Descargar

La caida del imperio romano (página 5)

Enviado por santrom


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11

Roma no había sufrido desde Cannas un desastre militar parecido, comparó Amiano Marcelino. Las bajas romanas excedieron de los dos tercios de las tropas. Valente murió, con todos sus generales, y sus restos no fueron encontrados.

En sí mismo, el combate de Andrinópolis, como el de Cannas, no decidió el destino del Imperio. Los vencedores no pudieron ocupar ni Andrinópolis ni Constantinopla. Pero el Estado romano había agotado sus defensas. Ya no eran posibles restauraciones como las realizadas por Aureliano o Diocleciano. Las invasiones germánicas, cada vez más impetuosas, no se interrumpirían.

Notas

1 Además de los estudios citados en la nota 1 del capítulo 1, pueden con. sultarse: A. PiganioL, L'Empire chrétien (325-395) (de la Histoire Générale de G. Glotz, t. IV, 2e. partie); 1. Vogt, La decadencia de Roma, (200-500) Metamorfosis de la cultura antigua. Ediciones Guadarrama. Madrid, 1968; E. STEIN, Histoire da Bas-Empire, t. 1, De l´etat romain à lÉtat bizantin, ed. fr. por 1-R. Palanque, 2 vols., París, 1959; A. A. VASILIEV, Historia del Imperio bizantino, Ed. Iberia, Barcelona, 1946; R. Paribeni, L'Italia impe. riale d´Ottaviano a Teodosio, Milán, 1938 (t. 11 de la Storia d´Italia illustrata); E. SCHWARTZ, El emperador Constantino y la Iglesia cristiana, Ed. Revista de Occidente Madrid, 1926; P. PETIT, Précis d'Histoire Ancienne, París, 1962.

2 Mommsen la llama "germanización" (El mundo de los Césares, op. cit., p. 154.

3 Supra, I, 2.

4 Supra, I, 2

5 MOMMSEN, Op. cit., PP. 293 y ss.

6 MOMMSEN, Op. cit., p. 430

7 ¿Cuál ha sido la supervivencia de la civilización romana en lo hispánico? Para MENÉNDEZ PIDAL (Historia de España, Espasa-Calpe, Madrid, 1935, Introducción al tomo II, pp. IX-XL) y para Luis G. DE VALDEAVELLANO (Historia de España. De los orígenes a la baja Edad Media Revista de Occi. dente, Madrid, 1952), decisiva. La mima opinión, pero matizada, sostiene C. SÁNCHEZ ALBORNOZ (España, un enigma histórica, Ed. Sudamericana, 2 vols., Buenos Aires, 1962, 2.º edición, y en Proceso de la romanización de España desde los Escipiones hasta Augusto, Buenos Aires, 1949). 1, VICENS VIVES (Historia económica de España, Barcelona, 1967, 5.1 edición) y 1. CARO BAROJA (España primitiva y romana, t. I de la Historia de la Cultura española publicada por Seix y Barra], Barcelona, 1951-1957) mantienen una posición intermedia entre estas interpretaciones y la de AMÉRICO CASTRO (La realidad histórica de España, Editorial Parrua, México, 1954), quien niega todo parentesco entre la Hispania romana y la de la Reconquista.

8 Sup,a, I, 9.

9 Supra, I, 9.

10 SALOMON REINACH: Un homme 4 projets da Bas-Empire», Revue Archéologique, 1922, 11, p. 205.

11 ROSTOVTZEFF, op, cit., t. II, p. 475.

12 ROSTOVTZEFF, OP. Cit., t. 11, p. 474.

13 Rostovtzeff, ap. cit., t. II, p. 474.

14 Supra, I, 2.

15 Lugar de nacimiento.

16 P. PETIT, op. cit, p. 327. Los historiadores han llamado Bajo Imperio a la época de la historia de Roma que empieza con el gobierno de los Severos.

17 A. PIGANIOL, OP. Cit., p. 494.

18 L. Brentano: Das Wirtschetsleben der Antiken Welt, 1929, pp. 150 y ss. M. KASER: Derwho romano privado, 60, 11, 4.

19 En el año 305 Diocleciano, en un acto históricamente insólito, como ,es la voluntaria renuncia al poder, abdicó e hizo abdicar a Maximiano.

20 Constantino llevó tan lejos el principio hereditario como un rey carolingio o navarro de la Edad Media.

21 Se le ha llamado novator turbatorque rerum, innovador y transformador de las cosas.

22 Aunque sigan titulándose pontífices máximos, es decir, supremos sacerdotes de la religión pagana, hasta el 379.

23 Esta es la base del cesaropapismo del Imperio de Oriente, manifiesto ya en el hijo de Constantino, Constancio II, actitud que fue censurada por san Ambrosio y por san Juan Crisóstomo.

24 Supra, I, 4.

25 Los partidarios de Juliano se preocuparon por probar que el sobrino de Constantino había "rechazado" el poder, según la vieja tradición republicana, y sólo por las amenazas de sus soldados habla acabado por aceptarlo.

26 Como en China en las dinastías Han, occidentales y orientales. (206 a. de C. -220 d. de C.).

27 II, 2.

28 II, 3; II 4.

29 La particióm no significaba la existencia jurídica de dos Estados. Véase infra, 111, 5, y IV, 7.

30 Diocleciano había disuelto este servicio de policía, que fue restablecido por Constantino.

31 LOT, Op. Cit., PP. 80, 15 1,

32 En el año 312 fue disuelta definitivamente la guardia pretoriana, sustituida por una guardia palatina, similar a la de los reyes persas.

33 V. DuRuy, Histoire des Romains, París, 1879-1885, VII, 206.

34 Lot, op. cit., P. 87.

35 A. PIGANIOL, L´Empire chrétien, 332.

36 LoT, op. cit., p. 402.

37 VOGT, OP. Cit., PP. 146 ss.

38 P. PETIT, op. cit., p. 320.

39 El legado de Roma, op. cit., p. 98.

40 Además de la bibliografía incluida en la nota 47 del capítulo 1, y del bello estudio de Schwartz, op. cit., Histoire de l´eglise depuis les origenes jusqu´a nos jours, de A. FLICHE y V. MARTIN, t. III; De la paix constantinienne a la mort de Théodose, de P. DE LABRIOLLE, G. Bardy, J-R, PALANQUE, París, 1936; G. Boissier «La fin du paganisme, étude sur les dernières luttes religieuses en Occident au IVe siècle" París, 1891.

41 I, 6.

42 El año 305 Diocleciano abdicó y obligó a Maximiano a abdicar. Los Césares Constancia Cloro y Galerio fueron designados Angostas, siendo nombrados Césares Maximino Dala y Severo. Al morir al año siguiente Constancia, fue designado Augusto Severo, siendo Licinio el nuevo César. Pero esta tercera tatrarquía se deshizo: 1) por la muerte de Severo, el 307; 2) por las proclamaciones como Augustos de Constantino -hijo de Constancia Cloro- y de Majencio -hijo de Maximiano- realizadas por las legiones, en las que había prendido el principio dinástico; 3) por el regreso al poder de Maximiano. Llegaron a ser cinco los Augustos. La confusión fue aclarándose por la muerte de Maximiano, ordenada por Constantino (310); la muerte natural de Galerio (311); la de Majencio , en su lucha con Constantino (312) y la de Maximino Daia, vencido por Licinio (313). De 313 a 324 reinaron Licinio en Oriente y Constantino en Occidente.

43 La cruz, según Lactancio. El monograma que enlaza las letras X y P, según Eusebio de Cesárea en su Vida de Constantino. La conocida leyenda que Constantino referiría a Eusebio de [Cesárea, fue elaborada más tarde. Eusebio no la hubiera omitido en su Historia eclesiástica. Según LOT (Op, cit., 28) Constantino hizo grabar sobre el broquel de sus soldados el nombre de Jesucristo en griego. El lábaro o pendón fijo a un asta ter-minada por una corona es posterior, de 317, fecha en que Constantino designó Césares a sus hijos Crispo y Constantino.

44 SCHWARTZ, Op. Cit., PP. 109-110.

45 Licinio al prefecto de Nicomedia, según Lactancio, De mortibus persecutorum, 48, 4-8, y Eusebio, Historia eclesiástica, X, 5, 6-9: «Hemos querido hacer conocer esto a Tu Excelencia de la manera más precisa, para que no ignores que hemos concedido a los cristianos la libertad más completa y más absoluta de practicar su culto. Y puesto que la hemos, concedido a los cristianos, debe ser claro a Tu Excelencia que a la vez se concede también a los adeptos de las otras religiones el derecho pleno y entero de seguir su costumbre y su fe y de usar de su libertad de venerar los dioses de su elección, para paz y tranquilidad de nuestra época. Lo hemos decidido así, porque no queremos humillar la dignidad ni la fe de nadie». El rescripto de Licinio ordena también devolver a los cristianos las casas particulares e iglesias confiscadas.

46 Principales opiniones: 1) A Constantino sólo le movió el interés político. Es el criterio de Burckhardt, Harnack, V. Duruy, Schwartz, Grégoire. 2) Fue fetichismo de la cruz, creencia supersticiosa de que el símbolo que hizo colocar en los estandartes de sus soldados antes de la batalla del puente Milvio le había dado la victoria, idea que le sugerirían hábilmente personajes de su corte, como el obispo de Córdoba, Osio, Es la tesis de 0. Seek. 3) Fue un creyente convencido, según Boissier Lot, Palanque. 4) Confundió el cristianismo con una gnosis filosófica, a inicia de Stein, Salvatorelli, Piganiol.

