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Antología inmigrante argentina (página 4)


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Calabreses

En el Libro Tercero de Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal, aparece Juan Sin Ropa, el que derrotó a Santos Vega. Juan Sin Ropa –explica el folklorista Del Solar- "es el gringo desnudo que vence a Santos Vega en una clase de lucha que nuestro paisano ignoraba: la lucha por la vida". En ese momento, "el vistoso gaucho fue borrándose para dejar sitio a un hombretón forzudo y coloradote, de camisa y bombachas a cuadros, botas amarillas, facón ostentoso y un rebenque guarnecido de plata casi hasta la lonja. No sin una efusión de simpatía, los aventureros identificaron al punto la imagen risueña de Cocoliche".

" Sono venuto a l’Argentina per fare l’América –declaró el aparecido-. E sono in América por fare l’Argentina. -¡Ajá! –le gritó Del Solar-. ¡Así quería verte! ¿No sos el gringo bolichero que con hipotecas y trampas robó la tierra del paisanaje? Cocoliche tendió y exhibió sus grandes manos encallecidas. –Io laboro la terra –dijo-. Per me si mangia il pane. Risas hostiles mezcladas a voces de aliento festejaron el retrueque de Cocoliche. –En eso tiene razón el gringo – admitió Pereda. -¡Es un bolichero! Insistía Del Solar-. ¡Sólo ha venido a enriquecerse!".

"Y aquí la figura de Cocoliche se transformó a su vez en la de un anciano cuyas barbas patriarcales relucían como latón fino. Miraba como abriendo grandes horizontes, vestía un poncho de vicuña y un chiripá sombrío; y Adán Buenosayres, temblando como una hoja, reconoció la efigie auténtica del abuelo Sebastián, el antepasado europeo de Adán Buenosayres, quien le dice a Del Solar: "Cien veces crucé la pampa en mi carreta, y cien veces el río en mi ballenero de contrabandista. Aré la tierra virgen y agrandé rebaños. Y no es mía ni la tierra donde se pudren mis huesos" (1).

En Sobre héroes y tumbas, Ernesto Sábato evoca la partida desde la tierra de origen: " ‘Addio patre e matre,/ Addio sorelli e fratelli’ Palabras que algún inmigrante-poeta habrá dicho al lado del viejo, en aquel momento en que el barco se alejaba por las costas de Reggio o de Paola, y en el que aquellos hombres y mujeres, con la vista puesta sobre las montañas de lo que en un tiempo fue la Magna Grecia, miraban más que con los ojos del cuerpo (débiles, precarios y finalmente incapaces) con los ojos del alma, esos ojos que siguen viendo aquellas montañas y aquellos castaños, a través de los mares y de los años" (2).

En "La memoria de la tierra", discurso pronunciado al recibir en 1999 la ciudadanía italiana y la Medalla de Oro a la Cultura Italiana en la Argentina, dijo Sábato: "Yo fui el décimo hijo de una familia de once varones a quienes, junto con el sentido del deber y el amor a estas pampas que los habían cobijado, nuestros padres nos transmitieron la nostalgia de su tierra lejana". El sentimiento se transforma en literatura: "Ese desgarro, esa nostalgia del inmigrante le he volcado en un personaje de Sobre héroes y tumbas, el viejo D’Arcángelo, que extrañaba su viejo terruño, sus costumbres milenarias, sus leyendas, sus navidades junto al fuego". Y se asocia a una etapa de la vida: "¿Cómo no comprender la nostalgia del viejo D’Arcángelo? A medida que nos acercamos a la muerte nos acercamos también a la tierra, pero no a la tierra en general sino a aquel ínfimo pedazo de tierra en que transcurrió nuestra infancia. Así también mi padre, descendiente de esos montañeses italianos acostumbrados a las asperezas de la vida, en sus años finales, para defenderse de lo irremediable con el humilde recurso del recuerdo, evocaba la Paola de su infancia. Aquella misma Paola de San Francesco, donde un día se enamoró de mi madre. (…) En el siglo pasado, mis padres llegaron a estas playas con la esperanza de fecundar una tierra de promisión. Se instalaron en la ciudad de Rojas, donde tuvieron un pequeño molino harinero. (…) Al igual que tantos hijos de inmigrantes, crecimos oyendo sus mitos, sus leyendas y sus cantos tradicionales, viendo casi sus montañas y sus ríos de los cuales mi padre me hablaba por las tardes, cuando yo era apenas un niño sentado en sus rodillas (3).

Roberto Raschella hace decir, en Diálogos en los patios rojos (4), a uno de los personajes: "alguno me recuerda la efigie de los paisanos que retornaban al país desde América… y nosotros éramos niños… y no sabíamos si estaban animados o disperados… y cuál era la ambición que los dominaba, hacia atrás, hacia delante… de sí mismos, de los otros seres queridos… ¿Y qué traían debajo? Una turbia enfermedad asemejante a la malaria, una galera vivida… Y recogían los dichos sobre sus mujeres, y apenas querían oír… Por que no hay humano que soporte años de abandono sin covar la venganza que te pone en igualdad………. Todo es el poder también, ¿comprendes? Es el poder si te hacen viajar y estacionarte, sospechar y medir… Un día estás aquí en buena compañía… al otro día te encuentras distante, isolado… y golpeas y te golpean, envueltos todos en boca de tormentos… Y no es un hombre, no son hombres que golpean, es una fuerza exterminada………. Pero sientes un progreso,, un bien… quieres subir, quieres abrazarte a los giros del caso… Y si eres vencedor, persigues a los inútiles… a los melancólicos… a los pícaros… a las levadoras… Persigues, persigues, como un jacobino…".

En 1998, fue distinguido con el Segundo Premio Nacional de Novela, por Si hubiéramos vivido aquí (5). Reporteado por Pablo Ingberg, el escritor afirma: "Mi padre vino varias veces desde la primera preguerra, hasta que, perseguido por el fascismo, se quedó aquí para siempre en 1925. Mi madre, después de muchas dificultades para poder salir de Italia, llegó en 1929. (…) Hasta pasados los treinta años, me dediqué al cine y también a la política. En 1964 abandoné las dos cosas. Viajé a Italia, el pueblo de mis antepasados, y al volver empecé a escribir la que fue mi segunda novela. La época anterior y posterior al viaje va a ser la base de mi tercera novela" (6).

Notas

1 Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos Aires, Sudamericana, 1984.

2 Sábato, Ernesto: Sobre héroes y tumbas. Buenos Aires, Losada, 1966.

3 Sábato, Ernesto: "La memoria de la tierra", en La Nación, 5 de diciembre de 1999.

4 Raschella, Roberto: Diálogos en los patios rojos. Buenos Aires, Paradiso Ediciones, 1994. 202 pp.

5 Raschella, Roberto: Si hubiéramos vivido aquí… Buenos Aires, Losada, 1998.

6 Ingberg, Pablo: "El amor a los vencidos", en La Nación, Buenos Aires, 14 de febrero de 1999.

Campania

Cambaceres, en la novela En la sangre (1), alude al italiano, padre del protagonista, con estas palabras: "Arrojado a tierra desde la cubierta del vapor sin otro capital que su codicia y sus dos brazos, y ahorrando así sobre el techo, el vestido, el alimento, viviendo apenas para no morirse de hambre, como esos perros sin dueño que merodean de puerta en puerta en las basuras de las casas, llegó el tachero a redondear una corta cantidad".

Un napolitano, personaje de Barrio Gris, de Joaquín Gómez Bas, hace música: "Madruga diariamente, como vendedor de periódicos que es. Al mediodía llega con una amplia correa cruzada en bandolera. Almuerza; duerme la siesta, riega después un pequeño jardín para despabilarse y practica en la guitarra hasta el atardecer. Entonces se sienta a tocar en el umbral hasta la hora de la cena. Y retorna al instrumento, una pieza tras otra, sin pausa" (2).

"Alguien le hizo una broma al napolitano –escribe Dal Masetto, en La tierra incomparable-: le robó un zapato. El napolitano está parado en cubierta con un pie descalzo. Anda así desde hace varios días porque no tiene otro par. Habla en voz alta, acusa, está dolorido y furioso. Los demás lo miran desde lejos, divertidos y expectantes. Por fin el napolitano se quita el zapato que le queda, lo levanta sobre su cabeza, lo muestra y después lo arroja al mar. En ese momento, venido desde alguna parte, el otro zapato cruza el aire y cae a sus pies. El napolitano lo levanta y lo tira también por encima de la borda. ‘Ahora’, grita, ‘tendré que desembarcar descalzo’ " (3)

Notas

1 Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.

