Dentro de todas las categorizaciones que se le pueden encontrar a la ciencia, es deseable hacer hincapié en las que la separan a la ciencia básica de la aplicada. La primera se basa en realizar investigaciones científicas sin vislumbrar, a priori, utilidades prácticas para estos estudios; la segunda es, justamente, realizar investigaciones científicas teniendo como fin la aplicación práctica de las mismas para que los resultados de ellas sean aprovechados por la sociedad en su conjunto.
Cabe destacar que toda ciencia aplicada comenzó como básica, solo que en algún momento se le encontró alguna aplicación práctica y pasó a ser "de las otras". De esto se puede deducir que las ciencias básicas son los pilares en los cuales las ciencias aplicadas se sentarán para llegar a algo concreto.
b) – Financiación:
Si se introduce en lo que a financiación se refiere, las ciencias básicas que hoy en día en el mundo se estudian suelen ser llevadas a cabo por universidades e instituciones que reciben el dinero público o de parte de entidades más bien filantrópicas. Las ciencias aplicadas suelen tener una financiación privada ya que suelen realizarse en los departamentos de I+D (investigación y desarrollo) de las empresas y corporaciones.
Entonces, el dinero público, o sea sus impuestos, pagan las investigaciones de ciencia que, en algún momento (también puede que nunca), pasan a tener una aplicación práctica. En ese mismo instante las empresas y corporaciones toman los resultados generados por la ciencia básica, se llevan a los investigadores, la investigación y sus posibles aplicaciones a sus confortables oficinas de I+D donde el equipo puede ampliar lo investigado con mayor comodidad y recursos (casi la panacea del científico) que dura mientras dure la coyuntura de intereses entre la ciencia y los dividendos, pero ese es otro tema en el cual no se entrará.
En realidad es una ecuación que, de acuerdo a determinados autores, cierra bastante bien. Después de todo son los seres humanos los que consumen los productos finales que las corporaciones y empresas generan. Y el que buena parte de los estudios se hagan con dinero público debería hacer que siempre se logre encontrar con productos sorprendentes que, de repente, pasan a estar al alcance de la mano.
Es necesario hacer una clara diferencia entre quien estudia la ciencia básica y quien saca provecho de este estudio. Por ejemplo, un científico boliviano encuentra una posible forma de optimizar el tratamiento de los metales en presencia del agua salada para que éste dure por mucho más tiempo bajo estas condiciones sin ver alterada su composición. Todo gracias a un estudio en el que, en un primer momento, parecía una investigación ridícula del comportamiento. Luego publica esta posible aplicación para su investigación y días después tiene una oferta del gobierno de algún país que le ofrece seguir con su investigación con mayores comodidades y mejor remuneración y simultáneamente recibe otra oferta de una corporación china o de cualquier otro país, muy tentadora desde cualquier aspecto que se la analice.
¿Cuáles son, sinceramente, las opciones que tiene éste científico? ¿Quedarse en su laboratorio para continuar estudiando y realizando ciencia básica, quizás en un país en vía de desarrollo, al cual los resultados logrados no le sirven o tentarse con las mejores ofertas laborales, con toda la parafernalia y financiación, para ver como su investigación logra que las flotas de diferentes buques duren más tiempo sin mantenimiento de su estructura?
Entonces cabe la pregunta ¿debe un país en vía de desarrollo, realizar investigación básica? la respuesta también es obvia: Sí. Pero la investigación básica en ningún momento debe ser la norma, sino debe ser una pequeña parte de lo investigado, porque, además, la decisión de qué es lo que se debe estudiar en ciencia básica está dictado más por lo que está de moda (surgiendo inmediatamente otra pregunta: ¿quien termina imponiendo la moda?) pero sería conspiratorio, en el ambiente científico, para todo aquellas investigaciones que realmente puedan llegar a tener alguna aplicación práctica.
c) – Conclusión:
El gran provecho de las investigaciones básicas realizadas con un inmenso esfuerzo por el tercer mundo no lo saca el tercer mundo. El país que le dio impulso y financió ésta investigación solo puede ver como sus resultados son utilizados por instituciones que no van a compartir los futuros logros, so pena de juicios por patentes, en caso de que saquen algo parecido.
Por todo esto se considera que un país como la Argentina no debe buscar premios Nobel sino generar industrias de desarrollo para investigaciones hechas acá y para la sociedad que la conforma.
CAPÍTULO 4
Desarrollo de la ciencia
Se ha afirmado que la ciencia -en tanto forma exclusiva, y por cierto excluyente, de conocer la realidad, de alcanzar la verdad de las cosas, garantizada por una lógica interna- y el derecho -como trascripción de la situación social más razonable y por ello más justa-, no han tenido, históricamente, vinculación alguna. Sin embargo la actividad científica ha inspirado y ha canalizado posiciones filosóficas y, bajo reglas epistemológicas propias, ha delineado las estructuras sociales y políticas para la expresión del hombre.
La ciencia y el derecho fueron elaborando las estructuras económicas, políticas y culturales, con el estímulo, la tolerancia o el rechazo de su entorno natural y social.
La imagen general social que, hoy, la biogenética evoca y lleva en sí -no sus consecuencias efectivas ni sus desarrollos- crea una variedad de formas imaginarias y naturales que determinan un complejo y ambivalente estereotipo, en este caso, de la manipulación de los genes, la que es vista como el peligro de la transformación del hombre, tal y como se lo conoce hoy. Se alienta un piélago agitado de opiniones y se aspira a poner un freno (¿legal?) a la investigación y al desarrollo tecnológico ante la posibilidad de que tales conocimientos puedan ser utilizados con fines antidemocráticos, lo menos. No es necesario pensar que la naturaleza humana es angelical o demoníaca para darse cuenta de que el peligro que entraña el conocimiento es insignificante comparado con el que entraña la ignorancia. En realidad, las nuevas biotecnologías plantean el incentivo vital para encontrar, preservar, examinar, discutir, comprender, utilizar viejas y nuevas formas de vida. Pero, a su vez posibilitan y obligan, antes que todo, a que el hombre y la sociedad tomen la decisión de desperdiciar o culturizar las reservas genéticas del planeta y definan los alcances y significados de esas acciones.
Frente a este desafío es en el que el derecho cumple su función social considerando que la ciencia y la tecnología tienen una política subyacente construida a partir de intereses y valores propios. Erigiéndose como relación reguladora, la norma jurídica tiene necesariamente que hacer explícito lo que en aquellos está implícito, a saber: la dimensión política de la actividad tecno-científica.
La historia de las ideas no ha sido lenta, antes bien dinámica ilustradora. Por ello, una breve síntesis servirá como introducción a la fundamentación que se sustentará en este trabajo.
El siglo XVII
El siglo XVII es conocido como el de la "Revolución científica". Cuánto de este movimiento había venido siendo preparado por los siglos anteriores es aún materia de controversia, pero fue entonces cuando una reestructuración global de la imagen del mundo y del hombre tuvo lugar y gran parte del pensamiento del mundo moderno fue conmovido.
Durante la segunda mitad del siglo XVI, la astronomía aristotélica y ptolemaica había sido puesta en cuestión y los sistemas de Tycho Brahe (1546-1601) y Copérnico eran discutidos como alternativas. La revolución consistiría justamente en forjar una nueva física adecuada al sistema copernicano que unificara los cielos y la Tierra: esa tarea puede epitomizarse en los nombre se Galileo Galilei (1564-1642), Johann Kepler (1571-1630) e Isaac Newton (1642-1727).
La filosofía característica de la revolución científica quedó fundamentalmente asociada al mecanismo o "filosofía mecánica", la que fue una de las constantes de la explicación científica del mundo a la que aspiraba el siglo XVII y también hizo mella en las ciencias de la vida. René Descartes (1596-1650) se ha convertido en el símbolo de esa tradición.
La física cartesiana aceptaba la existencia de dos principios: materia (a la cual identificaba con la extensión espacial) y movimiento; a partir de ellos debían deducirse todos los fenómenos del mundo físico. Descartes buscaba reducir las llamadas cualidades "secundarias" de los cuerpos (esto es, cualidades perceptibles por un solo sentido, como color, sabor, etc.) a las cualidades "primarias" (aquellas perceptibles por varios sentidos y que dependen de la extensión: figura, movimiento). En otros términos se trata aquí de la reducción de lo cualitativo a lo cuantitativo comenzada con Galileo y que sería una de las constantes de la filosofía del siglo XVII, opuesta a la filosofía aristotélica que defendía la irreductibilidad de lo cualitativo.
