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El desencanto de Europa (impotencia, melancolía y suicidio económico) (página 7)

Enviado por Ricardo Lomoro


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Los dirigentes de Europa deberían adoptar esa máxima como su lema: éste no es el momento de lograr más Europa, sino el de una Europa que cumpla su mandato. Puede entrañar la necesidad de privarla de determinadas tareas innecesarias para las que la UE carece de legitimidad o no está bien equipada. También puede entrañar la necesidad de conceder a la UE el poder necesario para que tenga éxito en lo que ya está encargada de hacer.

Ese programa pragmático puede parecer poco apasionante y probablemente lo sea, pero también es probable que ofrezca la mejor posibilidad de reconciliar a la población de Europa con la UE.

(Jean Pisani-Ferry is a professor at the Hertie School of Governance in Berlin, and currently serves as the French government's Commissioner-General for Policy Planning. He is a former director of Bruegel, the Brussels-based economic think tank)

– La gran reacción contraria (Project Syndicate – 31/5/14)

Nueva York.- En el momento inmediatamente posterior a la crisis financiera mundial de 2008, el éxito de las autoridades en impedir que la "gran recesión" se convirtiera en la "gran depresión II" mantuvo a raya las peticiones de proteccionismo y las medidas aislacionistas, pero ahora ha llegado la reacción contra la mundialización y la mayor libertad de circulación de bienes, servicios, capital, mano de obra y tecnologías que la acompañó.

Ese nuevo nacionalismo adopta formas económicas diferentes: obstáculos al comercio, protección de activos, reacción contra la inversión extranjera directa, políticas que favorecen a los trabajadores y las empresas nacionales, medidas antiinmigración, capitalismo de Estado y nacionalismo en materia de recursos. En la esfera política, están subiendo los partidos populistas, antimundialización, antiinmigración y, en algunos casos, claramente racistas y antisemitas.

Esas fuerzas aborrecen la sopa de letras de instituciones de la gobernación supranacional -la UE, las NNUU, la OMC y el FMI, entre otras- que requiere la mundialización. Incluso la red Internet, epitome de la mundialización durante los dos últimos decenios, corre el riesgo de resultar balcanizada a medida que países más autoritarios -incluidos China, el Irán, Turquía y Rusia– intentan limitar el acceso a los medios de comunicación social y reprimen la expresión libre.

Las causas principales de esas tendencias están claras. Una recuperación económica anémica ha brindado una oportunidad a los partidos populistas, que promueven políticas proteccionistas, para achacar al libre comercio y a los trabajadores extranjeros el prolongado malestar. Si a ello sumamos el aumento de la desigualdad en materia de ingresos y riqueza en la mayoría de los países, no es de extrañar que se haya generalizado la impresión de que se trata de una economía en la que el ganador se lleva toda la banca, los beneficiados son sólo las minorías privilegiadas y se distorsiona el sistema político. En la actualidad, tanto las economías avanzadas (como los Estados Unidos, donde una financiación ilimitada de las autoridades democráticamente elegidas por parte de intereses empresariales financieramente poderosos es una simple corrupción legalizada) como en los mercados en ascenso (donde los oligarcas dominan con frecuencia la economía y el sistema político) parecen estar al servicio de minorías.

En cambio, para las mayorías sólo ha habido un estancamiento prolongado, con una reducción del empleo y unos salarios estancados. Donde la inseguridad económica resultante para las clases trabajadoras y medias es más acuciante es en Europa y en la zona del euro, en muchos de cuyos países los partidos políticos –principalmente de derechas– superaron en votos a las fuerzas centrales en las elecciones al Parlamento Europeo del pasado fin de semana. Como en el decenio de 1930, cuando la "gran depresión" propició la aparición de gobiernos autoritarios en Italia, Alemania y España, una tendencia similar podría estar en marcha.

Si no se recupera pronto el aumento de los ingresos y de los puestos de trabajo, los partidos populistas podrían acercarse más al poder en el nivel nacional de Europa y los sentimientos anti-UE podrían paralizar la integración económica y política europea. Peor aún: la zona del euro podría volver a estar en riesgo; algunos países (el Reino Unido) podrían salir de la UE; otros (el Reino Unido, España y Bélgica) podrían acabar desmembrándose.

