El Palacio de Justicia entre la retórica y la historia (página 6)
Enviado por JOSE GERMAN ZULUAGA QUIROGA
Arrieta de Noguera, María luz. Entre la barbarie y la justicia. El holocausto del 6 de noviembre. Bogotá: editorial códice Ltda., 2007. Capítulo VII, el duelo, págs. 77-79.
El 11 de Noviembre de 1985. "El lunes siguiente a los trágicos hechos El presidente Belisario Betancur programó un Te Deum en la catedral como homenaje a las víctimas del Holocausto, ceremonia que fue rechazada por las viudas y los hijos de los Magistrados asesinados mediante el decreto, No. 3245 dictado el 7 de noviembre, el Gobierno ordenó tres días de duelo, durante los cuales la bandera nacional debería estar a media asta, en todos los edificios públicos del territorio nacional Los Magistrados sobrevivientes declararon al Ministro de Justicia Enrique Parejo Gonzáles que repudiaban cualquier decreto de honores, que no asistirían al sepelio oficial ni llevarían los cadáveres de sus colegas inmolados a una ceremonia a la Catedral Primada. Agregaron que enterrarían a sus compañeros en forma individual y que no deseaban que en las ceremonias de inhumación estuviera presente ningún representante del Gobierno.
Asonal Judicial organizó una marcha de duelo a nivel nacional, que se llevó a cabo el viernes 22 de noviembre, con representación de todos los distritos de la rama Judicial en el país. Los manifestantes se concentraron en los Juzgados de Paloquemao a las 9 de la mañana, marcharon silenciosamente por la calle 19 y la carrera 7ª hasta llegar a la Plaza de Bolívar, portando claveles blancos que depositaron al pie de las urnas. Luego asistieron a una misa solemne en la Catedral Primada.
El 21 de noviembre, eminentes juristas se reunieron en la capilla del sagrario para rendir un homenaje póstumo a los Magistrados sacrificados y para manifestar sus sentimientos de solidaridad a las familias. La oración fúnebre fue pronunciada por el doctor César Castro Perdomo, sencilla y emotiva, en la cual destacamos estas palabras –Fueron nuestros Magistrados gentes sencillas, laboriosos, admirables ejemplos de Justicia, y por eso sus virtudes no murieron con ellos porque seguirán proyectándose indefinidamente para la posteridad y el prestigio derivado de sus vidas virtuosas seguirá iluminado la justicia."
Para un país católico como Colombia donde ha sido tradicional que las clases medias imiten a las altas en cuestiones de moral, incluyendo su credos y ceremonias, la única posibilidad de expresar respeto, duelo, conmiseración con las familias de las victimas era acudir a actos religiosos propios de la iglesia católica. Incluso para quienes tenían más razones de escepticismo y una formación profesional laica, como los miembros de Asonal judicial, para ellos no hubo otro mejor espacio social de expresión que acudir a los ritos católicos. Diferentes miembros del establecimiento, en condiciones estratificadas distintas asumen la Iglesia Católica como la expresión de su dolor y forma pacífica de hacer sentir su indignación y frustración porque tales hechos hubieran sucedido y el desenlace hubiera sido tan cruento.
LA LITERATURA EN VERSIÓN NOVELADA
Polania Amézquita, Salín. Mateo Ordaz en el Holocausto. Bogotá: LitoAlex, 1995.P.78.
Es un relato novelado de baja calidad literaria que expone una concepción religiosa a través de un diálogo de los protagonistas.
Son los hombres y las mujeres que viven la guerra y sus efectos los que realmente pueden decir algo con sentido en el marco de la fe respecto al significado del silencio de Dios frente al sufrimiento humano[114]La gravedad de los instantes previos a enfrentar la muerte, lo que se siente cuando se ve caer al compañero o compañera, que es la violencia desatada y saber que no hay entrenamiento, instrucción, táctica o conocimiento que prepare para morir y matar.
Esta novela sobre los hechos del Palacio de Justicia intenta de manera poco lograda ser un relato novelado de los hechos, narrando una historia que involucra a su personaje central Mateo Orduz y su amor de toda la vida en unos hechos que le son ajenos, pero donde se encuentran concidencialmente con los guerrilleros que se toman el Palacio de Justicia el 6 de noviembre de 1985, entre los subversivos hay tres que fueron compañeros de colegio en las zonas lejanas del Caquetá. De donde venía una parte sustancial de los insurgentes del M19 que participaron en la toma.
Esta novela en la página 78 desarrolla la idea que tiene su autor de la religión, la cual pone en labios de sus personajes:
"- Esa mujer era una santa – dijo Adela.
-¿Qué dice?
-Que Gloria es una santa-
-¿Qué es una santa? ¿Por qué?
-Por el amor con que mencionaba a su marido, y la ternura de su rostro, y sus palabras cuando se refería a sus hijitos, y el cariño que le debe tener a su mamá y a sus hermanos Consuelo y Oscar es algo que salta a la vista, pobrecita ojalá Dios la proteja y le salve la vida para que pueda volver al seno de su hogar.
-Que la salve a ella y a nosotros también-.
-Sí Mateo, pidámosle a Dios por todos nosotros. -¿Rezamos?
-recemos ¿Pero qué?
-Cualquier cosa. Hablemos con Dios, Él nos escuchará.
Mientras Adela comenzaba su plegaria seguido por su esposo, Almarales daba patadas al aire con furia "
La idea de hablar con Dios es muy propia de las tradiciones cristianas protestantes, los católicos rezan repitiendo oraciones aprendidas, en cambio los cristianos son quienes tiene interiorizado que a Dios no se le reza, se le ora, estableciendo una especie de diálogo y alabanza en la que en gran parte de las veces se hace para elevarse y vincularse con la divinidad sin entrar directamente a peticiones o contraprestaciones. Aunque en el ejemplo dado, la oración se plantea como un medio de pedir la intercesión divina para ser salvados en medio de la batalla.
"Estaban angustiados con guerrilleros y rehenes y las balas zumbando y las llamas amenazantes contra ellos. En su gran sensibilidad de hombre justo, veía Reyes a sus amigos que morían lentamente y las dos señoras que con retoños en el vientre entonaban el Himno a la Patria como manifestación, ésta sí, de un acto heroico, volvía a lanzar su vigorosa voz, a taladrar los oídos de los generales que con rabia ordenaban más descargas; y cuando pasaban a un instante de silencio, el incansable héroe del Palacio, en su lucha permanente sin armas; peor con voluntad de hierro sin doblar la rodilla, como un sumo sacerdote en su propio sacrificio, se levantaba por encima de los muros y escribía historia con sus últimas palabras:
-Por favor no disparen, somos rehenes, les habla el presidente de la Corte, hay dos señoras embarazadas que necesitan atención médica-" (Pág. 117).
A pesar de que el autor no se ha esmerado en su prosa y el argumento es una historia romántica tipo telenovela, desde la ficción éste relato propone desde la últimas palabras del Dr. Alfonso Reyes Echandía hacer una síntesis de las coordenadas de éste hecho histórico, la relación entre el poder como fuerza, como, ley, como poder del Estado vinculado a la religión y el desenlace de hechos que no pueden ser tasados o medidos, los de la guerra, que paradójicamente es la acción y la disciplina que despliega la máxima violencia pero en su propósito destructor exige de los hombres poner en práctica todas las formas de saberes, técnicas y tecnologías que puedan ser aplicados según las circunstancias y recursos dispuestos.
Se refiere el autor al magistrado Reynaldo Arciniegas que salió a dar un recado de los rehenes Y guerrilleros en la mañana del 7 de noviembre de 1985, un mensaje que no hizo eco en la fuerza pública y que nunca llegó al Presidente de la república:
"¡Oh corazón grande de los magistrados y consejeros que estuvieron dispuestos al sacrificio para salvar a sus semejantes, bendito sea!" (pág. 140).
En la imagen real de más de 60 personas hacinadas en un baño, esperando la muerte, el autor dice:
"Todos seguían pendientes de las virtudes teologales; fe, esperanza y caridad" (pág. 147)
El despropósito de rendirse ante la violencia del victimario no supone valentía, valor o virtud, si no quedar paralizado de miedo y sentir de manera impotente como no valen las razones jurídicas, ni los principios constitucionales y legales, ni los complejos análisis jurisprudenciales, para nada vale el discurso jurídico cuando la verdad en ese momento está en las balas que se disparan de todos lados.
