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La caida del imperio romano (página 9)

Enviado por santrom


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Esta empresa, que iba a realizarse en beneficio de los visigodos, fue concebida en interés de Roma, para asegurar el dominio de la amenazada Tarraconense. En el ejército mandado personalmente por Teodorico II. había contingentes borgoñones, aportados por el gobierno imperial. Hidacio9 ha relatado detalladamente esta campaña. Se inició en 456, penetrando los federados romanos por los Pirineos occidentales. La primera batalla, librada en el páramo leonés, cerca de Astorga, forzó a Rekhiario a retirarse a GaIicia. Los visigodos saquearon Braga, y Rekhiario, derrotado nuevamente en, Oporto, murió en prisión.

Cuando Avito fue destronado por Ricimerio, Teodorico II regresó a la Galia. Desde ese momento, el reino visigodo de Tolosa actuó como Estado independiente. Contra Roma, donde Mayoriano era emperador, se unieron visigodos, burgundios y parte de la aristocracia galorromana. Una victoriosa expedición de Mayoriano deshizo esta coalición, obligando a los visigodos a levantar el sitio de Arles, tantas veces acosada. Mayoriano reconquistó Lyon, forzando a los burgundios a ratificar su pacto federal con el Imperio.

Durante este tiempo el Estado suevo renacía, desprendiéndose de la dominación de Teodorico II (que había llegado a nombrar un gobernador visigodo de la Galicia sueva), por los esfuerzos de su rey Maldras. Los objetivos militares de Teodorico II, que desde Tolosa envió refuerzos a la península hispánica, se concentraban en este momento en la Bética.

Lo mismo que los burgundios, los visigodos, acosados por el emperador Mayoriano, aceptaron su condición de auxiliares de Roma y colaboraron con el emperador en la sumisión de los rebeldes suevos. Esta vez el ejército visigodo estaba dirigido por el general godo Sunnerico, y el romano por el magister militum Nepociano. La lucha contra los suevos prosiguió con resultados insuficientes.

La expansión visigoda en la Galia

La anarquía que estaba acelerando la ruina del Imperio de Occidente era útil al reino visigodo. Si la alianza con Avito había sido mantenida con lealtad, desde que el noble galorromano fue destronado los visigodos aprovecharon el hundimiento del poder imperial para ensanchar sus dominios en la Galia. Cuando el romano Egidio se negó a reconocer al emperador Severo, y formó un pequeño Estado romano en la Galia (que sostendría su hijo Siagrio hasta después de la desaparición del Imperio de Occidente), los visigodos se apoderaron de Narbona, alcanzando la deseada costa mediterránea, de la que Constancio había expulsado a Ataúlfo, y que el Imperio había querido defender a toda costa. En cambio fracasó la expansión goda hacia el norte. Egidio derrotó a Teodorico II junto a Orleans.

En la península hispánica la restauración del reino suevo impidió a los visigodos nuevos avances. Una paz entre los dos pueblos delimitó durante algún tiempo sus zonas de ocupación.

En 466, Teodorico II fue asesinado por su hermano Eurico, que reinó hasta 484. El menor de los hijos de Teodoredo fue un político inteligente y hábil, y su reinado, que coincide con la muerte del Imperio romano occidental, es el más brillante del reino tolosano. En él alcanzó el Estado visigodo su máxima expansión en la Galia, al tiempo que comenzaba la ocupación definitiva de la península ibérica.

Desde que Avito fue destronado, muchos nobles galorromanos adoptaron una actitud separatista. Pero este nacionalismo galo fracasó por su incapacidad de concertar una acción unánime contra Roma. Unos apoyaban a Egidio, y muerto Egidio, a Siagrio, su hijo, que mantuvo el Estado romano independiente creado al norte del Loira hasta 486. Otros -entre ellos magistrados tan influyentes como el prefecto del pretorio de las Galias Arvando- preferían la alianza con los visigodos. Un tercer partido, fiel a Roma, contaba también con terratenientes poderosos: el auvernés Ecdicio, hijo del emperador destronado Avito, tan acaudalado que podía sustentar en épocas de escasez a 4.000 pobres y reclutar y mantener a sus expensas un ejército de caballería para oponerlo a Eurico; y su cuñado Sidonio Apolinar, nombrado prefecto de Roma por el emperador Antemio, y luego obispo de Clermont. Los bretones y los federados burgundios y francos salios acataban la autoridad del gobierno imperial.

Eurico no desperdició ni esas divisiones ni las oportunidades que la mudanza de emperadores romanos le facilitaba. Así, con la complicidad del prefecto Arvando, atacó a los bretones del Loira, y conquistó el Berry y la Auvernia, llevando hasta aquel río la frontera septentrional de su reino. Auvernia fue defendida por la nobleza gala, agrupada tras Ecdicio, y por Sidonio Apolinar, y Eurico no pudo tomar la capital, Clermont. Pero el emperador Julio Nepote dispuso que Clermont fuese entregada a Eurico, a cambio de la Provenza. Porque, a la vez que desarrollaba su campaña auvernesa, el rey godo había conquistado Arles, Aviñón, Valence y otras ciudades provenzales. En 475 un tratado entre el emperador Nepote y Eurico devolvía Provenza al Imperio, y reconocía a los visigodos la posesión de Auvernia. Un año después los sucesos de Roma dieron ocasión a Eurico para ocupar Marsella y toda la Provenza. El reino visigodo se extendía en ese momento de los Alpes al Atlántico y del Loira a los Pirineos. Era el Estado más poderoso de Occidente.

La evolución del reino visigodo del pacto federal a la soberanía

Al mismo tiempo la guerra hispánica entre suevos y visigodos fue proseguida por Eurico, que emprendió además la conquista de la única provincia que el Imperio conservaba en las Hispanias, la Tarraconense.

Hasta entonces todas las intervenciones militares de los visigodos en la península ibérica se habían realizado en nombre del Imperio.10 Valia, Teodorico I y Teodorico II combatieron contra vándalos, burgundios o suevos como federados de Roma, en cumplimiento de obligaciones derivadas de un foedus varias veces renovado. Teodorico I había enviado tropas a Hispania en 421 para combatir a los vándalos, y probó su fidelidad a Roma a costa de su vida guerreando contra Atila en los Campos Mauriacos. La política antirromana de su sucesor Turismundo parece haber sido cuanto menos un pretexto para que sus hermanos Teodorico II y Federico le asesinaran. En los años que siguen a la muerte de Valentiniano III, mientras el Imperio de Occidente se disgrega, el reino visigodo se fortalece y ensancha, pero no rebelado contra Roma, sino colaborando con el gobierno imperial. Teodorico II hace proclamar emperador a su amigo Avito. Ricimerio fue en aquel momento el obstáculo que impidió al rey visigodo alcanzar en el Imperio el poder de Estilicón o de Aecio. Para estorbarlo, Ricimerio, que aspiraba a ese poder, destronó a Avito.

Pero si un rey visigodo había logrado imponer en el trono imperial a su candidato; si había podido arrogarse el derecho de intervenir en el nombramiento de emperadores, en lo sucesivo los monarcas godos aceptarán o recusarán, según su conveniencia, a los emperadores proclamados sin su intervención.

Así Teodorico II reconoce al emperador Severo sólo cuando éste acepta la incorporación de Narbona al reino visigodo, y Julio Nepote es reconocido por Eurico a cambio de la cesión de la Auvernia y del Berry.

Este comercio político se efectúa sin que el reino visigodo se enfrente con el Imperio. Lo que se discute nunca es la relación jurídica entre Imperio romano y Estado visigodo, sino la legitimidad de un emperador. Cuando Eurico se opone al emperador de turno, siempre tiene aliados romanos, lo que da a sus conflictos con Roma el carácter de un problema político interno, o de guerra civil en los casos más graves.

Pero los cambios de emperador -y por tanto, las relaciones del monarca visigodo con tan fugaces soberanos- se suceden aceleradamente, y por eso la evolución del reino visigodo hacia la soberanía se precipita. Cuando Odoacro se proclamó rex gentium, Eurico, que no había reconocido a Rómulo Augústulo, y que seguía considerando a Nepote como emperador legítimo, ocupó la Provenza, disputada a los borgoñones, y autorizó en 477 la reunión en Arles de la Asamblea provincial de la Galia,11 que tomó la decisión de enviar una embajada al emperador de Constantinopla Zenón, pidiéndole el restablecimiento de Nepote como emperador de Occidente. La muerte de Julio Nepote proporcionó a Eurico la soberanía de los territorios que el visigodo había ocupado en nombre de aquel, puesto que el emperador Zenón no los reclamó nunca.

Todas las regiones que constituían el reino de Eurico, excepto Provenza, habían sido cedidas a los visigodos por un emperador romano: la Aquitania había sido asignada a Valía por Honorio; la Narbonense, por Severo a Teodorico II; la Auvernia (y acaso Hispania, según supone Abadal) por Nepote a Eurico. Y al extinguirse el Imperio romano occidental, el reino visigodo quedó desvinculado del pacto de 418, y convertido, por el desarrollo de los acontecimientos y no por la violencia, en un Estado independiente.

La penetración visigoda en Hispania durante el reinado de Eurico

La conquista de la Tarraconense es la única iniciativa agresiva de Eurico que no encaja en el proceso que se acaba de analizar. La Tarraconense era la sola provincia hispánica que ni suevos ni vándalos habían ocupado nunca. La bagauda tarraconense había sido combatida y sofocada por el Imperio unas veces con auxiliares suevos, con tropas visigodas o romanas otras, pero aun en las más graves situaciones Roma encontró recursos para conservar esta provincia.

La guerra entre suevos y visigodos continuaba, y las tropas de Eurico habían ocupado Mérida en 468. Para mantenerse en la Lusitania, los visigodos necesitaban dominar la gran calzada romana que, desde Mérida, llegaba a Zaragoza a través de Toledo, Guadalajara, Segovia y Calatayud, y desde Zaragoza seguía a los Pirineos, ya por Jaca, ya por Pamplona. La conquista de la Tarraconense fue, pues, una exigencia derivada de la posesión de Lusitania.12

Las noticias sobre la campaña visigoda en la Tarraconense escasas y contradictorias. Ramón de Abadal13 sugiere la hipótesis de dos expediciones diferentes, una dirigida por el general godo Gauderico, que penetró por Pamplona, conquistó Zaragoza y ocupó sin resistencia la región central del valle del Ebro,14 y otra simultánea, con tropas mandadas por el visigodo Hidefredo y el dux de las Hispanias, el general romano Vincencio, que avanzó por la costa mediterránea y conquistó Tarragona después de vencer la larga resistencia de la nobleza hispanorromana.

Como en Auvernia, la nobleza no se sometió sin lucha, concentrando la defensa en las capitales de las provincias, Clermont y Tarragona. En ambas conquistas, observa Abadal, Eurico envió generales romanos para dirigir la ocupación. Si las dos campañas estaban concebidas en el marco de un plan de expansión territorial, es posible que fueran realizadas a la vez, entre los años 470 y 475.

Así, cuando desaparece el Imperio de Occidente, los dominios visigodos en Hispania abarcaban Extremadura, parte de Portugal, la meseta del Duero, Navarra, Aragón y Cataluña. Barcelona y Tarragona al Norte y Mérida al Sur, eran las principales bases de esta expansión territorial. Se ignora si Eurico poseía ya Tortosa y si los visigodos se extendieron en esos años por el litoral valenciano y cartaginés. Probablemente la ocupación total de la Hispania no dominada por los suevos no fue el resultado de una sola campaña, sino de un lento proceso de penetración, y también de poblamiento, que no finalizó hasta que los visigodos fueron expulsados de la Galia a comienzos del siglo VI.

Las emigraciones visigodas en Hispania15

¿Cuándo comenzó la emigración visigoda de la Galia a la península hispánica? Desde mediados del siglo V las tropas visigodas combatían a los suevos en la Tierra de Campos (comarca que fue llamada en la Edad Media Campi Gothorum, campo de los godos), que era la tierra de nadie entre los dominios suevos e imperiales, con alternativas de guerra y de paz, pero sin que los visigodos abandonaran sus guarniciones, que se hicieron permanentes. Ya no se movieron de ellas. Eurico les encomendó la conquista de Mérida, y probablemente participaron en la expedición que sometió la Tarraconense, pero regresaron a sus bases. Acabaron por establecerse allí con sus familias. Así surgió una corriente emigratoria desde Aquitania hacia la altiplanicie castellana, a través de la ruta de Roncesvalles, que ya no cesó hasta el asentamiento definitivo de los visigodos en Hispania.

Los hallazgos arqueológicos confirman esta hipótesis. Los visigodos no ocuparon toda la península. Los invasores eran pocos.16 Poblaron únicamente una parte de Castilla la Vieja que tiene su centro en la provincia de Segovia, abarcando territorios de las provincias de Burgos, Soria, Guadalajara, Toledo, Madrid, Avila, Valladolid y Palencia. Allí recibieron tierras por el sistema habitual de la hospitalitas.

Esta exigua población goda no alteró la estructura social y eco. nómica de la región. Ocasionó el parcelamiento de algunos latifundios, pero no modificó el régimen tradicional de explotación del agro.

Las humildes familias de campesinos y soldados godos17 no se mezclaron con la población hispanorrornana, pero fueron absorbidas por su cultura. Abandonaron su idioma, sus costumbres y su indumentaria, adoptando las de los habitantes del país. Tres siglos más tarde los poblados godos desaparecieron sin dejar ni la huella de sus nombres (los arqueólogos han encontrado necrópolis visigodas, mas no poblados), cuando en la iniciación de la Reconquista se despobló la meseta del Duero. Sus habitantes, ya completamente romanizados, se establecieron en Galicia y en el Portugal septentrional, como lo acreditan numerosos topónimos godos de aquellos territorios: Gotos, Godo, Gude, Godin, Gutino, Godinhos, Valgoda, Aldegoda.18 Puede asegurarse que nada o muy poco aportaron al acervo de lo hispánico.

Paralelamente a esta emigración popular, circunscrita -conviene repetirlo- a la altiplanicie castellana, la aristocracia goda fue estableciéndose en Hispania a medida que los reyes visigodos extendían su soberanía sobre la península. Esta emigración se inició en tiempos de Eurico, completándose cuando los francos obligaron a los visigodos a abandonar la Galia. La nobleza visigoda formó superestructura militar que sustituyó progresivamente a las autoridades civiles romanas y ejerció, en nombre del monarca godo, el poder político, administrativo y judicial.

Las gentes Gothorum, el pueblo de los godos, estaba constituido por doscientas o trescientas familias nobles, que habían jurado personalmente fidelidad al rey, unidas entre sí por el vínculo nacional. Eran los seniores, oficiales de la casa del rey y miembros del Aula Regia, o encargados por el monarca del gobierno de las provincias: los duques gobernadores de provincia; los condes de las ciudades; los tiufados, jefes militares; los vicarios, encargados de regir las circunscripciones rurales; los numerarios, que dirigían la recaudación de impuestos. Los seniores reciben de sus reyes fincas rústicas en recompensa de sus servicios, y se convierten en propietarios de grandes latifundios.19 En un plano inferior de nobleza, unidos también al monarca por lazos de fidelidad personal, los gardingos constituyen la base del ejército y el más firme soporte del poder real. Seniores y gardingos forman la clase dominante, los goti, que los documentos diferencian de los romani, la población hispanorrornana. La fusión de godos y romanos, autorizada desde el siglo VI por una ley de Leovigildo, estaba apenas iniciada cuando los musulmanes derribaron el Estado visigodo. La aristocracia goda ofreció la resistencia a la unión con otro grupo social que es peculiar de toda oligarquía. Si la nobleza hispanorromana llegó a participar en el poder fue sólo a través de la Iglesia.

El predominio del latifundismo y la ruralización de Hispania son desenlaces de un proceso iniciado, como en las otras provincias del Imperio, en el siglo III. Los visigodos se limitaron a acelerarlo desde el poder, y a rematarlo para su aprovechamiento. Más que comenzar una época nueva (la Edad Media española, como tanto tiempo se ha creído), la dominación visigoda en España fue la última y empobrecida fase de la Hispania romana, lo que Vicens Vives ha llamado «el epigonismo visigodo».20

El Código de Eurico

Mientras Odoacro procuraba acomodarse en el sistema -caduco, pero todavía legítimo- de un Imperio romano unificado, Eurico no sólo se independizaba políticamente de Roma, sino que acometía la tarea de sustituir el orden romano por un orden germánico nuevo. Era la empresa que Ataúlfo había considerado innecesaria e imposible. Pero en los sesenta años transcurridos desde Ataúlfo hasta Eurico el prestigio de la universalidad romana, aunque vigente en muchas conciencias romanas y bárbaras, empezaba a desmoronarse, sin que por eso dejara de irradiar sus valores permanentes sobre los pueblos germánicos. Pero la tradición romana ya no bastaba para conservar la unidad cultural de la Romania, ni pudo impedir la germanización de Occidente, germanización injertada, eso sí, de influencias romanas.

Antes de que Eurico se desligara jurídicamente del Imperio21 el reino visigodo era un Estado dentro de otro Estado (un Estado étnico dentro de un Estado territorial). Los reyes eran soberanos de su pueblo, pero como jefes militares al servicio de Roma carecían de autoridad sobre los ciudadanos romanos. Pero de hecho, si no de derecho, la fuerza militar goda se fue imponiendo a los inermes súbditos del Imperio, y los monarcas germánicos se apoderaron paso a paso de la soberanía territorial de las provincias que ocupaban. Mas cuando Eurico completó el proceso de emancipación política, los visigodos siguieron respetando las leyes, las costumbres y la religión de los provinciales. El gobierno de los súbditos romanos fue confiado en el primer momento a nobles romanos, como el conde Víctor en Auvernia y el duque Vicente en la Tarraconense.

La convivencia de dos pueblos distintos en un mismo territorio dio lugar a la implantación en él de dos legislaciones diferentes, la visigoda y la hispanorromana.22 Los visigodos, lo mismo que todos los pueblos germánicos, se rigieron durante la época de establecimiento por un derecho popular no escrito, formado por usos y costumbres, o establecido por las asambleas deliberantes, y por un derecho real, constituido por las disposiciones escritas de sus reyes, llamadas "edictos" como las romanas. Eurico encargó a una comisión de juristas -probablemente todos ellos galorromanos- la redacción de un Código que compilara el derecho visigodo, destinado a la población goda (aunque sus prescripciones rigiesen también para los provinciales en las cuestiones que implicaran relaciones entre visigodos y romanos).

El Código de Eurico es la primera ley germánica escrita, y la más importante por su influjo en las codificaciones de otros pueblos, como los bávaros y los burgundios. En esta recopilación -que fue redactada en latín-, el derecho consuetudinario godo está fuertemente influido por el derecho romano, por el helenístico y por el canónico. El Código de Eurico es el puente entre el derecho de la Antigüedad clásica y el de la Edad Media occidental.

La corte de Burdeos

El Estado organizado por Eurico fue la primera potencia militar de la segunda mitad del siglo V. Sidonio Apolinar, adversario vencido, nos describe la protocolaria corte del monarca godo en Burdeos. El primer ministro de Eurico es un noble galorromano, León de Narbona, que comparte con Sidonio Apolinar la afición a la literatura latina y la amistosa inclinación a los eruditos. La corte del victorioso y legislador Eurico es el centro del mundo occidental. En Burdeos halla Sidonio una vida alegre, pintoresca y brillante, animada por los representantes de los más diversos pueblos: embajadores del Imperio romano de Oriente y de Persia; emisarios francos, burgundios, sicambros, ostrogodos, que piden la paz o solicitan una alianza.

La política religiosa de Eurico

El mismo principio jurídico que hizo posible la convivencia pacífica de los dos pueblos, fue aplicado por Eurico a sus súbditos arrianos y católicos. Los godos arrianos y los provinciales católicos fueron invitados a la tolerancia religiosa. Las persecuciones contra los católicos atribuidas a Eurico y a su hijo Alarico II por algunos historiadores no tienen otro fundamento documental que el testimonio de Sidonio Apolinar y el destierro de obispos católicos. Pero, como observa Ramón de Abadal,23 Sidonio se limita a suponer en Eurico actitudes anticatólicas sin aseverarlas: «Temo que este rey de los godos -escribe en una carta– enardecido por sus éxitos militares, no resulte más enemigo aún de las leyes de los cristianos que de las ciudades romanas, porque, según se dice, el nombre de católico le horroriza, y está obsesionado por asegurarse el predominio de su raza y de su secta.» En otro escrito sigue diciendo de Eurico: «Detesta el nombre de católico […],da la impresión de un jefe de secta más bien que de su pueblo [ … ]. Burdeos, Perigord, Rodez, Limoges, Javols, Eauze, Bazas, Comminges, Auch y otras ciudades han sido decapitadas de sus pontífices; a la muerte de éstos no se han sucedido nuevos obispos para conferir órdenes, los daños espirituales se han extendido […]. Las diócesis, las parroquias están desoladas, sin ministerio. En las iglesias se derrumban los techos, caen las puertas, los espinos y matorrales cierran las entradas; los rebaños van allí a reposar y a comer la hierba que crece en los altares. No sólo quedan desiertas las parroquias rurales; hasta en las iglesias de las ciudades se hacen escasas las reuniones.»

Sidonio escribe estas cartas cuando, junto a su cuñado Ecdicio, está en guerra con Eurico, defendiendo la capital de Auvernia, Clermont, del acoso godo. Algunas de sus frases son deliberadamente equívocas. Las ciudades «decapitadas de sus obispos» son simplemente obispados no provistos a la muerte de su titular. La desintegración de la máquina política romana pudo afectar por breve tiempo a la organización eclesiástica.

Los obispos desterrados por Eurico lo fueron por motivos políticos, como el mismo Sidonio, luego repuesto en su sede de Clermont Ferrand. Las persecuciones contra los obispos católicos cesaron cuando Eurico completó sus conquistas, lo que hubiera sido inexplicable si la actitud del monarca visigodo frente al clero romano hubiera sido adoptada por razones religiosas. Al desmoronarse la administración imperial muchos obispos se convirtieron en defensores de las ciudades, y sustituyeron a las autoridades civiles romanas.24 Los conflictos de competencia jurídica y fiscal (y no necesariamente religiosa) entre las autoridades germánicas y romanas eran inevitables. Pero en cambio (y también como consecuencia de la misión política que los obispos se atribuyeron) los monarcas godos recurrieron a la mediación del clero romano en sus conflictos con Roma. Teodorico I envió como embajadores a obispos de Aquitania, entre ellos al de Auch, Oriencio, para proponer la paz a Aecio en 439. Julio Nepote se sirvió como emisarios de los obispos BasiIio de Aix, Leoncio de Arles, Fausto de Riez y Greco de Marsella, para concertar en 474 una paz con Eurico que éste no aceptó, y que gestionó con éxito al año siguiente el obispo Epifanio de Pavía.

El sucesor de Eurico, Alarico II, ordenó una recopilación legislativa que pusiera término a la confusión originada por la variedad de fuentes jurídicas romanas. Cuando esta compilación, la Lex romana visigothorum, la más importante del derecho romano de Occidente, estuvo terminada, Alarico II reunió en Aire-sur-l'Adour una asamblea de obispos y de provinciales elegidos en representación de la población indígena para que la aprobaran, y sólo entonces fue promulgada por el rey visigodo. Todavía el concilio reunido en 506 en Agde, al que acudieron 34 obispos galos o sus legados, autorizado por Alarico II, hacía votos por la prosperidad del rey godo.

Alarico II quiso atraerse a la población galorromana. Aunque arriano, equiparó a todos sus súbditos, godos o romanos, arrianos o católicos. Sólo cuando el clero galorromano apoya la causa del rey franco Clodoveo, convertido al catolicismo, Alarico II, como Eurico antes, destierra a algunos obispos galos, Volusiamo de Tours, Cesáreo de Arles, que pronto retornan a sus sedes.

Fin del reino visigodo de Tolosa

Eurico murió en Arles, la ciudad que había sido capital romana de la Galia. Su hijo Alarico II fue elegido rey. La emigración visigoda a la península hispánica debió de intensificarse en estos años, hasta merecer la atención del Cronicón Cesaraugustano, que en 494 dice: «los godos entraron en Hispania», y en 497: «recibieron morada dentro de las Españas», sin precisar los lugares de asentamiento. Esta emigración popular debió de ser la mayor, pero no la primera -como ya se dijo- ni la última. Debilitó la posición en la Galia de los visigodos en el momento menos oportuno, cuando surgía al otro lado del Loira una nueva potencia militar, el reino de Clodoveo. Al ser vencido Siagrio, último representante de la romanidad en la Galia del Norte, por el monarca franco, el general romano se refugió en el norte de Tolosa, y Alarico II tuvo la debilidad de entregarlo a Clodoveo.

Pronto se halló el rey visigodo amenazado por un peligro doble: la frontera septentrional de su reino, el curso del Loira, fue atacada por los francos, y la oriental, el valle del Ródano, por los burgundios. Los esfuerzos del rey ostrogodo Teodorico el Grande,25 con cuya hija estaba casado Alarico II, para conservar en la Galia la hegemonía goda o conservar al menos la paz, fracasaron.

Tours, Saintes y Burdeos fueron ocupadas por los francos y recobradas por los visigodos. Una precaria paz conseguida por Teodorico en 502, permitió al reino de Tolosa realizar la magna obra legislativa de Alarico II, la Lex Romana Visigothorum. Pero el año 507 Clodoveo, que en estos cinco años había fortalecido su ejército y su popularidad entre la población galorromana del sur del Loira, y que contaba además con la alianza de los burgundios, invadió los dominios visigodos. Cerca de Poitiers, en Vouillé, derrotó a Alarico II, quien murió en el campo de batalla. Los francos tomaron Burdeos y Tolosa, mientras los burgundios saqueaban Narbona. El ataque franco fue rápido, enérgico, imprevisto y el aparato político visigodo se desmoronó.26

Así acabó el reino visigodo de Tolosa. Hasta que, pasados más de sesenta años, organice Leovigildo el reino de Toledo, la nobleza visigoda se irá estableciendo en Hispania como una superestructura militar, y en esa nobleza se insertarán muchos oficiales ostrogodos, enviados por Teodorico desde Italia a la Galia Narbonense y a Hispania para salvar del desastre lo que pudiese ser salvado y el trono visigodo para su nieto Amalarico. Esos sesenta años de transición del reino de Tolosa al reino de Toledo han sido llamados por Abadal el "intermedio visigodo".27

3. El nacimiento de la nación francesa

A diferencia de vándalos, visigodos y burgundios, que en sus emigraciones tensaron hasta romperlo el cordón umbilical que les unía a sus tierras de origen, los francos nunca perdieron contacto con las tierras germánicas, y de ellas continuaron recibiendo fuerzas renovadoras. Por eso quizás se asiste, en la segunda mitad del siglo V, al espectáculo del desfallecimiento vital de aquellos tres pueblos, destinados a la desaparición, mientras el Estado franco surge, tardío pero robusto, y crece hasta convertirse en el más fuerte reino bárbaro de Occidente,

Otros factores contribuyeron a su desarrollo ascensional : su parentesco con los celtas romanizados de la Galia facilitó la fusión de los francas invasores con la población indígena, mezcla de pueblos a la que se resistieron, para su daño, vándalos y visigodos; su retardada pero oportuna conversión al catolicismo dio a los francos el apoyo eficacísimo del clero católico.

Así vino a ser el reino de Clodoveo arquetipo de un Estado nuevo, que la desaparición del Imperio de Occidente acaso hacía necesario.

Enardecidos por estos logros, estos francos embellecieron sus oscuros orígenes con leyendas que les convertían en descendientes de los troyanos, lo mismo que Roma, cuya grandeza se creían llamados a igualar.

El poblamiento franco de la Galia del Nordeste

En el capítulo anterior 28 hemos dejado a los francos salios establecidos en la región de Cambrai y de Tournai como federados del Imperio, y a los ripuarios desalojados por Aecio de la orilla izquierda del Rin. En un desplazamiento de norte a sur. los francos iban colonizando lentamente las despobladas fronteras del Imperio en la región renana. Los galorromanos habían huido de esta devastada comarca: de Tréveris, cuatro veces saqueada por los alamanes; de Colonia, tomada por los ripuarios; {le Maguncia, casi destruida. A diferencia de godos, vándalos y burgundios, que se alojaban en países densamente habitados, los francos se establecieron en regiones prácticamente desiertas. Ni francos ni alamanes necesitaron acogerse a la hospitalitas romana, aunque concertaron con el Imperio tratados de federación. En los valles del Escalda y del Rin había tierras abandonadas que estos germanos, de población escasa, tardaron siglos en repoblar.

Por eso el latín deja de ser la lengua de las provincias de Bélgica y Germania. Ya Sidonio Apolinar, en una carta dirigida en 475 al conde romano de Tréveris Arbogasto, nieto del adversario de Teodosio I, comenta este cambio lingüístico que refleja las mudanzas de poblamiento. La frontera entre el latín y los idiomas germánicos (dialectos fráncicos y alamánicos) avanzó profundamente en la Galia durante el siglo V. La línea que separa las lenguas germánicas y románicas -el flamenco y el valón al norte, el alemán y el francés al este- señala aproximadamente el límite de las colonizaciones franca y alamana desde el siglo IV.29 Este fenómeno lingüístico es desconocido en Italia (excepto en su extrema frontera septentrional), en Africa y en España.

El Estado romano de la Galia y los francos

El continuador de la obra de Aecio en la Galia fue el magister militum Egidio, que se consagró a la defensa del país con sus solos recursos. En realidad Egidio fue el soberano de un Estado romano independiente, en abierta oposición al gobierno de Roma, dominado entonces por el patricio Ricimerio. Egidio rechazó del litoral atlántico a los piratas sajones, y contuvo la penetración hacia el interior de la Galia de los bretones establecidos en la península armoricana, que habían llegado hasta el Berry. En 463 derrotó cerca de Orleans a los visigodos, que intentaban extender su dominación al norte del Loira. En esta campaña Egidio contó con la ayuda de los francos federados que obedecían al rey Childerico. Muerto el general romano al año siguiente, su sucesor el conde Paulo dispuso también de la ayuda franca para rechazar nuevas tentativas de expansión de los visigodos.

Cuando los piratas sajones, que seguían pretendiendo la conquista del litoral galo, se apoderaron de Angers, el conde Paulo murió al intentar recuperarla. Childerico tomó la ciudad para el sucesor romano de Egidio y de Paulo, el romano Siagrio (año 470). Los documentos no vuelven a mencionar a Childerico. Murió el rey franco en 481 o 482, y fue enterrado en un cementerio romano de Tournai. Su tumba fue descubierta en el siglo XVIII, y en ella aparecieron sus armas, sus joyas y monedas romanas.

Pero los francos no formaban todavía un Estado unificado. Childerico -hijo de Meroveo, que ha dado su nombre a la primera dinastía de reyes francos- no era su único soberano. En su época había otros cuatro monarcas, emparentados con Meroveo, que gobernaban pequeñas confederaciones francas establecidas al norte del río Somme. Estos grupos ocuparon probablemente Maguncia, Tréveris, Metz y Toul, antes de la desaparición del Imperio de Occidente. El límite meridional de la expansión franca, cuando Clodoveo inicia el gran avance de su pueblo, era una línea al norte de Soissons, Verdún y Worms.30 Clodoveo heredó de Childerico tan sólo la soberanía sobre un pequeño grupo de francos salios asentados en los alrededores de Tournai.

La fundación de un Estado franco independiente

Los jefes francos se habían limitado a repoblar las regiones fronterizas del Imperio en el curso medio e inferior del Rin, sin intentar una penetración hacia el sur. Childerico fue un aliado de los romanos, no un conquistador, y su nombre ha sido sacado del olvido -como el del faraón Tut-ankh-Amón- por el descubrimiento de su tumba. Su hijo Clodoveo, lleno de ambición de poder, hizo una nación de las desunidas tribus francas, y con una eficaz argamasa de astucia, oportunismo y fuerza dio a los francos el dominio de la Galia.

Cuando Clodoveo fue proclamado rey en 481 o 482 tenía 16 años La Galia estaba repartida entre pequeños reinos francos y alamanes, y los más dilatados de burgundios y visigodos. Eurico gobernaba todavía el más fuerte y extenso de estos reinos. El Imperio de Occidente había desaparecido, pero los contemporáneos no podían tener conciencia de su extinción definitiva cuanto más, percibirían la integración del gobierno de Occidente en el más lejano pero menos desprestigiado de Constantinopla, En la Galia del norte se mantenía el poder romano, representado por el hijo de Egidio, Siagrio, sin ningún contacto con el Imperio, emparedado entre francos y visigodos, entre el Somme y el Loira, vigilando a los francos desde su residencia de Soissons prolongando una resistencia sin esperanza.

Pero el destino de la Galia semejaba estar en manos visigodas. El Estado que Eurico regía abarcaba casi los dos tercios de Hispania, más de la mitad de la Galia, y parecía inminente que el viejo rey, o su joven sucesor avasallarían a los tenaces suevos, a los nunca temibles burgundios, a los reyezuelos alamanes y francos y al aislado Siagrio. Se presagiaba la constitución de un Imperio visigodo que abarcaría la Galia y España extendiéndose desde el Mediterráneo y el Atlántico hasta el Fin. Instalados poco después los ostrogodos en Italia, el Imperio de Occidente iba a ser gobernado, según todos los indicios, por los romanizados soberanos godos.

Victorias de Clodoveo sobre Siagrio y sobre los alamanes

El año 486 Clodoveo, ayudado por su primo Ragdacario, rey de Cambrai, atacó al "rey de los romanos"31 Siagrio, derrotándolo completamente, y conquistando sin esfuerzo la extensa región, tina tercera parte de la Galia, situada entre el Somme y el Loira, con las ciudades de Soissons y París. La población galorromana se entregó sin resistencia, y los mercenarios de Siagrio se incorporaron al ejército de los francos. El derrotado Siagrio, quiso refugiarse en la corte de Tolosa, pero Alarico II no se atrevió a acogerlo y lo entregó a Clodoveo. Durante unos años las relaciones entre francos y visigodos fueron amistosas en apariencia.

En verdad Clodoveo estuvo ocupado durante este tiempo en combatir a los alamanes, instalados en Alsacia y en el Palatinado. Los burgundios los habían rechazado de Langres y de Besançon. Interceptada la penetración hacia el sur, los alamanes disputaban a los francos ripuarios Maguncia y Worms. Con un agudo instinto político, Clodoveo acudió en ayuda de los ripuarios. Diez años después de su victoria sobre Siagrio, el rey franco aplastaba a los alamanes en la región de Colonia, en ZuIpich o Tulpiacum (el Tolbiac de los manuales de historia) y les obligaba a reconocer su soberanía.

No sabemos cómo se realizó la unión de las tribus francas.32 ¿Aceptaron los pequeños reinos salios la autoridad de Clodoveo después de la derrota de Siagrio? ¿Necesitó Clodoveo hacer asesinar a los reyezuelos que descendían, como él, de Meroveo? ¿Se unieron los francos ripuarios al reino de Clodoveo luego de la victoria común sobre los alamanes, en 496 o 497 o después de su victoria sobre los visigodos, en 508? Ninguna fuente permite pasar de las conjeturas a los asertos.

La conversión de Clodoveo al catolicismo

Los triunfos de Clodoveo alarmaron a los reinos fronterizos de la joven monarquía. El rey ostrogodo Teodorico procuró atraerse al rey franco al círculo de los pueblos germánicos arrianos, pidiéndole la mano de su hermana. Solicitaciones no menos lisonjeras recibió Clodoveo del lado católico. En una situación histórica que constituía una grave preocupación para la Iglesia, por el alarmante desarrollo de los Estados germánicos de confesión arriana -visigodos, ostrogodos, burgundios, vándalos-, el paganismo de Clodoveo era para el rey franco una posición privilegiada: podía escoger, y existen motivos para suponer que su elección no estuvo en desacuerdo con su ambición política.33

Según Gregorio de Tours, Clodoveo habría decidido hacerse cristiano católico si conseguía la victoria, en un momento difícil de su batalla contra los aIamanes. El cronista parece influido por el recuerdo de la batalla del puente Milvio y de la conversión de Constantino, al relatar un hecho que, en la opinión del clero del siglo VI, no había sido menos providencial para el destino de la Iglesia. Pero los otros dos únicos testimonios de la época que mencionan el bautismo de Clodoveo (la carta que dirige el obispo de Vienne san Avito al rey franco, felicitándole por su decisión, y otra misiva escrita a una nieta de Clodoveo por el obispo de Tréveris Nizario, casi contemporánea de la Historia de los francos de Gregorio de Tours) no relacionan la conversión con el triunfo sobre los alamanes. Los motivos que llevaron a Clodoveo a la fe católica no se sabrán nunca. ¿Influencia de su esposa católica, la princesa burgundia Clotilde? La reina había hecho bautizar a sus hijos, sin que Clodoveo se opusiese. ¿La amistad del rey con el obispo Remigio de Reims? ¿La peregrinación de Clodoveo a la tumba de san Martín de Tours, en territorio visigodo y los milagros acaecidos allí, según Nizario de Tréveris? El silencio de Gregorio de Tours sobre estos hechos es demasiado significativo. ¿El agudo instinto político de Clodoveo, que le descubría las posibilidades inagotables que el apoyo de la Iglesia abría a sus proyectos? Todo pudo contribuir a la decisión del rey franco: la esposa, el obispo Remigio, la consideración de las ventajas políticas que la ayuda de la Iglesia prometía.

Clodoveo fue bautizado en Reims por Remigio el día de Navidad de un año difícil de determinar, 497, 498 o 499, según Lot: 506 en opinión de Van der Vyver.34 La conversión del rey franco arrastró la de su pueblo. Con Clodoveo se bautizaron 3.000 soldados francos.

Clodoveo era el único monarca católico de Occidente en aquellos últimos años del siglo V. La Iglesia católica recibió con alborozo esta victoria, laboriosamente preparada por los obispos galorromanos, y puso sus esperanzas en el nuevo Constantino. La carta dirigida a Clodoveo después de su bautismo por el metropolitano de Vienne san Avito, amigo hasta aquel momento del rey arriano de los burgundios Gondebaldo, invita al rey de los francos a llevar «la semilla de la fe» a «aquellos pueblos que aún se encuentran en la ignorancia natural, y no han sido corrompidos todavía por el germen de dogmas equivocados». Y añade: «Tu adhesión a la fe es nuestra victoria, Ninguna consideración ni disgusto debe disuadirle de añadir nuevas tierras a la fe. » Al identificar la soberanía de les francos con el reino de la fe, Avito se anticipa al futuro y parecía prever la época en que la monarquía franca sería la hija primogénita de la Iglesia.

No sólo los galorromanos de su reino, sino los de las regiones de la Galia ocupadas por visigodos y burgundios, acogieron el bautismo de Clodoveo con esperanzada alegría. Los reyes burgundio y visigodo tuvieron conciencia de que tenían que enfrentarse con una amenaza mucho más compleja que la de los guerreros. En vano trataron de desvanecer este peligro con una política de amistad hacia la población galorromana. De nada sirvió a los burgundios la conversión al catolicismo del heredero del trono, Segismundo, ni a los visigodos la promulgación de la Lex Romana Visigothorum. La «quinta columna» galorromana, dirigida con hábil prudencia por el clero católico iba a actuar con sólida eficacia al producirse la acometida de los francos; aunque muchos galorromanos súbditos de Alarico II pensaron que era preferible el gobierno de un príncipe arriano romanizado y promulgador de leyes romanas al de un rey católico, pero bárbaro, feroz y brutal, cuya naturaleza no había sido modificada por el bautismo.

La conquista de la Galia visigoda

Antes de atacar a los visigodos, Clodoveo emprendió una expedición que aparentemente presentaba menos dificultades: la sumisión del reino burgundio. Sirviéndose de la rivalidad entre dos de sus reyes, Godegiselo -que había sido tutor de la reina Clotilde- Gondebaldo, el rey de los francos invadió el país borgoñón so capa de ayudar a Gegiselo. Clodoveo sitió a Gondebaldo en Aviñón, pero no pudo tomar la ciudad, y cambió sus planes. Los burgundios podían ser más aprovechables como aliados que como adversarios sometidos para la gran empresa de su reinado, la conquista de la Galia visigoda.

Para esta campaña Clodoveo debió de asegurarse la obediencia de las tribus de los francos salios, si es que no estaban sometidas aún. Contaba también con la colaboración de los francos ripuarios. El emperador de Oriente Anastasio, deseoso de debilitar el peligroso poderío de ostrogodos y visigodos, alentaba secretamente la ambición de Clodoveo. Tal vez fue Anastasio quien apremió a los burgundios para que aceptaran una alianza con el rey franco, a pesar de la guerra que Gondebaldo y Clodoveo acababan de sostener.

En Vouillé el rey visigodo perdió, como se dijo anteriormente, la batalla y la vida.35 Clodoveo ocupó la mayor parte del Estado visigodo, pero no pudo alcanzar el Mediterráneo. Los burgundios no consiguieron tampoco mantenerse en la Septimania, ni conquistar Arles. Los esfuerzos diplomáticos de Teodorico no habían evitado la guerra, pero sus ejércitos salvaron al Estado visigodo del aniquilamiento. Las tropas ostrogodas obligaron a las burgundias a levantar el sitio de Arles, y luego recuperaron la Septimania, asegurando la comunicación territorial de la Italia ostrogoda con la España visigoda.

Clodoveo no completó la conquista de la antigua Galia, que fue terminada por sus hijos, con la anexión de Borgoña y Provenza.36

París, residencia real

El reconocimiento oficial del nuevo Estado franco aconteció en Tours, al regreso de la victoriosa campaña contra el reino visigodo. Clodoveo recibió del emperador de Constantinopla el consulado honorario. Según el lacónico relato de Gregorio de Tours, en la basílica de San Martín el rey franco se revistió con el atuendo real, la túnica de púrpura y la diadema, y recorrió la ciudad arrojando al pueblo monedas de oro y de plata, como los emperadores de Oriente en la ceremonia de su coronación, mientras era llamado Augusto por la población. Si esta noticia no es una leyenda más de las recogidas por Gregorio en su Historia, tampoco tuvo ninguna significación política. Es probable que la población galorromana o el clero de Tours quisieran, con esta teatral adulación, asegurarse la benevolencia del vencedor. La concesión del consulado honorario al rey de los francos era una práctica diplomática, sin otro alcance que el de testimoniar la amistosa relación del Imperio de Oriente y la monarquía franca. Si la corte de Constantinopla pretendía convertir a Clodoveo en un «federado» o en súbdito del Imperio, el rey de los francos aceptó las tablillas consulares como se recibe una condecoración extranjera, y ni él ni sus descendientes reconocieron nunca la soberanía del Imperio romano.

Las ricas ciudades de la Galia que acababa de incorporar a su reino -Burdeos, Tolosa, Tours- no ejercieron sobre Clodoveo ninguna atracción. Eligió como residencia real la pequeña ciudad situada en una isla del Sena, que había cautivado en otro tiempo al emperador Juliano. París era el centro geográfico de una región que se extiende desde el Loira hasta el Rin, en la que el poderío franco se había establecido sólidamente. Allí murió Clodoveo el año 511, meses después de recibir en el concilio de Orleans el agradecido homenaje de 32 obispos.

El Estado franco, nueva «fuerza histórica»

La elección de París, donde la población galorromana se conservaba casi intacta, como capital de la monarquía es significativa del carácter político del nuevo Estado. El reino de los francos no fue, como el de los anglosajones, el resultado de la sustitución de un pueblo por otro de lengua y cultura diferentes. Ni el fruto de la conquista de un país por un ejército que somete a los vencidos hasta esclavizarlos, como hicieron los vándalos en Africa y los lombardos en Italia desde el siglo VI. El Estado franco fue distinto también al visigodo, al ostrogodo o al burgundio, que pasaron lentamente del pacto federal a la plena soberanía, a medida que la Administración romana se iba desmoronando.

El reino de Clodoveo se constituyó sobre fundamentos diversos. El Imperio de Occidente no existía ya cuando el rey merovingio subió al trono, El foedus de su padre y otros reyes salios con Roma, limitado además a la provincia de Bélgica, había sido una etapa demasiado breve para crear entre francos y romanos las especiales relaciones que se derivaron del régimen de la hospitalitas y del acantonamiento de soldados bárbaros en otras provincias. Desaparecido el gobierno de Occidente, el Imperio de Constantinopla no intentó nunca la reconquista de la Galia, y la libertad de acción de Clodoveo y de sus sucesores fue completa.

Las relaciones entre los dos pueblos se establecieron sobre bases de igualdad?37 Los campesinos galorromanos no fueron despojados de sus tierras. y se vieron favorecidos por la moderación de la presión fiscal merovingia, menos implacable que la imperial. Los pequeños labradores agrupados en aldeas y caseríos conservaron su independencia frente a los grandes latifundios; los descubrimientos arqueológicos han probado la pervivencia de estas aldeas en comarcas pobladas por labradores francos. Sin embargo, el régimen latifundista, generalizado en la Galia en tiempos del Bajo Imperio, siguió caracterizando la estructura socioeconómica del reino merovingio. Bastaron dos generaciones para la fusión de la nobleza senatorial galorromana con la aristocracia guerrera de los francos, la cual verificó, en poco más de un siglo, una acelerada transición del sistema de propiedad tribal al de propiedad familiar y privada, y de éste al régimen del latifundio señorial.

Aunque, como todos los germanos, los francos preferían la vida rural, las ciudades galorromanas conservaron la menguada actividad industrial que las invasiones y las guerras sociales habían respetado. Los talleres continuaron produciendo objetos de bronce, de vidrio, de cerámica, en los que las influencias del arte germánico señalan la nueva clientela a la que estos utensilios iban destinados.

El contacto ininterrumpido del pueblo franco con los territorios germánicos de los que procedían, facilitó un tráfico de mercaderías que restauraba el antiguo comercio de la Rorna imperial con los países de la otra orilla del Rin y del Danubio.

El Estado franco favoreció la unión de los dos pueblos: desde el primer momento fueron autorizados los matrimonios entre germanos y romanos, y éstos quedaron incorporados al ejército. El derecho personal fue muy pronto sustituido por el territorial en los procedimientos judiciales, que se rigieron para vencedores y vencidos por la ley sálica, cuya primera redacción corresponde probablemente al reinado de Clodoveo, y que a diferencia del Código de Eurico, es una recopilación de Derecho germánico, sin influencias romanas ni cristianas. Esta territorialidad de la ley germánica demostraba sin duda el ascendiente del pueblo vencedor, pero contribuyó -como los matrimonios mixtos y el derecho de los galorromanos a llevar armas- a la fraternización de los invasores con la población indígena.

4. Los anglos y sajones en las islas británicas

La Antigüedad consideró a la gran Bretaña como un territorio extra orbem, fuera del orbe romano rodeado por el océano. Sólo un siglo después de la expedición de julio César a la isla, el Imperio romano emprendió la conquista de Britania, aunque renunciando a la posesión de su parte septentrional, la inhospitalaria región de los Highlands llamada Caledonia -la Escocia actual-, habitada por los pictos, salvajes indomables de origen celta." El límite de la ocupación romana quedó determinado por el muro de Adriano, línea fortificada de unos 120 kilómetros que atravesaba de este a oeste la isla, desde la desembocadura del Tyne en Newcastle hasta el golfo de Solway, en el mar de Irlanda. Luego se construyó el muro de Antonino, más al norte, en el istmo de 60 kilómetros que se extiende desde el Forth al Clyde. El muro de Antonino defendía la Caledonia meridional, pero fue abandonado pronto por su escaso valor militar

Tres legiones acuarteladas en Eburucum (York), Deva (Chester) y Venta Silurum (Caergent, en Monmouthire) contribuyeron a la romanización de Britania. Se construyó una perfecta red de caminos, y algunas ciudades recibieron el estatuto de colonia romana: Lindum (Lincoln), Glevum (Gloucester), Eburucum (York). En la campiña se erigieron «villas» suntuosas, núcleos de grandes fundos señoriales, como los de las otras provincias del Imperio. las minas fueron explotadas metódicamente, y la agricultura prosperó.

Pero la romanización de Britania fue menos intensa que la de otras provincias, El latín fue el idioma de las ciudades, pero -a diferencia de la Galia, Hispania o Africa- el país no dio a la civilización romana ni un solo escritor latino. La población rural siguió hablando el bretón, uno de los dialectos celtas.

Las emigraciones marítimas

Menos conocidas que las invasiones terrestres, las emigraciones marítimas de los germanos de Escandinavia y del litoral alemán convergen desde el siglo III con las de los escotos irlandeses sobre la gran Bretaña. Puros actos de piratería en los primeros intentos, estas migraciones se transformaron, como las terrestres, en expediciones de colonización. Su intensidad progresiva rebasó

en el siglo V la conquista de Britania, extendiéndose por todo el litoral del mar del Norte y del océano Atlántico, hasta las costas de Aquitania y de Galicia.

Los iniciadores de estas correrías marítimas fueron los hérulos. Desde las riberas bálticas de Dinamarca o del sur de Suecia, mientras unas de sus tribus se mezclaban con otros pueblos que se desplazaron, a través de Alemania, hacia el valle del Danubio, otras tomaron el camino del mar, dirigiéndose al Oeste. En los últimos años del siglo III fueron rechazados los hérulos de la Galia. Aparecen de nueva a mediados del siglo V como piratas de las costas de Aquitania y de la Bética. El poderío de los francos los alejó del litoral atlántico de la Galia, y hasta el siglo VI no vuelven a tenerse noticias de sus navegaciones,

El segundo movimiento migratorio marítimo, el de los sajones, los anglos y los jutos, más vasto y denso que el de los hérulos, derivó de la piratería a la colonización. No se sabe con certeza el origen de estos pueblos. Verosímilmente todos arrancan del litoral alemán del mar del Norte. Pero su parentesco, sus contactos y sus movimientos migratorios presentan a los historiadores problemas que no han sido resueltos. Los anglos provienen de Angel, en el Schlewig oriental, y al parecer abandonaron esta región y el continente europeo en un solo bloque. Los sajones -mencionados en el siglo II por Tolomeo como Pobladores del Holstein constituían el grupo más importante y el más afín lingüísticamente de los anglos. En el siglo III vivían en la Baja Sajonia en la costa que desde la desembocadura del Weser se extiende hasta la península de Jutlandia. Sus navegaciones no se limitaron a Bretaña: en sus pequeños y toscos navíos de quilla corta y sin mástil recorrieron el litoral del mar del Norte, del canal de la Mancha y del Atlántico, intentado sin fortuna establecerse en la casta holandesa, en Boulogne, en la desembocadura del Sena y en la Gironda. Otras tribus sajonas ocuparon en el siglo VII Westfalia, Hesse y Turingia en la Alemania continental, hasta que fueron contenidos y sometidos por Carlomagno.

De los jutos, a quien Beda atribuye la colonización de Kent, de la isla de Wight y de una parte del Hampshire, sabernos menos todavía, pues es probable que no estén relacionados con el pueblo del mismo nombre que habitaba Jutlandia. De la intervención de los frisones en la conquista de Britania no existe otro testimonio que el del historiador griego del siglo VI Procopio.

Los comienzos de la conquista

La ocupación de Britania por los anglos y sajones fue un proceso lento, desprovisto de acontecimientos espectaculares, como los que las invasiones terrestres produjeron en el continente.

Las primeras incursiones se remontan al siglo II, y deben localizarse en la desembocadura del Támesis y en el Wash, donde los arqueólogos han encontrado muchos tesoros monetarios, que eran enterrados para protegerlos de los piratas. En el siglo IV los romanos levantaron una fortificación costera, el litus saxonicum, que protegía el litoral más amenazado, desde el Wash hasta la isla de Wight.

Roma reclutó, para guarnecer este Untes marítimo, mercenarios francos, alamanes, incluso sajones.39 Todavía después de la muerte de Teodosio I, el patricio Estilicón reforzó el litus saxonicum.

Desde la crisis del siglo ni el ejército de Britania contribuyó a la disgregación política del Imperio con la frecuente proclamación de un antiemperador. El aislamiento de la provincia incitaba a los generales romanos a la aventura de la guerra civil. La insubordinación tuvo consecuencias más graves cuando, a comienzos del siglo V, uno de estos usurpadores, el general Flavio Constantino- proclamado con el nombre de Constantino III por sus soldados- se llevó a la Galia las dos legiones romanas que quedaban en Britania 40 para combatir a los vándalos, alanos y suevos que en 406 habían atravesado el Rin.

Las consecuencias directas del abandono de Bretaña por el ejército romano ya fueron relatadas en el capítulo anterior.41 La repercusión en la isla de la decadencia romana había producido, como en todas las provincias del Imperio, la declinación de la vida urbana, el autárquico alejamiento de los fondos señoriales, la paralización del comercio. El muro de Adriano ya no servía para contener a los pictos de Caledonia, que saquearon las ciudades bretonas como los germanos continentales pillaban las civitates galas, hispanas o panónicas. Los escotos irlandeses se habían adueñado del mar de Irlanda y devastaban las costas del País de Gales y Cornualles.42 La situación era favorable para que las piraterías sajonas se convirtieran en operaciones de conquista territorial.

Sin duda la aristocracia bretona romanizada intentó sustituir la Administración imperial por una estructura política autónoma, sobre la base de una federación de ciudades. Pero carecía de la cohesión y de la fuerza militar que la lucha contra pictos y escotos, contra anglos y sajones, requería. San Germán de Auxerre, que antes de ser obispo habla ejercido magistraturas civiles -como san Ambrosio de Milán-, entre otras el gobierno de una provincia galorromana, en una de sus visitas a Britania para combatir la herejía pelagiana, pudo contribuir a la organización militar de los romanobretones que derrotaron a una coalición de sajones y pictos, cerca de Verulamium (Saint-Albans, al noroeste de Londres) el día de Pascua de 429.43 Quince años después, la federación de las ciudades había sido suplantada por los tyranii, jefes tribales bretones, como el casi legendario Vortigern. Una crónica del siglo VI dice que los nobles romanobretones pidieron ayuda a Aecio contra estos tyranii, pero el patricio romano no podía distraer, según sabemos, ni un solo soldado de la defensa de las Galias.

En sus esfuerzos por dominar el país, Vortigern debió recurrir a los sajones,44 Rechazados del valle inferior del Rin y de la región de Bassin por los francos, los sajones acumularon en Britania fuerzas suficientes para independizarse de Vortigern e iniciar por cuenta propia la conquista del territorio britano. A los sajones se unieron entonces grupos anglos, jutos y tal vez frisones. Las bases de desembarco fueron los estuarios del Támesis y del Humber y el Wash.

La penetración fue consolidándose con lentitud. El refuerzo de una migración mayor, llegada hacia el año 500, dio a los sajones y anglos el dominio de la costa oriental de Bretaña, desde York hasta Kent, con una profunda penetración en el valle del Támesis, al occidente de Londres,

En todas las comarcas ocupadas por los conquistadores las hue. llas de la población bretona se desvanecieron. ¿Fueron aniquilados los romanobretones por el invasor? Los relatos abundan en acciones violentas, pero no de exterminio. ¿Se retiraron todos los bretones a la región occidental de la isla? La arqueología no ha encontrado rastros, ni en el País de Gales ni en Cornualles, de las aglomeraciones que allí se hubieran producido. La explicación más verosímil de que la lengua y la cultura bretona desapareciesen del centro y de la región oriental del país sin dejar más que alguna huella toponímica, es por una parte, la emigración popular a la península armoricana, mencionada ya,45 y de otra, la completa asimilación por los anglosajones de los bretones que permanecieron en la mitad oriental de Britania.46

La hegemonía anglosajona no se afianzó en el país hasta mediados del siglo VIII.

La colonización anglosajona

Los recién llegados se apoderaron de las tierras cultivables (abandonando los pastizales a los indígenas, más ganaderos que agricultores) y se agruparon en pequeñas aldeas parecidas a las de la Baja Sajonia de la que eran oriundos, por sus casas rectangulares de madera, alineadas en calles.

Lo que distingue la invasión anglosajona de la mayoría de las germánicas, más que su carácter marítimo, es la carencia de reyes y jefes militares famosos, de batallas relatadas en las crónicas, de esas acciones -gloriosas o abominables- a cuya narración nos tienen habituados los libros de historia. La inmigración de sajonas y anglos se ofrece a nuestra mirada como una empresa gris de masas silenciosas que abandonan las aventuras del mar y las embriagueces atolondradas de los saqueos por la humilde posesión de una tierra que era necesario labrar con el esfuerzo paciente, oscuro y perseverante de los campesinos.

La clase dirigente no surgió hasta después de la ocupación del país, evolucionando hacia la constitución de más de doce pequeños reinos, anglos o sajones.

Faltos los inmigrantes de un pasado heroico, sus relatos épicos se inspiraron en hazañas de otros pueblos afines. Los personajes legendarios del Beowulf, el más antiguo poema inglés, son suecos y daneses, y la acción del cantar transcurre en el continente, en países con los que los anglosajones se sentían vinculados.

Desaparecida del territorio dominado por los invasores la nobleza romanobretona, dejó de hablarse en él el latín. El idioma bretón quedó también arrinconado en el oeste de la isla. El inglés, que con variaciones dialectales hablaban anglos y sajones, fue expresión de la homogeneidad de una cultura que conservó, con el idioma, su derecho consuetudinario, sus rudimentarias técnicas, la fe en sus antiguos dioses. A esta cultura popular y pagana se superpuso, a partir del siglo VIII, una civilización elaborada por el clero católico.

La cristianización del país

La Britania romana había sido una de las provincias menos cristianizadas del Imperio. Hallazgos arqueológicos, inscripciones y los testimonios de Tertuliano y Orígenes prueban que el mensaje cristiano había llegado a la isla, quizás desde el siglo II. Al concilio de Arles de 31447 asistieron tres obispos romanobretones. Pero los cristianos eran pocos. Hasta el abandono de Britania por las legiones romanas habían predominado los cultos de los dioses romanos y de las divinidades celtas.

En el siglo V un monje de origen bretón o irlandés llamado Pelagio propagó una doctrina que negaba el pecado original; la culpa de Adán sólo afectó a Adán mismo; por tanto, el hombre podía conseguir su propia salvación por una decisión de su voluntad.48 En un viaje al Oriente Pelagio pudo reunir un grupo de partidarios moderados de su teología, que fueron llamados «semipelagianos». Atacado por san Agustín y condenado por el papa Zósimo, Pelagio fue desterrado por el emperador Honorio, mas el pelagianismo se extendió por la Galia y Britania. El papa Celestino encargó al obispo de Auxerre san Germán que se trasladara a la isla para combatir la herejía.

La obra de PeIagio fue efímera, y se ha mencionado aquí no por su importancia histórica, sino porque revela la actividad vigilante de la Iglesia romana en la defensa de la doctrina ortodoxa, y el poderoso despliegue de la organización eclesiástica, que en este caso se proyectaba sobre un país desamparado por el Imperio. La Iglesia en cambio reforzaba su misión en él, y se aprestaba a ocupar el vacío dejado por el ejército romano y por la Administración imperial. Como dice J. Vogt, «lo que perdió el Imperio romano lo reparó la Iglesia romana»,49

La organización eclesiástica quedó desarticulada en las regiones ocupadas por los paganos inmigrantes germánicos, pero se mantuvo en el País de Gales, desde donde estableció sólidas relaciones con la joven Iglesia irlandesa. Tampoco en la bárbara Irlanda habían prosperado las comunidades cristianas antes del segundo tercio del siglo V. La primera noticia documentada de la historia del cristianismo irlandés data del año 431, fecha de una misión encomendada por el papa Celestino al obispo Palladio de la que nada se conoce sino su existencia. Por aquellos años iniciaba san Patricio la evangelización de Irlanda.

Patricio había nacido en la Britania romana, en el seno de una familia cristiana -su padre era diácono- Fue raptado por piratas irlandeses y padeció durante seis años cautiverio. La fe recobrada le alentó, y pudo escapar de la esclavitud. Después de un intervalo en la Galia dedicado al estudio, regresó a su país para recibir la ordenación sacerdotal. Consagró el resto de su vida a la conversión de los irlandeses.

La Iglesia irlandesa

En ese mismo siglo V, tan crítico para el cristianismo británico, la iglesia céltica de Irlanda, por la actividad misionera y fundadora de san Patricio, llegó a ser un espléndido foco de fe cristiana y de cultura latinohelenística, al que el historiador inglés Toynbee ha llamado retóricamente «embrión de una abortada civilización cristiana del Lejano Occidente».50

La organización eclesiástica imperial, fundamentada en la vida urbana, era inaplicable en un país sin ciudades como Irlanda. Los monasterios sirvieron de base a la constitución de la iglesia céltica, y la conciencia de que su misión sustituía la de las inexistentes ciudades regidas por un obispo, es sin duda la causa de que los monasterios irlandeses fuesen llamados civitates. Lo mismo que las ciudades romanas, estos monasterios tenían su obispo, pero en muchos de ellos el obispo vivía bajo la autoridad del abad.51 En estos casos el abad dirigía la administración y gobernaba la comunidad, y el obispo se dedicaba a la devoción y al estudio.52, Estos pequeños monasterios, verdaderas células cristianas, se confederaban en grupos -llamados familias por los irlandeses- regidos por el abad de una fundación monástica más antigua. No hubo cantón irlandés sin su familia de monasterios. Una de estas "familias de ermitaños" inició la colonización de Islandia.53

Es admirable el alto nivel alcanzado por los monjes irlandeses en unos siglos estériles para las creaciones del espíritu. En los monasterios célticos el conocimiento de la literatura clásica latina era más amplio y profundo que en ningún otro núcleo intelectual de la Iglesia romana. El estudio de la lengua y de la literatura griegas, que el Occidente cristiano había abandonado, fue amorosamente cultivado en la lejana Irlanda. Y monjes irlandeses huidos en el siglo IX de las invasiones vikingas fueron los suscitadores en el continente del renacimiento carolingio.54

Con los estudios clásicos los monjes celtas cultivaron el estudio ,de la lengua y la literatura del país. Esta proyección doble, hacia la cultura grecorromana y hacia la cultura nativa popular, produjo una obra civilizadora original y vigorosa, que encontró expresión nueva en el arte de la iluminación de manuscritos y en el de la talla de cruces de piedra. La escultura y la pintura irlandesas combinaron armoniosamente elementos celtas primitivos con otros del arte eurasiático de las estepas, y con influencias helénicas, sirias y coptas.

Durante más de cinco siglos, del vi al XI, la cultura irlandesa -Superó todas las creaciones de la civilización cristiana occidental. Los monasterios celtas acogieron estudiosos extranjeros, facilitándoles hospedaje y enseñanza gratuitos.55

La vitalidad de la Iglesia irlandesa exigió horizontes más extensos. En el siglo VII monjes celtas como Columban el Joven fundaron monasterios en el reino franco (Luxeuil, en Borgoña) y en Lombardía (Bobbio). El compañero de Columban, Gallo, dio nombre a la fundación de Saint Gall, en Suiza. Otros misioneros irlandeses, siguiendo las huellas del primer Columban, evangelizaron a los anglosajones.

Las misiones irlandesas despertaron los recelos de la Iglesia romana. Los hábitos de autoridad y disciplina que los papas habían heredado del Imperio se impusieron al espíritu liberal de la Iglesia celta. La victoria de Roma fue ganada en la misma Inglaterra. A fines del siglo VII el papa Gregorio envió a Bretaña a un grupo de monjes benedictinos dirigidos por Agustín, para destruir el ascendiente de la Iglesia irlandesa en los reinos anglosajones. En el sínodo de Whitby de 664 el rey de Nortumbria aceptó la autoridad del papa, y la Iglesia de Occidente pudo reconstruir una unidad amenazada por la originalidad creadora de los herederos espirituales de san Patricio.

5. Los reinos germánicos declinantes: burgundios, vándalos y suevos

En las páginas anteriores se han estudiado el apogeo y la decadencia del Estado visigodo (que pareció por un momento llamado a recoger la herencia del Imperio romano occidental) y de los reinos que iban a sobrevivir a los tiempos de las invasiones, afianzándose como Estados de la llamada Edad Media occidental. Las singularidades que hicieron posible esta perduración nos han llevado a mencionar sucesos que rebasan los límites de este libro.

El panorama del Occidente romano en los años de la desaparición del gobierno imperial de Roma quedaría incompleto sin la contemplación de los vanos esfuerzos de algunos reinos bárbaros por consolidar sus conquistas.

La fundación del reino burgundio

En el capítulo precedente hemos dejado a los burgundios, después de su horrible derrota de 436, que casi los extermina, instalados por Aecio, como hospites, huéspedes guerreros al servicio de Roma, en Sapaudia o Saboya, es decir, la región del jura francés que se extiende desde los alrededores de Ginebra hasta Grenoble.56 La lex Burgundionum proporciona datos precisos de este pacto federal : los burgundios recibieron, para su sostenimiento, los dos tercios de las tierras que en los fundos trabajaban colonos y siervos de la gleba, el tercio de los esclavos y la mitad de los pastizales y bosques. El huésped burgundio podía mejorar su parte o sors por donación de su rey, pero no por cesión, forzada o voluntaria, de un propietario romano. Ningún otro código germánico fija con tanta claridad la igualdad jurídica de bárbaros y romanos.

El rey romano era magister militum romano. Un ejército burgundio combatió a las órdenes de Aecio contra Atila en los Campos Mauriacos, y fue casi aniquilado. Cinco años después, tropas burgundias unidas a las visigodas participaron en una expedición romana a la península hispánica para la sumisión de los suevos.

La desaparición de Valentiniano III y de Aecio aflojó los lazos que unían al pueblo burgundio con Roma. Reconocieron, como los visigodos, al emperador Avito, pero la desintegración de la Administración imperial en el país tentaba la codicia de los reyes burgundios, que se apropiaron los impuestos imperiales. Al parecer, fueron alentados por una parte de la nobleza senatorial gala -agobiada por el fisco- para ocupar el Lionesado. El emperador Mayoriano los obligó a regresar a sus acantonamientos (año 458). Pero cuando el último emperador de Occidente que visitó la Galia fue eliminado por Ricimerio, los burgundios se apoderaron de Lyon, Vienne y de todo el Delfinado actual, del valle del Ródano a las riberas del Durance, hasta los Alpes Marítimos, aunque no pudieron tomar la Provenza.

La ocupación del valle del Ródano fue lenta y pacífica. Los galorromanos recibieron a estos federados (profundamente romanizados) como un mal necesario, y esperaron de ellos que contuvieran el avance de los temibles alamanes. Y en efecto, los burgundios rechazaron a los alamanes de Besançon y de Langres, y hacia 485 se esparcieron por la Champaña y la Suiza occidental.57 Dominaban así las comunicaciones de Italia, la Galia y Alemania.

Los reyes burgundios residieron en Lyon, y sus herederos en Ginebra. A mediados del siglo V reinaban conjuntamente varios monarcas, y la estructura del Estado fue siempre muy frágil. En ningún otro reino germánico fue tan respetada la población romana. Los reyes burgundios eran dominus noster rex, nuestro señor rey, sólo para sus súbditos germánicos; para los romanos eran únicamente Galliae patricii, patricios de la Galia, o magistri militum. La administración del Estado se inspiró en modelos romanos y fue dirigida siempre por romanos: Siagrio, en el reinado de Chilperico, el primer rey de Lyon; Laconio, en el de Gundobaldo; san Avito, en el de Segismundo. En cada condado había dos magistrados, un conde burgundio para juzgar a la población germánica y otro romano para los litigios de los galorromanos.

La política de los príncipes burgundios se fundamentó en la colaboración con el Imperio. Desaparecido el emperador de Occidente, los romanos burgundios aceptaron al emperador de Constantinopla como único depositario de la legitimidad imperial. El segundo de los reyes de Lyon, Gundobaldo, había sido patricio romano y generalísimo a la muerte de Ricimerio, haciendo proclamar em perador a Glicerio.58 Su hijo Segismundo escribía al emperador Anastasio: «Mis antepasados fueron incondicionales del Imperio; nada les honró tanto como los títulos que les concedió Vuestra Grandeza. Todos mis ascendientes han pretendido con empeño las dignidades que conceden los emperadores, teniéndolas en más alta estima que las recibidas de sus padres.» Y sigue, con el estilo retórico del obispo Avito, su consejero y amigo: «A la muerte de mi padre, que os era muy fiel, y que era uno de los grandes de vuestra corte, os envié a uno de mis consejeros, tal como era mi deber, para poner bajo vuestro patronato los primeros pasos de mi servicio… Mi pueblo os pertenece. Yo os obedezco al mismo tiempo que lo mando, y me causa mayor placer obedeceros que mandarlo. Yo me engalano de rey en medio de los míos, pero no soy más que soldado vuestro. Por mí, vos administráis las comarcas más alejadas de vuestra residencia. Espero las órdenes que os dignéis darme.» La sinceridad de esta carta no puede ser puesta en duda. Pero de nada serviría a Segismundo su fidelidad al Imperio.

Destrucción del Estado y desaparición del pueblo burgundio

El arrianismo de este pueblo está señalado por significativos ejemplos de tolerancia. Chilperico casó con una princesa católica, y fue amigo de Paciente, obispo de Lyon. Católica era también la princesa burgundia esposa de Clodoveo. Gundobaldo cultivó la amistad de san Avito, metropolitano de Vienne. Segismundo se convirtió al catolicismo antes de recibir la corona.

La tolerancia religiosa y la fidelidad a los pactos, ¿no serían en esta época, sierva de la fuerza material, un indicio de debilidad? Acaso su sumisión a Constantinopla era el desesperado intento de salvación de un pueblo de vitalidad disminuida por quebrantos tan grandes como el de 436 y el de 451. Clodoveo se apercibió de esta debilidad, y por eso intentó conquistar el reino burgundio antes de invadir el Estado visigodo.59 El rey Gundobaldo, como Alarico II, pretendió arraigar en el país reforzando la convivencia pacífica con los galorromanos, y publicó la lex Burgundionum -como Alarico II la Lex romana visigothorum-. Además consiguió detener a Clodoveo ante los muros de Aviñón, y el reino burgundio se salvó por el momento.

Pero al colaborar con los francos en la ruina del reino visigodo de Tolosa, los burgundios se granjearon un nuevo y no menos poderoso adversario, el ostrogodo Teodorico. Los esfuerzos del rey Segismundo por conseguir la adhesión de la población galorromana fueron ineficaces. En 423 tropas ostrogodas atravesaron el río Durance. Los francos aprovecharon las dificultades de Segismundo para invadir las comarcas septentrionales de su Estado. Uno de los hijos de Clodoveo, Ciodomiro, infligió a Segismundo una muerte cruel, que fue recordada por la piedad popular como un testimonio de fe cristiana, y la tumba de san Segismundo (en el Loiret, cerca de Orleans) se convirtió en uno de los lugares de peregrinación más visitados por los fieles de la Galia meridional.

Godomaro, hermano de Segismundo, mantuvo durante diez años una resistencia sin esperanza. Al fin el país quedó incorporado al reino merovingio, y se designó con el nombre de Borgoña a todos los heterogéneos territorios del Estado de los francos que no pertenecían a la Austrasia ni a la Neustria.

Nada ha subsistido del reino burgundio. Sólo su idioma ha dejado algunos toponímicos en la suiza románica y en la Francia oriental. Etnicamente la huella burgundia es imperceptible. De este Estado efímero sólo ha quedado el nombre de Borgofia, que sirvió a los habitantes del Ródano, del Saona y del Doubs como una aseveración de su personalidad frente a sus dominadores, los francos del norte. Aún hoy siguen llamándose borgoñones gentes que nada tienen de común con el extinguido pueblo burgundio.

Como los visigodos, los burgundios intentaron en vano la pacífica coexistencia con la población galorromana. Pero era dificil para estas reducidas minorías bárbaras resistir una doble presión, la romana en el interior, y el choque externo con un pueblo que llegaba en aquel momento a la plenitud de su fuerza material. Los visigodos encontraron un nuevo alojamiento en Hispania. la historia de los burgundios, como dijo de la de los vándalos Christian Courtois, desemboca en la nada.

Decadencia del reino vándalo de Africa

Genserico reinaba de Tánger a Trípoli. El fracaso de la flota imperial en aguas de Cartago60 confirmaba la supremacía naval de los vándalos en el Mediterráneo occidental. El emperador de Oriente Zenón la aceptó en un tratado de «paz perpetua » firmado en 474, que legitimaba la ocupación realizada por Genserico del Africa romana y las conquistas de Baleares, Córcega, Cerdeña y Sicilia. La hábil diplomacia del rey vándalo había sacado de la., rivalidades de las dos cortes imperiales, de la política de Aecio, de las ambiciones de Atila, de las necesidades de abastecimiento de Italia, las máximas ventajas. Cuando Odoacro se adueñó de Italia, un acuerdo entre los dos jefes germánicos (por el que Genserico recibía un tributo anual del «rey de las naciones» a cambio de una parte de Sicilia) consolidó la posición del rey de los vándalos en el primer plano de la política mediterránea del último tercio del siglo V.

Genserico sólo sobrevivió unos meses a la destitución del último emperador de Occidente. Quien, en opinión del historiador griego Procopio, fue con Teodorico el ostrogodo, «sin disputa el rey más grande de los bárbaros», murió en enero de 477, después de gobernar cuarenta y nueve años a su pueblo.

La historia de los vándalos fue escrita por sus adversarios con apasionada exageración. El obispo tunecino Víctor de Vita compuso en 474 una historia de las persecuciones de la provincia africana, con el propósito de conseguir la intervención del Imperio de Oriente en defensa de los católicos afrorromanos, abandonados por Zenón a su suerte. La Historia de Víctor de Vita no logró la ayuda de Constantinopla, pero sirvió de base a la falacia histórica de las atroces devastaciones vándalas, y el término vandalismo es todavía sinónimo de destrucción. Las violencias de los vándalos no fueron más asoladoras que las cometidas por otros bárbaros, ni desencadenaron crueldades que no fuesen inherentes a toda ocupación militar. Lo que distingue a los vándalos del resto de los pueblos germánicos es el empleo de la fuerza en su enfrentamiento con la población católica. Aunque en el fondo la persecución de los católicos afrorromanos no fue sino la prolongación en la esfera religiosa de la lucha social entre los reyes vándalos y los terratenientes romanos -entre los que la Iglesia africana ocupaba una privilegiada posición-, es innegable que los católicos fueron tratados con cruel severidad.

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