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La caida del imperio romano (página 7)

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En las retóricas imprecaciones de Salviano, en su evangélica defensa de los oprimidos, late probablemente el ideario de una minoría, acaso el fruto de la obra monástica de los ascetas de Lérins. Salviano piensa que los cristianos, como discípulos de Dios, deben librarse de los bienes materiales, porque la riqueza privada es la fuente del mal. Estamos lejos de las inquietudes religiosas y políticas de Paulo Orosio y de Hidacio. Pero una convergencia existe: la indiferencia de estos escritores cristianos por el destino de un Estado cristiano que abandona los ideales morales del cristianismo.

Bagaudas y circuncelianos

La invasión de 406, que derramó por toda la Galia tribus de suevos, de vándalos asdingos y silingos, y de alanos, ocasionó en aquella provincia una ruina económica que los potentiores quisieron esquivar oprimiendo más a los humiliores. Estos no pudieron soportar las cargas tributarias, y los bagaudas del siglo III20 renacieron con la desesperada violencia de las insurrecciones campesinas. Siervos de la gleba y corporales, colonos, esclavos y hasta jornaleros y arrendatarios libres abandonaron sus cabañas, formaron bandas (bagaudas) que crecieron hasta convertirse en verdaderos ejércitos.

El movimiento alcanzó su más alto vuelo entre los años 435 y 448. Alcanzó a toda la Galia. Los bagaudas encontraron en sus asaltos a las ciudades romanas el apoyo de la plebe hambrienta de las ciudad Uno de sus jefes, Tibatto, dio a la rebelión de la Galia un carácter separatista. Cuando Tibatto fue aniquilado por un ejército romano, los bagaudas aparecieron en la España septentrional. Hacia el año 440 puede afirmarse que la península hispánica estaba en poder de los suevos y de los bagaudas. El gobierno de Rávena envió tropas romanas a la provincia tarraconense. En 449 algunos bagaudas se refugiaron en la iglesia de Tarazona. El general romano Basilio los exterminó dentro de la iglesia, y sus soldados mataron allí mismo al obispo León.21 Hasta cinco años más tarde las huestes visigodas no dominaron la sublevación hispánica.

Los bagaudas se rehicieron entonces en la Galia acaudillados por un médico, Eudoxio. El generalísimo romano Aecio recurrió contra ellos a tropas alanas, y Eudoxio se refugió en la corte de Atila, y acaso intentó persuadir al rey de los hunos para que realizase su campaña de conquista de la Galia.

La defensa de los bagaudas por Salviano no deja ninguna duda sobre el carácter social de estos levantamientos. Los bagaudas se rebelan contra los impuestos, contra la rapacidad de los ricos, contra la venalidad de jueces y de funcionarios. Al mismo tiempo es un movimiento separatista, un intento de fundar, al menos en la Galia,22 un Estado independiente.

La rebelión de los circuncelianos («los que merodean alrededor de las cillas o graneros») es religiosa y social a la vez. En el Africa romana había surgido una fuerte corriente provincialista, que en el siglo IV tomó forma en el cisma donatista. Los cristianos de Africa, guiados por el obispo de Cartago Donato,23 mantuvieron una actitud rigorista frente a los cristianos que, en las persecuciones, habían renunciado a su fe y rehuido el martirio. Su protesta contra la intervención de Constantino en los asuntos eclesiásticos fue tajante. Cuando el emperador Constante quiso forzar a los donatistas a la obediencia, éstos pidieron ayuda a los circuncelianos.

Existían en Numidia equipos de jornaleros que se contrataban en las fincas rústicas para los trabajos estacionales de recolección. El paro agrícola y la miseria transformaron a los circuncelianos en rebeldes agrupados en partidas armadas. El cristianismo donatista dio a estas gentes hambrientas un programa religioso. Sus caudillos Axido y Fasir fueron llamados «jefes de los santos». Muchos esclavos se les unieron. Algunos obispos donatistas, aterrados por el radicalismo social de la insurrección, pidieron ayuda al conde romano de Africa. La represión rebasó en violencia al levantamiento, y los donatistas pudieron alabarse de ser la Iglesia de los mártires. Los circuncelianos no fueron dominados hasta mediados del siglo V.

Bagaudas y circuncelianos son campesinos acorralados que se rebelan contra los grandes propietarios y contra el Estado, el «exactor tiránico» de la plebe. Estas insurrecciones son anteriores a las grandes invasiones del siglo V, y se valen del desfallecimiento del Gobierno de Rávena ante los bárbaros para resurgir poderosamente. Salvo las incitaciones de Eudoxio a Atila, ningún indicio nos descubre relaciones o alianzas entre los campesinos insurrectos y los bárbaros. El Imperio se sirvió de mercenarios alanos, los guerreros del fiero rey Goar, para reducir a los bagaudas galos. El reino vándalo africano de Genserico persiguió con la misma crueldad a los católicos que a los donatistas circuncelianos. Los godos aprovecharon la rebelión de los bagaudas hispánicos para ofrecer al Imperio, a un elevado precio, soldados para la represión.

El fin de los bagaudas se produce cuando disminuye la presión tributario, al desarticularse la administración fiscal del Imperio.

Por otra parte, el asentamiento de los federados bárbaros y de sus ejércitos en la Galia, Hispania y Africa desacopla el desarrollo militar del levantamiento.

La nobleza romana y la germana

Ni las invasiones ni los asentamientos germánicos aportan un cambio sustancial en los grupos sociales del Imperio de Occidente o de los recién fundados reinos germánicos. Los factores sociales determinantes no son ni la raza ni el linaje, sino la posesión de la tierra y los cargos públicos, otorgados por el gobierno de Rávena o por los monarcas germánicos.

La nobleza romana fue respetada por los bárbaros, y si bien tuvo que compartirla con éstos, conservó una privilegiada posición. Poseedora de grandes propiedades rurales, incesantemente dilatadas por las apropiaciones de las tierras de los acogidos a su patronato, o de fincas rústicas o urbanas anexionadas durante el desempeño de una elevada función pública, disfrutaba de prerrogativas fiscales, jurídicas y militares tanto más acrecentadas cuanto más se relajaba el Estado. El triunfo de los bárbaros favoreció esta tendencia autártica, y la colaboración de la nobleza en el gobierno de los Estados germánicos resultó beneficiosa para ambas partes. Los reyes bárbaros se sirvieron de la experiencia administrativa de la antigua nobleza romana, y ésta conservó y aun enriqueció su patrimonio, resarciéndose con creces de pérdidas financieras derivadas de los alojamientos. Así pudo conservar esta aristocracia en las monarquías germánicas muchos elementos del derecho y de la administración romanos. Algunos de estos nobles romanos fueron consejeros de los reyes germánicos que realizaron una obra política de gran vuelo: León de Narbona, del visigodo Eurico; Casiodoro, del ostrogodo Teodorico; Partenio, del franco Teodoberto.24

La nobleza germana de nacimiento se transformó, como la romana, en aristocracia latifundista y burocrática. Y como las donaciones territoriales y los cargos públicos sólo podía obtenerlos por decisión real, fue una nobleza más palatina que la romana. El latifundio no era desconocido por los invasores, y la gran propiedad o «villa» gala, anterior a la conquista romana, había perdurado durante la época imperial.25 Asimismo, los sistemas romanos del patronato y del colonato fueron adoptados por la aristocracia germana.26

La aristocracia latifundista romana, 1ª nobleza germana y los jefes militares, bárbaros o romanos, superaron sus diferencias en el interés común de debilitar la autoridad del Estado.

La Iglesia y la beneficencia pública

El grupo social más influyente en la sociedad romana del siglo V es la Iglesia. Sus inmensos dominios territoriales le proporcionan una fuerza económica que aventaja, por su cohesión y eficacia administrativa, a la de los señoríos laicos. Cuando el núcleo intelectual pagano de la época teodosiana se extinguió,27 la Iglesia se convirtió en la única depositaria de la cultura antigua. Si los obispos fueron, como se ha dicho, defensores de las ciudades, los papas desarrollaron una acción diplomática descollante en la defensa de Roma. Inocencio I fue intermediario entre Alarico y la corte de Rávena. León I se entrevistó con Atila, y negoció con éxito la retirada del ejército de los hunos. San Germán de Auxerre intentó el apaciguamiento de los bagaudas de la Galia noroccidental y de los bretones secesionistas; en las negociaciones entre la corte de Rávena y el reino visigodo de Tolosa intervinieron clérigos.28

La Iglesia fue heredera de la romanidad. El clero era romano. En el siglo V sólo hubo dos obispos germanos. Hasta tiempos carolingios, en el siglo VIII, no se completó la fusión de romanos y germanos en el episcopado cristiano.29

El Estado cedió a la Iglesia la beneficencia pública. En una sociedad primordialmente agrícola como la romana, en la que el pueblo había sido desposeído de sus tierras, y la propiedad agraria repartida entre los grandes dominios señoriales, los poderes públicos habían establecido desde hacia siglos la distribución gratuita de víveres entre el proletariado hambriento de las ciudades. La Iglesia constantiniana destinó una parte de las donaciones que recibía de los emperadores y de los devotos acaudalados al alivio de la miseria de los pobres; el Estado fue gradualmente transfiriendo a la Iglesia el ejercicio de la beneficencia, proporcionándole los medios económicos necesarios. El traspaso a la jerarquía eclesiástica de los socorros destinados a los necesitados, iniciado ya por Constantino, dio a la Iglesia un gran ascendiente sobre la plebe romana.30

La estructura social de los pueblos germánicos

Entre los germanos el grupo social más numeroso lo constituían los hombres libres (ingenui), los guerreros. Los pueblos bárbaros que se establecieron en las tierras habitadas por una sociedad declinante, pero más civilizada, tuvieron que estructurarse militarmente para vencerla; por eso el guerrero, de condición libre, fue entre los germanos un importante factor social. En la paz, las aseambleas locales de hombres libres (mallus), reunidas periódicamente a cielo descubierto, tomaban las decisiones que interesaban a la comunidad. En tiempo de guerra, la autoridad absoluta correspondía al rey o jefe militar, el dux, por derecho hereditario o por la elección de la asamblea de guerreros. Y como el estado de guerra se hizo costumbre durante varías generaciones para estos pueblos, y los reinos germánicos surgieron de la conquista militar, las jóvenes monarquías bárbaras se configuraron autoritariamente, y la asamblea de hombres libres sólo perduró en el reino de los francos.

