Descargar

La caida del imperio romano (página 2)

Enviado por santrom


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11

La enseñanza secundaria estaba organizada en siete clases: gramática, dialéctica, retórica, música, aritmética, geometría y astronomía. Eran casi las mismas materias recomendadas por Platón, idóneas para la formación retórica de una clase dirigente de funcionarios. Son las mismas "siete artes liberales" de la enseñanza medieval. La ciencia de la naturaleza quedaba excluida de este programa.35 El idioma de estas escuelas fue el griego en las provincias orientales, y el latín en las occidentales, sin ninguna preferencia ni presión oficial; "nuestras lenguas», como había dicho Marco Aurelio.

La gran cultura helenística había muerto, y sus restos se embalsamaron en manuales de matemáticas, de mecánica, cuya enseñanza, como la de la filosofía, malvivía en escuelas privadas, al margen de las estatales. Pero la tupida red de escuelas primarias, medias y superiores favoreció la conservación de la ciencia entre las capas superiores de la sociedad romana, y la divulgación del saber alcanzó una amplitud que no iba a ser superada en el Occidente europeo hasta el siglo XIX, Los conocimientos que se transmitían eran más técnicos que científicos, y las escuelas orientales seguían aportando la casi totalidad del profesorado.36

La romanización de las provincias occidentales

Al llegar aquí, es necesaria otra vez una reflexión sobre acontecimientos anteriores para entender la situación del Imperio en el siglo III.

La romanización de las provincias occidentales (España, Galia, Africa y, menos intensamente, Britania) fue realizada con paciente habilidad, con la pericia que Roma puso siempre en sus empresas políticas. Sus resultados fueron la generalización del latín como habla de todo el Occidente, y la adopción en las provincias de las formas de vida y de pensamiento romanos. La romanización fue sustentada en la concesión gradual del privilegio de ciudadanía a los habitantes de las ciudades. Empezó por la fundación de colonias, ciudades pobladas por legionarios romanos licenciados. Desde César y Augusto, estas colonias fueron núcleos de romanidad.37

La romanización se extendió después a los soldados peregrinos de las cohortes auxiliares, a quienes se concedía la ciudadanía romana con la licencia militar, y a los funcionarios municipales que habían servido al estado durante dos generaciones. Así llegaron muchas ciudades a tener entre sus habitantes numerosos ciudadanos romanos. Estas ciudades podían entonces obtener el derecho latino, el jus Latii, antesala jurídica de la ciudadanía romana. Y luego llegaban a alcanzar el privilegio de ciudades romanas sin perder sus derechos locales. El proceso de romanización prosiguió con la implantación en las provincias de la legislación imperial, dictada primeramente para Roma e Italia, y culminó con la Constitutio antoniníana.38

La decadencia del siglo III no afectó a las excepcionales aptitudes romanas para la romanización. En esta época el ejército romanizó tan admirablemente a las tribus ilirias y panonias de la región danubiana, que ellas aportaron las mejores tropas a las legiones, y de esas regiones surgieron emperadores que se identificaron con la tradición romana, a la que defendieron de la anarquía y de la ruina.39

La helenización de las provincias orientales

En cambio, la política romana en Oriente consistió en helenizarlo más, es decir, en dejar que la cultura helenística siguiera su obra de penetración en las regiones menos urbanizadas de las provincias asiáticas. Roma comprendió que el dualismo Oriente griego-Occidente romano era culturalmente inevitable, y supo administrar sabiamente la paradójica unidad de un imperio dualista, en el que el sirio Papiniano, el númida Apuleyo y el cordobés Lucano se sentían ciudadanos de un mismo Estado.

El agotamiento de las fuerzas creadoras señaló más nítidamente las diferencias de nivel científico y económico entre las provincias orientales y las occidentales. Las ciudades griegas y helenísticas habían creado una alta civilización urbana, antes de que Roma existiese. Y si estos pueblos se vieron obligados a aceptar la superioridad política romana, las milenarias civilizaciones egipcia, siríaca y griega habían seguido desarrollando una cultura que aun en su decadencia era capaz de dar a Roma más de lo que podía recibir de Occidente.

La influencia helenística en el Occidente romano

La burguesía de Grecia y Macedonia, de Asia Menor y Siria, de Egipto y Cirenaica, siguió hablando, corno se ha dicho, la lengua griega, conservó las costumbres, la cultura y la ciencia griegas. La filosofía helénica de este siglo continuó influyendo en las provincias occidentales del Imperio. El único historiador de este período que prosiguió con elevación la obra de Polibio y de Tácito fue un griego de Nicea, Dión Casio. La mayoría de los valores literarios y científicos de esta época son de origen oriental: Papiniano era sitio, Ulpiano procedía de Tiro, Plotino era egipcio, como el matemático Diofanto.

Estos hechos sólo pueden interpretarse como una orientalización del Imperio si entendemos la orientalización como un influjo moderado, que no había cesado desde que Roma entró en contacto con el Oriente helenístico, cinco siglos antes. Influencia de la superioridad de la civilización helenística, pero frenada por el talento sintetizador y la personalidad original, práctica y flexible de Roma: Mas en el siglo III la consunción del racionalismo griego era casi completa, pese al incremento de la divulgación del saber. Y la ciencia helenística que, desinteresada del estudia de la naturaleza, se había anquilosado, fue sustituida por una interpretación religiosa de la vida.

El incremento de la religiosidad

El esfuerzo racionalista de la ciencia jónica del siglo VI a. de C. y de la medicina hipocrática fue, al fin, vencido por el idealismo y la superstición, distintos, pero favorecedores ambos del status social romano. Ya Polibio había comprendido que la superstición, introducida, para impresionar a las masas, en todos los aspectos de la vida pública y privada de Roma, era el fundamento de la grandeza romana. El atribuía la decadencia de Grecia a la ruina del poder de la oligarquía, por la emancipación de las masas de la irracionalidad y por el desprestigio de la religión de estado, y ponía su esperanza en Roma, porque su aristocracia había evitado estos dos peligros.40

Ahora, cuando más insegura era la existencia de los hombres, más buscaban todos en la religión un alivio, un consuelo o una esperanza. La vida espiritual se hizo religiosa y mística. En Oriente, como en Roma, hubo siempre almas religiosas que recurrían a la ascesis para conseguir la liberación del alma de la cárcel del cuerpo. En el siglo III aumentó el número de estos místicos y su ejemplo irradió sobre círculos cada vez más amplios. Llegaron a formar pequeñas sectas, que rechazaban los sacrificios y las formas externas del culto, sustituyéndolas por la continencia, la meditación y el éxtasis.

Los cultos tradicionales y la religión de estado

Este ennoblecimiento de la vida religiosa no fue general. El panorama religioso del siglo in es variado y fluctuante. junto al espiritualismo ascético y místico perduran los cultos tradicionales, con sus prácticas supersticiosas y sus sacrificios de animales, devociones acrecidas por la angustiosa inseguridad de la vida. Subsistía, con renovada fuerza, la religión de Estado, «consciente conservación de las principales creencias populares, claramente irracionales, por razones de conveniencia práctica», según Mommsen. La religión de Estado fue un instrumento político utilizado lo mismo por la República romana que por los emperadores.

En el siglo III el culto de los dioses nacionales fue tanto más exigido cuanto más peligraba el Imperio. Los emperadores creían o simulaban lograr la protección de los dioses por medio de sacrificios, y un edicto de Decio obligaba a todos los habitantes del estado a sacrificar a los dioses de Roma.

La universalización de las religiones orientales

Como el culto de los dioses nacionales era conciliable con el de los dioses extranjeros, los romanos adoraron desde tiempos de la República divinidades orientales: frigias, sirias, indoiranias, egipcias, introducidas en Occidente por soldados y comerciantes, cuando no por los emperadores mismos. El culto oficial era demasiado formalista para colmar ningún anhelo religioso, y la verdad es que los romanos no se sentían protegidos eficazmente por sus dioses. Ya en un trance decisivo de la segunda guerra púnica, en el año 204 a. de C., el Senado había importado, según atestiguan los Libros Sibilinos, el culto de la Magna Mater de Frigia. Un siglo más tarde, las legiones que vencieron a Mitrídates trajeron a Roma el culto del dios capadocio Mâ, y sus ritos de iniciación, repetidos en el culto de la Gran Madre y de Attys con el bautismo del novicio en sangre de toro (taurobolium). La conquista de Egipto popularizó en Roma el culto de Isis.41 Los primeros emperadores incluyeron en su política restauradora el restablecimiento de la religión grecorromana tradicional, pero los viejos dioses declinaban. Ya Calígula celebró fiestas a la diosa egipcia Isis, adorada también en las Galias. En el siglo III Caracalla erigió un templo en Roma a Isis y al también dios egipcio Serapis. Heliogábalo tomó el nombre del dios sirio Elagábal, al que quiso convertir en una divinidad universal, aceptada por todos los súbditos del Imperio.

Emperadores, soldados y comerciantes eran portadores a Occidente de estos dioses, que satisfacían, mejor que los dioses romanos, las crecientes necesidades religiosas de los hombres, sin exigirles el abandono de los dioses nacionales.