47 La manumisión ante un funcionario civil exigía numerosas formalidades secundarias. Al suprimir éstas en la manumisión ante un sacerdote, Constantino daba más valor al testimonio de un clérigo que al de sus propios magistrados (SCHWARTZ, Op. cit., P. 114).

48 Aunque esta orden no fue respetada hasta comienzos del siglo y, cuando Prudencio reclamó su cumplimiento.

49 PIGANIOL, L´Empire chrétien, op. cit., p. 27. Los clérigos y monjes eran llamados filósofos. Al abolir las leyes de Augusto sobre el matrimonio, Constantino pensaba favorecer a «los que viven para filosofar".

50 SCHWARTZ, OP. Cit., P. 118.

51Los donatistas (llamados así por el nombre de su jefe, el antiobispo de Cartago, Donato) se negaban a readmitir en la comunidad a los cristianos que habían abjurado en tiempo de las persecuciones. En esta actitud rigorista había un fondo revolucionario, relacionado con el descontento social de las clases pobres africanas. Donato fue excomulgado. Sus partidarios apelaron al emperador, y Constantino, para quien la unidad de la Iglesia era un objetivo primordial, convocó el sínodo de Arles (314), que confirmó la condena de Donato. Perseguidos más severamente desde entonces los donatistas reprocharon a la Iglesia su traición al espíritu del cristianismo a cambio de la protección imperial, Cuando Constantino quiso someterlos por la violencia, los donatistas se unieron a los circuncelianos, campesinos sublevados contra los terratenientes romanos, como los bagaudas galos. La rebelión tuvo entonces un carácter más social que religioso. No se extinguió hasta el siglo V.

52 E. VACAUDARD, Etudes de critique et d´historie religieuse, París, 1905; A. HARNACK, Militia Chisti, 1906.

53 E. SCHWARTZ, Op. cit., pp, 187-204.

54 A. PIGANIOL, op. cit., p. 43,

55 A. PIGANIOL, op. cit., p. 368.

56 Evangelio de San Mateo, 16, 18.

57 L. BRÉHIER et P. BATIFFOL, Les survivances du culte imperial romain. París, 1920

58 La palabra misa, cuyo sentido y origen permanecen oscuros, no aparece hasta fines del siglo IV, empleada por san Ambrosio (PIGANIOL, op. cit., p. 373).

59 B. BOTTE: Les origines de la Noél et de I'Epiphanie, Lovaina, 1932.

60 I, nota 40.

61 Mas ninguna otra religión ha enaltecido, como el cristianismo, a sus mártires, cuyo culto es más popular que el de los otros santos.

62 Según Toynbee, hay en el alma humana una sed de dioses. Derribados, por el monoteísmo, se deslizan dentro de él: doctrina de la Santísima Trinidad, adoración del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, culto de la Madre de Dios, de los santos, etc. El islamismo -y también, aunque con menos rigor, el protestantismo- serían intentos más felices de restauración del monoteísmo (Estudio de la Historia, VII-XII, 293).

63 ROSTOVTZEFF, Op. Cit., 11, p. 410.

64 A. PIGANIOL, op. cit., p. 376.

65 I, 5, BURCKHARDT, op. cit., p. 106, sugiere que los reclusi egipcios en tomo al templo de Serapis pudieran ser los directos precursores de los anacoretas cristianos.

66 J. M. BESSE, Les moines d'Orient jusqu'au concile de Chalcédonie, París, 1900.

67 A. PIGANIOL, Op. cit., pp. 380 s.

68 E. Ch. BABUT, Priscillien et le Priscillianime, París, 1909; MENÉNDEZ PELAYO, Historia de los heterodoxos españoles, B. A. C., Madrid, 1956, I, pp. 133 ss. Menéndez Pelayo es muy severo con el priscilianismo.

69 El término pagano aplicado a los practicantes de la religión destronada, aparece por primera vez en una ley de Valentiniano Ien 370. Probablemente, paganos y gentiles fueron palabras sinónimas, como dice el Código Teodosiano. Es indudable que las gentes del campo (pagus) permanecieron aferradas a sus antiguas creencias durante varias generaciones.

70 B. FARRINGTON, Ciencia y política en el mundo antiguo, pp. 61, y ss.

71 EUSEBIO DE CESÁREA, Elogio de Constantino, Vida de Constastino; JULIANO, Panfleto sobre los Césares; Zósimo Historia nova, II, p. 29, atribuye una influencia decisiva a las ejecuciones de Crispo y de Fausta en la conversión personal del emperador. Constantino como Octavio Augusto, había castigado a los suyos en nombre de la moral, que quería restablecer en la sociedad romana. Consultó, según Zósimo, a los filósofos, que le dijeron que sus Crímenes no tenían absolución. Pero «un egipcio llegado de España» le aseguró que el cristianismo perdonaba todas las faltas, y entonces el emperador se convirtió. Ese egipcio llegado de España ¿sería Osio, cuya nacionalidad nos es desconocida? Pero Osio era ya consejero de Constantino cuando acaecieron estos hechos, no anteriores al 326, fecha de la ejecución de Crispo. La leyenda de Zósimo no parece verosímil, aunque es posible que la muerte de Crispo y de Fausta permitiese a algunos clérigos del séquito de Constantino una mayor privanza en el ánimo del emperador.

72 J. Burckardt,, Del paganismo al cristianismo; H. LIETZMANN, Op. Cit.; C. BARBAGALLO, «L'Oriente e l´Occidente nel mondo romano », Nuova Rivista Storica, VI, 141, 1922.

73 A. PIGANIOL, pp. 26-27, 70 y ss.

74 Contra Juliano, I, 21.

75 Sólo Galo y Juliano, hijos de Julio Constancio, hermano de Constantino, se salvaron. Para BURCKHARDT (Op. Cit., p, 324), el reparto de Constantino tendía precisamente a impedir las matanzas sultánicas que hubieran puesto en peligro la dinastía. Pero el ejército entendió que sólo los hijos de Constantino debían heredarle y eliminaron a Anibalino y a Dalmacio.

76 La disputa renació cuando Constante, católico ortodoxo, restituyó a Atanasio el obispado de Alejandría. (Véase supra, II, 4.) Los arrianos, perseguidos ahora, se reunieron en Antioquía, con el apoyo de Constancio II El conflicto se agravó cuando el papa Julio quiso imponer el arbitraje de Roma, La querella se propagó de los obispos a los fieles, y degeneró en motines callejeros en Constantinopla entre arrianos y nicenos. En el concilio de Sárdica, los obispos nicenos occidentales excomulgaron a los arrianos, reunidos en el sínodo de Filipópolis (343). Estos excomulgaron a su vez a los sinodales de Sárdica y rechazaron el acuerdo de recurrir al obispo de Roma para resolver los conflictos entre las comunidades provinciales. Pero entre los arrianos había varias sectas: los homusianos (que afirmaban la similitud sustancial del Padre y del Hijo); los homeanos (que creían en una semejanza no sustancial), y los radicales o anomeanos (partidarios de la doctrina de la diferente naturaleza del Padre y del Hijo). Esta división debilitaba su fuerza frente a los ortodoxos. "Cada año o cada mes damos una nueva definición de la fe", escribía tristemente Hilario (Contra Constancio).

77 ALLARD, Julien l'Aposlat, 1, París, 1900

78 "Su querida Lutecia", la llama en una de sus cartas. Es digna de atención la preferencia de Juliano por aquella pequeña ciudad, que estaba destinada a ser siglos más tarde, la capital intelectual del mundo occidental, la heredera de la cultura clásica, que Juliano amaba tanto.

79 Sin embargo, como las disensiones de los obispos eran tan profundas que sólo la autoridad imperial podía impedir el cima, la tolerancia de Juliano facilitó el fortalecimiento de grupos heréticos, como el de los donatistas.

80 «Hay que convencer con la razón» (Epístolas, 114). Como decía san Jerónimo "era una persecución dulce, que atraía al sacrificio más que obligaba a él". (Cronicon ad olympiadem).

81 Reconocía que el paganismo "ha caído muy bajos (Opera, t. II).

82 FARRINGTON, Op. cit,, p. 47.

83 El filósofo pagano Libanio ya comparó la belleza de ambas muertes.

84 Véase bibliografía del capítulo I, notas 33, 34, 38, 45,160, especialmente el libro de Farrington. Consúltense también: Burckardt, Del paganismo al cristianismo, op, cit.; R. Turner,, Las grandes culturas de la Humanidad, F. C. E., México, 1948, pp. 945 y ss.

85 FARRINGTON, ap. cit., pp. 28, 122 y ss., 202.

86 TATON, op. cit., 1, pp. 345, 408; El legado de Roma, op. cit, pp. 353 a 427.

87 E. PETIT, Tratado elemental de Derecho romano, Madrid, 1925, p. 55; El legado de Roma, op. cit., pp. 225 a 275.

88 I, 5.

89 ZIELINSKI, Historia de la civilización antigua, edit. Aguilar, Madrid, 1934, p. 409.

90 La palabra clásico aparece por primera vez en Aulo Gelio, autor latino de las Noches áticas, libro de decadencia. Aulo Gelio emplea el término «escritor clásico» en oposición a "escritor proletario" Si consideramos que en Roma eran llamados classici los ricos, el vocablo denuncia el evidente carácter clasista de la cultura grecorromana.

91 W. JAEGER, Cristianismo primitivo y paideia griega. Breviarios F.C, E., México, 1965, pp. 108 y ss.

92 Mommsen, op. cit., P. 431; H. HEDÍN, op. cit., J., p. 370.

93 Ocasionada probablemente por guerras intestinas entre ostrogodos, burgundios y alarnanes.

94 Una excelente exposición de conjunto sobre el nacionalismo egipcio bajo la dominación romana, en 1. BURCKHARDT, Op. Cit., PP. 112 y ss.

