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La imperiosa necesidad de aprender a filosofar (página 11)

Enviado por Luis Ángel Rios


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20

(c) El método de lectura y análisis de textos. Se parte de la consideración según la cual la mejor manera de introducir al joven en la filosofía es a partir del análisis de su propia circunstancia, enriquecida por el aporte del pensamiento maduro de los filósofos. Interesa entonces recalcar el lugar preponderante que ocupa, cuando se trata de enseñar a pensar, la lectura y análisis de textos filosóficos, que es enseñar a penetrar en la filosofía tal como la historia la decantó.

(d) El estudio dirigido. En esta modalidad de trabajo, el alumno asume rol protagónico y el profesor se convierte en un asistente de la actividad de aquel con el fin de capitalizar el esfuerzo intelectual de los alumnos, cultivando habilidades propias del ejercicio filosófico: análisis, formulación de ideas, observación, expresión y argumentación"[875].

Algunos recomiendan el método heurístico, basado en preguntas planeadas cuidadosamente y planteadas con inteligencia y oportunidad, con el propósito de invitar al estudiante a pensar, a definir su posición mental y a comprobar y fomentar el saber. Una "Guía del Profesor"[876] sostiene que "las preguntas instructivas sugieren y enseñan, obligan al alumno a la observación y a la reflexión, aplicar el resto de sus conocimientos y a realizar deducciones y conclusiones que tienen que ver con su vida concreta". Esto aleja a la filosofía de los meros principios abstractos, de tedioso aprendizaje, tornándola en algo vivencial con respecto a la problemática del joven de hogaño, procurando el encuentro de las soluciones, de conformidad con las circunstancias particulares. El maestro no debe enseñar qué pensar, sino cómo pensar. "Que cada cual reflexione como quiera, con tal de que reflexione…"[877]. Voltaire decía que todos pensaríamos bien si nos dejaran pensar, es decir, si no nos enseñaran o nos obligaran a pensar mal. El estudiante debe aprender a pensar por sí mismo, porque el pensamiento no es delegable. "Quienes tenemos el honroso encargo de ser maestros- reflexiona el docente e historiador Rafael Gutiérrez Solano- debemos tener el cuidado de no convertirnos en repetidores de mensajes o conceptos pretendiéndolos imponer como verdades absolutas. En la enseñanza, indudablemente, debe existir la tolerancia, pues sólo así podemos orientar al alumno en el sentido de mostrarle la difícil, pero honrosa, tarea de autoconstrucción de nuestro propio ser, con una panorámica amplia y abierta, consciente de nuestra propia falibilidad que nos exige el perfeccionamiento continuo"[878]. La enseñanza de la filosofía debe ser abordada desde el ideal kantiano, debido a que no se puede enseñar la filosofía sino sólo a filosofar. "La filosofía no es un cuerpo que pueda ser transmitido. Es una práctica de la crítica. Es una sospecha organizada, exigente y rigurosa. Es este tipo de actitud la que tendríamos que tratar de enseñar"[879]. El filósofo Darío Sztajnszrajber afirma que toda apersona tiene el don de poner todo bajo sospecha. "Es una obligación y una ética para el otro y para con nosotros si queremos hacer de este mundo alguito mejor"[880].

El estudiante aprenderá a pensar de acuerdo con su automotivación y de los modos concretos de realizar el trabajo pedagógico por parte del binomio docente-discente, "siempre recordando que el filosofar no es la transmisión y el aprendizaje de una serie de contenidos más o menos entendidos, sino la puesta en marcha de la propia capacidad de pensamiento filosófico. No es inútil, sin embargo, mostrar una dirección fundamental de pensamiento, siempre que esté debidamente asimilada y que se muestre operativa. En filosofía hace falta también un instrumental teórico, cuya validez debe mostrarse en su propia instrumentatidad, es decir, en su capacidad de acercamiento a la realidad, en su capacidad de despertar respuestas nuevas a problemas nuevos"[881].

Desde la perspectiva del licenciado José Cantalicio Cuéllar, el quehacer académico, partiendo de la propuesta "Pensando y Haciendo", permite "crear espacios para rescatar la necesidad de hacer filosofía, reflexionando, planteando preguntas, descubriendo significados en experiencias y aprendiendo a actuar en la interpretación de la realidad; desarrollar los modos alternativos de pensamiento en diversas formas de expresión e interactuar desde la filosofía estudiantil en la educación media con otros sectores; y crear un espacio intelectual para la reflexión sobre el papel de los estudiantes, docentes y padres de familia en el desarrollo del proceso de educación… Esta dinámica facilita aprender a filosofar más allá del aula, para que la educación sea mejor pensada y la simple teoría tenga sentido de aplicación en la vida cotidiana"[882].

Si el profesor de filosofía en realidad está comprometido, ética y académicamente, con su propósito de propender que el estudiante aprenda a pensar, aprenda a filosofar, le corresponde generar amplios y generosos ambientes democráticos, pluralistas y participativos como escenarios propicios, válidos y amenos para que los actores del evento educativo puedan debatir, controvertir, refutar, disentir, dialogar, disputar, discutir, dudar, criticar, crear, interrogar y contrainterrogar, plantear y replantear, pensar y repensar. "Hay que dedicarse a la filosofía (y es uno de los grandes valores de la vida académica si se enfoca bien) en diálogo. Leer libros es una gran cosa, pero los libros no bastan. La filosofía se cultiva bien intercambiando ideas y discutiendo, porque el intercambio de ideas no es pacífico. No es buena señal, decía Aristóteles, el que todos estén de acuerdo. Es mejor no estar de acuerdo, enfadarse un poco y no darle mucha importancia, porque si uno tiene suficiente amor a la verdad quiere entender lo que el otro dice y viceversa. En el diálogo hay discusión. Hay gente que dice que el lenguaje es comunicativo; pero el lenguaje humano no es sólo comunicativo: la cumbre del lenguaje humano es el diálogo y el diálogo es un contraste. Ponerse de acuerdo sobre lo que ya se sabía es redundante. Hay que buscar el acuerdo por crecimiento del saber de los que intervienen"[883]. De esta forma se facilitaría una comunicación en donde el binomio docente-discente acudiera al discurso auténticamente dinamizador, dialógico y comunicativo como una manera de comprenderse mejor. Inclusive el maestro de filosofía sería más asertivo y no sólo escucharía a sus alumnos, sino que los oiría horizontalmente y no verticalmente, sin las incómodas apariencias jerárquicas y prepotentes del "yo ordeno", "yo decido", "yo sé", "yo enseño", "yo someto". Así, en cierta forma, se estaría atendiendo el vehemente llamado del filósofo e investigador Nicolás Buenaventura que recomienda oír a los demás, porque oír horizontalmente a aquellos que quieren decir algo es un poco oírse a sí mismo. Así se diga que "los libros no bastan", en mi modesta opinión y según mi experiencia, la lectura es esencial para aprender a pensar; pero no cualquier lectura, se trata de una dinámica lectora que involucre un proceso lúdico, ameno, placentero, mágico, recreativo, cautivador, simbólico, dialéctico, crítico, lingüístico, exegético, hermenéutico, semiológico, semántico, gramático, lógico, retórico, valorativo y comprensivo. Para ello hay que ser un lector entrenado.

Como quiera que muchos estudiantes aún no tienen "la mente abierta" y no han desarrollado la criticidad o el espíritu crítico para leer críticamente, es necesario que el docente "enseñe" al discente a leer de manera interpretativa y comprensiva, entrenarlo como lector hábil, capacitado para abordar un texto hermenéutica, semiótica, semántica, lógica y gramaticalmente. Enseñarlo a leer de esta manera es enseñarlo a pensar.

"Se percibe, así, la importancia del papel del educador, el mérito de la paz con que viva la certeza de que parte de su tarea docente es no sólo enseñar los contenidos, sino también enseñar a pensar correctamente… La verdadera lectura me compromete de inmediato con el texto que se me entrega y al que me entrego y de cuya comprensión fundamental también me vuelvo sujeto. Al leer no estoy en el puro seguimiento de la inteligencia del texto como si ella fuera solamente producción de su autor o de su autora… En verdad, sólo quien piensa acertadamente puede enseñar a pensar acertadamente aun cuando, a veces, piense de manera errada, y una de las condiciones para pensar acertadamente es que no estemos demasiado seguros de nuestras certezas… El profesor que piensa acertadamente deja vislumbrar a los educandos que una de las bellezas de nuestra manera de estar en el mundo y con el mundo, como seres históricos, es la capacidad de, al intervenir en el mundo, conocer el mundo. Pero, histórico como nosotros, nuestro conocimiento del mundo tiene historicidad. Al ser producido, el nuevo conocimiento supera a otro que fue nuevo antes y envejeció y se "dispone" a ser sobrepasado mañana por otro"[884].

La praxis educativa en general se convertirá en un proceso sinérgico, dialéctico, holístico, sistemático, lúdico, hermenéutico, liberador, dinamizador y constructivo si se propician, de manera biunívoca, escenarios democráticos en donde la comunicación, además de ser un acto auténticamente comunicativo, propicie un ambiente receptivo que facilite el intercambio de saberes, ideas, opiniones, inquietudes y puntos de vista entre los actores de la experiencia académica. Este acto comunicativo democrático y auténtico requiere que la palabra del otro, ya sea la del docente o la del discente, despliegue todas sus posibilidades de sentido como un ideal que plantea la licenciada Luz Marina Gutiérrez Martínez[885]Las palabras, que son efectivas y fascinantes como formas de comunicación, necesitan desplegar todas sus posibilidades de sentido para que formen parte del proceso de construcción y descubrimiento del saber y del sentir del mundo. Sólo así es posible la transformación constante que las palabras proponen, porque las habilidades comunicativas se relacionan con lo que el interlocutor es y no sólo con lo que sabe y aprende. Esa dinámica facilitará que el estudiante se transforme y así su proyecto de vida se llene de energía, de ilusión y de sueños.