EL LIBRO QUE DEBERÍA LEERSE SOBRE EL PALACIO DE JUSTICIA
Carrigan, Ana. El Palacio de Justicia. Una tragedia colombiana. Bogotá: Editorial Ícono, 2009.
La autora es una experta escritora y relatora que se ha probado en la crónica periodística y en guiones de documentales que han sido llevados a reconocimiento internacional en eventos cinematográficos. Su poder narrativo no descuida el rigor de las fuentes, material que está tejido de realidad y conocimiento. Por lo tanto éste libro es candidato a ser parte de la historiografía sobre el Palacio de Justicia. Por una parte la autora estuvo presente en la fecha de los hechos hace 28 años. Su posición privilegiada como un periodista independiente e internacional le ha permitido acceder a todos los protagonistas, los dirigentes del M19, la única guerrillera que sobrevivió Clara Elena Enciso, los investigadores y peritos, la fuerza pública, los familiares de las víctimas, fiscales y jueces, al igual que vínculos con sus colegas periodistas y personas que vivieron al interior del palacio los hechos, lo que se complementa con sus diálogos y entrevistas con la clase política y miembros del establecimiento de la época. A ello se suma un acceso a las fuentes legales como expedientes, material de instrucción, los diferentes informes que a lo largo de más de un cuarto de siglo se fueron creando sobre los hechos por las diferentes comisiones encargadas para investigarlos.
El epígrafe usado por la autora:
"Esta casa aborrece la maldad, ama la paz, castiga los delitos, conserva los derechos, honra la virtud".
Esta era la inscripción a la entrada del edificio derruido el 6 y 7 de noviembre de 1985. Por allí entraron los tanques del ejército burlándose del significado de tan irónico epitafio si se compara su sentido con lo allí sucedido.
Los nombres de los personajes del hecho histórico expresan por sí solos las raíces de origen judeocristiano imbricadas en la mentalidad colombiana: María, hija de Andrés Almarales; Lázaro uno de los guerrilleros de la toma, Gabriel uno de los testigos y sobrevivientes de las horas finales de la retoma que estuvo hacinado en el baño del entrepiso con más de 60 personas.
Explicación del Dr. Belisario Betancur al Tribunal especial de Instrucción que investigaba los hechos:
"El don del consejo –dijo-, para quienes tiene la fe es, además, el don del Espíritu Santo y yo soy un hombre de fe. Infortunadamente, este don del consejo es muy raro, pero sí existe, y los caballeros que son nuestros ex presidentes lo tienen" (pág. 157).
El don del Consejo probablemente sí pudo haberse efectuado en la antesala de los hechos y fue que el general Miguel Vega Uribe le recomendó al Sr. Presidente dejar todo en sus manos. La hipótesis de un Belisario pacifista y bonachón que fue engañado por los militares, marginado de los hechos, al que se le dio un golpe técnico de Estado probablemente no sea más que un mito, el Presidente ya tenía en su hoja de vida un antecedente de violencia, la masacre de Santa Bárbara de 1963. El perfil psicológico de los que asumen una actitud de mansedumbre muestra que es una estrategia para contrarrestar un temperamento violento, capaz de arremeter contra todo, de tomar la decisión de actuar con máxima decisión en la destrucción.
"Por mi parte, lo que está en juego aquí no es simplemente un Gobierno, o un sistema, ni siquiera el futuro de nuestra sociedad, sino todo el sistema de valores que es parte intrínseca de todas nuestra tradiciones y de la civilización cristiana de la cual formamos parte, eso es lo que está en riesgo aquí" (pág. 158).
Mejor argumento no había tenido Belisario ni siquiera cuando en 1963 permitió la masacre de obreros ya referida, es un verdadero "milagro" que más gente hubiera sobrevivido a la retoma del Palacio de Justicia por la fuerza pública, perfectamente con lo que allí "estuvo en juego", la democracia, las instituciones, la civilización e incluso la vida Eterna y la invocación al Espíritu Santo. Así las cosas, pudieron haber tomado la decisión de bombardear el Palacio de Justicia y después "hacerle estatuas a los caídos" como lo dijera el Coronel Plaza Vega en el fragor de la acción y de lo cual hay evidencia de audio.
"Capítulo 14 Operación Limpieza. El ejército, el Gobierno, el Congreso, los medios masivos de comunicación y la Iglesia se une para poner fin al desorden e iniciar la tarea de establecer una versión aceptable y oficial de lo ocurrido" (pág. 301).
La Iglesia como el gobierno fueron testigos impávidos del holocausto por parte del ejército. Pasados los hechos la Iglesia asumió sus ritos, sus ceremonias, sus invocaciones, sus celebraciones sacramentales con incienso y agua bendita. Los altos jerarcas se dejaron oír en los medios en una especie de vocería moral exaltando los valores cristianos, consolando a los familiares de las víctimas, llamando a la reconciliación y a la cordura a la sociedad, pidiendo apoyo al gobierno del Dr. Belisario Betancur y promoviendo en los católicos colombianos una especie de duelo basado en el optimismo en las instituciones y la promesa de que los cambios de justicia social se irían realizando paulatinamente para contrarrestar cualquier causa objetiva de la violencia y de la guerra política. La Iglesia se dio a la tarea de capitalizar a su haber la crisis humanitaria de ésta masacre de Estado.
4.13 EN DEFINITIVA
La religión es una idea y practica poderosa que abarca todos los ámbitos de la vida y la muerte, del más acá y del más allá, como ideología es penetrante porque apela a la emotividad antes que a la racionalidad, además es un discurso envolvente que tiene una explicación para todo lo que conmueve y aterra a los seres humanos y al enseñar a confiar en lo sobrenatural irresponsabiliza al creyente de su destino que se deja en manos de la providencia. Pero es al mismo tiempo un consuelo poderoso, una fuerza para enfrentar los momentos más duros de la existencia. Quienes vivieron la experiencia de estar en un campo de exterminio hallaron en su fe y en su esperanza un modo de sobrevivir, de allí surgió la Logoterapia[115]Los hechos sucedidos 28 años atrás interpelan y seguirán haciéndolo a quien se pregunta ¿Por qué?
La palabra holocausto, milenaria, anterior a la Iglesia Católica romana, señala en su historia semántica y filológica una relación de larga duración entre el poder y la fe, cuyo escenario por excelencia en el ritual que delimita en lo cotidiano la frontera entre lo profano y lo sagrado. Abraham es el padre de las tres grandes religiones monoteístas que han tejido la historia de la civilización occidental, Judaísmo, Cristianismo e Islam. Abraham sale a la vida pública al ser probado por Jehová que le exige que en demostración de su fe y fidelidad sacrifique su hijo primogénito que era un niño que apenas se aproximaba a la pubertad.
La religión está llena de actos de dolor, de mortificación, de pasión dolorosa, el Cristianismo es por excelencia una religión que exalta el sufrimiento, el tormento. No se llega a la resurrección sin antes haber recorrido la vía de la tortura, del viacrucis, de atormentar la carne hasta la muerte. Sin sufrimiento no hay verdad. En lo más profundo de la psique, un creyente puede ver el sufrimiento propio o de otro como una forma de expiación, como un camino de fuego que purifica, como un momento de dolor que tendrá su recompensa en la otra vida.
Usada respecto al Palacio de Justicia junto a conceptos como mártir, sacrificio, "sagrado recinto de la justicia", "fe en las instituciones" lo que se tiene es una sacralización de un campo que teóricamente es laico, propio del derecho, de la heteronomía coactiva objetiva y por lo mismo diferenciado, opuesto e independiente al campo moral y religioso, al mundo de la subjetividad y la autonomía. Pero son distinciones tipológicas que la realidad histórico-social supera. Esto sucede porque lo que allí sucedió fue en verdad -un trance de muerte-.
Difícilmente la guerra en Colombia o en cualquier parte del mundo humano, podrá estar ajena a la relación entre política y religión y un ejemplo claro es uno de los hechos notorios en la historia contemporánea, la toma y retoma del Palacio de Justicia en 1985 y la narrativa que ha suscitado en los textos e hipertextos que narran lo sucedido. Las incontables muestras de integración ritualista en la esfera pública que integra la relación entre política y religión. Es que lo profano y lo sagrado acompaña la vida del hombre occidental antes que existiera conciencia de un mundo dividido entre las antípodas.