Descartes desarrolló una muy influyente filosofía del cuerpo humano. Consideraba que el hombre estaba constituido por dos sustancias: una inextensa (la mente) y otra extensa (el cuerpo). La sustancia externa podía ser descripta en términos de mecánica. De este modo, el hombre cartesiano era un autómata animado por la mente, la cual se localizaría en la glándula pineal, una estructura del cerebro.
Pero el siglo XVII también asistió a una transformación profunda en la organización de la ciencia como actividad. Es en ese momento cuando la ciencia se constituyó como filosofía natural y comenzó a separase de la filosofía. Las universidades, atrincheradas en la defensa de un aristotelismo conservador, pronto se agotaron como centros creadores. Los hombres que llevaron a cabo la revolución científica eran miembros de la clase media o de la baja nobleza que se agrupaban en sociedades interesadas en las nuevas ideas.
Son íntimas las relaciones entre el surgimiento de la nueva ciencia y los conflictos religiosos que asolaron la Europa del siglo XVII, su extrema complejidad – que los expositores partidistas o los defensores de ideologías eligen ignorar – permiten señalar solamente algunas de las direcciones en las que desarrollan las investigaciones actuales: la tesis según la cual el nacimiento de la Royal Society, en particular, y de la ciencia inglesa en general estuvo vinculada a la mentalidad puritana, el hecho constatado por el movimiento de historia de las ideas de que la totalidad de los actores principales de la revolución científica estaban guiados en sus formulaciones científicas por sus convicciones religiosas, y muchas veces por propósitos francamente apologéticos ,y los resultados de la investigación histórica especializada de las últimas décadas que desarticularon la "leyenda negra" de la condenación de Galileo.
Ciertos filósofos ingleses desarrollaron concepciones políticas vinculadas a concepciones relativas a la filosofía de la naturaleza, la antropología filosófica, la psicología y la teoría del conocimiento que alimentarían la constitución de diferentes ciencias sociales y humanas durante el siglo venidero.
Éste es el caso de John Locke (1632-1704), autor del Ensayo sobre el entendimiento humano y los Dos tratados sobre el gobierno (1690), texto fundamental en la teoría del gobierno representativo, y de Thomas Hobbes (1588-1679), autor de Leviatán (1651), quien, fundado en una filosofía mecanicista y materialista postulaba la legitimación del estado absolutista. Asimismo, Hugo Grotius (1583-1645) y Samuel Pufendorf (1632-1694) produjeron tratados fundamentales respecto de la idea de derecho natural, invocando la utilidad general, los derechos del individuo y el estado de naturaleza. Los benedictinos de la congregación San Mauro, como Jean Mabillon (1632-1707) y los jesuitas belgas conocidos como bollandistas (organizados alrededor de Jean Bolland) establecieron por primera vez el enfoque crítico-documental en la edición de obras históricas (hagiográficas y de historia eclesiástica), editándose asimismo importantes instrumentos filológicos como el Glosario del latín medieval de Du Cange (1678) o la Paleografía griega de Montfauçon (1708).
El siglo XVIII
Durante el siglo XVIII, la ciencia se orientó hacia el ambicioso intento de cumplir con el programa de la Revolución científica, de tal modo que estas décadas pueden considerarse como una prolongación y afirmación del período precedente. Más aún, la ciencia fue el principio organizador del pensamiento de la Ilustración, corriente que, en mayor o menor medida, se extendió por toda Europa y que aspiraba a sistematizar y establecer una visión científica del mundo que permitiera reformar la sociedad de acuerdo a principios racionales. Si en el siglo XIII "razón" significaba razonar de acuerdo con la lógica aristotélica recién recuperada, en el siglo XVIII y en su uso científico, "razón" significaría razonamiento matemático. La noción de razón fue, durante el Iluminismo, equiparada con la "ley natural"; ley que podría llegar a expresarse matemáticamente.
El otro concepto que determinó gran parte de las ideas científicas de esta época fue el de "progreso", entendido como una progresiva iluminación de la humanidad por las luces de la razón que despejaban las tinieblas de la tradición, la superstición y la ignorancia. Esta matriz conceptual estaba inextricablemente ligada con los cambios histórico-sociales del período.
Se suele afirmar que la revolución científica del siglo XVII no afectó a la química, la que tuvo su "revolución" un siglo más tarde. En efecto, la filosofía mecánica del siglo XVII no estaba aún en condiciones de explicar los procesos químicos y la química adquiriría un perfil reconocible recién con los métodos de cuantificación de Antoine Lavoisier (1743-1794) y la declinación de la teoría aristotélica de los cuatro elementos – la cual estuvo vigente hasta fines del siglo XVIII -. En éste sentido, debe señalarse que la química no fue una "transformación científica" de la alquimia, sino que lo que se creó en el siglo XVIII fue una nueva disciplina. Uno de los factores claves en la constitución de la química fue el hallazgo de que el aire no es un "elemento" en el sentido aristotélico, sino una mezcla de gases, siendo el gas un estado físico particular de la materia.
En el siglo XVIII los seres vivos eran estudiados desde dos puntos de vista: Uno de ellos apuntaba a cuestiones vinculadas a su funcionamiento, generación y desarrollo y formaba parte más bien de la filosofía natural, preocupada por hallar explicaciones causales de los fenómenos; Bacon la asociaba a la "razón". El otro enfoque, más descriptivo, se preocupaba por asuntos como la clasificación y la morfología. Esto daría origen a la tradición de la historia natural, asociada por Bacon a la "memoria".
El estudio de las funciones animales durante el siglo XVIII evolucionó lentamente hacia un fenomenalismo experimentalista (el cual posibilitaría el surgimiento de la biología como ciencia independiente durante el siglo XIX) abandonando, no sin problemas y sólo en parte, el ideal de encontrar explicaciones mecánicas a los fenómenos de la vida dentro del marco de la "filosofía mecánica".
La fisiología experimental se desarrolló a partir de 1740, en coincidencia con el surgimiento de la doctrina de los "fluidos sutiles". Fueron importantes, asimismo, las relaciones establecidas entre la fisiología y la química, que se manifestaron fructíferas en distintos campos, v.gr., en la investigación de los fenómenos de la fotosíntesis, la elucidación de los procesos químicos y el estudio de las secreciones de la digestión comenzado en el siglo precedente.
También en fisiología, como entre los distintos sistemas físico-cosmológicos del siglo XVIII, había varios sistemas en conflicto – que asumían como marco referencial uno o más de los sistemas físicos – aunque aquí las fronteras aparecían difusas y la identificación más complicada. Simplificando, se puede asumir la existencia de los vitalismos y los mecanismos, prolongación de la "filosofía química" y de la "filosofía mecánica" del siglo XVII respectivamente, y afirmar que, al menos en Francia, tanto el vitalismo como el mecanismo fueron volcándose durante el siglo XVIII hacia una interpretación materialista.
Es tradicional referirse a los vitalismos del siglo XVIII, los cuales forman una compleja trama. En las primeras décadas del siglo, George Stahl, continuador de la tradición de la "filosofía química" – que se mantuvo viva en el ámbito germánico – y responsable de la teoría del "flogisto", defendía la existencia de un ánima sensitiva, responsable de la vida de los organismos. El vitalismo de Stahl ejerció influencia en el desarrollo del vitalismo de la escuela médica de Montpellier, aunque el "vitalismo de Montpellier" – que se prolongó hasta las primeras décadas del siglo XIX – tenía un carácter bien diferente. Era, en cierto sentido, un vitalismo materialista, que consideraba a la materia viva dotada de ciertas "fuerzas vitales" características.
En cuanto a los sistemas mecanicistas, la cuestión era muy matizada. El influyente médico y fisiólogo Friedrich Hoffmann (1660-1742) desarrolló una visión mecánica de la fisiología, pero aún consideraba la existencia de una "fuerza organizadora" propia de los seres vivos.
La tradición de la historia natural, que se constituyó como tal en el siglo XVIII, aspiraba a una descripción no causal de los tres reinos de la naturaleza. Sus antecedentes pueden rastrearse en las enciclopedias renacentistas y en la propuesta baconiana de las "historias naturales" – colección de observaciones empíricas sobre fenómenos de la naturaleza que servirían de base para la formulación de leyes -. Su ascenso coincidió con el progresivo descubrimiento del planeta y la necesidad de ordenar y dar cuenta de los hallazgos geológicos, botánicos, zoológicos en las nuevas tierras. Es también el siglo XVIII el que asistirá a la separación de la botánica de la medicina, a la que siempre estuvo íntimamente vinculada, profesional e institucionalmente. Carl Linnaeus (1707-1778) y Buffon fueron los dos polos de una notable controversia que dividió a los naturalistas. El problema que los enfrentó fue el de la clasificación de los seres vivos. Es evidente que la cuestión de la clasificación debía asumir un papel preponderante en la era de la razón.
Buffon fue uno de los principales exponentes de una idea que tendría una gran influencia embriología: la de que los seres vivos forman una cadena de complejidad continua, sin "saltos": la gran cadena del ser. Esta idea que se remontaba a Platón y fuera formulada en categorías metafísicas por Leibniz, tenía, para Buffon, al hombre en la cúspide y los demás eran considerados una degeneración de los estadios superiores: el reverso de la idea de evolución.
El que interpretó la noción de la gran cadena del ser en términos evolucionistas fue Jean Baptiste Lamark (1744-1829). Las especies, para este naturista, habían surgido debido a una transformación (de allí el nombre que el evolucionismo adquirió en Francia) debida a la existencia de una fuerza vital interior en los organismos (concebida en términos materialistas) que los impulsaría a perfeccionarse. El uso y desuso de órganos, posibilitado y limitado por las condiciones ambientales, serían la causa de sus modificaciones, las cuales serían en adelante hereditarias.
A pesar de que durante el siglo XVIII comenzó a definirse el perfil propio de la distancia disciplinar de la ciencia natural, la actividad que hoy se denominaría científica se consideraba aún como "filosofía natural", o sea, una rama de la filosofía. Lo que sí es evidente es el decidido surgimiento de las ciencias "sociales" (como ciencias morales), las cuales terminarían de constituirse definitivamente durante el siguiente siglo.
Podría afirmarse, asimismo, que las ciencias humanas y sociales comenzaron a definirse como tales durante el siglo XVIII, con el nombre de "ciencias morales". Era pretensión de los iluministas el fundar una ciencia objetiva del hombre y la sociedad, sobre la base de las leyes de la naturaleza humana, que permitiera racionalizar las instituciones sociales. Esta ciencia debía ser objetiva y modelarse de acuerdo al método empírico y cuantitativo de las ciencias naturales.
Ejemplo de esto es el desarrollo de las doctrinas económicas: los fisiócratas en Francia, como François Quesnay (1694-1774), imaginaron – e intentaron poner en práctica con Anne Robert J. Turgot (1721-1781), director general de finanzas al servicio de Luis XVI – una ciencia de la actividad económica que estuviera de acuerdo con las leyes de la naturaleza. En Inglaterra, Adam Smith (1723-1790), en Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776), formularía más tarde la conocida doctrina que fundamentó el liberalismo económico y que descansaba sobre los conceptos de autonomía y autorregulación del mercado, acuñados a la sombra de la idea de que la razonabilidad de las leyes naturales es extensiva a las de la sociedad.
Varias tendencias contribuyeron a la constitución de esta idea de una ciencia de la sociedad. En primer lugar, el surgimiento de las ciencias sociales está indisolublemente ligado a la ruptura del Antiguo Régimen y las dos revoluciones del siglo XVIII: la francesa, que difundió los ideales de la democracia política y la Revolución Industrial, que instauró el capitalismo y desencadenó los procesos de cambio tecnológico acelerado. Por otro lado, la Ilustración había difundido varias nuevas corrientes de pensamiento, vinculadas con el espectro de la diversidad de la experiencia humana y el interés por las sociedades "salvajes" o exóticas – conocidas a través de los viajes de exploración del siglo XVIII que prácticamente terminaron de revelar el globo – y con la idea de que el comportamiento tiene un fuerte carácter cultural (convencionalismo), expresada por ejemplo, en obras como las Cartas persas de Montesquieu (1689-1755). Esta idea también se dio bajo la forma de ambientalismo en la que quizá fue una de las obras más influyentes de la Ilustración, el espíritu de las leyes de Montesquieu (1748). La obra de Montesquieu no es sólo una historia natural de las sociedades, sino, un fundamental tratado de teoría política que se funda en el modelo inglés a la hora de explayarse sobre la división de poderes. El Contrato social de Jean Jacques Rousseau (1712-1778) daba forma a la idea de que la sociedad es más importante que sus miembros individuales y que los individuos son libres en tanto y en cuanto obedecen la ley dictada por la voluntad general.
Uno de los aspectos característicos de las ciencias morales del siglo XVIII fue el intento de aplicar las matemáticas a las cuestiones sociales -aunque no sin controversias- y, especialmente, una parte de las matemáticas, la teoría de la probabilidad que había comenzado a desarrollarse en el siglo XVII con Pascal. Finalmente Diderot, también Buffon comenzaron a alejarse de las matemáticas como clave de interpretación de la realidad; pero fue Rousseau, como preludio del romanticismo, la figura más característica en el sentido de un cuestionamiento radical de los beneficios de la ciencia y de la posibilidad de su aplicación al mejoramiento de la sociedad.
El siglo XIX
En el siglo XIX, el gran avance de la química fue el establecimiento definitivo de la teoría atómica de la materia, formulada por John Dalton (1766-1844) a principios del siglo en su Nuevo sistema de filosofía química (1808-1827). Según la misma, los elementos químicos estaban constituidos por átomos iguales cuya constitución variaba en los distintos elementos en cuanto al tamaño, peso y número por unidad de volumen. Simultáneamente, se consolidaron las leyes que describían cuantitativamente la combinación de los elementos que entran en un compuesto (la ley de las proporciones definidas y la ley de las proporciones equivalentes).
En 1800, la palabra "biología" fue finalmente utilizada. Durante el siglo XIX la nueva ciencia se iría identificando cada vez más con la fisiología a la vez que se separaría de la tradición de la historia natural. La biología, fuertemente marcada aún por los mecanismos y vitalismos hasta las postrimerías del siglo, se estableció definitivamente como ciencia experimental a comienzos del siglo XX y pasó de preocuparse por definir "la esencia de la vida" a investigar fenómenos biológicos. Cuatro son los temas principales alrededor de los cuales se puede agrupar la biología decimonónica: forma y clasificación, la biología de los primeros decenios del siglo – de hecho gran parte de la actividad científica se desarrolló en Alemania e Inglaterra – estuvo signada por la filosofía de la naturaleza (Naturphilosophie) alemana, una vertiente del pensamiento romántico. La "ciencia romántica" poseía otra característica distintiva: buscaba ser una ciencia de cualidades en contraposición a la ciencia cuantitativa, que al ser analítica destruiría la unidad esencial de su objeto de estudio. La embriología del siglo XIX fue básicamente descriptiva y comparativa. Sus resultados proporcionaron nuevos argumentos para el programa epigenético – impulsado por Caspar Wolff durante el siglo XVII – a través de los trabajos de Heinrich Pander (1794-1865) y, en especial, de Karl E. von Baer (1792-1876). La embriología alemana sería una de las áreas en la cual la Naturphilosophie haría sentir más su influencia. Von Baer, por ejemplo, estableció una clasificación de los animales fundamentada, cada uno moldeado sobre un "arquetipo evolución, la teoría de la evolución de Charles Darwin (1809-1882) es quizá la revolución biológica que más ha influido en la historia del pensamiento. Antes de considerarla se debe aludir a dos importantes antecedentes. Darwin reunió sus investigaciones en El origen de las especies (1858) y postuló que las especies evolucionaban a través del mecanismo de la selección natural. Su teoría involucra varias ideas: a) el hecho de que los recursos vitales son menores que los necesarios para sostener la creciente población de las especies – idea malthusiana -, lo que lleva a una lucha por la existencia. b) la suposición de la existencia de variaciones hereditarias;
c) la noción de adaptación, que consiste en que los organismos mejor adecuados a su medio poseen mayor probabilidad de dejar descendencia. La selección natural consiste en que aquellos organismos que nacieron con variaciones favorables en el sentido de la adaptación tienden a procrearse en mayor cantidad, generándose una nueva especie, con barreras que impiden la cruza con la especie original. Sobre la base de las ideas de Darwin fue posible comenzar a diseñar un árbol genealógico que diera cuenta de la filogenia, es decir, del origen de una especie a partir de otra. Su influencia fue enorme, no sólo en campos como la biología y la geología, sino también en las ciencias sociales dando origen en particular al darwinismo social: la idea de que aquella es una prolongación de la naturaleza y que operan en ella los mismos mecanismos que en ésta, lo cual se adecuaba al ethos victoriano del individualismo y la competencia en el contexto de la revolución industrial, la expansión del imperialismo nacionalista de Inglaterra y Prusia y la economía del laissez-faire. Debe señalarse que también hubo un darwinismo social progresista, vinculado a los movimientos, en Inglaterra, de reforma y mejoramiento social. Función, bioquímica y teoría microbiana; las cuestiones vinculadas a la función del organismo reconocen algunos antecedentes en el siglo XVIII en el marco de una fisiología mecanicista. Así, la importante postulación de Lavoisier y Laplace de que la combustión animal es equivalente a la inorgánica. Durante el siglo XIX se fueron aclarando los procesos de combustión celular y respiración, aun a nivel celular. La figura que concentró la actividad en este campo fue la de Justus von Liebig (1803-1873), quien vinculó íntimamente la química y la fisiología y en su influyente Química animal (1842) relacionó definitivamente las funciones orgánicas con sustancias químicas – además de efectuar importantes contribuciones respecto de las aplicaciones de la química a la agricultura herencia, en cuanto al problema de la herencia, la teoría vigente era la de la "mezcla", es decir, el hecho de que los caracteres hereditarios eran un resultado de la combinación de los padres.
La teoría de la herencia de Gregor Mendel (1822-1884), aunque publicada en 1866, recién fue difundida ampliamente alrededor de 1900. La misma dio solución a las controversias acerca de la transmisión de los caracteres hereditarios y se constituiría en uno de los pilares del pensamiento biológico moderno. Mendel postuló que la herencia se transmitía de modo discontinuo e hipotetizó la existencia de unidades (a las que llamó elemente), cada una responsable de transmitir un carácter hereditario.
La primera ley de Mendel afirma que cada carácter está codificado por un solo elemente, del cual existían formas "dominantes" y "recesivas", responsables de transmitir distintas formas del mismo carácter. La segunda ley afirmaba que los genes que controlaban los diversos caracteres se segregaban de modo independiente cuando se trasmitían a la progenie. Estas leyes permitieron explicar muchos – aunque no todos – de los fenómenos de transmisión hereditaria. Quedaba por resolver, sin embargo, una importante cuestión: ¿qué era un elemente?, problema alrededor del cual se concentrarían los mejores esfuerzos de la biología de la primera mitad del siglo XX.
La fisiología general del siglo XIX tuvo dos centros principales de desarrollo. La escuela de los materialistas de Berlín, que floreció a mediados de siglo, con nombres como Emil DuBois-Reymond (1818-1896), Ernst Brüke (1819-1896), Hemlholtz y, en particular, Carl Ludwig, quienes intentaron reducir la fisiología a la física; y la escuela francesa de Claude Bernard (1813-1878), que encaminó esta ciencia hacia el método experimental en un sentido fenomenalista.
Las investigaciones sobre química animal contribuyeron a que, hacia fines del siglo XIX se fuera definiendo, principalmente por obra de Louis Pasteur (1822-1895), una nueva disciplina, la bioquímica, que se desarrollaría rápidamente entre 1880 y 1900. Una de las cuestiones que contribuyeron a definir el perfil de esta especialidad fue la controversia acerca de los fermentos.
Pasteur sostenía que para que ocurriera fermentación era imprescindible la presencia de un organismo vivo, en contra de Liebig y Berzelius, quienes sostenían la posibilidad de la fermentación abiótica (sin vida). La controversia quedó zanjada con la demostración por Edward Buchner (1860-1917) en 1897 de la fermentación libre de células. La síntesis de la urea por Wohler reavivó asimismo el debate en torno de la existencia de "fuerzas vitales", fuerzas características de los organismos vivos. Este asunto tuvo relación con la polémica sobre el origen de la vida, entablada entre Pasteur y Félix Pouchet (1800-1872), que concluyó con la demostración de la imposibilidad de la abiogénesis (generación de la vida de materia inorgánica) a través de los clásicos experimentos de Pasteur.
El nacimiento de la bioquímica estuvo íntimamente vinculado a los grandes encuentros entre posiciones "vitalistas" y "materialistas", en los que resonaban problemas ideológicos y religiosos.
Durante el siglo XIX las ciencias humanas y sociales se constituyeron como tales: la psicología, la sociología y la antropología derivadas de la filosofía moral y las especulaciones sociopolíticas de los siglos XVII y XVIII, hacen su aparición como disciplinas definidas en este período.
El desarrollo en psicología más influyente fue el psicoanálisis, creado por Sigmund Freud (1856-1938). Originalmente una técnica de tratamiento de la neurosis, a través de la exploración de los fenómenos inconscientes elaboró una teoría de la psiquis fundada en la sexualidad (forjada en términos de la física energetista finisecular, aunque luego haya evolucionado hacia modalidades hermenéuticas) y fue transformándose en una clave interpretativa de la cultura humana que dejó profunda huella en el desarrollo de las ciencias sociales.
Las dos revoluciones del siglo XVIII determinaron una serie de profundas transformaciones de la sociedad: el aumento de la población, el empeoramiento de las condiciones laborales, la creciente concentración de la propiedad, la urbanización, el desarrollo de la tecnología durante el siglo XIX (que algunos denominan "la segunda revolución industrial"), el desarrollo de las masas políticas, el surgimiento de las ideologías. Es en este marco de cambios convulsivos que se recortaron como tales las disciplinas sociales. Si bien la idea de una ciencia de la sociedad surgió en el siglo XVIII bajo el signo de un proyecto unificador, éste fue progresivamente cediendo a fuerzas centrífugas y dando paso a un proceso de atomización de las disciplinas, que se inició durante el siglo XIX y se acentuó en el XX. Dos son los temas que recorren como columnas vertebrales la estructuración conceptual de las distintas disciplinas sociales: el positivismo y el evolucionismo.
La sociología vio su nacimiento con Auguste Comte (1798-1857), el creador del "positivismo" quien, en su Curso de filosofía positiva (1830-1842), planteó una visión de la historia de la humanidad en la que ésta progresaba a través de varias etapas: el estadio teológico, el metafísico y, finalmente, el positivo que era la culminación del proceso y se habría alcanzado cuando el pensamiento pudo liberarse de los obstáculos religiosos y metafísicos y contemplar el hombre y el universo "positivamente". La sociología nació así como ciencia independiente dentro de una matriz evolucionista e indisolublemente vinculada a la idea de progreso. Pero debe destacarse que Comte no buscó basar la sociología sobre la física y que su concepción de la sociedad fue más bien de tipo orgánico.
En Inglaterra, Herbert Spencer (1820-1903) también incluyó a la sociología en su clasificación de las ciencias. La filosofía de Spencer era una versión del evolucionismo, aunque previa a la formulación de la teoría de la evolución de Darwin y diferenciada de ésta. La diferencia fundamental con Comte era que este último concebía una escala de progreso lineal y consideraba, como dijimos, a la sociología como una ciencia autónoma respecto de la biología. Spencer, por su lado, concebía una evolución diversificadora y consideraba a la sociología como dependiendo en última instancia de la biología.
El próximo paso fue dado por Émile Durkheim (1858-1917), quien combatió el optimismo progresista de Comte y el individualismo de Spencer y definió la irreductibilidad del hecho social. Para Durkheim, la explicación histórica no era válida, pues no existiría una sucesión histórica de etapas sociales. La economía se formalizó como una reelaboración de los postulados de Smith, en la economía clásica de David Ricardo (1772-1823) frente a los cuales creció el "marxismo" – en términos de una crítica a la economía política liberal e interpretable en el contexto de los grandes movimientos revolucionarios y el pensamiento socialista utópico fundado en la obra de Karl Marx (1818-1883) Der Kapital y Friederich Engels (1820-1895 -.
La tesis del materialismo dialéctico y el materialismo histórico, que interpretan la dialéctica hegeliana en términos materialistas, son bien conocidas: el motor de la historia, entendida como una permanente lucha de clases, es el desarrollo dialéctico de las formas de transformación de la naturaleza y el intercambio económico; los productos culturales de una sociedad son entendidos como epifenómenos de las relaciones de producción, su base material.
El siglo XX
Ya a principios del siglo XX, la famosa distinción de Ferdinand Tönnies entre "comunidad" y "sociedad" (explicativa del paso de la Edad Media a la sociedad de la revolución industrial) tendría influencia en autores como Georg Simmel (1858-1918), Ernst Troeltsch (1865-1923) y Max Weber] (1864-1920) quienes marcarían el tono de gran parte de la sociología del siglo XX.
Sin duda que el siglo que pasó ha sido de gran riqueza en avances científicos y en promesas que, como se viene exponiendo tienen su recepción y consecuencia en el hombre y sus estructuras sociales.
Las dos grandes teorías físicas que surgieron con el nacimiento del siglo XX (la relatividad y la cuántica) tuvieron un impacto tal que trajeron como consecuencia la reformulación de la imagen del universo físico que había construido la síntesis newtoniana.
La teoría de la relatividad especial (1905) y la de la relatividad general (1909-1916) llevaron a la reformulación de los conceptos de espacio y tiempo, a plantear la equivalencia entre materia y energía y a concebir la gravedad como un efecto de la estructura témporo-espacial del universo, que puede modificarse por la distribución de la materia y la energía y que es la fuente del "campo gravitatorio" (esto solucionó la cuestión de la "acción a distancia" de Newton, a costa de una teoría poco "intuitiva"). La relatividad general abrió las compuertas de la especulación cosmológica y comenzaron a sucederse los modelos del universo, desarrollo posibilitado por las investigaciones sobre geometrías no euclidianas y un conocimiento cada vez más profundo del sistema solar y el resto del universo.
El desarrollo de la teoría cuántica estuvo íntimamente vinculado al de la física atómica. Max Planck, en 1900 y en referencia a la emisión de radiación del cuerpo negro, postuló que la energía era una variable no continua, es decir, que sus valores están restringidos a cantidades discretas o unidades llamadas quantos. Einstein, en 1905, hipotizó que la radiación electromagnética consistiría en unidades discretas, "paquetes de energía" a los que llamó fotones. El progresivo estudio del espectro electromagnético (por ejemplo, el descubrimiento de los rayos X por Roentgen) y el estudio de la radiactividad (rayos a, ß y ?) dieron paso al develamiento de la estructura del átomo con el descubrimiento del electrón por J. J. Thompson (1897) y los modelos atómicos de Rutherford (1911) y Niels Bohr (1913) llevaron a la física a ser la vedette de la primera mitad del siglo XX. Por esa época Max Born, Pascual Jordan y Werner Heisenberg desarrollaron la mecánica cuántica y este último propuso en 1927 su famoso principio de incertidumbre.
Pero si la física ocupó la atención durante los primeros cincuenta años de este siglo, la biología vio su estrellato y consagración durante las recientes décadas. La centuria fue caracterizada, para esta disciplina, por dos grandes síntesis.
En primer lugar, los trabajos de la escuela de Morgan sobre Drosophila melanogaster, que se desarrollaron entre 1910 y 1915, dieron lugar a la teoría cromosómica de la herencia, lo que durante los años cuarenta llevó a la identificación del ácido desoxirribonucleico (ADN) como el material hereditario, descubrimiento que estuvo a cargo de Avery, McLeod y McCarty (en 1944), confirmado por Hershey y Chase en 1952. Estos hallazgos, los estudios sobre el control genético del metabolismo comenzados por Beadle y Tatum, la utilización de técnicas cristalográficas de difracción por rayos X y los trabajos de Max Delbrück y Salvador Luria, condujeron a la elucidación de la estructura del ADN, en 1952, por James Watson y Francis Crick y la descripción de los mecanismos de síntesis proteica y de funcionamiento celular. Éste fue el gran paso unificador de la biología del siglo XX, el que permitió comprender las funciones celulares en términos moleculares y explicar los mecanismos de la herencia. Las bases para el surgimiento de la biología molecular a partir de los años cincuenta, ya estaban echadas.
Mientras tanto, la bioquímica se siguió desarrollando en el sentido del conocimiento de los mecanismos de respiración y metabolismo celular, a cargo de Otto Warburg, Hans Krebs y Otto Meyerhof, y de la estructura de las proteínas por Wilhelm, Ostwald, Emir Fischer, Sanger, Linus Pauling y Max Perutz.
La virología se desarrolló ampliamente a partir de la síntesis del virus del mosaico del tabaco por Stanley en 1935 y también creció geométricamente a partir de la aplicación de las técnicas de biología molecular. Otro campo que se abrió fue el de la inmunología con el desarrollo de la teoría de los anticuerpos y que recibió un impulso decisivo con la biología molecular, reconfigurando la teoría microbiana y la acción de los organismos infecciosos.
La paleontología animal y humana de las últimas tres décadas también verificó importantes avances a partir de innumerables descubrimientos de campo y del desarrollo de las técnicas de biología y genética molecular. En taxonomía, durante los años ochenta, se asistió a las controversias entre los métodos de taxonomía ortodoxo, fenético y cladista.
A comienzos de siglo, la teoría de Darwin había sufrido el desafío de la teoría mutacionista de DeVries, superado lo cual se logró, entre 1915 y 1960, la llamada síntesis neodarwiniana (expuesta en el famoso texto Evolution de Th. Dobzhansky) a cargo fundamentalmente de Ernst Mayr, Julián Huxley y G. G. Simpson. La síntesis organizaba los argumentos evolucionistas de la taxonomía, la paleontología, la genética clásica (mendeliana) y la genética de poblaciones desarrollada por J. B. S. Haldane, R. A. Fischer y Sewall-Wright. Esta síntesis se ha visto sometida a importantes cuestionamientos desde los años sesenta, entre otros trabajos por los de N. Eldredge y S. J. Gould.
El aspecto integrador de la biología se volcó en el desarrollo de la etología y el estudio del comportamiento animal, por un lado, y el de la ecología, que pronto adquirió el carácter de una disciplina independiente y vinculada a cuestiones sociales perentorias.
El sistema nervioso, cuyo conocimiento había comenzado a adelantar a pasos firmes en el siglo XIX, recibió un importante impulso con la idea de los reflejos condicionados de Pavlov, las investigaciones de Sherrington sobre la integración del sistema nervioso y la doctrina de la neurona de Ramón y Cajal, que llevó al descubrimiento de la estructura íntima del sistema, los mecanismos de transmisión del impulso nervioso y, posteriormente, abrió el campo de la neurofarmacología. El conocimiento de las funciones cerebrales progresó notablemente en cuanto a su estructura y función. El estudio del sistema nervioso fue sintetizando diversas disciplinas dando origen a las neurociencias.
En el siglo XX se siguieron desarrollando los efectos de las dos revoluciones de fines del siglo XVIII en el sentido de que la sociedad industrial comenzó a afectar cada vez más a las sociedades no occidentales en un contexto de guerras masivas, migraciones hacia Occidente, totalitarismos de izquierda y de derecha, instauración histórico-política de sociedades socialistas, creciente industrialismo, transformación en las comunicaciones y profundización de la democracia occidental.
El estructuralismo, originalmente desarrollado a partir de una teoría lingüística nacida de la obra de Ferdinand Saussure, alcanzó una influencia marcada dando origen a la semiótica o teoría general de los signos que elaborara los lenguajes artificiales. La antropología con las obras de Lévi-Strauss, Lévi-Bruhl, Margaret Mead y últimamente Geertz se desarrolló en escuelas diferenciadas como el culturalismo simbólico y el funcionalismo, con las variantes durkheimianas.
La economía fuertemente asociada al nombre de Maynard Keynes, en los años treinta, fue girando hacia una posición neoliberal y una asociación hermenéutica con el derecho, el llamado law & economic, ampliamente aplicada en las decisiones judiciales de los setenta y ochenta en los EE UU, fue "economicizando" las relaciones sociales y políticas.
La noción de progreso fue profundamente cuestionada y abandonada y, asimismo, el papel de la razón como guía de la sociedad entró en crisis, poniendo, a su vez, en crisis el proyecto del Iluminismo; el concepto de "desarrollo" comenzó a organizar gran parte de las formulaciones en las ciencias sociales de las sociedades occidentales. Las ciencias sociales se desarrollaron en el sentido de una especialización creciente pero también en una búsqueda de fecundación interdisciplinaria. En la filosofía, partiendo desde diversas posiciones, Lewis Mumford, Paul Goodman, Hebert Marcuse, Theodore Roszak, Jacques Ellu trasladaron el tema de la sociedad tecnológica moderna y la mentalidad técnica al primer plano de la crítica social. Se pensó y postuló que existía algo abominable en los artificios modernos de la tecnología que se generaba una destrucción en forma tan vasta que podía destruir los beneficios mismos de la productividad tecnológica. Nació así la necesidad de desarrollar tecnologías que resultaran ser particularmente adecuadas no solamente desde la micro y macroeconomía, sino también de las estructuras sociales y culturales.
El derecho positivo -entendido como aquél producido por órganos competentes del Estado- en tanto acto político, es pretendidamente construido a partir de una ética discursiva (J. Habermas y K.O. Apel), o de un contrato (J. Rawls), sujetos más que a contenidos universales a procedimientos admitidos; se apela a una intersubjetividad desarrollada en discusiones o negociaciones ideales, por cierto contra fácticas, como garantía de legitimidad de las normas de creación democrática.
4.2 – Investigación básica: Invención
En la vida corriente el término investigar tiene acepciones análogas, cuando no, en algún caso, equívocas. Hay una inflación en el uso de esta palabra, que aparece en contextos académicos, industriales, institucionales, políticos, en los medios de comunicación y en cada uno de ellos con significado peculiar. Para intentar delimitar los contornos de la investigación científica, que es la propia de la universidad, se contrapondrá con otras tareas con aquellas que pueden confundirse o tienen una cierta afinidad.
La investigación científica, según el Diccionario de la Real Academia Española, es la acción y el efecto de realizar actividades intelectuales y experimentales de modo sistemático, con el propósito de aumentar los conocimientos sobre una porción de materia determinada denominado sistema. Se distingue así de la invención, que pretende dar una respuesta eficaz, original en el mejor de los casos, a una necesidad material planteada.
En efecto:
– En la invención se conoce previamente la necesidad que resolver.
– En la investigación se pretende descubrir una verdad desconocida.
– La invención concluye cuando se alcanza el resultado previsto.
– En la investigación el descubrimiento de una verdad induce generalmente una concatenación de investigaciones sucesivas paralelas.
– El modo habitual de trabajo del inventor es empírico: prueba/error.
– En el método científico del investigador el esclarecimiento de la verdad precisa establecer una secuencia clara y coherente de relaciones causales.
– La finalidad de la invención es resolver, a posteriori, una necesidad si la misma es demandada por el mercado o la sociedad en general
– Mientras que el objetivo esencial de la investigación es la de aprender la verdad, en último término del saber; es decir en la frontera de la ciencia
En consecuencia:
– El inventor debe ser, fundamentalmente, imaginativo, creativo y práctico.
– Al investigador se le exige inconformismo intelectual, sentido crítico y razonamiento riguroso.Al comparar invención e investigación no se ha pretendido, de ningún modo, descalificar a aquella frente a ésta.
Hay inventores, como Edison, que han pasado a la historia pues sus logros han dado origen a nuevos ámbitos de investigación. Por otra parte, cuando en un país se supera una masa crítica de investigación, se generan casi espontáneamente originales invenciones que pueden luego transformarse en innovaciones: basta con comprobar el número de inventores excelentes que están promoviendo la acelerada innovación que se observa en el mundo de la imagen, del sonido, de la comunicación, de los automatismos y la electrónica de consumo, lo que ha sido posible gracias, entre otros, a los imponentes avances científicos de la microelectrónica, la nanotecnología, la informática y la algorítmica.Si se compara la investigación con la creación artística, el contraste tiene otros matices.Al igual que la investigación, la creación artística pretende llegar a algo nuevo, no conocido ni necesitado: la obra de arte. Sin embargo, a diferencia de lo que sucede con el descubrimiento científico:
– El término de la creación artística, no pre-existe en la realidad, sino en la mente del artista, depende esencialmente de él.
– La obra de arte exhibe en sí misma su propia coherencia, o, dicho de otro modo, se justifica por sí misma sin que sea necesario un proceso racional alguno que la patentice.
– Las aptitudes personales del artista: imaginación, creatividad, sensibilidad ante la belleza, etc. son más innatas que cultivadas, sin que eso le exima de adquirir unas destrezas técnicas para plasmar su obra.
Resumiendo cabría decir que el inventor realiza; el investigador descubre; y el artista crea. Y, simplificando mucho, el inventor y el artista nacen, en tanto que el investigador se hace. Reflexionar brevemente, cómo se está haciendo, sobre investigación, lleva a la debatida cuestión de contraponer la investigación básica frente a la aplicada. Aunque existen opiniones para todos los gustos, y sin pretender sentar cátedra, se puede aventurar a dar opiniones.Desde el punto de vista, el dilema investigación básica versus investigación aplicada, es sencillamente, bizantino… si en ambos casos se trata de verdadera investigación, pues toda investigación es en sí misma, simultáneamente, básica y aplicada.Es básica porque muestra con más claridad la evidencia interna de la verdad que se encierra en tal investigación.En términos generales, la dicotomía básica/aplicada responde a la inmediatez que la investigación sobre su aplicación práctica. Es éste criterio, aunque razonable, el reduccionista por basarse en el mero utilitarismo pragmático.
La historia ha demostrado que investigaciones que en una época fueron consideradas como absolutamente básicas, por carentes de aplicación, han dado origen, con el transcurso de los años, a espectaculares avances tecnológicos; transformando aquellas aparentes e inaplicables invenciones en innovaciones. Se debe recordar que: Innovación = Invención + fines de lucro. Un ejemplo reciente de lo que se ha explicado es la investigación dirigida a entender los momentos magnéticos de los spines nucleares y a explicar cómo esos imanes nucleares interaccionan en líquidos, cristales y moléculas. Esta investigación, tan fundamental y tan lejana, aparentemente, de la aplicación práctica, al poco tiempo de esclarecerse, permitió construir los aparatos de Resonancia Magnética Nuclear, que tienen tanta aplicación en la diagnosis tumoral, es decir que aquella invención se transformó, aplicando el desarrollo en innovación y se cumplió el ciclo I + D.De todas formas, aun cuando pareciera no tener aplicación práctica alguna, toda investigación tiene una aplicabilidad intrínseca, pues entraña una mejor comprensión de la verdad, al quedar iluminada con más intensidad y proyectar su claridad a otros ámbitos del saber. Contribuye, y esta es su aplicación más importante, al avance del conocimiento humano.
4.3- Lógica de la investigación
Una de las cuestiones no resueltas por la Filosofía de la Ciencia es la del proceso lógico que recorre el intelecto humano en el descubrimiento científico.En la filosofía occidental se considera que hay dos modos básicos de razonamiento: la deducción y la inducción. Ambos procedimientos son adecuados para exhibir la coherencia interna de una verdad ya establecida; pero la investigación se inicia siempre por el choque con un hecho sorprendente, una anomalía, la ruptura de una regularidad esperada, o por una presunción, no explícitamente formulada, de un fenómeno no previsto por la teoría común. C.S. Peirce y sus seguidores consideran que en el inicio de toda investigación hay otro modo de razonamiento, distinto de los anteriores, que denominan abducción. Abducción sería el proceso de razonamiento mediante el cual se engendran las nuevas ideas, las hipótesis explicativas y las teorías científicas. Y desde su punto de vista, sería el primer modo de razonamiento.
Al margen de esta teoría filosófica, que presenta en la actualidad otros perfiles, está generalmente aceptado que en el umbral de ese proceso existe una elección personal que en muchos casos no puede someterse a reglas lógicas estrictas que impulsa al investigador a explorar nuevos caminos: unas veces, pocas, con una radical originalidad; otras, las más, con la novedad que supone una nueva combinación de verdades previas. Para aclarar lo anterior se citarán dos casos.El primero se refiere a la formulación de la Ley de la Gravitación Universal, realizada por Isaac Newton en 1687. En ella Newton postuló la existencia de unas fuerzas a distancia. Esta afirmación supuso una ruptura radical con la tradición secular aristotélica que sólo admitía acciones mecánicas por contacto.
Precisamente este "salto en el vacío", esta fractura con la teoría comúnmente aceptada, ocasionó, que, pese al éxito de ésta Ley para predecir el movimiento planetario, no fuera aceptada por la Royal Academy hasta bien entrado el siglo XVIII, gracias a la apasionada defensa que R. Cotes hizo en el prólogo de la segunda edición de Principia Mathematica en 1717.El segundo, tiene como protagonistas a Blaese, Anderson y Culver, que en 1990 realizaron la transferencia del gen de la adenosina deaminasa a linfocitos T de dos niños con inmunodeficiencia por déficit de esa enzima: dieron así nacimiento a la Terapia Génica, procedimiento terapéutico basado en la introducción de secuencias génicas en el interior de células para lograr un efecto curativo. Como fácilmente puede entenderse, esta investigación procede de una acertada simbiosis de unos conocimientos muy avanzados de Biología Molecular y de Patología Médica.Cuanto se acaba de mencionar no excluye el hecho de que, en algunas ocasiones, la investigación haya nacido de una casualidad o de un error.
A este respecto, es paradigmático el caso de Fleming, descubridor de la penicilina, al observar que se producía una drástica disminución de la colonia bacteriana en un cultivo de estafilococos en el que habían caído unos mohos.Para constatar que una investigación relevante puede proceder de un error se narrará ahora, presumiendo la amable benevolencia del lector, un suceso del que hubo testigos durante algunos de los años transcurridos en la Escuela de Ingenieros de San Sebastián. A mediados de los años setenta un profesor de Metalurgia Física propuso iniciar una investigación sobre "la transformación martensítica en las aleaciones hierro/cobalto" y con éste fin se procedió a encargar al Departamento de Materiales de la Universidad de Sheffield probetas de ensayo calibradas, con diferentes porcentajes de cobalto.
Este pedido se hizo mediante una carta, en la que, por una equivocación mecanográfica, se deslizó inadvertido un pequeño lapsus ortográfico. Concretamente se sustituyó la letra "o" de Co, símbolo químico del cobalto, por una "u", con lo que la aleación demandada pasó a ser hierro/cobre en vez de hierro/cobalto, como era el deseo inicial. A todos les extrañó el tiempo que tardaron en llegar las probetas y, aún más, la elevada factura que las acompañaba, hasta que se descubrió el error: fabricar aleaciones de hierro con alto contenido de cobre supuso un verdadero reto tecnológico para los colegas de Sheffield: tuvieron que resolver un difícil problema de termodinámica del estado sólido.Repuestos del consabido disgusto, muy a pesar del Departamento y puesto que no se podían despilfarrar probetas tan costosas, se decidió modificar la investigación abordando la "transformación martensítica en las aleaciones de hierro/cobre". A estas alturas conviene precisar que mientras las aleaciones Fe/Co tienen aplicaciones industriales avanzadas, no sucede lo mismo con las Fe/Cu, que unen a la dificultad de conformación en caliente, unas discretas propiedades estructurales. En sí mismo, el tema era novedoso y el trabajo desarrollado fue muy original, tanto que sus resultados dieron lugar a un buen número de papers en prestigiosas revistas internacionales. (Se supone que en aquellos momentos los colegas pensarían que había en San Sebastián unos cuantos locos investigando sobre un tema inútil tecnológicamente).A principios de los años ochenta, cuando estaba a punto de terminar esta investigación, se produjo en España una profunda crisis económica, que ocasionó una restructuración drástica del sector metalúrgico. Muchas acerías se clausuraron y sólo las de muy alta productividad pudieron trabajar con éxito en un mercado europeo altamente competitivo. Entre ellas, una, situada no lejos de San Sebastián, que podía presumir de no haber tenido un resultado negativo en ninguno de los ejercicios económicos precedentes.
En estas circunstancias el Director de ésta empresa fue a San Sebastián, para mostrar su asombro por cuanto le había ocurrido. Contó que ante un importante concurso europeo, ineludible para la buena marcha de su factoría, se había visto obligado a optar como materia prima por la chatarra más barata del mercado, que era la procedente del reciclado del automóvil. (Por entonces en las tareas de desguace no se separaban el cableado eléctrico y esto producía en la chatarra un progresivo enriquecimiento de la proporción de cobre). Con el fin de producir un acero conformable y con unas determinadas propiedades mecánicas, había acudido a los más relevantes centros europeos de investigación en ciencia de materiales en búsqueda de la tecnología adecuada para el proceso de fabricación de aceros obtenidos a partir de esa materia prima. Y de esto vino su asombro en todos ellos les remitió a la Escuela de Ingenieros, como centro pionero en las aleaciones de hierro/cobre. De resultas de esta entrevista se formalizó un contrato de investigación de gran envergadura que permitió a esa empresa poseer una tecnología propia para la optimización de aceros con alto contenido de cobre, que hoy en día sigue produciendo.Este caso sirve también para corroborar la falacia de la dicotomía entre la investigación básica e investigación aplicada, a la que se han referido algunos autores.
4.5.- Investigación universitaria
Hasta ahora se ha tratado de la investigación en general y cuanto se ha afirmado podría aplicarse a un departamento fabril de I+D, a un centro de investigación, a un laboratorio farmacéutico, etc.; pero lo explicado lleva el título de "investigación en la Universidad" o su equivalente, "investigación universitaria". ¿Qué aporta este adjetivo a la investigación?Por ser universitas scientiarum, la institución universitaria debe investigar en todas las áreas científicas que cultiva. Pero el solo fomento de los saberes no agota su dimensión investigadora. En su servicio a la verdad la Universidad ha de abordar una tarea propiamente suya: ordenar, armonizar y jerarquizar las verdades alcanzadas en los distintos saberes, pues no en vano, el término universitas procede de las palabras latinas in unum vertere.
La universidad nació con la pretensión que aún conserva de dar una respuesta intelectual, científica, al mundo en que vivimos; con la finalidad de vertere in unum, esto es, dar unidad a la dispersión para recuperar y reconstruir la unidad del cosmos: urge, pues afirma Ortega y Gasset, una nueva integración del saber, que hoy anda hecho pedazos por el mundo. Cabría, por tanto, afirmar que a la Universidad le corresponde dar un paso más allá en la tarea investigadora: inquirir lo que tienen de común las verdades de las diferentes ciencias por el único hecho de ser verdad.En el cometido de este propósito se debe respetar la legítima autonomía y los métodos específicos de todas las ciencias, ya que cada una de ellas estudia un aspecto distinto de la realidad, o bien al referirse al mismo aspecto lo hacen desde una perspectiva o con una finalidad diferente.A lo largo de los siglos el coloquio interdisciplinar ha mostrado ser la herramienta más eficaz para disponer esa jerarquización sapiencial. Y en ese diálogo el eje de articulación de verdades y saberes no puede ser otro que la persona humana, que es el centro del cosmos. Este hecho otorga una especial relevancia al estudio y a la investigación de las Humanidades, que dan razón de los aspectos más esencialmente humanos: por las Humanidades la persona puede conocerse en sus dimensiones más íntimas, esto es, en cuanta criatura pensante, capaz de salir de sí misma, de relacionarse con los demás, de amar y de ser amada.
No se debe dudar al afirmar que es tal la importancia de las Humanidades, que deben constituir la tierra fértil en la que enraícen los otros saberes. Aún más, si se piensa que la crisis actual de las Humanidades se encuentra en el origen de los devaneos que se observan al menos en Europa en la institución universitaria, que están tratando de reencontrar su identidad, sin reparar en que no es precisa una reformulación novedosa de sus fines, sino tan sólo la adecuación de su espíritu tradicional en un nuevo modelo de organización y gestión, más se estará de acuerdo con la dinámica de estos tiempos.Quienes por formar parte de universidades con ideario cristiano reconocen la dimensión trascendente de la persona humana y la condición creatural de cuanto existe, se está en condiciones especialmente favorables para abordar tareas investigadoras de gran calado intelectual y social, porque:- Frente al relativismo científico, que pone en suspenso la posibilidad de llegar a certezas estables, se está ante aspectos ciertos de que existen verdades absolutas a las que es posible acercarse racionalmente.- Frente al pensamiento débil, que encubre un escepticismo ecléctico, se afirma la posibilidad de acceder a un conocimiento consistente de las realidades materiales y espirituales. Porque las verdades alcanzadas con la actividad especulativa, aunque parciales y perfectibles, son verdades genuinas, y, como tales, participaciones limitadas de Quien es la Verdad Personal. – Frente al pragmatismo excluyente de la investigación científico técnica, que no admite barrera alguna que pueda coartar su avance, se sabe que los presupuestos éticos no sólo no son óbice para conseguir resultados genuinamente valiosos, sino que constituyen una ayuda directriz inapreciable, porque lo que no es ético no es científico. – Frente a la consideración de la persona humana como ser esencialmente cambiante a lo largo de la historia incapaz, en consecuencia, de asumir compromisos irrevocables se acepta que el hombre, por su libertad y su dignidad, está capacitado para empeñar establemente su vida por un ideal noble. Esta concepción de la persona proporciona un horizonte mucho más abierto y atractivo para la investigación en todas las áreas del saber.
4.6.- Importancia de la investigación en la Universidad
Al comienzo de estas palabras se ha afirmado que el objetivo último de la Universidad es la verdad, que se conoce y amplía con la investigación, se transmite mediante la docencia y se hace cultura al difundirse en su entorno social. La búsqueda permanente y honrada de la verdad constituye, por tanto, el corazón de la vida académica. En consecuencia se habrá de concluir que no es posible ser profesor universitario sin estar empeñado en una actividad investigadora, del mismo modo que no es cabalmente universidad aquella que renuncia a la investigación. Aún más, la docencia misma debe estar impregnada de una impronta investigadora.
Al hacer esta afirmación se limita a la calidad de las clases cuando las imparte un profesor que investiga y está, por tanto, comprometido con la evolución y crecimiento de la materia que explica. Me refiero también a la actitud discente de los estudiantes: no pueden limitarse a ser enseñados, sino que deben asumir el reto de liderar su propio proceso formativo, reclamando de los profesores que se les ayude a aprender. Además, la colaboración de alumnos brillantes en tareas investigadoras tiene un efecto beneficioso para la vida universitaria: en primer lugar, porque la falta de aprioris acuñados por la experiencia hace que, en ocasiones, los estudiantes aporten ideas creativas y originales para resolver la investigación que se está realizando; en segundo lugar, porque se fomentan vocaciones universitarias que tomarán el relevo más adelante; y en tercer lugar, porque ese trato continuo, respetuoso y sincero por ambas partes es la mejor escuela de aprendizaje, ya que "es en la convivencia donde se forma la persona".
Es precisamente en ese clima donde brilla con luz propia el ideal de la universitas studiorum et scholarium, esa Corporación de maestros y de estudiantes donde, al decir de Newman, "los distintos saberes se completan, corrigen y equilibran mutuamente. Y esta consideración debe tenerse en cuenta no sólo en lo que se refiere a la consecución de la verdad, que es el objetivo de toda ciencia, sino también respecto al influjo que las ciencias ejercen sobre aquéllos cuya educación consiste precisamente en estudiarlas". Sólo en la medida que se persiga este objetivo, la universidad se configurará como una realidad unitaria, donde estudiantes y profesores participan de los mismos objetivos y propósitos: buscar la verdad sin restricción alguna y adecuar sus vidas a la verdad alcanzada, para saber más y, sobre todo, para ser mejores.En el discurso pronunciado en una investidura de Doctores honoris causa en la Universidad de Navarra, S. José María afirmó que "la Universidad no puede vivir de espaldas a ninguna incertidumbre, a ninguna inquietud, a ninguna necesidad de los hombres". Con estas palabras vino a recordar a la comunidad académica que la Universidad no se justifica por la altura de su cometido, sino por el servicio que presta a la gente con la que convive en cada época histórica.
Es cierto que la contribución primordial de la Universidad al bien social son los estudiantes egresados de sus aulas, en los que la formación profesional, lo más excelente que puedan alcanzar, ha de insertarse en personalidades enterizas adornadas de virtudes; pero en su quehacer investigador la Universidad debe afrontar los temas que inciden en el bienestar social y económico de su entorno, colaborando a proponer, fruto de un estudio hondo y riguroso, una respuesta cabal a los interrogantes planteados. Con esto no se pretende coartar la libertad de cátedra, sino tan sólo manifestar que la investigación universitaria tiene que servir, y, en la medida que sea posible, estar orientada en cada momento hacia los problemas demandados por la sociedad, sin descuidar la necesaria exploración en áreas que no tengan una utilidad práctica directa por su naturaleza o atemporalidad. En el ámbito de las ciencias experimentales se trataría de potenciar la investigación transnacional, que no se reduce a la cesión del "know how". El propósito es, más bien, involucrar a la otra entidad en el proceso de poner en valor el conocimiento y asegurar su desarrollo futuro. Para conseguirlo es necesario formalizar foros estables de trabajo, donde profesores universitarios y profesionales externos colaboren complementariamente.
Con el fin de aclarar esta idea se hace referencia a la experiencia del Centro de Investigación Médica Aplicada (CIMA) de la Universidad de Navarra. En él trabajan cerca de cuatrocientos investigadores y técnicos. Desarrollan una investigación fundamental apoyándose en las técnicas más modernas con la ambición de entender mejor los mecanismos de las enfermedades y establecer, si fuera posible, alguna terapia eficaz o algún test de diagnóstico más avanzado. Los directores de las líneas y la mayoría de los investigadores seniors forman parte de los Departamentos paralelos de la Clínica Universitaria, lo que propicia la constitución de equipos mixtos de la Clínica y del CIMA, para trabajar conjuntamente, aportando cada uno su propia especificidad: los nuevos conocimientos de los básicos, tamizados a través de la experiencia de los clínicos, acrecientan la calidad asistencial; en tanto que las observaciones del personal facultativo abren nuevos campos de posible trabajo a los que se dedican a la investigación básica. Y unos y otros, colaboran estrechamente en los ensayos clínicos de las nuevas formas terapéuticas y de los kits de diagnosis.
Algo semejante cabría decir de los spinoff nacidos de la actividad de la Escuela de Ingenieros, en los que la transferencia de investigación se propicia a través de una tutela contractual de apoyo científico, por la que los Departamentos de la Escuela mantienen una relación frecuente con las direcciones de esas empresas.Si importante es la investigación científico experimental no lo es menos la que concierne a las Humanidades y Ciencias Sociales, por las repercusiones que estas disciplinas tienen en los comportamientos personales y las modas sociales. Aunque ningún tiempo pasado fue mejor, el actual es mejorable. La cultura irenista presente no parece conducir a un orden más justo, por más que sea impulsada por la brisa de un inusitado progreso tecnológico. Y es que, en palabras de Séneca, ningún viento es bueno para el barco que no sabe adónde va. Hoy, más que nunca, hace falta saber adónde se quiere ir, tener referencias absolutas por las que guiarse, ya que, como ha observado Peter Berger, el relativismo cultural vigente, "puede degenerar en el fundamentalismo, pues el espíritu humano aborrece la incertidumbre en el que éste le deja sumido.Es tarea urgente de la Universidad ofrecer argumentos firmes para una actuación que conduzca a un mundo más justo, digno y solidario, en definitiva, a una sociedad transida de valores genuinamente humanos, esto es, cristianos. S. José María soñaba con universidades que, por su prestigio, estuvieran en el origen mismo de los cambios, y esta tarea la asignaba de modo especial a las Humanidades y Ciencias Sociales en colaboración con las Ciencias Sagradas.La investigación en estas áreas tiene un reto acuciante: superar el individualismo y buscar formas operativas de trabajo multidisciplinario.
Evidentemente esta propuesta conlleva una ruptura con la tradición secular de los modos de hacer de los grandes pensadores y juristas. Sin embargo, se sostiene que no hay ninguna razón para que el trabajo en equipo interdepartamental se presente como un obstáculo para la creatividad propia de un intelectual: es más no abordar con esa metodología el estudio de los temas que atenazan a la humanidad conduce a achicar el horizonte y perder oportunidades de fortalecer el discurso intelectual al no contar con los logros científicos concomitantes de otras disciplinas.En algunas universidades entre ellas la de Navarra se está intentando obviar esa reticencia con el establecimiento de centros universitarios de investigación, dotados de la autonomía necesaria para catalizar y potenciar esa tarea mediante el diálogo académico en torno a temas de repercusión y calado sociales.
Como líneas temáticas se citarán a modo de ejemplo:
– Género, matrimonio y familia
– Pobreza y emigración en un mundo globalizado.
– Diseño genético, la vida y la muerte, etc.
Se trata, en definitiva, de estructuras académicas de carácter horizontal, centradas en líneas de investigación coincidentes con las cuestiones a las que se desea dar, desde distintas aproximaciones (la Filosofía, el Derecho, la Economía, la Ética, la Comunicación, etc.), una respuesta coherente con la dignidad de la persona y con el recto orden social. Lo novedoso de estos centros es su carácter interdisciplinario, que supone la confluencia de distintas ciencias sobre un mismo tema para que las luces proyectadas desde cada una de ellas para que iluminen los otros saberes y se amplíe y profundice el conocimiento sobre el tema comúnmente abordado.
Ciñéndose al que se está planificando en la Universidad, se puede inferir que en la participan en primer lugar profesores de reconocido prestigio internacional que imparten la docencia en sus Departamentos respectivos, en tanto que canalizan su investigación ocupándose de dirigir e impulsar esas líneas. A ellos se están sumando otros profesores y jóvenes investigadores de valía contrastada, por lo general, estudiantes en fase de redacción de sus tesis doctorales. Y el fruto de estas investigaciones se pretende plasmar tanto en publicaciones de alta especialización, como de amplia difusión sociocultural. Insistiendo en esta última idea se dice que para lograr los frutos esperados de la investigación transnacional y de la investigación en Humanidades y en Ciencias Sociales es preciso que los logros descubiertos aparezcan publicados en monografías y, sobre todo, en revistas científicas del máximo rango en cada especialidad. De esta manera, además de presentar las ideas para que sean valoradas y, en su caso, sancionadas por especialistas lo que avala su calidad, se consigue que pasen a engrosar el acervo de conocimientos y se compartan para la comunidad académica internacional. Como efecto colateral pero muy importante, se consigue que se realce el prestigio de la Universidad, que en estos momentos, como se sabe, se barema exclusivamente con base en los índices de impacto de sus publicaciones; y simultáneamente se logra que las aportaciones, avaladas por la autoridad de la Universidad, tengan más relevancia social y científica.
La importancia de la investigación universitaria, brevemente esbozada anteriormente, es un estímulo para que el profesor, cualquiera que sea su área de conocimiento, se dedique a esa tarea con esfuerzo y generosidad sin pactar con un conformismo mediocre. Y en ese cometido es preciso poner en ejercicio la honradez intelectual, virtud cuyo presupuesto es la aceptación de la autonomía de la verdad: esa verdad que, al estar por encima de la persona humana, ha de ser aprendida con un talante respetuoso y abierto hacia la realidad en todas sus dimensiones. Porque en un entorno cultural, en que se prima el saber sobre el ser y se da más relevancia a la praxis que al tener, no es extraño que al propósito de alcanzar la verdad se contrapongan dos sucedáneos, no ausentes en los ambientes intelectuales y académicos: la búsqueda de la eficacia, del éxito, por encima de la verdad, y el sacrificio de la verdad en aras de la originalidad.
CAPÍTULO 5
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