95 A la bibliografía de la nota 60 del capítulo 1, pueden agregarse: Histoire de l'art bi—tin, publicada por Ch. Diehl, París, 1933; L. BRÉHIER, L'Art chrétien, París, 1928; 0. MARUCCHI, Manuale di Archeologia cristiana Roma, 1933.

96 Entre las construcciones religiosas de Constantino merecen mención especial las de los Santos Lugares. En el Gólgota, cuyo emplazamiento sitúa la tradición en el centro de Jerusalén, lo que no deja de ser extraño Allí se edificaron: el Santo Sepulcro, llamado después iglesia de la Resurrección, de planta circular; más al este, la gran basílica, que debla rebasar en grandiosidad a todas, concluida el 335. Entre ambas edificaciones, en el lugar donde los judíos decían haber hallado la tumba y el Cráneo de Abraham, en el centro de Jerusalén -y de Palestina y del mundo, según los judíos- y próxima a una gruta donde los paganos adoraban aún a Afrodita, se erigió una cruz monumental, conmemorativa de la verdadera Cruz, hallada, según una tradición de la época de san Ambrosio, por santa Elena, madre de Constantino. Santa Elena había regalado trozos de la cruz a varias iglesias.

97 La Iglesia proclamaba su triunfo con esta riqueza ornamental.

98 Res gestae, XVI, 10, 13-17.

99 Alineamiento horizontal de cabezas, que luego se reitera en relieves y mosaicos bizantinos y medievales.

100 A. HAUSER, OP. Cit., 1, p. 167.

101 La corona le fue entonces ofrecida al prefecto del pretorio Salustio, pagano y amigo íntimo de Juliano, quien la rehusó, volviendo a rechazarla a la muerte de Joviano.

102 Joviano era cristiano, y su proclamación acaso fuera un compromiso entre el ejército de Oriente, muy cristianizado, y el potente ejército de Iliria

103 El Senado de Constantinopla quedó equiparado al de Roma Desde ese momento el Imperio ya no volvió a estar unido más que durante tres meses, de septiembre de 394 a enero de 395.

104 I, 8.

105 Las culturas sedentarias más importantes nacieron en los valles de los grandes ríos: Amarillo, Indo, Eufrates-Tigris y Nilo. Estas cuatro civilizaciones -la chína, la hindú , la mesopotámica y la egipcia- se hallaron geográficamente aisladas por desiertos, estepas, mesetas hostiles; y las tres primeras separadas entre sí por las enormes montañas y mesetas de la Alta Asia. Posteriormente, surgieron las dos grandes civilizaciones mediterráneas, la oriental grecohelenística

y la occidental romana.

106 Como el Imperio romano en Bizancio, después de la Caída de Occidente en poder de los bárbaros germanos. Para la historia de los hunos, véase F. ALTHEIM, Op. Cit., PP. 158 a 172.

107 Llamados desde el siglo v ostrogodos o « godos brillantes », en oposición a los visigodos o "godos prudentes* (y no godos del este y del oeste respectivamente, según F. LOT, Op. Cit., p, 169).

CAPITULO III

Las reformas de Diocleciano y de Constantino revitalizaron, por muy breve tiempo, el gastado organismo del Estado romano. Pero la obra de estos emperadores, más que una restauración, fue una compostura. Las drásticas medidas adoptadas por la monarquía absoluta devoraron el remanente de vitalidad que la sociedad romana conservaba, dejándola sin defensas contra la barbarización.

Después de la batalla de Andrinópolis, cuando la guerra despertaba en las regiones fronterizas con indicios evidentes de empeoramiento, los problemas internos se agravaron también: la presión fiscal, necesaria para acopiar más recursos bélicos, drenaba la declinante riqueza privada de Roma; el patronato 2 socavaba la autoridad del Estado; faltaban soldados y labradores; y al antagonismo entre ricos y pobres, a la hostilidad entre curiales y campesinos, sé sumaban ahora las querellas religiosas para acrecer el desajusté de la sociedad romana.

1. De la economía dirigida al cantonalismo económico 3

La producción de riqueza dibuja una curva ascendente en la primera mitad del siglo iv, para incidir a fines del mismo siglo en el deterioro económico de las provincias occidentales del Imperio, mientras las orientales conservan su prosperidad.4

— El panorama de la economía romana en el siglo iv es menos sombrío que el de la centuria anterior- El desplome del poder romano en el siglo v no se explica sólo por una crisis económica. Si falta mano de obra, se cubre en parte con el asentamiento de labradores germanos y con una modesta pero positiva mecanización del campo: el tratado agrícola de Paladio, redactado a fines del siglo iv, nos informa de la generalización del uso del carrosegadora en las planicies de la Galia del Norte. Si se abandona el cultivo de las tierras menos fértiles, las que se labran dan las cosechas acostumbradas. El cultivo de la vid se extiende a la región ¡lírica comprendida entre el Save y el Danubio, y aumenta en la Galia, que produce vinos de alta calidad (Mosela, Burdeos). La abundancia de oro está testimoniada por los escritos epocales: San Ambrosio de Milán menciona los tahalíes y collares de oro de los soldados. Santa Melania encuentra en una de sus habitaciones, al hacer inventario de sus bienes, 45.000 solidi.5 Libanio señala que los obsequios acostumbrados en trigo y vestidos de los litigantes a los jueces se hacen ahora en oro y en plata.

– La producción minera y metalúrgica mantiene niveles parecidos a los de tiempos anteriores ; se explota el hierro de la Nórica y de las islas de Elba y Cerdeña; el estaño de Lusitania y Galicia; el cobre de Huelva y de la península balcánica; el oro de España, Tracia y Cerdeña; la plata de Cerdeña, Bretaña y España. Si el Estado reduce las exportaciones de algunos metales, es por motivos relacionados con la situación militar.

La fabricación de vidrio en la región renana progresa técnicamente, y el vidrio es exportado desde Colonia a Escandinavia y hasta Asia. El comercio romano con Oriente es intenso. La paz con los persas sasánidas favorece los intercambios con China y la India, de las que llegan sedas, perfumes, perlas, y a las que se venden metales preciosos. Este tráfico enriquece las ciudades sirias, y mientras la ciudad de Roma languidece, resplandecen Antioquía, Alejandría, y sobre todas, Constantinopla.

La disminución de los terrenos cultivados

Pero el fulgor de este cuadro podría desorientarnos. Existen otros aspectos menos venturosos.

Durante el reinado de Honorio se desgravaron por improductivas 130.000 hectáreas de tierra en Italia, 350.000 -casi la mitad de la superficie cultivada- en Africa romana, 450.000 -más de la mitad cultivable- en Bizancio. El Estado romano, que vivía de los tributos, quiso contener la alarmante reducción de unidades fiscales; se prohibió a los herederos renunciar a los baldíos; se ordenó que, en las ventas de fincas rústicas, fuese incluido un lote de tierras improductivas (adjectio); se gravó la tributación de los terrenos abandonados a la colectividad o al propietario a que habían pertenecido. Una ley de Teodosio I daba al cultivador de añojales derechos perpetuos sobre el erial labrado, con sólo el pago de una renta. La copiosa legislación para reanimar los cultivos conservada en el Código Teodosiano evidencia que estas disposiciones imperiales no tuvieron eficacia.

El declive de la esclavitud y el desarrollo de la servidumbre

El acaecimiento característico de la vida económica del siglo IV es la declinación de la esclavitud, sustituida por otras estructuras socioeconómicas, como el colonato,6 y la militarización de los obreros en las fábricas del Estado. El esclavo rural no desapareció, pero ya no trabajaba en las grandes explotaciones; tomaba tierras en arriendo y las cultivaba en un régimen prácticamente similar al del colonato.

Los latifundios abandonan la agricultura extensiva, sustituida por el sistema de pequeñas explotaciones arrendadas. La decadencia de la producción agrícola en gran escala es la consecuencia de la decrepitud de la economía monetaria de mercado, sustituida por la economía doméstica del trueque de productos. El fundo-se dividía en dos partes: el propietario se reservaba la más pequeña próxima a su «villa», la "terra indominicata", y dividía la mayor en parcelas, de una extensión equivalente a una unidad fiscal, trabajadas por colonos, por bárbaros "tributarii" 7 o por esclavos.

El estado de los colonos empeoró. Una ley de 396 les privaba del derecho de litigar contra su señor, porque, según el Código de Justiniano, « su condición es una especie de esclavitud». La situación del colono era similar a la del esclavo, con la ventaja jurídica para el Estado de que el colono podía ser llamado al servicio militar.

Los dominios señoriales y las aldeas de campesinos libres

Hasta tiempos de Teodosio I muchos pueblos habían resistido con éxito la presión señorial. Los campesinos de estas aldeas conservaban su libertad protegidos por el Estado, aunque por motivos fiscales. Pero Teodosio derogó la ley que daba a los labriegos preferencia en la compra de las tierras del consorcio de campesinos, contribuyendo así a la absorción de estos burgos libres por los grandes latifundios.

Se desconoce la extensión que llegaban a alcanzar estas propiedades. A fines del siglo IV una finca de 260 hectáreas era estimada por su propietario como <<pequeña herencia>>.8 Muchos terratenientes poseían varios fondos. Un solo dominio de santa Melania, situado en Sicilia, abarcaba 60 aldeas y trabajaban en él 400 esclavos.