Pero existen muchos ejemplos más, en que política y religión se involucran en la guerra en Colombia. Existe una guerra que ha sido invisible para los medios de comunicación colombianos, pero real y de enorme sufrimiento, que se ha librado en el Chocó, la región de mayor concentración de afro-descendientes en Colombia, que ha empoderado grupos paramilitares racistas, conformados por mestizos que se auto-interpretan blancos y donde a las comunidades arrasadas se les ha prohibido cualquier ritual funerario, principalmente los llamados cantos alabaos, que son tradicionales. Forma de guerra simbólica que no conforme con matar los cuerpos lo hace con las mentes de los sobrevivientes que en su credo no sólo enfrentan a la muerte física de sus parientes, sino el daño que sufren en el más allá las almas de sus seres queridos, que quedan sin paz ni descanso eterno.
Colombia es un país de profundas contradicciones, un escenario de lo orgiástico tanto en la vida como en la muerte, con rasgos profundos y contradictorios de personalidad colectiva, como es propio de toda sociedad compleja, en medio de un conflicto de décadas y sin solución real y efectiva a la vista. Pese a las negociaciones en la Habana con las FARC en 2013.
A la capacidad de empatía, solidaridad, compasión sobreviene la ira, la destrucción extrema, el uso de la tortura y la desaparición como medios políticos en la estrategia de suprimir el oponente y es algo que usan todos los actores armados, tanto legales e institucionales como los ilegales para sobreponerse no sólo física y materialmente si no de forma prevalente a través del miedo, llevando la guerra a un nivel abstracto, pero no menos brutal.
En el diario El Tiempo el 22 de Noviembre de 1985 se publicó un mensaje titulado:
"Pide la Iglesia, no más indolencia ni silencio frente al crimen".
Sin embargo en las honras fúnebres simbólicas de los días cercanos al Holocausto, los altos prelados llamaban a la cordura, a la tranquilidad, a asumir los hechos con una actitud contemplativa, reflexiva, un llamado lo más cercano a la indolencia frente al crimen de Estado que se realizó ante los ojos de Colombia y el mundo.
El Holocausto del Palacio de Justicia significa que Colombia es un país que ha estado en guerra, aunque el ejecutivo y los otros poderes se hubieran resistido tradicionalmente a reconocerlo. Despierta asombro que los propios colombianos sean testigos impávidos de la violencia. Que hayan aprendido a convivir con ella con una naturalidad inexplicable salvo que se recurra a la idea de una minoría de edad como la planteara Kant, donde no ha habido tampoco desarrollo de la inteligencia moral en la gran mayoría de la población y por ende se vive sin mayores problemas en medio de la violación de los derechos humanos, la injusticia social y la corrupción a todo nivel; donde cada quien va detrás de lo suyo y no le importa nada más. Por eso, probablemente, es que el país aparece encabezando las encuestas en la comparación mundial de ser uno de los pocos, donde la gente es más feliz y así lo demuestran los cientos de ferias, carnavales, reinados, fiestas, excesos orgiásticos a lo largo y ancho del territorio nacional en cualquier época del calendario civil.
El palacio de Justicia como hecho histórico marcó un recrudecimiento de la violencia política que comprometió una arremetida por parte de la extrema derecha y miembros del Estado en el desarrollo del paramilitarismo que se inició en vínculo directo con el narcotráfico. Todos los actores del conflicto armado en Colombia son violadores de los derechos humanos y desarrollan sus actos de terror y de ataque militar sin considerar el daño colateral en la población civil. El M19 se tomó a sangre y fuego la Corte por lo tanto su responsabilidad política e histórica es enorme.
A quienes se tomaron el Palacio, a excepción de una guerrillera que logró escapar al cerco y control militar, se les aplicó de una u otra forma la pena de muerte, no contemplada en el orden vigente establecido para el caso específico, formado por la Constitución, el código penal sustantivo que trata de los delitos y las penas; y el código de procedimiento penal, que permite de forma práctica el derecho a un debido proceso, a una defensa técnica, a ser tratado por las autoridades bajo la presunción de inocencia mientras no haya una sentencia condenatoria en firme.
El delito de desaparición forzada fue cometido frente a las cámaras de TV. Impactó en su momento y lo ha seguido haciendo durante más de 27 años a la esfera pública formada por la audiencia de los medios de comunicación masiva, testigos de los acontecimientos. De ello hay una impresionante masa de fuentes audiovisuales que son documentos históricos junto a los informes de criminalística; la anamnesis forense inmediata al suceso de la toma y retoma, registrada en documentos oficiales; la reconstrucción antropológica 25 años después; las filtraciones a modo de testimonios y confesiones por presuntos miembros orgánicos de la Fuerza Pública que participaron o tuvieron conocimiento de los hechos. -Como la versión de que una de las empleadas de la cafetería Ana Rosa Castiblanco con más de siete meses de embarazo dio a luz en un camión del ejército, ella murió horas o días después a manos de sus captores y torturadores pero su hijo fue robado y criado por un miembro de la fuerza-.
La verdad de los hechos no la tiene nadie y el hecho en sus efectos adversos humanitarios y penales no ha terminado y no terminará mientras sigan personas desaparecidas. Sobre los presuntos responsables hay un manto de impunidad que podría llevar al país a enfrentar una acción más directa de la Corte Penal Internacional como ya lo está haciendo la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Dicen los que sobrevivieron al evento que éste puede denominarse un gran estropicio, una ruidajera aturdidora que se desarrollaba en una continuidad de improperios y blasfemias. De pronto había un descanso mínimo, un pequeño atisbo de esperanza frustrada, cuando las armas principales cesaban para ser recargadas, hasta que rompiendo la tregua volvían a lanzar su fuego atronador. La guerra en clave de exterminio dejaba oír su estrepitosa empresa de destrucción en el corazón histórico y administrativo de Colombia, una nación a la que tardíamente se le reconoció de forma constitucional ser multiétnica y pluricultural, que en ocasiones parecer ser odiada por sus gobernantes en un país consagrado y re consagrado al Sagrado Corazón de Jesús y tantas veces ofrecido a la Virgen de Chiquinquirá patrona de Colombia.
El escenario de la batalla contó con tanques y vehículos blindados, helicópteros, artillería antiaérea, material explosivo perforante, granadas incendiarias, aturdidoras y de fragmentación, variedad de gases lacrimógenos, dispositivos de mira infrarroja, se dispararon miles de cartuchos y un batallón de más de 1000 hombres provistos de bendecidas armas automáticas dispuestos como una máquina de relevos en la táctica de obligar al enemigo a consumir su parque y entrar en fase de agotamiento. Todos estos recursos fueron usados en un recinto cerrado, cubierto con una protección de hormigón enchapada en mármol.
La edificación con un área construida equivalente a cinco canchas de futbol se convirtió en una caja de resonancia cerrada, suficiente para crear un infierno de ruido y es que todos los elementos fueron desatados en el pequeño Armagedón. El ruido ensordecedor fue el aire; un gran incendio devorador de la madera y la carne, formó el fuego; al final de la jornada una inmensa polvareda de muerte y hollín ensangrentados, fue la tierra. El agua, estuvo presente y ausente en todas partes y en ninguna, fue signo, en la sed de la agonía y de la esperanza frustrada miles de veces en sólo 27 horas; símbolo de vida en el corazón de la muerte.
Todos los elementos del origen del mundo, del imaginario primitivo, del principio mitológico, del comienzo de la física antigua fueron desatados en el Palacio de Justicia, fueron aterradores, se libró una batalla épica y de paradojas enormes porque los ocupantes armados muy rápidamente pasaron de la iniciativa en la ofensiva letal a la acción débil de contención, de defensa, de resistir una situación de avanzada militar insostenible.
La guerra es entre todas las actividades humanas complejas la que más demanda inteligencia, pensamiento estratégico, desarrollo de conocimiento y tecnología y es el punto extremo de todo proyecto, porque es el alfa y el omega de toda capacidad productiva. Es límite de la fe, de los valores y vicios humanos. No existe una actividad más integradora de saberes y prácticas que la guerra. Es de todas las prácticas sociales y culturales, la actividad que más exige recursos de todo tipo y tiene a los hombres como fuerza en despliegue y les deshecha como objetos biodegradables.