Incluso en los EEUU se ve que la inseguridad económica de una gran clase marginal blanca que se siente amenazada por la inmigración y el comercio mundial está influyendo cada vez más en las facciones de extrema derecha y del Tea Party dentro del Partido Republicano. Esos grupos se caracterizan por el nativismo económico, las inclinaciones antiinmigración y proteccionistas, el fanatismo religioso y el aislacionismo geopolítico.

Se ve una variante de esa dinámica en Rusia y en muchas partes de la Europa oriental y del Asia occidental, donde la caída del Muro de Berlín no dio pasó a la democracia, la liberalización económica y un rápido aumento de la producción, sino que regímenes nacionalistas y autoritarios llevan en el poder la mayor parte del último cuarto de siglo aplicando modelos de crecimiento propios del capitalismo de Estado, que sólo garantizan unos resultados económicos mediocres. En ese marco, no se puede separar la desestabilización de Ucrania por parte del Presidente de Rusia, Vladimir Putin, de su sueño de encabezar una "Unión Eurasiática", intento mal disimulado de recrear la antigua Unión Soviética.

También en Asia resurge el nacionalismo. Los nuevos dirigentes del Japón, China, Corea del Sur y ahora de la India son nacionalistas políticos en regiones en las que las disputas territoriales siguen siendo graves y se están enconando agravios históricos muy antiguos. Dichos dirigentes -además de los de Tailandia, Malasia e Indonesia, que avanzan en una dirección nacionalista similar- deben abordar imperativos importantes en materia de reformas estructurales para poder reavivar el crecimiento económico en disminución y, en el caso de los mercados en ascenso, evitar la trampa de los ingresos medios. El fracaso económico podría contribuir a intensificar aún más las tendencias nacionalistas y xenófobas… e incluso desencadenar conflictos militares.

Entretanto, Oriente Medio sigue siendo una región empantanada en el atraso. La "primavera árabe", desencadenada por un crecimiento lento, un elevado desempleo juvenil y una desesperación económica generalizada, ha dado paso a un largo invierno en Egipto y en Libia, donde las opciones substitutivas son un regreso de los caudillos autoritarios y el caos político. En Siria y el Yemen hay una guerra civil; el Líbano y el Iraq podrían afrontar una suerte similar; el Irán es a un tiempo inestable y peligroso para otros países y el Afganistán y el Pakistán parecen cada vez más Estados fallidos.

En todos esos casos, el fracaso económico y la falta de oportunidades y esperanzas para los pobres y los jóvenes están fomentando el extremismo religioso y político, el resentimiento contra Occidente y en algunos casos un terrorismo declarado.

En el decenio de 1930, la incapacidad para prevenir la "gran depresión" facilitó la llegada al poder de regímenes autoritarios en Europa y Asia, lo que acabó propiciando el estallido de la segunda guerra mundial. Esta vez el daño causado por la gran recesión está sometiendo a las economías avanzadas a un estancamiento prolongado y creando grandes dificultades para el crecimiento estructural en los mercados en ascenso.

Es un terreno ideal para que el nacionalismo político y económico arraigue y prospere. Se debe ver la reacción actual contra el comercio y la mundialización en el marco de lo que, como sabemos por experiencia, podría venir a continuación.

(Nouriel Roubini, a professor at NYU"s Stern School of Business and Chairman of Roubini Global Economics, was Senior Economist for International Affairs in the White House's Council of Economic Advisers during the Clinton Administration. He has worked for the International Monetary Fund…)

– Los nacionalistas de Europa están en marcha (Project Syndicate – 31/5/14)

Berlín.- Europa se compone de naciones, y así ha se mantenido durante cientos de años. Esto es lo que hace que la unificación del continente sea una tarea política tan difícil, incluso hoy en día. Sin embargo, el nacionalismo no es el principio para la construcción de Europa; por el contrario, ha sido, y sigue siendo, el principio para la deconstrucción de Europa. Esa es la principal lección que puede extraerse de los dramáticos ascensos logrados por los partidos populistas antieuropeos en las elecciones al Parlamento Europeo de la semana pasada.

Esta es una lección que todos los europeos deberían haber aprendido a estas alturas. Las guerras del siglo XX en Europa, al fin de cuentas, se pelearon bajo la bandera del nacionalismo – y casi destruyen completamente el continente. En su discurso de despedida ante el Parlamento Europeo, François Mitterrand destila toda una vida de experiencias políticas en una sola frase: "El nacionalismo es la guerra".

