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El desencanto de Europa (impotencia, melancolía y suicidio económico) (página 6)

Enviado por Ricardo Lomoro


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Esa visión, como todos los conceptos más eficaces de Europa, sería una mezcla de ideas francesas y alemanas. En este momento, Francia está rendida al éxito impresionante del libro Capital in the Twenty-First Century (El capital en el siglo XXI) del economista Thomas Piketty, donde analiza el aumento de la desigualdad en ausencia de niveles de crecimiento económico excepcionales. El mensaje del libro (un llamado a hacerle frente al aumento de la desigualdad y un alegato a favor de más crecimiento económico) tiene importantes derivaciones en materia de políticas. Pero lo que el pikettismo requiere no es tanto impuestos a las ganancias sino a la riqueza.

La idea de usar un impuesto a la riqueza para superar la crisis de deuda de Europa también cuenta con considerable apoyo del lado oriental del río Rin, pero por otras razones. A los alemanes todavía les preocupa que los llamen al rescate de los sobreendeudados gobiernos del sur de Europa. En opinión de Alemania, semejante transferencia de deuda pública sería injusta, sobre todo porque el alto endeudamiento público suele ir de la mano de mayores niveles de riqueza de los particulares que en el norte de Europa. Este argumento, planteado por el Bundesbank, parece favorable a un impuesto a la riqueza.

De hecho, ese impuesto podría estimular la actividad económica y el crecimiento. Las casas vacías y los campos baldíos (una visión muy frecuente en el sur de Europa) son una inversión relativamente segura que, con lo poco que paga de impuestos, no es demasiado costosa para sus propietarios. Elevar la tasa impositiva alentaría la venta de esas propiedades, lo que llevaría a una recuperación y mejora en el uso de la tierra y las construcciones; en la práctica, funcionaría como un enorme paquete de estímulo.

Dado que el impuesto a la riqueza se usaría más que nada para saldar grandes deudas públicas ya contraídas, su implementación sería en el nivel nacional. Al aplicarse a propiedades inmuebles, sería más efectivo y controlable que los intentos de gravar factores de producción móviles. Y presentarlo como un gravamen por única vez orientado a resolver la herencia de políticas erradas del siglo XX serviría para evitar que desaliente la actividad económica futura.

La inminente elección para el Parlamento Europeo puede ser el llamado de atención que los partidos proeuropeístas necesitan con urgencia. Felizmente para ellos, hay una forma convincente de combinar la preocupación, fundamentalmente francesa, por los peligros de la desigualdad con la preocupación, fundamentalmente alemana, por el exceso de deuda pública. Los impuestos a la propiedad y a la riqueza pueden ser la base de una nueva alineación política en Europa.

(Harold James is Professor of History and International Affairs at Princeton University, Professor of History at the European University Institute, Florence, and a senior fellow at the Center for International Governance Innovation. A specialist on German economic history and on globalization…)

– ¿Los europeos realmente le tienen miedo a los inmigrantes? (Project Syndicate – 21/5/14)

Londres.- Los partidos de extrema derecha van camino a ganar una predominancia sustancial en la próxima elección del Parlamento Europeo. Aunque los analistas difieren respecto de si esta ola populista está cobrando fuerza, si afectará seriamente la toma de decisiones políticas de la Unión Europea y si se mantendrá en las elecciones nacionales, tienden a coincidir en una cosa por lo menos: el respaldo a esos partidos suele basarse en un sentimiento anti-inmigrante. Sin embargo, las apariencias y la creencia popular pueden engañar.

El populismo adopta muchas formas, y la lógica de su éxito varía de un lugar a otro. Pero el descontento económico (muchas veces asociado con el euro), el enojo ante el establishment político, el renaciente encanto que ejerce el nacionalismo y el sentimiento negativo hacia la UE son todos temas recurrentes, ya sea en el Reino Unido, Francia, Hungría, Italia, Grecia, Holanda o Dinamarca.

También es cierto que los inmigrantes figuran de manera prominente en la retórica populista en toda la UE. Pero sería peligrosamente erróneo concluir que la mera presencia de inmigrantes en Europa alimenta el apoyo a los extremistas. Se podría argumentar con más fuerza que es precisamente la falta de políticas efectivas para administrar la inmigración lo que ha alienado a los votantes europeos.

Sorprendentemente, la extrema derecha solo tiene una influencia débil en aquellos estados miembro de la UE que han sido más proactivos a la hora de administrar la inmigración y la integración de los inmigrantes. Alemania, España, Suecia y Portugal, por ejemplo, han hecho más que la mayoría para abrir canales legales para la inmigración e invertir en la integración de los inmigrantes.

En esos países, el populismo no está cambiando fundamentalmente los contornos del debate político. En España y Portugal, por ejemplo, donde el desempleo es muy alto, los partidos populistas no están tan afianzados.

De hecho, los ciudadanos de esos países por lo general respaldan la inmigración legal y consideran exitosos los esfuerzos de integración. En Alemania, el 62% de las personas encuestadas por el German Marshall Fund perciben a la inmigración más como una oportunidad que como un problema; esa cifra llega al 68% en Suecia. En Portugal, ante la consulta sobre si los inmigrantes de primera generación están bien integrados, el 79% de los participantes respondió que sí, al igual que el 63% de los encuestados en España.

Al hablar abiertamente sobre la inmigración y ocuparse de las preocupaciones legítimas de los votantes, los políticos en estos países también han ayudado a anclar el debate público en la realidad. Definen a la inmigración como un desarrollo generalmente positivo que ayuda a mitigar los problemas de las poblaciones que envejecen y las brechas en el mercado laboral. En consecuencia, el miedo se apacigua: cuando se les consultó si los inmigrantes les roban empleos a los ciudadanos nacidos en el país, el 80% de los alemanes y el 77% de los suecos dijeron que no.

En lugares donde la retórica en torno a la inmigración pierde los estribos, como en el Reino Unido, las percepciones muchas veces son sumamente distorsionadas. El británico promedio, por ejemplo, cree que el 31% de la población del Reino Unido nació en el exterior, mientras que la cifra real es 13%. En Suecia, en cambio, la diferencia entre la percepción y la realidad es de apenas tres puntos porcentuales. El debate y la adopción de políticas basados en la realidad pueden transformar fundamentalmente la dinámica negativa alrededor de la inmigración.

Los europeos también tienen muchos menos resquemores culturales sobre los inmigrantes de lo que podría sugerir la cobertura de los medios: el 69% de los europeos cree que los inmigrantes no plantean una amenaza cultural. Por cierto, casi las dos terceras partes -incluido el 82% en Suecia y el 71% en Alemania- dicen que los inmigrantes enriquecen su cultura nacional.

Por el contrario, los partidos de gobierno que no han pensado progresivamente sobre la inmigración o que no refutan la retórica populista de manera adecuada (o directamente no lo hacen) son los que más sufren de cara a la elección del Parlamento Europeo. En efecto, al hacer poco por administrar la inmigración y la integración, algunos gobiernos han cedido el control a contrabandistas, traficantes y empleadores explotadores, contribuyendo así a la división social y enlenteciendo el crecimiento económico. No sólo están dándole poder a los populistas; cada vez se están pareciendo más a ellos.

Todavía hay tiempo para avanzar en una dirección más sensata. Los europeos en todo el continente siguen teniendo una postura equilibrada frente a la inmigración. En general, según el German Marshall Fund, al 62% de los europeos no le preocupa la inmigración legal. Por otra parte, son muchos los que concuerdan en que "los inmigrantes generalmente ayudan a resolver la escasez de mano de obra en los mercados laborales". Estas visiones fundamentadas demuestran que hay lugar para un debate honesto sobre el papel de la inmigración en el futuro de Europa.

La escala de la inmigración debería ser una cuestión de debate público iluminado, que equilibre las consideraciones económicas, humanitarias y sociales. Los políticos que tengan la valentía de liderar una conversación de este tipo de manera constructiva podrían sorprenderse con la respuesta de la población.

