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La caida del imperio romano (página 3)

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45 La semana astrológica perdura m los nombres de los días de la semana de las lenguas neolatinas y germánicas: 1.º, Soles dies (Sonntag en alemán); 2.º, Lunae di(lundi e. francés, lunes en castellano, Montag en alemán); 3.º, Martis dies (Mardi, martes); 4.º, Mercurii dies (miércoles, Wednesday, en inglés, de Wodan, Mercurio); 5.º, Jovis dies (jeudi, jueves, Donnerstag alemán, Thursday inglés; Donar y Thor son divinidades germánicas asimiladas a Júpiter); 6.º, Veneris dies (vendredi, viernes, Freitag alemán, de la Venus germana Freia); 7.º, Saturni dies (inglés Saturday).

46 Véase el amenísimo relato de APULEYO El asno de oro.

47 Véase E. BRÉHIER, Histoire de la Philosophie. L´Antiquité et la Moyen Age, París, 1948 (hay trad. cast., Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 4.ª edición, 1956). E. BRÉHIER, La philosophie de Plotin, París, 1928.

48 WALTER COETZ, Historia Universal, I-XI, vol. II, p. 8 de la ed. casi., Madrid, Espasa-Calpe, 1933.

49 Sobre el cristianismo primitivo véase: 1. DANIÉLOU-H. I. MARROU, Nouvelle histoire de l` Eglise. 1 Des origines a Grégoire le Grand, París, 1963 (trad. cast., Ed. Cristiandad, Madrid, 1964); L. DUCHESNE, Histoire ancienne de I'Eglise, I-III, París, 1906-1910; E. GILSON, La philosophie au Moyen-Age. Des Origines patristiques a la fin du XIVe, París, 1947; A. HARNACK, Die Miss¡" und Ausbreitung des Chistentums, I-II, Leipzig, 1924; H. LIETZMANN, Geschichte der Alten Kirche, I-IV, Berlín, 1953; J. MOREAu, La persécution du chistianisme dans l´empire romain, París, 1956; HUBER JEDíN, Manual de Historia de la Iglesia, 1, Biblioteca Herder, Barcelona, 1965; GUIGNEBERT, El cristianismo antiguo, Breviarios Fondo Cultura Económica, México; el vol. XI de la citada The Cambridge Ancient History.

50 Desde la derrota de Antíoco III de Siria (paz de Aparnea, 188 a. de C.) Oriente helenístico estuvo sometido a una implacable explotación romana.

51 Los levantamientos judaicos persistieron, incluso después de la destrucción del Templo de Jerusalem por Tito (70 d. de C.), hasta la última insurrección en tiempo de Adriano (año 135).

52 Libertos y esclavos fueron los primeros fieles de la nueva religión que no eran de origen judío. Comerciantes libertos los que llevaron el cristianismo a las regiones occidentales del imperio. Véase MARY L. GORDON, "The Nationality of slaves under the Early Raman Empire", Journal of Roman Studies, vol. XIV, 1929. No he podido manejar este texto. Tomo el pasaje transcrito de R. TURNER, Las grandes culturas de la Humanidad, México, Fondo de Cultura Económica, 1948, p. 964: "El [esclavo] perdió los grandes dones de la nacionalidad, sus herencias e inspiraciones, su vigorosa capacidad creadora y su calidad individual única; pero escapo también a las limitaciones de la raza y de la tradición y encontró fácil convertirse en ciudadano del mundo. Tenía una gran ventaja sobre el hombre libre, el hábito del trabajo duro, y gracias a la esperanza de emancipación, el incentivo constante para trabajar bien y con diligencia. El trabajo era el ingrediente salvador que defendía la clase de los esclavos de una total corrupción, y que le dio cierta dignidad propia no reconocida. Además, las innumerables inscripciones sepulcrales, en las que los libertos y sus hijos consignaban la pérdida del padre, la esposa o el hijo (pater carissimus, coniunx inconiparabilis, filius dulcissimus) sugieren que los lazos del hogar deben haber sido especialmente preciosos para quien había surgido de la degradación sin esperanza de la esclavitud… Y si el hogar y sus afectos -ese antiguo cimiento de la grandeza romana- renovaron su carácter sagrado en la población servil, fue esta misma clase despreciada y degradada la que primero recibió y transmitió la religión del amor fraternal. Los primeros cristianos fueron en su mayor parte de ascendencia humilde y probablemente servil. Los esclavos y libertos del primer imperio pueden aspirar a la mayor importancia histórica como primeros depositarios de la nueva religión. Llevaron al cristianismo su cosmopolitismo tradicional, su disciplina para el trabajo y el sufrimiento, y ese afecto familiar que todavía aroma y florece en sus cenizas; mientras del cristianismo recibieron en seguida una inspiración más grande que la de la raza y una emancipación espiritual tan audaz como triunfante: -¿Eres llamado esclavo? No te importe».

53 Filón, filósofo judío de Alejandría, contemporáneo de jesús, hizo un esfuerzo por derivar de la Ley mosaica la filosofía platónica. Orígenes y Clemente de Alejandría iban a intentar la misma empresa dos siglos más tarde.

54 Supra, I, 5.

55 Fue necesario defender el estamento sacerdotal del montanismo, herejía que en la segunda mitad del siglo ir sostuvo la igualdad de todos los cristianos para la celebración de la Cena.

56 Testimoniado por documentos de los papas Víctor 1 (189-198) y Calixto 1 (217-222).

57 Supra, I, 5.

58 «Dad, pues, al César lo que le corresponde y a Dios lo que le per. tenec—, SAN Mateo, 22, 21.

59 Esta psicosis colectiva contra el cristianismo es similar a tantas otras de la historia. Piénsese en la desencadenada contra los judíos en la Edad Media, o en la Alemania nazi, o contra los comunistas por el maccarthysmo norteamericano.

60 Cuando las persecuciones cesaron, hubo discordias entre los partidarios de perdonar a los apóstaras (lapsi) y los intransigentes, que llegaron a elegir un antipapa,

61 Según la Historia Augusta, que ofrece escasas garantías, Alejandro Severo pretendía que el sincretismo absorbiera las das religiones refractarias, judaísmo y cristianismo.

62 Sobre el arte véase F. WICKROFF: Römische Kunst (trad. ingl., Roman Art, Londres, 1922); El legado de Roma, op. cit., pp. 509.564; Rivoira, Architettura romana, Milán, 1927; Arnold Hauser, Historia social de la Literatura y del Arte, I-III Ed. Guadarrama, Madrid, 1957; Antonio García Bellido, Arte Romano, Enc. clás., núm. 1, Madrid, C. S. 1. C., 1955; 1. R. MÉLIDA, Arqueología clásica, Madrid, Ed. Pegaso. El tomo V de la Suma Artis de 1. PIJOÁN es útil por su documentación gráfica; S. Reinach, Répertoire de peintures grecques et romaines, París, 1922

63 Véase Arnold Hauser, op. cit., 1, 165.

64 En el 9 d. de C. tres legiones romanas mandadas por Varo fueron aniquiladas en este lugar; Roma ya no volvió a intentar la ocupación de Germania.

65 El nombre de germanos fue dado primeramente a unas tribus semiceltas de la orilla irquierda del Rin (germeni cisrhenani). Se ignora el origen de esta palabra, que fue aplicada al conjunto vastísimo de tribus que poblaban las selvas ante las que se detuvo la conquista romana. Ellos, los germanos, nunca adoptaron un nombre genérico. Prescindiendo de las clasificaciones de Plinio y de Tácito, topográficas y míticas, la gramática comparada presenta este cuadro:

Dialectos septentrionales: escandinavo antiguo y lenguas modernas que de él derivan.

Dialectos orientales: gótico, burgundio, vándalo. Todos desaparecidos, aunque fue la gótica la lengua adoptada por Ulfilas para su traducción de la Biblia.

Dialectos occidentales: francos, alamanes, bávaros, lombardos, anglos, sajones, frisones (de los que provienen las lenguas alemana, inglesa y holandesa). En el siglo III se habían desarrollado sus industrias metalúrgica y textil, y era activo el comercio con Roma. Pero la mayoría de la población vivía de la agricultura y, en los años de malas cosechas, del botín

66 Véase nota anterior.

67 Nombre de la frontera militar romana.

68 ROSTOVTZEFF, op. cit., II, pp. 433-434, nota 18 del capítulo XI.

69 Supra, I, 3.

70 Es "la aparición del principio germánico del homenaje feudal" (J, 1. HATT, Histoire de la Gaule romaine, París, 1959).

71 Los emperadores que se proclamaron independientes, como Póstumo en la Galia, lo hicieron para defender mejor las fronteras o por ambición del trono. No para crear un Estado independiente. Sólo Zenobia intentó restaurar en Palmira una monarquía helenística, pero el intento fracasó.

72 Colonia y Tréveris, ciudades comerciales, pasaron a ser, por su situación fronteriza, capitales políticas.

73 En esas diócesis parecen prefiguradas las naciones modernas de Occidente: Gran Bretaña, España, Francia (Véase PIGANIOL, op. cit., p. 446).

74 Este se hizo: por alistamiento forzoso de los hijos de soldados; por la capitatio (los terratenientes entregaban los hombres menos útiles para el trabajo agrícola; a veces daban dinero en vez de reclutas, lo que era preferible para el atado); por recluta entre los bárbaros y por alistamientos voluntarios.