Este verano, Europa va a conmemorar el centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial, guerra que sumió a Europa en el abismo de la violencia nacionalista moderna. Europa también conmemorará el 70º aniversario del desembarco aliado en Normandía, que fue el evento que llegaría a decidir la Segunda Guerra Mundial en favor de la democracia en Europa occidental (y posteriormente, después del fin de la Guerra Fría, en favor de la democracia en toda Europa).

La reciente historia europea está llena de este tipo de conmemoraciones y aniversarios, todos ellos estrechamente relacionados con el nacionalismo. Y aun así, las esperanzas de muchos europeos parecen encontrar su expresión, una vez más, en dicho nacionalismo, mientras que una Europa unificada, que en los hechos es la garante de la paz entre los pueblos de Europa desde el año 1945, es vista como una carga y una amenaza. Este es el verdadero significado de los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo.

Pero los números y porcentajes por sí solos no expresan la magnitud de la derrota sufrida por la UE. A lo sumo, en su calidad de elecciones democráticas, estas definen mayorías y minorías -y por lo tanto la distribución del poder por un período de tiempo- no siempre garantizan una evaluación correcta de la situación política. Las elecciones ofrecen una fotografía instantánea – un momento congelado en el tiempo; para comprender las tendencias a largo plazo, tenemos que examinar el cambio en el porcentaje de votos que reciben diversos partidos entre una elección y la siguiente.

Si el resultado de las elecciones al Parlamento Europeo fuese a ser juzgado exclusivamente por el hecho de que una abrumadora mayoría de los ciudadanos de Europa emitió sus votos por los partidos pro-UE, el punto más fundamental -el dramático aumento del apoyo a los partidos nacionalistas euroescépticos en Estados como Francia, el Reino Unido, Dinamarca, Austria, Grecia y Hungría- sería pasado por alto. Si esta tendencia continúa, se convertirá en una amenaza existencial para la UE, ya que bloqueará una mayor integración, que es urgentemente necesaria, y destruirá la idea de Europa desde dentro.

Francia, en especial, es motivo de gran preocupación, debido a que su Frente Nacional se ha consolidado como la tercera fuerza política del país. "¡Conquistar Francia, destruir Europa!" se ha convertido en el próximo objetivo electoral del Frente. Sin Francia, poco o nada sucede en la UE; junto con Alemania, este país es indispensable para el futuro de la UE. Y sin lugar a duda, el Frente y sus electores hablan en serio.

En el corazón de la crisis política de Europa se encuentra el malestar económico y financiero de la eurozona, mismo que ni los gobiernos nacionales ni las instituciones de la UE parecen poder abordar. En lugar de fortalecer la solidaridad paneuropea, la angustia económica ha dado lugar a un conflicto masivo con respecto a la distribución. La que anteriormente fue una relación entre iguales ha dado paso a un enfrentamiento entre deudores y acreedores.

La desconfianza mutua que caracteriza a este conflicto puede dañar irreparablemente el alma de la Unión y de todo el proyecto europeo. El norte de Europa está plagado de temores de expropiación; el sur de Europa se encuentra aprisionado por una crisis económica aparentemente interminable y por un alto nivel de desempleo que no tiene precedentes, del cual los ciudadanos del sur responsabilizan a los países de norte – especialmente a Alemania. La crisis de la deuda en el sur, junto con las consecuencias sociales causadas por las duras medidas de austeridad, se ven en el sur, simplemente, como el abandono del principio de solidaridad por parte de un norte de Europa que es rico.

Dentro de este clima en el cual la solidaridad va en disminución, el anticuado nacionalismo recibió sus victorias prácticamente en bandeja de plata. En los hechos, el chovinismo nacionalista y la xenofobia ganaban estrategias electorales con cada asunto que culpabilizaba a la UE por el colapso del bienestar de la clase media.

Dada la actual debilidad de Francia y el resultado dramático de las elecciones en dicho país, así como también la ruta extraña que toma el Reino Unido hacia una salida de la UE, el papel de liderazgo de Alemania continuará en aumento, lo cual no es ni bueno para la propia Alemania, ni para la UE. Alemania nunca aspiró a desempeñar dicho papel; la fortaleza económica del país y su estabilidad institucional han hecho que para Alemania aceptar dicho papel sea algo inevitable. Sin embargo, la reticencia de Alemania a liderar sigue siendo un gran problema.