La guerra es la forma en que la cultura en el límite de la biología ve de frente a la muerte, es la energía que transforma la demografía y las capacidades técnicas y tecnológicas en manos de quienes ejercen el poder y la resistencia al mismo. La causa y el efecto de la guerra es la propiedad privada sobre los bienes y los objetos de deseo. La guerra ubica en le centro del protagonismo al cuerpo que es pulsión de vida y muerte; trabajo y consumo; deseo de goce y frustración; ira y miedo a la vez. De ahí que la religión y la guerra sean hermanas como también la política lo es de ambas. Porque como es la sangre al metabolismo así es el dinero al sistema capitalista, y la guerra es el punto nodal donde economía y metabolismo se hacen una función biunívoca. Por eso literalmente la sangre es medio de pago universal y objeto transable. La guerra es entre todas la actividades civilizadoras como la educación, la más importante de todas porque su elocuencia es vitalista no discursiva, son los cuerpos heridos, mutilados, desfigurados, descompuestos, profanados, desaparecidos su didaxis.
La guerra es la madre de la civilización, fue la guerra la que dio causa a la política y a la religión, propició el inventó del derecho para contrarrestar la violencia. La guerra es la base de toda productividad y todo consumo en un mundo frenético por el afán de lucro, de acumulación, de despilfarro, de innovación letal continua contra el planeta y contra la vida, en oposición al hombre creador. La humanidad es objeto enajenado del espíritu, hombres y mujeres son alienados de su propio afán y del fruto de su trabajo. El seudo evangelio de la productividad consume todo a su paso, incluso se devora así mismo sin tregua, dándole otra forma y significado al mito de Prometeo.
En la dialéctica entre gobernantes y gobernados política y religión son los discursos que legitiman el poder y lo sustentan por medio de la fuerza y el control de la subjetividad, crean las condiciones de la expansión de los imperios. No es la hartura y la calma las que han creado al hombre, ni el trabajo socialmente acumulado en tiempos de paz, ni han sido la cultura y la civilización creaciones espontáneas. La humanidad es obra de la pulsión de muerte convertida en satisfactor y necesidad. Los eternos medios de producción del trabajo social ante la seguridad y la lucha por conservar los bienes o arrebatarlos, son la muerte, la violencia, la ciencia y arte de la guerra, la explicación sobrenatural que de un sentido a la sangre derramada. Son las astas de la esvástica que crea el mundo humano destruyendo el mundo natural. Y la violencia del hombre sobre la naturaleza y su propia especie, sustentan la cultura. Por eso deseo insatisfecho, miedo e ignorancia son la base oculta de toda civilización.
Ninguna sociedad ni cultura en el tiempo ha podido confiar plenamente su destino a la moral autónoma o a la ley heterónoma. Sin sanción colectiva ni castigo eficaz hay disciplinamiento de la conducta social que permita aprovecharse de la fuerza de trabajo y de sus frutos acumulados en forma ordenada, equitativa y pacífica. Sin un dispositivo de fuerza que por coacción haga cumplir las normas, la cultura y la sociedad no podrían subsistir. La violencia es parte connatural del orden; del apego a la vida del débil amenazado por el fuerte; de la lucha por la supervivencia y de la voluntad de poder para mantenerse en la existencia y consolidar las posiciones estratégicas de la política, las posesiones ganadas, creadas, usurpadas, en uso. El poder se vale del miedo y del temor y en ocasiones del terror, para nutrirse, mantenerse, reproducirse y evolucionar.
El papel de la Historia es el de hacer conscientes de la guerra a los seres humanos, de su papel fundador y continuador de las gestas humanas, para mantener la injusticia o para revelarse contra ella en un afán de mejorar la vida, de emanciparse. La historia debería preparar para la batalla del presente permitiendo conocer las batallas del pasado, por eso la Historia tiene que ver con la guerra, con la política, con las culturas, con las civilizaciones, con las creencias, con los vicios y virtudes de la humanidad.
No se estudia "la vida en sociedad de los hombres y mujeres del pasado"[116] para saber más de ellos si no para descubrir de dónde se ha venido a ser lo que somos, quiénes somos y son los otros, qué se ha tenido y tiene en realidad, que se ha hecho y se puede hacer. El impulso por la historia no es el culto al pasado y la nostalgia de lo que se ha ido y el interés mórbido por lo que pasó si no desentrañar en las imágenes y huellas del tiempo ese rostro en la arena[117]que es el hombre, antes que sea borrado por la fuerza de los elementos, después de todo en la lucha entre el hombre y la naturaleza el hombre nunca podrá proclamarse vencedor, pero en la cultura el hombre es su memoria, ella es la base de su identidad, de su amor propio, de su orgullo y dignidad. Las sociedades que no tienen memoria histórica no existen por sí mismas.
Erich Fromm en su obra "Anatomía de la destructividad humana" explica apartándose de la teoría freudiana sin ir en su oposición metodológica y conceptual que efectivamente la guerra es el campo de batalla entre la pulsión de vida y la pulsión de muerte, es la confrontación suprema entre lo erótico y lo repulsivo. Dice Fromm que hay una fantasía en la violencia extrema que lleva al goce omnipotente del torturador y violador que ejerce su labor destructiva desde un narcisismo reivindicativo, daña al otro para afirmarse en la existencia y su goce sin ser sexual es orgiástico, es pasión, supremacía del propio cuerpo sobre el cuerpo del otro disminuido, torturado, mutilado, destruido, desaparecido, representado en ausencia, en la sintaxis simbólica de lo sagrado.
La guerra sin honor donde vale todo es necrofilia pura porque material y simbólicamente se mata y se come del muerto, se goza con su suplicio. Por eso la historiografía y literatura al respecto del Palacio de Justicia durante más de 27 años ha planteado una hipótesis con potencial resolución de verdad. Se trata de que una aberrante satisfacción sádica de gozar el sufrimiento del otro parece haber poseído a los altos mandos militares y sus subordinados el 6 y 7 de noviembre de 1985 y los días posteriores en que se prosiguió con la tortura, la muerte, la desaparición de las víctimas de la cafetería asumidas por discriminación social y económica como indudables colaboradores de la guerrilla del M19, allí en ese gesto de muerte absurda y desprecio por la vida se selló el calvario que han vivido cientos, miles, millones de desplazados, perseguidos, amenazados, llorando en la distancia sus muertos sin poderlos sepultar, porque en Colombia la pobreza no sólo margina y excluye de lo social si no que hace que se mate a la gente, ser pobre se volvió desde el Holocausto del Palacio de Justicia un delito que se paga con la muerte, porque los pobres son vistos como resentidos y afines a las causas reivindicativas de los extremistas de izquierda, esos –que amenazan la democracia maestro-.
Toda acción sujeta al cálculo medio fin es racional. Por ende los hechos aciagos del 6 y 7 de noviembre de 1985 no pueden ser tachados de irracionales porque invocar falta de cordura sería una forma de expiar el dolo de quienes perpetraron la masacre de forma sistemática. Allí hubo excesos de toda clase. Pero tanto guerrilleros, fuerza pública, víctimas y sobrevivientes operaron dentro de márgenes de racionalidad. Para unos su estrategia fue su perdición y para otros su oportunidad. Una vez establecida una ventaja numérica y militar, la fuerza púbica se enfocó en asestar un golpe contundente, sin mediar un costo/beneficio humanitario. Se trató de una operación de arrasamiento y aniquilamiento que no le importó el daño colateral. Establecida la operación de retoma esta se hizo indiferente al dolor y muerte de quienes perecieron en el teatro principal de los hechos ese miércoles y jueves, 6 y 7 de noviembre de 1985, y días después en instalaciones militares bajo la tortura de la lustrada bota militar. Un costo mortal tanto para los que fueron hallados como para los que quedaron desaparecidos. Costo al que se suma el sufrimiento de las familias, la intranquilidad y la baja estima por la vida de sus asociados que el Estado demostró con todo furor cuando dio rienda suelta al aparato militar bajo el silencio cómplice de los industriales, políticos y prelados de la Iglesia oficial.
El pensador alemán en la tradición de la Escuela de Frankfort, Jürgen Habermas planteó la Ilustración como un proyecto inconcluso amenazado por la racionalidad instrumental. Precisamente el Palacio de Justicia muestra como esa heredad republicana inserta en la tradición ilustrada del contrato social, basado en la confianza laica en el derecho y las instituciones ha sido frente a la violencia endémica, a la colombiana, un proyecto no sólo inconcluso sino sin agenda. El Holocausto del Palacio de Justicia tiene una de sus causas en el Frente Nacional[118]muestra como la República nacida de la Constitución de 1886 tuvo una razón práctica basada en la hegemonía bipartidista obsesionada por la búsqueda de un sistema legal y moral donde tuviera sentido y aplicación el imperativo categórico híbrido de la legalidad y la fe cristina[119]la inmadurez democrática constituyó a la colombiana, el "proyecto inconcluso de la modernidad". Como lo expresara Consuelo Corredor, experimentar la modernización y el modernismo sin modernidad[120]
El 6 y 7 de noviembre de 1985 la única razón práctica que imperó fue la de la biología eugenésica de liberar al cuerpo social de elementos invasivos, dentro de un uso literal del control de plagas, el mando militar decía a los subalternos, –fumíguelos-. El establecimiento obró poseído como un lenguaje de programación inconsciente, bajo una forma espontánea, sin mediar teorías o sistemas, se dio un despliegue de biopoder imbatible que decidió eliminar células cancerosas en el tejido de la sociedad[121]
Se operó para aniquilar al contrario sin reconocerle dignidad ni estatus humano. Se orientó la razón militar instrumental para hacerlo de tal manera que no quedara ni una tumba. La tradición crítica kantiana, la visión de civilización de Hegel pensando que la filosofía, el derecho y la religión serían el culmen de la razón no tuvieron eco; el desarrollo de las escuelas jurídicas, de la teoría de Kelsen y Bobbio[122]fue acallada por el fuego anaranjado magenta que cubrió devorando la edificación y el ensordecedor traqueteo de las armas automáticas.
La razón de Estado que propició el Holocausto demostró que las instituciones, el derecho, el orden jurídico, el establecimiento moral, los valores cristianos no son más que una entelequia demagógica frente a la razón práctica de la voluntad de poder. Porque no se respetó la vida de los rehenes ni de los combatientes vencidos, por eso las ejecuciones extrajudiciales y el desaparecimiento de algunas de las victimas lo que demuestra es que los grandes juristas del país no tenían nada para su defensa, sus textos y discursos nada podían hacer para contrarrestar la pena de muerte que sobre culpables e inocentes se cernió. Esta batalla del Palacio de Justicia, esta versión colombiana de la guerra de baja intensidad, también la perdió la academia colombiana sin jugarse por la paz ni por la guerra, sin asumir la defensa de nada, simplemente mimetizada en el academicismo foráneo, siempre diciendo cosas, entelequias teóricas, vanos discursos sin referente ni verdad, elaborando, elucubrando, vociferando sin afirmar ni negar, sin comprometer nada por la justicia y la vida.
El Palacio de Justicia como el Holocausto nazi, guardando las debidas proporciones con la Historia y con las víctimas, son ejemplos de que la modernidad ilustrada ha sido un proyecto más que inacabado, frustrado en la civilización occidental y que la razón instrumental sin desarrollo moral y ético lleva inexorablemente a los seres humanos al peor de los mundos, donde sólo prima la ley del más fuerte, la voluntad de poder, la selección natural, las estrategias de adaptación donde los corruptos, los asesinos, los mentirosos, los cobardes reciben premios, condecoraciones, bonificaciones, renombre institucional bajo el amparo del silencio cómplice frente a sus crímenes de lesa humanidad.
Así como el campo de exterminio de Auswichtz es un punto de inflexión en la historia universal contemporánea en perspectiva Europea, la toma y retoma del Palacio de Justicia es un punto de antes y después en la Historia de Colombia. El problema es que todo se ha conjurado para no ver éste hecho con la gravedad que representa y significa para las generaciones futuras de colombianos respecto al Estado y el ejercicio del poder.
Cuando contra todo pronóstico realista prosperan los procesos en contra de los victimarios, estos obtienen como premio de consolación prisiones seguras, confortables, sin hacinamiento, sin carencias ni restricciones de horario, alimentación, recreación y visitas, dotadas con gimnasio, instalaciones deportivas, tecnología de vanguardia y bibliotecas, con posibilidades de tratarse enfermedades en el exterior. Además mantener su rango al interior de las guarniciones militares. Sólo 20 años después[123]cuando ya muchos de los culpables y dolosos habían muerto plácidamente en los laureles del reconocimiento la justicia deshizo el camino de la impunidad e inició un trabajo que aún está lejano de culminarse, por aquello de la verdad, la justicia y la reparación no sólo resarciendo el derecho de los familiares de las victimas sino con esa inmensa parte de la nación colombiana que es decente y exige que se cumpla con la Constitución y la ley.
La destrucción del Palacio de Justicia sin contemplación de sus ocupantes permanentes y ocasionales bajo el pretexto de defender la democracia y salvaguardar las instituciones, puede ser descrita indirectamente parafraseando la siguiente cita:
"La más insidiosa empresa de la razón contemporánea es la de sustituirse al cuerpo. Lo que estamos perdiendo hoy no es la "libertad de espíritu" sino la "posibilidad del cuerpo". La violencia y la crueldad son la consecuencia de la perversión de una razón superabundante que ha olvidado sus orígenes. Si al otro lo suprimo como cuerpo lo suprimo como fuente de deseos y así anulo la más turbadora manifestación de la otra corporeidad"[124]
La sociedad laica como ente ficto fue elemento de argumentación en la retórica de defender las instituciones como respuesta a un hecho histórico constatable, las fuerzas culturales que en la sociedad colombiana operan en la dialéctica entre religión y espíritu laico son económicas, un capitalismo ramplón y dependiente oculto bajo una máscara jurídica, una verborrea teórica, una retórica del deber ser, una doble moral hipócrita, cobarde y asesina. Sustituido todo ídolo, todo conocimiento, todo referente axiológico por el hedonismo del consumo, por el afán de lucro, por el enriquecimiento rápido y fácil, la racionalidad se ha apartado de todo ideal noble. Es una pragmática del costo/beneficio, para obtener prebendas, galardones, rangos, reconocimientos, premios y títulos.
"Esta perversión real del pensar racional, cuyo presentimiento alimenta aun oscuramente nuestra experiencia actual de crisis no es casual ni tiene un origen misterioso. Está en la lógica de una racionalidad nacida en el momento mismo en que se consolidan los dualismos y se deshacen los teísmos. Perdida la unidad remota aunque consoladora de lo divino, los dualismos producen la perversión de la razón contra el cuerpo y siempre en nombre del espíritu"[125].
En el Palacio de Justicia se invocó un espíritu convertido en espectro, el de las instituciones supuestamente amenazadas, fue un motivo laico y civilizador que permitió desplegar una pasión asesina, para enfrentar con superioridad de masa dotada de arsenal contundente que se desplegó y usó de manera compulsiva contra unos insurrectos fanáticos que profanaron el establecimiento representado en la sede de las altas Cortes.
Los militares oficiaron de sacerdotes de un nuevo orden a partir de un sacrificio de expiación, una ceremonia de purificación, un ritual de sangre vertida al dios Midas alimentado por la codicia y el miedo de la multiforme doctrina de la seguridad nacional. Recordando a Jorge Zalamea[126]Subieron por las escalinatas bajo el ruido cómplice de los medios de difusión de imágenes y discursos, bajo el amparo de los palacios y los templos. 28 años después ¡crece, crece, la audiencia!
El Noticiero TV Hoy en su emisión de la noche del 7 de Noviembre de 1985 dedicó 19 minutos a hacer una sinopsis de los hechos del Palacio de Justicia, la abogada y periodista Judith Sarmiento y el ya fallecido presentador Hernán Castrillón Restrepo resumieron la posición de la Iglesia Católica, única iglesia en Colombia asociada al poder político, consistía dicha actitud en un llamado "vehemente", -decían los comunicadores- a cerrar filas en torno a apoyar al gobierno y las instituciones, guardar calma y serenidad, y a asumir con esperanza el futuro del país pese a la magnitud de la tragedia y las dolorosas imágenes.
Dieron la vocería a Monseñor Marío Revollo Bravo Arzobispo primado de Colombia quien consideraba que la situación era inquietante pero al mismo tiempo exigía de los cristianos en su fe confianza en las instituciones, en el gobierno, en los poderes públicos sobrevivientes y en que era posible solucionar los problemas sociales y económicos superando la violencia. "La Fe en Dios no puede ser pesimista y hay confianza en la capacidad de recuperación del pueblo colombiano", -dijo-.
Tras las breves palabras del prelado se hizo una toma de la bandera ondeante en el techo del derruido palacio de justicia y muestran a un soldado con el rostro cubierto de hollín haciendo señal de victoria, inmediatamente se ve a otro soldado en la plaza mirando hacia la edificación destruida al mismo tiempo que se santigua, en una retórica de la imagen cuyo significado es la esperanza y confianza que otorga la fe cristiana.
