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La caida del imperio romano (página 6)

Enviado por santrom


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En la victoria de FIavius Frigidus había resultado decisiva la intervención de las tropas visigodas, y de sus jefes Gainas y Alarico. Ambos se sintieron postergados por Estilicón y Rufino. Alarico aceptó de su pueblo el título de rey,35 y rompió la alianza que los visigodos habían pactado con Teodosio, saqueando Macedonia y Tracia y amenazando Constantinopla.

El ejército de Oriente, que había combatido en Flavius Frigidus, permanecía en Italia a las órdenes de Estilicón. Rufino tuvo que comprar la retirada de Alarico, que se trasladó a Grecia con su pueblo. En Larisa le salió al encuentro Estilicón, con el ejército de Oriente.36 La situación de los visigodos era militarmente insostenible, cuando una orden de Constantinopla reclamó a Estilicón las unidades que retenía., Estilicón tuvo que obedecer, y ese ejército que regresaba a la capital del Oriente conducido por Gainas, asesinó al prefecto del pretorio Rufino. Gainas se hizo designar general en jefe del ejército de Oriente. Alarico, salvado por la corte de Constantinopla, dirigió sus huestes hacia Grecia central y meridional. Corinto, Argos, Esparta, fueron saqueadas, y el templo de Eleusis, destruido, con el alborozo de la población cristiana.

Las ambiciones de los caudillos visigodos prosperaban por la animosidad entre las cortes de Milán y Constantinopla. Dos años más tarde Estilicón intentó salvar a Grecia de la ocupación visigoda. Alarico, cercado en el Peloponeso, escapó difícilmente. La reacción de la corte de Constantinopla fue nombrar a Alarico general romano en Iliria (magister militum per Illirium) Los visigodos permanecieron cuatro años en Grecia, hasta agotar sus recursos. Entonces fue cuando decidió Alarico conquistar Italia.

La reacción nacionalista del Imperio de Oriente

El ascendiente de los visigodos indignaba a la población romana. Así se configuró un partido antigermánico, formado por senadores, funcionarios y eclesiásticos, arraigado en una idea nacional helénica, cuyo jefe fue el prefecto de Constantinopla Aureliano. Un discurso pronunciado en la corte, ante el emperador Arcadio, ha sido calificado como el manifiesto de este partido.37 Su autor, Sinesio de Cirene, estudió en su juventud la filosofía neoplatónica, y después se convirtió al cristianismo. En 399 fue a Constantinopla como representante de su ciudad para obtener la desgravación de unos impuestos, y residió en la corte tres años. Al final de su vida fue elegido obispo de Ptolemaida y metropolitano de Cirenaica. Fue un perspicaz observador de su época. En su discurso Sobre el poder imperial Sinesio censuraba abiertamente a los emperadores que se recluyen en sus palacios y se aíslan de la vida de su pueblo. Los emperadores deben ir a la guerra al frente de sus ejércitos, como en los tiempos antiguos. Después Sinesio pasa a señalar el peligro godo. «Bastará el más ligero pretexto para que tomen el poder […]. Entonces los civiles deberán combatir con hombres muy experimentados en el arte militar […]. Es preciso apartarlos de las funciones superiores […]. En toda casa, por mediocre que sea, se puede encontrar un esclavo escita (Sinesio llama escitas a los godos); son cocineros, despenseros […]. Son los que llevan sillas a la espalda y las ofrecen a quienes quieren reposar al aire libre. ¿No es hecho digno de provocar sorpresa en el mayor grado ver a los mismos bárbaros rubios […] que en la vida privada cumplen el cometido de domésticos, darnos órdenes en la vida pública? El emperador debe depurar el ejército […]. Tu padre (dice a Arcadio), por exceso de clemencia, trató a esos bárbaros con dulzura zura e indulgencia. Han visto en ello una debilidad por nuestra parte, y eso les ha inspirado una arrogancia insolente y una jactancia inaudita […] Recluta a nuestros nacionales en mayor número, eleva nuestro ánimo, fortifica nuestros propios ejércitos y cumple lo que el Estado necesita […]. Que esos bárbaros trabajen la tierra, como en la Antigüedad los mesenios, que después de haber abandonado las armas, sirvieron de ilotas a los lacedemonios, o bien que vayan por el mismo camino por el que vinieron y que anuncien a las tribus de la otra orilla del río que los romanos no tienen ya la misma dulzura, y que entre ellos rige un emperador joven, Reno de noble corazón.» 38

Este discurso, más que la expresión de un criterio individual, es el reflejo de un amplio estado de opinión, de una toma de conciencia nacional que reclamaba una política enérgica, la sola que podía salvar el Imperio: alejar del ejército a los bárbaros, sustituirlos por combatientes romanos, dejar a los extranjeros la sola opción de trabajar la tierra o abandonar el país.

Los visigodos, expulsados de Constantinopla

Gainas, que había impuesto al emperador la eliminación del favorito Eutropio, exigía ahora la entrega de una iglesia de Constantinopla, para que los visigodos arrianos pudiesen celebrar en ella sus cultos. La oposición del patriarca san Juan Crisóstomo, apoyado por toda la ciudad, desbarató esta pretensión. A poco cometió el jefe godo un error inexplicable: ausentarse con sus tropas de la ciudad. Entonces se desencadenó una revuelta popular de signo antigermano. Los godos que habían permanecido en la capital, unos siete mil, fueron exterminados. Gainas ya no pudo reconquistar Constantinopla. Quiso pasar al Asia Menor, rica y poblada, pero rechazado por el jefe visigodo pagano Fravita, que servía lealmente al emperador, se retiró a Tracia. Allí fue apresado por el rey de los hunos, que envió a Arcadio el luctuoso regalo de la cabeza de Gainas. Parecía la hora de Alarico, pero éste habla decidido la campaña de Italia. El peligro godo dejó de existir para el Imperio de Oriente.

Las devastaciones sufridas por la región balcánica desde el 378 alejaron temporalmente de ella a las tribus bárbaras, que prefirieron establecerse en las tierras más lejanas, pero menos arrasadas, de Occidente. El Imperio romano oriental dispuso, a partir de este momento, del tiempo que necesitaba para recobrarse, recurriendo a las reservas humanas del Asia Menor, los aldeanos y montañeses isauros que proporcionaron los cuadros del ejército nacional, como los campesinos ilirios del siglo III.

La expulsión de los visigodos de Gainas había sido el fruto de un despertar de la conciencia nacional del helenismo, que encontró un eco intenso en la corte, en las altas jerarquías de la administración, en los curiales y comerciantes de las ciudades. Lo que del sentido griego de la vida quedaba todavía en pie había juzgado el totalitarismo de los Severos y de Diocleciano y la política militar de los emperadores ilirios como manifestación de la «barbarie» romana. Para el griego cultivado el romano tuvo siempre algo de elemental y rudo, de nuevo rico despreciable. Mas para emanciparse del poder romano, el Oriente helenístico necesitaba la cohesión política que sólo puede estructurarse desde un núcleo como Roma. El helenismo precisaba su Roma, y Constantino se la dio. La nueva Roma dio al helenismo la vertebración política, intelectual y religiosa que requiere un Estado. Constantinopla fue corte, capital administrativa, centro intelectual, y si no logró la capitalidad religiosa del cristianismo, al menos el patriarca de Constantinopla alcanzó paciente y lentamente la supremacía sobre la Iglesia oriental.

La riqueza de las provincias orientales no había sido enteramente consumida por el fisco, ni acaparada por los terratenientes, como en Occidente. La vida municipal no había desaparecido. Subsistía una clase media de propietarios agrícolas, de comerciantes y de artesanos libres. Las intrigas palaciegas no anularon la autoridad de excelentes prefectos de la ciudad, como Aureliano y Antemio.

El Imperio bizantino siguió llamándose romano, pero se organizó sobre la sólida tradición intelectual del helenismo. Desde el año 408, coincidiendo con el advenimiento de Teodosio II, el griego volvió a ser la lengua oficial del Imperio de Oriente.

Alarico en Italia

Cuando Teodosio muere, el único romano dotado de una mente política clara, capaz de abarcar la totalidad de los problemas del Imperio, es Estilicón. La aspiración del romanizado vándalo era la tutela de los hijos de Teodosio, ambos tan ineptos como manejables. Las ambiciones de Estilicón no carecían de grandeza, y sólo la unidad de las dos partes del Imperio hubiera podido salvar a Roma. Pero Estilicón desperdició los cinco años primeros de su valimiento, cuando militarmente podía imponer su voluntad a la corte de Constantinopla, agobiada por la opresión visigoda. Era mejor general que diplomático, mas prefirió negociar a combatir. Le faltó decisión para desobedecer a Constantinopla y destruir a Alarico en Larisa. Unos años más tarde Constantinopla estaba a salvo, y él, perdida la iniciativa, obligado a defender Italia de los ataques de Alarico.

A fines de 401, Alarico y sus tropas penetraron en Italia y tomaron Aquilea. Estilicón estaba en la región danubiana, asolada por una incursión de vándalos y alanos. Concertó con ellos la paz, y todavía reclutó entre estos bárbaros mercenarios. Con ellos y con los refuerzos que pidió a la Galia y a Bretaña, marchó al encuentro de los visigodos. Alarico se había desplazado hacia Occidente, no se sabe si para pasar a la Galia. Los dos ejércitos se encontraron en Pollenza. Alarico, vencido, dejó su familia en poder del enemigo, pero salvó su ejército, abandonando Italia.