Había hombres libres en las aldeas, en las ciudades, en los dominios rurales. Con ellos fueron mezclándose los supervivientes de la clase de ciudadanos romanos libres, en su mayoría artesanos (collegiati) y comerciantes (mercatores), habitantes de las ciudades, en un ininterrumpido proceso de fusión étnica.

Los ingenui bárbaros que recibieron tierras en los alojamientos, o despojaron de ellas a los vencidos, convirtiéndose en pequeños propietarios rurales, se vieron aprisionados en la misma malla que arrastró a los campesinos libres romanos al colonato y al patronato. Sin embargo, en el siglo V los colonos germanos no quedaron hereditariamente adscritos a la gleba; conservaron la libertad de romper el pacto convenido con el señor. Otros no recibieron tierras, sino que se vincularon por lazos de fidelidad o de dependencia personal o militar, bien a su rey, formando parte de su comitiva (comitatus), bien a los seniores bárbaros (como los saiones de la España visigoda). En la clientela de los reyes germánicos había nobles y hombres libres, pero la aptitud personal y la capacidad militar compensaban las diferencias de linaje.

La situación de los colonos sólo aventajaba a la de los siervos en la posesión de una personalidad jurídica que fue negada a los hombres de condición servil. Para su provisión de esclavos los bárbaros siguieron modelos romanos: prisioneros de guerra, deudores insolventes, hijos de padres esclavos o de uniones mixtas; se impuso la esclavitud a los culpables de determinados delitos. Los siervos del rey (servi regis) y de las iglesias (servi ecclesiarum), entre los que había médicos, artífices especializados y comerciantes, disfrutaron de compensaciones materiales que envidiaban muchos hombres libres.

La sociedad germánica del siglo V vino a restaurar en territorios del Imperio formas de vida arcaizantes, que Roma había superado hacía varios siglos. En este sentido, la instalación de los bárbaros en la pars occidentalis fue un retorno al pasado.

3. La corte de Rávena y los primeros Estados federados germánicos

El panorama político del siglo siglo siglo V en el Imperio de Occidente es complejo y confuso. Hasta Teodosio los emperadores ejercen realmente el poder, visitan las provincias, mandan los ejércitos. Pero la dinastía teodosiana se encierra en Rávena o en Constantinopla y abandona los asuntos públicos a las rivalidades de la camarilla cortesana y a las ambiciones de los jefes del ejército. Con mucha frecuencia surgen usurpadores del trono (Constantino III, Geroncio Máximo, Jovino Sebastián, Juan) que toman bárbaros a su servicio, como los emperadores romanos, Estos tres factores, camarilla imperial, jefes militares, antiemperadores, tejen una red inenarrable de intrigas. Los jefes bárbaros entran en el juego político como profesionales de la guerra que contratan sus ejércitos al mejor ofertante, como los condotieros italianos de los siglos XV y XVI, y prestan sus servicios hoy al enemigo de ayer. Ni los más grandes personajes de la época, un Constancio, un Aecio, que sirven al Imperio desinteresadamente, dejan de recurrir a la intriga y a la traición, usados como ingredientes necesarios de la política.

Los vándalos, alanos y suevos en la Galia

Mientras Alarico vivía su aventura italiana, la Galia era saqueada por los vándalos, alanos y suevos. Los hunos, después de haber aniquilado a los alanos y a los godos en las estepas del sur de Rusia,31 habían disfrutado durante veinticinco años pacíficamente de su victoria. Al empezar el siglo V emprendieron la conquista de Panonia, la Hungría actual. Los vándalos asdingos, que ocupaban la llanura panónica desde mediados del siglo III, no intentaron resistir. Embarulladamente abandonaron el campo a los temidos jinetes asiáticos. Pero el camino de Italia estaba interceptado por los visigodos de Alarico, acantonados en aquel momento entre Panonia y Dalmacia. Sólo quedaba a los asdingos una abertura, la del oeste, por la calzada romana que, uniendo la Nórica con Maguncia, lleva a la Galia a través del valle del Danubio superior.

Se incorporaron a los fugitivos en su éxodo, aunque sin fusionarse con ellos, los suevos del alto valle del Danubio, unos grupos de alanos escapados de las comarcas señoreadas por los hunos y los vándalos silingos del valle del Main. Los cuatro pueblos alcanzaron la Orilla derecha del Rin en diciembre de 406.

Ya se dijo en el capítulo anterior32 cómo atravesaron el Rin y la trascendencia de este suceso. La Galia se entregó inerme a los asaltantes. Ninguna ciudad, excepto Tolosa, opuso resistencia: Trévexis, la antigua capital de la Galia, Estrasburgo, Worms, Amlens, Reims, toda la Galia septentrional y central, así como la Aquitania, fueron saqueadas hasta el agotamiento de sus recursos.

Los conquistadores no se propusieron destruir el Imperio ni someter a su obediencia a los habitantes de las regiones que devastaban. Buscaban, sin un plan fijo, tierras donde vivir.

El único ejército romano que se enfrentó con esta irrupción victoriosa de tribus bárbaras fue el de Bretaña. Dejando desguarnecida la isla, el pequeño ejército desembarcó en la Galia. Su general Constantino se proclamó emperador, y recibió de sus soldados la púrpura imperial. Pero sus tropas no eran bastantes para impedir las correrías de los bárbaros, ni pudieron evitar la invasión de la península ibérica.

Los protagonistas de la invasión de 406 no fundaron más que efímeros reinos: el de los suevos en Galicia, absorbido por el Estado visigodo en 585; el de los vándalos silingios y alanos, desaparecido mucho antes, en 418; el africano de los vándalos asdingos, destruido por Justiniano en 533. Pero infligieron al Imperio una herida que, sin ser mortal, nunca se curaría, precipitando su fin.

Antiemperadores y bárbaros en la Galia y en España

El anticésar Claudio Constantino ocupó Arles, capital de la prefectura de la Galia, y mandó a su hijo Constante a someter Hispania. Constante venció la débil resistencia de los parientes del emperador Honorio, que habían reunido algunas tropas auxiliares (ningún ejército romano estaba acantonado en la península), y se adueñó nominalmente del país. Encargó la defensa de Hispania al general Geroncio y volvió al lado de su padre en Arles. Pero Geroncio aspiraba también al trono, y nada hizo por impedir la irrupción en la península de los vándalos, alanos y suevos el año 409. Proclamó emperador a su hijo Máximo, persiguió a Constante por la Galia hasta eliminarlo, y sitió a Claudio Constantino en Arles. Constantino acababa de conseguir de Honorio el reconocimiento de sus pretensiones sobre la Galia. Pero Honorio cambió de parecer, y envió contra ambos usurpadores un ejército mandado por el general romano Constancio. Geroncio fue derrotado, y se suicidó cuando sus tropas se pasaron al campo enemigo, Constancio sitió a Claudio Constantino en Arles. Surgió entonces otro antiemperador, el galo Jovino, proclamado por la aristocracia gala en Maguncia, dominada por los burgundios, y apoyado por éstos y por los guerreros alanos del tornadizo rey Goar. Constancio concedió a Claudio Constantino y a sus soldados una capitulación generosa, para disponer contra el nuevo enemigo de todos sus recursos militares. Pero Honorio quiso vengar en Claudio Constantino la muerte de sus parientes hispanorromanos, y ordenó que le fuera presentada en su palacio de Rávena la cabeza de su enemigo.

Los visigodos en la Galia

Al año siguiente, el 412, llegaban a la Galia los visigodos. El sucesor de Alarico, Ataúlfo, siguió la política nacionalista del fundador del reino godo en los primeros años de su breve reinado. Como Alarico, Ataúlfo hubiera querido establecer en la fértil Africa romana a su pueblo, pero desistió, porque no disponía de naves de guerra para forzar un desembarco. Y como Italia, arruinada y hambrienta, no brindaba incentivos para el asentamiento de los visigodos, Ataúlfo resolvió que los sucesos de la Galia y de España eran favorables para una gran aventura militar.

Los visigodos atravesaron Italia de sur a norte y, a través de los Alpes, alcanzaron el valle del Ródano. En el primer momento Ataúlfo parece inclinarse por el partido del anticésar Jovino. Pero las rivalidades entre los bárbaros encienden odios inagotables que destruyen su solidaridad étnica frente a Roma, y en el campo romano ni los emperadores ni sus adversarios pueden prescindir de los soldados bárbaros. El visigodo disidente Saro, rival de Alarico desde que ambos servían a Teodosio I, abandona el servicio de Honorio para unirse a Jovino, y esto basta para que Ataúlfo rompa con el antiemperador. Actúa entonces la diplomacia imperial para atraerse a los visigodos: el prefecto de la Galia Dardano negocia una alianza entre el Imperio y Ataúlfo. Los visigodos recibirán una annona y una provincia gala para su alojamiento en calidad de federados. A cambio, Ataúlfo vencerá y entregará los usurpadores (Jovino y su hermano el corregente Sebastián) a Honorio, y dejará en libertad a Gala Placidia, la hermana del emperador, rehén de los visigodos desde el saqueo de Roma de 410.