El régimen agrario de Egipto es mejor conocido, por la abundante documentación papirológica. También en el valle del Nilo la gran explotación era sustituida por pequeños predios rústicos arrendados a campesinos libres, que acababan por quedar hereditariamente encadenados en el colonato. Pero subsistían más pueblos de labradores pequeños propietarios, los vici, organizados en consorcios protegidos por el Estado, aunque en ocasiones los emperadores regalaran a sus favoritos aldeas enteras, creando con estas munificencias nuevos señoríos. En Egipto, como en Occidente, la gran propiedad creció también a expensas de las tierras del Estado (patrimonio), que los emperadores cedían en arriendo, y hasta de los dominios que formaban los bienes privados del príncipe (res privata).

En cambio- en Siria del norte se inició en el siglo IV una decadencia de la gran propiedad, de la que se beneficiaron los pequeños propietarios. La nivelación de fortunas favoreció una prosperidad económica que testimonian las numerosas colonias de comerciantes sitios establecidos en Occidente en el siglo V. Sólo las iglesias y monasterios conservaron en Siria sus latifundios.

La economía dirigida

La industria urbana libre desapareció gradualmente, nacionalizada por el Estado, que quería asegurar el suministro de manufacturas necesarias para la guerra, o atraídas por los fondos, en los. cine se empezaban a producir todos los bienes que los habitantes. del señorío necesitaban. El oro ahorrado era invertido por los propietarios en la adquisición de los objetos de lujo que los mercaderes. orientales les procuraban.

Las corporaciones de artesanos, que el Estado había favorecido, en el siglo III, 9 fueron siendo estatificadas. Las que interesaban más al Estado disfrutaron de una protección especial: poseyeron bienes inmuebles, formaron asambleas (concilia) y tuvieron sus propios cultos religiosos; sus jefes (patroni) recibieron títulos honoríficos; los miembros de las corporaciones quedaron exentos, por una ley de Constantino, de prestaciones personales. Pero todos estaban sujetos a la misma disciplina militar, y sólo en apariencia eran libres.

Las fábricas del Estado estimularon el progreso técnico. La fabricación de armas alcanzó un alto nivel. Los catálogos de precios de los tejidos descubren una inesperada variedad de calidades.

La economía libre fue extinguiéndose, a medida que el Estado establecía nuevos monopolios y acaparaba progresivamente el comercio exterior. Teodosio 1 prohibió a los comerciantes privados la importación de la seda, y la exportación de hierro, bronce, oro, vino y aceite había cesado en el transcurso del siglo IV. Sólo subsistió, al margen de la fiscalización estatal, el comercio de mercancías preciosas, que los comerciantes sitios traían a los escasos pero ricos clientes de Occidente: la mirra y el incienso de Arabia, la seda china, las perlas y el marfil de la India. Quizá la época más próspera del comercio oriental fue la del ocaso de Roma.

El cantonalismo económico de los latifundios

Esta política económica del Imperio sólo tenía un horizonte procurar al Estado los crecientes e inmensos recursos que se necesitaban para costear la ingente armazón burocrática de la Administración, para remunerar generosamente a los soldados, para comprar a los bárbaros, para procurar a la plebe de las ciudades «el pan y los juegos». La resistencia de la sociedad romana a las cargas tributarías fue vencida por una intervención total del Estado en la economía privada. Las empresas particulares fueron requisadas. Los bienes de los panaderos, de los armadores o navicularios, de los transportistas o catabolenses, bloqueados. Mas como el Estado sólo se proponía reforzar su sistema fiscal, y no estructurar una sociedad más justa, respetó, hasta el límite de sus intereses, los privilegios de los poderosos. Así se llegó a una fórmula de nacionalización de la industria y de los transportes en la que los capitalistas conservaron la dirección de sus negocios, aunque bajo la inspección del Estado, abismada en el exclusivo móvil de sus propios ingresos.

La población campesina se sumió en la servidumbre y en la miseria con una pasmosa docilidad. Sólo en la Galia renació la rebelión de los bagaudas al tiempo de las invasiones de los comienzos del siglo V, insurrección que se propagó a España y que el Estado romano sofocó con ejércitos visigodos.

Los pequeños propietarios, estrujados por el fisco, buscaron la protección de los grandes; al lado de los colonos y esclavos, así como de los artesanos incorporados a los fundos, escaparon a la tutela del Estado para sumirse en el despiadado poder de los señores. Todo contribuía a aumentar la potencia y la autoridad de los terratenientes. Abandonando la corte y las ciudades, arraigados en sus propiedades rústicas (que transformaron en unidades económicas cerradas, los «señoríos rurales»), iban a sobrevivir a Roma, señoreando la vida económica y social del Occidente hasta el siglo XI.

2. La sociedad civil: el patronato

Si en el siglo IV el Imperio romano no tuvo que soportar una crisis económica pareja a la del siglo III, su desvertebración social, en cambio, se agravó. El régimen de castas, impuesto por la monarquía absoluta, sólo favorecía a la más encumbrada. El clarisimado, cuyos elementos más activos eran altos funcionarios imperiales, invertía en fincas rústicas el producto de sus usurpaciones, y se transformaba en la clase de los grandes terratenientes, poseedores de propiedades vastísimas como pequeños principados. Los señores del campo y la Iglesia cristiana fueron las dos únicas fuerzas sociales que pudieron arrostrar sin deterioro los vendavales de las invasiones, instalándose privilegiadamente en los Estados germánicos que se iban constituyendo en las provincias occidentales del Imperio.

La nobleza de Estado

La nueva aristocracia creada por el absolutismo monárquico, vinculada a las funciones públicas, empalidece el fulgor de la antigua nobleza senatorial. Su escalonamiento jerárquico queda establecido por Valentiniano 1 en cuatro categorías: a la más elevada, la de los ilustres, pertenecen los prefectos del pretorio, los prefectos de Roma y de Constantinopla, el cuestor de palacio, los altos dignatarios de la corte, los jefes del ejército; a los ilustres siguen los spectabiles (respetables), altos funcionarios que no son jefes de servicio, condes, duques, los gobernadores de provincias importantes; integran los dos grados inferiores del clarisimado los clarissimi, funcionarios que pertenecen al orden senatorial, y los perfectissimi, tribunos militares y gobernadores de provincias secundarias. Otras dignidades como las de conde y patricio, tan generosamente otorgadas por Constantino, no se adscribían a ninguna función ni servicio.

Todos los nobles pertenecían al orden senatorial, aunque muchos de ellos no estuvieran en Roma nunca. Otros fueron incorporados al Senado de Constantinopla, que Constantino y sus sucesores quisieran equiparar al Senado romano.

Las grandes fortunas de los funcionarios imperiales

Las reformas de Diocleciano y de Constantino, de indudable eficacia política, debilitaron las energías creadoras de la población libre del Imperio; paralizaron el desarrollo de actividades agrícolas, industriales o mercantiles; pero no impidieron a los funcionarios imperiales la formación de nuevas y grandes fortunas, atesoradas por el fraude, la extorsión y el soborno, aumentadas a costa de las rentas del Estado. Honrados estos funcionarios con el orden senatorial, exentos de tributos municipales, invirtieron el producto de los despojos infligidos a los bienes privados y al Tesoro público en propiedades rústicas, siguiendo la tradición romana.10 La auténtica nobleza senatorial de Roma conservaba sus grandes riquezas, y hasta se produjo una concentración de bienes agrarios al extinguirse muchas familias ilustres. Un texto muy citado del historiador griego Olimpiodoro asegura que a principios del siglo v muchos nobles romanos obtenían de sus fincas una renta anual de 4 000 libras (1330 kg.) de oro, sin contar el vino, el trigo y otros productos en especie, cuyo valor alcanza la tercera parte de la suma en efectivo. Símaco, que gastó dos mil libras de oro en las fiestas que celebraban la designación de su hijo para la pretura, poseía tres casas en Reina, tres villas en las proximidades de la ciudad, y otras propiedades en Italia central y meridional, en Sicilia y en Mauritania. Melania la joven libertó de una vez 8000 esclavos. Ella y su marido Valerio Piniano tenían fincas en Italia peninsular, Sicilia, España y Africa, hasta en la isla de Britania. Paulino de Pella, nieto de Ausonio, gran propietario bordelés, poseía bienes rústicos en el arrabal de Marsella, en Epiro y en Grecia. Estos ejemplos podrían incrementarse.

Esta nobleza estaba exenta de las cargas fiscales que pesaban sobre las demás. Sólo tributaban un impuesto especial, y aun de éste libraba el servicio en la Administración imperial. La única liturgia considerable estaba reservada a los elegidos para la pretura y para la cuestura, que sufragaban los gastos ocasionados por los juegos públicos celebrados durante el ejercicio de estas magistraturas. El emperador, informado por los censores del inventario de las grandes fortunas, designaba a los nobles más acaudalados, y dictaba disposiciones para asegurar el esplendor de los juegos.

A la delgadez de los gravámenes corresponde el espesor de los privilegios. Los nobles están exentos de los munera que obligan a las otras clases; escapan a las obligaciones de los curiales. Sus fincas rústicas forman unidades tributarías independientes, lo que las exime de la colectiva responsabilidad fiscal. Al percibir directamente los impuestos de sus colonos, pueden defraudar al Estado, y preparan la inmunidad tributaría de la Edad Media. Eligen entre los suyos los «defensores del Senado», que velan en cada provincia por el mantenimiento de estas prerrogativas.

La vida de los nobles en las «villas»

Parte de esta nobleza vive en Roma o en las grandes ciudades del Imperio, en palacios que refulgen de oro, adornados con ricos tapices de Sidón, perfumados con incienso, y en los que ofrecen a sus invitados comidas de centenares de platos. Pero la mayoría vive en el campo. Paladio describe la mansión (pretorium) de un propietario, situada en una elevación del terreno que domina el paisaje; junto a la «villa», la pequeña torre del palomar, y rodeando la casa, hermosos arriates de rosales. El señor (dominus) ha abandonado la carrera de los honores y el servicio del Estado. No hace inversiones industriales ni comerciales. Vive de sus rentas, y amontona grandes cantidades de oro, amonedado, o en lingotes o en objetos ornamentales. Su fortuna le permite agrandar y embellecer la <<villa>> y la inseguridad de la época le induce a protegerla con murallas reforzadas por torres. Reside cada estación del año en una de sus fincas de recreo, y conserva su casa de la ciudad.

La administración de sus posesiones requiere una muchedumbre de administradores, notarios, recaudadores, albañiles, carreteros y postillones, y miles de esclavos y colonos. La auténtica vida rústica romana se conserva en las propiedades dedicadas a la explotación agrícola, donde el propietario pasa las fiestas paganas del otoño. Pero la mayor parte del año, y los años de la vejez -si ha servido en el ejército o en la administración– los vive en la <<villa>> de amplias estancias, de bien abastecida despensa, asistido por numerosos criados y artesanos hábiles, visitado por amigos y filósofos Con ellos caza, o juega a la pelota, o pasea a caballo o en coche; después de la comida el señor conversa con sus invitados; los temas de estas pláticas son eruditos, o literarios, o mundanos; no faltan en esta vida ociosa y refinada los placeres del teatro y del hipódromo.

A fines del siglo IV el poeta Avieno nos describe un modelo de vida más austero, horaciano, lleno de serena dignidad, poco corriente en un mundo alterado por las supersticiones: «Al romper el día dirijo una oración a los dioses, inmediatamente voy a visitar a los siervos y les distribuyo el trabajo del día. Hecho esto, me pongo a leer, invoco a Febo y a las Musas, hasta que llega el momento de untarme de aceite e ir a hacer ejercicio a la palestra. Sin preocupaciones, lejos de los negocios, como, bebo, canto, juego, me baño y reposo después de la vena. Mientras el pequeño candil va consumiendo su modesta provisión de aceite, sean estas líneas consagradas a las nocturnas Camenas.»

Las «villas» fueron mundos pequeños, sustraídos a los deberes que el Estado exigía a todos sus súbditos para la salvación del Imperio romano.

La población rural: los esclavos

La desaparición de la agricultura extensiva desalojó de las grandes fincas rústicas a los esclavos. Los que permanecieron, quedaban maniatados al latifundio en condiciones similares a la de los colonos. En las postrimerías del Imperio los esclavos trabajan en las minas, en las fábricas del Estado o en el servicio doméstico de los poderosos.

La decadencia de la esclavitud como mano de obra al servicio del capitalismo romano no significó de momento una disminución importante del número de esclavos. En el siglo III, al amparo de los desórdenes, muchos esclavos habían escapado, pero fueron sustituidos por prisioneros bárbaros. San Juan Crisóstomo nos informa de que las ricas familias de Antioquía poseían cada una mil o dos mil esclavos. Los nobles romanos paseaban por la ciudad acompañados por ejércitos de esclavos, sabemos por Amiano Marcelino. Melania la Joven poseía tantos, que pudo manumitir, como se ha dicho, ocho mil, en un gesto de generosidad. En Cirenaica, tan alejada de la frontera danubiana, era rara la familia acomodada que no tenía un esclavo godo.

La durísima presión del fisco (a la que hay que referirse reiteradamente, porque sus efectos entenebrecían la vida material de todas las clases sociales, con excepción del orden senatorial) induciría en muchos casos a la manumisión de los esclavos superfluos. La esclavitud había llegado a costar más de lo que producía; por eso desapareció.11 Estos libertos han debido engrosar los cuadros de colonos agrícolas de los latifundios y la muchedumbre de mendigos libres.

La Iglesia primitiva había acogido fraternalmente a los esclavos catecúmenos. En el seno de las comunidades cristianas, ricos y pobres, libres y esclavos, eran hermanos, hijos de Dios, Pero la Iglesia no sólo aceptó sin reservas el estatuto jurídico de la esclavitud del Estado romano, sino que lo aplicó a sus propias instituciones. Las Constituciones Apostólicas promulgaron la prohibición de que un esclavo fuera sacerdote, si no era previamente manumitido por su dueño. La Iglesia, que tuvo sus propios esclavos, les pedía que obedecieran a sus amos como al Cristo.12 Un canon del concilio de Ganges 13 anatematizaba a quien indujera al esclavo a sustraerse a la servidumbre. Cuando la querella de los donatistas desembocó en la rebelión de los circumcelianos, a la que se sumaron numerosos esclavos, la Iglesia condenó con la misma energía la herejía y la subversión esclavista.14 Sólo alguno de los Padres de la Iglesia, corno Gregorio de Nisa o san Juan Crisóstomo (quien recomendaba a los poseedores de esclavos que les enseñaran un oficio y los emanciparan), compartieron con los pensadores estoicos la actitud filantrópica que había suavizado la situación de los esclavos en la época de los Antoninos.

La legislación imperial no mitigó la inhumanidad de la esclavitud. El señor no era responsable de la muerte del esclavo ocasionada por castigos corporales; fue confirmada la prohibición de los matrimonios entre esclavos y mujeres libres; la mujer que se uniese con su propio esclavo sería condenada a muerte, y el esclavo a la hoguera; la manumisión quedaba revocada si el liberto daba pruebas de ingratitud. Las restricciones imperiales de la manumisión no serían abolidas hasta el siglo VI.

El patronato

El año 360 el prefecto de Oriente comunicaba al emperador Constancio que una multitud de campesinos libres abandonaban el consorcio de sus aldeas para rehuir los impuestos, acogiéndose al patronazgo de un terrateniente o de un jefe militar. El emperador ordenó el castigo de los poderosos y de sus clientes, pero en vano. El sistema prosperó, extendiéndose por todo el Imperio, a pesar de las prohibiciones legisladas por Valente y por Teodosio I.

Uno de los discursos políticos del retórico pagano Libanio versa sobre el patronato. Según Libanio, no sólo campesinos libres, sino aldeas enteras que pertenecían a un dominio señorial, solicitaban_ el patrocinio de un jefe militar, al que correspondían con un tributo, disminuido del que debían al propietario. El patrono envía destacamentos militares para echar a los recaudadores del Estado o del señor. El patronato es un recurso de la fuerza contra la ley, otro síntoma de la decrepitud del Estado de derecho, un avance del feudalismo medieval.

Fracasada la legislación contra el patronato, los emperadores ensayaron una táctica indirecta para contrarrestarlo : aliviar la situación de las clases humildes. Valentiniano I nombró defensores de la plebe, funcionarios escogidos entre la clase de los honorati y designados para cinco años. El defensor plebis tenía la misión de proteger a los pobres contra los impuestos injustos. Pero nadie deseaba enfrentarse con los propietarios de los señoríos, y los prefectos del pretorio encontraban muchas dificultades para cubrir las vacantes que se multiplicaban. Teodosio encomendó a las curias la elección de los defensores de la plebe, que, degradados de funcionarios del Estado a empleados municipales, quedaron más desarmados ante los propietarios. A fines del siglo v la institución de los defensores de la plebe subsistía, pero, designados por los mismos propietarios, civiles y eclesiásticos, la naturaleza de sus atribuciones quedaba desvirtuada.

Después de legislar contra el patronato durante cincuenta y cinco años sin éxito, el Estado capituló. La Constitución del 415 legalizaba la apropiación de tierras realizada por el sistema del patronato antes del año 397, a condición de que los patronos aceptaran la responsabilidad de las liturgias y de todos los deberes fiscales de las fincas rústicas que se hubieran apropiado. Aunque el patronato quedaba prohibido, triunfaba. El resultado fue un avance del proceso que delegaba en el propietario la autoridad fiscal del Estado.

3. El ejército romano en la época de las invasiones

Pese a la incapacidad del ejército romano para evitar las cabalgadas de godos, alamanes y francos por tierras romanas en el siglo III, y de los fracasos de las legiones en las guerras persas, el prestigio militar de Roma deslumbraba todavía a muchas tribus bárbaras. Pero el desastre de Andrinópolis anonadó la reputación del ejército romano.

Las reformas de Galieno habían acrecentado la importancia táctica de la caballería15 y los emperadores ilirios pudieron disponer de numerosos escuadrones, Constantino debilitó el ejército fronterizo para reforzar el de reserva,16 compuesto por unidades de maniobra, cuya eficacia gravitaba sobre la movilidad de la caballería. Después de Andrinópolis el jinete es el soldado de choque, revestido de cota de malla y armado con un arco poderoso, como la caballería persa. El infante desciende a soldado auxiliar, y su armamento se aligera. Estas reformas, necesarias pero contrarias a la tradición militar romana, significaban una aceptación de los métodos bélicos del adversario, la renuncia a la ciencia militar antigua.

La germanización del ejército

Pero la decadencia del ejército tenía causas más profundas. Ya no era un ejército de romanos. Las tropas fronterizas se reclutaban entre las tribus bárbaras, recompensándolas con lotes de tierra. Estos soldados-campesinos del limes, hijos y padres de soldados, verdaderos siervos militares, eran mediocres legionarios. El trabajo de la tierra, la vida sedentaria, disipaban su valor combativo. También las tropas escogidas, los comitatenses, se alistaban ahora entre los bárbaros de las fronteras. La Iliria, vivero con la Galia del ejército romano en el siglo III, que había dado a Roma excelentes soldados y hasta buenos emperadores, había quedado prácticamente despoblada. El hueco que los ilirios dejaron en las cohortes fue cubierto por sármatas, alamanes, francos, godos, vándalos, y hasta pequeños contingentes de alanos y de hunos.

