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Víctimas del futuro – Adiós al liberalismo: en busca de la confianza perdida (página 6)

Enviado por Ricardo Lomoro


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– Tribuna: Laboratorio de ideas Pablo Bustelo – ¿Podrá China capear el temporal? (El País – 25/1/09)

La recesión internacional está empezando a tener efectos adversos en China, cuya economía -que se convirtió el año pasado en la tercera mayor del mundo, adelantando a la de Alemania– ha crecido hasta ahora a tasas muy elevadas, contribuyendo mucho a la expansión global. Baste recordar que en 2007 el PIB de China aumentó el 11,9%, la tasa más alta, con diferencia, del planeta. A China se debió nada menos que el 17% del crecimiento global entre 2000 y 2007, proporción similar a la de Estados Unidos, cuya economía es cuatro veces mayor, e incluso superior al 16% correspondiente a la UE, que tiene un PIB cinco veces superior.

Las cifras provisionales para 2008 sugieren que el PIB de China aumentó alrededor del 9%, una cifra todavía muy alta. Sin embargo, las tasas trimestrales superaron el 10% en el primer y segundo trimestre, fueron del 9% en el tercero y de apenas el 6% en el cuarto. Las previsiones para este año varían entre el 8% de la estimación oficial y el 6% de la Economist Intelligence Unit, pasando por el 7,5% del Banco Mundial.

¿Hay realmente indicios de que China pueda ver desacelerarse su crecimiento a la mitad -del 12% al 6%- en apenas dos años? Tal cosa sería ciertamente grave, en parte porque el país ha sido, junto con Estados Unidos y la UE, locomotora del mundo y en parte porque se considera que, por debajo del 8%, el crecimiento podría ser insuficiente para crear el empleo necesario y, por tanto, para mantener la estabilidad social e incluso política.

Es cierto que las exportaciones empezaron a caer en noviembre pasado, por vez primera en siete años. También lo es que la producción industrial, con tasas anuales del 15% o más en el primer semestre de 2008, aumentó apenas el 8,2% en octubre y el 5,4% en noviembre. Por si esto fuera poco, la inflación, que estaba desbocada a principios de año (8,7% en febrero), ha pasado al 2,4% en noviembre, una caída en picado que hace temer un posible retorno de la deflación, fenómeno que el país registró ya a finales de los años noventa y también en 2002.

También resulta plausible esperar que la recesión en los países desarrollados, adonde van a parar más de la mitad de las exportaciones chinas, provoque un descenso importante del ritmo al que crecen las ventas al exterior. Las exportaciones aumentaron el 30% al año entre 2003 y 2007 y el 20% en 2008, pero se redujeron el 5,3%, en tasa interanual en diciembre. Algunos analistas incluso anticipan ya una reducción de esas ventas durante 2009, pero se trata seguramente de una predicción exagerada, pues incluso en 2001, en plena crisis internacional, aumentaron el 7%.

La desaceleración y la caída de las exportaciones se producen, además, en un entorno en el que el consumo interno no puede tomar el relevo de las ventas al exterior, al menos a corto plazo. El derrumbe de la Bolsa, que se desplomó el 66% en 2008, y el deterioro del mercado inmobiliario, cuyos precios empezaron a caer a mediados de año, frenan el crecimiento del consumo. Además, la altísima tasa de ahorro familiar en China obedece a causas estructurales, como son los altos gastos en educación y sanidad y las escasas pensiones, factores que, claro está, no se pueden resolver en poco tiempo.

Por añadidura, cabe anticipar un menor crecimiento o incluso una caída de la inversión extranjera, directa y en cartera, en 2009, como consecuencia de las dificultades de las grandes empresas multinacionales y de la mayor aversión al riesgo, especialmente entre los inversores en economías emergentes.

Hay especialistas que llegan incluso a razonar que la caída del consumo privado en Estados Unidos durante 2009 tendrá que verse compensada con una reducción más o menos equivalente de la producción en China, puesto que no habrá forma de encontrar fuentes de consumo alternativas, tanto dentro de Estados Unidos como fuera del país. Un frenazo en seco de la economía china sería una muy mala noticia para el mundo, que se vería privado de uno de sus principales motores y en el que se agravaría mucho la recesión.

Sin embargo, conviene tener en cuenta que en China el Gobierno y el banco central tienen armas muy poderosas para luchar contra un parón del crecimiento. Una situación presupuestaria saneada (el déficit fue del 1% del PIB en 2008 y la deuda ronda el 18% del PIB) ha permitido a las autoridades lanzar, en noviembre pasado, un plan de estímulo fiscal por valor de 4 billones de yuanes (585.000 millones de dólares), cifra que supera el 13% del PIB. Esa política fiscal expansiva apenas duplicaría el tamaño relativo del déficit público, con lo que podría verse acentuada en caso de necesidad. Además, las autoridades podrían recurrir, si fuese preciso, a las enormes reservas en divisas, que ya rondan los dos billones de dólares, para financiar, por ejemplo, inversiones en infraestructuras.

Para ayudar a los exportadores se han reducido impuestos y ampliado el crédito al sector y, sobre todo, se ha frenado la apreciación del yuan desde mediados de año. La apreciación del yuan con respecto al dólar fue del 7% en el primer semestre, para luchar contra la inflación, reducir las fricciones comerciales con Estados Unidos y reorientar el crecimiento hacia el mercado interior. Pero ha sido de apenas el 0,5% en el segundo semestre. No cabe descartar que las autoridades dejen caer el yuan si las exportaciones se resienten mucho o si la inflación se reduce al mínimo y no digamos si la variación de los precios se torna negativa.

El banco central ha reducido sustancialmente los tipos de interés, con cinco recortes sucesivos desde septiembre, y el coeficiente de reserva de los bancos. Tiene todavía margen para reducirlos aún más. Los bancos, a diferencia de otros casos, tienen una situación relativamente saneada y han respondido a ese estímulo con un crecimiento apreciable del crédito, de manera que no se dan en China los problemas de liquidez que hay en otros países.

Por tanto, salvo que el entorno exterior se deteriore mucho más de lo previsto (por ejemplo, si las caídas del PIB en Estados Unidos, Japón y la UE superan apreciablemente el 2% anticipado hasta ahora), todo parece indicar que China logrará mantener una tasa de crecimiento del PIB del 7% u 8% en 2009 y acrecerla en 2010. Ese ritmo debería ser suficiente para mantener la estabilidad social y política, aunque seguirán naturalmente los ajustes de plantilla en el sector exportador. También debería bastar para evitar un efecto contractivo adicional sobre la economía mundial.

Otra cosa muy distinta es, claro está, si resulta sostenible una pauta de crecimiento global basada, como ha ocurrido en los últimos años, en el sobreconsumo de Estados Unidos y la sobreproducción de China. El ajuste estadounidense tendrá que verse, antes o después, correspondido con una reorientación del crecimiento chino desde las exportaciones y la inversión hacia el consumo interior. Pero esa reorientación llevará su tiempo.

(Pablo Bustelo es investigador principal (Asia-Pacífico) del Real Instituto Elcano y profesor titular de Economía Aplicada en la UCM)

– La "fábrica" de China pierde mano de obra (El Mundo – 2/2/09)

Pekín.- La crisis económica mundial pasa factura a la fábrica del mundo, ya que más de 20 millones de inmigrantes rurales que trabajaban en las industrias chinas perdieron su empleo, según datos del Ministerio de Agricultura.

El director de la Oficina del Grupo Central de Trabajo Rural, Chen Xiwen, afirmó que alrededor del 15,3% de los 130 millones de trabajadores inmigrantes que tiene China regresaron a sus localidades sin trabajo.

No obstante, otros organismos contabilizan más de 200 millones de inmigrantes desplazados en el gigante asiático por esta razón.

La tasa oficial de desempleo "urbano" a finales de 2008 se situó en un 4,2%, el nivel más alto desde 2003, y eso teniendo en cuenta que el cómputo no incluye a los mencionados millones de campesinos que viajan a las ciudades en busca de trabajo y que no aparecen registrados oficialmente.

Según un estudio de la Academia China de Ciencias Sociales (CASS), si se incluye esa masa de inmigrantes, el índice real de paro en China se sitúa en la actualidad en un 9,4%.

El director de la Oficina del Grupo Central de Trabajo Rural ha revelado estas cifras durante la presentación del primer documento del año 2009 elaborado conjuntamente por el Consejo de Estado (Ejecutivo) y el Comité Central del Partido Comunista de China (PCCh).

En el texto, Pekín remarca la importancia de impulsar la agricultura y el sector rural como respuesta a la crisis económica y laboral que vive China.

La caída de la demanda exterior obligó al cierre de miles de pequeños fabricantes de manufacturas en el litoral chino, que han venido acompañados de numerosas protestas de los obreros.

El propio Gobierno ha reconocido que durante 2009 China vivirá "posiblemente el año más duro" en materia económica desde el inicio del nuevo siglo, y apostó por mejorar la agricultura como motor de cambio.