Al año siguiente repitió su tentativa, sitiando Verona. Estilicón lo derrotó otra vez, y Alarico se retiró con sus tropas hacia los Alpes. Bloqueado allí, con un ejército derrotado y hambriento, Estilicón lo tenía a su merced. Pero de nuevo negoció con el enemigo. Los visigodos recibieron tierras a la orilla del Save, entre Panonia y Dalmacia. Estilicón veía en Alarico un aventurero ambicioso, un federado indisciplinado, pero utilizable para sus planes.

Afines de 405 Italia sufría otra invasión, ésta más asoladora y cruenta; tribus ostrogodas, acaso las mismas a las que Graciano y Teodosio habían cedido veinticinco años antes la Panonia, atraviesan los Alpes huyendo de los hunos; estos ostrogodos, que habían permanecido paganos, saquean e incendian la Italia septentrional durante seis meses, Es el tiempo que necesita Estilicón para levantar un ejército. Se atrae a un jefe visigodo rival de Alarico, Saro, con sus huestes, y recibe del rey huno Uldino jinetes alanos y hunos. Reúne un total de 23.000 hombres, de los que sólo 5.000 son soldados de caballería. El ejército ostrogodo no sería más numeroso, aunque los historiadores de la época le atribuyeron cifras desorbitadas. Orosio calculó su número en 200.000. Zósimo dobló todavía esta cantidad.

Estilicón sitió a los ostrogodos en Fiésole, en la Toscana, y los destruyó completamente. Su jefe, Radagaiso, fue ejecutado.

Estilicón había salvado nuevamente Italia. Roma elevó un arco de triunfo a los dos emperadores para conmemorar esta victoria.

El hundimiento de la frontera del Rin en el año 406

La presión de los hunos había obligado a los visigodos, como ya se dijo, a pasar el Danubio inferior en 375. Treinta años más tarde el epicentro de la presión estaba más al oeste, y actuaba sobre los pueblos germánicos que habían permanecido en las proximidades de la frontera romana: los ostrogodos de Radagaiso, que penetraron en Italia y fueron exterminados por Estilicón; los vándalos asdingos y silingos, los suevos y los alanos, que el último día de diciembre del 406 atravesaron el Rin helado, a la altura de Maguncia y se desparramaron por la Galia, que recorrieron durante tres años, antes de trasladarse a la península hispánica.

El paso del Rin por estas tribus no parece haber preocupado al gobierno imperial. Estilicón, que había retirado tropas de la frontera renana para combatir a Alarico y a los ostrogodos de Radagaiso, no se percató de la gravedad de este acontecimiento ni tomó ninguna medida para rechazar a los invasores.

Sin embargo, esta penetración bárbara fue para Roma un desastre de la magnitud del de Andrinópolis, y de más graves consecuencias.

Antes de la batalla de Andrinópolis, todos los bárbaros que invadieron el Imperio fueron rechazados o asimilados por Roma como soldados, campesinos o esclavos; sus jefes se romanizaron y fueron oficiales y hasta altos jefes del ejército. Después de Andrinópolis, Teodosio aceptó en el interior del Imperio a un pueblo no asimilado, unido a Roma por una alianza política. El establecimiento de los visigodos en Tracia sentaba un precedente peligroso. Aunque fue seguido de otros asentamientos,39 todos eran el resultado de un acuerdo entre dos pueblos soberanos. Y las fronteras del Imperio aunque insuficientemente defendidas, subsistían,

La invasión de la Galia de 406 hundió definitivamente la frontera del Rin, el limes más sólido de Occidente. Las tropas romanas quedaron aisladas en castillos y ciudades fortificadas, rodeadas de campos abiertos por los que los bárbaros se movían libremente. Estos ejércitos romanos, prácticamente incomunicados, permanecieron leales a Roma. Algunos, como el de la Galia del Norte, sobrevivieron al Imperio de Occidente, conservando la ficción jurídica del poder civil romano, como islotes de romanidad. Pero se limítaron a defender una pequeña región, y no combatieron si no eran atacados.

Así pudieron, sin encontrar resistencia organizada, establecerse los alamanes en Alsacia; los suevos, alanos y vándalos en España, y los burgundios en la Galia oriental. De hecho, la autoridad del Imperio de Occidente fuera de Italia quedó reducida desde comienzos del siglo V a unas pocas comarcas casi incomunicadas.

La caída de Estilicón

En el año 402, la corte de Honorio, que se había visto amenazada en Milán por los movimientos del ejército de Alarico, se trasladó a Rávena, pequeña ciudad rodeada de malsanas lagunas, casi inaccesible por tierra, pero comunicada con el mar Adriático por el puerto cenagoso de Classis, favorable para la huida, que costó grandes esfuerzos abrir a la navegación. En Rávena Honorio siguió siendo un emperador fantasmal, juguete de las intrigas y conjuras cortesanas.

Después de su victoria sobre Radagaiso, Estilicón parecía haber alcanzado la plenitud de su poder en Occidente. Su hija María había casado con el emperador Honorio, y muerta María fue emperatriz su hermana menor Termantia. Los méritos militares de Estilicón amordazaban a sus adversarios: había desbaratado la rebelión africana de Gildón, vencido a Alarico en Grecia y por dos veces en Italia, y había salvado a Roma de los feroces ostrogodos. Hasta entonces había neutralizado la oposición de la nobleza romana aparentando ignorar las defraudaciones fiscales de los grandes señores y congelando las leyes teodosianas contra el paganismo.

Pero el desbordamiento de la frontera del Rin, que él había desguarnecido en el invierno de 406, por los pueblos germánicos que se expandieron por la Galia, y el abandono de Bretaña por el ejército romano, insurreccionado por el usurpador que se hizo llamar Constantino III, arruinaron el prestigio de Estilicón. La reconquista de Africa y la salvación de Italia fueron olvidadas al producirse la pérdida de la Galia. Sus victorias sobre los germanos no habían impedido el progreso del germanismo en el ejército, en la administración, en las provincias romanas. Alarico, que se había establecido ahora en la Nórica, exigió un tributo de 4.000 libras de oro. Estilicón cometió el tremendo error de obligar a los ricos senadores a reunir esta enorme suma. Un movimiento nacional romano, menos poderoso que el que había triunfado en Constantinopla, bastó para perder a Estilicón, que no supo valorar la fuerza de sus adversarios. Al morir Arcadio, el emperador Honorio quiso trasladarse con un ejército a Constantinopla para asegurar el trono de su sobrino Teodosio II. Estilicón disuadió a Honorio de este viaje, y se ofreció para ir él en su lugar. Entonces estalló una sublevación del ejército romano acantonado en Pavía, instigada por los senadores que habían sufragado el tributo de Alarico. Los soldados amotinados, después de dar muerte a los altos dignatarios de la corte que consideraban afectos a Estilicón, exigieron al emperador la muerte del patricio, y Honorio accedió. Estilicón estaba en Bolonia, y disponía de tropas leales. Su situación no era desesperada, pero en este momento difícil le abandonaron su valor y su habilidad. Se acogió al asilo de una iglesia de Rávena, y todavía se dejó engañar, al acceder a salir del templo para una negociación. Fue decapitado dos años después de su gran victoria sobre Radagaiso.

La muerte de Estilicón dejaba Italia a merced de Alarico, y privaba al Imperio del único político que podía haber mantenido su unidad.

6. Alarico en Roma

Los visigodos atacan por tercera vez Italia

La cólera de los soldados romanos no se apaciguó con la muerte de Estilicón. Alcanzó a los familiares del patricio, a los soldados de su guardia, a las mujeres y a los hijos de los auxiliares bárbaros. Los fugitivos de esta matanza fueron acogidos por los visigodos.

Era la hora de Alarico. Ya no existía ningún general romano que pudiera desbaratar sus ambiciones. El rey visigodo se dirigió directamente a Roma y la asedió. Las murallas de Aureliano protegieron a los romanos, pero ningún ejército acudió a socorrer la ciudad. Los soldados romanos de Pavía, que habían matado a Estilicón y a sus desarmados auxiliares, permanecieron en Rávena custodiando a Honorio, o esquivaron a los visigodos. El hambre de la ciudad obligó al Senado a aceptar las exigencias de Alarico: un tributo de 5.000 libras de oro, 30.000 de plata, 4.000 túnicas de seda. Alarico se retiró a Toscana con parte de este botín; allí esperó el resultado de las negociaciones de paz con Honorio, que el Senado debía auspiciar. Su ejército recibió el refuerzo de muchos esclavos bárbaros fugitivos de Roma.

Alarico permaneció un año en Toscana. Mientras, en Rávena Jovio sucedía a Olimpio en el favor imperial. El nuevo prefecto del pretorio de Italia negoció en Rímini con los visigodos. Alarico deseaba un pacto que diera a su pueblo la Nórica, Venecia y Dalmacia. Luego disminuyó sus peticiones, conformándose con la Nórica. Se ignora qué esperanzas tenía la corte de Rávena de librarse de Alarico, pero la petición visigoda fue rechazada.

Cuando Alarico se persuadió de que un acuerdo con Honorio era imposible, decidió proclamar un emperador más manejable. Se dirigió a Roma y propuso al Senado la elección de un nuevo emperador. El Senado, para evitar un nuevo cerco de Roma, aceptó. El elegido fue el prefecto de la ciudad, Prisco Atalo. Atalo era pagano, y fue bautizado por un clérigo godo arriano. Era un error político enfrentarse con el papa Inocencio I, que había sido mediador entre la corte de Rávena y Alarico, y con el partido católico de Roma, el mismo yerro que cometería Teodorico noventa años después. Alarico fue magister utriusque militiae, y su cuñado Ataúlfo jefe de la guardia imperial, comes domesticorum. Era una situación que tenía el precedente de Arbogasto y Eugenio, y que se repetiría en los años últimos del Imperio de Occidente, cuando Ricimerio designó y destronó sucesivamente cuatro emperadores.

Pero Atalo no fue el sumiso emperador que Alarico se prometía. Se opuso a la expedición visigoda al Africa, para asegurar a Roma el abastecimiento de trigo y aceite. El ejército que Atalo envió a Cartago fue derrotado por el gobernador de Africa, leal a la corte de Rávena. Sin el trigo africano, Roma moría de hambre. Alarico destronó a Atalo e intentó de nuevo un acuerdo con Honorio. La negociación parecía prosperar, cuando la desbarató, por odio a Alarico, el jefe visigodo Saro. Alarico decidió entonces marchar sobre Roma por tercera vez. Ahora no era el aventurero ambicioso que persigue un botín, sino el bárbaro encolerizado que busca la venganza.

El saqueo de Roma

La Ciudad Eterna parecía inexpugnable. El muro de Aureliano, restaurado por Majencio y Honorio, la protegía con sus 383 torres, sus catorce puertas principales y cinco secundarias, sus 7.020 almenas y sus 2.066 aspilleras para las catapultas. Alarico cortó la comunicación de Roma con el mar y la sitió por hambre. En la noche del 24 de agosto del afio 410 la puerta Salaria se abrió a los visigodos. Alarico concedió el beneficio de inmunidad a las iglesias cristianas, y tanto cristianos como paganos se acogieron en ellas al derecho de asilo.

San Agustín atribuyó a Cristo la moderación del saqueo: «La bárbara inhumanidad se mostró tan mansa que escogió y señaló las basílicas más capaces para que se acogiese y en ellas el pueblo se salvase, donde no se matase a nadie, de donde nadie se sacase a la fuerza, adonde los enemigos compasivos llevasen a muchos para su liberación, de donde los sañudos enemigos no pudiesen sacar a nadie para la cautividad».40 El saqueo duró tres días. El 27 de agosto Alarico evacuó la capital, llevándose entre otros rehenes a la hermana de Honorio, la bella Gala Placidia.

El saco de Roma impresionó profundamente a los contemporáneos. Por primera vez desde los remotos tiempos de la invasión de los galos, en los comienzos del siglo IV a. de C., la ciudad que compendiaba para romanos y bárbaros, para paganos y cristianos la grandeza, el poder y la gloria, había sido conquistada.

Sin embargo, la toma fugaz de la urbe no fue más que un episodio en la violenta historia del siglo V. La corte de Rávena continuó representando la autoridad imperial en Occidente. Alarico y sus huestes desistieron de establecerse en una Italia depauperada, como habían renunciado diez años antes a la Iliria que habían esquilmado. Entonces desempolvó Alarico el proyecto africano. Africa, todavía intacta, era la presa perfecta para un pueblo habituado a vivir del botín. Pero la escuadra reunida en Reggio, un puerto de Calabria, para la aventura fue destruida por una tempestad.

Poco después, a fines de aquel mismo año, moría Alarico en Cosenza. Según una hermosa leyenda sus guerreros desecaron el lecho del río Busento y enterraron en él a su héroe, con su tesoro y sus esclavos sacrificados; luego hicieron volver las aguas a su cauce, para que nadie profanara los restos de su querido monarca. La aventura italiana de los visigodos quedó sepultada también allí.

7. Las invasiones y la Iglesia cristiana

Así como no había sido irreparable la derrota de Andrinópolis, el saco de Roma no derrumbó el Imperio de Occidente. Pero desplomó la confianza en la perennidad de Roma y de la universalidad de su Imperio, que habían compartido paganos y cristianos. La antigua idea pagana de que las desgracias de Roma eran imputables a los cristianos, porque despreciaban el culto del Estado -convicción que siglo y medio antes había motivado la persecución de Decio- renació con mayor convencimiento.

Ya Símaco, cuando en 384 fue a la corte de Milán, delegado por los senadores paganos, a solicitar que la estatua de la Victoria fuera devuelta al ara que había ocupado siempre en el Senado, había argüido elocuentemente que la prosperidad del Imperio dependía de la protección de los dioses. «¿Qué amigo de vuestros amigos os disuadió de rendir culto a la que siempre ayudó al Imperio y lo colmó de gloria?», había de repetir más tarde. Símaco no aspiraba a una restauración de los privilegios religiosos del paganismo, sino al retorno al estatuto de tolerancia establecido por Constantino. La política teodosiana y la enérgica refutación de san Ambrosio decidió al consistorio de Milán a pronunciarse contra la petición de Símaco. No fue la diosa Victoria, escribía Ambrosio, ni Venus la madre de Eneas, ni ninguno de los demás dioses la causa de la grandeza de Roma, sino el valor de los legionarios romanos..

Los poetas Prudencio y Claudiano y la inmortalidad de Roma

En aquella ocasión el poeta español Prudencio escribió sobre el mismo debate su poema Contra Símaco. Incide en él en las afirmaciones de san Ambrosio, pero las supera, apuntando una teoría providencialista de la Historia. Según Prudencio, la grandeza de Roma es obra de Dios, que quiso reunir en una sola familia pueblos de culturas y lenguas diferentes, a fin de que la paz romana preparara a la humanidad para la llegada de Cristo, en quien todos los hombres fraternizan. El destino de Roma es más glorioso que la misma Roma. La universalidad cultural del Imperio romano es un paso para una catolicidad más hermosa: "El mundo unido y en paz, gracias a Roma, está preparado, ¡oh Cristo!, para recibirte." Para Prudencio, Roma es imperecedera, porque ha de cumplir una misión providencial.

Esta conciencia del glorioso destino de Roma la expresa, por los mismos años, el último de los grandes poetas paganos, el alejandrino Claudio Claudiano, que escribió barrocos poemas de temas mitológicos en lengua griega, y en latín laudos oficiales a sus protectores Honorio, Serena y Estilicón, o epigramas agudos contra la corte de Constantinopla, en versos magníficos por la pureza y el vigor de la frase y la riqueza de las imágenes, En estos poemas, escritos poco antes de la muerte de Estilicón, los infortunios de Roma son interpretados por Claudiano como males pasajeros.

Las repercusiones religiosas del saqueo de Roma

Poco tiempo después, cuando estos preclaros contemporáneos habían desaparecido,41 una nueva generación asistía con asombro y pavor inauditos al saqueo de la Urbe, y a la invasión de Italia y de las provincias occidentales por muchedumbres bárbaras, que el espanto agigantaba en número y en poderío militar. La mayor parte de la población pagana de Italia atribuyó sus infortunios al abandono de los sacrificios y del culto de los dioses ancestrales. Un joven clérigo lusitano, Paulo Orosio, que había salido de su país cuando la península empezaba a sufrir las destrucciones asoladoras, de vándalos, suevos y alanos, nos relata la reacción del pueblo de Roma, en 406, cuando la ciudad temía el ataque de los ostrogodos, dirigidos por Radagaiso. Se celebraron de nuevo sacrificios y fueron organizados actos de desagravio a los dioses.

Cuatro años más tarde el saqueo de Roma anunciaba el desmoronamiento del admirable ajuste político que había hecho posible esa universalidad romana, que era la gloria del paganismo y al mismo tiempo el necesario camino de difusión del cristianismo. Los paganos aseveraban que los dioses habían protegido a Roma y la habían elevado a la cumbre del poderío y de la gloria. Ahora que sus estatuas habían desaparecido y sus templos ya no existían, ni las tumbas de los apóstoles ni las reliquias de los mártires habían salvado la ciudad. En muchos círculos todavía influyentes se preguntaban si la religión cristiana era conciliable con la política romana. El paganismo dirigía contra la religión oficial sus últimos ataques ideológicos.

¿Qué respuesta podía dar la Iglesia a los reproches de sus enemigos? ¿Qué sentido trascendente tenían los recientes desastres? ¿Sería la caída de Roma el fin del mundo, como había afirmado Lactancio un siglo antes?

La respuesta de san Agustín

A estas interrogaciones dio san Agustín una respuesta que iba a trascender de sí misma, para convertirse en el fundamento teológico e histórico del cristianismo occidental. Aurelio Agustín era un africano de Tagaste, en Numidia, de alma apasionada como la de Tertuliano. Ni la cultura clásica que aprendió en Madaura ni el maniqueísmo, al que se adhirió durante sus años de estudiante en Cartago, ni el neoplatonismo de Plotino llenaron las apetencias de su espíritu. Después de su conversión, tan diferida como súbita, ofreció a la humanidad en sus Confesiones un testimonio único de las experiencias íntimas de su vida, que le habían llevado a encontrarse a sí mismo, y con ello a encontrar a Dios. Este luchador infatigable contra las herejías escribió, para refutar las acusaciones de los paganos y para alentar a sus desorientados amigos, La Ciudad de Dios.

Ya en sus sermones, Agustín había tomado posición contra estos ataques del paganismo: Alarico respetó las basílicas cristianas; en ellas, muchos paganos de los que ahora imputaban al cristianismo los infortunios de Roma, se salvaron, mezclándose con los cristianos. En cambio, los griegos y los romanos no respetaron nunca a los cristianos acogidos en sus templos. Un solo Dios rige a los que vencen y a los que son vencidos. Ese Dios único -y no los dioses de cada pueblo- es quien envía los males, a los impíos como castigo y a los creyentes como purificación. El saqueo de Roma es una prueba, no una condenación de la ciudad.