La población romana había disminuido, pero el Imperio disponía de reservas humanas que no intentó movilizar. Ningún emperador se propuso un alistamiento general de la población del Imperio, que el peligro exterior aconsejaba, pero que la experiencia del siglo III revelaba peligroso. El Estado prefería la indisciplinada fidelidad de las milicias bárbaras a la disciplina militar de las legiones romanas, que habían sido mejores tropas pero que estaban dispuestas siempre a proclamar un antiemperador.

Los efectivos del ejército romano y los de sus adversarios

La Notitia dignitatum17 inclina a calcular las fuerzas del ejercito romano en poco más de medio millón de hombres.18 Pero estas tropas carecían de capacidad de maniobra. Las dificultades de abastecimiento y el mal estado de los caminos impedían el desplazamiento de grandes ejércitos expedicionarios. Todavía Licinio pudo movilizar 165.000 soldados contra Constantino, que puso en pie de guerra 130.000 milites. Cuarenta años después Juliano ya no reúne más que 65.000 hombres para su ambiciosa campaña contra los persas. Sólo quince años más tarde, en Andrinópolis, Valente dispone escasamente de 30.000 combatientes. A comienzos del siglo V los ejércitos difícilmente agrupan 15.000 hombres, y los cuerpos expedicionarios cinco o seis mil.

Las huestes enemigas eran aún más reducidas. Los godos, vencedores en Andrinópolis, eran unos diez mil. Los vándalos, que se apoderaron del Africa romana, no rebasaban los 20.000 combatientes. Todo el pueblo ostrogodo, acaudillado por Teodorico, pudo acampar en la pequeña ciudad de Pavía. El antiguo ejército romano hubiera desbaratado sin esfuerzo estas pequeñas mesnadas de guerreros valerosos, pero inexpertos en la ciencia militar.

La germanización de Occidente por las tropas regulares y federadas

El ejército de la República, el del Alto Imperio y hasta el de los emperadores ¡lirios habían sido un instrumento de romanización. El ejército heterogéneo que en el siglo v se llamaba romano contribuyó a la germanización de las provincias occidentales del Imperio. Estas tropas han abandonado la táctica, las armas y la indumentaria romana. Las voces de mando se siguen dando en latín, pero es dudoso que estos bárbaros lo hablen. Los escasos jefes romanos han de conocer la lengua germana, si quieren hacerse comprender de sus hombres. Estos bárbaros son tan bravos como insubordinados. En tiempos de Valentiniano I casi todos tienen un criado, poseen objetos de oro, celebran ruidosas orgías. Sus oficiales perciben de la Administración anonas de soldados inexistentes. Este ejército caro y corrompido carece de capacidad combativa,19 y sólo es temible para la población civil del Imperio, como un auténtico ejército de ocupación.

Las tropas federadas, que conservaron sus armas, su táctica, su idioma y sus propios jefes, sin proponerse la destrucción del Imperio, contribuyeron con sus turbulencias, sus rivalidades y su rebeldía al orden romano, a la ruina de Occidente.

Los jefes germanos en los altos mandos del ejército

La hostilidad de los emperadores ilirios alejó del ejército en el siglo III a los senadores, a la nobleza provinciana, hasta los curiales. Soldados de fortuna, de humilde origen, ocuparon sus puestos, y algunos de los más capaces llegaron a ser proclamados emperadores por sus tropas, Recordemos a Claudio II, a Aureliano, a Diocleciano.

Mientras la nobleza romana, separada del ejército, se habituaba a considerar degradante el servicio de las armas, estos jefes ambiciosos intrigaban para alcanzar el trono. El absolutismo de Constantino contrarrestó las amenazas que implicaban para su dinastía estas pretensiones latentes en la oficialidad romana, sustituyéndola con godos, francos y alamanes, a los que nombró jefes de la guardia, duques de las tropas fronterizas, tribunos militares. Teodosio I se rodeó de colaboradores militares de origen germánico: los godos Gainas y Alarico, el caucasiano Bacurio, el vándalo Estilicón.

Hasta Teodosio los emperadores habían sido los jefes efectivos del ejército. En las ocasiones críticas siempre estuvieron en su puesto, al mando de las tropas. Pero los sucesores de Teodosio declinaron el riesgo de la guerra, se encerraron en sus palacios de Rávena o de Constantinopla, abandonando el mando militar a los jefes germánicos, llamados ahora patricios, es decir, padres adoptivos de los emperadores.

Cuando las invasiones devolvían al ejército el papel relevante que la monarquía burocrática de Dioeleciano y de Constantino, en un período de paz, le había arrebatado, el ejército ya no estaba dirigido por el emperador, sino por estos patricios, todos ellos bárbaros más o menos romanizados: Estilicón, Rufino, Aecio, Ricimer, Odoacro. Ninguno de ellos se atreve a proclamarse emperador. Se contentan con la realidad del poder. Combaten a los enemigos de Roma con perseverante lealtad. Protegen a los débiles vástagos de la dinastía teodosiana. Estos emperadores temen a sus protectores hasta el odio, y acaban por hacerlos asesinar. Por eso los últimos patricios actúan con una cautela mayor. Ellos mismos designan emperadores, y los destituyen si no son bastante dóciles. Esta situación llega a ser caótica, insostenible, superflua, y el Imperio de Occidente se desintegra por inania.

4. Teodosio el Grande: la paz goda y el Estado católico (378-395)

Al morir Valente, Graciano era el único emperador efectivo. Su hermanastro Valentiniano II residía en Sirmio, como un augusto casi irreal, en una corte fantasmagórica, de la que sólo llegaban los ecos de las mediocres intrigas de la emperatriz Justina. Graciano, acaso impelido por la conciencia de su debilidad, tomó la sorprendente decisión de hacer venir de España a Teodosio, darle el mando de la caballería y proclamarle, a los pocos meses, augusto. El padre de Teodosio había sido un general victorioso en Bretaña y en la frontera del Danubio. Más tarde había sofocado en Africa la sublevación del príncipe berberisco Firmo. Entonces Graciano lo mandó decapitar.20 Teodosio, que había servido en Bretafia a las órdenes de su padre y que, como duque de Mesia había vencido a los sármatas, abandonó el servicio al producirse la ejecución de Teodosio el Antiguo. Se retiró a su tierra natal de Coca, cerca de Segovia, donde la familia poseía extensos dominios. Allí vivió durante dos años, hasta la llamada del emperador, la existencia ociosa y refinada de un gran propietario romano.

Recibió el gobierno de Oriente en circunstancias críticas, casi desesperadas. Los bárbaros recorrían las provincias balcánicas saqueando y matando. El Estado no disponía de una sola cohorte para combatir en campo abierto. Sólo las ciudades amuralladas resistían.

Desde el primer momento, Teodosio, que compartirá el Imperio con Graciano y con Valentiniano II, y hasta con usurpadores como Máximo y Eugenio hasta pocos meses antes de su muerte, será el verdadero emperador. Su personalidad se impuso siempre a sus insignificantes corregentes. En muchos aspectos Teodosio recuerda a Constantino. Inconstante, alterna las más crueles venganzas con las más inesperadas generosidades. Sus colaboradores no pueden prever qué motivos les arrastrarán de los honores a la desgracia. Buen general, prefiere las negociaciones a las batallas. Cuando los bárbaros devastan los campos de Mesia, de Tracia y de Dacia, Teodosio, encerrado en Tesalónica o Constantinopla, legisla sobre cuestiones religiosas, reforma el estatuto de los funcionarios. Sin embargo, está lejos de ser un rey burócrata, un Felipe II. Cuando es necesario está en su puesto, al frente de sus tropas, y entonces despliega energía y valor, y sabe compartir con los soldados las penalidades de la guerra y las ruidosas alegrías de la victoria. Pero vuelve voraz, al término de cada una de sus afortunadas campañas militares, a los placeres de la corte, a la oriental suntuosidad de su palacio de Constantinopla, en el que los eunucos, chambelanes y servidores se multiplican durante su reinado.

Las intemperancias de su vida privada no embarazan la elevada concepción de los deberes del emperador que guió sus acciones. Y siempre que fue necesario humilló la dignidad imperial, que él estimaba tan prominente, a los pies de la Iglesia.

Con todos sus defectos, fue el último emperador romano de Occidente que combatió al frente de sus soldados y que no fue manejado por favoritos. Pero la disolución del Estado estaba tan avanzada que Teodosio sólo pudo congelarla durante unos años.

El problema visigodo y la paz del 382

Teodosio reconstruyó el ejército de Oriente con reclutas germanos,21 y se sirvió de unas tribus visigodas para anular a las otras. La rivalidad entre los visigodos paganos de Atanarico y los arrianos regidos por Fritigerno fue útil a Teodosio. Cuando el viejo Atanarico pidió asilo en Constantinopla, fue recibido como un huésped ilustre. Cuando murió, sus espléndidos funerales halagaron la vanidad de sus partidarios, que se integraron en el Imperio como soldados y hasta como funcionarios. La diplomacia teodosiana fue pactando pacientemente con los visigodos más influyentes: Modares, Fravita, Alarico, hasta conseguir la paz con el más poderoso e intratable, Fritigerno.

El tratado del 3 de octubre del 382 concedía a los visigodos las tierras que hablan saqueado, entre el Danubio y los Balcanes. Los visigodos se instalaban allí como nación independiente, regida por sus propias leyes, gobernada por sus jefes. Los escasos romanos que permanecían en el territorio godo seguirían rigiéndose por leyes romanas. Las tropas visigodas servirían al Imperio como confederadas, mandadas por sus propios generales, y percibirían del Imperio un tributo en forma de anona.