75 Una iuga de tierra buena equivalía a tantas de tierra mala, a tartas de viñedos a tantas de cultivos forrajeros, etc. Un hombre adulto era equipa. rado a tantas mujeres, etc,

76 A. PIGANlOL, L'impôt de capitation au Bas-Empire, Chambéry. 1916.

77 Supra, I, 2.

78 En la tarifa de Diocleciano, una casaca militar valía 1.000 denarios. 35 años más tarde costaba 200.000 denarios. Los maestros de primera enseñanza ganaban lo que un panadero. Los de enseñanza superior el doble. Los jornaleros, pastores y artesanos no especializados ganan la mitad de un panadero o un criado. Estos necesitan dos jornales para comprarse unos zapatos, y once días para poder adquirir un traje.

79 El escritor cristiano Lactancio afirmaba que había más funcionarios y soldados que contribuyentes. La exageración es evidente, pero el mal señalado también.

CAPITULO II

Diocleciano había querido devolver al Estado romano la ordenación política que la crisis del siglo in había destruido. Los emperadores del siglo IV se esforzaron por restablecer en la sociedad romana una sensación de seguridad. El Imperio, pese a su vastedad, vivía como en un campo atrincherado, bajo la triple amenaza de las invasiones bárbaras, de las guerras civiles y de la bancarrota. El legado del pasado era inservible, por la creciente barbarización del ejército, de las clases sociales, de los cuadros políticos, de la vida rural.2 La ruina de las libertades urbanas arrastró a las provincias occidentales a una irremediable decadencia. Entre la disminución paulatina de la producción económica y el aumento de los impuestos se estableció una relación de reciprocidad. Aminoraba la riqueza, y la que quedaba era acaparada por la clase gobernante.

En este siglo el cristianismo pasó, de perseguido, a ser la religión oficial del Imperio.

1. La economía al servicio del Estado

La vida económica del mundo romano fue organizada con arreglo a las necesidades del Imperio. Diocleciano y Constantino sistematizaron la economía dirigida y Valentiniano I la reforzó.

El colonato se afianzó y se difundió por todas las regiones del Imperio.3 Un edicto de Constantino ordenaba encadenar, como a esclavos, los colonos que intentaran huir de los fundos, y obligaba los propietarios a devolver los colonos de otro terrateniente, pagando la capitación por todo el tiempo que los hubieran retenido. Los collegia4 fueron definitivamente transformados en corporaciones del Estado, para que sus miembros y sus instrumentos de trabajo permanecieran al servicio único del Gobierno, si bien sus asociados quedaron dispensados de tributos municipales. Los industriales fabricaban armas y tejidos para la Administración imperial, a los precios establecidos por ésta, por contratos forzosos, vigilados por jefes de taller (praepositi) y por procuradores, nombrados por el conde de las sagradas liberalidades (comes sacrarum largitionum), que verificaba y almacenaba las manufacturas. Los transportes fueron intervenidos para asegurar el abastecimiento de trigo, aceite, vinos y carnes que las provincias suministraban. El acarreo de las annonas a los almacenes estatales fue asegurado por los curiales o por los colegios de armadores (naviculalii) bajo la vigilancia del jefe de las oficinas o de los prefectos de Roma y de Constantinopla. Las profesiones fueron declaradas hereditarias. Se prohibió el cambio de oficio.

Estas reglamentaciones, iniciadas en el siglo III, se aplicaron con un rigor ordenancista que resultó muy eficaz. Las necesidades del gobierno quedaron aseguradas.

Mas sería equivocarse deducir de estos hechos que en este tiempo el Estado romano no toleró otro régimen económico que el estatificado. La economía dirigida había sido la solución dada por los emperadores del siglo III a la crisis que se ha estudiado en el capítulo anterior. Al parecer, los gobernantes del siglo IV siguieron, a pesar suyo, una política económica que, en las circunstancias de la época, parecía irreversible. Pero protegieron, o al menos respetaron, la pervivencia de la economía privada, que nos es menos conocida porque nunca estuvo reglamentada.

Lo evidente es que los grandes beneficiarios de esta política fueron los terratenientes, los altos funcionarios del Imperio y los jefes del ejército.

La vida económica en las provincias orientales

El esplendor que la dominación helenística había dado a las ciudades sirias y minorasiáticas fue paralizado, pero no destruido, por la conquista romana. En el siglo IV el Oriente pudo soportar mejor que la región occidental del Imperio la dictadura económica del Estado, porque sus antiguas estructuras económicas se habían desarrollado en el seno del despotismo monárquico. Tampoco las provincias orientales padecieron el azote de las invasiones con la misma intensidad que las de Occidente. Abandonada Mesopotamia a los persas, la frontera de Siria no fue atacada ni en el siglo IV ni en el V.

Sustentadas por la fabricación de la púrpura, de armas, de vidrios, de joyas de oro y plata, de tejidos, ni la vida urbana ni la pequeña propiedad declinaron. Antioquía, Damasco, Edesa, Tiro, siguieron siendo ciudades prósperas y suntuosas. Antioquía fue la capital continental del Oriente romano, antes de la fundación de Constantinopla, como Alejandría era la capital marítima. En Antioquía se acuñaban las monedas imperiales para el Oriente. Emplazada en el valle del Orontes, en un hermoso paraje, era acaso la más bella ciudad del Imperio. Su calle principal, flanqueada a ambos lados por columnas, tenía una longitud de unos siete kilómetros, y cruzaba en líneas recta la ciudad. Abundantes caudales de agua proveían a sus numerosos baños públicos y privados. El parque de recreo de la ciudad era famoso por sus laureles y sus cipreses, por sus fuentes y surtidores. No sabemos de ninguna otra ciudad de la Antigüedad que tuviera, como Antioquía, alumbradas sus calles de noche.' Antioquía arracimó el comercio de lujo del Imperio. Su gran puerto de Seleucia, ampliado en este siglo por Constancio II, era el centro de distribución de las mercancías destinadas a Roma y a Constantinopla. La ruta terrestre que partía de la ciudad se dividía en Herápolis en tres caminos comerciales: el del norte, a través de Asia Menor, llegaba a Constantinopla por Cesárea de Capadocia; el del centro era el de las caravanas del Asia central; el del sur, siguiendo el curso del Eufrates, alcanzaba el golfo Pérsico.

La agricultura siria era la más próspera del Imperio. Sus vinos y aceites, los más estimados en Constantinopla y en Roma. Por eso la superficie del caput o unidad fiscal imponible, era más pequeña en Siria que en las otras provincias.

Asia Menor se benefició de la fundación de Constantinopla. Sus pequeños valles, bien cultivados, su minería y su industria originaron un activo comercio con la nueva capital, y su defensa militar fue reforzada para seguridad de la corte.

Egipto en cambio se empobreció, por la rutina de la explotación agraria y por los abusivos monopolios romanos. Alejandría siguió siendo el primer foco cultural del Imperio, pero Antioquía, y muy pronto Constantinopla, la sobrepasaron como centros comerciales.

La región más debilitada del Oriente romano fue la península balcánica, asolada de nuevo por las invasiones desde el año 378.

La vida económica en las provincias occidentales

La tiranía económica, que dañó sólo superficialmente al Oriente, contribuyó al empobrecimiento rápido y extremado del Occidente romano. Las ciudades galas, bretonas, hispanas o africanas no habían sido colmenas productoras de riqueza, sino residencias administrativas, lugares de placer para los potentiores, marco de los sangrientos juegos públicos. La nobleza provinciana estimaba, como los antiguos romanos, que la agricultura era el único trabajo manual que no degradaba. Pero ya no cultivaban la tierra: lo hacían por ellos sus esclavos o sus colonos. Ya no vivían en el campo: disfrutaban la ociosa existencia de los rentistas en lujosos barrios residenciales de la ciudad. La plebe se había habituado a menospreciar también los trabajos serviles, que quedaban reservados a los esclavos, y los ciudadanos romanos sin fortuna vivían de los donativos públicos de pan y de aceite. En el siglo III se distribuyeron también vino, sal, hasta vestidos. Los repartos de víveres y los juegos públicos eran las drogas adormecedoras de un pueblo defraudado de sus derechos políticos, de sus pequeñas fincas rústicas, arrojado a la miseria material y a la corrupción moral por el patriciado. Ahora, cuando las fuentes de riqueza estaban exhaustas, cuando decaía la producción agrícola, y la nobleza abandonaba las ciudades amenazadas por las invasiones para refugiarse en sus suntuosas villas, el Estado no sólo tenía que pagar y alimentar al ejército, sino avituallar gratuitamente a estas muchedumbres urbanas que podían hacerse temibles.

Italia fue una de las provincias más perjudicadas por la política fiscal, por la despoblación progresiva, por la ruina de sus campos. En el siglo IV perdió sus exenciones tributarias. Se debilitó su vida municipal. Decayeron su artesanado y su comercio.

La Galia siguió aquejada de la epidemia de los bagaudas. A pesar de los cuidados de Constantino y de Juliano, que debieron a esta región su ascensión política, las ciudades se despoblaron. Sus recintos se empequeñecían cada vez que era necesario reconstruirlos: el de Autun se redujo de 6.000 metros a 1.300; el de Nimes, de 6.200 a 2.300 metros. Las ruinas no fueron reparadas. Amiano Marcelino escribía que donde antes había ciudades, ahora sólo existían castillos. La propiedad territorial se concentró en grandes latifundios, como en todo el Occidente.