2 Gómez Bas, Joaquín: Barrio Gris. Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora, 1963.

3 Dal Masetto, Antonio: La tierra incomparable. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.

Friuli

En Hermana y Sombra, de Bernardo Verbitsky, dos inmigrantes presumiblemente rusos fundan una cartonería que se llama "La Friulana", en honor a la esposa de uno de ellos (1).

En el año 1961, Gente conmigo (2) de Syria Poletti, fue distinguida con el Premio Internacional de Novela convocado por la Editorial Losada. Al año siguiente, dicha obra mereció el Segundo Premio Municipal de Buenos Aires y fue seleccionada entre las diez mejores novelas sudamericanas por la editorial Alan Williams de Nueva York. Fue traducida al inglés, alemán y ruso, y se realizó una adaptación cinematográfica y otra televisiva.

En esa obra, un médico niega a la protagonista el permiso para emigrar, a causa de una malformación en la espalda: "Entramos a un salón vasto y desnudo. Era el lugar reservado a la revisión sanitaria. Junto a unas mesas, los médicos revisaban a mujeres y chicos con ráoida indiferencia. Pase usted, pase usted, adelante, otra, rápido. Y las mujeres esperaban pacientemente, con la ropa a medio quitar y los críos berreando". Comienza entonces el peregrinar de la hermana mayor, que debió emigrar sola, y no se resigna a que Nora quede en Italia, cuando ya están todos en América.

En 1965 Jorge Masciángioli adapta para cine Gente conmigo, novela de Syria Poletti que obtuvo el Premio Municipal de Buenos Aires en 1962.. "La película es dirigida por Jorge Darnell e interpretada por Milagros de la Vega, Norma Aleandro, Alberto Argibay y otros actores. Esta versión fílmica es elegida para el Festival Internacional de Venecia por el Instituto Nacional de Cinematografía, y obtiene una importante distinción en el Festival Cinematográfico Internacional de Locarno (Suiza)" (3). En 1967, Syria Poletti adapta para televisión su novela Gente conmigo (4).

En 1971 apareció Extraño oficio (5), novela por la cual Poletti fue nominada para el Premio Nacional de Literatura.

Notas

1 Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977.

2 Poletti, Syria: Gente conmigo. Buenos Aires, Losada, 1962

3 S/F: "Biobibliografía de Syria Poletti", en Poletti, Syria: Taller de imaginería. Buenos Aires, Losada, 1977.

4 ibídem

5 Poletti, Syria: Extraño oficio. Buenos Aires, Losada, 1971

Liguria

En la casa de Quilito, protagonista que da título a la novela de Ocantos (1), trabajaba una italiana: "Un apetitoso olor de guisado salía de la cocina abierta, donde una genovesa cerril movía espátulas y zarandeaba cacerolas, envuelto en el humo espeso del asado, que chirriaba sobre las parrillas". Más adelante dirá de esta mujer que cantaba "un aire de su país, con acompañamiento de platos y cacerolas".

Notas

1 Ocantos, Carlos María: Quilito. Madrid, Hyspamérica, 1984.

Lombardía

Atilio Betti escribió La noche lombarda (1), libro en el que se narra el viaje del hijo de un italiano a la tierra de sus mayores. "La noche lombarda es el encuentro de un hombre con las fuentes originarias y es, también, a través de la emoción y el lirismo, un documento humano de hondo contenido" (2).

A Italia viaja Atilio Betti en 1967; también lo hace el protagonista de su novela, premiado por el Gobierno de la península. El personaje vive su premio como una revancha: "Mi padre me había negado la educación. Me había condenado, por no querer trabajar bajo su mando, en su fabrica, a una juventud de lucha. A defenderme a puñetazos por las calles y las oficinas, con tal de salir con la mía. Y ahora me hallaba allí, en viaje hacia Italia, en calidad de invitado y futuro huésped de su patria. Libre y solo. Solo, sí, pero libre y triunfante".

En Milán, en 1947, dice uno de los personajes de La crisálida, de Nisa Forti Glori: "Nosotros no somos emigrantes. Llevamos capital y brindaremos trabajo. No nos empuja la necesidad. Simplemente estamos hartos de esta miserable lucha de partidos. De gente que te escupe sólo porque desciendes del automóvil bajo el porch de La Scala…" (3).

Notas

1 Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus Ultra, 1984.

2 S/F: en Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus Ultra, 1984.

3 Forti Glori, Nisa: La crisálida. Buenos Aires, Corregidor, 1984.

Piamonte

Antonio Dal Masetto es el autor de Oscuramente fuerte es la vida (1), distinguida con el Primer Premio Municipal y el Premio Club de los XIII. La protagonista dejó su tierra, para reunirse con su marido: "Hasta último momento, yo seguía formulándome preguntas que no encontraban respuesta. Teníamos lo que habíamos querido siempre: la casa, el terreno, la posibilidad de trabajar. Habíamos defendido esas cosas, las habíamos mantenido durante esos años difíciles. Ahora, cuando aparentemente todo tendía a normalizarse, ¿por qué debíamos dejarlas? Me costaba imaginar un futuro que no estuviese ligado a esas paredes, esos árboles, esas montañas y esos ríos. Había algo en mí que se resistía, que no entendía. Sentía como si una voluntad ajena me hubiese tomado por sorpresa y me estuviese arrastrando a una aventura para la cual no estaba preparada. (…) Llevaba en la mano una bolsita de tela y la llené de tierra. Me acordé de mi abuelo abonando esa tierra, de mi padre punteando, sembrando hortalizas. (…) Entré en la casa, abrí una valija y guardé la bolsita con la tierra. Recorrí las habitaciones como había recorrido el terreno. Con el brazo extendido rocé las paredes, las puertas, las ventanas. Me senté en un rincón y me quedé ahí, sin moverme, hasta que fue la hora de despertar a Elsa y Guido".

La tierra incomparable (2), obra en la que narra la visita de la emigrante a su pueblo, cuarenta años después, fue distinguida con el Premio Planeta Biblioteca del Sur 1994.. En una entrevista, aclara quién viajó: "En realidad, fui yo el que regresó. Allí se dio algo interesante desde el punto de vista del oficio: me propuse contarlo desde la visión de Agata y mi esfuerzo fue tratar de ver todo con los ojos de ella. Ese cambio de personalidad me obligaba a cierto tipo de asombro. Mi mamá -por ejemplo- nunca subió a un avión. Al terminar el libro se lo mandé, ella tenía entonces 80 años. Después la llamé por teléfono y al preguntarle si lo había leído, me respondió tan sólo: Sí, está bien. Hoy tiene 86 años, es un personaje obcecado, sin violencia, pero duro como un roble" (3) .

En la Feria del Libro 2005 se presentó la novela La sed (4), de Hernán Arias, galardonada con el Premio en el Concurso de Novela Daniel Moyano. A criterio de Carlos Gazzera, "La novela de Hernán Arias está narrada desde la óptica de un niño del interior de la pampa gringa, casi campero. Cinco capítulos-historias, independientes entre sí en lo que respecta a la anécdota, pero todos conformando un mismo ambiente. Cada uno de los capítulos está escuetamente marcado por una fecha que precisa el tiempo histórico. Lacónica, esa fecha no tiene ninguna conexión con lo que se cuenta: una salida a cazar perdices con el padre, el tío y el abuelo, la tala del primer árbol para la leña de la casa, el encuentro con el primo que viene de la gran ciudad y la novia de su tío, una tarde de sábado en las cuadreras del pueblo más cercano, un asado en familia. En fin, episodios cotidianos, sin trascendencia para cualquier adulto, pero que resultan vitales para ese niño que lee en los intersticios de esa vida cotidiana, gris, la gramática de una vida que deberá aprender a sobrellevar. La sutileza del lenguaje es notable. Hernán Arias, se diría, intenta abolir el adjetivo. Una descarnada economía busca dotar a ese niño y a los personajes que lo rodean del lenguaje que mejor les cabe. El ejemplo más logrado es el cocoliche de la abuela piamontesa. Tres, cuatro líneas, nada más, para que esa abuela se convierta en la enigmática figura del dolor trágico que se ciñe sobre la familia. La enfermedad que postra a la abuela organiza las metáforas del dolor en esa familia. No hacen falta lágrimas, palabras de queja. Nada. La economía textual se reduce a marcar los gestos, los diálogos. El dolor –como todo otro sentimiento–se dice por elipsis" (5).