Este acuerdo difiere de los foedus concertados entre Roma y los pueblos bárbaros desde los tiempos del Alto Imperio en una innovación que, al reiterarse, condicionará decisivamente los acontecimientos del siglo V: las tierras ocupadas por los visigodos eran tierras romanas. Un Estado independiente se instalaba en el dintorno de las fronteras del Estado romano.22 El Imperio renunciaba a la romanización de estos aliados, como había desistido de la romanización de sus propios soldados vándalos, francos, godos y alamanes. Los visigodos confederados, sin traicionar nunca la institución imperial, actuaron como un elemento disolvente de la romanidad.

La usurpación de Máximo

Mientras Teodosio negociaba con los visigodos, el devoto Graciano se instalaba en Milán. Su debilidad fluctuaba entre la influencia de Ausonio, que le aconsejaba la tolerancia, y la presión de Teodosio, que le inducía a la persecución de herejes y paganos. Pero Graciano no abdicó de sus deberes militares. Estaba combatiendo a los alamanes en la Retia cuando surgió un antiemperador, el general hispano Máximo, jefe del ejército de Bretaña, español también, como Teodosio. Máximo pasó con sus tropas a la Galia, arrastrando a la rebelión al ejército de Germania. Graciano fue traicionado por sus soldados y asesinado por el jefe de su caballería.23

En estos años Teodosio parecía desinteresarse del Occidente, y en todo caso prefería, como siempre, la negociación a la guerra. Durante cuatro años hubo tres emperadores. Máximo señoreó desde Tréveris, Bretaña, Galia y España. Valentimano III, siempre gobernado por su madre, establecido ahora en Milán, gobernaba Italia, Africa e Iliria. El equilibrio fue roto por Máximo. So pretexto de defender la ortodoxia católica contra el arrianismo de la emperatriz, se apoderó de Italia. Aun entonces Teodosio permanece indiferente a las peligrosas ambiciones de Máximo. En Salónica se entrevista con Valentiniano II y Justina y les reprocha su política religiosa. Según él la desgracia de Valentiniano II es un castigo del cielo. Entonces -cuenta el historiador Zósimo – Justina presenta su hija Gala a Teodosio, que se enamora súbitamente de la princesa y la pide en matrimonio. Justina condiciona el consentimiento a la destrucción de Máximo, y Teodosio accede.

Soldados bárbaros combatieron contra soldados bárbaros en esta campaña, que parece haber sido decidida por la aterradora reputación de las unidades hunas del ejército de Teodosio. Máximo fue vencido y muerto en Aquilea.

Un efímero triunfo del paganismo: el emperador Eugenio

Eliminado Máximo, Teodosio permaneció dos años en Milán, después de desembarazarse de su cuñado Valentiniano II, enviándolo a la Galia bajo la custodia del franco Arbogasto.24 Valentiniano II no soportó esta tutela con mansedumbre. Cuando quiso acudir en ayuda de Italia, amenazada por una invasión bárbara en Panonia, Arbogasto se opuso. La ruptura entre el emperador y el jefe del ejército se resolvió con la muerte de Valentiniano, atribuida oficialmente a un suicidio, sin duda porque Teodosio quiso evitar un enfrentamiento con Arbogasto.

Pero la guerra se hizo inevitable cuando Arbogasto proclamó emperador a Eugenio, antiguo profesor de retórica, recibido con esperanzado júbilo por los senadores paganos de Roma, El año 382, Graciano había suprimido los privilegios de las vestaIes25 y las subvenciones oficiales a los sacerdotes paganos, despojando al Senado del altar de la Victoria. En vano Símaco rogó a Valentiniano II, sucesor de Graciano, la restauración de estos ancestrales residuos de la romanidad pagana. Triunfó la oposición del obispo de Milán Ambrosio. Pero ahora Eugenio surgía como una providencial esperanza para el círculo de Símaco y de Pretextato. La estatua de la Victoria ocupó otra vez su lugar en el Senado. Los templos paganos recuperaron sus rentas. Las ceremonias de la antigua religión revivieron con solemne brillantez, mientras el «último romano» Nicómaco Flaviano recorría el Occidente en busca de aliados,

Esta vez Teodosio no podía contemporizar. La batalla de Fluvius Frigidus, cerca de Aquilea también, fue interpretada por paganos y cristianos como un juicio de Dios. El primer día Arbogasto derrotó completamente a los godos que mandaba Gainas. Los consejeros de Teodosio se pronunciaron por la retirada. El emperador pasó la noche rezando, mientras que en el campo enemigo Eugenio celebraba anticipadamente la victoria. Al día siguiente, un huracán se abatió sobre el ejército de Eugenio con irresistible violencia. Los soldados de Teodosio se sintieron milagrosamente favorecidos, y su victoria alcanzó en el mundo romano la significación de una decisión del cielo, la definitiva muerte del paganismo. Nicómaco Flaviano y Arbogasto se suicidaron, y Eugenio fue decapitado por los soldados.

Por tercera vez, ahora definitivamente, la estatua de la Victoria, protectora de la Roma pagana, fue arrojada del Senado. Teodosio fue un generoso vencedor. Presentó ante el Senado a su hijo Honorio como su sucesor en Occidente. Unos meses más tarde moría en Milán.

La política religiosa de Teodosio

El arrianismo de Valente había reanimado las querellas religiosas en las provincias orientales, Las disputas teológicas rebasaron los círculos sacerdotales, extendiéndose por la corte, los palacios, las oficinas, los mercados y las calles. Con una mezcla de amargura e ironía, Gregorio de Nisa escribe: «Si se pregunta cuántos óbolos hay que pagar, se os contesta filosofando sobre lo creado y lo increado. Se quiere saber el precio del pan, y se os responde que el Padre es más grande que el Hijo. Se pregunta [a los demás] por su baño y se os replica que el Hijo ha sido creado de la Nada». 26

Teodosio atacó radicalmente esta situación. Su política religiosa fue de una concluyente simplicidad: acabar las disensiones religiosas imponiendo la ortodoxia con el rigor de una ley imperial. Des. de el comienzo de su reinado se enfrentó con el paganismo. Fue el primer emperador que rechazó la investidura de gran pontífice de la antigua religión, que Constantino y todos los emperadores cristianos que le sucedieron habían seguido recibiendo. Solidarizándose con la decisión de Teodosio, Graciano abandonó este mismo año (379) el título de pontifex maximus. La legislación antipagana de Teodosio siguió un desarrollo ascendente: se amenazó con el destierro, y más tarde con la muerte, a los que sacrificaran en los templos paganos para conocer el porvenir. Graciano ordenó quitar de la sala de sesiones del Senado de Roma, como se ha dicho, 27 el altar de la Victoria, y anuló las dotaciones de los colegios sacerdotales romanos confiscando sus bienes. Cuando Arbogasto proclamó emperador a Eugenio, Teodosio condenó el paganismo en todo el Imperio como un crimen de lesa majestad. Prohibió todas las formas del culto, desde los sacrificios a las ofrendas y libaciones. Ordenó que los templos fueran convertidos en iglesias o demolidos. Los juegos olímpicos se celebraron por última vez en el año 393, y la famosa estatua de Zeus que había esculpido Fidias fue trasladada a Constantinopla. La victoria de Flavius Frigidus consolidó estas drásticas disposiciones, a las que la religión grecorromana no sobreviviría.

Los arrianos no fueron tratados con menos rigor. El edicto de 28 de febrero del 380, promulgado en Tesalónica, era una verdadera declaración de guerra al arrianismo: «Todos nuestros pueblos deben, esta es nuestra voluntad, adherirse a la fe transmitida a los romanos por el divino apóstol Pedro, la que siguen el pontífice Dámaso y Pedro, obispo de Alejandría. Esto es, que nosotros creemos, según la predicación apostólica y la doctrina evangélica, en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, una divinidad de igual majestad y en divina Trinidad. Sólo los que siguen esta ley tienen derecho a llamarse cristianos católicos. Los demás deben sufrir el vergonzoso baldón de la herejía, sus hogares de reunión no deben llevar el nombre de iglesias, y han de ser castigados por el juicio divino, pero también por nuestra intervención judicial, que nosotros, apoyados en el juicio del cielo, les daremos.>> 28

Con esta declaración, Teodosio superaba ampliamente el autoritarismo religioso de Constantino, quien había impuesto su voluntad a los obispos, pero dejando a los concilios la definición oficial del dogma. Ahora, por primera vez, un emperador reglamentaba, en su propio nombre y no en el de la Iglesia, el código de las verdades cristianas obligatorias para sus súbditos,29 implantando el principio de la sumisión de la Iglesia al Estado. La ley definía la distinción entre católicos y herejes: eran católicos los que aceptaban la fe nicena, y heréticos todos los demás.

La legislación complementaria del edicto de Tesalónica prohibió a los herejes reuniones públicas y privadas, les obligó a entregar sus iglesias a los nicenos, y hasta restringió los derechos civiles de los arrianos radicales y de los maniqueos.

Teodosio, que aspiraba a conseguir por el camino de la intolerancia la unidad religiosa, creyó que un concilio podía precipitarla. El segundo concilio ecuménico de Constantinopla del año 381 añadió a la identidad y consustancialidad del Padre y del Hijo la del Espíritu Santo. El símbolo de Constantinopla fue aceptado por la Iglesia de Occidente, que no estuvo representada en el concilio. Pero el canon tercero, que determinaba «que el obispo de Constantinopla sea el primero después del obispo de Roma, porque Constantinopla es la nueva Roma», no sólo fue discutido por los metropolitanos más antiguos, como los de Jerusalén, Antioquía y Alejandría, sino fríamente acogido por el papa Dámaso. La equiparación de la jerarquía eclesiástica a la organización estatal era una medida lógica en la política religiosa de Teodosio. Pero Dámaso y el obispo de Milán Ambrosio iban a disputar al emperador la independencia de la Iglesia.

La independencia del poder eclesiástico: Dámaso y Ambrosio

La decisiva intervención de Teodosio en favor del cristianismo ortodoxo no determinó, como el emperador esperaba, la sumisión incondicional de la Iglesia. Precisamente cuando Teodosio alcanzaba sus victorias militares sobre Máximo y Eugenio y, en la cima de su poderío, dictaba su política religiosa, la Iglesia romana se disponía a afianzar el principio de la independencia del poder eclesiástico en los asuntos religiosos. Para conseguirlo, coincidieron dos personalidades de una valía excepcional: el papa Dámaso30 y el obispo de Milán Ambrosio. En los acontecimientos políticos de los reinados de Graciano, de Valentiniano II y de Teodosio, san Ambrosio intervino con una autoridad que sería inexplicable ,sin el apoyo silencioso, pero paciente, tenaz e inteligente del papa.

Ambrosio pertenecía a una familia cristiana de la nobleza de Roma. Su padre era prefecto del pretorio de la Galia cuando él nació en Tréveris en 339. Estudió en la Universidad de Roma, acaso al mismo tiempo que Símaco, e ingresó en la Administración como abogado asesor. A los 31 años fue nombrado gobernador .de la provincia de Liguria, cuya capital era Milán. Tres años más tarde el clero y el pueblo lo elegían obispo por aclamación. El funcionario civil, ante el que se abría una carrera brillante, se transformó en obispo sin solución de continuidad, y desplegó en la dirección de la comunidad milanesa sus aptitudes de administrador, y en sus relaciones con las otras diócesis sus singulares talentos políticos.

El concilio ecuménico de Constantinopla de 381 fue una asamblea de obispos orientales. En el mismo año, los obispos de Occidente se reunieron en Aquilea. El concilio de Aquilea, que rechazó la organización eclesiástica establecida en Constantinopla, estuvo dominado por Ambrosio, que pidió a Teodosio la reunión ,de un concilio general de las diócesis orientales y occidentales, «con el fin de que las cuestiones que, por la actuación de la parte -oriental del Imperio, han turbado nuestra unión, sean modificadas, y que sea abolido todo lo que nos separa>>.31 Esta demanda era una afirmación implícita de que la organización de la Iglesia era independiente de la del Imperio.

San Ambrosio iba a defender esa independencia, a lo largo de su episcopado, con una energía irresistible. A los obispos arrianos juzgados en Aquilea, que reclamaban jueces civiles, responde que los sacerdotes deben ser jueces en las causas de los laicos, y no los laicos en las de los clérigos. Pide al emperador Graciano la ejecución de la sentencia de Aquilea contra los arrianos, escribiendo al emperador que se debe respetar a la Iglesia católica en primer lugar, y luego las leyes del Estado.32 Muerto Dámaso, la gris personalidad del nuevo papa Siricio hace resaltar con más fuerza la 'brillante figura de san Ambrosio. Todas las tentativas de los paganos por reponer en el Senado el altar de la Victoria son desbaratadas por el obispo de Milán. Cuando Valentiniano II ordena entregar a los arrianos una basílica milanesa, Ambrosio se encierra en ella con un grupo numeroso de fieles, durante cinco días, del Domingo de Ramos al Viernes Santo de 385. Es entonces, para mantener el fervor de sus partidarios, cuando adapta el canto sirio-griego, creando el canto eclesiástico latino que lleva su nombre. Al notario que va a proponerle un arbitraje del consistorio le arguye que si se leen las Escrituras, se ve que son los obispos los que juzgan a los emperadores. Valentiniano II tuvo que revocar la donación.

El enfrentamiento de san Ambrosio con Teodosio

La primacía de la autoridad religiosa sobre el poder civil fue defendida con la misma rigidez frente a Teodosio. En la primera misa a la que el emperador asiste durante su residencia en Milán, san Ambrosio le obliga a abandonar el coro, donde Teodosio acostumbraba, en las iglesias orientales, a situarse. El segundo incidente se produjo con motivo del incendio de una sinagoga por la comunidad cristiana de Calínico, en Mesopotamia. Teodosio ordenó, al obispo de la ciudad la reconstrucción de la sinagoga. Ambrosio, en un sermón pronunciado en presencia del emperador, opuso una vez más el poder religioso al poder civil: «En los asuntos financieros, tú consultas a los condes; en materia religiosa, consulta a los sacerdotes».33 Teodosio se resistía a capitular, pero cuando fue a misa, Ambrosio retrasó el comienzo del sacrificio hasta que el emperador, temeroso de la excomunión, cedió.

Dos años más tarde el conflicto entre el emperador y el obispo fue todavía más grave. En Tesalónica, el jefe de los soldados bárbaros acantonados en la ciudad fue muerto, con alguno de sus hombres, en un estallido de antigermanismo de la población. Teodosio, enfurecido, ordenó un castigo terrible. La plebe de Tesalónica fue recluida en el circo, y tres mil hombres fueron asesinados por los soldados germanos. Teodosio revocó su sangriento mandato, pero la contraorden llegó demasiado tarde, San Ambrosio excomulgó al emperador y le exigió una penitencia pública. Teodosio vaciló entre la resistencia y la sumisión, pero acabó por doblegarse. Durante algún tiempo compareció en la Iglesia como penitente, y en la Navidad de 390 fue admitido a la comunión.

Aunque debamos prevenirnos contra la valoración excesiva de estos hechos, y no veamos en la actitud de Teodosio sino la obediencia del cristiano que acepta un mandamiento religioso, es evidente que las humillaciones de Teodosio no se explican ni por la extraordinaria personalidad de Ambrosio ni por una espontánea sumisión del príncipe. Teodosio, que impuso siempre su voluntad a los obispos orientales, tuvo que aceptar la independencia de la Iglesia de Occidente en materia religiosa. Pero como Roma no consiguió arrebatar la Iglesia oriental al cesarismo constantinopolitano, ni los patriarcas orientales lo deseaban al precio de su subordinación al papa, la posibilidad de «abolir todo lo que separaba» (expresado con palabras de san Ambrosio) a las dos Iglesias era cada vez más ardua.

El reinado de Teodosio, época de transición

Cuando fue proclamado emperador por Graciano, Teodosio hubo de afrontar dos problemas que amenazaban destruir el Imperio: la invasión goda en la región balcánica y la desunión interna de la sociedad romana, desgarrada por la desigualdad social y por las querellas religiosas.

La solución que Teodosio dio al problema godo permitió una paz precaria, que no sobrevivió al emperador. En cambio, inició los asentamientos de pueblos bárbaros en territorio romano con la autorización del Estado, y aceleró la germanización del Occidente.

La política religiosa de Teodosio aniquiló el paganismo, e hirió mortalmente al arrianismo, pero no logró la unidad religiosa de las dos partes del Imperio ni la supremacía del Estado sobre la Iglesia de Occidente.

El proceso de disolución económica, social y política del Estado romano era irreversible ya en Occidente, y la unidad buscada por el emperador no le sobrevivió. Teodosio aceleró la desintegración de la pars occidentalis, agravando con sus prodigalidades las necesidades financieras del Estado; abandonando a los humildes, los condenaba al patronazgo de los jefes militares y de los grandes señores; favoreciendo los ascensos de los germanos en la milicia, preparó la disolución del ejército romano; destruyendo el paganismo, enterraba el espíritu de la antigua Roma. Se malogró el Estado católico que quiso edificar, pero en ese espejo roto se miraron los Estados bárbaros medievales. La obra de Teodosio es un puente entre la Antigüedad y la Edad Media.

5. La dinastía teodosiana hasta la muerte de Estilicón (395-408)

Al proclamar augustos a sus dos hijos (a Arcadio, en 383; a Honorio, en 394),34 Teodosio inmolaba la continuidad de su política al principio dinástico. Arcadio, emperador de Oriente, mostraba a sus dieciocho años una voluntad débil y una incapacidad para la gestión política que los trece años de su reinado iban a confirmar. Honorio, emperador de Occidente, era, al morir su padre, un niño de once años que necesitaba ser tutelado. La protección de Honorio fue confiada por Teodosio a Estilicón, un vándalo romanizado que había servido al emperador con inteligencia y fidelidad en la diplomacia y en la milicia. Como todos los altos funcionarios y jefes del ejército, había adquirido tierras, y era uno de los mayores terratenientes del Imperio. Teodosio lo casó con su sobrina Serena y lo nombró general de la caballería y de la infantería.

El prefecto del pretorio de Oriente era Rufino, otro bárbaro de origen galo. La rivalidad de estos dos patricios germánicos resultó decisiva por la inhibición política de los dos emperadores que ellos gobernaban; la cooperación, que había existido siempre, entre las dos partes del Imperio, se rompió cuando más necesaria era. El gobierno colegial, que desde Diocleciano hemos hallado tantas veces en el Imperio del siglo IV (entre Constante y Constancio, entre Valentiniano I y Valente, entre Graciano y Teodosio), fue sustituido por dos Gobiernos, no sólo independientes, sino frecuentemente enemistados. Los sucesores de Rufino en el poder efectivo de Constantinopla -el eunuco Eutropio primero, la emperatriz Eudoxia más tarde- contribuyeron, con su hostilidad a Estilicón, a que un entendimiento con Occidente en los problemas que interesaban a la totalidad del Imperio resultara imposible.

Alarico en Iliria

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente