Portugueses
Carlos María Ocantos es el autor de Quilito (1), una de las tres obras más representativas del "Ciclo de la Bolsa" (las otras dos son La Bolsa, de Julián Martel, y Horas de fiebre, de Segundo Villafañe).
Andrés Avellaneda señala que "dos grandes grupos de novelas filiadas en mayor o menor grado al naturalismo, se refieren a los temas decisivos en el momento ochentista: el inmigrante y la fiebre financiera" (2). En Quilito, estos temas aparecen entrelazados, al tiempo que se transmite una visión selectiva sobre la inmigración europea, destacando las virtudes de los ingleses y tolerando a los latinos.
En 1888 apareció León Zaldívar, de Ocantos. Adolfo Prieto afirma que el escritor "inició con esta novela una larga serie de obras dedicadas, en lo fundamental, a reflejar diversos aspectos de la realidad argentina. Con Quilito (1891), El candidato (1893), Tobi (1896), el ciclo alcanzó sus logros más felices, pero por su ubicación cronológica y sus temas específicos, estas obras serán consideradas como representativas de la novelística de la década del 90" (3).
A criterio de quien escribe este texto preliminar, "Quilito no se centra exclusivamente en la quiebra de la Bolsa y en sus derivaciones. (…) La difícil y conflictuada sociedad del noventa encuentra en Quilito un reflejo fiel y acabado. En sus páginas quedó impreso para siempre el retrato de las costumbres, las formas de ser, de relacionarse y de sentir en las que se gestó la esencia del argentino de hoy" (4).
En la obra aparecen inmigrantes de distintas nacionalidades, a los que Ocantos retrata en forma diferente. Siente predilección por el personaje inglés, en el que hace encarnar todas las virtudes, al tiempo que demuestra desdén por los italianos. El portugués, en cambio, le parece corrupto y oportunista, a juzgar por los apelativos con que lo evoca.
Ocantos no se cierra a la postura generalizada en su época, que consistía en combatir la inmigración. El advierte los rasgos buenos en los criollos y en los inmigrantes, y también sabe ver en ambos grupos los procederes que evidencian la decadencia moral y que llevan a una existencia desgraciada o, incluso, a la muerte.
El portugués era el usurero Raimundo de Melo Portas e Azevedo. De los italianos de Ocantos puede decirse que no tenían muchas luces, ni una educación refinada, en cambio el lusitano era para el autor una persona ruin. Lo define como "el ángel protector de empleados impagos y pensionistas atrasados, el agente de funeraria de toda quiebra, el cuervo voraz de toda desgracia, el pastor de los hijos de familia descarriados". Vemos que utiliza también en esta oportunidad la comparación con animales, como lo hiciera con los italianos, pero el sentido es bien distinto.
A pesar de sus condiciones para vivir indignamente, el portugués no es el peor en esta historia; alguien lo supera, y es, paradójicamente, un criollo, para demostrar que Ocantos no es prejuicioso: "entre don Raimundo y él, igualmente criminales y condenados a la misma pena por la opinión pública, había una capitalísima diferencia: la que existe entre el ladrón y el ratero, no porque el portugués se contentara con pequeños robos al por menor, que era un pez de primera magnitud, sino porque ante las hazañas de don Bernardino, quedábase en mantillas".
Eugenio Juan Zappietro escribió De aquí hasta el alba (5), novela en la que narra lo acontecido a colonos, soldados e indios durante la Conquista del Desierto, en el año 1879.
El líder de esta gesta fue Julio Argentino Roca, "el joven y brillante militar prestigiado por el éxito de la campaña que concluyó con el dominio del indio en el desierto", así lo define Adolfo Prieto (6). La Conquista del Desierto fue –a criterio de Exequiel César Ortega- uno de los "hechos y factores que dieron nueva tónica a nuestra Argentina moderna. (…) La empresa decisiva del General Julio Argentino Roca (1878-1879) y las complementarias hasta 1884, terminaron con el pleito secular. Se tuvo el control territorial en momentos de casi inminente guerra con Chile por la posesión de la Patagonia. Los caciques resultaron vencidos, se entregaron como Namuncurá; fueron apresados como Pincén y otros como Baigorrita combatieron hasta el fin. Sus escasas gentes (pocos guerreros sobrevivientes y ‘chusma’ o no combatientes, mujeres, ancianos y niños) esperaron a merced de los vencedores, o huyeron, transmitiéndose su alarma y su miedo mediante las señales de humo que describe Zeballos. Estos ya no eran los centauros que domesticaban sus caballos de guerra sin castigarlos, ni los ágiles y huidizos maloneros. Eran los integrantes del ocaso, descriptos por Estanislao S. Zeballos en ‘Viaje al país de los araucanos’ " (7).
Por el tema que aborda, la obra de Zappietro se inscribe en la vertiente de la "literatura de fronteras", que ha tenido grandes cultores. Prieto considera que "la Argentina moderna parece no guardar rastros del problema que la agitara rudamente durante medio siglo, luego de convertirse en una no resuelta herencia de la Colonia. El importante ciclo de la literatura de fronteras, con Callvucurá, los ya mencionados libros de Mansilla y de Barros, los artículos periodísticos de Hernández, la prédica de Nicasio Oroño, el simple material de información cotidiana recogida durante años en diarios como La Prensa de Buenos Aires y La Capital de Rosario, y los registros de testigos calificados, como Ignacio José Garmendia en Cuentos de tropa (Entre indios y milicos) (1891), el Comandante Prado en La guerra al malón (1907) e Ignacio Fotheringham en La vida de un soldado (reminiscencias de la frontera) (1908), vienen a recordarnos la inconsistencia de esa opinión o prejuicio".
En la novela de Zappietro, varios inmigrantes comparten con los criollos y los indios un destino aciago. Se trata de hombres que se alejaron de la civilización, por su voluntad o por causas ajenas a ella, y se ven envueltos en una historia que les permitirá mostrar su grandeza o su cobardía.
Un portugués se ofrece como voluntario para defender el fuerte 36 del Ejército Nacional Argentino. Lucharían doscientos bomberos de lanza contra veintidós idiotas", en una contienda que tendría como héroes al capitán Cárdenas, a Paula Bary y a un indio converso. Era Martins, el portugués, "a quien las bajamares habían hecho recalar allí, como último puerto", un hombre "delgado, macilento, comido por la malaria", que tenía un poderoso motivo para luchar: "-Me mataron una china en Italó –dijo-. Me dije que iba a arrancarle las tripas a cien puercos de ésos. Todavía no cumplí". Seguramente, le llegó el fin antes de poder concretar su propósito.
"En la cubierta del barco –escribe Alicia Dujovne Ortiz, en El árbol de la gitana-, los judíos rezaban hamacándose hacia delante y hacia atrás. El movimiento del mar les cuadruplicaba el balanceo. Una hierática madre portuguesa derramaba sus senos sobre dos criaturas ya mayores, que mamaban sin pausa. De a ratos, los tres interrumpían la tarea para vomitar sobre un talit que alguna vez fue blanco, abandonado por su dueño que, por lo menos, vomitaba de boca al mar" (8).
Hija de un italiano y una española, Regina Pacini nació en Lisboa en 1871. En Regina y Marcelo (9), Ana María Cabrera recrea la historia de amor entre la soprano y el presidente; la suya es "una novela de pasiones, renunciamientos, éxitos y fracasos, y por sobre todo, la historia de un amor indestructible" (10). "La boda de Marcelo T. de Alvear y la famosa soprano portuguesa Regina Pacini despertó los más insidiosos comentarios de la sociedad porteña, que no podía admitir que el soltero más codiciado del ambiente se casara con una artista. Cuando Alvear asume la presidencia de la Nación en 1922, Regina se convierte en la Primera Dama del siglo XX. Y, a pesar de la injusta indiferencia de los argentinos, demuestra la generosidad de su alma al crear la Casa del Teatro, un emprendimiento por entonces único en el mundo, destinado a la protección de sus colegas artistas" (11).
Norma Pérez Martín se refiere a esta obra y al contexto en el que surge: "Si bien los personajes que enuncia este título no son desconocidos, merece destacarse el subtítulo de la novela. ¿Por qué un ‘duetto de amor’? no sólo porque alude a la relación de Regina Pacini con Marcelo T. de Alvear, sino porque la música justifica en esencia a la protagonista y ofrece recursos discursivos metafóricos y sonoros a la novelista. La famosa soprano portuguesa Regina Pacini, al casarse con el privilegiado y donjuanesco Marcelo (que llegaría a la presidencia de la nación) traía una rica y exitosa carrera artística desarrollada en los más importantes teatros líricos de Europa. Reconocida y aplaudida por gobernantes, reyes y afamados maestros de la ópera, abandonará la fama y los escenarios por amor y sumisión a su marido. Marcelo, amante de la música, fascinado por la voz de aquella mujer al casarse le exigirá que abandone el canto. Ana María Cabrera con minucioso tratamiento psicológico focaliza a estos dos personajes movidos entre la pasión, la sumisión, la entrega y el autoritarismo machista. La trayectoria de Regina no culmina como primera dama (junto al triunfante candidato del radicalismo). Ella llevará a cabo la fundación y dirección de la Casa del Teatro. A partir de esta perspectiva la novelista acentúa la sensibilidad social y la calidad humana de quién fuera menospreciada por la oligarquía porteña (por su pasado como actriz). Regina Pacini decidió levantar la Casa del Teatro (que hoy perpetúa su nombre en nuestra ciudad) pues le preocupaba dar albergue a los hombres y mujeres de la escena nacional que carecieran de familiares y recursos para sobrevivir. Luces y sombras: estas y otras obras de nuestro tiempo revelan realidades opacadas o calladas totalmente por la historia oficial" (12).
Notas
1 Ocantos, Carlos María: Quilito. Hyspamérica.
2 Avellaneda, Andrés: "El naturalismo y Eugenio Cambaceres", en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
3 Prieto, Adolfo: "La generación del 80. La imaginación", en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
4 S/F: en Ocantos, C.M.: Quilito, Hyspamérica.
5 Zappietro, Eugenio Juan: De aquí hasta el alba. Barcelona, Hyspamérica, 1971
6 Prieto, Adolfo: "La ideas y el ensayo", en Historia de la literatura argentina, Tomo II. Buenos Aires, CEAL, 1980.
7 Ortega, Exequiel César: Cómo fue la Argentina (1516-1972). Buenos Aires, Plus Ultra, 1972.
8 Dujovne Ortiz, Alicia: El árbol de la gitana. Buenos Aires, Alfaguara, 1997. 293 pp.
9 Cabrera, Ana María: Buenos Aires, Sudamericana, 2001.
10 S/F: "Sudamericana digital", en www.edsudamericana.com.ar.
11 Ibídem
12 Pérez Martín, Norma: "Escritoras de hoy miran a las mujeres de ayer", en www.elmuro.com.
Rumanos
Un personaje de Hermana y Sombra, de Bernardo Verbitsky, tiene dificultades con el castellano; el protagonista, un niño hijo de inmigrantes rusos, le presta un libro: "Por la calle Campana entraba regularmente un hombre gordo, Jacobo para todos, o Jacoibos para quienes le imitaban el habla, y él a su vez llamaba Doña María a todas sus clientas, que le adquirían ropa, platos, y hasta muebles, siempre en cuotas semanales, nunca muy elevadas. Salí, al notar que la conversación se prolongaba, y también intervine, pues eliminada ya la posibilidad de una venta, apreciamos la simpatía del joven. El explicó que era un judío de Rumania donde había sido estudiante, pero obligado aquí a ganarse la vida, encontró su actual ocupación de cuentenik. Deseaba perfeccionar su mal castellano, y a mí se me ocurrió una excelente idea, la de prestarle mi ejemplar del Quijote, regalo de mi padre unos meses antes. Como yo lo había leído, no tenía inconveniente en facilitárselo por un tiempo. ¿Qué mejor libro para practicar el español?" (1).
Julius Popper es el protagonista de Popper. La Patagonia del Oro, escrita por Daniel Ares (2).
"Dueño de una de las mayores leyendas de la Patagonia austral, Popper fue un emperador en potencia que sedujo a los popes de la Generación del 80, en Buenos Aires para introducir la fiebre del oro en Tierra del Fuego, donde fundó una ciudadela, acuñó una estampilla y una moneda propia. También manejó su propio ejército y una comisaría. El Páramo, donde funcionó la "cosechadora" fue, bajo sus dominios, el sitio más poblado de la isla lo que derivó en un enfrentamiento con el gobernador Féliz Paz. Murió, se cree, envenenado por sus enemigos poderosos cuando, a los 35 años, diseñaba un plan para conquistar el Polo Sur y ampliar así sus dominios".
" ‘Se le doblaron las piernas y al caer quiso aferrarse a la cómoda junto a la cama, pero eran tantas las camas y las cómodas que veía –y tan poca su suerte- que se agarró a la que no era, manoteó la nada (otra ilusión que no lo quiso), y muy dentro de sí –como de lejos, muy lejos-, oyó el golpe seco de sus rodillas contra el piso y se fue de boca hacia la muerte suspendido en la eternidad de aquel instante que no duró un segundo y fue infinito en su segundo’. Así ficcionó el periodista y escritor Daniel Ares la medianoche del 5 de junio de 1893, hace 110 años, en la que el genial rumano Iulius Popper encontró la muerte posiblemente envenenado por sus enemigos, en el cuarto de un hotel porteño de la calle Tucumán al 300, cuando tenía unos trajinados 35 años de edad" (3).
Notas
1 Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977.
2 Ares, Daniel: Popper. La Patagonia del Oro. Buenos Aires, Alfaguara.
3 S/F: "A 110 AÑOS DE LA MUERTE DEL RUMANO SE DESCONOCE DÓNDE ESTÁN SUS RESTOS Julio Popper, el primer desaparecido", en Tiempo Fueguino, Ushuaia, 8 junio de 2003.
Rusos
Mario, el protagonista de Hermana y Sombra (1), de Bernardo Verbitsky, es hijo de inmigrantes rusos. El se refiere a la pobreza que los agobiaba: "Dejamos en Bahía Blanca varias cuentas impagas, pero la que realmente nos preocupaba era la del lechero, (…). Teóricamente, le pagábamos mensualmente los cinco litros que nos dejaba cada día pero siempre fue tolerante para el cobro, aceptando los pretextos con que explicábamos nuestra condición de deudores morosos. En los últimos meses no pudimos darle un centavo sin que él suspendiera el suministro de nuestro principal alimento. Nuestra convicción, reafirmada más de una vez por mamá, era que a ese pequeño español bondadoso debíamos el no haber muerto de hambre, sobre todo nuestra hermanita a quien no le faltaron nunca varias mamaderas diarias para suplir los pechos casi secos de mamá".
A criterio de Pedro Orgambide, Verbitsky "es, de manera bien explícita, el novelista del alud inmigratorio de la Argentina, de los inmigrantes y de sus hijos, porque en estos prevalece todavía, por imperio de la sangre, la vital intimidad de los padres" " (2).
Pedro Orgambide escribió la trilogía integrada por El arrabal del mundo, Hacer la América y Pura memoria (1984-1985). En Hacer la América (3) evoca a los inmigrantes que llegaban a nuestro puerto, alentados por la consigna que da título a la obra. Españoles, italianos, judíos, griegos, son los protagonistas de este relato que muestra la faceta más cruda del fenómeno social que conmovió al país al iniciarse el siglo XX. La novela narra sucesos acaecidos en las postrimerías del siglo XIX y en los primeros años de la centuria siguiente.
En esa novela, evoca un carnaval de la década del 20: "Sonaban las gaitas de los gallegos. Los vascos (pantalón y camisa blanca, pañuelo al cuello, boinas, alpargatas) bailaban golpeando sus palos, combatiendo en una esgrima de pies que se lanzaban al aire y volvían en un paso de danza. Los cosacos desenvainaban sus sables, degollaban a Israel Mitzer en la puerta de la sinagoga y gritaban, sudados y coléricos, fidelidad al zar y a la zarina. Bailaban los capoeiras del Brasil y los gitanos y los muchachos de Barracas. Bailaban los hombres disfrazados de osos, de monos, de tigres, de gigantescos perros y caballos. Bailaban los hombres disfrazados de mujeres y las mujeres disfrazadas de hombre; bailaba el disfraz hermafrodita: mitad hombre, mitad mujer, mitad novio, mitad novia; danzaba el lanzador de dardos, el salvaje que besaba al explorador en la boca; bailaban los enanitos, los viejos, los enclenques. En el palco, las orquestitas de Retiro, de las viejas romerías, tocaban los tanguitos de otro tiempo, puro flautín, pura guitarra, pero ahora subía una orquesta típica nacional que dirigía el maestro Arrieta.
"¿Qué es lo que uno cuenta cuando está contando? –se pregunta Orgambide- Seguramente, algo más que una historia, una anécdota, un hecho, una realidad imaginada en algún momento de nuestra vida. Lo que uno cuenta, casi siempre tiene que ver con nuestra ‘novela Familiar’, con nuestro origen, con nuestra identidad, al Fin" (4).
Afirma el escritor: "La presencia de una tipología judía es más notoria en la novela Hacer la América (1984) donde aparece David Burtfishtz y Raquel, su mujer y su hija Liuba; la imagen patriarcal de su suegro, Israel Mitzer, las figuras de la picaresca judía como la señorita Yurkovsky o el actor Iehuda Midlin o el señor Katz, profesor de teatro. La vida de los inmigrantes judíos en una colonia judía o en la ciudad, revivió en mí una ‘memoria olvidada’ y fui muy feliz al poder escribirla" (5).
En Aventuras de Edmund Ziller, Orgambide presenta –además de muchos inmigrantes de diferentes nacionalidades- a un narrador nieto de un ruso, quien afirma: "descubro que Ziller se parece de una manera cruel a mi propio abuelo, al pobre abuelo loco, al chiflado que vivía en un triste y oscuro cuartito cercano a la terraza, donde, a los cinco años yo lo vi sin comprender la tempestad y el desgarramiento del exilio (…) oculto por la enfermedad y la locura del mundo que arrastra a los hombres lejos de su tierra, y que un día los devuelve, créame, como las olas de la `playa" (6).
En Donde sopla la nostalgia (7),novela de Mauricio Goldberg, Max Gurovitz, su esposa Fany y su hijo David emigran de Polonia –donde habían emigrado anteriormente- porque "Otra vez los gritos de ‘yid’ atronaban la calle. El viaje había sido inútil. Se culpó por haberla dejado sola mientras él iba al mercado. Aún tenía el uniforme ruso de inválido, si no ya estaría hecho pedazos. Para ellos la guerra había terminado pero no su odio por los judíos".
Señala Reiner Kornberger: "Tanto el protagonista de Donde sopla la nostalgia como también su autor, Mauricio Goldberg, adelantan su aliá para prestarle servicios a una Israel agredida por los países árabes en junio de 1967. Los 114 párrafos de la novela narran alternativamente las vivencias del protagonista Mario en Israel desde su llegada hasta su retorno a Buenos Aires (capítulos pares) y la historia de sus padres en Polonia/Rusia antes de la Segunda Guerra Mundial hasta su emigración a la Argentina (capítulos impares)" (8).
Hay rusos en el Chaco. Magdalena Kramenenko, uno de los personajes de Mempo Giardinelli en Santo Oficio de la Memoria, se interesa por los platos de diferentes colectividades y, cuando los cocina, es digna de elogios: "Todas cosas judías, deliciosas, bien condimentadas. Arenque ahumado, y unos blintzes, madre mía, para chuparse los dedos. Y no solamente judías porque también hacía unas paellas que te dejaban de cama. Y no te cuento las mermeladas que preparaba: de rosa mosqueta, de grosellas, de granadas, de higos. O las ravioladas con salsa a la bolognesa o la Príncipe di Nápoli, mamma mía. También hacía unos guisos carreros que le enseñó tu papá, muy delicados, porque tenían las dosis exactas de hierbas, especias exótica, pizcas de esto y de lo otro, todo hecho con amor, el morfi con amor es otra cosa" (9).
En El árbol de la gitana, de Alicia Dujovne Ortiz (10), los Dujovne "Se vistieron de negro riguroso, él con un hongo redondito en la cabeza, ella con un pañuelo y, de inmediato, se encontraron extraños. Parecían vestidos con ropa ajena. La crispación del hombro o la cadera hacía chingar la falda o la chaqueta. Se las habían puesto miles de veces, pero lo que ahora las hacía diferentes era la actitud de los cuerpos con el adiós adentro: nadie se para del mismo modo cuando parte para siempre. Al marcharse perdían su familia y su país pero también su nombre. Nadie más los llamaría Dujovne con el matiz exacto de la e, esa e tan ambigua, de origen tártaro, que se desliza entre la e y la y, mientras la lengua, casi pegada al paladar, deja pasar el aire. Lo sabían tan bien, que ya apartaban de sus rostros, como espantándose una mosca, la tentativa de explicar cómo se pronunciaba el apellido, admitiendo de entrada que Dujovnie se volviera Dujovne, con una e castellana sosa y desabrida como matse sin té. (…) No se iban solos a la Argentina Sara y Samuel. La caravana rumbo al Sur era nutrida, vibrante y esperanzada. Muchos otros Dujovnes con sus perdidas letras finales viajaban para afincarse en aquel sitio del mapa de forma nadadora, pero trunca, sin brazos ni piernas: Entre Ríos".
Ricardo Feierstein es el autor de La logia del umbral (11),novela sobre la inmigración judía a lo largo de cien años. En ella cuenta el proyecto de cuatro generaciones de una familia, que se propone llegar a caballo desde Moisesville, provincia de Santa Fe, mediante postas de dos jinetes por vez, con una caja de madera de cerezo que contiene tierra de la primera colonia judía en la Argentina y ‘una mezuzá, estuche de hueso con un trozo de papel escrito con letras hebreas’, hasta la Plaza de Mayo, donde la enterrarán bajo la Pirámide.
Cuando el miembro más joven de este grupo está por concretar la iniciativa de su familia y de él mismo, al pasar frente a la AMIA, una terrible explosión lo "revolea por el aire. Todo se vuelve negro –rememora-, el rugido ensordecedor parece indicar que, con la oscuridad de un eclipse gigante, ha llegado el fin del mundo. En ese instante, cien años de vida familiar y comunitaria se atropellan para desfilar ante los ojos desorbitados de mi conciencia en fuga".
Entre los personajes se encuentran los fundadores de Moisésville. No acompañó la suerte a los pioneros. Cuando fueron al campo, pasaron "Días y días sin masticar. Los niños enfermaban…". Se refiere el escritor a la colonia santafesina a la que se trasladaron desde el Hotel. Allí comprobaron que no tenían alimento ni dónde guarecerse: "Nada hay donde todo debiera estar: ni carpas, ni elementos de labranza, ni semillas. Ni siquiera un hombre del lugar, en representación del propietario, para entregar esas tierras tan laboriosamente adquiridas a través del cónsul comercial argentino en París, que actuaba en nombre del terrateniente".
María Inés Krimer es la autora de La hija de Singer (12), obra en la que –escribe Damián Tabarovsky- "cuenta una historia sencilla pero potente: la muerte del padre y el duelo de treinta días que según la tradición judía deben transcurrir hasta la despedida" (13). La novela fue distinguida con el Premio del Fondo Nacional de las Artes.
En La pasión de un visionario Theodor Herzl (14), Miryam E. Gover de Nasatsky se refiere a los colonos del Barón Hirsch. El Barón dialoga con Theodor Herzl acerca de la conveniencia de sacar a los judíos de los lugares en los que se los oprime, pero, mientras Hirsch está orgulloso de su obra, para Herzl, no es más que beneficencia. Además –opina Herzl-, el Barón logra salvar a unos cuantos judíos, no a todos, objetivo que se lograría si existiera un Estado.
Perla Suez es la autora de la Trilogía de Entre Ríos (15): "Las tres nouvelles reunidas en este libro -Letargo, El arresto y Complot- comparten un territorio: aquel ubicado en una zona de la provincia de Entre Ríos, y que es al mismo tiempo el que se halla entre los ríos de la memoria. Esos espacios son a la vez la excusa y el fin de estas tres narraciones excepcionales" (16). El libro ha sido traducido al inglés por Rhonda Dhal Buchanan; actualmente se traduce al italiano, francés y al alemán.
En El Arresto, "El canto del cosaco, el ciclo de maduración del arroz, la palabra sólida del padre signan la vida de Lucien Finz durante sus primeros años y para siempre. Cuando la ciudad sea su nuevo ámbito, los recuerdos como voces traerán las palabras con que se nombra el miedo a la plaga de la lagarta militar, el peligro de las isocas, el arrozal anegado, la paciencia del calor del verano, los graznidos de las tijeretas. El viaje de Villa Clara a Buenos Aires no es más que un tramo que completa o simplemente continúa el recorrido más extenso y moroso de una familia de inmigrantes judío rusos que busca convertirse en habitante del suelo que pisan sus pies. Por ello, se arraigan al trabajo de la tierra primero y, cuando las lluvias continúas arruinan el sueño, el hijo reanuda el camino hacia las ilusiones que augura la capital. Pero el año 1919 dicta también su propio ritmo y la ciudad es una quimera convulsionada por el cruce violento de las ideas políticas" (17).
Acerca de Letargo se ha escrito: "Lete es uno de los ríos del infierno, cuyas aguas hacían olvidar el pasado. Lete es también el nombre de una mujer que pierde a uno de sus hijos y se sumerge en los días de solados para siempre. Queda una niña: Déborah. ¿Con qué voz puede explicar ese letargo que se dibuja en el nombre de su madre como un destino irrevocable? ¿Cómo se narra la enfermedad cuando aún no hay palabras infantiles que la nombren?. Para reconstruir lo que se ha roto en la memoria, ella deberá vagar entre sus voces, desdoblarse en niña y en mujer, en sombra y niebla. A través del recuerdo y de la tierra, Déborah marcha hacia un pueblo de Entre Ríos, donde moran el dolor de un padre taciturno y la bobe que aplasta con su mirada. Nada explica lo que una niña no debe oír, lo que una niña debe callar. Ni siquiera el iddish de la bobe, el silencio del padre. Un viaje al lugar donde la muerte sigue sucediendo como una acción impuntual, constante. El desafío de volver a esa casa donde la soledad crece cada vez que el viento deja de azotar las ventanas; la necesidad de ir a buscar a la niña que fue, cuyo rostro se esfuma en la bruma plomiza del pasado" (18).
Deborah, la protagonista, recuerda "las historias que le contaba su bobe, recolecciones que llevan al lector una gran distancia en el espacio y el tiempo, a la ciudad de Odessa a fines del siglo diecinueve. En aquel entonces, la familia de su abuela huyó de los pogroms del Zar Nicolás II, buscando refugio en Lyon, Francia antes de emigrar a la Argentina, donde se establecieron en una de las colonias agrícolas de Entre Ríos, como miles de otros judíos refugiados, incluso los antepasados de la autora" (19).
Con esta novela, Perla Suez fue Finalista del Premio Mundial de Literatura Rómulo Gallegos en 2001.
Notas
1. Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977.
2. S/F: en "Bernardo Verbitsky Nagasaki mon amour", en Abanico de la Biblioteca Nacional, Mayo de 2005, www.abanico.edu.ar.
3. Orgambide, Pedro: Hacer la América. Bruguera, 1984.
4. Orgambide, Pedro: "La literatura en tiempos de intolerancia. Identidad y narración", en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la cultura judeoargentina / 2 Literatura y artes plásticas. Buenos Aires, Editorial Milá, 2004.
5. ibídem
6. Orgambide, Pedro: Aventuras de Edmund Ziller. Buenos Aires, Editorial Abril, 1984.
7. Goldberg, Mauricio: Donde sopla la nostalgia. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1985.
8. Kornberger, Reiner: "Construir y reconstruirse: la experiencia kibutziana en la literatura judeoargentina", en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la cultura judeoargentina/2 Literatura y artes plásticas Tomo 2. Buenos Aires, AMIA/ Editorial Milá, 2004.
9. Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991.
10. Dujovne Oriz, Alicia: El árbol de la gitana. Buenos Aires, Alfaguara, 1997.
11. Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.
12. Krimer, María Inés: La hija de Singer.
13. Tabarovsky, Damián: "La hija de Singer, por María Inés Krimer", en Clarín, Buenos Aires, 29 de junio de 2002.
14. Gover de Nasatsky, Miryam E.: La pasión de un visionario Theodor Herzl. Buenos Aires, Milá, 2004. 163 pp. (Imaginaria).
15. Suez, Perla: Trilogía de Entre Ríos. Buenos Aires, Editorial Norma, 2006. (La otra orilla)
16. S/F: en www.perlasuez.com.ar
17. ibídem
18. ibídem
19. Buchanan, Rhonda Dahl: "La madriguera de la memoria en ‘Letargo’ de Perla Suez", en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la cultura judeoargentina / 2 Literatura y artes plásticas. Buenos Aires, Editorial Milá, 2004.
Sirios
En 1988, durante la Feria del Libro, el doctor René Barón entregó personalmente a Jorge Isaac el premio que lleva su nombre, distinguiendo a Una ciudad junto al río (1) como la mejor novela editada durante los años 1986 y 1987. El jurado que lo otorgó -designado por la Sociedad Argentina de Escritores- estuvo integrado por Luis Ricardo Furlán, Raúl Larra y Juan José Manauta.
La novela fue presentada en la Unión Arabe por el profesor Elio C. Leyes -"escritor y presidente de la Universidad Popular, autor de Voz telúrica de Gerchunoff, editado por el Ateneo Judeo Argentino ‘19 de abril’ de Rosario", quien "señaló que el libro bien podía llamarse ‘Los gauchos árabes’, en justo parangón –según dijo-con la celebrada obra de Gerchunoff, en la cual no debe haber escritor que haya profundizado tanto como él" (2).
El Gobierno de Entre Ríos la declaró, por iniciativa del Consejo General de Educación, de lectura complementaria en las escuelas superiores de la provincia, a partir del séptimo grado, recomendando su utilización en la enseñanza.
La obra está dedicada "a los inmigrantes árabes –sirios y libaneses- y, por natural extensión, a españoles, italianos, alemanes, judíos, suizos, rusos, polacos, yugoslavos, y de cuanto otro origen y procedencia más, que se lanzaron un día por los riesgosos caminos del mar a la aventura de ‘hacer la América’ ".Partiendo de su propia etnia, la mirada de Isaac se vuelve abarcadora, hasta incluir a hombres de diversa procedencia, cuya gesta evoca.
En Un recuerdo para Raquel… o cómo tus padres llegaron a América, Walter Duer escribe que Raquel: "Era pobre, extranjera (había nacido en Siria, apenas unos 38 ó 39 años antes), madre de diez hijos, viuda, analfabeta y judía. 'Sólo le falta ser negra', dicen que dijo un vecino que hacía las cuentas sobre las desgracias y discriminaciones que sufriría esta mujer en el futuro inmediato, que comenzaba ese mismo día" (3).
Notas
1. Issac, Jorge E.: Una ciudad junto al río. Buenos Aires, Marymar, 1986.
2. S/F en: González Rouco, María: "Jorge Isaac, novelista de la inmigración árabe", en La Capital, Rosario, 24 de julio de 1988.
3. Duer, Walter: Un recuerdo para Raquel… o cómo tus padres llegaron a América. San Justo, Provincia de Buenos Aires, Ediciones Escritores Argentinos de Hoy, 2003.
Suizos
Antonio Páges Larraya considera que " ‘La casa endiablada’ tiene para nosotros tres motivos de interés: es su primera obra de imaginación a la que traslada nuestra realidad ciudadana; es la primera novela policial escrita en el país, y finalmente, es la primera en la literatura universal en que se descubre un delito por el sistema dactiloscópico" (1).
En esa obra, Holmberg imagina un crimen perpetrado contra un suizo. El juez relata: "-A principios de 1884, y unos tres meses después de partir usted para Europa, vino de Santa Fe a Buenos Aires un colono suizo llamado Nicolás Leponti, el cual, gracias a su actividad, a su esfuerzo, a su energía y a su inteligencia, había logrado reunir una fortuna que, si bien modesta, le permitía ocupar en su colonia una posición desahogada, y prestar, a sus compatriotas, servicios que le habían valido la estimación general".
El escritor pone en boca del loro con cuya colaboración se esclarece el asesinato, consideraciones del ave acerca del coraje del europeo: "-Y era guapo el gringo… y duro para morir… ¿se acuerda, amigo?". Este inmigrante encontró su fin cuando intentó hacer una operación comercial relacionada con su actividad: "El suizo quería comprar gallinas de raza, y sabiendo el 17 que aquella casa estaba sola, se dirigió a ella y allí consumó el crimen". Durante mucho tiempo se ignoró qué había sucedido al colono: "La tierra cubrió el cuerpo de Nicolás Leponti, el aguardiente y el monte devoraron en pocos días el producto del crimen, y el misterio envolvió todo durante cinco años" (2).
En La madriguera, Tununa Mercado recuerda a Myriam Stefford: "la melancolía triunfaba cuando aparecía en medio del panorama el monumento erigido por un llamado Barón Biza a su amada, la aviadora Myriam Stefford. El altísimo obelisco, ala estilizada, parecía un mástil sin esperanzas de mar entre las nubes del costado sombrío del camino y la historia de esos personajes ocupaba en nuestro interés el lugar del paisaje: los restos de un avión que se había precipitado; una mujer pionera que había volado más allá, por sobre las montañas y los ríos, amada por un hombre que tenía título de barón, o que así se llamaba como otros se llaman Conde o Rey, un amor que la muerte había desintegrado. En una cripta de mármoles negros como la obsidiana, se leía en la tumba una inscripción que maldecía por anticipado a quien la violara" (3).
En La matriz del infierno (4), Marcos Aguinis relata: "Rolf había tenido que viajar en tren a la austral Bariloche. (…) El almanaque que colgaba en la vasta cocina del conventillo donde bebió café antes de dirigirse a la estación terminal le recordó que ya era el 11 de febrero de 1930. Don Segismundo, mientras sorbía ruidosamente de su tazón, trató de infundirle ánimo y le aseguró que Bariloche era bellísimo, que encontraría allí los panoramas disfrutados en su infancia, en las vecindades de la Selva Negra. Muchos inmigrantes austríacos, suizos y alemanes la había elegido por su semejanza con la tierra natal".
Notas
(1) Pagés Larraya, Antonio: "Prólogo", en Cuentos fantásticos. Buenos Aires, Hachette, 1957.
(2) Holmberg, Eduardo L.: "La casa endiablada", en Cuentos fantásticos. Buenos Aires, Hachette, 1957. Prólogo de Antonio Pagés Larraya.
(3) Mercado, Tununa: La madriguera. Buenos Aires, Tusquets Editores, 1996.
(4) Aguinis, Marcos: La matriz del infierno. Buenos Aires, Sudamericana, 1997.
Turcos
Hay turcos en una obra de Julián Martel. Afirma Noé Jitrik: "Durante 1890 escribió La Bolsa; la última frase fue redactada el 30 de diciembre. Dos hechos notables pueden observarse: el primero es que siendo una obra realista y de actualidad no ha incluido como tema la revolución del mismo año; el segundo es que en el mismo año se publicó en Francia L'Argent, novela mediante la cual Zola investiga y condena el sistema financiero. (…) La Bolsa aparece en folletín en La Nación desde el 24 de agosto hasta el 4 de octubre de 1891, con gran éxito de público y de crítica".
El crítico considera que la obra fundamental de este ciclo –la de Martel- tiene importancia desde diversos puntos de vista, a pesar de su escaso valor literario: "La Bolsa es una obra literariamente poco importante, inmadura, pero que así y todo expresa varias cosas de interés; en primer lugar hay, conscientemente o no, una tentativa por trascender la literatura del 80 en su fisonomía más exterior; en segundo lugar, muestra un escritor desclasado, emergente del periodismo y que anticipa, por esas razones, un nuevo tipo de escritor, el profesional; en tercer lugar, se trata de un libro inspirado en hechos contemporáneos, ubicado en una actualidad, comprometido polémicamente con sus interpretaciones" (1).
"La lectura más superficial e ingenua de La Bolsa de Julián Martel sorprende por la enorme carga de xenofobia y antisemitismo –afirma Gladys Onega. (…) Martel traza con los más sombríos tonos naturalistas una realidad de la ciudad que absorbió el mayor pocentaje de inmigrantes creciendo en proporción geométrica frente al resto del país: la miseria, la enfermedad y la mendicidad eran lacras concretas de la sociedad superpoblada, que no se cebaban solamente en el lumpen que el autor selecciona como muestra del parasitismo que trae la inmigración, sino entre todos los habitantes de los barrios bajos del sur que se hacinaban en los conventillos; (…) en la abstractización del oro y del cosmopolitismo, Martel aísla y diseca casos extremos, los separa del contexto histórico, carga sobre ellos una culpa de la que son víctimas y finalmente ignora la situación real del resto de la población; los turcos con sus feces rojos y las bohemias idiotas o hermosísimas se han convertido en alegorías o en personajes pintorescos". (2).
La ensayista se refiere a este pasaje: "El corazón de las corrientes humanas que circulaban por las calles centrales como circula la sangre en las venas, era la Bolsa de Comercio. A lo largo de la cuadra de la Bolsa y en la línea que la lluvia dejaba en seco, se veían esos parásitos de nuestra riqueza que la inmigración trae a nuestras playas desde las comarcas más remotas. Turcos mugrientos con sus feces rojos y sus babuchas astrosas, sus caras impávidas y sus cargamentos de vistosas baratijas; vendedores de oleografías groseramente coloreadas; charlatanes ambulantes que se habían visto obligados a desarmar sus escaparates portátiles pero que no por eso dejaban de endilgar sus discursos estrambóticos a los holgazanes y bobalicones que soportaban pacientemente la lluvia con tal de oír hacer la apología de la maravillosa tinta simpática o la de la pasta para pegar cristales; mendigos que estiraban sus manos mutiladas o mostraban las fístulas repugnantes de sus piernas sin movimiento, para excitar la pública conmiseración; bohemias idiotas, hermosísimas algunas, andrajosas todas, todas rotosas y desgreñadas, llevando muchas de ellas en brazos niños lívidos, helados, moribundos, aletargados por la acción de narcóticos criminalmente suministrados, y a cuya vista nacía la duda de quíén sería más repugnante y monstruosa; si la madre embrutecida que a tales medios recurría para obtener una limosna del que pasaba, o la autoridad que miraba indiferente, por inepcia o descuido, aquel cuadro de la miseria más horrible, de esa miseria que recurre al crimen para remediarse" (3).
En La costurerita que dio aquel mal paso…, Josué Quesada se refiere a un militar: "un sargento apellidado Jalil, y turco por más señas, castigaba a los reclutas con su sable" (4).
Alamos talados (5) fue distinguida en 1942 con el Primer Premio de Literatura de Mendoza, el Primer Premio Municipal de Buenos Aires y el Primer Premio de la Comisión Nacional de Cultura. Marcela Grosso y Marta Baldoni señalan la importancia de la inmigración en la novela: "El poder se ve amenazado por la presencia de lo otro, del elemento extraño: el inmigrante, figura que genera tres efectos correlativos: a) el enfrentamiento entre gringos y criollos, b) la exaltación del linaje y la hispanidad, c) el rechazo del progreso y las nuevas costumbres" (6).
La clase alta, representada fundamentalmente por los abuelos, se mostraba bondadosa con los criollos y los inmigrantes, en general, aunque había excepciones: "El inmigrante aparece descalificado, caricaturizado (…) o mirado con simpatía, en tanto se ciña al mandato de la abuela y no compita en el circuito de producción económica. Decir ‘gringo’ es un insulto (…) El atributo ‘criollo’, en cambio, tiene connotaciones positivas (…) se convierte en una abstracción, en un símbolo de pureza racial y moral" (7).
Cuando las penurias económicas obligan a la anciana señora a talar los álamos, allí está un inmigrante, posibilitando que el lector saque conclusiones sobre la personal postura del autor: "Con el pie en el estribo de su auto rojo, el turco hacía anotaciones en una libreta. Uno, tras otro, caían los álamos de mi adolescencia" (8). Grosso y Baldoni sostienen que "La presencia invasora del inmigrante aparece metaforizada por el coche rojo del turco, que recorre el texto en varios capítulos". Acerca del propietario del vehículo comentan: "Claras son las connotaciones demoníacas que despliega este personaje (…) Las aspiraciones comerciales del turco, que exceden a las del agricultor contratado, lo convierten en una amenaza, un peligro para el sistema. La compra de la vid y de la madera es sustituida por la idea de usurpación, de estafa: el turco no compra sino que ‘se leva’. Caída, atropello, usurpación, tala, profanación, son los efectos del ingreso del inmigrante en el sistema, que es quebrado sin posibilidades de restauración" (9).
En Hermana y Sombra (10), de Bernardo Verbitsky, se alude a un turco. El protagonista vive en un conventillo, en Flores, donde también vive un empleado del turco: "La primera habitación era la de la encargada, Doña Antonia, y en su bien arreglado ambiente vivían ella y su viejo marido Don José, su hija mayor Rosita, el segundo Nicola, que acababa de hacer la conscripción y que, como pudimos comprobarlo, cumplía cada mañana con dignidad su oficio de quinielero, al servicio de un capitalista, el turco Emilio que tenía varios de esos agentes, a comisión. Era una actividad que la policía perseguía pero se desarrollaba públicamente sin dificultades. (…) (En el barrio llamaban turco a todo inmigrante venido del Medio Oriente)".
En La noche lombarda, Atilio Betti recrea, al acostarse en su camarote del barco que lo lleva a Italia, el duro trance que sufrió el padre del protagonista, junto con otros pasajeros: "Un chorro de agua, un manguerazo brutal, le dio en la cara. Lo vi trastabillar, mojado. Lo vi llorar de indignación y afirmarse en los zapatos claveteados, agarrándose fuertemente del tirador negro, sobre el torso sin saco, para no caer bajo el golpe del agua. (…) En tropel, árabes y turcos aparecían y desaparecían alrededor de mi padre. Corrían, gritando, aullando, perros mojados, perros azotados a manguerazos, a refugiarse bajo mi cama mientras que papá, rascándose con furia las axilas, gritaba o gemía, o gritaba y gemía al mismo tiempo: ¡Piojosos! ¡Piojosos!" (11).
En La pradera de los asfódelos, Rubén Benítez evoca una Navidad de las de antes: "En Navidad la gente parecía distinta. No como ahora. Todos estaban alegres, salían a la calle y saludaban contentos. Había que pararse en todas las puertas. Hasta los turcos que vivían en la esquina festejaban la Navidad. Don José, el que hizo el aparador, abría una sidra… ‘No es como la de Asturias, pero tampoco está mal’ decía siempre después de probarla" (12).
En 1998, la novela Virgen, de Gabriel Báñez, resultó finalista del Premio Planeta. En ella evoca la confusión reinante, en la década del 30, en lo que respecta a las nacionalidades de los inmigrantes. La protagonista: "Durante esos primeros tiempos lo único que no logró explicar fue su propia nacionalidad. No era francesa, era belga, pero resultaba inútil aclarar semejante diferencia cuando las erres se le estiraban hasta la gangosidad, y cuando los ucranianos, judíos, rumanos, lituanos y polacos eran rusos o los sirios y loslibaneses resultaban turcos. Había llegado a un país de tanos y gallegos y de rusos y turcos, y todo lo que no entrara en el dos por cuatro de esa conclusión elemental era una rareza de apellido pero nunca de nacionalidad" (13).
En Tama, novela de María Teresa Andruetto, cuenta la narradora: "Durante los años que vivió con la galesa, mi abuelo estuvo vendiendo baratijas, tal como les había visto hacer con mayor suerte a los turcos que andaban por el Norte" (14).
Notas
1. Jitrik, Noé: "El ciclo de la Bolsa", en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
2. Onega, Gladys: La inmigración en la literatura argentina (1880-1910). Buenos Aires, CEAL, 1982.
3. Martel, Julián: La Bolsa. Buenos Aires, Kraft, 1956.
4. Quesada, Josué: "La costurerita que dio aquel mal paso…", en La Novela Semanal (1917-1926) – Vol 1. Universidad Nacional de Quilmes – Página/12, 1999. Selección y prólogo: Margarita Pierini.
5. Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
6. Grosso, Marcela y Baldoni, Marta: "Guía de trabajo para el profesor", adjunta a Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
7. ibídem
8. Arias, Abelardo: op. cit.
9. Grosso, Marcela y Baldoni, Marta: op. cit.
10. Verbitsky, Bernardo: Hermana y sombra.
12. Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus Ultra, 1984.
13. Benítez, Rubén: La pradera de los asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1989.
14. Báñez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires, Sudamericana, 1998.
Ucranios
En Músicos y relojeros, escribe Alicia Steimberg: "Cuando la abuela migró de Kiev a Buenos Aires tenía once años. La mandaron a la escuela y aprendió muy bien el castellano. Cantaba tangos como un pájaro enfermo: Cicatriiiiiiiiiiiiiices (trino) imborrables de una heriiiiiiiiiiiida (trino). Nunca hablaba de cómo llegó a casarse con el abuelo. Una a una fue pariendo a sus hijas, con toda facilidad. Siempre se adelantaban a la partera, ansiosas por nacer y empezar a pelearse. Hubo tiempos muy malos. La desocupación. El desalojo. En un baile de beneficencia se reunieron fondos para procurarles, como a otros pobres, un nuevo techo. El Hogar publicó una nota sobre esa fiesta. Aprovechando la oportunidad, varias niñas fueron presentadas en sociedad. Se iniciaron varios noviazgos. En sucesivas notas de la revista aparecieron fotografías de las formalizaciones, las bodas y el nacimiento de los primogénitos. Las jóvenes madres eligieron nombres para sus históricos hijitos. Los mismos que llevan, hasta el día de hoy, los hijos de Otilia. Antes de casarse, Otilia y Amanda eran vendedoras en La Piedad, donde ensalzaban ante las clientas las bellezas de los batones y los pirineos. Mele, la dura de casar, nunca trabajó fuera de casa. A veces cosía algo, ayudaba en los quehaceres, y cuando terminaba se ponía a pintar. Pintaba flores, barcos a vela en crepúsculo, holandesas con tulipanes, parvas junto a casas de campo. Los copiaba de unas tarjetas postales que tenía" (1).
Un ucranio estaba confinado en la cárcel de Neuquén, en 1943. En El árbol de la gitana, escribe Alicia Dujovne Ortiz: "Carlos permaneció dos años en esa célebre prisión centenaria de la que parecía haber guardado los mejores recuerdos. Sus relatos eran tan seductores que provocaban la nostaliga de la gente libre: si era así la cárcel, para qué estar afuera. Según él, los comunistas encarcelados en 1943 se habían organizado con su proverbial disciplina, habían hecho gimnasia, habían dejado de fumar y se habían dado los unos a los otros cursos de ruso y de historia argentina. Un camarada ucraniano dirigía un coro. En ese entonces a nadie se le ocurría cantar el folclore de las provincias y, entre los presos políticos, más impensable aún hubiera sido un tango". Años después, la escritora se entera de que la música no salvó a este inmigrante: "El ucraniano del coro se había vuelto loco y había terminado sus días en un manicomio" (2).
Notas
1. Steimberg, Alicia: Músicos y relojeros. Buenos Aires, CEAL, 1983.
2. Dujovne Ortiz, Alicia: El árbol de la gitana. Buenos Aires, Alfaguara, 1997.
Uruguayos
"Atilio Edel, nuestro profesor de Física, había entrado como un torbellino en el aula y agitando un manojo de papeles nos dijo, con voz ronca de emoción, que acababa de recogerlos en la calle; nos dijo que no recogió los que todavía quedaban por no llegar tarde a clase: nos dijo que quería que Io acompañásemos, en seguida ¡por favor! y entre todos rescatáramos el manuscrito del libro que ¡ah, ah! Habían tirado a la basura.
Poco a poco de sus palabras atropelladas fui deduciendo lo que ocurría. Un matemático llamado Teobaldo Ricaldoni había publicado hasta entonces sólo manuales pero estimulado por el anuncio de que Albert Einstein visitaría la ciudad se decidió a terminar la gran obra que venía escribiendo en secreto y así poder mostrársela. ¿Llegó a terminarla antes de que la muerte lo sorprendiera, una semana atrás? Edel consideraba a Ricaldoni un genio capaz de reducir el cosmos a cifras. La mujer del genio no parecía opinar lo mismo pues ¡qué vergüenza! en sórdidas latas había sacado a la vereda, mezclados con los nardos marchitos del velatorio, los borradores que el sabio olvidó sobre su mesa" (1).
Notas
1. Anderson Imbert, Enrique: Evocación de sombras en la ciudad geométrica (1989), en Narraciones completas, Vol. II. Buenos Aires, Corregidor, 1990.
Yugoslavos
En El árbol de la gitana, escribe Alicia Dujovne Ortiz: "De pronto se oye la voz de un yugoslavo. Es un obrero del ferrocarril lo bastante borracho como para interrumpir la payada con una canción de su país" (1).
Notas
1. Dujovne Ortiz, Alicia: El árbol de la gitana. Buenos Aires, Alfaguara, 1997.
Varios
Lucio Vicente López dedica La gran aldea (1) a Miguel Cané, su "amigo y camarada". En esta obra aparecen inmigrantes, vistos desde la perspectiva de un escritor que añora un pasado que no volverá. López compara a los tenderos de antaño con los del presente: "¡Y qué mozos! ¡Qué vendedores los de las tiendas de entonces! Cuán lejos están los tenderos franceses y españoles de hoy de tener la alcurnia y los méritos sociales de aquella juventud dorada, hija de la tierra, último vástago del aristocrático comercio al menudeo de la colonia".
Recuerda a uno de los tenderos criollos: "Entre los príncipes del mostrador porteño, el más célebre, sin disputa, era don Narciso Bringas: gran tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero adoptado por la calle del Perú como el rey del mostrador. No había mostrador como el de aquel porteño: todo el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de madapolán y de volverla a doblar como don Narciso; y si la pirámide misma le hubiera querido disputar su amor a Buenos Aires, a la pirámide misma le habría disputado ese derecho".
Describe la estrategia del tendero para dirigirse a su clientela: "Don Narciso subía o bajaba el tono según la jerarquía de la parroquiana: dominaba toda la escala; poseía toda la preciosidad del lenguaje culto de la época y daba el do de pecho con una dama para dar el sí con una cocinera".
"Los tratamientos variaban para él según las horas y las personas. Por la mañana se permitía tutear sin pudor a la parda o china criolla que volvía del mercado y entraba en su tienda. Si la clienta era hija del país, la trataba llanamente de hija; hija por arriba e hija por abajo. Si él distinguía que era vasca, francesa, italiana, extranjera, en fin, iniciaba la rebaja, el último precio, el ‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la mañana, con algunas cuantas palabras de imitación de francés que él sabía balbucir, era irresistible. Durante el día, los tratamientos variaban entre hija e hijita, entre tú y usted, entre madamita y madama, según la edad de la gringa, como él la llamaba cuando la compradora no caía en sus redes".
A criterio de Delfín Garasa, "Una de las más cumplidas descripciones de un heterogéneo desembarco es la que ofrece Luis Pascarella en su novela-alegato documental, El conventillo. Llega el Christoforo Colombo y primero bajan los hombres de negocio con su apoplética cerviz, con el paso resuelto de los acostumbrados a dar órdenes y ser obedecidos, los turistas ingleses con sus máquinas fotográficas y algunas señoras un tanto perplejas por no ver en el muelle indios con plumas y taparrabos. Por ese entonces, el viaje a Europa empezaba a otorgar prestigio social, y los argentinos que regresan cambian opiniones en alta voz sobre los modelos de París, el mobiliario inglés o la sinfonía escuchada en la Opera de Viena. Y, finalmente, aparecen los inmigrantes, tan fustigados en los azares de las proclamas políticas, un ‘enorme hormiguero’ que había viajado en el mayor hacinamiento. Rostros curtidos, exhaustos, azorados. En todos se presiente la pregunta: ¿Qué les deparará esta nueva tierra? De pronto, una mirada se ilumina o un brazo se agita en alto porque se ha reconocido a alguien en la muchedumbre que espera. Van bajando los hebreos de desgreñadas barbas y gastados levitones, los ‘turcos’ con sus espaldas combadas, los nórdicos enjutos, los napolitanos pequeños y retorcidos como raíces, los andaluces gárrulos, los gallegos pacientes, los holandeses esponjosos, los genoveses de músculo recio e insaciable voracidad. Una mujer besa la tierra que los acoge y tras su actitud ritual se adivina un pasado de penurias y recelos. Y agrega Pascarella: ‘La gran ciudad de calles dirigidas hacia el Oeste recibe en su seno aquella semilla que purificada en un ambiente de libertad (…) se reproducirá en su inmensidad desierta" (2).
En la Bolsa de Comercio, Julián Martel encuentra "Promiscuidad de tipos y promiscuidad de idiomas. Aquí los sonidos ásperos como escupitajos del alemán, mezclándose impíamente a las dulces notas de la lengua italiana; allí los acentos viriles del inglés haciendo dúo con los chisporroteos maliciosos de la terminología criolla; del otro lado las monerías y suavidades del francés, respondiendo al ceceo susurrante de la rancia pronunciación española" (3).
En Don Segundo Sombra, Ricardo Güiraldes escribe acerca de "la desvergüenza del gringo Culasso que había vendido por veinte pesos a su hija de doce años al viejo Salomovich, dueño del prostíbulo" (4).
En Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal, tres personajes discuten acerca de la nacionalidad de unos rufianes. Un personaje afirma: "¡Esos caften son marselleses! (…) y juró que los había visto a montones en las casas del ramo, con sus galeritas melón, sus bigotes mediterráneos y sus pesadas cadenas de oro". Otro personaje sostiene que son polacos, y un tercero, que son rumanos. Doña Venus emite un "fallo inapelable", cuando dice "De todo hay, como en botica" (5).
Eugenio Juan Zappietro es el autor de la novela De aquí hasta el alba (6), en la que aparecen personajes de distinta nacionalidad: un belga, un flamenco, un irlandés, un andaluz, un portugués, un estadounidense.
En La noche lombarda, Atilio Betti recrea, al acostarse en su camarote del barco que lo lleva a Italia, el duro trance que sufrió el padre del protagonista, junto con otros pasajeros: "Un chorro de agua, un manguerazo brutal, le dio en la cara. Lo vi trastabillar, mojado. Lo vi llorar de indignación y afirmarse en los zapatos claveteados, agarrándose fuertemente del tirador negro, sobre el torso sin saco, para no caer bajo el golpe del agua. (…) En tropel, árabes y turcos aparecían y desaparecían alrededor de mi padre. Corrían, gritando, aullando, perros mojados, perros azotados a manguerazos, a refugiarse bajo mi cama mientras que papá, rascándose con furia las axilas, gritaba o gemía, o gritaba y gemía al mismo tiempo: ¡Piojosos! ¡Piojosos!" (7).
Pedro Orgambide escribió la trilogía integrada por El arrabal del mundo, Hacer la América y Pura memoria (1984-1985). En Hacer la América (8) evoca a los inmigrantes que llegaban a nuestro puerto, alentados por la consigna que da título a la obra. Españoles, italianos, judíos, griegos, son los protagonistas de este relato que muestra la faceta más cruda del fenómeno social que conmovió al país al iniciarse el siglo XX. La novela narra sucesos acaecidos en las postrimerías del siglo XIX y en los primeros años de la centuria siguiente.
En esa novela, Orgambide evoca un carnaval de la década del 20: "Sonaban las gaitas de los gallegos. Los vascos (pantalón y camisa blanca, pañuelo al cuello, boinas, alpargatas) bailaban golpeando sus palos, combatiendo en una esgrima de pies que se lanzaban al aire y volvían en un paso de danza. Los cosacos desenvainaban sus sables, degollaban a Israel Mitzer en la puerta de la sinagoga y gritaban, sudados y coléricos, fidelidad al zar y a la zarina. Bailaban los capoeiras del Brasil y los gitanos y los muchachos de Barracas. Bailaban los hombres disfrazados de osos, de monos, de tigres, de gigantescos perros y caballos. Bailaban los hombres disfrazados de mujeres y las mujeres disfrazadas de hombre; bailaba el disfraz hermafrodita: mitad hombre, mitad mujer, mitad novio, mitad novia; danzaba el lanzador de dardos, el salvaje que besaba al explorador en la boca; bailaban los enanitos, los viejos, los enclenques. En el palco, las orquestitas de Retiro, de las viejas romerías, tocaban los tanguitos de otro tiempo, puro flautín, pura guitarra, pero ahora subía una orquesta típica nacional que dirigía el maestro Arrieta.
"¿Qué es lo que uno cuenta cuando está contando? –se pregunta Orgambide- Seguramente, algo más que una historia, una anécdota, un hecho, una realidad imaginada en algún momento de nuestra vida. Lo que uno cuenta, casi siempre tiene que ver con nuestra ‘novela Familiar’, con nuestro origen, con nuestra identidad, al Fin" (9).
En Una ciudad junto al río (10) Jorge Isaac evoca el momento en que los extranjeros arriban a la nueva tierra: "Los inmigrantes, aunque vengan en el mismo barco, llegan y descienden aquí de manera diferente según sea su origen que nosotros, con sólo mirarlos y hasta a veces sin oírlos, hemos aprendido a determinar con riesgo escaso de equivocarnos". Seguidamente, describe el desembarco de italianos, alemanes, españoles, judíos y árabes, señalando las peculiares características de cada grupo.
Magdalena Kramenenko, uno de los personajes de Mempo Giardinelli en Santo Oficio de la Memoria, se interesa por los platos de diferentes colectividades y, cuando los cocina, es digna de elogios: "Todas cosas judías, deliciosas, bien condimentadas. Arenque ahumado, y unos blintzes, madre mía, para chuparse los dedos. Y no solamente judías porque también hacía unas paellas que te dejaban de cama. Y no te cuento las mermeladas que preparaba: de rosa mosqueta, de grosellas, de granadas, de higos. O las ravioladas con salsa a la bolognesa o la Príncipe di Nápoli, mamma mía. También hacía unos guisos carreros que le enseñó tu papá, muy delicados, porque tenían las dosis exactas de hierbas, especias exótica, pizcas de esto y de lo otro, todo hecho con amor, el morfi con amor es otra cosa" (11).
El narrador describe, en Frontera sur (12), uno de los tantos desembarcos de inmigrantes, en la década del 80: "Los buques anclaban muy lejos de la costa, y viajeros, equipajes y mercancías pasaban, o eran arrojados, a una gabarra o a varios botes pequeños, que lo llevaban todo a los carros en que, finalmente, salía del agua. Si el calado no resistía una quilla, por escasa que fuese, las irregularidades del fondo lo hacían en algunos puntos excesivo par alguna de las ruedas de los vehículos, que encallaban o volcaban, arrastrando su carga al desastre. Padre e hijo presenciaron un desembarco, pendientes del bamboleo y los sobresaltos de los carros, del griterío de los que temían ahogarse en aquel tramo de su odisea, que imaginaban último, y de las voces de quienes, de pie en los pescantes, guiaban a las bestias. Ramón abandonó la contemplación de las inmundicias que las llantas arrancaban del limo y sacaban a la superficie cuando su padre fue a reunirse con un mayoral de mirada torcida".
Un personaje dice, en esa novela, que a Sarmiento le parecía mal que se abrieran escuelas italianas, o alemanas, o inglesas". Otro interviene: ""Era lógico que le pareciera mal. (…) No estaba loco. (…) Un Estado. Quería un Estado, con mayúscula. Y eso se hace con la escuela pública. Esto no puede ser eternamente un centón mal cosido. La gente que llegue tiene que adaptarse, recomponerse, mezclarse para formar una raza argentina".
En la Semana Trágica de 1919 –cuenta otro personaje- "se desató la caza del ruso. Así lo llamó la prensa. Eso del ruso… es un término muy amplio, que alude al judío, el polaco, el húngaro, al que se supone comerciante, o bolchevique, o terrorista, no importa lo incongruentes que parezcan estos términos… (…) los jóvenes que poco después serían organizados en la Liga Patriótica, armados, tomaron al asalto el barrio de Once, el barrio judío, identificándose con un brazalete celeste y blanco, apedreando tiendas y deteniendo a cuanto peatón con barba se les pusiera a tiro".
María Angélica Scotti evoca, en Diario de ilusiones y naufragios (13), la vida de una inmigrante española, desde que viaja con su madre catalana y la pareja de la mujer, un italiano que conoce a bordo. "El primer recuerdo que me aparece es el viaje", dice la protagonista de la novela que mereció el premio Emecé 1995/6, el Primer Premio Municipal de Buenos Aires "Eduardo Mallea" l999 y Segundo Premio Regional de la Secretaría de Cultura de la Nación.
"En verdad, es más lo que me contaron que lo que vi con mis propios ojos –continúa. No sólo porque era muy pequeña sino también porque hice la travesía encerrada en un camarote muy especial: viajé oculta bajo las faldas de mamita", porque "apenas zarpamos de Barcelona, mamita notó que yo tenía el cuerpo y las mejillas repletos de manchuelas coloradas. Ella ya había oído decir que a los enfermos los obligaban a bajar en el primer puerto, y por eso resolvió esconderme".
En La matriz del infierno (14), Marcos Aguinis relata: "Rolf había tenido que viajar en tren a la austral Bariloche. (…) El almanaque que colgaba en la vasta cocina del conventillo donde bebió café antes de dirigirse a la estación terminal le recordó que ya era el 11 de febrero de 1930. Don Segismundo, mientras sorbía ruidosamente de su tazón, trató de infundirle ánimo y le aseguró que Bariloche era bellísimo, que encontraría allí los panoramas disfrutados en su infancia, en las vecindades de la Selva Negra. Muchos inmigrantes austríacos, suizos y alemanes la había elegido por su semejanza con la tierra natal".
En La última carta de Pellegrini, de Gastón Pérez Izquierdo, escribe el protagonista: "La afluencia de inmigrantes seguía transformando la fisonomía física y social de la metrópoli con sus gritos, sus palabras mal pronunciadas, sus risas y sus nostalgias por la tierra dejada. En ese fragor positivista algunas pequeñas señales cada tanto advertían que éramos de carne y hueso y no estábamos en el Paraíso Terrenal. Las condiciones deficientes de alojamiento de los inmensos contingentes de extranjeros que desembarcaban pronto causaron una alarma general: un brote de cólera amenazaba con expandirse como epidemia y salirse de control. Para una ciudad que todavía guardaba en su memoria colectiva los horrores de la fiebre amarilla la noticia cayó como el anuncio de la llegada de los cuatro jinetes. El Presidente convocó de urgencia al gabinete y concurrí a la reunión para proponer medidas intrépidas, como las que se recordaban de los tiempos de la epidemia maldita" (15).
En Moira Sullivan (16), de Juan José Delaney, la protagonista escribe una carta fechada en 1932, en la que expresa: "Debo decir que pese a que los hijos de Erín se jactan de haberse integrado con el resto de la población, la verdad no es exactamente así. Tienen sus propios colegios, sus propios templos y clubes, y quien comete la osadía de casarse con un "nap" (¿napolitano y por extensión italiano?) o con un "gushing" (derivado, probablemente, del verbo inglés to gush, que significa hablar con excesivo entusiasmo y que es un neologismo para aludir a los gallegos y también por extensión a los españoles), se aíslan o son lenta pero inexorablemente segregados. En verdad esto ocurre con casi todas las comunidades extranjeras que se han radicado acá: árabes, armenios, ucranios y, muy especialmente, judíos. Para no hablar de los británicos que a su injustificado desdén agregan cierto cinismo ancestral".
María Esther de Miguel evoca, en Un dandy en la corte del rey Alfonso, la actitud de los hombres del 80 ante el aluvión inmigratorio. Se trataba de "una tanda de hombres intelectuales y bien pensantes que pasarían a la historia, según decían, porque se dedicaban a ser diplomáticos, escribir libros interesantes y sacar adelante el país, sobre todo por el esfuerzo de los inmigrantes que habían llegado para ‘laburar’, como decían ellos. Aunque los habían confinado en fábricas, saladeros y conventillos, los pobres se manejaban bien y sacrificadamente, y no pasaría mucho tiempo sin que la mayoría de ellos tuvieran, de acuerdo a los sueños que los habían transportado a América, ‘m’hijo el dotor’ " (17).
Tínkele, bielorrusa sobreviviente de Auschwitz, es uno de los personajes de Hija del silencio, de Manuela Fngueret. A ella "Se le mezclan las historias con la suya. La llegada a Buenos Aires, el primer día de trabajo en la fábrica de camisetas a unas cuadras de la casa de sus primos. Allí emplean también a otras mujeres inmigrantes como ella: italianas, españolas o polacas, con las que casi no intercambian palabra en agotadoras jornadas de trabajo. Una Babel de rostros e idiomas" (18).
Francesas e inglesas, probablemente inmigrantes, se empleaban como institutrices. En La noche que me quieras: "Arturo era un muchacho educado; se vestía bien, por supuesto, se las arreglaba con los idiomas. Algo le había quedado de tantas profesoras franchutas e inglesas de cuando era borrego" (19).
En La logia del umbral, de Ricardo Feierstein, narra uno de los personajes, que vivía en Villa Pueyrredón, a mediados del siglo pasado: "Por las mañanas, en la escuela pública donde todos concurríamos, conviví con el inglés Stanley y el italiano Badaracco, protagonistas de una pelea memorable donde vi correr sangre por primera vez; con el galleguito Pérez y un francés medio raro que se hacía dibujos en las manos con hojitas de afeitar" .
Otro personaje afirma: "Incluso, antes de la guerra, vinieron judíos de Alemania, Holanda y Polonia. Esto era Sión para ellos, la tierra de la libertad, de la leche y la miel, donde pudieron salvar sus vidas y tratar de rehacerlas. Más polacos y lituanos llegaron después, en los años ‘40" (20).
En Lunas eléctricas para las noches sin luna, escribe Belén Gache: "Al igual que Mirko y mis padres, han llegado a estas tierras personas provenientes de Hong Kong, de Túnez, de Madeira, de Angola y del Orinoco. Si uno juntara los nombres de todas ellas, seguro se formaría, a su vez, un océano, un gran océano de nombres" (21).
"Editorial Losada publicó Mientras la luz se va, novela de Noemí Cohen (216 pp). Esta es la historia de Elena, una joven sefardí que viaja desde Alepo a la Argentina, a principios del siglo XX, para encontrarse con su futuro y desconocido esposo. Pero es también la parábola de Setti, a quien Elena conoce en el interminable viaje hacia América y que se ha embarcado para restañar la herida de haber sido repudiada por su marido y haber perdido contacto con su única hija. Y es, además, la peripecia de Amparo, una andaluza alegre pero sumida en la desgracia de un novio muerto por amor a la anarquía en el sur argentino. Y es, entre otras, la historia de Elenita, la nieta adorada de Elena que, víctima de la última dictadura militar argentina, repite el camino de exilio de su abuela. Noemí Cohen ha creado, con esta novela admirable, un delicado tapiz donde se traman los destinos de un puñado de mujeres de ayer y de hoy. Las separan la edad, la lengua, la cultura o la religión, pero las une sutilmente una similar voluntad de conocimiento, de libertad, de belleza y de justicia" (22).
En 2006, El camino del norte (23), de Horacio Vázquez-Rial, ganó el Premio de la Editorial Norma de Bogotá, Colombia. "Entre otros personajes que desfilan por la páginas del libro -comenta Antonio Requeni- figura Lustiger o Heisenberg, ex oficial nazi, colaborador de Martín Borman, que llegó a la Argentina en tiempos de Perón, organizó con Ante Pavelic la ‘sección especial’ y le enseñó métodos de tortura al comisario Lombilla" (24).
Elías Scherbacovsky es el autor de El Padre de los Monos (25), novela en la que aparecen personajes polacos y rusos.
"El padre de los monos era un hombre tangente, con una órbita propia. Un hombre que, engañosamente, de a ratos, parecía que sí, que iba a engranar con todos nosotros… pero no. No rodaba con la patria, tampoco con el universo, en el cual caben los que no caben en las patrias. A primera vista era un bulto ovillado y dormido con medio cuerpo sobre una mesa. Nunca lo vi enfermo y nunca nadie lo vio acostado. No tenia cama. Tampoco recuerdo que estornudara. Parecía un hombre de casualidad, sin reproches contra nada ni nadie, y esto lo hacía particularmente peligroso para los que, mirando de frente, sin ver a los costados, rodábamos con la ambición de ser mas que un hombre" (26).
Notas
1. López, Lucio V.: La gran aldea, Costumbres bonaerenses. Buenos Aires, CEAL. (Capítulo).
2. Garasa, Delfín Leocadio: La otra Buenos Aires. Paseos literarios por barrios y calles de la ciudad. Buenos Aires, Sudamericana-Planeta, 1987.
3. Martel, Julián: La Bolsa. Buenos Aires, Huemul, 1979. Prólogo de Diana Guerrero.
4. Güiraldes, Ricardo: Don Segundo Sombra. Buenos Aires, CEAL, 1979. 216 pp. (Capítulo).
5. Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos Aires, Sudamericana.
6. Zappietro, Eugenio Juan: De aquí hasta el alba. Barcelona, Hyspamérica, 1971
7. Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus Ultra, 1984.
8. Orgambide, Pedro: Hacer la América. Bruguera, 1984.
9. Orgambide, Pedro: "La literatura en tiempos de intolerancia, identidad y narración", en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la cultura judeoargentina/2 Literatura y artes plásticas Tomo 1. Buenos Aires, AMIA/ Editorial Milá, 2004.
10. Isaac, Jorge E.: Una ciudad junto al río. Buenos Aires, Marymar, 1986.
11. Giardinelli, Mempo: op. cit.
12. Vazquéz-Rial, Horacio: op. cit.
13. Scotti Buenos Aires, Emecé, 1996.
14. Aguinis, Marcos: La matriz del infierno. Buenos Aires, Sudamericana, 1997.
15. Perez Izquierdo, Gastón: La última carta de Pellegrini. Buenos Aires, Sudamericana, 1999.
16. Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos Aires, Corregidor, 1999.
17. Miguel, María Esther de: Un dandy en la corte del rey Alfonso. Buenos Aires, Planeta, 1999.
18. Fingueret, Manuela: Hija del silencio. Buenos Aires, Planeta, 1999.
19. Torres Zavaleta, Jorge: La noche que me quieras. Buenos Aires, Emecé, 2000.
20. Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.
21. Gache, Belén: Lunas eléctricas para las noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
22. S/F: "Novela de Noemí Cohen en Losada", en Raíces, www.revista-raíces.com. Noviembre de 2005.
23. Vázquez-Rial, Horacio: El camino del norte. Norma, 2006. 216 pp.
24. Requeni, Antonio: "Pasado, presente y realidad", en La Nación, Buenos Aires, 24 de diciembre de 2006.
25. Scherbacovsky, Elías: El padre de los monos. Buenos Aires, Milá, 2007. 340 páginas. (Imaginaria)
26. S/F en Scherbacovsky, Elías: El padre de los monos. Buenos Aires, Milá, 2007. 340 páginas. (Imaginaria)
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