Africa, que había vivido con los Severos una gran prosperidad, sufrió también los efectos de la economía dirigida y de los trastornos ocasionados por los belicosos nómadas del Atlas. Los grandes propietarios se refugiaron en el campo, en villas fortificadas. Mas subsistieron ciudades activas y bulliciosas, como Madaura, Tabesa y Cartago. Cartago era, después de Roma, la primera ciudad latina del Imperio, la más animada y corrompida, la Antioquía de Occidente; pero también el centro esclarecido de la cultura y de la literatura latinas.'

El proceso económico de la península hispánica

El capitalismo mercantil impulsado por la burguesía romana en los primeros tiempos del Imperio fomentó, desde el siglo I, la inversión de capitales en Hispania. Las circunstancias políticas eran propicias. Augusto había completado la ocupación de la península al someter a cántabros y astures (19 a. de C.). Vespasiano estructuró la dominación imperial en el aspecto jurídico, concediendo a los hispanos el Derecho latino. Como en el resto del Imperio, el imperialismo político se convirtió en imperialismo económico, y las provincias hispánicas participaron en el auge económico de Roma.

La racionalización de la explotación agrícola, peculiar del capitalismo mercantil, desarrolló el cultivo en gran escala de la vid y del olivo. Hispania no era ya una colonia abastecedora únicamente de trigo. El vinum gaditanum -probablemente de Jerez- ;el aceite -más caro, pero de mejor calidad que el africano- – fueron altamente valorados en el mercado de Roma. Los productos de lino y esparto, las salazones de cerdo y pescado, los caballos, los metales y los esclavos completaron un comercio muy activo, facilitado por la apertura de rutas terrestres, por el transporte fluvial y por el intenso tráfico marítimo, acaparado en gran parte por los puertos de Cádiz, Cartagena y Tarragona.

El comercio hispánico se orientó necesariamente a Italia, a la que suministró primeras materias. Hispania no tuvo países vecino, económicamente subdesarrollados (como los que la Galia encontró en Britania y Germania) para comerciar ventajosamente con ellos.

Los beneficios de la economía hispánica afluyeron a Roma tan abundantemente que el Estado pudo, con la reinversión de una pequeña parte de ellos, realizar una grandiosa política de obras públicas.

El desarrollo económico de la colonia favoreció principalmente a los capitalistas romanos y a los grandes terratenientes. Las guerras de conquista habían facilitado la formación de extensos dominios rústicos, y el proceso de consolidación y expansión de los latifundios prosiguió durante los siete siglos de dominación romana. Lenguas románicas y latifundismo agrario son los dos legados de Roma que más han perdurado en la vida española.

Los propietarios rurales eran romanos enriquecidos en el ejercicio de la administración colonia], capitalistas romanos y algunos. jefes indígenas que habían aceptado sin resistencia la dominación romana. Estos potentiores formaban una pequeña minoría que acaparaba la riqueza del país. La mayoría de los seis millones de habitantes de la península eran agricultores -esclavos o semilibres- y pastores, pasivamente insertados en el engranaje colonial. La persistente insolidaridad entre la ciudad y el campo, que la dominación romana no mitigó y el carácter urbano de la colonización imperial explican la escasa romanización del agro hispánico.

La administración colonial se esforzó en desarticular la organización tribal de los indígenas, fomentando la vida urbana. Las ciudades hispanorromanas, ni muy numerosas ni muy populosas, se trabaron en una superestructura intensamente romanizada, fundamento de una conciencia provincial romana, en cuyo carácter unitario han visto prefigurado un sentimiento de hispanización algunos historiadores.7

La crisis del siglo III al arruinar la vida urbana, inició el desmantelamiento de la organización colonial. Las invasiones de francos y alamanes en 262 y 275 devastaron el litoral de la Tarraconense y la Bética, La declinación del capitalismo mercantil, asediado en e doble frente de las luchas sociales y de las incursiones germánicas desorganizó las planificadas explotaciones agrícolas, las exportaciones, las empresas mineras. La producción económica disminuyó. Las exigencias tributarias del Imperio crecían cuanto más irrealizable resultaba su cumplimiento. Los potentiores abandonaron las ciudades para instalarse en sus villas campesinas. Los pequeños propietarios se acogieron al colonato, y la clase media urbana, a la clientela de los potentiores. La agravación de la crisis ocasionó sublevaciones campesinas,. y los bagaudas galos alcanzaron la Tarraconense. La crisis del Imperio no presenta, pues, en Hispania caracteres distintos a los de las restantes provincias de Occidente.

La reorganización administrativa de Diocleciano fue un episodio intrascendente que no corrigió la debilidad de la superestructura colonial urbana. Fuera de las ahora amuralladas ciudades, la romanización dejó calzadas, puentes y acueductos en un país de labradores y pastores, refractarios a la autoridad y a la universalidad de Roma.

La reducción de las tierras cultivadas

Los registros estatales del siglo IV atestiguan una disminución de las superficies agrarias cultivadas en Italia, en el Africa romana y en los Balcanes. Podemos conjeturar que lo mismo sucedió en la Galia, perturbada por las revueltas campesinas y por las invasiones. Los emperadores prohibieron la venta a extranjeros de fincas cultivables; hicieron donaciones de tierras abandonadas, con obligación de explotarlas. Pero estas medidas apenas tuvieron eficacia.

Los monarcas recurrieron a los bárbaros para aliviar la falta de trabajadores agrícolas. El reclutamiento de bárbaros en el ejército permitía prescindir de los colonos en el alistamiento militar, para remediar la escasez de labradores

Los métodos de cultivo no variaron, aunque en este siglo se generalizó el uso de la aceña y de la segadora.

Pero mientras la agricultura del Oriente romano prosperaba, o al menos permanecía estacionaria, la de las provincias occidentales decayó por los cambios de estructuras agrarias. Mientras en Siria aumentaba la población campesina, y los pequeños propietarios formaban comunidades agrícolas y hasta se parcelaban algunas grandes propiedades; mientras en Egipto las fincas de extensión medía y la pequeña propiedad seguían subsistiendo, en Occidente la concentración latifundista avanzaba. Y los colonos, perdido el gusto de vivir, se limitaban a producir lo que les exigían los impuestos estatales y señoriales y sus necesidades mínimas.

La ruralización del artesanado

Aunque en esta época Surgen nuevas palabras técnicas aplicadas a los Oficios, que han inducido a algunos historiadores a suponer una especialización laboral que probaría un progreso de la industria, lo que sabernos testimonia por el contrario, el desplazamiento del artesanado de las ciudades a las guarniciones militares, a las villas rústicas de los terratenientes, y la constitución en los fundos de «complejos» artesanales; es decir, la decadencia de la industria, acentuada por la intervención estatal en las fábricas privadas y por el incremento de las fábricas del gobierno.

El escaso trabajo libre que subsistía quedó afectado por el impuesto del crisárgiro (contribución en especie que los comerciantes debían tributar cada cinco años), por la requisa estatal de trabajadores y por la venta forzosa al Estado, a tarifa oficial, de manufacturas (coemptio).

La reglamentación del comercio

La tarifa del máximo establecida por Diocleciano para contener la subida de los precios enumera gran variedad de productos de lujo, la mayoría elaborados por los industriales de Oriente, que los ricos terratenientes de las provincias occidentales consumían. En Occidente se crearon numerosas colonias de comerciantes sirios, que suministraban a sus escasos pero acaudalados clientes los tapices de Sión, las joyas de oro y plata de Antioquía, los exquisitos tejidos de Apamea y Damasco, los vidrios fenicios. Este comercio privado fue desapareciendo a medida que la situación de Occidente se agravaba. El desarrollo de la piratería, la intervención de los transportes, hasta su militarización por el Estado, arruinaron el comercio privado.

La reforma monetaria

Las medidas económicas de Diocleciano8 no contuvieron el alza de los precios. Constantino creó una nueva moneda de oro, el solidus, que iba a tener una estabilidad mayor que el aureus de Diocleciano. El solidus pesaba 1/72 de la libra romana, 4, 55 gramos de oro. Mientras las nuevas monedas de plata y de cobre se desvalorizaban en seguida, el solidus fue una moneda fuerte, cuyo valor se mantuvo hasta la caída de Bizancio, y pudo garantizar las operaciones comerciales, favoreciendo a los poseedores de excedentes de mercancías, así como a los funcionarios y soldados que la percibían. Si la firmeza del solidus benefició a los ricos, la inestabilidad de las monedas de plata (las siliques) y de bronce (las miliarensa) aumentó los apuros económicos de los artesanos y de los campesinos.

La reforma fiscal

Constantino perfeccionó y engraveció la tributación establecida por Diocleciano. Mantuvo la jugatio-capitatio9 y creó nuevos impuestos: la gleba senatorial, carga que gravaba las rentas de las grandes propiedades; el crisárgiro, que tributaban los mercaderes; el oro coronario, adjudicado a los decuriones municipales, que además, como ya se ha dicho, eran solidariamente responsables de la percepción de la yugatio-capitatio fijada a su ciudad.

El erario del pueblo romano quedó limitado a la depauperada caja municipal de la ciudad de Roma. En cambio, los bienes privados del emperador, multiplicados por las fincas confiscadas, por las tierras de las ciudades y por las propiedades incautadas a los templos paganos, necesitaron, en tiempos de Constantino, dos ministros administradores: el conde de las sagradas liberalidades y el conde de los bienes privados.

Un anónimo proyecto de reforma

Una memoria, dirigida probablemente al emperador Valente por un anónimo súbdito del Imperio, conservada con el título de «Sobre los asuntos militares», propone una reforma de la Administración, que reduzca los gastos del Estado, y una mecanización del ejército, que permita una victoria decisiva sobre los bárbaros. El desconocido inventor describe y dibuja carros acorazados de combate, puentes de goma, máquinas artilleras, lanzas cargadas de plomo, navíos movidos por ruedas de palas. En una época de hundimiento de la ciencia y de la técnica, que creía que sólo remedios religiosos podían resolver la crisis, este solitario, que añora la libertad de pensamiento, y que afirma que el espíritu inventivo es un don natural, que no se adquiere por los estudios retóricos ni por la nobleza del linaje, aparece como el último heredero de los físicos jónicos, de Hipócrates y de Lucrecio.10

2. La sociedad romana en el siglo IV

Augusto y los Antoninos habían favorecido a los ricos. Los Severos quisieron nivelar las diferencias entre ricos y pobres. Diocleciano sometió a ricos y pobres al interés supremo del Estado.. Constantino deshizo las tentativas de igualdad social de los emperadores del siglo III Después de sus reformas, las clases sociales eran verdaderas castas hereditarias. Los habitantes del Imperio sólo eran iguales en lo que a todos quedaba prohibido: la libertad de reunión, de asociación, de pensamiento, de religión, sobre todo, después de la adopción del cristianismo como religión de Estado.

Se estructuró una esclavitud jerarquizada. Los grandes propietarios obedecían a los emperadores, pero eran señores de sus colonos. Los curiales eran siervos de los funcionarios imperiales, pero su poder sobre los colonos de sus fincas y sobre los habitantes de la ciudad era ilimitado. Los propietarios de fábricas, de buques, de empresas comerciales eran en realidad gerentes de sus: negocios por cuenta del Estado, y estaban sujetos al arbitrario despotismo de los agentes imperiales, pero podían tiranizar a sus obreros, a sus marineros, a sus empleados. Los funcionarios de la Administración eran esclavos de la policía secreta, pero tenían un poder casi absoluto sobre los súbditos del Imperio.11

La transformación de las clases en castas hereditarias

Desde el año 325 Constantino promulgó innumerables leyes que al hacer hereditarias las obligaciones de los súbditos con el Estado aseguraban a la monarquía los recursos que ésta quería acrecentrar.

Ni los armadores ni los comerciantes, ni menos todavía los artesanos y campesinos, podían ser funcionarios. La carrera militar había quedado separada de la civil. Los nuevos funcionarios sólo, podían ser escogidos entre las familias de funcionarios, y la burocracia se convirtió prácticamente, si no legalmente, en una nueva casta.12

Los hijos de los soldados fueron también soldados, si no estaban físicamente incapacitados para el servicio militar; en este caso eran nombrados consejeros municipales. Los hijos de los decuriones heredaban el cargo, con la responsabilidad de los impuestos asignados a la municipalidad.

Los armadores fueron endentados en un consorcio que heredaba los bienes de los navieros muertos sin descendencia, y que estaba solidariamente obligado a las prestaciones cooperativas al Estado. Los hijos de los artesanos quedaron vinculados a la profesión de sus padres. El Estado evitó en parte las consecuencias de la desvalorización monetaria incrementando los servicios personales, a los que los colegios artesanales eran forzados.

Los campesinos fueron adscritos hereditariamente a la gleba.

El "clarisimado" clase privilegiada

El orden ecuestre había sido tan favorecido por los emperadores del siglo III,13 que la ascensión de los caballeros enlazó los órdenes senatorial y ecuestre en una nueva clase social, el clarisimado, en la que se ingresaba por servicios al emperador, en todas las ramas de la Administración, desde la jefatura de las oficinas y el gobierno de las provincias, hasta los altos cargos del consistorio y del ejército. Fue, pues, una aristocracia de servicio, de carácter hereditario, que con el tiempo se transformó en nobleza de nacimiento.13

Los clarissimi, llamados también honorati y potentiores, modelan la vida social del Imperio. Perciben elevados sueldos, están exentos de cargas fiscales. Basan su fuerza social en la propiedad de grandes fincas rústicas y en el ejercicio del patronato de los poderosos. Porque estos magnates son los únicos que pueden aliviar la miseria de los curiales, comerciantes, empleados, artesanos y campesinos libres. Su protección no es desinteresada. La cobran en tierras, en servicios y -anticipando el feudalismo medieval- con la fidelidad personal de los protegidos. Los emperadores no dejaron de ver el peligro que el patronato suponía para el absolutismo monárquico. Lo prueban las leyes de Valentiniano I contra el patrocinium, militar o civil. Pero el patronato arraigó.

La vida urbana de Occidente había perdido sus antiguos atractivos. Los nuevos señores fueron a vivir al campo, y allí se hicieron construir hermosas residencias fortificadas. Asumieron funciones judiciales sobre sus colonos, levantaron cárceles en los territorios de su jurisdicción, organizaron pequeños ejércitos privados. Se transformaron en «monarcas del campo».

En cambio en Oriente, los clarissimi, que formaban el Senado de Constantinopla, aunque recibieron grandes donaciones territoriales, como las que prodigaron Constancio II y Teodosio I, no renunciaron a la vida urbana. En sus lujosos palacios de Constantinopla, de Antioquía, de Alejandría, cultivaron los placeres del espíritu, los torneos retóricos, las discusiones filosóficas y religiosas.

El orden senatorial

En Roma y en algunas ciudades italianas, familias de antigua nobleza senatorial romana mantuvieron la tradición de la cultura clásica y el espíritu liberal del estoicismo. Pero el Senado romano no era ya más que el Consejo municipal de la ciudad de Roma. Se ingresaba de derecho en él por el ejercicio de la cuestura. Mas de hecho, cuestura y pretura eran sólo liturgias que obligaban a costear los juegos públicos. Las magistraturas de la República que no habían desaparecido sólo subsistían como ornato de la vida social de la antigua aristocracia. La primera de esas magistraturas, el consulado, conservó su viejo prestigio entre la nobleza pagana, aunque la función del cónsul había quedado reducida a la apertura de los juegos públicos de Roma. Los senadores perdieron la inmunidad financiera y el derecho de ser juzgados por sus pares. Excluidos de la Administración y del Ejército, incluso del cargo de oficial, estos descendientes de los creadores del Imperio se fueron extinguiendo.

La servidumbre del orden curial

Ya se dijo que los Severos -y luego Diocleciano- añadieron a las funciones de los curiales el servicio de cobro de los impuestos estatales, annonas y jugatio-capitatio.14 Con esta medida tuvieron gratuitamente un vasto cuadro de funcionarios fiscales, cuya fortuna personal garantizaba además al Estado la percepción íntegra de los tributos exigidos a cada ciudad. Este sistema se endureció en el siglo IV. Los curiales fueron inscritos en una corporación (consortium), en la que sus bienes quedaban bloqueados para garantizar la tributación de su municipalidad. Cuando más tarde una ley hizo hereditario el cargo de decurión, los curiales quedaron adscritos al servicio del Estado y a la directa tiranía del gobernador de la provincia. Su situación se hizo insufrible en las pequeñas ciudades saqueadas por los bárbaros. Algunos intentaron ingresar en el sacerdocio cristiano, para rehuir sus obligaciones, pero Constantino dispuso que los candidatos al orden sacerdotal fuesen escogidos entre los pobres.

En Oriente, por el contrario, la prosperidad económica permitió a los decuriones cumplir sus deberes fiscales sin arruinarse. Por eso los ideales de la autonomía urbana, que profesores formados en la cultura clásica inculcaban a los hijos de los curiales, subsistieron, sofocados pero vivos, bajo el despotismo oriental de la monarquía constantiniana.

La desaparición del campesinado libre en Occidente

Los campesinos no pudieron conservar su libertad en el desorden producido por las devastaciones de los bárbaros, por el agobio de los impuestos, por la vecindad ávida de los terratenientes. Alguno de los sucesores de Constantino legislaron en favor de los aldeanos: se estableció el derecho de prelación de los labradores sobre los bienes rústicos en venta. Pero pocos labriegos pudieron beneficiarse de este privilegio.

En el siglo IV casi todos los trabajadores agrícolas quedaron integrados en el colonato. Había colonos tributarios, es decir, que pagaban sus impuestos directamente. Pero la mayoría eran adscritos, o sea, inscritos en la tributación juntamente con sus amos. La origo15 los ligaba, a ellos y a sus descendientes, a la tierra. Los grandes propietarios fueron usurpando al Estado poderes de jurisdicción, que vincularon directamente al campesino al dominio señorial. El colonato fue el aspecto agrario de la estructura social del Bajo Imperio, y el principio de la servidumbre medieval.16

La política igualitaria de los emperadores-soldados del siglo in y el espíritu del cristianismo crearon un sincero interés social por los pobres, por las viudas y por los huérfanos. Pero las dificultades financieras, el deshumanizado burocratismo y las epidémicas invasiones hicieron a los pobres más miserables, y los mendigos fueron tantos que formaban casi otra clase social.17

Cuando la Iglesia cristiana adquirió posesiones territoriales no modificó ni mitigó la inhumana naturaleza del colonato. Cuando el Imperio de Occidente se desintegró en el siglo V, las masas campesinas quedaron bajo la autoridad de los señores locales, seglares o eclesiásticos.

La decadencia de la familia como célula social

La autoridad paterna, que en la familia romana había sido ilimitada, desapareció. El matrimonio se fundamentó en la libre voluntad de los contrayentes, sin necesidad del consentimiento paterno. Los hijos pudieron disponer de su patrimonio.18 Las mujeres se emanciparon. Pero si el individuo se libraba de la autoridad familiar, era, como en nuestro tiempo, para encadenarse a poderes más rígidos y esclavizadores, dictados por el interés social, por el servicio del Estado, abstracción despótica, en la que la persona humana no participaba sino con una ciega y pasiva obediencia.

Era la muerte definitiva del humanismo.

3. La monarquía constantiniana

El sistema de la tetrarquía fracasó. La anarquía militar había acostumbrado al ejército a decidir la elección de emperador. Pero en esta época revuelta no era posible apuntalar el Estado recurriendo al sistema antoniniano de elegir emperador al más digno de serlo. Sólo un régimen de sucesión hereditaria podía evitar la arbitraria designación de las tropas. Sobre las formas republicanas del ,consulado, artificiosamente conservadas, fue forjándose la monarquía absoluta hereditaria. Constantino llegó a ser emperador por la amalgama de la fuerza y del prestigio familiar. Descartado del poder en la segunda tetrarquía,19 acabó triunfando por su habilidad política, pero la apoyó en su condición de hijo de Constancio Cloro y en su popularidad entre los soldados del ejército de las Galias.20

Constantino no tuvo por el pasado romano el respeto de Diocleciano. Fue un político sin escrúpulos que dio nuevas soluciones a una situación nueva.21 Nadie tuvo menos miramientos con la tradición, ni ninguno de los emperadores que le precedieron habían dado al poder imperial un carácter tan ostensiblemente personal. Menos desinteresado que Diocleciano, quien consideró su misión como un servicio a Roma, Constantino restableció el principio de la unidad dinástica, haciéndola hereditaria en su familia.

La teoría del poder imperial

En el siglo IV el emperador de Roma era propietario del reino, de los bienes de todo el Imperio, de los súbditos. Su poder era absoluto. Los juristas y filósofos habían aceptado la legitimidad de este poder ¡limitado si procuraba a los pueblos el bienestar; si -según la doctrina estoica- las acciones del monarca se inspiraban en la clemencia, en la justicia, en la piedad y en la filantropía.

Aureliano se había proclamado Dios y Señor. Diocleciano, siguiendo la tradición romana del carácter sagrado de las magistraturas, fue sólo el beneficiario de una gracia divina, carisma que recibía en cuanto emperador, no en cuanto hombre. El pensamiento de los dioses (imitatio deorum) inspiraba sus actos.

Constantino, al apoyarse en el cristianismo, da una forma nueva a la teoría del poder. El emperador recibe su autoridad de Dios. El y sus sucesores son emperadores "por la gracia de Dios",22 que les ha dado la victoria sobre sus enemigos y ha legitimado su autoridad personal.23 Pero este poder no emana de la persona que lo ostenta. Es personal en tanto en cuanto está encarnado en el hombre que es el soberano, y ejercido por él. Aunque los emperadores cristianos se hicieron aconsejar por obispos (Constantino, por Osio de Córdoba y Eusebio de Cesárea; Teodosio, por san Ambrosio), se creían a veces directamente inspirados por la divinidad (instinctu divinitatis) incluso en materias doctrinales.

La transmisión del poder imperial

En la anarquía militar del siglo III el ejército fue el único estamento capaz de transmitir el poder, a pesar de que la designación de emperador correspondiera legalmente al Senado.24 Diocleciano fue el primero que prescindió de la petición al Senado de la confirmación de su soberanía. En el siglo iv el Senado ya no contaba, pero el ejército, si no era el que designaba emperador, intervenía en la transmisión del poder mediante una ceremonia de aceptación.

Fue el ejército el que proclamó emperador a Diocleciano en 284, a Constantino en 306, a los tres hijos de Constantino en 337, a Juliano en 360, a Joviano en 363, a Valentiniano I en 364. El ejército aceptó también, por designación, a los Césares presentados por Constantino en 317; a Valente, nombrado emperador por su hermano Valentiniano I, en 364; a Teodosio, elegido por Graciano, en 379.

Pese a los esfuerzos de Constantino por transformar la monarquía militar en burocrática, la fuerza del ejército persistía. Entonces se convirtió en un problema de derecho político la legitimidad del poder. Los tratadistas del siglo IV establecieron la distinción entre el tirano y el monarca legítimo, el basileus. Tirano era el usurpador; de hecho, el aspirante al trono que fracasaba; se le reconocía por su ambición de poder.25 En la práctica, sólo la victoria sobre lo adversarios confería la legitimidad, porque probaba que el vencedor poseía la gracia divina,

La política imperial procuró asegurar la transmisión del trono por filiación. Si bien es cierto que los soldados, los altos funcionarios de palacio, a veces germanos, hicieron emperadores,26 el principio dinástico se fue afianzando en el siglo IV La familia de Constancio Cloro, padre de Constantino, reinó 70 años (293-363). La de Valentiniano I, si incluimos en ella a Teodosio I, casado con Gala, hija de Valentiniano I, 91 años (364-455).

La organización del poder imperial

El poder absoluto, emanado de la divinidad, es unitario por su misma naturaleza. Pero la defensa militar aconsejaba la descentralización de ese poder en regiones o provincias, organizadas con la autonomía suficiente para resistir las invasiones bárbaras con eficacia; la creación de centros administrativos más próximos que Roma a las fronteras amenazadas. Ya Diocleciano había organizado nuevas capitales administrativas: Nicomedia, Milán, Sirmio, Tréveris. Constantino iba poco después a fundar Constantinopla,

Sin embargo, la unidad fue mantenida, al menos en el primer momento, Durante la tetrarquía, por la autoridad personal de Diocleciano y por la legislación común para todo el Imperio. Disuelta la tetrarquía, hubo largos períodos de régimen diárquico: de 314 a 324 Constantino fue emperador en Occidente y Licinio en Oriente; de 340 a 350 los hijos de Constantino, Constante y Constancio II se repartieron el Imperio; entre 364 y 383 hubo también un emperador en Occidente (Valentiniano 1, después Graciano) y otro en Oriente (Valente, luego Teodosio I). Pero no existió una verdadera división administrativa, con sus cortes, sus ministros, sus funcionarios -por lo menos, no antes del 365. Siempre uno de los Augustos fue más antiguo, o de mayor ascendiente, o el que designó al otro Augusto (Valentiniano 1, a su hermano Valente; Graciano, a Teodosio I).

El principio unitario del Imperio, derivado de la teoría del poder absoluto, fue una aspiración conseguida en distintas ocasiones: Constantino, desde 324 a 337; Constancio II, de 350 a 360; Juliano, de 360 a 363; Teodosio I, prácticamente desde 383. La unidad

parecía salvada cuando Teodosio I reinó solo. Pero el dualismo Oriente-Occidente, manifiesto tanto en el campo socioeconómico27 como en el político e ideológico,28 exigía la constitución de dos gobiernos. La partición, impuesta por Licinio a Constantino, de 314 a 324, era una necesidad en tiempos de Valentiniano 1, reclamada a éste por el ejército, y fue reconocida por Teodosio I en su testamento.29

La monarquía burocrática

Las antiguas magistraturas romanas no separaban las actividades civiles de las militares. Uno de los dos cónsules mandaba el ejército. El general de hoy era cuestor mañana. El gobierno de las provincias llevaba aparejado el mando de las legiones establecidas en cada provincia. Hasta el siglo III no se inició una disociación entre la carrera civil y la militar. La comenzó Galerio, la continuó Diocleciano y la finalizó Constantino. Los emperadores querían poner un freno al poder del ejército, y para lograrlo, reforzaron la máquina burocrática del Estado. Diocleciano, al aumentar el número de provincias, reducía los poderes de sus gobernadores, vigilados por los vicarios de las diócesis; y los doce vicarios dependieron directamente de los prefectos del pretorio. Constantino unificó el Estado, pero descentralizó la Administración, aunque sometiéndola a una ordenación minuciosa, intervenida por tres prefectos del pretorio.

Apartados los altos mandos militares de las tareas políticas; transformados los prefectos del pretorio en magistrados civiles, y reorganizado y ampliado el cuerpo administrativo, para que fuera el soporte del gobierno, los funcionarios llegaron a ser los elementos más influyentes de la sociedad romana, los más adulados y temidos. Sometidos a una disciplina ordenancista, en la que todo estaba reglamentado -según Amiano Marcelino, un funcionario conocía desde su comienzo las etapas de su carrera-; pero bien retribuidos, y encargados de la ejecución de las órdenes de un poder despótico e ilimitado, desplegaron sobre todos los súbditos del Imperio las presiones de la arbitrariedad y de la corrupción. La burocracia fue el punto de apoyo de la monarquía fundada por Constantino; pero, usurpando poco a poco el poder de los emperadores, acabó por paralizarlo. El porvenir parecía ser, como en nuestro tiempo, de un Estado gobernado por tecnócratas, desde una oficina, y con el orden público mantenido por gendarmes.

