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Introducción a la gestión tecnológica – Nivel básico (página 5)

Enviado por Hugo Squinobal


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

La sociología del desarrollo fue, al interior de las ciencias sociales, la otra disciplina distintiva de la época10. Al igual que su par en la teoría económica, esta disciplina asumió la continuidad y la necesidad del de-sarrollo capitalista mundial y, sobre esa base, intentó demostrar, a partir de la utilización de distintos -aunque convergentes- encuadres analíticos y metodológicos, que las naciones del denominado Tercer Mundo eran capaces de superar los obstáculos que trababan su progreso y alcanzar el mismo nivel de desarrollo que los países centrales. Esta disciplina estuvo prácticamente dominada por la llamada sociología científica durante su etapa formativa y, específicamente en el campo del desarrollo, por la teo-ría de la modernización y su esquema evolutivo del desarrollo.

La teoría de la modernización desarrolló su base teórica a partir del estructural-funcionalismo, cuyo principal referente es Talcott Par-sons (1966). En términos generales, el punto de partida de esta teoría era la presentación de una dicotomía, explícita o no, entre dos tipos ideales de países y/o sociedades que involucraban, entre otros, los si-guientes pares: moderno-tradicional, avanzado-atrasado, desarrollado-subdesarrollado. Esta teoría sostenía que todas las sociedades y/o países atravesaban las mismas etapas en su proceso de desarrollo histórico, siguiendo un único camino universal que los llevaba desde uno de estos polos hacia el otro. El análisis y la utilización de tipologías de estructu-ras sociales permitían describir el tránsito desde formas de organización social tradicionales a modernas, mediante el análisis de la compleja inte-racción entre el cambio social y el desarrollo económico, a través de la acción política (Leys, 1996). En este recorrido histórico las sociedades ganarían en diferenciación y complejidad, a medida que iban superando sus elementos más atrasados o tradicionales en pos de la adopción de características más modernas o avanzadas (Larrain, 1998).

En una línea similar a la de Rostow -el exponente paradigmático de la versión económica de la teoría de la modernización-, esta teoría presentaba a los países y sociedades con menores niveles de industria-lización en una situación de anormalidad o de falta de algo, que era ne-cesario subsanar a través de las políticas de desarrollo (Escobar, 1996). Por tanto, esta teoría establecía que la diferencia entre el desarrollo y el subdesarrollo, o entre la tradición y la modernidad, era solo relativa y se debía a que algunos países estaban algo rezagados en el camino lineal hacia el desarrollo (Rist, 1997). Si el subdesarrollo no era una situación opuesta al desarrollo, sino simplemente su forma incompleta, entonces los países atrasados tenían disponible la posibilidad de acelerar su desa-rrollo de forma tal de cerrar la brecha y llegar al estadio más avanzado: la modernidad. Así, no sólo el desarrollo, sino la modernidad misma, se presentaba como posible para todos los países, siempre y cuando, natu-ralmente, los poderes públicos aplicaran las políticas adecuadas.

A partir de esta concepción, la teoría de la modernización se dedicó a investigar de qué forma los países o sociedades se movían de un estadio al siguiente, con el fin de identificar aquellos factores que pudieran facilitar el proceso de desarrollo de los países atrasados. Esta investigación involucró tanto la revisión de los procesos de desarrollo histórico de los países industrializados -con el fin de identificar las va-riables clave en este proceso- como, ante todo, el estudio de las estruc-turas sociales de las sociedades menos desarrolladas, con el fin de es-tablecer qué aspectos de las mismas podían explicar la ausencia de de-sarrollo y, a la vez, qué requisitos funcionales era necesario introducir para promoverlo. En esta búsqueda, ganaron preponderancia dentro del campo del desarrollo el análisis de los factores culturales, sociales, institucionales y políticos que facilitaban o demoraban el tránsito de estos países hacia niveles más avanzados, y que se encontraban fuera del análisis de la economía del desarrollo. A la vez, esta incorporación favoreció la elaboración y utilización de nuevas variables de corte sociológico que comenzaron a complementar al PBI per cápita como indicadores del desarrollo.

En este marco académico nació el pensamiento latinoamericano so-bre desarrollo del subdesarrollo, con una visión propia, novedosa y audaz. –

Una naciente escuela dentro de la economía del desarrollo, el estruc-turalismo latinoamericano, otorgó carácter propio al pensamiento la-tinoamericano dentro del campo del desarrollo del subdesarrollo. El elemento diferenciador de este grupo, respecto al que predominaba en el debate internacional, fue su rechazo a la teoría ricardiana de las ventajas comparativas y las virtudes del comercio internacional (en especial, la idea del "crecimiento equilibrado"), en particular para el caso de las economías subdesarrolladas. Ocampo (1998) destaca que lo distintivo del método del estructuralismo latinoamericano -el deno-minado método histórico-estructural- era el énfasis que se colocaba en la forma en que las instituciones y la estructura productiva heredadas condicionaban la dinámica económica de los países en vías de desarro-llo, y generaban comportamientos diferentes a los de las naciones más desarrolladas. Contraponiéndose a visiones à la Rostow, este método analítico enfatizaba que no había estadios de desarrollo uniformes, ya que el desarrollo tardío de los países de América Latina tenía una diná-mica radicalmente diferente a la de aquellas naciones que experimenta-ron un desarrollo más temprano.

La CEPAL, recientemente fundada, albergó e impulsó el estruc-turalismo latinoamericano, haciendo propia la crítica a la teoría ricar-diana, la cual era hegemónica fuera de la región. El Secretario General de la institución, el argentino Raúl Prebisch, fue una pieza fundamental en la formulación teórica de esta corriente de pensamiento en América Latina. En particular, en base a los desarrollos originales de Prebisch con respecto al vínculo establecido entre los países "centrales" y los "periféri-cos"11, la CEPAL desarrolló sus primeros diagnósticos sobre la situación de las economías latinoamericanas durante la década del cincuenta.

En términos sintéticos, la CEPAL sostenía que si bien América Latina estaba integrada por economías nacionales, con sus respectivas especificidades, no se las podía comprender si no era en función de su inserción estructural en el sistema económico mundial, la cual estaba caracterizada por la excesiva especialización productiva ligada a la ela-boración de productos primarios (mayoritariamente para la exporta-ción), el escaso desarrollo industrial y de los servicios y la satisfacción de buena parte de la demanda interna mediante la importación de bie-nes manufacturados provenientes de los países centrales.

El estructuralismo cepalino sostenía además que, por la concu-rrencia de factores de diversa índole12, existía una tendencia secular a la disminución en los precios de los productos exportados por los países de América Latina vis-à-vis los exportados por los países centra-les (o, en otras palabras, un deterioro en los términos de intercambio de los bienes elaborados en la periferia). Esto se veía potenciado por los importantes niveles de proteccionismo vigentes en las economías centrales y por las fuertes fluctuaciones en la demanda mundial de los bienes provenientes de la periferia. Todo ello conllevaba una significati-va transferencia de excedente desde los países periféricos hacia los cen-trales, y muy débiles -y fuertemente oscilantes- bases de sustentación del crecimiento en los primeros. Se argumentaba adicionalmente que este tipo peculiar de inserción de los países periféricos en las corrientes internacionales de circulación de mercancías, sumado al tipo de perfil productivo prevaleciente en los mismos, tenía impactos directos sobre el mercado laboral, que tendía a desarrollar situaciones de desocupa-ción y subocupación.

En suma, como destaca Lustig (2000: 86):

Lo más importante de la concepción centro-periferia es la idea de que estas características de la estructura productiva periférica, lejos de desaparecer a medida que el desarrollo del capitalismo avanza en los centros, tienden a perpetuarse y reforzarse. Entre los mecanismos que determinan este proceso de acentuación de las diferencias entre am-bos polos, destaca el hecho de que el cambio tecnológico es más pro-nunciado en la industria que en el sector primario. Suponiendo térmi-nos de intercambio constantes, esto lleva a un aumento en la brecha de la productividad y del ingreso entre los centros y la periferia.

En función del diagnóstico realizado, y con la finalidad de romper con las características negativas de la estructura productiva y de la inser-ción internacional de los países periféricos, la CEPAL elaboró en el transcurso del decenio de los cincuenta una propuesta de desarrollo para los países de América Latina estructurada en torno de cuatro nú-cleos básicos (todos estrechamente relacionados entre sí).

El primero se vincula con el fortalecimiento, con fuerte apoyo estatal, del proceso de industrialización por sustitución de importacio-nes que se venía registrando en muchos países de la región en respues-ta a las alteraciones registradas en el funcionamiento de la economía mundial a partir de la Primera Guerra Mundial. Según los técnicos de la CEPAL coordinados y dirigidos por Prebisch, ello constituía el prin-cipal mecanismo para la superación del subdesarrollo de las economías latinoamericanas14. A este respecto, en el famoso Estudio económico de América Latina del año 1949 (CEPAL, 1951), se enfatiza que en esta región no basta con incrementar la productividad en la producción pri-maria para elevar el nivel de ingresos, en tanto esto significa agrandar el exceso de población activa. Es preciso también, y fundamentalmente, absorber este sobrante, y para ello es decisivo el impulso al desarrollo de la industria y sus actividades asociadas.

Como señala Fitzgerald (1998), la propuesta estructuralista de la industrialización sustitutiva planteaba un estilo integral de desarro-llo que intentaba dar respuesta, de manera simultánea, a cuestiones relacionadas con el crecimiento, la inversión, el empleo y la distribu-ción del ingreso en el mediano/largo plazo16. Los objetivos centrales de la industrialización sustitutiva pasaban por generar un importante ahorro de divisas en un mediano plazo, dar respuesta a la situación del mercado laboral y favorecer el progreso técnico. En efecto, si bien algo subestimado en sus comienzos, los técnicos cepalinos reconocían que un esquema de industrialización como el propuesto conllevaría. El énfasis presente en la formulación teórica inicial de la CEPAL (1949; 1951; y Prebisch, 1962) en fomentar la industrialización de las sociedades latinoamericanas me-rece ser destacado por cuanto se encontraba en las antípodas del -hasta ese momento, prácticamente hegemónico- postulado de inspiración ricardiana de que los países debían especializarse en aquellos sectores de actividad en los que tuvieran probadas ventajas comparativas (relativas).

Atento a sus principales características estructurales, los sectores primarios de exporta-ción no estaban en condiciones de demandar esta fuerza de trabajo excedente.

Al decir de Sunkel: "el tema industrial apareció […] desde el comienzo en la preocu-pación de la institución, pero más bien como el área moderna, innovativa, productiva, de futuro, cuya promoción debía llenar un vacío en la estructura productiva incompleta heredada de la etapa de desarrollo exportadora anterior. Este sector debía convertirse en el motor del desarrollo mediante la introducción del avance tecnológico y los aumentos de productividad, la modernización de las relaciones de trabajo y el desarrollo empresarial tanto público como privado, a la vez que se esperaba que constituyera la fuente de absor-ción de la mano de obra que venía siendo desplazada del sector rural y un elemento que contribuiría a la superación de la pobreza y las desigualdades sociales" (2000: 36). Déficits comerciales. En las formulaciones de la CEPAL de esta época se reconoce que:

Mientras el proceso de industrialización no concluyera enfrentaría siempre una tendencia al desequilibrio estructural del balance de pagos, ya que el proceso sustitutivo "aliviaba" la demanda de impor-taciones por un lado, pero imponía nuevas exigencias, derivadas tan-to de la estructura productiva que creaba como del crecimiento del ingreso que generaba. Por esa razón, sólo se alteraba la composición de las importaciones, renovándose continuamente el problema de la insuficiencia de divisas (Bielschowsky, 1998: 26).

Para los técnicos de la CEPAL, el segundo núcleo básico se relacionaba con la excesiva concentración de la propiedad de la tierra, característica de, prácticamente, la totalidad de los países de la región. Esta situación era vista como un freno al proceso industrializador que se intentaba im-pulsar, que resultaba amplificado por la histórica renuencia de los gran-des latifundistas a volcar al sector manufacturero las rentas de exporta-ción; de allí que el fomento a la industrialización debía ser acompañado por una reforma agraria tendiente a distribuir más equitativamente la propiedad de la tierra.

Como puede inferirse de las consideraciones precedentes, para los cepalinos de la época, en ese proceso de industrialización impulsa-do con la finalidad de superar el subdesarrollo y la pobreza de las so-ciedades latinoamericanas, la intervención estatal debía asumir un rol protagónico, siendo este el tercer núcleo básico de su propuesta. Ello debía manifestarse en muy diferentes aspectos, entre los que se desta-can los siguientes: planificación del desarrollo, diseño de un Sistema de Cuentas Nacionales, proteccionismo y/o promoción de aquellas ac-tividades que se intentaba desarrollar y/o fortalecer, inversión pública, empresas de propiedad estatal (en especial, en el área de los insumos intermedios) y fomento a la creación de empresarios industriales. De esta forma, se consideraba que, en el marco brindado por las condi-ciones estructurales propias de la periferia latinoamericana, el aparato estatal contribuiría decisivamente al desarrollo económico de la región (Rodríguez, 1980).

El cuarto núcleo básico en torno del cual se estructuraron las ideas y propuestas de la CEPAL en esta época se asocia al reconoci-miento de que ese imprescindible accionar estatal debía procurar, adi-cionalmente, la integración económica latinoamericana. Para Prebisch, la coordinación regional de la sustitución de importaciones resultaba indispensable, tanto como mecanismo para generar escalas de produc-ción (y aumentar el tamaño de los mercados), como para incrementar el comercio intra-regional de bienes industriales. Adicionalmente, este impulso a la integración de América Latina tenía por objetivo fortale-cer el posicionamiento de los países de la región frente a los centrales.

En definitiva, lo que interesa destacar es la indudable influen-cia de la CEPAL en impulsar muchas de las políticas de carácter de-sarrollista aplicadas en la región durante la década del cincuenta (no siempre, vale destacarlo, bajo regímenes políticos democráticos). Ello contribuyó a afianzar el proceso de industrialización por sustitución de importaciones que ya formaba parte de la realidad latinoamericana desde mediados de los años treinta -así como de otros países subdesa-rrollados (por caso, la India).

En forma paralela a la conformación del estructuralismo latino-americano en la economía del desarrollo, la sociología del desarrollo también experimentó su propia trayectoria en la región, dando sus pri-meros pasos con la adopción de la sociología científica, particularmen-te, la teoría de la modernización. Gino Germani (1965) fue el principal referente de esta teoría de raigambre parsoniana en el subcontinente. Germani investigó el proceso de cambio social entre un tipo de socie-dad y otra, resaltando la naturaleza asincrónica de esta transición, que conllevaba la convivencia de formas sociales, valores y aspectos cultu-rales de distintas épocas y etapas en una misma sociedad. Esta sería la razón por la cual el proceso de transición generaba conflictos y crisis al interior de las sociedades, debido a que algunas partes retenían as-pectos más bien tradicionales mientras otras podían haber devenido modernas (Larrain, 1998). Más allá de los importantes avances realiza-dos en esta dirección -y de los numerosos investigadores formados en esta tradición teórica a lo largo de la región-, la crítica a la sociología científica y, en particular, a la teoría de la modernización no tardó en gestarse en América Latina.

Hacia fines de la década del sesenta salió a la luz una importante corriente de pensamiento que dejó su impronta en los años subsiguien-tes: la escuela de la dependencia. Esta escuela, inspirada en la nacien-te sociología crítica de raigambre marxista, la teoría del imperialismo de Lenin y los diagnósticos realizados desde la CEPAL para América Latina, estuvo conformada por un vastísimo grupo de pensadores -en su mayoría economistas y sociólogos latinoamericanos- que revolu-cionaron el pensamiento económico, político y social de su época. La escuela de la dependencia desarrolló una crítica latinoamericana a la teoría de la modernización, tanto en su versión sociológica como en su versión económica. La crítica fue devastadora y derivó en el abandono casi total de esta perspectiva en la región.

El punto de partida de la escuela de la dependencia fue prác-ticamente el opuesto al de la teoría de la modernización. Mientras la teoría de la modernización concebía al mundo como una colección de naciones autónomas e independientes, la escuela de la dependencia ar-gumentó que las naciones eran partes incompletas de un todo mayor. Mientras la teoría de la modernización atribuía los problemas de la periferia a su retraso interno y a su "tradicionalismo", la escuela de la dependencia colocó el énfasis en los siglos de comercio, la colonización y las relaciones culturales, políticas y militares que se habían registra-do entre las sociedades llamadas "modernas" y "tradicionales". Mien-tras la teoría de la modernización presumía una ley universal válida para el desarrollo desde la tradición a la modernidad, la escuela de la dependencia sostuvo que estos dos tipos ideales sub-representaban la complejidad del mundo real. Si la teoría de la modernización entendía al mundo como una suerte de colección de países formalmente iguales y capaces de seguir un mismo sendero, la escuela de la dependencia proveyó una perspectiva en donde las sociedades particulares se enten-dían en el contexto de un sistema social que se extendía más allá de sus fronteras: el sistema mundial capitalista.

Como destaca Fiori (1999), no hubo una sino varias versiones académicas sobre la dependencia dentro del amplio espectro de la lla-mada escuela de la dependencia, cada una de ellas representando pro-yectos políticos y estrategias económicas sustancialmente distintas. A pesar de ello, todas tienen en común una deuda imposible de negar con la teoría del imperialismo, en particular con la relectura realizada por Paul Baran a partir de la década del cuarenta, y con una visión de la pe-riferia capitalista en el contexto de una economía global y jerarquizada heredada de la escuela estructuralista latinoamericana. En tal sentido, y siguiendo la caracterización ya clásica de Palma (1981), pueden identificarse al menos tres grandes corrientes dentro de la amplia escuela de la dependencia, no todas de origen latinoamericano.

La primera corriente se propuso construir una teoría del subde-sarrollo cuya principal idea era que el subdesarrollo es directamente causado por la dependencia de las economías periféricas respecto a las centrales, siendo por tanto el capitalismo periférico incapaz en sí mismo de generar un proceso de desarrollo. El representante prototípico de esta primera corriente es Gunder Frank (1967) y su tesis del "desarrollo del subdesarrollo"20. Para este autor, las peculiares relaciones de dominación que se establecían entre los países centrales y los periféricos (o, en sus propios términos, entre las "metrópolis" y sus "satélites"), condicionaban de manera considerable el desarrollo de las fuerzas productivas en las zo-nas más atrasadas del sistema mundial. De allí que, para esta perspecti-va, el desarrollo de América Latina estaba condicionado necesariamente a la realización de una revolución en contra de la burguesía doméstica y del imperialismo internacional, que fuera capaz de establecer una estra-tegia de desarrollo socialista apoyada en el aumento de la participación popular y la conquista de la independencia económica externa.

En segundo lugar, según Palma (1981), se ubica un grupo dentro de la escuela de la dependencia cuya característica unificadora era el análisis de lo que se llama "situaciones concretas de dependencia". Este enfoque rechazaba los intentos de construir una teoría general de la de-pendencia y buscaba comprender los procesos de lucha al interior de los países que mediaban entre la influencia externa y el desarrollo local.

Los representantes más importantes de esta segunda vertiente son Cardoso y Faletto (1969). En oposición a varias argumentaciones muy difundidas en esos años que destacaban el carácter progresista y nacional de las burguesías industriales de la región (portadoras de un proyecto de desarrollo) y la naturaleza democrática de las alianzas -(poli clasistas) impulsadas, estos autores señalaron que la situación de subdesarrollo en la que se encontraban las sociedades latinoamericanas se debía, en lo sustantivo, a la manera en que los sectores dominantes nacionales se habían insertado en la economía mundial o, en otros tér-minos, al tipo de alianzas que habían establecido con las burguesías de los países centrales (parafraseando a los autores, la forma en la que se constituyeron los grupos sociales internos que definieron las relacio-nes internacionales intrínsecas al subdesarrollo). Como destaca Fiori (1999), la tesis de estos autores tuvo una importante significación, tanto política como académica, porque defendía, contra el pesimismo domi-nante, que un desarrollo dependiente y asociado a las metrópolis no tendía, necesariamente, al estancamiento y que, por tanto, el desarrollo capitalista en la periferia, si bien involucraba pesadas contradicciones sociales, era perfectamente viable bajo ciertas alianzas sociales.

Finalmente, la tercera corriente está representada por el trabajo de economistas como Sunkel y Paz (1980) y Furtado (1966), quienes buscaron reformular el análisis original de la CEPAL y enfatizar los obstáculos para el desarrollo nacional que surgían de las condiciones externas a las que estaban sujetas las economías periféricas. Al igual que en la segunda vertiente presentada, en esta última corriente no se encuentran generalizaciones que pongan en duda las capacidades de-sarrollistas del capitalismo, ni se busca realizar una teoría general del subdesarrollo. En cambio, los autores mencionados se proponían ac-tualizar, sobre la base del desenvolvimiento reciente de las economías latinoamericanas y las nuevas teorías de la época, las propuestas de desarrollo elaboradas inicialmente en la CEPAL.

La sinuosa trayectoria de las economías latinoamericanas duran-te los años cincuenta exigía una evaluación seria del pensamiento y las prescripciones cepalinas. Esta trayectoria se caracterizó (en particular, durante su segunda mitad) por los siguientes hechos: considerable ines-tabilidad macroeconómica; importantes tasas de inflación; desarrollo industrial (sobre todo en sectores elaboradores de bienes de consumo no durables); persistencia -incluso acrecentamiento- de la restricción externa (a pesar de los esfuerzos realizados en términos de sustitución de importaciones); y fuerte concentración del ingreso y deterioro signi-ficativo en el nivel de vida de la población (en particular, de los sectores de menores ingresos).

En ese contexto histórico, y bajo la influencia de los nuevos desarrollos teóricos enmarcados en la escuela de la dependencia, la CEPAL redefinió parte de los diagnósticos y propuestas que había ela-borado en los años anteriores, aunque mantuvo el mismo principio rector: contribuir al desarrollo de las sociedades latinoamericanas. En el plano académico, la mayoría de los analistas vinculados a la CEPAL en este período muestran un notable "pesimismo estructural" en sus trabajos (Lustig, 2000), asociado a un temprano reconocimiento de las limitaciones del modelo sustitutivo y a que el subdesarrollo había dado muestras de ser un proceso que se perpetuaba a pesar del (inestable) crecimiento económico.

Para algunos autores, como Furtado (1966), la acumulación de capital durante la etapa "difícil" de la sustitución de importaciones ge-neraba condiciones para el surgimiento de tendencias al estancamien-to. Durante el decenio de los sesenta, a partir de las políticas aplicadas por los gobiernos desarrollistas de la época, muchos países de la región habían avanzado en el proceso de sustitución de importaciones hacia los sectores productores de bienes intermedios y de consumo durable (lo que se conoció como la sustitución "pesada" o "difícil" de importa-ciones). Según este autor:

El modelo de crecimiento generaba una alta concentración del ingre-so que, a su vez, se traducía en una estructura de la demanda dirigi-da hacia bienes de consumo duradero, sobre todo, y que propiciaba la orientación de la estructura productiva hacia sectores con mayor densidad de capital […] y mayores requerimientos de importaciones dificultando de esta manera la posibilidad de sostener una cierta tasa de crecimiento (Lustig, 2000: 92).

Otros autores, como Pinto (1970), Sunkel y Paz (1980) y Vuskovic (1974), también partían del reconocimiento de que la estructura productiva que se había configurado en la mayoría de los países de América Latina (en especial, en los de mayores dimensiones) se orientó de manera crecien-te hacia ramas de producción caracterizadas por elevados coeficientes de capital y de requerimiento de importaciones, lo cual había traído aparejado impactos negativos tanto sobre las cuentas externas de las economías de la región como sobre la distribución del ingreso. Pinto partió de la verificación de que en las sociedades de la región el progre-so científico y tecnológico tendía a concentrarse -regresivamente- no sólo en la distribución del ingreso entre las clases, sino también entre estratos y regiones dentro de un mismo país, de lo cual concluía que el proceso de crecimiento en América Latina tendía a reproducir en forma renovada la vieja heterogeneidad estructural imperante en el período agro-exportador. En el planteo de Sunkel, el problema del subdesarro-llo de América Latina estaba fundamentalmente asociado al hecho de que mientras en los países centrales la mayoría de los trabajadores se encontraba integrada al "mundo moderno", en los periféricos tal situa-ción sólo se manifestaba en una reducida proporción de la población.

Finalmente, para autores como Serra y Tavares (1974), el freno al proceso de acumulación de capital se derivaba de la existencia de pro-blemas de realización y subconsumo de los productos manufacturados en los nuevos sectores dinámicos (en buena medida, elaboradores de bienes de consumo durable). Ello se derivaba del tipo de distribución del ingreso prevaleciente y, consecuentemente, del reducido tamaño del mercado de consumo, lo cual conllevaba una saturación de la demanda de estos bienes y requería para superarse una mayor concentración de la riqueza en los estratos superiores.

Para estos autores, entonces, el sector de bienes de consumo durade-ros era el sector líder de la economía y, por tanto, la concentración del ingreso era necesaria para garantizarles un mercado de tamaño adecuado; mientras que para los "redistribucioncitas" el sector de bienes de consumo duradero era, justamente, el que no debía expan-dirse, por ser el que tenía los mayores requerimientos de importa-ciones y las relaciones capital/trabajo más altas. En ambas concep-ciones, no obstante, el crecimiento basado en la expansión del sector "moderno" o de bienes de consumo duradero suponía continuar con el carácter subdesarrollado del patrón de crecimiento; es decir, con la marginación de vastos sectores de la población y la dependencia del exterior (Lustig, 2000: 93).

Si bien, como se ha expuesto, pueden distinguirse varias corrientes den-tro del pensamiento de raíz cepalina de la época -en particular respecto al peso asignado a distintos factores en la explicación del estancamien-to económico-, el resultado común de estos análisis se expresó en un nuevo conjunto de recomendaciones para los países latinoamericanos. Con la finalidad de eludir la "insuficiencia dinámica" de las economías de la región se consideraba indispensable, entre otras cosas, realizar una mayor y mejor planificación estatal del desarrollo, profundizar el proceso de industrialización (avanzando hacia los "casilleros vacíos" de la matriz insumo-producto), promover las exportaciones industria-les, redistribuir el ingreso de manera progresiva y concretar la reforma agraria (Prebisch, 1963).

También son oriundos de esta fértil época los aportes del sociólo-go Medina Echavarría quien, desde el propio ámbito de la CEPAL, des-tacó la necesidad de incorporar a las teorías del desarrollo económico variables de índole sociológica y politológica, de forma tal de acceder a una suerte de ciencia social única del desarrollo latinoamericano. Me-dina Echavarría (1963: 14) señaló:

Lo elegante científicamente sería una teoría única. Pero si esta fal-ta, se espera al menos del sociólogo que sea capaz de elaborar una concepción sociológica del desarrollo, es decir, una teoría desde la perspectiva de la estructura social en su conjunto. Y así como el eco-nomista ofrece, o puede ofrecer, modelos de desarrollo que son por lo menos una pauta clara en las tareas de la práctica, se ha pedido al sociólogo que ofrezca igualmente modelos de los procesos estructu-rales que acompañan o preceden al proceso económico mismo.

Sobre esta base, y considerando la dualidad estructural característica de la región, Medina Echavarría indaga, desde una perspectiva históri-co-social, las posibilidades y limitaciones que se presentan en América Latina para que el crecimiento económico se dé pari passu crecientes grados de inclusión social, mayores niveles de participación democrá-tica de parte de la población y creciente progreso cultural de los in-dividuos. En ese marco, no resulta casual que una de las principales conclusiones a las que arriba el autor -y uno de los mayores énfasis que coloca- en esta obra es que la "planificación económica" debe ir necesa-riamente de la mano de la "planificación social y política".

En síntesis, en el nivel latinoamericano, la década del sesenta es-tuvo signada por el surgimiento de importantes cuerpos teóricos vincu-lados con la problemática del (subdesarrollo de los países de la región, que involucraron aspectos tanto económicos como sociológicos. Asi-mismo, de la lectura de los principales estudios realizados en el período se desprende un marcado pesimismo en relación con los impactos del funcionamiento de las economías de la región y, derivado de ello, un creciente reconocimiento de las limitaciones estructurales subyacentes al tipo de industrialización -y el consecuente estilo de desarrollo- pro-movido. De allí que no resulte casual que en el plano propositivo se enfatizara, entre otras cuestiones, la centralidad de garantizar una más progresiva distribución del ingreso, la necesidad de empezar a fomen-tar exportaciones no tradicionales (lo cual permitiría no sólo aumentar la oferta de divisas, sino también restarle centralidad estructural a los grandes terratenientes) y, en suma, la importancia de ampliar el con-cepto de desarrollo de forma tal que abarcara también cuestiones de índole social y política (a esta altura, ya era evidente que el crecimiento económico de las economías latinoamericanas no garantizaba per se la salida de la situación de subdesarrollo -económico, político y social- en la que se encontraban).

6.19 – Algunas conclusiones de la trayectoria del pensamiento latinoamericano

La revisión de la trayectoria seguida por el pensamiento latinoamerica-no sobre el desarrollo del subdesarrollo entre inicios de la década del cincuenta y mediados de la del setenta -ilustrado particularmente a tra-vés de la evolución del pensamiento de la CEPAL-, permite identificar algunos elementos teóricos y metodológicos comunes.

En primer lugar, el pensamiento latinoamericano de este período se destacó por ser crítico y cuestionador de las corrientes dominantes en ciencias sociales. Las versiones latinoamericanas de la sociología del desarrollo y de la economía del desarrollo, fundadas en el estructura-lismo, la sociología crítica y la teoría de la dependencia, fueron expre-siones de la capacidad de los científicos de la región de tomar las ideas dominantes en el debate internacional y ponerlas "patas para arriba", desnudando sus falacias y sus limitaciones. América Latina cuestionó el saber convencional, descubrió los dogmas establecidos y los trans-formó reinventándolos. Esta fue, sin duda, la potencia del pensamiento latinoamericano del período.

A la vez, esta cualidad marcó una cierta limitación del pensa-miento de la región: su tendencia a adoptar mayormente la agenda de investigación internacional y a discutir las temáticas en boga. Con mayor o menor grado, el pensamiento latinoamericano estableció en esta etapa su agenda de investigación en función de la agenda predo-minante en los países centrales, experimentando dificultades para ges-tar y sostener sus propias prioridades de investigación y, en todo caso, agregando sus propias problemáticas y perspectivas a una agenda de investigación heredada. Se trataba, entonces, de un pensamiento ori-ginal que, en algunos aspectos, se desarrollaba por oposición -o como reacción- frente al pensamiento dominante, aportando elementos crí-ticos y novedosos, pero alrededor de una agenda de investigación que, en algunos casos, incluía elementos extemporáneos a la realidad lati-noamericana. Por lo tanto, si bien América Latina aportó una perspec-tiva original e innovadora, su agenda, problemáticas, preguntas y sus conceptos corrían el riesgo de quedar atrapados, sin quererlo, dentro de los márgenes establecidos por ese mismo saber dominante que se desnudaba genialmente.

Un elemento en particular muestra la continuidad existente entre el pensamiento latinoamericano y las corrientes sobre desarrollo hege-mónicas a nivel internacional en la etapa: la preeminencia de la ilusión del desarrollo. El pensamiento regional, al igual que el dominante en los países centrales y en los organismos internacionales, estuvo teñido de la ilusión de que el desarrollo es posible en el sistema capitalista -aun partiendo de situaciones de subdesarrollo- y que bastaría la imple-mentación de las políticas correctas en cada etapa para la consecución de tal objetivo. Esta ilusión, propia de los años dorados del capitalismo, era compartida por la mayoría de las disciplinas y corrientes en el cam-po del desarrollo, las que no disentían sobre la posibilidad misma del desarrollo -lo que se descontaba- sino sobre cuáles eran las estrategias y políticas más efectivas para alcanzarlo, así como sus causas últimas. Más aun, si bien el debate sobre las políticas de desarrollo era fogoso y extenso al interior de cada disciplina -analizándose numerosas alterna-tivas-, en cada momento histórico tendía a alcanzarse un consenso ma-yoritario sobre cuáles eran las políticas más adecuadas para promover el desarrollo en las sociedades subdesarrolladas, gestándose una suerte de receta general.

La continuidad entre las prioridades de investigación regionales e internacionales, así como respecto a la ilusión del desarrollo, estuvo atenuada, sin embargo, por otra característica central del pensamiento latinoamericano durante esta etapa: su estrecha vinculación con las problemáticas sociales, políticas y económicas a nivel regional. El pen-samiento latinoamericano de posguerra fue, predeciblemente, un fruto palpable de su época, resultado de su momento histórico. En este sen-tido, las décadas del cincuenta y sesenta fueron una etapa en la que el Estado ocupó un lugar central en el proceso de crecimiento económico y de industrialización en América Latina, liderando el desarrollo a nivel nacional a través de su intervención en múltiples esferas (la inversión pública en los sectores de infraestructura, la conducción del proceso de industrialización, el accionar directo en el comercio exterior, la regula-ción del sector financiero, etcétera).

