La crisis de los encomenderos se inició cuando la Corona planeó limitar sus privilegios a través de las Leyes Nuevas (1542). En ellas se prohibía el servicio personal y la condición hereditaria de las encomiendas. La rebelión no tardó en estallar. Ya antes se había desatado la violencia cuando las huestes pizarristas y almagristas se disputaron la posesión del Cuzco. Los partidarios de Almagro asesinaron a Pizarro en 1541 luego de que los hermanos Pizarro vencieron y ejecutaron a Diego de Almagro en la primera guerra civil. La rebelión de los encomenderos se desató con la llegada del primer virrey, Blasco Núñez Vela, en 1544. El caudillo fue Gonzalo Pizarro quien en la batalla de Iñaquito logró ejecutar al propio virrey. Ante el caos, la Corona envió al clérigo Pedro de La Gasca a pacificar el Perú. Gonzalo Pizarro se negó a capitular y fue vencido en Jaquijahuana (1548). Derrotados los encomenderos La Gasca, como presidente de la Audiencia de Lima, pudo dar comienzo a la organización del virreinato.
El rápido derrumbe del Tahuantinsuyo no puede explicarse por la superioridad de las armas de los españoles o porque la población andina se confundió inicialmente al ver a estos nuevos hombres como dioses. Los españoles pudieron aprovechar dos circunstancias claves. En primer lugar la crisis política derivada de la pugna por el poder entre las élites cuzqueña y quiteña: la guerra entre Huáscar y Atahualpa. En segundo lugar, los invasores contaron con el apoyo de numerosos grupos étnicos que no aceptaban el dominio incaico; el "colaboracionismo" de amplios sectores de la población (huancas y chancas) contribuyó notablemente en el "éxito" de las huestes españolas.
Todos estos acontecimientos fueron narrados por los cronistas. Luego de darnos unas versiones deficientes o confusas, terminaron esbozando una imagen distorsionada del Tahuantinsuyo al tratar de comprenderlo bajo sus categorías mentales. Casi todos justificaron la conquista y los actos que siguieron afirmando que Atahualpa era ilegítimo y tirano, dando la imagen de una guerra justa. Luego los cronistas extendieron la ilegitimidad a todos los incas, que resultaron tiranos y usurpadores, una versión que llegó hasta el siglo XVII con la obra del cronista indio Felipe Guamán Poma de Ayala. Un caso aparte fue la obra del inca Garcilaso de la Vega donde se configuró una versión idílica y romántica del Tahuantinsuyo. Fieles a su tradición occidental y cristiana, los cronistas compararon al País de los Incas con el Imperio Romano y vieron en la guerra con los indios la continuación de la que mantuvieron con los árabes (La Reconquista), es decir, contra los infieles.
2. LOS CAMBIOS EN LA SOCIEDAD ANDINA
Para la población andina los invasores eran seres extraños por su apariencia física y tenían poderes similares a los del rayo y el trueno con sus armas de fuego. Venían, además, acompañados de un animal desconocido, el caballo, y hablaban en una lengua diferente. Por ello al principio fueron vistos como dioses. Al final, la conquista significó para los indios un cambio en el orden del mundo. Los españoles dieron muerte a los Incas, soberanos de origen divino, y tomaron el Cuzco, centro sagrado del Tahuantinsuyo. También saquearon sus templos robando los objetos de culto. En este sentido, la conquista fue percibida como la victoria del dios cristiano dentro de una concepción cíclica del tiempo.
Pero la conquista trajo otros cambios. El más dramático, quizás, fue el colapso demográfico. La población andina disminuyó en un 80% debido, básicamente, a los virus traídos por los españoles que se transformaron en epidemias. Enfermedades como la gripe, el tifus, la peste o el sarampión, inéditas en los Andes, hicieron estragos entre los indios. Las plantas y los animales traídos desde Europa también contagiaron sus virus a los recursos nativos alterando la dieta de los indios. A los virus se sumaron las muertes por la misma guerra de conquista, los trabajos forzados (la mita) y el "desgano vital". En este sentido aumentaron los suicidios colectivos, abortos e infanticidios pues los indios perdieron las ganas de vivir debido a la caída de su mundo.
Sistemas tradicionales como el ayllu y el control de pisos ecológicos se vieron seriamente afectados e incluso desaparecieron. A medida que el gobierno virreinal establecía las reducciones en la sierra, a la gente se le desarraigaba de sus pacarinas, se rompía la unidad del ayllu y sus formas de trabajo comunal, y se afectó el acceso a recursos en los distintos pisos ecológicos. También desapareció la figura del Inca y la redistribución estatal, la mita fue desvirtuada en provecho de la economía española y el culto cristiano se impuso sobre las huacas y los dioses nativos. La evangelización trató sistemáticamente de satanizar el culto prehispánico.
Luego de muchas discusiones sobre la condición humana de los indios y si debían ser esclavizados o no (polémica entre Bartolomé de las Casas y Ginés de Sepúlveda, por ejemplo), fueron considerados legalmente vasallos libres del Rey de España en condición de menores de edad. Quedaron bajo la protección de la Corona y por ello debieron pagar un tributo. Asimismo quedaron bajo la autoridad de sus curacas (llamados "caciques" por los españoles), los únicos que conservaron sus cargos tras la conquista. Ellos fueron los intermediarios entre las autoridades coloniales y los indios. Continuaron con sus obligaciones ancestrales frente a sus subordinados y asumieron otras como defenderlos y conseguir dinero, a través de sus negocios particulares, para cumplir con el pago del tributo. De esta manera la mayoría de los curacas conservaron su liderazgo y legitimidad frente a sus indios hasta que sus cargos fueron abolidos luego de la rebelión de Túpac Amaru II.
Los españoles introdujeron lentamente la economía de mercado en los Andes. Apareció la moneda, las nuevas ciudades se poblaron de mercaderes y los caminos de transportistas de mercancías o "arrieros". Los indios, especialmente los curacas, tuvieron que aprender a ser comerciantes y algunos empezaron a formar una suerte de burguesía nativa, muy occidentalizada que terminó arruinada por las reformas del siglo XVIII. De otro lado se modificó la justicia. Antes los conflictos se solucionaban al interior del ayllu con la mediación del curaca. Ahora se administraba fuera del grupo de parentesco y estaba a cargo de un juez que la dictaba en base a una ley escrita, también ajena al ayllu. Los indios tuvieron que entablar una infinidad de pleitos judiciales para defender sus derechos.
Finalmente habría que añadir que con la conquista se introdujeron nuevas plantas y animales que cambiaron el paisaje andino. También muchos elementos de la tecnología occidental (rueda, vidrio, hierro, arado a tracción animal y nuevos métodos arquitectónicos, por ejemplo). Los indios, sin embargo, nunca abandonaron totalmente su antigua tecnología (andenes, chaquitaclla), sus cultivos tradicionales (tubérculos, maíz), el pastoreo de auquénidos o sus formas de trabajo colectivo (ayni o minca).
3. EL ESTADO VIRREINAL
En un inicio el Perú (Nueva Castilla) fue una Gobernación, encabezada por Pizarro, y se organizó internamente bajo el poder local de los encomenderos. Con la aplicación de las Leyes Nuevas se creó el Virreinato del Perú y su territorio estuvo gobernado por un funcionario que representaba al Rey: el Virrey. Esto dio inicio a la burocracia virreinal que tenía por objetivo terminar con los apetitos señoriales de los encomenderos. En Lima se instaló la Real Audiencia e internamente el territorio se dividió en jurisdicciones denominadas corregimientos. El sistema funcionó hasta la década de 1570 cuando el virrey Toledo modificó las pautas de la administración.
Luego de realizar la primera Visita General que conoció el Perú, Toledo modificó el tributo indígena y organizó el sistema de la mita para abastecer de mano de obra a los centros mineros. También culminó el establecimiento de "reducciones" o pueblos de indios. Se trató de un sistema que tenía como fin controlar a la población nativa para cobrarle el tributo, enviarla a las mitas y evangelizarla. De esta manera quedó seriamente afectado el sistema de control de pisos ecológicos y se rompió la unidad de los ayllu cuyos miembros pasaron a vivir en distintos pueblos. Su gobierno, finalmente, ejecutó a Túpac Amaru I, último representante de la élite cuzqueña rebelde de Vilcabamba. En síntesis, si bien las reformas toledanas alentaron el auge minero y fortalecieron la burocracia colonial, afectaron profundamente los patrones económicos y sociales de la población andina.
El orden diseñado por Toledo entró en crisis en el siglo XVII cuando los indios burlaron el sistema de reducciones: aumentó el número de indios "forasteros" y disminuyó el ingreso del tributo. Esto se agravó cuando a partir de 1640 la producción minera de Potosí entró en "crisis". La administración tardó en reaccionar. En la década de 1680 el virrey Duque de la Palata realizó otra Visita General. En ella no sólo se amplió el cobro del tributo a los forasteros, sino también a los mestizos y negros libres. Como es lógico, no tardó en crecer el malestar en la población.
Como vemos el mundo virreinal no fue tan estático, es decir, la administración nunca funcionó a la perfección. La población siempre creó mecanismos para burlar la presión, sobre todo fiscal, que ejercía el gobierno. Los indios trataron de evadir sus obligaciones con el tributo y la mita; los mestizos nunca quisieron pagar el tributo; los mineros "escondían" la producción real de la plata. Por ello hasta qué punto podríamos hablar de una "crisis" en el siglo XVII, como tantas veces se ha planteado. Lo cierto es que a la administración de los Austrias siempre le faltó la suficiente rapidez para corregir los errores. Ello explica el ímpetu de los borbones en el siglo XVIII por reformar el sistema de gobierno en América.
La administración virreinal reposó sobre tres instituciones fundamentales:
El Virrey.- Fue el representante del rey y tenía todos los poderes. Era el responsable de la administración de gobierno, de los fondos de los tesoros públicos, de la defensa del territorio y de los asuntos espirituales o religiosos. Era también el presidente de la Audiencia lo que le daba la suprema autoridad en temas judiciales. Generalmente los virreyes venían por períodos de cinco años y podían ser ratificados por más tiempo. Entre 1544 y 1824 el Perú fue gobernado por 40 virreyes.
La Audiencia.- Tenía su sede en Lima y al estar presidida por el Virrey se denominaba Real Audiencia. De ella dependieron, durante los siglos XVI y XVII, las audiencias de Panamá, Santa Fe, Quito, Charcas, Buenos Aires y Santiago. Era el máximo tribunal de justicia, legislaba con el Virrey y gobernaba en ausencia de éste. Sus miembros fueron los oidores.
Los corregimientos.- El virreinato estuvo dividido en 78 provincias o corregimientos. Estaban bajo la autoridad del corregidor, funcionario que representaba al Virrey en el ámbito local. Velaban por la buena administración de su jurisdicción y eran autoridades judiciales en primera instancia. Cobraban el tributo y enviaban a los indios a la mita. Muchos de ellos terminaron explotando a los indios al obligarlos a comprar mercaderías a precios muy altos a través del "reparto". En 1784 fueron reemplazados por las intendencias.
4. LA VIDA ECONÓMICA
A partir del siglo XVI el Perú empezó a formar parte del mercado mundial exportando los tesoros incaicos saqueados por los conquistadores. También se abrieron vínculos comerciales con España y México. Las exportaciones consistían en productos provenientes del tributo en especies (textiles) y creció la importación de artículos europeos. En un primer momento fueron los encomenderos y algunos funcionarios los que se beneficiaron de este tráfico comercial.
En 1545 se descubrieron las minas de plata de Potosí y el Perú se convirtió en uno de los más grandes exportadores de este metal en el mundo. También se abrieron otros yacimientos mineros y el comercio se generalizó en torno a las ciudades fundadas por mineros y funcionarios. De esta forma se configuraron varios circuitos comerciales siendo el más importante el área cuyas rutas convergieron en el centro minero de Potosí: Arequipa-Cuzco-Puno-Charcas-Potosí. Durante tres siglos se configuró el espacio "sur andino" que movilizó grandes recursos y sustentó la economía de la población de esta región.
En 1563 se descubrieron las minas de mercurio (azogue) de Huancavelica y el método de purificación de la plata fue sustituido por el de la amalgama. Esto favoreció el crecimiento de la producción a lo que habría que añadir el establecimiento de la mita, un sistema de trabajo obligatorio y por turnos en el que los indios acudían a trabajar a las minas. El apogeo minero de Potosí duró hasta mediados del XVII, época en que se fueron agotando las vetas de Potosí y se terminó el azoque de Huancavelica; la mano de obra también escaseó a medida que los indios intentaban burlar la mita. Afortunadamente para la Corona en el XVIII se descubrieron nuevos yacimientos de plata en Cerro de Pasco y Hualgayoc (Cajamarca). La producción se recuperó aunque nunca alcanzó los niveles de los mejores tiempos del Cerro Rico de Potosí.
Si bien la minería fue la actividad clave de la economía virreinal, el comercio debía ser también impulsado para generar ingresos a las Caja Real. Hasta el XVIII funcionó el monopolio comercial que benefició al gremio de comerciantes de Lima (Tribunal del Consulado). El Callao era el único puerto que podía recibir las mercancías traídas por los galeones desde España y de Lima ser repartían a todo el territorio virreinal. Esto consolidó el poder político y económico de la élite de la Ciudad de los Reyes. El apogeo llegó a su fin en 1778 cuando los borbones permitieron el libre comercio y se abrieron más puertos en América para comerciar con la Península. Esto marcó la decadencia del Callao y el auge de nuevos puertos como Buenos Aires.
Otros centros de producción fueron los obrajes donde laboraban los indios mitayos. La Corona trató en vano de frenar su expansión, pero debido al deficiente abastecimiento derivado del monopolio su producción cubrió la demanda del mercado local. Con el auge comercial en el siglo XVIII, debido a las reformas borbónicas, se inició la decadencia de la producción obrajera.
La agricultura presentó contrastes según las regiones. En las haciendas de la costa se cultivaron la caña de azúcar, el algodón, la vid y el olivo; la mano de obra era básicamente esclava. En la sierra los cultivos fueron más diversificados: trigo, tubérculos y panllevar; además tenemos la presencia de haciendas ganaderas (auquénidos y ovinos). La mano de obra también varió: mita agrícola, indios yanaconas y peones libres.
Los ingresos de la Corona provenían de una serie de impuestos siendo los principales el quinto real (20% de la producción minera al año); el tributo indígena (todos los indios entre 18 y 50 años debían pagar este impuesto en dinero); y la alcabala (gravó la compra y venta de bienes y varió del 2% al 6%). Otras contribuciones fueron el almojarifazgo (impuesto aduanero), las averías (al comercio marítimo) y las anatas (venta de cargos públicos). También había impuestos especiales al consumo de tabaco, bebidas alcohólicas o naipes. Cabe destacar que la Iglesia gozó de gran poder económico al no estar sujeta a ninguna contribución y beneficiarse de impuestos (diezmos y primicias) y muchas donaciones. Finalmente, en 1565 se creó en Lima la Real Casa de Moneda; el principal signo monetario fue el peso (dividido en 8 reales).
5. LA VIDA SOCIAL
La sociedad virreinal estuvo dividida teóricamente en dos repúblicas paralelas y complementarias: españoles e indios debían estar separados con sus propias leyes, autoridades, derechos y obligaciones. La división era también espacial: los españoles debían vivir en ciudades y los indios en sus pueblos o "reducciones". Pero esta división, aparentemente tan rígida, fue desvaneciéndose poco a poco con la aparición de los mestizos y de otras mezclas raciales (castas). De este modo, junto al criterio estamental (linaje) coexistieron otros como nivel de fortuna, formación cultural o color de piel. Un mismo personaje podía estar emplazado de una u otra manera según el criterio que se adoptase: podía ocupar determinado lugar por su casta (color de piel) y otro por sus ingresos.
En este orden jerárquico estaban, a la cabeza, los españoles. Ellos podían ser peninsulares ("chapetones") o sus descendientes nacidos en América, los criollos. En este grupo estaban los nobles, la alta burocracia, los hacendados, los mineros, los curas, los intelectuales y los grandes comerciantes. Eran la élite de la sociedad virreinal y vivían en las ciudades. Sin embargo su condición de blancos no les garantizaba un lugar dentro de la aristocracia. Un blanco pobre (artesano, pequeño comerciante o chacarero) era considerado plebeyo. A partir del siglo XVII los criollos se adueñaron del virreinato copando los cargos públicos y las actividades económicas más lucrativas. Las reformas borbónicas del XVIII revirtieron esta situación causando gran malestar entre ellos al tratar la Corona de centralizar el poder en manos de peninsulares recién llegados.
La "república de indios" quedó dividida en los indios nobles (descendientes de la nobleza inca y los curacas) y los indios del común. Los primeros se educaban en los colegios de curacas ("El Príncipe" en Lima y "San Francisco de Borja" en el Cuzco) y estaban exonerados de ir a la mita y de pagar tributo. Eran los intermediarios entre el mundo español y el andino. En el siglo XVIII lideraron las rebeliones indígenas y sus cargos quedaron abolidos luego la ejecución de Túpac Amaru II. Los indios del común debían vivir en sus "reducciones", acudir a la mita y tributar. Eran la mayoría de la población y quedaron básicamente ligados al mundo rural.
En un nivel intermedio quedaron las castas, producto de la mezcla de españoles, indios y negros. En esta mixtura racial estaban los mestizos (hijos de español e indio), zambos (cruce del negro con el indio) y mulatos (surgido del español y del negro). Las clasificaciones terminaron siendo muy complicadas cuando se fueron incrementando los tipos de cruce. Los mestizos nacieron con la conquista, se vieron desubicados y pasaron a cumplir papeles menores. Se les tachó de ilegítimos o peligrosos, y muchos terminaron sus vidas entre gente de mal vivir. Con respecto a los indios gozaron de estar exonerados de mitar y tributar, sin embargo, no podían acceder a cargos públicos importantes y su educación era elemental. Esta situación ambigua se debió a que el sistema de "repúblicas" no contempló legislación sobre su status.