Ataúlfo cumplió la mitad del convenio, la desaparición del anticésar y de su hermano, pero no entregó a Gala Placidia. Honorio reclamó a su hermana y suspendió el abastecimiento de los visigodos, instigado por el general Constancio, que ambicionaba el matrimonio con Gala Placidia, como un pedestal para el trono. Falto de víveres para abastecer a su pueblo, Ataúlfo quiso apoderarse de los almacenes de trigo de Marsella, pero el general romano Bonifacio lo impidió. Ataúlfo no permaneció inactivo. En el otoño de 413 Narbona, Tolosa, Burdeos, la comarca más rica, más romanizada y menos dañada por las invasiones, fue ocupada por los visigodos.

Ataúlfo obraba contra Honorio obligado por las circunstancias, forzado por la o necesidad de víveres. Pero sus miras eran más altas, y no carecían de grandeza, si es cierto el relato de un caballero de Narbona, que había servido en el ejército de Teodosio, recogido por el historiador Paulo Orosio:

"Este caballero nos dijo que en Narbona había llegado a intimar grandemente con Ataúlfo, y que le había relatado con frecuencia -y esto con toda la seriedad de un testigo que presta declaración- la historia de su propia vida, que estaba a menudo en labios de este bárbaro de rico espíritu, vitalidad y genio. Según la propia historia de Ataúlfo, éste había empezado su vida con un vivo deseo de borrar todo recuerdo del nombre de Roma, con la idea de convertir todo el dominio romano en un imperio que sería el imperio de los godos… La experiencia le había convencido, con el tiempo, de que, por una parte, los godos estaban sumamente descalificados por su barbarie indomable para una vida gobernada por la ley, mientras que por otra parte sería un crimen suprimir el gobierno de la ley de la vida del Estado, pues el Estado deja de ser él mismo cuando la ley deja de gobernar en él. Cuando Ataúlfo hubo adivinado esta verdad, resolvió alcanzar la gloria que estaba a su alcance, de usar la vitalidad de los godos para la restauración del nombre romano en toda -y quizá más que en toda- su antigua grandeza."33

Lo evidente es que el matrimonio de Ataúlfo con Gala Placidia servía estos fines políticos. El ceremonial de la boda, hasta los vestidos de los contrayentes fue rigurosamente romano. El hijo de esta unión fue llamado Teodosio, como el padre de Gala Placidia, el gran emperador, y era el hilo maestro de la trama política urdida por Ataúlfo; aquel niño sería el legítimo heredero de dos grandes pueblos, que aportarían la fuerza goda y la ley romana a una fusión llamada a grandes destinos.

Estos grandiosos proyectos se frustraron en poco tiempo. Las relaciones con la corte de Rávena empeoraron desde el matrimonio del monarca visigodo con Placidia. Ignoramos qué es lo que Ataúlfo se proponía al proclamar emperador al mismo Atalo que ya habla coronado y destronado Alarico,34 montando en Burdeos una corte rival de la de Rávena, con un gobierno sin autoridad formado por nobles aquitanos. La campaña militar de Constancio aventó este decorado teatral. Desde la capital prefectorial de Arles, el rival de Ataúlfo bloqueó por hambre al pueblo visigodo, al disponer la ocupación por tropas romanas de todos los puertos mediterráneos de la Galia. Ataúlfo, buscando comarcas fértiles y no devastadas para abastecer al pueblo godo, pasó con su ejército a la provincia Tarraconense, y Atalo fue capturado por los romanos. En Barcelona nació y murió a poco de nacer el pequeño Teodosio, y allí mismo fue herido de muerte Ataúlfo por un cliente de Saro, a fines del verano de 415, año y medio después de las esperanzadoras nupcias del rey visigodo con la hija de Teodosio el Grande.

Ataúlfo recomendó antes de morir que Placidia fuese devuelta a la corte de Rávena, para facilitar un nuevo pacto de su pueblo con el Imperio y el asentamiento definitivo de los visigodos. Pero el partido antirromano eligió rey a Sigerico, asesinado a los siete días, y luego a Valia. El nuevo monarca intentó, como sus antecesores, trasladarse al Africa, pero su flota naufragó. Acosados por el hambre, los visigodos volvieron al servicio de Roma. Por el tratado de 416, Valía se comprometía a devolver a Placidia y a expulsar de la península ibérica a suevos, vándalos y alanos. Los visigodos recibieron del Imperio una annona de 600.000 medidas de trigo.

Vándalos, alanos y suevos en la península Ibérica 35

La epidemia política de las usurpaciones fue causa directa de que el año 409 irrumpieran en España los cuatro pueblos bárbaros que habían roto tres años antes la frontera del Rin. Vándalos asdingos y silingos, suevos y alanos prolongaron en España durante un bienio la aventura que vivieron en la Galia. Desmontaron el frá. gil caparazón defensivo de las ciudades y vagaron por la inerme península, aterrorizando con sus harapientas pellejas a los civilizados hispanorromanos.

Orosio, Hidacio, y san Isidoro36 acentúan con tonos sombríos las depredaciones de los invasores. Los relatos de estos historiadores han acuñado una imagen escalofriante de este período: guerra, hambre, peste, bestias feroces que buscan la carroña en los lugares habitados, perceptores de impuestos que se llevan los últimos recursos. Verdad es que toda expedición bélica acarrea crueldad y miseria, y que los recursos del país estaban ya muy disminuidos por las seculares exacciones fiscales. Pero, como escribía Orosio,37 la conquista de Roma no había sido menos cruenta; y los bárbaros no pretendían sojuzgar a los habitantes de la península: querían alimentos para remediar su hambre y tierras que habitar y cultivar. Por eso ningún abismo irreparable se abrió entre bárbaros e hispanorromanos, y fue posible y aun preferible para los nativos una convivencia pacífica, romo sabemos por el mismo Paulo Orosio.

La segunda fase de la invasión se inicia en 411. Los cuatro pueblos reciben o toman tierras y se las reparten. Se desconoce si por un acto de fuerza o por un acuerdo con los hispanorromanos. El gobierno de Rávena tuvo que aceptar el hecho consumado, pero como un arreglo provisional. Hidacio38 refiere que los suevos y los vándalos asdingos ocuparon Galicia; los alanos, Lusitania y Cartaginense, y los silingos, la Bética. Es decir, la totalidad de la península menos la tarraconense, la provincia más próxima a Roma, la primera romanizada, acaso la más remisa en aceptar la negociación directa con los bárbaros.

El reparto evidencia que después de cinco años de marchar juntos estos pueblos seguían diferenciados en cuatro unidades políticas independientes, cuatro civitates, como las llamaron los romanos. Lo que no sabemos es si aceptaron la autoridad militar de un dux único, o cada civitas era gobernada por un rey. Las crónicas han conservado varios nombres de estos caudillos: el asdingo Gunderico, el silingo Fredebaldo, el suevo Hermerico, el alano Adax.

Cuando el año 416 el monarca visigodo Valía emprendió, como federado de Roma, la tarea de arrojar de la península a estos cuatro pueblos, la victoria visigoda sobre los alanos y los vándalos silingos fue rápida y completa. En menos de dos años estas dos civitates quedaron aniquiladas, y sus escasos supervivientes se incorporaron a la comunidad de los vándalos asdingos. El rey silingo Fredebaldo fue llevado a Roma prisionero.

Quedaban en la lejana Galicia los asdingos y suevos, enzarzados en guerras intestinas. Pero Valia fue llamado por el generalísimo Constancio (fines del año 418), quien ofreció a los visigodos un nuevo foedus, contratando sus servicios militares a cambio de su alojamiento en la vasta región situada entre el Loira y los Pirineos y entre el Atlántico y Tolosa, cediéndoles siete ciudades: Burdeos, Agen, Angulema, Saintes, Poitiers, Périgueux y Tolosa. Esta comarca comprendía territorios de varias provincias (las dos Aquitanias, Novempopulania y Narboriense primera) y carecía de un nombre que expresara su unidad. Sidonio Apolinar la llama Septimania en una carta a Avito.

Los motivos de esta nueva mudanza en la política imperial pueden explicarse por el temor de la corte de Rávena a que los éxitos visigodos se repitieran a costa de los vándalos asdingos y suevos. En este caso la mayor parte de la península ibérica hubiese quedado en poder de Valía, y los visigodos hubieran sido más poderosos de lo que al Imperio convenía. Roma conseguía también por la alianza entre Constancio y Valia alejar a los visigodos del pulmón del Estado romano, del litoral mediterráneo. En cuanto a la Galicia, que hospedaba a asdingos y suevos, era una región atlántica, y su ocupación no implicaba un peligro ni inmediato ni vital.

En cambio, el pacto de 418 significaba para el pueblo visigodo un asentamiento estable después de cuarenta años de peregrinación por las provincias romanas, desde los Balcanes a Hispania, en una de las regiones más prósperas de la Galia, tan feraz como el Africa que habían anhelado desde los tiempos de Alarico.

El Imperio de Occidente después del "foedus", de 418

Entre los años 418 y 423 pudo creerse que la crisis abierta por las invasiones estaba vencida. Si expulsar a los bárbaros no fue posible, se había logrado incorporarlos al servicio militar del Imperio. Era, al fin y al cabo, la misma solución dada por Teodosio I al problema planteado en los Balcanes por los visigodos treinta y seis años antes, sólo que aplicada a mayor número de pueblos y en diversas regiones de la pars occidentalis. La administración romana, con sus jueces y sus agentes fiscales, no desapareció totalmente de las provincias en las que había hospedados bárbaros. Estos eran soldados contratados por Roma, que recibían como paga tierras, esclavos y annonas. El imperio esperaba reducir gastos con este procedimiento, procurando al mismo tiempo mantener su administración y su sistema tributario en todas las provincias.

Italia estaba libre de bárbaros. Después del saqueo de Alarico, Roma había recuperado su vida ociosa y despreocupada; el trigo africano seguía abasteciéndola. El cuadro que presentan en estos años las otras provincias tampoco es desalentador. El ejército romano había abandonado la isla de Bretaña para cubrir la frontera del Rin, pero una situación análoga producida en el siglo III no tuvo resultados irreparables. Los visigodos estaban alojados en Aquitania, y los suevos y los vándalos asdingos en Galicia. Las rivalidades entre estos federados eran explotadas hábilmente por la diplomacia romana. Los suevos y los asdingos solicitaban una renovación de la alianza con Roma. Muerto Alarico, los visigodos acabaron siendo colaboradores útiles: sofocaron la guerra civil promovida por el antiemperador Jovino y aniquilaron a los alanos y a los silingos. Instalados por último entre el litoral atlántico y el valle del Loira, se esperaba de ellos que rechazaran a los piratas sajones y que sometiesen a los revueltos armoricanos de la Galia noroccidental. Se había logrado además instalar a estos federados godos en la fachada atlántica del Imperio, y a los suevos y asdingos en la región -hispánica menos romanizada, más apartada y difícil de defender. Se alejó a los visigodos de la costa mediterránea, salvaguardando las comunicaciones marítimas y terrestres de Roma con la Galia y España. Se logró formar un pequeño ejército destinado a la desguarnecida Hispania, con la misión de mantener a los vándalos asdingos y a los suevos distanciados del Mediterráneo, acantonados en la franja atlántica de la península.

Se creía en la corte imperial que una restauración de la normalidad era todavía posible. Un decreto de 418 reorganizaba las asambleas provinciales, que habían sido instituidas en el siglo I para la celebración del culto de "Roma y de Augusto". Aunque en el Bajo Imperio adquirieron el derecho de dirigirse en petición o reclamación al emperador, estas asambleas nunca llegaron a ser ni representativas ni deliberativas. La restauración de estos concilios religiosos del paganismo en un Imperio cristiano resultaba incongruente. Era, sin duda, una demanda de ayuda que el gobierno de Rávena hacía a los potentiores de las provincias. Fríamente acogida por éstos, fueron sin embargo convocadas anualmente (al menos la de la Galia, que se reunía en Arles) hasta la desaparición del Imperio de Occidente.

Constancio, coemperador de Occidente

La reacción antigermana que había derribado a Estilicón39 consiguió que durante medio siglo ningún oficial bárbaro fuese jefe supremo del ejército. Les sucesores de Estilicón fueron romanos, pero también ellos se vieron obligados a reclutar sus tropas entre las tribus germánicas (y aun entre los hunos), y a servirse cada vez más de ejércitos bárbaros federados. Desde la muerte de Teodosio el Grande ningún emperador toma el mando de sus ejércitos, y estos generales romanos, nombrados patricios y magister utriusque militiae, corno Estilicón, son poderosos en una época de guerra permanente. Su política es tan personal como la de los jefes bárbaros, e igualmente funesta para el Imperio.

El primero de estos generalísimos romanos fue Constancio, antiguo oficial de Teodosio el Grande y de Estilicón. Nacido en Naiso, en la Iliria, como Aureliano y Diocleciano, fue el último de los grandes generales de aquella provincia apuntaladores del Imperio. Enérgico, incansable y ambicioso, impuso su voluntad al débil Honorio después de su victoria sobre los usurpadores Flavio Constantino y Geroncio. Elevado a la dignidad de patricio y generalísimo, fue durante diez años (411-421) el árbitro del Imperio. Constancio deseaba desposarse con Gala Placidia para coronar su carrera política emparentando con el emperador. El matrimonio de Ataulfo, con la hija de Teodosio I enfureció a Constancio; el patricio romano impidió el entendimiento con Roma que el monarca visigodo pretendía.40 Cuando Ataúlfo y el pequeño Teodosio murieron, y Gala Placidia fue devuelta por Valia, Constancio pudo contraer las anheladas nupcias con la hermana del emperador. Tres años después Honorio le otorgaba el título de augusto, asociándole al gobierno imperial.41

Pero Constancio murió aquel mismo año 421. El Imperio de Occidente perdía su político más hábil y su mejor general. El prestigio de Constancio había sofocado en la corte de Rávena el hervidero de las intrigas, que ahora, muerto el cuñado de Honorio, rebrotaron con renovada energía. Placidia, enemistada con Honorio, abandonó la corte de Rávena, llevándose al hijo que había tenido de Constancio, el futuro emperador Valentiniano III. La hija y el nieto del gran Teodosio fueron acogidos en Constantinopla por el emperador de Oriente Teodosio II.

Honorio murió dos años después de Constancio sin dejar sucesión.

4. La defensa de la Galia y el abandono del Africa romana

En los treinta años del reinado de Valentiniano 111 (425-455) se decide el destino del Imperio de Occidente.

El joven emperador heredaba un Estado exangüe, pero que estaba aún a tiempo de salvarse. Los usurpadores habían sido vencidos; los bárbaros, hospedados por el sistema romano de acantonamiento militar las ruinas de Roma y de Italia, restauradas. Más que las nuevas mareas invasoras, fueron los enemigos interiores; los que aceleraron el desmoronamiento: la nobleza latifundista, aliada con los reyes bárbaros y con los jefes del ejército contra la autoridad del Estado; la corruptela de la Administración, acaparada por la aristocracia.

En vano dispuso el gobierno de Valentiniano III la promoción a los altos cargos de los funcionarios subalternos y de los abogados,

y el restablecimiento de los defensores de las ciudades, y la protección de los curiales contra las arbitrariedades de la nobleza.

El Estado se desintegraba porque la sociedad romana se estaba destruyendo a sí misma, transformándose en un informe apiñamiento de pequeños grupos sociales, disociados radicalmente unos de otros, y todos del cada vez más fantasmagórico Imperio, con un ciego y suicida egoísmo.

El reinado de Valentiniano III

Por un momento pareció que las dos partes del Imperio iban a reunirse al morir Honorio, y que Teodosio II recogería la herencia íntegra de Teodosio el Grande. Pero surgió en Rávena otro antiemperador, el notario de Palacio Juan, apoyado por algunos altos funcionarios y reconocido por el Senado de Roma, y la corte de Constantinopla decidió coronar emperador de Occidente a Valentiniano III. Un ejército imperial dirigido por el general alano Aspar, atravesó en el verano de 425 los pantanos de Rávena, y el anodino usurpador sucumbió desamparado por sus partidarios.

Teodosio II había escogido la solución más prudente: rehuir la responsabilidad directa del gobierno de Rávena, reservándose una influencia en él a través de Valentiniano III y de una camarilla de cortesanos adictos. La intervención militar bizantina estableció un precedente: en lo sucesivo, ningún emperador de la pars occidentalis fue tenido como legítimo sin el consentimiento del emperador de Oriente.

La ayuda militar tuvo su precio: la Iliria oriental, con las ricas minas de plata de Macedonia (que Estilicón había querido conservar para Occidente), quedó incorporada a la pars orientalis. Se concertó también el matrimonio de Valentiniano III con una hija de Teodosio II, la princesa Licinia Eudoxia.

Valentiniano III tenía siete años cuando recibió solemnemente en Roma la púrpura imperial. Reinó tutelado por su madre Gala Placidia, proclamada augusta por Teodosio II.

Durante los primeros años del reinado la defensa del Imperio quedó paralizada por las intrigas de la corte. Cuatro camarillas competían por el poder: la de Placidia, a quien era fiel el general romano Bonifacio; la de la corte de Constantinopla; la del magister militum Félix, y la de Aecio, temible por su amistad con los hunos. La alevosa intriga de Félix para arrebatar a Bonifacio el favor de Gala Placidia debilitó la defensa de Africa, en el momento en que los vándalos iniciaban su conquista.42

Aecio

Mientras Genserico precipitaba la ruina de Africa romana, una dramática lucha por el poder paralizaba la política imperial. La desaparición sangrienta del patricio Félix en 430 y de Bonifacio, nombrado generalísimo por la versátil Placidia dos años después, permitió a Aecio, el tercer protagonista de la tragedia, regir durante veinte años el Imperio, con los poderes ilimitados de un Estilicón.

Como Constancio y como Bonifacio, Flavio Aecio era romano. Había nacido en 390, en la pars Orientalis del Imperio, en Silistria, una ciudad de la baja Mesia. Su padre Gaudencio fue general de caballería y alcanzó la dignidad de comes (compañero) del emperador Honorio. Su madre pertenecía a una familia de la aristocracia italiana. Entró adolescente en la guardia imperial, y fue entregado como rehén, primero a Alarico, quien perfeccionó su formación militar, y luego al khan de los hunos Rugila, en cuya corte intimó con el joven príncipe Atila. Esta amistad, y la larga convivencia con los bárbaros fueron muy útiles más tarde a Aecio. Ningún romano conocía como él la fuerza real de los hunos, ni sabía servirse con la misma astucia de las discordias entre los bárbaros, ni hablar a los soldados germánicos en su propia lengua.

