es el centro de toda auténtica comunicación. "Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita" (Deus caritas est, 18).

Desde la Ciudad del Vaticano, 24 de Enero 2007, Fiesta de San Francisco de Sales.

BENEDICTUS PP. XVI

MENSAJE DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVIPARA LA 40ª JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Los medios: red de comunicación, comunión y cooperación

MAYO 28 de 2006

༥m>Queridos hermanos y hermanas:

1. Al cumplirse el cuadragésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, me alegra recordar su Decreto sobre los Medios de Comunicación Social, Inter Mirifica, que señaló especialmente el poder de los medios para ejercer una influencia en toda la sociedad humana. La necesidad de herramientas que ayuden al bien de la humanidad me ha impulsado a reflexionar, en mi primer mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, sobre la idea de los medios como una red que facilita la comunicación, la comunión y la cooperación.

San Pablo, en su carta a los Efesios, describe vívidamente nuestra vocación humana como la de "participantes de la naturaleza divina" (Dei verbum, 2): por Cristo tenemos acceso al Padre en el Espíritu; ya no somos extranjeros y extraños, sino ciudadanos con los santos y los miembros de la familia de Dios, transformándonos en un templo santo, una morada para Dios (cf. Ef 2, 18-22). Este sublime retrato de una vida de comunión pone en movimiento todos los aspectos de nuestra vida como cristianos. La invitación a acoger con autenticidad la autocomunicación de Dios en Cristo significa en realidad una llamada a reconocer su fuerza dinámica dentro de nosotros, que desde ahí desea propagarse a los demás y extenderse a todo el mundo, para que su amor sea realmente la medida prevalente en el mundo (cf. Homilía para la Jornada Mundial de la Juventud, Colonia, 21 de agosto 2005).

2. Los avances tecnológicos en los medios han conquistado en cierta medida tiempo y espacio, haciendo la comunicación entre las personas tanto instantánea como directa, aun cuando están separadas por enormes distancias. Este desarrollo presenta un potencial enorme para servir al bien común y "constituye un patrimonio a salvaguardar y promover" (El Rápido Desarrollo, 10). Sin embargo, como todos sabemos, nuestro mundo está lejos de ser perfecto. Diariamente se nos recuerda que la inmediatez de la comunicación no necesariamente se traduce en la construcción de la cooperación y la comunión en la sociedad.

Iluminar las conciencias de los individuos y ayudar a formar su pensamiento nunca es una tarea neutral. La comunicación auténtica demanda valor y decisión radicales. Requiere la determinación de aquellos que trabajan en los medios para no debilitarse bajo el peso de tanta información ni para conformarse con verdades parciales o provisionales. Por el contrario, requiere tanto la búsqueda como la transmisión de lo que es el sentido y el fundamento último de la existencia humana, personal y social (cf. Fides et Ratio, 5). De esta forma, los medios pueden contribuir constructivamente a la propagación de todo lo que es bueno y verdadero.

3. El llamado a los medios de comunicación de hoy a ser responsables, a ser protagonistas de la verdad y promotores de la paz que ella conlleva, supone numerosos desafíos. Aunque los diversos instrumentos de comunicación social facilitan el intercambio de información, ideas y entendimiento mutuo entre grupos, también están teñidos de ambigüedad. Paralelamente a que facilitan "una gran mesa redonda" para el diálogo, algunas tendencias dentro de los medios engendran una forma de monocultura que oscurece el genio creador, reduce la sutileza del pensamiento complejo y desestima la especificidad de prácticas culturales y la particularidad de la creencia religiosa. Estas son distorsiones que ocurren cuando la industria de los medios se reduce al servicio de sí misma o funciona solamente guiada por el lucro, perdiendo el sentido de responsabilidad hacia el bien común.

Así pues, deben fomentarse siempre el reporte preciso de los eventos, la explicación completa de los hechos de interés público y la presentación justa de diversos puntos de vista. La necesidad de sostener y apoyar la vida matrimonial y familiar es de particular importancia, precisamente porque se relaciona con el fundamento de cada cultura y sociedad (cf. Apostolicam Actuositatem, 11).En colaboración con los padres, las industrias de la comunicación social y el entretenimiento pueden ayudar en la difícil pero altamente satisfactoria vocación de educar a la niñez, con la presentación de modelos edificantes de vida y amor humanos (cf. Inter Mirifica, 11). Es muy descorazonador y destructivo para todos nosotros cuando lo opuesto ocurre. ¿No lloran nuestros corazones, muy especialmente, cuando los jóvenes son sujetos de expresiones degradantes o falsas de amor que ridiculizan la dignidad otorgada por Dios de cada persona humana y socavan los intereses de la familia?

4. Para motivar tanto una presencia constructiva como una percepción positiva de los medios en la sociedad, deseo reiterar la importancia de los tres pasos identificados por mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo II, necesarios para el servicio que deben prestar al bien común: formación, participación y diálogo (cf. El Rápido Desarrollo, 11).

La formación en el uso responsable y crítico de los medios ayuda a las personas a utilizarlos de manera inteligente y apropiada. El profundo impacto que los medios electrónicos en particular ejercen al generar un nuevo vocabulario e imágenes, que introducen tan fácilmente en la sociedad, no habría de ser sobrevalorado. Precisamente porque los medios contemporáneos configuran la cultura popular, ellos mismos deben sobreponerse a toda tentación de manipular, especialmente a los jóvenes, y por el contrario deben impulsarse en el deseo de formar y servir. De este modo, ellos protegen en vez de erosionar el tejido de la sociedad civil, tan valioso para la persona humana.

La participación en los medios surge de su naturaleza: son un bien destinado a toda persona. Como servicio público, la comunicación social requiere de un espíritu de cooperación y co-responsabilidad con escrupulosa atención en el uso de los recursos públicos y en el desempeño de los cargos públicos (cf. Ética en las Comunicaciones Sociales, 20), incluyendo el recurso a marcos normativos y a otras medidas o estructuras diseñadas para lograr este objetivo.

Finalmente, los medios de comunicación deben aprovechar y ejercer las grandes oportunidades que les brindan la promoción del diálogo, el intercambio de conocimientos, la expresión de solidaridad y los vínculos de paz. De esta manera ellos se transforman en recursos incisivos y apreciados para la construcción de la civilización del amor que toda persona anhela.

Estoy seguro de que unos serios esfuerzos para promover estos tres pasos, ayudarán a los medios a desarrollarse sólidamente como una red de comunicación, comunión y cooperación, ayudando a los hombres, mujeres y niños, a prestar más atención a la dignidad de la persona humana, a ser más responsables y abiertos a los otros, especialmente a los miembros más necesitados y débiles de la sociedad (cf. Redemptor Hominis, 15; Ética en las Comunicaciones Sociales, 4).

Para concluir, retomo las alentadoras palabras de San Pablo: Cristo es nuestra paz. En él somos uno (cf. Ef 2, 14). ¡Rompamos juntos los muros divisorios de la hostilidad y construyamos la comunión de amor según los designios que el Creador nos dio a conocer por medio de su Hijo!

Desde el Vaticano, 24 de enero 2006, Fiesta de San Francisco de Sales.

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

PARA LA 39 JORNADA MUNDIAL DE LAS

COMUNICACIONES SOCIALES

"Los medios de comunicación al servicio del

Entendimiento entre los pueblos"

Mayo de 2005

Queridos hermanos y hermanas:

1.ࠌeemos en la Carta de Santiago: "De una misma boca proceden la bendición y la maldición. Esto, hermanos míos, no debe ser así" (St 3, 10). Las Sagradas Escrituras nos recuerdan que las palabras tienen un extraordinario poder para unir a las personas o dividirlas, para crear vínculos de amistad o provocar hostilidad.

Ello no es verdad sólo respecto a palabras intercambiadas entre individuos. Se aplica asimismo a toda comunicación, donde sea que tenga lugar y a cualquier nivel. Las modernas tecnologías nos ofrecen posibilidades nunca antes vistas para hacer el bien, para difundir la verdad de nuestra salvación en Jesucristo y para promover la armonía y la reconciliación. Por ello mismo su mal uso puede provocar daños enormes, suscitando incomprensión, prejuicios y hasta conflictos. El tema elegido para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales del año 2005, "Los medios de comunicación al servicio del entendimiento entre los pueblos", señala una necesidad urgente: promover la unidad de la familia humana a través de la utilización de estos maravillosos recursos.

2.ࠕn modo importante para lograr esta meta es la educación. Los medios pueden enseñar a millones de personas cómo son otras partes del mundo y otras culturas. Por ello se han llamado acertadamente "el primer areópago del tiempo moderno;… para muchos son el principal instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos individuales, familiares y sociales" (Redemptoris missio, 37). Un conocimiento adecuado promueve la comprensión, disipa los prejuicios y despierta el deseo de aprender más. Las imágenes, en particular, tienen la capacidad de transmitir impresiones duraderas y moldear actitudes. Enseñan a la gente a mirar a los miembros de otros grupos y naciones, ejerciendo una influencia sutil sobre si deben ser considerados como amigos o enemigos, aliados o potenciales adversarios.

Cuando los demás son presentados en términos hostiles, se siembran semillas de conflicto que pueden fácilmente convertirse en violencia, guerra e incluso genocidio. En vez de construir la unidad y el entendimiento, los medios pueden ser usados para denigrar a los otros grupos sociales, étnicos y religiosos, fomentando el temor y el odio. Los responsables del estilo y del contenido de lo que se comunica tienen el grave deber de asegurar que esto no suceda. Realmente los medios tienen un potencial enorme para promover la paz y construir puentes entre los pueblos, rompiendo el círculo fatal de la violencia, la venganza y las agresiones sin fin, tan extendidas en nuestro tiempo. En palabras de San Pablo, que fueron la base del Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de este año: "No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien" (Rm 12, 21).

3. Si esta contribución a la construcción de la paz es uno de los modos significativos como los medios pueden unir a las personas, otra es su gran influencia positiva para impulsar las movilizaciones de ayuda en respuesta a desastres naturales u otros. Ha sido conmovedor el ver la rapidez con que la comunidad internacional respondió al reciente tsunami, que provocó innumerables víctimas. La velocidad con que las noticias viajan hoy aumenta la posibilidad de tomar medidas prácticas en tiempo útil para ofrecer la mejor asistencia. De esta manera los medios pueden lograr un bien muy grande.

4. El Concilio Vaticano II recuerda: "Para el recto uso de estos medios es absolutamente necesario que todos los que los utilizan conozcan las normas del orden moral en este campo y las lleven fielmente a la práctica" (Inter mirifica, 4).

El fundamento ético es éste: "La persona humana y la comunidad humana son el fin y la medida del uso de los medios de comunicación social; la comunicación debería realizarse de personas a personas, con vistas al desarrollo integral de las mismas" (Ética en las comunicaciones sociales, 21). Así pues, son en primer lugar los comunicadores quienes deben poner en práctica en sus vidas los valores y actitudes que están llamados a inculcar en los demás. Antes que nada, esto debe incluir un auténtico compromiso con el bien común, un bien que no se reduzca a los estrechos intereses de un grupo particular o nación, sino que acoja las necesidades e intereses de todos, el bien de la familia humana entera (cf. Pacem in terris, 132). Los comunicadores tienen la oportunidad de promover una auténtica cultura de la vida, distanciándose de la conjura actual contra la vida (cf. Evangelium vitae, 17) y transmitiendo la verdad sobre el valor y la dignidad de toda persona humana.

5.ࠅl modelo y pauta de toda comunicación se encuentra en el Verbo mismo de Dios. "De muchos modos habló Dios a nuestros padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo" (Heb 1,1). El Verbo encarnado ha establecido una nueva alianza entre Dios y su pueblo, una alianza que también nos une entre nosotros, convirtiéndonos en comunidad. "Porque él es nuestra paz, el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad" (Ef 2, 14).

Mi oración en la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de este año es que los hombres y mujeres de los medios asuman su papel para derribar los muros de la división y la enemistad en nuestro mundo, muros que separan a los pueblos y las naciones entre sí y alimentan la incomprensión y la desconfianza. Ojalá usen los recursos que tienen a su disposición para fortalecer los vínculos de amistad y amor que son signo claro del naciente Reino de Dios aquí en la tierra.

Desde el Vaticano, 24 de enero de 2005, fiesta de San Francisco de Sales.

JUAN PABLO II

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO IIPARA LA 38ª JORNADA MUNDIALDE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Tema: "Los medios en la familia: un riesgo y una riqueza".

23 de Mayo de 2004

ѵeridos hermanos y hermanas:

1. El extraordinario crecimiento de los medios de comunicación social y su mayor disponibilidad han brindado oportunidades excepcionales para enriquecer la vida no sólo de los individuos, sino también de las familias. Al mismo tiempo, las familias afrontan hoy nuevos desafíos, que brotan de los diversos mensajes, a menudo contradictorios, que transmiten los medios de comunicación social. El tema elegido para la Jornada mundial de las comunicaciones sociales de 2004, es decir, 댯s medios en la familia: un riesgo y una riqueza묠es muy oportuno, puesto que invita a una sobria reflexión sobre el uso que hacen las familias de los medios de comunicación, y también sobre el modo en que los medios de comunicación tratan a la familia y las cuestiones que afectan a la familia.

El tema de este año sirve, además, para recordar a todos, tanto a los agentes de la comunicación como a las personas a las que se dirigen, que toda comunicación tiene una dimensión moral. Como dijo el Señor mismo, de la abundancia del corazón habla la boca (cf. Mt 12, 34-35). La estatura moral de las personas crece o disminuye según las palabras que pronuncian y los mensajes que eligen oír. En consecuencia, los agentes de la comunicación, los padres y los educadores, tienen especial necesidad de sabiduría y discernimiento en el uso de los medios de comunicación social, pues sus decisiones influyen en gran medida en los niños y en los jóvenes de los que son responsables y que, en definitiva, son el futuro de la sociedad.

2. Gracias a la expansión sin precedentes del mercado de las comunicaciones sociales en las últimas décadas, muchas familias en todo el mundo, incluso las que disponen de medios más bien modestos, ahora tienen acceso desde su casa a los inmensos y variados recursos de los medios de comunicación social. En consecuencia, gozan de oportunidades prácticamente ilimitadas de información, educación, enriquecimiento cultural e incluso crecimiento espiritual, oportunidades muy superiores a las que tenían en el pasado reciente la mayoría de las familias.

Con todo, estos mismos medios de comunicación tienen la capacidad de producir gran daño a las familias, presentándoles una visión inadecuada o incluso deformada de la vida, de la familia, de la religión y de la moralidad. El concilio Vaticano II captó muy bien esta capacidad de fortalecer o minar valores tradicionales como la religión, la cultura y la familia; por eso, enseñó que 밡ra el recto uso de estos medios es absolutamente necesario que todos los que los utilizan conozcan las normas del orden moral en este campo y las lleven fielmente a la práctica련Inter mirifica, 4). La comunicación, en todas sus formas, debe inspirarse siempre en el criterio ético del respeto a la verdad y a la dignidad de la persona humana.

3. Estas consideraciones se aplican especialmente al modo como los medios de comunicación tratan a la familia. Por una parte, el matrimonio y la vida familiar se presentan a menudo de un modo sensible, realista pero también benévolo, que exalta virtudes como el amor, la fidelidad, el perdón y la entrega generosa a los demás. Esto vale también para los programas de los medios de comunicación social que reconocen los fracasos y las decepciones que sufren inevitablemente los matrimonios y las familia —tensiones, conflictos, contrariedades, decisiones equivocadas y hechos dolorosos—, pero al mismo tiempo se esfuerzan por discernir lo correcto de lo incorrecto, distinguir el amor auténtico de sus falsificaciones, y mostrar la importancia insustituible de la familia como unidad fundamental de la sociedad.

Por otra parte, con demasiada frecuencia los medios de comunicación presentan a la familia y la vida familiar de modo inadecuado. La infidelidad, la actividad sexual fuera del matrimonio y la ausencia de una visión moral y espiritual del pacto matrimonial se presentan de modo acrítico, y a veces, al mismo tiempo, apoyan el divorcio, la anticoncepción, el aborto y la homosexualidad. Esas presentaciones, al promover causas contrarias al matrimonio y a la familia, perjudican al bien común de la sociedad.

4. Una reflexión atenta sobre la dimensión ética de las comunicaciones debe desembocar en iniciativas prácticas orientadas a eliminar los peligros para el bienestar de la familia planteados por los medios de comunicación social, y asegurar que esos poderosos medios de comunicación sigan siendo auténticas fuentes de enriquecimiento. A este respecto, tienen una responsabilidad especial los agentes de la comunicación, las autoridades públicas y los padres.

El Papa Pablo VI subrayó que los agentes de la comunicación 뤥ben conocer y respetar las exigencias de la familia. Esto supone en ellos a veces una gran valentía y siempre un hondo sentido de responsabilidad련Mensaje para la Jornada mundial de las comunicaciones sociales de 1969: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de mayo de 1969, p. 2). No es tan fácil resistir a las presiones comerciales o a las exigencias de adecuarse a las ideologías seculares, pero eso es precisamente lo que los agentes de la comunicación responsables deben hacer. Es mucho lo que está en juego, pues cualquier ataque al valor fundamental de la familia es un ataque al bien auténtico de la humanidad.

Las autoridades públicas tienen el grave deber de apoyar el matrimonio y la familia en beneficio de la sociedad misma. En cambio, muchos ahora aceptan y actúan basándose en argumentos libertarios infundados de algunos grupos que defienden prácticas que contribuyen al grave fenómeno de la crisis de la familia y al debilitamiento del concepto auténtico de familia. Sin recurrir a la censura, es necesario que las autoridades públicas pongan en práctica políticas y procedimientos de reglamentación para asegurar que los medios de comunicación social no actúen contra el bien de la familia. Los representantes de las familias deben participar en la elaboración de esas políticas.

Los que elaboran las políticas en los medios de comunicación y en el sector público deben favorecer también una distribución equitativa de los recursos de los medios de comunicación tanto a nivel nacional como internacional, respetando la integridad de las culturas tradicionales. Los medios de comunicación no deben dar la impresión de que tienen un programa hostil a los sanos valores familiares de las culturas tradicionales, o de que buscan sustituir esos valores, como parte de un proceso de globalización, con los valores secularizados de la sociedad consumista.

5. Los padres, como primeros y principales educadores de sus hijos, son también los primeros en explicarles cómo usar los medios de comunicación. Están llamados a formar a sus hijos 륮 el uso moderado, crítico, vigilante y prudente de tales medios력n el hogar (Familiaris consortio, 76). Cuando los padres lo hacen bien y con continuidad, la vida familiar se enriquece mucho. Incluso a los niños pequeños se les pueden dar importantes explicaciones sobre los medios de comunicación social: que son producidos por personas interesadas en transmitir mensajes; que esos mensajes a menudo inducen a hacer algo —a comprar un producto, a tener una conducta discutible— que no beneficia al niño o no corresponde a la verdad moral; que los niños no deben aceptar o imitar de modo acrítico lo que encuentran en los medios de comunicación social.

Los padres también deben reglamentar el uso de los medios de comunicación en el hogar. Esto implica planificar y programar el uso de dichos medios, limitando estrictamente el tiempo que los niños les dedican, haciendo del entretenimiento una experiencia familiar, prohibiendo algunos medios de comunicación y excluyéndolos periódicamente todos para dejar espacio a otras actividades familiares. Sobre todo, los padres deben dar buen ejemplo a los niños, haciendo un uso ponderado y selectivo de dichos medios. A menudo les podría resultar útil unirse a otras familias para estudiar y discutir los problemas y las oportunidades que plantea el uso de los medios de comunicación. Las familias deberían manifestar claramente a los productores, a los que hacen publicidad y a las autoridades públicas lo que les agrada y lo que les desagrada.

6. Los medios de comunicación social poseen un inmenso potencial positivo para promover sanos valores humanos y familiares, contribuyendo así a la renovación de la sociedad. Conscientes de su gran fuerza para modelar las ideas e influir en la conducta de las personas, los agentes de la comunicación social deben reconocer que no sólo tienen la responsabilidad de brindar a las familias todo el estímulo, la ayuda y el apoyo que les sea posible con vistas a ese fin, sino también de practicar la sabiduría, el buen juicio y la honradez al presentar las cuestiones que atañen a la sexualidad, al matrimonio y a la vida familiar.

Los medios de comunicación cada día son acogidos como huéspedes habituales en muchos hogares y familias. En esta Jornada mundial de las comunicaciones sociales, exhorto tanto a los agentes de la comunicación como a las familias a reconocer este privilegio único, así como la responsabilidad que implica. Ojalá que todos los que están comprometidos en el ámbito de las comunicaciones sociales sean conscientes de que son los auténticos 뤩spensadores y administradores de un inmenso poder espiritual que pertenece al patrimonio de la humanidad y está destinado al enriquecimiento de toda la comunidad humana련Discurso a las personas comprometidas en el campo de las comunicaciones sociales, Los Ángeles, 15 de septiembre de 1987, n. 8: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de octubre de 1987, p. 14). Y ojalá que las familias logren encontrar siempre en los medios de comunicación una fuente de apoyo, estímulo e inspiración al tratar de vivir como comunidades de vida y amor, educar a los jóvenes en los sanos valores morales y promover una cultura de solidaridad, libertad y paz.

Desde el Vaticano, 24 de enero de 2004, Fiesta de San Francisco de Sales.

JUAN PABLO II

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

PARA LA 37ª JORNADA MUNDIAL

DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Tema: "Los medios de comunicación social al servicio de la auténtica paz a la luz de la "Pacem in terris".

Mayo de 2003

࠼em>Queridos hermanos y hermanas:

1. La Encíclica Pacem in terris del Beato Papa Juan XXIII llegó como un faro de esperanza para los hombres y mujeres de buena voluntad en los oscuros días de la Guerra Fría. Al afirmar que la auténtica paz requiere "guardar íntegramente el orden establecido por Dios." (Pacem in terris, 1), el Santo Padre señaló la verdad, la justicia, la caridad y la libertad como los pilares de una sociedad pacífica (ibid., 37).

El creciente poder que adquirían los modernos medios de comunicación social fue parte importante del trasfondo de la Encíclica. El Papa Juan XXIII tenía muy en cuenta esos medios cuando llamaba a la "serena objetividad" en el uso de los "medios de información que la técnica ha introducido" y que "tanto sirven para fomentar y extender el mutuo conocimiento de los pueblos"; él desacreditaba "los sistemas de información que, violando los preceptos de la verdad y la justicia, hieren la fama de cualquier país" (ibid., 90).

2. Hoy, mientras recordamos el cuadragésimo aniversario de Pacem in terris, la división de los pueblos en bloques contrapuestos es casi sólo un recuerdo doloroso, pero todavía la paz, la justicia y la estabilidad social están ausentes en muchas partes del mundo. El terrorismo, el conflicto en Medio Oriente y otras regiones, las amenazas y contra-amenazas, la injusticia, la explotación y las violaciones a la dignidad y la santidad de la vida humana, tanto antes como después del nacimiento, son realidades que causan consternación en nuestros días.

Mientras tanto ha crecido enormemente el poder de los medios para moldear las relaciones humanas e influenciar la vida política y social, tanto para el bien como para el mal. De aquí la permanente actualidad del tema elegido para la trigésima séptima Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales: "Los medios de comunicación al servicio de la auténtica paz, a la luz de la Pacem in terris". El mundo de los medios tiene todavía mucho que aprender del mensaje del Beato Papa Juan XXIII.

3. Los Medios y la verdad. La exigencia moral fundamental de toda comunicación es el respeto y el servicio a la verdad. La libertad de buscar y decir la verdad es un elemento esencial de la comunicación humana, no sólo en relación con los hechos y la información, sino también y especialmente sobre la naturaleza y destino de la persona humana, respecto a la sociedad y el bien común, respecto a nuestra relación con Dios. Los medios masivos tienen una irrenunciable responsabilidad en este sentido, pues constituyen la escena donde hoy en día se intercambian las ideas y donde los pueblos pueden crecer en el conocimiento mutuo y la solidaridad. Es por eso que el Papa Juan XXIII defendió el derecho a "buscar la verdad libremente y, dentro de los límites del orden moral y el bien común, manifestar y difundir las propias opiniones", todo ello como condición necesaria para la paz social (Pacem in terris, 12).

De hecho, con frecuencia los medios prestan un valiente servicio a la verdad; pero a veces funcionan como agentes de propaganda y desinformación al servicio de intereses estrechos o de prejuicios de naturaleza nacional, étnica, racial o religiosa, de avidez material o de falsas ideologías de tendencias diversas. Ante las presiones que empujan a la prensa a tales errores, es imprescindible una resistencia ante todo por parte de los propios hombres y mujeres de los medios, pero también de la Iglesia y otros grupos responsables.

4. Los Medios y la justicia. El Beato Papa Juan XXIII tuvo palabras elocuentes en la Pacem in terris sobre el bien común universal -"el bien universal, es decir, el que afecta a toda la familia humana" (nº 132)- en el que cada individuo y todos los pueblos tienen el derecho de compartirlo.

La proyección global de los medios comporta especiales responsabilidades en este aspecto. Si bien es cierto que los medios suelen pertenecer a grupos con intereses propios, privados y públicos, la naturaleza intrínseca de su impacto en la vida requiere que no favorezcan la división entre los grupos -por ejemplo en el nombre de la lucha de clases, del nacionalismo exacerbado, de la supremacía racial, la limpieza étnica u otros similares-. Enfrentar a unos contra otros en nombre de la religión es un error particularmente grave contra la verdad y la justicia, como lo es el tratamiento discriminador de las creencias religiosas, pues éstas pertenecen al espacio más profundo de la dignidad y libertad personal.

Cuando realizan una crónica cuidadosa de los hechos, explicando bien los temas y presentando honradamente los diversos puntos de vista, los medios cumplen su grave deber de impulsar la justicia y la solidaridad en las relaciones humanas a todos los niveles de la sociedad. Esto no significa quitar importancia a las injusticias y divisiones, sino ir a sus raíces para que puedan ser comprendidas y sanadas.

5. Los medios y la libertad. La libertad es una condición previa de la verdadera paz, así como uno de sus más preciosos frutos. Los medios sirven a la libertad sirviendo a la verdad, y por el contrario, obstruyen la libertad en la medida en que se alejan de la verdad y difunden falsedades o crean un clima de reacciones emotivas incontroladas ante los hechos. Sólo cuando la sociedad tiene libre acceso a una información veraz y suficiente, puede dedicarse a buscar el bien común y respaldar una responsable autoridad pública.

Si los medios están para servir a la libertad, ellos mismos deben ser libres y usar correctamente esa libertad. Su situación privilegiada les obliga a estar por encima de las meras preocupaciones comerciales y servir a las verdaderas necesidades e intereses de la sociedad. Si bien existen normativas públicas sobre los medios, adecuadas a la defensa del bien común, a veces el control gubernamental no lo es. En particular los reporteros y comentaristas tienen el grave deber de seguir las indicaciones de su conciencia moral y resistir a las presiones que les empujan a "adaptar" la verdad para satisfacer las exigencias de los poderes económicos o políticos.

En concreto es necesario, no sólo encontrar el modo de garantizar a los sectores más débiles de la sociedad el acceso a la información que necesitan, sino también asegurar que no sean excluidos de un papel efectivo y responsable en la toma de decisiones sobre los contenidos de los medios, y en la determinación de las estructuras y líneas de conducta de las comunicaciones sociales.

6. Los medios y el amor. "La ira del hombre nunca realiza la justicia de Dios" (Santiago 1,20). En el clímax de la Guerra Fría, el Beato Papa Juan XXIII expresó un pensamiento que aunaba la sencillez con una gran profundidad sobre lo que comportaba el camino de la paz: "Es necesario que la norma suprema que hoy se sigue para mantener la paz sea sustituida por otra completamente distinta, en virtud de la cual se reconozca que una paz internacional verdadera y constante no puede apoyarse en el equilibrio de las fuerzas militares, sino únicamente en la confianza recíproca" (Pacem in terris, 113).༯font>

Los medios de comunicación son actores clave en el mundo actual, y tienen un papel inmenso que realizar para construir aquella confianza. Su poder es tal, que en poco tiempo pueden suscitar una reacción pública positiva o negativa hacia los eventos, según sus intereses. El público sensato se dará cuenta de que un poder tan enorme requiere los más altos niveles de compromiso con la verdad y el bien. En este sentido los hombres y mujeres de los medios están especialmente obligados a contribuir a la paz en todas las partes del mundo derribando las barreras de la desconfianza, impulsando la reflexión sobre el punto de vista de los otros, y esforzándose siempre por aunar a los pueblos y las naciones en un entendimiento y respeto mutuo; y más allá de la comprensión y el respeto, ¡en la reconciliación y la misericordia!. "Allá donde dominan el odio y la sed de venganza, allá donde la guerra lleva sufrimiento y muerte de los inocentes, es necesaria la gracia de la misericordia para apaciguar las mentes y los corazones y construir la paz" (Homilía en el Santuario de la Divina Misericordia en Cracovia-Lagiewiniki, 17 de agosto 2002, nº 5).

Aunque todo esto parezca un enorme desafío, de ningún modo es pedir demasiado a los hombres y mujeres de los medios. Tanto por vocación como por profesión, están llamados a ser agentes de paz, de justicia, de libertad y de amor, contribuyendo con su importante labor a un orden social "basado en la verdad, establecido de acuerdo con las normas de la justicia, sustentado y henchido por la caridad, y realizado bajo los auspicios de la libertad" (Pacem in terris, 167). Por ello mi oración en esta Jornada Mundial de las Comunicaciones sociales se eleva para que los hombres y las mujeres de los medios asuman más que nunca el desafío de su vocación: servir al bien común universal. De ello dependen, en gran medida, su realización personal y la paz y felicidad del mundo. Que Dios los bendiga, les ilumine y les fortalezca.༯font>

Desde el Vaticano, 24 de enero de 2003, Fiesta de San Francisco de Sales.

PONTIFICIUM CONSILIUM DE COMMUNICATIONIBUS SOCIALIBUS

MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA XXXVI JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

TEMA: "Internet: un nuevo foro para la proclamación del Evangelio"

12 de mayo de 2002

Queridos hermanos y hermanas:

1. La Iglesia prosigue en todas las épocas la tarea comenzada el día de Pentecostés, cuando los Apóstoles, con el poder del Espíritu Santo, salieron a las calles de Jerusalén a anunciar el Evangelio de Jesucristo en diversas lenguas (cf. Hch 2, 5-11). A lo largo de los siglos sucesivos, esta misión evangelizadora se extendió a todos los rincones de la tierra, a medida que el cristianismo arraigaba en muchos lugares y aprendía a hablar las diferentes lenguas del mundo, obedeciendo siempre al mandato de Cristo de anunciar el Evangelio a todas las naciones (cf. Mt 28, 19-20).

Pero la historia de la evangelización no es sólo una cuestión de expansión geográfica, ya que la Iglesia también ha tenido que cruzar muchos umbrales culturales, cada uno de los cuales requiere nuevas energías e imaginación para proclamar el único Evangelio de Jesucristo. La era de los grandes descubrimientos, el Renacimiento y la invención de la imprenta, la Revolución industrial y el nacimiento del mundo moderno: estos fueron también momentos críticos, que exigieron nuevas formas de evangelización. Ahora, con la revolución de las comunicaciones y la información en plena transformación, la Iglesia se encuentra indudablemente ante otro camino decisivo. Por tanto, es conveniente que en esta Jornada mundial de las comunicaciones de 2002 reflexionemos en el tema: 뉮ternet: un nuevo foro para la proclamación del Evangelio뮠

2. Internet es ciertamente un nuevo 릯ro묠entendido en el antiguo sentido romano de lugar público donde se trataba de política y negocios, se cumplían los deberes religiosos, se desarrollaba gran parte de la vida social de la ciudad, y se manifestaba lo mejor y lo peor de la naturaleza humana. Era un lugar de la ciudad muy concurrido y animado, que no sólo reflejaba la cultura del ambiente, sino que también creaba una cultura propia. Esto mismo sucede con el ciberespacio, que es, por decirlo así, una nueva frontera que se abre al inicio de este nuevo milenio. Como en las nuevas fronteras de otros tiempos, ésta entraña también peligros y promesas, con el mismo sentido de aventura que caracterizó otros grandes períodos de cambio. Para la Iglesia, el nuevo mundo del ciberespacio es una llamada a la gran aventura de usar su potencial para proclamar el mensaje evangélico. Este desafío está en el centro de lo que significa, al comienzo del milenio, seguir el mandato del Señor de 벥mar mar adentro뺠넵c in altum렼/em>(Lc 5, 4).

3. La Iglesia afronta este nuevo medio con realismo y confianza. Como otros medios de comunicación, se trata de un medio, no de un fin en sí mismo. Internet puede ofrecer magníficas oportunidades para la evangelización si se usa con competencia y con una clara conciencia de sus fuerzas y sus debilidades. Sobre todo, al proporcionar información y suscitar interés, hace posible un encuentro inicial con el mensaje cristiano, especialmente entre los jóvenes, que se dirigen cada vez más al mundo del ciberespacio como una ventana abierta al mundo. Por esta razón, es importante que las comunidades cristianas piensen en medios muy prácticos de ayudar a los que se ponen en contacto por primera vez a través de Internet, para pasar del mundo virtual del ciberespacio al mundo real de la comunidad cristiana.

En una etapa posterior, Internet también puede facilitar el tipo de seguimiento que requiere la evangelización. Especialmente en una cultura que carece de bases firmes, la vida cristiana requiere una instrucción y una catequesis continuas, y esta es tal vez el área en que Internet puede brindar una excelente ayuda. Ya existen en la red innumerables fuentes de información, documentación y educación sobre la Iglesia, su historia y su tradición, su doctrina y su compromiso en todos los campos en todas las partes del mundo. Por tanto, es evidente que aunque Internet no puede suplir nunca la profunda experiencia de Dios que sólo puede brindar la vida litúrgica y sacramental de la Iglesia, sí puede proporcionar un suplemento y un apoyo únicos para preparar el encuentro con Cristo en la comunidad y sostener a los nuevos creyentes en el camino de fe que comienza entonces.

4. Sin embargo, hay ciertas cuestiones necesarias, incluso obvias, que se plantean al usar Internet para la causa de la evangelización. De hecho, la esencia de Internet consiste en suministrar un flujo casi continuo de información, gran parte de la cual pasa en un momento. En una cultura que se alimenta de lo efímero puede existir fácilmente el riesgo de considerar que lo que importa son los datos, más que los valores. Internet ofrece amplios conocimientos, pero no enseña valores; y cuando se descuidan los valores, se degrada nuestra misma humanidad, y el hombre con facilidad pierde de vista su dignidad trascendente. A pesar de su enorme potencial benéfico, ya resultan evidentes para todos algunos modos degradantes y perjudiciales de usar Internet, y las autoridades públicas tienen seguramente la responsabilidad de garantizar que este maravilloso instrumento contribuya al bien común y no se convierta en una fuente de daño.

Además, Internet redefine radicalmente la relación psicológica de la persona con el tiempo y el espacio. La atención se concentra en lo que es tangible, útil e inmediatamente asequible; puede faltar el estímulo a profundizar más el pensamiento y la reflexión. Pero los seres humanos tienen necesidad vital de tiempo y serenidad interior para ponderar y examinar la vida y sus misterios, y para llegar gradualmente a un dominio maduro de sí mismos y del mundo que los rodea. El entendimiento y la sabiduría son fruto de una mirada contemplativa sobre el mundo, y no derivan de una mera acumulación de datos, por interesantes que sean. Son el resultado de una visión que penetra el significado más profundo de las cosas en su relación recíproca y con la totalidad de la realidad. Además, como foro en el que prácticamente todo se acepta y casi nada perdura, Internet favorece un medio relativista de pensar y a veces fomenta la evasión de la responsabilidad y del compromiso personales.

En este contexto, ¿cómo hemos de cultivar la sabiduría que no viene precisamente de la información, sino de la visión profunda, la sabiduría que comprende la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto, y sostiene la escala de valores que surge de esta diferencia?

5. El hecho de que a través de Internet la gente multiplique sus contactos de modos hasta ahora impensables abre maravillosas posibilidades de difundir el Evangelio. Pero también es verdad que las relaciones establecidas mediante la electrónica jamás pueden tomar el lugar de los contactos humanos directos, necesarios para una auténtica evangelización, pues la evangelización depende siempre del testimonio personal del que ha sido enviado a evangelizar (cf. Rm 10, 14-15). ¿Cómo guía la Iglesia, desde el tipo de contacto que permite Internet, a la comunicación más profunda que exige el anuncio cristiano? ¿Cómo entablamos el primer contacto y el intercambio de información que permite Internet?

No cabe duda de que la revolución electrónica entraña la promesa de grandes y positivos avances con vistas al desarrollo mundial; pero existe también la posibilidad de que agrave efectivamente las desigualdades existentes al ensanchar la brecha de la información y las comunicaciones. ¿Cómo podemos asegurar que la revolución de la información y las comunicaciones, que tiene en Internet su primer motor, promueva la globalización del desarrollo y de la solidaridad del hombre, objetivos vinculados íntimamente con la misión evangelizadora de la Iglesia?

Por último, en estos tiempos tan agitados, permitidme preguntar: ¿cómo podemos garantizar que este magnífico instrumento, concebido primero en el ámbito de operaciones militares, contribuya ahora a la causa de la paz? ¿Puede fomentar la cultura del diálogo, de la participación, de la solidaridad y de la reconciliación, sin la cual la paz no puede florecer? La Iglesia cree que sí; y para lograr que esto suceda, está decidida a entrar en este nuevo foro, armada con el Evangelio de Cristo, el Príncipe de la paz.

