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La imperiosa necesidad de aprender a filosofar (página 2)

Enviado por Luis Ángel Rios


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Muchos no son partidarios de la enseñanza de la filosofía ni del filosofar, debido a los (¿aparentemente?) escasos resultados prácticos que se obtienen de esta actividad tan apasionante, fascinante, inquietante, "extraña" y compleja. Fernando Savater, defensor de la "enseñanza" de la filosofía, sostiene que los detractores de la filosofía dicen que "no sirve". ¡Cómo que no sirve! Dejar de ser una persona del rebaño, de la masa anónima, ¿no es de utilidad para nuestro proyecto de vida auténtico? "Cuando todos los valores se miden por la utilidad (siempre con respecto a otra cosa) llega un momento en el que el mundo se queda sin nada que permita ser un punto de fijación para emitir una valoración. Las cosas del mundo pueden ser útiles para nada… la utilidad es sólo para las cosas que me sirven para mí y que me permiten a mí dominar"[31]. La filosofía, generalmente, cuenta con denodados defensores y acérrimos detractores; pero así estos últimos "decreten" su "muerte", ella sigue perenne, incólume y vigente en las mentes pensantes, en las personas que trascienden el rebaño. A quienes "decretaron" su muerte, es procedente recordarles que "los muertos que vos matáis gozan de cabal salud".

La falta de motivación por este quehacer podría estar fundada en el hecho de pensar (¿y constatar?) que la filosofía no prepara al estudiante para desarrollar una actividad lucrativa, tal como sí lo hacen otros saberes útiles que ofrecen algunas ciencias y la tecnología. Lo inútil no sirve, tal como lo reconoció el brillante escritor e intelectual Wolfang Goethe en su "Fausto", cuando afirmó que "lo que no presta utilidad, es un trasto inútil; ¡sólo presta servicio aquello que, cuando se necesita, se tiene!". Pareciere que todo obedeciera al criterio de la utilidad. "Si la lógica de la utilidad se construye desde el valor de la productividad y la eficiencia, claramente la filosofía no sirve para nada"[32]. En el capitalismo, "ningún objeto puede convertirse en valor sino es útil"[33]. Sin embargo, la filosofía es útil para cuestionar lo establecido. "Lo cotidiano funciona siempre bajo el criterio de la utilidad: las cosas tienen que servir para algo. Pero la filosofía lo cuestiona porque interpela lo cotidiano, y le pregunta ¿por qué todo tiene que ser útil?, ¿por qué las cosas tienen que servir para algo?, ¿a quién sirve que las cosas sirvan?… Hoy, en tiempos que la utilidad parece ser lo más importante, la filosofía se vuelve un medio de cuestionamiento a los poderes dominantes"[34]. No obstante, a veces lo inútil es útil; la inutilidad desinstala la utilidad. "La filosofía es un saber inútil. Pero es un saber inútil porque interrumpe la utilidad como valor. Y no es poco; porque es tomar conciencia de que estamos totalmente arrojados a un mundo donde parece que sólo las cosas que tienen sentido, son las que sirven para algo. Y lo que hace la pregunta filosófica es interrumpir el sentido del servir… Cuando todo sirve para algo, también hay que preguntarse ¿a quién le sirve?"[35]. Esta manía tan característica de nuestra sociedad tecnológica de querer encontrarle a todo la practicidad o utilidad inmediata, ha contaminado todos los ámbitos, y aquello que no produzca resultados tangibles, prácticos e inmediatos, no sirve. Así los "pragmáticos" defiendan la tesis de que "la filosofía, como saber crítico, no transforma el mundo", los defensores de ésta pensamos que sirve al menor para asustar a los totalitarismos. Y eso, ¿acaso no es un cambio o una transformación?

Así, nuestro contexto capitalista, bajo el imperio del dinero, no sería escenario propicio para la reflexión filosófica, porque el acelerado avance científico y tecnológico incrementa el consumismo que sólo se satisface con dinero. Hay personas tan pobres que lo único que poseen es dinero, y el dinero es para satisfacer la voracidad consumista. "La actitud inherente al consumismo es devorar todo el mundo. El consumidor es el eterno niño de pecho que llora reclamando su biberón… Consumir tiene cualidades ambiguas: alivia la angustia, porque lo que tiene el individuo no se lo pueden quitar; pero también requiere consumir más, porque el consumo previo pronto pierde su carácter satisfactorio. Los consumidores modernos pueden identificarse con la fórmula siguiente: yo soy lo que tengo y lo que consumo"[36]. La verdadera necesidad no es la carencia de bienes materiales, sino la incapacidad de obtener lo que se necesita. "El vulgo se satisface con el oropel y el éxito", sentenció Nicolás Maquiavelo, y "para poder y atreverse a decir grandes verdades es necesario no depender del éxito", aconsejó Juan Jacobo Rousseau. El oropel es un licor que produce súbita embriaguez. "¡Maldito lo que en sueños se insinúa hipócritamente en nosotros con ilusiones de gloria y fama imperecedera!… ¿De qué os sirve la belleza, la juventud? Todo eso es, a la verdad, hermoso y bueno, pero nadie hace caso de ello. Se os dirige un cumplido medio por lástima, pues todo corre en tropel hacia el oro, y al oro todo se aferra. ¡Ah, pobres de nosotros!… Dedicaos a las novedades. Únicamente las novedades nos atraen… Lo extraordinario a nadie aprovecha"[37]. Con cuánta contundencia nos dice Savater: "La plebe es infantil en todas las latitudes y siempre es prudente llevar golosinas en el bolsillo para contentarla"[38]. Parodiando a Goethe, se podría decir que el oropel no es más que embeleco, ilusión mágica, apariencia vana. Lo que brilla, escribió éste, ha nacido para el instante; lo auténtico permanece intacto para la posteridad. Las palabras emitidas desde el poder abonan el terreno para la confusión del populacho. Leamos lo que nos dice al respecto el filósofo Maurice Joly:

"El secreto principal del gobierno consiste en debilitar el espíritu público, hasta el punto de desinteresarlo por completo de las ideas y los principios con los que hoy se hacen las revoluciones. En todos los tiempos, los pueblos al igual que los hombres se han contentado con palabras. Casi invariablemente les basta con las apariencias; no piden nada más. Es posible crear instituciones ficticias que responden a un lenguaje y a ideas igualmente ficticios; es imprescindible tener el talento para arrebatar a los partidos esa fraseología liberal con que se arman para combatir al gobierno. Es preciso saturar de ella a los pueblos hasta el cansancio, hasta el hartazgo. Se suele hablar hoy en día del poder de la opinión; yo os demostraré que, cuando se conocen los resortes ocultos del poder, resulta fácil hacerse expresar lo que uno desea. Empero antes de soñar siquiera en dirigirlas, es preciso aturdirla, sumirla en la incertidumbre mediante asombrosas contradicciones, obrar en ella incesantes distorsiones, desconcertarla mediante toda suerte de movimientos diversos, extraviarla insensiblemente en sus propias vías. Uno de los grandes secretos del momento consiste en adueñarse de los prejuicios y pasiones populares a fin de provocar confusión que haga imposible todo entendimiento entre gentes que hablan la misma lengua y tienen los mismos"[39].

Quienes desdeñan la filosofía ignoran que, según Karl Popper[40]hay al menos un problema filosófico en el que están interesadas todas las personas que piensan. "Se trata del problema de entender el mundo en que vivimos y, por consiguiente, a nosotros mismos (pues somos parte del mundo) y al conocimiento que de él tenemos". El vulgo, para Pascal, es vano, aunque sus opiniones sean sanas: porque el vulgo no siente la verdad donde ella está y, colocándola donde ella no está, sus opiniones son siempre muy falsas y muy malsanas. Este pensador considera que por más que las opiniones del vulgo sean sanas, ellas no lo son en su cabeza, pues él piensa que la verdad está donde no está. "La mayoría de las gaviotas no se molesta en aprender sino las normas de vuelo más elementales: como ir y volver entre playa y comida. Para la mayoría de las gaviotas, no es volar lo que importa, sino comer…". Este fragmento de Juan Salvador Gaviota[41]es toda una alegoría que nos invita a una reflexión profunda sobre la existencia inauténtica, carente de reflexión crítica y de sentido.

Como el filósofo Robert Spaemann también nos preguntamos ¿para qué necesitamos un objeto que no sea útil? En nuestras casas, por ejemplo, hay sillas, mesas, ceniceros, lavadoras, cuadros, fotografías, esculturas, etcétera. ¿Para qué sirven todas estas cosas? ¿Qué se puede hacer con ellas? ¿Para qué sirven en realidad? "El ser humano es un ser teórico-práctico: no se puede amputar. Para que su acción le satisfaga ha de ser fruto de una buena teoría. No hay nada más práctico que una buena teoría, es decir, una buena ciencia de porqués últimos. Ganar dinero es un porqué inmediato. Pero no es un porqué último. En definitiva: ¿Por qué vivir?, ¿por qué trabajar?, ¿por qué descansar? ¿Qué es lo que pretendo? ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿De dónde viene mi vida? ¿A dónde va mi vida? ¿A dónde puede ir? ¿A dónde debe ir, para ir bien? ¿Tiene una finalidad? ¿Qué hace un ente como yo en un sitio como éste?"[42]

Afirmar que la filosofía "no sirve" o que es "inútil", es el eco de lo que se piensa al interior de una sociedad que inculca opiniones producto de un proceso ideológico y, por ende, de un condicionamiento cultural; es ignorar el estrecho vínculo entre filosofía y sociedad. Es por ello que, al desconocer el condicionamiento social sobre el pensamiento y el carácter social de las ideas, no se puede comprender en toda su dimensión la importancia y la utilidad de la reflexión filosófica, de la filosofía misma. "A quien desconozca la dinámica de las ideas dentro de la estructura social, la filosofía siempre le parecerá una especulación ajena a la vida y, por tanto, inútil y sin sentido"[43]. Aristóteles planteaba que lo que creemos útil no es más que lo que nos complica y nos es inservible. "Los bienes exteriores y las cosas que se dicen útiles son precisamente aquellas cuya abundancia nos embaraza inevitablemente, o no nos sirven verdaderamente para nada"[44].

La utilidad de la filosofía no se puede entender como la utilidad de los utensilios. En el filosofar, útil (ser-para, algo-para) no es sinónimo de utensilio (lo manejable o manipulable). "En efecto, ser útil significa: servir-para, ser adecuado-para, poderse emplear-para, poder manejar-para… las cosas tienen sentido cuando tienden-a, se orientan-hacia, sirven-para, significan-algo… El sentido es un carácter intencional conferido a las cosas"[45]. El "para" es el núcleo ontológico de los entes (todo aquello que es o vale), es decir, de todos los seres: reales o cosas (físicos o psíquicos), ideales (matemáticos, lógicos y relacionales), valores y metafísicos[46]El término utensilio significa artefacto o instrumento que el hombre fabrica y maneja. "Utensilio es lo manejable o manipulable, lo estrictamente a la mano, mientras que lo útil es lo disponible… El carácter medial de lo útil (en el sentido más amplio) se revela en su ser-para, es decir, en su relación con ciertos objetivos o fines. Fin es aquello en gracia a lo cual se hace algo"[47].

Teniendo en cuenta el carácter social y público de la filosofía, "negar el nexo entre filosofía y sociedad sería condenar la historia de la filosofía a un recuento estéril e irreal de doctrinas abstractas sin conexión con los problemas básicos de cada época"[48]. Ubicar la filosofía dentro de una estructura social en un contexto cultural determinado facilita entender que ésta "no escapa de por sí al conjunto de sobredeterminaciones materiales, sociales e históricas del todo social"[49]. La historia de la filosofía le permite que el estudiante aprenda a pensar por sí mismo, "encontrando interlocutores privilegiados en los pensadores del pasado"[50].

Se podría afirmar que el impresionante y necesario avance del saber científico y de su brazo armado (la tecnología) sería una "realidad" aparente de que lo práctico se imponga sobre lo teórico, lo concreto sobre la especulación. Esta "invisible" apariencia nos muestra una evidente y patética realidad: debemos ser más pragmáticos, buscar lo práctico, lo útil, lo rentable, lo que produzca dinero, máxime si ésta es una sociedad capitalista, cuyo Dios es el Todopoderoso Dinero. "La preocupación por el dinero era como un gran cáncer que iba devorando a los individuos de todas las clases… Toda su vida depende de poder gastar dinero… Esta es nuestra civilización y nuestra educación: acostumbramos a las masas a depender por completo del gasto de dinero, y luego el dinero desaparece… Esa es la única forma de solucionar el problema industrial: enseñar a la gente a que sepa vivir y viva en la belleza sin necesidad de comprar. Pero no puede hacerse. Las cabezas sólo miran hoy en una dirección. Mientras que la gran masa de la gente no debería intentar pensar siquiera, porque no pueden. Deberían vivir y dar saltos y adorar al gran dios Pan. Es el único dios apropiado para las masas, y siempre lo será. Hay una minoría que puede dedicarse a cultos más elevados si le gusta… El dinero envenena cuando se tiene y mata de hambre cuando no"[51]. El dinero es la vida, sentenció Balzac. "El dinero lo consigue todo"[52]. Y para conseguirlo hay que hacer lo que sea, cueste lo que cueste; no importa que, por correr tras él, haya necesidad de perder la dimensión espiritual del hombre, despersonalizarse, ignorando que persiguiendo la riqueza es difícil conseguirla. "¡Oh execrable hambre del oro!, ¿adónde no conduces al insaciable apetito de los mortales?… La ciega codicia que os enferma, os ha hecho semejantes al niño que muere de hambre y rechaza a su nodriza"[53]. Según el filósofo Nicolás Berdiayev, la "mano fuerte del poder dinero" genera violencia. "Ésta es la dictadura oculta de la sociedad capitalista. No emplea directamente la violencia sobre el hombre, en una forma notoria. La vida de un hombre depende del dinero, que se erige en el poder más impersonal, el menos calificado en el mundo, y el más fácilmente cambiable por todo cuanto se le asemeje. No es, directamente por medio de la violencia física, como se despoja a un hombre de su libertad de conciencia, de la libertad de pensamiento, y de la libertad de opinión, sino que se le coloca materialmente en posición de dependencia, y así se ve abocado a la amenaza de la muerte por inanición, y ulteriormente a la privación de su libertad. El dinero da independencia; la falta de dinero pone a un hombre en situación de dependencia"[54]. En el capitalismo todo está a la venta -decía el intelectual Noam Chomsky-, y más se puede obtener cuanto más dinero se tenga. Pareciere que por perseguir el ente se perdiera el ser. "¡Maldito dinero! Siempre acaba amargándole a uno la vida"[55]. Si queremos conservar la esencia de nuestro ser autentico, no podemos dejarnos eclipsar por el brillo oropelesco de los entes. El término SER, al revés es RES, y una res o vaca sólo vive para comer, y se deja llevar al matadero sin protestar…

No es que la filosofía sea enemiga del dinero. El dinero se necesita y es vital en nuestra sociedad capitalista. Pero, siguiendo a Aristóteles y su "justo medio", mucho dinero no es conveniente y poco dinero tampoco es conveniente. Económicamente, no es recomendable ser rico o ser pobre. Lo importante es tener el dinero que se necesita para satisfacer las necesidades que sólo éste puede satisfacer. El exceso de dinero o la carencia de éste traen ciertas complicaciones que nos esclavizan. Antes que ricos o pobres, necesitamos afirmarnos como personas que buscamos incansablemente la verdad y la felicidad.

La dimensión espiritual, que tiene "hambre de verdad", sólo se enriquece si hay acceso a ella. La riqueza del espíritu, en comunión con la naturaleza y la sociedad, permite que el hombre se oriente en su búsqueda de la verdad. José Saramago piensa que "lo que da verdadero sentido al encuentro es la búsqueda y que es preciso andar mucho para alcanzar lo que está cerca"[56]. El mundo de lo aparente atrae y extravía inexorablemente a quien no logre desarrollar su dimensión filosófica.

¡Eso sí!, "la filosofía ni salva ni resucita, sino que sólo pretende llevar hasta donde se pueda la aventura del sentido de lo humano, la exploración de los significados"[57]. Gracias a ella alcanzamos la magnanimidad. La filosofía "consiste en ampliar el campo de la visión mental, en concentrarse en ideas elevadas y cuestiones sublimes, en abandonar la mentalidad pueblerina para contemplar el vasto mundo de que somos ciudadanos"[58]. Contemplar es, según Ricardo Peter, descubrir, admirar y mimar algo, acciones lúdicas, en el más noble sentido de la palabra, vale decir no sólo de juego, sino de celebración, y diversión. Escuchemos a Peter:

"Es claro que el juego al que aquí aludimos acontece en la subjetividad del filósofo, entre la realidad y las ideas audaces que se forman en su mente acerca de la realidad. Ideas y teorías que el filósofo celebra en su mismo nacimiento y que lo conducen a recrearse de sus conocimientos, sentido etimológico de la palabra divertirse, porque, al fin y al cabo, el conocimiento científico no escapa al carácter de conjetura y en cuanto tal puede impugnarse y por lo tanto recrearse, gracias a la filosofía… Contemplar es como recibir una sacudida y vivir una especie de revolución. Ninguna computadora podrá jamás convulsionarse como el hombre ante la fascinante idea del origen del mundo o la realidad del infinito. Contemplar es quedar arrebatado por un "objeto", la verdad, la belleza, el bien, que se coloca como algo sagrado, enteramente vivo, dentro del alma del filósofo. La contemplación es estética. De aquí que todo acto de contemplación es un texto de filosofía indescriptible. La contemplación cancela la distancia entre ese objeto y el sujeto (que para nuestro caso es el filósofo) y da lugar a un acontecimiento único: el asombro. Según Aristóteles, el asombro o la capacidad de maravillarse fue el inicio de la filosofía. El filósofo queda literalmente envuelto por el estupor… La filosofía suscita estupor y maravilla ahí donde la mente científica aprecia un fenómeno, lo domestica a través de sus leyes, lo cotiza, lo envasa y lo lanza al mercado bajo el ropaje del último artefacto técnico. De aquí que el estupor que produce la contemplación sea conditio sine qua non de la filosofía… El filósofo, como profesional de la contemplación, no se avergüenza de la ignorancia, antes bien hace acopio de ella porque la verdad es un objeto perpetuamente perseguido. A diferencia del pedante que detesta la ignorancia, el filósofo le da validez. La ignorancia es el único remedio contra la fatuidad. De aquí que el filósofo se sirva de la ignorancia como peldaño hacia la verdad. Plantear preguntas es una especie de oficio para el filósofo. Es la forma de mantenerse abierto, en tensión hacia el terreno de la sabiduría"[59].

La filosofía interesa a quienes tienen vocación filosófica. Tal como lo plantea el filósofo y "consejero filosófico" estadounidense Lou Marinoff[60]el intercambio de ideas es un valioso lujo (pese a no figurar en los listados de cotización de Wall Street) y es gratis en casi todos los casos, y aclara que los cafés filosóficos están devolviendo a la filosofía su cometido original de proporcionar alimento al pensamiento de las personas en la vida cotidiana animándolas a profundizar en su vida. "A menudo, la obtención de un título en filosofía representa un medio de afirmación social"[61].

Sobre la importancia de la filosofía, del filosofar, en la vida cotidiana, veamos lo siguiente:

"La enunciación del concepto de la filosofía, del contenido y objeto de su estudio, de su descripción como una materia dirigida a hacer una especie de ejercicio de aplicación del intelecto y del raciocinio en torno a algunas cuestiones que parecen tan abstractas; puede inducir a considerar que se trata de un conjunto de desarrollos totalmente especulativos, absolutamente ajenos a lo que pueda ser el requerimiento o tener incidencia en la vida cotidiana, en las ocupaciones y preocupaciones diarias en la vida familiar, en las relaciones con las demás personas y respecto de las cuestiones comunes de la vida.

Sin embargo, el conocimiento de la filosofía no se reduce al estudio de las diversas concepciones y doctrinas estructuradas en torno a los diversos problemas inherentes a esta materia.

l estudio de la filosofía determina, por encima de todo ello, adoptar una actitud intelectualmente inquieta ante la cantidad de cuestiones y circunstancias que dicha vida cotidiana plantea; y en valerse del conocimiento filosófico adquirido en ese proceso educacional, para colocarse en mejores condiciones de afrontar los problemas de esa vida cotidiana. El estudio sistemático del pensamiento filosófico permite adquirir el instrumento para asumir una actitud filosófica; algo que en alguna medida moldea la propia personalidad y determina que, al abordar las argumentaciones que se formulan respecto de esas cuestiones, cada uno se incline (aunque sea en forma primaria) a compartir algún determinado sistema filosófico, o a componer un propio sistema personal, con una combinación de lo que se ha estudiado con algunos conceptos personales…

La reflexión a que esto induce, es que el conocimiento filosófico es un instrumento esencial en la vida cotidiana, para desenvolverse en ella de la mejor manera, acostumbrarse a reflexionar detenidamente, y a no obrar en forma precipitada antes de adoptar decisiones importantes en la vida, o de adoptar actitudes, consumar hechos o asumir conductas cuyas consecuencias deben medirse, meditarse y ponderarse cuidadosamente. Y también para proveerse de la fuerza espiritual necesaria para sobrellevar las circunstancias negativas o dolorosas que necesariamente se deberá enfrentar alguna vez.

En la vida social, y en las actividades que ella requiere del individuo, especialmente en cuanto participante de las actividades propias del ciudadano como agente político en la democracia, es muy grande la importancia de disponer de un cierto nivel de conocimiento filosófico; sobre todo, en cuanto ello conduce a tener una actitud atenta y reflexiva, especialmente dirigida a advertir que los temas importantes siempre son complejos y que no pueden simplificarse ocultando o ignorando parte de sus componentes, ni examinarse exclusivamente desde un enfoque personalmente interesado, que es lo característico de la demagogia.

En ese orden de cosas, la filosofía es un instrumento que permite reconocer los factores de las relaciones humanas que muchas veces no se hacen ostensibles; que suelen estar presentes en las actitudes o en las expresiones como resultantes de un obrar inconsciente, pero que en gran medida determinan la calificación y los presupuestos de estas conductas y expresiones.

Ocurre, de tal manera, que el conocimiento filosófico es un valioso instrumento crítico de los prejuicios y dogmatismos -considerando tales aquellos conceptos que no resultan objetiva y racionalmente justificados- que influyen en la actividad de las personas, los grupos de intereses y especialmente en la estructura de las ideologías.

La filosofía puede considerarse como el conjunto de ideas, imágenes y valoraciones que utiliza una sociedad determinada para conocer e interpretar su propia realidad y para tratar de alcanzar ese conocimiento en una forma objetiva…

La filosofía es lo contrario del voluntarismo ideológico, no pretende transformar la realidad sino alcanzar a conocer cómo ella verdaderamente es, y comprender las razones por las cuales es así.

La cultura filosófica permite reconocer esas razones profundas, esa armonía esencial de la realidad, tanto en el orden del hombre individual como en el de su relacionamiento con los demás a través de la vida social, económica o política, pero que a menudo es negada en una forma que permanece implícita; especialmente en lo que en la vida cotidiana de la actualidad son los innumerables mensajes que las personas reciben y que, más que por sus contenidos ostensibles, importan porque apuntan a implantarles en forma no consciente, esos presupuestos de índole ideológica"[62].

En nuestro contexto, dominado por el poder de la ciencia y la tecnología, filosofía y práctica son dos palabras que no suelen vincularse, pero lo cierto es que la filosofía siempre ha proporcionado herramientas para que la persona se enfrente a los problemas prácticos de la vida cotidiana. "Es triste pero en nuestra sociedad la literatura, la pintura, el teatro y el arte en general están en peligro de extinción, para no hablar de la filosofía. Muy pocos jóvenes se atreven a llegar a sus casas con la noticia de que quieren ser artistas, pues la pregunta obligatoria de los padres es: ¿Usted de qué piensa vivir? Aunque uno les podría contestar de igual modo: Para qué vale la pena vivir si uno no puede trabajar en lo que verdaderamente le apasiona"[63]. El filósofo Cristian Perdigón Lesmes, analizando la obra de Estanislao Zuleta, al respecto nos dice que el conflicto entre el arte y el desarrollo capitalista de las ciudades obedece principalmente a la resistencia que ejerce la práctica artística frente a las actividades propiamente productivas. "Entre estas últimas sobresale la política porque, al igual que la economía, tiene la función práctica de organizar y regular a la comunidad, lo cual por principio choca con la naturaleza crítica del arte, no sólo en cuanto deslegitimador u opositor del orden social —pues no todas las experiencias artísticas son abiertamente contestatarias?, sino porque, por ejemplo, actividades como leer un libro, elaborar una escultura o una pintura, además de requerir del escaso tiempo productivo del capitalismo, el resultado de estos procesos la mayoría de las veces no puede valorarse con los mismos criterios que se le aplican a la mercancía"[64]. Agrega Perdigón, citando textualmente a Zuleta, que "el arte no es un lujo, un adorno, sino la manera de apreciar la vida de tal modo que no se convierta en un letargo"[65]. El afán consumista, de útiles "realidades" y no de inútiles "fantasías", impide que las personas, que sólo piensan en lo "práctico", en lo "útil" y en lo "real" o en las "realidades", disfruten de sus dimensiones lúdica, metafísica, simbólica, trascendente y artística; es decir, de la existencia como totalidad. "Es increíble pero hoy en día la máxima aspiración de muchas personas no es disfrutar la existencia ni percibir las maravillas que nos ofrece la vida a cada instante. Poco les importa la sabiduría, la cultura, la comprensión de los múltiples fenómenos que nos rodean y que pueden hacer mejor, más llevadera, la vida para todos. Estas personas jamás sentirán gusto por "perder" algunos minutos charlando con un desconocido que casualmente encontraron por ahí, cazando mariposas"[66]. Pero en un mundo de "realidades", ¿qué espacio hay para la libre y deleitable actividad del espíritu? "…Oye [dice un padre a su hijo]: los versos no valen. Los versos en Colombia no valen dinero… -Yo [replica el joven] nunca los he hecho con el sacrílego y mezquino fin de venderlos, porque son los jirones que los poetas nos arrancamos del alma, y el alma no se vende…"[67].

Esta "realidad" nos insta a reflexionar sobre la "ficción" vertida en una de las más excelsas piezas de la literatura universal como "las únicas cosas necesarias":

"-Pues bien; lo que yo quiero son realidades. No les enseñéis a estos muchachos y muchachas otra cosa que realidades. En la vida sólo son necesarias las realidades.

No planteéis otra cosa y arrancad de raíz todo lo demás. Las inteligencias de los animales racionales se moldean únicamente a base de realidades; todo lo que no sea esto no les servirá jamás de nada. De acuerdo con esta norma educo yo a mis hijos, y de acuerdo con esta norma hago educar a estos muchachos. ¡Ateneos a las realidades, caballero!

La escena tenía lugar en la sala abovedada, lisa, desnuda y monótona de una escuela, y el índice, rígido, del que hablaba, ponía énfasis en sus advertencias, subrayando cada frase con una línea trazada sobre la manga del maestro. Contribuía a aumentar el énfasis la frente del orador, perpendicular como un muro; servían a este muro de base las cejas, en tanto que los ojos hallaban cómodo refugio en dos oscuras cuevas del sótano sobre el que el muro proyectaba sus sombras. Contribuía a aumentar el énfasis la boca del orador, rasgada, de labios finos, apretada. Contribuía a aumentar el énfasis la voz del orador, inflexible, seca, dictatorial. Contribuía a aumentar el énfasis el cabello, erizado en los bordes de la ancha calva, como bosque de abetos que resguardase del viento su brillante superficie, llena de verrugas, parecidas a la costra de una tarta de ciruelas, que daban la impresión de que las realidades almacenadas en su interior no tenían cabida suficiente. La apostura rígida, la americana rígida, las piernas rígidas, los hombros rígidos…, hasta su misma corbata, habituada a agarrarle por el cuello con un apretón descompuesto, lo mismo que una realidad brutal, todo contribuía a aumentar el énfasis.

-En la vida, caballero, lo único que necesitamos son realidades, ¡nada más que realidades!

El orador, el maestro de escuela y la otra persona que se hallaba presente se hicieron atrás un poco y pasearon la mirada por el plano inclinado en el que se ofrecían en aquel instante, bien ordenados, los pequeños recipientes, las cabecitas que esperaban que se vertiese dentro de ellas el chorro de las realidades, para llenarlas hasta los mismos bordes"[68].

"¿Para qué filosofar?", preguntan algunos detractores de la filosofía. "Con hambre no se puede filosofar", advierten otros. Veamos en qué fundamentan sus inquietudes. Con escasas excepciones, los grandes filósofos nacieron, vivieron y filosofaron en el seno de familias adineradas, poderosas o allegadas al poder político, económico o religioso. En el libro "Clásicos del Pensamiento Resumidos", de Rafael Méndez Bernal, encuentran evidencias para sustentar parte de este aserto[69]Heráclito "era miembro de una familia real y por tanto destinado al ejercicio del poder…" Platón era "miembro de la más alta nobleza…" Séneca "participó en la corte de los emperadores…" Santo Tomás de Aquino "era hijo del conde Landolfo de Aquino… nació en el Castillo de Roccasecca…" Francis Bacon "…fue nombrado canciller de Inglaterra y obtuvo el título de barón de Verulam". Maquiavelo pertenecía "a una excelente familia de la burguesía toscana…" Descartes "era hijo de una familia de renombre…" Tomás Hobbes "buena parte de su vida intelectual la dedicó a sus labores como preceptor de la nobleza". John Locke era el hombre de confianza de "Lord Asheley, conde de Shaftesbury, consejero plenipotenciario de Carlos II…" Por su parte, el Diccionario Filosófico, de Leonor y Hugo Martínez Echeverri, dice que Aristóteles "fue amigo de Amintas II, rey de Macedonia… Fue preceptor de Alejandro Magno a solicitud de Filipo de Macedonia". Arthur Schopenhauer perteneció "a la alta burguesía de su país; su padre era un rico comerciante y su madre una culta novelista". Paul Henri Holbach pudo dedicarse por completo al estudio de la filosofía gracias a "su título de barón y su sólida estabilidad económica". Friedrich Engels era "hijo de un industrial…" Claude Henry de Saint-Simón pertenecía "a la nobleza…" Marco Aurelio fue "emperador romano de la dinastía de los Antoninos…" Germán Marquínez Argote señala que Jeremías Bemthan recibió una herencia que le posibilitó una sólida situación económica: "Durante el resto de su larga vida de soltero, una existencia confortable en su residencia de Londres"[70]. Según la Biblioteca de Consulta Microsoft Encarta, Ludwig Josef Johann Wittgenstein nació en el seno de una familia rica e ilustrada.

Así, muchos otros filósofos procedían de familias con gran poder económico o político. Esto es evidente, pero la filosofía satisface el "hambre de verdad" y no el hambre de comer. Sólo quienes tienen "hambre de verdad" y se preguntan por la dinámica real, son partidarios de la filosofía. Marx afirmaba que la filosofía no debe ser aristocrática, es decir, hecha por hombres al margen de la vida común, sino que debe estar hecha a la medida del hombre medio, del hombre que tiene necesidades y vive en sociedad. "El filósofo, aunque sea un muerto de hambre, es un aristócrata y no sólo por el origen aristocrático de la filosofía, sino porque, en todo caso, la filosofía sólo procura servirse a sí misma y no para saquear o dejarse saquear de otros"[71].

Como autodidacto "consagrado" y como "filósofo profesional", egresado de una de las más prestigiosas universidades del mundo (Santo Tomás) e inmerso en una cultura profundamente influenciada y dominada por el poder del dinero, en los albores del siglo XXI, debo aceptar provisionalmente que el quehacer filosófico (no la filosofía) no produce dinero (el amo y señor en muchas circunstancias), pero sí genera un valioso "capital" para el "alimento" de la dimensión espiritual (en el auténtico sentido filosófico de la palabra), para el fortalecimiento del espíritu humano, para la actividad del espíritu, para el cultivo del espíritu.

Necesitamos tener presente que el filosofar no se limita a teorizar sobre la naturaleza, la estructura y el funcionamiento del cosmos[72]ni a la actividad profesional para ganar un sueldo, sino que se trata de un modo de existencia, una forma de vida, un cuidado de nosotros mismos, un cultivo de afectos, pasiones y placeres. La filosofía, el filosofar, como se sabe, reflexiona sobre el ser (ontología), sobre el saber (gnoseología) y sobre el obrar (ética). La filosofía, el filosofar, nos facilita hacernos cargo de nuestra existencia.

Desgraciadamente, el dinero es la llave que "abre" muchas puertas en nuestra sociedad, y el filosofar sólo aporta satisfacciones espirituales, incrementa el amor por el conocimiento y la sabiduría, nos fortalece éticamente, nos permite entender la política, satisface nuestra necesidad de saber y comprender, nos ayuda a encontrar sentido a la vida, nos permite percibir, interpretar y sistematizar la realidad de manera coherente, desarrollar y fortalecer la conciencia crítica, pensar por nosotros mismos; pero no nos aporta dinero. "Sin embargo, hasta aquí pienso que la defensa de la filosofía, la demostración de que, en efecto, no está en función de una utilidad en sentido egoísta o estrecho, sino que cumple un papel significativo como aliada de la ciencia y en la promoción de un mundo mejor mediante el pensamiento crítico, no es suficiente para contestar a la inquietud respecto a de qué van a vivir como profesionales de filosofía. Esto indica que es necesario saber a qué atenerse al respecto, esto es, saber si se puede vivir no sólo para sino también de la filosofía. Particularmente, en un contexto como el actual que, al acotar la educación a criterios mercantilistas, parecería que la filosofía es superflua, que sus espacios de desarrollo laboral son muy limitados, o que está reducida al ámbito académico, principalmente en el bachillerato. Esta situación indicaría además que no tiene posibilidades de un ejercicio liberal económicamente hablando, pues el empleo de un licenciado en filosofía, desde esta óptica, dependería invariablemente de alguna institución educativa pública o privada que actúa como su empleador. Sin embargo, habría que señalar, en principio, que la problemática actual de encontrar empleo no es privativa de la carrera de filosofía, sino que actualmente todas las demás carreras pasan por dicha dificultad en estos momentos de crisis económica estructural del capitalismo, donde el modelo económico prevaleciente (el neoliberalismo) está muy ceñido a la generación de riqueza material en beneficio de una minoría de grandes empresarios"[73].

¿Ante el abrumador poder del dinero puede resultarnos de utilidad económica filosofar? Muy poco. Los grandes filósofos nunca fueron pobres económicamente. No filosofaron desde, entre y dentro de la miseria económica. Pero, si bien es cierto que el filosofar no es lucrativo, no podemos desistir de tan asombroso y maravilloso quehacer. A pesar de que para el filósofo no hay actividades "prácticas" que le generen dinero (como profesor hay pocas oportunidades), la filosofía ha tenido, tiene y tendrá un espacio en la educación como cualquiera otra materia académica. Así como en la educación de nuestro entorno se imparten otros saberes (muchos de ellos poco lucrativos), la filosofía debe conservar y fortalecer su lugar. "Esta apertura progresiva de la filosofía a los problemas de nuestras sociedades y al papel que la educación de la filosofía puede desempeñar en la formación de los ciudadanos del mañana puede parecer coherente con el lugar que ocupa en el seno de los saberes actuales. Hoy más que nunca, la enseñanza filosófica tiene por vocación la educación hacia la crítica de todo saber que se considere como definitivo, contra todo sistema conceptual dogmático y doctrinario. Por su índole, se propone desidentificar las estructuras intencionales fundamentales de cada cultura y de cada comportamiento humano, individual y social, para arraigarlos en una perspectiva histórica y liberarlos de toda pretensión al absolutismo. La filosofía libera a los individuos del peso de los condicionamientos éticos, culturales y sociales que han heredado y, mediante su acción crítica, puede encontrar ciertas resistencias que surgen de una u otra comunidad cultural. La filosofía, precisamente porque forma primero la mente crítica de los individuos, ejerce una acción liberadora mediante un proceso educativo. En primer lugar, nos enseña a comprender la complejidad de la acción humana, a considerar en cada acto y en cada actitud la expresión de formas espirituales, cuya naturaleza histórica reconoce y pone en situación de interactuar y de modificarse mutuamente"[74].

Aprender a filosofar no implica que la persona tenga que dedicarse por entero a la filosofía: se aprende a filosofar leyendo filosofía y reflexionando filosóficamente. Se puede "ser" "arquitecto", "ingeniero", "médico", "abogado", etcétera, sin que por ello se excluya la opción existencial de aprender a filosofar. En todas las profesiones es de utilidad el filosofar, el desarrollar un espíritu crítico que les permita a los profesionales pensar críticamente por sí mismos. Quien quiera dedicarse o entregarse por "entero" a la maravillosa aventura del filosofar o al mundo apasionante de la filosofía, lo puede hacer a través de la docencia, la investigación y la divulgación filosófica. Estas tres actividades o "profesiones" sí sirven como fuente de ingresos económicos. Como se colige, la filosofía sí es útil; no como profesión para resolver problemas técnicos, procedimentales, "prácticos" u operativos de la vida cotidiana, sino como una actividad intelectual o del espíritu para problematizar nuestra vida existencial y preguntar y preguntarnos con profundidad y radicalidad por el porqué de los porqués. ¡Eso sí, en filosofía no se pregunta para obtener respuestas, sino se pregunta a partir de las respuestas con que se siente satisfecho y conforme el hombre extraviado en su aletargadora cotidianidad! La filosofía es útil para investigar racionalmente los fundamentos últimos de la realidad y el significado y finalidad de nuestras vidas. ¿Esto será de utilidad?

En concepto del profesor Félix María Moriyón, una característica posible de la filosofía es el hecho de que permanentemente se cuestiona su legitimidad, por lo que los filósofos se ven obligados a defender la legitimidad de su actividad. "Algo similar se puede decir de la enseñanza de la filosofía; desgraciadamente no goza del suficiente reconocimiento social como para que su presencia sea algo aceptado sin discusión previa, como ocurre con la enseñanza de otras disciplinas"[75]. Las matemáticas, la religión, la historia, la geografía, entre otras asignaturas, ¿son realmente lucrativas? ¡No! Es posible que la informática y la contabilidad, sí. "Tal parece que el sistema en el que vivimos inmersos nos ha enseñado que el progreso y la acumulación material son los únicos elementos para una vida próspera. Por ello, las ciencias administrativas, la economía, la política y las ciencias como la física, la química, la medicina, la informática y las telecomunicaciones, son el non plus ultra del nuevo milenio. Las ciencias sociales no son rentables, las investigaciones no hacen ganar dinero. Hay que vender, satisfacer a la población con productos y llenarlos de mercadotecnia, clonarnos, descubrir el genoma humano, usar celular, usar transgénicos, comprar tiempos compartidos en el Caribe o ya de perdis en Acapulco, tener una casa con jardín, un perro y una camioneta y gastar y gastar y gastar. Así se debe vivir. Si tu proyecto no lleva esa línea, no sirve"[76]. Pero el estudiante no se puede convertir sólo en una máquina productiva, también debe humanizarse. ¿Cómo se humaniza? Con la ayuda de la filosofía, aprendiendo a filosofar. Los detractores de la filosofía es necesario que recuerden las palabras del filósofo Francis Bacon: "No se han de estimar inútiles aquellas ciencias que no tienen uso, siempre que agucen y disciplinen el ingenio". La filosofía agudiza y disciplina el ingenio.

El estudiante puede aprender y dominar con habilidad otros saberes "útiles" para subsistir. Pero si no se conoce a sí mismo y no sabe vivir, ¿entonces qué sabe en realidad? Él necesita buscar respuestas a las preguntas fundamentales que le suscita la existencia auténtica. "Si no sé contestar satisfactoriamente a estas preguntas, aunque sepa mucha matemática, biología, medicina, paleontología, economía, etc., no me conozco, es decir, soy un desconocido para mí mismo; y no sé siquiera para qué hago todo lo que hago. Necesito saber, no sólo simplemente para saber, sino saber para qué sirve el saber. ¿Qué hago, qué voy a hacer conmigo mismo, con lo que sé y lo que puedo hacer?"[77].

La función principal de la filosofía en la educación es enseñar a pensar al estudiante. "Se trata de ayudarlo a orientarse por sí mismo, a comprender la realidad adecuadamente, a reflexionar, a problematizar las situaciones, a adquirir una conciencia de los valores y a reelaborar el saber de manera autónoma, en resumen: a permitirle que sea capaz de proyectarse en el futuro, ya sea en el momento que deba tomar decisiones para orientarse en sus estudios o en una actividad profesional como en función de su aptitud a participar de manera creativa en la vida social. La presencia de la filosofía en todas las ramas está motivada por su capacidad de despertar una actitud crítica y problemática, de permitir una relación sensata entre los saberes, una reflexión sobre sus condiciones de existencia y de sentido, de activar en la reciprocidad del diálogo la dimensión de comunicación en la experiencia enseñanza-aprendizaje"[78]. Pero para enseñar a pensar, precisa Ricardo Yepes Stork, lo primero que hace falta es -evidentemente- haber pensado, haberse sometido a la disciplina del entendimiento y escrutar lo que las cosas son. "Una tarea importante de los padres y educadores es fomentar una actitud crítica ante lo que se ha establecido como uso corriente en la sociedad", agrega. Muchos docentes y padres de familia, incluso estudiantes, defienden que lo más importante es adquirir un buen nivel de información y ser "inteligentes". Lo importante es enseñar a pensar. "Guerra, pues, a los manuales y esfuerzo por poner al estudiante en contacto directo con los grandes maestros del pensar, no en cuanto digan esto o aquello, sino en cuanto puesta en marcha de formas excepcionales de pensar. Suscitación del espíritu crítico frente a la propia realidad y frente a cualquier sistema que pretenda explicarla. Lanzamiento a la producción personal, a la creatividad en el análisis, en la comprensión y en el hallazgo de respuestas. Preparación técnica para poder ponerse en contacto con los grandes pensadores para ejercitar la crítica filosófica y para poder producir…"[79].

El reconocido investigador Edward De Bono[80]especialista europeo en educación, nos advierte que "ser inteligente no significa saber pensar" y aclara que "la información y la inteligencia también son muy importantes, pero ninguna de las dos garantizan, ni mucho menos, la capacidad de pensar, la capacidad de mirar las cosas sin transitar siempre por los mismos patrones establecidos". De Bono, convencido de la importancia de aprender a pensar, señala que es cierto que las matemáticas agilizan la mente, pero que también hay muchas otras formas de hacerlo, y deberíamos ayudar a nuestros jóvenes a explorarlas de una vez por todas. Como quiera que "el pensamiento es la capacidad humana más básica y durante 2400 años le hemos prestado muy poca atención". De Bono recomienda que "si encontráramos la forma de enseñarles a pensar creativamente, les daríamos elementos para que reafirmen la autoestima, la autoconfianza", y esto haría la diferencia para muchos de ellos. El escritor Herman Hesse señala que "el aprender a calcular es, sin duda, muy útil", pero estima "absurdo e infantil que un individuo se pasara toda su vida dedicado a tales cálculos y llenando constantemente de cifras papeles y papeles"[81]. El filósofo Matthew Lipman señala que "las técnicas para razonar, investigar y formar conceptos que la filosofía nos proporciona, aportan una calidad que es indispensable para la educación y que ninguna otra disciplina puede proporcionar"[82].

Como una salida a semejante encrucijada, temporalmente es conveniente proponer que el estudiante aprenda cosas "prácticas", con el apoyo de la filosofía. "Primero trabajar, luego filosofar", parece ser la divisa. Pero lo ideal debería ser lo contrario: primero filosofar, luego trabajar; es decir, primero ser y después hacer para tener. "Pero para vivir conforme a la categoría y dignidad del ser humano es necesario saber por qué vivir y cómo conviene vivir dentro de las diversas opciones que se me presentan"[83]. El profesor Jhon Fredy Suárez Solano señala que "vivimos en un mundo muy competitivo, en donde el darwinismo social es la clave del éxito, desde luego en nuestro mundo el éxito es individual y se valora muy poco el trabajo en equipo", y aclara que "la escuela no sólo debe formar a las personas para el trabajo (que es lo que la mayoría de la gente entiende por educación), sino que debe formarlas también para ser mejores personas, seres humanos con sensibilidad frente a la vida; en otras palabras, prepararlos para ser ciudadanos del mundo"[84]. La escuela, lastimosamente, no forma críticamente; pero si se acude a la filosofía otra sería la realidad. "Se comprueba, en particular, que la escuela no prepara lo suficiente a los jóvenes para vivir la experiencia del pluralismo y desarrollar una mente crítica. La filosofía aparece entonces como una respuesta a esas lagunas, al ofrecer, en efecto, un método de análisis y argumentación"[85].

En nuestro entorno capitalista y en un mundo globalizado, dominado por la política, la ciencia, la tecnología y el avasallante poder del dinero, pareciere no haber espacio para ideales. "Primero comer, después reflexionar" es la ley. Proponer lo contrario, sería iluso. El filósofo es consciente de ello, porque la filosofía, en lugar de alejarlo, lo acerca profundamente a la realidad y lo sitúa en ella. El arrollador poder del capitalismo tiene su ley: primero el dinero, después la humanización. Primero conseguir dinero que ser persona. El capitalismo inescrupuloso pretende prescindir de la filosofía, por cuanto a las cosas bellas de la vida busca despojarlas de su valor intrínseco para convertirlas en mercancías, en objetos de consumo, olvidándose de la calidad humana. El filosofar nos convierte en auténticas personas, pero esa no es la ley del capitalismo. ¿Qué se puede hacer? Quienes filosofamos somos pocos, muchos los poderosos por la influencia del dinero. El dinero manda y da poder, y el poder es para "poder". ¿Será cierto que el poder vuelve estúpidos a los hombres? Según Kant, la posesión del poder echa a perder inevitablemente el libre uso de la razón. No sólo eso, el poder, "para llegar a constituirse, ejerce, de una u otra manera, violencia"[86]. En opinión de José Francisco Escudero Moratalla, "el poder es una trampa, lo que creemos poseer, nos posee, no tenemos nosotros poder, es el poder el que nos tiene a nosotros y no nos deja escapar de sus redes"[87].

El quehacer del docente de filosofía involucra la actividad de procurar que el estudiante comprenda que, si bien es cierto que en nuestro contexto, el filosofar no es lucrativo materialmente, es necesario que aprenda a filosofar como una forma de humanizarse, porque muy poco le aportarán los conocimientos "prácticos" si el influjo del dinero (¿corruptor?) y otros sucedáneos lo despersonalizan.

Los detractores de la filosofía han llegado al extremo de ridiculizarla y menospreciarla de tal manera hasta proponer que es útil… para asaltar bancos. Tibor Fischer, en su novela Filosofía a mano armada, presenta a un profesor de filosofía, fracasado y borrachín, planeando y asaltando bancos según pautas de algunos sistemas filosóficos. "Como método para atracos los sistemas filosóficos se muestran en la novela mucho más útiles de lo que suelen ser en otros campos"[88]. La civilización islámica también concibe la filosofía como algo poco práctico, a juzgar por un pasaje de la novela Ekkehard, del escritor alemán Josef Viktor von Scheffel, publicada en el siglo XIX. Un musulmán preguntó a otro qué era filosofía, ante lo cual obtuvo como respuesta que "cuando alguien no sabe por qué está en el mundo y se le mete en la cabeza saberlo" es lo que en Occidente se llama filosofía. El otro, con un sentido más práctico, observó que "el que tiene una espada en la mano y un caballo entre sus piernas, ése sí sabe por qué está en el mundo". Lo que desconocía este musulmán era que las ideas y los dogmas de El Corán (el libro sagrado de los musulmanes) y la imposición de estas doctrinas alienadoras fueron la base de la civilización islámica que se convirtió en imperio sometiendo a los demás con el poder de la espada. "La pluma es famosa por ser inmensamente más poderosa que la espada, y el poder de las ideas (de las doctrinas) sobrevive a la autoridad de los gobiernos. Ni siquiera los mayores imperios, al depender del poder de la espada, pueden durar para siempre. Los poderes espiritual e ideológico son más fuertes a largo plazo"[89]. Quienes proclaman el fin de la filosofía, deberían escuchar el derroche metafórico de Stefan Zweig: "Pero antes de que un cirio se extinga, siempre alza una vez más, desesperado, su llama. Antes de que una idea sea eliminada por la tormenta del tiempo, todavía despliega otra vez sus últimas fuerzas"[90].

Muchos han llegado al extremo de "profetizar" el fin de la filosofía. Así lo planteó el filósofo Augusto Comte en el siglo XIX, porque lo que éste llamaba la etapa metafísica había sido superada por la etapa positiva, en la que la filosofía viene a ser reemplazada por las ciencias positivas. Y desde Comte se sigue "hablando" del fin de la filosofía. Sin embargo, la filosofía sigue y seguirá muy viva. Algunas formas de filosofar es posible que tengan un fin. "Se puede hablar, por ejemplo, de un fin del cartesianismo, de lo que se ha llamado la metafísica de la subjetividad; hay un fin de la metafísica de la subjetividad como hay un fin del platonismo… De manera que podemos hablar de un fin del platonismo, de un fin de la metafísica de la subjetividad, pero no de un fin de la filosofía"[91]. Lorena Martínez López, reflexionando sobre el pensamiento de Danilo Cruz Vélez, señala que "la filosofía no tendrá fin, porque ella pertenece a la esencia del hombre…, así que habrá filosofía mientras el hombre exista, porque el hombre tiene una concepción del ser de las cosas. La filosofía surge como una sistematización de dicha concepción. Así que mientras exista el hombre y exista la concepción preconceptual de las cosas, habrá filosofía, porque el hombre siempre tenderá a tematizar y sistematizar esa concepción, ese fenómeno de la existencia humana. La filosofía existirá mientras el hombre sea hombre"[92].

Con el debido respeto por quienes tienen sus creencias, su fe y su inclinación religiosa, un sector de la Iglesia Católica, desde el surgimiento de nuestra Nación y hasta mediados del siglo XX, de una u otra manera, se opuso radicalmente a la enseñanza del pensamiento filosófico de aquellos filósofos que pensaran distinto a Platón, Aristóteles y, fundamentalmente, a San Agustín, Santo Tomás de Aquino, Jaime Balmes y otros que se identificaban, fundamentaban o hacían apología del cristianismo, doctrina esencial y oficial del catolicismo. Así mismo, se oponía a la difusión de las doctrinas contrarias al escolastismo y neotomismo, como el benthanismo, el sensualismo, el hedonismo y el positivismo, entre otras. En pleno siglo XX, en un acto de intolerancia y de desconocimiento del respeto por las diferencias (tanto de pensamiento como de expresión), un colegio de orientación católica expulsó del bachillerato al filósofo Fernando González Ochoa "por haber leído libros prohibidos (Voltaire, Kant, Nietzsche), y por negar la verdad del primer principio, lo que constituía una afrenta a la educación escolástica…"[93]. En esa época y las anteriores era "normal" este tipo de exabruptos y de atropellos por parte de la "santa madre iglesia", por cuanto, desde el mismo comienzo de la educación en Colombia la iglesia se arrogó la potestad de "educar", y la Constitución de 1886 "dejó" la educación al criterio de esta inveterada, tradicional e influyente institución. No sólo la Iglesia comete estos exabruptos, también el establecimiento. La Universidad de Antioquia, en 1972, expulsó al intelectual Luis Antonio Restrepo Arango "por sus ideas de izquierda y su pensamiento crítico"[94].

El antagonismo hacia los filósofos, muchas veces injustificadamente incomprendidos y vilipendiados, podría radicar en su dialéctica y en su poderoso arsenal de preguntas complejas con muy pocos resultados prácticos en sus respuestas. Además, por ser acusados de charlatanes, ilusos, pedantes, pomposos, inútiles, irreverentes, hipócritas y egocéntricos. "Aunque haya mucho de exageración y de generalización injusta en estas acusaciones es preciso aceptar que no carecen en buena parte de razón", aclara un profesor de filosofía: Fernando Savater. Así se critique a los filósofos por sus términos aparentemente abstractos, incomprensibles, obsoletos y extranjeros, es necesario comprender que "filosofar es una tradición antigua y ciertos términos son aportaciones muy valiosas que nos permiten pensar a partir de lo ya pensado y no empezar a cada momento desde cero"[95]. El filósofo Jorge Restrepo Trujillo[96]plantea que los problemas, la terminología y los supuestos de la filosofía con frecuencia son motivo de distanciamiento de las personas comunes y corrientes, y aclara que, como en otras ciencias, así tiene que ser; pero reconoce que eso impone un esfuerzo de vulgarización, en la acepción noble del término, y de difusión de preocupaciones que, para aspirar a su validez universal, deben llegar hasta las conciencias menos favorecidas.

A pesar de que algunos términos son confusos, la filosofía debe distinguirse por su lenguaje original y específico, ya que no se trata de saberes esotéricos ni exotéricos, sino de conocimientos especializados. "La filosofía, como la ciencia, tiene un vocabulario que le es propio, debido a que los conceptos que elabora requieren palabras que se ajusten a su especial significado"[97]. Los filósofos crean vocabularios con palabras técnicas que difieren del lenguaje común. "Los filósofos son famosos por sus vocabularios privados. Por su puesto, hay algunas palabras que tienen una reputación tradicional en filosofía. Aunque estas puedan no ser usadas por todos los escritores en el mismo sentido, son, sin embargo, palabras técnicas en la discusión de ciertos problemas. Pero los filósofos, a menudo, encuentran necesario acuñar nuevas palabras o tomar alguna palabra de uso común y convertirla en una palabra técnica. Esta última conducta corre el riesgo de resultar muy engañosa para el lector que supone conocer qué es lo que la palabra significa, y por consiguiente, la trata como una palabra común"[98]. El lenguaje filosófico dista del lenguaje común, vulgar; es un lenguaje especializado, diferente de otros lenguajes. "La metafísica tiene su propio lenguaje, el cual dice a veces lo contrario de lo que dice el lenguaje usual… El lenguaje metafísico se ha usado desde Heráclito y Parménides hasta Nietzsche, en una historia milenaria que se ha ido potenciando cada vez más el misterio que lo rodea. Pero, pese a sus enigmas, en él se han expresado las palabras fundamentales sobre las cuales se ha ido construyendo el mundo histórico llamado Occidente"[99]. Restrepo Trujillo advierte que la filosofía ha tenido que distinguir entre un auditorio especializado y la gente común, razón por la cual debe propenderse por una instancia pedagógica que los comunique, para evitar que este saber no sea más que una especulación científica importante. Se acepta y se entiende que el lenguaje filosófico tiene dificultades especiales, pues "es un lenguaje que exige precisión, sus elementos son los conceptos y sus estructuras sintácticas son estructuras lógicas que deben ser muy claras, a diferencia del lenguaje poético, del lenguaje conversacional, que permiten cierta vaguedad. En la filosofía el lenguaje es encadenamiento de conceptos donde se trata de demostrar algunas cosas, y hay que luchar por lograr exactitud y claridad[100]

La filosofía, como la ciencia, tiene su vocabulario propio, ya que los conceptos elaborados por ésta necesitan de términos, de palabras, que se ajusten a su particular significado, tiene que haber coherencia entre el significante y el significado. "Muchas discusiones filosóficas no han sido a la postre más que inútiles disputas provocadas por diversas interpretaciones de vocablos. Lo más frecuente cuando se quiere crear un término es buscar en las lenguas clásicas (griego y latín), los elementos precisos que por su sentido permiten combinar una palabra que indique, justamente, lo que queremos expresar"[101]. Esta realidad debe alertar a quien empieza a filosofar para que no acepte ninguna palabra sin esclarecer su legítimo significado filosófico, el mismo que quiso darle su autor.

Quienes afirman que la filosofía es inútil, también deberían afirmar lo mismo de la religión (por citar sólo un respetuoso ejemplo), a la cual generalmente defienden (sin saber en realidad por qué) y siguen con mucha "fe". Si tenemos en cuenta que la religión tiene más seguidores que la filosofía, serían muchos los que estarían bajo la influencia de algo baladí, y peor aún: movidos "espiritualmente" por doctrinas y dogmas inútiles y, además, profundamente alienadoras y masificadoras, ya que la religión (no importa cuál) contiene esos dos elementos despersonalizantes. "Las creencias religiosas dejaron de ser una prioridad para los jóvenes, quienes ya no se sienten identificados con ellas y con lo que representan"[102]. No estoy juzgando a la religión como buena o mala, por cuanto considero que, como lo enfoca la filosofía del lenguaje, "lo que existe en el mundo no es ni bueno ni malo, las proposiciones de valor sólo existen en el sujeto"[103].

Por comodidad y pereza mental un gran "rebaño" prefiere creer[104]debido a que no le cuesta ningún esfuerzo mental ni académico; en cambio, filosofar implica razonar, dialogar, estudiar, buscar, observar, refutar, controvertir, analizar, cuestionar, criticar, investigar, trabajar, dudar, curiosear, asombrarse, es decir, pensar, y pensar es difícil y a muchos no les agradan las cosas difíciles. "Pensar, pensar de verdad, es un trabajo muy duro, es como mover pesados baúles en el desván"[105].

Como es difícil, ¿para qué pensar? Es mejor aceptar verdades "reveladas"; éstas dirán cómo vivir. ¿Para qué más? Con ello es suficiente. Conocer lo que se necesita para vivir y conocer en parte cómo es la redad es difícil. Pensar implica desarrollar una actividad difícil. "No queremos actividades difíciles". Esa es la "filosofía" de los que no les gustan las empresas difíciles. "Nos desplazamos en sintonía con el mundo alrededor, sin detenernos a pensar en él"[106]. Dios, por ejemplo, para el filósofo, no solo es un acto de fe, de creer y no creer en este ente metafísico, sino un problema de relevante hondura filosófica. Dios, como problema para el filósofo, no se agota en pocas respuestas, por el contrario cada respuesta le genera más inquietudes. Para el filósofo, las cosas humanas significan más que las cosas divinas. "La filosofía encuentra en su enseñanza el ámbito en el que puede desempeñar un papel a la vez esencial y, sin lugar a dudas, arriesgado. Esencial, en la medida en que la enseñanza de la filosofía sigue siendo uno de los elementos clave de la formación para juzgar, criticar, cuestionar y discernir… No olvidemos que la filosofía es crítica, en el sentido griego del término: es decir, que siempre debe consistir en una labor de selección reflexiva y metódica de las informaciones brutas que nos proporciona nuestra experiencia personal y social. Estar informado no es lo mismo que ser formado."[107]. Filosofar es difícil, y por eso el filósofo no se deja aprisionar en lo obvio, no se guía por el sentido común, no busca respuestas fáciles, ama la divergencia y la controversia; "sospecha de afirmaciones procedentes de un consenso unánime y de creencias universalmente compartidas, que no provienen de una búsqueda reflexiva sino de un modo no crítico de vivir"[108]. A quienes les gustan las cosas fáciles, no le apetece estas dificultades.

Pensar críticamente, pensar filosóficamente, no es fácil. Para pensar, en el arte de filosofar, se debe erradicar el facilismo, porque filosofar es difícil. Mario Bunge señala que las sociedades más prósperas tienen agudos problemas sociales como el facilismo de los jóvenes. "Pensar no es fácil, puesto que implica cuestionar lo que uno mismo es. Pensar con sentido crítico, creativo, yendo contra la corriente, no es lo que el circuito del poder alienta… Reconociendo que pensar no es fácil y que toda la matriz social está preparada para que no lo hagamos, de todos modos ¡sigamos pensando!"[109]. Con gran sabiduría decía Dostoievski que todo está en manos del hombre, y por cobardía deja que todo se le escape; sólo por cobardía. "Es axiomático, no hay duda; resulta curioso. ¿Qué es lo que más teme el hombre? Un nuevo paso, una nueva palabra suya, eso es"[110]. El escritor Juan Valera exponía que "si bien es temerario buscar el peligro, es cobardía no saber arrostrarle y huir de él cuando se presenta"[111]. El joven actual tiene aversión a lo complejo; desea encontrar soluciones fáciles a los problemas; quiere recetas. "Las cosas bellas son difíciles de saber", nos dice Platón en el Cratilo, y la filosofía es algo bello. La filosofía, el ejercicio filosófico, el filosofar, es la forma más elevada que tiene el ser humano de cultivar el pensamiento. Pensar es difícil, porque pensar críticamente no es tarea fácil. "Pensar es una difícil tortura en que algunos hombres se deleitan, afirma José Ingenieros. "Para las grandes intelectualidades entregadas a los abstrusos problemas del raciocinio y a las altas especulaciones subjetivas, la vida es un tormento. Para los mentecatos y los idiotas la vida es un placer. El metafísico lucha contra la corriente. El tonto se deja llevar por ella"[112]. Para muchos, aprender a pensar críticamente les puede parecer hasta "aterrador", porque nos enfrenta a la acción de cuestionar ideas que puede que hayamos dado por sentadas durante toda la vida, y a desafiar figuras autoritarias por las que quizá nos hayamos sentido intimidados. "Nos puede empujar a abordar problemas que pensábamos que no tenían solución. Es el equivalente intelectual del "salto de bungee" (o caída libre): una vez que hemos saltado, no hay vuelta atrás y tenemos que confiar en que la cuerda nos sostendrá"[113].

La filosofía es fuerza de pensamiento. Es claridad, profundidad, análisis, interpretación, creación y acción del pensamiento. "El número de los que piensa es muy reducido y, además, no se preocupan de turbar al mundo"[114]. El hombre, sentenció Pascal, está hecho de tal modo que, a fuerza de decirle que es un tonto, lo cree; y, a fuerza de decírselo él mismo, llega a creerlo. "La filosofía es algo que incomoda, que acorrala, que sofoca, que da enormes satisfacciones, pero que requiere también un trabajo intenso"[115]. Filosofar es difícil, así lo reconoció Karl Marx al afirmar que si las cosas se nos mostrasen de inmediato y sin esfuerzo lo que ellas son realmente, estaría de sobra todo estudio y todo saber científico. "No se estudia y se hace ciencia porque sí, sino porque la realidad de las cosas se oculta y se esconde tras sus apariencias"[116]. Con tono aforístico Nietzsche sentenció que "todo lo profundo ama la máscara". Jhon Stuard Mill conceptuó que "no son posibles los grandes cambios en el destino de la humanidad hasta que tenga lugar un gran cambio en la constitución fundamental de su modo de pensar".

Filosofar implica querer filosofar, quedar a la intemperie, no quedarse con una imposición del mundo: el mundo que vemos es el que nos enseñaron a ver; arriesgarse a la soledad del pensar. "Sólo en nuestra soledad somos nuestra verdad"[117]. El que filosofa se arriesga a una forma de pensamiento: un estar parado frente al mundo, un modo de relacionarse con él, un modo de mirarlo; se trata de un pensamiento que no se desvincula de un modo de vida, a esta vinculación práctica entre pensamiento y acto es lo que comúnmente se le llama "actitud filosófica"[118]. Vivir y pensar como el rebaño es cómodo, pensar filosóficamente es incómodo. "La gran mayoría prefiere una esclavitud segura y cómoda antes que una libertad con riesgo y dificultades. Es más fácil vegetar que enrolarse en la aventura de una vida humana con todas sus consecuencias"[119]. Dentro del rebaño el existente pierde su identidad y no se encuentra a sí mismo. Se pierde y no sabe a dónde va, y por ello no se encuentra a sí mismo y vive de imposturas, persiguiendo sucedáneos y dejándose arrastrar por la corriente de las circunstancias. Su identidad se diluye en el anonimato. "La forma de actuar se plantea como de todos con todos, y de muchos con muchos, para acabar en forma no consciente definiendo el comportamiento y la identidad dentro de las líneas de un modelo abstracto que no es de nadie, que a todos pertenece, y que se bautiza aquí, con el nombre de falso deber ser… Al observar el proceso de vida, es fácil encontrar la marcada tendencia a ser más para los otros y por los otros que para y por nosotros mismos"[120]. Parodiando a Goethe, podría decir que los "borregos", las personas del rebaño, "corren hacia aquí, distraídos, como si fuesen a una mascarada, y la curiosidad es lo único que presta alas a sus pasos"[121].

Para aprender a pensar por sí mismo se necesita aprender por sí mismo; y esto no es fácil. Lo difícil asusta a muchos. Ante lo difícil se paralizan porque a algunos no les gusta los esfuerzos que implican las dificultades. "¿Pretendes volar y no estás seguro contra el vértigo?", preguntaba Goethe en su inmortal Fausto. Aunque sea difícil, es imperativo, si se quiere aprender a filosofar, a pensar por sí mismo, aprender por sí mismo, con la guía u orientación de un docente que sepa pensar por sí mismo, porque "nada aprende mejor el hombre que lo que aprende por sí mismo, lo que le exige un esfuerzo personal de búsqueda y de asimilación…"[122]

Salir del rebaño requiere "arriesgarse". El reconocido poeta Rubén Darío nos alertó sobre este particular: "El oficio de pensar es de los más graves y peligrosos sobre la faz de la tierra bajo la bóveda del cielo. Es como el del aeronauta, el del marino y el del minero. Ir muy lejos explorando, muy arriba o muy abajo: mantiene alrededor la continua amenaza del vértigo del naufragio o del aplastamiento. Así, la principal condición del pensador es la serenidad"[123]. Sigmund Freud, en este sentido nos dice que la oposición al rebaño, el cual rechaza todo lo nuevo y desacostumbrado, supone la separación de él y es, por lo tanto, temerosamente evitada. Parece que la máxima que atesorara la juventud fueran los versitos de Bartrina: "Si quieres ser feliz, como me dices, / no analices, muchacho, no analices"[124]. ¿Para qué "desgastarse" ejercitando la mente en analizar, en reflexionar, en filosofar, si es mejor dejar que los demás lo hagan y decidan por uno? El rebaño así vive tranquilo. La masa es un dócil rebaño incapaz de vivir sin amo ¡Qué pereza lo difícil! El rebaño le encanta lo fácil. "Hay que poner un gran signo de interrogación sobre el valor de lo fácil; no solamente sobre sus consecuencias, sino sobre la cosa misma, sobre la predilección por todo aquello que no exige de nosotros ninguna superación, ni nos pone en cuestión, ni nos obliga a desplegar nuestras posibilidades… Dostoievski entendió, hace más de un siglo, que la dificultad de nuestra liberación procede de nuestro amor a las cadenas. Amamos las cadenas, los amos, las seguridades porque nos evitan la angustia de la razón"[125]. Las aletargadoras cadenas anulan la capacidad de pensar a quienes no les gustan las tareas difíciles. Y parecen satisfechos con sus cadenas; por ello no se esfuerzan por romper las cadenas. "El prisionero no puede liberarse a sí mismo"[126]. El rebaño es intolerante y no acepta a los diferentes. Ya lo decía irónicamente Savater que "quien ha nacido para oveja, es feroz con todo lo que difiere de su rebaño"[127].

Si la filosofía no produce dinero, tampoco lo hace la religión. Históricamente, en su praxis, la filosofía es más inocente que la religión. La religión tiene "cuentas pendientes" con la humanidad. En nombre de la filosofía no se han cometido tantas tropelías y vejámenes; en nombre de la religión, muchas a través de su intolerancia, su dogmatismo, su mesianismo, su fundamentalismo y su fanatismo. La religión, específicamente el cristianismo, ha sido considerada como uno de los grandes relatos legitimadores del saber y de la verdad, especialmente en Occidente. Los grandes metarrelatos, como éste, se arrogan ilegítimamente la potestad de imponer o establecer unilateralmente lo que puede hacerse y decirse dentro de un contexto cultural determinado como una forma de legitimar lo que hay que saber y vivenciar. Aquí no se trata de defender la filosofía por defenderla simplemente, sino para que se le "haga justicia" a la hora de valorarla y se piense antes de tratar de proscribirla por el simple hecho de incomodar a las mentes adormecidas y tratar de alejar a las personas del "rebaño". Nuestra cultura occidental está profundamente configurada e influenciada por el pensamiento de los filósofos griegos, especialmente Heráclito, Parménides, Sócrates, Platón y Aristóteles. Estos dos últimos, específicamente, están presentes en nuestra cultura actual. Figuradamente, se podría afirmar que respiramos aire platónico y aristotélico.

Nuestra realidad exige que pensemos profundamente. Pero, ¿qué significa pensar? Meditar. "Meditar significa también pensar profundamente, reflexionar"[128]. Razonar. Reflexionar. Pensar es un volver sobre las cosas. El volver sobre las cosas supone antes un partir de las cosas. El origen del filosofar está en el partir de las cosas. Jaime Rubio Angulo, profesor de la Universidad Santo Tomás, nos dice que es necesario pensar y nos aclara qué es pensar. "Nuestra situación actual exige un pensar profundo y la función del filósofo es pensar. Pero, ¿qué significa pensar?, ¿cuál es el sentido del pensar? Muchas veces solemos confundir el pensar con el estudiar. Sin embargo, son dos actitudes diferentes. Estudiar es ponerse con voluntad a trabajar en algo. En este sentido afirmamos que hemos estudiado cuando nos hemos enfrentado a un libro y lo hemos memorizado, y luego lo recordamos, lo sintetizamos y lo exponemos. Esto ciertamente es estudiar pero no pensar. Pensar es meditar. Meditar es como un rumiar, como un volver sobre las cosas. Por eso son muy pocos los que piensan y muchos los que memorizan o acumulan maquinalmente determinadas informaciones. Decíamos que pensar es un volver sobre las cosas. Pero este volver supone antes un partir de las cosas. Este partir de la realidad es el origen del filosofar. El empezar a pensar supone siempre un desgarramiento; en nuestro contexto lo podemos denominar crisis…[129]".

Para pensar es necesario partir de la vida cotidiana, para pensar desde afuera. Si pretendemos pensar, debemos separarnos de la cotidianidad. Para filosofar es necesario salirnos del mundo de la cotidianidad. Para entender la filosofía hay que romper con el mundo cotidiano. El que quiera aprender a filosofar debe empezar por tomar conciencia de lo cotidiano y lentamente empezar a romper con ello. Para el que vive perdido en el mundo de la cotidianidad, el filosofar no tiene sentido, y no lo tiene porque no piensa. A propósito, ¿qué es cotidianidad? El aludido Rubio Angulo nos lo explica así:

"La cotidianidad es, ante todo la organización diaria de la vida, la repetición y reiteración de las actividades. En lo cotidiano las cosas, las acciones, las personas, los movimientos y toda circunstancia ambiental son datos que se aceptan como algo conocido. La cotidianidad es una especie de tiranía de un poder impersonal, anónimo, que impone a cada persona su comportamiento, su modo de pensar, sus gustos, su protesta. Para filosofar es necesario salir del mundo de la cotidianidad.

Este salir del mundo familiar, el estar fuera de lo obvio, de lo heredado, de lo cotidiano recibido es lo que los filósofos griegos llamaban el admirar… La admiración no es mirar distraídamente las cosas que nos rodean. Ni siquiera el sorprenderse de las novedades diarias. Porque estas novedades siempre se manifiestan en el ámbito de la cotidianidad… La admiración es el verdadero arjé de la filosofía. La empresa humana que hemos denominado filosofar tiene en su base la admiración. Ésta se presenta, a lo largo de la historia de la filosofía, con distintos nombres. Ciertos autores la bautizan con el título de intuición, para otros es reducción. Ortega nos hablará de filosofía como una terapéutica de la creencia fracturada. Heidegger iniciará su obra fundamental diciendo que la pregunta por el ser está en el Ovidio. ¿Y por qué en el olvido? Porque el polvo de la cotidianidad, la corrupción de lo obvio oculta el fundamento de las cosas. Por el contrario, el pensar-meditativo es como permanecer en un desierto. Nietzsche escribió algunas de sus cartas indicando como dirección del remitente: El desierto. Este desierto no es un lugar geográfico ciertamente. Es algo más profundo: la posición en que nos deja el pensar… Si pensamos, si hacemos de nuestra vida el pensar, viviremos en crisis porque viviremos en continuo alejamiento, abandono, de la cotidianidad. Si no se cambia es que no se piensa"[130].

Con respecto a la admiración y la supuesta inutilidad de la filosofía, leamos lo que dice Aristóteles:

"Que no se trata de una ciencia productiva, es evidente ya por los que primero filosofaron. Pues los hombres comienzan y comenzaron siempre a filosofar movidos por la admiración; al principio, admirados ante los fenómenos sorprendentes más comunes; luego, avanzando poco a poco y planteándose problemas mayores, como los cambios de la luna y los relativos al sol y a las estrellas, y la generación del universo. Pero el que se plantea un problema o se admira, reconoce su ignorancia. (Por eso también el que ama los mitos es en cierto modo filósofo; pues el mito se compone de elementos maravillosos). De suerte que, si filosofaron para huir de la ignorancia, es claro que buscaban el saber en vista del conocimiento, y no por alguna utilidad. Y así lo atestigua lo ocurrido. Pues esta disciplina comenzó a buscarse cuando ya existían casi todas las cosas necesarias y las relativas al descanso y al ornato de la vida. Es, pues, evidente que no la buscamos por ninguna utilidad, sino que, así como llamamos hombre libre al que es para sí mismo y no para otro, así consideramos a ésta como la única ciencia libre, pues ésta sola es para sí misma. Por eso también si posesión podría con justicia ser considerada impropia del hombre"[131].

Los detractores de la filosofía preguntan si ésta puede resolver la crisis cultural. Es posible que sí. ¿Pero qué es lo que está en crisis: la ciencia, la técnica, la sociedad, la economía o la política? Según el filósofo Danilo Cruz Vélez, lo que está en crisis en el mundo no son todos estos aspectos culturales, "lo que está en crisis en el mundo actual es el mundo"[132]. ¿Pero cuál mundo? "El horizonte de la vida humana constituido por un sistema de seguridades que le permiten al hombre establecer relaciones firmes y claras con la realidad y orientarse sin titubeos respecto a sus tareas y sobre el modo cómo debe obrar"[133].

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20
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