Cuando Honorio murió, el usurpador Juan había nombrado a Accio jefe de la guardia, encargándole que reclutara un ejército de mercenarios bárbaros. Aecio fue al país de sus amigos hunos para reunirlo. Cuando llegó a Italia con los temibles guerreros asiáticos era demasiado tarde: Juan había sido ejecutado en Aquilea y Valentiniano III y Gala Placidia reinaban en Rávena. La regente prefirió un pacto con un adversario enojoso a los riesgos de una guerra civil. Nombró a Aecio magister militum y le entregó oro para que pagara y licenciara a una parte de los auxiliares hunos. Aecuio recibió órdenes de acudir, con la pequeña hueste que conservaba, en defensa de Arles, amenazada por los inquietos visigodos. Esta misión fue realizada brillantemente.

La victoria avivó su ambición. Los años siguientes fueron sombríos. La calma que alivió al Imperio de Occidente durante los últimos tiempos del emperador Honorio fue sacudida por el hervor vital de los pueblos bárbaros. Aecio luchaba sin descanso y con fortuna contra los francos y los visigodos en la Galia, sin dejar de intrigar en la corte contra sus rivales Félix y Bonifacio. La amistad con el khan de los hunos le facilitó tropas para desembarazarse de sus adversarios. En 434 Gala Placidia se resignó a nombrarlo patricio y generalísimo de los ejércitos romanos. Desde ese momento hasta su muerte, Aecio se consagró a la defensa del Imperio, y gracias a sus esfuerzos Valentiniano III mantuvo durante esos años la sombra de su autoridad.

Los vándalos ocupan el África romana

Los suevos y los vándalos asdingos, que estaban alojados en Galicia, se sentían atraídos por la España del sur.43 Venciendo a los suevos, fueron los asdingos quienes ocuparon Andalucía.44 Cuando Constancio retiró de la península al ejército visigodo de Valía, contaba con reducir a suevos y vándalos con tropas romanas. Pero las huestes imperiales fueron derrotadas por los vándalos, que en428 ocuparon Cartagena y Sevilla. La posesión de estos puertos dio a los vándalos la flota romana de España. En Cartagena, marinos romanos debieron instruir a los asdingos en la técnica de la navegación. En los puertos mediterráneos españoles fue organizada la primera escuadra que tuvo un pueblo germánico. Una incursión a las Baleares y otra a Mauritania Tingintana, de las que Hidacio nos informa, proporcionaría a los vándalos la experiencia marinera necesaria para realizar la expedición naval al Africa, que los visigodos habían intentado infructuosamente. La aventura de Mauritania descubriría a los vándalos las debilidades militares de las provincias africanas.

El año 428 murió el rey Gunderico, sucediéndole su hermano bastardo Genserico.45 En él tuvo el pueblo vándalo un jefe excepcional. Era cojo, de pequeña estatura, astuto y cruel. Despreciaba el lujo, pero atesoraba con avidez el botín arrebatado a sus enemigos. Taciturno de ordinario, encontraba siempre el gesto oportuno o las palabras precisas para arrebatar de entusiasmo a su pueblo. Capaz de planear las más ambiciosas empresas políticas, intuía siempre el momento idóneo para ejecutarlas. Hábil diplomático, poseía, como los romanos, el arte de dividir a sus adversarios. Fue el primer político germánico de su siglo. En los cuarenta y nueve años de su reinado fundó en Africa el primero de los Estados bárbaros independientes incrustados en territorio romano, y supo modelarlo con una coherencia política asombrosa, para el informe material de que disponía. Más que Alarico o Atila, fue Genserico quien asestó a Roma daños irremediables.

Mientras Genserico preparaba cuidadosamente el embarco de sus gentes, los suevos creyeron que la ocasión era favorable para vengar anteriores humillaciones militares. En Mérida atacaron a los vándalos, mas fueron vencidos nuevamente, y su rey Hermigario murió ahogado en el río Guadiana.

80.000 vándalos hicieron en la primavera de 429 la travesía de las costas de Tarifa a las de Tánger. A los vándalos asdingos se habían unido los escasos silingos y alanos supervivientes de la campaña de exterminio de Valla, y algunos hispanorromanos. Era todo lo que quedaba de los temidos pueblos que habían atravesado el Rin el último día del año 406, con excepción de los suevos, que permanecían en la península hispánica. Genserico no debía contar con más de 15.000 soldados.

Avanzaron con lentitud, a través de la Mauritania, siguiendo una ruta terrestre que atraviesa el desfiladero de Taza, sin encontrar resistencia. Emplearon un año en recorrer 2.000 km. Caminaban, pues, unos ocho km diarios, destruyendo todo lo que no podían llevarse.

Genserico había emprendido la conquista del Africa romana en el momento más propicio. A las viejas discordias entre católicos y donatistas, a la anarquía ocasionada por la rebelión de los circumcelianos, se sumaba ahora, para empeorar la situación de aquellas provincias, la ruptura de su conde Bonifacio con la corte de Rávena.46 Aunque a la llegada de los vándalos Bonifacio había recuperado el favor de Gala Placidia, se malogró, para la organización de la defensa militar, el año que los vándalos habían invertido en llegar de Tánger a Numidia.

En campo abierto los vándalos no pudieron ser contenidos, pero la ciudad de Cartago rechazó el ataque de Genserico. El rey vándalo sitió entonces Hipona, bien fortificada, defendida por tropas romanas. Allí quedó cercado el obispo de la ciudad, san Agustín (que había alentado a muchos obispos y sacerdotes africanos a permanecer en sus ciudades, compartiendo los sufrimientos de la población católica), muriendo durante el largo asedio de catorce meses.

La corte de Rávena no disponía de recursos para socorrer la plaza. Teodosio II envió a su general Aspar, que fue derrotado por Genserico. Bonifacio regresó a Italia, las ruinas de Hipona fueron abandonadas a los vándalos y el ejército romano se replegó sobre Cartago.

El Gobierno imperial propuso a Genserico en 435 un foedus de acantonamiento. Se ofrecía a los vándalos la parte occidental de la provincia Proconsular, con la ciudad de Hipona, Numidia septentrional y la Mauritania oriental o sitifiana 47 a cambio de ayuda militar y de un tributo en trigo para el abastecimiento de Italia, Genserico aceptó. Quería dar descanso a sus soldados y afianzar la instalación de su pueblo en las feraces tierras alcanzadas.

El rey vándalo no se satisfacía con un pacto como el que admitieron otros pueblos germánicos. Las discordias entre los propietarios romanos y la plebe púnica, entre católicos y donatistas, los rescoldos de la rebelión de los circumcelianos, desgarraban el Africa romana. Para constituir un Estado germánico independiente, Genserico socavó el poder de los terrateniente romanos y del clero católico. El arrianismo de los vándalos fue manejado como un arma política contra la Iglesia africana y contra los disidentes donatistas. La nobleza romana no tuvo ocasión, como en otros países, de pactar con el invasor a costa del Imperio. Desposeída de sus dominios, los potentiores que no pudieron huir, quedaron sometidos a servidumbre. Los humiliores aceptaron con momentáneo júbilo el cambio de señor, y los esclavos que colaboraron con los vándalos fueron manumitidos.

Cuatro años después del tratado con Roma, en 439, Genserico atacó a Cartago por sorpresa. La ciudad había recobrado en ese tiempo su vivir ocioso, su parasitaria indolencia, su pasión por los juegos. El ejército vándalo la ocupó casi sin lucha, saqueándola metódica, implacablemente. Sin dar tregua a las escasas y desmoralizadas tropas imperiales, los bárbaros se expandieron por la Tripolitania, y al año siguiente invadieron Sicilia. Valentiniano, III propuso a Genserico un nuevo foedus en 442. El Imperio reconocía la ocupación efectuada por los vándalos de toda la provincia Proconsular (el granero de Roma), con Cartago, la segunda ciudad del Imperio de Occidente; de la Bizacena; de una parte de Tripolitania y de Numidia. Roma conservaba el resto de estas dos últimas provincias y la Mauritania, mas sin flota para defenderlas, dejándolas abandonadas a su suerte.

Pero Genserico, que había obtenido las comarcas más feraces del Africa romana y concentrado en ellas a su pueblo, ya no ambicionaba más tierras. Su política se orientaría desde ese momento al dominio del mar. En expediciones reiteradas a Sicilia, a Córcega, a Cerdeña, a Baleares, iría estrechando el cerco de Roma. Los esfuerzos de Aecio por conservar la Galia y por contener a Atila iban a ser vanos. Era Africa lo que hubiera sido necesario salvar, para salvar a Roma.

La defensa de la Galia contra francos, visigodos y burgundios

Aecio carecía de recursos para afrontar tantas acometidas simultáneas, y escogió la defensa de la Galia. Los visigodos intentaron, desde Aquitania, alcanzar el Mediterráneo. Su rey Teodorico I, elegido a la muerte de Valia, renovó las frustradas ambiciones de Ataúlfo sobre la Narbonense. En Arles fue derrotado por Aecio (año 425). Es lo más probable que en la tregua que siguió a esta parca victoria romana, la corte imperial reconociera a los visigodos la soberanía de Aquitania.48 Pero en 430 Teodorico I quebrantó de nuevo la paz, asediando Arles, y Aecio volvió a derrotarlo, Seis años más tarde el rey visigodo quiso apoderarse de Narbona, fracasando en el asedio. El contraataque romano llevó hasta Tolosa a las tropas imperiales, El pacto de 418 fue renovado, pero la política antirromana de Teodorico I no cesó hasta que la amenaza de Atila unió a romanos, visigodos y francos.