El presidente Hu Jintao alertó días atrás del riesgo de inestabilidad social debido al impacto de la crisis financiera en China.

Además del desempleo, la recesión está afectando a China -tercera economía mundial, sólo por detrás de Estados Unidos y Japón- con una desaceleración económica, un enorme riesgo de deflación en el actual trimestre y una cada vez mayor diferencia entre ricos y pobres…

Facebook (alertas y trasvases)

– Los 25 culpables de la crisis (El Confidencial – 27/1/09)

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(Por E. Sanz / Agencias)

Los culpables de la mayor crisis financiera de la historia desde la Segunda Guerra Mundial tienen nombres y apellidos. Según el periódico británico The Guardian, lo que viene sucediendo durante el último año y medio no se debe a un fenómeno natural sino a un desastre humano que ha llevado a las principales economías y empresas del mundo al borde del abismo y en el que 25 personajes han jugado un papel decisivo.

¿Quién nos ha llevado a la ruina?, se pregunta el diario.

Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal entre 1987 y 2006 se alza con el primer puesto. Tras una vida prácticamente entera dedicada al organismo regulador y retirado como un auténtico héroe, Greenspan pasará a la historia, entre otros aspectos, por su defensa del libre mercado, su capacidad para rescatar a la economía de Estados Unidos del colapso financiero de 1987 y de mitigar los devastadores efectos derivados de los ataques terroristas del 11-S. Greenspan es, para muchos expertos y según The Guardian, el principal culpable de la crisis al permitir la formación de una gran burbuja inmobiliaria gracias a unos tipos de interés bajos y a la ausencia de regulación en torno a los préstamos hipotecarios. Apoyó, según el diario, los préstamos subprime e instó a los hipotecados a cambiar tipos fijos por variables, lo que dejó a muchos de ellos al descubierto incapaces de hacer frente a sus compromisos cuando los tipos subieron. Durante años, Greenspan también defendió el boom de los derivados, un mercado que apenas existía cuando se hizo con las riendas de la Fed y que bajo su mandato creció como la espuma. De hecho, el periódico le acusa de haber protegido a un mercado que ha provocado muchos de los problemas actuales. La publicación destaca, no obstante, que Greenspan también ha sido capaz de reconocer sus errores. Por ejemplo, que demasiada regulación podría dañar Wall Street o que los bancos pondrían siempre por delante la protección de sus accionistas.

Mervyn King, gobernador del Banco de Inglaterra. Cuando accedió al cargo en Threadneedle Street, la economía del Reino Unido crecía al 3% y la inflación se situaba en el 1,4%. En su primera reunión rebajó los tipos al 3,5% y su ambición consistía en que la política monetaria del Banco llegara a ser "aburrida". Cuando la crisis estalló, King insistía en que no se transformaría en una crisis internacional. De hecho, en un primer momento, se negó a inyectar liquidez al sistema financiero e insistía en que no habría rescates bancarios. Ahora, algunos miembros del Tesoro británico aseguran que debería haber sido "más proactivo". The Guardian le echa en cara que debería haberse dado cuenta de la burbuja inmobiliaria y haber tomado medidas, así como haber previsto más recientemente la recesión del país y haber actuado con mayor celeridad a la hora de recortar los tipos de interés.

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Los políticos también han jugado un papel clave en la actual crisis financiera. Bill Clinton forzó a las hipotecarias a relajar sus requisitos a la hora de conceder hipotecas a los más desfavorecidos. En 1999 revocó la ley que garantizaba la completa separación entre los bancos comerciales -que ofrece depósitos- y la banca de inversión -que invierte y asume riesgos-. Esta decisión supuso el nacimiento de la era de la superbanca, que favoreció el desarrollo y la extensión de las hipotecas subprime. Su sucesor, George W. Bush, no consiguió que mejoraran las cosas al no poner coto a la inmensa cantidad de los denominados "hipotecados Ninja" -no income, no jobs, no assets-. Otro de los políticos culpables de la crisis para The Guardian es el primer ministro británico, Gordon Brown, quien puso los intereses de la City por delante de cualquier otro aspecto económico. La oposición le ha acusado de no haber tenido en cuenta que una economía "construida sobre deuda" no es una economía "construida para durar" durante su cargo como responsable del Tesoro durante diez años en el gobierno de Tony Blair.

El periódico británico también se acuerda del primer ministro islandés, Geir Haarde, después del colapso financiero de los tres grandes bancos del país por culpa de sus millonarias deudas. Islandia se vio forzada a recibir prestados 2.100 millones de dólares del FMI además de fondos procedentes de diferentes países europeos.

Culpables en la Gran Manzana

Wall Street tampoco queda al margen de su implicación en la crisis financiera. Según el diario, en este apartado suena el nombre de Abi Cohen, directora de estrategia de Goldman Sachs y que hace unos años llegó a ser una de las mujeres más poderosas de Estados Unidos. Sin embargo, no fue capaz de ver el crash de la bolsa y se hizo famosa por sus previsiones alcistas. Fue sustituida en el cargo el pasado mes de marzo. Kathleen Corbet, antigua consejera delegada de Standard & Poor's, también ocupa un puesto destacado. No en vano, las agencias de rating no advirtieron de los riesgos los activos respaldados por las hipotecas subprime. Corbet dirigía las riendas de la mayor de las tres agencias de calificación de riesgos y dejó su puesto en 2007 por las enormes críticas recibidas. Standard & Poor's, Fitch y Moody's han sido cuestionadas por el rol jugado en la actual crisis subprime, mientras ellas recuerdan que lo hicieron lo mejor que pudieron con la información disponible. Corbet dijo que su marcha de Standard & Poor's había sido "largamente planeada" y negó que tuviera que ver con presiones de ningún tipo.

Hank Greenberg, presidente del grupo asegurador AIG. A sus 83 años convirtió AIG en la mayor aseguradora del mundo. Tenía un enorme negocio de CDS y por ende, una enorme exposición a la crisis hipotecaria. Cuando su rating fue recortado, se enfrentó a una enorme crisis de liquidez y necesitó de 85.000 millones de dólares públicos para evitar el colapso. Posteriormente necesitaría de ayuda pública estatal adicional, pero eso no evitó que los principales ejecutivos del grupo renunciaran a viajes lujosos.

Quienes lo vieron venir

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The Guardian reserva también un hueco para algunos de los inversores más importantes de los últimos cincuenta años y cuya visión del mundo financiero les hizo anticipar la que se venía encima. Como el gestor de hedge funds John Paulson, calificado en el mundo financiero como "el mayor ganador del credit crunch". Paulson se embolsó 3.700 millones de dólares en 2007al apostar por el estallido de la burbuja inmobiliaria. También aparece, el multimillonario Warren Buffett, quien no se cansó de advertir sobre los peligros de los derivados que nadie entendía. En su carta anual dirigida a sus accionistas en 2003, comparó estos productos con el mismo infierno. "Fácil de entrar y casi imposible de salir". En una muestra de optimismo, en octubre dijo que había empezado a comprar de nuevo en el mercado estadounidense, sugiriendo que lo peor de la crisis podría haber pasado.

También advertía en 2006 sobre una "gigantesca burbuja inmobiliaria", el inversor George Soros, así como al economista y profesor de la Universidad de Nueva York, Nouriel Roubini, quien fue el primero en augurar el credit crunch. En 2006 advertía a los economistas del FMI que Estados Unidos se enfrentaba una histórica burbuja inmobiliaria, un shock en el mercado de materias primas a una recesión. Todavía hoy se muestra muy pesimista respecto a la crisis. Sin ir más lejos, la semana pasada vaticinaba la bancarrota del sistema bancario estadounidense y europeo. Tras los rescate financieros y nacionalizaciones, es muy famosa su frase para describir a George Bush, Henry Paulson y Ben Bernanke como "la troika de bolcheviques que fue capaza de convertir Estados Unidos en la República Socialista de Estados Unidos de América".

La lista, hasta 25 responsables, incluye otros nombres del mundo financiero de la Gran Manzana. Como el presidente de HBOS –Andy Hornby-, el de Royal Bank of Scotland –Sir Fred Goodwing– o Bradford&Bingley –Steve Crwashaw-. Sin olvidar a los máximos responsables Citigroup –Chuck Prince-, Merrill Lynch –Stan O"Neil– o Bear Stearns –Jimmy Cayne.

– Un fracaso arancelario que cuesta 130.000 millones (Cinco Días – 31/7/08)

(Por Bernardo Díaz)

Decepción, desencanto, desafortunado desenlace, oportunidad perdida… son los comentarios comunes realizados en las últimas horas por los representantes de las 153 delegaciones comerciales presentes en Ginebra y que tras nueve días de intensas negociaciones llevaron, una vez más (por séptima vez), al fracaso de la Ronda de Doha, iniciada en noviembre de 2001 por la Organización Mundial del Comercio (OMC) para la reducción de aranceles a escala multilateral. En este caso el fracaso duele aún mucho más si se tiene en cuenta que tras siete años de negociaciones se ha estado a punto de encontrar una solución de equilibrio, abortada por las diferencias en materia de subvenciones agrícolas entre países emergentes y desarrollados.

El fracaso es más importante si cabe si, como ahora, todas las áreas desarrolladas (Estados Unidos, Europa y Japón) se encuentran en proceso de estancamiento o desaceleración económica, y las emergentes, están muy afectadas por el encarecimiento de las materias primas, algo que no ocurría a la vez desde hace décadas. "Necesitábamos el éxito de Doha porque la economía mundial está en una situación incierta y cada elemento de certidumbre interesa a largo plazo al Planeta", se lamenta el comisario europeo de Comercio, Peter Mandelson.

Incentivo al consumo

Y no es para menos, con una previsión de crecimiento económico mundial del 4% para este ejercicio según estimaciones del Fondo Monetario Internacional, la más baja de los últimos cuatro años, la OMC había calculado que un acuerdo arancelario satisfactorio podría impulsar los intercambios comerciales en un montante superior a 130.000 millones de dólares (84.000 millones de euros), una cantidad significativa para capear el temporal de la desaceleración.

A estas alturas las delegaciones reconocen que todos los países salen perdiendo por la falta de acuerdo, aunque unos, los menos desarrollados, serán los más perjudicados ya que sumarán a su pobreza las trabas arancelarias que ponen los Estados más ricos.

El éxito de la Ronda de Doha habría servido para estimular el comercio y el PIB mundial

Ayer, Susan Schwab, la representante de Estados Unidos intentó limar asperezas, asegurando que su país mantendrá en lo sucesivo las ofertas que ha hecho su país en Ginebra. Entre ellas, rebajar su límite máximo de subsidios a 15.000 millones de dólares anuales, con respecto a los 48.000 millones actuales. "Si los demás están listos para seguir adelante y responder a nuestro ofrecimiento de forma significativa aquí estamos", sostuvo.

Sin embargo, Schwab insistió en responsabilizar a China e India del fracaso de las negociaciones por defender un nuevo mecanismo de salvaguardas que les hubiese permitido subir sus aranceles en caso de un incremento importante de las importaciones agrícolas o una fuerte caída de los precios internacionales.

El director general de la OMC, Pascal Lamy, propuso un límite del 40% de aumento de las importaciones a partir del cual se podía activar dicho mecanismo pero un amplio grupo de países en desarrollo, liderado por India, exigió una rebaja de hasta el 15% que no fue aceptada por el resto.

Y es que la regla del consenso es la que ha viciado las conversaciones de partida. La OMC no tiene un sistema de toma de decisiones jerarquizado de forma que sus 153 miembros deben dar el visto bueno a cada una de las propuestas de liberalización comercial, con el riesgo de que las discrepancias sobre sólo una de ellas puedan llevar al traste un hipotético acuerdo sobre las restantes. Lamy intentó en Ginebra con una treintena de ministros reducir las voces discordantes.

Regla de consenso

En vista de que los primeros días no se llegaba a acuerdos fructíferos pasó a reuniones más reducidas de los siete países o áreas considerados claves en el proceso (Australia, Brasil, China, EEUU, India, Japón y la Unión Europea). Pero ni siquiera a siete se pudo poner de acuerdo sobre la lista de salvaguardas agrícolas. Desde ahora todos deberían asumir su parte del fracaso y sin repartir acusaciones mutuas. Estados Unidos porque planteó escasas rebajas en sus subsidios sobre lo ya anunciado antes de Ginebra. La UE, porque se fijó más en la contrapartida norteamericana que en el resto. China e India, porque forzaron la máquina al máximo en su intento de poner sobre la mesa su creciente influencia en la economía mundial.

Ahora sólo queda, esperar a ver si se puede recomponer el desaguisado, conscientes de que habrá que pasar al menos dos años para celebrar nuevas reuniones, con un escenario de elecciones en EEUU en noviembre, europeas e indias en el primer semestre de 2009. Lamy recogió ayer rápidamente el guante que le lanzó Schwab e indicó que el "progreso hecho sobre el 85% de los asuntos debería ser preservado".

Países como Venezuela ya han expresado sus reservas sobre mantener lo ya acordado. Brasil, tras el fracaso de las negociaciones multilaterales, trabajará también para promover acuerdos comerciales bilaterales.

Mientras tanto, la patronal europea Business Europe se mostró igualmente decepcionada por el bloqueo de las negociaciones y pidió a Lamy, que no se dé por vencido, informa Efe. En la mesa hay mucho que impulsar. Tanto como unas exportaciones mundiales de mercancías que en 2007 alcanzaron los 13,6 billones de dólares.

– Si quieren crecer giren a la izquierda (El País – 7/9/08)

(Por Joseph E. Stiglitz)

Tanto la izquierda como la derecha de Estados Unidos afirman que defienden el crecimiento económico. Por lo tanto, ¿deberían los votantes que intentan decidirse por una de las dos opciones tomárselo como una cuestión de elegir entre dos equipos alternativos de gestión?

¡Ojalá fuese así de sencillo! La suerte forma parte del problema. Durante la década de los noventa, la economía estadounidense se vio bendecida por unos precios bajos de la energía, un ritmo elevado de innovación, y una China que ofrecía productos cada vez mejores y a menor precio, una combinación que tuvo como resultado un crecimiento alto y una inflación baja.

El presidente Clinton y el entonces presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, no tuvieron mucha mano en esto, aunque, por supuesto, una mala política podría haberlo estropeado todo. Sin embargo, los problemas a los que nos enfrentamos actualmente -unos precios de la energía y los alimentos por las nubes y un sistema financiero en ruinas- sí han sido, en gran parte, consecuencia de una mala política.

En efecto, existen diferencias importantes entre las estrategias de crecimiento, y es muy probable que lleven a resultados distintos. La primera diferencia reside en el concepto mismo de crecimiento. El crecimiento no es un simple aumento del PIB. Debe ser sostenible: el crecimiento basado en la degradación del medio ambiente, en los empachos de consumo financiados por la deuda, o en la explotación de recursos naturales escasos, sin que haya una reinversión de los beneficios, no es sostenible.

El crecimiento también tiene que ser inclusivo: debe verse beneficiada al menos una mayoría de los ciudadanos. Las economías de goteo no funcionan: de hecho, un incremento del PIB puede incluso empeorar la situación de la mayoría de los ciudadanos. El crecimiento estadounidense de los últimos tiempos no ha sido ni económicamente sostenible ni inclusivo. La mayoría de los estadounidenses están peor ahora que hace siete años.

Pero no hay por qué elegir entre crecimiento y desigualdad. Los gobiernos pueden potenciar el crecimiento aumentando la integración. La mayor riqueza de un país es su población. Por eso es fundamental asegurarse de que todo el mundo pueda alcanzar su potencial, para lo cual es necesario que todos tengan oportunidades para recibir una educación.

Una economía moderna también requiere que se asuman riesgos. Los individuos están más dispuestos a arriesgarse cuando existe una buena red de seguridad. En caso contrario, puede que los ciudadanos exijan protección frente a la competencia extranjera. La protección social es mucho más eficiente que el proteccionismo.

La incapacidad para fomentar la solidaridad social puede tener también otros costes, como el gasto social y económico que requieren la protección de la propiedad y la encarcelación de criminales, que no es nada desdeñable. Se calcula que en unos años en Estados Unidos habrá más trabajadores en el sector de la seguridad que en el de la educación. Un año en la cárcel puede costar más que un año en Harvard. El coste que conlleva encarcelar a dos millones de estadounidenses (una de las tasas per cápita más altas del mundo) debería restarse del PIB, pero a pesar de ello se añade.

Una segunda diferencia importante entre la izquierda y la derecha es el papel que desempeña el Estado en el fomento del desarrollo. La izquierda comprende que el Gobierno tiene una función vital en las infraestructuras y la educación, en el desarrollo tecnológico, e incluso como empresario. El Gobierno estableció las bases de Internet y de las revoluciones modernas de la biotecnología. Durante el siglo XIX, la investigación llevada a cabo en las universidades estadounidenses con dinero público creó la base para la revolución agraria. Gracias al Gobierno, estos avances llegaron a millones de agricultores estadounidenses. Los préstamos para pequeñas empresas han sido cruciales en la creación no sólo de nuevas empresas, sino también de nuevos sectores.

La última diferencia puede parecer un tanto extraña: la izquierda ahora comprende los mercados, y el papel que pueden y deben tener en la economía. La derecha, especialmente en Estados Unidos, no. La Nueva Derecha, representada por la Administración de Bush y Cheney, no es más que el viejo corporativismo con un traje nuevo.

No son libertarios. Creen en un Estado fuerte, con importantes poderes ejecutivos, pero utilizados en la defensa de intereses establecidos, sin prestar demasiada atención a los principios del mercado. La lista de ejemplos es larga, pero incluye subsidios a grandes empresas agrícolas, aranceles para proteger el sector del acero y, más recientemente, los megarrescates de Bear Stearns, Fannie Mae y Freddie Mac. Pero la falta de coherencia entre la teoría y la práctica viene de lejos: el proteccionismo aumentó con Reagan, entre otras cosas, mediante la imposición de limitaciones supuestamente voluntarias a la exportación de automóviles japoneses.

