Descargar

La caida del imperio romano (página 10)

Enviado por santrom


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11

Los vándalos, a diferencia de los otros germanos, no se acogieron al régimen de la hospitalitas, no se alojaron en propiedades romanas. Genserico confiscó las tierras más fértiles, expulsó de ellas a sus propietarios -conservando, eso sí, los colonos y esclavos- y estableció en estas fincas rústicas, exentas de impuestos y con carácter de posesión hereditaria, a su pueblo, que quedó territorialmente apartado de la población afrorromana.

Vándalos y romanos conservaron sus propias instituciones. El sistema administrativo de los vencidos, su estructura social, su régimen económico, permanecieron. Los terratenientes romanos siguieron obligados al impuesto de la capitatio, los colonos, a las prestaciones personales. El nuevo Estado mantuvo el sistema monetario romano.

Los matrimonios mixtos no fueron permitidos,61 y en general la población romana quedó separada de las actividades oficiales del gobierno; pero los monarcas no pudieron prescindir de la experiencia administrativa de los funcionarios romanos en la rudimentaria estructura del Estado vándalo. En los territorios de población afrorromana subsistieron las curias, cuya decadencia se aceleraba. La vida pública de las ciudades conservó la habitual animación de los festejos ruidosos, del ocio corruptor de los espectáculos de circo, al que los vándalos se aficionaron tanto como a los placeres de las termas.

Caracteres institucionales del Estado vándalo

El Estado disponía de tres fuentes de ingresos: el botín de las expediciones bélicas, las expropiaciones de tierras en Africa y el sistema fiscal romano, que los reyes vándalos mantuvieron, aplicándolo con rigor implacable contra la población afrorromana. La política económica y diplomática de Genserico se fundamentó en la posesión del trigo que Italia necesitaba. Desde que el trigo egipcio abastecía a Constantinopla, Roma y la península itálica se sustentaban del trigo africano, y estaban ahora a merced de los vándalos. Genserico se apoderó de la flota triguera romana, y aún se hizo construir más navíos de transporte. Ocupó Sicilia, escala de la ruta frumentaria, y obligó a la población de la isla desde 468 a incrementar su producción triguera y a entregársela. El ostrogodo Teodorico se apoderó de Sicilia en 491, cuando declinaba el poderío vándalo, pero luego la parte occidental de la isla retornó a la posesión de los vándalos como dote de Amalafrida, hermana del rey ostrogodo, que contrajo matrimonio con el monarca Trasamundo, y Sicilia recobró su papel en la política exterior vándala, hasta la conquista bizantina. Con razón ha llamado Christian Courtois al reino vándalo el «imperio del trigo».62 En cambio, Cerdeña, Córcega y Baleares fueron más bien colonias de castigo, a las que eran deportados los católicos.

Como en todos los reinos bárbaros, las guerras habían contribuido a concentrar en manos del monarca todo el poder político. El rey vándalo, soberano de su pueblo y señor de los afrorromanos y moros, era un autócrata todopoderoso. Para anular la fuerza de las asambleas de los hombres libres y destruir la posible resistencia de las viejas estirpes, Genserico distribuyó a su pueblo, como si fuese un ejército, en ochenta agrupamientos (millenarii). Desbaratadas las sippes, el pueblo quedó inerme ante el despotismo del rey, y los nobles -después de algunas conspiraciones frustradas- se resignaron al servicio palaciego. Ningún otro monarca germánico había acumulado tanto poder.

Para evitar que el reino fuera repartido después de su muerte y a la vez precaver los peligros derivados de las minoridades Genserico estableció un régimen de sucesión que recuerda instituciones irlandesas: el trono correspondería al descendiente de más edad en cada generación.63

Genserico trató a los emperadores romanos, a los de Roma como a los de Constantinopla, de igual a igual. Fue el único rey germánico que acuñó moneda sin el nombre ni la efigie del emperador reinante. Prescindió en sus escritos diplomáticos de la mención de los cónsules del año, completando esta afirmación de independencia con la adopción de una nueva era, iniciada el 19 de octubre de 439, fecha de su entrada victoriosa en Cartago.

Las persecuciones religiosas

Hunerico, sucesor de Genserico, endureció la política religiosa de su padre. En los territorios habitados por los vándalos el culto católico fue suprimido, los objetos litúrgicos confiscados, las iglesias y sus bienes entregadas a los arrianos, el clero desterrado. El hijo de Genserico destituyó a los funcionarios católicos, y aplicó más tarde esta medida a los donatistas y a todos los que no profesaban la fe arriana. Fracasada una tentativa de unión de las dos Iglesias, estas severas disposiciones culminaron en la fijación de un plazo para la conversión forzada al arrianismo de la población afrorromana. La orden real fue cumplimentada con severidad ordenancista. Hubo algunas apostasías, pero la mayoría del clero y de los fieles arrostró la deportación, y en algunos casos el martirio.

Cuando murió Hunerico, sus sucesores suavizaron la persecución. El culto monarca Trasamundo recurrió a otros medios, como la disputa teológica que personalmente sostuvo con Fulgencio, obispo de Ruspe, discípulo de san Agustín. El sucesor de Trasamundo, Hilderico, hijo de Hunerico y de la hija de Valentiniano III Enudocia, era por su educación más romano que vándalo. Había vivido en Constantinopla y cultivado allí la amistad de Justiniano. Sin abandonar la fe de su pueblo, practicó una política de tolerancia. Los obispos católicos deportados volvieron a sus sedes. Las monedas de este reinado llevan la figura y el nombre del emperador Justino I, sin que podamos deducir de esta innovación el reconocimiento por parte del rey vándalo de la autoridad imperial. Pero esta política, contraria a las tradiciones vándalas, determinó el destronamiento de Hilderico.

Las tradiciones literarias del Africa romana no desaparecieron durante la ocupación vándala. El latín fue siempre el idioma de la diplomacia y de la administración. El poeta y profesor Draconcio nos informa de que a las clases del gramático Feliciano asistían romanos, vándalos y hasta extranjeros. También acudían jóvenes de los dos pueblos a la escuela de Draconcio, y subsistieron muchas otras para la enseñanza de la gramática y de la retórica. Trasamundo fomentaba la instrucción de su pueblo. Pero la libertad intelectual, que es el marco necesario de la vida del espíritu, faltaba. Draconcio fue encarcelado porque sus poéticos elogios a un soberano extranjero, acaso el emperador de Oriente, fueron considerados como delito de traición. Fulgencio fue desterrado dos veces a Sicilia.

Fin del reino de los vándalos

El reino vándalo escogió un sistema de apartheid que había de serle fatal. Rodeada esta minoría bárbara de una población cuya hostilidad provocaba constantemente; sometidos sus guerreros al desgaste continuo de las guerras marítimas; debilitada su clase directora por los goces de una civilización decadente -y por eso mismo refinada y adormecedora-, el proceso de la degeneración vital del pueblo vándalo se consumó en un siglo. Ya en los últimos años del reinado de Genserico esa ruina moral era visible.

El declive económico sobrevino con el agotamiento de las expropiaciones y la declinación de las expediciones navales de rapiña, que dejaron exhaustas las comarcas saqueadas. El «imperio del trigo» se dislocó en Sicilia, parcialmente recobrada por Teodorico. El régimen latifundista que los vándalos recibieron de los romanos estaba condenado al anquilosamiento por su misma naturaleza. Los terratenientes vándalos no fueron peores que los romanos, pero el sistema apresuró la decadencia de la economía.

Bastaron tres generaciones para hacer de los vándalos, según Procopio, el más blando de los pueblos. Cuando el ejército bizantino enviado por el emperador Justiniano emprendió la conquista del reino vándalo, éste se hundió en dos batallas. El general griego Belisario entró en Cartago sin encontrar resistencia (año 533).

Las tribus moras de Tripolitania, Argelia y Marruecos, que ni los romanos ni los vándalos consiguieron nunca someter completamente, se independizaron, y tras la efímera ocupación bizantina, recobraron el Africa para la vida pastoril 64 y volvieron a la barbarie (bereberes significa bárbaros). Las ciudades romanas fueron destruidas para siempre, y sólo sus melancólicas y bellas ruinas atestiguan que allí existió una espléndida civilización agrícola y urbana. En el siglo VII la conquista árabe imprimiría al Africa que fue romana unos caminos opuestos a los de Occidente.

El último rey vándalo Gelimer recibió de Justiniano hermosas fincas en Galacia. Los soldados vándalos fueron incorporados al ejército bizantino y destinados al Asia, a la frontera persa. Las escasas gentes vándalas que quedaron en Túnez desaparecieron, fundidas con la población indígena.

Ruina del reino suevo de Hispania

El Estado cuadosuevo, amenazado de muerte por la audacia expansionista de Rekhiario,65 se recobró, librándose de la tutela visigoda en cuanto las tropas de Teodorico II se alejaron. Rekhiario se había convertido al catolicismo, acaso para halagar a la población galaicorromana,66 y como en todos los reinos germánicos, su conversión debió de arrastrar la de su pueblo, pagano hasta entonces. Uno de los sucesores de Rekhiario, Resismundo, restaurador del Estado suevo, abandonó la fe cristiana para profesar el arrianismo (¿año 465?), sin duda por la influencia visigoda y por imposición de Teodorico II, que condicionaría a la conversión el reconocimiento oficial del reino y el matrimonio de su hija con el rey suevo.