Pero el culto oriental más extendido en el Imperio, el más generalizado entre las legiones, que lo llevaron a todas las provincias, hasta Britania, fue el del dios indoiranio Mithra. El mitraísmo predicaba una moral fundamentada en el amor al prójimo que tenía muchas afinidades con la estoica. Los adoradores de Mithra creían en la inmortalidad del alma, en el castigo eterno de los malos, en la felicidad perdurable de los buenos. Mithra era el dios de la luz, el mediador entre el dios invisible y el hombre, y había establecido entre sus adoradores el banquete de iniciación del amor entre hermanos. El culto de Mithra, protector de la humanidad, se practicaba en cuevas, en las que era mantenido el fuego sagrado que aplacaba a los dioses invisibles. El mitraísmo fue la más noble de las religiones de salvación del paganismo.

La convivencia religiosa

Estos cultos no se repelían entre sí. Muchos fieles pertenecían a más de uno. Cada religión, cuando afirmaba la unicidad de su dios, no negaba a los otros, los incorporaba al Dios verdadero. Sólo el judaísmo y el cristianismo resistieron a la mezcla.

Un paso importante para la unificación de los dioses romanos y los orientales en el camino del monoteísmo fue dado por el emperador Aureliano, soberano «por la voluntad de dios», dios él mismo (Dominus et deus, señor y dios), al adoptar como culto supremo del Estado la divinidad solar siria, el Sol invictus, al que consagró un templo en Roma.42

Los cultos orientales ganaron lentamente la sociedad romana. A las gentes sencillas, que se sentían arrastradas a los prodigios, les ofrecían la esperanza de otra vida, compensadora de los infortunios cotidianos. A los hombres cultos, la doctrina de un dios único, que ya habían entrevisto los pensadores estoicos, divinidad cuyas revelaciones podían darles el conocimiento de la verdad. En el neoplatonismo encontraron una cómoda síntesis de filosofía y superstición.

El paganismo del siglo III era una religión, como la cristiana, del más allá.

El gnosticismo

En la nueva espiritualidad alcanzó una amplia audiencia el gnosticismo, que fue una doctrina religiosa y filosófica a la vez, un sincretismo de creencias orientales, judaicas y cristianas. La gnosis no fue privativa de las sectas herméticas. Influyó profundamente en la filosofía griega de los siglos II y III, así como en el cristianismo primitivo.

Como lo que sabemos del gnosticismo proviene de escritos de sus adversarios, es difícil conocer su doctrina. Para los gnósticos, la salvación del hombre dependía del triunfo de Dios sobre un demiurgo, fuente de todo mal. El hombre consigue, por medio de la ascesis, el conocimiento revelado, gnosis, que es como una luz de redención sobre las tinieblas del mundo. Para los gnósticos cristianos esa luz era Cristo.

El gnosticismo parece haber sido, al menos en las mentes más claras, un intento de racionalizar filosóficamente creencias religiosas primitivas, fundadas en el dualismo entre la luz y las tinieblas, entre el Bien y el Mal. La materia, como opuesta al espíritu, es esencialmente mala. Por eso la salvación consiste en la liberación de la materia, por medio del conocimiento de la realidad espiritual última.43

La prosperidad de la astrología y de la magia

Este confuso panorama de cultos heterogéneos responde, según se ha dicho, a un anhelo común de salvación espiritual. El culto oficial del emperador y de sus funcionarios; los cultos privados de las legiones, de las ciudades y de las comunidades campesinas; los cultos herméticos de las pequeñas sectas de hombres cultivados: todos buscaban en la divinidad amparo, la felicidad perdida, el milagro que salve al humilde de la miseria y al emperador de la derrota. No es extraño que la angustia de estas almas aterradas haya recurrido a la magia y a la astrología como remedio inmediato de un apuro momentáneo.

La astrología llegó también del Oriente, de Babilonia, y parece haber sido un sacerdote caldeo, Beroso, quien la introdujo en el mundo helenístico. La astrología, como ciencia de la adivinación, atañía únicamente a los monarcas, porque las divinidades planetarias sólo comunicaban con el soberano, en tanto éste era también un ser divino. Pero en Grecia la astrología se había democratizado, al profetizar las constelaciones el destino de todos los hombres.

La ciencia helenística había rechazado con desprecio las predicciones de los astrólogos, pero la decadencia de la astronomía científica y de la filosofía permitieron a la astrología divulgar la teoría de las iniciativas,44 que establecía una correlación entre el orden de los días y el de los planetas, la semana astrológica.45 Hubo días fastos y nefastos; se consultaba a los astrólogos antes de emprender un viaje; se interrogaba a los astros sobre el futuro de un recién nacido. La creencia de que las estrellas pueden dar la felicidad o acarrear la desgracia fue compartida por monarcas, generales, soldados, campesinos. Hubo emperador que tuvo su astrólogo oficial. Numerosos astrólogos se establecieron en las ciudades del Imperio, e innumerables manuales vulgarizaban estas supersticiones. En la Galia los druidas, perdido su prestigio sacro, se transformaron en ensalmadores, hechiceros y adivinos.

Las mismas circunstancias que favorecieron el esplendor de los horóscopos, ayudaron al auge de la magia en los últimos siglos de Rema. Se han conservado muchos papiros con textos mágicos, y la literatura nos informa ampliamente del empleo de amuletos, talismanes, exorcismos; del empleo mágico de letras y números, de metales y piedras preciosas.46 La superstición, alimentada por el misticismo, se universalizó y su fuerza la haría penetrar en el siglo IV, con las masas de conversos, en el cristianismo.

La filosofía neoplatónica como doctrina de la decadencia de la Antigüedad clásica

En contraste con estas formas confusas y orientalizadas de espiritualidad, el neoplatonismo fue un esfuerzo idealista, realizado por la filosofía griega, su última creación original.47

Las doctrinas filosóficas que perduraban -el epicureísmo, el neopitagorismo y el estoicismo- habían buscado racionalmente una interpretación del mundo. Si el conocimiento de la verdad está negado a la razón humana, la filosofía es imposible. El punto de partida del neoplatonismo, y de su pensador más importante, Plotino, es éste: la aceptación de la renuncia a conocer y a dominar el mundo físico, renuncia que hubiera sido inconcebible para los filósofos presocráticos.

El sistema de Plotino se fundamenta en la existencia del Ser único, el ser sin partes, del que emanan las otras formas del ser: el espíritu -que es ser y además entendimiento-, y del espíritu emana el alma, las almas, y por último, la materia, ilimitada, informe y caótica. El mal es la unión del alma con la materia. La educación filosófica consiste en separar el alma de la materia; en devolver el alma a las formas superiores del ser, por medio de la intuición y del éxtasis, que proporciona al alma el contacto con el Ser único.

La salvación es, pues, la evasión de la materia, porque la materia es el no-ser.

Esta doctrina, que negaba la materia, coincidía con el derrumbamiento del mundo material romano, que en tiempo de Plotino se estaba produciendo. Uno de los primeros teólogos cristianos, Orígenes, fue, con Plotino, discípulo del fundador del neoplatonismo, el alejandrino Ammonio Sakkas. El neoplatonismo contribuyó a crear el ambiente ideológico en el que iba a desarrollarse el cristianismo.

6. El cristianismo en el siglo III

La crisis que se ha venido explicando en las páginas precedentes tenía que ocasionar una transmutación de valores en la conciencia de los hombres. El resultado de esta mudanza fue la sustitución de las creencias paganas por las cristianas.

"Siempre habrá de persistir la duda de cuál sea el elemento a que más debe el cristianismo, si al monoteísmo judaico, al pensamiento griego o a la energía de estructuración romana", escribió Walter Goetz.48 Y aunque un estudio de los orígenes del cristianismo y de la historia de la Iglesia primitiva quede fuera del alcance de este libro, 49 no es posible examinar la situación del cristianismo en el mundo romano del siglo ni sin una referencia a algunos hechos que se habían producido en tiempos anteriores y a ciertos caracteres de la nueva religión.

Los componentes judaicos del cristianismo

El cristianismo había nacido en el seno de la sociedad judía, en una época de crisis, que presenta muchas analogías con la situación del mundo romano en el siglo III.50 La despiadada explotación romana hundió a los pueblos siríacos, que habían formado parte del reino seléucida, en una postración total. Piratas y pueblos bárbaros vecinos saqueaban lo que los ávidos gobernadores romanos no habían requisado. La ruina política, social y económica de estas regiones sumió a sus habitantes en la miseria, los enfrentó con un porvenir sin esperanza; y las gentes buscaron un alivio a sus sufrimientos en las antiguas creencias mágicas, nunca desaparecidas, pero reavivadas ahora por la necesidad de salvación, solicitada del milagro, implorada angustiadamente a los dioses.

Es en esos tiempos, los siglos II y I a. de C., cuando los cultos de misterios, que hemos encontrado en la sociedad romana del siglo III d. de C., se posesionan definitivamente del Oriente helenístico, desplazando al racionalismo griego, cultivado por las clases ilustradas. Los dioses salvadores -Mithra, Osiris, Adonis- son los preferidos De estos pueblos sirios, sólo el judío iba a intentar, durante doscientos años la resistencia al poder romano, sostenido por la esperanza en su Salvador, el Mesías anunciado por los profetas.

El cristianismo nació en tierra judaica, en la más empobrecida de sus comarcas, convulsionadas por la injusticia y la rebeldía, en el regazo del único pueblo del Imperio que no había aceptado la pax romana.51 De esta circunstancia emerge una de sus peculiaridades: la rebelión moral de los esclavos contra los señores del mundo de entonces. Rebelión moral, diferente de la violenta disposición judía contra Roma. Pero distinta también, porque no era el enfrentamiento de un pueblo contra otro, sino el de una clase de hombres, los desposeídos de todo, contra los poderosos. Rasgo que no aparece en ninguna otra religión, y que fue percibido inmediatamente por las clases señoriales -las judías como las romanas -, que adoptaron una actitud defensiva contra ese cristianismo primitivo.52

La ruina de la Siria seléucida facilitó la formación de un estado judío independiente (167-63 a. de C.), hasta que Judea fue anexionada por Roma.

Un nuevo ideal de vida

El Sermón de la Montaña significaba la inversión de los valores del mundo señorial; la negación del ideal heroico del guerrero, que Homero habla exaltado, y que era el soporte de una sociedad que concebía la vida como una heredad de los fuertes. La moral cristiana se elevaba sobre la estoica, con su doctrina del amor a todos los hombres, y no se limitaba, como el Decálogo judío, a definir lo que el hombre no debe hacer. El cristianismo no era propiamente una religión: venía a negar la religión, en el sentido de las religiones anteriores, como compendios de creencias supersticiosas.

El Dios personal y vivo

La concepción de un Dios personal que creó el mundo de la nada fue una herencia que el cristianismo recibió del judaísmo. La esencia del Dios judío y cristiano es la de un Ser con quien un hombre puede relacionarse directamente, espiritualmente. Mas el progreso que desarraigó teológicamente al cristianismo de su matriz judía, fue la doctrina que afirma que Dios devuelve su gracia a la humanidad caída por mediación de Cristo. Esta grandiosa idea de un Dios Padre de todos los hombres, empequeñecía a los dioses nacionales de las otras religiones, y al mismo Dios judío como ellos lo concebían, como Dios de Judá.

La influencia del pensamiento griego en el cristianismo

Uno de los legados que el cristianismo heredó del judaísmo fue el recurso de exponer la doctrina religiosa en lengua griega, y utilizar los términos conceptuales de la filosofía griega.53 El sincretismo filosófico al que había llegado la filosofía helénica en el neoplatonismo alejandrino54 fue continuado por los Padres de la Iglesia Clemente de Alejandría y Orígenes. En las apologías que contra sus adversarios escribían los autores cristianos, el cristianismo es presentado como heredero de la filosofía griega. Según Clemente de Alejandría, la filosofía pagana ha preparado el camino al conocimiento del verdadero Dios; el logos humano es perfeccionado por el logos divino.

Orígenes fue, por su formación intelectual, un filósofo neoplatónico. Su exégesis bíblica, de una erudición asombrosa para su tiempo, es en el fondo una argumentación filosófica. El quiso hacer de la fe un sistema filosófico. El Hijo, igual al Padre en esencia, es Logos. Este es el cristianismo del logos –concepto tomado de la filosofía griega-, que está en Dios y emana de él. Con esta doctrina el cristianismo dejaba de ser una religión de la fe para convertirse en una complicada filosofía, de rango intelectual equiparable a los otros sistemas filosóficos.

La influencia greco-oriental del sincretismo se manifestó también en otro plano contrapuesto: en la incorporación a la doctrina primitiva de una teoría de mediadores –ángeles, santos y mártires-, que era una concesión al clima religioso de la época, y a los deseos de muchos fieles, intelectualmente incapaces de comprender la doctrina que se había elaborado.

La organización de la Iglesia

Que la idea de una Iglesia universal surgiese tan pronto en el seno del cristianismo, es un hecho sorprendente, que sólo se explica por el modelo de estructuración que el Imperio romano ofreció a los cristianos desde el primer momento. La organización jerárquica que la Iglesia iba a levantar en un período de tiempo increíblemente breve, es más propia de una institución política que de una sociedad religiosa.

La difusión del cristianismo se vio favorecida por el mismo carácter universal del estado, por el cosmopolitismo que la paz romana facilitó, comunicando entre sí las grandes ciudades, allanando los contactos culturales entre las provincias más alejadas del Imperio. Y también porque el politeísmo romano implicaba una tolerancia religiosa, que el «despotismo ilustrado» de los Antoninos había dilatado.

Las comunidades cristianas

El cristianismo primitivo se había constituido en comunidades locales, a semejanza de la comunidad (ekklesiai) de Jerusalem. Los fieles se reunían en una casa privada, leían el Evangelio y celebraban la Cena. Estas comunidades cristianas fueron un núcleo sociológico que no existe en ninguna otra religión. Sólo las sinagogas judías se les asemejan. Pero las sinagogas -cuyos caminos de expansión por el Imperio siguieron las células cristianas- fueron sociedades estáticas y herméticas, enmohecidas por el ritual, sin otro lazo de unión entre sus miembros que el culto religioso. Por el contrario, las primeras comunidades cristianas tuvieron una cohesión que se vio reforzada por el ejercicio de la caridad. La caridad, que guiaba la vida práctica de les fieles, fue un vínculo social poderosísimo. La lucha activa por la difusión de la fe, y el deber de acomodar su conducta a su fe, incitaba además a los cristianos. Actuaban para transformar el mundo y prepararlo para el regreso del Redentor.

Cuando los cultos paganos, que se sustentaban de las rentas de sus propiedades rústicas, quedaron empobrecidos por la decadencia económica del siglo III, las comunidades cristianas resistieron las dificultades, fortalecidas por la ayuda recíproca que la caridad derramaba entre los fieles.

Las transformaciones políticas y sociales del siglo III, que arruinaron la vida urbana, no debilitaron a las comunidades cristianas. Las ciudades no habían llegado nunca a ser realidades sociales en las que los pobres se sintiesen protegidos. Las comunidades cristianas, en cambio, habían dado desde su origen esa seguridad a todos y cada uno de sus miembros.

La jerarquía eclesiástica

En cada comunidad la celebración del acto más importante del culto, la consagración o misa, fue confiada a los ancianos (presbíteros). Desde el siglo II se inició la organización jerarquizada de la estructura comunitaria, con la elección, entre todos los fieles de la comunidad, de un episcopo (obispo), que dirigía la vida religiosa de la célula y conservaba su unidad contra desviaciones y deserciones. El obispo tuvo a los presbíteros como cuerpo consultivo, y a los diáconos como auxiliares. Obispos, presbíteros y diáconos constituyeron el estamento sacerdotal consagrado, el clero, dentro de cada comunidad.55

Las comunidades orientales se organizaron en provincias eclesiásticas, que se correspondían aproximadamente con las provincias imperiales, y celebraron reuniones de obispos o sínodos, presididos por el arzobispo o metropolitano, es decir, el obispo de la capital eclesiástica provincial. Alejandría y Antioquía fueron diócesis importantes.

En las comunidades occidentales hubo una especial vinculación a los obispos de Roma, que, desde fines del siglo I, aspiraron a ejercer su autoridad sobre la totalidad de las comunidades.56 Esta pretensión estaba justificada por la necesidad de contar con una organización estructurada con la misma firmeza que el Estado que iba a intentar destruirla.

El acrecentamiento de las comunidades en el siglo III

La consolidación de la Iglesia proseguía cuando los emperadores del siglo III incrementaron los cultos oficiales para lograr la protección de los dioses contra los enemigos de Roma.57 En este tiempo la Iglesia se extendía ya por la totalidad del Imperio. En Oriente el cristianismo había penetrado en Mesopotamia, en Armenia, en Asia Menor, en Egipto. Existían comunidades muy importantes en Edesa, Antioquía, Alejandría, Cesárea. En Africa la mayor era la de Cartago, En Italia existían más de cien, de las que Roma era, como es lógico, la principal. En las Galias se organizaron numerosas comunidades desde la costa narbonense hasta Lyon. En España se habían creado varias diócesis, de las que conocemos Mérida, Zaragoza y Astorga-León. Ya no eran cristianos sólo los libertos, esclavos, artesanos y comerciantes. Había cristianos en el ejército, en la Administración, hasta en el Senado.

La unidad del Imperio favoreció la evangelización, que fue realizada en las lenguas locales. El cristianismo contribuyó así a despertar en los pueblos evangelizados la conciencia de su propia personalidad, sin oponerla a la universalidad del Imperio, que la Iglesia consideraba propicia para sus fines.

Aunque su organización no se hubiese constitucionalizado todavía, la Iglesia era ya una fuerza. Las comunidades occidentales tenían más cohesión, y florecía en ellas en este tiempo una literatura latino-cristiana -Tertuliano, Cipriano, Minucio Félix- no inferior a la griega. La Iglesia intentaba vivir pacíficamente en el marco del Estado pagano, al que consideraba necesario para el mantenimiento de la paz. En contraste con las rebeldías judaicas, Jesús había delimitado las dos esferas de la vida política y la vida espiritual,,, y san Pablo había recomendado el respeto a la autoridad civil. Los cristianos rezaban por la salud del emperador y la paz del Imperio, pero evitaban el culto estatal. Sus escritores pedían tolerancia en nombre de la libertad religiosa, y al subrayar que el cristianismo y el Imperio habían nacido en la época de Augusto, en el principio de la pax romana, aseveraban el carácter providencial de esta coincidencia, afirmando que la continuidad del poder romano dependía de la perduración del cristianismo.