(Peter Sutherland, Chairman of the London School of Economics, non-executive Chairman of Goldman Sachs International, and Special Representative of the UN Secretary-General for International Migration and Development, is former Director General of the World Trade Organization, EU Commissioner for…)

– La amenaza capitalista para el capitalismo (Project Syndicate – 23/5/14)

Londres.- Winston Churchill, como es sabido, observó que la democracia es la peor forma de gobierno -aparte de todas las demás que se han intentado-. Si hoy estuviera vivo, podría pensar lo mismo del capitalismo como un vehículo para el progreso económico y social.

El capitalismo ha conducido a la economía mundial a una prosperidad sin precedentes. Sin embargo, también demostró ser sustancialmente disfuncional. Muchas veces fomenta la visión cortoplacista, contribuye a disparidades enormes entre ricos y pobres y tolera el trato insensato que se le da al capital ambiental.

Si no se pueden controlar estos costos, el respaldo al capitalismo quizá desaparezca -y con él, la mejor esperanza de la humanidad de alcanzar prosperidad y crecimiento económico-. Por lo tanto, es hora de considerar los nuevos modelos de capitalismo que están surgiendo en todo el mundo -específicamente, el capitalismo consciente, el capitalismo moral y el capitalismo inclusivo.

Estos esfuerzos por redefinir el capitalismo reconocen que las empresas deben mirar más allá de las ganancias y las pérdidas para mantener el respaldo público a una economía de mercado. Todos ellos comparten la presunción de que las compañías deben ser conscientes de su papel en la sociedad y esforzarse por asegurar que los beneficios del crecimiento sean compartidos ampliamente y no impongan costos ambientales y sociales inaceptables.

Como están dadas las cosas, a pesar del reciente crecimiento de los mercados emergentes, la economía mundial es un lugar de extremos sorprendentes. Los 1.200 millones de personas más pobres del planeta representan apenas el 1% del consumo global, mientras que los 1.000 millones de personas más ricas son responsables del 72%. Según un estudio reciente, las 85 personas más ricas del mundo han acumulado la misma riqueza que los 3.500 millones de personas de la parte inferior de la pirámide. Una de cada ocho personas se va a la cama con hambre todas las noches, mientras que 1.400 millones de adultos están excedidos de peso.

Cualquier sistema que genera este tipo de excesos y excluye a tantos enfrenta el riesgo de un rechazo público. Lo inquietante es que los efectos colaterales negativos del capitalismo se están intensificando mientras que la confianza en las instituciones públicas ha decaído a un mínimo histórico. Según el último Barómetro de Confianza de Edelman, menos de la mitad de la población global confía en el gobierno. A las empresas les va mejor, pero no mucho. Los escándalos -desde las conspiraciones para enmendar tasas financieras clave hasta el descubrimiento de carne de caballo en la cadena alimenticia– minan la fe de la gente en las empresas como agentes para el bien común.

Desilusionada tanto con el estado como con el mercado, la gente cada vez más se pregunta si el capitalismo, tal como lo practicamos, justifica los costos. Vemos esto en movimientos como Día de la Tierra y Occupy Wall Street. En muchas partes del mundo -desde los países de la Primavera Árabe hasta Brasil, Turquía, Venezuela y Ucrania, los pueblos frustrados están tomando las calles.

Resolver las deficiencias del capitalismo moderno exigirá un fuerte liderazgo y una amplia cooperación entre empresas, gobiernos y ONG. Para empezar a crear un sendero hacia adelante, estamos convocando a líderes globales clave a Londres el 27 de mayo a una conferencia sobre capitalismo inclusivo. Entre los asistentes habrá máximos responsables ejecutivos de instituciones que representan más de 30 billones de dólares en activos invertibles -un tercio del total mundial-. Su objetivo será establecer medidas tangibles que las empresas puedan tomar para empezar a cambiar la manera en que hacen negocios -y reconstruir la confianza pública en el capitalismo.

Un esfuerzo de estas características puede rendir frutos, como lo demuestran las propias acciones de Unilever. Desde que abandonó la política de dar a conocer los pronósticos y las ganancias trimestrales, la compañía se ha esforzado por priorizar la estrategia a largo plazo. Adoptó planes para impulsar el crecimiento de la empresa y también reducir su impacto ambiental y mejorar su impacto social positivo.

Muchas de sus marcas hoy tienen misiones sociales -por ejemplo, los productos Dove son comercializados junto con una campaña de autoestima de las mujeres, y el jabón Lifebuoy apunta a enfermedades transmisibles con sus programas que fomentan el lavado de manos a nivel global-. No sorprende, tal vez, que éstas sean las marcas de más rápido crecimiento de la compañía.

Sin embargo, lo que cualquier empresa puede lograr tiene un límite. El cambio transformacional sólo se producirá si las empresas y otros actúan en conjunto. Una vez más, tenemos esperanzas, porque se está cobrando impulso. Se están formando coaliciones para enfrentar cuestiones que van desde la deforestación ilegal hasta la seguridad de los alimentos. Organismos como el Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sostenible y el Foro de Bienes de Consumo global están uniendo a actores esenciales de la industria y ejerciendo presión sobre los gobiernos para aunar fuerzas en la búsqueda de un capitalismo sustentable.

A medida que aumenta el costo de la inacción, los gobiernos y las empresas deben seguir ofreciendo una respuesta. Ninguno de nosotros puede prosperar en un mundo en el que mil millones de personas se van a la cama con hambre todas las noches y 2.300 millones de personas no tienen acceso a instalaciones sanitarias básicas. Tampoco los negocios pueden prosperar donde el optimismo público sobre el futuro y la confianza en las instituciones están en sus valores más bajos históricos.

Tenemos un largo camino por delante, pero creemos que la transformación necesaria está comenzando. Un creciente volumen de evidencia sugiere que nuevos modelos comerciales pueden ofrecer un crecimiento responsable. La Conferencia sobre Capitalismo Inclusivo representa otro paso hacia adelante. Aunque nuestro trabajo recién haya comenzado, estamos convencidos de que en una generación vamos a poder redefinir el capitalismo y construir una economía global sustentable y equitativa.

No tenemos tiempo que perder. Como alguna vez dijo Mahatma Gandhi: "El futuro depende de lo que hacemos en el presente".

(Paul Polman is the CEO of Unilever. Lynn Forester de Rothschild is CEO of E.L. Rothschild and co-chair of the Henry Jackson Initiative for Inclusive Capitalism)

– La geografía de los valores de Europa (Project Syndicate – 26/5/14)

París.- ¿Cómo debería reaccionar Europa ante la reafirmación por parte de Rusia de su tradición imperial y los engañosos métodos y reflejos del pasado soviético? ¿Debería conceder prioridad al "valor de la geografía" o a la "geografía de los valores"?

Quienes optan por lo primero lo hacen en nombre del "realismo energético" a corto plazo, al sostener que reviste importancia decisiva alcanzar un acuerdo con Rusia, porque Europa carece del gas y del petróleo de esquisto de los Estados Unidos. Según ese razonamiento, este último país puede vivir sin Rusia, pero Europa no.

Además, para los realistas el comportamiento desafiante de los Estados Unidos con sus aliados más antiguos y más fieles, reflejado en los recientes escándalos de vigilancia en los que ha estado implicada la Agencia Nacional de Seguridad, ha desacreditado la idea misma de una "comunidad de valores". Si los Estados Unidos han dejado de respetar los valores que profesan, ¿por qué habría la Unión Europea de perder la buena voluntad del Kremlin en nombre de su observancia?

Semejantes realistas afirman también que, al alinear las posiciones de la UE con las de la OTAN, Europa ha optado imprudentemente por humillar a Rusia, actitud inútil y peligrosa. Ha llegado la hora –dicen– de aplicar una política que concilie el sentido común histórico y geográfico con la necesidad de energía. El futuro de Europa está inexorablemente vinculado con el de Rusia, mientras que los Estados Unidos han dado la espalda a Europa, por desinterés, si no desilusión. La conmemoración de un pasado glorioso -el 70º aniversario del Día D- no puede ocultar el presente menguante: aunque Europa intente diversificar sus recursos energéticos, no puede prescindir de Rusia en el futuro previsible.

¿Por qué -dicen los realistas- se debe morir por unos ucranianos que son aún más corruptos y mucho menos civilizados que los propios rusos? Ucrania ha tenido su oportunidad como Estado independiente y ha fracasado, víctima de la venalidad de sus minorías políticas dirigentes. Ha llegado la hora de cerrar ese triste paréntesis.