Según la ideología virreinal los negros no debieron ser considerados dentro del orden social pues era vistos como objetos o mercancías. Sin embargo la sociedad supo desarrollar una gran sensibilidad hacia ellos y mucha gente los consideró perfectamente humanos, aunque nacidos para servir. La gran mayoría de negros vivió en la costa desempeñando múltiples labores que iban desde el laboreo en las plantaciones hasta el trabajo doméstico en alguna casa limeña. En este sentido la suerte del esclavo era variada. Si trabajaba en la ciudad, mantenía cierto trato con sus dueños que, si eran comprensivos, podían otorgarles la libertad; si era destinado a una hacienda estaba a merced de los excesos del capataz y no podía juntar dinero para obtener su libertad. El bozal era el negro recién llegado del África y no sabía el español; el ladino era el acriollado nacido en América; el manumiso era el negro que había obtenido legalmente su libertad; y el cimarrón era el esclavo fugitivo que vivía con otros de su condición en los palenques.
6. LA VIDA RELIGIOSA
La evangelización de los indios se dio desde el mismo momento de la conquista. Al principio fue obra casi exclusiva de frailes dominicos y franciscanos quienes, desde conventos rurales, predicaron muy influidos por ideas mesiánicas surgidas en la mentalidad popular europea. Ello explica la idea del retorno del Inca en la mitología andina surgida en la colonia.
La política evangelizadora cambió cuando la Iglesia introdujo las ideas del Concilio de Trento. Ahora la empresa estaba en manos de parroquias dependientes del obispo. La llegada del arzobispo de Lima, Toribio de Mogrovejo, y de los jesuitas, fue clave en este sentido. El Tercer Concilio Limense (1783) mandó quemar los catecismos bilingües que los frailes habían elaborado y los reemplazó con la Doctrina Cristiana, primer libro impreso en Virreinato. Elaborada por el padre jesuita José de Acosta, estuvo escrita en español, quechua y aymara; de esta manera se demostraba el carácter multiligüista de la evangelización andina. A finales del XVI estaban formalmente bautizados casi todos los indios.
En el XVII, tras una denuncia formulada desde Huarochirí de que los indios mantenían culto a sus dioses tradicionales (1607), el Arzobispado inició varias campañas de extirpación de idolatrías. La idea era destruir cualquier rezago de la religión andina: huacas o ídolos. De todos modos, la aceptación del catolicismo por parte de los indios nunca implicó la total renuncia a sus creencias ancestrales: hoy en día pueden verse en muchas lugares ritos a la pachamama y a los apus.
A nivel urbano el catolicismo tuvo rasgos particulares. Habría que mencionar al Tribunal de la Inquisición, instalado en Lima en 1570, que terminó siendo un eficiente agente del poder monárquico. Mediante la censura fue el encargado de reprimir cualquier controversia doctrinal y perseguir toda literatura "peligrosa" para la fe y el orden político. El Tribunal fue suprimido por las Cortes de Cádiz en 1812 pero, al restaurarse el absolutismo con Fernando VII, siguió funcionando en Lima hasta 1820.
Una circunstancia notable fue el surgimiento, entre fines del XVI y comienzos del XVII, de algunos personajes virtuosos que terminaron elevados a los altares. Ese fue el caso de los españoles santo Toribio de Mogrovejo, Arzobispo de Lima, san Juan Masías y san Francisco Solano; y de los peruanos San Martín de Porres e Isabel Flores de Oliva, conocida como santa Rosa de Lima. Todos vivieron en Lima.
Respecto a las fiestas religiosas, las más concurridas fueron Navidad y Semana Santa. También fue muy difundido el culto al Corpus Christi y que hoy goza de tanta popularidad en Cuzco y Cajamarca. Por ello, a diferencia de otras regiones de América, en el Perú los cultos populares más difundidos están dedicados a Cristo. Entre todos los "cristos" coloniales destaca, sin duda, el Señor de los Milagros que, desde hace más de tres siglos, recorre en procesión las calles de Lima. Hoy es la procesión católica más grande del mundo; incluso los peruanos emigrados recrean la procesión en las calles de Chicago, Nueva York o Santiago de Chile. Junto al Cristo moreno, pintado por un esclavo negro, tenemos al Señor Cautivo de Ayabaca (Piura), al Señor del Mar (Callao), al Señor de los Temblores (Cuzco), al Señor de Muruhuay (Tarma) y al Señor de Luren (Ica), entre muchos más.
También se multiplicaron las cofradías y las hermandades. Fueron agrupaciones de fieles de toda condición racial y de ocupación congregadas en torno a una imagen de Cristo, una advocación a la Virgen o un santo. Su función era la veneración y culto del patrono común, la ayuda mutua entre sus miembros y la salida en procesión durante la festividades. Dependieron de las iglesias o monasterios en los que se hallaban las imágenes de su devoción.
Las muestras de piedad femenina más importante se dieron en la vida conventual. Allí aparecieron las beatas y las mujeres que llevaban una vida apartada en forma individual o comunitaria. Los monasterios femeninos se diseñaron como ciudades dentro de la ciudad virreinal. Cada uno tenía su propio gobierno que recaía sobre la priora o abadesa. Entre los más importantes tenemos La Encarnación (Lima), Santa Clara (Cuzco) y Santa Catalina (Arequipa).
7. LA VIDA CULTURAL Y ARTÍSTICA
La educación estuvo bajo el control del clero y abarcó tres fases: primeras letras, estudios menores y estudios mayores. No existieron límites claros para el paso de un nivel a otro y todo dependió de los recursos, la inteligencia y esfuerzo de los alumnos. Los estudiantes, blancos y en algunos casos mestizos, iniciaban su formación con las primeras letras, los rudimentos en números y el catecismo para llegar, a los 7 u 8 años, a los estudios menores en los que se aprendía retórica, música, humanidades y latín. Los hijos de indios nobles y curacas recibían una formación intermedia entre las primeras letras y los estudios menores. Se les impartía conocimientos en lectura, escritura, cálculo, canto, catecismo y algo de derecho natural.
La educación superior se impartió en los colegios mayores donde había cursos de filosofía, artes, leyes o medicina. Los más reputados estuvieron en las ciudades de Lima y Cuzco. En la primera los más destacados fueron los de San Felipe, San Martín y el seminario de Santo Toribio para la formación de presbíteros; en la segunda el San Antonio Abad y el San Bernardo. Tras la expulsión de los jesuitas (1767) se fundó en Lima el Real Convictorio de San Carlos. Los estudios universitarios no estaban destinados únicamente a la formación de abogados, médico o teólogos; también cultivaban la formación humanística. La principal universidad era la Mayor de San Marcos en Lima (1551) y, durante el siglo XVII, se fundaron otras en el Cuzco, Quito, Chuquisaca y Huamanga.
El desarrollo artístico contempló todos los niveles. La pintura limeña asimiló las técnicas renacentistas con la llegada en el siglo XVI de artistas italianos (Bitti, Medoro y Pérez D"Alesio). Pero esta tendencia limeña por la imitación tuvo su contraste con un pintura más libre y auténtica en las ciudades del interior. Quito y Cuzco fueron los centros de una escuela pictórica mestiza, pues asimilaron las técnicas europeas con motivos andinos; la pintura paisajista, los arcángeles arcabuceros, los retratos de la Virgen y las distintas versiones de Cristo son claros ejemplos. En el Cuzco, las obras de Diego Quispe Tito son las más reconocidas.
La escultura se desarrolló básicamente en la talla de madera para decorar los templos: altares, púlpitos y sillerías de coro. Caso aparte fue la proliferación de retablos o altares portátiles. En Huamanga destacó la escultura en piedra de alabastro y en Arequipa las obras en piedra volcánica (sillar). Los escultores más célebres fueron el mestizo Baltasar Gavilán, autor de La Muerte, y el español Pedro Noguera, quien talló la sillería del coro de la Catedral de Lima.
La arquitectura, que en el siglo XVI fue renacentista y mudéjar (influencia arabesca), se consolidó en barroca durante el XVII y el XVIII. El "churrigueresco" o barroco español quedó plasmado en las portadas de casi todas las iglesias. Los ejemplos más notables son los templos de San Agustín y La Merced (Lima) y el de La Compañía (Cuzco). El rococó, de influencia francesa, asomó en la segunda mitad del XVIII y se demuestra en el Paseo de Aguas, la Plaza de Acho, el Palacio de Torre Tagle, la Alameda de los Descalzos y la Quinta de Presa en Lima. Finalmente en primeros años del XIX apareció el neoclásico. Las torres del campanario y el altar mayor de la Catedral de Lima y el Cementerio General de Lima, ambos del presbítero Matías Maestro, son los ejemplos más sobresalientes.
La literatura, fiel imitadora de los estilos europeos, tuvo al erudito Pedro Peralta y Barnuevo, Juan Espinoza Medrano y Juan del Valle y Caviedes sus máximos exponentes. En música destacó la ópera "La púrpura de la rosa", obra del maestro Tomás Torrejón de Velasco. El teatro tuvo especial importancia en la representación de autos sacramentales, obras de fondo religioso y moralizador.
La imprenta fue traída por el italiano Antonio Ricardo; en 1584 editó la Doctrina Christiana y Catecismo, primer libro impreso en el Perú y en América del Sur. De otro lado, el primer periódico que se publicó fue la Gazeta de Lima (1743), sin embargo, el que alcanzó mayor notoriedad y celebridad fue el Mercurio Peruano, publicado entre 1791 y 1795 por la Sociedad de Amantes del País.
El siglo XVIII: reformas borbónicas y rebeliones indígenas
Durante este siglo la Corona española, ahora bajo el reinado de los borbones, introdujo una serie de cambios para restaurar la autoridad del Estado, disminuir el poder de la aristocracia, devolverle a España su poderío militar en Europa y recuperar el dominio en sus colonias americanas. Era un plan ambicioso que requería, en primer lugar, aumentar los recursos. Las reformas cobraron gran auge bajo el gobierno de Carlos III, el máximo exponente del despotismo ilustrado español. En el proceso España logró aumentar notablemente sus ingresos, pero perdió un Imperio. A la presión tributaria se sumó el desplazamiento de los criollos de la administración pública en beneficio de los peninsulares. El camino estaba allanado para pensar en la independencia.
Las reformas atacaron, en primer lugar, a la administración pública. Se crearon nuevos virreinatos (Nueva Granada y Río de la Plata), se reorganizó la defensa militar (establecimiento de las capitanías de Venezuela y Chile) y se implantaron las intendencias que reemplazarían a los corruptos corregimientos. Luego, en el plano religioso, se expulsó del Imperio a los jesuitas y el Estado asumió el control de la educación. Finalmente, el problema económico fue el que despertó mayor interés. Era prioritario elevar los impuestos y ampliar la base tributaria; también se debía estimular la producción minera para aumentar el flujo de metales hacia España, controlar el contrabando y estimular el libre comercio entre la Península y América.
La aplicación de las reformas en América fue a través de visitas generales. Al Perú fue enviado el "visitador" José Antonio de Areche. Rápidamente atacó el problema fiscal y elevó la alcabala a un 6%. Estableció las aduanas interiores para elevar la recaudación y tuvo que hacer frente al descontento de casi toda la población, especialmente cuando se rebeló en 1780 el curaca Túpac Amaru II, descendiente de los incas.
Las rebeliones indígenas del siglo XVIII, que pasaron de un centenar en el territorio del virreinato, tuvieron como marco la recuperación de la cultura andina, especialmente el mesianismo en la mentalidad popular: el retorno del inca generaría un futuro mejor. Esta idea se vio claramente en el levantamiento de Juan Santos Atahualpa en la selva central (1742), quien sublevó a los indios campas contra las misiones franciscanas de la zona.
El movimiento de Túpac Amaru II, que contó con el apoyo de muchos curacas como los hermanos Catari, fue más complejo. No solo porque movilizó una cantidad mucho mayor de indios, sino porque incluyó en su programa de reivindicaciones a población no andina: criollos, mestizos y negros. Su base social fue más amplia porque la rebelión coincidió con el descontento general ante las medidas borbónicas. Los impuestos se elevaban y el comercio con el mercado de Potosí se vio afectado al crearse el virreinato de Río de la Plata (1776), que incluía al famoso centro minero. Por ello el territorio de la rebelión fue más amplio: abarcó todo el sur andino y el Alto Perú.
Túpac Amaru se rebeló contra el mal gobierno pero no necesariamente contra el Rey. Al final fue ajusticiado y ejecutado en la plaza del Cuzco (1781), sin embargo las consecuencias de su rebelión tuvieron largo alcance. La Corona tuvo que crear una audiencia en el Cuzco, una demanda de Túpac Amaru, abolir los repartos y los corregimientos y acelerar el establecimiento de las intendencias. De otro lado tuvo suprimió los curacazgos y prohibió la lectura de los Comentarios Reales de Garcilaso para no despertar la reivindicación incaica entre la población.
Finalmente el intento de Túpac Amaru por incluir en su rebelión a criollos no dio resultado, pues estos tuvieron temor ante la posibilidad de conceder excesivas reivindicaciones a los sectores populares. La imposibilidad de compaginar los intereses entre criollos e indios le restó al movimiento la capacidad de tornarse en separatista.
El siglo XVIII no trajo buenos resultados al Perú. Su virreinato perdió importancia al verse amputado su amplio territorio. Asimismo, al eliminarse el monopolio comercial del Callao, su aristocracia mercantil ya no dominaba todo el mercado del Pacífico sur. Finalmente, tras el estallido de numerosas rebeliones indígenas, quedaba una secuela de recelos y odios difíciles de borrar en el tiempo, claves para entender el futuro movimiento independentista.
El Perú republicano: el siglo XIX
El siglo XIX fue testigo de dos momentos dramáticos que marcaron notablemente el desarrollo histórico peruano: la Independencia y la Guerra con Chile. Fueron dos coyunturas trágicas que sembraron caos, destrucción material y división interna. Ambos dejaron muchos odios y tareas por resolver. También es visto como el siglo de las oportunidades perdidas por la gran riqueza guanera que multiplicó el derroche y la corrupción hasta colocar al país en bancarrota hacia los años de 1870. Si consideramos que la independencia se logró en 1824 con la batalla de Ayacucho y que las tropas chilenas abandonaron el Perú en 1884, deducimos que los primeros 60 años de la historia peruana estuvieron marcados por el fracaso.
Luego de Ayacucho el Perú no pudo escapar al dominio de los caudillos. Estos personajes, en su mayoría militares, manejaron el poder a su antojo, sembraron el caos político y, lo más peligroso: su personalismo retrasó el asentamiento del orden institucional en el país. Luego de la pobreza general dejada por las guerras independentistas, a partir de 1850 la bonanza guanera les permitió gozar de un recurso para asegurar su permanencia en el poder. De esta manera el país experimentó un clima de relativa estabilidad política y pudo ser testigo de algunas inversiones en obras públicas (educación, servicios urbanos y ferrocarriles). Ramón Castilla fue el caudillo más afortunado pues sus gobiernos coincidieron con esta prosperidad falaz, tal como llamó a esta era Jorge Basadre.
Pero en realidad el guano sembró la irresponsabilidad en el manejo del Estado. Mucho se invirtió en burocracia, en gastos militares y en operaciones oscuras. Los gastos superaban a los ingresos y muchas veces, para cubrir el déficit, se recurrió al crédito externo poniendo como garantía las ventas futuras del guano. En algún momento el sistema tenía que colapsar. Esto sucedió en la década de 1870 cuando el Perú se declaró en bancarrota: tenía la deuda externa más grande de Latinoamérica y sus ingresos no podían cubrir sus gastos corrientes y el pago de la deuda. Pero los problemas no quedan allí. La guerra estaba a la vuelta de la esquina: en 1879 el Perú, unido a Bolivia por un "tratado secreto", tuvo que entrar en un conflicto por el control del salitre frente a Chile.
El país no estaba en condiciones económicas, políticas y militares de salir bien parado de la contienda. El conflicto terminó formalmente en 1883 con el Tratado de Ancón que sancionó una grave pérdida territorial. Las provincias del sur, ricas en salitre, fueron el botín del enemigo. La derrota ponía fin a una etapa. Ahora había que reconstruir el país bajo otros criterios. Los puntos pendientes eran: erradicar el caudillismo en la política, fomentar el desarrollo de las instituciones, diversificar las exportaciones para no depender de un solo recurso y hacer un manejo más técnico de la economía. Los años que vienen son un esfuerzo por hacer del Perú un país más moderno e integrado para afrontar los desafíos del siglo XX.
1. LA INDEPENDENCIA (1808-1825)
La ruptura del Perú con España formó parte del movimiento separatista latinoamericano frente al imperio español, que podríamos ubicar entre 1808 y 1825. Políticamente se precipitó cuando las tropas napoleónicas invadieron la Península poniendo en evidencia la crisis de la monarquía que debió interrumpir las comunicaciones con sus dominios de Ultramar.
Ideológicamente, sin embargo, la independencia fue un lento camino de alejamiento y crítica por parte de los criollos más ilustrados frente a la Metrópoli. Recordemos que los borbones los habían desplazado de muchos puestos claves de gobierno en favor de burócratas peninsulares. Esto dio lugar a un "nacionalismo incipiente" que se reflejaría en peticiones de autonomía política y ciertas libertades económicas que la monarquía española se negaría sistemáticamente a conceder a los americanos. En el Perú muchos de los llamados "precursores", como José Baquíjano y Carrillo, Toribio Rodríguez de Mendoza o Hipólito Unanue, se inclinaron por esta suerte de reformismo. Pocos fueron los que adoptaron resueltamente el separatismo como Juan Pablo Viscardo y Guzmán o José de la Riva-Agüero.
Desde el punto de vista militar la liberación de Sudamérica se llevó a cabo a partir de la década de 1820 en dos frentes de manera casi simultánea. La Campaña del Sur, dirigida por San Martín, empezó en Buenos Aires y avanzó por los Andes logrando la independencia de Chile; la Campaña del Norte, comandada por Bolívar lograría, no sin muchas dificultades, la independencia de la Gran Colombia (lo que hoy son los territorios de Venezuela, Colombia, Panamá y Ecuador). Ambos movimientos convergieron en el Perú, la plaza más importante del ejército realista. Aquí, en1824, las tropas de Bolívar y Sucre lograrían las victorias de Junín y Ayacucho.
Al otro lado del continente, en México, los patriotas seguirían su propio camino de liberación. Los cierto es que en 1826 España había perdido un enorme imperio del que sólo conservaría, hasta 1898, dos islas en el Caribe: Cuba y Puerto Rico. Unas 15 millones de personas habían dejado de ser súbditos del rey de España. Dentro de este marco la independencia del Perú fue, junto a la de México, la más complicada y larga de todas. La guerra duró entre 1820 y 1826 aproximadamente, causando numerosas muertes y pérdidas materiales.
Esto es comprensible ya que el territorio del antiguo Virreinato peruano ocupaba un enorme territorio que alcanzaba hasta lo que hoy es Bolivia, el famoso Alto Perú. Se trataba de un espacio muy diverso con realidades étnicas, regionales y económicas muy complejas y a veces contradictorias. Un escenario, además, donde una minoría blanca (criollos y peninsulares) convivía con la masa indígena más numerosa del continente, esto sin mencionar la presencia de esclavos negros y de un grupo cada vez más nutrido de mestizos y castas. El temor de una sublevación de las masas era algo que preocupaba a la élite. Por ello aquí la pugna de intereses hizo que no todos sintieran en el mismo momento la necesidad o la conveniencia de separarse de España, ni tampoco la forma en cómo llevar a cabo un proyecto tan delicado. Fue en este ambiente de confusión que actuaron los ejércitos de San Martín y Bolívar cuando llegaron a nuestro país.
2. LA REPÚBLICA INICIAL (1825-1845)
Luego de la batalla de Ayacucho el Perú quedó con total libertad de organizarse políticamente. El problema era que los cambios sociales y económicos habían sido pocos. Por ello fue que el orden liberal y republicano que propusieron muchos políticos estaba divorciado de una realidad todavía muy arcaica y, ahora, caótica. Durante los siguientes años la participación política quedó reducida a un pequeño grupo de la población, es decir, a la élite civil y militar sin un proyecto nacional claro. Por ello al interior del país surgieron tendencias regionalistas y por momentos separatistas como en los departamentos de Cuzco y Arequipa. Allí, como en la mayor parte del país, la presencia del estado era muy débil luego del desmantelamiento de la administración virreinal. Surgió así la presencia del gamonal, es decir, el terrateniente que sumó a la propiedad de la tierra el poder político en su localidad o región.
En este clima las instituciones no funcionaban o eran casi inexistentes, y la falta de una clase dirigente hizo que los intereses de grupo, las lealtades regionales o personales fueran la clave de la vida política. El poder terminó cayendo en manos de los jefes militares vencedores de Ayacucho: los caudillos. Ellos representaron intereses regionales de gamonales y comerciantes a los que concedían cargos públicos y tierras. Eran la cabeza de una complicada pirámide de patrones y clientes. Las figuras de Agustín Gamarra, Felipe Santiago Salaverry, Andrés de Santa Cruz o Manuel Ignacio de Vivanco, claves en la política de estos años, corresponden a este primer militarismo, tal como lo definió Basadre.
El caudillismo se convirtió en una empresa cuyo objetivo era la conquista del poder. El estado era el botín a repartirse. Quizá el único proyecto importante surgido del caudillismo fue la idea de volver a unir Perú y Bolivia en 1836: la Confederación Perú-boliviana, ideada por Santa Cruz. Pero el mismo caudillismo, los intereses regionalistas y la intervención chilena la hicieron fracasar en la batalla de Yungay (1839). De todos estos caudillos faltó un dirigente excepcional, alguien capaz de imponer la autoridad de un gobierno central y subordinar las regiones para evitar la anarquía. Entre 1821 y 1845, es decir en 24 años, se alternaron 53 gobiernos, se reunieron 10 congresos y se redactaron 6 constituciones. Hubo años, como en 1838, que gobernaron 7 presidentes casi al mismo tiempo.
Vemos entonces que la autoridad de estos caudillos no fue resultado de un consenso ni tampoco pudo imponerse de forma estable. Cuando conquistaban el poder concentraban su atención en satisfacer las demandas de sus allegados políticos. Eran gobiernos de minorías para minorías. No pudieron integrar a la sociedad retrasando el camino de convertir al Perú en un estado-nación.
3. LA ERA DEL GUANO (1845-1879)
A partir de 1845, con la llegada de Ramón Castilla a la presidencia, el Perú inició un período de relativa calma política debido a que ahora los gobiernos gozaron de un ingreso económico inesperado: el guano de las islas. La exportación de este famoso fertilizante se hizo posible a la gran demanda de Norteamérica y Europa por elevar su producción agrícola debido al crecimiento demográfico.
Hasta el estallido de la Guerra con Chile (1879) el Perú exportó entre 11 y 12 millones de toneladas de guano que generaron una ganancia de 750 millones de dólares. De ellos el estado recibió como propietario del recurso el 60%, es decir, una suma considerable para convertirse a través de inversiones productivas en el principal agente del desarrollo nacional.
Si calculamos la importancia del guano en la economía de la época podríamos decir que, cuando Castilla hizo el primer presupuesto para los años 1846-1847, la venta del fertilizante representaba el 5% de los ingresos totales; años más tarde, entre 1869 y 1875, el guano generaba el 80% del presupuesto nacional. Con esta inusual bonanza, luego de 20 años de anarquía y estancamiento, se podía recuperar el tiempo perdido: atraer la inversión e iniciar una vasta política de obras públicas para modernizar al país.
El resultado final no fue tan alentador. El dinero generado por el guano fue destinado a rubros casi improductivos: crecimiento de la burocracia, campañas militares, abolición del tributo indígena y de la esclavitud, pago de la deuda interna y saneamiento de la deuda externa. Solo la construcción de los ferrocarriles y algunas inversiones en la agricultura costeña (caña de azúcar y algodón para la exportación) escaparon a este desperdicio financiero.
Hacia 1870 las reservas del guano se habían prácticamente agotado y el Perú no estaba preparado para este colapso, cargado como estaba con la deuda externa más grande de América Latina (37 millones de libras esterlinas). Fue entonces que el país pasó, como tantas veces en su historia, de millonario a mendigo, sin nada que exhibir en términos de un progreso económico. El Perú no había podido convertirse en un país moderno con instituciones civiles sólidas.
La razón de este fracaso ha sido explicada por la falta de una clase dirigente. Tanto los militares como los civiles surgidos bajo esta bonanza no pudieron elaborar un proyecto nacional coherente. Dirigieron su mirada hacia el extranjero, apostaron por el libre comercio y compraron todo lo que venía de Europa arruinando la escasa producción o "industria" local. Con muy pocas excepciones se convirtieron en un grupo rentista sin vocación por la industria.
En especial los civiles no habrían podido convertirse en una "burguesía" decidida, progresista o dirigente. Aunque, como ya hemos mencionado, hubo al interior de esta élite gente que, como Manuel Pardo, imaginaron un desarrollo alternativo para el país. Pardo fundó el Partido Civil y en 1872 se convirtió en el primer presidente que no vestía uniforme militar. Su programa insistía en la necesidad de institucionalizar el país, fomentar la educación y construir obras públicas. Ya en el poder poco es lo que pudo hacer: el país se encontraba ahogado en su crisis debido al derroche de los años anteriores.
Lima y la costa se beneficiaron de la bonanza guanera. El resto del país, esto es, los grupos populares y las provincias del interior, vivieron al margen de esta "prosperidad falaz" continuando en un mundo arcaico, especialmente la población andina. En 1879, quebrado y dividido, el Perú tenía pocas posibilidades de salir airoso en la Guerra del Pacífico.
4. EL ROSTRO DEL PERÚ
La población, en 1828, fue calculada en 1"279,726 habitantes. El Perú seguía siendo un país rural. La mayoría eran indios que formaban comunidades campesinas. Lima era la ciudad más populosa con 54 mil habitantes. Cerca de la mitad del país estaba compuesto por un territorio desconocido: la amazonía. Las fronteras políticas estuvieron poco definidas y fueron causas de conflictos con Bolivia (1828) la Gran Colombia (1829) y Ecuador (1859).
No hubo esta época un centralismo sino más bien una desarticulación por el poco efecto concentrador de Lima y, se podrían distinguir, hasta cuatro circuitos comerciales casi autosuficientes: Lima y la costa central; la costa norte y Cajamarca; la sierra central; y la sierra sur.
Las comunicaciones eran difíciles puesto que a pesar de contar con cinco puertos mayores (Paita, Huanchaco, Callao, Islay y Arica), las antiguas rutas que habían comunicado a Lima con Arequipa, Cuzco y el Alto Perú sufrían un penoso abandono. Todo esto añadido a la difícil geografía y a la numerosa presencia de bandidos, viajar se convirtió en una empresa arriesgada. La circulación monetaria disminuyó y en muchos lugares el comercio sólo pudo efectuarse mediante el trueque.
Esta situación empezó a cambiar durante la época del guano. A nivel social surgió una clase "rentista", es decir, un reducido círculo de familias muy ricas, amantes del lujo, pero sin vocación empresarial. Su fortuna, proveniente de los negocios guaneros, se formó sin esfuerzo tecnológico o creativo alguno. No solo importaron de fuera artículos de lujo, sino también una buena dosis de ideología liberal y un nuevo estilo de vida a imagen y semejanza de las burguesías europeas. Ellas se modernizaron pero no les interesó difundir los nuevos valores contribuyendo a acentuar su distancia respecto a la mayoría que siguió viviendo en un mundo arcaico.
Pocas épocas en el Perú dieron lugar a tanto lujo y ostentación. Luego del empobrecimiento sufrido tras la independencia, la élite tuvo dinero suficiente para gastar. El culto a los artículos importados hizo rico a más de un comerciante que estableció su tienda en las calles del centro de Lima. Sumas enormes de dinero fueron derrochadas en una desmedida importación de artículos de lujo. En Chorrillos, el balneario de moda, los nuevos ricos se dedicaban al juego y llevaban un estilo de vida opulento.
Hacia 1870, año en que se derrumbaron sus murallas, Lima contaba con poco más de 100 mil habitantes. Comenzaba por el norte con el Convento de los Descalzos y terminaba por el sur en la Portada de Guadalupe, muy cerca de la actual Plaza Grau. En el lugar que ocupaban las murallas se trazaron, a la manera francesa, avenidas en forma de boulevards que rodearon a la ciudad formando un cinturón de calles amplias y arboladas.
Además, se diseñaron parques decorativos con quioscos afrancesados como el Parque de la Exposición inaugurado por el presidente Balta en 1872. Pero la influencia francesa no sólo se hacía sentir en el diseño urbano. La moda de París entusiasmaba a las mujeres y desplazaba a las tapadas. La gente de entonces también utilizaba su tiempo libre para hacer deporte al fundarse, por ejemplo, el "Club Regatas Lima". Asimismo, apareció el tranvía remolcado por caballos y se construyó el teatro Politeama con capacidad para 2 mil personas.
Por último, a partir de 1850, llegaron trabajadores chinos para reemplazar a los esclavos negros en las haciendas de la costa. Los beneficios del trabajo de los culíes lo percibieron de inmediato los terratenientes. Con el conocimiento ancestral que tenían del trabajo agrícola y con su esfuerzo físico permitieron el notable incremento en la producción de caña y algodón. Los chinos también fueron empleados en la extracción del guano de las islas y en el servicio doméstico. La llegada de los coolíes fue continua y creciente: entre 1849 y 1874 arribaron casi 90 mil. Lo censurable fue que su trabajo se realizó en condiciones de semi-esclavitud. Los malos tratos se iniciaban en el viaje desde la colonia portuguesa de Macao hasta su llegada al Callao. La penuria continuaba en el Perú. El trato de los hacendados fue muy duro. El uso de cadenas, látigos y la exigencia del cumplimiento del horario fue algo cotidiano.
5. LA GUERRA DEL PACÍFICO (1879-1883)
El 5 de abril de 1879 Chile declaró la guerra al Perú e inmediatamente bloqueó el puerto salitrero de Iquique. Así empezaba la llamada Guerra del Pacífico, una contienda larga, sangrienta y agobiante. En 1873 se había preparado en descenlace definitivo cuando el Perú firmó un tratado secreto de alianza con Bolivia, documento que fue el pretexto para que el Perú ingresara al lado de este país, en el conflicto contra Chile.
Quizás la guerra estaba perdida desde que el Perú quedó en franca desventaja militar frente a Chile cuando en 1874 el presidente Manuel Pardo, por medidas de austeridad debido a la crisis económica, autorizó la reducción de los efectivos del ejército y la marina, y no llevó adelante la construcción de un par de buques blindados contratados por su antecesor José Balta.
Pero la derrota no sólo se debió a la débil condición militar sino también, como lo escribió alguna vez Jorge Basadre, al desorden político, a la falta de integración social y al despilfarro económico del siglo XIX que convirtieron tan vulnerable a un país con grandes posibilidades de desarrollo .
Las causas del conflicto armado entre Perú, Bolivia y Chile fueron básicamente económicas: el control del salitre. Se trataba de un nitrato que se exportaba como fertilizante y como insumo para explosivos. De un lado estuvo Chile intentando apoderarse del rico territorio salitrero en el desierto de Atacama que en el derecho internacional no le pertenecía; y del otro, Perú y Bolivia, intentando, dramáticamente, de defenderlo.
Pero esta situación no fue circunstancial. El control territorial del Atacama estuvo, desde los inicios de la explotación salitrera, en manos de empresarios chilenos y capitales británicos. La distancia geográfica, la anarquía política y la endémica crisis económica hicieron que el control peruano y boliviano sobre su riqueza salitrera fuese poco efectiva o incluso inexistente en el caso de Bolivia.
Iniciado formalmente el conflicto el Perú tuvo su primer revés en el mar. En los combates de Iquique y Angamos se perdieron a los dos únicos acorazados que teníamos para defender 4.800 kilómetros de litoral: la fragata Independencia y el monitor Huáscar. También perdimos a Miguel Grau, el máximo héroe nacional. Una vez controladas las rutas marinas las fuerzas chilenas se apoderaron de las provincias del sur, incluyendo Tarapacá, muy rica en salitre.
A pesar de estar política y militarmente arruinado el Perú se negó a capitular. Por ello un potente ejército de 3 mil hombres al mando de Patricio Lynch fue enviado a invadir la costa norte para "castigar" y someter a la población saqueando las plantaciones de caña de azúcar privando al Perú del único recurso económico que le quedaba para continuar la guerra. Aún así los peruanos continuaron el combate y luego de las batallas de San Juan y Miraflores 25 mil chilenos ocuparon Lima pero la encontraron sin gobierno alguno con el que negociar la rendición.
Nicolás de Piérola, quien había asumido poderes dictatoriales tras el polémico viaje de Mariano I. Prado a Europa, se retiró a la sierra (Ayacucho) para continuar su gobierno y resistir al invasor. El país no lo apoyó y, en Lima, una asamblea de notables eligió presidente al civil Francisco García Calderón. Éste se negó a firmar la paz con Chile con entrega de territorios. García Calderón, como muchos otros líderes políticos, terminó cautivo en Chile. En la sierra central Andrés A. Cáceres inició una feroz resistencia comandando tropas campesinas en la célebre Campaña de la Breña. Tras algunas victorias terminó derrotado en Huamachuco. Por su lado Miguel Iglesias, luego de su triunfo en San Pablo, pidió al país desde Montán (Cajamarca) firmar la paz con Chile bajo cualquier condición. Ya proclamado presidente, Iglesias firma con el enemigo en Tratado de Ancón (1883) donde se cedía definitivamente Tarapacá y se entregaba, por espacio de 10 años, las provincias de Tacna y Arica. Un plebiscito, que nunca se realizó, debía decidir el futuro de ambas. Las tropas chilenas recién dejarían nuestro territorio en 1884.
6. LA RECONSTRUCCIÓN NACIONAL (1883-1895)
La guerra terminó completando la destrucción que se había iniciado con la crisis económica de la década de 1870. En 1879 el sistema bancario peruano estaba quebrado y la agricultura, la minería y el comercio apenas sobrevivían. Las tropas chilenas arruinaron la economía, pusieron en evidencia la fragilidad del sistema político peruano, reverdecieron los antiguos conflictos internos y privaron al país de la vital riqueza salitrera. Luego de firmada la paz había que reconstruir el Perú desde los escombros.
Siguiendo a Basadre, este período se inicia con el segundo militarismo pues los militares vuelven a ocupar dominar la política, ahora en un momento dramático. Estos caudillos son los vencidos, pero son los únicos que tienen la fuerza suficiente para tomar el poder ante la situación tan vulnerable en que quedó el resto de la población por el desastre ante Chile.
El país seguía dividido. Los "hombres de Montán", secundaban a Iglesias, y "los de kepí rojo" al héroe de la Breña, el general Cáceres. Ambos bandos eran irreconciliables. El problema había surgido por las condiciones estipuladas en el Tratado de Ancón.
Este militarismo comprende los gobiernos de Iglesias (1883-86), Cáceres (1886-90) y Remigio Morales Bermúdez (1890-94). Llega a su fin en 1895 cuando los civiles, ya reorganizados y cansados del militarismo, expulsan del poder a Cáceres que lo ocupaba ilegalmente por segunda vez. Ese año, tras una sangrienta guerra civil que culminó en las calles del centro de Lima, Nicolás de Piérola asume la presidencia.
En este difícil período el Perú tenía que recuperarse de la terrible derrota moral y material. Si antes de 1879 el país estaba ya quebrado imaginemos ahora la situación. Había que empezar de la nada. Los años dorados y "felices" del guano habían pasado, era necesario replantear el modelo económico y llevar un manejo del poco dinero disponible con criterios más austeros.
Pero un nuevo modelo no podía iniciarse sin resolver el espinoso problema de la deuda externa que ascendía, con los intereses acumulados, a 51 millones de libras esterlinas. Cáceres tuvo que hacerle frente y lo "solucionó" al firmar con los acreedores el polémico Contrato Grace, en 1889. Recién desde ese momento se pudo dar el marco adecuado para fomentar la inversión, tanto nativa como extranjera.
Afortunadamente a partir de la década de 1890 el mercado mundial estuvo del lado peruano. Los precios de algunos de nuestros principales recursos naturales de exportación subieron: azúcar, algodón, cobre y caucho. Con su venta se inició la recuperación nacional, especialmente de los empresarios privados y de la clase política. De esta manera el militarismo llegaba a su fin y Piérola inauguraba una época de gran expectativa nacional: el gobierno de las instituciones y no el de los caudillos.
La explotación del caucho significó el auge de Iquitos. La demanda de las industrias de automóviles europea y norteamericana impulsó la extracción de este recurso natural que trajo importantes beneficios al tesoro público entre 1882 y 1912. Para los aborígenes selváticos representó la quiebra de su mundo material y mental. La explotación también representó un paso en la ocupación, bajo criterios nacionales, del espacio amazónico. En este sentido, se exploró la Amazonía iniciándose importantes estudios geográficos. Pero como toda industria extractiva no consideraba útil la conservación de la ecología ni la del árbol productor del jebe, pues se pensaba que el recurso era inagotable (como antes parecía serlo el guano).
En 1884 se exportaron 540,529 kilos mientras que, entre 1900 y 1905, salieron por el puerto de Iquitos más de 2 millones de kilos de caucho por año. A partir de ese momento, le salieron competidores de otras partes del mundo. Exploradores británicos habían exportado árboles caucheros de la India, y en Ceylán se desarrollaron extensas plantaciones. El boom del caucho llegaba a su fin
Por último, la intensa actividad privada empezó a transformar el país. La agricultura de la costa se modernizó, en Lima surgieron las primeras fábricas y se recuperó el sistema bancario. El Banco Italiano (hoy Banco de Crédito), el Banco del Perú y Londres y el Banco Popular son fundados por estos años. Aparecen los primeros obreros y se forma una pequeña clase media. El Perú mostraba entrar con paso seguro al nuevo siglo.
El Perú contemporáneo: el siglo XX
Luego del serio revés producido por la Guerra del Pacífico, el país inició el siglo XX con el apogeo del proyecto oligárquico orientado a la exportación de materias primas. El modelo entró en crisis a fines de los años veinte cuando se empezó a ensayar una política económica orientada al mercado interno promoviéndose la industrialización. Las actividades económicas se diversificaron y se consolidaron nuevos grupos sociales (clase media, proletariado urbano y campesino, estudiantes universitarios) que desafiaron el orden de la antigua clase dirigente. Surgieron nuevas doctrinas y partidos políticos que volvieron a plantearse preguntas y problemas sobre la esencia del Perú y el tipo de nación que queríamos ser: centralista o federal, mestiza o multicultural, proteccionista o abierta libremente al mundo.
De esta manera el Estado fue asumiendo nuevos papeles para fomentar el desarrollo económico y la integración social. Crece la burocracia y la inversión pública; aparecen nuevos ministerios y la banca de fomento. Este proceso tuvo su clímax en régimen militar de 1968 a 1975 y el gobierno aprista de 1985 a 1990. A partir de los años 90 la tendencia cambió al devolverse estos procesos a la iniciativa privada y al mercado mundial. Pero todos estos vaivenes acentuaron el centralismo limeño que se ha convertido en uno de los obstáculos más serios para el desarrollo integral y democrático del país.
Un cambio espectacular fue el crecimiento demográfico. La población se triplicó entre 1940 y 1993: pasó de 7 a más de 22 millones de habitantes; al año 2000 llegó a 25,7 millones. Otros factores que cambiaron el rostro del país fue el crecimiento de la cobertura educativa en todos sus niveles y la expansión de los medios de comunicación (carreteras, radio, periódicos y televisión). Esto integró más al país y empujó a millones de campesinos a buscar nuevas oportunidades en las ciudades. La masiva migración del campo a la ciudad, especialmente a partir de los años cincuenta, fue un fenómeno inédito. Lima fue la principal víctima: en 1904 tenía 140 mil habitantes, 540 mil en 1940, 3 millones en 1972 y más de 7 en el 2000. Este fenómeno convirtió al Perú en un país mestizo, urbano y costeño. En 1940 el 70% de la población vivía en el campo, hoy en día ocurre todo lo contrario: ese mismo porcentaje vive en las urbes.
El Perú se vio afectado, además, por dos fenómenos dramáticos. En primer lugar, a partir de los años ochenta estallaron movimientos subversivos situados ideológicamente a la izquierda del Apra y los demás partidos "socialistas"; su intensidad entre 1980 y 1992 estuvo a punto de hacer colapsar al Estado. Por su lado, el narcotráfico demostró su poder económico y político en amplias regiones del territorio nacional. El Estado terminó controlando el primero y, con la ayuda internacional, debe erradicar el segundo.
Durante el siglo XX el Perú experimentó casi todos los modelos de desarrollo existentes. El resultado, sin embargo, no ha sido tan alentador. Un solo dato podría resumir el fracaso: casi el 60% de su población vive en condiciones de pobreza o miseria extrema. Faltan profundizar los valores democráticos, el orden institucional y una economía de mercado más competitiva y redistributiva. Hoy el país, además, está inmerso en las consecuencias que trajo para el planeta el fin de la "guerra fría" y el acelerado proceso de integración llamado "globalización". Conceptos como soberanía o dependencia están siendo redefinidos. Lo cierto es que con el fax, el internet, la televisión por cable y el abaratamiento del transporte de mercancías y personas el Perú viene acomodándose a los nuevos desafíos que impone el siglo XXI.
1. LA REPÚBLICA ARISTOCRÁTICA (1895-1919)
Con el gobierno de Piérola (1895-1899) la presencia de los civiles en el poder le dio un perfil distinto al país: tolerancia a las nuevas ideas y el propósito de garantizar el orden interno para impulsar el progreso. La oligarquía, un grupo de familias que controlaba la agricultura, la minería y el sistema financiero fue la que esbozó un proyecto de desarrollo acorde a sus intereses. Esa fue la tarea del Partido Civil que monopolizó el poder.
Se pensó que el Estado debía ser pequeño barato y pasivo, es decir, modesto en recursos y ajeno al intervencionismo. Se diseñó una reforma electoral y tributaria, y se dio eficacia a la administración pública. El gasto público debía ser muy reducido y la acción del Estado no debía interferir con la actividad privada. Por ello los servicios ofrecidos por el Estado eran pocos y se reducían a los relativos al orden (ejército, policía y justicia); la educación o la vivienda eran cubiertas por la iniciativa privada.
Los impuestos debían ser lo más bajos posibles para no afectar a los grupos que generaban riqueza. Se impulsaron los impuestos indirectos que grababan a los artículos de consumo masivo (sal, fósforos, licor, tabaco). Si se quería realizar una obra en alguna provincia se aumentaban los impuestos sobre el consumo en la zona interesada. El Perú fue una suerte de "paraíso fiscal", un escenario atractivo para los intereses de los civilistas vinculados a múltiples actividades empresariales.
Los civilistas siguieron impulsando el modelo exportador. La agricultura asumió el papel dinámico que el guano había ejercido antes. De este modo los hacendados se transformaron en la élite dominante hasta 1919. La industria azucarera se modernizó, especialmente en el valle de Chicama. La producción del algodón le siguió en importancia en los valles de Ica y Piura. Fermín Tangüis halló una planta resistente a las plagas que luego se hizo famosa en el mundo por su gran calidad: el "algodón Tangüis" permitió a los agricultores obtener excelentes beneficios colocando al Perú como exportador del mejor algodón en el mundo. Por último, desde la sierra sur se exportaban las lanas de ovinos y camélidos: más del 70% de las exportaciones que salió por Mollendo correspondía a la lana.
A la minería se le dio un marco para fomentar su expansión. Fue exonerada por 25 años de todo impuesto. Además, en 1893, el Ferrocarril Central llegó a La Oroya y, poco después, hasta Cerro de Pasco, Huancayo y Huancavelica. La sierra central fue la zona minera que más se desarrolló. Allí la Cerro de Pasco Mining Corporation, con un 70% de capital norteamericano, inició la explotación del cobre y otros minerales
También se produjo un notable desarrollo en la economía urbana pues buena parte de las ganancias de los exportadores se invirtió en el país. Es la época que en Lima la industria, los servicios públicos (agua, luz, teléfono) y la banca experimentaron gran crecimiento. Lima era la única capital latinoamericana cuyos servicios básicos pertenecían en su integridad al capital nacional.
La industria textil fue la que alcanzó mayor desarrollo, especialmente la que manufacturaba tejidos de algodón. En Lima se encontraban las principales fábricas como Santa Catalina y San Jacinto. La industria alimentaria le siguió en importancia: los inmigrantes italianos fundaron los helados D'Onofrio y, para elaborar harina, Nicolini Hermanos. En Lima había 7 fábricas de fideos y 12 en provincias. La producción de galletas estuvo monopolizada por Arturo Field. La industria cervecera estaba representada por Backus y Johnson (Lima) y Fábrica Nacional (Callao). Las fábricas de bebidas gaseosas también se multiplicaron.
Hacia 1918 este modelo fue cuestionado por la clase media, los obreros y los estudiantes universitarios quienes demandaron la necesidad de transformar el Estado y apoyarlo en criterios más democráticos. Las repercusiones de la Primera Guerra Mundial ocasionaron un malestar general por el derrumbe de las exportaciones (inflación de precios y escasez de alimentos de primera necesidad). Esos años estuvieron marcados por la violencia política y uno de los hechos más visibles fue la presión de los obreros apoyados por los estudiantes universitarios. El civilismo, con José Pardo a la cabeza, se tambaleaba en el poder.
2. EL ONCENIO DE LEGUÍA (1919-1930
La hora final de la República Aristocrática no tardó en llegar. Augusto B. Leguía encabezó un golpe de estado argumentando que Pardo y el civilismo trataban de desconocer su victoria en las elecciones de 1919. Era Leguía un hombre esencialmente práctico, no un doctrinario, con mentalidad empresarial para hacer política, con tendencia al autoritarismo y que supo aprovechar el desgaste de los viejos partidos políticos. Su preocupación central era irrigar la costa, construir caminos y urbanizar, en ese orden. Ya en el poder ese proyecto se llamaría la Patria Nueva.
Leguía se presentó ante el país como el gran enviado capaz de resolver todos sus problemas. Orientó su acción hacia la clase media y, ante la crisis del marco institucional, aprovechó el momento para justificar su poder por medio del éxito material (construcción de grandes obras públicas). Este ímpetu desarrollista, alentado por una población en crecimiento con otras necesidades y apetencias, dio origen a nuevas dependencias estatales. Empezó a esbozarse la idea del estado benefactor y ello se tradujo en el crecimiento de la administración pública. Así se inauguraba, para bien o para mal, el rostro del Perú contemporáneo.
A lo largo de estos once años Leguía se perpetuó en el sillón presidencial por medio de la reelección. Sin embargo, pueden distinguirse dos etapas en su autoritarismo: antes y después de 1923. Al inicio, Leguía mantuvo una posición de fuerza y persecución frente al civilismo y adoptó un paquete de medidas que pretendían modernizar el estado y convertirlo en una institución más democrática. Tarea imposible ya que al interior el país, por ejemplo, se mantuvo casi intacto el poder de los terratenientes. Luego, mediante un control más costoso de los mecanismos de poder y recurriendo al personalismo, desarrolla la otra fase de se gobierno para profundizar su proyecto: endeuda peligrosamente al país para financiar sus obras públicas.
Ellas fueron la esencia de la Patria Nueva. El capital norteamericano y la iniciativa privada le delinearon un perfil nuevo al país. Ningún gobierno hasta entonces había emprendido una política tan vasta de obras públicas. La industria del cemento tuvo un rápido crecimiento: en 1925 produjo casi 12 mil toneladas y 50 mil en 1927.
Lima gozó de una de sus mayores transformaciones. Al margen de las donaciones por las celebraciones del Centenario de la Independencia (Museo Italiano o monumento a Manco Cápac), se inauguró la Plaza San Martín, se abrieron avenidas como Leguía (hoy Arequipa), Progreso (hoy Venezuela), La Unión (hoy Argentina), Nicolás de Piérola y Brasil; se construyeron el Ministerio de Fomento, el Palacio Arzobispal y se rediseñó el Palacio de Gobierno; se iniciaron los edificios del Congreso y del Palacio de Justicia. Se fundaron barrios como el de Santa Beatriz, San Isidro y San Miguel. Se construyó la Atarjea para brindar de agua potable a Lima y en otras ciudades se instalaron sistemas de alcantarillado: un total de 992 mil metros de tuberías de agua y desagüe.
Se construyeron 18 mil kilómetros de carreteras gracias a la injusta Ley de Conscripción Vial que estipuló la obligatoriedad de 10 días de trabajo estas obras. Esta fiebre por la construcción de carreteras hizo que el trazo de muchas de ellas no tuvieran ningún sentido. Fue el caso de un camino que se inició en Huancayo sin que se supiera dónde debía llegar. También se inició el Terminal Marítimo del Callao, se abrió la Escuela de Aviación de Las Palmas, se compraron los primeros submarinos y se profesionalizó a la policía. Finalmente, se inició el proyecto de irrigación de Olmos y otros se dejaron listos en Cañete y Piura.
El declive del autoritarismo apareció en 1928 con la caída de las exportaciones (cobre, lanas, algodón y azúcar) y, con la crisis económica mundial de 1929, descendió aún más el favor de la opinión pública. Por su lado, el malestar del ejército aumentó debido a los polémicos arreglos fronterizos con Colombia (entrega del Trapecio Amazónico) y Chile (pérdida de Arica). La corrupción al interior del régimen abonaba el descontento. Ante las elecciones de 1929 Leguía se presentaba sin oposición organizada. Finalmente, el repudio al "tirano" va a ser interpretado en la revolución desatada en Arequipa (1930) por el comandante Luis M. Sánchez Cerro.
3. LOS NUEVOS PARTIDOS POLÍTICOS Y LAS ELECCIONES DE 1931
Durante los años veinte nacieron dos movimientos políticos de masas, el aprismo y el comunismo, que marcarían buena parte del desarrollo político peruano a partir de 1930. El APRA, fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre en México (1924) se presentó como un movimiento internacionalista, de clara influencia marxista en sus primeros años de vida e introduciendo la violencia revolucionaria en el léxico de la política peruana. Si bien estas ideas se moderaron en la campaña electoral de 1931, el aprismo fue acusado muchas veces de subversivo por los sectores más conservadores. Su líder ofrecía un capitalismo de Estado a cargo de un frente único de trabajadores manuales e intelectuales reclutados entre las clases medias y el pueblo trabajador.
El comunismo, por su lado, tuvo en José Carlos Mariátegui a uno de los pensadores marxistas más originales de América Latina. Autor de un impresionante número de artículos de divulgación del marxismo, de crítica literaria y de análisis político, Mariátegui fundó el Partido Socialista, la revista Amauta y escribió los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, acaso el libro más leído en el Perú durante el siglo XX. La heterodoxia del pensamiento de Mariátegui, sin embargo, fue rechazada por el primer congreso de partidos comunistas pro-soviéticos reunido en Montevideo en 1929.
Luego de la muerte de Mariátegui (1930) el Partido Socialista varió en Partido Comunista, ahora dirigido por Eudocio Ravines y respaldado por la Internacional Socialista. Esta afiliación pro-soviética repercutiría negativamente en el desarrollo del marxismo en el Perú. Los seguidores del "mariateguismo" ya no tendrían la misma originalidad ni frescura intelectual del autor de los 7 ensayos. Políticamente su influencia fue mínima, por lo menos hasta la década de 1950.
Tras la caída de Leguía, y luego de varios cambios políticos, se convocaron elecciones generales en 1931, una de las más polémicas de nuestra historia republicana. Las candidaturas más importantes fueron las de Sánchez Cerro y Haya de la Torre. El país se polarizó.
Sánchez Cerro había fundado la Unión Revolucionaria, de enorme arraigo popular. El origen mestizo y provinciano de su líder, que fue capaz de pulverizar el edificio leguiísta, ejercía enorme fascinación entre los obreros y los grupos medios urbanos. Su lema era el Perú sobre todo, lo que demostraba su clara vocación nacionalista como respuesta a las influencias "foráneas" representadas por el aprismo y el comunismo. Defendía la exaltación de ciertos valores (patria, religión, propiedad), que sin duda tendían a la creación de una mística, propia de los fascismos europeos de entonces.
Haya basó su discurso en un análisis de los principales problemas del país. Moderó sus anteriores llamados a la revolución y a la construcción del socialismo. Anunció la creación del "estado antiimperialista", para aceptar correctamente las innovaciones traídas por el capital extranjero. La fascinación que ejercía Haya era su llamado a jóvenes o adultos, obreros, empleados o desocupados, a la tarea de formar una empresa colectiva y ser protagonistas de la vida política. La idea era sacarlos del anonimato. Al menos esa fue la idea de quienes votaron por Haya en 1931.
Pero el discurso de Haya resultaba demasiado radical para la mentalidad política del país. Si bien sus repetidos ataques a las clases altas eran sólo retóricos, asustaron tremendamente a los grupos conservadores y por qué no a muchos artesanos y gente de clase media temerosos de perder sus pequeñas propiedades. De este modo la Iglesia, el Ejército y la oligarquía no escatimaron esfuerzos para denunciar al APRA como un movimiento subversivo internacional que pretendía destruir la integridad nacional.
De acuerdo a la información oficial, votó el 80% de los inscritos en el Registro Electoral. Los resultados fueron los siguientes: Sánchez Cerro 152 mil votos; Haya de la Torre 106 mil; los otros dos candidatos tuvieron una votación muy modesta.
La victoria de Sánchez Cerro era contundente, sin embargo, mientras los otros candidatos reconocían su derrota, los apristas denunciaron fraude electoral y llegaron a decir que Haya era el "Presidente moral del Perú". Esta derrota era un golpe amargo pues daban por descontado el triunfo de Haya. Su frustración era inmensa. A partir de allí el Apra inició una cerrada oposición desde el Congreso y las calles.
4. DE SÁNCHEZ CERRO A ODRÍA
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