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La imperiosa necesidad de aprender a filosofar (página 9)

Enviado por Luis Ángel Rios


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¿Cómo debe ser la actitud del estudiante ante la filosofía?

El estudiante debe asumir una actitud activa y comprometida en su proceso de aprender a pensar filosóficamente, por cuanto requiere que se libere de la inacción (típica de esta sociedad paternalista) y de los prejuicios. "Quizá y aunque parezca de Perogrullo,  la necesidad de la filosofía en nuestra época, ésta desde la perspectiva de la docencia, en la formación de seres humanos que reflexionen sobre las distintas formas como se piensa la realidad"[678]. En nuestro contexto, heredero de la tradición escolástica española, se registra un marcado desequilibrio entre teoría y práctica; somos muy teóricos y poco prácticos. El filosofar requiere de práctica, de acción. El alumno demasiado retórico escasamente aprende a repetir, copiar e imitar lo que dijeron los filósofos; el estudiante que combina teoría y práctica, y fundamentalmente actúa, aprende a pensar, a filosofar. En cuanto a lo de liberarse de prejuicios implica deshacerse de los comentarios sin fundamento que a priori se hacen sobre la supuesta inutilidad de la filosofía; de la forma como otros estudiantes y muchos "adultos" (inclusive algunos "profesores" de otras áreas) descalifican la filosofía y la tildan de ser una materia aburrida, una más del pensum académico. Si vamos a filosofar es necesario liberarnos de la pasividad y de los prejuicios, porque filosofar es actuar y pensar por sí mismo. La manera de liberarse es entregarse al pensamiento. Hegel es contundente en su aclaración, cuando afirma que a la filosofía "se la reputa frecuentemente como un saber formal y vacío de contenido y no se ve que lo que en cualquier conocimiento y ciencia es verdad aun en cuanto al contenido, sólo puede ser acreedor a este nombre cuando es engendrado por la filosofía; y que las otras ciencias, por mucho que intenten razonar sin la filosofía, sin ésta no pueden llegar a poseer en sí mismas vida, espíritu ni verdad"[679]. Con respecto a los prejuicios (que pretenden eclipsar a la razón), Savater, citando a lord Chesterfield, transcribe: "Nuestros prejuicios son nuestras queridas; la razón es a lo sumo nuestra mujer, a la que oímos con mucha frecuencia, desde luego, pero a la que rara vez hacemos caso"[680].

El estudiante que empieza a recorrer el apasionante sendero del filosofar debe saber lo que busca en ese camino y a dónde quiere llegar, porque "iniciarse en la filosofía no es asimilar un saber logrado, sino lanzarse, por su propia cuenta y riesgo, a filosofar"[681], debido a que "no hay manera a de ingresar en la filosofía sin entrar en el diálogo de los filósofos, aprender su lenguaje, recibir el impacto de sus inquietudes y ser promovido de este modo a un nuevo pensar"[682].

Con gran sabiduría el filósofo Epicuro, en su famosa Carta a Meneceo, nos dice que ni el joven se oponga al filosofar, ni el viejo se canse de filosofar. "No se es demasiado joven ni demasiado viejo para la salud del alma. El que dice que no ha llegado todavía a la edad del filosofar, o que ya ha pasado, se asemeja al que dice que para la felicidad no ha llegado todavía la edad, o ya ha pasado. Así que debe filosofar el joven y el viejo: esté, para que, al envejecer, rejuvenezca con bienes que le acarrea el recuerdo del pasado; aquél, para que sea a la vez joven y hombre maduro por la impavidez ante los sucesos futuros"[683]. La afirmación de Epicuro debe ser un ferviente llamado a involucrarnos seriamente en el compromiso de filosofar. La juventud es la mejor edad para comenzar a filosofar, porque tiene exigencia de rigor, de racionalidad y de intelectualidad. "¿Acaso el niño es ya un poco, mucho o nada filósofo? Los filósofos difieren sobre este punto: Epicuro pensaba que nunca es demasiado tarde o demasiado temprano para filosofar y Montaigne sugería comenzar con la niñera, mientras que para Descartes la infancia es el lugar y el momento del prejuicio, de los cuales hay que liberarse gracias a la filosofía"[684].

Filosofar es asombrarse de que las cosas sean como sean. "El filosofar comienza, como dice Aristóteles, con el asombro, con el cuestionamiento. Es una vía que consiste en intentar cavilar sobre las cuestiones cruciales y aportar respuestas a las mismas, yendo más allá de las evidencias comunes y de los prejuicios de las opiniones. La tarea consiste, por lo tanto, en aprender a pensar por uno mismo"[685]. Según Karl Jásper, "el filosofar es como un despertar de las ligaduras que nos atan a las necesidades de la vida". El comienzo de la filosofía es el asombro, es decir, la capacidad de maravillarnos ante lo que todos a nuestro alrededor consideran obvio y seguro. "Ese fenómeno llamado asombro es la exacta actitud contraria de la computadora y es la exacta actitud del creador, que como Dios, o como el poeta y el filósofo, se aventuran en el misterio del ser. Aunque cada uno por su propia cuenta"[686]. El asombro no cesa "para el que mantiene los ojos abiertos, el corazón palpitante y la mente perspicua"[687].

La inclinación por la filosofía nace fundamentalmente de la admiración o el asombro y de la duda. Platón sostenía que el asombro "es la actitud de un hombre que ama verdaderamente la sabiduría". Aristóteles pensaba que el asombro ha inducido a los hombres a filosofar. "Los hombres, para remediar su ignorancia, empezaron a filosofar", señaló. La filosofía es el arte de asombrarse y los filósofos son pedagogos del asombro. "Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender. Es el deporte y el lujo específico del intelectual"[688]. Albert Einstein, al respecto, planteó esto: "La experiencia más hermosa que tenemos a nuestro alcance es el misterio. Es la emoción fundamental que está en la cuna del verdadero arte y de la verdadera ciencia. El que no la conozca y no pueda ya admirarse, y no pueda ya asombrarse sin maravillarse, está como muerto y tiene los ojos nublados". Jostein Gaarder señala que "lo único que necesitamos para ser buenos filósofos es la capacidad de asombro"[689]. Sandra Viviana Marín Quebrada señala que "quien pierde la capacidad de asombrarse pierde la capacidad de ser feliz, pues el camino a la felicidad es siempre cambiante, siempre nuevo…"[690]. Manuel García Morente señala que para adentrarnos en el universo del filosofar, especialmente cuando se ingresa en los intrincados laberintos ontológicos, se requiere de dos disposiciones o actitudes del ánimo: la ingenuidad y la rigurosidad en la marcha reflexiva del pensamiento. "La ingenuidad es algo así como la puerilidad, como la inocencia; y, por otra parte, el rigor es una virtud que solamente los hombres ya avezados en el trabajo intelectual, en la meditación reflexiva, pueden desenvolver"[691]. Sobre la ignorancia también el hombre comienza a filosofar, tal como lo planteó Sócrates. Según éste, el filosofar comenzaba con el conocimiento de no saber nada: la ironía o el reconocimiento de la propia ignorancia. "Sólo sé que nada sé", es su máxima.

Por eso el estudiante, si en realidad quiere aprender a filosofar, es necesario que posea una actitud "infantil", es decir, capacidad de admiración (disposición fundamental para filosofar). Esta actitud es la capacidad de problematizarlo todo, de convertirlo todo en problema. "El que quiera ser filósofo necesitará puerilizarse, infantilizarse, hacerse como el niño pequeño"[692]. Esta disposición de ánimo consiste esencialmente en percibir y sentir por dondequiera, en el mundo de la realidad sensible, como en el mundo de los objetos ideales, problemas, misterios; admirarse de todo, sentir lo profundamente arcano y misterioso de todo eso; plantearse ante el universo y el propio ser humano con un sentimiento de estupefacción, de admiración, de curiosidad insaciable, como el niño que no entiende nada y para quien todo es problema. "Admirarse, sentir esa divina inquietud, que hace que donde otros pasan tranquilos, sin vislumbrar siquiera que hay problema, el que tiene una disposición filosófica está siempre inquieto, intranquilo, percibiendo en la más mínima cosa problemas, arcanos, misterios, incógnitas, que los demás no ven"[693]. En el fondo, la historia de la filosofía ha sido escrita por personajes como Aristóteles, pero también hace filosofía un niño que plantea preguntas aparentemente simples, pero muy profundas (como las que versan sobre el porqué de la vida y la existencia). Todos los niños tienen la capacidad de admiración, pero, según Gaarder, "conforme va creciendo, esa capacidad de asombro parece ir disminuyendo"[694].

Quien quiera aprender a filosofar deberá tener una particular actitud o disposición de ánimo para la filosofía, presente en los espíritus inquietos que les apasiona la búsqueda del conocimiento, la búsqueda de la verdad. Esta actitud filosófica comienza con una mentalidad o actitud "infantil", es decir, de admiración, de estupefacción, de curiosidad insaciable, de donde surge el asombro. Poseído por el asombro, el estudiante empieza a preguntar y preguntarse, emprendiendo la búsqueda de respuestas mediante el deseo y la pasión de saber. Es así como busca metódicamente el conocimiento a través de la investigación racional de la realidad ("la totalidad de lo existente") y de la reflexión filosófica. El conocimiento obtenido le genera dudas, y por ello reflexiona críticamente y vuelve a preguntar y a preguntarse…

Ese espíritu de curiosidad, de estupefacción, de admiración, es un elemento que debe animar permanente y espontáneamente la actitud del estudiante, porque le permite vivenciar ese mohín de apertura ingenua y sensible, con lo cual se ilumina lo que está oscuro, opaco, confuso, y lo proyecta por encima del horizonte de lo cotidiano y de lo habitual. Estanislao Zuleta, siguiendo a Nietzsche, refiere que el pensamiento funciona con las capacidades de admiración (idealización, trabajo o labor), de oposición (crítica, rebelión), y de creación (juego e inocencia). Sólo si se interrelacionan estas categorías funciona el pensamiento filosófico, debido a que "cuando cualquiera de las tres se enuncia sola, es una determinada frustración, una filosofía sombría, un dogmatismo o una idealización de cualquier tipo, o una filosofía rebelde que no es más que rebelión, o es también una filosofía que no tiene ni apoyo en aquello a lo que busca integrarse, ni en aquello contra lo que lucha, sino que se predica sólo como juego, y que, como juego, solamente es anarquismo vacío"[695].

La energía de la curiosidad es una fuente inagotable de sabiduría, debido a que comporta un afán de verdad, de pregunta, de interrogación, de inquietud, en procura de respuestas a la problemática y al misterio que nos plantea la vida, la realidad, el universo. Según la pedagoga y psicóloga Leonor Noguera Sayer, la curiosidad se alimenta de la duda, se nutre de la sensibilidad y nos ofrece respuestas. "La curiosidad se alimenta de la duda pero la supera en demasía porque nace de la capacidad de asombro que se conserva aún ante lo cotidiano; se nutre de la sensibilidad que descubre las invisibles envolturas de las verdades, para encontrar tras ellas el hilo conductor maravilloso que todo lo pone en armónico contacto. Encontraremos respuesta a lo que hemos sabido preguntar"[696].

El discente de filosofía debe tener bien claro que el filósofo no es aquel hombre especulador, que vive "en las nubes", como le han tratado de vender semejante falacia; sino que, por el contrario, el filósofo es el incansable buscador de la verdad, ¡esté donde esté! Si hay un hombre aterrizado, ése es el filósofo. En el supuesto caso de que "viviera en las nubes", su finalidad sería observar las estrellas para tener una concepción del universo, y esa concepción lo llevará siempre "a tener una concepción de la vida y comprometerse con ella"[697]. El estudiante, como el filósofo, tienen que aspirar a que el saber sea la realización de su ser, y saber por qué hace algo, para qué lo hace, para quién lo hace; y, además, ser autónomo. Debe tener presente que la filosofía "es una actitud, una necesidad y una actividad vital tanto individual como socio-cultural; pues, siendo el filosofar una reflexión sobre la totalidad de lo existente (naturaleza, hombre y Dios), la filosofía, al conocer y sistematizar las leyes y razones últimas de dicha totalidad, se constituye en la conciencia más alta y profunda que el hombre tiene de sí mismo y del mundo en que vive, lo cual de por sí indica, que para filosofar se requiere estudio, trabajo, esfuerzo, ascesis, para escalar las altas y escarpadas cumbres de la sabiduría; por esto, insistimos en que es necesario aprender a pensar bien, reflexionar con objetividad y buscar con alegría siempre la verdad"[698].

La filosofía plantea las preguntas y ofrece las respuestas para una vida auténtica. La vida auténtica es precisamente preguntas, la existencia es pregunta. "El ser humano se define en la vacilación, en el error, en el ensayo interminable. La historia es la repetición de la paradoja de las equivocaciones en nombre de la verdad"[699]. Lo opuesto a la verdad es el error; pero el error, muchas veces, acompaña a la certeza. Según la lógica del devenir (opuesta a la lógica tradicional de la quietud, donde una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo), todo es y no es al mismo tiempo, toda la verdad no es sino media verdad y toda verdad es medio falsa… Hegel nos dice que el error es parte de la verdad; "por consiguiente, la búsqueda también es hallazgo"[700]. Marcusse, desbrozando la fenomenología del espíritu hegeliana, señala que la falsedad ha de ser concebida como la forma errada o no verdadera del objeto real, el objeto en su existencia falsa; lo falso es la otredad, el aspecto negativo de la sustancia, pero no por esto deja de ser parte de ella y, en consecuencia, constitutiva de su verdad. "Un sistema filosófico sólo es verdadero si incluye el estado negativo y el positivo, y si reproduce d proceso de convertirse en falso y regresar luego a la verdad. Por ser un sistema de este tipo, el dialéctico es el verdadero método de la filosofía"[701]. Herman Hesse nos decía que también el pecado podía ser un camino para la santidad. El escritor británico Rabindranath Tagore aconseja no cerrar la puerta a todos los errores, porque la verdad puede quedar fuera. Según Nietzsche, en los errores están los orígenes de la verdad. En todo error suele haber algo de verdad.

El alumno, mediante un proceso interactivo, hermenéutico, dialéctico y dialógico, debe comprender e interiorizar cuál es la singular tarea de la filosofía. Sólo así entenderá su enorme dimensión como una invaluable herramienta para discutir sobre temas como la vida, la libertad y demás asuntos relacionados con la forma de obrar y ver el mundo. "Saber para qué vivimos y por qué existimos. Preguntarnos acerca de Dios. Desarrollar habilidad para plantear y defender ideas; hacer observaciones críticas, evaluar y tomar decisiones apropiadas. Fortalecer la capacidad para sintetizar teorías y conceptos complicados y para resolver problemas. Adquirir capacidad analítica y habilidad para el pensamiento abstracto. Ser un buen lector"[702]. Y algo importantísimo: buscar el sentido a la vida. "Muchos dicen que se puede hallar el "sentido de la vida" mediante la filosofía, y es al obtenerse una respuesta cuando en realidad vemos como ésta puede llegar a calar en nosotros"[703]. La referida Ana Cecilia Franco de la Rosa opina que la filosofía, además de desarrollar ciertas capacidades, es una actividad teórico-práctica que invita a la curiosidad y al asombro para la búsqueda de sentido a la existencia. "Al abordar la enseñanza de la filosofía, estoy defendiendo, por tanto, una concepción de la filosofía como actividad específica, cuya función consiste en desarrollar las capacidades cognitivas y afectivas exigidas para dotar de sentido a la propia vida y al mundo que le rodea. Es una actividad al mismo tiempo teórica y práctica; teórica porque reivindica la curiosidad y el asombro como actitudes fundamentales del ser humano que no necesitan ser justificadas apelando a ninguna utilidad externa: somos curiosos y nos apasiona saber. Práctica también porque está comprometida con la búsqueda de la sabiduría como plenitud existencial del ser humano… Es una actividad, por tanto, en relación directa con la vida de los seres humanos, como personas sociales que buscan dotar de sentido a su existencia"[704].

El ser humano tiene que filosofar no solo porque en su vida encontrara dificultades, sino, y esencialmente, porque su existencia es un problema. "Y como para ningún ser humano es posible vivir sin sentido alguno, entonces a toda persona le es necesaria la filosofía"[705]. Debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para encontrar el sentido de nuestra vida, si no queremos repetir con Siervo Joya (el personaje principal de la novela Siervo sin tierra, de Eduardo Caballero Calderón): "¡Ah, perra vida! ¡Se le pasa a uno sin darse cuenta y sin entender lo que le pasa!"[706].

Tanto el individuo, como el colectivo, necesitan de la filosofía. La sociedad necesita de la filosofía, del filosofar, específicamente en su dimensión crítica. "En las creencias populares, en la literatura, en los códigos de derecho y en la propia Constitución, en los programas de los partidos políticos, en la conciencia colectiva dominante, en los medios de comunicación, etc. Hacen falta Sócrates implacables, que pongan en tela de juicio toda suerte de tópicos tan repetidos, que se nos quieren hacer pasar como evidencias[707]

El estudiante debe ser consciente que la filosofía también es búsqueda de la verdad. Pero, ¿qué es la verdad? ¿Dónde está la verdad? ¿Cuál verdad? ¿Quién tiene o posee la verdad? ¿Cuál verdad: lógica, ontológica, de hecho, de razón, moral, científica, verdadera, estética, dogmática, semántica…? "Sólo poseemos la verdad y el bien parcialmente, y mezclado de mal y de falsedad", sentenció Pascal. Corresponde al quehacer filosófico, riguroso y profundo, indagar por la verdad, buscar la verdad. "El filósofo, como profesional de la contemplación, no se avergüenza de la ignorancia, antes bien hace acopio de ella porque la verdad es un objeto perpetuamente perseguido. A diferencia del pedante que detesta la ignorancia, el filósofo le da validez. La ignorancia es el único remedio contra la fatuidad. De aquí que el filósofo se sirva de la ignorancia como peldaño hacia la verdad. Plantear preguntas es una especie de oficio para el filósofo. Es la forma de mantenerse abierto, en tensión hacia el terreno de la sabiduría. Como bien señala Savater: Lo mejor del mejor saber es que descubre nuevas y fascinantes parcelas de ignorancia, como es el caso del filósofo"[708]. Según Félix García Moriyón, "buscar la verdad es levantar el velo que oculta la realidad a nuestros sentidos cotidianos"[709]. Hay que buscar la verdad, porque, según José Saramago "las mentiras son muchas y las verdades ninguna, o alguna, sí, deberá de andar por ahí, pero en cambio continuo, tanto que no nos da tiempo a pensar en ella en cuanto verdad posible porque tendremos que averiguar primero si no se tratará de una mentira probable"[710].

¡Eso sí!, no se trata de cualquier búsqueda, porque "la verdad no se encuentra en los esquemas repetitivos de lo mismo, mediante los cuales la totalidad busca perpetuarse, sino en la vida del niño, del joven y, en últimas, del pueblo"[711]. Es necesario saber buscarla, porque el que va en búsqueda de ésta, "sin conocer el arte de encontrarla, hace el viaje peor que en vano…"[712]. La filosofía es un esfuerzo útil para captar la verdad pensando. Pero la verdad es compleja, multifacética e insaciable del todo, como la realidad misma. Sólo captamos perspectivas, verdades parciales en ese vasto y abigarrado pluralismo filosófico y de sistemas. La verdad de la filosofía no se mide por la eficacia de los sistemas o por las soluciones concretas que pueda brindar, sino por el grado concentrado de iluminación que preste al ser del hombre y la realidad en cuanto tal. ¿Cómo comienza esa búsqueda? Cuando nos preguntamos ¿qué es?, ¿cómo es? Y ¿por qué es? A las personas nos seduce la pregunta, y por eso el universo nos parece como un problema, como un conjunto infinito de interrogantes. Por ello es fundamental la pregunta en filosofía, por cuanto ella da comienzo y consistencia al filosofar. "Filosofar es la acción de preguntar con una mente lúcida y despierta; filosofar no es llegar a un conocimiento absoluto. ¡Esto es imposible! Filosofar es una aproximación constante a la verdad; filosofar es lograr asomarse en el mundo de lo cotidiano y plantearse, desentrañar aquello que es común a todo. Filosofar es admirarse, como decía Aristóteles, de que las cosas sean como son; filosofar es lograr establecer la armonía entre lo que se piensa con lo que el hombre hace"[713]. Filosofar es ser coherente con el pensar, con el sentir y con el actuar. Es saber dónde estamos, para dónde vamos y qué es lo que queremos de la vida; porque el que no sabe qué es lo que quiere de la vida, es un perdido en la existencia. "Bah, me he perdido a mí mismo, no estoy aquí; no es Romeo éste, sino algún otro"[714]. No sabemos lo que necesitamos porque, según Fernando Savater, no sabemos lo que queremos. Nada es más importante que saber exactamente qué queremos. "Así es el hombre -decía Flaubert-: va alternativamente del sur al norte y del norte al sur, del calor al frío, se cansa de uno, pide el otro y añora el primero… Nuestra naturaleza es tan miserable que, una vez llegados allí, querríamos estar aquí[715]Walter Riso señala que si no sabemos qué queremos y para dónde vamos habremos perdido la capacidad de autorregular nuestro comportamiento. El que no sabe lo que quiere, se conforma con lo que tiene.

"Pues bien, ya aquí, en vuestra compañía, diré de manera natural, que la vida, nuestra vida, es un constante aprendizaje, puesto que nadie nace sabiendo, ni aun considerando nuestra herencia genética, tenemos asegurado un conocimiento previo, válido para la vida, la existencia misma es la mejor lección que la vida nos puede regalar, el problema en la mayoría de nosotros sin embargo, radica en que no somos capaces de poder identificar esa lección que la existencia nos regala, y por otro lado vivimos quejándonos de aquello que no tenemos, de lo que no hemos conseguido, obviando lo que sí somos, y de cómo hemos crecido como personas en el tiempo… como seres humanos, esta omisión de no leer en las páginas escritas por nuestras vidas, la mayor lección que hemos recibido, no nos permite valorar la rica experiencia que está contenida en nuestra existencia, y como esta existencia ha moldeado nuestro ser, haciéndonos lo que somos, construyendo nuestro yo, puesto que cada existencia en sí misma es un milagro, si de milagros se quiere hablar, cada una de nuestras vidas es una historia de sobrevivencia, de experiencias extremas que encierran en sí mismas una gran sabiduría, que paradójicamente no somos capaces de comprender, y mucho menos de utilizar esa experiencia, ese aprendizaje de vida, para reinventarnos en cualquier momento, a cada instante… Por otro lado, toda persona debe tener una visión sobre el mundo desde el punto de vista filosófico, de encontrar el por qué, la razón de estar en este mundo… Pues la vida dentro del sistema capitalista, ha evitado que el hombre deje de no conocerse así mismo, de no saber cómo es en sí, que queremos en la vida que nos hace feliz o infelices. Indudablemente, la vida se ha vuelto monótona y mecanizada"[716].

La filosofía le permite al estudiante encontrar algunas respuestas a sus múltiples inquietudes y preocupaciones. Muchos son los que ávidamente buscan respuestas en la filosofía. Mario Bunge reconoce que, a pesar de que la filosofía, en los últimos años ha sido un desierto, el hombre contemporáneo está más urgido que nunca de respuestas que sólo la filosofía puede darle. "¿Quién soy, de dónde vengo, de dónde viene el mundo? Desorientados y desconcertados, los jóvenes acuden a las librerías en busca de respuestas. Uno los ve absortos ante un libro esotérico o ante un manual de meditación trascendental. Libros que son a la filosofía lo que la pornografía es al amor. Pero es lo único que tienen a mano para saciar sin esfuerzo el hambre recurrente"[717].

El alumno debe reconocer que, además de la búsqueda de la verdad y la sabiduría, la filosofía es la aspiración, el esfuerzo, la ascesis libre e incesante de una explicación verdadera de todo lo existente. "La filosofía no es puro ejercicio mental. También constituye una manera de ser, una forma de vivir, una práctica. El hombre está en lo que dice, pero también en lo que hace"[718]. Debe considerar la filosofía como una tecnología para la supervivencia, un saber indispensable para la vida humana, sin cuyo trabajo no se ejerce la libertad que nos procura en alguna forma la racionalidad como seres humanos. Asimismo, concebir la filosofía como una tecnología muy especial por el trabajo que realiza sobre los conceptos y el conocimiento nuevo o descubierto. Por eso la filosofía puede y debe influir sobre su tiempo y sobre la sociedad. Aunque su naturaleza debe ser un saber-hacer teórico y especulativo, la filosofía es una tecnología para la muerte o para la resurrección de nuestra identidad como seres racionales. "La humanidad ha alcanzado la etapa de la madurez y está en posesión de todos los medios que hacen posible la realización de la razón. Pero estos mismos medios han sido desarrollados y empleados por una sociedad cuyo principio organizador es el libre juego de los intereses privados, y es por ello incapaz de usarlos en pro del interés de la totalidad"[719]. El estudiante debe concebir la filosofía como una herramienta para la supervivencia, para comprender. Pero no le basta saberla, tiene que hacerla realidad, convertirla en un saber-hacer. "Los avances científicos tienen como objetivo mejorar nuestro conocimiento colectivo de la realidad, mientras que filosofar ayuda a transformar y ampliar la visión personal del mundo de quien se dedica a esta tarea"[720].

El estudiante de filosofía debe tener perfectamente claro que la filosofía no es un quehacer ajeno a la vida y a la realidad, sino la conciencia lúcida de su problematicidad constitutiva. "La filosofía es la medida de lo humano, es el hombre mismo puesto en cuestión, es la aventura de atreverse a preguntar en profundidad y radicalidad sabiendo que se desencadena un laberinto de cuestiones en el que es fácil entrar, pero en el que las soluciones son difíciles de conseguir, si es que existen, como soluciones definitivas y absolutas"[721]. Debe ser consciente que aprender filosofía no es repetir una filosofía existente, sino llegar, por mediación de un filosofar existente, a un nuevo pensar. "No se puede aprender filosofía sino a filosofar, como decía Kant"[722]. El pensador alemán aclaraba que no se puede enseñar filosofía sino a filosofar, porque ésta no es un cuerpo de saber que pueda ser transmitido. "Por eso, no se puede aprender ni enseñar filosofía, sólo se puede aprender a filosofar, considerando que el quehacer de la enseñanza y aprendizaje de la filosofía es afrontar la totalidad de lo real, especialmente las inquietudes del hombre. Resulta especialmente estimulante descubrir que muchos de los problemas filosóficos se corresponden con las inquietudes de los niños y jóvenes, en particular en la adolescencia como importante etapa de desarrollo. Hay que evitar que se pierda su tendencia natural a preguntarse por sí mismos y por el mundo que los rodea, con una actitud de asombro y de cuestionamiento"[723].

La filosofía es un quehacer de la crítica; una sospecha sistematizada, rigurosa y exigente. El profesor de filosofía esto es lo que debe procurar enseñar. El estudiante tiene que tener presente que "debe evitarse en todos los casos el aprendizaje memorístico, la reducción del pensamiento del autor a frases célebres y la elaboración de trabajos que por su nivel de generalidad no obliguen al estudiante a ser preciso en la presentación de sus ideas"[724]. El profesor, si es un verdadero filósofo, sabe que filosofar es "una invitación a filosofar y no como un repertorio de lecciones de filosofía"[725]. Teodoro Adorno precisa que "el quehacer de la filosofía es de búsqueda e interpretación y el quehacer de la enseñanza y aprendizaje de la filosofía es afrontar la totalidad de lo real, especialmente de las inquietudes del hombre"[726].

El alumno debe aprender a pensar, y "pensar, desde el punto de vista de la acción, no es entrar en lo ya pensado, no es entrar en una articulación ya establecida; es, ante todo, luchar contra lo que espera el significado del significante, contra todo lo que impide al deseo tomar la palabra y con la palabra el poder"[727]. Pero ese aprender a pensar es una de las tareas más complejas y a muchos no les gusta lo complejo, lo difícil. "Filosofar no es fácil. Filosofar nunca ha sido fácil. Ya Platón decía que hay que volverse con toda el alma, a partir de lo que deviene, hacia la contemplación de lo que es, hasta lo que se pueda fijar de mirada en lo que hay de más luminoso en el ser. Filosofar requiere de una preparación, una ascesis de los entes al ser, una actitud moral"[728]. Filosofar es faena vital, y todo lo que se relacione con la existencia auténtica es difícil. En su dificultad radica su grandeza. No nos gusta filosofar porque nos disgustan las cosas difíciles. "Todos quieren ir al cielo, pero nadie quiere morirse", dice el refrán. "Pues qué, ¿los favores del cielo se consiguen enseguida? ¿No hay más que llegar y triunfar?… Hasta en las vanas y falsas filosofías, que tienen algo de místico, no hay don ni favor sobrenatural, sin poderoso esfuerzo y costoso sacrificio"[729]. En vez de pensar, es mejor dejarse inercia del consumismo porque éste nos aleja de los problemas difíciles. "En tiendas y supermercados exhiben toda clase de baratijas para las necesidades industriales, personales y familiares; y, por consiguiente, se ve una minúscula vitrina con libros que nadie mira ni compra. Así comprende uno que a la gente le gustan las soluciones fáciles. Eso de concentrarse a leer, pensar y aplicar principios de la vida acertada y correcta es mirado con desprecio; es mejor comprar un paquete en el que, al desempacar, aparezcan todas las soluciones. Esto es para reírse irónicamente hacia adentro, porque cuanto la gente gana más dinero, gasta y compra soluciones, más problemas tiene"[730]. Estanislao Zuleta era enfático al afirmar que anhelados una vida sin riesgos, sin lucha, sin búsqueda de superación y sin muerte, sin carencias y sin deseo: "un océano de mermelada sagrada, una eternidad de aburrición"[731]. Como dicen por ahí: "Nadie quiere renunciar a la propia familia, pero a la vez nadie quiere ser esclavo de ella…"

Filosofar es un arte, y como tal requiere motivación, disciplina, paciencia, estudio, concentración, esfuerzo, atención, amor y mucha, pero mucha práctica. Practicando se adquiere el hábito de filosofar. Filosofando se aprende a filosofar. "Toda conquista, todo paso adelante en el conocimiento es consecuencia del coraje, de la dureza consigo mismo, de la limpieza consigo mismo"[732]. El pensar es un quehacer, y como todo quehacer, requiere de entrenamiento y herramientas. "El entrenamiento del pensar es el pensar mismo. Filosofar es un oficio y hace falta aprenderlo. ¿Dónde se aprende a filosofar? En la escuela"[733]. Si lo que queremos es encontrar una forma de ver el mundo que nos dé resultado, tendremos que tomarnos la molestia de pensar por nuestra cuenta y riesgo, afrontando las dificultades y compromisos que ello implique. Pensar y ser libre son los riesgos que debe afrontar una persona. Existe la falsa sensación de encontrar respuestas fáciles a las preguntas que nos inquietan. José Saramago señala que "las respuestas no llegan siempre cuando uno las necesita, muchas veces ocurre que quedarse esperando es la única respuesta posible"[734]. Pero las respuestas fáciles no existen. Lou Marinoff nos advierte que la única manera de obtener una solución real y duradera a un problema personal consiste en abordarlo, resolverlo, aprender de él y aplicar lo que se aprenda en el futuro. Aunque filosofar no sea tarea fácil, "la filosofía -nos dice Lina Moreno de Uribe- es para vulgares mortales con disciplina". Hermann Hesse, refiriéndose a la sentencia de Novalis, que dice que "la mayor parte de los hombres no quieren nadar antes de saber", señala que no quieren nadar porque han nacido para la tierra y no para el agua. "Y, naturalmente, no quieren pensar; como que han sido creados para la vida, ¡no para pensar! Claro, y el que piensa, el que hace del pensar lo principal, ese podrá acaso llegar muy lejos…"[735]. Agrega Hesse que "el hombre no posee muy desarrollada la capacidad de pensar, y hasta el más espiritual y cultivado mira al mundo y a sí propio siempre a través del lente de fórmulas muy ingenuas, simplificadoras y engañosas -¡especialmente a sí propio!- "[736].

El estudiante tiene el compromiso de aprender a buscar sus propias respuestas, pensando por sí mismo, porque "cuando alguien quiere filosofar no puede contentarse con aceptar las respuestas de otros filósofos o citar su autoridad como argumento incontrovertible: ninguna respuesta filosófica será válida para él si no vuelve a recorrer por sí mismo el camino trazado por sus antecesores o intenta otro nuevo apoyado en esas perspectivas ajenas que habrá debido considerar personalmente"[737]. El profesor Eudoro Rodríguez Albarracín sostiene que "el filosofar no es primariamente un aprendizaje nacional de los sistemas y pensadores sino una actitud personal que desde sí accede a una problematicidad que afecta al mismo individuo y en la cual las preguntas y las respuestas en último término deben ser asumidas como retos personales que afectan la estructura misma de nuestra existencia"[738]. En este sentido Karl Jaspers planteaba que "el pensar filosófico tiene que ser original en todo momento. Tiene que realizarlo cada uno por sí mismo". Según Santo Tomás, el estudio de la filosofía no es para saber lo que opinan otros sino para darse cuenta cuál es la realidad.

El estudiante de filosofía debe tender a la configuración de una auténtica actitud filosófica ante la realidad como paso previo a la filosofía sistemática: desinstalación por el pensamiento crítico de la vida inauténtica, mediocre y burguesa. "Asunción de los problemas básicos de la realidad en su raíz y fundamentos últimos. Inserción vital en los grandes problemas, autores y grandes líneas que se disputan al ser y el quehacer del hombre. Proceso vital de búsqueda. Disputa y comunicación. Punto terminal: vislumbrar el camino a la sabiduría y columbrar el acceso al misterio absoluto"[739]. Por eso, además, debe saber que "en su ser, en su quehacer y en el dinamismo de su libertad estamos lanzados a la aventura y la pasión de vivir. La vida que se posee y se construye, he ahí el punto de partida de todo auténtico filosofar. Pero el punto de partida no es centro, el término. El hombre es importante porque es la perspectiva, la morada del preguntar, pero de una realidad que lo desborda y lo sobrepasa"[740].

El discente debe ser absolutamente consciente e interiorizar que "sin la filosofía la vida sería radical trivialidad, superficialidad, un estar en el mundo sin porqués ni paraqués, un idiotismo que cierra al individuo y le priva de los mejores y mayores horizontes del quehacer intelectual"[741]. Descartes sostenía que es lo mismo tener los ojos cerrados sin abrirlos jamás que vivir sin filosofía. Muchos se arrastran por la vida, día tras día, en un estado inconsciente, siguen sus hábitos y reaccionan a partir de sus emociones, hacen lo que es requerido y nada más. Es por eso que el estudiante debe filosofar, "porque tenemos capacidad para articular lo que aún no lo está; y también porque existe la alienación, la pérdida de lo que se creía conseguido y la escisión entre lo hecho y el hacer, entre lo dicho y el decir; y, finalmente, porque no podemos evitar esto: atestiguar la presencia de la falta con la palabra"[742]. Pero debe tener plena conciencia de que "la filosofía no puede prescindir de la actualidad, de la existencia del hombre solitario y necesitado, como la humanidad, de razón y criterio para el uso de su libertad"[743]. Como el hombre, la actividad filosófica se da encarnada en un tiempo y un espacio; por tanto, no podemos hablar de un único filosofar, ni de unos únicos principios filosóficos. Si así fuera, tal vez la tarea de educar sería más fácil, pero a la vez menos libre. Para el filósofo francés Maurice Merleau-Ponty, la filosofía puede hallarse donde quiera y el filósofo debe abrirse al mundo en su totalidad e interpretar los datos del mundo como signos o nidos de significaciones, que no están dados sino que se van haciendo dentro de la trama de la experiencia y del saber.

El discente debe preguntarse para qué sirve el filosofar y el fin último del filosofar: la filosofía misma. "La misión de la filosofía es reflexionar, hacer pensar acerca del mundo"[744]. En este sentido es importante tener presente el planteamiento del profesor Jorge Deháquiz cuando afirma que la respuesta a esta pregunta orienta el carácter y sentido práctico del estudio-aprendizaje de la filosofía, y agrega que el ejercicio práctico de filosofar tiene una doble intencionalidad: lógico-epistemológico y ético-antropológico. "Es bueno que el alumno interrogue qué pretende la filosofía en el plano lógico-epistemológico. Intelectualmente el ejercicio del filosofar busca la verdad, requiriendo para ello la afirmación verdadera de sus asertos teóricos. Los criterios con los cuales se intenta establecer la veracidad de los argumentos filosóficos son ordenados por la filosofía o reflexión crítico-analítica sobre la filosofía como saber, la epistemología y la metodología de la filosofía, contribuyendo la lógica con la definición de los requisitos de su auténtica implicación y expresión"[745]. La filosofía como hija de la cultura de una época, nos muestra que "el filosofar ha sido una actitud y una tarea situada, condicionada por los contextos histórico-culturales en donde se ha producido el saber filosófico"[746]. El filósofo pertenece a una época, a una cultura y a un lugar.

Si bien es cierto que la filosofía no ofrece respuestas a toda nuestra problemática, sí plantea problemas a una cultura de su tiempo, porque la filosofía es la conciencia crítica de una época. "Como esa actividad viene a constituir una verdadera "ley de nuestro espíritu", al mismo tiempo que es la más alta manifestación del entendimiento, es ella la que da relieve a la cultura de cada época"[747]. La filosofía intenta resolver algunas de nuestras grandes inquietudes y nos permite plantear problemas cruciales en nuestra existencia. "La filosofía, si no puede responder a todas las preguntas que deseamos, es apta por lo menos para proponer problemas que aumentan el interés del mundo y ponen de manifiesto lo raro y admirable que justamente bajo la superficie se oculta, aun en las cosas más corrientes de la vida cotidiana"[748]. Manuel García Morente[749]reconoce que el pensamiento, lejos de ser algo que en eternidad y fuera del tiempo subsiste siempre igual a sí mismo, funcionado en las mismas condiciones y capaz de las mismas performancias (rendimientos), está radical y esencialmente condicionado por el tiempo y por la historia. El pensamiento no da de sí en cualquier momento y en cualquier lugar cualquier cosa; sino nace, surge en una mente concreta, en un hombre de carne y hueso, en un individuo, el cual vive en una época determinada y piensa en un lugar determinado; y ese pensamiento viene condicionado esencialmente por todo el pasado, que presiona sobre la mente en la cual se está destilando. El pensamiento filosófico no es ahistórico, fuera del tiempo y del espacio; no es pensamiento que esté lanzado hacia eternidades, sin relación con el momento histórico; el pensamiento es una realidad histórica, tiene una realidad histórica. El pensamiento es el epicentro de nuestras acciones. A mayor desarrollo de nuestras ideas mayor manifestación de acciones inteligentes ejecutaremos. En nuestro mundo contemporáneo todo sujeto de la cultura puede ser objeto de reflexión filosófica. El mundo actual ofrece un amplio espacio para filosofar. El filosofar posibilita que el estudiante adquiera "fuertes bases teóricas y una amplia comprensión de los problemas, tanto filosóficos como en los otros campos del conocimiento"[750].

La propuesta pedagógica del profesor Deháquiz plantea que al culminar el proceso educativo-escolarizado y tras adquirir y formar una actitud intelectual crítico-analítica, extendida a todos los campos del pensar, del conocer y del actuar, el joven bachiller debe estar en capacidad de hacer uso público de su razón, de su racionalidad como discurrir filosófico y científico, sopesando cada afirmación, cada argumentación, autoevaluando sus propuestas ideológicas y confrontando con la crítica de otros sus construcciones teóricas sobre el mundo. Esta actitud, que es disposición normal de la persona que ha llegado a la "mayoría de edad", es fundamental, según lo sugiere el filósofo austriaco Kart Raimundo Popper, "no sólo para el progreso del conocimiento, sino también para lograr establecer sociedades en donde sea posible derrumbar ideas que no nos gustan sin necesidad de eliminar a aquellos que las sustentan"[751].

El educando no puede ignorar que filosofar es un requisito para ser libres, comprendiendo que ser libre no es hacer aquello que uno quiere o desea sino aquello que uno debe. La filosofía le permite su acción liberadora. La libertad conduce los deseos por los caminos de la racionalidad y de la responsabilidad. La libertad va indisolublemente unida a la conciencia del deber y al sentido moral. Esta facultad moral nos permite elegir racionalmente entre diversos fines y medios "para crear así los estilos de vida o cursos de acción, las relaciones intersubjetivas y las estructuras sociales que constituyen la cultura y la historia"[752]. Aquello que califica a una persona como tal es su capacidad de pensar, su facultad de decidir asumiendo responsabilidad y su búsqueda del bien para sí mismo y para la comunidad. La filosofía es una escuela activa de pensamiento riguroso, de libertad responsable y de virtud gozosa. Es aquí donde la filosofía tiene un papel central en la formación del ser humano; ya que sólo tendremos hombres en el pleno sentido de la palabra cuando aprendamos a servirnos de nuestro saber para la construcción de un mundo más humano. El estudiante debe comprender que la filosofía es una "dimensión existencial del hombre que se autocomprende como proyecto indeterminado y problemático (libertad y sentido de la vida) abocado a tomar decisiones y opciones fundamentales. Dimensión teórica de búsqueda de los fundamentos últimos y raizales del ser y el conocer. Dimensión práctica como orientadora (ética) y autoconciencia crítica del movimiento social, histórico a nivel del concepto y los principios constitutivos de la praxis sociopolítica"[753].

El alumno se debe preguntar por el sentido del filosofar. Pero para establecer cuál es el sentido del filosofar, no puede pasar desapercibida la tarea de la filosofía. Es deber de la filosofía elevar el nivel de profundidad de la reflexión; y así mismo, poner en cuestión las evidencias del sentido común, de lo establecido social y políticamente y lo que se cree como legitimado. Todo esto, para buscar estudiantes autónomos y libres, que indaguen por el bienestar del hombre en sus diferentes niveles de convivencia. El estudiante debe saber que si en la filosofía pocos son los genios y los creadores, la necesidad del filosofar como actitud auténtica ante la vida debe ser posibilidad universal. "Pues en definitiva lo significativo y duradero para nuestra vida personal no son los autores, las obras y los sistemas, sino el grado de iluminación que a través de ellos logremos en el camino interminable e inabarcable de las ideas, los valores y la verdad"[754].

Una de las tareas de la filosofía es formar hombres críticos. Pero ser crítico, tal como sostiene el filósofo y sociólogo alemán Max Horkheimer, "no significa que el alumno tenga una postura criticona, superficial, sino por el contrario, es un esfuerzo intelectual que el alumno debe lograr para no aceptar sin reflexión y por simple hábito las ideas, los modos de actuar y las relaciones sociales dominantes"[755]. La crítica no puede quedarse en el "no tragar entero"; debe ser un esfuerzo por armonizar, entre sí y con las ideas y metas de la época, por la construcción de un mundo mejor, por investigar los fundamentos de las cosas, en otras palabras: "por tratar de conocerlas de manera real"[756], ya que no se quiere un estudiante pasivo, sino un estudiante con un compromiso y unos cuestionamientos que involucren al otro y los otros para que los individuos regulen su diferencia de sus particularidades construyendo espacios de participación, consenso y diálogo. El filósofo, gracias a su hábito reflexivo, no se deja engañar fácilmente. "Los viejos sentimos crecer la hierba. No es fácil que los pollos engañen a los recoveros"[757].

El alumno debe ser consciente que la filosofía es un pensar subversivo en el buen sentido de la palabra, porque es el intento del hombre por introducir la razón en el mundo; esto lleva a que tal posición sea cuestionada y puesta en tela de juicio por posiciones dominantes y dogmáticas, ya que el hombre que piensa ejercer una postura incómoda, obstinada e inquieta es una persona que no se domestica y sus preguntas desbordan el horizonte de la cotidianidad. Debe saber que "aprender y educarse en filosofía no significa recibir simplemente determinados contenidos teóricos, sino asumir problemas y prepararse para responderlos de un modo original y creador"[758]. El profesor Juan José Adrados nos advierte que "en filosofía, más seguramente que en otra disciplina, sólo es fértil el pensamiento educado, apto para plantear cuestiones y formular respuestas con sentido, es decir, encuadradas en un contexto ideológico preciso"[759].

El estudiante necesita saber qué hace un filósofo para empezar a motivarse en la inmersión en tan asombroso universo. Aunque la filosofía no es una profesión rentable, de las que necesita el consumismo, tiene muchos campos de acción como "en la investigación, para desarrollar el pensamiento filosófico. En la docencia, impartiendo conocimientos y participando activamente en investigaciones interdisciplinarias. En el periodismo, elaborando artículos que requieran conceptualización y análisis. En la industria editorial, colaborando en la redacción y corrección de libros"[760].

También debe tener objetivos claros en el aprendizaje de la filosofía para que aprenda a expresar el pensamiento en forma libre y espontánea como resultado de una reflexión autónoma y argumentada; que sea capaz de manifestar libertad de espíritu y desarrollar habilidad reflexiva para tomar posición frente a las diversas formas de propaganda, de exclusión o intolerancia, como condición para asumir y compartir la responsabilidad de responder a los grandes interrogantes contemporáneos en el campo de la ética y de la política.