Esa opinión no es teórica. Se ve, en formas diversas, en toda la UE, en la derecha y la izquierda y en personas de todas las creencias. La percepción de la decadencia relativa de los EEUU y la profunda pérdida de confianza de la UE en sus valores y modelos parecen legitimar una posición basada en muchos casos en los restos de un antiguo antiamericanismo.

La otra vía, que insiste en la geografía de los valores por encima del valor de la geografía, fue la elegida por los padres fundadores del proyecto europeo y la OTAN. Según esa opinión, si no se reconocen los designios imperiales de Putin, aumentará el riesgo de que Europa sea presa de una forma de dependencia no benévola.

Para Europa, prestar atención al canto de sirena del Este -una melodía de complementariedad entre el poder estratégico de Rusia y el poder económico de la UE- sería como pagar a la Mafia para recibir protección de ella. ¿Cómo podría un club de democracias ser enteramente dependiente para su seguridad de una potencia autoritaria que desprecia a las claras sus "débiles" sistemas políticos?

No es coincidencia que esa actitud rusa de oposición a la democracia, a los inmigrantes y a la homosexualidad encuentre apoyo en los partidos más conservadores, extremistas y nacionalistas de la UE. En cambio, la fuerza y el atractivo del modelo de la UE dependen de su carácter democrático. Los europeos que han dejado de soñar con Europa, que dan por sentadas la paz, la reconciliación y sobre todo la libertad no se dan cuenta de lo que está en juego.

Adoptar una "raison d"état energética" que deje a Europa dependiente de Rusia respecto de una tercera parte de sus recursos energéticos sería suicida. Existen opciones substitutivas. Europa puede decir "no" al Kremlin y a Gazprom: basta con que tenga la voluntad necesaria para hacerlo.

La única política posible que puede ser a un tiempo realista y digna consiste en una combinación de firmeza y resolución para poner límites a la Rusia de Putin. Precisamente porque los Estados Unidos ya no son lo que eran (pues hicieron demasiado durante la presidencia de George W. Bush y demasiado poco durante la de Barack Obama) es por lo que la alianza de Europa basada en los valores es más indispensable que nunca.

Esos valores son los que propiciaron la caída del Muro de Berlín y motivaron a los manifestantes en Kiev a afrontar el brutal invierno ucraniano al aire libre en Maidan. De Asia a África, los pueblos parecen tener una mejor comprensión que los europeos de la importancia de los valores europeos. Basta con oírlos elogiar al continente de la paz, de la reconciliación e incluso de la igualdad relativa (comparado con los EEUU).

Para la UE, la opción nunca ha estado más clara. Para sobrevivir y prosperar, debe poner la geografía de los valores por encima de todo.

(Dominique Moisi is Senior Adviser at The French Institute for International Affairs (IFRI) and a professor at L'Institut d"études politiques de Paris (Sciences Po). He is the author of The Geopolitics of Emotion: How Cultures of Fear, Humiliation, and Hope are reshaping the World)

– ¿Conseguirá Europa despertarse? (El País – 27/5/14)

(Por Timothy Garton Ash)

El día en que el pueblo asaltó la Bastilla, en 1789, el rey Luis XVI escribió ríen en su diario. No creo que los dirigentes europeos escribieran "nada" el domingo en sus tabletas, pero sí temo que no hagan nada frente al grito revolucionario que se ha oído en todo el continente. El ríen actual tiene un rostro y se llama Juncker, Jean-Claude Juncker.

Si los líderes europeos designan a Juncker -el candidato del PPE, el grupo de centro-derecha que más escaños ha obtenido en el Parlamento Europeo- como presidente de la Comisión Europea, estarán mostrando una reacción desastrosa, ofreciendo más de lo mismo. El astuto luxemburgués es el político que durante más tiempo ha ocupado la jefatura de gobierno de un Estado de la UE, y presidió el Eurogrupo durante los peores momentos de la crisis. Aunque nadie duda de su habilidad como político y negociador, encarna todo aquello de lo que desconfían los votantes que, desde la izquierda y la derecha, han querido protestar contra las élites europeas. Es, por así decir, el Luis XVI de la Unión Europea.

También es preocupante lo que puede suceder dentro del Parlamento Europeo. Es más que probable que se cree una especie de gran coalición implícita de los grandes grupos actuales, el centro-derecha, el centro-izquierda, los liberales y (al menos para ciertos temas) los verdes, con el propósito de mantener a raya a todos los partidos antisistema. Si hay otros partidos nacionalistas y xenófobos dispuestos a aceptar el liderazgo de la triunfadora Marine le Pen y su Frente Nacional y a obviar sus diferencias para formar un grupo reconocido en el Parlamento, eso les permitirá tener acceso a subvenciones (con dinero de los contribuyentes europeos) y más poder en los procedimientos parlamentarios, pero no los votos suficientes para superar a esa posible gran coalición de centro.

Menos mal, ¿no? Sí, a corto plazo. Pero solo si esa gran coalición impulsa una serie de reformas decisivas en la Unión Europea. Para empezar -por su valor simbólico-, debería negarse a seguir haciendo su absurdo traslado periódico de la espaciosa sede de Bruselas a la lujosa segunda sede en Estrasburgo -el Versalles de la UE-, que cuesta alrededor de 180 millones de euros al año. Si la gran coalición informal no ofrece en los próximos cinco años las respuestas que tantos europeos están pidiendo, solo servirá para reforzar los votos contra la UE en los próximos comicios. Porque la responsabilidad del fracaso se achacará a todos los partidos tradicionales.

El único aspecto positivo de esta negra nube que se cierne sobre el continente es que, por primera vez desde que comenzaron las elecciones directas al PE, en 1979, parece que la participación general no ha disminuido. La afluencia a las urnas varía enormemente entre unos países y otros -¡en Eslovaquia fue de alrededor del 13%!-, pero en Francia, por ejemplo, fueron a votar muchos más ciudadanos que en la última ocasión. Por fin se ha hecho realidad lo que los europeístas llevan tanto tiempo predicando: los ciudadanos europeos han participado activamente en un proceso democrático de toda la UE. Lo irónico es que lo han hecho para votar contra la UE.

¿Qué es lo que han querido decir los europeos a sus dirigentes? El mensaje general lo ha resumido muy bien el dibujante Chappatte en The International New York Times, con una viñeta en la que un grupo de manifestantes sostiene una pancarta que dice "descontentos" mientras uno de ellos grita hacia una urna a través de un megáfono. Hay 28 Estados miembros, y 28 variedades de descontentos. Algunos de los partidos que han triunfado son de auténtica extrema derecha: el húngaro Jobbik, por ejemplo, que ha obtenido tres escaños y más del 14% de los votos. Otros -la mayoría-, como el UKIP en Gran Bretaña, han recibido votos de la izquierda y la derecha, por haber sabido explotar los sentimientos expresados en eslóganes como "Queremos que nos devuelvan nuestro país" y "Demasiados extranjeros para tan pocos puestos de trabajo". Sin embargo, en Grecia, el voto de protesta ha ido a parar a Syriza, un partido de izquierda y contrario a las medidas de austeridad.

Simon Hicks, destacado experto en el Parlamento Europeo, distingue tres grandes zonas de descontento: los europeos del norte que no pertenecen al euro (británicos y daneses), los europeos del norte que sí pertenecen al euro (como los alemanes que han dado varios escaños a Alternativa por Alemania, que se opone a la moneda única) y los europeos del sur pertenecientes al euro (griegos y portugueses, sobre todo). Aparte están los europeos del Este, muchos de los cuales con sus propios motivos de insatisfacción. El hecho de que los descontentos tengan procedencias tan variadas hace que sea más difícil abordar el problema. La política que el votante de Syriza desearía implantar en la eurozona representa la peor pesadilla imaginable para el votante de Alternativa por Alemania.

No obstante, todos tienen una cosa en común: la inquietud por las oportunidades que van a tener sus hijos. Hasta hace diez años, aproximadamente, lo normal era pensar que la siguiente generación de europeos tendría una vida mejor. Europa era un elemento perteneciente a una historia general de progreso. Sin embargo, según un Eurobarómetro de este mismo año, más de la mitad de los entrevistados piensa que los que hoy son niños en la UE tendrán una vida "más difícil" que la suya. Ya existe una generación de graduados europeos que sienten que se les ha robado ese futuro mejor que les habían enseñado a esperar. Son los miembros de una nueva clase: el precariado.

En este momento tan trascendental para el proyecto europeo, merece la pena volver a los orígenes, al Congreso de Europa de 1948, en el que el veterano paneuropeísta Richard Coudenhove-Kalergi advirtió a sus colegas fundadores: "No olvidemos nunca, amigos míos, que la Unión Europea es un medio, y no un fin". Y así sigue siendo hoy. La Unión Europea no es un fin. Es un medio para lograr que sus ciudadanos tengan unas vidas mejores, más prósperas, libres y seguras.

Lo que necesitamos ahora es centrarnos por completo en eso. Basta ya de interminables debates institucionales. Basta de "más Europa o menos Europa": ¿más qué, menos qué? Por ejemplo, más mercado único de energía, telecomunicaciones, Internet y servicios, pero quizá menos Bruselas en pesca y cultura. Hay que tomar cualquier medida que cree un puesto de trabajo para un desempleado. Hay que eliminar cualquier burocracia que lleve a una persona al paro. No es el momento de poner a políticos como Juncker. Necesitamos una Comisión Europea formada por la gente de más talento y de probada capacidad, personas como Pascal Lamy o Christine Lagarde, que dediquen todos sus esfuerzos a convencer a las legiones de descontentos de que sus hijos pueden tener un futuro mejor y de que ese futuro está en Europa.

Eso es lo que debería ocurrir. ¿Pero ocurrirá? Tengo la terrible e íntima sensación de que, en el futuro, tal vez, los historiadores escribirán sobre las elecciones de mayo de 2014: "Fue la señal de alarma que Europa no oyó".

(Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, donde dirige el proyecto freespeechdebate.com, e investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Su último libro es Los hechos son subversivos: escritos políticos para una década sin nombre)

– Europa y Antieuropa (Project Syndicate – 27/5/14)

Londres.- La elección para el Parlamento Europeo ha puesto en marcha un doloroso proceso, en el que habrá que reconsiderar no solamente el modo en que funciona la Unión Europea, sino también cuál es su significado profundo. El resultado de la elección dejó en claro que ahora hay dos Europas: una donde la lógica de la integración está profundamente integrada al sistema político y otra que rechaza los supuestos básicos de la soberanía compartida.

La buena noticia es que la mayor parte de Europa entra en la primera categoría; la mala noticia es que las excepciones incluyen a dos países muy grandes y poderosos.

El debate acerca de Europa no es simplemente una discusión sobre los méritos de tal o cual solución institucional o técnica a un problema de coordinación política; es un debate acerca de cómo pueden las sociedades organizarse exitosamente en un mundo globalizado. En esto, se le viene prestando mucha atención al diseño institucional, pero muy poca al dinamismo social y la innovación.

Antes de la elección, los proeuropeos consideraban que la votación inminente sería una demostración del surgimiento de una nueva modalidad democrática abarcadora de toda la Unión. Europa se parecería más a un país, con partidos políticos paneuropeos que propondrían un candidato cabeza de lista (o Spitzenkandidat, como lo llaman los alemanes) para futuro presidente de la Comisión Europea.

Los euroescépticos replicaban que el nuevo orden político no funcionaría. Los votantes usarían las elecciones como ya lo hicieron otras veces: para protestar, no tanto contra Europa, sino contra sus propios gobiernos nacionales. Además, votarían contra las medidas de austeridad impuestas como parte de la estrategia de la Unión Europea para defender la unión monetaria.

Tanto los optimistas como los pesimistas se equivocaron. Los resultados de la elección no determinan un liderazgo claro para Europa, y es probable que las negociaciones políticas para la designación del próximo presidente de la Comisión sean prolongadas y tengan poco de democráticas. Pero al mismo tiempo, y aunque los titulares de los diarios sugieran lo contrario, no se ha visto surgir una ola uniforme de antieuropeísmo o de desilusión con el proyecto europeo.

De hecho, en muchos países, incluidos algunos de los más golpeados por la crisis financiera y económica, los votantes terminaron apoyando a sus gobiernos y al proyecto europeo. Este efecto fue discernible en España y, más dramáticamente, en Italia, donde el nuevo gobierno reformista de Matteo Renzi desmintió a los que creían que los italianos emitirían un nuevo voto masivo de protesta. En Europa del este, la Plataforma Cívica que gobierna a Polonia obtuvo más votos que la oposición nacionalista, mientras que en los estados bálticos, donde los efectos económicos de las medidas de austeridad han sido los más severos de toda la Unión Europea, los votantes apoyaron a candidatos centristas para el Parlamento Europeo.

La inesperada debilidad de la derecha populista en los Países Bajos y la estupenda elección del partido gobernante (la democracia cristiana) en Alemania son aspectos de un mismo fenómeno: la consolidación de un nuevo núcleo europeo políticamente estable y seguro de sí mismo.

Pero del otro lado del Rin y del Canal de la Mancha, el panorama es muy diferente. Tanto en Francia como en el Reino Unido, el éxito de los partidos populistas insurgentes sacudió la escena política: los partidos gobernantes (socialista en Francia y conservador en el Reino Unido) no solo perdieron la elección, sino que terminaron en tercer lugar.

El primer ministro galo, Manuel Valls, describió la victoria del ultraderechista Frente Nacional de Marine Le Pen como un "terremoto" político. Y aunque el caso francés se podría adjudicar a la falta de popularidad del presidente socialista François Hollande y su gobierno, el triunfo del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP) no se puede explicar como un voto de protesta contra la coalición gobernante, que en este momento está dándole al país una recuperación económica. La sorprendente victoria del UKIP fue claramente un rechazo popular a Europa, y en particular a la inmigración procedente de la Unión Europea.

Los resultados de la elección en Francia y el Reino Unido son un reflejo de las profundas diferencias que hay entre ambos países y el resto de Europa. En primer lugar, sus pasados imperiales los condicionan a actuar como grandes potencias decimonónicas, no como integrantes del mundo globalizado e interconectado del siglo XXI. Esto se ve en sus modelos económicos. En el Reino Unido, hay una dependencia excesiva de los servicios financieros, reflejo de la idea de que las finanzas son la actividad coordinadora central de la vida económica, una idea que tenía más sentido en el siglo XIX que en la actualidad.

La debilidad equivalente en Francia es su propensión al gigantismo corporativista: su economía está formada por grandes empresas industriales muy exitosas, la mayoría de ellas bien conectadas políticamente, y minúsculos negocios familiares que son vestigios de un país que ya no existe. Pero falta casi por completo esa abundancia de pequeñas y medianas empresas que hacen posible el éxito empresarial y económico de Alemania y España.

Tanto en el Reino Unido como en Francia se discute acaloradamente sobre el modo de cambiar el modelo económico. Algunos reformistas en gobierno quieren más sistemas de pasantías profesionales como los de Alemania; también se habla de ofrecer exenciones impositivas a las pequeñas empresas y de simplificar el exceso de normas burocráticas agobiantes.

Ninguno de los dos países podrá sobrevivir a base de nostalgia. Es esencial que Francia y el Reino Unido encaren la tarea de reformarse, tanto como es esencial reformar el complejo y vacilante orden político de Europa. Y esto supone mucho más que retocar el gasto público y lanzar algún que otro proyecto de infraestructura de alta tecnología; de lo que se trata es de recrear las bases para una sociedad más dinámica.

La reforma interna de las dos ex grandes potencias imperiales de Europa también es un elemento esencial para que Europa funcione. En el caso del Reino Unido, el proyecto europeo tal vez podría sobrevivir sin él; pero una Europa unida sin Francia es impensable.

(Harold James is Professor of History and International Affairs at Princeton University, Professor of History at the European University Institute, Florence, and a senior fellow at the Center for International Governance Innovation. A specialist on German economic history and on globalization…)

– El salvavidas ucraniano de Europa (Project Syndicate – 28/5/14)

Nueva York.- Las elecciones al Parlamento Europeo y las elecciones presidenciales de Ucrania celebradas el pasado fin de semana produjeron resultados totalmente opuestos. Los votantes de Europa expresaron su insatisfacción por la forma como funciona actualmente la Unión Europea, mientras que el pueblo de Ucrania demostró su deseo de asociación con la UE. Los dirigentes y los ciudadanos europeos deberían aprovechar esta oportunidad para examinar su significado… y ver que la ayuda a Ucrania puede ayudar también a Europa.

La UE fue concebida originalmente como una asociación cada vez más estrecha de Estados soberanos deseosos de mancomunar una parte cada vez mayor de su soberanía en pro del bien común. Fue un experimento audaz en materia de gobernación internacional y Estado de derecho, encaminado a substituir al nacionalismo y al uso de la fuerza.

Lamentablemente, la crisis del euro ha transformado a la UE en algo radicalmente distinto: una relación de países acreedores y deudores en la que los primeros imponen condiciones que perpetúan su predominio. En vista de la baja participación en las elecciones al Parlamento Europeo y si sumáramos el apoyo del Primer Ministro de Italia, Matteo Renzi, al voto anti-UE de izquierda y de derecha, podríamos afirmar que la mayoría de los ciudadanos se oponen a las condiciones actuales.

Entretanto, justo cuando flaquea el audaz experimento de Europa en materia de gobernación internacional, Rusia está perfilándose como un rival peligroso de la UE, un rival que tiene ambiciones geopolíticas mundiales y está dispuesto a hacer uso de la fuerza. Putin está aprovechando una ideología nacional étnica para fortalecer su régimen. De hecho, el mes pasado en el programa ruso de radio Línea directa ensalzó las virtudes genéticas del pueblo ruso. La anexión de Crimea le ha dado popularidad en su país y su empeño por debilitar el predominio mundial de los Estados Unidos, en parte procurando una alianza con China, ha resonado favorablemente en el resto del mundo.

Pero el interés propio del régimen de Putin está reñido con los intereses estratégicos de Rusia; ésta se beneficiaría más de una cooperación más estrecha con la UE y los Estados Unidos, mientras que recurrir a la represión en Rusia y Ucrania es claramente contraproducente. Pese al elevado precio del petróleo, la economía rusa está debilitándose por la huida de capitales y talentos. La utilización de la violencia en la plaza Maidan de Kiev ha propiciado el nacimiento de una nueva Ucrania decidida a no formar parte de un nuevo imperio ruso.

El éxito de la nueva Ucrania constituiría una amenaza existencial para el gobierno de Putin en Rusia. Ésa es la razón por la que se ha empeñado tanto en desestabilizar a Ucrania fomentando las autodeclaradas repúblicas separatistas de la Ucrania oriental.

Con la movilización de las protestas contra los separatistas por parte del mayor empleador de la región de Donbas, el plan de Putin puede no dar resultado, por lo que ahora es probable que acepte los resultados de las elecciones presidenciales, con lo que se librará de sanciones suplementarias, pero es probable que Rusia busque otras vías para desestabilizar a la nueva Ucrania, cosa que no ha de ser demasiado difícil, en vista de que las fuerzas de seguridad, después de haber servido al régimen corrupto del ex Presidente Viktor Yanukóvich, están desmoralizadas y no necesariamente son leales a los nuevos dirigentes del país.

Todo ello ha sucedido muy rápida y recientemente. Tanto la UE como los EE.UU. están demasiado ocupados con sus problemas internos y siguen sin ser demasiado conscientes de la amenaza geopolítica e ideológica que representa la Rusia de Putin. ¿Cómo deberían reaccionar?

La primera tarea es la de contrarrestar los intentos por parte de Rusia de desestabilizar a Ucrania. Como el "pacto fiscal" y otras normas limitan las posibilidades de asistencia gubernamental, es necesario un pensamiento innovador. La medida más eficaz sería la de ofrecer seguros gratuitos contra los riesgos políticos a quienes inviertan en Ucrania o hagan negocios con ella. Así se mantendría en marcha la economía, pese a la agitación política, y se indicaría a los ucranianos que la UE y los EEUU -tanto sus gobiernos como sus inversores privados- están comprometidos con ellos. Si se les compensaran plenamente las pérdidas causadas por los sucesos políticos ajenos a su responsabilidad, las empresas acudirían en tropel a un nuevo y prometedor mercado abierto.

Los seguros contra los riesgos políticos pueden parecer demasiado complejos para aplicarlos rápidamente. En realidad, esos seguros ya existen. Aseguradores y reaseguradores privados como Euler Hermes de Alemania llevan años ofreciéndolos, además de instituciones internacionales como el Organismo Multilateral de Garantía de Inversiones del Banco Mundial y la Corporación de Inversiones Privadas en el Extranjero del Gobierno de los Estados Unidos. Sin embargo, tienen que cobrar primas importantes para cubrir el costo de los reaseguros.

Ante unas primas elevadas, la mayoría de las empresas se limitarían a esperar al margen hasta que pasara la tormenta. Ésa es la razón por la que los gobiernos interesados deben hacerse cargo de la función de reaseguro y utilizar sus organismos sólo para administrar las pólizas de seguros.

Podrían garantizar las pérdidas del mismo modo que financian al Banco Mundial: cada gobierno haría una modesta aportación de capital prorrateada y comprometería el resto en forma de capital exigible, que estaría disponible en caso de que se pagaran pérdidas y cuando así fuera efectivamente. La UE tendría que modificar el pacto fiscal para eximir el capital exigible y permitir que se amortizaran las pérdidas efectivas a lo largo de un número determinado de años. Las garantías de esa clase tienen una característica peculiar: cuanto más convincentes son, menos probable es que se invoquen; es probable que el reaseguro resulte muy económico. El Banco Mundial es un ejemplo patente de ello.

Actuando pronta y convincentemente, la UE podría salvar a Ucrania… y a sí misma. Lo que propongo para Ucrania podría aplicarse también en el nivel nacional. Mientras haya tantos recursos productivos desaprovechados, tendría sentido eximir del pacto fiscal las inversiones que con el tiempo se financiaran por sí solas. Renzi, por ejemplo, está propugnando precisamente esa medida.

Putin se propone convertir a Crimea en un escaparate prodigándole 50.000 millones de euros en los próximos años. Con el apoyo de Europa, Ucrania podría superarla y, si esa iniciativa indicara el comienzo de una política de crecimiento que tan apremiantemente necesita Europa, ésta, al salvar a Ucrania, se salvaría a sí misma.

(George Soros is Chairman of Soros Fund Management and Chairman of the Open Society Foundations. A pioneer of the hedge-fund industry, he is the author of many books, including The Alchemy of Finance, The New Paradigm for Financial Markets: The Credit Crisis of 2008 and What it…)

– Trabajar sin fronteras (Fedea – 29/5/14)

(Por Marcel Jansen)

Las elecciones europeas han producido un verdadero seísmo político. Por primera vez en la historia, partidos populistas como el FN en Francia y el UKIP en el Reino Unido han ganado las elecciones en sus países. Además, partidos anti-europeos ocuparán uno de cada cuatro escaños en el nuevo parlamento europeo. En estas circunstancias es de agradecer que IZA, el principal centro de investigación en economía laboral en Europa, haya tomado la iniciativa de distribuir un manifiesto en defensa de una Europea libre e integrada, sin fronteras que obstaculizan la libre circulación de sus ciudadanos. Hoy en día la solución consiste en más integración europea en vez de menos integración.

Abajo reproducimos el texto del manifiesto. El texto merece una amplia difusión y con su reproducción me quito la espina que tengo clavada desde mi reciente visita a Berlín. El regalo de bienvenida de mi hotel era la revista de arriba cuya portada reza algo como "¿Quién tiene miedo a los españoles? en alusión a una supuesta invasión de jóvenes españoles en búsqueda de las generosas prestaciones sociales en Alemania. Me parece una perfecta ilustración del creciente populismo en el Norte de Europa que hay que combatir con determinación. Y tras esta pequeña digresión muy personal os dejo con el texto del manifiesto.

Una de las bases fundamentales de la integración europea es la libre circulación de sus ciudadanos, ciudadanas, trabajadores y trabajadoras. Dicho derecho está englobado en los tratados de la Unión Europea. En una Europa libre e integrada, no hay lugar para ciudadanos y ciudadanas de primera y segunda categoría. A pesar de ello, algunos estados miembros y grupos de interés están considerando volver al pasado y restringir el derecho de los ciudadanos y ciudadanas de trabajar en cualquier lugar de la UE. Aunque esta idea sólo sea respaldada por una minoría dentro de nuestro único mercado Europeo, su desarrollo nos causa gran preocupación.

El intento de limitar el derecho fundamental de la libre circulación del trabajo se contradice con los intereses europeos a favor de una economía dinámica y próspera. Las llamadas a restringir esta libertad son particularmente malignas en el contexto actual del debate político en curso puesto que lo que pretenden es influir en los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo en 2014. Un mercado de trabajo genuinamente europeo -uno sin fronteras- también es un requisito previo para el buen funcionamiento de la economía y la estabilidad del Euro. Sin él, las perspectivas de crecimiento empeoran – así como cualquier esperanza hacia una Europa que consiga un ajuste de sus mercados más equilibrado.

Apoyar activamente el movimiento sin restricciones de mano de obra tiene por lo tanto muchos beneficios. Además de establecer un nuevo dinamismo económico en la Unión Europea y de ayudar a superar los graves desequilibrios económicos entre los estados miembros de la UE, también reduce los efectos adversos de los cambios demográficos. De hecho, la libre circulación del trabajo no sólo contribuye a reducir las diferencias en bienestar social entre países, sino que sirve como un medio para mejorar la asignación del reducido capital humano en la UE. En resumen, el libre movimiento del trabajo puede ser útil para todos, puesto que promueve el crecimiento económico y mejora la competitividad de nuestros países.

Lidiar con otras restricciones No es el momento ahora de mirar al pasado. Más bien al contrario. Ahora es el momento de lidiar con todos los obstáculos que impiden un mercado de trabajo europeo verdaderamente libre e integrado. Sólo cuando dicho objetivo se convierta en realidad, conseguiremos que las promesas centrales de la Unión Europea -mejorar continuamente el nivel de vida de todos nuestros ciudadanos- se realicen. Para conseguir nuestro compromiso, debemos esforzarnos por tomar una serie de medidas específicas:

1. Primero, necesitamos modificar nuestras leyes fiscales y de la seguridad social allá donde sea necesario – y mejorar la coordinación ocupacional y privada del sistema de pensiones.

2. Segundo, necesitamos introducir un sistema de búsqueda de empleo efectivo en toda Europa con el fin de que los trabajadores y las trabajadoras puedan encontrar trabajo incluso lejos de su país de origen.

3. Tercero, dicho sistema también necesita reglas transparentes y efectivas para calcular los beneficios que los individuos que buscan trabajo en otros países de la UE tienen derecho a percibir durante su búsqueda.

4. Cuarto, debemos mejorar la movilidad por toda Europa diseñando servicios de idiomas y reubicación laboral asequibles. Una forma importante de animar a los trabajadores y trabajadoras para probar suerte fuera de su país es mejorando los programas de intercambio para formadores y trabadores, y potenciar aún más los modelos de intercambio internacional de estudiantes que ya funcionan con éxito.

5. Quinto, debemos ponernos de acuerdo en los estándares que permitan el reconocimiento a escala comunitaria de las cualificaciones profesionales y títulos, con el fin de que aquellos individuos con títulos oficiales puedan buscar trabajo donde quieran.

6. Sexto, debemos abrir nuestras mentes a una Unión Europea donde incluso los empleos del sector público en un Estado miembro puedan ser ocupados por candidatos calificados de otro Estado de la UE.

7. Y séptimo, tenemos que mejorar la información que reciben los ciudadanos de la UE sobre las ventajas de trabajar en el extranjero y de recibir inmigrantes que vienen a trabajar en su país.

Es por ello que solicitamos una Carta de la UE que sirva como un compromiso conjunto para "Trabajar sin Fronteras".

Para avanzar con decisión y de manera irrevocable hacia ese objetivo, estamos dispuestos a apoyar la creación de un comité de la UE integrado por legisladores, representantes del sector privado y académico.

Necesitamos unir fuerzas para potenciar el sueño europeo, en lugar de cortarle las alas antes de que alce vuelo y alcance todo su potencial.

– Qué ofrecer a los ciudadanos (Project Syndicate – 30/5/14)

Madrid.- Las elecciones han mostrado la frustración, el descontento y la desconfianza ciudadana. Las nuevas instituciones comunitarias enfrentan una legislatura crucial marcada por la salida de la crisis, los retos globales y una creciente desafección hacia la Unión Europea. Hay que sacar lecciones profundas, incluyendo en innegable impacto que tendrá el auge euroescéptico en las políticas nacionales. La UE debe escuchar, renovarse y actuar en consecuencia para no dejar a buena parte de la ciudadanía atrás. Para ello se necesita un gran programa de prioridades estratégicas.

La economía será, sin duda, la primera de las prioridades. Se ha avanzado mucho en nuevos mecanismos de integración, como el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) o la Unión Bancaria, pero aún queda mucho por hacer. La nueva Comisión tendrá que impulsar de manera decidida el crecimiento económico y empleo, haciendo posible que los países del sur puedan compatibilizar sus objetivos de reducción de déficit y deuda con políticas de crecimiento, que son las únicas que pueden permitir reducir la deuda a largo plazo. El paro juvenil es una lacra que amenaza con crear una generación perdida. La nueva Comisión debe facilitar las condiciones para llevar a cabo políticas activas de empleo en los Estados Miembros, sobre todo hacia los jóvenes, siguiendo el camino que abrió en noviembre del año pasado cuando lanzó el plan de empleo juvenil. La Comisión podría ampliar los fondos para programas nacionales y regionales en este ámbito. De su éxito depende que se recupere el consumo, el dinamismo y el crecimiento.

Las políticas de crecimiento deben ser prioritarias y entre ellas no hay ninguna más importante que la de impulsar la I+D, tanto pública como privada. La UE debe hacer un esfuerzo presupuestario en este sentido y facilitarlo también a los países miembros, permitiendo por ejemplo que el gasto en I+D o el gasto en algunas políticas activas de empleo orientadas hacia los jóvenes no computen para el déficit. Si se ha hecho con las ayudas al sector financiero, debiera poderse hacer para la inversión. Además, la propia Unión debe potenciar sus propias actividades en este ámbito. Pero para ello es imprescindible que se incremente su presupuesto.

Las propuestas de cómo hacerlo son varias, desde la creación de un impuesto comunitario al incremento de la contribución a través de impuestos nacionales. Habrá que apostar por aquéllas que sean técnica y políticamente más viables. Además, en materia fiscal, Europa requiere una mínima homogeneización, por lo menos en las bases del impuesto de sociedades. De esta manera se podrá evitar que se explote de manera perniciosa las diferencias entre países miembros.

Finalmente, ahora que lo peor de la tormenta parece haber pasado, es fundamental que se arreglen los fallos en el diseño de la arquitectura institucional del euro. Los avances en la unión bancaria son importantes pero quedan dos elementos por cerrar: un verdadero saneamiento del sistema bancario europeo que facilite el flujo del crédito y aleje el fantasma de la deflación y algún tipo de mecanismo de mutualización de la deuda que proteja a los países más vulnerables de los vaivenes de los mercados. El papel del Banco Central Europeo en ambos es fundamental, como lo es en seguir potenciar el crecimiento mediante una política monetaria expansiva y facilitando el acceso a los mercados de aquellos países vulnerables y que aún dependen de la garantía implícita del BCE para poder financiarse.

Pero es más que la economía: el mundo no se para a esperar. Asuntos como la conclusión del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, la negociación con Irán o la Cumbre sobre Cambio Climático de París en 2015 serán claves para los próximos años. La oportunidad de replantear la política exterior europea es clara. La mirada europea al entorno global debe girar en torno a tres ejes que se corresponden con los retos que plantean nuestras tres vecindades. Tendremos que ganarnos nuestro sitio en un contexto mundial volátil, inestable y cambiante; tratando de implicarnos de manera activa y resuelta para asegurar una gobernanza global positiva y aceptable para todos.

La primera vecindad, la oriental, está marcada por la crisis en Ucrania. Tras la anexión -ilegal- de Crimea por parte de Rusia y la compleja aproximación de Moscú basada en esferas de influencia, hay que repensar la relación con la Rusia de Putin. La dependencia energética, los lazos históricos y la proximidad geográfica hacen que Rusia sea un socio clave para el futuro del continente, pero la política exterior que ha puesto en marcha el Kremlin representa un gran desafío para la seguridad y unidad europea.

La segunda vecindad, la meridional, sigue enfrascada en un proceso de transición difícilmente clasificable, muy exitoso en algunos casos -Túnez- y desalentador en otros -Siria-. Se detecta una suerte de abandono de la presencia europea en la ribera sur del Mediterráneo, suplida en parte por la presencia de otros países árabes. La ayuda económica que están proporcionando los países del Golfo es una enorme novedad en el mundo árabe, que había sido reacio -como en el caso de Palestina, sostenida fundamentalmente con dinero europeo- a mostrar solidaridad entre sí. Pese a lo positivo del cambio de tendencia, será muy difícil llenar de nuevo el vacío de presencia europea si no se apuesta por recuperar pronto el espacio.

La tercera vecindad, la más difícil de gestionar, es la vecindad determinada por la interdependencia. La interdependencia nos hace a todos vecinos. Este tipo de vecindad no está condicionada por la geografía sino por los crecientes lazos económicos, políticos y sociales con otras zonas del mundo, cada vez más complejos e interrelacionados. Dentro de esta red de interdependencia están nuestros más importantes socios, desde Estados Unidos a China, pasando por otros emergentes y actores no estatales. Su gestión requiere de una apuesta clara y sin complejos por la gobernanza global y el multilateralismo eficaz, a todos los niveles.

La interdependencia, para Europa, tiene una clara correlación con la dependencia energética. Avanzar hacia una unión energética es fundamental y debiera ser uno de los grandes objetivos de la nueva Comisión. Necesitamos una política energética común. Dicha política comprende dos ámbitos fundamentales: el mercado único y la planificación colectiva de inversiones, del mix energético y de compra de energía a terceros. Para el mercado único es clave avanzar hacia una verdadera regulación única en el continente -demasiado intergubernamental debido al diseño de la agencia europea HACER-. Europa necesita más infraestructuras que conecten a los Estados Miembros entre sí, con más interconexiones de líneas eléctricas y de gaseoductos. Para ello hay que intensificar la ejecución de los planes TEN-E (Redes Trans-Europeas de Infraestructuras Energéticas). Por último la Unión Europea debe contemplar la posibilidad de centralizar la compra de energía a terceros -tal como propuso el Primer Ministro polaco Donald Tusk-. En caso contrario se necesita, como mínimo, de una mayor transparencia en las compras que hace cada uno de los Estados Miembros a terceros. Ahora mismo, por ejemplo, los contratos entre las empresas compradoras de los distintos Estados Miembros con Gazprom son confidenciales. En este proceso de integración energética, la Unión Bancaria ofrece pistas sobre cómo asegurar el interés comunitario pero a la vez manteniendo un equilibrio entre las distintas instituciones europeas: la Comisión, el Parlamento, el Consejo y el BCE.

La nueva Comisión tendrá, además, que asegurarse de trazar una política migratoria común, especialmente necesaria para acallar a los xenófobos y dotar de coherencia al espacio Schengen de libre circulación; uno de los mayores -e irrenunciables, pese a estar últimamente cuestionado- logros europeos.

Necesitamos un continente innovador con un nuevo impulso transformador que aliente una nueva edad dorada europea. Las instituciones europeas necesitan renovarse y recuperar el apoyo de todos los ciudadanos de la Unión. No lo lograrán sin demostrar su eficacia.

(Javier Solana was EU High Representative for Foreign and Security Policy, Secretary-General of NATO, and Foreign Minister of Spain. He is currently President of the ESADE Center for Global Economy and Geopolitics and Distinguished Fellow at the Brookings Institution)

– El malestar de Europa (El País – 30/5/14)

(Por Jordi Gual)

Las elecciones del pasado fin de semana, con su elevada abstención y el auge de los partidos extremistas y aislacionistas, son una muestra más del gradual proceso de distanciamiento entre la ciudadanía y el proyecto de integración del continente impulsado por las élites políticas y económicas. El creciente peso de los partidos que reclaman el refuerzo de las naciones-Estado y la devolución de competencias desde Bruselas tiene muchas explicaciones.

Desde la vertiente política, el complejo engranaje comunitario, impulsado de hecho por los propios Estados miembros, carece de suficiente legitimación democrática. El ciudadano siente que decisiones muy importantes sobre su vida diaria se adoptan desde instancias tecnocráticas, que no están sujetas al control democrático. Esta percepción, que sólo es parcialmente cierta, se refuerza cuando las autoridades políticas locales se escudan en Europa para introducir medidas impopulares.

Más allá de la perspectiva política, la creciente desafección hacia Europa tiene también profundas raíces económicas. No me refiero aquí ni a la crisis de deuda soberana y la consiguiente recaída en recesión de la zona euro, ni tampoco a la incipiente y heterogénea recuperación económica que apuntan los datos de crecimiento del PIB del primer trimestre en la eurozona. El problema es más estructural.

El fracaso de Europa queda patente si examinamos los resultados económicos más a largo plazo, por ejemplo desde 1997, año en el que los tipos de cambio de las monedas que formaron el euro quedaron definitivamente establecidos. La comparativa para este periodo entre los Estados Unidos y la eurozona es concluyente. En media, a lo largo de estos años la economía norteamericana ha aventajado a la europea en un 1% anual en tasa de crecimiento del PIB. La eurozona ha crecido un mísero 1,4% al año.

Este diferencial es el resultado tanto del escaso crecimiento de la productividad en la eurozona (cada año 0,7% menos que los EEUU y a fecha de hoy ya con una desventaja del 23%), como de la menor capacidad de generar empleo. En EEUU en estos años las horas trabajadas han aumentado a una tasa anual del 0,6%, mientras que en Europa nos hemos quedado en un raquítico 0,3%. En Europa trabajamos menos, ¡pero no precisamente porque seamos más productivos!

Estos magros resultados en crecimiento y empleo son, qué duda cabe, factores determinantes del malestar europeo, puesto que el modelo social del continente, su Estado de bienestar, es insostenible de mantenerse estas tendencias en el futuro.

Es tentador achacar los pobres resultados económicos de Europa precisamente a las disfunciones que genera su peculiar modelo socio-económico. Sin embargo, la evidencia muestra que algunos de los países más exitosos del planeta, por ejemplo Suecia, se basan exactamente en este modelo, adecuadamente gestionado, para alcanzar sus elevados niveles de competitividad. En el seno de la propia Unión Europea, por otro lado, conviven países con diversos grados de intervencionismo estatal en la economía y desarrollo del Estado de bienestar. No parece existir un modelo que domine claramente en términos de resultados de crecimiento y empleo.

También es tentador atribuir el fracaso de Europa a la propia introducción de la moneda única. Especialmente cuando aún estamos sufriendo los coletazos de una gran recesión, que en la zona euro ha sido especialmente dura debido a la recaída de los años 2012-2013. Es cierto que la introducción del euro ha estado en la raíz del brutal ciclo económico que ha vivido el continente. Sin embargo, estos perversos efectos cíclicos son el resultado de los graves errores de diseño de la Unión Económica y Monetaria. Son la consecuencia de haber avanzado agresivamente en la integración económica de Europa sin hacerlo en paralelo con una imprescindible mayor integración política: en el seno de una unión económica y monetaria las divergencias persistentes de competitividad solo pueden resolverse con cierto grado de control político central que permita, o bien imponer desde el centro reformas estructurales que corrijan los desajustes, o financiar fiscalmente las transferencias entre países para aliviar el impacto de los desequilibrios de productividad en los niveles de vida de la población.

Los pobres resultados de Europa en los últimos 15 años son también consecuencia de la falta de liderazgo político para avanzar de una manera sólida en la principal política de oferta comunitaria: la creación de un verdadero mercado interior único, comparable al de los EEUU. En todos aquellos sectores económicos en los que por su naturaleza el Gobierno continúa teniendo un papel significativo (sectores regulados como, por ejemplo, las telecomunicaciones, el energético o el transporte) los avances en la integración europea han sido a todas luces insuficientes. Ello se traduce en la persistencia de mercados fragmentados y empresas poco competitivas a escala global.

Las razones por las que las empresas europeas de estos sectores son comparativamente pequeñas son muy claras: son sectores en los que las fusiones transfronterizas son complejas y a menudo politizadas, cuando no bloqueadas directamente por intereses nacionales. Son sectores con regulaciones aún poco armonizadas, con predominio de legislación no comunitaria y reguladores locales. En muchos casos se requieren interconexiones y recursos compartidos a nivel de la UE, que los Estados miembros no han concedido. En definitiva, la soberanía nacional remanente, que aún es muy significativa, es la que impide la unificación del mercado y la verdadera integración económica del continente.

Es irónico. El voto favorable a la renacionalización de competencias crece en Europa, en parte como rechazo a los pobres resultados económicos del continente. Sin embargo, es precisamente la nacionalización de facto de muchas de las políticas clave de la Unión la que está conduciendo a la UE a una crónica e insostenible situación de bajo crecimiento y bajo empleo.

Serán necesarias dosis enormes de liderazgo y creatividad para dar la vuelta a esta situación. Se empieza a instalar en el imaginario colectivo la idea de que Europa no es tanto la solución, sino el problema. Va a ser difícil cambiar esta narrativa, pues, al fin y al cabo, son muchos los interesados, en todos los Estados miembros, en que la integración no avance, no fuera a poner en peligro su privilegiada situación.

(Jordi Gual es profesor del IESE y economista jefe de La Caixa)

– El fortalecimiento del limitado poder de Europa (Project Syndicate – 30/5/14)

París.- Los resultados de las últimas elecciones al Parlamento Europeo son tan desconcertantes como escandalosos. No hay una sola teoría para explicar la variedad de los resultados nacionales.

En Alemania, donde las políticas de la Unión Europea han sido muy polémicas desde 2008, las campaña electoral fue notablemente insulsa, pero en Francia, donde ni la asistencia financiera ni las iniciativas del Banco Central Europeo para luchar contra la crisis inspiraron discrepancia, destacaron los temas anti-UE.

Ni las variables económicas, como el crecimiento del PIB, ni las sociales, como, por ejemplo, el desempleo, explican por qué Italia votó en masa a favor del Partido Democrático, de centro-izquierda, del Primer Ministro, Mateo Renzi, mientras que Francia apoyó al Frente Nacional, de extrema derecha, de Marine Le Pen.

Entre los países que cuentan con superávits, los euroescépticos resultaron fuertes en Austria, pero débiles en Alemania. Entre los países afectados por la crisis, Grecia se volvió hacia la coalición de extrema izquierda Syriza de Alexis Tsipras, mientras que los antiguos partidos predominantes, Nueva Democracia y PASOK, obtuvieron conjuntamente menos de la tercera parte del voto popular, pero en Portugal no se impugnó el predominio de los partidos tradicionales.

Cuanto más se examinan los números, más desconcertantes resultan. El historiador Harold James sostiene que la tónica dominante es la de que donde más fuerte es la derecha nacionalista es en los dos países de la UE más obsesionados por sus herencias imperiales, Francia y el Reino Unido. Puede ser, pero, ¿qué decir de Dinamarca, cuya derecha anti-UE ganó con gran diferencia?

Aunque en los últimos años la conversación sobre Europa ha cobrado importancia en todas partes, la verdad es que los europeos no mantienen la misma conversación. Se trata de un problema grave para los dirigentes de Europa: el terremoto electoral es lo bastante grande para que se sientan obligados a reaccionar ante el descontento político y económico de sus ciudadanos, pero no saben cuál debe ser su reacción.

En el frente económico, los primeros debates posteriores a las elecciones indican una coincidencia en que se debe hacer más para impulsar el crecimiento y el empleo. No cabe duda de que eso es cierto. Los resultados recientes en materia de crecimiento en Europa han sido desconsoladores, sobre todo en comparación con los de los Estados Unidos, que sufrieron la misma sacudida hace seis años, pero han experimentado una recuperación mucho más fuerte en producción y empleo. La UE es también responsable en parte de ese resultado; el de no limpiar los balances de los bancos antes de la consolidación fiscal fue un error colectivo.

Sin embargo, resulta igualmente importante que los dirigentes europeos se abstengan de hacer promesas que no puedan cumplir. Europa tiene una larga tradición de iniciativas grandilocuentes en materia de crecimiento cuyo único resultado es la decepción.

Por ejemplo, unos miles de millones aquí o allí no se notan en una economía de trece billones de euros (17,7 billones de dólares). Otro llamamiento al Banco Europeo de Inversiones para que apoye la inversión y la innovación no lo hará menos reacio al riesgo y un renovado compromiso con unas finanzas saneadas no volverá gastadoras alegres a unas familias europeas cautas.

Si los dirigentes de la UE están comprometidos con el crecimiento y los puestos de trabajo, deben esforzarse por reparar un mercado único europeo que en varios sectores sólo es "único" de nombre para que empresas más innovadoras y eficientes crezcan más rápidamente. También deben idear planes para financiar infraestructuras fundamentales: no trenes de gran velocidad con trayectos absurdos, sino interconexiones para los sistemas energéticos y columnas vertebrales de las comunicaciones de la era de la información.

Además, deben acordar un plan que dé como resultado una vía futura creíble para el precio del carbono, que brindaría al sector privado la previsibilidad que necesita a fin de invertir en ahorro de energía y energía limpia, y deben idear un mecanismo para nivelar las diferencias del costo del crédito en el norte y en el sur de la zona del euro.

Los dirigentes de la UE deben fomentar también la inversión privada en los sectores de bienes comercializables de sus Estados miembros meridionales, con lo que ayudarían a esas economías a reconstruir más rápidamente su base de exportación, y deben dedicar fondos reales a iniciativas encaminadas a capacitar a los jóvenes desempleados y alentarlos a aceptar más la movilidad.

Por último -y no se trata de lo menos importante-, las autoridades europeas deben examinar una forma de limitar el exceso de ahorro en la zona del euro para poner freno a la presión que hace aumentar el tipo de cambio de la divisa común, pero, si no se ponen de acuerdo sobre lo que hacer, deben resistirse a la tentación de poner parches a sus diferencias.

En el frente político, el debate versa sobre lo que la UE debería aspirar a ser y la tentación posterior a las elecciones es la de dar sólo una respuesta: menos. Sería un error comprensible, pero, aun así, un error. Los ciudadanos pueden estar divididos en cuanto al grado de integración deseable en última instancia, pero una preocupación que comparten es la de que el Gobierno, en todos los niveles, debe obtener resultados, incluida la UE, en particular en lo relativo al euro.

De hecho, según una reciente encuesta de opinión, tres cuartas partes del público francés dudan que el euro fuera una iniciativa válida, pero la misma proporción exactamente se opone a abandonar la moneda común. El mensaje para las instituciones de la UE está claro: puede haber sido un error encomendaros esa tarea, pero la decisión fue adoptada, por lo que ahora vuestro papel es hacer que el euro funcione.

Dicho de otro modo, los ciudadanos de Europa no respaldarán, desde luego, planes para ampliar el alcance de las políticas y la autoridad de la UE, pero, por la misma razón, son totalmente conscientes de la necesidad de una UE que cumpla con las obligaciones que sí que tiene.

Poco antes de su muerte, Tommaso Padoa-Schioppa, ex miembro de la Junta de Gobierno del BCE y ministro de Hacienda de Italia, lo expuso con claridad. Con frecuencia se confunde –dijo- el poder limitado con el poder débil, el que carece de los instrumentos necesarios para actuar dentro de su esfera de autoridad, pero lo que se debe limitar es esta última, no la capacidad para actuar dentro de esos límites.

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