Las primeras persecuciones

La actitud de las sociedad romana frente al cristianismo fue desconfiada y hostil. Los romanos adivinaban en los cristianos, pese al acatamiento formal de las leyes imperiales, una condenación moral de sus costumbres, una rebeldía íntima contra la vida pagana, y sentían amenazado el orden social por la nivelación fraternal de señores y esclavos en el seno de las comunidades cristianas.

En las polémicas mantenidas por los escritores paganos y los cristianos, los argumentos de aquellos atacaban la irracionalidad de la doctrina cristiana de la creación del mundo, del pecado original y de la resurrección de la carne, pero sin olvidar nunca el problema esencial para las clases privilegiadas: la amenaza que representaba para los poderosos una religión de pobres, de rebeldes y de criminales.

La conducta individual de los cristianos confirmaba esta alarma: rehusaban el servicio militar; consideraban escandaloso el lujo indumentario, negaban la obediencia a las leyes que consideraban injustas. La nocturnidad de sus reuniones secretas en las catacumbas era pretexto para acusarles de los más odiosos crímenes.59

Pero la verdadera causa de las persecuciones fue la negativa de los cristianos a sacrificar a los dioses nacionales. Trajano desatendió las denuncias de brujería e infanticidio que se acumulaban contra los cristianos, pero ordenó que éstos fuesen condenados a muerte si se negaban a hacer sacrificios a los dioses del Estado. Las primeras persecuciones tuvieron carácter local; las de Marco Aurelio quedaron limitadas a Roma y Lyon. Hubo otras, por iniciativa de gobernadores de provincia o de autoridades municipales, alimentadas por el ciego odio popular, que los señores romanos fomentaban

Las persecuciones del siglo III

Cuando la crisis del Estado se agravó, las adversidades fueron atribuidas a la cólera de los dioses, y los emperadores incrementaron los cultos oficiales. La negativa de los cristianos a adorar a los dioses de Roma se convirtió en un delito político, y cuando los cristianos rehusaron participar en las fiestas religiosas del milenario de Roma, el año 248, la hostilidad oficial estalló. Al año siguiente, el nuevo emperador Decio ordenó la constitución de comisiones que debían vigilar el cumplimiento de los sacrificios a los dioses, culto que obligaba a todos los habitantes del Imperio. La orden fue observada con el rigor totalitario de la monarquía militar. Se exigió a los cristianos certificados de haber sacrificado a los dioses (libelli). Muchos de ellos apostataron.60 Pero fueron más numerosos los que murieron, a veces voluntariamente, en una innecesaria pero bella profesión de su fe, los mártires («testigos» de la fe), en admirable prueba de la fuerza espiritual de su religión, que asombró a sus adversarios y fue motivo de muchas conversiones.

Entre las víctimas de la persecución de Decio figuran el papa Fabiano en Roma, san Saturnino en Tolosa y san Dionisio en París. Los que no fueron condenados a muerte, quedaron reducidos a la esclavitud, condenados a trabajos forzados en las minas.

La Iglesia salió fortalecida de esta cruenta tribulación. Entre la persecución de Valeriano -dirigida contra la jerarquía eclesiástica para desarticularla, sin resultado- y la última y más sangrienta de Diocleciano, ya en los primeros años del siglo IV, hubo una larga tregua, en la que algunos emperadores, como Heliogábalo y Alejandro Severo, intentaron la integración del culto cristiano en el sincretismo religioso oficial.61 En este período la estructuración de la Iglesia se afianzó definitivamente. Las persecuciones fracasaron.

Mientras el Imperio iniciaba su desmoronamiento, triunfaba la nueva concepción religiosa de la vida, aportada por el cristianismo.

7. El arte pagano y el arte cristiano primitivo 61

En los primeros arios del siglo III, durante el gobierno de los Severos, el arte romano -y más la arquitectura que las otras artes plásticas- conservó la magnificencia de la época anterior. Esta grandeza constructiva servía a los fines totalitarios de la monarquía absoluta, y expresaba, con su sentido de la magnitud espacial, con su monumentalidad impresionante -ajena al espíritu griego, pero no al de las culturas orientales-, la voluntad romana de dominación del mundo.

Las construcciones de los Severos (el arco de triunfo dedicado por el Senado a Septimio Severo en el Foro romano; las lujosas y desmesuradas termas de Caracalla) son de un estilo menos puro que el del siglo anterior, por su colosalismo orientalizante, servido -eso sí- por una técnica constructiva perfecta. La arquitectura decayó durante el período de la anarquía militar, para renacer en tiempos de Diocleciano.

La escultura

La escultura produjo obras admirables, como el busto de Caracalla que se conserva en el museo de Nápoles, retrato extraordinario de una vida interior despiadada, cínica y cruel. En contraste con el realismo casi brutal de esta escultura, las de las ambiciosas princesas de la familia de los Severos expresan una espiritualidad honda, reflexiva y angustiada.

La tendencia a representar la vida espiritual que en el cuerpo material alienta; la captación de lo que en la realidad visible perdura, son un reflejo del espiritualismo de la época que caracteriza las numerosas estatuas de los emperadores, levantadas en campamentos militares y en las ciudades del Imperio, representando al emperador como dios vivo.

Los burgueses acomodados pusieron de moda las reproducciones de las obras inmortales de la estatuaria griega. La técnica de la copia se perfeccionó, y sus cultivadores suplantaron a los artistas originales. Una copia de Praxíteles tuvo tantos compradores como una edición de Homero o de Horacio. Las casas romanas fueron decoradas con estatuas y pinturas, como las viviendas de hoy con reproducciones de las grandes obras de arte. A esa costumbre debemos las copias perfectas que nuestros museos conservan de la estatuaria griega y romana.

La pintura

Cuando la crisis del siglo III se agudizó y decayó la vida urbana, y la aristocracia, desposeída de sus privilegios, se refugió en sus villas campestres, y los campesinos se incorporaron a las legiones, y los emperadores salieron de las filas del ejército, y la religión señoreó la vida espiritual, el arte aristocrático dio paso a un arte nuevo, popular y narrativo.

La pintura desplazó entonces a la escultura monumental. Así como la escultura había sido la más excelsa de las artes plásticas del clasicismo, la pintura fue el arte característico de la cultura romana de los últimos siglos, y es el arte esencial del cristianismo primitivo.

Ya en el siglo I d. de C. había surgido en el seno de la sociedad aristocrática romana una pintura impresionista, casi lírica, que produjo el arte más refinado que la clase dirigente romana haya creado nunca,63 con sus figuras elegantes, vaporosas y desmaterializadas. El ilusionismo visual de esta pintura contribuyó al nacimiento del nuevo estilo popular, que fue esencialmente figurativo y épico.

La pintura del siglo III se caracteriza por la utilización de la imagen como medio expresivo más claro y directo que la palabra. La imagen alcanzó en la cultura de masas de ese tiempo el mismo poder tiránico que ejerce en la civilización actual, por medio de la televisión, de los periódicos ilustrados, del cinema, de los tebeos, Entonces, como ahora, la imagen fue noticia y anécdota, información y documento, propaganda.

El arte cristiano

El arte cristiano primitivo adoptó este estilo narrativo, de un expresionismo naturalista, que, con sus formas ingrávidas y abocetadas, simbolizaba la renuncia cristiana a la vida material. Los frescos de las catacumbas, pintados por artistas inexpertos, a veces por artesanos hábiles, desarrollaban con preferencia tenias simbólicos: el ancla, el cordero, la paloma, el pez. La imagen de Cristo, el asunto más importante del arte cristiano, no aparece en el primer momento. No se conoció ninguna reproducción auténtica de la figura de Jesús. Primero fue representado por alegorías: el cordero, el pez, la paloma. La más antigua imagen humana de Cristo fue la del Buen Pastor, derivada al parecer de la figuración helénica de Orfeo. En las catacumbas romanas aparecen efigies de un Cristo imberbe, con el polo corto, de origen egipcio probablemente. La forma definitiva de la figura de Cristo es de una época posterior.

Este arte cristiano del siglo in, pobre, pero de una intensa espiritualidad, nació en las catacumbas. Allí convivían los cristianos en el amor, en la caridad y en la fe. Allí eran enterrados, los señores al lado de los siervos, los magistrados imperiales junto a los esclavos, en nichos de la misma rusticidad, símbolos del desapego del mundo y de la fraternidad cristiana.

8. Las invasiones germánicas en el siglo III

Para comprender la historia, tanto la de la Antigüedad como la de la Edad Media, debe descartarse la suposición tradicional de que las grandes migraciones humanas son hechos históricos esporádicos entre dos eras de estabilidad. Los «tiempos revueltos» fueron más frecuentes que los calmos.

Cuando los bárbaros que emigraban -en busca de tierras mejores o de botín- eran rechazados por los ejércitos de un estado militarmente fuerte, se encaminaban hacia países más débiles o hacia regiones despobladas. Pero el Imperio romano era en el siglo III demasiado vulnerable para que la esperanza de saquearlo no tentara una y otra vez a los pueblos bárbaros que lo circundaban.