Lo anterior podría posibilitar que el estudio se dinamizara, es decir, que la actividad académica se fusionara con la lúdica hasta perder sus linderos naturales, con el ánimo de arrancarle instantes de creatividad y fantasía a las "clases de filosofía", y de esta manera el alumno comprenda que "estudiar filosofía" también es un momento para gozar, para estar contento y alegre, en fin, para disfrutar.

Considero que si de lo que se trata es de "enseñar a pensar", el profesor de filosofía debe iniciar su quehacer académico tratando de que el estudiante sepa por qué es importante la filosofía en esa etapa de su vida y en su futuro; qué es filosofía, aclarándole que hay muchas definiciones y que lo que importa no es que se aprenda cada una de ellas, sino que él mismo, luego de su discurrir filosófico, sea capaz de elaborar su propia definición; por qué y cómo surgió la filosofía; para qué le sirve en su vida; cuáles son las ventajas de aprender a pensar; que sea capaz de contextualizar a los autores, comprender sus planteamientos y qué vigencia tienen en nuestra realidad actual sus reflexiones, y cómo puedo aplicar sus teorías o parte de ellas a mi proyecto de vida individual y colectivo.

Antes de entrar en el complejo y apasionante universo de la filosofía, el estudiante debe ser consciente de la grandiosa importancia de aprender a pensar por sí mismo y a desarrollar y fortalecer su espíritu crítico, su mentalidad crítica, su conciencia crítica, su criticidad. Los docentes de filosofía, "que creen en lo que hacen, se comprometen con la formación de sus alumnos y alumnas, intentan acercarse a una mayor comprensión de su entorno, posibilitan el desarrollo de hombres y mujeres insertos en un mundo global, informático, instantáneo, devastado a nivel ecológico, transido por el poder y el deseo infinito del capital, día a día conviven con los elementos más fundamentales de la condición humana"[886].

Para finalizar este apartado reproduzco a continuación la propuesta metodológica de Matthew Lipman, orientada a la enseñanza de la filosofía en los niños:

"Se considera que este método es el que más ha influido en el desarrollo de la filosofía para niños en el mundo. Contra la tradición cartesiana que considera a la infancia como el lugar y el momento del prejuicio y del error, Lipman lanzó la hipótesis según la cual los niños son capaces de pensar por sí solos, si se pone en práctica un método adaptado. Abrió así una nueva vía, ya mencionada por Epicuro, Montaigne o Jaspers, pero poco frecuentada y que se explorará en el mundo entero. Lipman elaboró, progresivamente, un auténtico método, basándose en materia de pedagogía como los métodos activos (Dewey), en materia de psicología como el desarrollo del niño (Piaget), en materia de filosofía como las problemáticas clásicas occidentales (la lógica aristotélica, el cogito cartesiano, etc.). El método así elaborado comprende un material didáctico consecuente, puesto a prueba en el terreno y constantemente reelaborado, útil para los profesores -como ocurre en Estados Unidos de América– que no tienen una formación filosófica. Hay siete novelas que tienen en cuenta, a la vez, los grandes interrogantes filosóficos y la edad de los niños, y que abarcan el programa escolar global desde párvulos hasta el final de la enseñanza secundaria. Cada una de estas novelas está acompañada de un libro denso para el maestro, que consolida los logros de las discusiones y alinea el trabajo de los alumnos y del profesor, con ejercicios diversificados (que son otras tantas sugerencias y no obligaciones), dejándole al profesor toda su libertad de iniciativa. En este método, se pueden identificar al menos tres sólidos puntos de apoyo. En primer lugar, el desarrollo en la escuela de una cultura de la interrogación, apoyándose en las preguntas de los niños mismos. En segundo lugar, soportes escritos narrativos, para facilitar la identificación de los niños a los personajes y situaciones, con contenidos fuertemente antropológicos. Por último, instaurar en el aula un lugar organizado de palabra y de intercambio sobre los problemas humanos, donde la palabra se comparte democráticamente, pero con una exigencia crítica en la que el deber de argumentación es la contrapartida del derecho de expresión.

En cuanto a las críticas de las que ha sido objeto el método de Lipman, cabe mencionar el argumento según el cual sus novelas son de segunda mano, así como el que dice que la discusión entre los niños se centra en la doxa (opinión del pueblo) y en el "café de la esquina", en vez de educar al alumno liberándolo de la opinión. Hay otras críticas: un enfoque pedagógicamente muy (o demasiado) lógico, con ejercicios a veces repetitivos; una concepción filosóficamente utilitarista de la filosofía; la subordinación del pensamiento crítico a una finalidad democrática, instrumentalizando así la filosofía, etc. Sin embargo, este método constituye, indiscutiblemente, una renovación de la concepción del aprendizaje del filosofar y de la práctica filosófica: 1) el postulado de la "aptitud de los niños para aprender la filosofía", según el cual los niños no son, como decía Garfunkel sobre la gente del pueblo, "idiotas culturales"; 2) la convicción de que existe la posibilidad de un aprendizaje del filosofar por vía oral, y no solo leyendo las obras de los grandes filósofos, mediante la confrontación socio-cognitiva de las representaciones; 3) la idea según la cual filosofar no es una ruptura con la opinión sino una labor de problematización de las opiniones; 4) la idea de comunidad de investigación, que se apoya en las actividades de los filósofos-aprendices; 5) la oportunidad histórica, en la tradición de la democracia griega y de la filosofía de la Ilustración, de articular filosofía y democracia, en una didáctica que promueve un espacio público escolar de confrontación racional de los espíritus"[887].

La filosofía en la definición de la identidad del estudiante

En el tema que me ocupa es importante abordar, aunque sea de manera breve, una problemática propia del adolescente, la cual es clave fundamental para su desenvolvimiento armónico en su existencia: la definición de su identidad.

Antes de reflexionar sobre la problemática relativa a la definición de la identidad del adolescente, es necesario diferenciar identidad con identificación. "Esta última alude a un proceso defensivo del yo por el cual el menor adquiere una seguridad relativa y transaccional al "identificarse" parcialmente con personas de su entorno. El destino de la totalidad de las identificaciones no es formar acumulativamente una identidad final, porque ésta -aunque las incluya- constituye una forma nueva e imprevisible. La posibilidad de auténtica intimidad se alcanza cuando hemos logrado la certeza de la propia identidad"[888]. El "yo" lo constituye la conciencia de la propia unidad que tiene quien piensa, siente y quiere. La conciencia de sí mismo (el "yo") nos permite darnos cuenta de nuestros pensamientos, sentimiento y voliciones como propios de nuestro ser y de que nuestro ser existe como algo único y distinto de todo lo demás. El yo es la conciencia que un ser particular tiene de sí, de su propia unidad.

Los seres humanos tenemos un núcleo de identidad personal: el ser más íntimo que cada uno es. Este núcleo, desde el fondo de nuestra personalidad, posibilita todos los aspectos conocidos como fenómeno humano, y es el constitutivo central del ser humano. Algunos estratos superficiales de la persona son periféricos a la identidad personal y no forman parte de dicho núcleo. Estos aspectos forman parte de la identidad de una persona, pero no constituyen, de ninguna manera, el núcleo más auténtico del ser personal. Entre ellos tenemos: El status (conjunto de cualidades que se reconocen en una persona y que le confieren un especial valor en la sociedad en que vive), las funciones desempeñadas, las ideas, los principios y los valores, y los rasgos sicológicos (mecanismos de respuesta, condicionamientos inconscientes, carácter y temperamento, el autoconcepto, el inconsciente). Así mismo existen algunas experiencias que conducen al núcleo de identidad personal, como la experiencia estética, la comunicación interpersonal (diálogo o encuentro con los demás) e intrapersonal (diálogo o encuentro con uno mismo) y la experiencia de intimidad religiosa. Todos los anteriores conceptos no producen la vivencia de dicho núcleo; son meras expresiones abstractas, que tratan de identificar y señalar ese núcleo. La esencia del núcleo de identidad personal lo constituyen el ser sustancial, la calidad del sujeto, el yo profundo, el campo de conciencia y la existencia productora de su estructura.

El joven o adolescente necesita, ante todo, definir su identidad. Por eso se pregunta: ¿Quién es él? El muchacho de una manera consciente o inconsciente se pregunta: ¿Quién soy yo? "No es raro que muchos adolescentes, al contemplar ante el espejo una imagen en permanente cambio y al experimentar sensaciones e ideas nuevas, y a veces extrañas, se pregunten: Quién soy yo"[889]. Él está buscándose a sí mismo, y por ello debe tratar de responder a esa pregunta antes de preguntarse qué hará en la vida. El joven busca su propia identidad, ya que una de las tareas de la adolescencia es saber quién es él realmente. En la búsqueda de la identidad el estudiante debe ir integrando no sólo los elementos nuevos que han surgido dentro y fuera de él, sino también debe asumir toda su vida pasada que no puede ser eliminada. Según Estanislao Zuleta, la identidad es la esencia de nuestro ser; y la desgracia de nuestro ser es que no tengamos una identidad dada, que tengamos que conquistarla, con nuestra vida, con nuestra historia; y agrega que la persona es capaz de hacerse matar en la búsqueda de una identidad, que es lo que más nos hace falta; que es lo que más nos oprime no tener. Erich Fromm plantea que la necesidad de un sentimiento de identidad es tan vital e imperativa, que el hombre no podría estar sano si no encontrara algún modo de satisfacerla.