Los francos, tardíamente aparecidos en las fronteras del Rin, de incierto origen, de vida oscura antes del siglo V, estaban destinados a fundar el más duradero de todos los Estados germánicos. Su largo habitamiento junto al territorio romano, en la vecindad de sus ciudades comerciales como Colonia, los convirtió en uno de los pueblos bárbaros más romanizados. Los francos del noroeste, llamados literariamente salios,49 se establecieron en la Toxandria, según Amiano Marcelino, nombre de difícil interpretación, que acaso corresponda a la orilla derecha del Rin holandés, comarca desde la que los francos se desplazaron hacia el Escalda.

El otro grupo tradicionalmente mencionado, el de los ripuarios, no existió nunca como rama del pueblo franco.50 Geográficamente puede definirse una Francia rinensis, como la llama el Cosmógrafo de Rávena (obra redactada en los días de la caída del Imperio de Occidente), región poblada por los francos del este, y que abarcaba el valle inferior del Mosa, el del Rin desde Maguncia hasta Nimega, y el del Mosela desde Toul hasta Coblenza.

En el siglo IV los francos colonizaron las tierras de la frontera renana, casi abandonadas por Roma. Juliano había establecido a los salios en el Brabante septentrional como, súbditos del Imperio. Algunos de los jefes francos, profundamente romanizados, como Bauto, Merobaldo y Arbogasto ocuparon altos cargos en el Imperio.

Las tribus francas no participaron en la invasión de 406. Las unidas a Roma por un estatuto jurídico ofrecieron resistencia, aunque endeble, a los asaltantes. Cuando la oleada alano-germánica se trasladó a España, después que hubo asolado la Galia, los francos entraron en acción. Los de la Francia rinensis (es decir, los llamados ripuarios por los historiadores hasta no hace mucho) saquearon Tréveris y ocuparon Colonia. Los salios, acaudillados por el rey Clodión, alcanzaron Cambrai y Tournai. Aecio los derrotó cerca de Cambrai, pero para atraérselos cambié su estatuto de dediticii51 por el de federados. El mismo año 428 rechazó a los «ripuarios» a la otra orilla del Rin.

Los burgundios o burgundiones, originarios de Escandinavia y afines a los godos52 fueron desplazados desde Suabia al sur de Coblenza, por los movimientos de pueblos que produjo la invasión de 406.53 Apoyaron militarmente al usurpador Jovino, y después de esta aventura el gobierno de Rávena se los atrajo por un foedus. Cuando los burgundios quisieron extenderse desde el Palatinado hasta Bélgica, Aecio lanzó contra ellos a sus aliados hunos.54 Los burgundios fueron aniquilados, y su rey Gondicario muerto con todos sus fieles. Era el año 436. Los supervivientes fueron establecidos por Aecio (que quería conservarlos como reserva militar del Imperio) en Sapaudia, la Saboya actual, al sur del lago de Ginebra.

La epopeya de los Nibelungos, que en su redacción definitiva es un poema de principios del siglo XIII, refleja la resonancia épica del cataclismo burgundio, aunque en el cantar alemán se hayan confundido los sucesos de 436 con los de 451. No fueron los hunos de Atila los que exterminaron a rey Gondicario (el Gunther del poema) y a sus guerreros, sino los mercenarios hunos del ejército romano de Aecio. Pero es admirable que la catástrofe que casi extinguió al pueblo de los burgundios despertara en sus juglares el sentimiento, revestido de una forma poética, del heroísmo y de la trágica grandeza de su derrota.

La pérdida de Britania y el establecimiento de los bretones en la península armoricana

La lejana Britania, desasistida militarmente por el gobierno imperial, fue atacada simultáneamente desde el siglo IV por los pictos, que desde Escocia desmantelaron el muro de Adriano, limes septentrional de la provincia romana, y por los escotos irlandeses, que saquearon primero y ocuparon después la costa occidental de la isla, desde Caledonia hasta Cornualles.55 El último general romano que defendió enérgicamente Britania fue el conde Teodosio, padre del emperador.

En 401, Estilicón retiró una parte del ejército romano, y en 407 el general Flavio Constantino se llevó del país el resto de las tropas imperiales. La provincia ya no recibió ningún socorro militar de Roma Los bretones se defendieron con sus solas fuerzas, llegando a derrotar a una coalición de pictos y sajones. Pidieron ayuda a Aecio, pero el gobierno imperial no podía distraer ni un soldado de la defensa de la Galia. Por otra parte, los bretones fueron incapaces de ofrecer un frente unido a los invasores.

A mediados del siglo V58 los piratas anglos y sajones ocuparon la región oriental de la isla y se aplicaron a exterminar a los bretones, y a destruir todo rastro de romanidad.

Muchos bretones, probablemente los más humildes, emigraron a la Galia, huyendo más de los pictos que de los anglosajones, y se establecieron en la península armoricana, cuyo paisaje les recordaría el que acababan de abandonar. Apenas romanizados, habían conservado su lengua céltica, su vestimenta y sus costumbres, y su llegada a la romanizada Galia, que había olvidado el celta por el latín, debe interpretarse como otra invasión bárbara. Los bretones dieron a la Armórica el nombre que esta región ha conservado, y su lengua bretona desplazó a la latina.

La situación de esta comarca norooccidental de la Galia era muy confusa a la llegada de los bretones, entre el 441 y el 442. Los bagaudas habían sublevado el país, con la ayuda de la población campesina.57 Vencidos por Roma con mercenarios hunos cinco años antes, el levantamiento de la «liga armoricana» y de los bagaudas en 448 fue sofocado por mercenarios alanos. La pacificación del país, tan anhelada por Aecio, llevaba implícita la aceptación del asentamiento de los bretones.

Roma había identificado la defensa del Imperio con la de la Galia. El balance de veinte años de esfuerzos extenuadores parecía positivo. Si Bretaña estaba definitivamente perdida, el Imperio de Occidente conservaba aún la soberanía nominal de la Galia.

La pérdida de España: el reino suevo, y la penetración visigoda en la península ibérica

Idos los vándalos al Africa, los suevos derrotados en Mérida por Genserico58 quedaban en la península como únicos ocupantes germánicos. No existen testimonios de ningún tratado de alianza entre los suevos y el Gobierno imperial, pero las visitas de embajadores romanos a los reyes Rékhila y Rekhiario, y la cooperación sueva en la campaña contra los bagaudas del valle del Ebro59 son datos suficientes para considerar de hecho como federados a los suevos. Fueron huéspedes bulliciosos y molestos. Su caudillo Hermerico dirigió incursiones de rapiña contra las poblaciones galaico romanas, que pudieron defenderse porque habían conservado las mejores fortalezas del país. El obispo Hidacio viajó hasta Arles para solicitar ayuda contra los suevos. Aecio, dux entonces de la Galia, necesitaba sus escasas huestes para empresas consideradas más urgentes. Hidacio y otros obispos tuvieron que negociar con Hermerico una paz que fue rota por los suevos en numerosas ocasiones.

El sucesor de Hermerico, su hijo Rékhila, conquistó Mérida y Sevilla, sometiendo entro los años 439 y 446 las provincias Bética y Cartaginense, después de vencer a todos los generales romanos -Avito entre ellos- que intentaron oponérsele.

Rekhiario, hijo y sucesor de Rékhila, se aventuró en más audaces empresas. Sin abandonar el saqueo de ciudades hispanorromanas, su expedición contra la comarca de Zaragoza parece haber apoyado la campaña militar contra los bagaudas del general romano Basilio.60 Mas cuando Avito fue proclamado emperador, Rekhiario se negó a reconocerlo, y creyó propicia la ocasión para apoderarse de la provincia tarraconense. El rey visigodo Teodorico II no desperdició esta oportunidad. Como aliado de Roma, atacó a los suevos, y Rekhiario fue vencido y ejecutado en Braga. Desde este momento los visigodos, so pretexto de someter a los suevos, fueron afianzando su poder en la península.

La situación del Imperio de Occidente a mediados del siglo V

¿Es posible relatar con claridad lo que es caótica confusión? En víspera de la ruptura de Aecio con Atila, cuando el Imperio que, como se ha visto, se defiende militarmente con mercenarios hunos, va a tenerlos como adversarios, la situación de la pars occidentalis es, a grandes rasgos, ésta:

El reino vándalo ocupa las provincias más ricas del Africa romana, y sus naves dominan el Mediterráneo occidental. El abastecimiento de Italia está a merced de Genserico.

El Imperio ha perdido definitivamente Panonia y Bretaña. Todas las provincicas hispánicas, a excepción de la Tarraconense, están. en manos de los suevos.

El gobierno de Rávena conserva un poder nominal en Mauritania, en la Tarraconense y en la Galia. Pero carece de barcos para asegurar una comunicación regular con el Africa occidental. Ninguna ciudad hispánica está protegida contra los ataques de los suevos. En la Galia prosiguen infiltrándose francos y alamanes. Los federados burgundios y visigodos no son aliados seguros. La tenacidad visigoda ha logrado alcanzar la Narbonense y la costa mediterránea.

Sólo Italia permanece libre de bárbaros. Pero sus habitantes no son ya aquellos campesinos soldados que conquistaron el mundo mediterráneo. La aristocracia senatorial les arrebató en otro tiempo sus tierras. Soldados profesionales los apartaron del ejército romano. Deliberadamente se fomentó entre ellos el envilecimiento de los juegos públicos, del ocio, de los repartos gratuitos de víveres. Han perdido el hábito del trabajo, la voluntad de defenderse, porque no tienen nada suyo que salvar. Desaparecida la ayuda financiera de las provincias, sin recursos para pagar tropas mercenarias, el Gobierno imperial se quedará sin soldados.

5. El Imperio amenazado por los hunos 61

Al destruir el reino godo de Ucrania, los hunos provocaron, como se dijo, las migraciones de pueblos que irrumpieran violentamente en la península balcánica en 378.62 Los temidos nómadas asiáticos habitaron las estepas ucraniana y rumana durante treinta años, explotando su victoria. En un nuevo desplazamiento hacia el ,oeste ocuparon la llanura húngara del Tisza, el fértil y llano país que atrajo siempre a los pueblos de las estepas. Este avance originó la fuga atropellada de los ostrogodos que Radagaiso dirigió contra Italia,63 y la de los suevos, vándalos y alanos que invadieron la Galia en 407.

Las relaciones de los latinos, con el Imperio fueron, sin embargo, amistosas en estos años, Muchos guerreros hunos se alistaron en el ejército romano. El khan huno Uldín apresó al godo Gainas, sublevado contra el Imperio de Oriente, y envió a Constantinopla el macabro obsequio de la cabeza del rebelde.64 El Imperio se sirvió, durante mucho tiempo, de mercenarios hunos. Con ellos derrotó Teodosio I al antiemperador Máximo. Tanto Estilicón como su rival Rufino, prefecto del pretorio de Oriente, se rodearon de una guardia personal de soldados hunos. Con guerreros cedidos por Uldín derrotó Estilicón a Radagaiso en Fiésole. Aecio fue más lejos: cimentó la defensa del Imperio en la alianza con los hunos.

El apoyo prestado por los sucesores do Uldín, los khanes Mundziuch y Rúa, al Imperio de Occidente no fue desinteresado. La Panonia fue el precio. Con estos aliados poderosos pudo Aecio mantener la soberanía romana al oeste del Rin, y los grandes dominios señoriales galorromanos fueron protegidos de las invasiones exteriores y de las rebeliones de los bagaudas.

El Estado huno de Panonia

Fue probablemente Rúa, khan único a la muerte de Mundziuch, quien estructuró las dispersas tribus en un Estado en el que quedaron aglutinados los pueblos vasallos: ostrogodos, gépidos, hérulos, rugios, turingios, alanos, sármatas, romanos de Panonia. Los hunos eran, en este conglomerado, una minoría.

El modelo de este Estado debió de ser el Imperio sasánida. Los hunos, que durante siglos no conocieron otra civilización sedentaria que la china, habían entrado en contacto, en su emigración hacia el oeste, con la cultura persa, y tomaron de ella elementos de su arte, de su escritura, del ceremonial cortesano.65 Lo mismo que en la corte sasánida, hubo en la de Atila secretarios encargados de la correspondencia diplomática en lenguas extranjeras66 indicio de que un cuerpo de funcionarios se estaba articulando en el nuevo Estado. El jefe de las oficinas de Atila era Orestes, un romano de Panonia. Rustikio, originario de Mesia, hábil orador y escritor, redactaba los documentos dirigidos a la corte de Constantinopla. Para las relaciones con Rávena, Aecio proporcionó a Atila un retórico italiano. Los personajes de la corte eran, con Orestes, Onegesio, probablemente griego, que desempeñaba funciones de un primer ministro; Ardarico, rey de los gépidos; Valamer, jefe de los ostrogodos, y Edica, padre de Odoacro, el que pondría fin al Imperio de Occidente.

Con la burocracia palatina, y como factor antagónico, surgió en el Estado huno el régimen feudal. Los antiguos jefes de tribu, de dudosa fidelidad, perdieron su importancia social, transformándose en altos oficiales del ejército o en miembros de la corte, encargados por el soberano de misiones especiales., embajadas diplomáticas, percepción de tributos. Así dispuso el khan de una nobleza personalmente vinculada a la corona, generosamente retribuida con el abundante botín acumulado.67 Esta aristocracia guerrera, unida al soberano por lazos de fidelidad personal, recibió vastos señoríos rústicos, con siervos y esclavos. Así nació un feudalismo primitivo que no pudo consolidarse política y económicamente por la breve duración del reino huno. Este feudalismo es otra consecuencia de la influencia sasánida.68

Los príncipes de los pueblos sometidos (ostrogodos, rugios, gépidos, etc.) fueron incorporados a esta nobleza feudal, siguiendo la costumbre de las estepas eurasiáticas, en las que se acepta como aliado al enemigo vencido.

¿Cuál era la extensión del Imperio de Atila a mediados del siglo V? Los límites de un Estado surgido del nomadismo son inciertos siempre. Desde la ocupación de Panonia la masa más densa de la población huna se asentó en la puszta húngara, pero la presencia de sus jinetes fue constante en las llanuras próximas, desde Ucrania hasta Panonia, y desde Silesia hasta Valaquia.

Atila. sus relaciones con el Imperio de Oriente

Rúa recibía anualmente 350 libras de oro de Teodosio II. Para el emperador de Oriente esta cantidad equivalía a un regalo o a una soldada. Para Rúa era un tributo. Esta relación equívoca pero pacífica concluyó cuando algunas tribus turcas, para escapar a la despótica autoridad del monarca huno, entraron al servicio del Imperio bizantino. Rúa exigió que le fueran devueltos los fugitivos. Constantinopla envío dos diplomáticos para negociar, pero Rúa murió súbitamente y fueron proclamados khanes Bleda y Atila, hijos de Mundziuch.

Los nuevos soberanos aumentaron sus exigencias: se duplicaría el «tributo» anual, los desertores serían entregados, los prisioneros

de guerra romanos rescatados al precio de ocho piezas de oro por cada cautivo. Constantinopla aceptó.

Durante quince años las amenazas de Atila van a concentrarse contra la corte de Teodosio II. La astucia de Atila especulará con las dificultades militares del Imperio de Oriente -la amenaza de los vándalos a sus comunicaciones marítimas, el peligro constante en la frontera persa- para imponer a la corte bizantina más pesados gravámenes. Y cuando la hacienda imperial, exhausta, no pueda satisfacer las exigencias de Atila, será la guerra.

Para iniciarla, el rey de los hunos escogerá el momento más favorable: cuando los ejércitos imperiales combaten lejos del territorio balcánico, en el frente del Eufrates, o en el mar pirateado por los vándalos. Es entonces cuando los jinetes hunos saquean las ciudades balcánicas: Naiso (Nich), Singiduno (Belgrado), Sirmio, la llave del frente danubiano. En 443 el Imperio de Oriente ha de aceptar una paz humillante: el tributo anual, triplicado, asciende ya a 2.000 libras de oro; es necesario, además, entregar a los hunos otras 4.000 libras de oro por indemnización de guerra y devolverles todos sus vasallos tránsfugas.

En 445 fue asesinado el insignificante Bleda, y Atila tuvo desde entonces un ilimitado poder sobre todas las tribus hunas y los vasallos germánicos de su Imperio. Prisco, bien informado siempre, asegura que Atila se proponía, como Alejandro y César, conquistar el Imperio sasánida, avasallar al emperador de Constantinopla y extender en Occidente su poder hasta las islas oceánicas.

En 447 Atila emprende una nueva ofensiva contra Constantinopla. Las huestes hunas atraviesan el Danubio, saquean la provinccia de Mesia, alcanzan las Termópilas. Teodosio II pide la paz, y Atila hace una propuesta sorprendente: el establecimiento de una frontera deshabitada, desde Nich a Belgrado, en una profundidad de cinco jornadas de camino. ¿Renuncia sincera a los territorios situados al sur del Danubio? ¿Deseo del nómada de evitar ,a su pueblo el contacto con una civilización despreciada?

La corte de Atila

En 449 Teodosio II envía al rey de los hunos una nueva embajada. En la comitiva figura uno de esos griegos de mirada penetrante, grandes conocedores de hombres, que han enriquecido la historiografía helénica con retratos de una precisión y claridad perfectas. Prisco nos ha legado unas páginas de valor inestimable sobre la corte de Atila. Este pueblo nómada que está transformándose en Estado sedentario tiene un esbozo de residencia fija en la llanura húngara. La mansión real es todavía de madera, construida con piezas admirablemente labradas y adornadas con bajorrelieves. El edificio se levanta sobre un altozano que domina las restantes construcciones, y lo rodea una empalizada reforzada por torres. En derredor se erigen las otras viviendas, también de madera. En el interior del recinto real está situada la de una de las mujeres de Atila,. a la que Prisco nos describe, extendida sobre un mullido tapiz, en una habitación alfombrada de lana, recibiendo los regalos de la corte de Constantinopla. Rodean a la esposa real sus sirvientas, sentadas en círculo, trabajando en esos bordados de colores vivos. que adornan profusamente los vestidos orientales.

El alojamiento de Onegesio, el súbdito más distinguido por el emperador huno, es casi tan lujoso como el de Atila, y está rodeado también por un recinto estacado, pero sin torres.

Los baños son la única construcción de piedra, trabajosamente acarreada desde Panonia, obra de un arquitecto romano prisionero. El pueblo vivía en chozas y tiendas.

El ceremonial de esta corte es tosco, pero de una severa grandeza. Cuando Atila llega a la residencia real es recibido por un coro de muchachas que cantan himnos «escitas».69 Avanzan en filas de siete, bajo cintas de finísima tela blanca sostenida por otras jóvenes. A la puerta de la residencia de Onegesio la esposa del favorito ofrece a Atila manjares y vino, que el rey acepta sin desmontar.

La etiqueta del banquete ofrecido por Atila a los embajadores bizantinos está rigurosamente dispuesta. Cada invitado ocupa el lugar que corresponde a su rango. Onegesio se sienta a la derecha del khan, y el hijo mayor de Atila, Elac, en el lecho real, al lado del soberano, aunque en toda la comida no levanta la mirada por respeto a su padre. Cuando la comida termina, dos poetas cantan las victorias de Atila. Los versos encienden el entusiasmo de los jóvenes y hacen llorar de nostalgia a los viejos que ya no participan en las batallas. Después unos bufones restablecen con sus zafias agudezas- el regocijo tumultuoso de la concurrencia. Entre las risas y los gritos Atila permanece impasible. Sus invitados han sido servidos en vajillas de oro y de plata; él, en una de madera. Viste con una orgullosa sencillez. Ni su espada, ni su calzado, ni los arneses de sus caballos llevan, corno los de sus nobles, adornos de oro y de piedras preciosas.

Prisco nos ha dejado de él un retrato inolvidable. Corta estatura, ancho de espaldas, cabeza grande, ojos pequeños y hundidos, nariz achatada, cabello canoso, barba rala, tez aceitunada. Estos rasgos, más mongólicos que hunos, los ha heredado de las alianza de sus antepasados con princesas chinas.

La rigidez de su pequeño cuerpo es un reflejo del sentimiento de su poder, de la conciencia de su superioridad. Uno de los miembros de la expedición, el intérprete Vigilio, llevaba la misión de conseguir por medio del soborno el asesinato de Atila. La conspiración fue descubierta por el propio sobornado. El khan no tomó ninguna represalia; despidió a los embajadores, y al mismo Vigilio, con abundantes regalos, y a continuación envió un representante suyo a Constantinopla con este altivo mensaje: «Teodosio es hijo de ilustre y respetable linaje; igualmente Atila desciende de noble estirpe y ha mantenido con sus actos la dignidad heredada de su padre Mundziuch. Pero Teodosio ha faltado al honor de sus ascendientes y, al consentir en el pago de un tributo, se ha degradado hasta la condición de esclavo. justo es, pues, que rinda acatamiento al hombre a quien mérito y fortuna han puesto por encima de él, y se guarde de atentar en secreto, como vil esclavo, contra su señor.» Teodosio II se humilló y pagó mayores tributos.

F. Lot sostiene que si Atila hubiese sido un auténtico conquistador, en la década de 440 a 450 se hubiera apoderado de Constantinopla.70 Amaba la guerra, pero sabía renunciar a ella cuando creía que la paz podía favorecerle. Era imperioso, violento, colérico, pero nunca sordo a las súplicas. Astuto, audaz, brutal, pero desarmado fácilmente por la adulación. Intratable si la corte de Constantinopla le enviaba como embajadores a funcionarios subalternos, aceptaba proposiciones ventajosas para Teodosio II cuando los representantes del emperador eran personalidades del rango más elevado. El "azote de Dios", como le llamaron sus atemorizados enemigos, no era más pérfido que un Valentiniano III ni más cruel que un Genserico. Conductor de una fuerza destructora que le arrastraba a la guerra por la guerra misma, tal vez no hubiese podido detener esta corriente gigantesca en el caso de habérselo propuesto.

Cambio de política de Atila: ruptura con Occidente

La actitud de Atila en las negociaciones mantenidas con los embajadores bizantinos durante la primavera de 451 fue inesperadamente conciliadora. Se comprometió, bajo juramento, a respetar el tratado de 448. Renunció a su proyecto de una vasta frontera desértica al sur del Danubio. Si el Gobierno imperial no acogía más desertores hunos, Atila se olvidaría de los que permanecían en territorio bizantino. Y llevaba su generosidad al extremo de devolver sin rescate a la mayoría de los prisioneros romanos.

Este cambio sorprendente tenía su motivación. Atila quería asegurar la paz en la frontera del Danubio inferior porque preparaba una campaña contra el Imperio de Occidente. Esta decisión no era caprichosa, sino la consecuencia de una complicada mudanza diplomática.

Hacía tiempo que el monarca vándalo Genserico incitaba a Atila contra los visigodos,71 la única fuerza militar importante en Occidente. El rey huno, que se había hecho nombrar, como tantos jefes bárbaros, magister militum del Imperio, pudo planear el aniquilamiento de los visigodos sin que esta campafia pareciese una amenaza para el gobierno de Rávena. Para los hunos, los visigodos que habían rehuido su soberanía en 376 atravesando el Danubio, eran súbditos fugitivos que merecían un castigo.

Una querella de familia entre Valentiniano III y su hermana Honoria, casada contra su voluntad por el emperador, movió a la nieta de Teodosio el Grande a pedir ayuda al khan de los hunos al parecer ofreciéndosele como esposa.72 Atila no desperdició esta inesperada ocasión para exigir, en nombre de Honoria, una participación de la princesa en el gobierno imperial.73 La corte de Rávena rechazó esta demanda. Honoria no podía casarse con Atila porque era esposa de un senador romano, y como mujer, no le correspondía la dignidad imperial.

La ruptura de Atila con la corte romana no implicaba necesariamente la enemistad con Aecio, unido a los hunos por treinta años de alianzas. Pero la cautela diplomática de Atila aparecía cegada por una desmedida confianza en sus fuerzas. Al apoyar las pretensiones a la corona de los francos «ripuarios» de un rival del príncipe franco protegido por Aecio, se granjeó la malquerencia del generalísimo romano. Cuando una nueva embajada huna insistió en los derechos de Honoria a la mitad del Imperio de Occidente, la respuesta del emperador y de su patricio Aecio fue rotundamente negativa.

Atila se enemistó a un tiempo con los visigodos, con los francos, con Valentiniano M y con Aecio. Muerto Teodosio II, el nuevo emperador de Oriente le negó el tributo anual. Era una situación nueva que hubiera requerido prudencia, negociaciones, tiempo. Pero el khan de los hunos se obstinaba en un proyecto arriesgado con una obcecada tenacidad. Los informes del jefe de los bagaudas Eudoxio no mentían al aseverar la debilidad militar del Imperio de Occidente. Pero era demasiado aventurado desafiar a la vez a romanos, visigodos y francos, induciéndoles a una alianza contra el señor de las estepas.

Invasión de la Galia, sitio de Orleáns y batalla de los Campos Mauriacos

A comienzos de 451 Atila emprendió la ofensiva, encaminándose a la Galia, En su ejército, exageradamente cifrado en medio millón de combatientes, había ostrogodos, gépidos, esciros, rugios. Antes de partir intentó evitar la coalición de romanos y visigodos. Dirigió una carta a Valentiniano III asegurándole que sólo se proponía someter a los visigodos, y envió una embajada a Teodorico I para garantizarle que sólo pelearía contra los romanos.

Teodorico I y Aecio estaban enemistados. Pero la corte imperial consiguió en el último momento la alianza, que sería fatal a Atila, con el rey visigodo.

Mientras los hunos pasaban el Rin, incendiaban Metz y, siguiendo la calzada romana por Reims y Troyes, llegaban a Orleáns, puerta de la Aquitania visigoda, Aecio reunía tropas en la Galia:74 francos «ripuarios», sajones, alanos, burgundios, hasta bagaudas. Burgundios y bagaudas habían sido adversarios encarnizados de Aecio, pero odiaban más a los hunos.75 A estos heterogéneos contingentes se unió el fuerte ejército visigodo, que dirigía su rey Teodorico I.

Esperando la ayuda de Aecio, Orleáns resistió. Las murallas, parcialmente destruidas por los asaltantes, fueron reparadas por los habitantes de la ciudad, alentados por su obispo san Aniano.76

Los ejércitos de Aecio y Teodorico I llegaron en el último momento, cuando los hunos tenían ocupada parcialmente la plaza. Atila ordenó la retirada, recorriendo la calzada romana en sentido inverso al que habían seguido sus tropas el mes anterior: Orleáns, Sens, Troyes. Cerca de esta última ciudad, en una llanura apropiada para las maniobras de la caballería, se libró la batalla de los Campos Mauriacos.77

Los adivinos consultados por Atila auguraron una derrota, pero también la muerte del jefe enemigo. El khan huno creyó que el vaticinio se refería a Aecio, y decidió que la eliminación del generalísimo romano bien merecía un revés militar, cuya importancia podía reducirse iniciando la contienda en las primeras horas de la larga tarde del solsticio de verano, para que la oscuridad de la noche permitiera salvar a la mayor parte de su ejército.78

El campo de batalla estaba dominado por una pequeña colina, que ninguno de los dos adversarios pudo ocupar en los primeros momentos. Los visigodos, en un ala de la formación, se enfrentaban a los ostrogodos. En el ala opuesta Aecio combatía contra los gépidos. El generalísimo había colocado en el centro al rey alano Singibano, de quien desconfiaba, a los borgoñones federados y a los francos. En el campo enemigo Atila ocupaba el centro con sus mejores tropas, y pudo romper con facilidad el frente adversario. Pero el visigodo Turismundo, hijo de Teodorico I, y Aecio se apoderaron de la colina, rechazando a los hunos que intentaban alcanzarla. La caballería visigoda deshizo la formación de los ostrogodos, y los jinetes de Aecio desbarataron la de los gépidos. Amenazados por un movimiento envolvente, los hunos se retiraron en la confusión de la noche, buscando refugio detrás de sus carros. Sólo a la mañana siguiente apareció entre los innumerables muertos el cadáver del rey Teodorico I. Los visigodos querían vengarlo. Sin fuerzas para reanudar la batalla, los hunos podían ser bloqueados por hambre y exterminados. Pero Aecio temía que una gran victoria visigoda diera a estos federados poco seguros un ascendiente peligroso en el declinante Imperio. Persuadió a Turismundo a que regresara rápidamente a Tolosa, para asegurar su coronación. Atila encontró, gracias a Aecio, el camino libre para retornar a Panonia.

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