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Comunicación social y magisterio de la Iglesia desde Pío XII hasta Benedicto XVI (página 15)

Enviado por Manuel González C


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La Iglesia, al tomar acto de las enormes posibilidades de los mass-media, ha añadido siempre, a una valoración positiva, el reclamo a consideraciones que no se detengan solamente en una evidente exaltación, sino que hagan reflexionar y considerar que la fuerza de sugestión de estos "medios" ha tenido y tendrá sobre el hombre especiales influencias que habrá que tener muy en cuenta. El hombre, también en relación con los mass-media, está llamado a ser "él mismo": o sea, libre y responsable, "usuario" y no "objeto", "crítico" y no "pasivo".

Servicio a la paz

2. En el curso de mi "servicio pastoral", he llamado repetidamente la atención sobre esa "visión del hombre" como "persona libre", la cual, fundada en la divina Revelación, es confirmada y reclamada por la misma naturaleza como una necesidad vital: visión que en la actualidad resulta todavía más indispensable, tal vez también como reacción a los peligros que corre y a las amenazas que sufre o teme.

En el "Mensaje" enviado con motivo de la "Jornada mundial de la Paz", al abrirse este año 1981, quise llamar la atención sobre la libertad como condición necesaria para la consecución de la paz: libertad de los individuos, de los grupos, de las familias, de los pueblos, de las minorías étnicas, lingüísticas, religiosas.

De hecho el hombre se realiza a sí mismo en la libertad. Y a esta realización, cada vez más plena, debe tender, sin detenerse únicamente en exaltaciones verbales o retóricas, como ocurre demasiado a menudo, sin dar la vuelta al mismo sentido de la libertad y sin "cultivar de mala manera, como si todo fuera lícito a condición de que guste, incluido el mal" -como reafirma la Constitución pastoral del Concilio Vaticano II Gaudium et spes (núm. 17)-, al contrario debe ver y alcanzar estrechamente, conceptualmente y de hecho, la libertad como consecuencia de la "dignidad" proveniente del hecho de ser él mismo signo altísimo de la imagen de Dios. Esta es la dignidad que exige que el hombre actúe según opciones conscientes y libres, esto es, movido e inducido por convicciones personales y no por un ciego impulso interno o por mera coacción externa (cf. Gaudium et spes, l. c.). También una sugestión sicológica, aparentemente "pacífica", de la cual el hombre es hecho objeto con medios de persuasión hábilmente manipulados, puede representar y ser un ataque y un peligro para la libertad. Por este motivo deseo hablar de las comunicaciones sociales al servicio de la libertad responsable del hombre. El hombre es creado libre y como tal debe crecer y formarse con un esfuerzo de superación de sí mismo, ayudado por la gracia sobrenatural. La libertad es conquista. El hombre debe liberarse de todo aquello que puede desviarlo de esta conquista.

La verdad, la justicia y el amor

3. En este punto los mass-media se sitúan como factores dotados de una particular "carga positiva" en el contexto de este "esfuerzo" para la realización de la libertad responsable: es una constatación que ha permanecido constantemente presente en la atención de la Iglesia. Esta posibilidad, si es necesario, se puede también demostrar. Pero aquí hay que preguntarse antes que nada: ¿De la pura posibilidad a su realización, hay verdaderamente un "paso positivo"?, ¿responden de hecho losmass-media a las expectativas suscitadas en cuanto factores que favorecen la realización del hombre en su libertad responsable"?

¿Cómo se expresan estos medios o cómo son utilizados para la realización del hombre en su libertad y cómo la promueven? De hecho se presentan como realidad de la "fuerza expresiva" y a menudo, bajo ciertos aspectos, como imposición, sin que el hombre de hoy esté en condiciones de crear el vacío en torno a sí, ni de atrincherarse en el aislamiento, porque esto equivaldría a privarse de contactos de los cuales no puede prescindir.

A menudo los mass-media son expresión de un poder que se hace "opresión", especialmente allí donde no se admite el pluralismo. Esto puede tener lugar no solamente donde la libertad es de hecho inexistente, en razón de dictaduras de cualquier signo, sino también donde, aun conservándose de alguna manera esta libertad, se registran continuamente enormes intereses y presiones manifiestas u ocultas.

Esto se refiere particularmente a la violación de los derechos de libertad religiosa, pero vale también para otras situaciones opresivas que, prácticamente, se basan por varios motivos en la instrumentalización del hombre.

La manipulación de los 뭡ss-media뼯font>

La libertad responsable de los operadores de las comunicaciones sociales, que debe presidir determinadas opciones, ¡no puede dejar de tener en cuenta a aquellos a quienes afectan dichas opciones, también ellos libres y responsables!

Llamar a los operadores de los mass-media al compromiso que impone el amor, la justicia, la verdad, junto con la libertad, es un deber de mi servicio pastoral. ¡La verdad no debe ser nunca manipulada, ni dejada de lado la justicia, ni olvidado el amor, si se quiere corresponder a aquellas normas deontológicas que, olvidadas o inatendidas, producen sectarismo, escándalos, sumisión a los poderosos o condescendencia a la razón de Estado! No será la Iglesia la que sugiera atenuar u ocultar la verdad, aunque sea dura: la Iglesia, precisamente porque es "experta en humanidad", no se deja llevar por un ingenuo optimismo, sino que predica la esperanza y no se complace en los escándalos. Pero, precisamente porque respeta la verdad, ¡no puede por menos de poner de relieve que ciertos modos de utilizar los mass-media son capciosos en relación con la verdad y deletéreos en relación con la esperanza!

4. Todavía más: se nota en los mass-media una carga agresiva en la información y en las imágenes: desde el espectáculo a los mensajes políticos, desde los descubrimientos culturales prefabricados y dirigidos -que son auténtico adoctrinamiento-, a los mismos mensajes publicitarios.

Es difícil en nuestro mundo pensar en operadores de los mass-media que estén desvinculados de sus propias matrices culturales; pero ello no debe hacer que se imponga a otros la ideología personal. El operador deberá llevar a cabo un servicio lo más objetivo posible y no transformarse en un persuasor oculto por interés de parte, conformismo o ganancia.

Hay además un peligro para la libertad responsable de los usuarios de los medios de comunicación social, que hay que señalar como un grave atentado y está constituido por las solicitaciones a la sexualidad, llegando incluso a la irrupción de la pornografía: en las palabras pronunciadas o escritas, en las imágenes, en las representaciones e incluso en ciertas manifestaciones llamadas "artísticas". Se lleva a la práctica a veces un auténtico lenocinio, que cumple con una obra de destrucción y perversión. Denunciar este estado de cosas no es manifestar, como a menudo se oye decir, mentalidad atrasada o voluntad de censura: la denuncia, también en este punto, se hace precisamente en nombre de la libertad, que postula y exige no tener que sufrir imposiciones por parte de quien quiera transformar la sexualidad misma en un "fin". Esta operación sería no sólo anticristiana, sino antihumana, con los consiguientes pasos a la droga, a la perversión, a la degeneración.

La capacidad intrínseca de los medios de comunicación social ofrece posibilidades enormes, se ha dicho. Entre ellas también la de exaltar la violencia, a través de la descripción y figuración de la existente en la crónica cotidiana, con "complacencias" de palabras y de imágenes, ¡tal vez con el pretexto de condenarla! Se da demasiado a menudo una especie de búsqueda que tiende a suscitar emociones violentas para estimular la atención, cada vez más débil.

Grandes posibilidades y eventuales peligros

5. No se puede dejar de hablar del efecto y de la influencia que todo esto ejerce de manera particular en la fantasía de los más jóvenes y de los niños, grandes usuarios de los mass-media, desprovistos y abiertos a los mensajes y a las sensaciones.

Hay una maduración que debe ser ayudada sin traumatizar artificiosamente un sujeto todavía en formación.

La Iglesia, en éste como en otros campos, pide responsabilidad, no sólo a los operadores de los medios de comunicación social, sino a todos y, de manera especial, a las familias

El modo de vivir, especialmente en las naciones más industrializadas, lleva muy a menudo a que las familias se descarguen de sus responsabilidades educativas, encontrando en la facilidad de evasión (en casa representada especialmente por la televisión y ciertas publicaciones) el modo de tener ocupados tiempo y actividad de niños y muchachos. Nadie puede negar que en ello hay una cierta justificación, dado que demasiado a menudo faltan estructuras e infraestructuras suficientes para potenciar y valorizar el tiempo libre de los chicos y orientar sus energías.

Sufren las consecuencias precisamente aquellos que más necesidad tienen de ser ayudados en el desarrollo de su libertad responsable. Y he aquí que emerge el deber -especialmente para los creyentes, para las mujeres y los hombres amantes de la libertad- de proteger especialmente a los niños y muchachos de las agresiones que sufren también por parte de los mass-media. ¡Que nadie falte a su deber aduciendo motivos demasiado cómodos para desentenderse!

Acción pastoral de la Iglesia

6. ¡Hay que preguntarse, especialmente en las circunstancias de esta Jornada, si la misma acción pastoral lleva a buen fin todo aquello que se le pide en el sector de los mass-media!

Al respecto hay que recordar, además del documento Communio et progressio, cuyo décimo aniversario celebramos, lo dicho en el Sínodo de los Obispos de 1977 -ratificado por la Constitución Apostólica Catechesi tradendae-, así como lo que ha puesto de relieve el Sínodo de los Obispos de octubre de 1980, sobre problemas de la familia.

La teología y la práctica pastoral, la organización de la catequesis, la escuela -especialmente la escuela católica-, las asociaciones y los grupos católicos, ¿qué han hecho, concretamente, por este específico punto crucial?

Hay que intensificar la acción directa para la formación de una conciencia crítica que influya en las actitudes y en los comportamientos no sólo de los católicos o de los hermanos cristianos -defensores por convicción o por misión de la libertad y de la dignidad de la persona humana-, sino de todos los hombres y mujeres, adultos y jóvenes, a fin de que sepan verdaderamente "ver, juzgar y actuar como personas libres y responsables, también – quisiera decir sobre todo – en la producción y en las decisiones que se refieren a los medios de comunicación social.

El servicio pastoral, del que soy responsable; la mentalidad conciliar, de la que tantas veces he tenido modo de hablar y que siempre he estimulado; mis experiencias personales y convicciones de hombre, de cristiano y de obispo me llevan a subrayar la posibilidad de bien, la riqueza, el carácter providencial de los mass-media. Puedo añadir que no me pasa inadvertido, antes bien, me "interesa mucho" ese aspecto suyo que se suele llamar artístico. Pero todo ello no impide que se vea también la parte que en el uso -o abuso- de los mass-media tiene la ganancia, la industria, la razón del poder.

Todos estos aspectos han de ser considerados de cara a una valoración global de estos medios. ¡Que los mass-media sean, cada vez menos, instrumentos de manipulación del hombre! Y sean en cambio, cada vez más, promotores de libertad: medios de potenciamiento, de crecimiento, de maduración de la verdadera libertad del hombre.

Con estos deseos, me siento feliz de invocar sobre todos aquellos que lean estas palabras y traten de captar y actuar su sentido pastoral, los más abundantes favores celestiales, de los cuales es prenda mi bendición apostólica.

Vaticano, 10 de mayo, IV domingo de Pascua de 1981, III año de mi pontificado.

MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA 14a JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Papel de las comunicaciones sociales e incumbencias de la familia.

18 de mayo de 1980

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

La Iglesia católica celebrará el próximo 18 de mayo, la Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales, conforme a lo dispuesto por el Concilio Ecuménico Vaticano II; uno de los primeros documentos del mismo estableció que cada año, en todas las diócesis, tenga lugar una Jornada, en la cual los fieles recen para que el Señor haga más eficaz el trabajo de la Iglesia en este sector y en la cual reflexionen sobre sus propios deberes y contribuyan con una oferta al mantenimiento e incremento de las instituciones e iniciativas promovidas por la Iglesia en el campo de las comunicaciones sociales.

En el curso de estos años, la Jornada ha adquirido cada vez más importancia. Son muchos los países en que católicos y miembros de otras comunidades cristianas se han asociado para celebrarla, dando así un ejemplo oportuno de solidaridad, conforme al principio ecuménico de "no hacer separadamente lo que pueda hacerse juntos". Por ello, tenemos que estar agradecidos al Señor.

Los mass-media y la familia

Este año, en sintonía con el tema del próximo Sínodo de los Obispos, que considerará las cuestiones referentes a la familia en las cambiantes circunstancias de los tiempos modernos, se nos invita a prestar atención a las relaciones entre mass-media y familia. Un fenómeno que afecta a todas las familias, incluso en su intimidad, es precisamente el de la amplia difusión de los medios de comunicación social: prensa, cine, radio y televisión. Es ya difícil encontrar una casa en la que no haya entrado al menos uno de tales medios. Mientras, hasta hace pocos años, la familia estaba compuesta de padres, hijos y por alguna otra persona unida por vínculos de parentesco o trabajo doméstico, hoy, en cierto sentido, el círculo se ha abierto a la "compañía", más o menos habitual, de anunciadores, actores, comentadores políticos y deportivos, y también a la visita de personajes importantes y famosos, pertenecientes a profesiones, ideologías y nacionalidades diversas

Es éste un dato de hecho que si bien ofrece oportunidades extraordinarias, no deja de esconder también insidias y peligros a los que no hay que quitar importancia. La familia se resiente hoy de las fuertes tensiones y de la desorientación creciente que caracterizan el conjunto de la vida social. Han venido a faltar algunos factores de estabilidad que aseguraban, en el pasado, una sólida cohesión interna y -gracias a la completa comunidad de intereses y necesidades y a una convivencia que, con frecuencia, ni siquiera el trabajo interrumpía- consentían a la familia el desarrollo de un papel primordial en la función educativa y socializante.

Los mass-media y la juventud

En esta situación de dificultad y, a veces, de crisis, los medios de comunicación social intervienen, a menudo, como factores de ulterior malestar. Los mensajes que llevan presentan, no raramente, una visión deformada de la naturaleza de la familia, de su fisonomía, de su papel educativo. Además, pueden introducir entre sus componentes ciertos hábitos negativos de fruición distraída y superficial de los programas, de pasividad acrítica ante sus contenidos, de renuncia a la mutua confrontación y al diálogo constructivo. En particular, mediante los modelos de vida que presentan, con la sugestiva eficacia de la imagen, de las palabras y de los sonidos, los medios de comunicación social tienden a sustituir a la familia en el papel de preparación a la percepción y a la asimilación de los valores existenciales.

Es necesario al respecto subrayar la influencia creciente que los mass-media, especialmente la televisión, ejercen en el proceso de socialización de los muchachos, facilitando una visión del hombre, del mundo y de las relaciones con los demás que, a menudo, difiere profundamente de aquella que la familia trata de transmitir. A veces los padres no se cuidan suficientemente de esto. Preocupados en general de vigilar las amistades que mantienen sus hijos, no lo están igualmente respecto de los mensajes que la radio, la televisión, los discos, 1a prensa y las historietas gráficas llevan a la intimidad "protegida" y "segura" de su casa. Es así como los mass-media entran a menudo en la vida de los jóvenes; sin la necesaria mediación orientadora de los padres y educadores, que podría neutralizar los posibles elementos negativos y valorizar en cambio debidamente las no pequeñas aportaciones positivas, capaces de servir al desarrollo armonioso del proceso educativo.

Es indudable, además, que los medios de comunicación social representan también una fuente preciosa de enriquecimiento cultural para el individuo y para toda la familia. Desde el punto de vista de esta última, en particular, no hay que olvidar que estos medios pueden contribuir a animar el diálogo e intercambio en la pequeña comunidad y ampliar sus centros de interés abriéndola a los problemas de la gran familia humana; consienten además una cierta participación en los acontecimientos religiosos lejanos, que pueden constituir un motivo de singular consuelo para enfermos e imposibilitados. El sentido de la universalidad de la Iglesia y de su presencia activa en la solución de los problemas de los pueblos se hace, de este modo, más profundo. Así, pues, los medios de comunicación social pueden contribuir mucho a acercar los corazones de los hombres en la simpatía, en la comprensión y en la fraternidad. La familia puede abrirse con su ayuda a sentimientos más estrechos y profundos hacia todo el género humano. Beneficios éstos que deben ser debidamente valorados.

A fin de que la familia pueda obtener estos beneficios del uso de los mass-media, sin sufrir los condicionamientos negativos, es necesario que sus componentes, y en primer lugar los padres, se sitúen en una posición activa ante éstos, procurando afinar las facultades críticas y renunciando a la pasividad ante los mensajes transmitidos, para mejor comprender y juzgar los contenidos. Será necesario, además, decidir de manera autónoma el tiempo que se dedicará a la utilización de los medios de comunicación social, teniendo en cuenta las actividades y compromisos que la familia como tal, y cada uno de sus miembros tienen que atender.

En síntesis: corresponde a los padres educarse a si mismos, y al mismo tiempo a los hijos, a entender el valor de la comunicación, a saber elegir entre los varios mensajes vinculados a la misma, a recibirlos con selección y sin dejarse avasallar sino más bien reaccionando de manera responsable y autónoma. Cuando esto se cumple bien, los medios de comunicación dejan de interferirse en la vida de familia a modo de competencia peligrosa que insidia las funciones fundamentales, y se muestran, en cambio, como ocasión preciosa de confrontación razonada con la realidad y como útiles componentes del proceso gradual de maduración humana que exige la introducción de la juventud en la vida.

Responsabilidad de los profesionales

Es evidente que en esta delicada tarea las familias deben poder contar en no pequeña medida con la buena voluntad, rectitud y sentido de responsabilidad de los profesionales de los mass-media -editores, escritores, productores, directores, dramaturgos, informadores, comentaristas y actores, categorías todas en que prevalecen los laicos-. Quiero repetir a estos hombres y mujeres cuanto dije el año pasado en uno de mis viajes: "Las grandes fuerzas que configuran el mundo –política, mass-media, ciencia, tecnología, cultura, educación e industria- constituyen precisamente las áreas en las que los seglares son especialmente componentes para ejercer su misión" (Limerick, l de octubre de 1979).

No hay duda de que los mass-media son hoy una de las grandes fuerzas que modelan el mundo y que en este campo un creciente número de personas, bien dotadas y altamente preparadas, está llamado a encontrar el propio trabajo y la posibilidad de ejercer su propia vocación. La Iglesia piensa en ellos con afecto atento y respetuoso, y reza por ellos. Pocas profesiones requieren tanta energía, dedicación, integridad y responsabilidad como ésta y, además, al mismo tiempo, pocas son las profesiones que tengan tanta incidencia en los destinos de la humanidad.

Invito, por lo tanto, vivamente a todos aquellos que se ocupan de actividades relacionadas con los medios de comunicación social a que se unan a la Iglesia en esta Jornada de reflexión y plegaria. Pidamos juntos a Dios que estos hermanos nuestros crezcan en la conciencia de sus grandes posibilidades de servicio a la humanidad y de orientación del mundo hacia el bien. Pidamos para que el Señor les de la comprensión, sabiduría y valor que necesiten para poder responder a sus graves responsabilidades. Pidamos para que estén siempre atentos a las necesidades de los receptores, que en gran parte son miembros de familias parecidas a las suyas, con padres a menudo demasiado cansados, tras una dura jornada de trabajo, para poder mantenerse lo suficientemente atentos, y con niños llenos de confianza, impresionables y fácilmente vulnerables. Si quieren tener presente todo esto, pensarán en las enormes resonancias que su actividad puede tener para el bien o para el mal, y se esforzarán en ser coherentes consigo mismos y fieles a su vocación personal.

Mi especial bendición apostólica se dirige hoy a todos aquellos que trabajan en el campo de las comunicaciones sociales, a todas las familias y a cuantos, mediante la oración, la reflexión y el diálogo, tratan de situar estos importantes medios al servicio del hombre y de la gloria de Dios.

Vaticano, 1 de mayo de 1980.

MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA 13a JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Las comunicaciones sociales por la tutela y la promoción de la infancia en la familia y en la sociedad.

27 de mayo de 1979

Queridísimos hermanos e hijos de la Santa Iglesia:

Con sincera fe y viva esperanza, con los mismos sentimientos que han marcado desde el comienzo mi servicio pastoral en la Cátedra de Pedro, me dirijo a vosotros y, en particular, a quienes de entre vosotros se ocupan de comunicaciones sociales, en el día que el Concilio Vaticano II ha querido consagrar a este importante sector (cf. Inter mirifica, 18).

Un tema elegido por Pablo VI

El tema sobre el cual deseo llamar vuestra atención contiene, precisamente, una invitación implícita a la confianza y a la esperanza: porque se refiere a la infancia; por mi parte voy a tratar acerca del mismo con la mayor complacencia, ya que fue elegido para la presente circunstancia por mi amado predecesor Pablo VI. La Organización de las Naciones Unidas ha proclamado 1979 "Año Internacional del Niño" y esta ocasión ofrece la oportunidad de reflexionar sobre las exigencias concretas de esa amplia franja de "receptores" -los niños- y acerca de las responsabilidades que consiguientemente corresponden a los adultos; de modo especial a los operadores de las comunicaciones, los cuales pueden ejercer -y de hecho ejercen- un gran influjo sobre la formación o, lamentablemente, la deformación de las jóvenes generaciones. De ahí la importancia y complejidad del tema: "Las comunicaciones sociales por la tutela y el desarrollo de la infancia en la familia y en la sociedad".

Actitud de los niños ante los medios audiovisuales

Sin pretender hacer un examen y, tanto menos, agotar el tema en sus varios aspectos quiero recordar, aunque sea brevemente lo que la infancia espera y tiene derecho a obtener de estos instrumentos de comunicación. Fascinados y privados de defensas ante el mundo y ante los adultos, los niños están naturalmente dispuestos a acoger lo que se les ofrece, ya se trate del bien o del mal. Bien lo sabéis vosotros, profesionales de las comunicaciones y especialmente los que os ocupáis de los medios audiovisuales. Los niños se sienten atraídos por la "pequeña pantalla" y por la "pantalla grande": siguen todos los gestos que aparecen en ellas y perciben, antes y mejor que cualquier otra persona, las emociones y sentimientos consiguientes.

Como cera blanda, sobre la cual cualquier leve presión deja un trazo, el ánimo de los niños está expuesto a cualquier estímulo que solicite la capacidad de ideación, la fantasía, la afectividad, el instinto. Por otra parte, las impresiones en esta edad son las que penetran con mayor profundidad en la sicología del ser humano y condicionan, a menudo de manera duradera, las relaciones sucesivas consigo mismo, con los demás y con el ambiente. Precisamente, al intuir lo delicada que resulta esta primera fase de la vida, la sabiduría pagana formuló la conocida máxima pedagógica, según la cual maxima debetur puero revetentia; y bajo esta misma luz se hace evidente, en toda su motivada severidad, la advertencia de Cristo: "Al que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en mí, más le valiera que le colgasen al cuello una piedra de molino de asno y le hundieran en el fondo del mar" (Mt 18, 6). Y ciertamente entre los "pequeños" en sentido evangélico hay que incluir y de manera especial a los niños.

El ejemplo de Cristo ha de ser normativo para el creyente, que trata de inspirar la propia vida en el Evangelio. Pues bien, Jesús se presenta como aquel que acoge amorosamente a los niños (cf. Mc 10, 16) tutela su deseo espontáneo de acercarse a él (cf. Mc 10, 14), alaba su típica y confiada sencillez, merecedora del Reino (cf. Mt 18, 3-4), subraya la transparencia interior que con tanta facilidad les dispone a la experiencia de Dios (cf. Mt 18, 10). No duda en establecer una ecuación sorprendente: "El que por mí recibiere a un niño como éste, a mí me recibe" (Mt 18, 5). Como he tenido ocasión de escribir recientemente, "El Señor se identifica con el mundo de los pequeños (…) Jesús no condiciona a los niños, no se sirve de los niños. Los llama y los hace copartícipes de su plan de salvación del mundo" (cf. Mensaje al Presidente del Consejo Superior de la Obra Pontificia de la Infancia Misionera; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 20 de mayo de 1979, pág. 7).

¿Cuál tendrá que ser, pues, la actitud de los cristianos responsables y, especialmente, de los padres y de los operadores de los mass-media conscientes de sus deberes en relación con la infancia? Deberán, sobre todo, preocuparse del crecimiento humano del niño: la pretensión de mantenerse ante él en una postura de "neutralidad' y de dejarlo "que se haga" espontáneamente esconde -bajo la apariencia del respeto hacia su personalidad– una actitud de peligroso desinterés.

Un desinterés así ante los niños no es aceptable; la infancia, en realidad, tiene necesidad de ser ayudada en su desarrollo hacia la madurez. Hay una gran riqueza de vida en el corazón del niño; pero él no está en condiciones de discernir, por sí mismo, las voces que oye en su interior. Son los adultos -padres, educadores, operadores de las comunicaciones sociales- quienes tienen el deber y están en condiciones de ayudarles a descubrir esa riqueza. ¿Acaso todo niño no se parece, de alguna manera al pequeño Samuel del que habla la Sagrada Escritura? Incapaz de interpretar la llamada de Dios, él pedía ayuda a su maestro, que al principio le respondió: "No te he llamado; vuelve a acostarte" (1 Sam 3, 5-6). ¿Será igual nuestra actitud, que sofoca los ímpetus y las vocaciones mejores, o bien seremos capaces de hacer comprender las cosas al niño, al igual que hizo al fin el sacerdote Elí con Samuel: "Si vuelven a llamarte di: 'Habla, Yavé, que tu siervo escucha'?" (1 Sam 3, 9).

Responsabilidad de los padres, educadores y operadores de los mass-media

Las posibilidades y los medios de que vosotros, los adultos, disponéis al respecto son enormes: estáis en condiciones de despertar el espíritu del niño para que escuche o de adormecerlo o, Dios no lo quiera, de intoxicarlo irremediablemente. Se necesita en cambio actuar de manera que el niño capte, gracias también a vuestro empeño educativo, no mortificante sino siempre positivo y estimulante, las amplias posibilidades de educación personal, que le consentirán inserirse creativamente en el mundo. Secundadlo, especialmente vosotros que os ocupáis de los mass-media, en su búsqueda cognoscitiva, proponiendo programas recreativos y culturales, en los cuales el niño encuentre respuesta a la búsqueda de su identidad y de su gradual "ingreso" en la comunidad humana. Es también importante que el niño no sea, en vuestros programas, una simple comparsa, como para enternecer los ojos cansados y desencantados de espectadores u oyentes apáticos; sino un protagonista de modelos válidos para las jóvenes generaciones.

Los valores espirituales y religiosos

Soy bien consciente de que al reclamaros un tal esfuerzo humano y "poético" (en el verdadero sentido de la capacidad creadora propia del arte), os pido implícitamente que renunciéis a ciertos planes de búsqueda calculada del mayor "índice de atención" de cara a un éxito inmediato. La verdadera obra de arte, ¿acaso no es aquella que se impone sin ambiciones de éxito y que nace de una auténtica habilidad y de una segura madurez profesional? Tampoco queráis excluir de vuestra producción -os lo pido como un hermano- la oportunidad de ofrecer un estímulo espiritual y religioso al corazón de los niños: y esto quiere ser una llamada confiada de colaboración por vuestra parte en la tarea espiritual de la Iglesia.