"La identidad es como el sello de la personalidad. Es la síntesis del proceso de identificaciones que durante los primeros años de vida y hasta finales de la adolescencia la persona va realizando […]. ¿Qué sucede cuando por algún o algunos motivos un sujeto no logra ese sentimiento de unidad personal que es la identidad?…., no es difícil imaginarnos que se crea en el mismo un gran dilema existencial porque no se puede no ser, entonces si no se puede ser lo que se quiere se elige el camino de ser lo contrario a lo que se debiera ser (por naturaleza, deseos, impulsos naturales) o lo que los demás esperan que seamos […]. Es algo así como si el sujeto llevara la contraria, ser lo contrario a lo que hubiese querido o podido ser. Lo conflictivo es aquí grave porque no es una elección sino una salida con un alto costo psicológico para el sujeto, para su calidad y para su proyecto de vida en un amplio sentido […]. En cierta forma una identidad negativa denota un conflicto con el mundo, una actitud de desconfianza y recelo de todo lo que de allí provenga. Implica dos grandes vacíos existenciales, no sentir paz interior al faltar ese sentimiento de unidad interior y no lograr desde alguna área de la personalidad (mental, afectiva, espiritual, material, social…) algún grado de autorrealización y un vacío de esperanza y expectativas futuras lo cual afecta a crear algún proyecto de vida en tanto no se ha consolidado de alguna manera algo que la filosofía llama "ser en el mundo", esta implica interés por lo que pasa en él, y un deseo de ser parte activa del mismo. En otros términos es como si el sujeto no se identificara con lo que pasa en él, como que el mundo que lo rodea y el tienen necesidades diferentes, aquí con el agravante de que tampoco el sujeto sabe que es lo que necesita y cuál es su deseo"[890].

Con el ánimo de profundizar sobre el concepto de identidad y en aras de su precisión semántica, sociológica, psicológica y metafísica, leamos con atención lo que nos dice Luis Villorio:

"El término identidad es multívoco. Su significado varía con la clase de objetos a los que se aplica. En su sentido más general identificar algo puede significar 1) señalar las notas que los distinguen de todos los demás objetos y 2) determinar las notas que permiten aseverar que es el mismo objeto en distintos momentos del tiempo. Estos dos significados están ligados, pues sólo podemos distinguir un objeto de los demás si dura en el tiempo, y sólo tiene sentido decir que un objeto permanece si podemos singularizarlo frente a los demás. Dos objetos son el mismo si no podemos señalar características que permitan distinguirlos, si son indiscernibles.

Si de a no puedo predicar ninguna nota distinta a las que puedo predicar de b. Por otra parte, un objeto deja de ser el mismo si pierde las características que permiten designarlo con el mismo nombre.

En este primer nivel de significado identificar quiere decir singularizar, es decir, distinguir algo como unidad en el tiempo y en el espacio, discernible de las demás. La identidad de un objeto está constituida por las notas que lo singularizan frente a los demás y permanecen en él mientras sea el mismo objeto […].

Tanto en las personas individuales como en las colectivas, identidad puede cobrar un sentido que rebasa la simple distinción de un objeto frente a los demás. No por saberse un individuo singular, un adolescente deja de buscar afanosamente su propia identidad; una crisis de identidad puede ser detectada tanto en una persona como en un grupo social, pese a reconocerse discernible de cualesquiera otros.

En ambos casos, la búsqueda de la propia identidad presupone la conciencia de su singularidad, como persona o como pueblo, pero no se reduce a ella. Aunque una persona o una comunidad se reconozcan distintas de las demás, pueden tener la sensación de una pérdida de identidad. La identidad es, por lo tanto, en este segundo sentido, algo que puede faltar, ponerse en duda, confundirse, aunque el sujeto permanezca.

Su ausencia atormenta, desasosiega; alcanzar la propia identidad es, en cambio, prenda de paz y seguridad interiores. La identidad responde, en este segundo sentido, a una necesidad profunda, está cargada de valor. Los enunciados descriptivos no bastan para definirla.

La identidad se refiere ahora a una representación que tiene el sujeto. Significa, por lo tanto, aquello con lo que el sujeto se identifica así mismo. De ahí la importancia de la noción de sí mismo (self, soi, Selbst). En psicología, el sí mismo no es el yo pensante, sino la representación que el yo tiene de su propia persona.

Supone la síntesis de múltiples imágenes de sí en la humanidad. Lo que piensa el yo cuando ve o contempla el cuerpo, la personalidad o los roles a los que está atado de por vida […], eso es lo que constituyen los diversos sí mismos que entran en la composición de nuestro sí mismo.

El individuo tiene a lo largo de su vida, muchas representaciones de sí, según las circunstancias cambiantes y los roles variados que se le adjudican. Se enfrenta, de hecho, a una disgregación de imágenes sobre sí mismo. Un factor importante de esta disgregación es la diversidad de sus relaciones con los otros. En la comunicación con los demás, éstos le atribuyen ciertos papeles sociales y lo revisten de cualidades y defectos.

La mirada ajena nos determina, nos otorga una personalidad (en el sentido etimológico de máscara) y nos envía una imagen de nosotros. El individuo se ve entonces a sí mismo como los otros lo miran. Pero también el yo forja un ideal con el que quisiera identificarse, se ve como quisiera ser. Ante esta dispersión de imágenes, el yo requiere establecer una unidad, integrarlas en una representación coherente. La búsqueda de la propia identidad puede entenderse así como la construcción de una representación de sí que establezca coherencia y armonía entre sus distintas imágenes.

Esta representación trata de integrar, por una parte, el ideal del yo, con el que desearía poder identificarse el sujeto, con sus pulsiones y deseos reales. Por otra parte, intenta establecer una coherencia entre las distintas imágenes que ha tenido de sí en el pasado, las que aún le presentan los otros y las que podrían proyectar para el futuro. En la afirmación de una unidad interior que integre la diversidad de una persona, en la seguridad de poder oponer una mirada propia a las miradas ajenas, el sujeto descubre un valor insustituible y puede, por ende, darle un sentido único a la vida"[891].

La identidad coincide con la totalidad del ser. "Determinar las huellas de nuestra identidad es lo que nos permite llegar a conocer lo que somos"[892]. La identidad se define como el conjunto de rasgos propios de un individuo que lo caracterizan frente a los demás, o como la conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás, o el hecho de ser alguien o algo, el mismo que se supone o se busca. "La gente utiliza la palabra "identidad" de muy diversas maneras. En principio, se usa para indicar la individualidad de cada persona, para definirla en función de sus propios atributos personales… La palabra "identidad" se usa para referirse a la coherencia de nuestro propio yo, tanto física como psíquica a lo largo del tiempo"[893]. Según el psiquiatra Sergio Muñoz Fernández[894]entendemos por identidad la sensación de continuidad y mismidad, es decir, de ser uno mismo y lo que le permite al individuo diferenciarse de los demás.

"¿Qué es la identidad y cómo surge en el desarrollo del adolescente? Identidad, significa principalmente adecuación y fortaleza del yo: equilibrio, madurez, integridad personal, razonabilidad y confiabilidad; adecuado grado de satisfacción personal y de adaptación y responsabilidad social; expresión espontánea y seguridad en uno mismo. La identidad del individuo se desarrolla desde la niñez, con las experiencias positivas y negativas que se adquieren durante el desarrollo psicológico, social y fisiológico. El concepto de identidad es un término muy amplio que engloba los aspectos generales de la personalidad del sujeto en su totalidad, en las que se suscriben fundamentalmente la integración de nuevas culturas y su asimilación de normas sociales, valores, creencias, costumbres, etc., que determinan las características e interacciones personales y sociales de los componentes más significativos en el mundo único y personal del ser humano"[895].

La identidad indica la individualidad de cada persona para definirla en función de sus propios atributos personales. La propia identidad es el conjunto de conocimientos acerca de quién es y qué es. "Quizás la tarea más importante de la adolescencia consiste en la búsqueda (o más bien la construcción) de la propia identidad; es decir, la respuesta a la pregunta "quién soy en realidad". Los adolescentes necesitan desarrollar sus propios valores, opiniones e intereses y no sólo limitarse a repetir los de sus padres. Han de descubrir lo que pueden hacer y sentirse orgullosos de sus logros. Desean sentirse amados y respetados por lo que son, y para eso han de saber primero quiénes son"[896]. Ningún adolescente quiere ser copia de otra persona, así sean sus padres, por más que los ame y respete. "Ésta es la época de los ideales y de las utopías, que hacen variar el comportamiento ante familiares y personas conocidas"[897]. La psicóloga y socióloga Daniela Castaldi señala que el adolescente paulatinamente dejará de idealizar lo relativo a su hogar, girando menos en torno de sus padres y buscando relaciones con personas nuevas de las cuales aprenderá otras visiones para iluminar con renovadas luces su universo. "Estos hechos implican un gran esfuerzo, a nivel de trabajo psíquico: de a poco el púber se va transformando en adolescente y, al igual que la mariposa abandona su primer cuerpo para poder volar, el adolescente deberá resignar lugares, certezas, comodidades, para buscar por sí mismo un nuevo ropaje, una nueva identidad. Sin dudas se servirá de los cimientos que hayan otorgado por sus padres y otras personas significativas para comenzar a construir un nuevo edificio, pero ahora no serán ellos los "dueños de la verdad", ni aquellos seres perfectos que en otra época imaginó"[898].