La conquista romana se había detenido, al comenzar el siglo I d. de C. en las selvas germanas. Después de la catástrofe de Teutoburgo,64 la frontera militar romana rehuyó los bosques de Germania, y se trazó a lo largo de las tierras cultivadas de la orilla izquierda de los ríos Rin y Danubio. Esa frontera era una línea militarmente débil, demasiado extensa para ser defendida, y Roma se vio obligada a aumentar en ella sus tropas incesantemente.

Marco Aurelio había tenido que afrontar la primera acometida peligrosa, lanzada sobre el Danubio por cuados, sármatas y marcomanos. En el siglo III los ataques a la frontera renodanubiana crecieron en frecuencia y fuerza. Simultáneamente, la frontera asiática fue amenazada por las ambiciones expansionistas de la nueva dinastía persa de los sasánidas, mientras surgían en las fronteras meridionales de Nubia y Mauritania otros adversarios, que, si eran menos peligrosos, resultaban incómodos en aquella alarmante situación.

Así perdió el Imperio la iniciativa en su política exterior. Ya no era libre para escoger entre la expansión territorial o la paz. La política romana se limitó a arbitrar recursos para resolver los problemas que le eran impuestos por sus enemigos.

Los germanos en la frontera danubiana 65

En esta época el mundo germánico no era el mismo que César conoció. Durante los siglos II y III los germanos se agruparon en grandes confederaciones, resultado de la fusión de varias tribus para defenderse de otras, o de la dominación de una sobre las restantes, o de fenómenos económicos diversos, como crecimientos demográficos o agotamiento de los recursos naturales del territorio ocupado.

En los primeros años del siglo II se inició un desplazamiento de los germanos orientales -godos, vándalos, burgundios 66 — desde las orillas del Báltico en dirección sur, remontando los cursos de los ríos Rin, Oder y Vístula. Los godos, siguiendo el curso de este último río, alcanzaron el valle del Dniester.

Estos vastos movimientos migratorios actuaron sobre los pueblos que vivían en las regiones invadidas, obligándolos a huir hacia el sur, empujándolos sobre la frontera romana. Este ataque de los pueblos nórdicos contra los bárbaros avecindados en las cercanías del limes,67 sumado al de los sármatas -que entonces se movían de este a oeste, del Cáucaso al sur de Rusia-, lanzó a los germanos que habitaban la orilla izquierda del Danubio sobre las fortificaciones romanas, y las atravesaron sin hundir definitivamente la frontera. La resistencia romana refractó la presión recibida en direcciones laterales: hacia el oeste, hacia las Galias, y hacia el este, hacia el Danubio inferior y el mar Negro.

Estas agresiones a la frontera romana, que fueron muy intensas durante los cuarenta años centrales del siglo III, buscaban más el botín que la conquista territorial, Aunque la debilidad del Imperio fuera visible, Roma inspiraba a los germanos admiración, respeto, temor. Comprar a estos bárbaros la retirada no tenía dificultades para los emperadores.

Las largas guerras de frontera influyeron muy diferentemente en los romanos y en sus adversarios. La depauperación del Imperío creció, porque su economía monetaria estuvo sometida a la carga progresiva de los impuestos. En cambio, la audacia y la codicia de los germanos aumentaron, porque la guerra fue para ellos un medio de existencia. Los trabajos agrícolas rendían menos que el botín. La especialización militar fue una aspiración de las juventudes germanas. Por el contrario, hacía siglos que los romanos ya no consideraban la guerra sino como una penosa carga financiera.

Las soluciones Intentadas por el Estado romano

El Imperio puso en ejecución tres medidas para contener las invasiones: la cesión a los bárbaros de tierras laborables; la incorporación al ejército romano de colonos germanos y de prisioneros de guerra, y por último los pactos con tribus germánicas.

La donación de tierras de cultivo, dentro de las fronteras del Imperio, a tribus germánicas había comenzado tiempo antes. Augusto ordenó el asentamiento de cincuenta mil bárbaros en la orilla derecha del Danubio.68 Marco Aurelio instaló en tierras despobladas por la peste a los prisioneros capturados en la guerra danubiana de los años 166 a 180. En el siglo III las cesiones de tierras continuaron, sobre todo durante los reinados de Probo y Diocleciano, motivadas también por la progresiva despoblación. Muchos prisioneros de guerra fueron cedidos como colonos (inquilini) a terratenientes romanos.

La integración en el ejército de soldados bárbaros fue consecuencia de las dificultades de reclutamiento, en un momento en el que las necesidades militares exigían la creación de nuevas legiones. Esta tropas fueron alistadas entre colonos germanos, prisioneros de guerra y bárbaros confederados. Sirvieron en las cohortes auxiliares (auxilia), y hasta formaron regimientos especiales (muneri). Más tarde los germanos ingresaron directamente en las legiones, y en el siglo IV muchos de ellos ascendieron al rango de oficial.

Entre las reformas tácticas introducidas en el ejército romano durante el siglo III69 figura la sustitución de la espada corta del legionario por la espada larga germánica. Los romanos, perdida la confianza en sus propias fuerzas, imitaban la estrategia de sus adversarios: renunciaban a la compacta solidez de la legión y al combate cuerpo a cuerpo, que tantas victorias había dado a Roma, y la sustituían por la lucha a distancia y por la capacidad de maniobra de la caballería.

La incorporación de numerosos soldados germanos al ejército ofrecía otra ventaja, que fue siempre una constante de la política romana: enfrentar a unos bárbaros con otros.

Los pactos del estado romano con tribus bárbaras

Las federaciones cumplían la misma finalidad. Así hubo bárbaros amigos y enemigos de Roma, prorromanos y antirromanos. Las tribus que recibían subsidios del Imperio pasaban a ser, además, clientes comerciales de Roma. Los mercaderes romanos llevaban hasta las orillas del Báltico vinos y objetos de adorno, importando pieles, ámbar y esclavos.

El pacto (foedus) entre el Estado y un pueblo bárbaro fue un recurso para conservar la influencia romana en regiones de difícil defensa. Diocleciano abandonó Nubia y pactó con los nobates la vigilancia del valle del Nilo contra los blemnitas. Constantino, al desocupar de tropas romanas la Dacia, pactó su defensa con los godos. En otros casos el pacto era el reconocimiento de la autoridad de un reyezuelo sobre su pueblo, a cambio de un juramento de fidelidad a Roma.70 Pero estas alianzas no tenían solidez, porque no consistían en un convenio entre Estados, sino en un pacto personal; y bastaba un cambio de dinastía para que los jefes bárbaros se consideraran desligados de la confederación. Por otra parte, los bárbaros comprometidos a defender un territorio no siempre pudieron resistir las presiones exteriores, como iba a suceder en las grandes invasiones del siglo V.

Las invasiones germanas del siglo III

La bellum Scythicum fue iniciada por los godos. En el año 238 atravesaron el Danubio por primera vez. El emperador Gordiano III compró su retirada. Diez años más tarde los godos llegaron a Mesia y Tracia en una nueva correría, siendo rechazados por Decio. Pero el afio 250 pasaron de nuevo el Danubio y saquearon Filipópolis. Tres años después, desde las costas de Dacia, atravesaban en barcos griegos el mar Negro, conquistaban Efeso y Nicomedia y vencían en Capadocia al príncipe palmirano Odenato, aliado de Roma. En Grecia se apoderaron de Corinto y de Esparta. La alianza de los godos con los persas sasánidas, en el Asia menor, hubiera sido para el Imperio romano una grave amenaza. Pero los godos fueron derrotados en Naiso por Claudio II (año 269) y su agresividad disminuyó.

La presión de los alamanes -reforzados por jutos y vándalos- en el Rin y en el Danubio fue muy intensa entre los años 253 y 275. Llegaron a amenazar Milán y derrotaron a Aureliano en Plasencia.

Los francos presionaron sobre las Galias, alcanzaron Tarragona, y, a través de la península hispánica, enlazaron con los bereberes, que atacaban por su cuenta a los colonos romanos de Cartago.

La presión germánica no se limitó a cuartear la frontera renodanubiana: atravesó de norte a sur el Imperio, y lo flanqueó por el este. Conectó con los adversarios africanos de Roma en la región númida, al tiempo que los blemnitas aislaban Egipto de la costa del mar Rojo.

La frontera oriental los persas sasánidas

Cuando la agresividad bélica de los partos decayó, la frontera oriental dejó de ser un peligro. Las derrotas que los Severos infligieron a los reyes partos los desacreditó, y el nacionalismo persa fue encarnado por la familia sasánida, que reivindicó la brillante herencia de los persas aqueménidas. El primer monarca sasánida, Ardachir, tomó el nombre aqueménida de Artajerjes. El imperio sasánida fomentó un belicoso nacionalismo, sacralizado por la antigua religión irania, ganados los magos por los reyes sasánidas para esta política imperialista. El emperador Filipo el Arabe tuvo que comprar la paz a los persas. Luego, la derrota y prisión del emperador Valeriano desvaneció el prestigio romano en Asia. Su afortunado vencedor, Sapor I, ocupó Tarso y Antioquía. Pero los aliados palmiranos del Imperio romano rechazaron a los persas de Mesopotamia, y las expediciones de Aureliano y de Probo restablecieron el equilibrio en esta frontera.

Los gobiernos ilegítimos

Amenazado por los enemigos exteriores, el Imperio fue puesto también en peligro de división interior, en las regiones extremas y menos romanizadas, Galia y Siria. Estas secesiones no tuvieron carácter separatista. El espíritu local, la personalidad «nacional», no existió en el estado romano,71 únicamente ese dualismo entre el Oriente helenístico y el Occidente romanizado, que sólo podía superar un poder fuertemente centralizado.

En Galia hubo un emperador "ilegítimo", Póstumo, cuyo gobierno sólo sobrevivió quince años con sus sucesores. En Palmira, la viuda de Odenato, Zenobia, aprovechó los desastres militares romanos para proclamarse independiente e intentar la conquista de Egipto. Estos gobiernos contribuyeron a la mejor defensa de las fronteras imperiales. Aureliano restableció la unidad del estado.

El poder marítimo de Roma amenazado

En el último tercio del siglo II los ataques bárbaros contra el Imperio cesaron casi completamente. Las emigraciones se habían debilitado. Las invasiones ocasionaron a los germanos grandes pérdidas, y las tierras abandonadas por el Imperio en el Neckar, en Retia y en Dacia proporcionaron a los bárbaros el espacio vital que necesitaban.

El peligro mayor se había concentrado en la frontera renodanubiana. En ella se acumularon los recursos defensivos de Roma,72 y esta guerra terrestre ocasionó el abandono de la potencia marítima romana; el Mediterráneo, lleno de barcos piratas, empezaba a no ser el Mare nostrum, y la decadencia marítima de Roma iba a ser decisiva, cien años después, en la caída del Imperio de Occidente.

9. La reformadora restauración de Diocleciano

Una meditación de la crisis romana de la tercera centuria incita a preguntarse cómo pudo el Imperio sobrevivir a ella. Lo salvaron reformas, tardías pero momentáneamente eficaces, como las de Galieno y Aureliano; el esfuerzo heroico de un general o de unas legiones, en un trance desesperado; cuando no los recursos de urgencia aportados por las forzadas prestaciones de la militarizada población civil.

En estas soluciones perentorias es preciso admitir el decisivo papel desempeñado por los emperadores ilirios. Claudio II, Aureliano, Probo y Caro fueron hombres de pocas ideas políticas, pero las aplicaron con firme energía. Admiraban la tradición romana. Al defenderla, sentían defender su tierra balcánica, integrada en la civilización romana. Consideraban a los senadores indignos de Una asamblea de tan glorioso pasado, los despreciaban, pero sin exterminarlos, como habían hecho los Severos. Reprobaban la injusticia social y procuraron favorecer a los pobres, pero odiaron la anarquía, y se esforzaron por restablecer la disciplina militar y civil, convencidos de que sólo una dictadura militar podía salvar el Imperio. Para ejercerla se apoyaron en el ejército y en la burocracia, y no vacilaron en subordinar los intereses privados a los fines supremos del Estado.

Encarnaron para sus soldados, sencillos, valientes y empeñosos como ellos, la imagen del emperador ideal.

Pero sus remedios fueran efímeros, y apremiados por las urgencias. No tuvieron tiempo para restaurar el equilibrio roto en todos los asuntos del Estado: entre la solidez de las fronteras y la fuerza militar de los bárbaros; entre el costo de la guerra y los recursos del Imperio; entre el presupuesto financiero y las posibilidades recaudatorias; entre la autoridad del Senado y el poder del emperador; entre la tradición clásica y el irracionalismo mágico y religioso. Esta restauración fue la obra emprendida por Diocleciano.

La tetrarquía

Diocleciano fue un dálmata de origen humilde que había sobresalido en el Estado Mayor de Caro por sus cualidades de organizador. El ejército lo proclamó emperador en Nicomedia el año 284, y tuvo que enfrentarse en el primer momento con el desbarajuste que acompañaba siempre a las coronaciones: deshacerse del antiemperador de turno -Carino—, firmar una tregua con los reyes sasánidas, aceptar el gobierno "ilegítimo" de Carausio en Britania y el de Domiciano en Egipto. Mas Diocleciano fue creando, lenta pero firmemente, un sólido mecanismo de gobierno.

Desde Augusto, el Imperio había tenido una constitución dual: de una parte, Roma, Italia y las provincias senatoriales, territorios en los que el emperador era solamente princeps, el príncipe del Senado; de otra, Egipto y las provincias imperiales, en donde el emperador era monarca absoluto. Era inevitable que los emperadores aspiraran a gobernar unitaria y autoritariamente la totalidad del Imperio. La crisis del siglo III facilitó esta unificación despótica del poder, iniciada por Septimio Severo y acabada por Diocleciano.

A los dos años de su proclamación nombró césar a Maximiano, ilirio también, al que desde el principio había designado jefe del ejército de las Galias, y poco después le dio el título de augusto. Pero al adoptar Diocleciano el nombre de Jovio y dar el de Herculio a Maximiano, Diocleciano dejaba establecido su rango superior. Maximiano no era exactamente un coemperador, como un demiurgo, Hércules, no es propiamente el dios supremo, Júpiter.

Seis años más tarde quedó estructurada la tetrarquía: Constancio fue designado césar o sucesor de Maximiano, Galerio, césar de Diocleciano. Esta organización aseguraba la sucesión imperial, liberándola de las proclamaciones turbulentas de las legiones, y de las pretensiones del Senado a nombrar emperador. El sistema de designación era, como el de los Antoninos, el del «más digno» del gobierno del Imperio.

El funcionamiento de la tetrarquía

Diocleciano fijó su residencia en Nicomedia y Maximiano en Milán. Aunque Diocleciano gobernó la parte oriental del Imperio y Maximiano la Occidental, se mantuvo la unidad del Estado. La decisión de los asuntos era tomada conjuntamente por los dos augustos. A los césares competía la parte ejecutiva, y ayudaban indistintamente y sin una clara delimitación de sus funciones, a los dos augustos.

De hecho cada tetrarca rigió una región geográfica: Diocleciano, el Oriente. Galerio, la península balcánica, desde su capital, establecida en Sirmio. Maximiano, instalado en Milán, gobernó Italia, España y Africa. Y Constancio, la Galia y Britania desde su residencia de Tréveris.

Estas cuatro regiones militares y administrativas no dañaron la unidad del Imperio, mantenida por la firmeza de Diocleciano, el augusto más antiguo.

Los dos prefectos del pretorio delegaron algunas de sus atribuciones en vicarios, administradores de cada una de las doce diócesis en que quedó dividido el Imperio.73 Las diócesis abarcaban administrativamente varias provincias. Las antiguas provincias fueron subdivididas, hasta el número de 104, y este reajuste suprimió las diferencias entre provincias senatoriales e imperiales.

La nueva organización favorecía la uniformidad del Imperio.

La reforma administrativa

Esta reorganización de las altas magistraturas del Estado fue completada por la de la Administración y la del Ejército.

El rasgo más notable de estos cambios es la absoluta separación de los poderes militar y civil. Los mandos militares, nombrados directamente por el emperador, como los altos cargos administrativos, se ejercen en zonas que no coinciden siempre con la división diocesana o provincial.

Diocleciano estaba asistido por un Consejo de Estado, consilia sacra, que preparaba la copiosa legislación imperial.

Los dos césares ejecutaban sus decisiones -y las del otro augusto, ayudados por el gobierno central, constituido por los dos prefectos del pretorio y por sus funcionarios. Las funciones de los césares y de los prefectos del pretorio eran determinadas en cada circunstancia por los augustos.

El Imperio quedaba dividido administrativamente en doce diócesis, regidas por un vicario, nombrado por Diocleciano, y jerárquicamente subordinado a los augustos, césares y prefectos del pretorio.

Cada diócesis comprendía un número variable de provincias. Sus gobernadores (llamados consulares, correctores, procónsules o praesides, y más tarde judices) eran también designados por los augustos -de facto, por Diocleciano- Los gobernadores, como los vicarios, procedían del orden ecuestre.

Esta máquina administrativa funcionó con una regularidad implacable. El poder imperial llegó, a través de ella, hasta el rincón más apartado del Imperio.

La reorganización del Ejército

Las exigencias militares obligaron a aumentar el número de legiones, pero el incremento real de soldados fue escaso, por las. dificultades del reclutamiento.74 Hubo más legiones, unas 175, pero sus efectivos fueron reducidos a mil hombres. Las tropas auxiliares formaron también unidades más reducidas -las cohortes tuvieron unos 500 soldados- Las fuerzas totales del Ejército ascendían, en tiempo de Diocleciano, a unos 400.000 combatientes.

Las fronteras fueron reforzadas con una línea de fortificaciones y Con tropas numerosas limitan – 0 ripenses, mandadas por duques; Diocleciano separó la caballería de las legiones, incorporándola al ejército de campaña, formado por tropas escogidas que acompañaban habitualmente a los augustos, los comitatus Augustorum o comitatenses, y que podían ser enviadas rápidamente a una frontera amenazada.

La descentralización del ejército, bajo el mando directo de los tetrarcas, reducía el peligro de los emperadores "ilegítimos" y de las proclamaciones de nuevo emperador por las legiones.

Se ha censurado la defensa estática del Imperio adoptada por Diocleciano. En el Estado Mayor de Caro había destacado como organizador, pero nunca fue un estratega. La reorganización del ejército, como toda su obra política, fue realizada sin un plan preconcebido. Más que una reforma militar, fue una adaptación a las necesidades de la defensa del Imperio.

La autarquía económica

La decadencia de la producción, la ruina del transporte, el déficit de la balanza comercial y la devaluación monetaria requerían soluciones urgentes y radicales. El oro que Trajano extrajo de Dacia y los tesoros que Aureliano arrebató a Zenobia, habían sido para el Imperio lo que las minas americanas para los Austrias españoles. Estos remedios no estaban al alcance de Diocleciano. El dálmata tuvo que elegir entre dos políticas económicas viables: una economía librecambista, basada en el comercio con Oriente, o la reorganización de la economía del Imperio con sus solos recursos. Diocleciano se decidió por la autarquía económica. Le impulsaban a esta resolución sus ideas absolutistas y el precedente estatista de los emperadores que le habían precedido. Acumuló grandes reservas de oro, mediante el sistema tolomeico -ya imitado por los ,emperadores ilirios – de pagar en especie al ejército y a los funcionarios. El corporativismo de Estado incrementó las fábricas estatales de armas, de tejidos, hasta de pan. Soldados y funcionarios dejaron de abastecerse en los mercados privados. El comercio desapareció prácticamente. En los pueblos se retornó a la economía natural.

La autarquía económica consolidó la vinculación a la tierra de los propietarios libres y de los colonos, iniciada en tiempos de la anarquía militar. El régimen señorial de la Edad Media se iniciaba. Los pequeños propietarios, arruinados por los impuestos, vendían sus tierras a los terratenientes y seguían cultivándolas como colonos. Renunciaban a la libertad por la seguridad.

Los grandes propietarios llegaron a ser tan poderosos que pagaban directamente sus impuestos a los gobernadores de las provincias.. Escapando a la política de socialismo de Estado, sus dominios se transformaban en unidades administrativas especiales. Sus fincas, agrandadas por compras de terrenos, por arrendamientos hereditarios con la obligación de cultivar el suelo (enfiteusis), se transformaron en inmensos latifundios, como pequeños principados. Dejando a los colonos la producción de trigo, hacían cultivar a sus siervos y esclavos los más rentables productos agrícolas, en las proximidades de su palacio. Abandonando las ciudades, vivían como ricos señores rurales. Cazaban, vigilaban las labores agrícolas, leían y se rodeaban de una pequeña corte de filósofos y escritores.

Su poder sobre colonos y artesanos se hizo ilimitado. Esta aristocracia feudalizante acabó por destruir a la clase media y -a la larga- también minó el absolutismo estatal.

Las reformas de Diocleciano imposibilitaron el desarrollo de una economía sana y próspera, y pese a su intención igualitaria, arruinó a las masas de la ciudad y del campo sin impedir la formación de nuevas y grandes propiedades.

Medidas tributarias

La política económica de Diocleciano, como toda su gestión, fue unificadora y uniformadora. Mando hacer un censo de las tierras y de sus habitantes. Fueron mantenidos los impuestos sobre la tierra y sobre las personas (capitatio), que gravaban casi exclusivamente, a los campesinos,75 y se ordenó a los empadronadores la distribución fiscal de los campos en unidades territoriales, iuga, del mismo, valor.76 Establecida la equivalencia entre la unidad de capitación y la territorial, quedaba determinado el número de unidades fiscales de cada distrito.

Según Piganiol, iugatio y capitatio son dos aspectos de un única, impuesto territorial. En países de pequeñas explotaciones, las unidades territoriales o iuga se incorporaban a las unidades personales o capita. En cambio, en los latifundios, los capita eran incluidos en los iuga de los grandes propietarios.

El importe global que el Estado necesitaba cada año era repartido entre las unidades fiscales censadas. Nadie sabía lo que tendría que pagar al año siguiente, hasta que el Estado no fijaba la cuantía. de sus necesidades para el año fiscal. Era un procedimiento simple, ideado por el oficial de intendencia que Diocleciano había sido, no, la reforma de un economista.

La ejecución de este sistema tributario fue implacable. El Estado militar y burocrático tenía necesidad de enormes sumas. Italia entró por primera vez en la tributación (Italia annonaria), que siguió percibiéndose generalmente en especie (annona). Los collegia 77 quedaron transformados en órganos económicos, bajo la vigilancia ordenancista del Estado. La adjectio sterilium -existente ya en tiempo de Aureliano-, es decir, el traspaso a los miembros de una comunidad de la responsabilidad de cultivar las tierras yermas y de pagar los impuestos que las gravaban, se generalizó.

En su labor restauradora, Diocleciano no pensó nunca en el retorno al antiguo y complicado sistema tributario. La moneda estaba demasiado depreciada. La normalidad financiera no podía esperar. El peligro exterior subsistía, y los gastos estatales aumentaban incesantemente. Diocleciano transformó la annona, utilizada como recurso extremo por los emperadores del siglo III, en un impuesto permanente, simplificado en su estructuración y aplicado a todas las provincias.

Quiso favorecer los municipios, pero el aumento de las liturgias los perjudicó.

El agricultor quedó encadenado a su gleba y a su trabajo, como en el Egipto de los faraones, como más tarde los siervos medievales. Se amenazó con la pena de muerte a los contribuyentes que rehuyesen los impuestos y a los recaudadores venales o ineficaces.

Medidas financieras

Diocleciano trató en vano de contener la devaluación de la moneda y el alza de los precios. Su reforma monetaria consistió en emitir una moneda de oro, el aureus, con un valor de 1/60 de la libra de oro, y una moneda de plata, el denarius argenteus, que valía 1/96 de la libra romana. Estas monedas no llegaron a los pobres. Para ellos se acuñaron de cobre, como el follis. Pero las nuevas monedas tampoco inspiraron confianza; prosiguió la retracción de mercancías y el aumento de precios. Diocleciano quiso detenerlo con el Edicto del máximo, que fijaba los valores de las materias primas, manufacturas, transportes, jornales y salarios.78 Se amenazaba a los acaparadores de mercancías y a los que rebasaran los precios establecidos con confiscación de bienes y muerte. Este edicto no contuvo ni la desvalorización de la moneda ni la subida de los precios.

De todas las reformas de Diocleciano, la económica fue la que fracasó desde el primer momento. La annona resultó insuficiente para la voracidad de la máquina burocrática del Imperio.79 No se supo incrementar la producción. Los grandes terratenientes escaparon a las disposiciones imperiales y el empobrecimiento del Estado pesó directamente sobre los humiliores.

El dominado

Esta complicada red burocrática tenía en su centro la "araña imperial" el emperador absoluto. Diocleciano sustituyó la anarquía de los remedios extremos por una rigurosa ordenación. Militarizó la vida de la sociedad romana. Todo lo uniformó. El latín fue la lengua única de la Administración, y su penetración en los países de habla griega hizo progresos sorprendentes.

La política religiosa de Diocleciano fue una prosecución de la de los Severos y de Aureliano. Pero él no era, como Aureliano, señor y dios por el nacimiento. Los augustos recibían la gracia divina con la investidura imperial, y se convertían en hijos de los dioses. La gracia que recibían de éstos les infundía las virtudes del monarca. Todo el ceremonial cortesano -como la adoratio, el manto y el calzado cubiertos de pedrería- tenía como finalidad la aseveración del carácter sagrado del emperador. La relación entre el princeps y los ciudadanos se transformó definitivamente en comunicación entre el señor y sus súbditos.

Diocleciano se propuso renovar la fe en los dioses de Roma, volver a la moral tradicional. Consagró a las divinidades romanas, Júpiter, Marte; consultó los oráculos antes de tornar decisiones importantes, incitó a sus súbditos a una vida piadosa y pura, inspirada en la moral de la antigua Roma. Persiguió a los maniqueos como agentes del enemigo persa, y a los cristianos, en la más sangrienta de todas las persecuciones, como enemigos interiores de la teocracia imperial.

La obra de Diocleciano

Este emperador fue un empírico de la política. Por eso su gestión está llena de contradicciones, de abismos entre los propósitos y los resultados. Quiso restaurar la tradición romana, pero arrebató a Roma la capitalidad del Imperio, reduciendo el Senado a un simple consejo municipal de la ciudad. Quiso proteger a los humildes, pero su política permitió la formación de nuevos y más extensos latifundios. Compartió la funesta creencia del mundo antiguo -que ha revivido en nuestros días- de la omnipotencia del Estado, pero favoreció los poderes antiestatales, los latifundios de tributación autónoma, que serían más resistentes a la destrucción que la autocracia imperial, cuando llegaran tiempos todavía más angustiosos para Roma.

A lo largo del siglo III hemos visto desaparecer los fundamentos mismos de la grandeza romana. El Senado, la magistratura que había creado el Imperio, reducido a una asamblea municipal. Roma dejó de ser la capital del Imperio que había construido. Italia fue una provincia más, igualada a la más pobre y menos romanizada. Desapareció la doble soberanía del gobierno central y do la autonomía de las ciudades. Los bárbaros invadieron las tierras del Imperio y los piratas su mar.

El empobrecimiento fue progresivo, y la vida volvió en algunas comarcas a un primitivismo de economía natural.

El predominio de los intereses del Estado militar y burocrático sobre los individuos llegó a alcanzar una intensidad que ni el Oriente había conocido, y produjo los mismos resultados que la historia nos muestra en todas las situaciones similares: el envenenamiento de la satisfacción que el trabajo proporciona a los hombres, la destrucción de los estímulos que hacen tolerable la vida a los humildes.

NOTAS

1 La obra que inició los estudios modernos sobre la decadencia de Roma fue la de EDWARD GIBBON: The History of the Declins and Fall of the Roman Empire, edición de 1. Bury, Londres, 1900. Estudios de vigente valor científico: F. ALTHEIM; Le déclin du monde antique, trad. fr., Payot, París, 1953, lúcido estudio de la crisis del siglo in; F. LOT, El fin del mundo antiguo y los comienzos de la Edad Media, tomo XLVII de « La Evolución de la Humanidad dirigida por Henri Berr, editorial UTEHA, México 1956, una de las obras básicas sobre el tenia; M. ROSTOVTZEFF, Historia social y económica del Imperio romano, 2 vols., Espasa-Calpe, Madrid, 1962; L. M. HARTMANN, La decadencia del mundo antiguo, Revista de Occidente, Madrid, 1925; 1. BURCKHARDT, Del paganismo al cristianismo, Fondo de Cultura Económica, México, 1945; 0. SEEcK, Geschichte des Untertangs der Antrken Welt, Berlín, 1895-1920; S. MAzzaino, La fine del mondo antico, Milán, 1959. De historias generales: el vol. XII de The Cambridge Ancient History, Cambridge, 1939, y el vol, I de The Cambridge Medieval History, Cambridge, 1911. De la «Histoire Générale, dirigida por G. Glorz, Histoire romaine, torno IV, 1.ª parte, M. BESNIER, L'Empire romain de l´avénement des Sévéres au Concile de Nicée, París, 1937. Un resumen al día: R. RÉMONDON: La crisis del Imperio romano. De Marco Aurelio a Anastasio. Nueva Clío. Labor, Barcelona, 1967.

2 ROSTOVTZEFF, op. cit., p. 393 del t. II

3 Sobre la pobreza técnica, The Cambridge Ancient History, op. cit., t. XIT, pp. 253 y ss. Sobre la adopción del arado, de la cosechadora y del tonel galo por los romanos, J. CARCOPINO, Las etapas del imperialismo romano, editodial Paidos, Buenos Aires, 1968.

4 Nerva fue el último emperador que intentó una reforma agraria en Italia.

5 «La actitud de los romanos hacia las minas fue la de un conquistador militar más bien que la de un explotador industrial f…] Los romanos se apoderaban de ellas [las gangas] más frecuentemente que las descubrían o explotaban [ … ] Su minería era más bien una depredación que una industria. » T. A. Ric~: Man and Metals, t. I p. 402.

6 J. Carcopino, op. cit., pp. 120 y ss., ha explicado la restauración de las fianzas en tiempo de Trajano por los inmensos tesoros aportados por esta campaña 165 000 kilos de oro y 50 000 esclavos.

7 ROSTOVTZFFF, Op. Cit., II, p. 407,

8 Véase ROSTOVTZEFF, OP. cit., II, pp. 365, 418.

9 Los términos honestiores y humiliores aparecen en el siglo ni. Véase Y. DURUY: Historia de Roma, V, apéndice.

10 Véase ROSTOVTZEFF, op. cit., II, p. 468 ss. En tiempo de Augusto, re. presentantes de las ciudades formaron asambleas provinciales, de carácter consultivo, llamadas concilia. Estos consejos nunca llegaron a ser la expresión de una voluntad provincial. Sus miembros se interesaron más por alcanzar altos cargos en la administración que en defender los problemas de las provincias, En el siglo ni los concilia fueron desapareciendo.

11 Véase,ROSTOVTZEFF, Ir, p. 366.

12 ROSTOVTZEFF, II, p. 205. 1

13 Sin que este término tuviera un sentido peyorativo, basta cien años después, cuando los soldados romanos eran casi exclusivamente germanos, hunos, árabes o africanos.

14 El colonato fue iniciado por los emperadores, en la administración y explotación de las propiedades rústicas del Estado (patrimonio) y de las fincas de propiedad privada del emperador (res privata), situadas en el granero de Italia, en Africa, donde los emperadores poseían extensísimos dominios

15 Véase Supra, 1, 2.

16 Véase Rostovtzeff, op. cit., II, p. 483. A pesar de que soldados y campesinos tenían intereses comunes, de hecho la población campesina tuvo

que sufrir las consecuencias de los acuartelamientos y las requisas de los soldados.

17 La recluta de mercenarios extranjeros ya no se interrumpió huta la caída de Roma. Esta extranjerización del ejército presenta analogías evidentes con la historia de China y de Egipto. En situaciones muy similares de decadencia, los tres imperios recurrieron al mismo sistema de reclutamiento, y en los tres los soldados extranjeros se apoderaron finalmente del trono.

18 Probablemente por influjo de la eficacia militar de la poderosa caballeria de los persas sasánidas.

19 Los germanos ya no se reclutaron sólo para formar tropas auxiliares. Eran alistados en las legiones, antes compuestas únicamente de ciudadanos romanos.

20 Véase Rostovtzeff, op. cit., 11, pp. 371 ss.

21 Supra, 1, 3.

22 Esta circunstancia contribuyó a la pérdida de la antigua tradición romana, y a la implantación de la monarquía absoluta, de origen oriental.

23 Extravagante y escandalosa en el reinado de Heliogábalo, que nombró a un bailarín prefecto del pretorio, a un cochero prefecto de las vigilias y a un peluquero prefecto de la anona.

24 Según Dión Casio.

25 Los pretorianos ya no pudieron elegir emperador. En lo sucesivo fueron los ejércitos de las provincias fronterizas los que hicieron emperadores. Roma ya no estaba en Roma.

26 Véase 1. CARCOPINO, op. cit., pp. 143 ss.

27 Impuesto que obligaba a los ciudadanos a proveer de vituallas al ejér. cito, en casos excepcionales. Desde el siglo iv tuvo carácter obligatorio.

28 El sobrenombre de Caracalla procede de la casaca con mangas de los

galos, así llamada, que el emperador acostumbraba vestir en lugar de la toga latina.

29 Habitantes del Imperio que carecían de la ciudadanía romana.

30 Al parecer, quedaron excluidos de la ciudadanía romana importantes sectores del Imperio, como los dediticios (ciudadanos incorporados por la victoria militar, a los que Roma concedió derechos civiles, pero no políticos). Sobre este importante tema véase ROSTOVTZEFF, op. cit,, II, pp. 276 ss.

31 Una situación parecida se había producido en Egipto en el siglo ir a. de C., en tiempo de los Tolomeos, y su resultado fue la rápida decadencia del país.

32 El prefecto del pretorio, primeramente jefe de las cohortes pretorianas, vino a ser en tiempos de los emperadores como un jefe del gobierno imperial. En la época de la anarquía militar, la elección de emperador dependió, de la lucha entre las legiones fronterizas y los prefectos del pretorio.

33 Sobre las liturgias, véase ROSTOVTZEFF, op. cit., II, p. 206.

35 B. FARRINGTON, Ciencia y política en el mundo antiguo, pp. 122-123, Editorial Ciencia Nueva, Madrid, 1965.

36 «Histoire générale des Sciences», dirigida por René Taton. Tomo I. La Science Antique et médiévale, pp. 309-310, Presses Universitaires de France, París, 1957.

37 En España fueron las más importantes Augusta Emerita (Mérida), Caesar Augusta (Zaragoza), Ispalis (Sevilla), Corduba (Córdoba). En las Galias, Augusto Troverorum (Tréveris), Augústodunum (Autun), lugdu. num (Lyon). En el Rin, Colonia Claudia Agrippinensium (Colonia). En Britania, Eburacum (York), Glevum (Cloucester), Londinum (Londres) En África, Thamugadi (Tirngad) y Ciucul (Djemila).

38 Supra, 1, 4.

39 Septimio Severo era de origen africano, pero fue proclamado emperador por el ejército de Iliria. Emperadores ilirios fueron Claudio II, Aureliano, Probo, Caro y Diocleciano.

40 POLIBIO, Historia, VI, 56. Editorial Aguilar, Madrid, 1964. Sobre la religión grecorromana, GILBERT Murray, La religión griega (trad. cast, Ed. No", Buenos Aires, 1956); El legado de Roma, op. cit., capítulo "Religión y Filosofía" F. CUMONT, Les religiones orientales dans le paganisme romain, París 1929.

41 El legado de Roma, op, cit., pp. 344 ss. J. BURCKHARDT, Op. Cit., PP, 187 ss.

42 El motivo de la consagración fue la conmemoración del nacimiento del sol, fijado el 25 de diciembre, en el solsticio de invierno. Más tarde el emperador cristiano Constancio reivindicó esta fecha para el cristianismo, e hizo de ella el día de Navidad, la celebración del nacimiento de Nuestro Señor (El legado de Roma, op. cit., p. 99, nota 16).

43 Sobre el gnosticismo, S. HUTIN, Les gnostiques, París, 1959: J. REVILLE, La religion de Rome sous los Sevères, París, 1883; G. QUISPAEL, Gnosis als Weltreligion, Zurich, 1951.

44 Las constelaciones profetizaban doblemente el destino del hombre: o indicando, en el momento del nacimiento, el desarrollo de toda su existencia (genitura) o contestando en cada caso concreto cuál sería la solución de lo que se consultaba (iniciativa).

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente