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Antología inmigrante argentina (página 2)


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El teniente coronel Walther Werner, de las fuerzas especiales nazis, intenta imaginar la ciudad en la que crece su hijo: "¿Cómo sería esa ciudad de Buenos Aires? Tengo referencias vagas, fotos vistas en un álbum de turismo. Imagino una ciudad de casas bajas, calles muy quietas, con avenidas largas y monótonas como las de ciertos barrios de Londres. Es un pueblo bastardo, pero casi blanco y amigo de Alemania". Lo narra Abel Posse en El viajero de Agartha, novela que obtuvo el Premio Internacional de Novela Novedades y Diana 1988-1989 en México (5).

En Frontera Sur, Horacio Vázquez-Rial escribe, acerca del alemán Frisch: "Todos vieron alejarse al hombre alto y rubio que durante la travesía de Montevideo a Buenos Aires había tocado aires tristes en ese instrumento nuevo, el bandoneón. Ni le mareaba el barco, ni deslucían su aspecto las infames acrobacias del traslado a la costa. Había plantado cara a las autoridades de inmigración, y eludido la barraca en que los más aceptaban asilo provisional. Llevaba sus bienes –prendas escasas, libros, y aún su rara caja de música– atados a una improvisada carretilla: dos varas de madera nudosa clavadas a un travesaño, que iban a dar a los lados del eje de una única rueda" (6).

En Secretos de familia (7), Graciela Cabal describe al vecino alemán: "Don Oscar, que es el padre de mi novio, es alto y colorado. ‘Porque es alemán’, dice mi mamá. Pero éste no es maldito como los alemanes de Punta Mogotes y los que hacen la guerra: es alemán nomás, y arregla los barcos que se rompen".

En La matriz del infierno (8), Marcos Aguinis relata: "Rolf había tenido que viajar en tren a la austral Bariloche. (…) El almanaque que colgaba en la vasta cocina del conventillo donde bebió café antes de dirigirse a la estación terminal le recordó que ya era el 11 de febrero de 1930. Don Segismundo, mientras sorbía ruidosamente de su tazón, trató de infundirle ánimo y le aseguró que Bariloche era bellísimo, que encontraría allí los panoramas disfrutados en su infancia, en las vecindades de la Selva Negra. Muchos inmigrantes austríacos, suizos y alemanes la había elegido por su semejanza con la tierra natal".

En 1999 se publica Hotel Edén (9), novela en la que Luis Gusmán escribe: "En el frente del edificio, el águila imperial había dominado el valle hasta que a comienzos del 45 Argentina declaró la guerra a Alemania. Seguramente todo el pueblo asistió a la demolición del águila, símbolo de un poder que se extinguía en el mundo. Posiblemente también ese mismo día destruyeron la antena de onda corta que estaba en la torre y permitía que se comunicaran clandestinamente con Alemania. (…) Observó el hueco que el águila había dejado y después localizó la fecha borrosa de la fundación del Edén. De inmediato vino a su mente el nombre de los primeros propietarios sobre los que caía, desde tiempos remotos, una leyenda negra".

Notas

1. Isaac, Jorge: Una ciudad junto al río. Buenos Aires, Marymar, 1986.

2. Posse, Abel: El viajero de Agartha. Buenos Aires, Emecé, 1989.

3. S/F: en Posse, Abel: El viajero de Agartha. Buenos Aires, Emecé, 1989.

4. Posse, Abel: El viajero de Agartha. Buenos Aires, Emecé, 1989.

5. ibídem

6. Vázquez Rial, Horacio: Frontera sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.

7. Cabal, Graciela Beatriz: Secretos de familia. Buenos Aires, Sudamericana, 2003. 280 pp.

8. Aguinis, Marcos: La matriz del infierno. Buenos Aires, Sudamericana, 1997.

9. Gusmán, Luis: Hotel Eden. Buenos Aires, Norma, 1999.

Árabes

En Barrio Gris, de Joaquín Gómez Bas, una genovesa se enamora de un árabe, abandonando a su marido napolitano: "La susodicha desapareció de su casa, del barrio y sus contornos, embaucada por el meloso palabrerío de un ambulante vendedor de puntillas, un árabe enamoradizo que alborotó el corazón y la sangre de la genovesa con su prestancia de caudillo picaflor" (1).

Notas

1. Gómez Bas, Joaquín: Barrio Gris. Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora, 1963.

Armenios

Eduardo Bedrossian es el autor de una trilogía acerca de La Cuestión Armenia, integrada por la novela Hayrig Detrás del silencio de un millón y medio de voces (1) –distinguida con la Faja Nacional de Honor 1993, por la Asociación de Escritores Argentinos-, el ensayo Hayrig II y la novela Memorias para no olvidar (2).

En esta última novela, un inmigrante relata: "-Estábamos en el barco. Sí… a los pocos días comencé a sentirme mal. No eran solamente los mareos. Sentía sobre mí una carga aplastante que iba creciendo. Mis compañeros creían que se debía a la alimentación y hasta me daban parte de sus escasas raciones. Yo no tenía apetito. Es sorprendente comprobar cómo las desventuras nos quitan hasta las ganas de comer y qué corta es la distancia entre el bienestar y las miserias. Yo escapaba mientras los míos quizás estaban muertos o muriendo, en el momento que más se necesita la compañía de los seres queridos. Pues, allí no estaba yo. Los muertos eran mejores que yo. Me di muchas respuestas que no sirvieron para aliviarme. Nacía en mí un sentimiento de culpa, pero la peor de todas, la más difícil de soportar: la culpa de sobrevivir a una tragedia familiar. Los otros polizones también escapaban, pero ninguno con mis cargas".

En 2004, a ochenta y nueve años del genocidio armenio, el autor dedica Morir en Marash (3), su nueva novela, prologada por el Embajador Leandro Despouy, "A los armenios de Marash. Al millón y medio de niños, mujeres y hombres masacrados en el primer genocidio del siglo XX. A sus descendientes, a sus familias. A la Nación Argentina y a todos los países que los acogieron con generosidad. A cada hombre y a cada mujer que lucha honestamente para sobrevivir en un mundo envilecido por los poderosos de turno".

Notas

1. Bedrossian, Eduardo: Hayrig Detrás del silencio de un millón y medio de voces. Buenos Aires, 1991.

2. Bedrossian, Eduardo: Memorias para no olvidar. Buenos Aires, 1998.

3. Bedrossian, Eduardo: Morir en Marash. Buenos Aires, 2004. 448 pp.

Austríacos

En Herederos sin historia, escribe Jovita Epp: "Afuera se había hundido el rojo y las vidrieras ilumnadas se reflejaban en rectángulos sobre las veredas. ¡Qué maravilla todo lo que muestran!, pensó Lisa. Habría que hacer la comparación con la Rue St. Honoré; quzás allá la mercadería ofrecida sea de mejor calidad, aquí se conforman por lo general con un 'más o menos', con tal de que 'lo parezca'. Pero las palmas se las llevan las decoraciones de vidrieras de la avenida Santa Fe. Y Lisa, que en Viena se había llamado Liesl, diminutivo de Elisabeth, sonrió en el atardecer iluminado por las luces de neón, porque repentinamente se le ocurrió pensar si los jesuitas, de los que tanto gustaba hablar el marido de Valentina, hubiesen soñado con que el nombre de su 'reducción' sería una vez el nombre de una elegante avenida, con artículos de lujo y bagatelas en las vidrieras artísticamente decoradas" (1).

En La madriguera, Tununa Mercado recuerda a Myriam Stefford: "la melancolía triunfaba cuando aparecía en medio del panorama el monumento erigido por un llamado Barón Biza a su amada, la aviadora Myriam Stefford. El altísimo obelisco, ala estilizada, parecía un mástil sin esperanzas de mar entre las nubes del costado sombrío del camino y la historia de esos personajes ocupaba en nuestro interés el lugar del paisaje: los restos de un avión que se había precipitado; una mujer pionera que había volado más allá, por sobre las montañas y los ríos, amada por un hombre que tenía título de barón, o que así se llamaba como otros se llaman Conde o Rey, un amor que la muerte había desintegrado. En una cripta de mármoles negros como la obsidiana, se leía en la tumba una inscripción que maldecía por anticipado a quien la violara" (2).

En La matriz del infierno (3), Marcos Aguinis relata: "Rolf había tenido que viajar en tren a la austral Bariloche. (…) El almanaque que colgaba en la vasta cocina del conventillo donde bebió café antes de dirigirse a la estación terminal le recordó que ya era el 11 de febrero de 1930. Don Segismundo, mientras sorbía ruidosamente de su tazón, trató de infundirle ánimo y le aseguró que Bariloche era bellísimo, que encontraría allí los panoramas disfrutados en su infancia, en las vecindades de la Selva Negra. Muchos inmigrantes austríacos, suizos y alemanes la había elegido por su semejanza con la tierra natal".

Notas

1. Epp, Jovita: Herederos sin historia. Buenos Aires, Emecé, 1978. 283 pp.

2. Mercado, Tununa: La madriguera. Buenos Aires, Tusquets Editores, 1996.

3. Aguinis, Marcos: La matriz del infierno. Buenos Aires, Sudamericana, 1997.

Belgas

Eugenio Juan Zappietro escribió De aquí hasta el alba (1), novela en la que narra lo acontecido a colonos, soldados e indios durante la Conquista del Desierto, en el año 1879. Dos europeos son presentados como figuras antitéticas, encarnaciones del bien y del mal. Se trata de un cirujano belga y de un comerciante flamenco, los cuales, como dos caras de una misma moneda, muestran que la vida de un ser humano responde a los principios morales que lo orientan, y no a las circunstancias en que se encuentra. En una misma situación, el belga se muestra probo una vez más, mientras que el flamenco vuelve a evidenciar su egoísmo criminal.

Leroy "había asistido a un Napoleón y a varios príncipes de Europa en su clínica de París. Había asimilado las enseñanzas de la escuela de Viena y seguido las doctrinas de Semmelweiss, como el más aplicado cirujano de su época. Pensó en Crimea, operando al paso de las cargas de las brigadas inglesas. Habían sido buenos tiempos. Tiempos dignos necesariamente de un final de escena más brillante que morir a manos de un muchacho indio, en un continente todavía virgen. Siguió costosamente el hilo de sus recuerdos y las mujeres que había amado comenzaron a reír, mostrando sus dientes delgados, que se clavaban en su piel, en tanto un vals de Viena nacía en un costado de su herida, la piedad de unas, el ardor de otras, todo aquello mezclado en su viaje al norte de sí mismo, buscando huir, como el cazador de la nada".

Debió dejar Francia, pues durante una operación mató intencionalmente a un ministro asesino: "Decidió matar a Desquerres cuando extirpó las tres cuartas partes de su hígado. (…) Cuando Francia descubrió el crimen, Hubert Leroy estaba ya en América". De Buenos Aires, donde se había establecido, debe huir también, ya que se ha conocido su pasado y eso sirve para la extorsión. La opción era partir o morir, y él escoge marchar hacia el sur: "Bajo una lluvia incoherente, Leroy divisó el carruaje, con un auriga inmóvil, al modo de una estatua. También presintió un arma en la pretina del pantalón de su visitante. La situación no le encolerizó; lo poseyó una desagradable sensación de frialdad, como si estuviese presenciando la decapitación de un extraño".

Gabriel Báñez se refiere en Virgen (2), novela finalista del Concurso Editorial Planeta 1997,.a la inmigración de un belga y su hija, quienes llegan "a un país de tanos y gallegos y de rusos y turcos, y todo lo que no entrara en el dos por cuatro de esa conclusión elemental era una rareza de apellido pero nunca de nacionalidad".

"La Ensenada mítica de los años cuarenta es el escenario de la historia de amor entre un cura y una chica belga, judía y milagrosa. Novela de la Anunciación y el Descenso y poderosa convergencia de fuerzas narrativas, Virgen revela en un presente audaz –la escritura de las cartas que intercambian el protagonista y su amada- una memoria negada que nos avasalla y nos conmueve, vaticina el fin de los tiempos y devela el estigma político de un secreto y su traición: el del hijo del mariscal Tito de Yugoslavia y de Evita Broz. Virgen, que es también ‘la parte más rota y verdadera del lenguaje’, nos convierte en lectores plenos del tiempo tatuado sobre la letra. Gabriel Báñez, el autor de El curandero del cuarto oscuro, celebra en Virgen secretas nupcias entre lo real y lo imaginario y, haciendo gala de enorme poder evocativo y de una prosa a la vez precisa y mágica, produce una novela maravillosa" (3).

Notas

1. Zappietro, Eugenio Juan: De aquí hasta el alba. Barcelona, Planeta, 1971.

2. Bañez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires, Sudamericana, 1998.

3. S/F: Bañez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires, Sudamericana, 1998.

Bielorrusos

Manuela Fingueret es la autora de Hija del silencio (1), obra en la que la hija de una sobreviviente del Holocausto recuerda, durante su prisión en la ESMA, el padecimiento de su madre y de otros prisioneros en Terezín y Auschwitz, la llegada a la Argentina de la madre y su vida en la nueva tierra.

A la madre y los abuelos de la joven argentina les advertían el peligro, en Minsk, en 1941: "a Tínkele le asombra comprobar que gran parte de esos jóvenes vestidos a la usanza gentil son los primeros en hablar de las desgracias que sobrevendrán a los judíos si no huyen a tiempo hacia Palestina o América. Los religiosos oran y esperan pasivos el destino que Dios les depara. Esto la subleva porque sus padres oscilan entre ambos y ella, naturalmente opuesta a la generalidad, intuye que los que están en contacto con el mundo exterior pueden analizar mejor el futuro. Los padres de Leie también creen que hay que emigrar, pero no les es fácil movilizarse con una familia tan grande y sin dinero".

Notas

1. Fingueret, Manuela: Hija del silencio. Buenos Aires, Planeta, 1999.

Checoslovacos

Complot (1), de Perla Suez, es la historia de "Bruno Edels y ‘el inglés’ a comienzos de siglo en la provincia de Entre Ríos. Edels es un judío que escapó de Praga luego de que asesinaran a sus padres, y que –con el tiempo y a fuerza de muchas privaciones- logró convertirse en un hacendado poderoso, y casarse con una mujer más joven. Hacia los años treinta, Edels comienza a recibir ofrecimientos de negocios oscuros por parte del inglés, un personaje sin escrúpulos vinculado al trazado de ferrocarriles, al contrabando de jóvenes norteñas con destino a los burdeles de Buenos Aires y a la exportación de carnes en el marco del pacto Roca-Runciman. El inglés se convierte además en amante de Elsa. Pero es Mora, la hija del capataz de la hacienda, quién contará esta historia" (2).

Notas

1 Suez, Perla: Complot, en Trilogía de Entre Ríos. Buenos Aires, Editorial Norma, 2006. (Colección La otra orilla).

2. S/F: "Complot, de Perla Suez", en www.perlasuez.com.ar.

Croatas

En La logia del umbral, escribe Ricardo Feierstein: "se decía que a la vuelta, sobre Tequendama, vivía de incógnito un criminal de guerra, el croata Ante Pavelic. Nuestras minuciosas indagaciones infantiles –en la vivienda con amplio parque indicada- sólo confirmaron la presencia de un niño delgado y de pelo amarillento, que no hablaba bien el idioma y al que no le permitían juntarse con nosotros" (1).

En 2006, El camino del norte (2), de Horacio Vázquez-Rial, ganó el Premio de la Editorial Norma de Bogotá, Colombia. "Entre otros personajes que desfilan por la páginas del libro -comenta Antonio Requeni- figura Lustiger o Heisenberg, ex oficial nazi, colaborador de Martín Borman, que llegó a la Argentina en tiempos de Perón, organizó con Ante Pavelic la ‘sección especial’ y le enseñó métodos de tortura al comisario Lombilla" (3).

Notas

1 Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.

2 Vázquez-Rial, Horacio: El camino del norte. Norma, 2006. 216 pp.

3 Requeni, Antonio: "Pasado, presente y realidad", en La Nación, Buenos Aires, 24 de diciembre de 2006.

Dinamarqueses

La piedra madre (1), por Néstor Tirri, "narra los desvelos de un grupo de vecinos de Tandil, empeñados en una empresa descomunal: restaurar la fabulosa Piedra Movediza, un prodigio de la naturaleza que en el siglo XIX atrajo a viajeros de todo el mundo, y cuya ausencia (después de su caída en 1912) sumió a la ciudad en la nostalgia por la perdida gloria. En una narración ágil, en clave irónica y naïve, la novela recorre cuarenta años de aventuras y represiones sexuales y políticas. Y, con humor hiperbólico, registra la presencia de figuras reales, personajes notables que en verdad transitaron por Tandil.

A principios de los años ochenta La piedra madre resultó finalista del Premio Internacional de Novela Plaza & Janés (cuyo jurado fue presidido por Ángel J. Battistessa) y fue publicada poco después. Hoy se erige en una "novela de anticipación" (o profética) a raíz del emprendimiento turístico que 25 años después plasmó, en la realidad, una variante del proyecto de ficción de la delirante 'Comisión Vecinal Pro Restauración de la Movediza' " (2).

Notas

1. Tirri, Néstor: La piedra madre. Buenos Aires, Galerna, 2007. 208 páginas. (Literatura)

2. S/F: en Tirri, Néstor: La piedra madre. Buenos Aires, Galerna, 2007. 208 páginas. (Literatura)

Egipcios

En su novela Un noviazgo, Bernardo Verbitsky se refiere a la ocupación de un egipcio. El protagonista "conoció asimismo a don Alí. Era un individuo de unos 40 años, de cara oscura, nariz aguileña, con mejor humor de lo que dejaba suponer cierta expresión torva de su cara. Sabía reír con ganas. Decían que era egipcio, aunque las mujeres lo designaban entre sí como ‘el Turco’. Venía de otro cabaret y se había propuesto traer con él a las mujeres más lindas, y las fue hablando una a una, para lo cual le servía su perfecto dominio de varios idiomas. Alternaba el inglés y un francés al parecer correctos con un castellano aporteñado de indudable naturalidad. ‘Vas a estar mejor que allá –decía persuasivamente-. Dejáte de embromar, date una vuelta por acá. Veníte bien bañada, eso sí. Y a portarse bien, que el nuevo empleo lo vale. Hay que andar derechas, que si no les corto una teta’. ‘Don Alí es el mejor gerente que hemos tenido’, decían todas convencidas" (1).

Notas

1 Verbitsky, Bernardo: Un noviazgo. Buenos Aires, Planeta, 1994.

Escoceses

En Fuegia, Eduardo Belgrano Rawson evoca el oficio de los escoceses en Tierra del Fuego: "Cuando les resultó evidente que habían echado mano a los mejores campos del mundo, los criadores de toda la isla resolvieron cruzar sus mediocres ovejas con padrillos europeos. Para entonces ya nadie soñaba con transformar a los lugareños en sus pastores perfectos. En realidad, a los parrikens les sobraban condiciones para el puesto: corrían treinta kilómetros de un tirón, podían dormir al sereno en invierno y resistían sin probar bocado como el más bruto de los galeses. Pero nada aborrecían más en el mundo que el trabajo de ovejeros, de modo que los criadores olvidaron por fin el asunto y junto con los padrillos importaron pastores de Escocia, quienes trajeron hasta los perros" (1).

Notas

1 Belgrano Rawson, Eduardo: Fuegia. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.

Españoles

Andaluces

A criterio de Delfín Garasa, "Una de las más cumplidas descripciones de un heterogéneo desembarco es la que ofrece Luis Pascarella en su novela-alegato documental, El conventillo. Llega el Christoforo Colombo y primero bajan los hombres de negocio con su apoplética cerviz, con el paso resuelto de los acostumbrados a dar órdenes y ser obedecidos, los turistas ingleses con sus máquinas fotográficas y algunas señoras un tanto perplejas por no ver en el muelle indios con plumas y taparrabos. Por ese entonces, el viaje a Europa empezaba a otorgar prestigio social, y los argentinos que regresan cambian opiniones en alta voz sobre los modelos de París, el mobiliario inglés o la sinfonía escuchada en la Opera de Viena. Y, finalmente, aparecen los inmigrantes, tan fustigados en los azares de las proclamas políticas, un ‘enorme hormiguero’ que había viajado en el mayor hacinamiento. Rostros curtidos, exhaustos, azorados. En todos se presiente la pregunta: ¿Qué les deparará esta nueva tierra? De pronto, una mirada se ilumina o un brazo se agita en alto porque se ha reconocido a alguien en la muchedumbre que espera. Van bajando los hebreos de desgreñadas barbas y gastados levitones, los ‘turcos’ con sus espaldas combadas, los nórdicos enjutos, los napolitanos pequeños y retorcidos como raíces, los andaluces gárrulos, los gallegos pacientes, los holandeses esponjosos, los genoveses de músculo recio e insaciable voracidad. Una mujer besa la tierra que los acoge y tras su actitud ritual se adivina un pasado de penurias y recelos. Y agrega Pascarella: ‘La gran ciudad de calles dirigidas hacia el Oeste recibe en su seno aquella semilla que purificada en un ambiente de libertad (…) se reproducirá en su inmensidad desierta" (1).

En El juguete rabioso, de Roberto Arlt, relata el protagonista: "Cuando tenía catorce años me inició en los deleites y afanes de la literatura bandoleresca un viejo zapatero andaluz que tenía su comercio de remendón junto a una ferretería de fachada verde y blanca, en el zaguán de una casa antigua en la calle Rivadavia entre Sud América y Bolivia" (2).

Eugenio Juan Zappietro narra, en De aquí hasta el alba (3), la historia de un irlandés que llegó al desierto en 1866, y el socio granadino que lo traicionó. La posta en la que vivían los Bary había sido construida por O’Flaherty, quien "juraba que Argentina era el país del futuro. No se equivocó por mucho en cuanto a la tierra; se equivocó de hombres, pero una lanza araucana había terminado con él para evitarle la amargura de comprobarlo".

En La madriguera, escribe Tununa Mercado: "la guerra era también salvarse de la guerra, emigrar y buscar tierra de exilio (…)habían cuerpeado un destino los que antes huyeron de otras guerras acalladas por remotas e innombrables, como los pogroms, y la muerte también los alcanzaba en los sueños con aldeas devastadas por el fuego y sótanos de barcos sin rumbo declarado; cuerpeaban un destino refugiados de toda laya que se avecindaban en colonias, atolondrados por la fuerza de la lengua ajena y la incomunicación, y la muerte del ghetto se repetía en el silencio de los nuevos ghettos del destierro. Poco podíamos saber las niñas de ese estado de guerra y entreguerras permanente: los fuegos de la guerra para muchos no eran más que la danza de Manuel de Falla aporreada por madres y tías en los cumpleaños y otras fiestas familiares, y cada cual asentía interiormente como diciendo qué destino el de este republicano, aislado en su casita de Alta Gracia, un gran músico, fíjese usted qué destino" (4).

En La fuga (5), film basado en la novela homónima de Eduardo Mignogna distinguida con el Premio Emecé 1998/99, Camilo Vallejo, uno de los anarquistas, habla con acento español y, al evadirse, es esperado por dos hombres con boinas vascas que lo ocultan en un carro lechero. En el film –al igual que en la novela- aparecen otros inmigrantes; entre ellos, Aldo Mazzini, el catalán Escofet, el mozo andaluz.

Belén Gache es la autora de Lunas eléctricas para las noches sin luna (6). En esa obra, relata la protagonista: "En 1890 mis abuelos llegaron a ese puerto, provenientes también de Sevilla. Junto con ellos traían a sus dos jóvenes hijas, que se habían pasado todo el viaje encerradas en sus camarotes vomitando. Venían a Buenos Aires porque mi abuelo, que trabajaba en el Banco de España, había sido transferido a esta sucursal del fin del mundo".

A través de sus ojos, asombrados e intensos, vemos la Buenos Aires que se prepara para los festejos del Centenario. Una Buenos Aires cosmopolita, que evidencia un marcado rechazo hacia los extranjeros, quienes son vistos como una fuerza nociva que es necesario devolver a su tierra de origen. La visita de la Infanta exacerbará los sentimientos patrióticos de los hispanos afincados en la Argentina, y los sentimientos xenófobos de quienes se agrupan en la misteriosa Brigada del Nandú".

"Editorial Losada publicó Mientras la luz se va, novela de Noemí Cohen (216 pp). Esta es la historia de Elena, una joven sefardí que viaja desde Alepo a la Argentina, a principios del siglo XX, para encontrarse con su futuro y desconocido esposo. Pero es también la parábola de Setti, a quien Elena conoce en el interminable viaje hacia América y que se ha embarcado para restañar la herida de haber sido repudiada por su marido y haber perdido contacto con su única hija. Y es, además, la peripecia de Amparo, una andaluza alegre pero sumida en la desgracia de un novio muerto por amor a la anarquía en el sur argentino. Y es, entre otras, la historia de Elenita, la nieta adorada de Elena que, víctima de la última dictadura militar argentina, repite el camino de exilio de su abuela. Noemí Cohen ha creado, con esta novela admirable, un delicado tapiz donde se traman los destinos de un puñado de mujeres de ayer y de hoy. Las separan la edad, la lengua, la cultura o la religión, pero las une sutilmente una similar voluntad de conocimiento, de libertad, de belleza y de justicia" (7).

Las patrias lejanas (8) "señala el regreso de Pacho O'Donnell a la ficción narrativa y cuenta una historia de más de dos ciudades, de uno y otro lado del océano inmenso que separa pero también une. Con una escritura notable, con un ritmo narrativo extraordinario, O'Donnell recrea las relaciones entre los habitantes de la Argentina y los de la lejana madre patria durante los años crueles de la Guerra Civil española (1936- 1939) y de los del exilio a que muchos fueron condenados. Su talento para la pesquisa histórica le permite revelarnos episodios olvidados o insospechados por las crónicas corrientes. Los acontecimientos, extraídos de periódicos, memorias y epistolarios de quienes buscaron asilo en el Río de la Plata, como Rafael Alberti, María Teresa León, Manuel de Falla, Ramón Gómez de la Serna, José Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez, Margarita Xirgu, son absolutamente ciertos y dan una dimensión inusitada a la intriga central protagonizada por el joven Radomiro. En ella también toman parte Victoria Ocampo, Jorge Luis Borges, Natalio Botana y otros argentinos que a favor o en contra interactuaron con aquéllos. Es éste un libro en el que se mezclan los tonos de la épica, la elegía y también, por momentos, la comedia y la sátira. Las patrias lejanas es un testimonio entrañable a la vez que una novela que no se puede abandonar" (9).

Notas

1 Garasa, Delfín Leocadio: La otra Buenos Aires. Paseos literarios por barrios y calles de la ciudad. Buenos Aires, Sudamericana-Planeta, 1987.

2 Arlt, Roberto: El juguete rabioso. Buenos Aires, CEAL, 1981. Prólogo de Jorge Lafforgue. Pág. 5. (Capítulo).

3 Zappietro, Eugenio Juan: De aquí hasta el alba. Barcelona, Hyspamérica, 1971.

4 Mercado, Tununa: La madriguera. Buenos Aires, Tusquets, 1996.

5 Mignogna, Eduardo: La fuga. Buenos Aires, Emecé, 1999.

6 Gache, Belén: Lunas eléctricas para las noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.

7 S/F: "Novela de Noemí Cohen en Losada", en Raíces, www.revista-raíces.com. Noviembre de 2005. 216 pp.

8. O'Donell, Pacho: Las patrias lejanas. Buenos Aires, Sudamericana, 2007. 320 pp.

9. S/F: en O'Donell, Pacho: Las patrias lejanas. Buenos Aires, Sudamericana, 2007. 320 pp.

Aragoneses

Manuel Gálvez presenta, en Nacha Regules, a un aragonés encargado de un conventillo: "El encargado era un aragonés testarudo, insolente y entrometido. Su pequeña cabeza desgonzábase sobre un cogote interminable. El tronco, angosto en los hombros, ensanchábase hasta las caderas, cuya anchura contrastaba ridículamente con la longitud de las flacas piernas, movedizas y simiescas. La expresión adusta del semblante y la nariz de perro, caricaturizábanle aún más. Reía explosivamente, empalmando la agonía de una carcajada con el brusco estallido de otra, lleno de gesticulaciones, agitándose íntegro, dando al cuerpo la línea oblicua y caídos los brazos que temblequeaban chocando contra los flancos y subían y bajaban sin ritmo, como émbolos descompuestos. Gustaba hacerse el gracioso, hablando a lo andaluz" (1).

Notas

1 Gálvez, Manuel: Nacha Regules. Citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.

Asturianos

En Hermana y sombra, de Bernardo Verbitsky, aparece una sirvienta asturiana. Narra el protagonista, un niño hijo de rusos: "Otra clase de confidencias inició una tarde, al referirse al reciente casamiento de Rosario quien seguía sirviendo allí y compartía ahora con su marido la misma habitación que antes ocupaba sola, pegada a la de él, que aplicaba el oído a la puerta que las separaba. Creyó al principio que se divertiría con lo que imaginó sólo podían ser cómicas parodias de amor, pero lo que oía no lo hizo reír precisamente sino que lo indujo a inevitables y manuales desahogos, terminando por sentir miedo a la propia actuación de excitado testigo invisible, que lo perturbaba intensamente, y aún más allá de su papel de escucha pues ahora, le confesó, miraba con otros ojos las piernas blancas como la leche de la asturiana" (1).

En Santo Oficio de la Memoria, Mempo Giardinelli habla de un oficio que desempeñaban los asturianos. En 1886, "Había muchos policías, allí. Casi todos asturianos, gallegos. No sé por qué. También usaban bigote de manubrio y llevaban pistolas al cinto, capote invernal, quepís duro y alzado y linterna en mano. Cuando se hizo la noche, los policías se movían como luciérnagas nerviosas" (2).

En Las libres del Sur, de María Rosa Lojo, dice Victoria Ocampo, refiriéndose a Fani, la empleada nacida en Oviedo: "me trata como a una menor de edad. Pero como su tiranía es útil, protesto un poco y la dejo hacer su voluntad. Igual que los pueblos cómodos, como el nuestro" (3).

Notas

1 Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977.

2 Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991.

3 Lojo, María Rosa: Las libres del Sur Una novela sobre Victoria Ocampo. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.

Castellanos

Rubén Benítez escribió una novela sobre la inmigración española, además de una biografía y algunos cuentos. En esa novela, La pradera de los asfódelos (1), plantea la pregunta acerca de lo trascendente: ¿Cuál es la pradera de los asfódelos? ¿Dónde podemos encontrarla? Algo debe permanecer en este agitado mundo, en medio de tanto caos. Quizás lo trascendente sea la memoria y la misma sangre que, evolucionada o involucionada, aparece de generación en generación, en una aldeana española y en un universitario patagónico. La sangre es, en definitiva, lo que une a seres que ya no tienen nada en común, pues el progreso mal entendido los ha distanciado.

Afirmó el escritor bahiense: "Lo sentí como una necesidad. Tal vez por haber pertenecido a un núcleo de inmigrantes que desde la infancia me transfirieron sus vivencias y sus nostalgias por la tierra lejana. El tiempo, la muerte de casi todos ellos, incorporó a ese sentimiento la idea de caducidad que convierte a cada ser humano en un emigrante de la vida, de este escenario que también ama. Creo que ambas perspectivas se mezclan y fluyen como temas paralelos" (2).

En la obra, una madre exclama: "No, hermano. Prefiero que lo manden a Marruecos antes de que escape a la Patagonia. De Marruecos regresan todos, de la Patagonia no vuelve ninguno".

El viajero de Agartha (3), de Abel Posse, fue distinguida con el Premio Internacional de Novela Novedades y Diana 1988-1989 en México. El protagonista de la novela es Walther Werner, graduado en lenguas orientales y arqueología, teniente coronel de las fuerzas especiales nazis, quien se define como "el mensaje de salvación arrojado al mar enfurecido". "Soy un SS –afirma-: mi primer mandato es matar o morir matando esa sucia rémora hija de una cultura pestilente y sentimental: la nostalgia, la roñosa humanidad y su engendro bastardo, el mentado ‘humanismo’ ". Es justamente esa postura ante la vida la que hace que se desvincule del hijo que tuvo con una española, que apareció muerta en Burgos "cuando entraron las fuerzas vencedoras de Franco". Recuerda el momento en el que, en Madrid, cortó el débil lazo que lo unía al niño; entonces aparecen las referencias a la Argentina, país en el que se cría el pequeño, lejos de su padre.

En Las libres del Sur, Una novela sobre Victoria Ocampo (4), de María Rosa Lojo, aparece un castellano. Uno de los personajes "no supo decirles nada nuevo, salvo pedirles que esperasen al patrón, un gallego de Logroño que conocía probablemente a todos los españoles de la zona".

Notas

1 Benítez, Rubén: La pradera de los asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1989.

2 González Rouco, María: "Rubén Benítez: el regreso a la entrañable tierra", en El Tiempo, Azul, 10 de septiembre de 1989.

3 Posse, Abel: El viajero de Agartha. Buenos Aires, Emecé, 1989.

4 Lojo, María Rosa: Las libres del Sur, Una novela sobre Victoria Ocampo. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.

Catalanes

En la adolescencia, el protagonista de La gran aldea (1), de Lucio V. López, acude a la escuela de dos maestros. Uno de estos maestros era inmigrante: "Don Josef era oriundo de Cataluña y se vanagloriaba de haber nacido en el castillo Monjuich, de haber salvado la vida a varias personas, de haber presenciado un naufragio y de haber sido casi víctima del hambre de una tigra mansa; preciábase de haber conocido a la reina de España, doña Cristina, de haberla visto comer una olla podrida en un día de toros. Hacía sacrificio de confesarse descendiente de don Gonzalo de Córdoba, pero no se prestaba a pregonar mucho el parentesco, y lo repudiaba con majestad, porque no quería que nadie sospechase que él aprobaba las rendiciones de cuentas de su poco escrupuloso antepasado. Vivía crónicamente colérico, sin que esto importe decir que no supiera interrumpir sus accesos para hablar con fruición, de los tesoros de Potosí y de fortunas colosales como las de los cuentos de hadas, porque el buen viejo tenía altamente desarrollada la nota de la codicia".

María Angélica Scotti evoca, en Diario de ilusiones y naufragios (2), la vida de una inmigrante española, desde que, en la infancia, deja España con su madre; a ellas se unirá un italiano que la mujer conoce a bordo. "El primer recuerdo que me aparece es el viaje", dice la protagonista de la novela que mereció el premio Emecé 1995/6. "En verdad, es más lo que me contaron que lo que vi con mis propios ojos –continúa. No sólo porque era muy pequeña sino también porque hice la travesía encerrada en un camarote muy especial: viajé oculta bajo las faldas de mamita", porque "apenas zarpamos de Barcelona, mamita notó que yo tenía el cuerpo y las mejillas repletos de manchuelas coloradas. Ella ya había oído decir que a los enfermos los obligaban a bajar en el primer puerto, y por eso resolvió esconderme".

En Lunas eléctricas para las noches sin luna, de Belén Gache (3), la protagonista se refiere a un canillita de ese origen: "A unos metros, un grupo de muchachos se reúne alrededor de una caja de zapatos. Son los canillitas. Llevan medias largas y pantalones cortos y sus cabezas se encuentran cubiertas con boinas. Cargando pesadas pilas de diarios, se encaraman a los tranvías en movimiento de forma tan descuidada que, más de una vez, han provocado accidentes. Ya varias veces he visto cómo los agentes de policía les llaman la atención. Entre los muchachos, reconozco a Gregorio, un chico de origen catalán, amigo de Mirko".

El padre de Gregorio, imprentero, es anarquista: "Hoy por la tarde por fin me decidí y fui a buscar el reloj de papá a la relojería. Estaba por llegar al local de Copelius cuando vi que de ahí salía un policía. Pocos segundos después, salían dos agentes más llevando a la rastra a don Antonio, el padre de Gregorio, ataviado con su mameluco gris manchado de tinta".

En El infierno prometido, de Elsa Drucaroff, Vittorio "salió a buscar a Julián Soto, el hombre que le había indicado el Catalán. Si, tal como prometió, el Catalán había enviado un telegrama, los compañeros tenían que estar aguardándolos" (4).

Notas

1. López, Lucio V.: La gran aldea. Costumbres bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).

2. Scotti , María Angélica: Diario de ilusiones y naufragios. Buenos Aires, Emecé, 1996.

3. Gache, Belén: Lunas eléctricas para las noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.

4. Drucaroff, Elsa: El infierno prometido. Una prostituta de la Zwi Migdal. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 336 pp. (Narrativas históricas). Pág. 265.

Gallegos

En la novela En la sangre (1), de Eugenio Cambaceres, el protagonista y su madre "se detuvieron frente a la Universidad en cuya puerta, mostrando un grueso manojo de llaves colgado de la cintura, estaba de pie el portero, un gallego ñato de nariz y cuadrado de cabeza".

En La gran aldea, Lucio V. López presenta gallegos trabajando junto a los criollos: "daban las cuatro y, no bien había entrado el gallego cotidiano con las viandas, don Narciso se engolfaba en los antros profundos de la trastienda". Lucio V. López menciona otro gallego relacionado con la tienda: "Caparrosa, el cadete de Bringas, un galleguito ladino y vivaracho" (2).

A criterio de Delfín Garasa, "Una de las más cumplidas descripciones de un heterogéneo desembarco es la que ofrece Luis Pascarella en su novela-alegato documental, El conventillo. Llega el Christoforo Colombo y primero bajan los hombres de negocio con su apoplética cerviz, con el paso resuelto de los acostumbrados a dar órdenes y ser obedecidos, los turistas ingleses con sus máquinas fotográficas y algunas señoras un tanto perplejas por no ver en el muelle indios con plumas y taparrabos. Por ese entonces, el viaje a Europa empezaba a otorgar prestigio social, y los argentinos que regresan cambian opiniones en alta voz sobre los modelos de París, el mobiliario inglés o la sinfonía escuchada en la Opera de Viena. Y, finalmente, aparecen los inmigrantes, tan fustigados en los azares de las proclamas políticas, un ‘enorme hormiguero’ que había viajado en el mayor hacinamiento. Rostros curtidos, exhaustos, azorados. En todos se presiente la pregunta: ¿Qué les deparará esta nueva tierra? De pronto, una mirada se ilumina o un brazo se agita en alto porque se ha reconocido a alguien en la muchedumbre que espera. Van bajando los hebreos de desgreñadas barbas y gastados levitones, los ‘turcos’ con sus espaldas combadas, los nórdicos enjutos, los napolitanos pequeños y retorcidos como raíces, los andaluces gárrulos, los gallegos pacientes, los holandeses esponjosos, los genoveses de músculo recio e insaciable voracidad. Una mujer besa la tierra que los acoge y tras su actitud ritual se adivina un pasado de penurias y recelos. Y agrega Pascarella: ‘La gran ciudad de calles dirigidas hacia el Oeste recibe en su seno aquella semilla que purificada en un ambiente de libertad (…) se reproducirá en su inmensidad desierta" (3).

Escribe Manuel Gálvez, en Nacha Regules (1919): "Monsalvat imaginó que sus palabras engendrarían entusiasmo y agradecimiento. Pero no fue así. Unos torcieron el rostro, otros cuchichearon. Una vieja se puso a hacer pucheros, y un gallego protestó contra el abuso de querer echarles de la casa para después subir los alquileres". El gallego decía que "Si ellos se encontraban bien, ¿por qué obligarles a aceptar lo que no pedían? ¿Qué vivían como los cuerpos? ¡Bah! Acaso vivieron antes de otra manera? Eso que decía el patrón: la higiene y el aire, era bueno para los ricos. ¡Los pobres estaban tan conformes sin aire! Y respecto de la higiene, maldita la falta que les hacía. Además, si la vida de los pobres era dura, no correspondía a los ricos pretender mejorarla. Y que no les dijeran que sus ofrecimientos eran desinteresados, porque no lo creerían. Ya conocían demasiado a los ricos. Todos iguales. Si a veces cedían por un lado, era para reventarlos por otro. Podía, pues, el patrón marcharse con sus rebajas de alquiler y la reforma del conventillo. No aceptaban la rebaja, no. ¡Ellos no se moverían de allí!" (4).

En La pampa gringa (1936), de Alcides Greca, un gallego llega a la Argentina: "No salía de su asombro. Había creído que la América era un país maravilloso, de comarcas cubiertas por selvas de árboles gigantes, entoldadas con lianas, en las que se abrían flores prodigiosas y se guarecían pájaros de vivos plumajes. Se había imaginado que sus pobladores habitaban en palacetes muy blancos, rodeados de jardines, situados en los claros del bosque o a orillas de ríos anchurosos. La indumentaria de los europeos debía ser, necesariamente, un impecable traje de caza, casco inglés y voluminoso revólver en la cintura; los indígenas irían cubiertos con calzones a rayas, de colores chillones. Antoñico había presentido la América a través de alguna historieta de plantaciones antillanas o de las tapas policromas de una novela de Salgari" (5).

En un conventillo reúne a sus discípulos José Luna, personaje de Megafón, novela de Leopoldo Marechal publicada póstumamente en 1970: "En la sala única del púgil se juntaban sin armonizar el comedor, el dormitorio y una cocina de leña, cuyo tiraje pésimo fue un manantial de humo que, sin embargo, nunca molestó en adelante ni a José Luna ni a sus tres discípulos, en las discusiones que mantuvieron sobre las metáforas del Apocalipsis. Los tres discípulos eran Juan Souto, llamado ‘el gaita’, Vicente Leone, o ‘el tano’, y Antenor Funes, conocido por ‘el salteño’ " (6).

En Una sombra donde sueña Camila O'Gorman (1973), escribe Enrique Molina: "Berón de Astrada pierde la vida en la batalla de Pago Largo, y Echagüe, su vencedor, hombre de aristocrática cuna, ordena, con una delicadeza de tiburón, que se le extraiga al cadáver una lonja de piel de la espalda, para hacer con ella una manea que envía al general Urquiza como presente. Esos obsequios, tan caros entre compadres, exaltan la cortesía de la época y el vals de los murciélagos. El mismo Urquiza, en carta a su hermano, después de una batalla, le anuncia: 'El gallego Navarro cayó prisionero y lo degollamos: te mando sus orejas' " (7).

En Hacer la América (8), Pedro Orgambide evoca, entre otros inmigrantes, a una familia gallega.

Manuel Londeiro junta trabajosamente el dinero para traer de Galicia a su familia. En la fonda "pide pan y tocino. Después, una sopa con carne, porotos y papas. Se promete ir al almacén de su primo, y firmar una letra, un documento, lo que sea a cambio del dinero para los pasajes. Si comes tanto no podrás ahorrar, dice su primo, si sólo piensas en comer, si El pan de Manuel Londeiro no llega a la boca. Lo coloca en un pañuelo y lo anuda. Ya tiene su cena".

Al gallego, "El albanés lo desafía a una pulseada. Uno es fuerte como un caballo, piensa Manuel, pero uno no tiene ganas de pulsear. El albanés ha puesto su dinero sobre la mesa. No, yo no juego por plata. No me importa que mis amigos piensen que el albanés es más fuerte que yo. Yo no me juego el jornal". Sin embargo, lo hace: "Manuel Londeiro le dobla el brazo contra la mesa y caen las monedas en el suelo entre el jolgorio y el griterío de los estibadores".

Al fin, reúne el dinero que posibilita tan ansiado encuentro. Su mujer, Carmen, viajando con los hijos, piensa: "Es como si nunca hubiera tenido una casa, Manuel. Como si nunca más pudiera pisar la tierra firme y Dios nos condenara a vagar por el mundo en este barco. No pienses que estoy loca, Manuel. A otras mujeres que viajan aquí les ocurre lo mismo. Extrañan el olor de sus cocinas y el calor de sus camas. Una vieja me contó que todas las noches soñaba con su corral y sus puercos; otra, con un jardín de Andalucía. En América ¿tú sueñas con la casa, Manuel? Los hombres se ríen de esos sueños, son cosas de hembras, dicen, haremos otras casas allí, sembraremos el trigo, cuidaremos las viñas, vamos a trabajar en los aserraderos, en los muelles… Es que los hombres son más parecidos al mar, les gusta andar de un lado a otro. Algunos, sin embargo, se asoman al océano como si trataran de ver o que dejaron. Una les ve las caras de viudos de la tierra, caras de hombres como tú, Manuel, trabajadas por el sol y el granizo, por los días de labranza ¿no se extraña la tierra, Manuel? ¿el olor de la tierra?"

Llegan Carmen y los hijos, Paco y María. En el patio del conventillo, la niña juega a las estatuas con las hijas del árabe: "se quedaba inmóvil con un pie en el aire. (…) -¡Míralas! Se creen unas reinas… pero tarde o temprano van a parir como nosotras –vaticina la Carmen y apoya su mano en el hombro de Magdalena".

Paco, que no quiso sufrir lo que su padre sufrió por motivos políticos, se dedicó a la música. María, en cambio, inspirada en el espíritu paterno, fue líder en el movimiento de las costureras.

En La crisálida, de Nisa Forti Glori, dice uno de los personajes: "No es cierto que las clases humildes son las más sanas. ¿Acaso los pobres son más bondadosos entre ellos? ¡Qué esperanza! Observen a las personas de servicio. Deberían mostrarse solidarias. Todas son trabajadores, ¿no? Una mano lava la otra, ¿no? Y no. Se mueven el piso. Se odian. Son capaces de correrse con el cuchillo. ¿No vimos en nuestra propia casa, cómo Rita corría a María la gallega? La corrupción está siempre en los extremos. Con la diferencia que a los muy ricos se les perdona todo y a los muy pobres, nada. Sobre mojado, llovido. Cuando no posees nada, hasta los amigos se evaporan" (9).

La piedra madre (10), por Néstor Tirri, "narra los desvelos de un grupo de vecinos de Tandil, empeñados en una empresa descomunal: restaurar la fabulosa Piedra Movediza, un prodigio de la naturaleza que en el siglo XIX atrajo a viajeros de todo el mundo, y cuya ausencia (después de su caída en 1912) sumió a la ciudad en la nostalgia por la perdida gloria. En una narración ágil, en clave irónica y naïve, la novela recorre cuarenta años de aventuras y represiones sexuales y políticas. Y, con humor hiperbólico, registra la presencia de figuras reales, personajes notables que en verdad transitaron por Tandil.

A principios de los años ochenta La piedra madre resultó finalista del Premio Internacional de Novela Plaza & Janés (cuyo jurado fue presidido por Ángel J. Battistessa) y fue publicada poco después. Hoy se erige en una "novela de anticipación" (o profética) a raíz del emprendimiento turístico que 25 años después plasmó, en la realidad, una variante del proyecto de ficción de la delirante 'Comisión Vecinal Pro Restauración de la Movediza' " (11).

María Rosa Lojo define a Canción perdida en Buenos Aires al oeste -novela premiada por el Fondo Nacional de las Artes en 1986-, como "la historia de una familia narrada a través de siete personajes, de siete voces: la voz central es la de Irene, que en sus treinta años rescata ese nudo de vidas que conforma sus propios orígenes, como quien canta una canción. Una canción perdida porque es la de la infancia y la adolescencia, la de la vida tramada por el amor, la dicha, la desdicha, la enfermedad, la muerte, los extravíos y las recuperaciones que constituyen el tiempo irrestañable e incorruptible, como el agua fluyente, que la palabra, por un momento, crea la ilusión de retener" (12).

Después de muchos años de exiliados, los padres de Irene sufrían el mismo desarraigo que los acompañaría hasta el final de sus días. En su hogar del oeste, "era el sol de la casa nativa que iluminaba sus rostros. Los rasgos de mi madre, silenciosos y bellos, como una estampa antigua; los ojos de mi padre, tristes de mar, empañados de tiempo recorrido. La mesa del domingo, cuando comíamos callados y mi padre, sólo mi padre recitaba, tácitamente, como para sí: ‘Donde yo me he criado…’ Y ya no escuchábamos; lo demás se perdía en la bruma nebulosa de un mito siempre repetido, desesperado y patético como una plegaria inútil. La única plegaria que papá se permitía decir" (13).

Mempo Giardinelli escribió Santo oficio de la memoria, obra galardonada con el VIII Premio Internacional "Rómulo Gallegos" en 1993. En esa obra -a la que Carlos Fuentes se refiere como a una "saga migratoria tan hermosa, tan conmovedora, tan importante para estos tiempos de odio, racismo y xenofobia"-, habla de un oficio que desempeñaban algunos españoles. En 1886, "Había muchos policías, allí. Casi todos asturianos, gallegos. No sé por qué. También usaban bigote de manubrio y llevaban pistolas al cinto, capote invernal, quepís duro y alzado y linterna en mano. Cuando se hizo la noche, los policías se movían como luciérnagas nerviosas" (14).

Horacio Vázquez-Rial es el autor de Frontera Sur. "Prostitutas, fantasmas, jugadores, gallos de riña, socialistas primitivos, héroes del trabajo, anarcosindicalistas o músicos que se cruzan en la vida de tres generaciones de emigrantes gallegos, van tejiendo la trama de Frontera Sur y la historia de Buenos Aires, entre 1880 y 1935. Roque Díaz Ouro, que llega viudo y con un hijo a la capital argentina, que se enamora de una prostituta de alto vuelo y que recibe en su carrera ascendente la ayuda del espectro de un compadrito degollado, es protagonista de este relato épico, junto al alemán Hermann Frisch, portador de un bandoneón y de los principios de la organización obrera. Pero también aparecen en él figuras legendarias como Yrigoyen, Durruti o el propio Gardel, que definieron el espíritu de una época y de una ciudad apasionantes" (15)

El narrador describe, en esa obra, uno de los tantos desembarcos de inmigrantes, en la década del 80: "Los buques anclaban muy lejos de la costa, y viajeros, equipajes y mercancías pasaban, o eran arrojados, a una gabarra o a varios botes pequeños, que lo llevaban todo a los carros en que, finalmente, salía del agua. Si el calado no resistía una quilla, por escasa que fuese, las irregularidades del fondo lo hacían en algunos puntos excesivo par alguna de las ruedas de los vehículos, que encallaban o volcaban, arrastrando su carga al desastre. Padre e hijo presenciaron un desembarco, pendientes del bamboleo y los sobresaltos de los carros, del griterío de los que temían ahogarse en aquel tramo de su odisea, que imaginaban último, y de las voces de quienes, de pie en los pescantes, guiaban a las bestias. Ramón abandonó la contemplación de las inmundicias que las llantas arrancaban del limo y sacaban a la superficie cuando su padre fue a reunirse con un mayoral de mirada torcida" (16).

Graciela Cabal, en Secretos de familia (17), recuerda su aprendizaje de muñeira: "A mi amiga Rodríguez tampoco la dejan estudiar baile, pero ella igual sabe bailar la muñeira, porque la muñeira se la enseñó la madre. (La madre de Rodríguez es de un lugar donde todos saben bailar la muñeira desde que nacen, sin que nadie se la enseñe). Me da mucha vergüenza, pero igual voy y le digo a la mamá de Rodríguez si por favor, por favor, me enseña a mí a bailar la muñeira. La mamá de Rodríguez dice que ella con mucho gusto me enseñaría, pero hace tanto tiempo que no baila… ’Sea buena, mamita’, le dice Rodríguez a la madre, y la arrastra al patio. Y entonces la madre empieza a cantar bajito mmmmm mmmmm mmmmm y a dar unos pasos. Y después se ve que se anima porque se pone a cantar fuerte y se mueve rápido y hasta se saca las chancletas y el delantal, y sigue, sigue, sigue. Y justo llega el papá del trabajo y primero se asusta y pregunta qué es lo que está pasando en esa casa, y después se ríe y se pone a bailar enfrente de la madre. Y yo ya no aguanto y le digo a Rodríguez si quiere bailar, porque algo aprendí, de mirar. Y todos bailamos, cantamos y nos reímos, hasta la mamá de Rodríguez, que nunca se ríe. A la mamá de Rodríguez, cuando baila la muñeira ni se le notan los bigotes".

En Agua de nadie –novela distinguida con el Premio "Dr. Alfredo A. Roggiano" de la Municipalidad de Chivilcoy, 1993-, Mabel Pagano evoca a dos sastres gallegos: "Porque era muy chico y recién se iniciaba en el oficio junto a los gallegos López y García, propietarios de un gran taller, no tuvo ocasión de conocer a don Hipólito, aunque quizás Yrigoyen no hubiera gastado en un traje lo que él llegó a cobrar, decían que era tan raro el Peludo… (…) La tarde anterior, los gallegos habían insistido en su intento de llevarlo a Mar del Plata para la inauguración de la tan soñada sucursal y nuevamente él rechazó la invitación, hablando de compromisos impostergables, aunque sin aclarar sobre la naturaleza de los mismos y tratando de que no se ofendieran, ya que era forzoso que lo reconociera, él les debía mucho a los dos. Esa noche, cuando estaba a punto de retirarse del taller, los patrones lo invitaron a comer en un restaurante de Sarandí, donde había ido varias veces acompañándolos. Quiso negarse diciendo que estaba muy cansado de la tarea de toda la semana, cosa que era rigurosamente cierta, pero López insistió, vamos hombre, nos comemos la paella y regresamos temprano, al mismo tiempo que García lo palmeaba empujándolo hacia la puerta" (18).

En Latas de cerveza en el Río de la Plata –novela de Jorge Stamadianos distinguida con el Premio Emecé 1994/95- aparece un padre gallego que oculta a su hijo, desertor en la Guerra de las Malvinas. Relata el protagonista: "Aunque no podía verle la cara al gallego porque me había quedado esperando en la planta baja, oía su voz retumbando a través de la escalera y me imaginaba la vena saltándole en la frente como una lombriz que no quiere subirse al anzuelo" (19).

En Virgen (20), novela de Gabriel Báñez que resultó finalista en el premio Planeta, aparece un titiritero gallego: "Sara lo había encontrado deambulando medio muerto de hambre a los costados de la aduana, sin documentación y con unas pocas pesetas en el bolsillo que guardaba como rezago de un viaje de cuarenta días desde su Pontevedra natal hasta Santos, donde desembarcó. En Brasil se había dedicado al incipiente negocio de refinar aceite de coco, pero por muy poco tiempo, ya que en apenas tres meses tuvo la fulminante certeza de que su arte jamás se adaptaría al portugués. No por él, sino por sus títeres, que extrañaban horrores el castellano y no se adaptaban a ese idioma pegajoso y transpirado. Filadelfio Pérez era un trotamundos infatigable, aunque en su juventud se había dedicado al deporte de los guantes sin mayor fortuna, (…) Durante las representaciones se hacía llamar Maese Pérez, y se valía de su arte para desbocar argumentos y acomodarlos a su pasión republicana con ogros franquistas y brujas de la Falange. Pero las mejores obras las escribía él, y resultaban de una belleza conmovedora, lo mismo que sus muñecos, enormes y con ojos siempre idénticos: de foca o de mujer intensa y húmeda, tristísmos, los más hermosos del mundo".

En "Noticias secretas de América", Eduardo Belgrano Rawson evoca a los inmigrantes gallegos: "Cantabas un himno más light, como regía desde principios de siglo. Lo habían lijado un poco. ¿Qué otra cosa podían hacer? Necesitaban cortarla con los insultos, como explicó en su momento un operador del Ministro. ‘Tigres sedientos de sangre’ y todo eso. Culpa del himno el embajador no pisaba la presidencia, sobre todo los 9 de julio. A decir verdad, tampoco mostraban mucho aspecto de tigres los vascos y los gallegos que desembarcaban todos los días frente al Hotel de Inmigrantes, pero ésta era otra cuestión" (21).

Guillermo Saccomanno es el autor de El buen dolor –novela distinguida con el Premio Nacional de Literatura en 2002-, obra en la que escribe sobre su abuela gallega, la que le contaba cuentos de su tierra: "Aunque la abuela era madrugadora y de acostarse temprano, sufría de insomnio. Por la noche ella y vos, acostados en su pieza, en la oscuridad, escuchaban Radio Porteña, que transmitía desde los teatros. La obra predilecta de la abuela era La Malquerida, interpretada por Lola Membrives. Ay, esa madre, se desgarraba la Membrives en la oscuridad de la pieza. Ay, repetía la abuela. Apenas terminaba la obra, la abuela apagaba la radio. Y como no podía dormir, te contaba un cuento" (22).

En La fuga, distinguida con el Premio Emecé 1998/99, Eduardo Mignogna presenta a Adela y Angel Villalba, una pareja de carboneros que tiene un sobrino en Mendoza: "En la esquina de Coronel Díaz y la avenida Las Heras había un bar y al lado un corralón y después una ferretería. El barrio se llamaba, o le decían, Tierra del Fuego, y en el sitio donde estaba la ferretería había en 1928 una casa de venta de carbón y leña atendida por un matrimonio mayor de españoles petisitos y reservados, oriundos del pueblo gallego de Betanzos. El comercio era angosto y con piso de tierra, y en el aire flotaba eternamente un polvillo oscuro que emanaba de las bolsas de arpillera" (23).

En Moira Sullivan, de Juan José Delaney, la protagonista escribe una carta fechada en 1932, en la que expresa:

"Debo decir que pese a que los hijos de Erín se jactan de haberse integrado con el resto de la población, la verdad no es exactamente así. Tienen sus propios colegios, sus propios templos y clubes, y quien comete la osadía de casarse con un "nap" (¿napolitano y por extensión italiano?) o con un "gushing" (derivado, probablemente, del verbo inglés to gush, que significa hablar con excesivo entusiasmo y que es un neologismo para aludir a los gallegos y también por extensión a los españoles), se aíslan o son lenta pero inexorablemente segregados. En verdad esto ocurre con casi todas las comunidades extranjeras que se han radicado acá: árabes, armenios, ucranios y, muy especialmente, judíos. Para no hablar de los británicos que a su injustificado desdén agregan cierto cinismo ancestral" (24).

Ochoa, uno de los personajes de Hotel Edén, de Luis Gusmán, "recuerda entonces la iglesia de San Nicolás de Bari. La historia de su familia materna está escrita en esa iglesia. Su abuelos, inmigrantes, primos hermanos casados con primos hermanos, provienen de Galicia. Ochoa dispone de poca información, y por lo tanto ignora por qué terminaron viviendo en la calle Carlos Pellegrini. Su abuelo administraba una casa, que nunca quedó claro si era de inquilinato, a la que llamaba ‘las oficinas’ " (25).

En Agatha Galiffi La Flor de la Mafia, novela de Esther Goris, los municipales quieren llevar el carro de un piamontés, por tener verdura en mal estado: "Un hombre de traje oscuro y bombín, con papeles en la mano, daba instrucciones a otros dos, mientras un tercero sostenía el caballo por las bridas que, intranquilo ante la muchedumbre que lo rodeaba, golpeaba los cascos contra el suelo embarrado. Saremba era de los que habían dominado la tierra pero no la lengua, de modo que trataba de dar explicaciones al del bombín utilizando una jerigonza extraña". Lo que quería explicar era que "La verdura podrida no era para la gente, era verdura para los chanchos del gallego" (26).

Jorge Torres Zavaleta, en La noche que me quieras, presenta a un gallego. Este es evocado como un trabajador, en su clásica ocupación de dueño de bar, desconfiado ante los pedidos de sus clientes sin dinero: "era como si todos nosotros fuéramos miembros de una barra y los mayores solamente aquellos a los que teníamos que engañar. Como el gallego que nos dará un whisky o un café a cuenta, mirándonos de reojo por debajo de las cejas pobladas mientras se ocupa de asuntos serios" (27).

En La logia del umbral, Ricardo Feierstein recuerda a algunos de los gallegos que vivían en Villa Pueyrredón, a mediados del siglo pasado: "Cruzando la avenida Mosconi estaba la farmacia (…) Luego el negocio de medias del gallego Alvarez, cuya hija sería directora de televisión; (…) Después del bar, ya en esta vereda, venía mi casa y, siguiendo el recorrido, el almacenero González (gallego de ley), (…) Por las mañanas, en la escuela pública donde todos concurríamos, conviví (…) con el galleguito Pérez" (28).

La casa de Myra (29), de Aurora Alonso de Rocha, fue distinguida en 2001 con el Segundo Premio para Autores Inéditos, en el "Concurso organizado por la Fundación El Libro, en el marco de la 27ª Exposición Feria Internacional de Buenos Aires ‘El libro del Autor al Lector’ ". En esa obra, protagonizada por una gallega tomada cautiva por los indígenas, narra un personaje: "En unos meses se le puso la piel del color del cuero sobado, se le hicieron unos manchones del solazo debajo de los ojos y como no los tiene oscuros como las otras se ven como gemas transparentes. En lo que se ve del descote es pura mancha y peca y tiene el pelo cerdoso, enrulado y reseco de tanta agua e intemperie. Igual que las chinas va mexclada de cristiana y de india: le cuelgan unas ajorcas pesadas, se ata las clinas con seda trenzada y las botas son las de media caña, de pata de potro pero finísima, muy retobada (¡Que las quisiera para mí!), con lazos de colorines y bordados. Por arriba usa un vestidito de percal que ha de ser el que traía cuando la encontré en el puerto, según recuerdo, así que va medio disfrazada pero tan cargada de lazos y joyas como una princesa".

En Los gallegos, una novela inédita, Gloria Pampillo evoca la inmigración de sus mayores. El abuelo de Gloria Pampillo era comerciante, y había elegido el mismo nombre para todos sus negocios: "Celta, como el nombre que mi abuelo le ponía a cada uno de los bienes que acá se iba ganando, desde su barco hasta los toros. Un toro negro, morrudo, que ahora le dibujo en su escudo de comerciante, como tantos otros dibujaron una espiga en el almacén o en la panadería: La flor de Galicia". Gloria Pampillo recuerda la voluntad de unión de los emigrantes gallegos: "Lo que van a hacer ahora es lo mismo que hizo mi abuelo cuando llegó a la Argentina en 1870. Van a agruparse en cofradías. Que esas cofradías formen un ejército o una Sociedad de Socorros Mutuos, poco importa. Lo que tienen en común es que lejos de la tierra, ‘da mía terra’, como dijo una mujer en el seminario con un dolor que me volvió de barro el corazón, van a buscarse entre ellos".

Guadalupe Henestrosa ganó en 2002 el V Premio Clarín de novela, con Las ingratas (30), novela en la que evoca la inmigración de cinco hermanas españolas y la hija de una de ellas. Seis gallegas, recién bajadas del barco, llegan a una pensión en la que la mayor se empleará como cocinera. Allí las asalta la nostalgia: "Esa noche entre esas paredes húmedas, escuchando las palabrotas que venían desde el patio, las chicas extrañaron la casa de piedra en las montañas. Por primera vez desde aquella madrugada cuando dejaron a su padre, Vicente, solito junto al fogón, se sintieron lejos de todo, perdidas, a merced de unas gentes desconocidas, con quién sabe qué costumbres. ¿Cómo encontrar el alma en una tierra donde todas las cosas tenían otro olor?".

En Los jardines del Carmelo, escribe Ana María Guerra: "El campo se subdividió; la casa y unas parcelas quedaron en manos de los Ruiz, tres hermanos venidos de Galicia, que aconsejados por Marga, establecieron un burdel. Las dificultades de los primeros tiempos fueron incontables; los carros se empantanaban, los jinetes entraban con barro hasta en las fajas, y apenas caían unas gotas la gente se acobardaba, quedando el prostíbulo vacío. Finalmente, los Ruiz decidieron deshacerse de él" (31).

En Amor migrante, de Stella Maris Latorre, un empleado del Hotel de Inmigrantes agrede a un gallego. Le dice: "-Ya te oí, crees que soy sordo gallego sucio, muerto de hambre. Avelino, Manuel y todos cruzaron sus miradas: ‘Este era el recibimiento que le hacían los habitantes de ese país que prometía tanto, todos apretaron los labios y endurecieron sus puños, todos… para no responder a esa provocación; pero a todos también se les partió el corazón y quisieron estar en Galicia aunque no encontraran el oro tan prometedor, pero ya era tarde, ahora había que ser fuerte, apechugar ya estaban en el tablao, había que zapatear. Avelino tomó su pequeña valija, un bolsito pequeño también Manuel hizo lo propio, juntos lentamente recorrieron ese largo pasillo, jurando no voltear la cabeza para no ver a sus paisanos, que realmente si estaban mal presentados; pero eran honrados, y venían a trabajar, a poner la espalda para que este país al cual recién llegaban floreciera a fuerza del sacrificio de ellos, que en ese momento necesitaban; la guerra, la mala situación de su país los llevó a cruzar el mar en busca de un futuro mejor, pero en el interior de esos hombres, de esas mujeres de rostros sufridos, existía un rubí en bruto, sí, en bruto, como lo siguieron llamando y muchas veces se mofaron de ellos, haciendo bromas de mal gusto, chistes donde siempre, el tonto, el bruto era el gallego; pero si de algo no podían mofarse era de su honradez, de su fortaleza para el trabajo y la voluntad a pesar de a veces tragarse las lágrimas que estaban prestas a salir de sus pupilas, pero las sujetaban, no fueran a pensar que eran débiles, no, no lo eran, eran más fuertes que un roble" (32).

En 2004 se editó Las libres del Sur, Una novela sobre Victoria Ocampo (33), de María Rosa Lojo. En esa obra, aparecen varios gallegos. Los principales son Carmen Brey Moure y su hermano Francisco. Acerca de Carmen, escribe: "El casquito de fieltro con un capullo de gasa, las mejillas redondas, el tailleur liso y el talle bajo acentuaban su aspecto cándido de colegiala en vacaciones. Un toque de rouge y de polvo Arlette sobre la nariz no la cambiaron mucho. Se encontró ligeramente similar (aunque más delgada, y más joven) a una poetisa de moda: Alfonsina Storni". Francisco era "un hombre robusto y curtido, en quien Carmen fue reconociendo, a medida que se acortaba la distancia, y como quien despeja las capas superficiales de un palimpsesto, los rasgos de su hermano".

En Lunas eléctricas para las noches sin luna, escribe Belén Gache: "Bordeando el convento, la calle Viamonte se extiende alternando fondas llenas de marineros con casas de remates, regenteadas por catalanes, gallegos o andaluces que venden objetos dorados por oro fino y piedras transparentes por diamantes" (34).

En 2005 apareció Finisterre, también de María Rosa Lojo. Rosalind Kildaire Neira, nacida en Galicia, llega a la Argentina en 1832. Ella recuerda: "Buenos Aires era entonces una ciudad blanca y baja, quizá sólo atractiva desde la lejanía. Ilusionaba los ojos a la distancia pero a medida que los barcos iban acercándose a la entrada del río ancho y playo, donde resultaba imposible fondear, cedía el encantamiento. (…) Las calles eran irregulares y sucias, pantanosas de a trechos. Animales muertos y montones de desperdicios se acumulaban en algunas esquinas" (35).

En El infierno prometido, de Elsa Drucaroff, el Loco va a la pensión en que vivía Vittorio. "La desconfianza de la dueña se esfumó cuando el Loco le contó que era periodista de Crítica. Le convidó con mate, bizcochitos de grasa, y contó con marcado acento gallego que el señor Comencini no vivía más en esa pensión". La gallega se entusiasma: "¡Ayudar a la prensa! (…) anote mi nombre y apellido: María Dolores Pontevedra, con ve corta. Pensión Pontevedra. ¿Va a venir un fotógrafo?" (36).

Cristina Bajo es la autora de La trama del pasado (37). "1840, Vigo, Galicia. Una joven aristócrata, Ignacia Arias de Ulloa, abandona a su marido y huye con una criada llevándose muy poco: su estuche de esgrima, y el halcón preferido de aquél. Al llegar a la casa solariega de su madre se encuentra con que ésta ha decidido regresar a las provincias del Río de la Plata, su tierra de nacimiento, para ajustar viejas cuentas. Sin pensarlo, Ignacia se embarca con ella. Mientras el país se desangra en la guerra civil, don Fernando Osorio y Luna, descendiente de un antiguo linaje, emprende con sus hombres un viaje a caballo desde la Córdoba americana hacia Buenos Aires con un mensaje secreto para don Juan Manuel de Rosas, jefe de los federales. A mitad de camino, y en una de las batallas más cruentas de la historia argentina, Ignacia y Fernando se encontrarán, sin saber que sus lazos provienen del pasado, de trágicos misterios familiares que, desde los orígenes de su estirpe, parecen alcanzarlos como una maldición. Acechado por enemigos desconocidos que atacan salvajemente a su mujer y a su hijo, involucrado en venganzas y reencuentros, amenazado con la expropiación de sus tierras, Fernando encontrará que la mayoría de los privilegios que los suyos mantuvieron por siglos han desaparecido; que los Osorio han caído en desgracia, y que aquella joven del halcón, Ignacia, pertenece al círculo de los enemigos de su familia. ¿Podrá un hombre de acción como él, valiente, fiel a sus ideas y a su gente, permanecer indiferente ante la matanza y las injusticias a que todos los días se ve sometida su ciudad, por aquellos que se decían sus aliados? En esta nueva entrega de la saga de los Osorio, no será una mujer de la familia la protagonista, sino un hombre: Fernando, el Payo, hermano de Luz y primo de Laura. Junto a él, personajes históricos y ficcionales desentrañarán una trama urdida con sangre, secretos y ausencias: La trama del pasado, una novela vibrante, estremecedora, que confirma una vez más el talento narrativo y la pluma avezada y mágica de Cristina Bajo" (38).

Notas

1. Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.

2. López, Lucio V.: La gran aldea. Costumbres bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).

3. Garasa, Delfín Leocadio: La otra Buenos Aires. Paseos literarios por barrios y calles de la ciudad. Buenos Aires, Sudamericana-Planeta, 1987.

4. Gálvez, Manuel: Nacha Regules. Citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.

5. Greca, Alcides: La pampa gringa, en www.fhuc.unl.edu.ar/portalgringo

6. Marechal, Leopoldo: Megafón. Citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.

7. Molina, Enrique: Una sombra donde sueña Camila O'Gorman. Buenos Aires, Seix Barral, 1994.

8. Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos Aires, Bruguera, 1984. Pág. 20.

9. Forti Glori, Nisa: La crisálida. Buenos Aires, Corregidor, 1984.

10. Tirri, Néstor: La piedra madre. Buenos Aires, Galerna, 2007. 208 páginas. (Literatura)

11. S/F: en Tirri, Néstor: La piedra madre. Buenos Aires, Galerna, 2007. 208 páginas. (Literatura)

12. González Rouco, María: "María Rosa Lojo: la inmigración gallega", en El Tiempo, Azul 17 de marzo de 1991.

13. Lojo, María Rosa: Canción perdida en Buenos Aires al oeste. Buenos Aires, Torres Agüero Editor, 1987.

14. Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991.

15. S/F: en Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.

16. Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.

17. Cabal, Graciela Beatriz: Secretos de familia. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.

18. Pagano, Mabel: Agua de nadie. Buenos Aires, Editorial Almagesto, 1995.

19. Stamadianos, Jorge: Latas de cerveza en el Río de la Plata. Buenos Aires, Emecé, 1995. 229 pp.

20. Bañez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires, Sudamericana, 1998.

21. Belgrano Rawson, Eduardo: Noticias secretas de América. Buenos Aires, Planeta, 1998.

22. Saccomano, Guillermo: El buen dolor. Buenos Aires, Planeta, 1999.

23. Mignogna, Eduardo: La fuga. Buenos Aires, Emecé, 1999.

24. Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos Aires, 1999.

25. Gusmán, Luis: Hotel Edén. Buenos Aires, Norma, 1999.

26. Goris, Esther: Agatha Galiffi La Flor de la Mafia. Buenos Aires, Sudamericana, 1999. 415 pp.

27. Torres Zavaleta, Jorge: La noche que me quieras. Buenos Aires, Emecé, 2000.

28. Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.

29. Alonso de Rocha, Aurora: La casa de Myra. Buenos Aires, Fundación El Libro, 2001.

30. Henestrosa, Guadalupe: Las ingratas. Novela Sentimental. Buenos Aires, Clarín-Alfaguara, 2002.

31. Guerra, Ana María: Los jardines del Carmelo. Buenos Aires, Corregidor, 2003.

32. Latorre, Stella Maris: Amor migrante. Buenos Aires, De los Cuatro Vientos Editorial, 2004.

33. Lojo, María Rosa: Las libres del Sur, Una novela sobre Victoria Ocampo. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.

34. Gache, Belén: Lunas eléctricas para las noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.

35. Lojo, María Rosa: Finisterre. Buenos Aires, Sudamericana, 2005. 192 pp. (Narrativas)

36. Drucaroff, Elsa: El infierno prometido. Una prostituta de la Zwi Migdal. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 336 pp. (Narrativas históricas). Pág. 242.

37. Bajo, Cristina: La trama del pasado. Buenos Aires, Sudamericana, 2006.

38. S/F: información de prensa

Madrileños

En 1955, Marco Denevi es distinguido con el Premio Kraft por Rosaura a las diez. En esa obra, declara "la señora Milagros Ramoneda, viuda de Perales, propietaria de la hospedería llamada ‘La madrileña’, de la calle Rioja, en el antiguo barrio del Once". "Todo esto (…) empezó hace doce años, cuando vino a vivir a mi honrada casa un nuevo huésped que confesó ser pintor y estar solo en el mundo. Aquellos eran otros tiempos, ¿sabe usted?, tiempos difíciles, sobre todo para mí, viuda y con tres hijas pequeñas. Los pensionistas escaseaban, y los pocos que habían eran, hablando mal y pronto, de culo mal asentado, quiero decir, que hoy estaban en una pensión y mañana en otra y en todas dejaban un clavo, o, apenas usted se descuidaba, le convertían su honrada casa en un garito o alguna cosa peor, de modo que a los dueños de hospederías decentes nos era necesario si queríamos conservar la decencia y la hospedería, un arte nada fácil, ahora desconocido y creo que perdido para siempre: el arte de atraer, seleccionar y afincar, mediante cierta fórmula secreta, hecha a base de familiardad y rigor, una clientela más o menos honorable" (1).

Notas

1. Denevi, Marco: Rosaura a las diez. Buenos Aires, Corregidor, 1999. 319 pp. Estudio preliminar y glosas de Juan Carlos Merlo.

Valencianos

En La canción de las ciudades, Matilde Sánchez evoca la inmigración alicantina. En esa obra –afirma Juan José Becerra-, "Alicante es un relato familiar de una familia anterior a la narradora, quien, excluida de los pormenores del relato paterno (que siempre es un arcano), intenta ajustarlos a su manera" (1).

Una hija de españoles acompaña a sus padres a visitar su tierra natal. Al regresar, la joven señala: "Después de un tiempo de descanso en Barcelona –mamá, siete días para pulir borradores, una semana de caligrafía china-, todos nos volvimos. Ante sus vecinos, ellos ponderarn la acelerada modernización de España. Pero yo sabía que su patria no era ésa sino el piso de la avenida Callao, ese alto contrafrente que los abstraía de todas las vicisitudes, suspendido en regiones del recuerdo. España había dejado de pertenecerles. El origen ya era un lugar desconocido" (2).

Notas

1 Becerra, Juan José: "Mapa familiar", en Clarín, Buenos Aires, 16 de mayo de 1999.

2 Sánchez, Matilde: "Alicante, 84", en La canción de las ciudades. Buenos Aires, Planeta, 1999.

 

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