Igualmente me dirijo a vosotros, padres y educadores, catequistas y responsables de las diversas asociaciones eclesiales a fin de que queráis considerar responsablemente el problema de la utilización de los medios de comunicación social, en relación con los niños, como una cosa de importancia capital, no solamente en función de una iluminada formación que, además de desarrollar el sentido crítico y -podría decirse- la auto-disciplina en la elección de programas, les promueva realmente en un plano humano, sino también en orden a la evolución de toda la sociedad en la línea de la rectitud, de la verdad y de la fraternidad.

Mirar a la Virgen

Queridísimos hermanos e hijos: La infancia no es un período cualquiera de la vida humana, del cual sea posible aislarse artificialmente: como un hijo es carne de la carne de sus padres, así el conjunto de los niños es parte viva de la sociedad. Por esta razón en la infancia está en juego la suerte misma de toda la vida, de la "suya" y de la "nuestra" esto es de la vida de todos. Tenemos, pues que servir a la infancia valorizando la vida y optando "en favor" de la vida a todos los niveles, y la ayudaremos presentando a los ojos y al corazón delicado y sensible de los pequeños aquello que en la vida hay de más noble y más elevado.

Dirigiendo la mirada hacia este ideal, a mi me parece encontrar el rostro dulcísimo de la Madre de Jesús, la cual, totalmente dedicada a servir a su divino Hijo, "conservaba todo esto en su corazón" (Lc 2, 51). A la luz de su ejemplo, rindo homenaje a la misión que a todos vosotros os corresponde en el terreno pedagógico y, con la confianza de que la realizaréis con un amor parejo a su dignidad, os bendigo de corazón.

Vaticano, 23 de mayo del año 1979, I del pontificado.

MENSAJE Del PAPA PABLO VIPARA LA XII JORNADA MUNDIALDE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Tema: El hombre como receptor de las comunicaciones sociales:esperanzas, derechos y deberes

1978

Venerables hermanos e hijos Queridísimos

a Jornada anual de las Comunicaciones Sociales constituye una cita importante para el Pueblo de Dios. Como bien sabéis, se trata de un día dedicado a una reflexión específica en torno a la función y al uso de los instrumentos que sirven para las comunicaciones sociales, y que los padres del Concilio Vaticano II no vacilaron en calificar de "maravillosos". ¿Quién es capaz, en realidad, de medir el influjo que estos medios modernos pueden ejercitar sobre la opinión pública, orientando sus valoraciones y condicionando sus opciones, gracias a su amplia y capilar difusión, a sus técnicas cada día más perfectas y a sus tiempos de utilización cada vez más prolongados?

No puede, por lo tanto, producir maravilla el hecho de que la Iglesia siga con creciente interés el desarrollo de un fenómeno cultural de tan vasto alcance, sin cansarse de reclamar, con maternal solicitud, a quienes lo protagonizan o participan en él, a la conciencia de sus responsabilidades. Movido por esta misma preocupación pastoral, hemos escogido como tema del Mensaje de hoy, el examen de las esperanzas, derechos y deberes del llamado "receptor", es decir, el destinatario de las comunicaciones sociales, al cual obviamente contemplamos desde el ángulo que nos es propio: el del personalismo cristiano que en cada criatura humana sabe descubrir una imagen viva de Dios (cf. Gén 1, 26), la cual es así, por designio providencial, portadora de un propio destino trascendente.

La primera expectativa de los "receptores" que merece ser notada y valorizada es la aspiración al diálogo (cf. Ecclesiam Suam: AAS 56, 1964, p. 659).

El espacio que los periódicos y las emisoras radiotelevisivas reservan a la correspondencia con sus propios lectores, oyentes y espectadores responde sólo parcialmente a este legítimo deseo, porque se trata siempre de casos aislados, mientras que todos los "receptores" sienten la necesidad de poder expresar, de alguna manera, su propia opinión y ofrecer una contribución de ideas y propuestas personales.

Ahora bien, asegurar este diálogo, favorecerlo y orientarlo hacia los problemas de la mayor importancia, significa para los "comunicadores" establecer un continuo y estimulante contacto con la sociedad, y llevar a los "receptores" a un nivel de activa participación.

La segunda exigencia es la de la verdad.

Se trata de un derecho fundamental de la persona, enraizado en la misma naturaleza humana y estrechamente unido con la exigencia de participación que la actual evolución tiende a garantizar a cada miembro de la sociedad.

Tal aspiración se refiere también y de manera directa a los medios de información, de los cuales los destinatarios tienen derecho a esperar puntualidad, honestidad, búsqueda de la objetividad, respeto a la jerarquía de valores y, cuando se trata de espectáculos, la presentación de una imagen veraz del hombre, como individuo y como miembro de un determinado contexto social.

No se puede tampoco infravalorar la aspiración del hombre moderno a la distracción y al reposo para recuperar las fuerzas y el equilibrio síquico puesto a dura prueba por las condiciones no raramente enervantes que la vida y el trabajo imponen hoy.

También éste es un deseo legítimo abierto a perspectivas espirituales, entre las que tiene relevante importancia la atención a la problemática religiosa y moral.

Los cristianos saben que esta problemática, bajo el impulso del Espíritu, conduce al hombre a la plenitud de su propio destino supremo.

Para satisfacer estas aspiraciones se requiere la colaboración responsable del mismo "receptor", el cual debe asumir un papel activo en el proceso formativo de la comunicación. No se trata de crear grupos de presión que agudicen todavía más los enfrentamientos y las tensiones del tiempo presente, sino de impedir que en lugar de una "mesa redonda de la sociedad" a la que todos tengan un acceso equitativo según la propia preparación y la importancia de los temas de que son portadores, se introduzcan grupos no representativos que podrían hacer uso unilateral, interesado y restrictivo de los instrumentos que poseen. En cambio hay que desear que entre "comunicadores" y "receptores" se instaure verdadera y auténtica relación de diálogo (cf. Communio et Progressio, 81: AAS 63, 1971, p. 623).

Esto significa que sois vosotros, queridos lectores, oyentes y espectadores, quienes debéis aprender el lenguaje de los medios de comunicación social, aunque resulte difícil, para que seáis capaces de tomar parte en el diálogo de forma eficaz. Debéis saber escoger bien vuestro periódico, el libro, el filme, el programa radiotelevisivo, conscientes de que de vuestra elección, como de una papeleta de voto, dependerá tanto el aliento y el apoyo incluso económico, como el rechazo de un determinado género o tipo de comunicación (cf. Communio et Progressio, 82: AAS 63, 1971, p. 624). Por lo tanto hay que tener en cuenta hasta qué punto es compleja la realidad de las comunicaciones modernas, en las cuales, por su propia naturaleza -y no raras veces por una instrumentalización pretendida- lo verdadero puede aparecer mezclado con lo falso, el bien con el mal. De hecho no existe ninguna verdad, ninguna realidad sagrada, ningún principio moral que no pueda ser directa o indirectamente atacado o contradicho en el amplio desarrollo de las citadas comunicaciones. Así, pues, tenéis que dar también prueba de atenta capacidad de discernimiento y de confrontación con los auténticos valores ético-religiosos, apreciando y acogiendo los elementos positivos y excluyendo los negativos.

Esta triple capacidad que el "receptor" debe adquirir hoy para ser un ciudadano maduro y responsable -es decir, la capacidad de comprender el lenguaje de los medios masivos, de escoger oportunamente y de saber juzgar -determina el diálogo con el "comunicador". Este diálogo debe encontrar, luego, las formas adecuadas, correctas y respetuosas, pero también francas y decididas, para intervenir cuando las circunstancias lo requieran.

No ignoramos las dificultades que en la concreta situación del mundo contemporáneo encuentra todo "receptor", empezando por el receptor cristiano, para asegurarse la capacitación necesaria en orden al ejercicio de sus derechos y deberes, según las propias aspiraciones. Pero si es verdad que el futuro de la familia humana depende en gran parte del uso que sabrá hacer de sus medios de comunicación, es necesario reservar a la formación del "receptor" una consideración prioritaria tanto en el ámbito del ministerio pastoral como, en general, en las tareas educativas.

La primera educación en este campo debe realizarse en el interior de las familias: entender, elegir y juzgar los medios de comunicación social debe formar parte del cuadro global de la formación a la vida. Por ello compete a los padres la función de ayudar a sus hijos a realizar las opciones, a madurar un juicio y a dialogar con los "comunicadores".

Después, esta formación debe continuar en los centros educativos: el Concilio Ecuménico Vaticano II hace de ello una obligación específica en las escuelas católicas de todo grado (cf. Inter Mirifica, 16) y de las asociaciones de inspiración cristiana y carácter educativo, añadiendo en concreto: "Para obtener más expeditamente tal fin, procúrese en la catequesis la exposición y la explicación de la doctrina y de la disciplina católica acerca de esta materia" (Inter Mirifica, 16). Los profesores no deben olvidar que su actividad pedagógica se desarrolla en un contexto en el que muchas emisiones y muchos espectáculos que afectan a la fe y a los principios morales llegan cotidianamente a sus alumnos, los cuales por lo tanto tienen necesidad de continuas e iluminadas explicaciones y rectificaciones.

Finalmente las comunidades locales creyentes tienen que ayudar a sus miembros en la selección, en la comprensión y en el juicio. Hacemos un llamamiento a la prensa católica y a los demás medios que están a disposición de las diócesis, de las parroquias y de las familias religiosas para que den el más amplio espacio posible a la información sobre los programas de las comunicaciones sociales, para que recomienden o desaconsejen, aduciendo los motivos oportunos que permitan a los fieles orientarse con plena conformidad a la doctrina y a la moral evangélica. Los cristianos, y particularmente los jóvenes, han de tener bien presente que se trata, en último análisis, de una responsabilidad personal, y que de las opciones que realicen depende la santidad de su vida, la integridad de su fe, la riqueza de su cultura y, de rechazo, su contribución al desarrollo general de la sociedad. La Iglesia puede y debe informarlos y ayudarlos, pero no puede sustituir sus personales y coherentes decisiones.

La tarea, como se ve, es compleja y extremadamente comprometedora. Sólo la generosa colaboración de todos podrá lograr que los medios de comunicación social no sólo abandonen actitudes y expresiones desgraciadamente no infrecuentes, que contienen violencia, erotismo, vulgaridad, egoísmo e injustificados intereses de parte; sino que lleguen a ofrecer una información amplia, solícita y verdadera, y, por lo que se refiere a los espectáculos, una sana diversión en el terreno cultural y espiritual, contribuyendo así de manera eficaz a aquel humanismo pleno que tanto desea la Iglesia (Populorum Progressio, 42: AAS 59, 1967, p.278; cf. también n.14, p. 264).

Al estimular el empeño de cuantos se dedican a ennoblecer este especial servicio, invocamos para ellos y para cuantos participarán en la celebración de la XII Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales, la abundancia de los dones del Espíritu Santo y les impartimos de corazón la propiciadora bendición apostólica.

Vaticano, 23 de abril de 1978.

MENSAJE DEL PAPA PABLO VIPARA LA XI JORNADA MUNDIALDE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Tema: La publicidad en la comunicación social:

ventajas, riesgos, responsabilidad

1977

Venerados hermanos e hijos muy queridos de la Iglesia, y vosotros todos, hombres de buena voluntad:

Las diócesis de la Iglesia católica, fieles a la invitación del Concilio Ecuménico Vaticano II (cf. Decreto Inter mirifica, 18), celebran también este año la Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales, para ayudar con la reflexión, con la oración y con todo tipo de interés y de apoyo moral y material a la prensa, la radio, la televisión, el cine y demás instrumentos modernos de comunicación social en el desempeño de su importante función de información, educación y, por lo que se refiere a la responsabilidad específica de los cristianos, de evangelización en el mundo.

Los 뭡ss-media렡l servicio del bien común

Esta Jornada, que ha llegado ya a su undécima edición, en muchos países afortunadamente es ocasión propicia de contacto directo y de mejor conocimiento recíproco entre las Iglesias locales y los responsables de las categorías profesionales que operan en tal sector. Gracias a manifestaciones litúrgicas y culturales adecuadas, contribuye a sensibilizar la conciencia del usuario de las comunicaciones sociales -lector, radioescucha, telespectador o espectador de cine- en la elección, a menudo determinante en el plano promocional, de cuanto lee, escucha o contempla y, más aún, en la madura valoración del contenido mismo de las comunicaciones recibidas. En efecto, hoy día es tal la complejidad del fenómeno de las comunicaciones que requiere, no sólo un repaso constante de los deberes pertinentes de los individuos y de la sociedad, así como un mejoramiento continuo que emane de la confrontación con los verdaderos valores de la vida humana, sino también la indispensable colaboración de todos los que determinan el proceso comunicativo.

Por este motivo la Iglesia, aun dedicando la Jornada anual al estudio de todas las cuestiones pastorales del sector, no ha dejado de proponer periódicamente a la atención de los cristianos y de los hombres de buena voluntad aspectos particulares de la amplia problemática de la comunicación, con la esperanza de poder ayudar así a todos los hombres a orientarse correctamente en medio de la realidad multiforme de los mass media, y de contribuir, según la naturaleza de su misión, al bien común. Lo mismo hay que pensar del tema seleccionado este año, "La publicidad en la comunicación social: ventajas, riesgos, responsabilidad", que pretende centrar la reflexión en un factor de la actual organización social.

Hay que preguntarse por qué la publicidad, en su relación con los instrumentos de comunicación social, despierta el interés de la Iglesia. La respuesta es que se trata de un hecho de la convivencia humana asaz importante, porque condiciona el desarrollo integral del hombre e influye, directa o indirectamente, en su vida cultural. Ya nadie puede sustraerse a la sugestión de la publicidad, la cual, aun prescindiendo del contenido concreto de sus mensajes, presenta o, al menos, se inspira en determinadas visiones del mundo, que interpelan inevitablemente al cristiano, su juicio y su modo de actuar; la publicidad, además, cobra cada día mayor relieve en el desarrollo de los medios de comunicación, porque en gran parte los financia y se sirve de ellos, repercutiendo de manera directa, y a veces de forma peligrosa, en su orientación y en su libertad.

Por qué la publicidad despierta el interés de la Iglesia

La Iglesia mira con buenos ojos no sólo la evolución de la capacidad productiva del hombre, sino también el entrelazamiento cada vez más amplio de relaciones y de intercambios entre personas y grupos sociales: para ella son motivo, signo y anticipación de una fraternidad cada vez mayor, y desde este punto de vista alienta la publicidad, que puede convertirse en instrumento sano y eficaz para la ayuda mutua de los hombres. Otro aspecto fundamental que la Iglesia contempla en la publicidad es el informativo, con todo el peso y las obligaciones que de él se derivan: ha de ser veraz, prudente, respetuosa del hombre y de sus valores esenciales, atenta a la elección de las circunstancias y de los modos de presentación. La publicidad, además, es promotora de determinados intereses que, si bien legítimos, deben tener en cuenta el bien común, los intereses no menos legítimos de los demás y, especialmente, las circunstancias concretas de desarrollo integral del destinatario, su propio ambiente cultural y económico, y su grado de desarrollo educativo.

Como es bien sabido, el mensaje publicitario está orientado por su propia índole hacia el convencimiento eficaz, se difunde con la ayuda de conocimientos sicológicos y sociales precisos, y busca constantemente modos y formas persuasivas. Aquí sobre todo es donde se impone para la publicidad, y por consiguiente para los que de ella se valen, la exigencia de respetar a la persona humana, su derecho-deber a una opción responsable, su libertad interior, todos los bienes que serían violados si se explotaran las tendencias menos nobles del hombre o se comprometiese su capacidad de reflexión y de decisión.

El fenómeno publicitario con sus implicaciones morales y religiosas

La vastedad del fenómeno publicitario, con sus implicaciones morales y religiosas afecta, ante todo, a los instrumentos de comunicación social, los cuales a menudo se convierten ellos mismos en agentes publicitarios, pero con mayor frecuencia aún son vehículo de mensajes provenientes de otros agentes económicos y se mantienen, parcial o totalmente, con los beneficios de la publicidad. Así, pues, se puede decir que toda la actividad comunicativa de estos instrumentos guarda una estrecha vinculación con el fenómeno moderno de la publicidad, vinculación que permite a los factores de la vida económica favorecer su desarrollo, socialmente necesario; pero no debe haber condicionamientos sobre la libertad de dichos instrumentos y en la promoción de los valores culturales y religiosos (cf. Instrucción Pastoral Communio et progressio, 62).

Estimamos que estas orientaciones pueden ser útiles para la afirmación de una publicidad respetuosa de los derechos y de los deberes fundamentales del hombre, y digna del apoyo de las conciencias cristianas, siempre que las distintas categorías interesadas aúnen sus esfuerzos en orden a una provechosa colaboración.

En efecto, a las agencias de publicidad, a los operadores publicitarios, así como a los dirigentes y responsables de los instrumentos que se ofrecen como vehículos, corresponde dar a conocer, adoptar y aplicar los códigos de deontología ya oportunamente establecidos, con el fin de obtener la colaboración del público para su perfeccionamiento ulterior y para su observancia práctica.

Todo esto toca muy a menudo delicadas cuestiones morales, como por ejemplo, el problema de la educación de la juventud, el respeto a la mujer, la salvaguardia de la familia y la tutela de los derechos de la persona humana (cf. nuestro discurso al Consejo de la "Asociación Europea de las Agencias de Publicidad", en la audiencia del 28 de abril de 1976), y por consiguiente justifica el interés de la Iglesia y, a veces, sus fundadas preocupaciones.

¿Cómo iba a guardar silencio la Iglesia, cuando se quebrantan ciertos principios de carácter ético? Y, ¿cómo íbamos a renunciar Nos mismo a elevar un fuerte apercibimiento, que sabemos comparten todos los hombres de buena voluntad, por la difusión de cierta publicidad cinematográfica que no honra a nuestra civilización, sino que ofende gravemente la dignidad del hombre, turba la paz de las conciencias y la concordia entre los hombres? Por eso pedimos a los obispos, a los sacerdotes y a los seglares comprometidos en las actividades pastorales, que aborden a los protagonistas del proceso publicitario para entablar un diálogo sano y abierto, dentro del respeto de los intereses recíprocos y del reconocimiento común del bien de la sociedad humana.

Al mismo tiempo invitamos a los promotores de la prensa católica, a los encargados de transmisiones católicas en la radio y en la televisión, y a los que tienen encomendado, con cualquier título, algún tipo de comunicación social, a dar, tanto en la selección de la publicidad como en el conjunto de sus respectivas prestaciones, el ejemplo de sus convicciones religiosas y de su ideal de vida; mientras pedimos a los distribuidores de la publicidad que no olviden aquellos canales de comunicación que ofrecen la garantía de promover la tutela de los principios morales y favorecen realmente el desarrollo de la persona y de sus valores espirituales y humanos.

Deseamos, finalmente, que las Instituciones católicas, en sus distintas formas y según sus atribuciones específicas, sigan con atención constante el desarrollo de las modernas técnicas de publicidad, y sepan valerse de ellas oportunamente para difundir el Mensaje evangélico de un modo que responda a las expectativas del hombre contemporáneo.

Con estos votos impartimos gustoso nuestra bendición apostólica a cuantos participen en la celebración de la próxima Jornada de las Comunicaciones Sociales y ofrezcan a la reflexión sobre este importante tema la aportación de su madura experiencia humana y de su atenta sensibilidad cristiana.

Vaticano, 12 de mayo de 1977, año XIV de nuestro pontificado.

MENSAJE DEL PAPA PABLO VIPARA LA X JORNADA MUNDIALDE LAS COMUNICACIONES SOCIALESTema: Las comunicaciones sociales ante los derechosy los deberes fundamentales del hombre

1976

¡Querídisimos hijos de la Iglesia católica y hombres todos de buena voluntad!

La celebración anual de la "Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales" constituye no sólo lo actuación de un compromiso asumido durante el Concilio Vaticano II (cf. Inter mirifica, 18), sino también una feliz ocasión para recordarnos a nosotros mismos, al Pueblo de Dios y a todos los miembros de la familia humana, las posibilidades extraordinarias y las graves responsabilidades que lleva consigo la utilización de los mass-media cada vez más perfectos y difundidos.

Es la décima vez que intervenimos en esta circunstancia con el fin de ayudar la reflexión iniciada en las comunidades eclesiales en orden al tema elegido para estimular el servicio que pueden brindar todos aquellos que tienen en su mano estos poderosos instrumentos. Tras el Año Santo, que para los cristianos, e incluso para todos los hombres, ha constituido una invitación a la reconciliación y a la renovación interior, hemos querido mirar hacia los orígenes, es decir, fijar la atención en los valores humanos primarios, indicando este tema especial: "Las comunicaciones sociales ante los derechos y deberes fundamentales del hombre". Nos parece que así nuestra llamada se dirige hacia lo actual y moderno en nombre de lo permanente y antiguo: en la medida que nos es posible, queremos movilizar la prensa, la radio, la televisión y el cine, así como los otros vehículos que la ciencia y el arte han creado para la transmisión de las ideas, con el fin de que colaboren en una empresa auténticamente buena y, por tanto, meritoria.

Los mass media al servicio del hombre.

3. Se trata, es cierto, de medios, pero estos no tienen únicamente una función instrumental, no sirven sólo para establecer contactos o dirigir mensajes, no se dispone de ellos sólo para la evasión o la diversión: son también, y sobre todo, instrumentos educativos y, como tales, disponibles para una más alta función de orden didáctico y formativo. 葵ién ignora, por ejemplo, que en muchos países estos instrumentos desarrollan con segura eficacia una tarea escolar, de carácter supletorio y complementario, contribuyendo de ese modo a la alfabetización e instrucción de las generaciones adultas y jóvenes? Precisamente en virtud de esta reconocida capacidad, la Iglesia propone para dichos medios una ulterior meta, y señala para quien los utiliza una tarea mucho más noble y urgente: la de servir la causa de los derechos y deberes primordiales del hombre.

De hecho observamos que, en una u ora parte del mundo, se repiten situaciones en las cuales hay que proteger al hombre en la adquisición y en el ejercicio de derechos que, desde luego, le son connaturales y que, mientras algunos casos dolorosos se presentan al conocimiento de la opinión pública, otros, no menos dolorosos, se silencian e incluso se justifican.

4. Y, 裵áles son estos derechos? 聣aso es necesario recordarlos de nuevo? Enumerémoslos rápidamente: el derecho a la vida, al estudio, al trabajo y, con anterioridad, el derecho a nacer, a la procreación responsable; y, luego, el derecho a la paz, a la libertad, a la justicia social; y también el derecho a participar en las decisiones que influyen en la vida de los individuos y de los pueblos, como es el derecho a profesar y testimoniar, individual y colectivamente, la propia religión, sin que por ello se sufra discriminación o castigo.

La ley suprema del amor proclamada por el Evangelio

5. A cada uno de los derechos corresponden otros deberes de igual importancia que nosotros proclamamos con la misma fuerza y claridad, debido a que cualquier predominio de los derechos en relación con los respectivos deberes constituirá un elemento de desequilibrio con su reflejo negativo en la vida social. Por esto es necesario recordar que la reciprocidad entre derechos y deberes es esencial: de los primeros manan los segundos, y viceversa. Precisamente, en esta coordinación, los medios de comunicación social encuentran un punto seguro de referencia para reflejar, en la noticia o en el espectáculo, la realidad humana y contribuir así al progreso de la civilización.

6. No son únicamente los motivos humanitarios los que nos hacen reafirmar la importancia de estos principios; de hecho la fe nos proporciona razones aún más válidas. En el misterio del Verbo encarnado reconocemos el punto de apoyo de la suprema estima y valoración del hombre, así como en todo el Evangelio encontramos la proclamación más autorizada de sus derechos y deberes. Ya que "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn, 1, 14), y nos ha dejado como mandamiento nuevo el del amor mutuo según el modelo de su mismo amor (cf. Jn 15, 12), la Iglesia sabe y debe recordar a todos que cualquier atentado a los derechos del hombre y cualquier omisión de los correspondientes deberes constituye también una violación de esta ley suprema. En cada ser humano que sufre porque son conculcados sus derechos o porque no ha sido educado en el sentido de sus propios deberes, se descubre la pasión de Cristo que continúa a través de los tiempos. Un profesional cristiano de las comunicaciones sociales no puede ignorar esta perspectiva que le viene de su misma fe.

El derecho a una información objetiva, sana y completa, que respete la intimidad sagrada del hombre

7. Ciertamente la preocupación de la Iglesia por los derechos humanos y por la observancia de los deberes consiguientes no es nueva. Nuestra enseñanza da frecuente testimonio de ello, como la ha dado la de nuestros predecesores. Pero en el presente mensaje queremos recordar de nuevo las funciones especiales que los instrumentos de comunicación social tienen en relación con los derechos y deberes fundamentales del hombre. Y entre estos hay uno -la civilización moderna lo ha situado indudablemente en un puesto de mayor relieve- que depende, casi totalmente, de los medios de comunicación: el derecho a una exacta y completa información. Diremos que incluso el sano conocimiento de los hombres acerca de sus propios derechos y deberes depende, en gran parte, de la acción informativo-formativa de los medios de comunicación social. Es fácil, pues, darse cuenta de la responsabilidad que recae en cuantos trabajan en este delicado sector.

8. Nos apremia señalar al respecto un fenómeno que actualmente se repite con amenazadora frecuencia en diversas partes del mundo: se niegan derechos fundamentales del hombre no sólo como arbitrario ejercicio de violencia, sino incluso como respuesta a deseos suscitados artificiosamente en la opinión pública, de forma que resulte como reivindicación de derechos lo que en realidad no es otra cosa que su flagrante conculcación. No es que queramos con ello afirmar que los medios de comunicación social puedan convertirse quizás en los únicos responsables de tales distorsiones, pero tampoco puede negarse que pueden tener una relevante influencia en "manipular" ideas, elementos, valores e interpretaciones; así como la capacidad crítica de amplios estratos de la población; y en ejercitar por una especie de opresión -por decirlo así- cultural proponiendo o suscitando solamente aquellas aspiraciones a las que se ha previsto ya responder.

9. Nos damos cuenta de que todo esto, cuando sucede, constituye una grave lesión de la intimidad sacra del ser humano, que es criatura libre hecha a imagen de Dios. Ningún mensaje que se transmite puede desinteresarse de la persona humana, o imponerle un modo de pensar y de vivir en contraste con la dignidad que le es propia, o disuadir a dicha persona de que desarrolle las virtualidades positivas que guarda en sí misma, o alejarla de la afirmación de sus auténticos derechos cumpliendo conjuntamente los deberes. Antes de dominar los elementos, el hombre está llamado -y es una aspiración profunda de su ser- al dominio de sí mismo y a actuar responsablemente. Esta exigencia espiritual del hombre deberá ser respetada, más aún, ayudada con el recto uso de los medios de comunicación social.

Exhortación a las entidades públicas, a los profesionales y a los receptores de las comunicaciones sociales

10. En nombre de aquel servicio al hombre que forma parte esencial de la misión que Cristo nos ha confiado, dirigimos nuestra exhortación paterna para que estos medios se pongan realmente al servicio y defensa de todos los derechos y deberes fundamentales del hombre:

– A las autoridades públicas les pedimos que favorezcan la comunicación social de la cultura, pedimos el respeto de los hechos y de las opiniones; pedimos la cuidadosa búsqueda de la verdad, que manifieste al hombre lo que él realmente es ante los hermanos y ante Dios; pedimos que esa búsqueda se traduzca en actitud de deferente y penetrante atención hacia los valores supremos de la persona.

– A los que actúan en el campo de los mass-media les pedimos que sean coherentes en el pensamiento y en la vida cuando presenten las noticias y den su interpretación; que expresen de manera inequívoca cuál es el ideal de vida que las inspira y no se dejen condicionar por propósitos de manipulación respecto a quienes reciben la comunicación anteponiendo siempre el amor y el servicio de los hombres a la popularidad y a las ventajas económicas.

– A los que disfrutan de los medios de comunicación les pedimos que se formen un atento sentido crítico para saber recibir, estimular, sostener moralmente y materialmente a las personas, periódicos, transmisiones, películas, que defiendan los derechos del hombre y lo eduquen respecto a sus deberes; y sepan al propio tiempo defenderse ante agresiones y seducciones que estén en contraste con la verdad objetiva y con la dignidad humana. Pedimos que valoren rectamente lo que reciben y que sean capaces de intervenir sobre los medios de información social mediante oportunas iniciativas individuales o colectivas. Los lectores, espectadores, oyentes son los que con su elección tendrán siempre la palabra definitiva sobre el futuro de los medios de comunicación, y ésta es una responsabilidad que a menudo ignoran.

11. La Iglesia no reivindica por su parte privilegio alguno en este campo, pero reafirma su derecho-deber de estar presente -con su amplia y universal tradición histórica, cultural y, sobre todo, religiosa y educativa- en el sector de los medios de comunicación social de gestión pública o privada y, si es necesario, con la posibilidad de implantar los suyos propios, en una visión clara no sólo de su deber primario de comunidad evangelizadora, sino también de la afirmación de los derechos humanos que la hace -como la hizo en el pasado- promotora del desarrollo integral del hombre. En realidad, ese deber primario de la Iglesia "de predicar el Evangelio a toda criatura" (Mc 16, 15), con la misión aneja de ser artífice de civilización, le impone asumir su propio lugar en todas las modernas formas de comunión entre los hombres.

Con el deseo de que los medios de comunicación social ofrezcan su aportación positiva a la promoción de los derechos y al conocimiento de los deberes del hombre, impartimos de todo corazón nuestra bendición apostólica a cuantos presten su colaboración para alcanzar una finalidad tan alta y difícil, pero tan fascinante, para un mejor porvenir de la familia humana que se encamina ya hacia el año dos mil.

Vaticano, 11 de abril de 1976, XIII de nuestro pontificado.

MENSAJE DEL PAPA PABLO VIPARA LA IX JORNADA MUNDIALDE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Tema: Comunicaciones sociales y reconciliación

1975

1. Queridos hijos de la Iglesia y todos vosotros, hombres de buena voluntad:

El Año Santo es el que nos proporciona el tema de nuestro Mensaje para la Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales: la reconciliación. Sí, la prensa, la radio, la televisión y el cine deben estar al servicio de la reconciliación entre los hombres en la tierra, servir para la plena reconciliación de los cristianos en una unidad siempre más visible y más sólida, servir para la reconciliación y la elevación hacia Dios.

2. Esta Jornada anual es un momento privilegiado de oración, de meditación y de reflexión sobre una realidad que comporta una dimensión espiritual auténtica, de vital interés para todos: la influencia positiva de los mass media en la vida individual y social y, al propio tiempo, su ambigüedad y el peligro de manipulación al que están expuestos. Efectivamente pueden proteger y estimular los esfuerzos que verdaderamente contribuyen a liberar al hombre y a orientarle hacia la realización de sus aspiraciones más profundas; igualmente, pueden también ser utilizados para los caprichos de la moda y para la curiosidad superficial e incluso servir de apoyo a propósitos de explotación o de discriminación.

Objetividad de la información.

3. En nuestro Mensaje del 25 de marzo de 1971 pusimos ya de relieve el servicio a la unidad de los hombres. Este año, insistimos en la primera condición que, en el campo de las comunicaciones sociales, permite que se vea favorecido un clima de reconciliación: el respeto a la objetividad de los hechos y a la autenticidad de la escala de valores a los cuales estos hechos se refieren. A tal propósito nos complace repetir nuestra estima y nuestro estímulo, a todos los artífices de estos medios de comunicación social que se esfuerzan en dar a conocer la verdad y en dar al bien el lugar que merece. Pero no podemos dejar de expresar nuestras preocupaciones relativas aciertos peligros

4. La objetividad de la información es un aspecto esencial: corresponde al derecho individual de desarrollar íntegramente la personalidad, según la verdad, y de poder ejercer sus responsabilidades sociales con conocimiento de causa. Supone en primer lugar que se describan honestamente los hechos; el que una descripción se pueda enriquecer con una cierta "interpretación", se justifica únicamente en la medida en que haga aparecer más claramente la naturaleza de los hechos, la dimensión real que éstos adquieren en todo un contexto y su referencia a los valores humanos. No podríamos, en cambio, aprobar algunas formas de actuar que pretenden ser "neutrales" e "independientes" cuando, en concreto, lo que muestran son hábiles manipulaciones, como por ejemplo, el poner de relieve unilateralmente las depravaciones humanas; la presión sobre la opinión pública para suscitar aspiraciones insaciables, ilusorias y, por tanto, imposibles de realizar, como las que obligan a consumir siempre más cosas superfluas; la presentación de modelos de comportamiento ilusorios o inmorales: el hecho de callar, de seleccionar o de deformar los acontecimientos más importantes según un plan ideológico que no respete la libertad del hombre y viole el derecho a la información; el modo de plantear problemas y provocar dudas poniendo en crisis certezas éticas indiscutibles; el hecho de considerar como arte lo que es pura permisividad y como represión los imperativos humanos que corresponden legítimamente al modo de vivir en sociedad; el hecho de llamar justicia a lo que es violencia, venganza, represalias…

La objetividad en la elección y presentación de los hechos requiere, para servir realmente a la reconciliación, un profundo sentido de responsabilidad, preparación y competencia adecuadas y una verdadera renovación de las actitudes lamentables que adoptan con demasiada frecuencia algunas fuentes de información, algunos profesionales de las comunicaciones sociales y un público de lectores, espectadores y oyentes que se hacen cómplices de ello.

6. Esto se alcanzará tanto mejor cuanto más se asegure concretamente en todos los países una pluralidad razonable de vías de información. Los diferentes medios informativos en lugar de obligar, por así decir, a los usuarios a atenerse a sus noticias y a sus interpretaciones, deben facilitar un diálogo abierto y una confrontación leal que permita expresarse libremente a las personas de más valía y a las ideas más nobles. De otro modo puede llegarse a una especie de "tiranía" o a un "terrorismo cultural", difuso y casi anónimo que, paradójicamente, puede encontrar también acogida favorable bajo el pretexto de que un monopolio así sirve a la promoción personal y social, aunque se violen las convicciones religiosas, éticas y cívicas.

Pluralidad y libertad

7. Al expresar estas preocupaciones queremos contribuir positivamente a que las comunicaciones sociales jueguen precisamente el papel bienhechor del que son capaces, favoreciendo la reconciliación humana y cristiana. E invitamos a todos los hijos de la Iglesia a trabajar en esta renovación. De hecho, deseamos que los artífices de los mass media se sientan llamados a defender y acrecentar su libertad de expresión, entendiendo esta libertad fundamentada en la verdad, en el amor a los hermanos y a Dios. Ciertamente no ignoramos las dificultades con que se encuentran y el valor que se les pide, en particular cuando se trata de satisfacer a un público de lectores, de oyentes y de espectadores que no parece preocuparse gran cosa por buscar esta verdad y este amor. Deseamos, pues, que los hombres de la comunicación social piensen seriamente en las graves responsabilidades que les incumben, a causa del impacto ciertamente profundo que ejercen sobre la información y, por lo tanto, sobre las estructuras de pensamiento y la misma orientación de la vida.

8. Nuestra llamada se dirige, todavía con mayor insistencia, a los que disponen de un poder político, social o económico sobre estos agentes de las comunicaciones sociales: que favorezcan también ellos el progreso de una sana libertad de información y de expresión. Cuando se ahoga la verdad por intereses económicos injustos, por la violencia de grupos que pretenden hacer obra de subversión en la vida civil o por la fuerza organizada en sistema, es el hombre el que resulta herido: sus justas aspiraciones no pueden ya ser comprendidas, y mucho menos, satisfechas. Pero, la libertad que se reivindica no puede quedar al margen de una norma moral intrínseca, que, por otra parte, encuentre protección en las disposiciones legales; esta libertad debe ser siempre correlativa a los derechos ajenos y a los imperativos de la vida en sociedad y, consiguientemente, al deber de respetar la reputación de las personas honestas, el honor de las funciones de responsabilidad al servicio del bien común, la decencia de las costumbres públicas. Es, por ejemplo, evidente que la publicidad que pone las depravaciones humanas en un escaparate o excita los instintos inmorales deshonra la prensa, corrompe la educación del sentido moral, sobre todo de los jóvenes, y no debe pretender cubrirse ante la autoridad civil con el derecho a la información.

La imagen de la Iglesia en la opinión pública

9. La Iglesia en este campo, como en los demás, no reivindica privilegios y menos aún monopolios, sino que sencillamente reafirma el derecho y el deber que todos los hombres tienen de responder a la llamada de Dios y el derecho que sus hijos tienen de acceder a la utilización de estos instrumentos de comunicación, en el respeto a los legítimos derechos de los demás. Toda persona y todo grupo social, ¿acaso no aspiran a estar presentes según la realidad de su verdadero modo de ser? La Iglesia tiene también derecho a que la opinión pública conozca su auténtica imagen, su doctrina, sus aspiraciones, su vida.

10. Al recordar estas exigencias, esperamos facilitar la reconciliación entre los hombres, la cual sólo puede tener lugar en un clima de respeto, de diálogo fraternal, de búsqueda de la verdad, de voluntad de colaboración. Estamos seguros que esta llamada encontrará eco en muchos hombres de buena voluntad, fatigados por un condicionamiento opresor que termina por agravar las tensiones ya de por sí pesantes. Pero a nuestros hermanos e hijos en la fe les añadimos: trabajad con todas vuestras fuerzas para la reconciliación en el seno de la Iglesia, como os invitaba nuestra Exhortación Apostólica del pasado 8 de diciembre. Que los medios de comunicación social, lejos de endurecer las oposiciones entre cristianos, de acentuar las polarizaciones, de dar fuerza a los grupos de presión, de alimentar la parcialidad, trabajen para la comprensión, el respeto, la aceptación de los demás en el amor y el perdón, para la edificación del único Cuerpo de Cristo en la verdad y la caridad. Fuera de esto no existe verdadero cristianismo.

Tal es la renovación fundamental que imploramos de Dios en este Año Santo, para los beneméritos promotores y para los beneficiarios de las comunicaciones sociales a fin de que, gracias a ellos, la verdadera reconciliación progrese entre los grupos sociales, entre las naciones, entre los que creen en Dios y, especialmente, entre los discípulos de Cristo. ¡Y que todos los que se dedican a esto, reciban la bendición del Dios de la paz!

Vaticano, 19 de abril de 1975.

MENSAJE DEL PAPA PABLO VIPARA LA VIII JORNADA MUNDIALDE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Tema: Las comunicaciones socialesy la evangelización en el mundo contemporáneo

1974.

Queridos hijos y hermanos:

1. Nos alegra dirigirnos a vosotros, una vez más, con ocasión de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, instituida por el Concilio Ecuménico Vaticano II (Inter mirifica, 18).

Dado que la importancia de los instrumentos de la comunicación social aumenta incesantemente en el engranaje de la sociedad actual y en el planeamiento de las relaciones humanas, Nos repetimos nuestro firme convencimiento de que todos los hombres están llamados a ofrecer su propia contribución en este campo, de manera que todos los componentes de la sociedad sean efectivamente los artífices de la comunicación, realizando cada uno una recta función. Tal aporte puede ser ejercido en las formas más variadas, que van desde la intervención directa en la programación y en la producción hasta la decisión personal responsable de la selección y la aceptación o no de los mensajes de la comunicación social.

Acción y responsabilidad de los cristianos.

2. Pensamos también que los cristianos, en particular, deben dedicar siempre mayor atención a este fenómeno característico de nuestra época, formulando continuamente nuevas y actualizadas valoraciones y contribuyendo a determinar positivas orientaciones en torno al mismo. Esto es precisamente lo que los cristianos tratan de hacer y promover también con la reflexión y los actos propios de esta Jornada, que viene celebrándose desde hace ocho años.

3. Este año os invitamos a reflexionar sobre "Las comunicaciones sociales y la evangelización en el mundo contemporáneo", tema que oportunamente coincide con el estudio realizado en todos los países, como preparación a la próxima Asamblea del Sínodo de los Obispos.

"Si realmente la Iglesia -decíamos en la Carta Encíclica Ecclesiam suam– tiene conciencia de lo que el Señor quiere que sea, manifiesta una singular plenitud y, con clara visión de su misión trascendente, siente entonces la necesidad de difundir su mensaje" (AAS, vol. LVI, pág. 639)-

Este deber toma el aspecto propio de cada período de la historia y, por tanto, en nuestro tiempo debe cumplirse también a través de los instrumentos de la comunicación social. "No será obediente al mandato de Cristo quien no use convenientemente las posibilidades ofrecidas por estos instrumentos para extender mejor y al mayor número de hombres la difusión del Evangelio (Instrucción pastoral Communio et progressio, 126).

4. La evangelización es parte constitutiva de la misión de la Iglesia, enviada por Cristo al mundo para predicar el Evangelio a todas las criaturas (cf. Mc 16, 15). Tarea que desarrolla sobre todo en la vida litúrgica, pero que se esfuerza en realizar también por todas las vías y con todos los medios de que puede hacer uso durante su permanencia entre los hombres de todos los continentes.

5. Reflexionando atentamente se ve que la vida entera del cristiano, de acuerdo con el Evangelio, se halla en situación permanente de evangelización en medio del mundo. El cristiano, viviendo entre los hombres, participando en las ansias y sufrimientos del mundo, comprometiéndose en promover el desarrollo de los valores temporales, insertándose en el dinamismo de las investigaciones y del contraste de las ideas, realiza su testimonio evangélico y ofrece su contribución de fermento y orientación. En el mundo de las comunicaciones sociales, esta actitud del cristiano encuentra vastísimas perspectivas de influjo evangelizador.

Aplicación pastoral de los medios de comunicación social.

6. Nuestra atención se siente atraída, en este sector, por muchos compromisos urgentes: ante todo, por el de dar a la información y al espectáculo contemporáneo una línea de desarrollo que facilite la difusión de la Buena Noticia y favorezca la profundización de los conceptos de la dignidad de la persona humana, de la justicia, de la fraternidad universal; valores que facilitan al hombre la comprensión de su verdadera vocación y abren senderos al diálogo constructivo con los demás y a la comunión con Dios.

7. Luego la búsqueda de una renovación de los métodos de apostolado, aplicando los nuevos instrumentos audiovisuales y la prensa a la catequesis, a la multiforme obra educativa, a la presentación de la vida de la Iglesia, de su liturgia, de sus fines, de sus dificultades, pero sobre todo del testimonio de fe y de caridad que la anima y la renueva.

8. Finalmente hay que recurrir a los instrumentos de la comunicación social para llegar a los países, ambientes y personas a las cuales el apostolado de la palabra no puede llegar directamente a causa de situaciones particulares, ya sea por la escasez de ministros o porque la Iglesia no puede ejercitar libremente su misión.

Sabemos que estos esfuerzos y esta búsqueda se van realizando -aunque todavía no han logrado suficiente desarrollo- a través de la acción generosa y solidaria de los obispos, sacerdotes, religiosos y laicos lleno de buena voluntad y de competencia. Seguimos con atención la actividad de nuestra Comisión para las Comunicaciones Sociales, de las comisiones episcopales en los diversos países del mundo, de las Organizaciones católicas Internacionales y de los profesionales católicos. Conocemos las dificultades que todos encuentran debido a la novedad del sector, a las condiciones ambientales, a la limitación de los recursos.

Que a todos ellos y a todos los hombres que se sirven de los instrumentos de la comunicación social para el verdadero progreso de la familia humana y para un mañana mejor en el mundo llegue nuestra palabra de estímulo y de aliento, y nuestra especial bendición apostólica.

Vaticano, 16 de mayo de 1974.

MENSAJE DEL PAPA PABLO VIPARA LA VII JORNADA MUNDIALDE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

1973.

Los medios de comunicación social al servicio de la afirmacióny promoción de los valores espirituales

Venerables hermanos, queridos hijos e hijas, y todos vosotros, hombres de buena voluntad.

Es la séptima vez que celebramos la Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales. Queremos invitaros a reflexionar con nosotros sobre el tema elegido para la celebración de este año: "Los medios de comunicación social al servicio de la afirmación y promoción de los valores espirituales".

Las más altas aspiraciones del hombre

Durante siglos el hombre ha ido buscando lo verdadero, lo bello, lo bueno. A través de esta búsqueda se ha ido esforzando en penetrar el Absoluto y ha querido expresar esta relación con su Creador, a menudo, mediante la oración y el sacrificio. Ha esperado en una vida más allá, y esta esperanza de inmortalidad ha influido en sus actitudes y comportamiento en el mundo. Con variado éxito, igualmente ha buscado procurar la justicia y libertad, la solidaridad y el amor fraternos. También el hambre ha deseado ardientemente la paz en su interior, en su familia y en su comunidad. Estos y otros valores espirituales de la humanidad han constituido una herencia, transmitida de generación en generación como un tesoro propiedad de todos.

Esta herencia es, además, una forma especial de responsabilidad de los cristianos, ya que el Evangelio ha confirmado estos valores espirituales y ha extendido su sentido y aplicación. Cristo mismo, con su vida, al morir y resucitar de la muerte, ha añadido significado a la vida de cada hombre. El ha inspirado al hombre sentimientos más elevados y le ha hecho consciente del hecho de que es llamado y realmente es, hijo de Dios, al hacerle partícipe de su Espíritu Santo (cf. 1 Jn 3, 1; 2 Cor 2, 3).

Iluminada por la guía de Dios y singularmente rica en experiencia de los hombres, la Iglesia sabe y proclama que la verdadera promoción del hombre, el verdadero progreso de los pueblos, sólo puede ser realizado cuando tienen su debida afirmación los valores espirituales que responden a sus más altas aspiraciones.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17
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