El problema crítico en esta etapa, según el psicólogo Eric Erikson, consiste en encontrar la propia identidad. En su opinión, la identidad se logra al integrar varios roles en un patrón coherente que le brinde el sentido de continuidad o identidad internas. "El problema básico de la adolescencia es establecer un sentimiento seguro de identidad. Desde el punto de vista del joven esto es esencialmente contestar al interrogante: "¿Quién soy yo?"[899]. En concepto de Erikson, ese "¿quién soy yo?" es la ideología del adolescente. "Esta ideología es el marco básico dentro del cual los adolescentes se ven a sí mismos y su mundo y, lo que es más importante, evalúan sus experiencias cotidianas. Éstas son básicamente las ideas que utilizan para entender el mundo, más el sistema de valores que les sirve de base para juzgar lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo. En lugar de verse a sí mismos en función de diversas sensaciones físicas o de diversos papeles, la ideología del adolescente le da una base para obtener un sentido integrado de sí mismo, lo cual le da a su vida dirección y significado"[900].

Durante la adolescencia, el joven tiene que descubrir quién es él en realidad debido a que su problema esencial consiste en construir un sentimiento seguro de identidad; es decir, contestar de manera satisfactoria para éste al eterno interrogante de "Quién soy yo?". Un sentido claro de su propia identidad implica saber "¿quién soy yo y qué quiero de la vida?". Durante la adolescencia el joven ingresa dentro de sí mismo y se formula diversos interrogantes metafísicos, porque quiere ir más allá de lo cotidiano, de su realidad inmediata, en procura de buscar la razón de su ser íntimo y de quienes lo rodean para desarrollar su ser auténtico; así, logra liberarse de su inseguridad y de su hastío. El psicólogo Robert S. Feldman plantea que "para casi todos los adolescentes, responder a las preguntas "¿quién soy?" y "¿cómo encajo en el mundo?" representa uno de los retos más complejos de la vida. Aunque estas preguntas se siguen planteando a lo largo de la vida de una persona, en la adolescencia toman un significado especial"[901].

El adolescente se pregunta si es normal lo que siente y lo que le ocurre; su cuerpo y su intimidad son dos interrogantes que no sabe cómo comprender. Quisiera recurrir a alguien y a veces no acierta a quién. Inspecciona libros dudosos con una curiosidad ansiosa. Su inseguridad, su desconfianza, crecen dentro de un medio que lo sigue abrigando como antes, pero que él no quiere aceptar. La sensibilidad se agudiza; nadie es tan susceptible como el adolescente. Ninguno tampoco experimenta el miedo al ridículo como él y teme particularmente que se burlen de su cuerpo en crecimiento incipiente, de su rostro (ni niño, ni adulto) y se repliega para defenderse mejor, según él cree"[902]. Esta etapa de la vida, estudiada por Erikson -conocida como identidad versus confusión de roles-, representa un período de prueba importante, ya que las personas buscan y quieren determinar lo que es único y especial respecto de sí mismas.

"Intentan descubrir quiénes son, cuáles son sus habilidades y qué tipos de papeles podrían desarrollar mejor el resto de su vida -en resumen, su identidad-. La confusión al elegir el rol más apropiado puede provocar una falta de identidad estable, la adquisición de un rol socialmente inaceptable como es el del delincuente, o dificultad para mantener, en el futuro, relaciones personales fuertes. En el período de identidad versus confusión de roles, es palpable una gran presión por identificar lo que deseamos hacer con nuestra vida. Debido a que esta necesidad espera de ellos, los adolescentes pueden encontrar esta etapa especialmente difícil. La etapa de identidad versus confusión de roles tiene otra característica importante: minimiza la dependencia en los adultos como fuentes de información, y un viraje hacia el grupo de pares como fuente de juicios sociales"[903].

El componente ideológico y la habilidad para establecer relaciones interpersonales tienen profunda implicación en el desarrollo de la adolescencia. Para alcanzar una adecuada identidad lograda en el plano ideológico, el sicólogo Eugenio Echeverría propone cuatro tareas que el adolescente tiene que afrontar. "La primera tiene que ver con la decisión vocacional. La identificación de habilidades y destrezas que le permitan tomar una decisión con respecto al modo en el que piensa ganarse la vida. La segunda constituye un análisis y reflexión de las ideas religiosas con las que fue educado y una transformación de las mismas para hacerlas suyas de manera consciente. No ya como un mero reflejo de lo que piensan sus padres. La tercera abarca la dimensión política dentro de la cual se plantea que se involucre como ciudadano dentro de un proceso social. Finalmente está la tarea de desarrollar una filosofía de la vida propia, encontrar un estilo de vida que le permita definirse a sí mismo como persona única e irrepetible". En el área interpersonal se encuentra con la necesidad de ir explorando y definiendo sus criterios acerca de tres tareas de desarrollo. "Sus ideas y valores acerca de la amistad, de los roles sexuales y de la recreación o el uso que hace de su tiempo libre a través de un pasatiempo o actividad de preferencia… Aquí es importante como en otras áreas de desarrollo de las tareas de identidad del adolescente que los padres acompañen, dialoguen y sugieran. Si imponen y prohíben, lo que van a lograr es que la comunicación se suspenda… Los padres que tratan de imponer el tipo de amigos que puedan tener sus hijos van encaminados a provocar algunas de las llamadas crisis que tanto agobian a algunas familias durante esta etapa de desarrollo"[904].

Me identifico con el parecer de Alejandra Cortés Pascual, en el sentido de que el desarrollo moral de los adolescentes tiene estrecho vínculo con "la sensibilización y el conocimiento acerca de los valores de los adolescentes"[905], y que los adolescentes se encuentran ante un inquietante dilema: si se preparan para responder a los requerimientos vitales de la productividad económica y la competencia, con el propósito de enfrentar las exigencias laborales actuales, o si se forman para responder a los problemas cruciales de la existencia, inherentes a la cooperación y el bienestar personal, aprendiendo a vivir. ¿Educarse para ser eficaz o para ser feliz? ¡He ahí la disyuntiva, la encrucijada o la cuestión!

En la búsqueda de tan compleja respuesta, el adolescente atraviesa por la amarga etapa de los ensayos y errores, que no siempre se manifiestan en cambios extremos de un punto de vista a otro. En el joven son normales los períodos de hondas preocupaciones por determinar qué es lo verdadero, qué es lo falso, qué es lo bueno, qué es lo malo, qué es lo correcto y qué es lo incorrecto. La adolescencia es una etapa de compromiso con los valores, esperanzas e ideales que en el futuro se convertirán en el centro interior de la identidad del joven. "La adolescencia es la época en la que las y los jóvenes definen su posición ante la familia, sus compañeros y compañeras y la sociedad donde viven… Los y las adolescentes comienzan a tomar riesgos y a experimentar; se comportan de esa manera debido a que están pasando de un mundo centrado en la familia a un mundo centrado en la comunidad, dentro del cual empezarán a definir su propia identidad"[906]. Con respecto a la influencia de la familia y los grupos, Alejandra Cortés Pascual, aporta lo siguiente:

"En lo que respecta a la familia, si ésta no le aporta al adolescente apoyo, posibilidades de decisión y un clima democrático, éste puede encontrarse en un continuo conflicto entre comportase de manera autónoma y con identidad propia o mantener una conducta dependiente del nido familiar y/o de las figuras parentales. El joven se debate entre la independencia personal y la necesidad de identificarse y depender de las figuras parentales. La presión del grupo de amigos es también un factor a tener en cuenta, puesto que la necesidad de pertenecer a un círculo de iguales puede conducir al adolescente a dilemas de cómo defender su identidad y no dejarse influenciar por decisiones de sus amistades.

El marco social y cultural que rodea al adolescente puede ser más o menos propicio para alcanzar el logro de la identidad. Nuestra sociedad actual occidental es, posiblemente, demasiado individualista, y aunque esta realidad podría denotar una mayor inclinación a la consecución de la autonomía personal, no siempre es así, porque parece existir una alienación, confusión y pérdida de autenticidad entre los jóvenes […].

El adolescente necesita a la familia para desarrollarse, madurar y conseguir una autonomía, pero con un sentimiento de apoyo por los lazos familiares. Los adolescentes, como ya se ha explicado, experimentan una relación ambivalente con sus padres: querer alejarse de estos y, a la vez, darse cuenta que los necesitan […].

Aunque la familia es un medio socializador esencial en el desarrollo de los adolescentes, las relaciones entre los compañeros, principalmente del entorno escolar, comienzan a tener una relevante influencia. La presión del grupo es un aspecto que se relaciona con el proceso de identidad que el joven adquiere, ya que el sujeto desea hacerse cada vez más autónomo y que le puedan influir en menor medida lo que hagan y piensen los compañeros"[907].

El adolescente lucha por su independencia en procura de alcanzar cierta madurez que le permita realizar elecciones adecuadas y tomar decisiones autónomas, responsables y posibilitadoras de su futuro proyecto de vida autorrealizada, sin entrar en abiertas e irreconciliables disputas con sus tutores o educadores y respetando las diferencias para entender sentimientos y necesidades ajenas. Las elecciones y decisiones independientes tienen unos límites razonables e irrebasables. Debido a que hay diversas maneras de percibir, interpretar y sistematizar la realidad, habrá opiniones diversas; diferencias que deben ser enfrentadas en forma conjunta, buscando una transición de mutuo beneficio. Esta necesidad de independencia del adolescente requiere una interdependencia equilibrada con los adultos con el ánimo de fomentar la madurez.

"La lucha por la independencia es una motivación psicológica básica de la adolescencia, y la independencia significa hacer elecciones y tomar decisiones, no sólo sobre cuestiones pequeñas de la vida de todos los días sino también sobre problemas que pueden tener serias consecuencias. Este impulso hacia la independencia es evidentemente una parte deseable, e incluso necesaria, del progreso del adolescente hacia la madurez. En nuestra sociedad, un adulto normal, psicológicamente sano, debe ser capaz de tomar decisiones independientes, teniendo en cuenta los sentimientos y necesidades de otras personas, sin duda, pero eligiendo por su propia cuenta […]. Los adolescentes muestran los mayores progresos de desarrollo psicológico cuando encuentran problemas que tienen la responsabilidad de resolver, aun cuando cometan algunos errores y se metan en situaciones difíciles como consecuencia de sus decisiones. Si se sienten honestamente responsables de sus decisiones, lo más probable es que reaccionen ante los problemas activa y enérgicamente, cometiendo a veces errores como todo el mundo, pero desarrollándose (y esto es importante) como adultos maduros, bien integrados y eficientes como resultado de esas oportunidades de la adolescencia […]. Desde el punto de vista del desarrollo, la cuestión de límites es especialmente significativa en la adolescencia. El adolescente pasa por un período de extraordinario crecimiento y desarrollo, con importantes cambios físicos lo mismo que de personalidad y de expectativas sociales. La adolescencia es normalmente una época de cierta inestabilidad psicológica, desequilibrio, irresolución, vacilaciones, dudas e intranquilidad […]. Así como el adolescente necesita conocer los límites de lo permisible, también es muy importante que entienda cuáles son sus privilegios y sus responsabilidades… Estas dos cosas van juntas en la vida cotidiana, y, a medida que el joven madure, ambos aspectos se deben mantener en equilibrio. Un adolescente con demasiadas responsabilidades se siente frustrado y recargado; un adolescente que goce de excesivos privilegios adquiere una visión distorsionada de la vida y está mal preparado para las demandas normales de la edad adulta. Por tanto, las responsabilidades y los privilegios deben ser equilibrados, y hay que aumentarlos a medida que el adolescente evoluciona hacia el estatus de adulto"[908].

En el complejo proceso dinámico, sinérgico, sistemático, holístico y dialéctico de desarrollar su propio sentido de identidad, el adolescente prueba diversos puntos de vista, oscilando a veces de un extremo a otro en breve tiempo, reflejando la pauta de ensayos y errores en búsqueda de valores y creencias que puedan servirle de referencia ideológica para su adecuada identidad. En esta etapa clave de la existencia se desarrolla en el adolescente un sentido íntimo y fundamental del yo, una idea de identidad que va más allá de sensaciones físicas o de roles sociales. "La adolescencia es descrita como una época en la que el adolescente busca, quiere llegar a ser alguien pero no sabe cómo, es por eso que el adolescente hace ensayos que en ocasiones pueden ser mal vistos por la familia y la sociedad, olvidándonos los adultos que estos ensayos son necesarios para que consolide su identidad"[909].

Durante el proceso dinámico y complejo de la adolescencia se producen transformaciones de tipo cognitivo, cognoscitivo, orgánico, fisiológico y sociales, cambios que serán radicales y decisivos para el desarrollo de una personalidad adecuada en la vida adulta. "Como toda época de transición, la adolescencia tiene una serie de crisis más o menos intensas, frecuentes y prolongadas, las cuales son manifestaciones de la búsqueda de una identidad. Los cambios y particularidades en el comportamiento ocasionan conflictos más o menos frecuentes, más o menos evidentes, que dificultan las relaciones entre adolescentes, familia y sociedad"[910]. Como es una etapa de crisis mental y emotiva, se presenta en ésta la inestabilidad emocional (afectando un poco más a la mujer adolescente), como una de las características más acentuadas. "La adolescencia puede ser una época de alegría incontenida y melancolía aparentemente inconsolable, de vida en grupo y soledad, de altruismo y egocentrismo, de curiosidad insaciable y aburrimiento. Mas, por encima de todo, la adolescencia es un período de rápida evolución, mutaciones físicas y emocionales en los propios adolescentes y a cambios ambientales en la naturaleza de las exigencias que plantea la sociedad a sus miembros en proceso de desarrollo"[911]. Debido a que en este período se presentan manifestaciones de independencia y actos de rebeldía, a veces los adultos, junto con la sociedad, se convierten en un problema para el desarrollo armónico de las transformaciones o cambios que experimenta el adolescente. La psicóloga de familia María Helena López señala que la conducta rebelde y desafiante de los jóvenes es una manera de poner a prueba los límites impuestos a lo largo del proceso de formación, y advierte que "aunque esto resulta muy difícil para los padres, oponerse a los esquemas les permite a los jóvenes ir en busca de su propia identidad, basada en la adquisición de independencia y autonomía"[912]. Aclara la científica que algunos padres responden con una actitud autoritaria, que aunque tiene la intención de poner al joven en su lugar, puede generar más rebeldía y oposición de su parte. "En general, el adolescente no es rebelde por molestar a los padres sino porque dicha actitud hace parte del tiempo complejo que está viviendo. Los padres, a menudo piensan que tienen que poner su posición por encima de todo, que parte de educar a los hijos es no dejar pasar nada. Esto puede llevar a un mayor desgaste, por lo que lo más sensato es elegir inteligentemente que batallas dar para preservar la relación y ayudar a nuestros hijos en el momento en que lo necesiten"[913].

En este período, en el que, por su condición natural de ser un individuo único e irrepetible, no quiere ser copia de los demás, anhela experimentar un sentimiento de independencia y de ser una persona única por derecho propio. "Todo joven tiene, por ley de vida, afán de independencia. Si no sabe cómo convertir lo externo en íntimo manteniendo e incluso acrecentando su autonomía personal, se ve tentado a dejar de lado cuando ha recibido de sus mayores -es decir, de fuera- en cuestión de usos y costumbres, criterios y normas morales, dogmas religiosos y prácticas piadosas, para ver de configurar su vida en el futuro conforme a criterios propios, elaborados en su interioridad. Esta ruptura con la "tradición" no supone sólo un alejamiento de sus padres, sino, más radicalmente, de la realidad que le rodea y con la que tiene que configurar su vida. Este alejamiento anula de raíz en buena medida su capacidad de crear encuentros, y, por tanto, su poder creativo"[914]. El adolescente, en búsqueda de independencia, necesita saber quién es él en realidad, en procura de establecer su identidad genuina, determinar sus propios valores, y enriquecer y afirmar su personalidad. "Tal vez la tarea más importante de la adolescencia es descubrir quién soy yo realmente. Los adolescentes necesitan desarrollar sus propios valores y asegurarse que no están simplemente repitiendo sin pensar las ideas de sus padres. Deben descubrir lo que pueden hacer y sentirse orgullosos de sus propios logros. Queridos y respetados por lo que son: los adolescentes buscan su identidad en muchos espejos"[915].

El joven que alcanza la definición de su identidad no debe actuar o tomar sus decisiones fundado en órdenes, costumbres o caprichos. Fernando Savater, en su libro Ética para Amador (dirigido, precisamente, hacia a los adolescentes), señala que para no ser borregos hay que "pensar dos veces lo que hacemos", es decir, reflexionar profundamente sobre nuestros actos; porque, para hacer uso legítimo y responsable de nuestra libertad, "más vale alejarse de órdenes, costumbres y caprichos". En la dimensión de la libertad, el obrar humano no puede estar condicionado por órdenes, costumbres, caprichos, premios o castigos, es decir, con fundamento en aquello que quiere gobernarnos desde afuera. Se debe obrar desde dentro de nosotros mismos, desde el fuero de nuestra propia voluntad, buscando hacer lo bueno para nosotros y para los demás. Jorge Restrepo Trujillo piensa que "si el hombre es libertad, se ha ido acentuando ésta como capacidad de autodeterminación o autenticidad frente a lo que la condiciona o instrumentaliza, bajo generalizaciones como la del poder, la cultura o la naturaleza"[916].

Como el joven necesita saber qué es lo que en realidad quiere, no puede ser imbécil, ética y moralmente hablando. Esta imbecilidad se refiere a la ignorancia de no saber darse la buena vida. Si el imbécil cojea no es de los pies, sino del ánimo. Según Fernando Savater, hay varios modelos de imbéciles que necesitan bastón, es decir, necesitan apoyarse en cosas de fuera, ajenas, que no tienen nada que ver con la libertad y la reflexión propias:

"A. El que cree que no quiere nada, el que dice que todo le da igual, el que vive en un perpetuo bostezo o en siesta permanente aunque tenga los ojos abiertos y no ronque.

B. El que cree que lo quiere todo, lo primero que se le presenta y lo contrario de lo que se le presenta: marcharse y quedarse, bailar y estar sentado, masticar ajos y dar besos sublimes, todo a la vez.

C. El que no sabe lo que quiere ni se molesta en averiguarlo. Imita los quereres de los vecinos o les lleva la contraria porque sí, todo lo que hace está dictado por la opinión mayoritaria de los que lo rodean: es conformista sin reflexión o rebelde sin causa.

D. El que sabe que quiere y sabe lo que quiere y, más o menos, sabe por qué lo quiere pero lo quiere flojito, con miedo o con poca fuerza. A fin de cuentas, termina haciendo siempre lo que no quiere y dejando lo que quiere para mañana, a ver si entonces se encuentra más entonado.

E. El que quiere con fuerza y ferocidad, en el plan bárbaro, pero se ha engañado a sí mismo sobre lo que es la realidad, se despista enormemente y termina confundiendo la buena vida con aquello que va a hacerle polvo". El imbécil necesita bastón, o sea apoyarse en cosas de afuera, ajenas, que no tienen nada que ver con la libertad y la reflexión propias. Un imbécil, es decir, o lo que es lo mismo, un borrego no se toma la libertad en serio, y lo serio de la libertad es que cada acto libre que hago limita mis posibilidades al elegir una de ellas"[917].

Como vivimos en un mundo de posibilidades, hay que elegir. Libertad es poder elegir lo que hacemos o decimos; "esto me conviene y lo quiero, aquello no me conviene y por lo tanto no lo quiero". La libertad nos permite decidir, pero es importante saber qué estamos decidiendo. Para esas decisiones hay que pensar mucho, porque muchas veces tenemos ganas de hacer algo que se vuelve en contra, y nos arrepentimos. Debemos elegir por nosotros mismos. Tenemos que ser capaces de "inventar en cierto modo la propia vida y no simplemente de vivir la que otros han inventado para uno". Para ser auténticamente libres no debemos preguntarle a nadie qué debemos hacer con nuestra propia vida, debemos preguntárnoslo a nosotros mismos. "Si deseas saber en qué emplear mejor tu libertad, no la pierdas poniéndote ya desde el principio al servicio de otro y de otros, por buenos, sabios y respetables que sean: interroga sobre el uso de tu libertad… a la libertad misma"[918]. La existencia humana y la libertad son inseparables desde un principio.

Este hombre "imbécil" del que nos habla Savater tiene estrecha relación con el hombre con "minoría de edad" (incapacidad para valerse de su propio entendimiento o de hacer uso de su razón) de Kant, con el hombre "unidimensional" (perdido en la racionalidad tecnológica) de Marcuse, con el hombre "inauténtico" (que vive en estado de interpretado: no interpreta nada, y es interpretado constantemente; vive inmerso en el discurso del otro, vive todo el día recibiendo el discurso del otro, formando su inconsciente o su consiente, su subjetividad; vive en medio de una avalancha de informaciones, de interpretaciones) de Heidegger, con el hombre "sin atributos" (una especie de ser vacío, sin destino, sin iniciativa propia, sin propiedades, sin relación consigo mismo) de Musil, con el hombre mecánico ("el homo mechanicus", interesado en la manipulación de máquinas, fascinado por lo mecánico, indiferente por la vida y atraído por la muerte y la destrucción) de Fromm, con el hombre "masa" (que no pretende hacer con su vida ninguna cosa particular, y no puede, ni quiere, ni concibe, detenerse en su acción inmediata, en su carrera desenfrenada por satisfacer sus apetitos) de Ortega y Gasset, con el hombre ordinario (obedientes, conservadores, tradicionales, incapaz de discernir en cuanto a su conciencia moral) de Dostoievski, con el hombre "mediocre" (imitador, envidioso, sin ideales, rutinario, sin personalidad, pobre en carácter, pasivo, pacotilla, normal, vulgar, incapaz, conformista, sombra, hipócrita, vicioso, domesticado, inferior, tránsfuga, conservador, infame, servil, sancho, dogmático, espíritu débil, adulador, quitamotas, adocenado, maledicente, criticastro, perezoso, funcionario, ambicioso, contemplador, ambiguo) de José de Ingenieros, con el hombre sin espíritu crítico (no piensa por sí mismo), con el hombre "vanidoso" de Fernando González Ochoa (vive de apariencias, es un ser vacío, imitador, "copietas", le falta personalidad), con el hombre del "rebaño" (el hombre borrego)… Con respecto al hombre borrego, es procedente poner atención a la reflexión de Ana Judith Quevedo Barragán:

"Su proyecto de vida consiste en no pensar ni decidir por sí mismo, es el hombre masificado y despersonalizado, hecho según moldes sociales. Dependiente de las personas y del ambiente, cede sin resistencia a los estímulos de la propaganda y se amolda fielmente al pensar, desear y vivir del medio: "¿A dónde va, Vicente? ¡A donde va la gente!" Elige sin criterio personal. Al escoger trabajo, profesión, sigue el gusto de sus padres, de sus amigos o de la moda. No soporta estar solo un momento. Su ley es seguir a la mayoría y en rebaño va donde lo llevan"[919].

Como el adolescente se está examinando, reexaminando, evaluando y reevaluando, comparte o confronta sus puntos de vista, sus opiniones, sus cosmovisiones y su particular manera de percibir, interpretar y sistematizar la realidad, se interesa por los valores, las creencias, los ideales y las expectativas de los adultos, y de esta forma desarrollar con confianza su sistema de valores y lograr un seguro y maduro sentido de identidad. Si el joven tiene el conocimiento, el valor, la osadía, la voluntad y el denuedo inteligente, posee las herramientas de fondo y con sentido, que le indicarán a dónde ir y qué es lo que quiere, porque si éste no sabe a dónde va, ni cómo va, posiblemente llegará a otra parte. "Hay muchos caminos sin viajero; hay aún más viajeros que no tienen su senda[920]

La psicóloga Leonor Noguera Sayer precisa que gracias a la identidad, como elemento constitutivo del ser humano, somos como somos en cada momento, y se teje como un hilo conductor que reúne nuestras imágenes parciales para hacernos unitarios e integrados a pesar de los diversos movimientos, respuestas y actuaciones. Esa identidad se alimenta y se refleja, además de lo físico, en lo psíquico, en donde se resume en la manera de pensar y de sentir.

"A su lado podemos hablar de lo social, como el escenario para la interacción desde el momento del nacimiento y de donde provienen mensajes continuos de lo que en ese grupo y ambiente se considera prioritario, bueno o malo, motivo de reconocimiento o prestigio o de rechazo y censura. En la vertiente social de la identidad está el complejo conjunto de valores, creencias, modas, etc., que dan fisonomía a un grupo humano determinado, y que influyen en la identidad del mismo y de los individuos que lo conforman… La identidad no es sinónimo de semejanza ni remedo o culto al pretexto cronológico con que se patenta la madurez o la sabiduría; la identidad es un complejo de resultado de cada momento, donde lo propio es lo original, con infinitas posibilidades de expansión… La verdadera identidad recrea la experiencia a través de la reflexión y, con el concurso del pensamiento, es capaz de demoler las murallas que hasta entonces guardaron lo propio como la verdad única. La identidad fundamental es el eterno descubrir los infinitos proyectos que habitan en el interior de cada uno y que se fortifican o mueren en los ejercicios de interacción… La identidad, como fuerza que pugna por conservarse igual a sí misma, extiende sus dominios al terreno de los conflictos psicológicos, de las angustias, de los dolores… Los deseos, las necesidades, los sentimientos, las habilidades y/o las limitaciones, convergen en la trama compleja y más profunda de la identidad, que trasciende de lo convencional y, paradójicamente, a nada le otorga un valor absoluto; en su esfuerzo de autocrítica permanente, reconoce la importancia de las nuevas experiencias como océano inagotable de enseñanzas, ajustes y cambios, que conducen a otras definiciones para la vida"[921].

El logro de la identidad es tan crucial para el proyecto de vida del joven, porque ésta depende que se viva de acuerdo a como se piensa y no se termine pensando de acuerdo a como se vive. "No sólo actuamos de acuerdo a cómo somos, (y lo hacemos), también somos de acuerdo a cómo actuamos"[922]. No se puede vivir de la vida del otro en lugar de vivir la propia vida. "La necesidad de tener respuestas ante cuestionamientos existenciales tales como: ¿quién soy?, ¿cuál es mi camino?, ¿para qué estoy aquí?…. nos lleva a ir edificándonos como seres humanos. Como adolescentes tendemos a movernos mediante una necesidad muy evidente de pertenencia. La unión es una necesidad inherente al ser humano; parte importante de la vida es poder compartirla con los demás y en este compartir, ser capaces de enriquecernos mediante los valores que observamos en otros, o sea, aquellas características positivas que hacen del otro una persona valiosa, digna de poseer nuestra admiración por alguna o algunas razones, lo cual nos motiva a querer hacer las cosas mejor. Cuando esta dinámica de intercambio se da de esta manera, las relaciones nos aportan motivación y sentido, sin embargo en una etapa como lo es la adolescencia, en donde los cimientos de la verdadera identidad se encuentran inestables, esta necesidad de pertenencia puede ser peligrosa debido a que buscamos ser parte de, y en esta búsqueda es fácil comenzar a adoptar las ideologías y las formas de comportarse y de ver el mundo de otra persona, asumiendo su identidad como propia en lugar de únicamente asumir lo que nos inspira de esa persona para integrarlo a lo que queremos ser, a nuestra propia identidad, perdiendo así toda autenticidad. Dicho de otra manera, en lugar de ir construyendo a nuestra persona por medio de características que alguien posee y que decidimos interiorizar y asumir como propias porque identificamos que nos dan satisfacción, elegimos o tomamos algo que ya está construido sin partir de algo propio. Cayendo en esa trampa, nuestra identidad resulta inestable y frágil (debido a que no es realmente nuestra) pudiendo quedarse de esta manera por el resto de nuestra vida sin que siquiera identifiquemos alguna vez que nuestra personalidad débil se debe a que nuestra identidad nunca se forjó adecuadamente"[923]. Si se quiere construir un proyecto de vida que posibilite la autorrealización y la búsqueda de la felicidad, supremo fin de la existencia, hay que vivir conforme a como se piensa. Pensar de acuerdo a como se vive, es decir, vivir una vida inauténtica, inexorablemente conduce a optar por opciones como la delincuencia, la drogadicción, la cultura "traqueta", las ideologías, los dogmas religiosos, el facilismo, la mentalidad del "rebaño", los idiotas útiles para los oscuros procesos electoreros… "La adolescencia es, hoy por hoy, la edad más difícil de la vida. La adolescencia consiste en la transición de la niñez a la pubertad, la etapa en que hace su aparición la sexualidad; es la hora de estrenar autonomía y la oportunidad de gozar de la música, del licor, de la droga y del sexo. Es la edad en que el ser humano se encuentra más indefenso: pocos principios, pocos valores, poca voluntad, escaso conocimiento de la vida y de las funestas consecuencias de las fiestas. Durante la rumba, ellos buscan sentir experiencias cada vez más fuertes, que produzcan mayor placer, excitación, y finalmente, el éxtasis. Recordemos algunos efectos de semejantes experiencias: desorientación, cansancio, soledad, vacío, tristeza, depresión y, para rematar, intentos de suicidio"[924]. El referido psiquiatra Muñoz Fernández aclara que "una transición adecuada de la adolescencia permitirá al chico o a la chica encontrar "eso" que andaba buscando que es justamente su identidad; le permitirá establecer una relación diferente con sus padres, con amigos, con intereses diversos pero definidos, por ejemplo, decidir qué quiere estudiar y elegir una pareja con la cual pueda compartir su vida"[925]. La dinámica agitada de la actualidad lleva al aislamiento, y los adolescentes no pueden compensar su soledad ni siquiera con las amistades o el noviazgo. "Secuela de esta situación los matrimonios jóvenes que corren al fracaso, y los hombres y mujeres incapaces de conocer los valores intrínsecos que tiene la amistad desinteresada"[926].

A propósito de la depresión, la cura para el tipo de depresión que no es de naturaleza física o sicológica, sino fruto de algo grave que ocurre en la vida presente de alguien (una crisis profesional, la inminencia de un problema personal o económico como un divorcio o la ruina, o un dilema de orden ético o moral) la encontramos en la filosofía.

"Hay personas que no se consideran especialmente filosóficas, por lo que harán bien en buscar otro tipo de asesoramiento. La mayor parte de la gente saca provecho de la psicología, pero la comprensión de las cosas no termina ahí. ¿Cómo sabrá lo que debe hacer si no se conoce a sí mismo? Por supuesto, conocerse a sí mismo tiene una vertiente psicológica, así como otra física, pero, a la larga, descubrir la esencia más íntima de su ser es una tarea filosófica… La idea de que todos los problemas personales son enfermedades mentales constituye prácticamente una enfermedad mental en sí misma. Su principal causante es la irreflexión y la mejor cura la lucidez. Y ahí es donde la filosofía entra en juego… Muchos buenos psicólogos son muy filosóficos. Y los mejores filósofos también son psicológicos"[927].

Como no son profundamente escuchados ni meritoriamente valorados por los adultos, los adolescentes se sienten incomprendidos. Sobre esta problemática, un grupo de sicólogos, entre los cuales se encuentra la popular sicóloga Martha Lucía Palacios, apuntan lo siguiente:

"Sienten entonces que sus amigos sí los comprenden, no así los padres o los profesores quienes siempre están prohibiendo y advirtiendo…

Se requiere comprensión mutua, una buena dosis de permisividad pero con las lógicas normas que deben existir dentro de ese ancho camino que es la libertad…

Ya no son niños; hay que dialogar con ellos, y dialogar no es simplemente hablar, echar discursos, dar órdenes, como cuando eran niños; ahora son seres pensantes que escuchan y analizan, estudian y aceptan si les damos razones válidas dentro de diálogos amplios y de mutuo respeto…

El joven gusta de ser oído, de ser invitado al diálogo, de que se le dé la razón, etc. La comunicación no consiste en decir o en oír algo, sino en la acción de compartir, de expresar. Es un fenómeno que se da, no solamente a través de las palabras, sino de las señales y de toda la expresión corporal"[928].

El adolescente, debido a que desarrolla una fuerte necesidad de independencia, requiere de privacidad y tiene derecho a ella. Por eso hay momentos en que desea y necesita estar solo para enfrentar sus problemas naturales típicos de su desarrollo, sin la intervención de los adultos, quienes deben estar prestos a escucharlo y brindarle apoyo cuando así lo requiera. En sus momentos de privacidad puede reflexionar sobre las preguntas fundamentales respecto a lo que significa alcanzar plenamente el logro de su identidad. En consecuencia, los sicólogos Lois Leiderman y Joel Robert Davitz precisan lo siguiente:

"En nuestra cultura el silencio es sospechoso. Damos por sentado que algo ocurre si el adolescente no está charlando, riendo, botando palabras. Esperamos algo de ruido, ya sea de las voces de los muchachos…, de modo que cuando el adolescente llega a casa y no suelta la lengua ni reacciona, los padres inmediatamente se imaginan que algo malo ocurre.

A veces les es difícil aguantar el retraimiento de los muchachos porque éstos parecen solitarios, tal vez melancólicos o incluso desdichados. Los padres tratan de aliviar esta aparente soledad con reiterados esfuerzos por averiguar qué les pasa, por hacerlos hablar y compartir sus problemas; pero encuentran que el adolescente se encierra cada vez más en su concha y deja a los padres confundidos y preocupados.

Cuando el adolescente se retira psicológicamente y parece perdido para el resto del mundo, recuerde que estos períodos de asilamiento pueden tener enorme significado para su desarrollo. No confunda el aislamiento con la soledad. Esté preparado para escuchar, para ofrecer apoyo, pero no se imponga. Sobre todo, respete el derecho de privacidad del adolescente […].

Todo el mundo, pero sobre todo el adolescente, necesita tiempo para estar solo, separado física y psicológicamente de los demás. Estos son los momentos en que nos podemos entender con nosotros mismos, sin tener que entender a otras personas, momentos en que nos podemos experimentar a nosotros mismos más intensa y más directamente y descubrir en esta experiencia quiénes somos. Para los adolescentes, cuya principal tarea psicológica es establecer y realizar su propia identidad estos momentos de autoenfrentamiento y descubrimiento de sí mismos son cruciales y deben ser apreciados, valorados y respetados por los padres y por otros adultos que comparten su vida.

Los períodos de retraimiento retrospectivo suelen tener un aire de melancolía, pero esta forma de melancolía del adolescente hay que distinguirla de los sentimientos de tristeza o desaliento. Al fin y al cabo, el joven enfrenta algunos de los interrogantes más profundos de su vida: ¿Quién soy yo? ¿Quién seré mañana? ¿Qué significado tiene mi vida? ¿Qué debo creer? ¿A qué debo comprometerme? No queremos decir que todo adolescente sea un solemne filósofo que dedica una gran cantidad de tiempo a meditar sobre las cuestiones universales de la existencia, pero sí que de cuando en cuando tiene que preocuparse con el problema del compromiso personal en una u otra forma, con las creencias, los principios, las elecciones que tienen consecuencias a largo plazo. Para él éstas no son cuestiones académicas abstractas; son problemas personales inmediatos que se relacionan directamente con la cuestión central de su individualidad e identidad como adulto.

Además, el adolescente se está alejando consciente y activamente del estado y la categoría de niño, y esto requiere necesariamente abandonar algunos de los aspectos confortables y remunerativos de la niñez: depender totalmente de los padres, estar libre de toda responsabilidad seria, recibir la protección que usualmente se les brinda a los niños pequeños […].

Al mismo tiempo, el proceso de desarrollo implica asumir algunos de los aspectos más exigentes de la edad adulta: hacerse más independiente y aprender a aceptar una relación de interdependencia con los padres, ser más responsable de sus elecciones y de sus actos, y vivir sin las salvaguardias protectoras de la niñez"[929].

En cuanto a la problemática de la juventud, Erich Fromm llama la atención cuando afirma que ésta considera aburrida y sin sentido la vida en algunas familias.

"Por ello, esos jóvenes se alejan de sus hogares, buscando un nuevo tipo de vida, y se sienten insatisfechos porque no tienen oportunidad de realizar esfuerzos constructivos. Muchos de ellos fueron originalmente los más idealistas y sensibles de la generación joven; pero en este punto, faltándoles tradición, madurez, experiencia y sabiduría política, se sienten desesperados, narcisistamente sobrestiman sus capacidades y posibilidades, y tratan de lograr lo imposible mediante el uso de la fuerza. Forman los llamados grupos revolucionarios y esperan salvar al mundo con actos de terror y destrucción, sin advertir que sólo contribuyen a la tendencia general a la violencia y a la inhumanidad. Han perdido su capacidad de amar y la han remplazado por el deseo de sacrificar sus vidas. (El sacrificio de sí mismo con frecuencia es la solución para los que ardientemente desean amar, pero que han perdido la capacidad de hacerlo y ven el sacrificio de sus vidas una experiencia amorosa del más alto grado). Pero estos jóvenes que se sacrifican son muy distintos de los mártires del amor, que desean vivir porque aman la vida, y que aceptan la muerte sólo cuando se ven obligados a morir para no traicionarse. Los actuales jóvenes que se sacrifican son los acusados, pero también los acusadores, al mostrar que en nuestro sistema social algunos de los jóvenes mejor dotados llegan a sentirse tan aislados y sin esperanzas que para librarse de su desesperación sólo les queda el camino de la destrucción y el fanatismo"[930].

El filósofo y psicólogo Luis Duravía precisa que los adolescentes tienen necesidades de seguridad, de independencia, de experiencia, de un ideal de vida, de encontrarle sentido a la vida, de sentirse en paz con todos y con la naturaleza, de expresar en forma simbólica su interioridad recién descubierta, de intimidad, de ídolos, de amistad y de amor. Así mismo, necesita, para su armónico equilibrio, lograr la condición de independencia, modificar su sistema de valores, desarrollo de su heterosexualidad concreta y serena, y buscar una nueva y definitiva identidad. Esta última es tan importante que podría considerarse como el resumen de todos estos logros o tareas.

En concepto del aludido Duravía, el adolescente tiene que ir reorganizando todos los elementos nuevos que han entrado en su cuerpo y en su psique y llegar a dar una respuesta a la pregunta "¿quién soy yo?", porque solamente si llega a definir bien su propia identidad, evitando la confusión y dispersión, podrá el adolescente llegar a la intimidad, saliendo de sus propias fronteras. Aclara que no se trata sólo de la identidad sexual, sino la identidad en todos los aspectos que le permitan definirse como persona por lo que es y lo que vale, y con las ideas claras de lo que se propone, y también identificar sus propios principios, creencias, cosmovisiones… como aspectos distintos de los que tienen los demás; es decir, en particular a la identidad del yo como persona independiente. Eso sería lo que Erikson define como la intensa experiencia de la capacidad del yo para integrar esas identificaciones con las vicisitudes de la libido, con las actitudes desarrolladas con base en talentos innatos y con las posibilidades por los diversos papeles sociales.

El fracaso en la construcción de la identidad del adolescente puede traer graves consecuencias, debido a que ésta es una de las tareas más importantes de ese momento de la existencia del joven. Entre éstas, según Duravía, encontramos que los eventos nuevos que acaecen en su vida lo pueden desequilibrar; puede hallar dificultades para definir bien sus límites y posibilidades; es posible que sea refractario a las relaciones afectivas que es esencialmente la salida de sí mismo, apertura, donación, ruptura de los propios límites (en opinión de Erikson, los mismos amores de los adolescentes -que requieren confianza, autonomía, iniciativa, sentido de industriosidad y de identidad- son en gran parte un intento por definir su propia identidad proyectando sobre otra persona la imagen que tienen de su propio yo, para así verla reflejada y con más claridad); la confusión de identidad le ocasiona cambios frecuentes de opinión, de actitud, y hasta de moralidad con el transcurso del tiempo, de los lugares y de las personas con las que trata; la difusión de identidad le dificulta armonizar los estados interiores del yo con frecuencia contradictorios, sin que logre concluirlos. "La identidad negativa es la que elige quien busca definirse por oposición o rechazo de lo que ofrecen los patrones ideales de la sociedad vigente. Esta actitud, de carácter hostil, expresa una conducta desesperada por no poder admitir los conflictos de una realidad cultural vigente… La incapacidad de definir nuestra identidad o el peligro cierto de perderla, se vinculan con la quiebra de los sistemas de valoración"[931]. Alejandra Cortés Pascual, con respecto a la construcción de la identidad, señala que el adolescente evoluciona de forma progresiva o regresiva. "Si lo hace del primer modo, el joven adquiere paulatinamente una identidad más sólida y duradera, encaminada a un proyecto vital más definido. En cambio, el sujeto puede quedarse estancado en una situación de crisis o moratoria, de hipoteca permanente o, en un nivel menos adaptativo, como es un status difuso. En este último estado, el joven se sitúa entre la indecisión y contradicción continua. En la etapa de moratoria, el sujeto está en plena crisis de conflicto de valores"[932].

Así se encuentra que el adolescente no tiene la capacidad de reflexionar críticamente sobre su propia conducta, es incapaz de unas relaciones estables con los demás, no tiene un sistema de valores claro y definido.

"En este caso el muchacho renuncia a gobernar su vida, a tomar decisiones y a la irresponsabilidad en la sociedad y se deja llevar por motivaciones inconscientes. El resultado más evidente es un estado de indecisión y confusión. Pero también se puede volver amargado y agresivo contra la sociedad y se aliena dedicándose a actitudes de protesta contra la sociedad misma; por ese camino llega fácilmente a la droga como medio para escaparse de sus decisiones y responsabilidades… Frente a la posible confusión de identidad, el joven se dará cuenta con pánico que el tiempo está pasando y que si no toma algunas decisiones el tiempo mismo las tomará en su lugar. Frente a las nuevas responsabilidades que asoman al final de la adolescencia el joven puede dejarse dominar por el miedo y huir dejando el estudio y la familia, renunciando a ocupar un puesto en la sociedad"[933].

Con respecto a "los amores de los adolescentes" a que se refiere Ericsson, un texto de filosofía del bachillerato precisa que el amor da origen a una especie de conciencia de orientación, conciencia de la dirección que la persona misma es en su más íntima esencia y que debe seguir si quiere tener la esperanza de ser capaz de consentir definitivamente a su existencia, a su ser, a la realidad total[934]Como el amor es el llamado del otro a la subjetividad, el adolescente evita el egoísmo. El otro es una subjetividad palpitante y no una cosa; es un proyecto que se le ofrece para realizarlo juntos. La adolescencia es un proceso complejo y "una etapa de la evolución que no puede ser suficientemente comprendida si no la insertamos dentro de las coordinadas de lo psicobiológico y lo psicosocial… Hay que promover la valentía de los adolescentes que alientan ideales relativos al destino del sexo y el amor, nutridos de fe y que renuevan el camino del verdadero encuentro entre personas. La vida sexual bien vivida no produce resentimiento, ni renuncia, ni pasividad. Por el contrario, es un modo de enriquecerse, de manifestarse activamente y de experimentar la admirable unidad de dos."[935].

Así mismo, Martha Lucía Palacios y sus colegas, en lo atinente a los amores de los adolescentes, plantean que los jóvenes generalmente en su primer amor no buscan, aunque así lo crean, la compañera o el compañero de su vida. "Están expresando su deseo de amar, de ser independientes, su tendencia a ser sociables, sus aspiraciones de aprobación social y sus impulsos normales de hacerse mayores… Es importante que se llegue a la juventud teniendo experiencias naturales, progresivas y saludables favorecidas por los primeros romances. Mirar, soñar y acercarse a la persona que le interesa es una experiencia que todo joven debe poder vivir sin que los adultos se interpongan"[936].

Aunque la difícil tarea de la construcción de la identidad del adolescente es una labor personal de cada uno de ellos, es fundamental el aporte de los agentes socializadores como la familia, la escuela, los jóvenes de su edad (coetáneos), los medios de información y la religión; pero en la labor de educadores corresponde básicamente a los padres de familia, a los coetáneos y a los profesores. El psicólogo Charles Morris señala que según Erikson, la adolescencia es el tiempo en que los jóvenes buscan su identidad. "Empiezan a tomar decisiones por sí mismos, proceso que es emocionante y que a la vez produce estrés. El adolescente está indeciso entre escoger uno u otro estilo de vida, pudiendo sufrir una crisis de identidad. El influjo de los padres parece ser el factor decisivo en su capacidad de establecer un sentido claro e independiente del yo. El grupo de coetáneos también ejerce presión para que se conforme a él. Las normas de los padres y de los coetáneos influyen en la manifestación de la sexualidad"[937].

El aludido Ariel Bianchi, respecto a la dinámica de la interacción con los coetáneos y la pertenencia a un grupo, señala que la experiencia con los coetáneos puede subsumir la individualidad, el grupo procura ejercer un tutelaje sobre el adolescente, que se somete a sus normas, valores y sanciones. El adolescente busca asemejarse a sus coetáneos, y lo que más teme es la segregación de los iguales.

"El grupo brinda, también, un espacio vital, una peculiar región física y humana donde resolver tensiones, agresividad, inquietudes sexuales. Ahí encuentra el adolescente un territorio permisivo, fuera del control adulto. En este peculiar campo puede moverse con libertad y despojarse de presiones. Es a la vez un espacio exento de vedas, apto para la espontaneidad, y una región cálida donde encontrar simpatías y afinidades. En sus descargas de acción, de palabras, de gestos, hay una afirmación implícita: "aquí no hay adultos". Esto no implica que se haya desprendido de obligaciones, controles y sanciones, puesto que el grupo de los pares también lo hace, pero no son las mismas que las de ellos (los mayores), de quienes trata de segregarse y diferenciarse…. El adolescente vuelve al yo, como mundo interior a explorar, como eje de oposición, de afirmación y resistencia al mundo. Es el momento egotista, del culto contradictorio a sí mismo, que tanto agrede como se agrede, que sueña, quiere, ansía, desde sí mismo a los demás; que se aísla en la torre de marfil o se desespera por ser dueño de la realidad"[938].

Para que puedan reafirmar su identidad, los adolescentes necesitan compartir, departir e interactuar con sus coetáneos. Martha Lucía Palacios y otros sicólogos, en un texto para adolescentes, señalan lo siguiente:

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