6. Internet produce un número incalculable de imágenes que aparecen en millones de pantallas de ordenadores en todo el planeta. En esta galaxia de imágenes y sonidos, ¿aparecerá el rostro de Cristo y se oirá su voz? Porque sólo cuando se vea su rostro y se oiga su voz el mundo conocerá la buena nueva de nuestra redención. Esta es la finalidad de la evangelización. Y esto es lo que convertirá Internet en un espacio auténticamente humano, puesto que si no hay lugar para Cristo, tampoco hay lugar para el hombre. Por tanto, en esta Jornada mundial de las comunicaciones, quiero exhortar a toda la Iglesia a cruzar intrépidamente este nuevo umbral, para entrar en lo más profundo de la red, de modo que ahora, como en el pasado, el gran compromiso del Evangelio y la cultura muestre al mundo 묡 gloria de Dios que está en la faz de Cristo련2 Co 4, 6). Que el Señor bendiga a todos lo que trabajan con este propósito.

Vaticano, 24 de enero de 2002, fiesta de San Francisco de Sales

MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA XXXV JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

27 de Mayo de 2001

Tema: "Proclamar desde los terrados": el Evangelio en la Era de la Comunicación Global

1. El tema que he elegido para la Jornada Mundial de las Comunicaciones de 2001 se hace eco de las palabras de Jesús. No podía ser de otro modo, ya que nosotros predicamos solamente a Cristo. Recordamos sus palabras a sus primeros discípulos: "Lo que os digo de noche, decidlo en pleno día; y lo que escucháis al oído, pregonadlo desde la azotea" (Mt 10:27). En el fondo de nuestro corazón hemos escuchado la verdad de Jesús; ahora debemos proclamarla desde los terrados.

En el mundo de hoy,todos los terrados, casi siempre, se nos presentan como un bosque de transmisores y antenas, enviando y recibiendo mensajes de todo tipo a y desde los cuatro costados de la tierra. Es de primordial importancia asegurarse de que, entre esos mensajes, no falte la palabra de Dios. En la actualidad, proclamar la fe desde los terrados significa hablar con las palabras de Jesús en y a través del dinámico mundo de las comunicaciones.

2. En todas las culturas y en todos los tiempos – ciertamente en medio de las transformaciones globales de hoy en día- las personas se hacen las mismas preguntas fundamentales sobre el sentido de la vida: ¿quién soy? ¿de dónde vengo y a dónde voy? ¿por qué existe el mal? ¿qué hay después de esta vida? (cfr. Fides et Ratio, 1). Y en cualquier período, la Iglesia ofrece la única y definitiva respuesta satisfactoria a las preguntas más profundas del corazón humano – el mismo Jesucristo "manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre su altísima vocación" (Gaudium et Spes, 22). Por lo tanto, los cristianos no deben nunca permanecer callados, el Señor nos ha confiado la palabra de salvación que todo corazón humano anhela. El Evangelio ofrece la perla de gran valor que todos están buscando (cfr. Mt 13:45-46).

En consecuencia, la Iglesia no puede dejar de estar cada vez más profundamente comprometida con el efervescente mundo de las comunicaciones. De día en día la red de las comunicaciones globales se extiende y crece de forma más compleja y los medios de comunicación ejercen visiblemente una mayor influencia sobre la cultura y su divulgación. En el pasado los medios informaban sobre los acontecimientos, ahora, con frecuencia, son las necesidades de los medios las que dan forma a los acontecimientos. De este modo la interacción entre la realidad y los medios se ha hecho cada vez más compleja dando lugar a un profundo fenómeno ambivalente. Por una parte se puede deformar la distinción entre verdad e ilusión; pero por otra, es posible crear oportunidades sin precedente para hacer que la verdad sea mucho más accesible a muchas más personas. Es tarea de la Iglesia asegurar que esto último sea lo que realmente suceda.

3. A veces el mundo de los medios puede parecer indiferente e incluso hostil a la fe y la moral cristiana. En parte esto sucede porque la cultura mediática se ha ido penetrando progresivamente por un sentido típicamente postmoderno donde la única verdad absoluta admitida es la inexistencia de la verdad absoluta o, en caso de que ésta existiese, sería inaccesible a la razón humana y por lo tanto irrelevante. Con una tal perspectiva, lo que acontece no es la verdad sino "el relato"; si algo es noticia digna o entretenida, la tentación de apartar las consideraciones de la verdad se hace casi siempre irresistible. Como resultado, el mundo de los medios puede, algunas veces, parecer un ambiente tan poco propicio para la evangelización como el mundo pagano en tiempos de los Apóstoles. Pero del mismo modo que los primeros testigos de la Buena Nueva no se retiraron cuando encontraron hostilidad, tampoco hoy los seguidores de Cristo deben hacerlo. El grito de San Pablo resuena todavía entre nosotros: "¡Pobre de mí si no anunciara el Evangelio!" (1 Cor 9:16).

Sin embargo, del mismo modo que el mundo de los medios puede, a veces, dar la impresión de estar reñido con el mensaje cristiano, éste también ofrece oportunidades únicas para proclamar, a la entera familia humana, la verdad salvífica de Cristo. Tengamos en cuenta, por ejemplo, los programas vía satélite de ceremonias religiosas que, con frecuencia, alcanzan una audiencia enorme, o las buenas posibilidades que ofrece Internet para difundir la información y enseñanza religiosas sobrepasando obstáculos y fronteras. Una audiencia tan vasta habría sido imposible de imaginar por nuestros predecesores en la predicación del Evangelio. Por lo tanto, lo que se necesita en nuestros días es un activo e imaginativo compromiso ante los medios por parte de la Iglesia. Los católicos no tendrían que sentir temor de abrir las puertas de la comunicación social a Cristo, de forma que la Buena Nueva pueda ser oída desde los terrados del mundo.

4. Es primordial también que al inicio de este nuevo milenio recordemos la misión ad gentes que Cristo ha confiado a la Iglesia. Se estima que dos tercios de los seis mil millones de personas que pueblan el mundo no tienen el menor conocimiento de Jesucristo; y muchos de ellos viven en países con antiguas raíces cristianas, donde grupos enteros de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe, o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su Evangelio (cfr. Redemptoris Missio, 33). Ciertamente, una respuesta eficaz a esta situación compromete a un ámbito mucho mayor que el de los medios; pero en el esfuerzo de los cristianos para hacer frente al desafío de la evangelización, no cabe ignorar el mundo de las comunicaciones sociales. Realmente, los medios de todo tipo pueden jugar un papel esencial en el esfuerzo evangelizador y en facilitar a las personas las verdades y los valores en que se apoya y perfecciona la dignidad humana. La presencia de la Iglesia en los medios es, de hecho, un aspecto importante de la inculturación del Evangelio exigida por la nueva evangelización a la que el Espíritu Santo está convocando a la Iglesia en todo el mundo.

Así como toda la Iglesia desea tener en cuenta la llamada del Espíritu, los comunicadores cristianos tienen "una tarea, una vocación profética: clamar contra los falsos dioses e ídolos de nuestro tiempo – el materialismo, el hedonismo, el consumismo, el nacionalismo extremo…" (Ética en las Comunicaciones Sociales, 31). Por encima de todo, ellos tienen el deber y privilegio de proclamar la verdad – la gloriosa verdad sobre la vida humana y el destino humano revelado en la Palabra hecha carne. Los católicos comprometidos en el mundo de las comunicaciones sociales pueden predicar desde los terrados la verdad de Jesús con mucho más valor y alegría, de forma que todos los hombres y mujeres puedan oír hablar sobre el amor que es el corazón de la autocomunicación de Dios en Jesucristo, que es el mismo hoy que ayer y será el mismo siempre (cfr. Heb 13:8).

Desde el Vaticano, 24 de enero de 2001, conmemoración de San Francisco de Sales

MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA 34a JORNADA MUNDIAL PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Tema: "Anunciar a Cristo en los Medios de Comunicación Social al alba del Tercer Milenio"

4 de Junio de 2000

Queridos hermanos y hermanas:

El tema de la trigésima cuarta Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, Anunciar a Cristo en los Medios de Comunicación Social al alba del Tercer Milenio, nos invita a mirar hacia delante considerando los desafíos que nos esperan, y también a mirar hacia el pasado recordando el nacimiento del cristianismo para tomar de esos orígenes la luz y el valor que necesitamos. El centro del mensaje que proclamamos es siempre Jesús mismo. "Ante Él se sitúa la historia humana entera: nuestro hoy y el futuro del mundo son iluminados por su presencia" (Incarnationis Mysterium, 1).

Los capítulos iniciales de los Hechos de los Apóstoles contienen un conmovedor relato de la proclamación de Cristo por sus primeros seguidores, proclamación que fue a la vez espontánea, llena de fe y convincente, realizada con el poder del Espíritu Santo.

Lo primero y más importante es que los discípulos anunciaron a Cristo como respuesta al mandato que él les había dado. Antes de ascender al Cielo dijo a los Apóstoles: "Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra" (Hch 1,8). Y a pesar de que eran hombres "sin instrucción ni cultura" (Hch 4,13), respondieron rápida y generosamente.

Habiéndose dedicado a la oración con María junto con los demás seguidores del Señor, y actuando movidos por el Espíritu Santo, los Apóstoles iniciaron su proclamación en Pentecostés (cf. Hch 2). La lectura de aquellos maravillosos eventos nos recuerda que la historia de la comunicación es como un proceso que va desde el orgulloso proyecto de Babel con su carga de confusión e incomprensión mutua (cf. Gn 11,1-9), hasta Pentecostés y el don de lenguas: la comunicación es restaurada con su centro en Jesús, por medio de la acción del Espíritu Santo. Anunciar a Cristo, pues, conduce al encuentro entre las personas en la fe y la caridad al más profundo nivel humano. El mismo Señor resucitado se convierte en vínculo de una genuina comunicación entre sus hermanos y hermanas en el Espíritu.

Pentecostés es sólo el principio. Los Apóstoles no se arredran en la proclamación del Señor ni siquiera cuando son amenazados con represalias: "No podemos callar lo que hemos visto y oído", dicen Pedro y Juan al Sanedrín (Hch 4,20). Incluso los sufrimientos se convierten en instrumentos de la misión. Cuando se desata una violenta persecución en Jerusalén después del martirio de Esteban, forzando a los seguidores de Cristo a huir, "los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la Palabra" (Hch 8,4).

El núcleo vivo del mensaje que los Apóstoles predican es Jesús crucificado y resucitado, que vive triunfante sobre el pecado y la muerte. Pedro dice al centurión Cornelio y su familia: "Ellos lo mataron, colgándolo de un madero; a él, Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de aparecerse… Y nos mandó que predicáramos al pueblo y que diésemos testimonio de que él está constituido por Dios juez de vivos y muertos. De éste todos los profetas dan testimonio de que todo el que cree en él alcanza, por su nombre, el perdón de los pecados" (Hch 10, 39-43).

Es obvio que las circunstancias han cambiado profundamente en dos milenios. Y sin embargo permanece inalterable la necesidad de anunciar a Cristo. El deber de dar testimonio de la muerte y la resurrección de Jesús y de su presencia salvífica en nuestras vidas, es tan real y apremiante como el de los primeros discípulos. Hemos de comunicar la buena noticia a todos aquéllos que quieran escuchar.

Es indispensable la proclamación personal y directa, en la que una persona comparte con otra su fe en el Resucitado. Igualmente lo son otras formas tradicionales de sembrar la Palabra de Dios. No obstante, al mismo tiempo debe realizarse hoy una proclamación en y a través de los medios de comunicación social. "La Iglesia se sentiría culpable ante el Señor si no utilizara estos poderosos medios" (Papa Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 45).

No se exagera al insistir en el impacto de los medios sobre el mundo actual. El surgimiento de la sociedad de la información es una verdadera revolución cultural, que transforma a los medios en "el primer Areópago de nuestra época" (Redemptoris Missio, 37), en la cual se intercambian constantemente ideas y valores. A través de los medios la gente entra en contacto con personas y acontecimientos, y se forma sus opiniones sobre el mundo en el que vive. Incluso ahí se configura su modo de entender el sentido de la vida. Para muchos su propia experiencia vital es en gran medida una prolongación de la experiencia de los medios de comunicación (cf. Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, Aetatis Novae, 2). El anuncio de Cristo debe formar parte de esta experiencia.

Naturalmente, al anunciar al Señor, la Iglesia debe usar con vigor y habilidad sus propios medios de comunicación (libros, periódicos, revistas, radio, televisión y otros). Los comunicadores católicos deben ser intrépidos y creativos para desarrollar nuevos medios y métodos en la proclamación. Pero, en lo posible, la Iglesia debe aprovechar al máximo las oportunidades de estar presente también en los medios seculares.

Los medios están contribuyendo ya de muchas formas al enriquecimiento espiritual, por ejemplo en los numerosos programas especiales que se transmiten a nivel mundial por medio de satélites durante este año del Gran Jubileo. En otros casos, sin embargo, expresan la indiferencia y hasta la hostilidad que existe en ciertos sectores de la cultura secular hacia Cristo y su mensaje. Es necesario un cierto tipo de "examen de conciencia" por parte de los medios, que conduzca a una mayor conciencia crítica sobre esa tendencia a un escaso respeto por la religiosidad y las convicciones morales de la gente.

Una forma implícita de proclamación del Señor puede hacerse a través de producciones mediáticas que respondan a las auténticas necesidades humanas, especialmente aquéllas de los débiles, los necesitados y los marginados. Pero además de la proclamación implícita, los comunicadores cristianos deben buscar modos de hablar explícitamente de Jesús muerto y resucitado y de su triunfo sobre el pecado y la muerte, en formas adecuadas a los medios que se usen y a la capacidad del público.

Realizar esto con acierto requiere capacidad y entrenamiento profesional. Pero también requiere algo más. Para testimoniar a Cristo es necesario encontrarse personalmente con él y cultivar esa relación a través de la oración, la Eucaristía y el sacramento de la Reconciliación, leyendo y meditando la Palabra de Dios, estudiando la doctrina cristiana y sirviendo a los demás. Si todo ello es auténtico, será mucho más por obra del Espíritu que nuestra.

Proclamar a Cristo no es sólo un deber sino un privilegio. "El paso de los creyentes hacia el tercer milenio no se resiente absolutamente del cansancio que el peso de dos mil años de historia podría llevar consigo; los cristianos se sienten más bien alentados al ser conscientes de llevar al mundo la luz verdadera, Cristo Señor. La Iglesia, al anunciar a Jesús de Nazaret, verdadero Dios y Hombre perfecto, abre a cada ser humano la perspectiva de ser "divinizado" y, por tanto, de hacerse así más hombre." (Incarnationis Mysterium, 2).

El Gran Jubileo del aniversario número 2000 del nacimiento de Jesús en Belén, debe ser una oportunidad y un desafío para que los discípulos del Señor demos testimonio en y a través de los medios, de la extraordinaria y consoladora Buena Noticia de nuestra salvación. Que en este "Año de Gracia" los medios den voz a Jesús mismo, con claridad y alegría, con fe, esperanza y amor. Proclamar a Cristo en los medios al alba del nuevo milenio no es sólo parte sustancial de la misión evangelizadora; constituye también un enriquecimiento vital, inspirador y lleno de esperanza para el propio mensaje de los medios.

Que Dios bendiga abundantemente a todos aquéllos que honran y proclaman a su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, en el vasto mundo de los medios de comunicación social.

24 de enero de 2000

MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA 33a JORNADA MUNDIAL PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Tema: " Los mass media: presencia amiga para quien busca al Padre "

16 de Mayo de 1999

Queridos hermanos y hermanas:

1. Nos estamos acercando al Gran Jubileo, el dos mil aniversario del nacimiento de Jesucristo, la Palabra de Dios hecha carne, la celebración que abrirá la puerta del tercer milenio cristiano. En este último año de preparación, la Iglesia se dirige a Dios nuestro Padre, contemplando el misterio de su infinita misericordia. Él es el Dios de quien toda vida procede y a quien volverá; y Él es el Único que nos acompaña desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte como un amigo y compañero en nuestro camino.

Para la celebración de este año de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales he elegido el tema "Los mass-media: presencia amiga para quien busca al Padre". El tema implica dos interrogantes: ¿cómo podrían los medios trabajar con Dios en vez de contra Él? y ¿cómo podrían constituirse los medios en compañeros grato para aquellos que buscan la presencia del amor de Dios en sus vidas? Esto conlleva también una afirmación de hecho y una razón para dar gracias: lo que los medios hacen a veces es ayudar a que, quienes están buscando a Dios, realicen una nueva lectura del libro de la naturaleza, que es el reino de la razón, y del libro de la revelación, la Biblia, que es el reino de la fe. Finalmente, el tema implica una invitación y una esperanza: que los responsables del mundo de las comunicaciones sociales se comprometan cada vez más a ayudar en vez de impedir la búsqueda del sentido que es parte esencial de la vida humana.

2. Ser humano es ir buscando; y como subrayé en mi reciente Carta Encíclica Fides et ratio, toda búsqueda humana es, en definitiva, una búsqueda de Dios: "La Fe y la Razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo"(1). El Gran Jubileo será una celebración de Dios que es la meta de toda búsqueda humana, una celebración de la infinita misericordia que todos los hombres y mujeres desean – aunque con frecuencia ellos mismos se encuentran frustrados por el pecado lo cual, utilizando la expresión de San Agustín, es como buscar la cosa justa en el sitio equivocado (cf. Confesiones, X,38). Nosotros pecamos cuando buscamos a Dios donde no se le puede encontrar.

En consecuencia, hablando "para quien busca al Padre", tema de este año para la Jornada Mundial de las Comunicaciones, hablo también para cada hombre y mujer. Todos están buscando, aunque no todos buscan en el sitio justo. El tema reconoce la influencia excepcional de los medios en la cultura contemporánea y, por lo tanto, la especial responsabilidad de los medios para atestiguar la verdad sobre la vida, sobre la dignidad humana, sobre el verdadero sentido de nuestra libertad y mutua interdependencia.

3. En la trayectoria de la búsqueda humana, la Iglesia desea la amistad con estos medios, consciente de que toda forma de cooperación será para bien de todos. Cooperación significa también un mayor entendimiento entre todos. A veces las relaciones entre la Iglesia y los medios pueden deteriorarse por malentendidos mutuos que engendran temor y desconfianza. Es cierto que la cultura de la Iglesia y la cultura de los medios es diferente; de hecho en ciertos puntos existe un fuerte contraste. Pero no existe razón para que las diferencias hagan imposible la amistad y el diálogo. En muchas amistades profundas son precisamente las diferencias las que alientan la creatividad y establecen lazos.

La cultura del memorial de la Iglesia puede salvar a la cultura de la fugacidad de la "noticia" que nos trae la comunicación moderna, del olvido que corroe la esperanza; los medios, en cambio, pueden ayudar a la Iglesia a proclamar el Evangelio en toda su perdurable actualidad, en la realidad de cada día de la vida de las personas. La cultura de sabiduría de la Iglesia puede salvar a la cultura de información de los mass-media de convertirse en una acumulación de hechos sin sentido; y los medios pueden ayudar a la sabiduría de la Iglesia a permanecer alerta ante los impresionantes nuevos conocimientos que ahora emergen. La cultura de alegría de la Iglesia puede salvar la cultura de entretenimiento de los medios de convertirse en una fuga desalmada de la verdad y la responsabilidad; y los medios pueden ayudar a la Iglesia a comprender mejor cómo comunicar con la gente de forma atractiva y que a la vez deleite. Estos son algunos ejemplos de cómo una cooperación más estrecha en un espíritu de amistad y a un nivel más profundo puede ayudar a ambos, la Iglesia y los medios de comunicación social, a servir a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo en su búsqueda del sentido y la realización.

4. Con la reciente explosión de la información tecnológica, la posibilidad de comunicación entre individuos y grupos, en cualquier parte del mundo, nunca ha sido tan grande. Paradójicamente, todavía, muchas fuerzas que podrían conducir a una mejor comunicación pueden llevar también al aumento de la inadaptación y alienación. Sin embargo, nosotros mismos nos encontramos en un tiempo de amenaza y promesa. Ninguna persona de bien deseará que la amenaza prevalezca de forma que pueda producir todavía más sufrimiento humano – menos aún al final de un siglo y de un milenio que ha recibido una buena parte de aflicción.

Miremos por el contrario con gran esperanza al nuevo milenio, confiando que existirán personas en la Iglesia y en los medios dispuestas a cooperar para asegurar que la promesa prevalezca sobre la amenaza, la comunicación sobre la alienación. Esto asegurará que el mundo de los medios sea cada vez más un agradable compañero para todas las personas, presentándose a ellas con "noticias" unidas al recuerdo, la información unida a la sabiduría y el entretenimiento unido a la alegría. De este modo también se asegurará un mundo donde la Iglesia y los medios podrán trabajar juntos por el bien de la humanidad. Esto es lo que se necesita para que el poder de los medios no sea una fuerza que destruye sino un amor creativo, un amor que refleje el amor de Dios "que es Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos" (Ef 4, 6).

Puedan todos los que trabajan en el mundo de la comunicación social conocer la alegría de la amistad divina, de forma que conociendo la amistad de Dios puedan disfrutar de la amistad de todos los hombres y mujeres en su camino hacia la casa del Padre, para quien es todo honor y gloria, alabanza y acción de gracias, con el Hijo y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.

24 de enero de 1999, Fiesta de San Francisco de Sales

MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA 32a JORNADA MUNDIAL PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Tema: "Animados por el Espíritu comuniquemos la esperanza"

24 de Mayo de 1998

Queridos hermanos y hermanas:

1. En este segundo de los tres años preparatorios para el Gran Jubileo del Año 2000, dirigimos nuestra atención al Espíritu Santo y su acción en la Iglesia, en nuestras vidas y en el mundo. El Espíritu es el "custodio de la esperanza en el corazón humano" ("Dominum et Vivificantem", 67). Por esta razón, el tema de esta 32a.Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales es "Animados por el Espíritu, comuniquemos la esperanza".

La esperanza en la que el Espíritu Santo sostiene a los creyentes es sobre todo escatológica. Es la esperanza de la salvación: esperanza en el Cielo, esperanza en la perfecta comunión con Dios. Esta esperanza es, como afirma la Carta a los Hebreos, "un ancla para el alma, sólida y firme, que penetra más allá del velo, allá donde Jesús entró por nosotros como precursor" (Heb 6,19-20).

2. Pero la esperanza escatológica que habita en los corazones cristianos está en íntima relación con la búsqueda de felicidad y plenitud en esta vida. La esperanza del Cielo anima la genuina preocupación por el bienestar de varones y mujeres aquí y ahora. "Si alguno dice 'amo a Dios' y odia a su hermano, es un mentiroso; porque quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4,20). La Redención, por la cual Dios sana la relación humano-divina, devuelve asimismo la salud a nuestra relación con los demás. Y la esperanza que nace de la Redención surge de esta doble reconciliación.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17

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