La Corte y la Administración central

El servicio del príncipe y el servicio del Estado se confunden en el gobierno personal. La corte es una apiñadura de intrigas de los amigos (comites) del emperador, de los eunucos y de las favoritas. Los espías (agentes in rebus) 30 desempeñan en esta corte una misión importante, porque todos, los hombres más humildes como los más esclarecidos, son sospechosos al soberano, pueden ambicionar el imperio. Las delaciones, a veces por los motivos más insustanciales, acarrean a los acusados, inocentes las más de las veces, suplicios horribles, cuando no la muerte.

La corte y el servicio de la casa (cubiculum, dormitorio) del emperador están gobernados por el gran chambelán (praepositus sacri cubiculi), que es el primer eunuco de palacio, a la manera oriental, auxiliado por los libertos, esclavos y eunucos que constituyen la servidumbre de palacio.

El Consejo del emperador o Consistorio está formado por los amigos del monarca y por los cuatro más prominentes funcionarios de la Administración. Los comites forman la comitiva, como desde tiempos de Adriano; pero Constantino da a la comitiva una función oficial, que sustituye el servicio del Estado por el servicio del emperador.31 El Consistorio se reúne de pie ante el soberano.

Los cuatro funcionarios que completan el Consistorio, verdaderos ministros, son: el cuestor de palacio (quaestor sacri palatii), que prepara los proyectos de ley y les comunica al Senado, y es el portavoz del emperador; el jefe de los oficios (magister officiorum), que dirige la oficina de notarios o secretarios que registran las decisiones imperiales, la cancillería imperial, los jefes de oficinas (scrinia), las relaciones exteriores e inspecciona el cubiculum o casa del emperador, la guarda palatina32 las fábricas de Estado y el temido cuerpo de estafetas y policía secreta (agentes in rebus); completan el Consistorio los dos comites de las finanzas: el conde de las sagradas liberalidades (comes sacrarum largitionum), que administra las rentas de la corona (fiscus) y los bienes imperiales (patrimonium); y el conde que cuida de los bienes privados del monarca (comes rerum privatorum).

La administración de las provincias

Constantino conservó la división de Diocleciano en diócesis y provincias, si bien disminuyó las prerrogativas de los vicarios de las diócesis en beneficio de la autoridad de los prefectos del pretorio. Al sustituir la tetrarquía por la monarquía, creyó necesario aumentar el número de prefectos del pretorio hasta tres, con jurisdicción en la Galia, en Italia y en Oriente, como teóricos viceemperadores, aunque sin mando militar. Al dividirse las prefecturas, el área geográfica de su poder disminuyó.

Los prefectos administraban las annonas, ayudaban al emperador en el estudio de las apelaciones, regulaban la legislación, disponían la construcción y reparación de los edificios del Estado, con presupuesto propio, que atendía también los gastos de la enseñanza pública. Eran responsables del orden público y de la seguridad del Estado, y tenían bajo su autoridad a los vicarios y a los gobernadores de provincias.

Constantino sustituyó los vicarios por inspectores temporales (comites provinciarum), que acabaron por convertirse en vicarios. Fue un error de Constantino debilitar la unidad geopolítica de las diócesis organizadas por Diocleciano en favor de la autonomía administrativa provincial.

Las funciones administrativas y judiciales eran ejercidas en las provincias por los gobernadores, llamados consulares en las de mayor extensión, y presidentes (praesides) en las pequeñas Estos títulos acabaron unificados en el de jueces (judices). Los jueces gobernaban las provincias en nombre del emperador, ayudados por los curiales en la recaudación de impuestos y en la conservación del orden público municipal.

Esta administración funcionó con eficacia. La inestabilidad política y militar no influyó apenas en el mecanismo administrativo. La especialización burocrática y la voluntad de defender el Imperio, que los funcionarios compartieron con todos los ciudadanos romanos, mantuvieron la solidez del engranaje hasta la víspera de las grandes invasiones.

La legislación constantiniana

Para los emperadores del siglo iv la voluntad del príncipe es la única fuente del Derecho. Los edictos de Constantino se inspira.ron tanto en las doctrinas helenísticas como en el espíritu del cristianismo. Este déspota era justiciero : castigó las prevaricaciones de los jueces; promulgó edictos protegiendo las viudas, los huérfanos, los deudores; y, si no abolió la esclavitud, facilitó la manumisión y mejoró la situación de los esclavos.

Quiso contener la corrupción de costumbres, como Octavio tres siglos antes: limitó los divorcios, castigó severamente el rapto y el adulterio; humanizó el trato cruel que los prisioneros recibían. El suplicio de la cruz fue sustituido por el de la horca. Dictó penas durísimas,33 pero que deben interpretarse corno un esfuerzo sincero por la regeneración moral de la sociedad romana.34

Constantino sustituye la defensa estática por la defensa móvil

El sistema de defensa de la frontera lineal había fracasado en el siglo III. Los bárbaros lo habían roto repetidas veces. Diocleciano lo reforzó en una época de relativa paz.

Las tropas fronterizas, los limitanei, eran soldados-campesinos de escaso espíritu combativo. Constantino, sin dejar las fronteras desguarnecidas, prefirió la defensa móvil, asegurada por tropas escogidas, acuarteladas en el interior del Imperio, los comitatenses, reserva estratégica, pronta para acudir, lo mismo a un punto amenazado de la frontera que al aplastamiento de las tropas de un pretendiente. Quizá la unidad del Imperio estaba mejor protegida así. Entre los mejores soldados del ejército de línea fueron escogidas las tropas palatinas, las scholae palatinae, que sustituyeron a las cohortes pretorianas, definitivamente disueltas por Constantíno, después de su victoria sobre Majencio en el Puente Milvio.

Constantino nombró, por primera vez, oficiales superiores de este ejército a soldados germánicos. Muchos palatini eran germanos. La calidad de una unidad militar llegó a ser apreciada por la cantidad de soldados germánicos que la integraban, aunque se ha exagerado la importancia cuantitativa de los bárbaros en el ejército romano. En la caballería, los destacamentos romanos (vexillationes) conservaron la reputación de tropas seleccionadas.

La importancia de la caballería se acrecentó, sobre todo en la guardia imperial, la Schola. Una parte de los jinetes fueron equipados con coraza y revestidos de cota de malla, como los caballeros medievales.

El ejército tuvo dos jefes, el de la infantería y el de la caballería (refundidos luego en uno solo, el jefe de las dos armas, magister utriusque militiae), con autoridad sobre los jefes (comes) de las tropas de línea o comitatenses y sobre los duces que mandaban las tropas fronterizas o limitanei. Algunos jefes de frontera (duces limitis) estaban a las órdenes directas de un conde (conde de Africa, de Iliria, de las dos Germanias).

La legión perdió su cohesión y su eficacia militar al quedar reducida a unos mil hombres. Los legados de las legiones (los comisarios políticos del antiguo ejército romano) desaparecieron. Las legiones eran mandadas por tribunos, llamados también prebostes.35 El título de centurión fue sustituido por el de protector. La decadencia de las legiones aumentó la importancia de las tropas auxiliares (auxilia).

La base lícita de reclutamiento siguió siendo la propiedad territorial. Los propietarios estaban obligados a proporcionar al ejército un contingente de reclutas (protostasia), o bien su valor en metálico (aurum tironicum) si el Estado realizaba la recluta por sí mismo. Es preciso advertir que la duración del servicio militar, de veinte a veinticuatro años, reducía a poco la quinta reclutada cada año.

Ya se ha dicho que los hijos de los soldados ingresaban en el ejército al llegar a la edad militar. Así se formó en el ejército un espíritu de casta. El ejército fue un compartimento estanco dentro del Estado, que, como tantas veces en la historia de muchas sociedades, si no tuvo la fuerza suficiente para salvar el Imperio, sí la necesaria para imponer su voluntad al pueblo que tenía la misión de proteger.

La fundación de Constantinopla

La nueva capital del Imperio debió ser escogida por razones estratégicas, y acaso también por motivos religiosos. Roma era el centro del Imperio; pero las guerras fronterizas habían trasladado el pesó del aparato estatal a ciudades más próximas a los frentes: Nicomedia, Milán, Sirmio, Tréveris. El Mediterráneo ya no era el eje económico y militar del Imperio. La ciudad de Roma no era ya ni centro económico activo, sino parasitario; ni político, por la desaparición de la autoridad de su Senado, ni siquiera cultural -en el siglo IV el centro de gravedad de la literatura latina estaba en Africa, en Cartago

En las guerras contra Licinio, Constantino pudo percibir todas las ventajas del emplazamiento de Bizancio, en la diagonal terrestre Danubio-Eufrates, las dos fronteras más amenazadas, y en el punto de esa diagonal cruzado por el eje marítimo Mediterráneo-mar Negro, y en el mejor puerto natural de los estrechos.

La fundación de la nueva Roma fue decidida después de la victoria sobre Licinio, el año 324. La consagración de Constantinopla aconteció seis años más tarde, el 330, según el rito pagano. Se hizo todo lo necesario para que la nueva Roma se pareciese a la antigua. Para embellecerla, fueron saqueadas de hermosas estatuas y columnas las ciudades griegas. Constantinopla tuvo un foro, un capitolio, un Senado; se concedió a su territorio el jus italicum, y la exención de impuestos; el pueblo recibió, como el de Roma, panem et circenses. La población de la ciudad no debió de exceder en el siglo iv de 250.000 a 300.000 habitantes. Pera y Gálata no existían todavía.36 El trigo egipcio aseguró el abastecimiento de Constantinopla. Les centros universitarios de Atenas, Nicomedia, Efeso, Antioquía, Cesárea y Alejandría suministraron los funcionarios que requería la nueva Administración.

La iglesia de Santa Irene se amplió, y se edificaron otras, pero los templos paganos fueron respetados, y aun construidos otros, dedicados a la Fortuna y a la Gran Madre. En el limite de la ciudad, Constantino hizo erigir su sepulcro, cerca de la nueva iglesia de los Santos Apóstoles. Fue la primera tumba de un emperador cristiano, rodeada de las estelas de los doce apóstoles para significar que él era "el decimotercer anunciador de la verdadera fe" y el «igual de los apóstoles», como era llamado entre los cristianos de Occidente.37

La fundación de Constantinopla rebasa en importancia histórica a la de Alejandría, la ciudad helenística de Alejandro Magno. Durante mil años la nueva Roma fue la capital del Imperio bizantino, que salvó la cultura griega de su destrucción, y el escudo que contuvo a los nómadas asiáticos, mientras las naciones europeas nacían y se desarrollaban.

El centro de gravedad del Imperio se desplaza al Oriente

La instalación definitiva de la corte imperial en Constantinopla decidió el destino del Estado romano. El Oriente, más rico y mejor administrado, sobreviviría a las invasiones. La región occidental se desmembraría lentamente. La organización militar y administrativa de Constantino, cuya ascensión política se había fraguado en el extremo occidente del Imperio, en las Galias, favoreció en cambio la parte oriental. Ya antes de ser emperador único, su legislación (que se basa más en el derecho helenístico que en el romano) parece destinada a una monarquía universal, cuyo eje estuviera en Oriente. Al unificar la administración de las provincias orientales en una sola prefectura civil, y al dividir el mando de las tropas entre varios magistri militum, Constantino fortalecía el poder civil y debilitaba el militar en Oriente. Pero cuando divide la región occidental en dos prefecturas del pretorio, Italia y las Galias, y el mando militar de Occidente queda unificado, debilita el poder civil en beneficio del militar. Cuando el ejército occidental esté totalmente barbarizado, estas decisiones trascendentales facilitarían el hundimiento del Imperio de Occidente.38

Desde Constantino, el dualismo Oriente-Occidente, ya aceptado en la organización del Estado, se fortalecerá, hasta la separación de estos dos mundos, bizantinismo y cristiandad latina; cesaropapismo oriental -más oriental quc helenístico, sumisión de la Iglesia al Estado en Oriente, y en Occidente una autoridad política debilitada progresivamente, un vacío ocupado por la Iglesia de Roma.39

4. La Iglesia constantiniana

Las relaciones de Constantino con la Iglesia cristiana tienen una importancia decisiva para el Imperio y para el cristianismo. Su influencia sobre el destino del Estado romano fue concluyente. Para la Iglesia el cambio fue trascendental, la mayor de las revoluciones de su historia.40

La Iglesia al comienzo del siglo IV

Ya se dijo 41 que en el crecimiento de la Iglesia surgen comunidades nuevas, autónomas, sin ninguna constitución para regularlas, sin orden jerárquico. Viejas y nuevas comunidades están unidas por la idea de la Iglesia universal. La Iglesia universal no es la suma de las comunidades, sino la Iglesia de Dios, de la que cada comunidad forma parte. La unidad y la esencia de la Iglesia de Dios no depende del número de comunidades. Ekklesia significa lo mismo la Iglesia universal que una de las comunidades. La designación correcta, por ejemplo, de la comunidad de Alejandría, seria «Ia Iglesia de Dios que vive en Alejandría».

Otras religiones prometían también la salvación sobrenatural, pero sólo el cristianismo supo vivificar, a través de sus comunidades,

ese sentimiento de la fraternidad humana, más fuerte por vivir cada comunidad en el interior de una sociedad que la condenaba, y a la que ella, la comunidad, despreciaba a su vez.

Como un pueblo después de una victoria sobre sus enemigos, la Iglesia salió de las persecuciones robustecida, con más fieles, con nuevas comunidades. En esta victoria, el papel de los obispos fue muy importante, porque las comunidades acertaron a elegir los más capaces. Los obispos aventajaban a los funcionarios imperiales, que se les enfrentaban en cuestiones de la vida cotidiana, porque habían sido elegidos por su pueblo, no tenían que rendir a un superior cuentas de sus actos y eran inamovibles.

Esta religión «simple y cerrada» (simplex et absoluta), como la llamó Amiano Marcelino, se abrió y atravesó las fronteras del Imperio en Armenia, en Persia y, a fines del siglo iv, en Arabia y Abisinia. Pero su fuerza mayor seguía estando en Siria, Asia menor y Egipto.

La leyenda del puente Milvio

En el año 311, poco antes de morir, el emperador Galerio, gravemente enfermo, publicó un edicto de tolerancia; ordenaba en él que cesaran las persecuciones contra los cristianos, siempre que no alterasen el orden público. Esta decisión no era un reconocimiento oficial de la Iglesia, pero sí una confesión del fracaso del Estado en su lucha con los cristianos. En aquella fecha el sistema de cooptación de Diocleciano había desembocado en una situación confusa,42 provocada por las pretensiones imperiales de Constantino, hijo de Constancio Cloro, y de Majencio, hijo de Maximiano, que ellos fundamentaban en el derecho de filiación. Y como ambos tenían mando de tropas-Constantino,de las de Galias y Bretaña; Majencio, de las de Italia y Africa-, sus soldados los proclamaron emperadores. Los dos eran paganos, aunque habían suspendido la persecución de la Iglesia. En las monedas acuñadas por Constantino el 310, aparece el nuevo emperador como un adorador del Sol invicto, del cual pretendía descender toda la familia de Constancio Cloro. El culto solar de Constantino era el mismo de Aureliano, todavía el año 312. La lucha dinástica entre Majencio y Constantino no tuvo carácter religioso. Majencio perdió por sus brutalidades -el apoyo de la población italiana, y Constantino tuvo la habilidad de erigirse en liberador de Italia.

Los relatos cristianos de la decisiva victoria de Constantino sobre Majencio en la batalla del puente Milvio -el de Lactancio como el de Eusebio de Cesárea- difieren en los detalles, pero coinciden en aseverar que los escudos de los soldados constantinianos llevaban un símbolo cristiano.43 Para que su victoria pareciese una gracia recibida del Dios de los cristianos, Constantino hizo levantar en una plaza de Roma una estatua suya, con una cruz en la mano. Pero el paganismo era fuerte todavía, y Constantino demasiado prudente para comprometerse en una decisión irreparable.

El emperador Maximino Daia, dueño entonces de Asia y Egipto, había proseguido la persecución de los cristianos. Su contienda con Licinio, el aliado de Constantino, sí que ofrecía el aspecto de una ,guerra religiosa. Licinio no era cristiano, como tampoco Constantino, pero se había comprometido en Milán a proteger la libertad de la nueva religión. La batalla decisiva entre Licinio y Maximino Daia acaeció en Campus Serenus, entre Andrinópolis y Heraclea, en la primavera del 313. El historiador cristiano Lactancio refiere que la noche anterior al combate un ángel se apareció a Licinio dormido, y le dictó la oración que le daría la victoria. A la mañana, Licinio hizo que fuese comunicada a los soldados. La oración no contenía ninguna fórmula cristiana, y estaba dirigida al Dios supremo, con una vaguedad teísta que hace suponer que este relato no es de fuentes cristianas. Vencedor Licinio, ordenó una terrible matanza ,de los partidarios paganos de Maximino Daia, alabada jubilosamente por los cristianos.44

El edicto de Milán

Antes de la eliminación de Maximino Daia, y después de la de Majencio, Constantino y Licinio se entrevistaron en Milán, en febrero del 313. Los dos emperadores no publicaron ningún edicto. Pero sus acuerdos nos son conocidos por los rescriptos que Licinio promulgó en Nicomedia, su capital. Ambos determinaron aplicar, amplia y liberalmente, el edicto de tolerancia de Galerio, devolviendo a los cristianos todos sus bienes confiscados, "con lo que toda divinidad existente sea benévola y propicia para nosotros y todos nuestros súbditos".45 El edicto de Galerio no sólo quedaba rebasado en su adaptación milanesa, sino que la nueva religión pasaba a ser considerada como beneficiadora del soberano y de los súbditos, es decir, quedaba integrada en la teoría romana de los, dioses protectores.

La política religiosa de Constantino

El favor que Constantino ya no dejó de otorgar a la Iglesia ha sido interpretado contradictoriamente.46 Mas parece evidente que él, que ambicionaba la monarquía universal, organizada sobre bases nuevas, comprendió en seguida todo el valor que para sus planes tenía la creciente fuerza de la Iglesia cristiana. La idea de la monarquía universal recibía su complemento con la creencia del Dios universal. Y este Dios tenía en el corazón de los cristianos un arraigo que Constantino no encontraba en el monoteísmo solar, que había seguido en su juventud, y que no abandonó por el momento.

Constantino proyectaba entonces poner término a la diarquía, destituir a Licinio y ser emperador único, Su instinto político le aseguraba que al proteger a la Iglesia latina se atraía la simpatía de las numerosas comunidades cristianas orientales. En los once años que transcurren hasta la eliminación de Licinio (313-324), mientras éste se limita al reconocimiento oficial del cristianismo, Constantino encaja la Iglesia en el aparato del Estado: los sacerdotes son exentos de obligaciones fiscales, y el servicio de la Iglesia queda equiparado al servicio del emperador; como la legislación imperial contra el celibato era inconciliable con el ideal de castidad de muchos cristianos, Constantino derogó los preceptos que limitaban los derechos de los solteros a heredar; regaló al obispo de Roma el palacio de Letrán, y ordenó la construcción de monumentales iglesias; dispuso que la manumisión de esclavos, efectuada en un templo, en presencia de un sacerdote, concediese el derecho de ciudadanía;47 promulgó un edicto para la santificación del domingo; autorizó a la Iglesia para recibir legados; ordenó la transferencia de procesos de tribunales civiles a tribunales episcopales, y prohibió los combates de gladiadores.48

Estas disposiciones fueron compaginadas con la aceptación de honores religiosos del paganismo. Siguió siendo hasta su muerte pontífice máximo, corno todos los emperadores anteriores; durante varios años su casco y sus monedas llevaron las insignias solares. Cuando el Senado levanta en Roma un arco en su honor, y en el friso que historia la victoriosa campaña del año 312, es plásticamente atribuida al dios Sol la victoria sobre Majencio, Constantino parece aprobar con su silencio esta interpretación. No manda retirar de los lugares públicos las estatuas de los dioses, cuyas efigies tardan en desaparecer de las monedas. Esta tolerancia fue políticamente muy hábil en aquel momento. Cristianos y paganos le obedecerían sumisos si, en el equilibrio a que unos y otros habían llegado, Constantino los dejaba sobrevivir.

El proyecto de un nuevo sincretismo filosófico-religioso

En los primeros años de su gobierno Constantino debió planear la sustitución de los toscos ritos del paganismo popular por una religión «filosófica» que pudiera ser aceptada por los cristianos y paganos más cultivados. Aunque nunca habló bien el griego, ni penetró su espíritu en la cultura helénica, la admiraba. Respetó ,Atenas. Creyó, como los paganos cultos de su tiempo, que la cultura desarrolla en el hombre las más nobles virtudes, Y el primer templo cristiano que hizo construir en Constantinopla lo dedicó a la Sabiduría, Santa Sofía.

Para el cristianismo era una forma de vida, una cultura, más que una religión. Siempre se interesó más por el funcionamiento de la Iglesia que por los problemas de la fe. No estableció nunca una distinción entre religión y filosofía, y el credo de Nicea fue para él la definición de la filosofía más elevada.49

Parece que había ideado una reconciliación entre los neoplatónicos porfirianos y los teólogos cristianos. Los mismos escritores cristianos de su corte, Lactancio y Eusebio de Cesárea, estaban impregnados de conceptos tomados del pitagorismo, del platonismo y del estoicismo. En este sincretismo, helenismo, judaísmo y cristianismo no resultaban incompatibles. Eusebio y Lactancio coincidían en afirmar que la contemplación de los astros acercaba a Dios.

Cuando decidió deshacerse definitivamente de Licinio, hacia el 320, abandonó estos planes, porque entonces quería disponer de la ayuda fervorosa de las comunidades cristianas de Oriente. Ya emperador único, vaciló entre el arrianismo, tan poderoso en Oriente, y la ortodoxia romana, pero descartó el sincretismo neoplatónico-cristiano. Seis años antes de su muerte hizo quemar los libros de los neoplatónicos porfirianos, en un arranque de intolerancia que ponía fin al espíritu del mundo antiguo.

La Iglesia paga con su libertad la protección del Estado

Constantino recibió el bautismo -por cierto, del arriano Eusebio de Nicomedia- en la hora de su muerte. En el siglo IV la postergación del bautismo hasta el fin de la vida no era un hecho insólito. Se pensaba que, recibido en ese momento, aseguraba la salvación eterna. Pero lo cierto es que Constantino no se sometió nunca a la disciplina eclesiástica. Perteneció al coro de catecúmenos que, de pie y en el vestíbulo del templo, escuchaban la lectura y los comentarios del Evangelio, sin participar en la liturgia eucarística. Se tituló «obispo de los que están fuera», de los paganos, a los que quería llevar a la fe del verdadero Dios.

Pero como emperador intervino en los asuntos eclesiásticos, imponiendo, en los problemas de la Iglesia, decisiones inspiradas por el interés político. Protegió la Iglesia, pero la privó de libertad. Las más sangrientas persecuciones no hubieran conseguido nunca lo que logró Constantino de los obispos. Desde el primer momento la Iglesia le reconoció el derecho de convocar sínodos episcopales, y el emperador supo imponer en ellos, «con una presión bien calculada»,50 resoluciones que eran aceptadas por los obispos como inspiraciones del Espíritu Santo. En las graves querellas teológicas del siglo IV las decisiones de la mayoría necesitaron, para ser obedecidas, la intervención del brazo secular. Lo espiritual quedaba así supeditado a lo temporal.

La Iglesia constantiniana

En el ejército romano había muchos soldados cristianos. En la época preconstantiniana estos soldados se negaban a la ceremonia de la adoratio. En las persecuciones su situación fue más arriesgada que la de los cristianos civiles, que a veces pasaron inadvertidos. La violencia del Estado, la indefensión ante el poder oficial, y, más que todo, la doctrina evangélica, indujeron a muchos de estos soldados a condenar toda forma de guerra. Hubo cristianos que se negaron al servicio militar, como los «objetantes de conciencia» de nuestros días.

El antimilitarismo estaba muy difundido entre las comunidades cristianas cuando Constantino entró en contacto amistoso con la jerarquía eclesiástica. En el año 314 el emperador convocó un sínodo en Arles. El problema más grave que en él se debatía era la disputa de los donatistas.51 Pero Constantino utilizó la reunión sinodal para conseguir que los obispos condenaran el antimilitarismo, y fueran amenazados con la pena de excomunión los cristianos que rehusaran al servicio militar.52

En la exposición dirigida por el emperador a los obispos sinodales invocaba a la concordia para no provocar la cólera de Dios contra la humanidad y contra él, de quien dependía el buen gobierno de las cosas terrenales. El emperador necesitaba el favor de la divinidad, y para asegurárselo era preciso que todos, fraternalmente unidos, obedecieran los mandatos de la religión católica. El sínodo de Arles descubre toda la política posterior de Constantino; y la sumisión de los obispos, que excluían de la comunidad a los fieles que se negaban al servicio militar, es un dato revelador del abismo que iba a abrirse entre la Iglesia evangélica de los tres primeros siglos y la Iglesia constantiniana.

El concilio de Nicea

Si el sínodo de Arles tuvo que enfrentarse con los donatistas, el concilio de Nicea se convocó por causa de la herejía de Atrio. Los conciliares invitados por un oficio imperial fueron unos trescientos entre unos mil obispos orientales. Sólo seis representaban la cristiandad latina: dos legados del papa; el cortesano Osio, obispo de Córdoba y consejero de Constantino, y tres obispos más, entre ellos el de Cartago. El concilio de Nicea fue el concilio de Constantino. Asistió a todas las sesiones, intervino en los debates, y con su autoridad evitó el cisma, que inevitablemente hubiera surgido de la posición irreductible de los adversarios y de los partidarios de Arrio. Constantino necesitaba la unidad de la Iglesia, que creía complemento de la unidad del Imperio que acababa de lograr, y la Iglesia se dejó imponer por Constantino la doctrina que encadenaba la unidad de la Iglesia a la unidad del Estado.

La profesión de fe de Nicea se fundamentó en la de Eusebio de Cesárea, anterior a la polémica entre Alejandro, obispo de Alejandría, y Atrio, presbítero de una de las iglesias más importantes de la misma ciudad, sobre la naturaleza de Cristo. Para actualizar la doctrina de Eusebio, se añadió a ella la declaración de que el Hijo es «engendrado, no creado por el Padre», «consubstancial con el Padre » (homoúsicos toi patri). Condenado oficialmente el arrianismo, la oscuridad de esta fórmula trataba de evitar nuevas disputas teológicas y favorecía la unidad de la Iglesia, tan laboriosamente conseguida.53

El credo de Nicea fue obra personal de un emperador que ni siquiera era todavía cristiano. El concilio reglamentó también la organización eclesiástica impuesta por Constantino, inspirada en la del Estado secular. Los sínodos serían asambleas de obispos de una provincia, presididos por el obispo de la capital de la provincia o metropolitano. Se atribuyó una jurisdicción mayor, aunque no delimitada con claridad, al obispo de Roma y a los patriarcas de Alejandría y Antioquía. Era una estructuración esencialmente urbana. La institución de los jorepiscopoi (obispos del campo), iniciada en Capadocia, región de escasas ciudades y de población diseminada en pequeñas aldeas, desapareció a mediados del siglo IV.

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