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La imperiosa necesidad de aprender a filosofar (página 14)

Enviado por Luis Ángel Rios


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Pensar por sí mismo permite liberarnos de la tiranía y las cadenas de los convencionalismos, de las instituciones de "clausura", de la domesticación de los aparatos ideológicos de Estado, de la acriticidad y de los prejuicios. Así mismo, alcanzar la autonomía que no es otra cosa que la libertad para que una persona disponga de sí misma. "La filosofía pretende ser un desarrollo a fondo de esa autonomía, en cuanto pretende temáticamente liberarse de toda imposición para emprender su tarea de racionalidad[1098]Los postulados centrales de los sistemas de Kant y Hegel se fundan en la autonomía y la libertad, y los de Marx y Nietzsche en la idea de que el hombre no debería someterse a propósitos ajenos a su propia expansión y felicidad. Cada persona debe ser su propia ley y su propio gobierno. "La autonomía es la base para el comportamiento democrático; la democracia exige la participación de todos; las personas que no han desarrollado una gran autonomía, difícilmente logran participar activamente en los procesos sociales y asumir posiciones claras en los momentos de oscuridad y conflicto"[1099]. Cuando votamos en las elecciones, ¿lo hacemos para "fortalecer la democracia" o para perpetuar el sistema imperante?, "porque gracias a la docilidad de los electores de ser humildes y apacibles borregos, acudimos a la urnas para honrar la memoria de quienes han sido dueños de la administración pública en todos sus niveles, desde las épocas de nuestra independencia. …los colombianos, en gran parte, tenemos mucha dependencia de los delfinazgos, no actuamos electoralmente con criterio propio y pensamos que las soluciones las tienen las castas políticas. Esto es lo que se llama ser borrego. Definido el anterior vocablo en forma literal, quiere decir: es la persona que sigue con sumisión y obediencia las instrucciones de otra, sin que medie ninguna discusión, es incondicional y cumple sus órdenes sin tener en cuenta las consecuencias futuras"[1100]. Al ser autónomos somos dueños de nuestra existencia, y como dueños de ésta somos responsables de nuestra vida. Por el hecho de ser libres tenemos que decidir, que elegir. Pero ante la compleja circunstancia de decidir encontramos que "no somos disparados sobre la existencia como la bala de un fusil, cuya trayectoria está absolutamente predeterminada. La fatalidad en que caemos al caer en este mundo -el mundo es siempre éste, éste de ahora- consiste en todo lo contrario. En vez de imponernos una trayectoria, nos impone varias, y, consecuentemente, nos fuerza a elegir. ¡Sorprendente condición la de nuestra vida! Vivir es sentirse fatalmente forzado a ejercitar la libertad, a decidir lo que vamos a ser en este mundo. Ni un solo instante se deja descansar a nuestra actividad de decisión. Inclusive cuando desesperados nos abandonamos a lo que quiera venir, hemos decidido no decidir"[1101]. Sartre sostenía que tenemos que elegir por nuestra cuenta cómo queremos vivir. Somos individuos libres, y debido a nuestra libertad estamos condenados a elegir durante toda la vida. Según éste, el hombre está condenado a ser libre. "Condenado, porque no se ha creado a sí mismo, y sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo que hace"[1102]. Como está condenado a ser libre, debe ser responsable de su pasión y tiene que inventarse, ya que el hombre es el porvenir del hombre.

El problema de la libertad no puede estar ausente de las preocupaciones y reflexiones de la persona que piensa por sí misma. Existen dos concepciones (antagónicas) del mundo, y por lo tanto de la libertad: el idealismo y el materialismo. El idealismo es el sistema cuyo fundamento y objeto son las ideas que se consideran realizables. Tiene como base la explicación de la materia por el espíritu. Afirmando la supremacía del pensamiento sostiene que es el espíritu el que produce la materia. El materialismo es el sistema encargado de dar una explicación científica del universo. Considera la materia como la única realidad y que hace del pensamiento un fenómeno material, como cualquier otro fenómeno. Se basa en la idea de que la materia constituye todo el ser de la realidad. Niega el dualismo entre una creación y un creador, entre cuerpo y alma, y reduce el pensamiento a un fenómeno material. Cada una tiene su concepción de la libertad, uno de los problemas centrales de nuestra vida. El idealismo plantea que la libertad de cada individuo no debe tener otros límites que la de todos los demás individuos. En el materialismo, según Mijail Bakunin:

"El hombre no se convierte en hombre y no llega, tanto a la conciencia como a la realización de su humanidad, más que en la sociedad y solamente por la acción colectiva de la sociedad entera; no se emancipa del yugo de la naturaleza exterior más que por el trabajo colectivo o social, lo único que es capaz de transformar la superficie terrestre en una morada favorable a los desenvolvimientos de la humanidad; y sin esa emancipación material no puede haber emancipación intelectual y moral para nadie. No puede emanciparse del yugo de su propia naturaleza, es decir, no puede subordinar los instintos y los movimientos de su propio cuerpo a la dirección de su espíritu cada vez más desarrollado, más que por la educación y por la instrucción; pero una y otra son cosas eminentes, exclusivamente sociales; porque fuera de la sociedad el hombre habría permanecido un animal salvaje o un santo, lo que significa poco más o menos lo mismo. En fin, el hombre aislado no puede tener conciencia de su libertad. Ser libre para el hombre como tal por otro hombre, por todos los hombres que lo rodean. La libertad no es, pues, un hecho de aislamiento, sino de reflexión mutua, no de exclusión, sino al contrario, de alianza, pues la libertad de todo individuo no es otra cosa que el reflejo de su humanidad o de su derecho humano en la conciencia de todos los hombres libres, sus hermanos, sus iguales […].

No puedo decirme y sentirme libre más que en presencia y ante otros hombres […].

No soy humano y libre yo mismo más que en tanto que reconozco la libertad y la humanidad de todos los hombres que me rodean […].

No soy verdaderamente libre más que cuando todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son igualmente libres. La libertad de otro, lejos de ser un límite o la negación de mi libertad, es al contrario su condición necesaria y su confirmación. No me hago libre verdaderamente más que por la libertad de los otros, de suerte que cuanto más numerosos son los hombres libres que me rodean y más vasta es su libertad, más extensa, más profunda y más amplia se vuelve mi libertad […].

Mi libertad personal, confirmada así por la libertad de todo el mundo, se extiende hasta el infinito […].

La libertad, la moralidad y la dignidad del hombre consisten precisamente en esto: que hacen el bien, no porque les es ordenado, sino porque lo concibe, lo quieren y lo aman […].

La libertad del hombre consiste únicamente en esto, que obedece a las leyes naturales, porque las ha reconocido él mismo como tales y no porque le hayan sido impuestas exteriormente por una voluntad extraña, divina o humana cualquiera, colectiva o individual"[1103].

En el idealismo, la libertad se plantea en sentido individual, y en el materialismo, en sentido colectivo. Pensar por sí mismo implica luchar por la libertad, nuestra libertad, sin importar si estamos de acuerdo o no con su concepción idealista o materialista. No debe haber libertad para los enemigos de la libertad.

Ser libres es nuestro deber como filósofos, porque, así la riqueza pertenezca a una minoría y la pobreza a una mayoría, la libertad nos pertenece a todos. Ser hombre significa ser libre, y para ser libre hay que empezar a liberarnos de los convencionalismos, las instituciones y los prejuicios sociales que nos tienen por doquier encadenados. "La libertad es el camino de hondura infinita que nos coloca en el centro de nosotros mismos a través de cada pensamiento, de cada sentimiento y de todas las formas con las que nos hacemos presentes en el mundo"[1104]. Si vivimos en una democracia, nuestro deber es luchar por la libertad, que es, según Aristóteles, el carácter especial de la democracia. Tanto la libertad como la igualdad son "dos bases fundamentales de la democracia"[1105]. La libertad es el fin constante de toda democracia y la condición indispensable del Estado. "El principio del gobierno democrático es la libertad"[1106]. El espíritu de la modernidad es "el querer vivir en libertad", la capacidad de autocrítica y la necesidad de repensar sus problemas, sus principios y sus resultados. Herbert Marcuse en El hombre unidimensional señala que en atención a nuestra naturaleza primordial, la libertad es el sentido que nos comprende y determina. Pero ser libre implica esfuerzos, porque, tal como advirtiera Focault, "la libertad es costosa y requiere sacrificios, el auténtico problema está, más bien, en que una mayoría no quiere la libertad y aún tiene miedo"[1107]. El miedo nos arrebata la libertad, y especialmente el miedo a la muerte. Ya lo planteaba Platón que filosofar era prepararse para morir. Prepararse quiere decir vivir la vida de manera auténtica. "El hombre libre en ninguna cosa piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de su vida. El miedo a la muerte, en efecto, impide a los hombres saborear la vida"[1108]. A pesar de que la muerte es la única posibilidad posible, no hay que temerle. Entre todas las posibilidades, la única posibilidad posible es la muerte. "Pero mientras el hombre existe, la muerte es una posibilidad permanente, que puede realizarse en el momento menos pensado, y justamente como lo que no ha sobrevenido aún, como posibilidad, posee dicha presencia poderosa"[1109]. En opinión de Heidegger, cuando acontece la muerte, el ser propio del hombre, el ser-en-el-mundo del hombre o la hermenéutica de la existencia humana en el horizonte del tiempo, es decir, la existencia humana, completa sus ser íntegramente. "Por tanto, únicamente podemos captar la totalidad del ser humano desde el horizonte de la muerte. La muerte es, para Heidegger, la posibilidad extrema de la existencia, si bien es una posibilidad segura. El ser humano nada más nacer puede morir, lo que significa que la muerte pertenece a la estructura constitutiva de su existencia. De ahí que afirme Heidegger: el hombre es un ser para la muerte"[1110]. Señala Heidegger que el hombre es un ser para la muerte, arrojado en al mundo para en él morar e ir muriendo, porque la muerte es lo único seguro que cabe esperar al a éste. En opinión de Sartre, la muerte es la imposibilidad de todas sus posibilidades. "La muerte a todos igualmente es vecina: muchas veces allí está más cerca donde se piensa que está más lejos. No hay ninguno tan mozo, que no pueda morir hoy; ni tan viejo que no pueda vivir un año"[1111].

El ideal de libertad "denota un distanciamiento frente a la situación de alienación en que viven millones de individuos en nuestro continente… No es simplemente la capacidad de autodeterminación… sino el hombre en cuanto realización de su esencia…"[1112]. El hombre libre ni es esclavo ni es amo, porque "vale más vivir como un hombre libre que como un señor de esclavos"[1113]. El ejercicio de la libertad es lo que permite al hombre ser hombre. Bergson conceptúa que la libertad es la afirmación de nuestra personalidad. Dice Heidegger que la libertad es el fundamento dela relación del hombre con el ser. La libertad es el nombre fundamental del ser del hombre. Cortázar dice que la libertad es el aire fresco que necesitamos respirar. La libertad, según Sartre, es el fundamento del ser. "Si la libertad es el valor supremo, ser libre implica ser todo un hombre"[1114]. La libertad personal de cada individuo se considera el principal valor de la condición humana, tal como lo concibe el espíritu romántico. Erich Fromm señala que la libertad caracteriza la existencia humana, y su "significado varía de acuerdo con el grado de autoconciencia del hombre y de su concepción de sí mismo como ser separado e independiente"[1115]. Perder la libertad, nos dice José Pablo Feinmann, es perder el presente. Para Spinoza, la conquista de la libertad es difícil, y por eso la mayor parte de nosotros no la tenemos. Ernesto Bloch señala que los seres humanos no somos animales del rebaño sino conciencias en libertad. El individuo, como ser libre y autónomo, experimenta cotidianamente un conocimiento de su libertad mediante sus decisiones. "Muchos hechos de la vida cotidiana no se pueden explicar sin la existencia de la libertad"[1116]. Es tal la profundidad ontológica de la libertad que Martín Heidegger nos dice en Ser y tiempo que libertad es el nombre fundamental del ser del hombre, y agrega que ésta es el fundamento de la relación del hombre con el ser. Cada hombre -según Santo Tomás de Aquino– es señor de sí mismo y de sus actos, dueño de su ser y de su actividad. La autonomía nos permite una existencia entendida como proyecto, como vocación y como meta "que puede y debe ser determinada y conquistada autónomamente por el mismo hombre"[1117]. Como la libertad de la persona comporta cierta autonomía, el hombre es suficiente y se pertenece a sí mismo, siendo causante y responsable de sus decisiones. La libertad exige que nuestro pensar por sí mismo ejerza "permanentemente una vigilancia crítica sobre nuestros decires y decisiones"[1118]. La libertad es la razón de ser de la enseñanza de la filosofía. Quien piensa por sí mismo, quien se atreve a filosofar, a pensar, encontrará la felicidad por sí mismo. "Mas el que quiera encontrar la felicidad en sí mismo, no tiene que buscar el remedio en otra parte que en la filosofía…"[1119].

Si el hombre libre es un ser infinito en posibilidades, que sus posibilidades son múltiples, la libertad tiene íntimas relaciones con los posibles concretos: posible pensar, posible escribir, posible amar, posible odiar, posible elegir, posible decidir, posible diferir, posible intervenir, posible controvertir… Los posibles del ser humanos son inmensos. Cuando se impiden estos posibles concretos, el hombre pierde su libertad, es sometido. "La liberación es, entonces, -señala Estanislao Zuleta- la liberación de las determinaciones no necesarias, de tal manera que se desarrollen los posibles que ya están implícitos". A la libertad puramente metafísica, se debe imponer la liberación concreta. El psicoanalista Erich Fromm señala que aunque el hombre es el objeto de fuerzas naturales y sociales que lo gobiernan, al mismo tiempo no es sólo objeto de las circunstancias, "tiene la voluntad, capacidad y libertad para transformar el mundo, dentro de ciertos límites"[1120].

Un filósofo, es decir, la persona que piensa por sí misma, es un hombre libre, un librepensador. ¿Quién es un hombre libre, porque se dice que el hombre es un esclavo, porque la libertad es difícil y la esclavitud fácil? El hombre libre es aquel que no permite la alienación, la expulsión hacia lo extremo de su conciencia y su discernimiento. El hombre libre es quien se siente a sí mismo, y al propio tiempo cabalmente a sí mismo y de acuerdo con otros hombres. Es una persona sin ídolos, dogmas, prejuicios e ideas a priori. Es tolerante, inspirado por un profundo sentido de la justicia y la equidad, y consciente de sí mismo en cuanto es a un mismo tiempo un individuo y un hombre universal. Es un ser que se gobierna a sí mismo, no un ser gobernado. El hombre libre no es amo ni esclavo; es él mismo. Si el hombre no es libre, además de ser un esclavo, es un alienado, un enajenado. Una persona alienada no piensa ni actúa por sí misma. Se remite a algo o alguien fuera de sí mismo, a la tradición, a un credo, a una ideología, a un ser trascendental, a un "superior". "El hombre enajenado se halla tenso, en trance de batalla, violento; es estrecho, intolerante, autoritario, pusilánime ante la autoridad, receloso de pensar o actuar como los demás, desconfiado y conformista"[1121].

El pensar por sí mismo permite entender las grandes dimensiones de la libertad del hombre para liberarlo de las ataduras que lo esclavizan, porque el hombre actual no vive su vida en su nivel personal, se ha dejado alienar; se ha comprometido con la impostura, se encuentra desarraigado, perdido en el anonimato. El hombre de hoy, según la investigadora María Luz del Socorro, se siente más comprometido con la impostura que con la misma verdad. El hombre está cada día sumergiéndose en la angustia y el descontento; rodeado de tensiones externas, es más que nunca convulsionado por las tensiones de adentro; es la lucha permanente entre el "querer ser" y el "tener que ser". El "querer ser" se ha cambiado por el "tener que ser" y este imperativo le ha robado al hombre su verdad; así los ideales en lugar de producir superhombres, han producido caricaturas. El hombre desea ser libre, anhela su libertad. Sin embargo, no puede liberarse de sus cadenas, ni realiza esfuerzos tendientes a lograrlo. Por el contrario, cada vez está más alienado. Además de estar alienado, se pierde en sus contradicciones. Danilo Cruz Vélez, citado por Rubén Sierra Mejía, denuncia que algunos intelectuales sucumben sumisamente ante el poder tecnocrático. "El ocaso de los intelectuales en la época de la técnica", en el que llegó a resultados que podemos vincular con las conclusiones de sus reflexiones sobre la actividad política del filósofo"[1122]. Agrega que ante el declive del poder del intelectual en nuestro tiempo, que pareciera que éste es absorbido por la técnica, pierde así su libertad de pensar y de proponer nuevas alternativas y nuevas soluciones —o nuevas utopías— a los problemas de la sociedad en que vive. "Sus tareas y sus metas las recibe de las instituciones a cuyo servicio está, ya sea el departamento de un ministerio, la universidad, la sección de planeación de una gran industria o la casa editorial"[1123]. El estudiante universitario, por ejemplo, protesta y lucha en contra del establecimiento, y luego se vende a las oligarquías dominantes, convirtiéndose en prisionero de aquello que pretendió combatir. "Se ve con frecuencia a esclavos triunfantes convertidos en tiranos, a revolucionarios en dictadores y a otrora jóvenes rebeldes en adultos conservadores, defendiendo normas y métodos de educación que con ahínco denunciaron. Cuando la rebelión no es acompañada de una desconstrucción simbólica ajena a toda ideología y distante de toda manipulación, los propósitos libertarios terminan sirviendo a nuevas formas de autoritarismo y enajenación"[1124]. No sabe qué quiere en realidad. Quiere ser, pero tiene que conformarse con tener que ser. Por tener que ser se pierde en el quehacer, olvidando su ser. Fromm afirma que "el hombre moderno vive bajo la ilusión de saber lo que quiere, cuando en realidad, desea únicamente lo que supone (socialmente) ha de desear"[1125].

Para no vivir bajo el influjo de la "ilusión", no sólo del saber, sino en todo lo relacionado con la dinámica existencial, Miguel Ángel Gómez Mendoza, además de proponer su concepto de ilusión, plantea que la filosofía nos protege contra ésta:

"La ilusión es una falsa conciencia, es un error de juicio, de apreciación, es estar fuera de la realidad, es una especie de sueño permanente y la ilusión es un tipo de adoctrinamiento, nos intenta hacer creer no importa que sin que tengamos los medios de verificar lo que nos dice. Desde luego soy yo quien me hago las ilusiones pero yo no soy el responsable, es la sociedad la causante, es decir los otros: la opinión. La ilusión es entonces una especie de opinión y nada es más malo que la opinión: se debe destruirla, ella no piensa y si piensa, piensa mal. Y es planteándose los problemas que no se plantean por ellos mismos que se llega a protegerse de la ilusión. Si el conocimiento es una respuesta a una pregunta, la ilusión es una respuesta que no admite desde el comienzo ninguna pregunta, de donde vuelvo a decir que es una falsa conciencia. Pero si la filosofía tiene adeptos por el simple hecho que ella nos permite adquirir autonomía intelectual y una reflexión sobre el pensamiento de los pensamientos humanos, tiene como consecuencia de prevenirnos contra la ilusión, no es menos cierto que algunos piensen que la filosofía va al encuentro de la finalidad de la enseñanza secundaria, que ella no es rentable, que no sirve para nada, que no nos permite vivir de una manera normal en la sociedad. Mucha gente no quiere que ciertas personas reflexionen mucho; ellos tienen miedo de que se les diga lo que no quieren decir, que tienen registrado su inconsciente, de donde la expresión popular es intelectual, con la cual se traduce un cierto desprecio. ¿Qué pensar de la gente que piensa que la filosofía es inútil, de donde se deriva la consecuencia que ella no nos previene contra ninguna ilusión? No quisiera criticarlos pero pienso que aquellos que critican la filosofía son aquellos que justamente no han llegado a este conocimiento de segundo grado. Ellos son víctimas de la opinión y ellos no han logrado procurarse una autonomía intelectual, ser dueños de sí mismos. ¿Hace falta deseárselo? No, puesto que ellos han sido víctimas de todo tipo de cosas, de la división del trabajo que aumenta su maña en detrimento de su inteligencia, de la publicidad y del standing[1126]que reemplaza al hombre por un código de signos; se le determina gracias al vehículo que conduce y a los vestidos que lleva. Al fin de cuentas es prisionero de esto.

Y el fin de la filosofía es combatir estas cosas y especialmente la ilusión. Diría aún más: la filosofía no interviene a partir del momento en que la ilusión ha alcanzado la sociedad, ella interviene antes que se pueda instalar. La filosofía tiene entonces muchas más oportunidades de combatir esta falsa conciencia y en mi opinión ella lo está cumpliendo muy bien.

La filosofía nos previene contra la ilusión en la medida en que nosotros adquirimos cierto dominio de nosotros, una cierta autonomía intelectual. Ella nos permite tomar distancia, ubicar las cosas en su justo valor. En cuanto aquellos que dicen que la filosofía es un mal, diciendo que ellos no desean filosofar, ¿no filosofan sin que se den cuenta? Cualquiera que sea la filosofía es un remedio contra los peligros de la sociedad y ella llega a ser indispensable en nuestra época, donde no se sabe a dónde nos lleva el progreso técnico"[1127].

Todo esto le ocurre porque no busca la verdad; al menos, su verdad. ¿Pero cómo buscarla, si además de estar alienado, su ser y su quehacer no son consecuentes, no es coherente con su pensamiento y su acción? "La falta de coherencia determina una ausencia de paz profunda y exaltación de la angustia. Cuando no hay cohesión, identificación de la persona consigo misma, el individuo se encuentra perdido en la contradicción entre el tener que ser y su ser real. La incoherencia es, por ende, el resultado de suplantación de la verdad por la mentira, y el camino de la liberación es la búsqueda del ser, su identificación, la solución de la dualidad y el conflicto consigo mismo. La verdad, camino de liberación, exigen del hombre una permanente revisión de su personalidad, de su realidad óntica, de su función social y su destino en general"[1128]. La liberación sólo se logra a través de la verdad y el amor. Así sea de origen moral eso de que "la verdad os hará libres", ese "principio" es axiomático. El camino que lleva a la verdad se recorre con los pies ágiles del amor. "El amor es quizá la verdad más concreta que existe en el ser es su esencia, su meta y su fundamento"[1129]. La liberación exige de la autenticidad, por cuanto ésta "es una exigencia de liberación que permite al ser el ejercicio constante de su persona, libre de las tentaciones y acechanzas que se le imponen desde fuera y que intentan condicionar su vida al artificio y al engaño"[1130].

La persona, como ser libre y autónomo, debe aprender a tomar decisiones y asumir los riesgos que éstas conlleven. "No podemos ser como los niños, que quieren los hechos pero no sus consecuencias. Muy cierto es que "no tomar una decisión o no hacer una elección es ya una decisión"[1131]. La filosofía nos enseña a tomar decisiones, respetar opiniones diversas y al reconocimiento de los demás. "La toma de conciencia de la naturaleza de nuestras elecciones, la capacidad de modelar nuestras acciones según una ley moral y, por ende, de asumir a cada instante una responsabilidad humana y ciudadana, todo ello es el resultado de una educación basada en la enseñanza de la filosofía. Nos enseña también a analizar de manera crítica las opiniones predominantes, así como sus motivaciones, intenciones y efectos. La educación filosófica es un dispositivo de comunicación fundamental, ya que gracias a su alcance crítico aprendemos a considerar al prójimo no como la expresión de una subjetividad particular y extranjera, sino como a un socio en una interacción humana compartida, alguien con quien es posible instaurar un intercambio y un diálogo… Esa enseñanza nos permite aprender a comprender el sentido múltiple de la acción humana, poniendo así al individuo en condiciones de juzgarla no solo por reacción ante los efectos que produce, sino, también y sobre todo, en el contexto de una dinámica intersubjetiva más amplia, en la que cada individuo no es más que un actor entre muchos otros. La enseñanza de la filosofía encuentra su razón de ser en la liberación de la subjetividad de sus determinaciones particulares, esto es, en la capacidad de abrirse a los demás y transformar un choque entre finitudes cerradas en una interacción racional y abierta"[1132]. Según Saramago, "las personas normales toman decisiones, no son tomadas por ellas"[1133].

En una democracia, que es libertad con responsabilidad, el hecho de que hay que decidir, que no podemos dejar que otros lo hagan por uno, nos encontramos con la dificultad que es imperativo decidir y ello nos produce angustia, ansiedad. Democracia, entre muchas otras cosas, es aceptar la angustia de tener que decidir por sí mismo. La tragedia de la vida no significa la ocurrencia de hechos fatales; la tragedia se presenta cuando nos enfrentamos a dilemas en los que hay que decidir, en que se necesita decidir. "La tragedia ocurre cuando se enfrentan dos alternativas igualmente válidas, pero que resultan contradictorias e incompatibles y entre las cuales hay que decidir"[1134]. Esto nos aboca a la dimensión frágil de la democracia; fragilidad que procede del hecho de que es difícil aceptar la angustia que implica pensar por sí mismo y decidir por sí mismo. Es primordial evaluar atentamente las consecuencias de nuestras decisiones, porque el futuro nuestro depende de las decisiones que tomemos en el presente. Todo acto personal implica tomar decisiones. Vivir es decidir lo que vamos a ser. Según Luis Eduardo Nieto Arteta, una libertad que no se decide no es libertad. "El hombre tiene que decidir en cada instante, pero lo decidido es irreparable ya que el tiempo es irreversible… La irracionalidad de la vida está vinculada con la necesidad -el tener que decidir- como la racionalidad lo está con la libertad: el hombre se decide racionalmente, aunque los motivos no los adopte racionalmente, puesto que tiene que decidir forzosamente"[1135]. El poeta griego Arquíloco sostenía que sólo es posible un hombre íntimamente libre en una forma de vida elegida y determinada por él mismo.

Es imperativo tomar decisiones libres, autónomas y responsables, porque quien quiere los hechos, también debe aceptar y asumir sus consecuencias. "Tras cada acción, se supone que siempre hay un ser, un sujeto, que se revela mediante la acción realizada.

Nuestras acciones revelan nuestra forma de ser. No cuestionamos esto. Comprendemos la importancia de observar las acciones humanas para comprender cómo son los humanos"[1136]. El hombre jamás debe eludir la responsabilidad de sus actos. En opinión de Sartre, somos lo que decidimos ser, y por ello somos los responsables de lo que hacemos, de nuestras decisiones. El hombre es producto de las decisiones que toma. La sabiduría oriental nos dice que saber tomar decisiones es saber escoger la buena semilla para cosechar los mejores frutos. Es aprender a hacer lo más conveniente, lo más adecuado. Es el adecuado uso de la libertad de acción. En todo momento de nuestra existencia estamos en el campo de todas las posibilidades, en donde tengo un número infinito de opciones. Por eso es importante tomar decisiones conscientes, decisiones acertadas. Lo que nos sucede ahora es producto de las decisiones pasadas. El futuro es el producto de las decisiones que tomamos en cada momento. Es así que el hombre "se convierte en lo que es en virtud de las decisiones que toma, más que verse determinado por la naturaleza, la sociedad e incluso la razón"[1137].

Algunas decisiones, dependiendo de las circunstancias, son fáciles de tomar; otras, por el contrario, son muy difíciles. Pero tal como nos dice Edward De Bono "en todo momento es necesario tomar decisiones para hacer o no hacer… El hecho de no tomar una decisión es en realidad tomar una decisión de no hacer nada"[1138]. Según José Pablo Feinmann, cuando se asume una actitud filosófica se deja de pertenecer a la manada y empieza a pertenecer a sí mismo. Y cuando uno se pertenece a sí mismo, tiene que elegir, y uno mismo es el responsable de cada una de las elecciones que hagamos. Ser libre es estar en condiciones de elegir. "Toda elección supone una negación, ya que al elegir una posibilidad entre varias, se están rechazando, implícita o explícitamente, las demás"[1139]. Cuando elegimos una posibilidad y descartamos otras podemos padecer angustia. Cuentan que cuando un joven pidió consejo a Sócrates si se debía casarse o no, éste le dijo que tomara cualquier decisión, que al fin y al cabo cualquiera de las dos le traería remordimientos o arrepentimientos. Dada la profunda implicación que tienen las decisiones, nos exponemos a la culpa o al arrepentimiento. "Ante la libertad de elegir varias opciones, escogemos una descartando las otras, he ahí la culpa existencial. El hombre no realiza todas sus potencialidades, la elección de una de ellas implica renuncia del resto. Pero también puede haber mérito si lo elegido libremente es el sentido. La inautenticidad nos crea sentimientos de culpa"[1140]. Por eso es vital saber elegir. Ya desde la antigua Grecia, Demóstenes nos decía que el único saber que tiene valor es el saber elegir. "La elección no ha sido un lecho de rosas"[1141].

6.13 Pensar para conquistar la libertad

Ser libre implica ser responsable y buscar la dignidad que se funda en el respeto por nuestra vedad. Para tratar de liberarnos debemos escudriñar críticamente las estructuras codificantes que nos impone nuestra realidad cultural. Las leyes, como estructuras codificantes e instrumentos de poder, tácitas o establecidas sociojurídicamente, ejercen un enorme poder alienatorio que sujeta a los sujetos. Cuántas veces, la ley, que debe estar al servicio de la persona o de la colectividad, termina, contraria a su espíritu, tiranizando, esclavizando. "La esclavitud a la ley es una de las más serias consecuencias a que han conducido las estructuras socioeconómicas y políticas al hombre en todos los tiempos; el sometimiento a esquemas, la reproducción en serie de tipos ideales, construidos según maquetas estáticas que obedecen a normas y a principios que lejos de servir al hombre le recortan, han creado dentro de las instituciones hombres serviles, fanáticos o anárquicos, tipos cada uno bien funesto para la sociedad, que tiene como función facilitar el camino del destino creador de cada hombre… Los esclavos de la ley son aquellos que sin comprender su sentido, se acogen a ella literalmente, más como defensa que como esfuerzo, más como componenda que como argumento, son los que le sirven estérilmente y en lugar de fieles se convierten en serviles. El espíritu de la ley queda reemplazado por la obediencia ciega, por la letra muerta; el hacer se convierte en un no hacer. El deber ser en un tener que, lo cual despersonaliza al individuo, comunicándole una configuración bien deformada… El sentido de la ley debe enriquecer mi persona; para ello es necesario rescatar y conquistar dicho sentido a cada instante; las opciones concretas a las que ella me somete deben producir en mí un sentimiento de dignidad personal, que se apoya en el reconocimiento de mi libertad. La ley así me permite tomar conciencia, me hace libre, me dignifica y pone en movimiento en lugar de esclavizarme… Por todo esto la ley, en lugar de servir al hombre, lo esclaviza; el temor le obliga a huir de sí mismo; el dinero a venderse al mejor postor. El hombre tiene que vivir fuera de su itinerario, arrojado siempre de su hora, aprisionado por la codicia, estremecido por el pánico; se vende a la institución, no para servirla sino para defenderse de ella; se somete a una ley que en el fondo odia, pero cuya disciplinamoda le persona el esfuerzo del ser él mismo"[1142]. En concepción de Nicolás Berdiayev, el hombre es un tirano de sí mismo. "Se tiraniza a sí mismo como una criatura dicotómica que ha perdido su integridad. Se tiraniza a sí mismo por una falsa conciencia de culpa… Se tiraniza a sí mismo con falsas creencias, supersticiones, mitos. Se tiraniza a sí mismo por toda suerte posible de miedo. Se tiraniza a sí mismo por envidia, por amor propio, por resentimiento. Un amor propio enfermizo es la forma más horrible de tiranía. El hombre se tiraniza a sí mismo por la conciencia de su debilidad e insignificancia, y por la sed de poder y grandeza… La mayor perversidad es el poder del hombre sobre el hombre, el abatimiento de la dignidad humana, la violencia y la dominación… El hombre puede ser esclavo de la opinión pública, un esclavo de la costumbre, de la moral, de los juicios y opiniones que se imponen por la sociedad… La esclavitud acecha al hombre por todas partes. La lucha por la libertad presupone resistencia, y sin resistencia se apaga su febrilidad. La libertad estatuida por una forma consuetudinaria de vida, se muda a una advertida condición de esclavizamiento de los hombres; es la libertad que se ha vuelto objetivada, pese a que la real libertad es el reino del sujeto. El hombre es un esclavo porque la libertad es difícil y la esclavitud es fácil"[1143].

La conquista de nuestra libertad implica, tal como nos aconseja el filósofo Javier Aranguren, prepararnos para afrontar un mundo de egoísmo, de acciones siempre interesadas, de desconfianza, de miedo, de guerra de todos contra todos. Desde los tiempos del Renacimiento Maquiavelo ya percibía el cansancio de la mente hacia las grandes aventuras éticas y metafísicas, y proponía la aceptación del ser sobre el deber ser, sin fijarnos en cómo se debe vivir sino en cómo se vive. A partir de entonces para qué ideales, para qué ensoñaciones como las de la ética platónica y aristotélica si el fin justifica los medios. "Es deplorable ver que todos los hombres sólo deliberan acerca de los medios y no acerca del fin", nos decía Pascal. ¡Cuidado con ese alienador canto de sirena! Conquistar la libertad requiere luchar contra el utilitarismo, el pragmatismo, la instrumentalización, la cosificación y masificación de la cultura moderna y postmoderna, carente de ideales, donde impera el ideal social propuesto por Calicles en el que afirma que las reglas morales no son sino el refugio de los débiles ante los hombres decididos y valientes, y éstos "son los que no se dejan impresionar por el dictado de la mayoría y los que, cuando toman conciencia de su propio poder, son capaces de acciones grandes"[1144]. El hombre que practica esta moral, con la que se siente más allá del bien y del mal, más allá de la moral y de la sociedad, cree que los demás se limitan a refugiarse en el universo de los pusilánimes. En ese tipo de sociedad nuestra libertad sólo se conquista pensando por sí mismo. "Que nada exterior llegue a mandar en mí", dijo Walt Whitman. Para ser auténticamente libre hay que tener un espíritu libertario, hay que estar inmunizado intelectualmente contra todo aquello que pretenda arrebatarnos o falsearnos nuestra genuina libertad. Pero la libertad como el pensamiento no surge por generación espontánea. El filósofo es un espíritu que ama la libertad y actúa conforme al amor. "Ella se logra si como educadores y padres de familia le ofrecemos a los educandos el modelo racionalmente adecuado para actuar. Si dejamos la libertad al azar, el estudiante lo único que logrará es identificarse con los modelos que le ofrece la televisión, la malicia popular o la frivolidad de la calle. Y creo que como sujetos responsables lo último que deseamos es dejar a la juventud beberse la existencia desaforadamente"[1145]. Ernesto Sábato nos dice que "la libertad de pensamiento y de crítica, la ciencia y la filosofía en libre expansión son revolucionarias por esencia, porque para ellas no hay una concepción del mundo sagrada e inalterable, y menos una concepción basada en la mentira y el sofisma"[1146]. Para pensar con libertad se requiere que prescindamos de prejuicios irracionales, de presiones ideológicas e intereses partidistas, y estar bien pertrechados de conocimientos. "Para pensar con libertad se requiere tener la debida perspectiva, amplitud de horizontes, riqueza de saberes y experiencias"[1147].

El estudiante que termine su bachillerato pensando por sí mismo podrá ser libre y autónomo en la toma de sus decisiones con respecto a su proyecto educativo que pretende implementar y desarrollar, optando por el que posibilite y contribuya a su autorrealización, teniendo presente que los sofismas de los medios de información y el de los discursos politiqueros y el auge de las universidades de "garaje" le pueden ofrecer "paraísos" que, en lugar de orientarlo, lo podrían desorientar en su vasto e infinito horizonte de posibilidades, de su espacio de acciones posibles (posibilidades son el espacio del acontecer dentro del cual actuamos o desarrollamos nuestro ser).

"Por todas partes se imparten saberes rápidos, fáciles y eficientes; pero generalmente no se profundiza en nada. La gente hace un postgrado, y antes de finalizarlo empieza otro. Se anda a la caza de títulos pero no de un saber sólido, fundamentado. Todos estudiamos mucho pero nadie sabe nada en profundidad. No hay tiempo para la profundización, para la reflexión, para el análisis. Y si lo miramos por el lado de la política: cuánta proliferación de discursos, de candidatos, de programas, de ofertas, de promesas. Vivimos hoy inundados de discursos vacíos; la palabra ha perdido su realidad óntica. Detengámonos solamente en el tema de la paz: por todas partes oímos hablar de paz, pero los hechos todos llevan a la guerra; por todas partes se habla de tolerancia y a cada momento cometemos actos de intolerancia; todos los discursos se refieren a la justicia social, y lo que vemos es una sociedad cada día más injusta"[1148]. Para que la palabra recobre su realidad óntica es necesario que se diga lo justo y lo que vale la pena. "Concentrarse en lo esencial y poner la palabra al servicio de la racionalidad y de la sensatez… pensar, sentir y actuar para un mismo lado, bajo una misma dirección… Hay gente que funciona como una escopeta de perdigones: piensan una cosa, sienten otra y sus actos se disparan sin dirección"[1149]. En nuestro mundo capitalista es donde la palabra se ha devaluado más. "Cuando los amigos hacen negocios, los contratos no son necesarios. Lamentablemente, ¡no hay amigos en los negocios".[1150]

El filósofo como "amante de la verdad", como buscador de la verdad, que es la categoría axiológica suprema, en este sentido, la concibe y vivencia como correspondencia y relación del pensamiento con las cosas, en donde "verdadero -tal como lo planteó Platón– es el discurso que dice las cosas como son", y, como sentenció Aristóteles, verdadero es "afirmar lo que es y negar lo que no es". "La verdad, sea de cualquier naturaleza, es proceso y resultado aprehensivo de humano, como saber profundo, construido por la actividad del hombre en relación con el mundo o la parte de él hacia la cual dirige su acción", la cual "se revela en procesos intersubjetivos, en espacios comunicativos, que integran en su síntesis: conocimiento, valor y praxis. Todo en los marcos de la subjetividad humana, donde el hombre piensa, siente, desea, actúa e intercambia los productos de su actividad en una relación dialéctica sujeto-objeto, mediada por infinitos atributos cualificadores de su ser esencial, de la cultura, la historia y por el consenso legitimador… La concepción de la verdad como saber integral no puede soslayar tampoco la importancia cognitiva del lenguaje metafórico, capaz de lograr la unidad de la diferencia…"[1151]. El acceso a la verdad, la conquista de la verdad, requiere de una concepción compleja y flexible que priorice un enfoque de integralidad incluyente en la aprehensión de la realidad asumida.

6.14 Pensar para reivindicar la dignidad humana

Quien es capaz de pensar por sí mismo, respeta su dignidad humana y la dignidad humana de los demás. "Mi recta conciencia me obliga a respetar vuestra dignidad"[1152]. Lo que realmente nos hace personas es nuestra dignidad humana. Lo más grandioso de la persona, a parte de su vida, es su dignidad humana. "La palabra dignidad es abstracta y significa calidad de digno. Deriva del adjetivo latino dignus, a, um, que se traduce por valioso. De aquí que la dignidad es la calidad de valioso de un ente… En consecuencia, la dignidad o calidad de valioso dimana de las perfecciones que tiene un ser en sí mismo, lo cual, a su vez, lo hace ser bueno, ontológicamente hablando, e independientemente de la posibilidad que tenga de satisfacer deseos"[1153]. Henry Thoreau decía que "todo hombre tiene como tarea hacer su vida digna, hasta en sus menores detalles, de la contemplación de su hora más elevada y crítica"[1154]. Giovanny Carreño Díaz señala que debemos ser tolerantes con los asuntos triviales, pero intolerantes ante las situaciones que degradan la dignidad humana.

El ser humano es lo más digno de la naturaleza. Ya Sófocles, desde la antigua Grecia, nos decía que "de todas las cosas dignas de admiración que hay en el mundo, ninguna es tan admirable como el hombre". Así mismo, Bertolt Brech sostenía que "no hay nada en la creación más importante que el hombre, que todo hombre, que cualquier hombre". La Constitución Política precisa en su artículo 1º que "Colombia es un Estado Social de Derecho organizado en forma de República… fundada en el respeto de la dignidad humana". La dignidad humana de las personas significa respeto por sus ideas, sus derechos, sus libertades, su vida y su seguridad. En fin, dignidad humana es ser libre, tener derechos, valores, creencias y pensar por sí mismo; dignidad es respeto por el otro y por sí mismo. Según el jurista Hernando Valencia Villa "consiste en el reconocimiento del carácter sagrado o inviolable del ser humano en tanto sujeto moral dotado de razón y destinado a la libertad"[1155].

El imperativo kantiano señala que hay que tratar a las personas siempre como fines, nunca como medios. "El hombre no es una cosa; no es, pues, algo que pueda usarse como simple medio; debe ser considerado, en todas las acciones, como fin en sí"[1156]. Con las personas se puede contar, sin reducirlas a medio. "Una persona sólo puede disponer de sí misma, porque es realidad propia o en autoposición"[1157]. Kant nos dejó, tal vez, la definición más diciente de dignidad humana a través de su imperativo categórico: "Obra de tal manera que la humanidad en ti y en los otros no sea nunca un medio sino siempre el fin más elevado"[1158]. Esto quiere decir que debemos ver a los demás siempre como fines y nunca como medios. Según el artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, todos los seres humanos nacemos libre e iguales en dignidad y derechos, "lo que significa que por el solo hecho del nacimiento, es decir, de la incorporación a la comunidad de los vivientes, cada individuo debe ser tratado como un fin en sí mismo, en tanto sujeto moral o conciencia en libertad"[1159].

Wikipedia señala que la dignidad humana hace referencia al valor intrínseco de todo ser humano, independientemente de su raza, condición social o económica, edad, sexo, ideas políticas o religiosas. Es el principio que justifica y da su fundamento a todos los derechos humanos (acuerdos de filosofías jurídicas que incluyen a toda persona, por el simple hecho de su condición humana, para la garantía de una vida digna sin distinción de credos, etnias, estatus, sexo o nacionalidades). La dignidad no solo es un derecho, es la base de todos los derechos. Precisamente, la Ley General de Educación en su artículo 1º, dice que "la educación es un proceso de formación permanente, personal,… que se fundamenta en una concepción integral de la persona humana, de su dignidad, de sus derechos y de sus deberes". Savater sostiene que todo ser humano tiene dignidad y no precio. En su Ética para Amador precisa que "es la dignidad humana lo que nos hace a todos semejantes justamente porque certifica que cada cual es único, no intercambiable y con los mismos derechos al reconocimiento social que cualquier otro". Rafael Méndez Bernal señala que "si dentro de la claridad, eficacia y productividad de la sociedad industrializada los hombres olvidan su dignidad en medio de las ilusiones de una servidumbre cómoda, suave, razonable y democrática, por fuera de ella expanden y universalizan un proceso de destrucción en el ámbito planetario"[1160]. La dignidad humana es tan importante y fundamental que es la base de los derechos humanos y del Estado social de derecho colombiano.

El filósofo Walter Benjamín advierte que el progreso técnico e industrial puede ser portador de catástrofes sin precedentes. En opinión de Augusto Ramírez, ni la economía norteamericana ni los recursos planetarios pueden soportar esa voracidad, esa frenética destrucción de materias primas y de contaminación ambiental… Es el frenético asalto a las reservas de la humanidad para sostener, por unas décadas más, la voracidad consumista norteamericana y cancelar el futuro del mundo. Si no se detiene esta idiota carrera hacia el abismo, en cincuenta años, la Tierra será un gigantesco estercolero donde una humanidad envilecida disputara a las ratas su comida. El consumismo no es viable ni a nivel nacional ni planetario, simplemente, porque la Tierra no tiene suficientes recursos para sostener ese monstruoso desperdicio, ni la humanidad puede soportar, sin perecer, los niveles de degradación y contaminación ambiental que el consumismo produce… Las insaciables ambiciones corporativas están deforestando nuestros bosques, convirtiendo en desiertos nuestras praderas, agotando nuestras fuentes de agua. El desenfreno consumista convierte en basura nuestras riquezas y con la basura está asfixiando el mundo… El sostener el consumismo es extinguir la humanidad" [1161]Como se recordará, ya desde el "Mayo francés" se invitaba a respetar la naturaleza y a detener el cáncer del consumismo, que ávido y voraz carcome el planeta de manera irreversible.

La dignidad humana como valor, según palabras del sociólogo Pedro Elías Zorro, se ha perdido porque la hemos reemplazado por otros "valores" como el dinero, el poder, el arribismo, la corrupción, la gloria y otros sucedáneos. Si las personas se cosifican, se instrumentalizan, se utilizan como piezas del engranaje productivo, como ocurre en la aparente "lógica" de las sociedades de consumo, se les adultera su dignidad humana. "Sólo cuando hayamos recuperado nuestra pequeña parcela, si no de libertad, al menos de dignidad, dejaremos de ser fichas que amarillean con el tiempo a la espera de que otros anoten quiénes somos y qué debemos hacer y pensar"[1162]. Una persona sin dignidad humana es tratada como recurso y como medio para lograr un fin. Es así como la economía denomina a las personas como "recursos humanos", "materia prima", "capital humano", y con esta terminología eufemística las deshumaniza, degradando la dignidad humana. Escondidos detrás de la máscara de la eficiencia, utilizamos técnicas modernas para deshumanizarnos. "Eso explica que muchos empresarios no parezcan tener otra meta que lograr los beneficios necesarios para triunfar en su aventura. Esta forma unilateral de encarar su vida profesional los lleva con frecuencia a considerar a los trabajadores como "material humano", es decir, como un medio entre otros para conseguir los fines de la empresa. La expresión entrecomillada es fruto de una actitud gravemente reduccionista: se ve al trabajador como una simple pieza del engranaje de la empresa, no como una persona, dotada de la rica complejidad que ostenta por ser un "nudo de relaciones"[1163]

Si queremos relaciones profundas y significativas, tenemos que humanizarnos. La dinámica consumista le exige que la persona, a cambio de su dignidad, sepa "venderse" para conseguir un empleo, que pase de persona a cosa, de sujeto a objeto, de actor a espectador y de fin a medio. Dentro de esta "lógica" se ignora el ideal kantiano que plantea que ningún hombre debe ser un medio para que otro hombre realice sus fines, y que la persona siempre hay que verla como un fin y nunca como medio. En este sentido no importa sólo lo que se haga, sino la motivación de fondo de quien actúa. Aristóteles recomendaba que en todas las cosas es preciso preferir siempre lo que conduce a la realización del fin más elevado. La desvalorización de las personas ha llegado hasta el extremo que como recursos no se censan, a cambio se les contabiliza como mano de obra, talentos; incapaces de reflexionar viven en la apariencia, se conforman con andar la mitad del camino, viven en el anonimato y se dejan abrigar por el manto de la deshumanización. José Saramago, en su Ensayo sobre la ceguera, dejó sin nombres a sus personajes para evidenciar la progresiva deshumanización de nuestra sociedad que pretende reducirnos a números y estadísticas.

Al respecto, el intelectual Alberto Mendoza Morales precisa que "por todas partes, en efecto, se oyen y leen expresiones que califican a las personas de "recursos humanos", "materia prima" o "capital humano". También las llaman "mano de obra" o "cerebros". Todos estos calificativos, abstractos e inadecuados, de procedencia industrial-mercantilista, delatan sumariamente el problema central de nuestra sociedad: la desvalorización de la gente. Tratamos al hombre como si fuera factor de producción, uno entre varios. No distinguimos entre fines y medios. Esto es lo que los axiólogos llaman "aberración estimativa"… Si queremos un país de hombres libres, de gente culta, de "hombres hasta los tuétanos", debemos comenzar por cambiar la menguada concepción que tenemos de nosotros mismos y de los demás. No somos "recursos". Somos el fin de la acción, propia y social. Si reflexionamos un poco nos daremos cuenta de que el ser humano es el mayor bien con que cuenta una comunidad y de que, tratar a las personas como "recursos humanos" es irrespeto increíble, solamente excusable si aceptamos que quien así las califica no sabe realmente lo que está diciendo. El animal es amaestrable y usable para diversas faenas en beneficio del hombre; nuestro prójimo es educable, posee atributos únicos, resortes íntimos que pueden conducirlo a insospechables niveles de ascenso y perfección. No debemos confundir hombre y animales. Educación es opuesta a amaestramiento. En aquella aflora el hombre, en este se expone el animal. Por eso se dice de la educación que es el proceso más auténticamente humano presente en el hombre"[1164].

El filósofo y psicólogo Daniel Golemán[1165]nos dice que los marcos referenciales condicionan nuestra cotidianidad en el mundo laboral. Uno aprende la disciplina laboral al "ser sometido a las fuerzas que, sutilmente, dirigen nuestra atención y moldean nuestra experiencia dentro de la organización". La persona es vista sólo desde el rol social que desempeña; no se tienen en cuenta otras dimensiones personales de su ser. "La unidimensionalidad de la gente en sus roles sociales es sintomática de una alienación cada vez más amplia en nuestra condición moderna… La unidimensionalidad de los individuos en sus roles nos exige que ignoremos el resto de ellos". Uno de los beneficios de la unidimensionalidad del marco referencial es la autonomía interna, en donde la persona dirige el resto de atención a intereses y placeres privados en medio de la vida pública. Hay libertad por cuanto al desempeñar solamente su rol social, el individuo no tiene que hacer intercambios plenos y auténticos con cada persona que trata en el desempeño de su rol. "Las anteojeras que provee el rol permiten a la persona que desempeña ese rol deshumanizarse en lugar de liberarse". No se traspasa el rol para llegar a la persona que hay dentro del mismo. "Preferimos no ver, preferimos ignorar, en lugar de enfrentar a la persona, y prestamos atención sólo al rol, que ofrece una salida fácil, incluso, un momento agradable".

Sin libertad no hay dignidad. Según Nietzsche, el hombre sólo ha podido vivir bajo sombras de libertad, nunca se ha podido sentir verdaderamente libre. Entonces es imperativo luchar por ésta. La libertad se presenta a nuestras circunstancias actuales como la afirmación de la dignidad humana, en cuanto fin, en contra de toda esclavitud o instrumentalización. Sólo a través de la libertad el hombre llega a ser lo que debe ser. La libertad actual debemos entenderla como una aspiración que necesita mediaciones y tiene límites. No puede considerarse en términos absolutos. Únicamente soy libre con los demás; es allí donde yo vivo y palpo mi verdadera dimensión.

El hombre que piensa por sí mismo, es un constante luchador por su libertad, para que ésta, entre otras cosas, ayude a posibilitar y engrandecerle su dignidad humana. Quien renuncia a la dignidad humana prefiere vivir de rodillas antes que admitir la posibilidad de morir de pie. "Más vale ser un perro, que ser un hombre, y verse pisoteado" (Heinrich Kleist). Según Abraham Maslow, lo que un hombre puede ser, debe serlo. La autorrealización es, precisamente, "llegar a ser todo lo que uno es capaz de ser", nos recuerda Walter Riso. ¡Ah, pero eso sí! En nombre de la libertad uno no debe estar dispuesto a sacrificar su vida. Así las cosas, debemos ignorar el consejo de "Don Quijote" cuando le dijo a su "fiel" Sancho que "por la libertad, Sancho, como por la honra, se debe dar la vida"[1166]. Tampoco me identifico con la posición de Settembrini, uno de los personajes, de la monumental novela La montaña mágica, de Thomas Mann, cuando aconseja que: "Quien no es capaz de defender una idea pagando con su vida y con su sangre, no es digno. Y se trata de ser un hombre, por espiritualista que sea"[1167]. El filósofo Marco Aurelio, en su tiempo, decía que los cristianos, a quienes llamaba "los locos de la cruz", procedían de manera inconveniente "al llegar hasta el sacrificio por una simple idea de verdad y de justicia"[1168]. Un hombre no puede sacrificarse en nombre de ideas, creencias, dogmas, revoluciones, posiciones políticas y otras "causas", porque ninguna "causa" merece el sacrificio de una vida humana. Parodiando al filósofo Giacomo Taldegardo Francesco di Sales Saverio Pietro Leopardi, diría que "hay que tener poca estima por sí mismo para ser capaz de sacrificarse a sí mismo"[1169]. Pienso que es pertinente y prudente reflexionar sobre la pregunta malrauxiana: "¿No considera usted como una estupidez característica de la especie humana que un hombre que no tiene más que una vida se arriesgue a perderla por tan solo una idea?"[1170] Aunque me identifico con los defensores de los derechos humanos, disiento de aquellos que ofrendan su vida inútilmente. ¿"Hacerse" matar tan absurdamente por mantener una lucha desigual contra un Estado violador de los derechos humanos? No me parece una decisión inteligente. No tiene sentido: ¿tantos defensores de los derechos humanos asesinados para que todo siga igual? ¿Qué han cambiado sustancialmente y de fondo esos "mártires"? ¡Cuántos intelectuales, en aras de su supuesta revolución subversiva, han muerto en Colombia, para que todo siga igual! ¿Qué han logrado esos intelectuales inmolados en más de cincuenta años de lucha guerrillera? El fenómeno oprobioso de la violación de los derechos humanos y la injusticia social prosigue incólume. No comparto las supuestas acciones mesiánicas. ¡Cuidado con los extremos y los fanatismos!

Como el "saber vivir" tiene estrecha relación con el "pensar por sí mismo", para la construcción de un proyecto de vida que nos autorrealice y nos oriente en la difícil búsqueda de la felicidad que, como ya se dijo, es el fin supremo de la existencia, si aspiramos a éste es indispensable "saber vivir", y saber vivir implica, entre muchas otras cosas, no dejarse "envilecer", "embriagar" ni alienar por sucedáneos como el poder, el éxito, el placer por el placer, la fama… y, sobre todo, por la riqueza material, por cuanto, desde la antigüedad, ese gran "escrutador de almas" (Aristóteles) planteaba que "hay, sobre todo, mayor necesidad de justicia y de prudencia cuando se está a la cima de la prosperidad y se goza de todo lo que excita la envidia de los demás hombres… cuanto más completa es su beatitud en medio de todos los bienes de que se ven colmados, tanto más deben llamar en su auxilio a la filosofía, la moderación y la justicia"[1171]. Para ser feliz se necesita filosofar. "Porque ¿cómo se puede ser feliz sin saber de dónde vengo, a dónde voy, dónde me encuentro, qué sentido tiene mi vida, que va a ser de mí, qué caminos me pueden conducir a alguna parte?"[1172]. Quien piensa por sí mismo, conoce el gran arte de vivir, y todo lo que le es molesto para su vida lo aparta de sí, de una manera suave y nada llamativa, y, bajo cualquier hábito y sometido a no importa qué coacción, sabe guardar su libertad interna. Hablando en lenguaje figurado, quien piensa por sí mismo, sin apuntar, da siempre por completo en el blanco.

6.15 Pensar críticamente para vivir auténticamente

No pensar por sí mismo implica vivir de manera inauténtica y deshumanizada. Viviendo en un estilo de vida así, impuesto e impersonal, no vivimos en libertad, que es un acto libre, una manifestación de la autodeterminación del yo profundo, una afirmación de nuestra personalidad. Así, alienados como estamos, "la mayor parte del tiempo nos sustraemos a nosotros mismos, vivimos exteriormente a nosotros mismos, somos accionados"[1173], lo cual debe instarnos a adentrarnos en nosotros mismos para reflexionar profundamente sobre nuestros estados internos, y de esta manera vivir una vida por fuera de los condicionamientos deterministas y mecanicistas, que reducen la grandiosidad de la existencia a lo meramente medible, tangible, palpable, cuantitativo y utilitarista. "Lo que no se adapta al criterio del cálculo y de la utilidad es, a los ojos del iluminismo, sospechoso… El iluminismo identifica el pensamiento con las matemáticas. …el iluminismo es más totalitario que ningún otro sistema"[1174].

Pero resulta que para la investigación de la totalidad de la realidad empírica, con toda su abigarrada variedad de formas y procesos, no se puede aplicar indiscriminadamente la matemática. Sobre el fracaso de esta pretensión racional, Teodoro Adorno dos advierte que: "Parece innegable que el ideal epistemológico de la elegante explicación matemática, unánime y máximamente sencilla, fracasa allí donde el objeto mismo, la sociedad, no es unánime, ni es sencillo, ni viene entregado de manera neutral al deseo o a la conveniencia de la formalización categorial, sino que es, por el contrario, bien diferente a lo que el sistema categorial de la lógica discursiva espera anticipadamente de sus objetos. La sociedad es contradictoria, y sin embargo, determinable; racional e irracional a un tiempo; es sistema y es ruptura, naturaleza ciega y mediación por la consciencia. A ello debe inclinarse el proceder todo de la sociología. De lo contrario, incurre, llevada de un celo purista contra la contradicción, en la más funesta de todas: en la contradicción entre su estructura y la de su objeto"[1175]. Aquí debemos atender al llamado del científico David Bohm, quien nos pide que no tratemos los formalismos matemáticos como si fueran verdades fijas que ya poseemos, sino como una extensión de nuestras formas del lenguaje.

El ser humano tiene que pensar por sí mismo para que pueda "adueñarse" de su vida. En este sentido el profesor Francisco Burruezo nos dice que el hombre es dueño de su propia vida: (si es capaz…) "Si tiene una voluntad con la que pueda dominar las propias acciones: (no hago el bien que quiero sino más bien el mal que no quiero). Si sabe dirigir la vida, si es capaz de vivirse, y no es "vivido" por las circunstancias y por los demás (podemos hacer las cosas a tontas y a locas, pero también podemos hacerlas pensando antes…). Si es capaz de tener un proyecto vital propio, pensado y propio del hombre… y está comprometido en sacarlo adelante"[1176]. Por su parte, Erich Fromm señala que "la intelectualización, la cuantificación, la abstracción, la burocratización y la "cosificación" —las características mismas de la sociedad industrial moderna—, no son principios de vida sino de mecánica cuando se aplican a personas y no a cosas. La gente que vive en ese sistema se hace indiferente a la vida y hasta es atraída por la muerte. No se da cuenta de ello. Toma los estremecimientos de la emoción por las alegrías de la vida y vive con la ilusión de que está mucho más viva cuantas más sean las cosas que posee y usa… La orientación de tener es característica de la sociedad industrial occidental, en que el afán de lucro, fama y poder se han convertido en el problema dominante de la vida"[1177].

Pensar por sí mismo es demasiado importante para nuestra autonomía y criterio propio, por cuanto la opinión de los demás tiene un peso decisivo en la orientación de nuestra conducta. Al no pensar por nosotros mismos, somos vulnerables y frágiles a la presión consensual del sistema que impone falsos valores, los cuales pueden corromper nuestras metas y extraviar nuestra vida. "Cuando las presiones del sistema -señala Augusto Ramírez[1178]logra integrar a toda la sociedad en la prosecución de metas comunes, y esta metalogía universal impone todas las perspectivas posibles, la libertad se convierte en un slogan manipulativo y la individualidad se disuelve en la multitud totalizadora". Miguel Angel Iragaray echa en falta a personas con criterio propio, con espíritu crítico, que no se dejen influir fácilmente por las opiniones del ambiente, por la moda o los hobbys del momento, que no sean veletas. "Nos faltan personas admirables, no maleables, que actúen por convicciones serias, profundas, y no por el viento que sopla en cada instante. A esto ayuda la filosofía. Nos hacen falta, en suma, filósofos, sabios y poetas que nos lideren en la búsqueda de la verdad, del bien, de la belleza, conceptos que parecen estar en crisis dentro de nuestro mundo"[1179]. La búsqueda de la verdad y de la dignidad humana es una tarea que compete al filósofo. "La verdad: ¿qué es la verdad?, ¿es posible conocer alguna verdad?, ¿qué verdades es posible conocer? Son cuestiones netamente filosóficas. Se comprende pues que la filosofía sea el quehacer intelectual más importante para el vivir conforme a la categoría y dignidad del ser humano"[1180].

El filósofo Diógenes, desde la antigua Grecia, con sus actos y sus planteamientos nos llamaba a pensar por nosotros mismos; mediante su sarcasmo, burla, mordacidad, "cinismo" e ironía a revelarnos contra la opresión, la alienación, la doble moral y a subvertir el orden establecido. Con su legado filosófico nos enseñó a cuestionar la "legitimidad" vigente, transmutar los valores convencionales, revaluar lo establecido y sacudir los cimientos de la cultura impuesta. Como contestatario e iconoclasta, rechazaba cualquier símbolo que representara el poder dominante. Sus enseñanzas y las de todos los "cínicos" permanecen vigentes porque "atacan puntos clave que siempre estarán presentes en los imaginarios sociales, como son la autonomía, la libertad de expresión y el derecho a la protesta"[1181]. El investigador Denis de Moraes señala que:

"El imaginario social está compuesto por un conjunto de relaciones imagéticas que actúan como memoria afectivo-social de una cultura, un substrato ideológico mantenido por la comunidad. Se trata de una producción colectiva, ya que es el depositario de la memoria que la familia y los grupos recogen de sus contactos con el cotidiano. En esa dimensión, identificamos las diferentes percepciones de los actores en relación a sí mismos y de unos en relación a los otros, o sea, como ellos se visualizan como partes de una colectividad […].

Se trata de un lugar estratégico en que expresan conflictos sociales y mecanismos de control de la vida colectiva. El imaginario social se expresa por ideologías y utopías y también por símbolos, alegorías, rituales y mitos. Estos elementos plasman visiones de mundo, modelan conductas y estilos de vida, en movimientos continuos o discontinuos de preservación de la orden vigente o de introducción de cambios […].

Esa concepción dinámica del imaginario nos posibilita observar la vitalidad histórica de las creaciones de los sujetos, esto es, el uso social de las representaciones y de las ideas. Los símbolos revelan el que está por tras de la organización de la sociedad y de la propia comprensión de la historia humana. Su eficacia política va a depender del grado de reconocimiento social alcanzado por la producción de imágenes y representaciones en el cuadro de un imaginario específico a una cierta colectividad, la cual designa su identidad haciendo una representación de sí; marca la distribución de los papeles y posiciones sociales; expresa e impone creencias comunes que determinan principalmente modelos formadores […].

El itinerario simbólico para la construcción del imaginario social depende de los modos de apropiación y uso de los símbolos, los cuales se refieren a un sentido, no a un objeto sensible. La hoz y el martillo en la bandera de la extinta Unión Soviética no aludían únicamente las herramientas de trabajo transportados para la cadena de simbolización, formulaban la idea de que el Estado Soviético perpetraba la alianza de trabajadores del campo y de la ciudad. De objetos, se tornaron signos portadores de mensaje ideológico: la bandera como traducción de la mezcla del socialismo con los intereses de los trabajadores […].

Los sistemas simbólicos emergen para unificar el imaginario social. Vale decir, establecen las finalidades y la funcionalidad de las instituciones y de los procesos sociales. A través de los múltiples imaginarios, una sociedad traduce visiones que coexisten o se excluyen…"[1182].

6.16 Pensar para pensar críticamente

El docente de filosofía, que tiene que estar muy comprometido con su misión como educador, deberá implementar estrategias y desarrollar habilidades que, inexorablemente, lo orienten por el difícil camino de "enseñar" a los estudiantes a pensar por sí mismos, porque muchos de los jóvenes de nuestro tiempo, tan alienados, "entusiasmados", influenciados y seducidos por el poder, la fascinación y "el canto de sirenas" de la tecnología, la revolución informática, el consumismo, los medios masivos de información, la cultura "ligh", los sucedáneos y su estilo de vida superficial e inauténtico, no tienen ningún interés de pensar, ni mucho menos de pensar por sí mismos. "¿Por qué para la mayor parte de la gente resulta tan difícil pensar por sí misma? Obviamente, por pereza. En vez de esforzarse en encontrar una respuesta propia, trabajo duro donde los haya, es mucho más cómodo consumir las que nos vienen de fuera. En un mundo en el que se puede comprar todo, ¿por qué no las respuestas que se precisan en las distintas esferas de la vida? Si puedo pagar, no necesito pensar. Todos tendemos a la pereza, pero los que tienen posibles pueden permitírsela más fácilmente. Además, el rico vive convencido de que se halla en el mejor de los mundos posibles, opinión que termina por imponer a la sociedad toda; de ahí que pocos se pregunten cómo mejorarlo, ni cómo organizarse fuera de las infinitas opciones que ofrece el mercado… Por cobardía renunciamos a pensar y nos abandonamos a las directrices de otros. Si pensar por sí mismo resulta altamente arriesgado, no ha de extrañar que sean pocos los que se decidan a hacerlo. Aunque por doquier oigamos un clamor que nos invita a pensar por uno mismo, los pedagogos proclamen que la educación consiste en enseñar a pensar y sean muchos los que de puertas a fuera blasonan de no admitir directrices ajenas, se precisa mucho arrojo para pensar por uno mismo"[1183]. Martín Heidegger (considerado por José Pablo Feinmann como el "filósofo más importante del siglo XX"), ya por allá en 1955, advertía que "la pobreza del pensamiento en el mundo contemporáneo" era un mal que afectaba hasta los mismos filósofos, con lo que se estaba renunciando a nuestra capacidad de pensar. Por ello invitaba a meditar, a pensar, sobre todo cuanto existe. Heidegger precisaba que la vida trivial, la vida inauténtica, es simplemente una huida ante uno mismo para olvidarse y para perderse.

El profesor Félix María Moriyón señala que "la enseñanza de la filosofía debe potenciar en el alumno la capacidad de crítica y cuestionamiento de los saberes recibidos, así como la posibilidad de integración de todos esos saberes parciales en un sistema global, en permanente proceso de construcción y reconstrucción"[1184]. El filósofo Fernando Estrada Gallego plantea que la pedagogía del filósofo ha de estar fundada en la sensibilización de sus estudiantes para que descubran los sentidos ocultos de las cosas, empezando con sus propias palabras. El educador en filosofía, además de enseñar a aprender a aprender, debe ir "desarrollando en el alumnado la capacidad de pensar por sí mismos en cooperación con sus compañeros, de forma crítica y creativa… Además ayuda a que el alumnado desarrolle una capacidad de criticar lo establecido para poder hacer frente en mejores condiciones a las enormes presiones manipuladoras de los potentes medios de comunicación y de los poderes reales. …hay que desarrollar la capacidad de pensamiento crítico y creativo del alumnado y dotarles de los instrumentos necesarios para que aprendan a aprender y puedan dar sentido a su vida y al mundo que les rodea… No se trata de demostrar tan sólo que nuestros alumnos aprendan a razonar en un ejercicio de filosofía, sino que esa capacidad de razonar críticamente la van a ejercer en otros ámbitos de su vida cotidiana, profesional o social"[1185].

Dentro del horizonte de las "competencias clave o básicas" (combinación de destrezas, conocimientos y actitudes para el desarrollo personal de ciudadanos activos e integrados en la sociedad), que se incorporan al currículo académico, encontramos que las competencias "social y ciudadana" y la competencia "autonomía e iniciativa personal" contribuyen al aprendizaje de pensar por sí mismo, por cuanto la primera permite "formar" estudiantes empáticos y respetuosos de las diferencias y de los principios democráticos, y la segunda fortalece la capacidad de elegir una opción de vida de manera libre, autónoma y responsable, e interiorizar valores como la dignidad, la libertad, la autoestima y desarrollar habilidades para la dimensión personal de afrontamiento. Quien no esté comprometido con el afrontamiento, con la acción, teme "levantar la piedra por temor a encontrar el alacrán" y es una persona amañada "en la seguridad de la servidumbre" y le asustan "los riesgos que acarrea la independencia"[1186]. Ser humano significa, según Heidegger, hacerse cargo en forma permanente del ser que se es. La vitalidad del ser personal se evidencia en el afrontamiento, en la acción. "Se requiere de una ética que se funde en la construcción de sí mismo, de reconocimiento del otro y de respeto a la diferencia y de reconocimiento a las culturas regionales, la práctica de una cultura que permita vivir en el riesgo, en la dificultad, en la búsqueda, en la pregunta, en tanto así damos sentido a la existencia"[1187]. Vivir la vida en la pregunta es vivir en libertad y en el riesgo. La vida es, precisamente, libertad y riesgo. Frecuentemente se dice que vivir es siempre derribar fronteras, inventar horizontes, arriesgar. "La vida es tropel, desbarajuste; sólo la quietud de la nada es perfecta"[1188].

Para aprender a pensar, es necesario aprender a escuchar. Y "escuchar", en el amplio sentido del término, implica oír o escuchar a los profesores, tutores, orientadores, padres de familia, periodistas, analistas, políticos, personas del "común" y hasta sacerdotes… En fin, cada uno piensa y opina desde su sabiduría o desde su ignorancia. "Escuchar" también es leer, releer, dialogar, debatir, refutar, controvertir, disentir… Pero no para pensar de acuerdo con nuestros ocasionales interlocutores, sino para embarcarse en la riesgosa aventura de pensar por uno mismo. Con cada uno de nuestros interlocutores tenemos que "ponernos los guantes" (como dijera Nietzsche) para hacer uso de nuestro entendimiento, de nuestra razón, de nuestro espíritu crítico. Ninguno de nuestros interlocutores podrá convertirse en "autoridad" incuestionable, en el poseedor de la "verdad". Cada palabra, cada expresión, cada proposición, cada aserto, cada tesis, cada juicio y cada silogismo deberán someterse al tribunal de la razón, del análisis, de la crítica, del cuestionamiento, del disenso; nada podrá aceptarse como "verdad", así aparezca como una "verdad" provisional. Los demás tienen sus "verdades"; uno tiene la imperiosa necesidad, si es que en realidad quiere ser auténtico, libre y autónomo, de construir sus propias "verdades".

El pensar por sí mismo tiene una íntima relación, un estrecho vínculo y una intrincada dialéctica con el sentido crítico; pensar por sí mismo tiene profundas implicaciones en el desarrollo de nuestro espíritu crítico, de nuestra criticidad. El sentido crítico es la aptitud, la destreza o la habilidad mental para ver los hechos tal como son, para tener en cuenta todas las circunstancias, para desconfiar prudente y racionalmente de uno mismo y de los demás, y para liberarse de todos los prejuicios, dogmas e imposturas. Es esa capacidad para plantearle problemas a la realidad, en búsqueda de respuestas. El estudiante debe saber que el que duda con sentido crítico es un sabio. "Dudo de todo, e incluso de mi duda", decía Gustavo Flaubert. Pensar por sí mismo nutre el sentido crítico, y éste fortalece en pensar por sí mismo. El espíritu crítico concierne a una actividad intelectual racional destinada a juzgar y a cribar los productos del pensamiento que se articula con el pensar por sí mismo. Si no se piensa por sí mismo y no se desarrolla una mentalidad crítica estamos expuestos a permanecer en "el rebaño", a convertirnos en masa, pensando como el grupo. Si no somos capaces de pensar por nosotros mismos para desarrollar y fortalecer nuestro espíritu crítico, terminaremos pensando como los demás, optando por un pensamiento grupal, que eclipsa el pensamiento crítico. "Debemos volver la mirada hacia nosotros mismos, si tenemos el valor de hacerlo, para ver qué hay en nosotros"[1189]. En el prólogo al Discurso del método, de Descartes, se nos dice que "cuando la conciencia del individuo queda reducida a reflejar la conciencia colectiva del grupo social, el pensamiento se hace siervo de los dogmas colectivos; el hombre se recluye en el organismo superior de la nación o clase, y el concepto de lo humano se disuelve y desaparece bajo el montón de reales jerarquías y de objetivas imposiciones sociales". Si uno camina detrás del montón, tendrá la suerte del montón. Por lo tanto, es un imperativo despertar, acrecentar y fortalecer nuestro espíritu crítico, nuestra mentalidad crítica, para evitar ser masificados, convertirnos en masa. Como el hombre no existe exclusivamente para sí mismo sino que vive en comunidad con los demás, debe evitar convertirse en masa. El hombre, como ser viviente que convive con otros, experimenta sentimientos de agradecimiento y de reproche, de compañerismo y de amistad, y como es un ser condicionado por su entorno cultural, social, político, religioso, económico, científico y filosófico, debe estar alerta para no masificarse. "Cuando las personas pierden el poder creador, se incapacitan para asumir valores, fundar campos de juego comunes e instaurar, así, modos relevantes de unidad y cohesión. Pueden vivir juntos, pero no participan en grandes tareas ni comparten criterios éticos firmes e ideales elevados. Debido a ello, su vida comunitaria se deshilacha y se convierte en una mera yuxtaposición de individuos, una masa. Y la masa está a merced de quien desee modelarla a su arbitrio"[1190].

Sólo a través del espíritu crítico el hombre experimenta su libertad; solamente una conciencia crítica es libre. "No hay libertad si no está alimentada por la crítica. La criticidad sólo puede ser ejercida a partir de la autenticidad del sujeto crítico"[1191]. La conciencia crítica nos ayuda a encontrar nuestro yo auténtico, nuestro yo verdadero. "Vivir de acuerdo a nuestro yo, en una constante autorefencia, significa que nuestro punto interno de referencia es nuestro propio espíritu, y no los objetos de nuestra experiencia. Cuando vivimos según la referencia al objeto, estamos siempre influidos por las cosas que están fuera de nuestro yo; entre ellas están las situaciones en las que nos involucramos, nuestras circunstancias, y las personas y las cosas que nos rodean. Por eso vivimos buscando la aprobación de los demás y nuestra vida se basa en el temor. Por el contrario, nuestro verdadero y auténtico yo, el que vive en frecuente autoreferencia, es inmune a la crítica, no le preocupa el qué dirán, no necesita aprobación de los demás, no le teme a ningún desafío, no vive en el temor y no se siente inferior a nadie; en él experimentamos nuestro verdadero ser y respetamos a todos los demás porque los consideramos iguales a nosotros"[1192].

El espíritu crítico nos permite reflexionar sobre la problemática de nuestro mundo contemporáneo, afectado por las profundas transformaciones científicas, tecnológicas, políticas, ecológicas, geográficas, históricas, ideológicas y el poder de los medios masivos de información, que se reflejan en la forma en que se alteran el cuidado con el planeta y las relaciones interpersonales. La falta de ética en la investigación científica y tecnológica viene afectando notoriamente el equilibrio ecológico y poniendo en peligro el futuro de la tierra. En el campo político, las decisiones tomadas por los gobernantes y los "poderosos" sólo tienen en cuenta sus intereses económicos, ignorando los principios de equidad y de justicia. "En cada sociedad el espíritu de toda la cultura está determinado por el de sus grupos más poderosos. Así ocurre, en parte porque tales grupos poseen el poder de dirigir el sistema educacional, escuelas, iglesia, prensa y teatro, penetrando de esta manera con sus ideas en la mentalidad de toda la población; y en parte porque estos poderosos grupos ejercen tal prestigio, que las clases bajas se hallan muy dispuestas a aceptar e imitar sus valores y a identificarse psicológicamente con ellas"[1193].

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20
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