La agenda de investigación de la economía del desarrollo latinoa-mericana tomó -y, a la vez, en ciertos casos, modificó- estas problemá-ticas, en una relación íntima entre el análisis teórico y las políticas eco-nómicas, las que se moldearon mutuamente a lo largo de esta etapa. La realidad social también tuvo una influencia inmediata en las problemáti-cas abordadas por las ciencias sociales en la región, reflejada fundamen-talmente en la agenda de investigación de la sociología del desarrollo. A medida que se hizo evidente que el crecimiento económico no sólo no garantizaba, sino que por momentos colisionaba con el bienestar social, el pensamiento sobre el desarrollo comenzó a incorporar este aspecto en sus estudios empíricos y teóricos, reflejando en sus preocupaciones científicas las inquietudes sociales de la época. La alta movilización, sin-dicalización y organización social a lo largo de la región -que incluyó vertientes tan distintas como, a título ilustrativo, los movimientos de campesinos, las guerrillas revolucionarias, los estudiantes organizados y las juventudes de los partidos políticos– también tuvieron influencia directa en las ciencias sociales, imprimiéndoles a los escritos de la época un carácter combativo, contestatario y cuestionador.

Esta última característica favoreció la aparición de otro ele-mento distintivo del pensamiento latinoamericano sobre desarrollo, en particular respecto al pensamiento dominante a nivel internacio-nal: la pronta identificación y la clara conciencia sobre las dificultades estructurales y las limitaciones objetivas con que contaban los países latinoamericanos para iniciar un proceso sostenido de desarrollo, lo que los hacía marcadamente distintos a los países centrales. En cla-ra diferenciación con aquellas conceptualizaciones y recomendaciones extremadamente simples, como las que proponían algunas teorías he-gemónicas -típicamente, la teoría de la modernización- en las que el desarrollo del subdesarrollo se presentaba como un proceso armónico, lineal y garantizado (casi idéntico al de los países centrales), el pensa-miento de la región ofreció un mayor nivel de complejidad en sus aná-lisis, identificando la especificidad de los países subdesarrollados y la necesidad de partir de un diagnóstico menos romántico y más racional sobre sus posibilidades reales de crecimiento. Gracias a esta mirada, la ilusión del desarrollo propia del campo se atemperó con una visión realista y crítica respecto a las condiciones estructurales e históricas de la región, dando como fruto un marco analítico que si bien postulaba la posibilidad del desarrollo, no dejaba de identificar las difíciles barre-ras que este proceso debía sortear. Esta mayor crudeza implicó que, en ocasiones, se catalogara a los científicos latinoamericanos de sufrir una suerte de "pesimismo estructural". Sin embargo, más que dar cuenta de un pesimismo caprichoso, esta perspectiva era resultado de una visión aguda y compleja acerca de las posibilidades -y las dificultades existen-tes- para que la región ingresara en un sendero de desarrollo, fruto del análisis racional y científico propio de quienes habían nacido, se habían formado y vivían en América Latina.

Otra característica del pensamiento latinoamericano de la época fue la participación activa y directa de científicos y académicos en la elaboración e implementación de los planes de desarrollo y crecimiento nacionales y regionales. Datan de esta etapa la fundación de las prime-ras agencias nacionales de planificación, la elaboración de sofisticadas estrategias de crecimiento económico y la compilación de manera sis-temática de voluminosas estadísticas nacionales, responsabilidades que asumieron mayoritariamente los técnicos, y también los académicos, de la región. En particular, la CEPAL ocupó un lugar privilegiado como asesora de políticas públicas, especialmente en el campo de la econo-mía. Se identifica, entonces, no sólo una influencia mutua entre ciencia y realidad, sino, más aún, una intervención directa del conocimiento técnico en la búsqueda del desarrollo nacional y regional, diseñando, legitimando y justificando las políticas implementadas.

Por último, un aspecto propio del pensamiento latinoamericano de la época fue la temprana aparición de la interdisciplinariedad en las ciencias sociales, en particular en la reflexión sobre el desarrollo del subdesarrollo. En el ámbito regional, este campo se caracterizó por la permanente discusión académica entre economistas, sociólogos y politólogos sobre cuáles eran las políticas necesarias para favorecer el desarrollo de las sociedades latinoamericanas, así como los factores y conceptos más apropiados para dar cuenta del atraso de estas socieda-des. Si bien primó la discusión al interior de cada una de las disciplinas, la búsqueda de respuestas conjuntas e interdisciplinarias no tardó en llegar, identificándose debates y trabajos que atravesaban los escuetos márgenes de las ramas particulares tanto en la trayectoria de la CEPAL como en las universidades y centros de estudios de Latinoamérica. En particular, la crítica a la vertiente ricardiana de la economía del desa-rrollo proveniente desde la sociología, así como desde algunas corrien-tes de la escuela del desarrollo, favoreció la integración entre las áreas de conocimiento.

En síntesis, el pensamiento latinoamericano de la época en el campo del desarrollo del subdesarrollo fue crítico e innovador, aun-que estuvo influenciado por la agenda internacional; argumentó que el desarrollo era posible, aunque era consciente de las dificultades es-tructurales que lo trababan; fue un fiel reflejo de su época; involucró la participación directa de científicos y académicos en el diseño y la implementación de políticas públicas; y se caracterizó por su tempra-na interdisciplinariedad dentro de las ciencias sociales. Desde ya, estas características fueron generales y no son aplicables a la totalidad del pensamiento latinoamericano del período, aunque sí a su mayor parte (siendo la CEPAL un muy claro exponente de lo manifestado). De he-cho, como se mencionó, es posible identificar algunas vertientes con cualidades bien distintas a las expuestas, que si bien eran minoritarias en esta etapa, expresaron tempranamente algunas de las características que tomaron las ciencias sociales a partir de mediados de los años se-tenta, y devendrían hegemónicas durante el decenio de los noventa.

6.20 – Agonía y "travestismo" del campo del desarrollo del subdesarrollo

A la primera etapa de nacimiento y apogeo del campo del desarrollo del subdesarrollo le siguió otra que se caracterizó por la agonía de esta discusión y la gestación de una nueva, donde el propio concepto de de-sarrollo renació "travestido". El "travestismo" del concepto refiere a la transformación del mismo de manera tal que aparece como lo que en realidad no es. Así, lo que apareció como una "nueva" discusión sobre el desarrollo en las últimas décadas del siglo XX, resulta ser en reali-dad la ausencia de este debate y su reemplazo por una nueva perspec-tiva hegemónica sustentada teóricamente en la economía neoclásica. En este marco, si bien el término desarrollo mantuvo presencia en las ciencias sociales, el contenido del anterior debate sobre el desarrollo de las sociedades subdesarrolladas fue gradualmente fragmentado y even-tualmente reemplazado por uno nuevo referido al crecimiento de las economías emergentes.

A continuación se sintetiza el proceso de transformación del campo de estudio del desarrollo del subdesarrollo entre mediados de la década del setenta y fines de la del noventa. Se argumenta que este proceso de agonía y "travestismo" del campo se realizó a través de dos grandes "oleadas" de cambio en el debate internacional, las cuales tu-vieron su correlato en América Latina, ligadas a dos decisivos procesos de avance del capital sobre el trabajo en la región.

La primera oleada, ubicada cronológicamente entre mediados de los setenta y mediados de los ochenta, estuvo caracterizada por la crítica voraz del pensamiento sobre el desarrollo del subdesarrollo a nivel internacional -proceso que en este ensayo se denomina "contra-rrevolución neoconservadora"- y por su subsiguiente penetración en América Latina. Esta penetración a nivel regional fue posibilitada por la irrupción, entre los años sesenta y setenta, de dictaduras militares en varios países de la región. Esta oleada está asociada fundamentalmente a la agonía del campo de estudio aquí abordado, y a su incipiente reapa-rición en forma "travestida". La segunda oleada se inició hacia fines de la década del ochenta, en paralelo a la consolidación del neoliberalismo como "pensamiento único" en el plano internacional y, más aún, en el nivel regional. Consumada la agonía, esta segunda oleada se caracte-rizó por la fragmentación del campo del desarrollo del subdesarrollo y la reaparición de la problemática allí abordada en forma "travestida" en otros conceptos de las ciencias sociales, especialmente de la economía.

Seguidamente se expondrán las características fundamentales de estas oleadas que, de manera sucesiva, fueron transformando el campo del desarrollo del subdesarrollo y el pensamiento de la CEPAL. Poste-riormente, se presentan algunas conclusiones de la trayectoria expues-ta, identificando rupturas y continuidades entre el pensamiento lati-noamericano de este período y el de la etapa de gestación y auge del campo del desarrollo.

6.21 – La agonía en el debate internacional: la primera oleada

En el transcurso de la edad de oro del capitalismo se fue gestando en el nivel teórico una contrarrevolución, de carácter neoclásico en lo econó-mico y neoconservador en lo sociopolítico, contra el campo del desarrollo en general, y la economía del desarrollo en particular, que se proclamaría victoriosa hacia mediados de la década del ochenta31. Esta contrarrevo-lución representó la primera oleada contra el campo del desarrollo y fue la antesala necesaria para la consolidación del neoliberalismo.

La crisis, a inicios de la década del setenta, en que ingresó el hasta aquel momento vigoroso proceso de desarrollo económico de posguerra se identifica aquí como el sustento material necesario para esta contrarrevolución, y la posterior consolidación del neoliberalismo como ideología hegemónica. Las principales manifestaciones de esta crisis incluyeron la reducción de la tasa de ganancia, la aparición de la estanflación y la disminución en el ritmo de acumulación de capital en la mayoría de los países capitalistas avanzados32. Los autores afectos al pensamiento neoliberal identificaron esta crisis como consecuencia del supuestamente excesivo poder de los sindicatos en los países centrales, lo que se manifestaba en sus constantes demandas sobre el Estado -en particular, en materia de reivindicaciones salariales- y, por tanto, era el principal factor explicativo de la caída en la tasa de ganancia. Sobre ese diagnóstico, la "solución" propuesta era sumamente sencilla: reducir el poder sindical y, por esa vía, sentar las bases para una recuperación de los beneficios capitalistas y su sostenimiento en el largo plazo.

Las notables transformaciones económicas los setenta fueron pronto acompañadas de significativas transformaciones de color político. A fines de esta década, con la asunción de Thatcher en Inglaterra en 1979, en gran parte de los países centrales comenzaron a ganar notable influencia las ideas neoliberales en el diseño de las políticas públicas. El gobierno inglés fue el primero de dichos países en abrazar abiertamente el neoliberalismo, pero no fue el único: en los años siguientes se sumaron EE.UU., Alemania y prácticamente todos los países europeos. Unos años después, varios países europeos con gobiernos socialdemócratas (como España y Francia) tam-bién adhirieron a los postulados básicos del pensamiento neoliberal.

El análisis de las significativas transformaciones mundiales iniciadas a mediados de la década del setenta, así como su correlato en términos ideológicos, queda fuera de los márgenes de este trabajo.

Como destaca Anderson (1995: 2-3), según la caracterización neoliberal "los sindicatos han minado las bases de la acumulación de la inversión privada con sus reivindicaciones salariales y sus presiones orientadas a que el Estado aumente sin cesar los gastos sociales parasitarios. Estas presiones han recortado los márgenes de ganancia de las empresas y han desencadenado procesos inflacionarios (alza de precios), lo que no puede más que terminar en una crisis generalizada de las economías de mercado. Desde entonces, el re-medio es claro: mantener un Estado fuerte, capaz de romper la fuerza de los sindicatos y de controlar estrictamente la evolución de la masa monetaria (política monetarista). Este Estado debe ser frugal en el dominio de los gastos sociales y abstenerse de intervencio-nes económicas. La estabilidad monetaria debe constituir el objetivo supremo de todos los gobiernos. Para este fin, es necesaria una disciplina presupuestaria, acompañada de una restricción de los gastos sociales y la restauración de una llamada tasa natural de desempleo, es decir, de la creación de un ejército de reserva de asalariados -batallones de desempleados- que permita debilitar a los sindicatos. Por otra parte, deben introducirse reformas fiscales a fin de estimular a los `agentes económicos´ a ahorrar e invertir […] De esta manera, una nueva y saludable inequidad reaparecerá y dinamizará las economías de los países desarrollados enfermos de estanflación, patología resultante de la herencia combinada de las políticas inspiradas por Keynes y Beveridge, basadas en la intervención estatal anti cíclica (dirigida a amortiguar las recesiones) y la redistribución social, pues el conjunto de estas medidas ha desfigurado de manera desastrosa el curso normal de la acumulación de capital y del libre funcionamiento de los mercados".

"[El inglés] fue el primer gobierno de un país capitalista avanzado que se comprometió públicamente a poner en práctica el programa neoliberal. Un año más tarde, en 1980, Ro-nald Reagan fue elegido a la presidencia de EE.UU. En 1982, Helmut Kohl y la coalición.

Esta primera oleada tuvo su correlato en el plano académico a través de las voraces críticas que la economía neoclásica disparó contra la economía del desarrollo, inaugurando la etapa de agonía. La recupe-ración de la teoría neoclásica, y su reconfiguración en la denominada síntesis neoclásico-keynesiana35 durante las décadas del cincuenta y del sesenta, aportó los elementos teóricos para desarrollar esta crítica, y dio a la misma un nuevo impulso para avanzar sobre la economía del desarrollo. Específicamente, la contrarrevolución neoclásica cuestionó las consecuencias sociales y económicas que -desde su perspectiva- ha-bía tenido la aplicación de políticas públicas inspiradas en la economía del desarrollo. Estas críticas afectaron tanto a la vertiente ricardiana de la economía del desarrollo como a la rama estructuralista más cercana a la CEPAL y a la escuela de la dependencia. Las otras corrientes dentro de la escuela de la dependencia, incluida la más radical representada por Gunder Frank, también experimentaron una suerte de agonía terminal en este período, fruto de las críticas recibidas de uno y otro lado -es decir, desde la economía ortodoxa y desde algunas escuelas neo marxistas, que cuestionaron sus supuestos teóricos fundamentales. Por tanto, el campo del desarrollo del subdesarrollo fue progresivamente ganado por el pensamiento neoclásico, en medio del fuerte tinte conservador de los nuevos gobiernos nacionales en las principales potencias del mun-do. Haggard (1990) identifica tres ramas iniciales de la crítica.

En primer lugar, los economistas neoclásicos cuestionaron la proposición de que el comercio internacional impedía el desarrollo, mostrando que los precios de los productos primarios no tendían a caer (como había argumentado Prebisch) y que, de hecho, la apertura al mercado internacional funcionaba como un estímulo a la adaptación tecnológica, el aprendizaje y el dinamismo industrial. Nuevas teorías del comercio y la inversión internacional señalaron las ventajas de la inversión extranjera directa para favorecer el desarrollo estableciendo las bases para la nueva ortodoxia que se instalaría de manera definitiva en los años noventa.

Una segunda crítica se orientó hacia los altos costos y cuellos de botella externos identificados en la política de sustitución de importa-ciones, cuestionando su sesgo anti-exportador y sus ineficiencias pro-ductivas. A esta crítica se sumó también el señalamiento de la tenden-cia de las políticas sustitutivas a generar comportamientos rentísticos (rent-seeking) por parte de los agentes locales.

Una tercera línea de ataque se basó en la comparación entre el exitoso desempeño de las economías del Sudeste Asiático en términos de desarrollo e industrialización y el pobre desempeño de aquellas eco-nomías como India y varios países de América Latina, donde se identifi-caba que habían sido aplicadas más estrictamente las recomendaciones de la economía del desarrollo.

Con escasa fundamentación empírica, aunque muy -y cada vez más- sofisticada en materia de modelización matemática, los académi-cos de la contrarrevolución diagnosticaron que las razones que expli-caban el subdesarrollo eran básicamente las siguientes: la sobre extensión del sector público, el énfasis excesivo en la formación de capital y la proliferación de controles económicos distorsivos en los países en desarrollo (Toye, 1993). Estas políticas eran identificadas como las res-ponsables de que los beneficios de los mercados y los incentivos no rindieran sus frutos en los países menos desarrollados. Concretamente, en una interpretación estrecha de los postulados del liberalismo eco-nómico clásico, se responsabilizaba a la intervención del Estado en la economía de distorsionar los precios relativos y, por tanto, de impe-dir la asignación eficiente del capital, el cual tendía a ser dilapidado. El sustento de esta contrarrevolución fue un conjunto de estudios so-bre el sector público de numerosos países en desarrollo que aportaba evidencia sobre el "ineficiente" uso de recursos del mismo, resaltando en particular el dispendio y el supuestamente excesivo tamaño de las empresas públicas. Se aportaron también estudios de desempeño del sector industrial protegido con el fin de señalar el bajo rendimiento de este tipo de inversiones.

Bauer (1971) fue uno de los principales voceros de la contra-rrevolución durante esta primera oleada. Sostuvo que la economía del desarrollo no sólo era irrelevante y estaba profundamente equivocada sino que además era intelectualmente corrupta (Toye, 1993). Su crítica fue considerada devastadora, recibió amplia cobertura en los medios de comunicación más influyentes del mundo e inauguró una sucesión de publicaciones motivadas por el objetivo de desterrar definitivamente la economía del desarrollo del campo científico y político. Lal se sumó rápidamente a la crítica: "es probable que la caída de la economía del desarrollo favorezca la salud tanto de la economía como de la economía de los países en desarrollo" (1983: 109, traducción propia). Este autor concentró sus cuestionamientos en lo que llamó el dogma dirigista de la economía del desarrollo, que caracterizó con los siguientes cuatro enun-ciados: la creencia de que el mecanismo de precios de la economía de mercado debe ser suplantado por varias formas de intervención pública directa para promover el desarrollo; la subestimación de la asignación microeconómica en favor de las estrategias macroeconómicas; la con-vicción de que el argumento clásico en favor del libre comercio no es vá-lido para los países en desarrollo, lo que lleva a imponer restricciones al comercio; y la visión de que para aliviar la pobreza y mejorar la distribu-ción del ingreso es necesaria la intervención del Estado en la regulación y control de los precios de la economía (entre ellos el salario).

Hacia mediados de la década del ochenta, la contrarrevolución había triunfado. El Banco Mundial proclamó explícitamente su adhe-sión al pensamiento de la contrarrevolución en 1985 cuando tituló un artículo en su publicación Research News con la siguiente frase: "Nue-vas prioridades de investigación. El mundo ha cambiado, el Banco tam-bién" (citado en Toye, 1993: 68, traducción propia). Las nuevas ideas de la contrarrevolución fueron sintetizadas en algunos pocos puntos fundamentales bajo el rótulo de "nueva visión del crecimiento". A partir de allí, y hasta el final del siglo XX, la economía neoclásica se instaló como el marco teórico referencial en la caracterización y prescripción del sendero de crecimiento adecuado para los países más pobres. Este avance trajo aparejada la gradual extinción de la economía del desarro-llo tal como había sido configurada en la posguerra y su virtual reem-plazo por la teoría del crecimiento económico.

La nueva visión del crecimiento identificaba que el subdesarro-llo era fruto de la implementación de políticas erradas por parte de los gobiernos de los países más atrasados y que, por lo tanto, bastaba con corregir aquellas políticas para que estas economías ingresaran en un sendero de crecimiento -ya no de desarrollo- sostenido. Sin duda, en esto residía el gran aporte de la corriente contrarrevolucionaria: en haber logrado que triunfara su diagnóstico acerca de la naturaleza -los porqué- de la crisis y, sobre esa base, en fijar la "agenda" de los gobier-nos (en especial, los de los países subdesarrollados) a partir de la defini-ción de las únicas vías posibles para la resolución de la misma.

Así, si la crisis se debía a una excesiva captura del Estado por parte de los agentes económicos (en particular, de los trabajadores) y, derivado de ello, a un excesivo -y, a juicio de la caracterización neoli-beral, innecesario y distorsionante- intervencionismo estatal que había minado las bases de la acumulación capitalista, era obvio que la solu-ción pasaba necesariamente por la aplicación de políticas que atacaran en forma simultánea todos esos males, a saber: reducción del gasto pú-blico, estricto control sobre el nivel de la oferta monetaria, elevación de la tasa de interés, consolidación de una regresiva estructura impo-sitiva, redistribución regresiva del ingreso, sanción de una legislación laboral de neto corte anti-sindical, privatizaciones, desregulación de una amplia gama de actividades y apertura financiera y comercial. Este decálogo, opuesto a las prescripciones de política pública prototípicas de las décadas previas, da cuenta de la agonía mortal del campo del desarrollo del subdesarrollo. Su versión "travestida" -la nueva visión del crecimiento- incubaba el germen de su reemplazante, consolidado definitivamente en la década del noventa.

6.22 – La agonía en América Latina: la primera oleada

La contrarrevolución neoconservadora de la primera oleada no tardó en ingresar en América Latina de la mano de los distintos gobiernos militares que usurparon el poder en la región a partir de la década del setenta, así como del profundo retroceso económico que se experimen-tó en esta etapa -fundamentalmente, en la década del ochenta. Su prin-cipal aporte fue introducir en el subcontinente la crítica neoclásica a la economía del desarrollo, cuestionando particularmente al estructura-lismo latinoamericano y la escuela de la dependencia.

Las dictaduras militares de la época coincidieron en sus objeti-vos estratégicos -básicamente, el disciplinamiento de la clase obrera-, pero no necesariamente en las trayectorias económicas experimentadas durante sus gestiones, fruto de las especificidades particulares de cada economía nacional39. Más allá de las diferencias nacionales, la abun-dancia de capitales disponibles en los mercados internacionales que ca-racterizó esta etapa derivó en un significativo crecimiento de la deuda externa de la región (sobre todo, en Argentina, México y Chile). En este marco, a comienzos de los años ochenta se desencadenó en América Latina una profunda crisis derivada, en lo sustantivo, de la imposibili-dad de sostener el excesivo endeudamiento externo en la mayoría de los países de la región (en particular, los más grandes), que se vio amplifi-cada por la importante suba en la tasa de interés en el mercado interna-cional y por el deterioro en los términos de intercambio de buena parte de los productos exportados desde la región.

Esta crisis fue el punto de partida de la década del ochenta, carac-terizada por el estancamiento económico (si bien se registró un leve incre-mento del producto bruto, el ingreso per cápita de la región se contrajo de manera significativa); muy elevados índices de inflación (con varios episo-dios hiperinflacionarios en Argentina, Bolivia, Perú, Venezuela, etc.); y la profundización de los desequilibrios del sector externo (asociado mucho más a cuestiones financieras -el peso de los servicios de la deuda exter-na- que comerciales -dado que, como resultado del cuadro recesivo impe-rante, se registraron superávits comerciales derivados del aumento de las exportaciones y, fundamentalmente, de la caída de las importaciones).

En este contexto histórico se produjo una notable redefinición en la orientación de las investigaciones de la CEPAL, así como en las pro-puestas de política resultantes de las mismas. Al igual que en el nivel in-ternacional, la problemática del desarrollo y el enfoque estructural de lar-go plazo se vieron gradualmente desplazados. Sin embargo, si bien la pe-netración de la primera oleada fue suficiente para borrar la mayor parte del pensamiento sobre desarrollo heredado de la etapa previa, no alcanzó para reemplazarlo por la nueva ortodoxia mundial, la "nueva visión del crecimiento". Esta ortodoxia de tinte neoclásico, surgida sobre la base del diagnóstico de la contrarrevolución, no ganó en esta primera oleada el mismo nivel de preeminencia regional que sí obtuvo en el debate mundial y los organismos internacionales. En lugar de la adopción inmediata de la nueva ortodoxia, la CEPAL desarrolló un nuevo enfoque macroeconó-mico, netamente de corto plazo, que reemplazó la cuestionada economía del desarrollo y, en particular, la escuela de la dependencia de raigambre estructuralista. Desde esta nueva perspectiva, calificada como neo estructuralista, la institución buscó dar respuesta a los dos grandes -y acucian-tes- problemas de la época: la inflación y la brecha externa.

De tales estudios surgieron las bases de sustento de buena parte de los planes de "ajuste heterodoxo" que se aplicaron en distintos países de la región en el transcurso de los ochenta. Estos planes, que intentaban minimizar los costos sociales del ajuste, incluían, entre las medidas más relevantes, una propuesta de renegociación de la deuda externa, un intento por eliminar la inercia inflacionaria a partir del congelamiento de precios y salarios, y el fomento a las exportaciones (en especial, las no tradicionales) y a la formación de capital en sectores productores de bienes transables.

Bianchi (2000: 50) destaca que esta propuesta cepalina de ajus-te tenía dos aspectos novedosos: el reconocimiento explícito y franco de que la superación de la crisis dependería principalmente de la cohe-rencia de las políticas internas; y el planteo de que era posible llevar a cabo procesos de ajuste y estabilización en un contexto de expansión de la actividad económica y no de su estancamiento o retroceso. Para al-canzar ese denominado ajuste expansivo, se recomendaba combinar las políticas restrictivas de demanda interna y la elevación del tipo de cam-bio real con estímulos temporales y selectivos en materia arancelaria, para-arancelaria, crediticia y de promoción de exportaciones, a fin de incrementar con rapidez la producción de bienes transables y disminuir al mismo tiempo la demanda de estos.

Si bien a la luz de la evidencia histórica los planes de "ajuste heterodoxo" inspirados en la concepción cepalina no fueron exitosos para resolver la mayoría de los problemas para los que habían sido diseñados e instrumentados (por el contrario, muchos de ellos, como la inflación o las "brechas" externa y fiscal deficitarias, se agudizaron en forma considerable), no puede dejar de destacarse la contribución que realizaron al pensamiento económico vernáculo.-

En suma, en esta etapa, la CEPAL abandonó casi por completo la cuestión del desarrollo como núcleo central de su reflexión y de sus pro-puestas y se focalizó fundamentalmente en la estabilización y el ajus-te de las economías latinoamericanas, priorizando una visión de corto plazo. La agonía estaba consumada, y el "travestismo" ya se encontra-ba en marcha. Este nuevo enfoque, si bien mantenía cierta distancia teórica con la nueva ortodoxia y contenía algunos elementos novedo-sos propios del remozado estructuralismo, se parecía peligrosamente a aquella, acercando a la CEPAL a la corriente dominante en las ciencias sociales: la economía neoclásica.

6.23 – El "travestismo" en el debate internacional: la segunda oleada

Entre fines de la década del ochenta y principios de la del noventa se terminó de afianzar la contrarrevolución neoconservadora tanto en el nivel internacional como, más aun, en el plano regional. A partir de aquel momento, especialmente durante la década del noventa, se asis-tió a la denominada segunda oleada contra el campo del desarrollo del subdesarrollo, que consistió en su sepultura definitiva para remplazarlo por su versión "travestida": la economía neoclásica y su teoría del crecimiento de las economías emergentes.

Esto sucedió en un contexto de consolidación en la estructura económica mundial de ciertos procesos que se habían iniciado a me-diados del decenio de los años setenta: la multiplicación de la activi-dad financiera internacional y la intensa expansión de las empresas transnacionales (asentada, ahora, sobre modalidades de implantación diferentes de las características de la "edad de oro"), la que acentuó la concentración y centralización del capital a escala global. En particular, la abundancia de capitales en las economías centrales generó un flujo de recursos especulativos sin precedentes hacia los países en desarrollo -especialmente los de mayor tamaño-, los que ofrecían altas tasas de rendimiento -y, en la mayoría de los casos, escasos controles y restric-ciones- a los capitales que cruzaban sus fronteras (con su correspon-diente contrapartida de alto nivel de riesgo). La incubación de estos atractivos mercados financieros, redescubiertos por el capital mundial a inicios de la década, explica el nuevo nombre atribuido en los noventa a los países en desarrollo: economías emergentes.

Como fuera mencionado, la crítica neoclásica a la economía del desarrollo sostenía que lo que trababa el desarrollo en los países subde-sarrollados era el retardo en profundizar las virtudes de la economía de mercado, por lo cual era contraproducente pretender promover el desa-rrollo a partir de la intervención y planificación estatal. Al igual que en los inicios de la economía del desarrollo, el énfasis de esta corriente de pensamiento no estuvo puesto en comprender cabalmente las razones de las crisis de crecimiento que sufrían los países del Tercer Mundo, sino en elaborar un conjunto de sugerencias de política a aplicar, con el objetivo enunciado de sobreponerse a la crisis y retomar la senda del crecimiento. El propio concepto de desarrollo estuvo ausente de la discusión, porque la idea imperante era lograr, a través de un conjun-to determinado de políticas, que las economías emergentes en primer lugar se estabilizaran (de allí los planes de estabilización) y, a partir de allí, crecieran, para luego derramar los beneficios de este crecimiento, casi automáticamente, a todos los estratos de la sociedad. El desarrollo se consideraba inherente al crecimiento económico.

Sobre la base de la justificación teórica aportada por la economía neoclásica, se elaboraron un conjunto de políticas públicas considera-das ineludibles para retomar la ansiada senda del crecimiento. Estas ideas fueron identificadas con el reaganomics y el thatcherismo en los países desarrollados y con el Consenso de Washington en lo referente a las políticas sugeridas para los países subdesarrollados. El término Consenso de Washington, en su versión original, fue propuesto por Williamson (1990) para referirse al denominador común en los conse-jos de política emanados de las instituciones multilaterales de crédito hacia los países subdesarrollados en general, y hacia los de América Latina en particular. Este autor explica que estas ideas podían enten-derse como un intento de sintetizar y sistematizar las políticas que, se-gún el consenso dominante en la teoría económica, podían respaldar el crecimiento económico. Los siguientes diez puntos resumen ese nuevo consenso: i) disciplina fiscal; ii) redireccionamiento del gasto público hacia sectores que ofrecieran, por un lado, altos retornos económicos y por el otro, el potencial de mejorar la distribución del ingreso (por ejemplo, salud primaria básica, educación primaria, infraestructura); iii) reforma fiscal (para bajar la tasa promedio de imposición y ampliar la base imponible); iv) liberalización de la tasa de interés; v) tipo de cambio competitivo; vi) liberalización comercial; vii) liberalización de los flujos de inversión extranjera directa; viii) privatización; ix) desre-gulación financiera (eliminando las barreras a la entrada y salida de capitales); y x) seguridad de los derechos de propiedad.

Este ideario resultó el libro de cabecera de las políticas recomen-dadas por las organizaciones multilaterales de crédito a los países en vías de desarrollo durante la década del noventa. En rigor, estas políti-cas excedían el estatus de meras recomendaciones, en la medida en que su cumplimiento constituía la condicionalidad fundamental para acce-der al crucial crédito externo. A pesar de tratarse de ideas provenientes de los países centrales contaron con un sólido y estratégico apoyo de las clases dominantes de los distintos países latinoamericanos, que veían -acertadamente, a la luz de lo que finalmente aconteció- que sus res-pectivos procesos de acumulación y reproducción del capital podrían ampliarse de modo considerable por la reestructuración del gasto pú-blico, la alteración de la estructura tributaria, la apertura comercial y financiera, la desregulación económica y la privatización de empresas estatales que se impulsaban.

Algunos críticos a esta visión han señalado que el objetivo de este recetario no consistía en lograr un crecimiento económico rápido y es-table en el largo plazo de estas economías sino en: garantizar el pago de la deuda externa a través, fundamentalmente, de la disciplina fiscal; am-pliar el campo de negocios a los grandes capitales y permitir la realiza-ción de inversiones con renta garantizada; asegurar la libre movilidad de estos capitales, para que pudieran realizar efectivamente ganancias de corto plazo; y permitir la libre entrada de productos de los países desa-rrollados en los mercados periféricos (y no necesariamente lo inverso).

Más allá del debate sobre los objetivos detrás de este conjunto de ideas, lo cierto es que más de una década de aplicación de las políticas recomendadas por el Consenso de Washington han producido efectos muy diferentes a los de un crecimiento rápido y exitoso en los países en desarrollo. La concentración del ingreso y la riqueza, el aumento de la pobreza y la exclusión social, el deterioro de las condiciones del mer-cado de empleo, la desindustrialización y extranjerización del aparato productivo son los rasgos más salientes de la situación en la mayoría de las economías que han aplicado estas políticas. El debate continúa. Mientras algunos sectores argumentan que este estado de cosas es con-secuencia de la aplicación de las recetas recomendadas, otros sostienen que se debe a su aplicación ineficiente, parcial e insuficiente.

6.24 – El "travestismo" en América latina: la segunda oleada

La penetración de la segunda oleada en América Latina fue mucho más generalizada y radicalizada -en cuanto a su intensidad y alcances- que la primera, la cual se había registrado a mediados del decenio de los setenta. Su condición de posibilidad en términos materiales fue el pro-fundo proceso de estancamiento económico y las muy elevadas tasas de inflación experimentadas en la generalidad de los países de la región en los ochenta (con el consiguiente impacto regresivo que ello conllevó en términos distributivos).

Al respecto, resulta interesante lo señalado por Anderson (1995). Para este autor, existe un equivalente funcional a una dictadura mili-tar para inducir democrática y no coercitivamente a una sociedad (en especial, a sus sectores populares) a aceptar las más drásticas políticas neoliberales: las situaciones de hiperinflación, como las registradas du-rante la década del ochenta en, Argentina y Bolivia, entre otros países.

Sería arriesgado concluir que en América Latina sólo los regímenes autoritarios pueden imponer políticas neoliberales. El caso de Bolivia, donde todos los gobiernos elegidos después de 1985 […] han aplicado el mismo programa, demuestra que la dictadura, como tal, no es necesaria, aun cuando los gobiernos "democráticos" hayan tenido que tomar me-didas anti populares de represión. La experiencia boliviana suministra una enseñanza: la hiperinflación, con el efecto pauperizador que coti-dianamente trae para la gran mayoría de la población, puede servir para hacer "aceptables" las brutales medidas de la política neoliberal, preser-vando formas democráticas no dictatoriales (Anderson, 1995: 9).

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