La Ciudad de Dios fue escrita entre los años 410 y 430, es decir, entre el saco de Roma por Alarico y el asedio de los vándalos a Hipona, la ciudad africana de la que san Agustín era obispo; estas fechas dan una dramática actualidad a un libro que se eleva de la realidad terrena a la interpretación teológica del mundo.

San Agustín construye una teología política muy diferente a las de Eusebio de Cesárea y de Prudencio. No sólo la Roma pagana está llena de abominaciones y de injusticias; el Estado cristiano está muy lejos de la perfección. Inspirándose en la Biblia, Agustín atribuye a Dios un proyecto de salvación de la humanidad. La existencia humana tiende al bien, pero está expuesta al mal. El hombre coopera al plan de salvación divino, a la civitas Dei, mediante la humildad. En cambio, el hombre sirve con la soberbia al estado terrenal, la civitas terrena.

Civitas Dei y civitas terrena no son equivalentes a Iglesia y atado terrenal –que Agustín llama res publica y también regnum -. La civitas Dei es el conjunto de todos los ángeles y hombres buenos que han existido, existen y existirán. La civitas terrena está compuesta por todos los ángeles rebeldes y hombres soberbios repudiados por Dios.

En la segunda parte de la obra san Asgustín estudia el origen, desarrollo y fin de las dos ciudades. Es una exposición histórica que arranca del Antiguo Testamento y llega hasta Cristo, y paralelamente, explica la historia profana de los imperios de Babilonia, Asiria y Roma.

Dios dio a algunos ángeles y hombres la gracia que les impulsó a amarle. Desde el comienzo del tiempo los ángeles y los hombres estuvieron divididos en dos ciudades: los que amaban a Dios formaban la ciudad celestial, y los ángeles rebeldes y los hombres soberbios, la ciudad terrena. La historia del mundo es la lucha entre estas dos ciudades, la que se rige por « el amor a Dios hasta el desprecio de sí mismo», y la que practica «el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios».

Con el nacimiento de Cristo, la ciudad celestial se hizo visible en la Iglesia. Después el proceso sigue, desde Cristo hasta el juicio universal, que dará a los malos el castigo y a los buenos la beatitud. La decadencia de Roma pierde toda trascendencia; sólo importa el triunfo de la Civitas Dei.

Para san Agustín las formas terrenales surgen de la eternidad, pasan por la temporalidad y vuelven a la eternidad. La eternidad es el tiempo cósmico; el tiempo histórico es el pecado, causante de la vejez y de la muerte. Para volver al tiempo cósmico, o sea, para estar entre los elegidos de Dios, el hombre debe creer y reformarse incesantemente.42 En el plano de la historia la vida de la humanidad es una cadena de tribulaciones, necesarias para el progreso espiritual -mediante la redención y la gracia- que exige el plan divino ,de la salvación. La historia humana es sólo un breve entreacto de la eternidad.

Con La Ciudad de Dios san Agustín dio una formulación teológica definitiva a la misión divina de la Iglesia. Al mismo tiempo ligaba más firmemente el pensamiento cristiano a la filosofía platónica, que había afirmado la realidad de lo espiritual y la irrealidad, de la materia.

El desarrollo de la organización eclesiástica

No es posible medir la importancia alcanzada por esta corriente, de opinión hostil al cristianismo. Pero es evidente que las invasiones, al debilitar las instituciones políticas de la corte de Rávena, crearon un vacío que fue ocupado por la organización eclesiástica. La inacción política de la corte de Rávena que siguió a la caída de Estilicón, dio a los papas ocasiones de intervenir en la defensa de -Roma. Inocencio 1 fue mediador entre el emperador Honorio y Alarico. León I negoció con Atila la defensa de la Urbe, y tres años más tarde no pudo impedir el saco de Roma por los vándalos, pero obtuvo de su jefe Genserico una mitigación de los incendios y de las matanzas.

A la vez que aumentaba en Roma el prestigio y el poder de los papas, los pontífices extendían y fortalecían su autoridad sobre las diócesis e intentaban imponer su primacía a los patriarcas orientales. Siricio, sucesor de san Dámaso, apoyó la política de Estilicón en Iliria para sustraer esta provincia a la influencia de la iglesia oriental.

La cancillería pontificio se organizó a imagen de la imperial, y las respuestas a las consultas de los obispos, que los papas comunicaban a todas las diócesis, tienen el lenguaje administrativo de los rescriptos imperiales.

En las diócesis de Occidente muchos obispos consiguieron establecer una constitución eclesiástica similar a la del Estado que se desplomaba. En algunos casos, salvaron a su ciudad del saqueo y de la destrucción. La Iglesia de los últimos años del siglo IV y de los primeros del V fue en la pars occidentalis el mejor reducto de las ideas romanas de autoridad y de universalidad.

8. La erudición y la literatura cristianas

La tradición heredada de épocas anteriores limitaba la enseñanza a las siete artes liberales.43 Hacía tiempo que los estudios matemáticos y los de las ciencias de la naturaleza habían sido abandonados. La instrucción general que facilitaban las escuelas superiores se limitaba a la retórica y al estudio de los clásicos latinos, porque el conocimiento de la lengua griega fue desapareciendo en Occidente. Todavía en la época de san Ambrosio el estudio del griego se conservaba en los círculos cultos romanos. Pero las escuelas públicas superiores habían abandonado la enseñanza del griego cuando Jerónimo y Agustín estudiaron en ellas. La muralla ideológica, que durante mil años iba a separar el mundo griego de la Europa occidental, se estaba levantando.

El cultivo de la ciencia no existía en esta época. Ningún espíritu curioso intentó enriquecer el saber heredado. Los eruditos se limitaron a las recopilaciones, casi siempre empobrecidas, de los conocimientos anteriores, de los que las ciencias experimentales habían sido desechadas.44 La enseñanza se consagró al cultivo de la retórica, considerada como la obra más excelsa del espíritu humano. La expresión elegante e ingeniosa fue identificada por los retóricos con la misma civilización romana. «Si nosotros perdemos la elocuencia ¿qué quedará, pues, para distinguirnos de los bárbaros?» escribía Libanio.

La erudición cristiana no pudo sustraerse al prestigio de la retórica clásica. Pero se produjo una desestimación paulatina de sus valores. Era inservible para la exégesis de la Biblia, que ocupaba a los eruditos cristianos. El conocimiento de Dios, la naturaleza y el destino del alma humana, el contenido de la fe, la formulación del dogma: he aquí los problemas que la erudición cristiana debía resolver.

San Jerónimo y san Juan Crisóstomo

Estos tiempos sombríos fueron fecundos en escritores cristianos de altos valores humanos y literarios. En la vida de estos Padres de la Iglesia, como fueron llamados, es significativo el hecho de que encuentren la fe mientras están inmersos en sus estudios filosóficos y literarios. Como Agustín, jerónimo, destinado por sus padres a la carrera de funcionario, abandonó estos proyectos para reunirse en Antioquía cm el obispo Evagrio, quien suministró a la literatura latinocristiana una valiosa traducción de la Vida de San Antonio de Atanasio. En el desierto sitio de Chalkis, vivió jerónimo la vida ascética como él la concebía, uniendo a la penitencia el estudio, Allí aprendió el griego y el hebreo, al tiempo que iniciaba su fecundísima obra de escritor, con una biografía del eremita Pablo de Tebas. Vuelto a Roma, organizó los archivos pontificios, y fue secretario del papa Dámaso, que le encargó una revisión del texto del Nuevo Testamento. Muerto san Dámaso, pasó el resto de su vida en un monasterio de Belén que él fundó, realizando durante 34 años una inmensa labor literaria.

La pasión de la erudición y la avidez de precisión en la interpretación de la Biblia le decidieron a una empresa gigantesca la traducción, al latín del Antiguo Testamento. San Jerónimo acudió al texto hebreo primitivo, rechazando por sus errores la versión griega de la Septuaginta. En esta traducción, que fue siglos más tarde llamada Vulgata, como en los comentarios de exégesis bíblica que la completan, desplegó Jerónimo su cultura profunda, sus conocimientos filosóficos Y sU agudo espíritu critico. Pero este enorme esfuerzo no fue estimado por sus contemporáneos ni sin Jerónimo tuvo continuadores. La Vulgata no se difundió en Occidente por todas las bibliotecas hasta la época carolingia.

De todos los escritores cristianos a quienes sus panegiristas compararon con Cicerón, ninguno iguala a san Jerónimo ni en el lenguaje ni en el estilo. Condenó la frivolidad de la enseñanza retórica, pero fue, a pesar suyo, un clásico.

Desde Belén, donde habla reunido una de las mejores bibliotecas de su tiempo, mantuvo una copiosa correspondencia literaria con los eruditos griegos y latinos. Los infortunios del mundo romano, que él sintió como suyos, le arrancaron lamentos desgarradores, que sus cartas nos han conservado.

La oratoria cristiana tiene su Demóstenes en el griego de Antioquía Juan, llamado Crisóstomo, es decir, "boca de oro", discípulo de Libanio, que fue patriarca de Constantinopla y murió en el destierro al que le llevaron las intrigas de la corte de Arcadio. Más moralista que teólogo, las homilías de san Juan Crisóstomo, elocuentes, brillantes, admirables de naturalidad y de elegancia, son un testimonio acusador de la corrupción de la sociedad y de la corte. Fustiga los vicios con vehemencia unas veces, con ironía otras, y siempre con un dominio admirable de la lengua griega, que en Juan Crisóstomo revive con la perfección del siglo de oro de Atenas

Prudencio, un Horacio cristiano

El gran poeta latino cristiano de esta época fue el español Aurelio Prudencio Clemente, cuyo poema Contra Símaco ha sido anteriormente comentado. Prudencio abandonó una brillante carrera de abogado, juez y gobernador, para consagrarse enteramente a Cristo. Esta renuncia al mundo, que Prudencio compartió con muchos de sus contemporáneos, despertó su vocación poética. Es el único gran poeta lírico que tuvo la literatura latina después de Catulo y Horacio, a los que Prudencio supera por la hondura del sentimiento, por la fuera expresiva, por e1 ritmo vivo del verso, en el que el predominio del acento sobre la cantidad anuncia ya la lírica medieval. En sus poemas, sobre todo en los himnos del Peristephanon, dedicados a los mártires cristianos de su país, la tradición clásica nutre capilarmente la visión cristiana del jardín del Paraíso, o el dulce mensaje del Sermón de la Montaña, o los milagros de Cristo, en versos espléndidos, que no serán igualados por ningún poeta occidental hasta Dante. Para Prudencio, cuando la Biblia y la naturaleza se contradicen, debemos corregir nuestras ideas sobre la naturaleza, porque la Biblia es infalible. El más grande de los poetas cristianos de la Antigüedad nos asombra y conmueve, pero nos recuerda que, si bien es cierto que el conocimiento científico de los antiguos griegos no fue aniquilado por el cristianismo, sí fue el cristianismo quien lo inhumó.

NOTAS

1 Cfr. bibliografía del capítulo I, nota 1, y capítulo 11, nota 1. Para este período sigue siendo útil J. B. BURY, History of the Later Roman Empire from the Death of Thedosius to the Death of Justinian, (reedición, Nueva York, 1958). Los datos que se toman de esta obra, infra, se referencian por la edición de Londres, 1922; F. LOT, CH. PLISTER, F.-L. GANDHOF, Les destinées de L' Empire en Occident, París, 1928 (Histoire générale, de G. GLOTZ, t. 1. ler. partie de la Histoire de Moyen Age).

2 Infra, III, 2.

3Además de ROSTOVTZEFF, op. cit., Histoire générale du travail, Nouvelle Librairie de France, París, 1959; R. LA TOUCHE, Les origines de l' économie occidentale (V-XI siècle), t. XLIII de L´evolution de l´Humanité; AVDA KOV, POLIANSKI, etc., Historia económica de los países capitalistas, ed. Grijalbo, México, 1965; Cambridge Economic History of Europe, t..II, 1952.

4 Supra, II, 1.

5 Supra, II, 1.

6 Supra, I, 2.

7 Los bárbaros tributarii eran prisioneros de guerra, que el Estado cedía a los grandes propietarios. Recibían un lote de tierra cultivable a cambio de una capitación, que correspondía al Estado pero que los grandes señores solían apropiarse. Los tributarii eran de hecho esclavos del Estado al servicio de los terratenientes.

8 Esta era la extensión de la propiedad de Ausonio (supra, II, 6), que la describe en uno de sus Idilios. la finca comprendía 50 hectáreas de campos, 25 de viñedos, 12 de prados y 175 de bosques.

9 Supra, I, 2.

10 Supra, I, 1.

11 P. ENGELS: Origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado. Equipo Editorial, S. A., San Sebastián, 1968, p. 143.

12 SAN Pablo, Epístola a los Efesios, VI, 5. San Pablo vuelve a recomen dar a los esclavos sumisión y fidelidad en otras epístolas (A Tito, II, 9; primera a los Corintios, VII, 20-21). También san Pedro (Epístola 1.ª, 11, 18).

13 Ciudad de Plafagonia, provincia de la diócesis del Ponto, en la costa del mar Negro. Este concilio se reunió en el siglo iv, en una fecha que no ha podido precisarse.

14 Sobre la herejía donatista, supra, capítulo II, nota 51. La rebelión de los circumcelianos fue religiosa, nacionalista y social. Entre otras reivindicaciones reclamaban la condonación de las deudas y la liberación de los esclavos. La oposición de la Iglesia a estas peticiones fue rotunda. En su polémica con Donato, el obispo católico Optato hace responsables a los herejes de los desórdenes: los caminos no son seguros, los propietarios se ven obligados a descender de sus coches y tirar de ellos, sirviendo a sus propios esclavos, transformados en amos, Los obispos donatistas, asustados del alcance de la rebelión, pidieron al gobernador de Africa la intervención del ejército. La represión fue durísima, pero los circumcelianos contaban con el apoyo del pueblo, y la lucha renació. Continuaba en el siglo V, cuando san Agustín escribía al conde de Africa Bonifacio, encargado de someter a los sublevados: «Bandas insensatas de gentes sin fe ni ley turban la paz [ … ] Por temor a los ultrajes, a los incendios y a la muerte, se rompen los contratos de compra de los peores esclavos.,

15 Supra I, 3,

16 Supra, 11, 3.

17 La Notitia dignitatum es un manual para el servicio de los funcionarios civiles y de los oficiales del ejército. Reúne datos de la totalidad del Imperio. Fue compuesto, después de la muerte de Teodosio, para el jefe de la administración del Imperio de Occidente. Algunas estadísticas fueron actualizadas posteriormente. La Notitia proporciona informaciones de gran utilidad, a pesar de sus lagunas y contradicciones, y de la reserva que merezcan muchos de sus datos. La última edición, la más completa, fue preparada en 1876 por 0. Seek.

18 F. Lot, op. cit., p. 204.

19 Amiano Marcelino, XX, 11, S.

20 Se ha atribuido la muerte de Teodosio el Antiguo a una orden de Valentiniano I, cumplimentada después de la muerte del emperador (Valentiniano murió el 17 de noviembre de 375 en Panonia; Teodosio el Antiguo fue ejecutado a comienzos de 376). Se supone que Graciano cedió a la presión del franco Merobaldo.

21 La legislación del año 379 y de los primeros meses de 380 demuestra que Teodosio I intentó un reclutamiento nacional. Fueron alistados hijos de soldados emboscados en la Administración, campesinos, artesanos, mineros. La interrupción de estos edictos a mediados de 380 prueba el fracaso del reclutamiento. Movilizar a la desvertebrada sociedad romana a fines del siglo IV era una tarea superior a las fuerzas de Teodosio (supra, III, 3).

22 El establecimiento de tribus bárbaras en territorios del Imperio no era una novedad. Constancio Cloro alojó en el curso inferior del Rin a los francos salios, Graciano, en 380, permitió a los ostrogodos de Alateo instalarse en Panonia. Pero estos asentamientos no tuvieron la trascendencia del tratado entre Teodosio y Fritigerno ni sus repercusiones. En 386 se establecieron los ostrogodos en Frigia; en 401, los vándalos y alanos en Italia septentrional, y los visigodos de Alarico, en el valle del Save. Desde 406 es. tas ocupaciones se generalizaron, con o sin el consentimiento del Gobierno imperial.

23 La usurpación de Máximo ocasionó la pérdida del muro de Adriano Y debilitó irreparablemente la posición de Roma en Bretaña, evacuada por las últimas tropas romanas en 407.

24 Quizás Teodosio pensaba entonces en una división tripartita del Imperio, bajo su suprema autoridad: Valentiniano 11 regiría la prefectura de las Galias; Honorio, Italia, y Arcadio, el Oriente.

25 Las vestales eran seis sacerdotisas encargadas del servicio religioso del templo de la diosa Vesta, en el Foro romano, y del mantenimiento del fuego sagrado traído de Troya por Eneas según una vieja tradición. De los 6 a los 10 años de edad ingresaban en el servicio del templo, y permanecían en él 30 años, durante los cuales estaban obligadas a la castidad, bajo amenaza de enterramiento en vida. Terminado este plazo, les era permitida la renuncia a sus votos y el matrimonio.

26 Gregario de Nisa: "Oratio de Deitate Filii et Spiritus Sancti,."

27 Supra, III, 4

28 Codex Theodosianus, XVI, I, 2. Los historiadores han querido relacionar este edicto con la grave enfermedad sufrida en Tesalónica por Teodosio, durante la cual fue bautizado por el obispo de la ciudad, adversario del arrianismo, Pero la fecha de la dolencia parece posterior. Tillemont la sitúa a comienzos de 380. Schwartz retrasa un año el edicto. Piganiol cree que la enfermedad debe datarse en el otoño de 380, antes de la instalación de Teodosio en Constantinopla.

29 N.Cherniavski,, El emperador Teodosio el Grande y su política religiosa. (Citado por Vasiliev, op. cit., p. 97.)

30 Supra, II, 4. Dámaso fue elegido al mismo tiempo que Ursino. La 'lucha entre los partidarios de Dámaso y de Ursino fue muy sangrienta. Amiano Marcelino da la cifra de 137 muertos. Dámaso derrotó a los ursimianos con la ayuda de las cohortes romanas.

31 San Ambrosio, Epístolas, 13.

32 Id., íd., 10. «Reverentiam primo eclessiae catholicae, deinde etiam et legibus,. Es la primera formulación de una doctrina que ha inspirado las ,relaciones de la Iglesia Católica con los Estados europeos.

33 Id., íd., 40-41.

34 La dignidad y la función de César, creada por Diocleciano y mantenida por Constantino, se extingue con Juliano.

35 Menos estimado entre los bárbaros que el de magister militum o general romano, que era el que Alarico ambicionaba entonces, asegurando que Teodosio se lo había prometido.

36 Quizá el mayor error político de Estilicón fue haber pretendido incorporar al Imperio de Occidente la Iliria oriental, que geopolíticamente pertenecía al Oriente y que Teodosio había separado de la prefectura de Italia.

37 J. B. Bury, op. cit., I, p. 129.

38 J., B. BURY, op. cit., I, pp. 129-130.

39 Supra, III, nota 22.

40 La Ciudad de Dios, libro I, 7, 1.

41 San Ambrosio, en 397: Claudiano, en 404; Símaco y Prudencio, en 405.

42 H.-J. Marrou, Saint Augustin et la fin de la culture antique, París, 1958.

43 Supra, 1, 5.

44 Supra, 11, 6.

CAPITULO IV

Mientras los pueblos bárbaros se instalan en vastas regiones de la pars occidentalis, los estamentos políticos y sociales del Imperio romano -administración, ejército, aristocracia latifundista- se disocian y enfrentan. El resultado de esas discordias es la desintegración del Imperio de Occidente.

La administración es un organismo entumecido por el trauma de las invasiones, por las rebeliones populares, por la autarquía de los grandes dominios. Muchos altos funcionarios se trasforman en propietarios de inmensos fundos.

La agrarización de la sociedad romana, la declinación de la industria y del comercio y la desobediencia fiscal de los terratenientes dejan al Estado sin recursos para mantener a sus ejércitos.2 La brutalidad del sistema tributario ha dejado de ser eficaz. Es preciso entonces contratar a les jefes bárbaros y a sus huestes como soldados y pagarles con tierras.

Los grandes señores, verdaderos "monarcas del campo", alistan sus propias tropas y negocian con los pueblos ocupantes.

En cambio la pars orientalis, después de esquivar el peligro godo, ha conservado su economía monetaria, la firmeza de su moneda, la eficacia de su administración. Reorganiza un ejército nacional. Pero este esfuerzo, que le basta para evitar su ruina, es insuficiente para salvar a Occidente.

1. Las invasiones y la vida económica de Occidente

La evolución económica y social, iniciada en el siglo III, estaba cumplida a la llegada de los bárbaros: declive de la vida urbana, plenitud del ruralismo, marasmo de la industria y del comercio, aniquilación de la clase media. Una economía agrícola organizada en grandes dominios, en régimen de colonato. Una estructuración social en castas hereditarias.3

Las invasiones no aportaron ninguna transformación económica ni social. Por el contrario, favorecieron la disposición de los tiempos, propicia a los señoríos al desmantelar la máquina burocrática del Estado. La estructura económica y social del Bajo Imperio sobrevivió en los primeros siglos medievales.

La transitoria paralización de la vida urbana en Occidente había desplazado casi toda la actividad económica a los grandes dominios rurales. Se generalizó la concesión a los esclavos de la condición de colonos, sobre todo en las regiones donde los señores germánicos predominaban. Los siervos estaban obligados a mayores y más frecuentes servicios personales que los colonos, que seguían siendo libres ante la ley, y que dejaron de ser llamados al servicio militar a cambio de un impuesto tributado en especie, el hostilitium.

Los alojamientos bárbaros: la "hospitalitas"

¿En qué medida alternaron las invasiones la situación del agro romano? El proceso no es el mismo en todas las comarcas. Federados o enemigos de Roma, los bárbaros saquean las tierras invadidas hasta agotarlas, y sólo entonces las hacen cultivar a sus siervos.

Por el foedus o tratado federal, un jefe germánico se convertía en magíster militum romano, y sus guerreros e soldados al servicio de Roma. A cambio él y su pueblo recibían viviendas y una parte de las tierras de uno o varios latifundios, con sus colonos y esclavos.

Este sistema de alojamiento, llamado hospitalitas, tiene su origen en los acantonamientos militares del siglo III, en los que cada propietario debía ceder a un soldado hospedado la tercera parte de la casa en que se alojaba; el avituallamiento de los soldados acantonados correspondía a los almacenes del Estado encargados de la annona militar. En la época de las invasiones la annona fue sustituida por la cesión de tierras cultivables, Los propietarios quedaron obligados a entregar a sus huéspedes bárbaros, además del tercio de su villa, una parte (sors) de sus campos y de sus siervos.

Cada federado se alojó, pues, con su familia en la finca: de un propietario romano. El reparto se ajustaba a una reglamentación que, en los casos menos favorables para el ocupante le otorgaban el tercio de la propiedad. El sistema romano de acantonamiento tenía en cuenta la jerarquía militar de cada federado, y a los guerreros de mayor graduación correspondieron lotes de tierra más extensos.

Muy pronto algunos federados como los visigodos, los más necesarios al gobierno de Rávena, obtuvieron, por el foedus concertado por su rey Valía con el Imperio, una ocupación permanente de tierras en Aquitania y partes o sortes mayores, los dos tercios de la propiedad. Las condiciones de alojamiento de los burgundios en la región de Maguncia fueron similares: los dos tercios de la tierra cultivable, la mitad de las granjas, bosques y pastos y la tercera parte de los colonos y esclavos.

Los asentamientos de las tribus germánicas se hicieron en grupos compactos y en terrenos reducidos. Las áreas repartidas serían pocas, dada la escasa población bárbara hospedada,4 y la agrupación de los ocupantes. Muchas regiones padecieron la invasión, pero no la ocupación.

El régimen agrario romano del colonato gobernó la división de tierras, y los bosques y terrenos de pastos (compascua) quedaron indivisos para el aprovechamiento común de bárbaros y provinciales.

La mayor parte de las fincas del patrimonio imperial pasaron a ser propiedad de los reyes bárbaros, que pudieron repartir entre sus fieles o leudes extensos dominios. Genserico confiscó en Africa los grandes latifundios, entregó una finca a cada uno de sus leudes y se resevó las restantes. No hubo alojamientos en el reino vádalo, sino despojo de la nobleza afrorromana, que fue expatriada. Los nuevos propietarios conservaron en los fundos la organización agraria romana, los cultivos, los colonos y siervos, y hasta los mismos hábitos corruptores de los juegos públicos.

Con la excepción del reino vándalo de Afrecha, estos cambios se realizaron según el derecho romano, y como resultado de un convenio. Iniciados a fines del siglo IV, los alojamientos bárbaros se desarrollaron progresivamente y no alteraron la estructura socioeconómica de las provincias occidentales. Muchos de los hospedados llegaban ya tocados de civilización romana.

Los cultivos agrícolas en los grandes dominios y en las aldeas de campesinos libres

En la Galia meridional, en Hispania, en Afrecha y en Italia, los bárbaros adoptaron los cultivos y las técnicas agrícolas romanas, que ellos no sabían mejorar. Sólo el molino hidráulico -conocido en Roma desde el siglo I a. de C., pero apenas utilizado- era en el siglo V de uso corriente en los fundos y en las aldeas libres.

En el noroeste de la Galia los francos emplearon la rotación trienal de cultivos (cereales de invierno sembrados en otoño, cereales de primavera y barbechos) que ya conocieron los romanos.5 En las regiones forestales, francos y alamanes roturaron y labraron pequeños calveros para el cultivo de cereales. Los viñedos que los romanos habían plantado en las riberas del Rin y del Mosela se extendieron ahora a tierras que no podían dar más que un vino de mala calidad. El sacrificio de la misa y la comunión bajo las dos especies exigía en todas las iglesias una provisión diaria de vino que las malas comunicaciones dificultaban, y se plantaron cepas en comarcas inadecuadas para las vides.

La explotación agrícola más modesta necesitaba varias yuntas de bueyes para arrastrar el pesado arado germánico de ruedas, que abría profundamente la tierra. Los sajones y frisones que habitaban las húmedas llanuras de la costa del mar del Norte criaban ganado vacuno; los germanos de las praderas, caballos. La vida de una aldea visigótica o franca no diferiría mucho de la de algunos villorrios de nuestros días. "En primer lugar estaba la casa del labriego, complementada con un local en donde se guardaba el grano, con un establo, una corraliza y un hortal (en el que se cultivaban legumbres: nabos, habas, guisantes, lentejas), todo ello casi siempre cercado; después estaban las tierras de labor repartidas por zonas, y este conjunto aumentaba a medida que avanzaba la roturación y la puesta en cultivo. Finalmente, para completar el grupo aldeano germánico y conferirle su originalidad propia, había una zona forestal y de pastos que se sustraía a la apropiación individual y familiar. Esta era la marca communis; los habitantes de la población disfrutaban allí derechos usuarios, derechos de sacar leña del bosque para sus hogares y madera de roble para sus construcciones, y derecho para que pasturasen sus ganados y particularmente sus piaras de cerdos.6" Completan este cuadro los campos de lino y de otras plantas textiles, que se hilaban en los talleres de la aldea.

El "mansus" o masía

Todos estos pueblos germanos practicaron la propiedad familiar de la tierra. Los guerreros alojados se establecieron con sus familias en aldeas similares a los vici romanos. Así vinieron a contribuir los asentamientos germánicos a un breve renacimiento de la pequeña propiedad rural en Occidente. Breve, porque la fuerza de gravedad de los grandes dominios atrajo a estos mílites bárbaros convertidos en campesinos. También ellos, como los labriegos romanos de la centuria anterior, acabaron por integrarse como colonos en las propiedades señoriales.

La unidad económica de una familia campesina es el mansus.7 En él hallamos los tres elementos tradicionales de toda pequeña propiedad rural, que permanecen inalterados secularmente: la casa con sus dependencias, la diminuta huerta próxima a la casa y las tierras de labor, a veces esparcidas en pequeños pegujales, dentro del territorio de la aldea, La extensión del mansus varía según la fertilidad de los campos. Es la cantidad de tierra que necesita una familia para vivir, la antigua unidad fiscal, jugum, de Diocleciano. Muchos campesinos libres poseían dos o más mansus.

Cuando los mansus quedaron incorporados a una gran propiedad, subsistieron como unidades de cultivo: la parcela que podía labrar un arado, la tierra que se entregaba a un nuevo colono. El propietario remuneraba algunos servicios permanentes con un mansus. Así, el caballero contratado para el ejército privado del señor, o el sacerdote encargado de los servicios religiosos de la iglesia del dominio, recibían un mansus en vez de un salario.

La supervivencia de la vida urbana

Las ciudades dejaron de ser organismos primordiales en la vida del Imperio. Desde el siglo III se amurallaron, se encogieron, se despoblaron.8 La mayor parte del patriciado urbano se trasladó a sus residencias campestres; muchos curiales se refugiaron en el campo para rehuir sus responsabilidades fiscales; algunos artesanos se instalaron en los talleres rurales. Las populosas urbes del Alto Imperio se transformaron en poblaciones pequeñas. Lot supone que las mayores tenían de tres a seis mil habitantes.9 Las más próximas a la frontera del Rin y del Danubio padecieron los más repetidos ataques germánicos. Tréveris, la antigua capital de la prefectura de la Galia, fue saqueada cinco veces en el siglo V; sus murallas magníficas protegían ahora un recinto con grandes espacios deshabitados; la sede prefectorial fue trasladada a Arles; la nobleza senatorial, más numerosa que en otras ciudades, abandonó la decrépita urbe. Colonia no se recobró de la desaparición de muchos de sus talleres de vidriería hasta el siglo IX. Estrasburgo fue reconstruida, en un área más reducida, con los materiales salvados del incendio de la ciudad.

Sin embargo, a pesar del desplazamiento de la actividad económica de la sociedad romana a los dominios señoriales, la vida urbana subsistió, al abrigo de las fortificaciones, en superficies más pequeñas después de cada reconstrucción, sin cabida ni para el teatro ni para el circo. Los dos edificios representativos de las ciudades romanas del siglo V son el pretorio, o palacio del gobernador romano, ocupado en muchas ciudades por el conde bárbaro que gobierna la ciudad, y la iglesia catedral, con la residencia del obispo.

La decadencia de la vida urbana fue anterior a las invasiones del siglo V, que devastaron pero no destruyeron las ciudades. En ellas siguió viviendo una población libre, propietaria de bienes inmuebles: comerciantes, artesanos, siervos, esclavos, mendigos; en barrios separados habitaban comerciantes sirios, griegos y judíos. Hasta el siglo VIII las ciudades romanas no dejaron de ser centro de negocios, lugares de concentración de los mercaderes.

La Iglesia cristiana contribuyó a la continuidad de la vida urbana. En todas las sedes episcopales se conservaron las formas de vida romanas. La organización eclesiástica llenó el vacío que abría el declive de la administración civil. En muchas ciudades los obispos fueron los magistrados únicos, obedecidos tanto por la población pagana como por la cristiana, los defensores de las ciudades10 y mantuvieron el hilo administrativo que unía las ciudades con el gobierno de Rávena. Cuando la vida municipal se extinguió en el siglo IX, las ciudades quedaron reducidas a centros de la administración eclesiástica.

La autónoma organización municipal del Alto Imperio se convirtió, pues, en el dominio urbano de un obispo romano o de un monarca bárbaro. Pero los cargos municipales romanos se conservaron : curiales, senatores, defensor civitatis. En las ciudades hispánicas el conde visigodo que regía la ciudad tenía a sus órdenes funcionarios fiscales (executores) y judiciales (judex civitatis).

Fuera de las murallas vivía una parte de la población que, cuando la guerra se aproximaba, se refugiaba en el recinto fortificado; es la plebs extra muros posita, la población situada extramuros, que en las ciudades romanas del Alto Imperio tuvo sus propios dioses locales. En el siglo V esta población fue el núcleo del futuro crecimiento de las ciudades. El suburbium llegaría a ser el centro urbano cuando la ciudad amurallada o burgo estaba situada en un lugar elevado, apto para la defensa militar pero no para las actividades mercantiles.

Los monasterios suburbanos

Los cementerios cristianos se establecieron extramuros, por 1a prohibición de inhumar cadáveres en el recinto urbano. La mayoría de las iglesias primitivas fueron erigidas cerca de los cementerios, y en la proximidad de estas iglesias se construyeron más tarde los monasterios. El servicio de los monjes atrajo a numerosos traba jadores manuales, que formaron agrupaciones suburbanas, foco originario de los barrios de las ciudades medievales.11

El régimen agrario que domina la vida económica del Bajo Imperio concordaba con las concepciones económicas de la Iglesia: Dios dio la tierra a los hombres no para que se enriqueciesen, sino para que se mantuvieran en la condición social de su nacimiento; para que pudiesen vivir en este mundo de paso para la verdadera vida. La renuncia del monje es un ejemplo para la sociedad cristiana. La pobreza es de origen divino y de orden providencial. Corresponde a los ricos aliviarla por medio de la caridad. Los monasterios señalan la norma, almacenando en sus granjas los excedentes de las cosechas para distribuirlos gratuitamente a los necesitados.12

En un mundo de violencias, sólo los monasterios realizaban en el mundo el ideal de la ciudad de Dios. Los reyes bárbaros convertidos al cristianismo, sus esposas, los nobles, hasta los obispos, creyeron asegurar la salvación de su alma fundando un monasterio o enriqueciendo los existentes con donaciones de tierras. La Iglesia fue muy pronto la primera fuerza económica de la sociedad occidental.

La industria en los dominios señoriales y en las ciudades

Las grandes propiedades rústicas disponían de sus propios operarios para los trabajos mecánicos cotidianos y para las reparaciones imprescindibles. Los siervos rurales no eran artesanos especializados. Realizaban obras rudimentarias de carpintería y de ebanistería, de cordelería y de cestería. En los dominios se fabricaba el pan, se elaboraba el vino y el aceite; existían talleres para los carreteros, carpinteros, talabarderos, herreros, y obradores o «gineceos» donde mujeres siervas tejían el lino y la lana. Los grandes dominios dieron violentos tirones independientes, pero no aspiraron a bastarse a sí mismos. A los grandes propietarios no convenía la paralización de la vida económica de las ciudades, a las que vendían los excedentes agrícolas .13 Necesitaban también los servicios de artesanos calificados que las ciudades les facilitaban y a los que contrataban temporalmente: constructores de edificios, iglesias y monasterios, magistri commacini, que acudían con un equipo de obreros especializados para la edificación y para la decoración interior de palacios y templos con objetos de metal y de marfil, con vidrierías y pinturas; para la fundición de campanas, cuyos artífices fueron muy solicitados.

Se ignora la suerte que corrieron las fábricas del Estado en la pars occidentalis durante la larga agonía del gobierno imperial de Rávena. Pero mientras existió el Imperio de Occidente se tomaron medidas para asegurar el abastecimiento de las grandes ciudades italianas, y sobre todo, de Roma. Los panaderos de las 274 panaderías de la ciudad siguieron exentos de prestaciones personales y del servicio militar.

Los collegia subsistieron en Italia, en la España visigoda, en la Galia meridional, es decir, en las regiones donde la vida urbana, aunque disminuida, no desapareció. Había artesanos libres que recibían en sus talleres las primeras materias que les entregaban los dominios señoriales, y las manufacturaban a cambio de un canon por pieza. Otros compraban la materia prima y vendían por su cuenta los obrajes. Algunos se trasladaban temporalmente a. las haciendas rústicas a cambio de manutención y salario.

La incorporación al mundo occidental de las poblaciones germánicas debió de enriquecer al artesanado romano. Los germanos eran excelentes orfebres y fabricaban para sus espadas aceros superiores a los que producían en serie las fábricas imperiales.

El comercio

El papiro egipcio, el marfil, la seda, las especias, los esclavos, los vinos de Siria, el incienso que las iglesias necesitaban para los oficios, continuaron llegando de los puertos de Antioquía y de Alejandría a través del Mediterráneo. Era un comercio de mercancías de lujo, que producía grandes utilidades y exigía instalaciones poco costosas, dominado por comerciantes griegos, judíos y sirios que establecieron depósitos en muchas ciudades de la Galia, como Marsella, Narbona, Arles, Burdeos, Poitiers, Orleans, París, y llegaron a Maguncia y Worms, en Germania. Los negotiatores occidentales, anonadados por el impuesto del crisárgiro, no pudieron competir con los sirios. Comerciantes más modestos, los mercatores, mantuvieron un activo tráfico de artículos necesarios.

Según Sidonio Apolinar la corte de Rávena atrajo a numerosos comerciantes, entre los que había monjes y soldados. La dedicación de los clérigos a negocios mercantiles, que sería más tarde condenada por el concilio de Orleans, prueba el desarrollo del comercio profesional.

Italia siguió recibiendo trigo y aceite de Africa, a pesar de la ocupación de esta provincia por los vándalos. Los barcos trigueros llegaban al puerto romano de Ostia, donde eran recibidos por el «conde del puerto de la ciudad de Roma». Los comerciantes trasladaban la mercancía en carretas tiradas por bueyes a través de una carretera perfectamente conservada por la Administración.

Los comerciantes de Cartago visitaban los puertos hispánicos, y los mercaderes hispano-romanos acudían a las ferias de la Galia. Una navegación de cabotaje unía los puertos de Marsella y Narbona con Niza y los puertos italianos de Civitavecchia y Ostia. El comercio con los países del Vístula no fue interrumpido. Los pasos de los Alpes fueron atravesados por los comerciantes, incluso en la época de las grandes invasiones.

La moneda

Los germanos estaban de antiguo familiarizados con el sistema monetario romano. Los emperadores compraron con oro muchas veces la paz, y en los siglos III y IV las cantidades de oro romano atesoradas por los bárbaros indujeron a Graciano, Valentiniano II y Teodosio a prohibir bajo pena de muerte, que se efectuaran en oro los pagos en el comercio con los germanos. Los hallazgos de monedas en pequeñas cantidades testimonian que los germanos no atesoraban solamente, sino que empleaban las monedas en transacciones comerciales. Siguieron haciéndolo después de su asentamiento en tierras del Imperio. Como federados, prefirieron usar las monedas romanas, que circulaban por todo el mundo, y que ellos poseían en abundancia, a acuñar sus propias monedas. Cuando lo hicieron, imitaron la moneda bizantina tan diestramente que los sólidos constantinianos salidos de las cecas visigodas, borgoñonas o francas son difíciles de distinguir de los batidos en las cecas del Imperio de Oriente.

El carácter mediterráneo de la civilización antigua no fue destruido por los reinos bárbaros fundados en territorio romano en el siglo V. Los germanos establecidos en Italia, en África, en España y en la Galia siguieron comunicándose con el Imperio de Oriente a través del mar romano. Los comerciantes sirios relacionaron Antioquía y Alejandría con Niza y Marsella. El sueldo de oro constantiniano mantuvo la unidad económica de la cuenca mediterránea. Sólo en el siglo VIII la conquista musulmana de las costas sirias, africanas e hispánicas bloqueó los puertos del Mediterráneo occidental, y los pueblos latinos quedaron aislados del Imperio de Oriente.14

El régimen económico del Bajo Imperio en la primera mitad del siglo V no brinda otros cambios que los ocasionados por los alojamientos de las poblaciones bárbaras. El panorama es heterogéneo y confuso. Predomina la vida rural, el régimen agrario, el dominio señorial. Mas la vida urbana, aunque desarticulada, no ha desaparecido.

2. El aspecto social de las invasiones

¿Cómo fueron recibidos los pueblos bárbaros por los habitantes del Imperio de Occidente, como enemigos o como libertadores? Los acontecimientos que han sido relatados en los capítulos anteriores dan a esta pregunta justificada congruencia. El agobio irresistible de los impuestos, su injusta repartición, la desesperada decisión adoptada por tantos hombres libres de acogerse al patronazgo de un terrateniente o de un jefe militar, la ineficacia de las órdenes de algunos emperadores, como Valentiniano 1, interesados en la protección de las clases humildes, explican, no sólo la inhibición de la población romana en la defensa militar del Imperio, sino las frecuentes confraternizaciones con el invasor de que tenemos testimonio: los mineros de Tracia que se unieron a los visigodos sublevados, en los días de la batalla de Andrinópolis;15 los esclavos romanos que se incorporaron al ejército visigodo, cuando Alarico abandonó Roma. Los bagaudas de la Galia y de Hispania y los circuncelianos africanos mantuvieron desde el siglo III al V una rebelión social que el Estado romano no pudo reducir, y que se extinguió precisamente a la llegada de los bárbaros.

El testimonio del historiador hispano-romano Paulo Orosio es de singular interés. En su Historia contra paganos hay dos frases reveladoras de un nuevo estado de conciencia. «A nuestros abuelos no fueron más tolerables los enemigos romanos que a nosotros los godos», dice. El clérigo lusitano ante la Roma declinante y amenazada recuerda que la grandeza del Imperio fue el resultado de la violencia de la conquista y del infortunio de las provincias sometidas, Y comenta la situación que vive entonces su país: «los bárbaros dejan las espadas para tomar los arados y se hacen amigos de los hispanos; éstos preferían una pobre libertad entre bárbaros a soportar el apremio tributario de Roma». Estas palabras de un sacerdote cristiano discípulo de san Agustín16 nos delatan los sentimientos de los hombres de la generación de Honorio. Como cristiano, Orosio no deja de admitir el imperio cristianizado por Constantino, pero su esperanza en un Estado universal que concilie la unidad de leyes y la unidad de la religión ya no es inseparable de Roma, Los godos pueden vigorizar el Imperio declinante, conservando el estado terreno para servicio de la unidad cristiana, Al fin y al cabo, Roma era algo que no merecía la pena defender.

Lo mismo Orosio que su contemporáneo el obispo gallego Hidacio condenan al Imperio, que se lleva de Hispania gravosos tributos, dejándola indefensa. Más vale entenderse con los bárbaros que ocupan las tierras hispanas, que pagar a los federados asentados en las otras provincias del Imperio.

La insuficiencia de las fuentes de la época no nos aportan pruebas bastantes para afirmar que en todas las regiones del Imperio fraguaba la misma tendencia provincialista. Este estado de conciencia nacional, que germinaba en la península hispánica, extendido al Africa romana y a la Galia, pudo ser una de las causas primordiales de la ruina del Imperio.

Es una situación histórica similar a la del Imperio bizantino, invadido por los árabes en el siglo VII: la población campesina de Siria y de Egipto se entregó a los musulmanes para librarse de la presión fiscal del Imperio de Oriente.

La primera apología del mundo bárbaro

Veinte años después de Orosio, Salviano de Marsella17 juzga con severidad la sociedad que le rodea, y por primera vez enuncia la concepción histórica de la savia germana como fuerza que viene a regenerar la corrupción de Roma. A la depravación de las costumbres romanas opone la pureza moral de los germanos. Aunque .arrianos, conservan virtudes antiguas. Renovando las ideas providencialistas de san Agustín y de Paulo Orosio, el sacerdote de Marsella escribió De gubernatione Dei. Las derrotas de Roma son un merecido correctivo de Dios. No fue el cristianismo la causa de la decadencia de Roma; fue la vida anticristiana de los romanos la que acarreó el castigo divino.

La idealización de los bárbaros, que los escritores cínicos y estoicos habían ya contrapuesto a las perversiones de la nobleza grecorromana, adquieren en Salviano la precisión de lo conocido. Entre los germanos, escribe el clérigo galo, los pobres viven mejor que entre los romanos, y por eso muchos humiliores se marchan con los bárbaros. Los germanos son herejes, pero su moral es más pura que la de los católicos romanos. "El modo con que Dios juzga sobre nosotros y sobre los godos y bárbaros, se ve por los hechos: -éstos crecen cada día, nosotros disminuimos; éstos prosperan, nosotros decaemos; éstos florecen, nosotros nos marchitamos. "18

La perversidad y la avidez de los funcionarios es causa de la rebelión de los bagaudas. El escritor formado en los modelos clásicos, el predicador elocuente es en estas páginas el portavoz de la clase oprimida:

«Hablo ahora de los bagaudas, que, despojados, oprimidos, asesinados por jueces inicuos y sanguinarios, con el derecho de las inmunidades romanas han perdido también el fulgor del nombre romano. ¡Se les reprocha como un crimen sus desgracias, les reprocharnos un nombre que recuerda su infortunio, un nombre que les hemos dado nosotros mismos! ¡Llamamos rebeldes, llamamos malvados a hombres que hemos obligado a la necesidad del crimen ! En efecto, ¿cómo se han convertido en bagaudas, si no es por nuestras injusticias, si no es por la tiranía de los jueces, si no es por las prescripciones y las rapiñas de esos hombres que han malversado en su propio provecho y en el de sus estipendios las concusiones públicas, y que han hecho presa en las tasas tributarias; los hombres que, como los animales feroces, no han protegido a aquellos cuya ,custodia les estaba confiada, sino que les han devorado; que, no contentos con despojar a sus semejantes, como la mayoría de los ladrones, se alimentan de crueldades y de sangre? Y así los desgraciados, oprimidos, abrumados por el latrocinio de los jueces, se han convertido en seres parecidos a los bárbaros, porque no se les permitía ser romanos […] Son como cautivos bajo el yugo opresor de los enemigos [ … ]

»Lo que quieren es una desgracia: porque ellos serían felices si no se vieran forzados a semejantes deseos. Pero, ¿qué otra cosa pueden querer, los desgraciados, víctimas siempre de las concusiones, amenazados siempre por una triste e infatigable proscripción, ellos que abandonan sus casas para no ser atormentados, que se condenan al exilio para escapar a los suplicios? Para ellos los enemigos son menos temibles que los recaudadores de tributos. Su –actitud lo demuestra Huyen hacia nuestros enemigos para librarse de la violencia de las exacciones. Y lo que éstas tienen de cruel y de inhumano sería menos grave y menos amargo si todos lo soportaran equitativamente. Lo más indigno y lo más criminal es que la carga común no es soportada por todos, más aún, que los tributos de los ricos pesan sobre los pobres, que los débiles sufren la carga de los fuertes. El peso que esos miserables sostienen es superior a sus fuerzas. Esta es la única causa que les impide sostenerlo.»19

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