La amistad entre los dos pueblos germánicos fue precaria. El reino suevo da la impresión de una población nómada, con una arraigada vocación por el saqueo y el incendio, en constantes luchas con los galaicorromanos o con los ejércitos visigodos.

El período de 469 a 558 nos es casi desconocido. La crónica de Hidacio termina en 468, y san Isidoro, fuente única de esta época, tampoco nos informa de estos años, El hecho más notable fue la conversión, esta vez definitiva, de los suevos al catolicismo, acaecida a mediados del siglo VI, por la misión del obispo panonio Martín, que fue llamado «apóstol de los suevos». En 561 se reunió el Concilio I de Braga, y once años después el segundo, por iniciativa del rey Miro. Los obispos que asistieron a estos sínodos (de las diócesis de Braga, Viseo, Coimbra, Egitana, Lamego, Maqueto (Oporto), Lugo, Iria, Orense, Tuy, Astorga y Britonium), si es que fueron reuniones de los prelados de territorio suevo, nos permiten delimitar la extensión del reino en sus últimos años: Galicia y los montes de León hasta el Orbigo por el este, y el norte de Portugal hasta el Mondego al sur. Braga era la capital y residencia de los monarcas.

El Estado suevo fue anexionado al reino visigodo de Toledo en 585. En vano su rey Miro apoyó la rebelión de Hermenegildo. Andeca, que había usurpado el trono al hijo de Miro, fue vencido en Braga y en Oporto por Leovigildo, que se apoderó del tesoro real, y el reino suevo pasó a ser una provincia visigoda.

Este fue el fin de uno de los pueblos federados más rebeldes a la soberanía imperial, favorecido por su alejamiento geográfico («el rincón más apartado de Europa», decían de él sus habitantes), y que igualó a los vándalos en hostilidad a la población romana. No carecieron los suevos de dureza, pero sí de energía para apoderarse de toda la península, cuando los visigodos acumulaban sus fuerzas para la posesión de la Galia. Apenas dejaron los suevos unas pocas huellas arqueológicas y toponímicas en el litoral entre el Miño y el Duero. Sus reyes católicos contribuyeron a que la Iglesia galaica se organizase con una estructura tan sólida que conservó su carácter en los siglos siguientes.

La población sueva acabó siendo asimilada por la galaica.

Alanos y alamanes

Los alanos (ala-ni) eran iranios que practicaban el pastoreo en la región del mar Caspio. En 360 fueron destruidos por los hunos. Un pequeño grupo se refugió al norte del Cáucaso. El resto emprendió el éxodo hacia el oeste, errando sin orden, en grupos dispersos, por la Europa central. Después del paso del Rin de 406, una rama de los alanos se unió a los vándalos asdingos, y siguió el destino, de este pueblo a través de la Galia y de Hispania, hasta el Africa -todos los reyes vándalos se titularon rex Vandalorum et Alanorum-, y allí finalizaron absorbidos por los vándalos. Otros alanos que obedecían al rey Goar entraron al servicio de Roma, y combatieron a los bagaudas y a los armoricanos.67 Aecio los utilizó como mercenarios contra los visigodos primero, contra los hunos después, y tropas alanas mandadas por el rey Sangibán participaron en la derrota de Atila en la Galia. El papel histórico de estos bárbaros feroces (Salviano de Marsella, que elogió, quizás con benevolencia, las virtudes germánicas, califica de «rapaces» a los alanos) fue siempre secundario.

Los alamanes son verosímilmente un pueblo formado por el reagrupamiento de tribus diezmadas por las guerras entre bárbaros, o por choques con ejércitos romanos en los «Campos Decumates». Parece confirmarlo su nombre –alamanni significa «todos los hombres-. Ellos se llamaban a sí mismos suabos, y acaso fuesen parientes de los suevos y de otros grupos de los cuados. En el siglo III invadieron varias veces Italia, hasta que el emperador Probo les hizo desistir de estas expediciones, infligiéndoles una severa derrota. En el siglo IV formaban una confederación regida por una dinastía, y se establecieron sólidamente en los «Campos Decumates», evacuados por el Imperio. El paso del Rin de 406 les permitió ocupar Alsacia y el Palatinado, acaso corno federados. Aecio los rechazó de la Nórica. La instalación de los burgundios en Sapaudia fue aprovechada por los alamanes para apoderarse de la orilla izquierda del Rin, de Basilea a Worms, tal vez hasta Maguncia. La victoria de los francos en Tolbiacum y los progresos de Clodoveo en la región renana ocasionaron la desmembración política del Estado alamano, y desvió la presión de sus tribus hacia el sur. Los que permanecieron en Alsacia y el Palatinado fueron sometidos por los francos.

Al desaparecer el reino burgundio los alamanes se instalaron en la llanura helvética. Su extraordinaria vitalidad suplió los fallos de su debilidad política. A mediados del siglo VI volvieron a acosar Italia. Hasta fines del mismo siglo no aceptaron el cristianismo.

En el siglo VIII, cuando el territorio que ocupaban fue conquistado por los reyes carolingios, la historia de los alamanes desemboca en la de Alemania.68

Los restantes pueblos germánicos no lograron un asentamiento estable, o desaparecieron, aniquilados por las nuevas oleadas migratorias que en el siglo VI se derramaron sobre la Europa central. En las décadas postreras del siglo V los sajones que habían permanecido en el continente y los frisones confinaban con el reino de los francos en la comarca próxima al mar del Norte comprendida entre los ríos Rin y Elba. Más al sur -avasallados por los reyes merovingios sus grupos occidentales- vivían los turingios, Al norte del Danubio habitaban tribus rugias. La Panonia, que había sido el hogar de Atila, fue ocupada sucesivamente, al desmembrarse el imperio huno, por ostrogodos, gépidos, hérulos, lombardos y búlgaros. Los gépidos erigieron un reino al norte del Danubio inferior, en la Rumania actual, fronterizo de la llanura ucraniana, que estaba en poder de los eslavos.

Cuando en el siglo VI la horda tártara de los ávaros avanzó hasta el corazón de Europa, se produjo un desplazamiento violento de todos estos pueblos, o su sumisión. Es el mismo fenómeno ocasiona. do 170 años antes por la llegada a Europa de los hunos, y no menos incitador de grandes trastornos, Para rehuir la soberanía de los ávaros, los lombardos invadieron Italia, y los eslavos iniciaron sus infiltraciones en Iliria y en la península balcánica.

6. El Imperio de Oriente en la segunda mitad del siglo V

Teodosio II murió en 450. El único descendiente varón de la dinastía teodosiana era el emperador de Occidente Valentiniano III, y según la teoría de la unanimitas, a él correspondía la diadema imperial. Mas Pulqueria había logrado de su hermano que designara sucesor al general Marciano. El nuevo emperador ahorró al Estado las humillaciones a las que Atila le había sometido, pero su nombramiento y su política acentuaron la separación entre Rávena y Constantinopla, que Teodosio II había querido evitar, reforzando los vínculos familiares con su primo Valentiniano III y promulgando el Código Teodosiano.

El emperador Marciano y el ascendiente germánico en el ejército

Tracio de origen, Marciano había ascendido de simple soldado a tribuno y general. Era modesto, piadoso y enérgico. Su designación no fue bien acogida por el elemento romano, pero Pulqueria legitimó a su protegido casándose con él y haciéndole coronar por el patriarca de Constantinopla. El fraternal matrimonio -Pulqueria había hecho voto de castidad- dio ejemplo de virtud en una corte corrompida, y Marciano y Pulqueria fueron considerados como santos por la Iglesia oriental.

En celo religioso de Marciano influyó decisivamente en las resoluciones del cuarto concilio ecuménico de Calcedonia, que condenó el monofisismo, provocando una reacción religiosa y nacionalista en Siria y Egipto, que debilitó la influencia imperial en estas provincias, sólo superficialmente helenizadas.69

Marciano tomó disposiciones para combatir la corrupción administrativa y para reducir los gastos públicos. Tenía la fuerza de carácter del soldado, y se negó a pagar a Atila el tributo aceptado por Teodosio II. No es probable que hubiera podido rechazar un ataque del khan de los hunos, pero Atila escogió la guerra contra Occidente, y el Imperio oriental se libró de una dura prueba. La desintegración del Imperio huno que siguió a la muerte de Atila condujo a la instalación de los ostrogodos en Panonia. Esta vecindad iba a resultar tan enojosa para el Imperio como la de Alarico medio siglo antes.

El alano Aspar, conde y general en jefe, poderoso en Constantinopla como Aecio en Occidente, se apoyaba en los godos que permanecían en el ejército. El elemento bárbaro recobraba el poder que había tenido en el gobierno durante el reinado de Arcadio. Constantinopla, lo mismo que Roma, no podía prescindir de los bárbaros como soldados: reclutaba los desertores germánicos del ejército de los hunos y acogía en territorio romano tribus rugias y esciras que habían formado parte del Imperio de Atila.

León I: eliminación de Aspar y del elemento germánico

Cuando Marciano murió, el alano Aspar, que ya había contribuido a la proclamación del general tracio, disponía nuevamente de la diadema imperial, como Ricimerio en Roma. Pero, al igual que Ricimerio, no podía ser emperador: además de bárbaro, profesaba el arrianismo y era impopular en Constantinopla. Escogió a otro soldado tracio que había sido su intendente, León I. Para acallar la oposición del Senado de Constantinopla, León I fue coronado por el patriarca de la capital, como Marciano siete años antes. Aunque el patriarca intervenía en esta ceremonia no como prelado, sino como el personaje de rango más elevado de la Administración, esta participación eclesiástica en las coronaciones de los emperadores, que ya no fue suprimida, vino a ser expresión del carácter divino de la autoridad imperial.

Aspar era el Ricimerio de Oriente, pero León I no fue un emperador manejable. Opuso a los soldados germanos de Aspar la fuerza salvaje de los guerreros isauros de su yerno Zenón. Como en tiempo de Arcadio y del visigodo Gainas,70 se desencadenó la hostilidad de la población civil, romana y católica, contra la soldadesca germánica y arriana. El fracaso de la guerra marítima contra los vándalos 71 fue atribuido por la población y por la corte a traición de Aspar y de sus godos. Y cuando su fuerza declinaba, el jefe alano incurrió en el error de Estilicón y de Aecio: exigió para su primogénito la dignidad de césar y la mano de una hija del emperador.

León I decidió deshacerse de este rival arrogante, y recurrió a los isauros de Zenón, acantonados en Constantinopla. Aspar y sus hijos fueron asesinados, y la influencia germánica en el Imperio de Oriente quedó definitivamente destruida. Desde este momento fue posible iniciar la nacionalización del ejército.

Zenón el Isauro, emperador único del Imperio romano

Tres años después de las matanzas de Aspar y de sus alanos, en 474, moría el emperador León I. En el mismo año falleció también su nieto León II, al que había proclamado augusto. Zenón se había hecho conceder la dignidad imperial poco antes de morir su hijo, y a pesar de su impopularidad fue emperador único. Sus partidarios ¡santos se instalaron en la corte.

El reinado de Zenón está vinculado a los acontecimientos de Italia. La unamitas estaba rota desde la muerte de Teodosio II. Sus sucesores no solicitaron el reconocimiento del emperador de Rávena. Desaparecido Valentiniano III, Marciano se consideró como único emperador legítimo de la pars orientalis y de la pars occidentalis. Sin embargo, León I designó emperador de Roma a Antemio, y Zenón a Nepote. Al pedir Odoacro la legitimación de su poder al emperador de Constantinopla Zenón sostuvo los derechos de Nepote. Cuando éste murió, Zenón volvió a ser emperador único. Nunca hubo dos imperios, sino un solo Imperio romano gobernado por dos emperadores. Por eso el mundo bárbaro y la Romania aceptaron como un desenlace lógico y legítimo la soberanía de Zenón sobre la totalidad de un Estado cercenado en sus provincias occidentales.

El emperador de Constantinopla toleró a Odoacro como patricio romano hasta que halló una solución más ventajosa: conceder al ostrogodo Teodorico, huésped enfadoso de la península balcánica, el gobierno de Italia.72

El primer cisma entre la Iglesia de Roma y la de Constantinopla

El monofisismo, condenado en el concilio de Calcedonia de 451, provocaba en Egipto una agitación, no sólo religiosa sino política, que se extendía a Siria y Palestina. Los sucesos de Occidente exigían el mantenimiento de la cohesión en la pars orientalis. La independencia de los reinos germánicos de Africa, Hispania, Galia y Bretaña era una advertencia para la corte de Constantinopla. ¿Tendría que aceptar también el Imperio en Oriente una segregación de sus provincias egipcia, siríaca y palestina, si no invadidas por poblaciones bárbaras, sí sacudidas por un violento nacionalismo? La vecindad siempre amenazadora de la Persia sasánida aconsejaba por otra parte restablecer a toda costa la unidad interna.

Aun a riesgo de un conflicto con el papa, Zenón y el patriarca de Constantinopla se aplicaron a restaurar la paz religiosa en Oriente, a fin de desarmar la naciente rebelión política.73 Para aplacar a los monofisitas, en 482 el emperador publicó el Henotikon, o Edicto de Unión, dirigido a las iglesias de la diócesis de Alejandría. El Henótico se apoyaba en la doctrina aprobada por los tres primeros concilios ecuménicos, pero abandonaba, sin mencionarla expresamente, la fórmula del cuarto concilio de Calcedonia sobre la unión en Cristo de las dos naturalezas, y evitaba las explosivas expresiones «una naturaleza» o «dos naturalezas». Cristo, según el Henótico, era de la misma naturaleza que el Padre en su naturaleza divina, y también de la misma naturaleza que nosotros en su naturaleza humana. Se condenaba a los que predicaran otra doctrina, y explícitamente a Nestorio y a Eutiques.

El Edicto de Unión no fue aceptado ni por los monofisitas exaltados -llamados acéfalos, porque negaron su obediencia al patriarca de Alejandría, que había acatado el Henótico- ni por los ortodoxos extremistas. La situación empeoró cuando el papa Félix III reunió un concilio en Roma para condenar el Edicto de Unión, excomulgando al patriarca de Constantinopla Acacio. Era la ruptura entre la Iglesia latina y la griega, el primer cisma, que duraría 34 años, de 484 a 518.

La Iglesia romana podía haber sido el punto de apoyo de la política imperial en Occidente. Las desavenencias entre papas y emperadores inclinaron a la iglesia de Occidente al entendimiento con los reinos germánicos, y al Imperio de Constantinopla a su aislamiento que lo desromanizó, bizantinizándolo.

Las fronteras amenazadas

Godos y hunos habían invadido antes la pars orientis del Imperio que la pars occidentis. Pero desistieron de un enfrentamiento decisivo con el gobierno de Constantinopla, acaso por creer al Occidente más vulnerable. Así pudo el Imperio oriental salvarse del peligro visigodo en 401, del de Atila en 451, del ostrogodo en 488. Mas el destino de Bizancio lanzó sobre sus fronteras un milenario desfile, casi ininterrumpido, de incursiones bárbaras, que no cesó hasta la conquista de Constantinopla por los turcos otomanos en 1453.

Cuando Zenón hubo encaminado a los ostrogodos hacia Italia, la frontera del Danubio sufrió ataques de hordas hunas, supervivientes del Imperio de Atila; de los tártaros, búlgaros y ávaros; de les eslavos. La frontera del Eufrates fue sacudida por una irrupción de los persas sasánidas a comienzos del siglo VI, reinando Anas tasio, sucesor de Zenón. Las tropas imperiales fueron incapaces de evitar que el ejército persa penetrara hasta el delta del Nilo. Al sur de Damasco surgió un riesgo nuevo: el reino árabe de los gasánidas, vasallo del Imperio. Los árabes, alentados por la debilidad militar de la frontera bizantina, prodigaron sus expediciones de rapiña en Palestina y Siria.

El Imperio romano oriental no parecía gravemente amenazado por estos contratiempos. Había resuelto situaciones más difíciles y conseguido anular la hegemonía bárbara en el ejército. Pero esta tarea había requerido un esfuerzo que impidió la dedicación de los emperadores a los problemas de Occidente.

Bizancio

El Imperio romano de Oriente conservó las estructuras políticas y administrativas que había heredado del Bajo Imperio; pero absorbido por sus propios apuros, sin el sobrante de energía necesario para defender la pars occidentalis, encerrado cada vez más en sí mismo, acabó por despreciar la vieja Roma y el Occidente recaído en la barbarie. El latín fue un idioma reservado a las ceremonias oficiales y a la legislación, ignorado por el clero, por el pueblo, incluso por los funcionarios, y en tiempo de Justiniano empezaron a escribirse en griego las nuevas leyes, las Novelas. A fines del siglo VI el latín fue desplazado de sus últimos reductos, la correspondencia diplomática y las monedas. El Imperio sigue llamándose romano, pero en realidad es griego, de un helenismo envejecido, en el que se han injertado elementos orientales, egipcios y persas, que lo desfiguran, dándole una fisonomía nueva, aunque sin ningún destello juvenil; por el contrario, de rasgos que no parecen tener edad: hieráticos, solemnes, majestuosos.

Este Imperio está mejor designado con el vocablo Bizancio, que significa aleación de cristianismo, Grecia y Oriente.

Las influencias persas en la corte bizantina son visibles en el ceremonial, en la indumentaria del emperador -desde la corona a los dibujos que adornan sus vestiduras-, en la actividad de los eunucos, en la «adoración» de los súbditos. Pero la insistencia en repetir formas artísticas gastadas; la sustitución de la moral viva por la ortodoxia doctrinal; el sacrificio de la vida natural a la etiqueta; la elevación de la duplicidad y de la hipocresía a normas de conducta; la unión de los poderes eclesiástico y civil, más bien parecen una resurrección del Egipto faraónico.

NOTAS

1 Como ya se dijo (supra, 1, S), los foedus tenían carácter personal. Los germanos los consideraban caducados cuando se producía una mudanza dinástica

2 Desde los últimos años del reinado de Valentiniano III, los emperadores volvieron a residir en Roma, y el patricio y magister utriusque militiae, en Milán.

3 Antemio estaba casado con una hija del emperador Marciano, y siguió en el favor del sucesor de Marciano, León I. Era nieto del prefecto del pretorio del mismo nombre, que gobernó durante la minoría de Teodosio Ir.

4 F. LoT, Les destinés de l´empire m Occident, op. cit., p. 90, nota 52.

5 Para la exposición que sigue véase en la Historia de España, de MENENDEZ PIDAL, t. III: MANUEL TORRES: Las Invasiones y los reinos gemánicos, en España años 409-711), pp. 68 a 81.

6 Proclamado rey, y no jefe del ejército, según Hidacio y Jordanes

7 U conspiración, acaso apoyada por el partido visigodo prorromano, f.. dirigida por los hermanos del rey, Teodorico y Federico. Federico fue colaborador del nuevo monarca, y firmó con él tratados internacionales.

8 Supra, IV, 4.

9 Chronicon, capítulos 170 a 192.

10 Sigo en este punto el magnífico estudio de RAMóN DE ABADAL, «Del reino de Tolosa al reino de Toledo», op. cit., pp. 45 a 48.

11 Supra, IV, 3.

12 MENÉNDEZ PIDAL, OP. Cit., t. M, p. 75.

13 ABADAL, op. cit., p. 42.

14 Es decir, la comarca dominada en los años anteriores por la bagaudia.

15 ABADAL: «El llegat visigótic a Hispánia» pp. 97 y ss., de Dels Visigots aIs Catalans, Op. Cit.; 1. VICENS VIVES, Historia económica de España, op. cit., PP. 81 y SS.

16 La cifra más verosímil es 200.000. los suevos alojados en Galicia y norte de Portugal no llegarían a 100.000. Genserico se había llevado al Africa unos 80.000 vándalos y alanos. Suevos y visigodos sumarían, pues, un cinco por ciento de la población hispanorromana, que no sería inferior a seis millones. Estos cálculos son probables, pero no están documentados. El lector no debe Ver en ellos sino una indicación aproximada de lo que sí es evidente: la exigüidad de la población germánica asentada en la península hispánica,

17 En las necrópolis se han encontrado utensilios sin valor; nunca oro, y muy poca plata, y ésta de poca ley.

18 Estos nombres no demuestran que esos emigrantes conservaran características germánicas, sino que fueron diferenciados por los habitantes anteriores del país, entre los que abundaban descendientes de los suevos, que habían sostenido tan largas guerras con los visigodos, y a los que habían odiado más que a los galaicorromanos.

19 Conocemos la situación de algunas de las villas que pasaron a ser propiedad de la nobleza germánica por la toponimia: Villafáfila (Zamora), villa de un Fávila; Villafruela, de un Fruela; Villatuelda (Burgos), de un Théudila; Villandrando (Burgos), de un Gundrando; Villageriz o Castrogeriz, de un Sigerico. Pero los topónimos de propietarios romanos son muchos más: Villarcayo de un Arcadio; Villalaín, de un Flavino; Villasimpliz, de un Simplicio; Villavicencio, de un Vicencio; Cornellana, Cornellâ, Cornelhá, de un Cornelio; Corzana, Corsá de un Curcio (Según MENÉNDEZ PIDAL, op. cit., introducción, págs. XVI-VVII.). Menéndez Pidal ha señalado también los reflejos de los repartos de tierras, de las dos partes de los godos y del tercio de los hispanorromanos, en los toponímicos Suertes, Sort, Tercia, Tercias, Tierzo, Tierz, Consortes, Huéspeda, etc. Godones y Romanones, Gudillos y Romanillos (op. cit., p. XVI).

20 J. VICENS VIVES: Aproximación a la Historia de España, p. 47, Barcelona, 5.ª ed., 1968.

21 Los textos de Sidonio Apolinar, contemporáneo de Eurico, y de Jordanes, historiador godo del siglo VI que atestiguan la independencia de Eurico, no son convincentes para F. LOT (El fin del mando antiguo y los comienzos de la Edad Media, op. cit., p. 281), que se basa en el hecho de que las monedas visigóticas seguían llevando el nombre del emperador de Oriente cien años después de la muerte de Eurico. También aparecen actas conciliares fechadas a la romana, con los nombres de los cónsules, pertenecientes a la época del protectorado del ostrogodo Teodorico.

22 Es el sistema del derecho personal, ius sanguinis, opuesto al derecho territorial, ius solis. También los burgundios y los lombardos aplicaron en sus Estados una doble codificación. Recientemente A. García Gallo ha sostenido la teoría de que el Código de Eurico y el Breviario de Alarico II tuvieron carácter territorial y no personal (A. GARCÍA GALLO, «Nacionalidad y territorialidad del Derecho en la época visigodas, Anuario de Historia del Derecho Español, XIII (1936.1941), pp. 168 y ss. Del mismo autor y en la misma revista, XIV (1942.1943), pp. 593 y ss.: «La territorialidad de la legislación visigodas. Y también El origen y la evolución del Derecho, Madrid, 1964, pág. 336, § 641).

23 Op. cit., pp. 30 y ss.

24 Supra, IV, 2.

25 Infra, VI, 3.

26 El tesoro real visigodo, que el primer Alarico había reunido en el saqueo de Roma, fue trasladado a Carcasona. Amenazada la ciudad por los burgundios, fue llevado a la corte de Teodorico en Rávena. Años después el rey ostrogodo Atalarico, nieto de Teodorico, la devolvió a su primo el visigodo Amalarico. El tesoro real visigodo permaneció en Toledo hasta la conquista musulmana. En 714, Muza lo envió a su soberano el califa de Damasco.

27 Op. cit., pp. 49 y ss.

28 Supra, IV, 4. 29 P. LoT, Les invasions gemaniques, op. cit., pp. 124 y ss.

29 F.Lot, Les invasions germaniques, op, cit., pp. 124 y ss.

30 Soissons estaba en poder de Siagrio; Verdún fue conquistada años después por Clodoveo; Worms pertenecía a los alamanes (L. MUSSET, op. Cit., página 47).

31 Así lo consideraban los francos.

32 El único relato documentado, aunque poco objetivo, de este reinado lo escribió Gregorio de Tours, 65 años después de la muerte de Clodoveo. Gregorio de Tours utilizó fuentes muy deficientes, adernás de la tradición oral. Su objeto fue presentar a Clodoveo como un hombre providencial, que facilitó el triunfo de la Iglesia sobre sus enemigos arrianos y paganos.

33 Pasados once siglos, otro rey de Francia, Enrique IV de Borbón, adoptó en circunstancias graves para su país una decisión similar.

34 F. LOT, El fin del mundo antiguo—, &p. cit. p. 228; A VAN DER VYVER, «La horonologie du régne de Clovis d'après la légende et d'après I'histoire», en Le Moyen Age, LIII, 19,47, pp. 177 a 196. Toda la cronología de este reinado admitida tradicionalmente ha sido rechazada con sólidos argumentos por este historiador belga. Hay que admitir la posibilidad de un error de diez años en las fechas de todos los hechos, aun los más destacados.

35 Supra, V, 2.

36 Clotario y Childeberto conquistaron entre 532 y 534 el reino burgundio, y anexionaron la Provenza en 536. Sólo la Septimania permaneció en poder de los visigodos, y la Baja Bretaña o península armoricana conservó su independencia.

37 F. LOT (El fin del mundo antiguo…. op. cit., p. 283) explica, siguiendo a Brunner, que la wergeld (precio de un hombre, es decir, la cantidad que el homicida debe satisfacer a la familia del muerto) de un hombre franco, fijada en 200 sueldos, es prácticamente idéntica a la de un galorromano, establecida en 100 sueldos; en los dos casos la parte de los herederos de la víctima era la misma, 66 1/3 sueldos; pero si el muerto era un franco, los parientes obligados a la venganza recibían otro tercio, 66 1/3 sueldos, lo que no sucedía si el muerto era romano; en ambas ocasiones la parte del rey es la mitad de lo percibido por los herederos y parientes (66 1/3, si se trata de un franco; 33 1/3, si de un galorromano).

38 Las diferencias lingüísticas entre el irlandés (lengua celta insular) y el celta continental son tan grandes, que suponen una incomunicación de muchas siglos entre los celtas de las islas y los del continente. Los bretones -nombre que se daban a sí mismos los pobladores de Britania- eran también celtas.

39 Los primeros sajones instalados en Britania debieron de ser, pues, federados, no conquistadores.

40 Estilicón había retirado cinco o seis años antes una legión para la defensa de Italia.

41 Supra, IV, 4.

42 El nombre de escotos (escoceses) designé originariamente a los celtas irlandeses. Fueron colonos irlandeses los que lo llevaron a Caledonia o Escocia. Con el tiempo, el vocablo escoto perdió toda la relación con Irlanda y se empleó para designar a los pobladores de Caledonia y a su idioma, que no es celta, sino germánico.

43 L. MUSSET, OP. Cit., PP. 95 y 55.

44 Es la versión tradicional de la conquista anglosajona de la isla, que fue rebatida hace 30 años por P. LOT (Les invasions gemaniques, op. cit.) y otros historiadores, y que parecen confirmar en lo esencial investigaciones recientes (para esta cuestión es imprescindible la obra citada de Musset, en la que esta exposición se basa).

45 Supra, IV, 4.

46 Según P. Lot (Les invasions gemaniques, op. cit., p. 307) hacia el año 500 los bretones conservaban Cornualles, País de Gales y el noroeste de Inglaterra (Lancashire, Westmoreland, Cumbreland), o sea, unos 65.000 kilórnetros cuadrados de los 147.000 de la Bretaña romana.

47 Supra, II.

48 El pelagianismo sostenía también que los niños que mueren antes de recibir el bautismo se salvan; la transmisión del pecado significaría una injusticia divina. Admitía la gracia de Jesucristo y la eficacia del bautismo para el perdón de los pecados pasados, pero insistiendo en que la salvación es personal. Los partidarios orientales de Pelagio, los "semipelagianos", trataron de conciliar el libre albedrío y la predestinación.

49 J. VOGT, op. cit., p. 333.

50 A. TOYNBEE E, Estudio de la Historia, vol. II, pp. 324 y ss.

51 Los abades del monasterio de Amagh, la fundación de san Patricio en el norte de Irlanda, eran abades y obispos a la vez, y usaban indistintamente los títulos de obispo y de abad.

52 J. RYAN, Irish Monasticism: Origins and Early Development, Londres, 1931, p. 171; L. GOUGAUD, Christianity in Celtic Lands, Londres, 1931, p. 83 (Citados por Toynbee).

53 A. OLRIK, Viking Civilisation, Londres, 1930, pp. 107 y ss.

54 Como Juan Escoto Eriúgena, la mente más clara de la Alta Edad Media occidental, que afirmaba que en los casos de contradicción entre razón filosófica y autoridad teológica, debe predominar la razón sobre la autoridad.

55 A. TOYBEE, op. cit., t. II, p. 3 30.

56 Supra, IV, 4.

57 F. LOT, Les invasions gemaniques, op. cit., p. 121; L. MUSSET, op. Cit., página 57.

58 Supra, V, 1.

59 Supra, V, 3.

60 Supra, IV, 4; V, 1.

61 Sólo el hijo de Genserico, Hunerico, casó con Eudocia, hija de Valentiniano III.

62CH. Courtois, Les vandales et l´Afrique, París, 1955, obra de valor excepcional, basada en un inventario crítico de las inscripciones africanas, que ha rertificado muchas de las opiniones tradicionales, basadas en la historia de Víctor de Vita.

63 Es el sistema llamado tanistry del irlandés tanaise, el segundo.

64 E. F. GAUTIER, Le passé de l'Afrique du Nord. Les siècles obscurs. Payot, París, 1952, pp. 260 y ss. En el siglo XIV el historiador tunecino Ibn-Khaldun en sus Prolegómenos históricos interpretó la historia del Africa Menor como una alternativa de nomadismo y sedentarismo, en un ritmo de tres fases: períodos en los que los nómadas crean Estados, apoderándose de las ciudades períodos de transformación de los nómadas en sedentarios civilizados, y períodos de debilitamiento de las ciudades, nuevas invasiones y fundación de nuevos Estados (Les prolégomènes d'lbn Khaldun, traduits et commentés par M. de Slane, 3 vols., París, 1858). Véase también Supra, II, 8.

65 Supra, V, 2.

66 MANUEL Torres, «Las invasiones y los reinos gemánicos de España», op. cit., p, 30 (en la Historia de España de MENÉNDEZ PIDAL, tomo III).

67 S.pr., IV, 4.

68 Una exposición más detallada en L. MUSSET. op. cit., pp. 77 y ss,

69 Supra, IV, 7.

70 Supra, M, 5.

71 Supra, V, nota 60,

72 Infra, VI, 3.

73 Pedro Monje, obispo de Alejandría, confesaba al papa Simplicio que, aun aprobando in mente los acuerdos del cuarto concilio de Calcedonia, se veía obligado a condenarlos públicamente, para conservar su autoridad sobre el clero y los fieles egipcios.

CAPITULO VI

Como concesión deliberada a la historiografía tradicional, hemos acumulado en el capítulo anterior una enmarañada retahíla de rebeliones, destronamientos, homicidios, intrigas, batallas, invasiones, incendios y saqueos. Es hora de inquirir el significado que esos sucesos -marcados por la violencia, la ambición o la astucia- tuvieron en el destino de Occidente.

Los invasores bárbaros del siglo V no eran más numerosos ni estaban militarmente mejor organizados que los cimbrios y teutones que irrumpieron en el Imperio en el siglo I a. de C.; o los godos, francos y alamanes que devastaron Grecia, Asia Menor, Galia y España en el siglo in. Si consiguieron ocupar territorios romanos, fundando en ellos reinos federados, convertidos después en Estados independientes, debemos atribuirlo a la debilidad extrema del Imperio. Como afirma Chapot, "el Imperio se suicidó lentamente; su debilitamiento interno precedió al de las fronteras".1 Ferdinand Lot ha diagnosticado la «esclerosis» del Imperio,2 un edificio arruinado, sostenido con clavos de hierro.3 No hubo, pues, nada parecido a una grave derrota militar, ni a una guerra formal entre la Germania y la Romania, con un vencedor y un vencido, sino una larga agonía de tres siglos, un pausado proceso de disolución que las irrupciones germánicas aceleraron, pero que aun sin ellas hubiera seguido su curso inevitable.

Habiendo llegado a este altozano, contemplemos desde él el panorama borroso -que las dificultades de interpretación hacen más atractivo- de la vida de Occidente después del destronamiento ,de su último emperador.

1. La economía

Nos será difícil advertir en ese panorama ningún cambio profundo de la primera a la segunda mitad del siglo V.4 Los alojamientos germánicos no modificaron la estructura latifundista de la economía del Bajo Imperio. Sólo que ahora aparecen junto a los terratenientes romanos los señores germánicos y los fundos eclesiásticos, más numerosos y extensos cada vez, favorecidos por donaciones reales.

Los bárbaros ni destruyen – si no es en las primeras incursiones de rapiña-, ni restauran ni innovan. La tierra se sigue cultivando, por romanos y bárbaros, con métodos anticuados, con el escaso rendimiento de siempre, pero no deja de cultivarse. Sólo los dominios imperiales, que han pasado a ser patrimonio de los reyes germánicos, son trasformados en cotos de caza, o abandonados a la negligencia de los mayordomos de palacio, o cedidos a la nobleza bárbara, y en los alrededores de las residencias reales surgen grandes bosques donde existieron feraces labrantíos.

U región renana fue una de las más devastadas del Imperio. Sus destruidas ciudades, abandonadas por los galorromanos,5 fueron ocupadas por germanos que implantaron en su territorio formas de vida campesina. Pero la organización eclesiástica subsistió, y la romanidad conservó su arraigo en el país, actuando con sus construcciones de piedra, sus empobrecidas industrias y sus hábitos ciudadanos sobre los nuevos habitantes. Hasta en Renania la vida recobró, paso a paso, su curso.

Los vici o aldeas de campesinos libres no habían desaparecido. En la época merovingia subsistían en la Galia más de mil, junto a unos cincuenta mil dominios señoriales.6 En el vicus vivían, con los campesinos libres, algunos artesanos y pequeños comerciantes. En el reino visigodo de Toledo existían consejos agropecuarios, formados por pequeños propietarios que administraban la distribución de montes, pastos y tierras baldías entre los vecinos. Esta institución, el conventum vicinorum, puede haber dado origen al municipio medieval.7

Los vici se desintegraron en la época merovingia. La pobreza de sus explotaciones, la inseguridad de los tiempos y la codicia de los señores incitaba a estos propietarios humildes a acogerse a la protección de un terrateniente poderoso, sacrificando su libertad a una seguridad precaria. Así se completó el avasallamiento de la clase campesina, que el patronato había iniciado en el siglo IV.

Las ciudades destruidas por las invasiones, como Boulogne, Maguncia y Colonia, entre otras, no se reconstruyeron hasta el siglo VI. Las otras se achicaron en la menguada superficie acotada por sus murallas, y el paisaje urbano se ruralizó. Aun en su exigüidad, en estas ciudades casi despobladas había espacios libres. Pequeñas huertas aparecían detrás de los tapiales, y los animales domésticos pululaban por las callejas. Ni siquiera las cortes bárbaras contribuyeron a animar nuevos núcleos de vida urbana -con la efímera excepción de Burdeos en tiempo de Eurico-, porque los reyes germánicos prefirieron siempre sus residencias campestres a sus minúsculas capitales, austeras y tristes. Hasta los puertos de mayor tráfico, como Marsella, ofrecían un aspecto desolado. En las épocas críticas las gentes se refugian en el campo, donde al menos es más asequible el alimento necesario para vivir.

Era ésta una economía de subsistencia, no una economía de beneficio, similar a la que los invasores venían practicando de generación en generación, y que facilitó por esto la convivencia de romanos y germanos.

Aunque la unidad económica del mundo romano, sostenida por el tráfico mediterráneo, conservaba todavía un declinante comercio de cereales y de objetos de lujo, la regresión económica del Bajo Imperio se acentuó, pues, en la época de formación de los Estados germánicos, que son el humilde epílogo del mundo antiguo.8

2. La vida social

La fusión de las dos aristocracias

Las invasiones no modificaron ni las estructuras sociales de los romanos ni las de los ocupantes. Desde la primera generación la solidaridad étnica fue suplantada por una solidaridad de clase, que urdió vínculos más sólidos que los raciales y lingüísticos. Como ha sucedido siempre en todos los países y en todos los tiempos, un propietario romano se sentía más afín a los nobles germanos que a sus propios colonos. La comunidad de intereses fraguó más pronto entre las clases dominantes que entre las humildes. La fusión fue facilitada por la transformación de la aristocracia militar bárbara en cortesana y terrateniente.

A las residencias reales de los monarcas bárbaros acudían nobles germanos, atraídos por la ambición de un alto cargo o por la donación de un fundo, y miembros de la nobleza senatorial, para ofrecer a los reyes su experiencia en la administración pública, y para hacer admitir a sus hijos en la clientela del soberano, el convivía regia, siguiendo una tradición germánica.9 Unos y otros, romanos y germanos, codician el cursus honorurn, es decir los obispados, condados y funciones palatinas. Cuya designación depende del capricho regio. Los soberanos estimaban en los miembros del orden senatorial la cultura, el hábito de gobernar, la capacidad de organización, y escogían entre ellos a sus ministros.

De la antigua administración provincial sólo subsistía un funcionario laico, el conde, cuyas atribuciones financieras, judiciales y militares en el gobierno de las ciudades apenas conocemos. Muchos condes de los nuevos reinos bárbaros pertenecían a la nobleza senatorial. Sin embargo, donde se afianzó el poder y el prestigio de la aristocracia romana fue en el desempeño de los altos cargos eclesiásticos. Durante los siglos V y VI la mayoría de los obispos procedían del clarisimado. Era tan primordial la posición política de los obispos en la vida urbana de la época,10 que el pueblo prefería la elección per saltum -como la de san Ambrosio- de un noble laico con práctica de los asuntos públicos, a la de un clérigo sin esa experiencia y sin relaciones políticas. Así vinieron a coincidir en la designación de los obispos los intereses de los súbditos con los del monarca bárbaro, y los de la aristocracia romana con los de la Iglesia.

Aunque la ley de Valentiniano I y Valente que prohibía los matrimonios mixtos entre las dos razas no había sido derogada, y a pesar de la reciprocidad de los edictos de los reyes godos y vándalos, las uniones entre la alta nobleza de los dos pueblos fueron frecuentes. Motivaron estos matrimonios el interés de las grandes familias por asegurarse una posición social sólida, y el afán de acumular el mayor número de propiedades rústicas.

La participación de bárbaros y romanos en una comunidad territorial

En cambio la fusión entre los ingenui y la población romana libre fue floja y mucho más lenta que la de las clases dominantes. Con excepción del reino de los francos, la prohibición de los matrimonios mixtos fue mantenida (en el reino visigodo de Toledo, hasta mediados del siglo VI). La diferencia de vestidura no pudo ser motivo de segregación, si no se incurre en el error de interpretar literalmente a los escritores del Bajo Imperio. Los bárbaros vestían túnicas y pantalones ajustados, sobre todo de pieles toscamente curtidas, se calzaban con botas altas e iban siempre armados. Pero los romanos habían abandonado sus vestidos ligeros y flotantes por la indumentaria gala: casaca con mangas, calzones y zapatos. Sólo la cabellera seguía discriminando a los dos pueblos. El pelo corto de los romanos contrastaba con los largos cabellos grasientos de los bárbaros, cuyo olor nauseabundo tanto molestaba al refinado Sidonio Apolinar.11

La unión de indígenas y germanos ofrece problemas de interpretación que es necesario examinar dejando de lado la imagen tradicional de las invasiones. Piénsese, por ejemplo, que muchas comarcas no fueron ocupadas nunca por los bárbaros, y algunas ni siquiera saqueadas. Muchos ciudadanos romanos oirían hablar de los invasores, pero no llegarían a verlos nunca. Y no se olvide que la presión fiscal había hecho intolerable la vida a la mayoría de los habitantes del Imperio. En la segunda mitad del siglo V el mecanismo administrativo romano siguió funcionando y las deserciones de curiales, artesanos y colonos, que huían de sus obligaciones tributarias irresistibles, continuaron. Uno de los últimos emperadores de Occidente, Mayoriano, se lamenta de «las astucias empleadas por los que no quieren permanecer en el estado en que han nacido». Y retiérdense las palabras de Orosio:12 "para muchos indígenas las invasiones fueron un mal menor". Lot afirma que el régimen de la hospitalitas, tan minuciosamente reglamentado, evitó a la población romana los estragos de una conquista brutal.13

El ejército fue un excelente instrumento de contacto entre bárbaros y romanos. Los francos admitieron en él a los galorromanos de condición libre.14 En el reino visigodo de Toledo, los godos que carecían de fortuna y los hispanorromanos desposeídos de sus tierras, mas no de su libertad, se encomendaban al servicio de un magnate, formaban su séquito o eran alistados en el ejército por su señor. Esta clientela de la nobleza visigoda fue tan numerosa, que llegó a constituir una clase social, la de los bucelarios.15

Los germanos constituían una sociedad jerarquizada, que al instalarse en territorio romano convivió con otra sociedad que tenía también sus castas, más cerradas y exclusivas que las germanas. El paralelo sociológico alcanza a los esclavos. La esclavitud declinaba entre los bárbaros, al tiempo que en Roma se transformaba, sin desaparecer totalmente, en servidumbre de la gleba.

Se puede afirmar que hubo una evolución doble y convergente la de la decadencia romana y la del progreso germánico16 -que suavizó los contrastes socioeconómicos entre la Romania y la Germania.

Función social de la Iglesia

En oposición al mensaje del cristianismo primitivo, cuyo «reino no era de este mundo»; en contraste con la creencia en el cercano fin de ese mundo, la Iglesia se apropiaba los privilegios sociales y los derechos políticos del orden civil romano, a medida que las magistraturas provinciales y municipales desaparecían, en el hundimiento de la administración imperial.

Los obispos fueron los defensores de las ciudades contra los invasores,17 y en los Estados bárbaros, magistrados con jurisdicción civil y criminal sobre los clérigos -incluso sobre los laicos en pleitos menores-. La inmunidad fiscal fue otra de sus prerrogativas. Absorbieron las funciones de las moribundas curias. Recibieron la propiedad del territorio urbano por donaciones de reyes y de devotos. Artesanos y comerciantes quedaron incorporados a la clientela episcopal.18

El núcleo del Estado romano había sido la civitas, la ciudad, y la Iglesia estructuró su ordenación sobre la del Imperio. Fue una Iglesia de ciudades. La decadencia de la vida urbana y la época de las invasiones coincidieron con una fase de expansión y consolidación de la Iglesia en Occidente. Su vitalidad la capacitó para transformarse en una vasta organización rural, por medio de las fundaciones monásticas y los latifundios eclesiásticos.19

La iglesia urbana se fue incrustando en el campo, que había permanecido pagano,20 lentamente, en un sordo y perseverante esfuerzo de evangelización. Algunos obispos, como san Cesáreo de Arles, visitaron con incansable celo el territorio de su diócesis. Los oratorios y las capillas de los latifundios fueron provistos de pilas bautismales y de sacerdotes permanentes, y así surgieron las parroquias rurales, células orgánicas de la iglesia territorial. Colonos y siervos recibieron el bautismo y aceptaron la nueva religión, sin abandonar sus ancestrales supersticiones, de las que participaban muchos párrocos rurales escogidos por los terratenientes. A menudo el espíritu de los que eran llamados cristianos seguía siendo pagano de un modo peculiar: ya no creían en los viejos dioses, pero tampoco habían entendido el mensaje de Cristo. Mas la influencia de la Iglesia continuaba extendiéndose, penetraba en los más apartados lugares, arraigaba profundamente en la sociedad.

La sustitución de la universalidad de Roma por el cantonalismo político de los reinos bárbaros obligó a los obispos a incorporarse a la angosta vida política de estos pequeños Estados, a sus consejos regios, a sus asambleas nacionales, y la Iglesia universal se fue transformando en territorial. El cristianismo se hubiera ahogado en la estructura ideológica de los reinos germánicos sin el aliento universalista que recibió de los papas y de los monasterios.

Que la Iglesia era una fuerza espiritual complementada por un inmenso poder socioeconómico y político es una realidad que recibe decisiva confirmación en el hecho de que todos los reinos germánicos arrianos fueron desapareciendo, uno tras otro; el arrianismo fue una traba en el destino de los Estados bárbaros. Por el contrario, la conversión de Clodoveo al catolicismo proporcionó al reino de los francos, con el apoyo de la Iglesia, una ascensión brillante. Para el clero católico, los bárbaros merovingios encarnaban mejor, por su ortodoxia, el espíritu de la Romania, que un Eurico o un Teodorico, y fue la Iglesia la que preparó para los francos la sucesión del Imperio de Occidente.

La separación de los poderes espiritual y temporal en los reinos bárbaros fue sólo teórica. De hecho la Iglesia, de sociedad subyugada en el Estado romano, pasó a ser en la Edad Media la institución social predominante. El Estado -los Estados germánicos- fueron organismos subordinados, con misiones temporales, ancíliarias de las espirituales. La Iglesia ya no estaba en el Estado. Eran los Estados los que estaban en la Iglesia.21

3. Los problemas políticos: el reino de Teodorico

El sistema de la hospitalitas vino a ser, como ha observado Lot, una transición entre la estructura política del Imperio y la de los reinos bárbaros.22 En la primera mitad del siglo V los reyes germánicos eran soberanos únicamente de su pueblo; ante la población romana no tenían otra autoridad que el mando militar de la región en la que habían sido hospedadas sus huestes; al lado de los jefes bárbaros, la administración imperial continuaba desempeñando las funciones judiciales y fiscales. Pero a causa del descaecimiento del Imperio, los monarcas germánicos avasallaron a los funcionarios romanos del territorio que ocupaban, Esta usurpación de poderes se aceleró a partir de la caída de Aecio y de la muerte de Valentiniano III. En la segunda mitad del siglo V la máquina administrativa romana, aunque desajustada, siguió funcionando pero al servicio de los reinos bárbaros.

Cuando en 476 desaparece el emperador de Occidente, hacía años que el Imperio había cesado de tener existencia jurídica para sus súbditos. La legislación imperial había enmudecido. La última ley romana promulgada en la Galia ocupada por los visigodos es del año 463, y de 465 el postrero de los edictos imperiales recibido en el país dominado por los reyes burgundios. La ascensión de Odoacro y el fin del Imperio de Occidente no cambió nada fuera de Italia. Los Estados vándalo, suevo, visigodo, burgundio, franco, y los pequeños reinos anglosajones existían con plena soberanía al desvanecerse el Imperio romano occidental. Y su vida fue breve o longeva, anémica o poderosa, en el despliegue de sus propias rivalidades y ambiciones, que se habían desligado para siempre del destino del Imperio.23

El único de los reinos bárbaros que intentó mantener las concepciones políticas de Roma fue el ostrogodo de Teodorico.

Los ostrogodos en la península balcánica

El eclipse ostrogodo duró lo que la vida del Imperio de Atila. ,Cuando éste se disgregó, los ostrogodos recuperaron su independencia, y su rey Valamiro obtuvo, por un tratado federal con el Imperio de Oriente, el alojamiento de su pueblo en la Panonia superior. Esta provincia estaba devastada, y en los años siguientes los ostrogodos vivieron allí precariamente. Cuando el tributo imperial se retrasaba, hacían incursiones de pillaje en la Iliria, hasta que el foedus era restablecido.

Teodorico había nacido en Panonia, al año siguiente de la muerte de Atila. Era hijo de Teodomiro, uno de los tres reyes de la estirpe de los Amalos que regía entonces a la nación ostrogoda. El año 461, en una de las renovaciones del pacto federal, Teodorico fue enviado como rehén a la corte de Constantinopla. Tenía entonces 8 años, y permaneció diez, los decisivos en la educación de un joven, en la capital del Imperio de Oriente. Aprendió el griego y el latín y adquirió un conocimiento de la política imperial que le sería útil cuando llegara a ser soberano único de su pueblo. Siempre admiró la civilización romana, pero conocía su debilidad, y pensaba que sólo podía ser salvada por la fuerza goda. Este había sido el sueño de Ataúlto, y la política de Teodorico en Italia iba a intentar la realización de aquel inédito proyecto, con una variante: la separación de los dos pueblos, que convivirían sin mezclarse.

Cuando se reintegró a los suyos, su padre era rey único de los ostrogodos. Teodomiro murió durante la instalación de su pueblo en la baja Mesia, donde Alarico había alojado a los visigodos tres cuartos de siglo antes. Las relaciones entre el joven rey Teodorico y el emperador Zenón recuerdan las de Alarico con Arcadio. Temido y adulado, enemigo unas veces y aliado otras, Teodorico fue acumulando honores: patricio, hijo de armas del emperador, magister militum, cónsul. Pero Teodorico no aspiraba a una carrera política como la de Estilicón o la de Ricimerio. Era el rey de un pueblo que esperaba de él un acantonamiento favorable y definitivo. Y este pueblo, antaño regido por tres reyes, ahora bajo el mando de Teodorico, era un adversario temible para Constantinopla. El joven monarca conocía el juego político bizantino, y no cayó en sus trampas. El emperador tomó la decisión de alejar a los ostrogodos de los Balcanes, invistiendo a Teodorico del gobierno de Italia. Hacía 88 años que Alarico y su pueblo habían sido desviados de Constantinopla ofreciéndoles la misma aventura italiana.

Teodorico, rey de Italia

La investidura de Teodorico fue una ceremonia solemne, celebrada en el palacio imperial de Constantinopla, en presencia del Senado, de la corte y del ejército. El emperador colocó sobre la cabeza del rey ostrogodo el velo sagrado y le recomendó, al despedirle, la protección del Senado y del pueblo romano. Zenón se reservaba los derechos imperiales sobre Italia.

Odoacro no había conseguido la benevolencia de Zenón, a pesar de sus aciertos como gobernante. Había asegurado el avituallamiento de Roma con la reconquista de Sicilia, seguida de un tratado de paz con Genserico.24 Había recobrado Dalmacia a la muerte de Julio Nepote. En la Nórica derrotó a los rugios, si bien abandonó la frontera del Danubio, falto de tropas que la guarneciesen. La administración judicial y financiera de Italia no fue modificada. El Senado fue respetado. Hubo, como antes, un prefecto de Roma, y desde el año 482 Odoacro designaba el cónsul de Occidente que figuraba en los fastos consulares al lado del nombrado por el emperador de Oriente. Roma, recobrada de los saqueos de visigodos y vándalos y del ejército de Ricimerio, seguía siendo la bella ciudad admirada por los extranjeros y por los bárbaros. El pueblo romano, abastecido ahora con regularidad, satisfacía en los espectáculos del anfiteatro y del circo sus abominables aficiones.

Cuando surgió la amenaza ostrogoda, Odoacro eligió el camino menos razonable: resucitar el pasado. Nombró César a su hijo, magister militum a un oficial bárbaro, Tufa, y acuñó moneda con su nombre. Mas Odoacro no tenía raíces en Italia. El Senado, el episcopado y el pueblo lo habían aceptado sin aversión, pero sin entusiasmo. Ahora iban a contemplar con indiferencia la lucha sin cuartel entre dos jefes bárbaros. Odoacro ni siquiera contaba con un pequeño pueblo, como Teodorico: sólo unos soldados de heterogéneo origen, que iban a abandonarlo a la primera dificultad.

Esta nueva y penosa emigración de los ostrogodos, realizada en el invierno de 488, con las mujeres y los niños, llevó a Italia en la primavera del año siguiente a un pueblo agotado por la fatiga. Teodorico desplegó una energía asombrosa, que le dio la victoria sobre Odoacro a orillas del Isonzo, y luego en Verona. Odoacro se refugió en Rávena, hasta que reemprendió la contraofensiva con tanto ardimiento, que Teodorico le propuso un gobierno común. Odoacro, que resistía en Rávena dos años, aceptó. La guerra tuvo un desenlace brutal: el asesinato de Odoacro, el exterminio de su familia y de sus fieles (año 493),

La política de Teodorico

El Senado de Roma había reconocido a Teodorico, pero el nuevo emperador de Oriente, Anastasio, tardó seis años en ratificar al monarca ostrogodo la investidura de Zenón. Teodorico sólo podía titularse rey de sus godos. El Imperio le nombraba magister utriusque militiae y patricio,25 confiándole el gobierno de Italia. El cónsul de Occidente seguiría siendo designado por Teodorico, escogiéndolo entre ciudadanos romanos. Todas estas prerrogativas no eran mayores que las de Ricimerio u Orestes. Pero al ostrogodo le bastaba la realidad del poder, y nadie se lo disputó durante los 33 años de su reinado (493-526).

La separación de godos y romanos fue el fundamento de la política de Teodorico. Sin ella, los ostrogodos, que eran muy pocos,26 hubieran sido absorbidos muy pronto por los italianos. Por el mismo motivo, todo el pueblo godo fue hospedado en una misma comarca, al norte del Po.

Los ostrogodos estaban excluidos de las funciones civiles, y los romanos, del ejército. Se prohibió a los romanos el uso de armas, y a los godos, el proselitismo religioso.

El monarca godo, muy vinculado a su pueblo, tuvo el tacto de aparecer siempre como árbitro entre los dos pueblos. El reparto de tierras a la población ostrogoda fue confiado a una comisión de romanos, presidida por el prefecto del pretorio Liberio, y los ostrogodos fueron el único de los pueblos germánicos que pagó el mismo impuesto fiscal que la población romana.

El arrianismo de los ostrogodos favorecía el interés de Teodorico por mantener la segregación de bárbaros y romanos, y la tolerancia religiosa fue la consecuencia lógica de esta política. En una época en la que las concesiones del emperador Anastasio a los monofisitas habían ocasionado un cisma entre Roma y Constantinopla,27 el clero romano transigió con Teodorico, colaboró en su política, y el monarca godo pudo intervenir, sin oposición eclesiástica, en la elección de tres papas: Símaco, Hormisdas y Juan I.

Teodorico halagó a la nobleza romana, permitió a los terratenientes tomar siervos de la gleba para servicios domésticos en las ciudades. Respetó al Senado, que abandonó la indiferente y despectiva neutralidad de la época de Odoacro para cooperar con el monarca bárbaro. Teodorico alimentó y divirtió a la plebe de Roma, organizando constantes juegos de circo, combates de gladiadores y fieras, mimos y pantomimas, y carreras de caballos. En su única visita a Roma fue recibido por el papa y el clero de la ciudad, así como por el Senado, como un emperador; acudió a la iglesia de San Pedro para orar, y habló al pueblo, reunido en el foro, prometiendo respetar las leyes imperiales.

Teodorico cuidó de que sus decisiones pareciesen inspiradas en la tradición romana. La prohibición de los matrimonios entre godos y romanos se fundamentaba en una ley de Valentiniano I no derogada. La separación entre las funciones civiles de los romanos y las militares de los godos pedía explicarse por las reformas del siglo III, que establecían una rígida discriminación entre el ejército y la administración civil. El ejército de Teodorico no era menos romano que los ejércitos "romanos" de Valentiniano I, de Teodosio I o de los emperadores del siglo V. La nobleza senatorial, el orden ecuestre y hasta el populus romano, llevaban muchas generaciones separados de la vida militar.