La nueva izquierda, en cambio, intenta que los mercados funcionen. Los mercados sin trabas no funcionan bien por sí solos, una conclusión que se ve confirmada por el actual desastre financiero. Los defensores de los mercados a veces admiten que efectivamente fallan, incluso desastrosamente, pero afirman que los mercados se "autocorrigen". Durante la Gran Depresión, se oían argumentos similares: el Gobierno no tenía por qué intervenir, puesto que, a la larga, los mercados harían que la economía volviese al pleno empleo. Pero como bien dijo John Maynard Keynes, a la larga todos estamos muertos.

En un marco de tiempo relevante, los mercados no se autocorrigen. Ningún gobierno puede permanecer de brazos cruzados mientras un país entra en recesión o en una depresión, ni siquiera cuando han sido causadas por la avaricia de los banqueros o por los errores en la evaluación de riesgos que cometen los mercados de valores y las agencias de rating. Pero si los gobiernos van a pagar la factura sanitaria de la economía, deben tomar medidas para que sea menos probable que se necesite ingresar en el hospital. La cantinela de la derecha sobre la liberalización resultó estar equivocada, y ahora estamos pagando el precio. Y el total de la factura, en lo que se refiere a producción perdida, será alto, posiblemente superior al billón de euros sólo en Estados Unidos.

La derecha a menudo atribuye sus orígenes intelectuales a Adam Smith, pero aunque Smith reconocía el poder de los mercados, también admitía sus límites. Incluso en su época, las empresas habían descubierto que podían aumentar sus beneficios con mayor facilidad conspirando para incrementar los precios que creando productos innovadores de manera más eficiente. Hacen falta unas leyes antimonopolio, fuertes.

Organizar una fiesta es fácil. En un primer momento, todo el mundo puede sentirse a gusto. Fomentar el crecimiento sostenible resulta mucho más complicado. Hoy en día, la izquierda, a diferencia de la derecha, tiene un programa coherente, que ofrece no sólo un mayor crecimiento, sino también justicia social. Para el electorado, la decisión debería ser sencilla.

(Joseph E. Stiglitz es catedrático de la Universidad de Columbia. Recibió el Premio Nobel de Economía en 2001. © Project Syndicate, 2008)

Entrevista: Almuerzo con… Jean-Luc Greau – "Los economistas han traicionado a la realidad" (El País – 2/10/08)

(Por Octavi Martí)

Vive en Montmartre pero la cita es en el centro de París, en Marais. Comemos en la terraza pues, aunque ya hace fresco, nos ahorramos el zumbido de la música de fondo. Lleva un traje oscuro y -previsor- un jersey de lana por encima de la camisa. Jean-Luc Gréau nació en Argelia hace 65 años. Entonces el país era francés pero dejó de serlo cuando él cumplió los 18. "En 1962 llegamos a Montpellier. Y allí cursé mis estudios. La ciudad nos acogió bien". Ningún trauma de pied noir, de colonizador que desentona en la metrópoli. Y enseguida trabajó en la patronal. Como economista. "Durante 27 años he estado dedicado a presionar a los diputados franceses. Había que asesorarles en materia económica. Y defender nuestro punto de vista, claro". Que era el de un estricto liberal.

Su premonitorio libro sobre la crisis le ha puesto en órbita en Francia

Pero eso es ya un pasado remoto porque hoy, convertido en autor de éxito y subido a los púlpitos de opinión gracias a La trahison des économistes (La traición de los economistas), un bombazo en plena crisis, se ha descubierto como un intenso orador que no presta demasiada atención al menú. La ensalada se aburre en el plato y el salmón a l'unilateral se queda frío.

"Hace mucho que dejé de confiar en la capacidad autorreguladora del mercado. Lentamente. Primero Nixon abandonó la garantía del llamado patrón-oro. Luego vinieron Reagan y Thatcher, la desregulación y la venta del patrimonio del Estado. El paro y la miseria se hicieron endémicos. Los ricos lo eran cada vez más y la parte del salario cada vez es menor en el coste final de un producto".

Sus dos primeros libros fueron tan minoritarios como premonitorios, pero el tercero llega en el momento adecuado y se vende como rosquillas en un país ansioso de explicaciones. "Lo que yo defiendo, antes era inaudible". Porque la crisis le ha conferido una autoridad que antes monopolizaban esos "economistas traidores". ¿A qué? "A la realidad".

Él es una excepción en un contexto donde domina el discurso no intervencionista: proteccionista, contrario a la moneda única y defensor del Estado. "No creo que Europa tenga que ser proteccionista respecto a EEUU o Canadá, pero es absurdo que no lo sea frente a China, Corea o Ucrania". Gréau pone el dedo en la llaga: los intercambios son desiguales cuando en un país existe protección social y en el otro no, cuando en uno los salarios son altos y en el otro, miserables.

La crisis actual, dice, es el final de un proceso de financiarización de la economía. "Hoy el consejo de administración deja que el gerente o director se fije el propio sueldo. Es descomunal. Fuera de toda lógica. Y él, a cambio, se ocupa de multiplicar el valor de las acciones en muy poco tiempo. Jugando con la deuda. Se confunde el interés de la empresa con el de sus accionistas, de unos pocos. Y la burbuja estalla".

Lo explica con orden y calma. Con la calma del converso. "Soy una mezcla de keynesiano y schumpeteriano que se reconoce deudor ante Marx y, sobre todo, ante Adam Smith. Difícil de clasificar". Pero si hace un año nadie quería escuchar a los augures inclasificables, hoy los lectores franceses dan la razón a sus libros.

Y a nuestro alrededor, ahora caemos, el restaurante no se ha llenado. Impensable hace seis meses.

– Krugman vs. Greenspan: Una crítica al ex de la Reserva Federal (Urgente24 – 23/10/08)

(Por Ricardo Becerra)

Alan Greenspan ha perdido mucha influencia porque él estuvo en la Reserva Federal cuando se incubaba la crisis financiera estadounidense, que explotó en el mundo, y queda la duda si o no comprendió que estaba ocurriendo o subestimó el fenómeno. El autor contrasta a Greenspan con Paul Krugman, flamante premio Nobel de Economía.

Ciudad de México, DF (La Crónica de Hoy). Si existe un libro útil que nos hace comprender el crack universal desplegado ante nuestras narices ese es El Retorno a la Economía de la Depresión, y no La Era de las Turbulencias.

El primero fue escrito hace 10 años por el premio Nobel recién galardonado, Paul Krugman; el 2do., vio el mercado este mismo año, de la pluma de Alan Greenspan.

A pesar de la posición privilegiada que durante 18 años y medio gozó el ex jefe de la Reserva Federal (acceso a casi toda información económica, asesores de alta competencia, roce y relación con los actores centrales del drama financiero internacional) y a pesar de la contigüidad temporal de su libro y la crisis (el desplome hipotecario ya había cobrado sus primeras víctimas, 6 meses antes de la publicación), la verdad es que el poder explicativo de lo que sucede habita en las páginas escritas por Krugman.

Y no es que Greenspan sea un tonto, en absoluto; lo que ocurre es que sus mofletudas anteojeras intelectuales no le permiten reconocer esas zonas de la realidad que no se dejan domesticar por su doctrina.

En La Era de las Turbulencias abundan frases como éstas:

> "Lo que está pasando es que millones de agentes de todo el mundo buscan comprar activos infravalorados y vender aquellos que parecen sobrepreciados";

> "…lejos de la caracterización de especulación que hacen de él los críticos populistas, son factor de primer orden para el crecimiento de la productividad…";

> "…la incesante búsqueda de ventajas entre los agentes financieros reequilibra en todo momento la oferta y la demanda a un ritmo demasiado rápido para la comprensión humana";

> "el poder para supervisar las transacciones se está evaporando";

> "el fracaso del mercado es una rara excepción";

> "la vigilancia del sector público ya no está a la altura de la tarea", y, en el culmen de la ingeniería financiera, Greenspan sentencia:

> "los derivados y otros productos complejos -como las subprimes, apunto yo- pueden distribuir el riesgo a lo largo y ancho de los productos financieros, la geografía y el tiempo" (pp. 10, 472 y 554).

Ese sistema de creencias asaltó la razón económica desde hace casi tres décadas y durante 18 años de esos años, Greenspan se instituyó como el máximo oráculo del absolutismo liberal.

Ahora que el crack precipita casi todo (ahorros, bancos, crédito, empresas, precios del petróleo, crecimiento, ingresos, empleos, etcétera), y que todo el mundo reclama intervenciones gubernamentales multimillonarias, que se ingenian nuevas regulaciones planetarias, nacionalizaciones y hasta redadas policiales en Wall Street, sus ditirambos suenan extravagantes cuando no francamente estúpidos.

Y es que Greenspan fue el icono administrativo de un pensamiento económico que se volvió dominante, no por su capacidad de interpretación o por sus demostraciones empíricas, sino por una extraña mezcla de circunstancias históricas -incluida la implosión de la Unión Soviética- que parecían expulsar la acción del Estado en la economía.

Pero lo que debía ser una crítica puntual, la extracción puntual de las lecciones históricas, se convirtió en una escuela fanática, sin matices (conocida como monetarismo) y que apenas puede esconder los grandes intereses que defiende.

Y, mientras Greenspan, con sus decisiones en la Reserva Federal fabricaba una burbuja tras otra (la puntocom, la inmobiliaria), Krugman insistía por todos los medios a su alcance, en regresar a las evidencias, los hechos y las fórmulas demostradas por la ciencia económica que nunca recomiendan visiones ni medidas extremas, sino evaluación concreta, buen juicio y pragmatismo.

Desde su primer libro de divulgación La Era de las Expectativas Limitadas, y Vendiendo la Prosperidad, Krugman ha explicado que el muchas veces sepultado pensamiento keynesiano sigue teniendo razón en un montón de cosas fundamentales, por ejemplo, los límites fatales de la política monetaria, la forma como los gobiernos deben gestionar el ciclo económico echando mano de varios instrumentos al mismo tiempo y cómo deben actuar en casos de pánico y de crack.

Pero el trabajo de Krugman es mucho más que una vivificación de Keynes: es la rigurosa construcción de una teoría de la globalización y del comercio internacional opuesta a las versiones que cómodamente, se sientan y exclaman "el Estado ya es un impotente".

Todos los textos de Krugman están llenos de recomendaciones prácticas y de dilemas presentísimos: la actuación de los bancos centrales en las crisis cambiarias (lectura obligada para Banxico en estos días); la política industrial factible en economías abiertas; la coordinación de políticas entre estados que conforman un solo mercado; la naturaleza de la expansión financiera y cómo domarla, etcétera.

O sea: Krugman no es el experto de voz délfica cuyo papel es "mandar señales" a los mercados, sino el economista práctico que sabe hacer el diagnóstico de una situación concreta y puede, caso por caso, hacer recomendaciones distintas: privatizar o nacionalizar, devaluar o establecer controles, regular o liberalizar, sin miedos atávicos ni remordimientos ideológicos.

Krugman: el mejor ejemplo del economista pragmático en nuestro tiempo.

– Muy cuestionado, Greenspan reconoce que se equivocó cuando apostó por la desregulación (Urgente24 – 24/10/08)

El ex presidente de la Reserva Federal estadounidense, Alan Greenspan, y otros ex responsables de la supervisión del sistema financiero estadounidense fueron criticados abiertamente durante su presentación ante el Comité de Supervisión y Reforma del Gobierno, en la Cámara de Representantes.

Durante una durísima reunión en la Cámara de Representantes estadounidense, Alan Greenspan dijo que los mercados deberían haber estado más regulados y reconoció que estuvo "parcialmente" equivocado cuando apostó por la desregulación.

El presidente del Comité, el demócrata Henry Waxman, de California, acusó a Greenspan de haber tenido "en sus manos la autoridad para impedir las prácticas de préstamo irresponsables que llevaron a la crisis de las hipotecas de alto riesgo".

"Muchos le aconsejaron a usted que así lo hiciera", añadió. "Y ahora toda nuestra economía paga el precio".

Greenspan -quien durante su etapa al frente de la Fed (1987-2006) habló con lenguaje casi indescifrable en decenas de audiencias similares- dijo que las empresas y mercados financieros "deberían estar mucho más regulados para impedir el peor tsunami financiero del último siglo".

Durante el período en el que Greenspan encabezó la Reserva Federal, en USA se aceleró el proceso de desregulación, mientras que en los mercados financieros se multiplicaron los sofisticados "instrumentos" de inversión especulativa.

Greenspan estuvo acompañado por el ex secretario del Tesoro, John Snow, y el presidente de la Comisión de Valores, Christopher Cox, y reconoció durante la sesión que estuvo "parcialmente equivocado" cuando se opuso a la regulación de algunos aspectos de la especulación financiera.

En un discurso en mayo de 2005, Greenspan afirmó con su estilo sabelotodo habitual que "la regulación privada ha demostrado que es mucho más adecuada que la regulación gubernamental para constreñir la excesiva toma de riesgos".

"Quienes confiamos en el interés de las instituciones prestamistas en proteger el patrimonio del accionista -incluido yo- estamos atónitos y no podemos creerlo", afirmó ahora.

Por su parte, Cox reconoció que los responsables gubernamentales por la vigilancia y regulación de los mercados financieros cometieron "errores fatales" que han llevado el sistema financiero global al borde del caos.

El funcionario dijo que él y otros responsables de organismos reguladores "hemos aprendido muchas lecciones, y la principal es que la regulación voluntaria no funciona".

Cox instó al Congreso a que "tape los agujeros en las regulaciones" que siguen poniendo en peligro la estabilidad económica. "Las lecciones de esta crisis del crédito apuntan, todas, a la necesidad de una regulación fuerte y eficaz, pero sin grandes agujeros", agregó.

En lo que va de año, el Gobierno de USA ha asumido el control de entidades hipotecarias como Freddie Mac y Fannie Mae, ha nacionalizado parte del negocio de seguros con su intervención en American International Group (AIG), ha iniciado la compra de acciones en bancos privados y ha garantizado pagarés comerciales en un esfuerzo por desbloquear el crédito.

Con ello ha tratado de devolver la confianza a los mercados y de desatascar el mercado de crédito, que se encuentra constreñido.

La crisis financiera está dañando también a las familias, que se enfrentan a ejecuciones sin precedentes de hipotecas, y el derrumbe de los precios de propiedades y otros activos.

– Los críticos del libre comercio esperan ganar terreno en EEUU (The Wall Street Journal – 31/10/08)

(Por Greg Hitt y Brad Haynes)

Desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha liderado los esfuerzos para relajar las barreras al comercio global, pese a la oposición por parte de sus sindicatos y votantes que se sienten amenazados por la competencia extranjera. Estas elecciones presidenciales podrían paralizar los esfuerzos de liberalización comercial.

Una economía en declive, años de salarios estancados y la inquietud respecto al surgimiento de China como una potencia económica están alimentando un escepticismo popular frente al libre comercio y dando argumentos a los candidatos demócratas que tratan de aprovecharse de la ansiedad que provoca la globalización.

Un defensor republicano del libre comercio que está sintiendo la presión es el senador de Oregón, Gordon Smith, que se complace en recordarles a los votantes que uno de cada cinco empleos en el estado depende del comercio internacional. El político respaldó el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (Nafta) y el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Centroamérica y República Dominicana (Cafta).

"Oregón es probablemente el estado que depende más del comercio en EEUU", dice Smith. "Portland se llama así porque es un puerto". Sin embargo, ahora el senador está pasando apuros para conservar su asiento, mientras su oponente demócrata Jeff Merkley insiste en el tema comercial.

Aumenta la tensión

Merkley quiere una legislación que exija estrictas medidas de seguridad en los centros de trabajo, estándares laborales y medioambientales en futuros acuerdos comerciales, y la revisión de los pactos vigentes. Las encuestas muestran que Merkley está sólo ligeramente rezagado detrás de Smith.

Desde Oregón a Georgia, pasando por el estado de Nueva York, el recelo frente a las ventajas del libre comercio está incrementando la tensión que se respira en las campañas que pelean por varios asientos en la Cámara de Representantes y en el Senado. Los legisladores que resulten elegidos bajo sus promesas de frenar el libre comercio podrían enfrentar dificultades si una vez en funciones, no las cumplen, especialmente si los sindicatos y otros grupos demócratas opuestos a las políticas abiertas al comercio de George W. Bush y Bill Clinton se mantienen encima del asunto.

Los intentos del presidente Bush para que se aprobaran los TLC con Corea del Sur, Panamá y Colombia se estancaron después de que, gracias a su argumento contra el libre comercio, los demócratas tomaran el control del Congreso en 2006. Este año, los miembros de ambos partidos esperan que el margen de los demócratas se expanda aún más.

La mayoría de los demócratas no pide medidas flagrantemente proteccionistas como la elevación de aranceles o la reinstauración de las cuotas de importación como las que controlaron el comercio automotriz en los años 80. En su lugar, los demócratas, empezando por el candidato presidencial Barack Obama, hablan de la necesidad de que el comercio sea justo, e insisten en que se les exija a los socios comerciales de EEUU que cumplan con estándares más estrictos en sus controles medioambientales y los derechos de sus trabajadores a sindicalizarse.

Visiones opuestas

Los dos candidatos presidenciales reflejan una perspectiva más amplia sobre la división en torno al comercio.

El candidato republicano, el senador John McCain, es un defensor del libre comercio y se ha rodeado de asesores que comparten su visión, como el economista de la Universidad de Stanford, John Taylor. El asesor dirigió las políticas de economía internacional en el Departamento del Tesoro de EEUU durante el primer mandato de Bush y es un candidato a convertirse en el Secretario del Tesoro si McCain llega a la Casa Blanca.

Otros colaboradores de McCain, como el ex director de la Oficina de Presupuesto del Congreso, Douglas Holtz-Eakin, la ex presidenta ejecutiva de eBay, Meg Whitman y la ex presidenta ejecutiva de Hewlett-Packard, Carly Fiorina, son fervientes defensores de los mercados abiertos.

El senador Obama ha cubierto sus apuestas sobre el comercio. En sus discursos, habla sobre nivelar el campo de juego, llamándole la atención con frecuencia a Corea del Sur por sus limitadas cuotas de importación para los autos estadounidenses. Se opone abiertamente al TLC con Colombia, asegurando que el país latinoamericano sigue siendo violentamente hostil a la organización de sus líderes sindicales. Durante las primarias, sugirió que apoyaría la imposición de requisitos laborales y medioambientales más estrictos al Nafta.

Sin embargo, su principal asesor económico, Jason Furman, fue consejero del secretario del Tesoro de Clinton, Robert Rubin, el cual apoyaba el libre comercio. Rubin, junto con el secretario del Tesoro en el gobierno Clinton, Lawrence Summers, se ha visto mucho más involucrado en la campaña de Obama desde que la senadora Hillary Clinton fue derrotada en las primarias.

"Los estadounidenses están inquietos por la pérdida de empleos", dice el senador demócrata de Ohio, Sherrod Brown, que fue elegido en 2006 después de dirigir una campaña con aires populistas. "La mayoría de estadounidenses, no sólo en mi estado, entienden de forma intuitiva que ha sido una política gubernamental la que ha permitido, y ha empujado, a muchas compañías a marcharse al extranjero".

– Sarkozy y cierra Europa (ABC – 9/11/08)

(Por Ana I. Sánchez)

"No me gustaría que los ciudadanos europeos se despertaran dentro de unos meses descubriendo que las empresas europeas pertenecen a capitales no europeos que han comprado al precio más bajo de las bolsas". El autor de estas declaraciones intensamente nacionalistas no es otro que el presidente comunitario de turno, Nicolás Sarkozy, que hace tan sólo unos días abanderó ante el Parlamento Europeo la vuelta a las políticas proteccionistas como bote salvavidas para escapar del naufragio al que nos puede llevar la crisis financiera o, en sus palabras, "el fallo del capitalismo".

El presidente galo ha sido el primero en defender públicamente el retroceso del libre mercado, temeroso de que la semilla que sirvió para alumbrar la Unión Europea se vuelva ahora en su contra. Sus temores están fundados. China y los grandes productores de petróleo otean el horizonte en busca de un destino dónde anclar su liquidez amasada a manos llenas.

Dispondrán de 13 billones

En la última década no han perdido el tiempo. Mientras las productividades de Europa y Estados Unidos afianzaban su paso en la senda descendente, los países emergentes con altos ingresos se lanzaban a constituir fondos de inversión soberanos, vehículos con los que gestionar y rentabilizar las riquezas públicas. A nivel mundial, su fortuna se estima en 2,2 billones de dólares que en diez años se podría disparar hasta los 13 billones de billetes verdes, y su catalejo se orienta hacia el asequible Viejo Continente, cuyos emporios empresariales se ofrecen hoy a precio de saldo en los mercados internacionales. Indudablemente, los fondos soberanos pueden ser una fuente de estabilidad para los mercados financieros, ya que son inversores bien capitalizados con vocación de largo plazo. Además, hasta ahora adoptaban una posición pasiva dentro de la compañía en la que desembarcaban, solamente preocupados por la maximización de su inversión.

Herramientas políticas

Sin embargo, esta candidez ha comenzado a dar visos de diluirse y reviste cierta lógica temer que dado que estos vehículos de inversión son propiedad de gobiernos extranjeros, sus autoridades nacionales los conviertan en nuevas y potentes herramientas para su política exterior. Junto a ello, nueve de cada diez fondos soberanos dependen de países sin derechos plenamente democráticos, con las consecuencias políticas que eso conlleva.

La lógica del libre mercado siempre defendida por Occidente es simple. El país con exceso de efectivo puede realizar adquisiciones allí donde escasean los "posibles" y así impulsar el crecimiento mundial. El discurso, sin embargo, ha dejado de entusiasmar a Europa y Estados Unidos ahora que precisan de efectivo y otros pueden convertirse en propietarios de sus joyas empresariales, forjadas en otro tiempo a golpe de talonario.

El pilar central de esa vuelta atrás o "necesaria refundación del capitalismo", que dice Sarkozy, es muy claro: "impedir que empresas europeas caigan en manos extranjeras". El presidente galo clama para ello por la creación de fondos soberanos en los distintos países europeos que puedan adquirir el capital depreciado de sus grandes compañías y, en caso necesario, "coordinarse para dar una respuesta".

A favor y en contra

Las palabras de Sarkozy han suscitado reacciones encontradas. Reino Unido y los países pequeños de Europa Central y Oriental han dado la "bienvenida a los fondos soberanos" atendiendo tan sólo a los beneficios que les reporta un aumento de la actividad financiera. Los estados de mayor tamaño como Italia han mostrado su inclinación a restringir la actividad de los inversores extranjeros. Sin embargo, la fuerza del discurso de Sarkozy reside en que ha colocado al Viejo Continente ante un debate intelectual del que dependerá su devenir económico.

Recuperar poder perdido

Los analistas económicos así lo anuncian calificando la instrumentalización política de la actividad empresarial como el grave riesgo que esta crisis financiera encarna a largo plazo. La tentación es flagrante. Cuestionado el libre mercado por la crisis y con los Estados asumiendo el papel de grandes salvadores de los excesos capitalistas, la intervención pública en el sector privado ha perdido su anterior cariz negativo.

La ayuda estatal suplicada por las entidades financieras más contaminadas por el virus "subprime" representa la excusa perfecta para una mayor estatalización económica que devolvería a la clase política parte del poder perdido a manos de los grandes grupos empresariales. Además, elevaría su control sobre los agentes privados. Una seducción a la que puede resultar difícil no sucumbir, pero que conlleva riesgos económicos. La fórmula de vetar la entrada de capital extranjero para que sean los Estados los que retornen al capital privado, puede convertir al Viejo Continente en el gran perdedor de esta crisis.

A segunda división

Con una competitividad menguante y una capacidad de reacción limitada por su falta de coordinación, la Unión Europea puede debilitarse económicamente si se entrega al nacionalismo; si no encuentra el punto equidistante entre frenar la amenaza que personifican los fondos soberanos y despedirse de la liquidez que pueden aportar.

El aumento del proteccionismo europeo dejaría rápidamente su huella en la inversión y el comercio y, tras ellos, el clima de incertidumbre regulatoria haría mella en los sectores productivos. La inevitable inseguridad jurídica que conllevaría el conocer que una adquisición puede abortarse desde un palacio presidencial acarrearía, inevitablemente, una reducción de las transacciones realizadas en suelo europeo.

Un panorama nada halagüeño para el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso. Su posición es cristalina: "La defensa de los campeones nacionales a corto plazo, por lo general termina relegando a la segunda división en el largo plazo".

Por "seguridad nacional"

Pese a las advertencias, lo cierto es que los estados europeos se muestran sorprendidos por las formas, que no por el fondo, del discurso nacionalista de Sarkozy. No reconocidos públicamente y amparadas en la manida "seguridad nacional" las maniobras proteccionistas están aflorando de forma creciente en la Unión Europea.

Según el informe "Fortress Europe – The risk of rising protectionism in Europe" elaborado por el despacho de abogados CMS Albiñana & Suárez de Lezo, excepto en Reino Unido y Países Bajos, el resto de naciones del Viejo Continente disponen de normas en contra de los inversores extranjeros. Tal es así que, en la práctica, a ningún Estado le hace falta pronunciarse públicamente en favor de las reformas que propone Sarkozy para seguir su camino.

Protección estratégica

En Bruselas, Alemania ha censurado duramente la línea intervencionista del presidente galo, pero dentro de sus fronteras está endureciendo su Ley de Comercio Exterior para limitar el capital extranjero en empresas germanas. El goteo proteccionista es constante. España, República Checa Italia, Rumania, Rusia, Eslovaquia y Ucrania, han protegido sus sectores estratégicos, incluyendo el militar, mientras Francia, además, guarda con celo sus negocios tecnológicos y satelitales.

Por su parte, Suiza ha optado por proteger sus servicios financieros en tanto que Austria, Polonia, Eslovaquia, Ucrania, República Checa, Francia y Rumania y piden consentimiento oficial a todo aquel extranjero que quiera operar en la industria de las apuestas y lotería. Incluso el Gobierno del Reino Unido se ha reservado la posibilidad de intervenir en casos de seguridad nacional.

El comercio, limitado

La vigilancia de la Comisión Europea sobre las políticas proteccionistas es constante pero los Estados suelen preferir pecar por exceso que por defecto. Así, entre 2007 y 2008, el Ejecutivo comunitario acabó abriendo procedimientos de infracción nada menos que contra Portugal, España, Polonia, Hungría e Italia por restringir la libre circulación de capital con leyes locales.

Pero el cierre de fronteras al capital extranjero no es el único recurso del proteccionismo. La limitación del comercio de bienes y servicios es otra de las armas nacionalistas, y el colapso de la Ronda de Doha de la OMC el pasado mes de julio es uno de sus signos más evidentes a nivel internacional.

La esperada realidad comercial multilateral quedará limitada a la constitución de acuerdos bilaterales entre países y las medidas "antidumping" y la imposición de nuevos impuestos a las importaciones estarán para todos a la orden del día. Las más afectadas por todo ello serán las compañías cuyas cadenas de suministro se encuentran repartidas entre distintos países.

Contagio internacional

Una tendencia que, sin duda, seguirá aumentando a la sombra del desfavorable panorama económico, el proteccionismo creciente de EEUU y la agresividad con la que Rusia quiere ganar peso internacional. Así lo teme el director general de la Organización Mundial del Comercio, Pascal Lamy, que acaba de advertir de que "por muy tentador que parezca en momentos de crisis, es preciso evitar el aislamiento y el proteccionismo" económicos. "No dan buenos resultados" ha asegurado. "Se trata de políticas del pasado que no tienen lugar en el futuro", ha remachado en su último discurso público.

Al igual que el empresarial, el proteccionismo comercial repercute negativamente tanto para las empresas extranjeras que operan en Europa como para las empresas del Viejo Continente que podrían verse beneficiadas de esa liquidez.

El tiempo dirá si el clamor a "Cerrar Europa" lanzado por Sarkozy es, como auguran los liberales, una trampa en el solitario.

– Tribuna: Daniel Innerarity – ¿Un mundo fuera de control? (El País – 20/11/08)

La idea de un mundo interconectado, que nos ha servido como lugar común para designar la realidad de la globalización, implica, en principio, un mundo de responsabilidad limitada, cuando no difusa o abiertamente irresponsable, sobre el que no puede establecerse ningún control y del que nadie se hace cargo. La interconexión significa, por una parte, equilibrio y contención mutua, pero también alude al contagio, los efectos de cascada y la amplificación de los desastres, como es el caso de la reciente crisis financiera. El mundo interconectado es también ese "mundo desbocado" del que hablaba Giddens a la hora de calificar los aspectos menos gratos de la globalización.

En el caso concreto de la reciente crisis financiera la irresponsabilidad ha comenzado por la imprevisión. Han funcionado muy mal los sistemas de advertencia y prevención de riesgos. Las autoridades correspondientes han tenido una mala percepción de la gravedad de la crisis. Esta falta de anticipación revela no tanto un problema moral o político cuanto una grave deficiencia cognoscitiva, pues es difícil entender por qué no se sacan las conclusiones lógicas de una historia saturada de burbujas especulativas con consecuencias desastrosas. Tenemos muy reciente la crisis de la nueva economía y no hemos aprendido la lección: entonces se nos anunciaba una nueva era económica muy prometedora. Cuando domina la euforia financiera la hipótesis de una crisis parece lejana y por tanto incapaz de provocar las reacciones que aconsejaría la prudencia. La primera explicación antropológica de esta inadvertencia es que los profetas de las malas noticias no son nunca bienvenidos. Pero hay también una explicación ideológica y es que los defensores de la teoría de la eficiencia financiera llevan mucho tiempo diciendo que el mercado no se equivoca nunca y celebrando "la sabiduría de las masas" (Surowiecki). Y eso desincentiva la creación de instrumentos de regulación.

No sé si es una falta de memoria financiera, como ha dicho alguno, o una ceguera ante el desastre. En cualquier caso, está claro que prevenimos muy mal los desarrollos catastróficos y eso que no andamos faltos de cálculos matemáticos sofisticados. No disponíamos de una cartografía precisa de los riesgos que permitiera anticipar su encadenamiento irracional. Una parte de los riesgos había sido dispersada en el mercado, de manera que las instituciones financieras apenas podían medirlos y estimar su impacto futuro. Cuando el horizonte temporal se estrecha y sólo es tenido en cuenta el interés más inmediato es muy difícil evitar que las cosas evolucionen catastróficamente. Tanto desde el punto de vista informativo como de control, los mecanismos de autorregulación se han revelado como insuficientes. Lo que todo esto pone de manifiesto es que no sabemos todavía detectar, gestionar y comunicar los riesgos globales.

La crisis financiera es, en última instancia, una crisis de responsabilidad y el procedimiento que mejor lo ha representado ha sido la extensión de productos financieros como la titulización, que traducían la voluntad de desplazar los riesgos hacia el infinito, es decir, aceptar riesgos sin querer asumir las consecuencias. Se trataría de algo que podríamos denominar como "riesgos sin riesgos". La titulación ha actuado como un mecanismo global de irresponsabilización, que diseminaba y disimulaba a la vez los riesgos, haciendo opacos los mercados. Éste y otros productos financieros permitían evacuar o neutralizar los riesgos de las operaciones de préstamo transfiriendo la carga hacia los mercados de naturaleza especulativa. La opacidad de los mercados impedía el control y toleraba riesgos excesivos, títulos opacos cuyos riesgos nadie era capaz de evaluar. De este modo se ha constituido un mercado financiero global en el que los accionistas minoritarios de las empresas han presionado para obtener unas tasas de rentabilidad cada vez más elevadas. La irrealidad de los intercambios económicos ha revelado que la globalización financiera es mucho más frágil que la globalización comercial.

Todo ello no hubiera sucedido si, al mismo tiempo, no hubiera habido una dejación de responsabilidad por parte de los Estados, de los bancos centrales y las instituciones financieras mundiales. Los dirigentes económicos y financieros han cometido el error de confiar absolutamente en la capacidad autorreguladora de los mercados financieros y han aceptado esta irresponsabilidad de los mercados de crédito, sometidos al mismo modelo de comportamiento que el que funciona en las Bolsas. A esto se han añadido unas operaciones de rescate que serán inevitables pero que no van a servir para promover las conductas responsables. Se han beneficiado de esas medidas aquellos actores económicos que pueden asumir riesgos excesivos sin tener que sufrir las consecuencias en virtud de las catástrofes en serie que su quiebra podría producir en el resto de la economía.

La crisis nos exige construir una nueva responsabilidad financiera, algo que se llevará a cabo más a través del control y la supervisión que mediante la regulación normativa. Nuestros dirigentes deberían comprender que les corresponde poner a los grandes actores económicos y financieros cara a sus responsabilidades: responsabilidad de los prestamistas, limitando la titulización, es decir, la opacidad de los riesgos en el mercado de los productos derivados, de manera que las deudas no sean instrumentos de especulación; responsabilidad de los accionistas, reservando el derecho de voto a quienes se comprometen establemente con la empresa para permitirle llevar una verdadera estrategia; responsabilidad de los Estados que se deben entender sobre un sistema de paridades estables, impidiendo así las oscilaciones violentas de divisas, desconcertantes para los agentes económicos; responsabilidad de los bancos centrales, que deben aceptar someter su gestión a la aprobación de los Estados democráticos, con la preocupación de tomar en cuenta todos los grandes parámetros decisivos para la marcha de las economías: producción, empleo, precios, endeudamiento, saldo presupuestario y saldo exterior.

Pero conviene no perder de vista que estos compromisos han de conseguirse en medio de una red cada vez más densa de dependencias, donde las obligaciones pierden visibilidad y nitidez. Al mismo tiempo, un mundo de crecientes interdependencias aumenta también el número de consecuencias de las acciones que no resultan fáciles de imputar. Este conjunto de circunstancias y otras similares justifican la denominación de "irresponsabilidad organizada" (Ulrich Beck) a la hora de calificar a nuestras sociedades, aunque también cabe preguntarse si no se trata más bien de una falta de organización, de que no hemos sido capaces de organizar socialmente la responsabilidad a la vista de que algunas de esas dinámicas contradicen claramente muchos de nuestros derechos y nuestros deberes. La debilitación del sentido de responsabilidad no es una cuestión que pueda achacarse únicamente a los políticos o a la desafección ciudadana, sino que resulta más bien de esa mezcla de debilidad institucional y fatalismo que caracteriza a nuestros compromisos democráticos. Se pueden organizar muchas cosas para identificar la responsabilidad y transformar dinámicas ciegas en procesos gobernables.

Han cambiado las condiciones en las que se pensaba y ejercía la responsabilidad política. El problema estriba en cómo representar esa responsabilidad en un momento en el que ha perdido evidencia la relación entre mi comportamiento individual (como prestamista, consumidor, accionista, votante o cliente) y los resultados globales. La ilustración de esta nueva articulación entre lo propio y lo común sólo se conseguirá si desarrollamos un concepto de responsabilidad que haga justicia a la actual complejidad social y corresponda a nuestras expectativas razonables de conseguir un mundo que pueda ser gobernado, del que nos hagamos cargo.

(Daniel Innerarity es profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza y autor de El nuevo espacio público)

– Reportaje: Primer plano – ¡Peligro! Proteccionismo a la vista – La OMC renuncia a salvar este año la ronda del comercio mundial (El País 14/12/08)

(Por J. P. Velázquez-Gaztelu)

Todo en Washington fueron buenas palabras. Reunidos para hacer frente a la mayor crisis económica en ocho décadas, los países miembros del G-20 prometieron hacer todo lo posible para cerrar antes de fin de año las negociaciones destinadas a revitalizar el comercio mundial y ayudar a salir de la pobreza a millones de personas. Un mes después, las probabilidades de que se cumpla el compromiso se han esfumado. Un fracaso de esta magnitud, advierten los expertos, puede ocasionar el retorno de políticas proteccionistas que tan graves consecuencias económicas, políticas y sociales tuvieron en épocas pasadas.

Ni siquiera ha habido margen para pasar de las palabras a los hechos. Los líderes de los países ricos y en desarrollo tenían que demostrar si de verdad están dispuestos a hacer los sacrificios necesarios para cerrar de una vez la llamada Ronda de Doha, lanzada hace siete años en la capital de Qatar con el ambicioso objetivo de crear un entorno más justo para los países en desarrollo mediante el derribo de las barreras comerciales y los subsidios. Esa voluntad política en realidad no existía.

Las reticencias de los países a abrir sus mercados y recortar las ayudas a sus agricultores e industrias han hecho imposible llegar a un acuerdo. El último intento, en julio pasado, a punto estuvo de tener éxito, pero el diálogo quedó interrumpido ante la insistencia de India y China de reservarse el derecho a imponer aranceles de salvaguardia para proteger a sus campesinos en caso de un repentino aumento de las importaciones de alimentos.

Pocas son las cuestiones pendientes en materia agrícola e industrial, pero sí son muy sensibles políticamente. Son los países en desarrollo, ávidos de modernizar sus aparatos productivos y de mejorar el nivel de vida de sus ciudadanos, los que más se juegan en la partida. Economías en plena expansión como Brasil y la India, pero también la mayoría de los países africanos, quieren mejor acceso a los mercados de las naciones ricas para vender sus productos, principalmente agrícolas, aunque sin reducir demasiado sus propias barreras a las importaciones. India, por ejemplo, considera que sus más de 200 millones de agricultores no están -y menos en los tiempos que corren- en las mejores condiciones de someterse a la libre competencia mundial, de ahí su exigencia de contar con aranceles de salvaguardia.

Estados Unidos y Europa, por su parte, se niegan a hacer más concesiones -principalmente, bajar las subvenciones a sus agricultores y abrir sus mercados de alimentos- si los países emergentes no facilitan la entrada a sus productos químicos, electrónicos y de maquinaria. La Comisión Europea dejó caer, incluso, que si comenzaban las negociaciones no tenían que hacerlo desde el punto alcanzado en julio.

La tormenta mundial desatada por las hipotecas basura en Estados Unidos ha hecho aún más urgente cerrar el proceso de Doha. Para los defensores del libre comercio, el derribo de barreras aumentaría los intercambios comerciales y daría a la economía global un impulso que necesita como agua de mayo.

Pero en tiempos de crisis, con el desempleo al alza en Los Ángeles, Barcelona y Pekín, los Gobiernos parecen más dispuestos a dejar a un lado el beneficio común para proteger los intereses nacionales más inmediatos. "Los malos tiempos económicos llevan a los países a mirar hacia dentro, pero es una tentación en la que no deberían caer", afirma Sidney Weintraub, experto del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, con sede en Washington. Se verá, dice, "si existe la voluntad política necesaria para cerrar con éxito las negociaciones".

Antes de que la OMC admitiera su fracaso, Robert McMahon, del Consejo de Relaciones Exteriores, también desde Washington, ponía en duda la voluntad política sobre todo de Estados Unidos, pero también de India y China, cuyas actitudes en la reunión de julio, a su juicio, impidieron el acuerdo.

Hay serios motivos para no perder el tiempo: con la mayoría de las grandes economías del mundo en números rojos, el comercio mundial ha comenzado a notar el impacto. Grandes países exportadores como Alemania, Japón y Estados Unidos están en recesión, en buena parte, como consecuencia de la caída de sus ventas al exterior. El descenso de los intercambios comerciales trae consigo una menor actividad en las fábricas, en las oficinas y en los campos de cultivo de todos los países. En una palabra, más paro.

Aunque apenas se vislumbraba la gravedad de la situación actual, el tráfico de servicios y mercancías aumentó el año pasado a un ritmo más lento que el anterior. La falta de financiación al transporte ha agravado aún más las cosas, y miles de toneladas de mercancías aguardan en los puertos a ser trasladadas a su destino. El Banco Mundial pronostica que el comercio internacional va a decrecer un 2,5% en 2009, en lo que sería la primera caída desde 1982.

Aunque la mayoría de los economistas cree que un aumento de los intercambios comerciales ayudaría a revitalizar la actividad, se calcula que los cambios que traería consigo el cierre de la Ronda de Doha inyectarían en la economía tan sólo 700.000 millones de dólares al año, el 0,1% del PIB mundial.

Si se trata de una cifra tan insignificante, ¿por qué es tan importante llegar a un acuerdo? Para los expertos, lo fundamental es que un éxito en las negociaciones frenaría las tendencias proteccionistas, impediría la reaparición de regímenes totalitarios y contribuiría a garantizar la seguridad mundial. La estabilidad social y política en China, por ejemplo, depende de la modernización de su aparato productivo, y éste se apoya sobre todo en las exportaciones. Las ventas chinas en el extranjero descendieron en noviembre pasado un 2,2% con respecto al mismo mes de 2007, la mayor caída desde abril de 1999, mientras que las exportaciones indias bajaron un 12% en el mismo periodo. Son datos que no invitan precisamente al optimismo.

Federico Steinberg, investigador del Instituto Elcano y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, sostiene que lo más importante es no repetir los errores de los años treinta, cuando las medidas proteccionistas agravaron todavía más la situación económica y propiciaron el nacimiento del nazismo y otros regímenes. "Si cada uno va por su cuenta, y en eso consiste el proteccionismo, acabaremos peor", afirma.

Para Sidney Weintraub, renunciar a un acuerdo puede poner en duda la utilidad de cualquier negociación comercial, socavar el prestigio de la OMC y debilitar las actuales reglas del juego. Si la Ronda de Doha fracasa definitivamente, eso dejaría el comercio mundial en manos de las normas aprobadas al final de su antecesora, la Ronda Uruguay, en 1994. Desde entonces, muchos países han rebajado unilateralmente sus aranceles, pero aún tienen derecho a subirlos hasta los límites fijados entonces.

La falta de unas bases mínimas de acuerdo para convocar una reunión en Ginebra lanza, además, un mensaje muy pesimista sobre la cooperación multilateral en cualquier terreno. Un aspecto muy destacado de la Ronda de Doha es que economías emergentes como India o Brasil están desempeñando un papel determinante, tratando de igual a igual a los países que tradicionalmente dominan la escena internacional. Ahora no faltan quienes acusan a estos países de no asumir su nuevo papel de potencias mundiales que les obliga a trabajar activamente por un acuerdo.

Para cumplir el objetivo fijado en Washington, el director general de la OMC, Pascal Lamy, ha estado intentando desde hace unas semanas convocar en Ginebra una reunión de ministros de comercio. Todo en vano. El pasado viernes finalmente reconoció a los embajadores ante la OMC que no había un consenso mínimo para convocar una reunión ministerial. "Ha sido una decisión prudente dadas las diferencias que existen", admitió el embajador estadounidense ante la OMC, Peter Allgeier.

Malas noticias para otras reformas pendientes. Una fuente de la OMC destaca que si con el 90% de la negociación cerrada los países no consiguen llegar a un acuerdo, "¿cómo van a reformar los mercados financieros partiendo de cero?".

Lamy arrancó los tanteos con optimismo, considerando que el momento era "maduro" para llegar a un acuerdo y con el convencimiento de que aprobar las llamadas modalidades (en el lenguaje de la OMC, los porcentajes en que se recortarán los aranceles agrícolas e industriales clave, que deben servir de base de cualquier acuerdo) enviaría una señal clara de que los 153 países miembros de la OMC "tienen la voluntad de afrontar juntos los desafíos que presenta la crisis actual". Esa señal ha sido la contraria.

El sábado pasado, la organización hizo públicas dos propuestas -una sobre agricultura y otra sobre productos manufacturados- que debían servir de base para un acuerdo en la reunión ministerial. Lamy, que aspira a un nuevo mandato de cuatro años al frente de la organización, se ha encontrado en las consultas previas con obstáculos difíciles de vencer. El ministro de Comercio de India, Kamal Nath, ya había dejado claro al director de la OMC que su país no tenía intención de mostrar flexibilidad alguna desde las posiciones de julio.

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