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En camino a Heráclito

Enviado por gallegofranco


    En las Lecciones de Filosofía de Hegel se encuentra una supuesta réplica de Heráclito a la petición de Darío Histaspis de instruirle e iniciarle en la sabiduría griega; respuesta que algunos han considerado apócrifa y que dice así: "Mientras vivan, los mortales no tendrán acceso a la verdad ni a la justicia y se atendrán siempre, por su maligna falta de entendimiento, a la torpeza y a la vanidad de las opiniones.

    En cambio, yo, por haber logrado olvidar toda maldad y huir de los excesos de la envidia, que me persigue, y de la arrogancia de la alta sociedad, no iré a Persia, pues me doy por contento con poco y no me aturdo". Veo en tus harapos aún el detrito de una vanidad, podría replicar un suspicaz; tu cinismo o tu desprecio comportan todavía un imperio que ciega al sol.

    El reproche iniciado con Heráclito divide la especie de los hombres en dos, con la virtud de no circunscribir el privilegio de la sabiduría a la figura del filósofo (no en vano también Pitágoras y Jenófanes sufren el alcance de sus denuestos). La escisión entre dormidos y despiertos señala al menos el carácter de una actitud vital, y si llegase a molestarnos el que Heráclito se incluyese siempre en el equipo de los favorecidos, bien podríamos atribuir dicha molestia a la tendencia democrática y solapada de nuestro espíritu moderno.

    Jaeger precisa el cariz de los menos así: "… no tenemos simplemente el símbolo de "los que están despiertos", sino encima una determinación más precisa del carácter de éstos, a saber, la de que participan de un mundo común (como prueba su comercio mutuo), mientras que el mundo de los sueños en que se encuentra el durmiente resulta inaccesible a los demás."

    Este matiz asegura un hecho que podría refutar un argumento ad hominem contra Heráclito (no en vano se le acusa de ermitaño, misántropo y huraño), a saber, la existencia de una Comunidad.

    La división fisiológica entre el dormido y el despierto se amplía, multiplicando sus características íntimas en el terreno de la vida social: como los dormidos, que sólo tienen un mundo propio, inaccesible para los demás, unos se obstinan en sus propias opiniones personales, siendo sordos al logos. Otros, los despiertos, comparten un mundo en común en virtud de su atención al logos, que obliga a cierto olvido de sí (no escuchen a Heráclito, escuchen al logos, dice el de Éfeso. O su versión negativa en forma de refrán: cuando el sabio señala la luna, el necio no ve más que el dedo. Y también el fragmento 34: "Los necios, aun oyendo, se asemejan a los sordos: el proverbio, justamente, es testigo de ellos: que "hallándose presentes están ausentes".").

    Ello en modo alguno refuta aquella famosa nota de Borges sobre los tontos. Antes bien, creo, la confirma: "Una cosa es el rigor lógico y otra la tradición ya casi instintiva de poner las palabras fundamentales en boca de lo simples y de los locos.

    Recordemos la reverencia que el Islam tributa a los idiotas, porque se entiende que sus almas han sido arrebatadas al cielo; recordemos aquellos lugares de la Escritura en que se lee que Dios escogió lo necio del mundo para avergonzar a los sabios": la confirma en la medida en que el despierto, el atento, el sabio, no es aquí el que profiere sino el que escucha; no el que habla sino el que atiende*.

    La búsqueda de la verdad no tiene el simple compromiso de saciar un deseo. Antes bien, "Heráclito es el primer pensador que no sólo desea conocer la verdad, sino que además sostiene que este conocimiento renovará la vida de los hombres", según señala Jaeger. El alfa y omega de la visión heraclítea es la ética: horizonte de sus preguntas y respuestas.

    La revisión de esta oposición entre dos tipos de hombres, entre dos actitudes vitales, que figura en el primer fragmento según Diles-Kranz, se hará extensiva en los fragmentos siguientes al tratarse el ya famoso tema de los opuestos o contrarios.