Inmediatamente después, el noticiero va a comerciales y al retornar la emisión cambia de tema y pasa a cubrir el Reinado Nacional de Belleza desde Cartagena y participan en la nota algunas de las candidatas, entre ellas la Sta. Ana Bolena Meza representante por Bogotá que comenta los temas del palacio y pide que no se repruebe al reinado de belleza. La señorita Sandra Borda Caldas, quien era la reina de Colombia elegida en 1984, fue entrevistada y habló sobre las medidas de seguridad en Cartagena para evitar un atentado similar al de Bogotá. Segundos después se muestra la imagen de una periodista saludando de beso al actor Guillermo Capetillo invitado especial al reinado como jurado y se le solicita que dirija unas palabras de consuelo al pueblo colombiano en momentos tan difíciles[127]
El noticiero cierra con el desparecido periodista de origen español José Fernández Gómez con una nota final sobre los heridos del palacio atendidos en diferentes hospitales y clínicas de Bogotá, como fue el caso del Magistrado José Roldan. Se menciona medidas de apoyo del gobierno nacional para el sepelio de los magistrados, se cita a honras fúnebres y se decretan tres días de duelo y la reconstrucción inmediata del palacio. Las últimas imágenes son las ruinas del palacio, restos humanos en bolsas trasparentes inapropiadas para tales menesteres que demuestra la decidía intencional con la que se manejó la evidencia material probatoria de todos los delitos que en 27 horas de terror se cometieron por parte de todos los actores involucrados; avisos de reconstrucción de expedientes y el saludo de los sobrevivientes en la plaza de Bolívar, se avisa que la justicia como servicio público no se detendrá ante la racha de locura atribuida exclusivamente al M19[128]
Es pertinente interpretar la historia del último cuarto de siglo en Colombia, en la relación entre política y violencia teniendo presente los hechos del 6 y 7 de noviembre de 1985 y sus consecuencias que aún se siguen manifestando en la manera como el conflicto ha escalado en su desprecio por la vida, dos ejemplos el paramilitarismo genocida, los falsos positivos. Los desaparecidos son razón suficiente para pensar que es un hecho histórico el del Palacio que aún se está efectuando mientras los familiares de las víctimas no sepan la verdad ni recuperen los restos de sus seres queridos, si ello fuera materialmente posible, dado que en múltiples versiones los victimarios parecen haber tomado medidas para desintegrar toda evidencia.
La religión es parte de la guerra como lo es la guerra de la política. Durante más de 27 años el ritual católico se ha pronunciado frente a los cuerpos ausentes que han sido objeto de veneración y rituales en su presencia simbólica. La ceremonia de expiación que reconoce el sacrifico de las víctimas como un pago sagrado ha tomado el papel de una forma cultural y semiótica de expresión no sólo espiritual sino política en la forma de resistencia y exigencia de derechos de quienes aún continúan siendo pertinaces en que el Estado y sus agentes involucrados respondan por sus crímenes, por la gente inocente que capturaron, torturaron, asesinaron y desaparecieron.
significa que es un hecho de la historia actual de Colombia que se ha convertido en un fenómeno sociolingüístico que ya hace parte de la memoria colectiva e histórica, de las artes escénicas y pictóricas, del séptimo arte, de la imagen visual y audiovisual de este país. El tanque del ejército entrando por la puerta principal del Palacio es un ícono de la historia reciente de la violencia que se tomó el corazón de Colombia. Es además fuente de inspiración para la historia oficial que es la anti-historia[129]
Basta leer los títulos de los libros publicados sobre el hecho para darse cuenta que se ha creado a partir de los sucesos más literatura que historiografía. Evidentemente se trata de una moda en aumento, consiste en esa manera novedosa, llamativa de titular los libros de historia y las investigaciones que se publican. Una estrategia de mercadeo para la producción historiográfica, parecería que se escribe con un afán de sensacionalismo que convierte cualquier acontecimiento en un discurso, en una comparsa donde son los invitados el retruécano, el oxímoron, la sinécdoque, la metáfora, la hipérbole, la antonomasia, la metonimia, la hipérbaton, el símil. Todo un arte para llamar la atención del lector, capturar su interés, invitarlo a que tome el libro y lo compre. A punto que de seguir esta moda retórica no habrá mucha diferencia en un futuro entre la teoría de la historia y la teoría literaria.
La principal conclusión histórica es del orden jurídico y político, el hecho del Palacio de Justicia es el caso de desaparición forzada más claro y evidente que se ha tenido en Colombia y en el mundo por parte de agentes del Estado, que es además un delito de lesa humanidad que sigue perpetrándose mientras el asunto de los desaparecidos no tenga solución. La única posible es que se confiese que se hizo con sus cuerpos, que lo que quede de sus restos previa identificación por cotejo de ADN les sea entregado a sus familias, que se les diga la verdad de lo que pasó, para que se pueda seguir al paso necesario del duelo, del perdón, de una reconciliación que no sólo es necesaria para los familiares de las víctimas y los perpetradores y responsables sino para toda la sociedad colombiana. Pero todo lo que ha sido éste tema de la historia de la violencia y la destrucción de buena parte de las más brillantes mentes de la rama judicial no puede olvidarse, no puede pasarse la página y ya. El veredicto más contundente no será el de los jueces temporales sino el de la Historia[130]
La religión y la política tienen su relación más profunda con el Palacio de Justicia a partir de los desaparecidos, todas esas ceremonias de duelo incompletas, todo el drama de los familiares tejiendo fantasías para sobrellevar la angustia incesante de no saber nada de una persona querida que el 6 de noviembre de 1985 salió a trabajar o hacer una diligencia a Palacio y nadie jamás la volvería a ver. Decía el Sr. Enrique Rodríguez padre del desaparecido administrador de la cafetería Sr. Carlos Rodríguez, -¿Cómo es posible que ante los ojos de todo el mundo, que en el corazón mismo del poder público, se asesine y desaparezca a la gente y nadie sepa ni diga nada?- (Ver archivo audiovisual anexo).
Todo esto daría para escribir muchos relatos de "Escalofríos"[131]donde no se necesitaría inventar nada, – fosas sin nombre y cuerpos sin tumba- por el fanatismo laico de defender la democracia y las instituciones o por el otro modo de extremismo, de imponer a la fuerza un juicio al Presidente de la República. La bipolaridad de las "ideologías" empuñando las armas, ni unos ni otros tuvieron en cuenta las vidas humanas que amenazaron, retuvieron, cegaron, y sólo sabe el Dios que invocan las víctimas en los relatos, que más les hicieron.
La desaparición forzada como arma, establece de frente la relación entre la religión y la guerra, negarle una tumba al cadáver del enemigo tiene un significado político y religioso, –los muertos no hablan pero sus cuerpos sí-[132]. El cuerpo de los desaparecidos alcanza por la publicidad la esfera de lo público, se vuelve una noticia que cuando parece olvidada vuelve y renace instalándose en los titulares de prensa, hace que algunas gentes se estremezcan, por un instante casi por intuición se pregunten – ¿qué pasaría si me desaparecieran un día- o sí alguien amado fuera desaparecido?-.
En un país católico, cristiano y sincrético en materia de magia y religión como Colombia, los muertos tienen un peso enorme. Que los guerrilleros no tengan una tumba tiene una significación política entronizada en lo más profundo de la fe. Negarle al enemigo el último adiós de su familia, un rito religioso, una cruz, una lápida con su nombre, una última morada por humilde que sea representa un aniquilamiento que va del cuerpo convertido en desecho biológico a matar anímica, social y emocionalmente a sus familiares. Es la advertencia de que se procederá contra el enemigo con la insana práctica de hacer de todo tierra arrasada por eso de la noche color naranja magenta del 6 de noviembre de 1985 se dio paso en la madrugada del día siguiente a la operación rastrillo.
La desaparición forzada desarrolla un ciclo perverso de amenazar y adoctrinar con la muerte del otro, la guerra política también se desarrolla en guerra psicológica, se trata de una pedagogía del terror que anticipa y advierte –que hay que echarse a perder cuando se es declarado un objetivo militar-, Más de 5 millones de desplazados en los últimos 20 años son plena prueba, Por medio de la tortura se escribe sobre el cuerpo del enemigo. Se usa la muerte y la desaparición para todo el que se atreva a oponerse al régimen, amenace el orden social, piense diferente, promueva el reconocimiento y defensa de los derechos humanos, se alíe con esa gente sospechosa de pertenecer o ser auxiliar a la guerrilla, esos mismos que en las comunicaciones los altos mandos militares llamaban –las basuras-[133].
Para que el caso de los desparecidos fuera atendido por la justicia ordinaria hubo que vencer la oposición del Estado y de la justicia militar, pero además tocó hacer toda una campaña de pedagogía en la sociedad, valerse hasta de la publicidad, para mostrar quienes eran los trabajadores de la cafetería y convencer a la opinión pública que no eran guerrilleros. Lo que presupone que si todos hubieran sido guerrilleros el hecho de su aniquilamiento hasta la desintegración no hubiera significado nada para la opinión pública que forman los medios todos los días manipulando la información.
Existe una prueba directa no circunstancial. No atendida judicialmente ni planteada de forma inequívoca, el hecho claro de que ante los ojos de todo el mundo las autoridades desaparecieron a los guerrilleros cuando alteraron la escena del crimen. Cuando sin haber sido identificados, ni aplicado los protocolos de necropsia completos en Medicina legal, fueron los restos humanos y cadáveres, sustraídos por orden de un juez penal militar y lanzados a una fosa común en el Cementerio del Sur, donde una semana después con dolo empeñado en destruir toda eventual evidencia, vertieron restos contaminados que provenían de la emergencia hospitalaria y humanitaria que desató la catástrofe de Armero. Durante años se argumentó con múltiples razones dilatorias, -entre ellas la de evitar una emergencia de salud pública-, el desarrollo de labores técnicas de investigación forense y el trabajo de Antropología de identificación de las presuntas víctimas del Palacio de Justicia a partir de la reconstrucción facial del cráneo.
El Holocausto del Palacio de Justicia instaló en la esfera de lo público a nivel nacional e internacional la guerra que históricamente se ha librado en Colombia por multiplicidad de causas y actores, pero cuyo eje fundamental fue y es la lucha por la propiedad sobre los medios de producción, el principal la tierra y la necesidad de controlar la fuerza de trabajo de las zonas rurales, porque antes del desarrollo tecnológico industrial y la agroindustria tecnificada de hoy, en algunas regiones y cadenas productivas destinadas a la exportación, la tierra destinada a la productividad valía sí se contaba con mano de obra dócil y barata. Este hecho del Palacio de Justicia tan terrible para la sociedad, el Estado y las instituciones implica un proyecto que nadie ha asumido y es desde su magnitud repensar que es ese ente ficto que se invoca discursivamente por lo politólogos, los juristas, los filósofos del poder y los historiadores, la razón de Estado.
El Holocausto puso al país nuevamente en la historia universal, ya había sucedido con el triunfo de la Guerra de Independencia en batallas decisivas como la de Boyacá el (7 de agosto de 1819) y la majestuosa imagen del libertador Simón Bolívar empoderado hacia su proyecto de la Gran Colombia, con triunfos decisivos como los de Junín el (6 de Agosto de 1824) y Ayacucho el (9 de Diciembre de 1824). 37 años antes de la toma y retoma del Palacio de Justicia lo había hecho el Bogotazo el 9 de Abril de 1948 y la década subsiguiente de violencia política que llevó a la formación de las guerrillas liberales origen de las FARC, época de incontables genocidios, de una guerra civil no declarada, que fue la negación practica a cualquier atisbo de civilización teórica. Lo que creó una tesis sin refutar que en Colombia se convive con el orden del aparato legal y la violencia extrema dentro de relaciones clientelares que crean atrofia y desequilibrios en la redes burocráticas, en las formas de cooptar al interior de los partidos tradicionales, en la relación entre los ciudadanos estratificados y sus representantes[134]en una suerte de antinomia teórica resuelta en la práctica. Donde lo político se desarrolla hasta la violencia de aniquilar al contrario y siempre la muerte y el horror conlleva a acuerdos políticos en un ciclo de nunca acabar.
Cuando invoco la esfera de lo público se está en el centro de una paradoja porque el 6 y 7 de noviembre de 1985 durante 27 horas de la violencia más destructiva posible, cubrió de humo y sangre el teatro de la razón legítima del Estado[135]razón representada en la función que realizaban las Altas Cortes de la rama judicial y desde la cual se creaba para la sociedad un modelo de razón pública con pretensiones de validez, veracidad y verdad.
Las Altas Cortes de la rama judicial eran la expresión colombiana de una tradición inaugurada desde la razón práctica de Kant, desarrollada por el pensamiento de la filosofía política ilustrada, asumida por el materialismo histórico de Marx en su crítica al Estado liberal burgués y que tuvo continuidad en el Siglo XX con Jürgen Habermas en torno al derecho y los medios de comunicación como acción comunicativa, ética, social, política y por ende acción económica e histórica. Por eso la idea difusa de una esfera de lo público a partir del Palacio de Justicia implica el discurso sobre un hecho de guerra que más que histórico ha sido historizante porque muestra sin careta la real razón de Estado y expresión de la forma que allí asumió la gobernabilidad desde la lógica militarista en contravía a una tradición civilista y legal que en Colombia había sido la caracterización de la tradición republicana, heredera de la civilización occidental en su doble faz laica y cristiana.
Herencia cuyos grandes hitos institucionales pueden enumerarse de forma familiar para cualquiera medianamente educado, Derecho Romano, Cristianismo, Ilustración, Contrato Social, Constitucionalismo, Derechos Humanos. Para llegar a los grandes términos transformados en conceptos hegemónicos de todo discurso político y jurídico contemporáneo, hace 27 años y hoy. Se trata del campo semántico heredero de la formación y evolución del estado-nación, que permanece en dinamismo de discusión y fundamentación: Democracia representativa y/o participativa; soberanía; libertad y orden; ciudadanía; legalidad y legitimidad; opinión pública; esfera pública; ordenamiento jurídico; derechos y deberes civiles; ciudadanía, constitución política; acceso a la justicia; ramas del poder público; sistema de pesos y contrapesos en la regulación del sistema de poder en la estructura funcional del Estado; principio de legalidad y acción de control de legalidad que esgrime la administración pública en desarrollo de su función; sometimiento de la administración en el desarrollo de la función pública por las autoridades a la ley; control constitucional; derechos fundamentales y derechos sociales, económicos y culturales.
Los días 6 y 7 de noviembre de 1985 la razón pública que se impuso no fue la del Derecho sino la de las vías de hecho en grado sumo de aniquilamiento. Sin embargo se hizo dos Consejos de Ministros, se dictaron decretos presidenciales a la luz de los hechos, el Congreso de la República no se cerró y se celebraron actos administrativos a lo largo y ancho del país por el Estado en su diferentes formas desde lo nacional hasta lo local, el sistema gubernamental no paró aún bajo la hipótesis de un ejecutivo cautivo al que la alta cúpula militar en cabeza del Ministro de defensa Gral. Miguel Verga Uribe le dio un golpe de Estado momentáneo y que el ex ministro de Gobierno de entonces, el Dr. Jaime Castro niega vehementemente.
Los colombianos y el mundo presenciaron en tiempo real los hechos por TV y escucharon por la radio la voz del presidente de la Corte Dr. Alfonso Reyes Echandía pidiendo –que cese al fuego-. Por primera vez para muchas generaciones de colombianos habitantes de los centros urbanos la guerra no era un suceso de la selva o del campo, un hecho aislado sin rostros ni imágenes. Una batalla sin precedentes se libró en la ciudad, pudo verse y escucharse -en vivo y en directo-, tal cual se publicitaba el cubrimiento de un evento deportivo de interés general, el partido de futbol que sirvió para distraer a la teleaudiencia mientras el palacio ardía en la noche del miércoles 6 de noviembre.
El hecho de la toma y los hechos posteriores se dieron en el nodo del poder. No se trató de cualquier lugar, fue en la capital del país, a escasos metros de la sede del Congreso, de la sede Arzobispal, de la Alcaldía Mayor y de la Presidencia de la República, en un lugar donde convergen todas las ramas del poder público. Salvo el precedente de la toma y secuestro del cuerpo diplomático acreditado en el país por el M19, cuando asistieron a un evento social en la Embajada Dominicana en Bogotá el 28 de febrero de 1982, situación de rehenes que se negoció sin víctimas fatales y que duró hasta el 25 de abril de 1980. Pero lo del 6 de noviembre de 1985 fue de naturaleza distinta, se trató de un hecho de guerra del que por primera vez en la historia contemporánea de Colombia la comunidad internacional fue testigo directo del contundente operativo militar de retoma del Palacio de Justicia.
El olor a muerte y sonido de las detonaciones no dejan mucho a debate entre acontecimiento y evento, allí en el palacio de Justicia durante la toma y retoma se vivieron momentos, eventos, acontecimientos, sucesos, todas las palabras que puedan ser parte del campo semántico del tiempo asociado a la acción antrópica, a un hecho no de naturaleza sino jurídico, cuyos efectos y delitos siguen transcurriendo. Todos esos conceptos pueden ser usados y ejemplificados, no hubo clemencia ni el mínimo pudor con las víctimas ni con los sobrevivientes, hubo incluso quienes murieron una y más veces, por lo tanto la discusión retórica y metalingüística sobre los significantes y significados no ha lugar.
Años después, en muchas ceremonias político-religiosas de significación social para demostrar el agravio contra el Estado, sobrevivientes y familiares de las víctimas se han encontrado y siempre se han representado los rituales que honran la memoria de los caídos desde la religión y la política con la invocación a la paz de los muertos que el daño colateral de una guerra produjo. Lo que tal vez nunca fue un efecto calculado es que en el imaginario colectivo pesara más una tumba vacía y sin nombre que un cadáver reconocido y honrado con los ritos, el duelo, la evocación de un pasado mejor y la nostalgia por no haber tenido la oportunidad de vivir y realizar lo que hubiera sido su vida. Un derecho que en Colombia se arrebata con mucha facilidad.
Las Ciencias Sociales no han tratado de forma sistemática y con el compromiso que la realidad violenta lo ameritaría, la relación directa y evidente entre política y muerte en Colombia. Tampoco la relación directa entre política y miedo; y entre política y cobardía, de quienes se entregan al servicio de los intereses del poder por mantener un puesto, una posición, una prebenda económica. Una de las razones de no ser militante de la resistencia ante la violencia y violación sistemática de los derechos humanos que hacen los actores armados del conflicto es el miedo que la violencia y la guerra sucia despierta en los intelectuales, además que en Colombia sí los grandes crímenes se han manejado con un manto de impunidad, -mucho menos importante un crimen contra un docente, un sindicalista, una persona común, como los trabajadores de la cafetería del Palacio.-
Sin el reconocimiento de los derechos humanos de propios y extraños no es posible transformar la cultura en civilización, la vida humana no es viable, la sociedad no se encamina hacia su desarrollo sino a su auto aniquilación. Pero eso necesita de un diálogo entre lo local y particular con lo global y universal, una transacción de comprensión entre lo que es abstracto y ético con lo que es práctico, rutinario, común y propio del mundo de la vida real, no al tipológico de la sociedad, de la jurisprudencia, de la política, de la cultura, todas formas fictas que si no se aterrizan llevan a pensar la vida no a vivirla[136]Precisamente una de las funciones de la Historia con mayúscula es hacernos caer en cuenta que tenemos derecho a vivir, como dice Eduardo Punset[137]descubrir –que hay vida antes de la muerte-.
La academia colombiana frente a la violencia de los últimos 30 años en el país ha estado distanciada de la realidad social y no genera espacios democráticos de socialización del conocimiento social e histórico, por otra parte el nivel de lectura y de atención a los problemas importantes de Colombia es muy bajo. Los temas fundamentales de la esfera pública en los medios de información son el fútbol, los otros deportes, la farándula y todo lo relacionado con el bienestar de las vías y la experiencia de movilidad, los noticieros pasan de un escándalo de corrupción a otro y se usa la crónica roja como una atractiva carnada para apelar al morbo del telespectador, lo universalmente siempre sirve para subir la audiencia a la par que es un distractor para que no exista un pensamiento crítico, una actitud política consciente, ni un interés emancipatorio.
El Palacio de Justicia para las personas mayores de 40 años en Colombia[138]es un significante histórico, no es necesario anteponer holocausto ni precisar que los hechos ocurrieron el 6 y 7 de noviembre de 1985. Intuitivamente el común de la gente ha entendido lo que es una compleja ficción legal, un constructo conceptual abstracto de los llamados delitos en desarrollo, respecto al tipo penal de desaparición forzada. Aunque no se diga en público el común de las personas que recuerdan los hechos saben quién tuvo la mayor responsabilidad por la masacre y que ellos al fin lograron hacerse invisibles para la justicia y la opinión de los medios.
La relación entre política y religión no es obvia, sí lo es en cambio la relación entre política y razón de Estado, que permite dilucidar porqué se permitió por el alto gobierno éste genocidio. La relación entre política y medicina se desprende del peritazgo legal que abarca campos como la física de artillería, la antropología física, la reconstrucción forense, la balística, siendo el elemento intérprete el cuerpo humano lesionado y la evidencia pos-morten que se ha podido reunir pese a todos los ingentes esfuerzos por destruirla, perderla, ocultarla, tergiversarla o simplemente ignorarla .
En ciencias sociales el pensamiento académico ha sido marcadamente civilista al punto que nunca o casi nunca se ha tenido en cuenta la variable militar[139]lo cual es un error en un país como Colombia sumido durante décadas en una guerra civil no declarada. La relación entre política y guerra es tan directa que se pasa por alto. Otras relaciones como la existente entre política y derecho es la que más se ha percibido y trabajado desde el ámbito de la verdad procesal y la jurisdicción respeto al Palacio. Pero que en su aspecto de fuente histórica no se han valorado por los cronistas con el énfasis que ellas tienen como reconstrucción del hecho. Contrario es la importancia concedida a otras fuentes como las testimoniales de carácter extraprocesal, cuyo enfoque no es propio de la historiografía documental y sí del campo de la instrumentalización en Sociología y la historia de vida, propia de la Historia social y la Antropología, campos de las ciencias sociales donde se valora y da uso a la fuente oral.
Pero el tema da para establecer la relación entre política y medios de comunicación como forma para acceder a la comprensión del contexto social y cultural de la violencia cotidiana rural y urbana. La relación entre política y representación estética está planteada por el arte, la arquitectura, la dramaturgia, la literatura, la animación, el cine, que han hecho del tema del Holocausto del Palacio de Justicia un objeto de representación y simbolización. Otras relaciones menos claras pero necesarias son las de la política, la violencia y el cerebro en el enfoque de la psicología evolutiva y las neurociencias.
Sin lugar a dudas la relación entre deseo y muerte en los hechos de guerra como el Palacio de Justicia es un problema que merece profundos análisis desde el campo integrado del psicoanálisis y las ciencias de la conducta y algo que no se ha estudiado y es el efecto postraumático que el hecho dejó en quienes vivieron directamente el holocausto y en una generación, que ha visto "la justicia en llamas".
La relación ente política e historia muchas veces se da por obvia, por eso no se aprecia en su magnitud practica frente al mundo de la vida y la acción social. La historia es un conocimiento para la acción política. Conocer el pasado sólo puede servir para comprender mejor el presente asumiendo una actitud. El diagnostico explicativo de lo que pasó aporta constructos simbólicos para hacer la prognosis de lo que está sucediendo y está en proceso de desarrollo, de cambio, de gestación y evolución. No se trata que el historiador se vuelva profeta del porvenir o que presuma de tener las claves que descifran el pasado, el presente y el futuro. Pero la Historia útil es ante todo la capacidad de tomar decisiones conscientes teniendo en cuenta lo que se sabe de hechos que en circunstancias nunca iguales pero análogas permiten una planificación frente a efectos y perjuicios. De ahí la idea de conocer la historia para no repetir de ella lo que han sido errores y vergüenza.
Este trabajo fue un intento de puntear la relación entre política e historiografía tomando como perspectiva la relación entre política y religión, muchas otras relaciones sobre el tema del palacio de Justicia están por descubrirse y plantearse, todas en espera de ser desarrolladas. Pero la relación que no debe perderse de vista para que todo no quede en un tema de interpretación cultural y elucubración historiográfica es la relación fundamental que enfrenta la esencia de todo conflicto. La del poder con la dignidad humana y su responsabilidad frente a la integridad de la vida, y las formas en que la sociedad civil debe resistir y protegerse del poder absoluto de la bota militar -bajo el amparo de los palacios y los templos, del silencio cómplice-[140].
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