Notas

1 Dal Masetto, Antonio: Oscuramente fuerte es la vida. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.

2 Dal Masetto, Antonio: La tierra incomparable. Buenos Aires, Sudamericana 2003.

3 Roca, Agustina (texto), Digilio, Rubén (fotos): "Antonio Dal Masetto Historia de vida", en La Nación Revista, 12 de julio de 1998.

4 Arias, Hernán: La sed.

5 Gazzera, Carlos: "Rostros grises en la pampa gringa" en La Voz del Interior, Córdoba, 19 de mayo de 2005.

Sicilia

La ginebra consuela a un siciliano. Don Pico Sanzone, personaje de Gabriel Báñez, salía de noche con un vagón negro; "lo que en verdad ocurría era que Sanzone sacaba el fúnebre para emborracharse y terminar descarrilado en alguna curva. Mataba la nostalgia de Sicilia con ginebra y manivela, y terminaba llorando como un chico hasta que los compañeros lo sacaban de la cabina y se lo llevaban a dormir la mona ‘Su la vía sento macanudo’, gemía mientras era arrastrado" (1).

Notas

1 Báñez, Gabriel: Virgen. Barcelona, Sudamericana, 1998.

Toscana

Sabemos que muchos extranjeros regresaron a sus patrias, pero otros dejaron atrás su pasado y crearon familias con mujeres de nuestra tierra. Alrededor de esta situación gira la existencia del protagonista de El mar que nos trajo, de Griselda Gambaro, quien se ve obligado a regresar a su país de origen.

Gambaro escribió la novela (1) remitiéndose a sus vivencias: "La historia familiar relatada en El mar que nos trajo transcurre alternativamente en Argentina e Italia. Comienza en el año 1889 y concluye poco después de la Segunda Guerra Mundial, en la época del peronismo. En la Argentina e Italia pasaron en ese lapso muchas cosas. Pero la historia de ambos países sólo es un fondo para la novela, aunque a veces determine muertes, expulsiones y alejamientos. Sólo recurrí a material de investigación histórica para corroborar algunas fechas, algunos datos como los que se referían, por ejemplo, a las condiciones sociales y laborales a fines del siglo XIX y principios del XX. En otro orden, me fue muy útil un libro hoy agotado de Edmundo D’Amicis que me prestó Leopoldo Brizuela. D’Amicis había viajado a Buenos Aires precisamente en 1889, fecha en la que por coincidencia comienza la novela, y lo había hecho en primera clase, pero, observador sagaz, proporciona en su libro En el océano. Viaje a la Argentina, enriquecedores aportes sobre la vida y la navegación de los inmigrantes que viajaban en tercera. En lo que respecta a Italia, acudí a mis propios recuerdos de los lugares que se mencionan: la isla de Elba, un pueblo de la Calabria, Bonifati, y otro innombrado que fue Pizzo, la cuna de mi abuelo materno, también en Calabria. Recordaba particularmente la isla de Elba, donde sucede el relato cuando se traslada a Italia. La había visitado hacía muchos años, conocido a los descendientes de Agostino, quienes me acompañaron al pueblo bajo cercano a la playa y al alto, sobre la cumbre de una colina, a ‘la playa de arena y piedras romas’ " (2).

En la novela, Agostino "Cada atardecer, salvo que el tiempo lo impidiera, salía en barca bajo patrón en jornadas que, según la pesca, concluían al amanecer o al mediodía siguiente. Se trabajaba mucho y se ganaba poco. (…) Ellos estarían condenados al mismo ritmo de trabajo toda la vida: la pesca, la venta a precios viles y el ocio destinado al arreglo de las redes".

En Los jardines del Carmelo, novela de Ana María Guerra, Ferrario, un artista florentino que vuelve a su tierra, "embriagado, gritaba a los cuatro vientos: Questo é un paese bruto, molto bruto, tutti sono indio, baguale, sporcachone" (3).

Notas

1 Gambaro, Griselda: El mar que nos trajo. Buenos Aires, Norma, 2001.

2 Gambaro, Griselda: "Crónica de una familia", en Clarín, Buenos Aires, 25 de febrero de 2001.

3 Guerra, Ana María: Los jardines del Carmelo. Buenos Aires, Corregidor, 2003.

Sin mención de origen

Lucio Vicente López dedica La gran aldea (1) a Miguel Cané, su "amigo y camarada". En esta obra aparecen inmigrantes, vistos desde la perspectiva de un escritor que añora un pasado que no volverá. López compara a los tenderos de antaño con los del presente: "¡Y qué mozos! ¡Qué vendedores los de las tiendas de entonces! Cuán lejos están los tenderos franceses y españoles de hoy de tener la alcurnia y los méritos sociales de aquella juventud dorada, hija de la tierra, último vástago del aristocrático comercio al menudeo de la colonia".

Recuerda a uno de los tenderos criollos: "Entre los príncipes del mostrador porteño, el más célebre, sin disputa, era don Narciso Bringas: gran tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero adoptado por la calle del Perú como el rey del mostrador. No había mostrador como el de aquel porteño: todo el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de madapolán y de volverla a doblar como don Narciso; y si la pirámide misma le hubiera querido disputar su amor a Buenos Aires, a la pirámide misma le habría disputado ese derecho".

Describe la estrategia del tendero para dirigirse a su clientela: "Don Narciso subía o bajaba el tono según la jerarquía de la parroquiana: dominaba toda la escala; poseía toda la preciosidad del lenguaje culto de la época y daba el do de pecho con una dama para dar el sí con una cocinera".

"Los tratamientos variaban para él según las horas y las personas. Por la mañana se permitía tutear sin pudor a la parda o china criolla que volvía del mercado y entraba en su tienda. Si la clienta era hija del país, la trataba llanamente de hija; hija por arriba e hija por abajo. Si él distinguía que era vasca, francesa, italiana, extranjera, en fin, iniciaba la rebaja, el último precio, el ‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la mañana, con algunas cuantas palabras de imitación de francés que él sabía balbucir, era irresistible. Durante el día, los tratamientos variaban entre hija e hijita, entre tú y usted, entre madamita y madama, según la edad dela gringa, como él la llamaba cuando la compradora no caía en sus redes".

A criterio de Delfín Garasa, "Una de las más cumplidas descripciones de un heterogéneo desembarco es la que ofrece Luis Pascarella en su novela-alegato documental, El conventillo. Llega el Christoforo Colombo y primero bajan los hombres de negocio con su apoplética cerviz, con el paso resuelto de los acostumbrados a dar órdenes y ser obedecidos, los turistas ingleses con sus máquinas fotográficas y algunas señoras un tanto perplejas por no ver en el muelle indios con plumas y taparrabos. Por ese entonces, el viaje a Europa empezaba a otorgar prestigio social, y los argentinos que regresan cambian opiniones en alta voz sobre los modelos de París, el mobiliario inglés o la sinfonía escuchada en la Opera de Viena. Y, finalmente, aparecen los inmigrantes, tan fustigados en los azares de las proclamas políticas, un ‘enorme hormiguero’ que había viajado en el mayor hacinamiento. Rostros curtidos, exhaustos, azorados. En todos se presiente la pregunta: ¿Qué les deparará esta nueva tierra? De pronto, una mirada se ilumina o un brazo se agita en alto porque se ha reconocido a alguien en la muchedumbre que espera. Van bajando los hebreos de desgreñadas barbas y gastados levitones, los ‘turcos’ con sus espaldas combadas, los nórdicos enjutos, los napolitanos pequeños y retorcidos como raíces, los andaluces gárrulos, los gallegos pacientes, los holandeses esponjosos, los genoveses de músculo recio e insaciable voracidad. Una mujer besa la tierra que los acoge y tras su actitud ritual se adivina un pasado de penurias y recelos. Y agrega Pascarella: ‘La gran ciudad de calles dirigidas hacia el Oeste recibe en su seno aquella semilla que purificada en un ambiente de libertad (…) se reproducirá en su inmensidad desierta" (2).

En la Bolsa de Comercio, Julián Martel encuentra "Promiscuidad de tipos y promiscuidad de idiomas. Aquí los sonidos ásperos como escupitajos del alemán, mezclándose impíamente a las dulces notas de la lengua italiana; allí los acentos viriles del inglés haciendo dúo con los chisporroteos maliciosos de la terminología criolla; del otro lado las monerías y suavidades del francés, respondiendo al ceceo susurrante de la rancia pronunciación española" (3).

En Don Segundo Sombra, Ricardo Güiraldes escribe acerca de "la desvergüenza del gringo Culasso que había vendido por veinte pesos a su hija de doce años al viejo Salomovich, dueño del prostíbulo" (4).

En Matanzas se afincó el gringo Sardetti, a quien Juan Moreira, protagonista que da nombre a la obra de Eduardo Gutiérrez, mata por haber negado la deuda que tenía con el gaucho: "Concluyamos que es tarde –dijo levantándose de pronto-. Amigo Sardetti, vengo a que me pague los diez mil pesos o a cumplir mi palabra empeñada. El pulpero vaciló, miró con espanto a Moreira, y dirigiendo una mirada de suprema súplica al paisano que había tratado de disuadir a aquel terrible acreedor, respondió de una manera humilde y quejumbrosa: -Yo no tengo plata, amigo Moreira; espérese unos días, y le juro por Dios que le he de pagar hasta el último peso. -No espero más –contestó el paisano con suprema altivez-; vengan los diez mil pesos o te abro diez bocas en el cuerpo, para que por ellas puedas contar que Juan Moreira cumple lo que promete, aunque lo lleve el diablo. Y con la mano segura desnudó su daga, que brilló con un fulgor siniestro" (5).

En Irresponsable, su novela de 1889, escribe M. T. Podestá: "A lo lejos empezó a divisar una caravana de hombres, mujeres y niños, que parecían acudir a alguna feria. Era una larga fila de inmigrantes que cruzaban la plaza marchando detrás de sus equipajes que ellos mismos ayudaban a transportar. Jóvenes en su mayor parte, fuertes, vigorosos, con esa robustez peculiar de los hijos de las montañas. Vestían sus mejores trajes: los hombres, sus chaquetillas lustrosas, con botones de metal, colgadas del hombro derecho, y dejando ver su camisa blanca, amplia, de hilo crudo, sujeta al cuello con un pañuelo de seda multicolor; sombrero de fieltro, en cuya cinta habían colocado algunos una pluma; el brazo izquierdo desnudo, musculoso, férreo, caras plácidas, de hombres sanos, contentos, sanguíneos; hablaban fuerte en su dialecto especial, echando tal vez sus cuentas sobre la probabilidad de una próxima fortuna. Algunos llevaban en sus brazos criaturas rollizas, rubias, con la plasticidad exuberante de la buena pasta con que estaban amasados; otros iban encorvados, cargando sobre sus espaldas cuadradas sus baúles y sus valijas, jadeantes, colorados, dejando caer gruesas gotas de sudor sobre la arena caliente y brillante del suelo. Las mujeres, con sus trajes de aldeanas, de colores vivos, con sus caderas anchas, redondeadas, sobre las que apoyaban negligentemente su mano" (6).

Antonio Argerich (7), en ¿Inocentes o culpables?, publicada por primera vez en 1884, fundamenta su aversión en supuestos provenientes de las ciencias médicas, refutados oportunamente por un sacerdote. Esgrimiendo razones de índole científica, a todas luces discutibles, Argerich se opone a la llegada de los extranjeros, reflejando la posición de muchos argentinos de la época. "¿Inocentes o culpables? es una de las pocas obras que registran abiertamente aquel sentimiento, tan común en los habitantes de esa Argentina que se veía invadida por otras razas y otras costumbres. Por eso su testimonio es valioso" (8).

En el prólogo a su novela, Argerich manifiesta: "me opongo franca y decididamente a la inmigración inferior europea, que reputo desastrosa para los destinos a que legítimamente puede y debe aspirar la República Argentina; (…) La intromisión de una masa considerable de inmigrantes, cada año, trae perturbaciones y desequilibra la marcha regular de la sociedad, -y en mi opinión no se consigue el resultado deseado, esto es, que se fusionen estos elementos y que se aumente la población. En efecto, si buscamos unidad, sería importante encontrarla: se habla de colonias aun aquí mismo en la Capital de la República y ya tenemos los oídos taladrados de oír hablar de la patria ausente, lo que implica un estravío moral y hasta una ingratitud, inspirada, muchas veces, por el interés que azuza un sentimiento exótico y apagado para que se ame a una madrastra hasta el fanatismo".

Sostiene que "para mejorar los ganados, nuestros hacendados gastan sumas fabulosas trayendo tipos escogidos, -y para aumentar la población argentina atraemos una inmigración inferior. ¿Cómo, pues, de padres mal conformados y de frente deprimida, puede surgir una generación inteligente y apta para la libertad? Creo que la descendencia de esta inmigración inferior no es una raza fuerte para la lucha, ni dará jamás el hombre que necesita el país". Considera que "tenemos demasiada ignorancia adentro para traer todavía más de afuera" y que "es deber de los Gobiernos estimular la selección del hombre argentino impidiendo que surjan poblaciones formadas con los rezagos fisiológicos de la vieja Europa".

En esa obra, al nacer el primer hijo de los inmigrantes italianos, Argerich habla de la influencia que "la raza, el medio y el momento" ejercerían en él, tal como afirmaba Hipólito Taine. Le resta toda capacidad de decisión, pues "todo estaba preestablecido. Todo lo habían ordenado voluntades y cerebros anteriores".

Escribe Ocantos, en Quilito, sobre un "italianito vendedor de diarios" y sobre Rocchio, un corredor de Bolsa, "un hombrazo con muchas barbas, italiano con sus ribetes de criollo". Este hombre es descripto por Ocantos con rasgos animales: "un italiano atlético, cuadrado, con las crines erizadas, cuya voz era un rugido; (…) Trabajador, eso sí, como una mula de carga, y ahorrativo como una hormiga; Rocchio no perdía un minuto de su día comercial, ni gastaba un centavo más de su cuenta del mes" (9).

En Libro extraño, obra de 1894, escribe Francisco A. Sicardi, un inmigrante añora su tierra. Relata el hijo: "muchas veces, cuando volvía de noche de su trabajo y yo estaba al lado de la vela de sebo, leyendo la cartilla, él me contaba las cosas de su tierra, un pueblito todo blanco, al lado de la playa, donde los pescadores cantaban con las piernas desnudas hasta la rodilla, sacando en hileras paso a paso la red, que traía agua verde y pescados; y a mí me enseñaba las cantinelas que tenían como rumores y estruendos de borrascas y bofetadas del mar contra los barcos perdidos y solitarios…" (10).

En "La casa endiablada" (11), de Eduardo L. Holmberg, aparecen italianos de humilde condición, carreros y verduleros, holgazanes y supersticiosos. Antonio Páges Larraya considera que " ‘La casa endiablada’ tiene para nosotros tres motivos de interés: es su primera obra de imaginación a la que traslada nuestra realidad ciudadana; es la primera novela policial escrita en el país, y finalmente, es la primera en la literatura universal en que se descubre un delito por el sistema dactiloscópico" (12).

El gringo (13) que protagoniza la novela de Fausto Burgos, se enorgullece de su sangre: "yo soy gringo, gringo puro, más gringo que todos lo gringo que hanno formato la colonia italiana en San Rafael", dirá. Para la familia del protagonista, en cambio, ser inmigrante es una vergüenza que se debe ocultar: ‘Usted no es un gringo –afirma el yerno que vive a expensas del italiano-; usted ya puede llamarse criollo; ya tiene títulos para ello’ ". Burgos reitera a lo largo de la novela la acusación que los nativos hacen a los extranjeros: "’¿No son ustedes los que nos vienen a quitar la tierra y el vino y el pan y todo? Los peones inmigrantes miran con lástima a quien esto dice y comentan: ‘Povero nero’, ‘povero chino’, ‘é una bestia’".

Alamos talados (14) fue distinguida en 1942 con el Primer Premio de Literatura de Mendoza, el Primer Premio Municipal de Buenos Aires y el Primer Premio de la Comisión Nacional de Cultura. La clase alta, representada fundamentalmente por los abuelos, se mostraba bondadosa con los criollos y los inmigrantes, en general, aunque había excepciones. Don Ramón Osuna sentía un "desprecio soberano por los gringos, como él llamaba a cuantos no hablaran el castellano. Desprecio que alcanzaba a toda idea que de ellos proviniera. No quiso alambrar su estancia; sembrar era cosa de gringos y nunca el arado rompió sus tierras" .

La diferencia entre terratenientes e inmigrantes es señalada por uno de los personajes: "Doña Pancha aún no podía comprender cómo abuela había recibido, ‘con aire de visita’, a uno de esos gringos bodegueros, decía ella recalcando la palabra con retintín. Ella no podía entenderlo y menos disculparlo. Entre tener una viña y tener bodega para hacer vino había un abismo infranqueable. Eran dos castas distintas, y la Pancha se había constituido guardián insobornable de esa separación".

Los criollos, que se agrupan bajo la protección de la señora y sus descendientes, ven como algo degradante el trabajo en la viña, pues nacieron para domar potros y para hacer tareas que exijan valor y destreza: " ‘Los criollos no somos muy guapos pa’ estos menesteres, eso di’ andar cortando racimitos son cosas pa’ los gringos y las mujeres –había dicho Eulogio-. Ahora, lidiar con toros, jinetear potros, trenzar tientos de cuero crudo, marcar animales, ésas son cosas di’ hombre’ y hasta si se trataba de dar una manito para cargar las canecas, entonces se ajustaban el cinto y la faja, acomodaban el cuchillo en la cintura, ‘y no le hacían asco a juerciar un poco’ " .

En el Segundo Libro de Adán Buenosayres (15), de Leopoldo Marechal, los personajes se trenzan en un debate acerca de las responsabilidades de criollos y de gringos. Samuel Tesler, filósofo villacrespense, exclama: "Estoy harto de oír pavadas criollistas (…). Primero fue la exaltación de un gaucho que, según ustedes y a mí no me consta, haraganeó donde actualmente sudan los chacareros italianos. ¡Y ahora les da por calumniar a esa pobre gente del suburbio, complicándola en una triste literatura de compadritos y milongueros!".

En un conventillo reúne a sus discípulos José Luna, personaje de Marechal en Megafón: "En la sala única del púgil se juntaban sin armonizar el comedor, el dormitorio y una cocina de leña, cuyo tiraje pésimo fue un manantial de humo que, sin embargo, nunca molestó en adelante ni a José Luna ni a sus tres discípulos, en las discusiones que mantuvieron sobre las metáforas del Apocalipsis. Los tres discípulos eran Juan Souto, llamado ‘el gaita’, Vicente Leone, o ‘el tano’, y Antenor Funes, conocido por ‘el salteño’ " (16).

Syria Poletti narra en Gente conmigo lo sucedido a una pareja italiana: "El llegó primero; trabajó duro y construyó la casa. Entonces se casaron por poder y ella tomó el barco. Un barco hacia América, hacia él, hacia el nuevo hogar. Durante la travesía la contagió el tracoma y no pudo desembarcar. Las prescripciones sanitarias no lo permitieron. Y él tampoco pudo subir a la nave. Debió conformarse con agitar el pañuelo desde el muelle cuando el buque zarpó de regreso a Italia". La narradora sabe bien por qué sucedió eso a la infortunada pareja de emigrantes: "Ella había contraído el tracoma por viajar junto a algún enfermo clandestino. Un enfermo a quien alguien –un médico o un traductor- habría posibilitado el embarco eludiendo o alterando un diagnóstico" (17).

En Hacer la América, de Pedro Orgambide, aparecen varios italianos. Los más importantes son Enzo Bertotti, Giovanni Valetta y Gina Spaventa (18).

Carolina de Grinbaum narra en La isla se expande, la forma en la que una niña aprende otra lengua. En un conventillo recalaron una mujer italiana y sus dos hijas, apenadas aún por una desgracia familiar: "Tenemos instalada en una habitación próxima a la gentil señora que llega al caserón un día, a acomodar su viudez ya las dos hijas casi adolescentes a un nuevo ambiente, lejos de sus tristezas que permanecían adheridas al duelo paternal. Llenaban las jóvenes sus horas y lúgubres espacios, con cantos entonados en la dulce lengua de su lugar de origen: ‘la alta Italia’. La más grata variedad de composiciones que hasta entonces había tenido Mariana la oportunidad de conocer, vibraban a diario, todas ellas deleitaban sus oídos. No disponía siquiera de un modesto aparato de radio, cuya adquisición en esos momentos en especial, resultaba inaccesible a su padre. En un acompañamiento desafinado pero voluntarioso, hizo Mariana un aprendizaje veloz de las letras y las melodías con las que pudo acceder al conocimiento de un nuevo idioma, canto y música, al mismo tiempo. De esa manera lo entendía cuando intervenía con su voz, haciendo coro" (19).

En esa novela, la pequeña protagonista evoca sus sensaciones ante la comida de una familia italiana: "Mi olfato hambriento extendía los tentáculos a fin de transferir los perfumes de la comida cercana, hasta mi desabrido plato. Escudriñaba las sopas que deglutían, el caldo sustancioso rumoreante como las olas del mar, los enormes fideos dedalito que flotaban como infinidad de barcos veleros, el abundante queso rallado, que esparcían como lluvia generosa –esa lluvia que deja un olor feliz sobre las tierras secas".

Salvador Petrella, personaje de Frontera sur (20), de Horacio Vázquez-Rial, muere de fiebre amarilla en el barco. Su cuerpo fue cremado en el horno del lazareto de la Isla Martín García. La novia que lo esperaba "pone el brazo izquierdo sobre la mesa, la mano abierta, la palma arriba, y con la derecha se da un hachazo…". Esa fue la espantosa forma en que se suicidó.

María Angélica Scotti evoca, en Diario de ilusiones y naufragios (21), la vida de una inmigrante española, desde que, en la infancia, deja España con su madre; a ellas se unirá un italiano que la mujer conoce a bordo. "Padrazo chapurreaba bastante el español; lo venía practicando desde antes de embarcarse en Génova", dice la protagonista de la novela que mereció el premio Emecé 1995/6.

Andrés Rivera es el autor de Guido (22), protagonizada por un italiano a quien se le aplica la Ley de Residencia. Reflexiona el inmigrante: "Estoy aquí, en un camarote o calabozo, de dos por dos y medio, tirado en una roñosa cucheta, vestido, el cigarrillo en la mano, roja la brasa del cigarrillo, y sobre mí, encendida, una lámpara que ellos rodearon con tiras de metal. Idiotas, creen que trasladan a suicidas. Sé quién soy. Soy un tipo que llegó, joven, y tan tierno que, ahora, hoy, no me reconozco en esa estampa de víctima de algún estrago arrasador de la Naturaleza que pisa las maderas y piedras del puerto de Buenos Aires"."

Rivera conoció a Guido: "Alrededor de esa mesa se sentaban los responsables sindicales del Partido Comunista argentino, el más incondicionalmente estalinista de América del Sur. Entre ellos estaban Guido Fioravanti, Secretario General de la FONC (Federación Nacional de Obreros de la Construcción), y mi padre. Guido Fioravanti era bajo y flaco. Músculo puro. Una cara pequeña, de piel, huesos y una barba rubia de dos días. Ojos verdes y furiosos. Manos encaladas. Guido Fioravanti bajaba del andamio para atender, hasta las primeras horas de la madrugada, sus tareas gremiales. Y yo, un chico de diez años o algo así, asistía, mudo, a esas citas vehementes, y después, cuando ingresaron a mi recuerdo, épicas. Mi madre, silenciosa. Repartía sándwiches de milanesa y vasos de vino. Aquellos hombres duros y sanos siempre tenían hambre" (23).

Notas

1. López, Lucio V.: La gran aldea, Costumbres bonaerenses. Buenos Aires, CEAL. (Capítulo).

2. Garasa, Delfín Leocadio: La otra Buenos Aires. Paseos literarios por barrios y calles de la ciudad. Buenos Aires, Sudamericana-Planeta, 1987.

3. Martel, Julián: La Bolsa. Buenos Aires, Huemul, 1979. Prólogo de Diana Guerrero.

4. Güiraldes, Ricardo: Don Segundo Sombra. Buenos Aires, CEAL, 1979. 216 pp. (Capítulo).

5. Gutiérrez, Eduardo: Juan Moreira. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).

6. Podestá, M. T.: Irresponsable. Buenos Aires, Editorial Minerva, 1924.

7. Argerich, Antonio: ¿Inocentes o culpables?. Madrid, Hyspamérica, 1984.

8. S/F: en Argerich, Antonio: ¿Inocentes o culpables?. Madrid, Hyspamérica, 1984.

9. Ocantos, Carlos M.: op.cit.

10. Sicardi, Francisco A.: Libro extraño. Buenos Aires, Imprenta Europea, 1894.

11. Holmberg, Eduardo L.: "La casa endiablada", en Cuentos fantásticos. Buenos Aires, Hachette, 1957. Prólogo de Antonio Pagés Larraya.

12. Pagés Larraya, Antonio: "Prólogo", en Cuentos fantásticos. Buenos Aires, Hachette, 1957.

13. Burgos, Fausto: El gringo. Buenos Aires, Tor, 1935.

14. Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.

15. Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos Aires, Sudamericana, 1970.

16. Marechal, Leopoldo: Megafón. Citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.

17. Poletti, Syria: Gente conmigo. Buenos Aires, Losada, 1962.

18. Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos Aires, Bruguera, 1984.

19. Grinbaum, Carolina: La isla se expande. Buenos Aires, ig, 1992.

20. Vázquez-Rial, Horacio: Frontera Sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.

21. Scotti , María Angélica: Diario de ilusiones y naufragios. Buenos Aires, Emecé, 1996.

22. Rivera, Andrés: Guido, en Para ellos, el Paraíso. Buenos Aires, Alfaguara, 2002.

23. Rivera, Andrés: "El hombre que nadie pudo comprar", en La Nación, Buenos Aires, 3 de marzo de 2002.

Varios

Esther Goris es la autora de Agatha Galiffi, la flor de la mafia, obra acerca de "una joven mujer quien luchó en los años 30s, pese a su corta edad, contra la mafia imperante en Buenos Aires. La novela fue publicada por la editorial Sudamericana, y fue elegida por el jurado de la Feria del Libro, como una de las destacadas de este año" (1). Fue la novela más vendida del año 2000" (2).

En esa novela (3), junto al siciliano Galiffi, padre de la protagonista, Goris presenta calabreses, napolitanos y piamonteses, además de inmigrantes no italianos.

Notas

1. Salinas, Martín: "Esther Goris presentó dos proyectos para filmar en San Luis", en El Diario de la República, San Luis, 13 de julio de 2005.

2. S/F: "Entrevista con Esther Goris 'Quiero devolver en San Luis lo que la vida me ha dado' ", en El Diario de la República, San Luis, 22 de enero de 2006.

3. Goris, Esther: Agatha Galiffi, La flor de la mafia. Buenos Aires, Sudamericana, 1999. 415 pp.

En conjunto

Relata el narrador, en Una ciudad junto al río, de Jorge Isaac: "Los italianos –que forman la corriente numérica más importante en este tiempo- lo hacen en grupos compuestos por una o muchas familias que cantan, ríen o gritan tanto como pueden, volcando su entusiasmo contagioso y vital. Son los barulleros por excelencia. Y parece que el puerto, luego que ellos pasan, necesitase cuanto menos un par de días para reponerse de tanto ruido y retornar a su estado de serena quietud" (1).

En Moira Sullivan (2), de Juan José Delaney, la protagonista escribe una carta fechada en 1932, en la que expresa: "Debo decir que pese a que los hijos de Erín se jactan de haberse integrado con el resto de la población, la verdad no es exactamente así. Tienen sus propios colegios, sus propios templos y clubes, y quien comete la osadía de casarse con un "nap" (¿napolitano y por extensión italiano?) o con un "gushing" (derivado, probablemente, del verbo inglés to gush, que significa hablar con excesivo entusiasmo y que es un neologismo para aludir a los gallegos y también por extensión a los españoles), se aíslan o son lenta pero inexorablemente segregados. En verdad esto ocurre con casi todas las comunidades extranjeras que se han radicado acá: árabes, armenios, ucranios y, muy especialmente, judíos. Para no hablar de los británicos que a su injustificado desdén agregan cierto cinismo ancestral".

Tínkele, bielorrusa sobreviviente de Auschwitz, es uno de los personajes de Hija del silencio, de Manuela Fngueret. A ella "Se le mezclan las historias con la suya. La llegada a Buenos Aires, el primer día de trabajo en la fábrica de camisetas a unas cuadras de la casa de sus primos. Allí emplean también a otras mujeres inmigrantes como ella: italianas, españolas o polacas, con las que casi no intercambian palabra en agotadoras jornadas de trabajo. Una Babel de rostros e idiomas" (3).

En La logia del umbral, de Ricardo Feierstein, narra uno de los personajes, que vivía en Villa Pueyrredón, a mediados del siglo pasado: "Por las mañanas, en la escuela pública donde todos concurríamos, conviví con el inglés Stanley y el italiano Badaracco, protagonistas de una pelea memorable donde vi correr sangre por primera vez; con el galleguito Pérez y un francés medio raro que se hacía dibujos en las manos con hojitas de afeitar" (4).

Notas

1 Isaac, Jorge: Una ciudad junto al río. Buenos Aires, Marymar, 1986.

2 Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos Aires, Corregidor, 1999.

3 Fingueret, Manuela: Hija del silencio. Buenos Aires, Planeta, 1999.

4 Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.

Japoneses

En Flores de un solo día (1), Anna Kazumi Stahl evoca a una inmigrante que llega a la Argentina: "Se paralizó un instante antes de lanzarse al mundo externo: desde chica sufría tanto miedo a la calle. Se debía a que, japonesa de origen y nacida en 1937, había visto la Segunda Guerra Mundial hacer su tremenda carrera y terminar en derrota antes de cumplir los nueve años de edad. Peores eran sus circunstancias, porque a causa de una enfermedad infantil había quedado sin habla, con daños en el centro del habla del cerebro, y no podía entender las explicaciones que le daban la empleada doméstica y el coronel mismo, su padre".

Acerca de la escritora y su obra, expresa Martín Kohan: "la riqueza narrativa y la intensidad de los climas que logra la novela responden a la manera en que todo eso se potencia con los enigmas de un viaje inexplicado, con el dramatismo ajustado de una historia que proviene de la Segunda Guerra Mundial, con la sutil manera en que se deja ver el pasado en el presente, con la complejidad sin rebuscamientos de un personaje como Hanako (y su expresividad sin palabras) o como Aimée (oscilando entre su deseo de saber y su deseo de no saber qué es lo que se aloja exactamente en el pasado de su historia familiar)" (2).

Con Gaijin. La aventura de emigrar a la Argentina (3), Maximiliano Matayoshi ganó el Premio Primera Novela UNAM-Alfaguara, otorgado por el Jurado integrado por Mario Bellatin, Sandra Lorenzano, Jorge F. Hernández, Mónica Mansour y Alberto Vital.

En esa obra, relata un adolescente, poco antes de dejar Okinawa: "Quiero que vayamos todos juntos, dije. Mamá me miró y me tomó de las manos. No podemos ir todos, no tenemos el dinero, además Yumie es chica para viajar y yo debo quedarme a cuidarla. Irás solo. Si tu papá estuviera sería diferente, dijo".

Entrevistado por Flavia Costa, él señaló: "—La novela combina dos realidades. Es la historia de mi padre en los itinerarios —Hong Kong, Singapur, Ciudad del Cabo, Buenos Aires, Mendoza—, pero los personajes y sus relaciones son escenas de mi vida. Siempre escribo a partir de experiencias reales. (…) Los personajes pueden ser inventados, porque son siempre aspectos del propio escritor, pero si uno quiere escribir algo intenso, hay que respirar el clima, el ambiente donde ocurrió la historia" (4).

Tardío es el funeral de una japonesa. Oshiro Tana, personaje de Virgen, de Gabriel Báñez, "se hizo célebre en una tarde cuando la policía descubrió que convivía con el cadáver de su legítima esposa desde hacía por lo menos dos años. Era tanto el amor del japonés por su mujer que a la hora de su muerte la vació, la limpió con acaroína y formol y la rellenó con estopa para conservarla a su lado. El bonsai conyugal pareció funcionar mejor que el matrimonio mismo, pues durante esos dos años Oshiro Tana no sólo continuó compartiendo el progreso de las flores junto a su esposa sino que además empezó a prepararle sus platos favoritos y a festejarle los aniversarios. El día en que lo descubrieron ella estaba tomando el café con leche en la cama, y parecía tan verídica y lozana en su desayuno que apenas si sospecharon cuando vieron que no mojaba la medialuna. Lo que más le impresionó al padre Bernardo fue la dulzura tranquila de la mujer; tanto, que no supo si rezarle un responso o concederle la extremaunción" (5).

Notas

1. Kazumi Stahl, Anna: Flores de un solo día. Buenos Aires, Seix Barral, 2002. 336 pp.

2. Kohan, Martín: "RELATOS La encarnadura de los recuerdos", en Clarín, Buenos Aires, 11 de enero de 2003

3. Matayoshi, Maximiliano: Gaijin. La aventura de emigrar a la Argentina. Buenos Aires, Alfaguara, 2002.

4. Costa, Flavia: "GAIJIN. De nombre extranjero Un relato de viaje, de migración y recuerdo", en Clarín, 21 de junio de 2003.

5. Báñez, Gabriel: op. cit.

Libaneses

En 1988, durante la Feria del Libro, el doctor René Barón entregó personalmente a Jorge Isaac el premio que lleva su nombre, distinguiendo a Una ciudad junto al río (1) como la mejor novela editada durante los años 1986 y 1987. El jurado que lo otorgó -designado por la Sociedad Argentina de Escritores- estuvo integrado por Luis Ricardo Furlán, Raúl Larra y Juan José Manauta.

La novela fue presentada en la Unión Arabe por el profesor Elio C. Leyes -"escritor y presidente de la Universidad Popular, autor de Voz telúrica de Gerchunoff, editado por el Ateneo Judeo Argentino ‘19 de abril’ de Rosario", quien "señaló que el libro bien podía llamarse ‘Los gauchos árabes’, en justo parangón –según dijo-con la celebrada obra de Gerchunoff, en la cual no debe haber escritor que haya profundizado tanto como él" (2).

El Gobierno de Entre Ríos la declaró, por iniciativa del Consejo General de Educación, de lectura complementaria en las escuelas superiores de la provincia, a partir del séptimo grado, recomendando su utilización en la enseñanza.

La obra está dedicada "a los inmigrantes árabes –sirios y libaneses- y, por natural extensión, a españoles, italianos, alemanes, judíos, suizos, rusos, polacos, yugoslavos, y de cuanto otro origen y procedencia más, que se lanzaron un día por los riesgosos caminos del mar a la aventura de ‘hacer la América’ ".Partiendo de su propia etnia, la mirada de Isaac se vuelve abarcadora, hasta incluir a hombres de diversa procedencia, cuya gesta evoca.

Notas

1. Issac, Jorge E.: Una ciudad junto al río. Buenos Aires, Marymar, 1986.

2. S/F en: González Rouco, María: "Jorge Isaac, novelista de la inmigración árabe", en La Capital, Rosario, 24 de julio de 1988.

Imagen de la portada enviada por Gabriela McEvoy, California, Estados Unidos

Lituanos

En La logia del umbral, de Ricardo Feierstein, uno de los personajes: "afirma: "Incluso, antes de la guerra, vinieron judíos de Alemania, Holanda y Polonia. Esto era Sión para ellos, la tierra de la libertad, de la leche y la miel, donde pudieron salvar sus vidas y tratar de rehacerlas. Más polacos y lituanos llegaron después, en los años ‘40" (1).

Notas

1. Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.

Polacos

"Con El agua publicada póstumamente en 1968, culmina la importante producción de Enrique Wernicke(1915-1968)" (1). En este libro, el escritor evoca el menosprecio que un personaje evidencia por su descendencia: "Era una casa para vivir bien. Ahora que las chicas crecían, tal vez hubiese venido bien otro baño o, por lo menos, un toilette. Pero don Julio pensaba que las chicas algún día se iban a casar y además, no olvidaba, él también tendría que morir. Un baño es suficiente cuando se convive con gente bien educada… como él. O Julito. No se podía decir lo mismo de las nietas, hijas de una hija de un judío polaco, sin eso imperceptible, casi diríamos inexplicable, que se llama ‘tener sangre inglesa en las venas’ " (2).

En 1988, durante la Feria del Libro, el doctor René Barón entregó personalmente a Jorge Isaac el premio que lleva su nombre, distinguiendo a Una ciudad junto al río (3) como la mejor novela editada durante los años 1986 y 1987. El jurado que lo otorgó -designado por la Sociedad Argentina de Escritores- estuvo integrado por Luis Ricardo Furlán, Raúl Larra y Juan José Manauta.

La novela fue presentada en la Unión Arabe por el profesor Elio C. Leyes -"escritor y presidente de la Universidad Popular, autor de Voz telúrica de Gerchunoff, editado por el Ateneo Judeo Argentino ‘19 de abril’ de Rosario", quien "señaló que el libro bien podía llamarse ‘Los gauchos árabes’, en justo parangón –según dijo-con la celebrada obra de Gerchunoff, en la cual no debe haber escritor que haya profundizado tanto como él" (4).

El Gobierno de Entre Ríos la declaró, por iniciativa del Consejo General de Educación, de lectura complementaria en las escuelas superiores de la provincia, a partir del séptimo grado, recomendando su utilización en la enseñanza.

La obra está dedicada "a los inmigrantes árabes –sirios y libaneses- y, por natural extensión, a españoles, italianos, alemanes, judíos, suizos, rusos, polacos, yugoslavos, y de cuanto otro origen y procedencia más, que se lanzaron un día por los riesgosos caminos del mar a la aventura de ‘hacer la América’ ".Partiendo de su propia etnia, la mirada de Isaac se vuelve abarcadora, hasta incluir a hombres de diversa procedencia, cuya gesta evoca.

Se refiere al arribo a la nueva tierra: "Los inmigrantes, aunque vengan en el mismo barco, llegan y descienden aquí de manera diferente según sea su origen que nosotros, con sólo mirarlos y hasta a veces sin oírlos, hemos aprendido a determinar con riesgo escaso de equivocarnos". Seguidamente, describe el desembarco de italianos, alemanes, españoles, judíos y árabes, señalando las peculiares características de cada grupo.

Describe el desembarco de un polaco enfermo: "Llegó la segunda tanda de ‘polacos’. Uno, vino enfermo. Lo bajaron dificultosamente del barco, lo llevaron casi arrastrándolo sobre la larga planchada y luego, alzándolo en vilo, lo trasladaron hasta debajo de los árboles donde se hallaban, en varios grupos, los demás. (…) De vez en cuando retorcíase y gemía, sin abrir los ojos. (…) Media hora después, llegó la ambulancia. Un carretón tétrico, tirado por cuatro alazanes bien alimentados, muy parecido a otro que sirve de fúnebre pero del que tiran unos caballos renegridos. Casi podría decirse que la variante consiste tan sólo en el color de los animales. Lo cargaron al enfermo sin que él se diese cuenta. Mantenía los ojos cerrados y los miembros blandos, sin fuerza, exhalando de vez en cuando un gemido corto". Un largo rato después, el narrador recibe el legado del polaco: una bolsa conteniendo una colchoneta, varios tarros ennegrecidos por el humo de las fogatas y un paquete con hierbas de varias clases (5).

El libro de los recuerdos, de Ana María Shua, "es la novela de una familia argentina, con sus abuelos inmigrantes, hijos comerciantes y nietos atorrantes. Una sucesión de afectos y de envidias, de nacimientos y de penas, de matrimonios públicos y de amores prohibidos. Sin grandes escándalos, sin secretos horrendos ni crímenes brutales: con la cuota de humor, de fracaso y ternura que corresponde al país que, vaya uno a saber por qué, eligieron nuestros abuelos o sus padres para sufrir y gozar" (6).

Es el patriarca de esta familia el abuelo que, en la juventud, debió empezar a llamarse Gedalia Rimetka, dejando de lado su nombre verdadero. En Polonia, donde comía papas todos los días, esperó escondido que falleciera algún paisano más o menos parecido para heredar su identidad, y poder así emigrar: "Murió Gedalia Rimetka, medianamente joven, de bigotes. Con su documento fue el abuelo al consulado de América, la verdadera, la del Norte, y le dijeron que no. No lo bastante joven murió Gedalia, no lo bastante joven como para pasar por el abuelo. En Polonia siempre hacía frío, siempre había nieve. Cuando se derretía la nieve, había mucho barro. El barro también era frío. El barro de Tomachevo cruzó el abuelo, que quería cruzar el mar. Y llegó al consulado de esta pobre América. Allí, le habían dicho, no se fijan mucho, no entienden nada, les da lo mismo. Allí también es América, aunque no tanto. Lo que vale es salir de Europa, lo que vale es cruzar el mar. Desde una América ya será posible llegar a la otra. Y no se fijaron, o no les importó, o no entendían nada, y el abuelo pudo ponerse en camino para cruzar el mar" (7).

En La isla se expande, Carolina de Grinbaum presenta a una familia judeo-polaca: "No puedo dejar extraviados en el ingrato olvido al matrimonio judeo-polaco y su hija, gnomos que poblaban uno de los cuartos intermedios dentro de esa casa de sorpresas. La mujer, aun en su corpulencia y aparente acritud, era modesta hasta lo invisible, tan hacendosa y esforzada que lindaba con lo increíble. El hombre, como corresponde a su naturaleza de duende, siempre oculto. Enfermo y resignado trataba de cubrir con su propio y esmirriado cuerpo el panorama tétrico de los frecuentes accesos, escupitajos y demás síntomas evidentes del mal que lo volcaría inexorablemente al fin. Marianita sentía cariño y respeto, en especial hacia esa esposa y madre, geniecillo movido por el amor. En un afán constante por tratar de alimentar y alegrar a la familia, la señora Matilde –ése era su nombre- pasaba largas horas dentro de la cocina, manipulando ollas y sartenes de las que finalmente extraía los mejores manjares elaborados a la manera europea. Al suponer que para obtener esos excelentes resultados frotaba las cazuelas como lo hiciera el legendario Aladino con su lámpara maravillosa, no dejaba de observarla. Gracias a Matilde adquirió buen gusto y habilidad para la cocina" (8).

Un personaje de Mestizo, novela de Ricardo Feierstein, relata por qué emigraron sus padres: "Moishe Búrej realmente no quería venir a la Argentina, pero ¿qué iba a hacer? Se fueron los hijos mayores y después me fui yo, luego Carlos con mi hermana. ¿Quién quedaba? Nadie, salvo Jacobo, que vino con ellos, en 1936. Cuando viajaron ya había guerra civil en España, salieron justo, justo. En Polonia quedaron otros parientes, tíos y primos: nunca más supimos algo de ellos. La zona de Lemberg fue muy castigada durante la Segunda Guerra, los alemanes entraron allí. Me contaron después que han hecho un verdadero desastre de mi pueblo. Fue una masacre en el centro, la zona de la feria, donde vivían las famlias judías. A los ucranianos no les hicieron nada, porque estaban con ellos. Pero de los nuestros no quedó ninguno vivo. Por suerte, nosotros nos fuimos antes. Dijimos ‘no va más acá, el futuro está muerto’. Y nos fuimos" (9).

Liliana Díaz Mindurry es la autora de Pequeña música nocturna, novela distinguida con el Premio Emecé en 1998. En esa obra, ella se refiere a las ocupaciones de una inmigrante, "una rubia gorda y polaca que ha dormido en la calle, que ha sido sirvienta en el colegio de la Santísima Trinidad. Y también prostituta los fines de semana por entretenimiento, por higiene, como dice con su acento extraño" (10).

Gabriel Báñez relata que la Zwi Migdal era una organización de trata de blancas que tenía en Ensenada el centro de sus operaciones. Casi todas las pupilas "venían de Varsovia, engañadas por un correo que les prometía casamiento y fortuna en la nueva tierra y con el cual refrendaban un contrato que avalaban los padres de las jóvenes. En cuanto pisaban puerto, debían enfrentarse sin embargo con la letra chica del contrato: la prostitución o el remate" (11).

Juan Jorge Nudel presenta, en Pensión "La Rosales", la historia de una inmigrante que "llegó de Polonia y viajó a Rosario. Contratadas como artistas, pronto descubrieron de qué arte se trataba y siguieron el camino como les fue trazado". Ella le dice a su hija, que se avergüenza del trabajo de la madre: "-No me mires con esa cara, escucháme, vinimos con contrato de trabajo para salir de Polonia; era probable que debimos asegurarnos mejor, pero no lo hicimos. Una vez aquí, hubo que defenderse". La hija, a su vez, evoca: "Se escucharon rumores de la guerra en Europa, de la persecución a los judíos y mi mamá pensaba en su familia. Nunca supe nada de ellos. Mi mamá sólo sabía lo que recordaba hasta el día anterior a subir al barco. Subió sola y bajó acompañada por otras contratadas. Nadie fue a despedirla y nadie fue a recibirla" (12).

El polaco Sovotnik, personaje creado por María Rosa Lojo en Las libres del Sur, dice: "Nunca fui un gran señor ruso, pero sí el heredero de un buen comerciante polaco. ¿Por qué cree que ahora soy portero? Ya salí de Varsovia con la mitad de mi herencia gastada, y me acabaron de desplumar en París. Por eso estoy aquí, limpiando casas y vigilando puertas, ya que ni estudio ni oficio tengo. Menos mal que no me falta alguna facilidad para los idiomas" (13).

En Kadish para el hombre de la valija (14), de Mauricio Goldberg, "Samuel Glezer, un pequeño comerciante casado y con dos hijos adolescentes, es el responsable de exhumar el recuerdo de su padre, súbitamente fallecido. Su hermano es una figura ausente y su madre oscila entre la sobreprotección y la melancolía; ambos parecen desentenderse a su modo del duelo que toda pérdida conlleva. A instancias de su madre, Samuel escribe a los amigos de su padre, como él emigrantes forzados y sobrevivientes del exterminio nazi. A medida que recibe sus respuestas, Samuel se ve involuntariamente impulsado a un viaje en la memoria, que lo llevará a recordar su adolescencia en Colonia Doctor Levin y a rescatar situaciones y voces que resuenan en la identidad del pueblo judío. A través de una voz narradora pródiga en emoción contenida, Mauricio Goldberg ofrece en esta novela una reconstrucción de la figura paterna, al tiempo que reflexiona sobre los ciclos implícitos en toda vida" (15).

En El infierno prometido (16), de Elsa Drucaroff, Dina anuncia a su madre que no se casará aún, pues seguirá estudiando. Su padre la apoya en esa decisión, y costea los estudios de la joven. La madre, furiosa, la amenaza: "¡Vos vas a terminar en Buenos Aires!". Poco después, el vaticinio materno comienza a cumplirse: Dina es violada por un compañero de estudios. Este hecho trae la vergüenza a la familia, y el desprecio de quienes los conocen. Es entonces cuando aparece un hombre que llega desde la Argentina, buscando novia para casarse. El habla con el padre de una joven judía polaca. "Señor Hamer, yo soy un hombre práctico –dijo sonriendo-. Busco una buena judía trabajadora que pueda manejar mi casa y criar a mis hijos. Buenos Aires es una gran ciudad, con costumbres diferentes. No es fácil encontrar chicas bien preparadas para el matrimonio en una ciudad grande. Y en el caso de su hija, precisamente por lo que ella vivió, sé que va a valorar lo que voy a darle, y me lo va a retribuir como merezco. Porque va a ser muy difícil que encuentre a otro que pueda y esté dispuesto a dar lo que yo estoy ofreciendo" .

En La rabina, escribe Silvia Plager: "Poca atención le había prestado Esther a la música, pero de pronto el solo de violín la arrastró a un misterioso ámbito y en él su madre le volvió a contar que cuando se declaró el Estado de Israel, papá tomó el violín y se puso a tocar, a pesar de que sólo lo había aprendido de chico y mal, como si Shmuel, su virtuoso hermano mayor asesinado por los nazis lo guiara…" (17).

En BLACKIE con todo respeto. Biografía novelada (18), Myriam Escliar se refiere a Iedidio Efron, padre de la protagonista.

Notas

1. S/F: en Wernicke, Enrique: El agua. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo)

2. Wernicke, Enrique: El agua. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).

3. Isaac, Jorge: Una ciudad junto al río. Buenos Aires, Marymar, 1986.

4. S/F: en La Capital, Rosario

5. Issac, Jorge E.: op. cit.

6. Shua, Ana María: El Libro de los Recuerdos. Buenos Aires, Sudamericana, 1994. (contratapa).

7. Shua, Ana María: El Libro de los Recuerdos. Buenos Aires, Sudamericana, 1994.

8. Grinbaum, Carolina de: La isla se expande. Buenos Aires, ig, 1992.

9. Feierstein, Ricardo: Mestizo. Buenos Aires, Planeta, 1994.

10. Díaz Mindurry, Liliana: Pequeña música nocturna. Buenos Aires, Emecé, 1998.

11. Báñez, Gabriel: op. cit.

12. Nudel, Juan Jorge: Pensión "La Rosales". Buenos Aires, Editorial Milá, 2002.

13. Lojo, María Rosa: Las libres del Sur Una novela sobre Victoria Ocampo. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.

14. Goldberg, Mauricio: Kadish para el hombre de la valija. Buenos Aires, Galerna, 2005.

15. "Kadish para el hombre de la valija", Mauricio Goldberg, Galerna, 2005 El Día, La Plata. 23 de Abril de 2005

16. Drucaroff, Elsa: El infierno prometido Una prostituta de la Zwi Migdal. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 336 pp. (Narrativas históricas)

17. Plager, Silvia: La rabina. Buenos Aires, Planeta, 2006.

18. Escliar, Myriam: BLACKIE con todo respeto. Biografía novelada. Buenos Aires, Milá, 2007. 262 pp. (novela biográfica)

 

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