    Por las correcciones encerradas en este punto, por las polémicas posibles que se establecerán luego con ellas, y por la feliz influencia que hoy podemos intuir, es menester detenerme aquí**. Mas comencemos explorando y describiendo sumariamente las relaciones de algunos fragmentos para aventurarnos más tarde a proponer algunas conclusiones y consecuencias, no sin antes recordar la advertencia planteada por Jaeger que para efectos de lectura podemos tomar por consejo:

    Central en el pensamiento de Heráclito es la doctrina de la unidad de los contrarios. Aquí resultan especialmente patentes las relaciones entre los distintos lados de su filosofía. Por una parte, se emplean ejemplos cosmológicos para ilustrar esta verdad fundamental y mostrar cómo opera el principio de los contrarios. Pero este principio va mucho más allá del reino de la física y su aplicación a la vida humana casi parece más importante que su papel dentro de la filosofía natural. Por otra parte, también explica Heráclito el proceso cósmico en términos de experiencias esencialmente humanas que cobran con ello un sentido simbólico.

    El fragmento 9 versa: "Diferente es, pues, el placer del caballo y del perro y del hombre, según dice Heráclito, que los asnos elegirían las barreduras antes que el oro, pues para los asnos el alimento es más agradable que el oro."

    El 13 dice: "Los cerdos gozan con el cieno más que con el agua pura." En tanto que el 61 afirma esto: "Mar: el agua más pura y la más impura, potable y saludable para los peces, impotable y mortal para los hombres."

    Este tipo de oposición podemos resumirla bajo el simple axioma que sugieren Kirk y Raven: Las mismas cosas producen efectos opuestos sobre clases distintas de seres animados.

    Luego tenemos la segunda tríada, conformada por los fragmentos 58, 59 y 60. El primero dice: "Y bien y mal son una cosa sola: los médicos, pues, al cortar, quemar y torturar por todas partes y de mal modo a los enfermos, piden además recibir una remuneración de los enfermos, a pesar de no merecer nada, ellos que producen idénticamente los beneficios y los sufrimientos."* El segundo: "En el tornillo del apretador el camino recto y el curvo es uno solo y el mismo."** Finalmente, el fragmento 60 reza: "El camino hacia arriba y hacia abajo es uno solo y el mismo." Un segundo axioma reuniría esta oposición, diciendo: Aspectos diferentes de la misma cosa pueden justificar descripciones opuestas.

    El tercer grupo comenzaría con el fragmento 23 que dice: "No conocerían el nombre de la Justicia si no hubiese estas cosas."*** Y contará también con el fragmento 111: "La enfermedad suele hacer suave y buena la salud, el hambre la saciedad, la fatiga el reposo." Resumiremos lo anterior bajo el axioma: Toda distinción exige una oposición.

    Y finalmente, el cuarto grupo sobre las oposiciones reclamará los fragmentos 57, 88 y 126. En el 57: "Maestro de los más es Hesíodo: creen que tenía la más grande sabiduría, éste que ni siquiera conoció el día y la noche: pues son una cosa sola." En el 88: "Una misma cosa es en nosotros lo viviente y lo muerto, y lo despierto y lo dormido, y lo joven y lo viejo; éstos, pues, al cambiar, son aquéllos, y aquéllos, inversamente, al cambiar, son éstos." Y el 126: "Las cosas frías se calientan, lo caliente se enfría, lo húmedo se seca, lo seco se vuelve húmedo." A este último grupo aplicaremos el axioma: Hay un enlace esencial de los opuestos.

    Los dos primeros axiomas tienen claras consecuencias hermenéuticas. El perspectivismo propuesto por Nietzsche y la crítica a la denominada objetividad de la Modernidad quizás están trazados desde aquí con antelación.

    Como siempre, la literatura puede asistirnos con aquel bello cuento de Machado de Assis intitulado Ideas del canario.

    Resumo: un hombre entra en una tienda de baratijas y encuentra a un canario encerrado en una jaula pequeña y mugrosa. Descubre que el canario habla –bien que con voz trinada- y entabla una charla con él.

    • ¿No preferirías vivir libre en el inmenso mundo? Pregunta.
    • ¿El mundo? Responde el canario, el mundo es una tienda de baratijas, en el centro hay una jaula y dentro vive el canario, rey del mundo.

    Sorprendido con la respuesta, el hombre compra el canario, lo instala en una jaula mayor y lo ubica en la mitad de su jardín, comenzando un detallado estudio del ave y sosteniendo con él numerosas entrevistas.

    • ¿El mundo? Dice el canario cuando el hombre pregunta de nuevo un día, el mundo es un jardín verde, con árboles frutales y una jaula grande y limpia en el centro donde vive el canario, rey del mundo.

    Al pasar los días el canario escapa mientras un criado limpia su jaula. Por azar nuestro hombre lo encuentra al cabo de los días posado en la rama de un árbol.

    • Vuelve conmigo, canarito, dice el hombre, recuerda el mundo en que vivíamos, con el jardín y los árboles y la gran jaula.
    • ¿El mundo? Replica de nuevo el pajarillo, el mundo es un lugar inconmensurable, con árboles, montañas, ríos, prados, frutas, aires, nubes, pájaros.

    Y se aleja volando.

    El tercer axioma (Toda distinción exige una oposición) podemos tomarlo como principio gnoseológico. En otro lugar* me preguntaba: "¿podríamos poseer la noción de lo necesario sin la de lo accidental o la de lo accidental sin la de lo necesario? ¿Uno podría existir sin el otro? En efecto, imaginemos: si todo cuanto ocurriera o fuera en el mundo llevase impreso el sello de la necesidad y lo acompañara el rótulo de un siempre, entonces no podríamos concebir el Accidente: eliminada la contingencia, eliminada la posibilidad".

    Los contrarios son de tal modo relevantes que tejen una red por medio de la cual aprehendemos el mundo y lo nombramos.

    El cuarto y último axioma (Hay un enlace esencial de los opuestos) posiblemente nos represente los mayores tropiezos o los más agradables razonamientos. Kirk y Raven ya anotaban: "Otras reflexiones (…) sobre objetos convencionales considerados como separados del todo unos de otros y opuestos entre sí, convencieron, sin duda, a Heráclito de que no hay nunca una división realmente absoluta de opuesto a opuesto."

    Se recordará la inmortal paradoja de Aquiles y la tortuga enunciada por Zenón y reinventada elegantemente por William James así: no pueden transcurrir catorce minutos, porque antes es obligatorio que hayan pasado siete, y antes de siete, tres minutos y medio, un minuto y tres cuartos, y así hasta el fin, hasta el invisible fin, por tenues laberintos de tiempo.**

    La magnitud de la fórmula nos permite aplicarla en otro sentido: no neguemos el movimiento, pero inquiramos por la relación entre dos objetos aparentemente independientes (opuestos) A y B. Querer un influjo de A sobre B es postular un tercer elemento C, un elemento que para operar sobre B requerirá un cuarto elemento D, que requerirá un elemento E, etc.

    Detengámonos allí antes de ser juzgados pueriles o ilegítimos.

    Finalmente Heráclito rebasa esa supuesta paradoja aunque, como sobrará decirlo, no la desmantela lógica o razonadamente; esa oposición se ve conciliada al postular la unidad, el Logos: es así como Burnet, según nos transcribe Mondolfo, asegura: "El gran descubrimiento que Heráclito se jacta de haber realizado, (…), es el de la unidad de los contrarios, que convierte en armonía la lucha que se lleva a cabo entre ellos mismos.

    Anaximandro había considerado como mal e injusticia la división de lo Uno en los opuestos; Heráclito, en cambio, sostiene que la unidad de lo Uno reside justamente en la tensión contraria de los opuestos." La insistencia de Nietzsche sobre el devenir heraclíteo y su concepción de los opuestos olvida la postulación de un Orden llevada a cabo por el mismo griego; se obstina Nietzsche en el descuido de que más allá de una tensión entre contrarios, hay una Unidad que armoniza, une, articula. Ya Hegel había advertido el carácter de esta dialéctica así:

    Lo simple, la repetición de un solo tono, no es tal armonía; para que haya armonía se requiere, sencillamente, una diferencia, una determinada contraposición, ya que la armonía consiste, precisamente, en el devenir absoluto y no meramente en el cambio. Lo esencial es que cada tono especial difiera de otro, pero no abstractamente de otro cualquiera, sino del otro suyo, de tal modo que, además de diferir, puedan unirse. Lo particular, lo concreto, sólo es en cuanto que en su concepto va implícito también su contrario en sí.

    Esta armonía, presente en los opuestos, es una función del logos que puede corresponder a la diké de Anaximandro, la que restablece el equilibrio roto por la adikía*. Sin embargo, en Heráclito el pólemos mismo es diké, es común y padre de todas las cosas, representa el aspecto dinámico del Logos sin el cual no habría cosmos. De esta forma el Logos viene a ser comprensión de la unidad fundamental de los opuestos.

    La dialéctica de los contrarios, con los diversos matices que intentamos exponer anteriormente, encontrará sus detractores luego. Aristóteles con su principio de no contradicción quiere corregir para siempre la tradición que lo precede, y, siguiendo a su temperamento proclive al análisis, divide o atomiza el tiempo, que en Heráclito casi se escribiría Tiempo o Eternidad. No en vano Marcovich anota: "… la unidad de los opuestos en Heráclito no significa su coincidencia absoluta o identidad lógica, sino tan sólo que los dos opuestos pertenecen a uno y mismo continuo. Esta laxitud metafísica (…) fue algo que el lógico Aristóteles no pudo comprender ni perdonar."

    Como se habrá notado hasta aquí, los fragmentos estudiados no son unívocos. El fragmento 10, por ejemplo, es susceptible de crítica según se adopte una u otra perspectiva. "Las cosas en conjunto son todo y no todo, idéntico y no idéntico, armónico y no armónico, lo uno nace del todo y del uno nacen todas las cosas". La lógica aristotélica opondrá objeciones, y no pocas. El óbice al principio de no contradicción está trazado desde tiempo ha. Mas, atendiendo al poniente cada amanecer se revitaliza, y podríamos concluir también que es la lógica aristotélica quien nos permite ver con ojos nuevos la sentencia de Heráclito**.

    Aún resuena la expresión un tanto poética, que Simplicio le reprochaba a Anaximandro, en estas líneas heraclíteas. O, si seguimos a Hegel, la expresión en un tono un poco oriental.

    Todo estudio sobre Heráclito comienza señalando sucintamente la imputada oscuridad del efesio. Aquí hemos querido concluir con ella, justamente porque descubrimos en su voz un canto obligado que invita, sugiere, indica. Como el Oráculo.

    Cicerón juzgó deliberada la oscuridad del de Éfeso. Aristóteles hace parte de la facción opuesta, que cuenta con no pocas figuras (Hegel, Demetrio) y que explica la oscuridad de Heráclito como el resultado del descuido del pensador y del subdesarrollo de su lenguaje*. El informe que nos legó Diógenes Laercio sobre la escritura de Heráclito se adhiere a la opinión de Cicerón (o viceversa): "…escribió, como algunos dicen de un modo un tanto oscuro para que sólo tuvieran acceso a él los capaces de entenderlo [otra traducción traslada: los influyentes] y no fuera fácilmente despreciado por el populacho…".

    "Heráclito no concibe al filósofo ni como el hombre que proclama la naturaleza del mundo físico, ni como el descubridor de una nueva realidad por detrás de la apariencia sensible, sino como el descifrador de enigmas, como el hombre que interpreta el sentido oculto de todo cuanto sucede en nuestras vidas y en el mundo como un todo."

    Por lo tanto su forma de nombrar y decir se aviene a la sólo aparente oscuridad de las cosas. Como el oráculo, insinúa, de manera que quien escucha tiene la obligación de comprender por su propia iniciación.

    El ensayo comporta una violación al aforismo. Herederos como somos de una larga tradición lógico-aristotélica, nuestras formas de expresión desean iluminar cada sentencia, o ser espejos fieles de nuestros pensamientos. Heráclito, en cambio, se vale del pulimentado escudo para revelarnos la Gorgona. Acaso sea esta la imagen más justa para describir su voz oracular.

    BIBLIOGRAFÍA

    BORGES, Jorge Luis. Vindicación de Bouvard et Pécuchet. En: ——-. Obras completas I. Buenos Aires: Emecé Editores, 2004. P. 259-262.

    HEGEL, G. W. F. La filosofía de Heráclito. En: ——–. Lecciones sobre la historia de la filosofía. Tomo I. México: Fondo de Cultura Económica, 1955. P. 258-276.

    JAEGER, Werner. Heráclito. En: ——–. La teología de los primeros filósofos griegos. México: Fondo de cultura económica, 1992. P. 111-128.

    KIRK, C.S. y RAVEN, J.E. Heráclito de Éfeso. En: ——–. Los filósofos presocráticos. Madrid: Editorial Gredos, 1994. P. 265-310.

    MARCOVICH, M. Heraclitus. Mérida: Talleres Gráficos Universitarios, 1968. 150p.

    MONDOLFO, Rodolfo. Heráclito: textos y problemas de su interpretación. México: Siglo XXI Editores, 1966. 369p.

    Santiago Gallego Franco