La «paz goda»

Teodorico fue el primer monarca bárbaro que supo elevarse de los intereses personales, dinásticos y tribales a una concepción política -que bien puede ser llamada europea- basada en la solidaridad de los pueblos germánicos y en el mantenimiento consciente de la administración romana, como fundamentos necesarios de la paz, la "paz goda,. Su sistema de alianzas matrimoniales entre las estirpes regias germánicas no tenía precedentes en el Imperio romano. Inspirado en la fuerza que los lazos familiares tenían entre los germanos, fue utilizado para fines políticos. El mismo Teodorico casó con una hermana de Clodoveo; una de sus hijas contrajo matrimonio con el visigodo Alarico II, y otra con el rey burgundio Segismundo; una hermana de Teodorico lo hizo con el vándalo Trasamundo, y una sobrina, con el rey de los turingios. Sin las ambiciones de Clodoveo, acaso la «paz goda» hubiese dado alivio a los males de Occidente. Teodorico sólo pudo disminuir el alcance de las victorias de los francos: evitó el aniquilamiento de los visigodos; protegió contra Clodoveo a los alamanes, a los turingios, a los hérulos; restableció la frontera italiana del Danubio, reconquistando las provincias de Nórica, Retia y Panonia. Al hacerse ceder por los visigodos la Provenza, la libró de los francos, y aseguró a esta provincia un siglo de bienestar.

Si para la mayoría de los pueblos germánicos adoptó la actitud de un protector, a los romanos de Occidente pudo parecer, en los primeros años del siglo VI, el sucesor de los desaparecidos emperadores, y la pax gothica un remedio válido para sustituir la imposible pax romana. Y si se recuerda que en los tiempos medievales, él, Dietrich ven Bern, Teodorico de Verona, fue el héroe legendario de los cantos germánicos, y Carlomagno el de la épica románica, es preciso reconocer en esta interpretación del pasado otro error histórico. Teodorico fue un germano más romanizado que el emperador de los francos, y su obra política, más útil para la salvación de la cultura antigua.

Escogió siempre sus colaboradores entre los romanos más ilustres: Liberio, que había servido a Odoacro; Enodio, obispo luego de Pavía; Casiodoro, que redactaba las cartas y edictos reales; Boecio, el último pensador de la Antigüedad clásica. En ellos alentaba aún una fuerza espiritual viva. Con ellos gobernó Teodorico desde Rávena, utilizando los servicios administrativos y el cuerpo de funcionarios que Honorio y Valentiniano III habían reunido en la «tercera Roma», El príncipe bárbaro nacido en una rústica casa de madera de Parionia se identificó, como ningún otro monarca bárbaro, con el concepto romano de la civitas, de la ciudad. Y tuvo el afán constructivo, si no los medios, de un Augusto o de un Adriano. Prosiguió la tarea del embellecimiento de Rávena que -había iniciado Gala Placidia, haciendo construir San Apolinar el Nuevo entre otras muchas edificaciones de Rávena, Verona y Pavía. La grandiosa entrada del desaparecido palacio imperial de Rávena, reproducida en el mosaico de San Apolinar el Nuevo, es un indicio del nuevo estilo romanogótico que estaba naciendo.

La obra restauradora de Teodorico fue inmensa: las murallas de Roma y Pavía; los acueductos de Roma, Rávena y Verona; las termas de Pavía y Verona; el anfiteatro de Pavía; el teatro de Pompeyo, el Coliseo y las alcantarillas de Roma. Tarea paciente de un reinado largo, levantada con la misma perseverancia que el edificio político del que era necesario complemento.

Ruina de la obra de Teodorico

El rey ostrogodo se esforzó por mantener a Italia desligada de la autoridad imperial, sin comprometer las amistosas relaciones entre su gobierno y el de Constantinopla. El cisma religioso entre las iglesias de Oriente y de Roma le favorecía. Pero en 518 Justino sucedió a Anastasio, y el nuevo emperador, aconsejado por su sobrino Justiniano, restableció la unión de las Iglesias. Cuando poco después Justino dictó medidas persecutorias contra los arrianos, se reveló la fragilidad de la colaboración entre el rey ostrogodo y la nobleza senatorial romana, descontenta quizás porque Teodorico prefería la aristocracia provincial para los altos cargos. Es posible que en los mejores, como Boecio, el descontento tuviera más nobles motivos: la convicción de que los godos que rodeaban a Teodorico nunca serían sinceros defensores de la civilización romana. En todo caso, estos miembros del orden senatorial mantenían relaciones con el Imperio de Oriente, hogar verdadero según ellos de la cultura antigua. Y estos contactos políticos resultaban sospechosos al sentirse los arrianos amenazados por la política imperial.

En los tres últimos años de su reinado Teodorico parece arrastrado por una fuerza ciega y terrible a la destrucción de su propia obra. Los agentes del rey descubrieron una correspondencia intercambiada entre el emperador y el senador romano Albino, que fue calificada como delito de traición al Estado. El magister officiorum Boecio, que defendió a Albino, fue degradado, preso y ejecutado, .así romo su suegro Símaco, el más influyente de los senadores, que se negó a reconocer la culpabilidad de Boecio. Estos acontecimientos revelaban la incompatibilidad entre la nobleza romana y la goda.. Con esta crisis se trabó otra más grave, entre el rey ostrogodo y el papa Juan I. Teodorico envió al papa a la corte de Constantinopla, con la extraña misión para un obispo de Roma de conseguir del emperador la revocación de las disposiciones contra los arrianos. Ningún papa fue recibido nunca en Constantinopla tan solemnemente,28 pero la embajada de Juan I fracasó, y Teodorico, enfurecido, encarceló en Rávena al papa, que murió en la prisión. Así se quebró la difícil tolerancia entre arrianos y católicos, y toda la obra política de Teodorico se estaba derrumbando cuando el rey murió a los pocos meses (agosto de 526).

La «guerra gótica»

La política de Teodorico estaba condenada aun sin estos tres. años sombríos, porque en las sociedades donde todo depende del poder personal, todo se hunde cuando el déspota desaparece. La «reconquista» del emperador Justiniano se inició en Italia, como en el reino vándalo de Africa al socaire de una crisis interior.,

Teodorico había nombrado sucesor a su nieto Atalarico, niño de diez años, y regente a su hija Amalasunta, recomendándoles según el historiador Jordanes, "amar al Senado y al pueblo romano y ganarse siempre la buena voluntad del emperador de Oriente". Pero Atalarico murió en 534, y los ostrogodos intransigentes obligaron a la romanizada Amalasunta a casarse con su primo Teodato. El asesinato de Amalasunta dio a Justiniano el motivo que deseaba. Un ejército bizantino mandado por Belisario desembarcó en Nápoles, iniciándose una guerra de veinte años, tan nefasta para Italia como lo fue para Francia la guerra de los Cien Años, y para Alemania la de los Treinta años.29 Una guerra de una crueldad inenarrable que en vez de liberar a Italia la destruyó.

El Estado ostrogodo se desmoronó, pero su ejército se defendió hasta su exterminio con una energía desesperada. Cuando parecía aniquilado, resurgía tenaz, heroico, feroz. Los burgundios ante los francos, los vándalos frente a los bizantinos, habían caído casi sin combatir. Los ostrogodos no eran más numerosos, pero demostraron una firmeza inesperada ante un ejército "romano" de mercenarios lombardos, hérulos, hunos y persas que operaban con grupos reducidos y con una insensibilidad total para los sufrimientos de la población romana que venían a defender.

Los italianos adoptaron una resignada neutralidad. Y Roma, que durante la «paz goda» se había recobrado de los saqueos sufridos, y que al comenzar esta guerra en 536, sesenta años después del destronamiento de Rómulo Augústulo, era aún, restaurada por los cuidados de Teodorico, la más poblada y hermosa ciudad de Occidente, sufrió en trece años seis de bloqueo, en tres implacables asedios. Catorce de sus acueductos, cortados por el godo Vitiges, ya no, fueron reparados; las «bocas inútiles» expulsadas de la ciudad por Belisario en el primer bloqueo, ya no regresaron. Después de la guerra gótica, la Ciudad Eterna era un cementerio de hermosas ruinas, por el que se movían unos pocos miles de romanos alimentados por el emperador o por el papa. Sin industrias ni comercio, rodeada de tierras de labor yermas desde siglos, la ciudad vegetaba sobreviviéndose a sí misma. Sin la presencia en ella del papa y de la organización eclesiástica, el destino de Roma después de la guerra gótica hubiera sido el de Nínive o Babilonia. La « reconquista » bizantina significó el fin del Senado romano. La aristocracia senatorial, que había mantenido, aunque débilmente la continuidad romana, no se recobró nunca de las matanzas de esta guerra. Al hundir el Estado ostrogodo, Justiniano había sepultado los restos de la Antigüedad clásica.

4. La vida espiritual

¿Qué pensaban de estos acontecimientos sus protagonistas? Las fuentes históricas del siglo V son tardías y escasas,30 y patentizan que sus autores no comprendieron lo que les estaba pasando. Los desórdenes y las violencias que contemplaban eran un motivo para ejercicios retóricos: la Divina Providencia había permitido las invasiones para castigar los vicios de los cristianos y la tenaz idolatría pagana; Rema sólo se salvaría si retornaba a una estricta vida evangélica. El historiador Hidacio traza un cuadro sombrío de la época. Un siglo después, Gregorio de Tours concibe su Historia de los Francos como una hagiografía: Clodoveo era portador de una misión divina.

Las obras literarias de los herederos de la cultura antigua no son más perspicaces, pero nos enfrentan con el problema fascinante de la crisis del pensamiento grecorromano.

La conservación de la cultura romana

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente