Comunicación social y magisterio de la Iglesia desde Pío XII hasta Benedicto XVI (página 13)
Enviado por Manuel González C
Por ello es tan importante que los cristianos se preparen al Gran Jubileo en la aurora del Tercer Milenio renovando su esperanza en el advenimiento del Reino de Dios al final de los tiempos, a la vez que escrutan más atentamente los signos de esperanza que encuentran en el mundo que los rodea. Entre estos signos de esperanza podemos señalar éstos: el progreso científico, tecnológico y especialmente médico, al servicio de la vida humana; una mayor conciencia de nuestra responsabilidad sobre el medio ambiente; los esfuerzos para restaurar la paz y la justicia allá donde han sido violentadas; un deseo de reconciliación y solidaridad entre los pueblos, en particular entre el Norte y el Sur del mundo. En la Iglesia también hay muchos signos de esperanza, entre ellos una escucha más atenta de la voz del Espíritu Santo, que alienta a la aceptación de los carismas y la promoción de los laicos, a un más hondo compromiso en favor de la unidad de los cristianos, y a un mayor reconocimiento de la importancia del diálogo con otras religiones y con la cultura contemporánea (Cf. "Tertio Millenio Adveniente", 46).
3. Los comunicadores cristianos tendrán credibilidad al comunicar esperanza si primero la viven en sus propias vidas, y esto sucederá si son hombres y mujeres de oración. Fortalecidos por el Espíritu Santo, la oración nos hace capaces de estar "siempre preparados para dar razón de la esperanza" que ven en nosotros (1Pe 3,15). Así es como el comunicador cristiano aprende a presentar el mensaje de esperanza a los hombres y mujeres de nuestro tiempo con la fuerza de la verdad.
4. No debemos olvidar que la comunicación a través de los Medios no es un ejercicio práctico dirigido sólo a motivar, persuadir o vender. Todavía menos, un vehículo para la ideología. Los Medios pueden a veces reducir a los seres humanos a simples unidades de consumo, o a grupos rivales de interés, o a manipulados espectadores, lectores y oyentes considerados números de los que se obtiene un rendimiento, sea en ventas o en apoyo político. Y todo ello destruye la comunidad. La tarea de la comunicación es aunar a las personas y enriquecer sus vidas, no aislarlas ni explotarlas. Los medios de comunicación social, usados correctamente, pueden ayudar a crear y apoyar comunidades humanas basadas en la justicia y la caridad; en la medida en que hagan esto, serán signos de esperanza.
5. Los medios de comunicación social son realmente el nuevo "Areópago" del mundo de hoy. Un gran foro que, cuando cumple bien su papel, posibilita el intercambio de información veraz, de ideas constructivas y sanos valores, creando así comunidad. Esto se convierte a su vez en un desafío para la Iglesia, cuyo uso de las comunicaciones no debe limitarse a la difusión del Evangelio, sino debe realmente integrar el mensaje del Evangelio en la 'nueva cultura' creada por las modernas comunicaciones, con sus "nuevos lenguajes, nuevas técnicas y nueva psicología" ("Redemptoris Missio", 37).
Los comunicadores cristianos necesitan una formación que los capacite para trabajar con eficacia en un ambiente mediático como éste. Tal formación deberá ser extensa, e incluir un entrenamiento técnico, una profundización en lo moral y ético, con particular atención a los valores y normas significativos para su labor profesional; formación en cultura humana, filosofía, historia, ciencias sociales y estéticas. Pero primero que nada, deben recibir una formación de la vida interior, la vida del espíritu.
Los comunicadores cristianos necesitan ser hombres y mujeres cuya oración esté llena del Espíritu Santo, y los haga entrar cada vez más profundamente en comunión con Dios, para que crezca su capacidad de alentar la comunión entre sus semejantes. Deben ser enseñados en la esperanza por el Espíritu Santo, "agente principal de la nueva evangelización" ("Tertio Millenio Adveniente", 45), para que puedan comunicar esperanza a los demás.
La Virgen María es el perfecto modelo de la esperanza que los comunicadores cristianos buscan avivar en sí mismos y compartir con otros. "María ha llevado a su plena expresión el anhelo de los pobres de Yaveh, y resplandece como modelo para quienes se fían con todo el corazón de las promesas de Dios" ("Tertio Millenio Adveniente", 48). La Iglesia, al dirigir sus pasos de peregrina hacia el Gran Jubileo, vuelve su mirada hacia María, cuya profunda escucha del Espíritu Santo abrió el mundo al gran acontecimiento de la Encarnación, fuente de toda nuestra esperanza.
Desde el Vaticano, 24 de enero de 1998, Fiesta de San Francisco de Sales
MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA 31a JORNADA MUNDIAL PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES
"Comunicar a Jesús: el Camino, la Verdad y la Vida"
11 de Mayo de 1997
Queridos hermanos y hermanas:
Al acercarse el final de este siglo y del milenio, presenciamos una expansión sin precedentes de los medios de comunicación social, con una oferta cada vez mayor de productos y servicios. Vemos la vida de más y más personas influida por el despliegue de las nuevas tecnologías de información y comunicación. Y con todo, existen todavía numerosas personas que no tienen acceso a los medios, antiguos o nuevos.
Aquéllos que se benefician de este desarrollo disponen de un creciente número de opciones. Cuantas más son las opciones, más difícil resulta escoger responsablemente. El hecho es que se da una dificultad creciente para proteger los propios ojos y oídos de imágenes y sonidos que llegan a través de los medios, inesperadamente y sin invitación previa. Es cada vez más complicado para los padres proteger a sus hijos de mensajes insanos, y asegurar que su educación para las relaciones humanas, así como su aprendizaje sobre el mundo, se efectúen de modo apropiado a su edad y sensibilidad, y a la maduración de su sentido del bien y el mal. La opinión pública se ha visto conmocionada por la facilidad con que las más avanzadas tecnologías de la comunicación pueden ser explotadas por quienes tienen malas intenciones. A la vez, ¿cómo no advertir la relativa lentitud por parte de quienes desean usar bien esas mismas oportunidades?
Debemos esperar que la brecha entre los beneficiarios de los nuevos medios de información y expresión, y aquéllos que hasta ahora no han tenido acceso a estos, no se convierta en otra obstinada fuente de desigualdad y discriminación. En algunas partes del mundo se alzan voces contra lo que se ve como el dominio de los medios por la llamada cultura occidental. Lo que producen los medios se percibe como la representación de valores apreciados por occidente y, por extensión, se supone que presenten valores cristianos. En realidad, en esta cuestión, a menudo el beneficio comercial es el que se considera como primer y auténtico valor.
Además, en los medios parece decrecer la proporción de programas que expresan anhelos religiosos y espirituales, programas moralmente edificantes y que ayuden a las personas a vivir mejor sus vidas. No es fácil permanecer optimistas sobre la influencia positiva de los mass media cuando éstos parecen ignorar el papel vital de la religión en la vida de la gente, o cuando las creencias religiosas son tratadas sistemáticamente en forma negativa y antipática. Algunos operadores de los medios -en especial los sectores dedicados al entretenimiento- parecen inclinarse hacia un retrato de los creyentes religiosos bajo la peor luz posible.
¿Existe todavía un lugar para Cristo en los mass media tradicionales? ¿Podemos reivindicar un lugar para El en los nuevos medios?
En la Iglesia, el año 1997, primero de los tres de preparación para el Gran Jubileo del año 2000, se está dedicando a la reflexión sobre Cristo, el Verbo de Dios hecho hombre por obra del Espíritu Santo (cf. Tertio millenio adveniente, 30). En consonancia, el tema de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales es "Comunicar a Jesucristo: el Camino, la Verdad y la Vida" (cf. Jn 14, 6).
Este tema ofrece la oportunidad a la Iglesia de meditar y actuar sobre la contribución específica que los medios de comunicación pueden hacer para difundir la Buena Noticia de la salvación en Jesucristo. También da la oportunidad a los comunicadores profesionales de reflexionar sobre cómo los temas y valores religiosos, así como los específicamente cristianos, pueden enriquecer tanto sus producciones en los medios como las vidas de aquéllos a quienes esos medios sirven.
Los actuales mass media se dirigen no sólo a la sociedad en general, sino sobre todo a las familias, a los jóvenes y también a los niños muy pequeños. ¿Hacia qué "camino" apuntan los medios? ¿Qué "verdad" proponen? ¿Qué "vida" ofrecen? Esto interesa no sólo a los cristianos, sino a toda persona de buena voluntad.
El "camino" de Cristo es el camino de una vida virtuosa, fructífera y pacífica como hijos de Dios, como hermanos y hermanas de la misma familia humana; la "verdad" de Cristo es la verdad eterna de Dios, que se reveló a Sí mismo no sólo en el mundo creado, sino también a través de la Sagrada Escritura, y especialmente en y a través de su Hijo, Jesucristo, la Palabra hecha carne; y la "vida" de Cristo es la vida de la gracia, ese gratuito regalo de Dios que comparte su propia vida y nos hace capaces de vivir para siempre en su amor. Cuando los cristianos están verdaderamente convencidos de esto, sus vidas se transforman. Esta transformación se manifiesta no sólo en un testimonio personal que interpela y da credibilidad, sino asimismo en una urgente y eficaz comunicación, -también a través de los medios- de una fe vivida, que paradójicamente crece al ser compartida.
Es consolador saber que todos los que asumen el nombre de cristianos comparten esta misma convicción. Con el debido respeto por las actividades comunicacionales de cada una de las Iglesias y de las comunidades eclesiales, sería un significativo logro ecuménico que los cristianos pudieran cooperar más estrechamente entre sí en los mass media para preparar la celebración del próximo Gran Jubileo (cf. Tertio millenio adveniente, 41).
Todo debe focalizarse sobre el objetivo fundamental del Jubileo: el fortalecimiento de la fe y del testimonio cristiano. (Ibid., 42).
La preparación para el 2000º Aniversario del nacimiento del Salvador se ha convertido, y lo era ya, en la clave de interpretación de lo que el Espíritu Santo está diciendo a la Iglesia y a las Iglesias en este momento (cf. ibid, 23). Los mass media tienen un significativo papel que cumplir en la proclamación y expansión de esta gracia para la comunidad cristiana en sí y para el mundo en general.
El mismo Jesús que es "el camino, la verdad y la vida", es también "la luz del mundo": la luz que ilumina nuestro camino, la luz que nos hace capaces de percibir la verdad, la luz del Hijo que nos da la vida sobrenatural ahora y en el tiempo venidero. Los dos mil años que han pasado desde el nacimiento de Cristo representan una extraordinaria conmemoración para la humanidad en su conjunto, dado el relevante papel de la cristiandad durante estos dos milenios (cf. ibid., 15). Sería oportuno que los medios reconocieran la importancia de esa contribución.
Tal vez uno de los regalos más bellos que podemos ofrecer a Jesucristo en el aniversario número dos mil de su nacimiento, sería que la Buena Nueva fuera al fin dada a conocer a cada persona en el mundo -antes que nada a través del testimonio del ejemplo cristiano- pero también a través de los Medios: "Comunicar a Jesucristo: El Camino, la Verdad y la Vida". Que esta sea la aspiración y el compromiso de todos los que profesan la singularidad de Jesucristo, fuente de vida y verdad (cf. Jn 5, 26; 10, 10 y 28), y quienes tienen el privilegio y la responsabilidad de trabajar en el vasto e influyente mundo de las comunicaciones sociales.
Desde el Vaticano, 24 de enero de 1997
MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA 30a JORNADA MUNDIAL PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES
" Los medios de Comunicación social: un ámbito moderno para la promoción de la mujer en la sociedad".
19 mayo 1996
Queridos Hermanos y Hermanas:
El tema de la Jornada Mundial para las Comunicaciones Sociales de este año -"los medios de comunicación social: un ámbito moderno para la promoción de la mujer en la sociedad"-, reconoce que las comunicaciones sociales desempeñan un papel crucial no sólo para promover la justicia y la igualdad de las mujeres, sino también para incrementar el aprecio hacia sus dones específicos, lo que ya tuve ocasión de indicar como "el genio" de las mujeres (Cfr. Mulieris dignitatem, 30; Carta a las Mujeres, 10).
El año pasado, en mi Carta a las Mujeres, procuré dar comienzo a un diálogo, especialmente con las propias mujeres, acerca de lo que significa ser mujer en el día de hoy (Cfr. n. 1). Indiqué también alguno de los "obstáculos que, en tantas partes del mundo, impiden todavía la plena inserción de las mujeres en la vida social, política y económica" (n. 4). Se trata de un diálogo que el mundo de las comunicaciones sociales puede -y sin duda debe- promover y apoyar. Es de alabar que los comunicadores a menudo se constituyan en defensores de los que no tienen voz y de los marginados. Ellos se encuentran en una posición privilegiada para estimular también la conciencia social en referencia a dos serias cuestiones relativas a la mujer en el mundo actual.
En primer lugar, como hice presente en mi Carta, a menudo se penaliza a la maternidad en vez de gratificarla, no obstante que la humanidad deba su propia supervivencia a aquellas mujeres que escogieron ser esposas y madres (Cfr. n. 4). Ciertamente es una injusticia discriminar, desde el punto de vista económico o social, precisamente aquellas mujeres por seguir su vocación fundamental. Igualmente llamé la atención sobre la urgente necesidad de alcanzar en todas las áreas: un mismo salario para igual trabajo, protección adecuada a las madres trabajadoras, justa promoción en la carrera, igualdad entre esposos en el derecho de familia y el reconocimiento de todo lo perteneciente a los derechos y deberes del ciudadano en un sistema democrático (cfr. n. 4).
En segundo lugar, el progreso de una genuina emancipación de la mujer es una cuestión de justicia, que no cabe ignorar por más tiempo; es también una cuestión de bienestar social. Afortunadamente se da una conciencia cada vez mayor de que las mujeres han de poder desempeñar su papel en la solución de los graves problemas de la sociedad y de su futuro. En cada área, "se valorará cada vez más la mayor presencia de la mujer en la sociedad, porque contribuirá en poner de manifiesto las contradicciones de una sociedad organizada sobre criterios de eficiencia y productividad y obligará a formular de nuevo los sistemas en función de los procesos de humanización que caracterizan la 'civilización del amor'" (Ibid. n. 4).
La "civilización del amor" consiste, especialmente, en una radical afirmación del valor de la vida y el valor del amor. Las mujeres están especialmente calificadas y privilegiadas en ambas áreas. En referencia a la vida, aunque las mujeres no sean las únicas responsables en la afirmación de su valor intrínseco, se encuentran en posición única para ello, a causa e su relación íntima con el misterio de la transmisión de la vida. En cuanto al amor, las mujeres poseen la capacidad de llevar a todos los aspectos de la vida, incluyendo los más altos niveles de toma de decisión, aquella calidad esencial de la femineidad que consiste en la objetividad de juicio, templada por la capacidad de comprender con profundidad las exigencias de las relaciones interpersonales.
Los mass media -que incluyen la prensa, el cine, la radio y la televisión, así como la industria musical y las redes informáticas representan un foro moderno en donde la información se recibe y transmite rapidamente a un auditorio global, y en donde se intercambian ideas, se forman actitudes -y, en realidad, en donde se configura la nueva cultura-. Estos medios están por lo mismo destinados a ejercer una poderosa influencia en la determinación de si una sociedad reconoce y valoriza plenamente no tan sólo los derechos, sino también los dones especiales de la mujer.
Tristemente hay que reconocer que muchas veces los mass media explotan a la mujer en vez de enaltecerla. Son muchas las veces en que se la trata no como persona, con una dignidad inviolable, sino como objeto cuya finalidad es la satisfacción de los apetitos de placer o de poder de otros ¡Cuántas veces se minimiza, e incluso se ridiculiza, el papel de la mujer como esposa y madre! ¡Cuántas veces el papel de la mujer en el mundo de los negocios o de la vida profesional se presenta como una caricatura masculina, una negación de los dones específicos de la perspectiva femenina, compasión y comprensión, que tánto contribuye a la "civilización del amor"!
Las mujeres pueden hacer mucho para promover una mejor aproximación de la mujer misma a los mass media: promoviendo programas educativos a través de estos medios, enseñando a los demás, especialmente a las familias, a constituirse en usuarios capaces de discernir en el mercado de los mismos medios, dando a conocer sus puntos de vista a las compañias de producción, a los periodistas, a las redes de transmisión y a los anunciantes en referencia a programas, publicaciones, que ofendan la dignidad de la mujer o rebajen su papel en la sociedad. Es más, las mujeres pueden y deben prepararse a sí mismas para asumir posiciones de responsabilidad y creatividad en los medios de comunicación social, no en concurrencia o imitando los papeles masculinos, sino imprimiéndoles, en el propio trabajo y en su actividad profesional, su genio específico.
Sería bueno que los mass media focalizasen las verdaderas heroinas de la sociedad, incluyento a las mujeres santas de la tradición cristiana, como modelos para las generaciones jóvenes y futuras. No podemos olvidar, al respecto, la multitud de mujeres consagradas que lo han sacrificado todo para seguir a Jesús y dedicarse a la plegaria y al servicio de los pobres, los enfermos, los analfabetos, los jóvenes, los ancianos, los minusválidos… Muchas de estas mujeres trabajan en los medios de comunicación social, haciendo que "el Evangelio sea predicado a los pobres" (Cfr. Luc 4, 18).
"Mi alma engrandece al Señor" (Luc 1, 46). La bienaventurada Virgen María empleó estas palabras para responder al saludo de su prima Santa Isabel, en realidad reconociendo así las "grandes cosas" que el Señor obró en ella. La imagen de mujer que transmiten los mass media debiera incluir el reconocimiento de que todo don femenino auténtico proclama la grandeza del Señor, del Señor que comunicó la vida y el amor, la bondad y la gracia, del Señor que es fuente de dignidad e igualdad de la mujer, y de su especial genio.
Hago votos para que esta 30ª Jornada Mundial para las Comunicaciones Sociales anime a todas las personas comprometidas en los medios de comunicación social, especialmente los hijos e hijas de la Iglesia, a que promuevan el genuino progreso de los derechos y de la dignidad de la mujer, proyectando una imagen que tenga en cuenta su lugar en la sociedad y que evidencie "la plena verdad sobre la mujer" (Carta a la mujer, n. 12).
Dado en el Vaticano, el 24 de Enero de 1996.
XXIX JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
El cine, transmisor de cultura y de valores
(28 de mayo de 1995)
Queridos hermanos y hermanas:
Este año, con ocasión de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, deseo invitaros a reflexionar sobre el cine, entendido como transmisor de cultura y de valores. Como seguramente sabréis, de hecho este año comienzan en todo el mundo las celebraciones para recordar el primer centenario de este difundido medio de expresión de fácil acceso para todos.
La Iglesia con frecuencia ha insistido en la importancia de los medios de comunicación en la transmisión y en la promoción de los valores humanos y religiosos ( cf. Pío XII, Miranda prorsus, 1957) y las consiguientes responsabilidades concretas de los que trabajan en este difícil sector. De hecho, considerados los progresos y el desarrollo que ha conocido en estos últimos decenios el mundo de las comunicaciones sociales, es bien consciente sea del peligroso poder de condicionamiento que contienen los medios de comunicación, sea de las posibilidades que éstos ofrecen, si se usan sabiamente, como valiosa ayuda para la evangelización. Como escribí en el mensaje publicado con ocasión de la Jornada mundial de las comunicaciones sociales de 1989 묡 cuestión que hoy se plantea para la Iglesia ya no es la de saber si el hombre de la calle todavía puede percibir un mensaje religioso, sino la de encontrar los mejores lenguajes de comunicación que le permitan dar todo su impacto al mensaje evangélico련 cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de marzo de 1989, p. 12).
Entre los medios de comunicación social, el cine es sin duda un instrumento muy difundido y apreciado y de él parten con frecuencia mensajes capaces de influenciar y condicionar las elecciones del público, sobre todo del más joven, en cuanto forma de comunicación que se basa no tanto en las palabras, cuanto en hechos concretos, expresados con imágenes de gran impacto sobre los espectadores y su subconsciente.
El cine, desde su nacimiento, aun provocando algunas veces, por algunos aspectos de su multiforme producción, motivos de crítica y de censura por parte de la Iglesia, con frecuencia ha tratado también temas de gran significado y valor desde el punto de vista ético y espiritual. Me complace recordar aquí, por ejemplo, las numerosas versiones cinematográficas de la vida y pasión de Jesús y de la vida de los santos, que todavía se conservan en muchas filmotecas y que sirvieron, sobre todo, para animar numerosas actividades culturales, recreativas y catequéticas, por iniciativa de muchas diócesis, parroquias e instituciones religiosas. De estas premisas se ha ido desarrollando un amplio filón de cine religioso, con una enorme producción de películas que tuvieron gran influjo sobre las masas, a pesar de los limites que el tiempo, inevitablemente, tiende a evidenciar.
Algunos valores humanos y religiosos que merecen atención y alabanza están con frecuencia presentes no sólo en las películas que hacen referencia directa a la tradición del cristianismo sino también en las películas de culturas y religiones diferentes, confirmando de esta manera la importancia del cine, entendido incluso como vehículo de intercambios culturales e invitación a la apertura ya la reflexión con respecto a realidades ajenas a nuestra formación y mentalidad. En este sentido, el cine permite superar las distancias y adquiere la dignidad propia de la cultura, el 뭯do específico de existir y ser del hombre que dentro de cada comunidad crea un conjunto de vínculos entre las personas, que determinan el carácter interhumano y social de la existencia humana련Juan Pablo n, Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de 1984, n. 2; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española 3 de junio de 1984, p. 1).
A todos los que trabajan en el sector cinematográfico dirijo una calu- rosa invitación a no renunciar a este importante elemento cultural, ya que preocuparse de producciones sin contenido y dedicadas exclusivamente al entretenimiento, con el único objeti vo de hacer que aumente el número de espectadores, no va de acuerdo con las más auténticas y profundas exigencias y expectativas de la persona humana.
Como sucede con todos los medios de comunicación social, el cine, además de tener el poder y el gran mérito de contribuir al crecimiento cultural y humano de la persona, puede coartar la libertad sobre todo de los más débiles, cuando desfigura la verdad ( cf. Pío XII, Miranda prorsus, 1957), y se presenta como espejo de comportamientos negativos, con el uso de escenas de violencia y sexo que ofenden la dignidad de la persona y pretenden 복scitar emociones violentas para estimular la atención려el espectador (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de 1981, n. 4, cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 31 de mayo de 1981, p. 10). No se puede definir libre expresión artística la actitud de quien, irresponsablemente, suscita degradantes emulaciones cuyos efectos dañosos leemos cada día en las páginas de la crónica. Como nos recuerda el evangelio, sólo con la verdad el hombre se vuelve libre (cf. Jn 8,32).
La urgencia de ese problema en nuestra sociedad, que parece hallar con demasiada frecuencia modelos negativos en los estímulos cotidianos que el cine ofrece, así como en la televisión y la prensa, me impulsa a dirigir una vez más, un apremiante llamamiento, ya sea a los responsables del sector para que se esfuercen por actuar con profesionalidad y responsabilidad, ya a los receptores para que afronten con espíritu crítico las propuestas, cada vez más apremiantes, del mundo de los medios, incluido el cine, y traten de discernir lo que puede ser motivo de creci- 1miento y lo que puede constituir ocasión de daño.
Cuando el cine, obedeciendo auno de sus principales objetivos, ofrece una imagen del hombre tal como es, debe proponer, partiendo de la realidad válidas ocasiones de reflexión sobre las condiciones concretas en las que vive. Ofrecer puntos de reflexión sobre temas como el compromi- so en lo social, la denuncia de la violencia, de la marginación, de la guerra y de las injusticias, con frecuencia afrontados por el cine durante los cien años de su historia, y que no pueden dejar indiferentes a cuantos están preocupados por la suerte de la humanidad, significa promover los valo- res que la Iglesia siente como suyos y contribuir materialmente a su difu- sión a través de un rriedio que tan fácilmente influye sobre el público ( cf. Pío XII, 11 film ideale, 1955).
Sobre todo hoy, en los umbrales del tercer milenio, es indispensable afrontar determinados interrogantes, no eludir los problemas, sino buscar soluciones y respuestas. En este marco no conviene olvidarse de dar al cine el puesto y el valor que le corresponde, exhortándo a los responsables, en todos los ni veles, a que tomen plena conciencia del gran influjo que pueden ejercer sobre la gente y la misión que deben desempeñar en nuestro tiempo que, cada vez más, siente la urgencia de mensajes universales de paz y tolerancia, así como la llamada a los valores que encuentran fundamento en la dignidad conferida al hombre por Dios creador.
Los que trabajan en el delicado sector del cine, en cuanto comunicadores, deben mostrarse abiertos al diálogo ya la realidad que les rodea, esforzándose por subrayar los acontecimientos más importantes con la realización de obras que estimulen a la reflexión, siendo conscientes de que tal apertura, al favorecer el acercamiento de las distintas culturas y de los hombres entre sí, puede producir frutos positivos para todos.
Para asegurar la plena y completa comprensión de los mensajes que el cine puede proponer para el crecimiento humano y espiritual de los usuarios, es también importante cuidar la formación de los espectadores en el lenguaje cinematográfico que, con frecuencia, renuncia a la representación directa de la realidad para recurrir a simbologías que no siempre son fáciles de comprender; sería oportuno que en las escuelas los profesores dedicasen atención al problema sensibilizando a los estudiantes ante las imágenes y desarrollando con el tiempo su actitud crítica con respecto a un lenguaje que ya forma parte de nuestra cultura también porque 묡 aplicación de la tecnología de las comunicaciones no se ha hecho bien del todo y todos sabemos que su utilización adecuada necesita valores sanos y elecciones prudentes por parte de las personas, del sector privado, de los gobiernos y del conjunto de la sociedad련Aetatis novae, 12; cf. L' Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de marzo de 1992, p. 12). Mientras no se ha apagado todavía el eco de los mensajes y de las reflexiones que han acompañado las celebraciones del Año de la familia, recién concluido, creo que es importante recordar a las familias que tam- bién ellas tienen el deber de formar a los hijos en una exacta lectura y comprensión de las imágenes cinematográficas que entran cada día en sus casas, gracias a los televisores ya los videorregistradores, que incluso los muchachos más jóvenes son capaces ya de hacer funcionar.
En el marco de la necesaria formación de los receptores, no hay que olvidar el aspecto social del cine, que puede ofrecer ocasiones oportunas de diálogo entre los que disfrutan de ese medio, a través del intercambio de opiniones sobre el tema tratado. Sería, por tanto muy útil facilitar, sobre todo para los más jóvenes, la creación de 룩neforum렱ue, animados por válidos y expertos educadores, conduzcan a los jóvenes a que se expresen y aprendan a escuchar a los otros, en debates constructivos y serenos.
Antes de concluir este mensaje, no puedo dejar de llamar la atención sobre el particular compromiso que esa temática exige de todos los que se declaran cristianos y que conocen su misión en el mundo: proclamar el Evangelio, la buena noticia de Jesús, redentor del hombre, a todos los hombres de su tiempo.
El cine, con sus múltiples potencialidades, puede convertirse en valioso instrumento para la evangelización. La Iglesia exhorta a los directores, a los cineastas ya los que, en todos los niveles profesándose cristianos, trabajan en el complejo y heterogéneo mundo del cine, a actuar de forma plenamente coherente con su fe, tomando valerosamente iniciativas incluso en el campo de la producción para hacer cada vez más presente en ese mundo, a través de su labor profesional, el mensaje cristiano que es para todo hombre mensaje de salvación.
La Iglesia siente el deber de ofrecer, sobre todo a los más jóvenes, la ayuda espiritual y moral sin la cual es casi imposible obrar en el sentido deseado, y debe intervenir concretamente, en ese asunto, con oportunas iniciativas de apoyo y de estímulo.
Con la esperanza de que estas palabras mías puedan ser para todos motivo de reflexión y ocasión de renovado empeño envío de corazón una especial bendición apostólica a cuantos trabajan en el sector, en los diver- sos oficios, ya todos los que tratan de usar el cine como auténtico vehícu- lo de cultura para el crecimiento integral de todo hombre y de la sociedad entera.
Vaticano, 6 de enero de 1995, Epifanía del Señor.
XXVIII JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
Televisión y familia: criterios para saber mirar
(15 de mayo de 1994)
Queridos hernanos y hernanas:
En los últimos decenios la televisión ha revolucionado las comunicaciones intluenciando profundamente la vida familiar. Hoy, la televisión es una fuente primaria de noticias, infornaciones y entretenimiento para innumerables familias y forna parte de sus actitudes y opiniones, de sus valores y modelos de comportamiento.
La televisión puede enriquecer la vida familiar. Puede unir más estrechamente a los miembros de la familia y promover la solidaridad con otras familias y con la comunidad en general. Puede acrecentar no solamente la cultura general, sino también la religiosa, permitiendo escuchar la palabra de Dios, afianzar la propia identidad religiosa y alimentar la vida moral y espiritual.
La televisión puede también perjudicar la vida familiar: al difundir valores y modelos de comportamiento falseados y degradantes, al emitir pornografía e imágenes de violencia brutal al inculcar el relativismo moral y el escepticismo religioso; al dar a conocer relaciones deformadas, informes manipulados de acontecimientos y cuestiones actuales; al transmitir publicidad que explota y reclama los bajos instintos y exalta una visión falseada de la vida que obstaculiza la realización del mutuo respeto, de la justicia y de la paz.
Incluso cuando los programas televisivos no son moralmente criticables, la televisión puede tener efectos negativos en la familia. Puede contribuir al aislamiento de los miembros de la familia en su propio mundo, impidiendo auténticas relaciones interpersonales, puede también dividir a la familia, alejando a los padres de los hijos ya los hijos de los padres.
Dado que la renovación moral y espiritual de toda la familia humana ha de encontrar su raíz en la auténtica renovación de cada una de las familias, el tema de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de 1994, Televisión y familia: criterios para saber mirar resulta especialmente adecuado, sobre todo durante este Año Internacional de la Familia, en el que la comunidad mundial está buscando la manera de reforzar la vida familiar.
En este mensaje, deseo subrayar especialmente las responsabilidades de los padres, de los hombres y las mujeres de la industria televisiva, de las autoridades públicas y de los que cumplen sus deberes pastorales y educativos en el interior de la Iglesia. En sus manos está el poder de hacer de la televisión un medio cada vez más eficaz para ayudar a las familias a desempeñar su propio papel, que es el de constituir una fuerza de renovación moral y social.
Dios ha confiado a los padres la grave responsabilidad de ayudar a los hijos 뤥sde la más tierna edad, a buscar la verdad ya vivir en conformidad con la misma, a buscar el bien y a fomentarlo (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1991, n. 3; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de diciembre de 1990, p. 22). Éstos tienen pues, el deber de conducir a sus hijos a que aprecien 봯do cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable련Flp 4, 8).
Por tanto, además de ser espectadores capaces de discernir por sí mismos, los padres deberían contribuir activamente a formar en sus hijos hábitos de ver la televisión, que les lleven aun sano desarrollo humano, moral y religioso. Los padres deberían informar anticipadamente a su hijos acerca del contenido de los programas y hacer una selección responsable teniendo como objetivo el bien de la familia, para decidir cuáles conviene ver y cuáles no. A este respecto, pueden resultar útiles las recensiones y juicios facilitados por agencias religiosas y por otros grupos responsables, así como adecuados programas educativos propuestos por los medios de comunicación social. Los padres deberían también discutir con sus hijos sobre la televisión, ayudándoles a regular la cantidad y la calidad de los programas, ya percibir y juzgar los valores éticos que encierran determinados programas, porque la familia es 륬 vehículo privilegiado para la transmisión de aquellos valores religiosos y culturales que ayudan a la persona a adquirir la propia identidad련Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1994, n. 2; cf. L' Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de diciembre de 1993, p. 5).
Formar esos hábitos en los hijos a veces equivale simplemente a apagar la televisión porque hay algo mejor que hacer porque es necesario en atención a otros miembros de la familia o porque la visión indiscriminada de la televisión puede ser perjudicial. Los padres que de forma regular y prolongada usan la televisión como una especie de niñera electrónica ab- dican de su papel de educadores primarios de sus hijos. Tal dependencia de la televisión puede privar a los miembros de la familia de las posibilidades de interacción mutua a través de la conversación, las actividades y la oración en común. Los padres prudentes son también conscientes del hecho de que los buenos programas han de integrarse con otras fuentes de información, entretenimiento educación y cultura.
Para garantizar que la industria televisiva tutele los derechos de la familia, los padres deberían poder expresar sus legítimas preocupaciones a productores y responsables de los medios de comunicación social. A veces resultará útil unirse a otros para formar asociaciones que representen sus intereses con respecto a los medios de comunicación, a los patrocinadores y anunciantes, ya las autoridades públicas.
Todos los que trabajan para la televisión -dirigentes y responsables, productores y directores, escritores y estudiosos, periodistas, presentadores y técnicos- tienen gran responsabilidad en relación con las familias, que constituyen una porción muy notable de su público. En su vida profesional y personal, los que trabajan en la televisión deberían tratar de ponerse al servicio de la familia en cuanto comunidad fundamental de vida, amor y solidaridad de la sociedad. Reconociendo la influencia del medio de comunicación en que trabajan, deberían promover los valores espirituales y morales y oponerse a 룵anto pueda herir la familia en su existencia, su estabilidad, su equilibrio y su felicidad렰or incluir 륲otismo o violencia, apología del divorcio o actitudes antisociales de los jóvenes련Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 1969, n. 2; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de mayo de 1969, p. 2).
La televisión se ocupa a menudo de temas serios: la debilidad humana y el pecado, y sus consecuencias para los individuos y la sociedad; el fracaso de instituciones sociales, incluidos el gobierno y la religión; apremiantes cuestiones acerca del sentido de la vida. Debería tratar estos temas de manera responsable, sin sensacionalismo y con sincera solicitud por el bien de la sociedad, así como con escrupuloso respeto hacia la verdad. 댡 verdad os hará libres련Jn 8, 32), dijo Jesús y, en último término, toda la verdad tiene su fundamento en Dios, que es también la fuente de nuestra libertad y creatividad.
Al cumplir las propias responsabilidades, la industria televisiva debería desarrollar y observar un código ético que incluya el compromiso de satisfacer las necesidades de las familias y promover los valores que sostienen la vida familiar. También los Consejos de los medios de comunicación, formados tanto por miembros de la industria como por representantes del público, son un modo muy adecuado para hacer que la televisión responda más alas necesidades ya los valores de sus espectadores.
Los canales de televisión, tanto públicos como privados, representan un medio público al servicio del bien común; no son sólo una garantía privada de intereses comerciales o un instrumento de poder o de propa- ganda para determinados grupos sociales, políticos o económicos; han de estar al servicio del bienestar de la sociedad en su totalidad.
Por tanto, en cuanto célula fundamental de la sociedad, la familia merece ser asistida y defendida con medidas apropiadas por parte del Estado y de otras instituciones ( cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1994, n. 5). Eso implica algunas responsabilidades por parte de las autoridades públicas con respecto a la televisión.
Reconociendo la importancia de un libre intercambio de ideas y de informaciones, la Iglesia apoya la libertad de palabra y de prensa (cf. Gaudium et spes, 59). Al mismo tiempo, insiste en el hecho de que se ha de respetar 륬 derecho de los individuos, de las familias y de la sociedad a la vida privada, ala decencia pública ya la protección de los valores esenciales de la vida련Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, Pornografía y violencia en las comunicaciones sociales. Una respuesta pastoral, n. 21; cf. L'Osservatore Romano, edición en lenguaes- pañola, 4 de junio de 1989, p. 18). Se invita a las autoridades públicas a que establezcan y hagan respetar modelos éticos razonables para la proramación, que promuevan los valores humanos y religiosos en los que se basa la vida familiar y desaconsejen todo lo que le perjudique. También han de promover el diálogo entre la industria televisiva y el público, facilitando estructuras y oportunidades para que pueda tener lugar.
Por su parte, las organizaciones vinculadas a la Iglesia prestan un servicio excelente a las familias, instruyéndolas acerca de los medios de comunicación social y ofreciéndoles juicios sobre películas y programas. En donde los recursos lo permitan, las organizaciones eclesiales de comunicación social pueden también ayudar a las familias produciendo y transmitiendo programas para las familias o promoviendo este tipo de programación. Las Conferencias episcopales y las diócesis deberían mostrar, con energía, la 뤩mensión familiar려e la televisión, como parte de su programa pastoral para la comunicaciones (cf. Consejo pontificio para las comunicaciones sociales, Aetatis novae, 21-23, cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de marzo de 1992, p. 13).
Ya que los profesionales de la televisión se esfuerzan en presentar una visión de la vida a un amplio público, que incluye niños y jóvenes, es conveniente que cuenten con el ministerio pastoral de la Iglesia, que les puede ayudar a apreciar los principios éticos y religiosos que confieren pleno significado a la vida humana y familiar. 녳tos programas pastorales deberán comportar una formación permanente que pueda ayudar a estos hombres y mujeres -muchos de los cuales desean sinceramente saber y practicar lo que es justo en el campo ético y moral- a estar cada vez más imbuidos por los criterios morales, en su vida tanto profesional como privada먠cf. Consejo pontificio para las comunicaciones sociales, Aetatis novae, 19, cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de marzo de 1992,p. 13).
La familia, basada en el matrimonio, es una comunión única de personas que Dios ha querido que sea 묡 unidad fundamental y natural de la sociedad련Declaración Universal de Derechos del Hombre, artículo 16, 3). La televisión y los otros medios de comunicación social tienen un poder inmenso para sostener y reforzar esa comunión en el interior de la familia, así como la solidaridad con otras familias y un espíritu de servicio con respecto a la sociedad. La Iglesia -que es una comunión en la verdad y en el amor de Jesucristo, la Palabra de Dios-, agradecida por la contribución que la televisión, en cuanto medio de comunicación, ha dado y puede dar a esa comunión en el seno de las familias y entre las familias, aprovecha la ocasión de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de 1994 para animar a las mismas familias, a los que trabajan en el ámbito de los medios de comunicación ya las autoridades públicas a que realicen con plenitud su noble misión de reforzar y promover la familia, primera y más vital comunidad de la sociedad.
Vaticano, 24 de enero de 1994
MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA 27a JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
Casetes y videocasetes en la formación de la cultura y de la conciencia.
23 de mayo de 1993
Queridos hermanos y hermanas:
A un año de la publicación de la instrucción pastoral Aetatis novae sobre los medios de comunicación social, invito una vez más, a todos a reflexionar sobre la visión del mundo moderno que la Instrucción presenta y sobre las implicaciones prácticas de las situaciones que describe. La Iglesia no puede ignorar los numerosos cambios sin precedentes que el progreso ha ocasionado en este importante y omnipresente aspecto de la vida moderna. Cada uno de nosotros debe interrogarse acerca de la sabiduría necesaria para apreciar las oportunidades que el desarrollo de las modernas tecnologías de comunicación ofrecen al servicio de Dios y de su pueblo reconociendo al mismo tiempo el desafío que tal progreso inevitablemente plantea.
Como la instrucción pastoral Aetatis novae nos recuerda, 묡s comunicaciones conocen una expansión considerable que influye en las culturas de todo el mundo련n. 1). Realmente podemos hablar de una nueva cultura creada por las comunicaciones modernas, que a todos afectan particularmente a las generaciones más jóvenes. En gran parte esa nueva cultura es resultado de los avances tecnológicos que ha suscitado 뮵evas vías de comunicación, con nuevos lenguajes, nuevas técnicas y una nueva psicología련cf. Redemptoris missio, 37). Hoy, la Iglesia, mientras se esfuerza por llevar a cabo su perenne misión de proclamar la palabra de Dios, afronta el inmenso desafío de evangelizar esta nueva cultura, y expresa la verdad invariable del Evangelio en su lenguaje. Ya que todos los creyentes están afectados por este desarrollo, a todos se nos pide que nos adaptemos a las situaciones cambiantes y que descubramos modos efectivos y responsables para el uso de los medios de comunicación, para la gloria de Dios y al servicio de su creación.
En mi mensaje para la Jornada mundial de las comunicaciones sociales del año pasado, mencionaba que entre las realidades que celebramos en esta ocasión anual están los dones, dados por Dios, de la palabra, el oído y la vista, por medio de los cuales se hace posible la comunicación entre nosotros. Este año el tema de la Jornada alude a dos nuevos medios concretos, que sirven a estos sentidos de modo notable; a saber, casetes y videocasetes.
La casete y la videocasete nos han permitido tener al alcance de la mano y transportar fácilmente un número ilimitado de programas, con voz e imágenes como medio de instrucción o de entretenimiento, para entender de forma más completa noticias e información, o para apreciar la belleza y el arte. Es preciso reconocer estos nuevos recursos como instrumentos que Dios, por medio de la inteligencia y el ingenio humanos, ha puesto a nuestra disposición. Como todos los dones de Dios, están para ser usados para una buena causa y para ayudar a individuos y comunidades a crecer en el conocimiento y el aprecio de la verdad así como en sensibilidad hacia la dignidad y necesidades de los otros. Además casetes y videocasetes pueden ayudar a los individuos a desarrollarse en el campo cultural social y religioso. Pueden ser de gran utilidad en la transmisión de la fe, aunque nunca puedan reemplazar el testimonio personal, que es esencial para la proclamación de la verdad completa y el valor del mensaje cristiano.
Espero que los profesionales de la producción de programas audiovisuales, en casetes u otras formas, reflexionen sobre la necesidad de que el mensaje cristiano consiga encontrar expresión, explícita o implícita, en la nueva cultura creada por la comunicación moderna (cf. Aetatis novae, 11). Esto no sólo debiera ser consecuencia natural de 묡 presencia activa y abierta de la Iglesia en el seno del mundo de las comunicaciones련cf. Aetatis novae, 11), sino también el resultado de un preciso compromiso por parte de los comunicadores. Los profesionales de los medios, conscientes del auténtico valor, impacto e influencia de sus realizaciones, han de tener especial cuidado en hacerlos de tan alta calidad moral que sus efectos sobre la formación de la cultura sean siempre positivos. Deberán resistir al señuelo, siempre presente, de la ganancia fácil, y rechazar firmemente la participación en producciones que exploten las debilidades humanas, ofendan las conciencias o hieran la dignidad humana.
Es importante, también, que los usuarios de medios tales como las casetes o videocasetes no se consideren únicamente como meros consumidores. Cada persona, con el simple hecho de dar a conocer sus reacciones ante un medio a quienes los producen y comercializan, puede determinar el contenido y tono moral de futuras producciones. En particular a la familia, unidad básica de la sociedad, le afecta profundamente la atmósfera de los medios en que vive. Los padres, por lo tanto, tienen la grave tarea de educar a la familia en un uso crítico de los medios de comunicación social. Hay que explicar la importancia de esta tarea, especialmente a los matrimonios jóvenes. Ningún programa de catequesis debiera pasar por alto la necesidad de enseñar a niños y adolescentes un uso apropiado y responsable de los medios de comunicación.
En esta Jornada mundial de las comunicaciones sociales hago extensivo mi cordial saludo a todos los profesionales, hombres y mujeres empeñados en servir a la familia humana a través de los medios de comunicación a todos los miembros de las organizaciones católicas internacionales de comunicación social activas por el mundo, y al amplio cuerpo de usuarios de los medios de comunicación: una audiencia frente a la que los medios tienen una gran responsabilidad. Que Dios todopoderoso conceda a todos sus dones.
Vaticano, 24 de enero de 1993 fiesta de san Francisco de Sales, patrono de los periodistas
MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA 26a JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
Todos los hombres tienen derecho de escuchar el mensaje de Salvación de Cristo.
31 de mayo de 1992
Queridos hermanos y hermanas:
Desde hace veintiséis años, siguiendo una directriz dada por el concilio Vaticano II, la Iglesia celebra una Jornada mundial dedicada a las comunicaciones sociales.
¿Qué se celebra en esta Jornada? Es un medio de agradecer un regalo específico de Dios, un regalo que tiene un gran significado en el período de la historia humana en el que estamos viviendo: el regalo de todos los recursos técnicos que facilitan, intensifican y enriquecen la comunicación entre los hombres.
En esta Jornada celebramos los dones divinos de la palabra, el oído y la vista que nos permiten salir de nuestro aislamiento y de nuestra soledad para intercambiar, con los que están a nuestro alrededor, las opiniones y sentimientos que albergan nuestros corazones. Celebramos los dones de la escritura y la lectura, por medio de los cuales nos enriquecemos con la sabiduría de nuestros antepasados y transmitimos nuestra propia experiencia y nuestras reflexiones a las generaciones venideras. A estos dones tan valiosos se añaden otras 뭡ravillas렡ún más admirables: 묯s maravillosos inventos de la técnica que… ha extraído el ingenio humano, con la ayuda de Dios, de las cosas creadas련Inter mirifica, 1), inventos que en nuestro tiempo han aumentado y extendido inmensamente el alcance de nuestras comunicaciones y ha ampliado tanto el volumen de nuestra voz que ésta puede llegar simultáneamente a los oídos de incalculables multitudes.
Los medios de comunicación -en nuestra celebración no excluimos ninguno- son el billete de ingreso de todo hombre y toda mujer al mercado moderno, donde se expresan públicamente las propias opiniones, se realiza un intercambio de ideas, circulan las noticias y se transmiten y reciben informaciones de todo tipo (cf. Redemptoris missio, 37). Por todos estos dones damos gracias a Dios, nuestro Padre, de quien procede 봯da dádiva buena y todo don perfecto련St 1, 17).
Nuestra celebración, presidida por la alegría y la acción de gracias, a veces adquiere matices de tristeza y pesar. Los mismos medios de comunicación que celebramos nos dan constante muestra de las limitaciones de nuestra condición humana, de la presencia del mal en los individuos y en la sociedad, de la violencia insensata y de las injusticias que los hombres se infligen unos a otros con diversos pretextos. A través de estos medios, con frecuencia asistimos como espectadores indefensos a las crueldades que se cometen en todo el mundo, a causa de rivalidades históricas, prejuicios raciales, deseos de venganza, avidez de poder, codicia, egoísmo o falta de respeto a la vida y a los derechos humanos. Los cristianos deploran esas crueldades y sus motivaciones pero están llamados a hacer mucho más: deben esforzarse por vencer el mal con el bien (cf. Rm 12, 21).
La respuesta del cristiano al mal consiste, sobre todo, en escuchar la Buena Nueva y hacer cada vez más presente el mensaje de salvación de Dios en Jesucristo. Los cristianos tenemos una 뢵ena nueva렱ue transmitir: el mensaje de Cristo, y hemos de compartirlo con todo hombre y toda mujer de bien que estén dispuestos a escuchar.
Hemos de compartirlo en primer lugar mediante el testimonio de nuestra vida; el Papa Pablo VI decía: 륬 hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan es porque dan testimonio련Evangelii nuntiandi, 41; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de diciembre de 1975, pág. 7). Hemos de ser como una ciudad colocada sobre la cima de un monte, como una lámpara sobre el candelero, visible a todos. Nuestra luz debe iluminar como un faro que señale la ruta segura para llegar al puerto (cf. Mt 5, 13-14).
Todos los medios de comunicación que realmente reflejen la realidad de las cosas han de presentar a la atención del mundo la vida individual y comunitaria de los cristianos que dan testimonio de las creencias y valores que profesan. Esa proclamación del mensaje de Cristo puede hacer mucho bien. ¡Qué eficaz sería un testimonio de todos los miembros de la Iglesia!
Pero los seguidores de Cristo debemos ofrecer un testimonio más explícito. Hemos de proclamar nuestras creencias 론la luz del día령 뤥sde los tejados련Mt 10, 27; Lc 12, 3), sin miedo y sin compromisos, adaptando el mensaje divino 론las formas de expresión de las personas y sus modelos de pensamiento련Communio et progressio, 11), y respetando siempre sus creencias y convicciones, como esperamos que ellos respeten las nuestras. Una proclamación tiene que realizarse siempre con doble respeto que la Iglesia pide: respeto a todo ser humano sin excepción, en su búsqueda de respuesta a los interrogantes más profundos de la vida, y respeto a la acción del Espíritu, misteriosamente presente en todo corazón humano (cf. Redemptoris missio, 29).
Cristo no obligó a nadie a aceptar sus enseñanzas. Las presentaba a todos sin excepción, dejando que cada uno fuese libre de responder a su invitación. Este es el modelo que sus discípulos debemos seguir. Los cristianos afirmamos que todo hombre y toda mujer tienen derecho a escuchar el mensaje de salvación que Cristo nos ha dejado, y afirmamos que tienen derecho a seguirlo si les convence. Lejos de sentirnos obligados a pedir excusas por poner el mensaje de Cristo a disposición de todos, estamos convencidos de que tenemos derecho y obligación de hacerlo.
Existen también un derecho y una obligación de usar con ese fin todos los nuevos medios de comunicación, que caracterizan a nuestro tiempo. Realmente 묡 Iglesia se sentiría culpable ante Dios si no empleara esos poderosos medios, que la inteligencia humana perfecciona cada vez más련Evangelii nuntiandi, 45).
Obviamente estos 밯derosos medios렲equieren preparación y entrenamiento específicos por parte de quienes los usan. Para poder transmitir el mensaje de forma inteligible, a través de estos 뮵evos lenguajes련acen falta aptitudes especiales y una capacitación apropiada.
A este respecto, con ocasión de la Jornada mundial de las comunicaciones sociales, recuerdo las actividades que han realizado en este campo muchos católicos y numerosas instituciones y organizaciones. Quiero mencionar en particular a las tres grandes Organizaciones católicas que trabajan en los medios de comunicación: la Oficina católica internacional del cine (OCIC), la Unión católica internacional de la Prensa (UCIP), y la Asociación católica internacional para la Radio y la Televisión (UNDA). A ellas en especial, gracias a sus amplios recursos de conocimiento profesional y a la capacidad y entusiasmo de sus miembros en todo el mundo, la Iglesia se dirige, con esperanza y confianza, pidiéndoles que proclamen el mensaje de Cristo de una forma adecuada a los instrumentos de que disponen ahora y con un lenguaje inteligible a las culturas -condicionadas por esos medios- a las que se deben dirigir.
Los profesionales católicos que trabajan en los medios de comunicación social -en su mayoría, seglares- merecen una mención especial, sobre todo en esta Jornada, por la gran responsabilidad que tienen, pero también se les debe mostrar el apoyo espiritual y la firme solidaridad de todos los fieles. Deseo animarlos a realizar un esfuerzo mayor y más urgente a fin de comunicar el mensaje a través de estos medios y capacitar a otros para que hagan lo mismo. Hago un llamamiento a todas las Organizaciones católicas, a las congregaciones religiosas y a los movimientos eclesiales, y en especial a las Conferencias episcopales (nacionales y regionales), para que fomenten la presencia de la Iglesia en esos medios y se esfuercen por lograr una mayor coordinación entre las agencias católicas implicadas. Para cumplir con su misión, la Iglesia necesita hacer un uso más amplio y más efectivo de los medios de comunicación social.
Que Dios fortalezca y sostenga a todos los católicos que trabajan en el mundo de las comunicaciones sociales, a fin de que realicen con más empeño el compromiso que el Señor duramente les pide. Como signo de su divina presencia y de su ayuda todopoderosa en sus esfuerzos les imparto de corazón mi bendición apostólica.
Desde el Vaticano, 24 de enero de 1992, fiesta de san Francisco de Sales.
MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA 25a JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
Los medios de comunicación por la unidad y el progreso de la familia humana.
12 de mayo de 1991
Queridos hermanos y hermanas:
Para la celebración de esta Jornada mundial para las comunicaciones sociales, volvemos de nuevo al tema que constituye el mensaje central de la instrucción pastoral Communio et progressio, aprobada por el Papa Pablo VI en 1971, concerniente a la aplicación del decreto del Concilio Vaticano II sobre los medios de comunicación social. Preparada según el deseo de los padres conciliares, dicha instrucción contempló, en su día, las principales finalidades de la comunicación social y todos los medios de que se sirve para la unidad y el progreso de la familia humana. En el vigésimo aniversario de este importante documento, deseo contemplar de nuevo sus consideraciones básicas para invitar a los hijos de la Iglesia a que reflexionen una vez mas acerca de los serios problemas y las numerosas oportunidades nuevas que ofrece el continuo desarrollo de los medios de comunicación, especialmente por lo que se refiere a la unidad y el progreso de todos los pueblos.
La Iglesia posee desde hace mucho tiempo la convicción de que los medios de comunicación social (prensa, radio, televisión, cine, …) han de ser contemplados como 뤯nes de Dios련cf. Pío XII, carta encíclica Miranda prorsus, AAS, 24 [1957], pág. 765). La lista de los 뤯nes렱ue ofrece la comunicación social ha continuado ampliándose desde que fue publicada la instrucción pastoral. Realidades tales como los satélites, las computadoras, las videograbadoras y los medios cada vez más perfectos para la transmisión de informaciones están ahora a disposición de la familia humana. El objeto de estos nuevos dones es el mismo que el de los demás medios de comunicación tradicionales: conducirnos a una fraternidad y comprensión mutuas cada vez mayores, y ayudarnos a avanzar en nuestro destino humano de hijos e hijas amados de Dios.
La relación entre esta consideración general y la reflexión que en esta ocasión deseo ofrecer es clara y directa: ese poder, puesto a disposición del hombre, significa un elevado sentido de responsabilidad en su utilización por parte de aquellos a quienes afecte. Según lo expresado en la instrucción pastoral de 1971, los medios de comunicación social son instrumentos carentes de vida propia. El que cumplan o no las finalidades para las cuales nos fueron dados, depende grandemente de la prudencia y sentido de responsabilidad con que se utilicen.
Desde el punto de vista cristiano son unos medios maravillosos a disposición del hombre, bajo la providencia de Dios, para construir unas relaciones más fuertes y claras entre los individuos y en toda la familia humana. En verdad, al desarrollarse, los medios de comunicación social son capaces de crear un nuevo lenguaje, que pone a la gente en condiciones de conocerse y entenderse mutuamente con mayor facilidad y, por tanto, de trabajar juntos con mayor prontitud en favor del bien común (cf. Communio et progressio 12). Pero para que sean medios eficaces de mayor compañerismo y de auténtico progreso humano, estos medios han de ser un canal y expresión de verdad, justicia, paz, buena voluntad y caridad activa, ayuda mutua, amor y comunión (cf. Communio et progressio 12 y 13). El que los medios puedan servir para enriquecer o empobrecer la naturaleza del hombre, depende de la visión moral y de la responsabilidad ética de quienes están implicados en el proceso de las comunicaciones y de aquellos que reciben el mensaje de estos medios.
Todo miembro de la familia humana, ya sea el más humilde de los consumidores o el más poderoso productor de programas, tiene su responsabilidad individual al respecto. Me dirijo, por esto, especialmente a los pastores de la Iglesia y a los fieles católicos que están comprometidos en la tarea de las comunicaciones sociales para reanimar en ellos el conocimiento de los principios y directrices que con tanta claridad quedaron ya expuestas en la Communio et progressio. Ojalá que todos entiendan mejor en dónde está su deber y se animen a realizar sus deberes como un servicio fundamental a la unidad y al progreso de la familia humana.
Abrigo la esperanza de que esta XXV Jornada mundial de las comunicaciones sociales sea ocasión para que las parroquias y comunidades locales presten una atención renovada a las diversas implicaciones de estos medios y a su influencia en la sociedad, en la familia y en los individuos, especialmente en los niños y en los jóvenes. Veinte años después de la publicación de la Communio et progressio cabe adherirse plenamente a aquello que el documento advierte y a las expectativas referentes al desarrollo de las comunicaciones: 냡da día, y con rapidez, crece la conciencia de la responsabilidad del pueblo de Dios en el uso de los medios de comunicación social para que éstos presten una fecunda y eficaz colaboración al progreso de la humanidad entera… a fin de que hasta el último rincón del orbe llegue el testimonio de Cristo Redentor련n. 182). Pido a Dios fervientemente que os guíe y sostenga en la realización de esta gran tarea y esperanza.
Vaticano, 24 de enero de 1991, fiesta de san Francisco de Sales
MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA 24a JORNADA DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
El anuncio del evangelio en la cultura informática.
27 de mayo de 1990
Hermanos y hermanas, queridos amigos:
En una de sus plegarias eucarísticas, la Iglesia se dirige a Dios con estas palabras: "A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado" (Plegaria eucarística IV).
Para el hombre y la mujer así creados y enviados por Dios, cualquier día de trabajo tiene un sentido grande y maravilloso. Las ideas, actividades y empresas de cada persona humana, por muy ordinarias que sean, sirven al Creador para renovar el mundo, llevarlo a su salvación, hacer de él un instrumento más perfecto de la gloria divina. Hace casi veinticinco años, los Padres del Concilio Vaticano II, al reflexionar acerca de la Iglesia en el mundo moderno, manifestaron que los hombres y las mujeres, por los servicios prestados a su familia y a la sociedad en sus quehaceres ordinarios, con razón pueden pensar que con su trabajo "desarrollan la obra del Creador… y contribuyen de modo personal a que se cumplan los designios de Dios en la historia" (Gaudium et spes, 34).
Cuando los Padres del Concilio estaban dirigiendo su mirada hacia el futuro e intentaban discernir el contexto en el que la Iglesia estaría llamada a llevar a cabo su misión, pudieron ver claramente que el progreso y la tecnología ya estaban "transformando la faz de la tierra" e incluso que ya se estaba llegando a la conquista del espacio (cf. Gaudium et spes, 5). Reconocieron, especialmente, que los desarrollos en la tecnología de las comunicaciones con toda probabilidad iban a provocar reacciones en cadena de consecuencias imprevisibles.
Lejos de insinuar que la Iglesia tendría que quedarse al margen o intentar aislarse de la riada de esos acontecimientos, los Padres del Concilio vieron que la Iglesia tenía que estar dentro del mismo progreso humano, compartiendo las experiencias de la humanidad e intentando entenderlas e interpretarlas a la luz de la fe. Era a los fieles de Dios a quienes correspondía hacer un uso creativo de los descubrimientos y nuevas tecnologías en beneficio de la humanidad y en cumplimiento del designio de Dios sobre el mundo.
Ese reconocimiento de la rapidez de los cambios y esa disponibilidad ante los nuevos desarrollos resultaron muy acertados en el curso de los años siguientes, ya que continuó la aceleración del ritmo de los cambios y del desarrollo. Hoy en día, por ejemplo, ya a nadie se le ocurriría pensar en las comunicaciones sociales o hablar de las mismas como de simples instrumentos o tecnologías. Más bien, ahora las consideran como parte integrante de una cultura aún inacabada cuyas plenas implicaciones todavía no se entienden perfectamente y cuyas potencialidades por el momento se han explotado sólo parcialmente.
Aquí, pues, encontramos las bases de nuestra reflexión para esta XXIV Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales. Cada día que pasa va cobrando mayor realidad la visión de años anteriores, aquella visión que anticipó la posibilidad de un diálogo real entre pueblos muy alejados los unos de los otros, de una repartición a escala mundial de ideas y aspiraciones, de un crecimiento en la comprensión y el conocimiento mutuos, de un robustecimiento de la hermandad más allá de barreras hasta ahora insuperables (cf. Communio et progressio 181-182).
Con la llegada de las telecomunicaciones informáticas y de los sistemas de participación informática, a la Iglesia se le ofrecen nuevos medios para llevar a cabo su misión. Métodos para facilitar la comunicación y el diálogo entre sus propios miembros pueden fortalecer los vínculos de unidad entre los mismos. El acceso inmediato a la información le da a la Iglesia la posibilidad de ahondar en su diálogo con el mundo contemporáneo. En el marco de la nueva "cultura informática". La Iglesia tiene más facilidades para informar al mundo acerca de sus creencias y explicar los motivos de sus posturas sobre cualquier problema o acontecimiento concretos. También puede escuchar con más claridad la voz de la opinión pública y estar en el centro de una discusión continua con el mundo, comprometiéndose así a sí misma más inmediatamente en la búsqueda común por resolver los problemas más urgentes de la humanidad (cf. Communio et progressio, 144 ss.).
Está claro que la Iglesia tiene que utilizar los nuevos recursos facilitados por la investigación humana en la tecnología de computadoras y satélites para su cada vez más urgente tarea de evangelización. Su mensaje más vital y urgente se refiere al conocimiento de Cristo y al camino de salvación que Él propone. Eso es algo que la Iglesia tiene que poner a disposición de las personas de cualquier edad, invitándolas a abrazar el Evangelio por amor, y ello sin olvidar que "la verdad no se impone de otra manera que por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave y a la vez fuertemente en las almas" (Dignitatis humanae, 1).
La sabiduría y perspicacia del pasado nos enseñan que Dios "habló según los tipos de cultura propios de cada época. De igual manera, la Iglesia, al vivir durante el transcurso de la historia en variedad de circunstancias, ha empleado los hallazgos de las diversas culturas para difundir y explicar el mensaje de Cristo en su predicación" (Gaudium et spes, 58). "El primer anuncio, la catequesis o el ulterior ahondamiento de la fe, no pueden prescindir de (los) medios (de comunicación social)… La Iglesia se sentiría culpable ante Dios si no empleara esos poderosos medios, que la inteligencia humana perfecciona cada vez más. Con ellos la Iglesia 'pregona desde los terrados' (cf. Mt 10, 27; Lc 12, 3) el mensaje del que es depositaria" (Evangelii nuntiandi, 45).
Sin duda, tenemos que estar agradecidos por la nueva tecnología que nos permite almacenar información en amplias memorias artificiales creadas por el hombre, facilitándonos así un acceso extenso e instantáneo al conocimiento que es nuestra herencia humana, a la enseñanza y tradición de la Iglesia, a las palabras de la Sagrada Escritura, a los consejos de los grandes maestros de espiritualidad, a la historia y tradiciones de las Iglesias locales, órdenes religiosas e institutos seculares, así como a las ideas y experiencias de los precursores e innovadores cuya intuición lleva un testimonio constante de la fiel presencia en nuestro medio de un Padre amoroso que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo (cf. Mt 13, 52).
Los jóvenes, muy especialmente, se adaptan de buen grado a la cultura informática y a su "lenguaje". Y ello es, desde luego, un motivo de satisfacción. Tenemos que fiarnos de los jóvenes (cf. Communio et progressio, 70). Han tenido la ventaja de crecer junto con los nuevos desarrollos, y les corresponderá a ellos utilizar esos nuevos instrumentos para un diálogo más amplio e intenso entre todas las diversas razas y categorías que comparten este planeta, "cada vez más pequeño". También será suya la tarea de buscar modos de utilizar los nuevos sistemas de conservación e intercambio de datos para contribuir a la promoción de una mayor justicia universal, de un mayor respeto a los derechos humanos, de un sano desarrollo para todos los individuos y pueblos, y de las libertades que son esenciales para una vida plenamente humana.
Sea cual sea nuestra edad, tenemos que afrontar el desafío de los descubrimientos y nuevas tecnologías, aplicándoles una visión moral basada en nuestra fe, en nuestro respeto a la persona humana y en nuestro empeño por transformar el mundo según el designio de Dios. En esta Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales, oremos por una utilización sabia de las potencialidades de esta "edad informática", con el fin de servir a la vocación humana y trascendente de cada ser humano, y así glorificar al Padre de quien viene todo bien.
Vaticano, 24 de enero de 1990.
MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA 23A JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
La religión en los "mass media"
7 de mayo de 1989
Queridos hermanos y hermanas, queridos amigos informadores y comunicadores:
1. El tema de la Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales reviste este año una importancia particular para la presencia de la Iglesia y su participación en el diálogo público: "La religión en los 䭡ss-media䦱uot;. Efectivamente, hoy en día los mensajes religiosos, al igual que los mensajes culturales, tienen mayor impacto gracias a los medios de comunicación social. La reflexión que quisiera proponeros en esta ocasión corresponde a una preocupación constante de mi pontificado: ¿Qué lugar puede ocupar la religión en la vida social y, más precisamente, en los medios de comunicación?
2. En su acción pastoral, la Iglesia se formula, naturalmente, preguntas a sí misma, acerca de la actitud de los medios de comunicación hacia la "religión". De hecho, al mismo tiempo que se desarrollaban los medios y técnicas de comunicación, el mundo industrial, que les ha dado un empuje tan grande, manifestaba un "secularismo" que parecía llevar a la desaparición del sentido religioso del "hombre moderno".
3. Sin embargo, actualmente puede observarse que la información religiosa tiende a ocupar más espacio en los medios de comunicación, debido al mayor interés que se manifiesta hacia la dimensión religiosa de las realidades humanas, individuales y sociales. Para analizar este fenómeno, habría que interrogar a los lectores de periódicos, los telespectadores y los radioyentes, porque no se trata de una presencia impuesta por los medios de comunicación, sino de una demanda específica por parte del público, demanda a la que los responsables de la comunicación responden dando más espacio a la información y comentario de temas religiosos. En el mundo entero, son millones las personas que recurren a la religión con el fin de conocer el sentido de su vida, millones las personas para quienes la relación religiosa con Dios, Creador y Padre, es la más feliz de las realidades de la existencia humana. Bien lo saben los profesionales de la comunicación, que constatan el hecho y analizan sus implicaciones. E incluso si esa dialéctica entre informadores y público de la comunicación social a veces se caracteriza por su falta de imparcialidad y da lugar a informaciones incompletas, queda un hecho positivo: la religión, hoy en día, está presente en la corriente informativa de los medios de comunicación.
4. Por un feliz concurso de circunstancias, la Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales coincide, en 1989, con el vigésimo quinto aniversario de la fundación de la Pontificia Comisión para las Comunicaciones Sociales, que se transforma ahora en "Pontificio Consejo". ¿Qué balance puede hacerse tras veinticinco años al servicio del apostolado de las comunicaciones? Desde luego, la Iglesia misma ha sabido discernir más claramente los "signos de los tiempos" que implica el fenómeno de la comunicación. Mi antecesor Pío XII, ya había invitado a ver en los medios de comunicación no una amenaza, sino un "don" (cf. Encíclica Miranda prorsus, 1957). El Concilio Vaticano II, a su vez, confirmaba solemnemente esta actitud positiva (cf. Decreto Inter mirifica, 1964). La Pontificia Comisión que entonces nacía, y que hoy encuentra, en cuanto Pontificio Consejo, toda su dimensión, se ha comprometido con perseverancia a promover, dentro de la Iglesia, una actitud de participación y creatividad en dicho sector o, mejor dicho, en ese nuevo estilo de vida de humanidad compartida.
5. La cuestión que hoy se plantea para la Iglesia ya no es la de saber si el hombre de la calle todavía puede percibir un mensaje religioso, sino la de encontrar los mejores lenguajes de comunicación que le permitan dar todo su impacto al mensaje evangélico.
El Señor nos anima muy directa y sencillamente a seguir en el camino del testimonio y de la más amplia comunicación: "No tengáis miedo… Lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados" (Mt 10, 26-27). ¿De qué se trata? El Evangelista lo resume así: "Declararse por Cristo ante los hombres" (cf. Mt 10, 32). ¡Esta es, pues, la audacia, a la vez humilde y serena, que inspira la presencia cristiana en el diálogo público de los medios de comunicación! Nos lo dice San Pablo: "Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe" (1 Co 9, 16). La misma fidelidad se expresa a lo largo de toda la Escritura: "He publicado la justicia del Señor en la gran asamblea" (Sal 40/39, 10), y "todo hombre… anunciará la obra de Dios" (Sal 64/63, 10).
Comunicadores y público de los medios de comunicación: Podéis preguntaros, los unos a los otros, acerca de la exigencia y constante novedad de esa "religión pura e intachable" que invita a cada uno de nosotros a "conservarse incontaminado del mundo" (St 1, 27). Operadores de los medios de comunicación: Estos pocos ejemplos de sabiduría bíblica os harán entender enseguida que el gran desafío del testimonio religioso, en el marco del diálogo público, es el de la autenticidad de los mensajes e intercambios, así como de la calidad de los programas y producciones.
6. En nombre de toda la Iglesia, quiero agradecer al mundo de la comunicación el espacio que ofrece a la religión en los medios de difusión. Estoy seguro de interpretar el sentimiento de todas las personas de buena voluntad al expresar esa gratitud, incluso si a menudo nos parece que sería posible mejorar la presencia cristiana en el debate público. Quisiera, con mi voz, dar las gracias por la parte reservada a la religión en la información, la documentación, el diálogo, la recogida de datos.
También quisiera pedir a todos los comunicadores que, por su deontología, se muestren profesionalmente dignos de las ocasiones que se les ofrecen de presentar el mensaje de esperanza y reconciliación con Dios, en el marco de los medios de comunicación de todo tipo y de todo estatuto. Los "dones de Dios" (cf. Pío XII, Encíclica Miranda prorsus), ¿no son aquí el misterioso encuentro entre las posibilidades tecnológicas de los lenguajes de la comunicación y la apertura del espíritu a la luminosa iniciativa del Señor en sus testigos? A ese nivel precisamente está en juego la calidad de nuestra presencia eclesial en el debate público. Más que nunca, la santidad del apóstol supone una "divinización" (según la palabra de los Padres de la Iglesia) de toda la ingeniosidad humana. Por ese motivo, también, la celebración litúrgica de los misterios de la fe no puede ser ignorada en ese vasto movimiento de presencia en el mundo de hoy a través de los medios de comunicación.
7. Pensando en todo ello, quiero formular, con sencillez y confianza, una petición que tengo muy a pecho. Se inspira en el mismo sentimiento de amistad que el de Pablo cuando se dirige a Filemón: "Te escribo confiado…, seguro de que harás más de lo que te pido" (Flm 1, 21). Esta es mi petición: dad a la religión todo el espacio que consideráis deseable en la comunicación de masas. "Abrid las puertas…; conservaréis la paz" (Is 26, 2. 3). Es lo que pido en favor de la religión. Veréis, queridos amigos, que esos temas religiosos os apasionarán en la medida en que serán presentados con profundidad espiritual y acierto profesional. Abierta a los mensajes religiosos, la comunicación será de mayor calidad y más interesante. A los operadores eclesiales de los medios de comunicación, repito: "¡No tengáis miedo! Recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que os hace exclamar: Abbá, Padre!" (cf. Rm 8, 15).
¡Ojalá el mensaje religioso y las iniciativas religiosas puedan estar presentes en todos los tipos de medios de comunicación: en la prensa y medios de información audiovisual, en la creación cinematográfica, en las memorias y los intercambios informáticos de los bancos de datos, en la comunicación teatral y en los espectáculos culturales de alto nivel, en los debates de opinión y en la reflexión común sobre la actualidad, en los servicios de formación y educación del público, en todas las producciones de los medios de comunicación de grupo, mediante dibujos animados e historietas gráficas de calidad, mediante las amplias posibilidades que ofrece la difusión de los escritos, de las grabaciones sonoras y visuales, en los momentos de distensión musical de las radios locales o de gran difusión! Mi deseo más ardiente es que las redes católicas y cristianas puedan colaborar, de modo constructivo, con las redes de comunicación cultural de todos los tipos, superando las dificultades de competencia con vistas al bien último del mensaje religioso. La Iglesia misma, en esta ocasión, invita a considerar seriamente las exigencias de la colaboración ecuménica e interreligiosa en los medios de comunicación.
8. Al terminar este Mensaje, no puedo dejar de animar a todos los que tienen a pecho el apostolado de la comunicación a empeñarse con ardor, respetando a cada uno, en la gran obra de la evangelización ofrecida a todos: "Vete a anunciar el reino de Dios" (Lc 9, 60). No podemos dejar de decir cuál es el mensaje nuevo, porque es al proclamar y vivir la Palabra como entendemos nosotros mismos las profundidades insospechables del don de Dios.
En la sumisión entusiasta a la voluntad de Dios y con confianza, os digo a todos, operadores y público, mi alegría ante el espectáculo impresionante de los vínculos creados más allá de las distancias y "desde los terrados" para tomar parte en la investigación y profundización de una "religión pura e intachable", e invoco sobre todos vosotros la bendición del Señor.
Vaticano, 24 de enero de 1989.
MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA 22a JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
Promoción de la solidaridad y de la fraternidad entre los hombres y los pueblos.
15 de mayo de 1988
Hermanos y hermanas, queridos amigos profesionales de la información y de la comunicación:
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