El profesor Deháquiz sostiene que el objetivo fundamental del estudio-aprendizaje de la filosofía es claro: potenciar al máximo el pensamiento crítico-reflexivo del alumno, ejercitándolo en la construcción de relaciones intelectuales al más alto nivel; pensamiento elaborado como discurrir con razones filosóficas, como filosofar. Pero no se puede filosofar plenamente sin la aprehensión de la filosofía, sin conocer el contenido objetivo del pensamiento humano concreto y su evolución histórica. Se da una relación dialéctica creativa, pedagógica y metodológica entre el filosofar y filosofía: éste es el objeto del filosofar, el cual es, a su vez, iluminado en su creatividad discursiva por la filosofía. El filosofar es el centro del acto educativo filosofante. La reflexión filosófica posibilitará "que el estudiante pase de ser pasivo y acrítico, a ser una persona pensante, reflexiva, crítica; de un hombre conformista y fatalista, individualista y egoísta, a una persona solidaria que participa activamente en las comunidades"[761]. El quehacer filosófico llevará al educando a razonar por él mismo, "abandonar la conciencia ingenua que lo hace aceptar las cosas porque sí, porque así deben ser, y que sea capaz de desarrollar su conciencia crítica que lo lleve a relacionar, a pensar y a comprender la realidad"[762]. Plantea Ricardo Peter que "lo que siempre atrae de la filosofía es que su interés por comprender lo que no se sabe y no se puede llegar a saber afecta siempre al hombre, pues como afirma Susanne Langer, "su función no es aumentar el conocimiento de la naturaleza, sino nuestra comprensión de lo que sabemos". La Filosofía no caduca porque mantiene viva la inquietud por lo que no sabe"[763].

El auténtico compromiso del estudiante, inexorablemente, lo llevará a despertar su espíritu crítico y reflexivo para que acometa por su cuenta y riesgo el fascinante arte de filosofar, que le implica, entre otras habilidades, ir a los textos filosóficos, navegar en sus profundas y caudalosas aguas para encontrarse "frente a frente" con los auténticos filósofos, quienes lo maravillarán y hechizarán con sus obras geniales, pletóricas de la más selecta prosa dialéctica con los libros de Platón y con los estremecedores, impactantes, excelsos y poéticos aforismos de Nietzsche. Leyendo, investigando y reflexionando en la profundidad de los diálogos platónicos (que, nacidos de una mezcla de todos los estilos y formas existentes, oscilan "entre la narración, la lírica y el drama, entre la prosa y la poesía[764]por ejemplo, el estudiante aprenderá a dialogar de manera argumentada, aceptando la diferencia y adquiriendo habilidades dialécticas para el debate, el disenso, el acuerdo, el desacuerdo, la controversia… Los "incómodos" aforismos nietzscheanos, además de impactarlo y afectarlo en su más honda psicología, le servirán de espolique para que se cuestione y replantee su existencia y la forma como hasta ahora estaba percibiendo, interpretando y sistematizando su realidad y la realidad de la cultura occidental.

A quienes se quieran dedicar "profesionalmente" al apasionante pero complejísimo arte de filosofar conviene aclararles que la lectura de textos filosóficos demanda atentas lecturas y relecturas; éstos exigen que se les lea y se les relea. Para leer libros de filosofía se requiere ser un lector entrenado, crítico, minucioso y, sobre todo, amar el cautivador arte de la lectura. Leer material filosófico exige rigurosidad y esforzado trabajo hermenéutico, semiótico, semántico, lógico, filológico, valorativo y comprensivo. Los filósofos son complejos de entender. Algunos escriben par especialistas. Muchas veces sus categorías gramaticales, propias del rigor y la exigencia filosófica, son enmarañadas e inextricables. Leer los tratados u obras filosóficas no es fácil, y, como he escrito, a muchos no les gustan las empresas difíciles. Se requieren denodados esfuerzos para leer y estudiar directamente estos libros, porque, si solamente nos atenemos a las interpretaciones de otros autores, estaremos concibiendo la interpretación que hace cada autor de determinado libro filosófico. Generalmente, los tratados o libros de filosofía se prestan a múltiples interpretaciones y algunos son refractarios a éstas, dada su enorme dificultad y estilo enmarañado en que están escritos. El lector entrenado deberá realizar ingentes esfuerzos para leer y comprender. Libros de filosofía tan formidables como La República, de Platón; La Metafísica, de Aristóteles; La Summa Teológica, de Santo Tomás; La Ética Demostrada Según el Orden Geométrico, de Spinoza; La Crítica de la Razón Pura, de Kant; La Fenomenología del Espíritu, de Hegel; El Capital, de Marx; Así Habló Zarathustra, de Nietzsche; y Ser y Tiempo, de Heidegger, por citar sólo éstas (porque hay otras menos conocidas, pero más complejas), son textos filosóficos difíciles de comprender. Eso los hace más interesantes, atractivos y retadores. El filósofo Joan Solé, refiriéndose concretamente a la dificultad de comprensión implícita en el libro Ética Demostrada Según el Orden Geométrico, de Baruch Spinoza, señala lo siguiente:

"La Ética es uno de los libros de filosofía más arduos que se hayan compuesto jamás. Incluso a un lector con formación filosófica le plantea enormes dificultades de lectura y comprensión. Los principales estudiosos y comentaristas del libro le han dedicado muchos años (a menudo un cuarto de siglo o más. en una exigua vida humana) de reflexión antes de considerar que tenían una idea precisa de su estructura y significación generales, y que podían exponerla. De los libros filosóficos que se pueden leer -también los hay ilegibles entre los famosos- tal vez sea el más difícil, junto con la kantiana Crítica de la razón pura. Podemos citar aquí, por ejemplo, a Steven Nadler, autor de una de las mejores biografías de Spinoza y de una buena introducción a su pensamiento: «La Ética es además un libro extraordinariamente difícil. Si bien las cuestiones que Spinoza trata son las filosóficas de siempre, y por consiguiente resultan familiares a cualquiera que haya cursado estudios elementales de filosofía, el libro puede parecer, en el primer contacto, sumamente intimidatorio. (Y lamento informar que, como la mayoría de grandes obras de filosofía, no hace sino volverse más difícil a cada lectura posterior.) Al lector moderno su modo de presentación le parecerá opaco, el vocabulario, extraño, y sus temas, extremadamente complejos, incluso impenetrables». El aparato expositivo spinoziano intimida al lector que llega por primera vez a la Ética, como escribe Henri Bergson: «la formidable disposición de teoremas con la tupida red de definiciones, corolarios y escolios, y esa complicación de maquinaria, esa capacidad de aplastar que sume al principiante, en presencia de la Ética, en la admiración y el terror, como si se encontrara ante un buque de guerra acorazado». Y aun así, una pequeña porción de la humanidad sigue adentrándose en sus páginas laberínticas, ávida de desentrañar su sentido más profundo. ¿Se trata del reto de la dificultad? Sin duda debe existir un incentivo más poderoso para consagrar años de la propia vida a este desafío inclemente. Lo hay: como una alta cumbre de muy difícil acceso, depara a quien la alcanza una vista única, un panorama completo de la existencia. Quien sienta el deseo de la ascensión necesitará un guía que le abra camino en la empinada cuesta"[765].

Leyendo algunas novelas encontramos aportes filosóficos, ciertamente un poco más fáciles de "digerir", debido a que muchas son "tratados" filosóficos o sus autores tienen una amplia formación filosófica. "La literatura y la filosofía mantienen una estrecha relación desde sus orígenes. Sus objetivos concuerdan cuando dirigen sus discursos hacia la pregunta por el ser y el sentido de la vida. Mientras que la literatura se sirve de la ficción, como ya señaló Aristóteles en su Poética, la filosofía encara la cuestión, la mayoría de las veces, desde un ideal objetivismo. Pero ambos son medios de expresión con los que el hombre inquiere su existencia. Un importante punto de contacto entre la literatura y la filosofía es la novela filosófica, género narrativo que por su lenguaje y por su tema oscila entre lo novelescoficcional y lo ensayístico… La novela filosófica en ocasiones puede tener la misma finalidad que cualquier otro proyecto filosófico: el de plantear preguntas más que dar respuestas… La novela ofrece a la filosofía la posibilidad de plantear un supuesto que no difiere en los rasgos esenciales del mundo real"[766].

El escritor Felipe Claudel, quien dice leer por placer y ser un loco de la literatura, sostiene que la lectura es una tentativa artística y estética al servicio de un proyecto para conocer la aventura humana y las preguntas que la atraviesan. "Todas las grandes novelas nos interrogan sobre nosotros mismos, sobre los otros, sobre la sociedad, sobre la vida en su dimensión metafísica, sobre la relación que tenemos con lo sagrado. Pienso, además, que hoy en día, la literatura es vital porque nos permite afrontar preguntas profundas sin la rapidez, sin la urgencia de nuestras vidas cotidianas. Es una zona de calma conservada, de freno, en la cual uno se puede parar a pensar"[767]. El investigador y escritor Ángelo Nobile, con respecto al interés de la literatura, señala que ésta "lectura agudiza el espíritu crítico, refuerza la autonomía de juicio, educa el sentimiento estético, nutre la fantasía, ensancha la imaginación, habla a la afectividad, cultiva el sentimiento, descubre intereses más amplios y autónomos, contribuye a la promoción de una sólida conciencia moral y cívica abierta a los ideales de compresión humana y de solidaridad social e internacional, resultando esencial para la formación intelectual de la persona"[768].

Las obras de reconocidos escritores, como Goethe, Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Baltasar Gracián, Thomas Mann, Robert Musill, Franz Kafka, Hermann Hesse, Albert Camus, Ítalo Calvino, Umberto Eco y Milán Kundera, entre otros, cuya lectura es agradable y sencilla, son "tratados" de filosofía, que de manera poética y novelada, nos enseñan a pensar y a cuestionar la cultura occidental. En el caso de Sartre, su filosofía se encuentra, además de sus ensayos, en novelas y obras de teatro. "Para comprender a Schiller, resulta esencial su relación con Kant —y no precisamente en el orden biográfico o científico espiritual, sino en el de su reflejo en la figura de los dramas y de los poemas como tales—, igual que para la comprensión de Hebbel son esenciales los puntos de vista filosófico-históricos que operan en su dramaturgia"[769]. En la novela El hombre sin atributos, de Musill, encontramos la historia de la crisis de nuestra civilización.

"En cuanto a la conexión con la filosofía que se desarrolla en su interior, encontramos que ésta se puede actualizar, en un primer acercamiento, de dos modos: a partir de un sistema filosófico concreto (desde este punto de vista podríamos decir que la novela de formación Demian de Hermann Hesse o la novela Camino de Perfección de Pío Baroja desarrollan en su interior parte de la filosofía de Nietzsche); o conformando en la actualización novelística un discurso especulativo propio sin partir de un concepto regulador de una determinada visión del mundo ya elaborado en el terreno filosófico, (en este caso podríamos poner como ejemplo la novela de Robert Musil El hombre sin atributos, en la que el escritor austríaco establece un discurso reflexivo autónomo de cualquier sistema filosófico exterior, si bien este carácter independiente no debe ser entendido como un texto anárquico con respecto a cualquier tendencia filosófica, pues su naturaleza textual no escapa de la relación pragmática que se establece con su presentación dentro del universo cultural literario en el que aparece, y, por ello, en sus páginas se encuentra la influencia tanto de Nietzsche como de Martin Buber)… Cuando nos enfrentamos a la tarea de discernir qué novela puede considerarse como filosófica y cuál no, es posible que nos encontremos ante la situación de una apertura del marchamo a razón de la interpretación libre que realiza cada lector… Estimo que para considerar una obra como novela filosófica ésta ha de transmitir algo más que una simple fábula o mito en el sentido de explicación figurada sobre un elemento capital. No se trata de encontrar en ella obligatoriamente una recreación de algunas ideas de algún filósofo en concreto o de que un personaje de la obra tome como reglas de su vivir ciertos valores morales. Creo, sin embargo, que para considerar una novela como filosófica hemos de hallarnos ante una serie de características que sean capaces de hacernos entender alguna visión concreta del mundo, ya sea a través de sus personajes y sus diálogos o su comportamiento ético, ya sea a través del cedazo del narrador. Sin duda, un claro síntoma de estar ante una novela filosófica será la de hallar ideas relativas a un filósofo en su interior, pero ello no implica que necesariamente por esa razón sea considerada como una verdadera novela filosófica… Musil deseaba que su obra sirviera como crítica a la ideología dominante de la modernidad. En este sentido, cabría leer El hombre sin atributos como un adelanto de todos aquellos movimientos críticos que atacan el proyecto de la Ilustración y que pretenden variar el rumbo de la modernidad en tanto que dicho proyecto ha fracasado porque a pesar de sus buenas intenciones no ha obtenido los resultados esperados… Lo fundamental de esta obra es que el lector se ve movido a plantearse numerosas preguntas de gran calado sobre nuestra existencia y sobre nuestro tiempo, ¿cuál es la realidad del ser?, ¿cuál es el sentido de la vida?, ¿por qué hemos de subyugarnos a una moral heredada sin antes someterla a examen?, ¿qué intereses nos dirigen a la integración social por medio de la producción?, ¿por qué resulta tan difícil recuperar la unidad y la armonía en todos los rasgos del ser humano inserto en una sociedad moderna?, ¿qué sentido tiene el gran arte en una sociedad que ya no lo requiere ni lo entiende?"[770].

Ya lo decía Heidegger que "el gran arte y sus obras poseen grandeza, en lo que hace a su ser y a su surgimiento histórico, porque llevan a cabo una tarea decisiva dentro de la existencia histórica del hombre: revelar en el modo de la obra lo que es el ente en su totalidad y preservar en ella esa revelación"[771]. Uno de los textos literarios (quizá el más filosófico en la literatura universal) que más nos invita a la reflexión filosófica es un fragmento del Hamlet shakesperiano (y en especial toda la obra), el cual dice lo siguiente:

"¿Ser, o no ser?: ésta es la cuestión: si es más noble sufrir en el ánimo los tiros y los flechazos de la insultante Fortuna, o alzarse en armas contra un mar de agitaciones, y, enfrentándose con ellas, acabarlas; morir, dormir, nada más, y, con un sueño, decir que acabamos el sufrimiento del corazón y los mil golpes naturales que son herencia de la carne. Ésa es una consumación piadosamente deseable: morir, dormir; dormir, quizá soñar: sí, ahí está el tropiezo, pues tiene que preocuparnos qué sueños podrán llegar en ese sueño de muerte, cuando nos hayamos desenredado de este embrollo mortal. Ésa es la consideración que da tan larga vida a la calamidad: pues ¿quién soportaría los latigazos y los insultos del tiempo, el agravio del opresor, la burla del orgulloso, los espasmos del amor despreciado, la tardanza de la justicia, la insolencia de los que mandan, y las patadas que recibe de los indignos el mérito paciente, si él mismo pudiera extender su documento libertario con un simple puñal? ¿Quién aguantaría cargas, gruñendo y sudando bajo una vida fatigosa, si no temiera algo después de la muerte, el país sin descubrir, de cuyos confines no vuelve ningún viajero, que desconcierta la voluntad, y nos hace soportar los males que tenemos mejor que volar a otros de que no sabemos? Así, la conciencia nos hace cobardes a todos, y el colorido natural de la resolución queda debilitado por la pálida cobertura de la preocupación, y las empresas de gran profundidad y empuje desvían sus corrientes con esta consideración y pierden el nombre de acción…"[772].

El filósofo Matthew Lipman propone un método para enseñar a pensar críticamente a los jóvenes a través de la "elaboración de un programa que, basado en una serie de novelas y de manuales de apoyo para el profesor, potencia el desarrollo de las capacidades cognitivas y de las técnicas de razonamiento y, al mismo tiempo, una reflexión seria y profunda sobre una serie de temas y conceptos fundamentales tanto para los niños como para los adultos. Lo que pretende Lipman es, pues, elaborar un método para enseñar a pensar, pero no sólo a pensar bien, sino sobre todo a pensar bien por sí mismo y a razonar correcta y coherentemente, tanto en su significación lógica como en su sentido ético o moral. La base de este método será el diálogo, la investigación en cooperación, el intercambio de ideas y de pensamientos, todo ello a partir de las sugerencias personales provocadas por la lectura de tales novelas. Luego, se podría afirmar que la finalidad de este método es, además de enseñar a pensar por uno mismo y coherentemente, es decir, desarrollar un pensamiento crítico, llegar a formar lo que Lipman llama una "comunidad de investigación""[773]. La UNESCO recomienda, en la práctica pedagógica, apoyarse en la reflexión filosófica sobre las obras literarias, en particular en la literatura para jóvenes:

"Esto es útil, a condición de que se trate de una literatura consistente, es decir, que tenga una profundidad existencial, en la que el sentido no sea de inmediato transparente, sino que requiera una interpretación, en la que los relatos, descriptivos o narrativos, conlleven, más allá de su contenido manifiesto, una incitación a la reflexión. En este marco, el trabajo reflexivo consiste en hacer emerger, más allá de la comprensión de la literalidad de la historia, los sentidos posibles del texto, las preguntas que éste plantea a los niños y las que los niños se plantean durante su lectura, y éstos con vistas a la discusión.

Puede emprenderse el mismo tipo de trabajo reflexivo basándose en el patrimonio local o universal de los cuentos, leyendas o fábulas, que son una reserva inagotable de reflexión y sabiduría. Y también, y sobre todo, los mitos que, al abordar la cuestión de los orígenes, nos remiten a la universalidad de la condición humana y a sus misterios. De manera más específica, la utilización de los mitos de Platón, adaptados para los niños, les lleva a reflexionar sobre la verdad y la mentira (La alegoría de la caverna), la relación entre el poder y el bien (El anillo de Giges), el amor (El mito del andrógino), etc. El interés de todos estos soportes es arraigar el despertar del pensamiento reflexivo de los niños en su sensibilidad y en su imaginación: así pueden proyectarse en los héroes, vivir sus aventuras, encarnando las cuestiones de fondo en su subjetividad individual. Esos referentes comunes al grupo-clase, que se basan en los grandes arquetipos humanos compartidos, abren la vía de manera positiva a un trabajo de intersubjetividad durante las discusiones"[774].

Hoy cuando se habla de derechos humanos y conservación del medio ambiente, el estudiante debe reflexionar profundamente sobre la tecnociencia, repensar el problema de la vida en relación con la ética. "El progreso mental prometido por la modernidad fue otra desilusión, no obstante logros técnicos y científicos que lo hacen más factible, para dar lugar a la intuición de un porvenir cada vez más inhumano, aún más ensombrecido para la amenaza de la capacidad destructiva y total y el deterioro del ambiente natural"[775]. Debe ser consciente de que la bioética, como nueva opción para filosofar, es una reflexión que trata de integrar los saberes filosóficos con los científicos, físicos, técnicos y matemáticos, en búsqueda de una toma de conciencia del ser en el mundo; tratando de asumir los niveles más altos de autoconciencia donde nace el sujeto moral y afirma su autonomía como persona en el análisis y discusiones asumidas con libertad; intentando tomar conciencia de nuestra cuota de responsabilidad que tenemos sobre nosotros mismos, sobre el respeto de los derechos humanos y la conservación de nuestro hábitat. "Por primera vez en la historia, la supervivencia física de la especie humana depende de un cambio radical del corazón humano. Sin embargo, esto sólo será posible hasta el grado en que ocurran grandes cambios sociales y económicos que le den al corazón humano la oportunidad de cambiar y el valor y la visión para lograrlo"[776]. A pesar de haberlo advertido hace más de un siglo en lenguaje novelesco, D. H. Lawrence estaba en lo cierto: "Si todo sigue como hasta ahora, el futuro no reserva más que muerte y destrucción para las masas industriales… Un hombre tiene que luchar y esforzarse por conseguir lo mejor y luego confiar en algo que esté más allá de sí mismo. No hay seguridad frente al futuro, a no ser creyendo en lo mejor que llevamos dentro y en la potencia que hay por encima de todo ello…"[777].

¿Cuál es el papel del maestro en su quehacer filosófico?

Al docente de filosofía, entre otros quehaceres, le corresponde rescatar el valor de la filosofía y "enseñar" al estudiante a filosofar, a pensar. Su papel en el momento actual, debido a los profundos cambios que se registran en la sociedad y en la educación, es de un gran compromiso por cuanto debe tener su mente muy abierta, adaptarse a los cambios y desempeñar su labor con mucha responsabilidad. Es por eso que tiene que convertirse en un minucioso investigador en el campo de la didáctica filosófica, con el propósito de considerar las nuevas propuestas e implementarlas a su dinámica docente. "Las comunidades de profesores y de especialistas de la didáctica desempeñan un papel cada día más dinámico a favor de la enseñanza de la filosofía, alentando discusiones sobre los problemas, las prácticas y los métodos de enseñanza que surgen casi a diario en el mundo, y esto en redes cada vez más amplias"[778].

El papel del maestro en este sentido implica demasiado compromiso porque sus esfuerzos deben orientarse en lograr que el estudiante aprenda a filosofar. Para que esto ocurra deberá convertirse en un auténtico facilitador del proceso académico en procura de que el alumno se "enamore" de la filosofía, conviva con ella y la vivencie de tal manera que se maraville con el quehacer filosófico como instancia que le permitirá profundizar y comprender la realidad. El profesor ha de comprometerse con su quehacer docente, y en su empeño "constituirse en ejercicio vivo del acto de filosofar a través del cual el estudiante asume su capacidad de pensar y la pone en acción"[779].

El maestro debe tener presente que "enseñar filosofía no consiste en informar o ilustrar al discípulo acerca de pormenores que fatigan su memoria, sino suscitar en su ánimo el nacimiento de los problemas y despertar la necesidad de encontrarles perentoria respuesta"[780]. Una enseñanza de la filosofía no es enseñanza sobre la filosofía: es una enseñanza misma de naturaleza filosófica. El quehacer del docente de filosofía "no es simplemente enseñar la filosofía, sino fundamentalmente la de enseñar a filosofar"[781]. El filósofo Leonard Nelson nos dice que si acaso existe algo en la filosofía que pueda considerarse enseñanza, sólo puede ser el enseñar a pensar por uno mismo. La Ley General de Educación precisa que uno de los objetivos de la educación es "la capacidad reflexiva y crítica sobre los múltiples aspectos de la realidad y la comprensión de los valores éticos… y de la convivencia en sociedad" (numeral g). La misma norma contempla que la filosofía es una de las áreas "obligatorias y fundamentales" de la educación media académica"[782].

La enseñanza de la filosofía debe ser una experiencia grata y enriquecedora. Según Diana Uribe Forero, "enseñar filosofía a los adolescentes es un privilegio, porque para ellos tiene todo un significado, debido a que están formándose valorativamente. Enseñar filosofía es toda una aventura; las clases son toda una aventura. La filosofía es algo muy personal… Cuando uno tiene eso en la cabeza tiene un mundo abierto, y en la medida en que entre a estudiar otros universos los enriquece"[783]. El profesor P. Mesa García precisa que agrega que no "hay mayor satisfacción que ayudar cada día a miles de alumnos a desarrollar el pensamiento crítico y autónomo, a cuestionar permanentemente todo lo que les rodea y a rechazar cualquier imposición ajena"[784].

El profesor, como orientador "de un proceso de formación, enseñanza y aprendizaje de los educandos"[785], debe comprometerse con su realidad docente, para lo cual deberá estar muy bien preparado y poseer las características de un verdadero maestro. Además, debe ser una persona crítica, "con una formación académica y humana completa, y por lo tanto, pensante. Si alguien va a enseñar a pensar, tiene que pensar"[786]. El educador debe saber que "la filosofía no es la revelación hecha por quien lo sabe todo al ignorante, sino el diálogo entre iguales que se hacen cómplices en su mutuo sometimiento a la fuerza de la razón y no a la razón de la fuerza"[787].

Según la visión de la Universidad Santo Tomás, el profesor de filosofía debe ser un profesional "con una sólida estructura de pensamiento filosófico para que su desempeño docente, investigativo y de servicio a la comunidad contribuya a la promoción y fortalecimiento de la vida cultural colombiana y latinoamericana, así como la recreación y enriquecimiento del patrimonio filosófico universal"[788]. Complementando tan interesante visión, los textos de esa institución nos dicen que "el filósofo (docente de filosofía) es un investigador con extraordinaria capacidad de análisis, síntesis y valoración crítica. El análisis, en el sentido cartesiano, consiste en dividir cada una de las dificultades que se examinaren en tantas partes como fuese posible y en cuantas requiérase para su mejor solución. La síntesis, en la misma concepción, es la conducción ordenada de los pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento de los más compuestos y difíciles. El análisis, la síntesis y la crítica también se pueden entender de acuerdo con la visión tomista como elementos de la aprehensión y expresión de la verdad: mediante el análisis se da el sentido de lo real; por la síntesis se ofrece el sentido de lo permanente en el devenir; y, mediante la crítica se avala el sentido de fidelidad a la realidad. La crítica en el sentido kantiano se entiende como el juicioso examen de las capacidades, posibilidades, límites y fines de la sensibilidad, el entendimiento y la razón para conocer los objetos que nos son dados en la experiencia sensible. La crítica kantiana también se puede asumir como la racionalidad del pensar por sí mismo, del pensar en el lugar del otro, y del ser consecuentes con lo que pensamos". El quehacer del docente en la enseñanza de la filosofía exige que tenga una "conciencia viva, despierta y a veces dolorosa del enigma, familiaridad con los problemas, seguridad ante las soluciones, actitud para despertar iguales sentimientos en el discípulo"[789].

El docente de filosofía debe tener bien claro qué enseña y a quiénes enseña; cómo enseñar y para qué enseñar. Asimismo, debe ser un permanente e incansable investigador, que indague "por el papel de la investigación en la docencia y de la docencia en la investigación"[790]; consciente que la investigación en su quehacer docente "debe asumirse como procedimiento necesario para el desarrollo del conocimiento y de la praxis, constituirse como recurso metodológico de todo proceso de enseñanza"[791]. Siguiendo la recomendación de Piaget, el verdadero educador buscará herramientas para dar soluciones a la problemática educativa, en procura de una autonomía intelectual y moral del discente. La concepción piagetana indica que el docente promoverá el aprendizaje en función del desarrollo intelectual, mediante los procesos de planteamiento de problemas e impulso a solucionarlos, la búsqueda de alternativas de solución, la opción por una de las alternativas y la satisfacción personal como resultado de haber hallado la solución.

El docente desde el punto de vista psicológico se debe fundamentar en el conocimiento y comprensión que tenga de las teorías del desarrollo del adolescente; y establecer una relación de tipo afectivo con el saber, es decir, con lo que enseña. "La labor filosófica es una renovada marcha hacia el fundamento, lo que quiere y puede trasmitir es aquella convicción inicial de que siempre hay algo más allá de lo que está ante nuestros ojos. Sólo quien se plantee el problema de la falsa evidencia podrá conducir a otros"[792].

Debe tener habilidad para comunicarse y relacionarse con el discente. Es necesario que conozca profundamente al alumno para que lo pueda entender y orientar adecuadamente, porque "es evidente que el educador debe ser un consejero, un guía, un conductor, pero su tarea quedará paralizada a mitad de camino si no le enseñara al niño a conducirse por su propia cuenta, si no le diera hábitos de estudio y de trabajo, si no despierta en él el cariño por las cosas del espíritu, si no lo adiestra en el uso de su discernimiento, si no formara su criterio y su conciencia"[793]. La investigadora Eloisa Vasco Montoya señala que si el maestro logra renovar su forma de percibir y reconoce a sus interlocutores o estudiantes, podrá preguntarse por el sentido de lo que hace, cae en la cuenta de su quehacer y se formula preguntas sobre los procesos pedagógicos que suceden en su entorno. "Si el docente se preocupa por las relaciones que debe establecer con sus estudiantes, busca la o las formas de conocer su vida, su medio ambiente, sus intereses, sus problemas estudiantiles, familiares y personales, su desarrollo fisiológico, sensorial y psicológico"[794].

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