Todos los europeos tienen en sus genes políticos la capacidad para oponerse instintivamente -y también de manera racional- a cualquier forma de hegemonía. Esto también se aplica a Alemania. Sin embargo, responsabilizar a la hegemonía alemana de las políticas de austeridad en el sur solamente se justifica en parte; el gobierno alemán no obligó a los países afectados a constituir altos niveles de deuda pública.

De lo que sí se puede responsabilizar a Alemania es por la insistencia de sus líderes en cuanto a simultáneamente reducir la deuda y aplicar las reformas estructurales, como también por su objeción a casi todas las políticas orientadas al crecimiento de la eurozona. Por otra parte, ninguno de los bandos políticos de Alemania está dispuesto a reconocer "el problema alemán" de la unión monetaria (es decir, la fortaleza relativa que tiene este país, que no la ha utilizado para el bien del proyecto europeo en su conjunto).

En la actualidad la pregunta candente es cuánto hará Alemania por ayudar a Francia con el objetivo de salvar a Europa. La presión que se ejerce sobre la canciller alemana, Ángela Merkel, y sobre el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, aumentará sin duda y dicha presión no provendrá solamente desde París, sino también desde Roma, Atenas y otras capitales.

La alternativa que en la actualidad tiene Alemania, en contraposición a cambiar de rumbo, es esperar a que los países deudores de Europa elijan gobiernos que cuestionen su obligación de pagar. En Grecia, la suerte ya está echada. Para Europa, esto sería un desastre; para Alemania, ello sería simplemente tonto.

(Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's strong support for NATO"s intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment…)

– Decadencia de Occidente (El País – 1/6/14)

Tras las elecciones europeas, irrumpen torrencialmente los enemigos populistas del euro y de la UE; mientras tanto, Estados Unidos se está retirando discretamente del liderazgo democrático y liberal

(Por Mario Vargas Llosa)

Aunque en apariencia los partidos tradicionales -populares y socialistas- han ganado las elecciones al Parlamento Europeo, la verdad es que ambos han perdido muchos millones de votos y que el hecho central de esta elección es la irrupción torrencial en casi toda Europa de partidos ultraderechistas o ultraizquierdistas, enemigos del euro y de la Unión Europea, a los que quieren destruir, para resucitar las viejas naciones, cerrar las fronteras a la inmigración y proclamar sin rubor su xenofobia, su nacionalismo, su filiación antidemocrática y su racismo. Que haya matices y diferencias entre ellos no disimula la tendencia general de una corriente política que hasta ahora parecía minoritaria y marginal y que, en esta justa electoral, ha demostrado un crecimiento espectacular.

Los casos más emblemáticos son los de Francia y Gran Bretaña. El Front National de Marine Le Pen, que, hasta hace pocos años era un grupúsculo excéntrico, es ahora el primer partido político francés -de no tener un solo diputado europeo tiene ahora 24- y el UKIP, Partido de la Independencia de Reino Unido, luego de derrotar a conservadores y laboristas, se convierte en la formación política más votada y popular de la cuna de la democracia. Ambas organizaciones son enemigas declaradas de la construcción europea y quieren enterrarla a la vez que acabar con la moneda común y levantar barreras inexpugnables contra una inmigración a la que hacen responsable del empobrecimiento, el paro y la subida de la delincuencia en toda Europa occidental. La extrema derecha triunfa también en Dinamarca, en Austria los eurófobos del FPÖ alcanzan el 20%, y en Grecia el ultraizquierdista antieuropeo Syriza gana las elecciones y el partido neonazi Amanecer Dorado (10% de los votos) envía tres diputados al Parlamento Europeo. Catástrofes parecidas, aunque en porcentajes algo menores, ocurren en Hungría, Finlandia, Polonia y demás países europeos donde el populismo y el nacionalismo aumentan también su fuerza electoral.

Algunos comentaristas se consuelan afirmando que estos resultados denotan un voto de rabia, una protesta momentánea, más que una transformación ideológica del viejo continente. Pero como es seguro que la crisis de la que han resultado los altos niveles de desempleo y la caída del nivel de vida tardará todavía algunos años en quedar atrás, todo indica que el vuelco político que muestran estas elecciones en vez de ser pasajero, probablemente durará y acaso se agravará. ¿Con qué consecuencias? La más obvia es que la integración europea, si no se frena del todo, será mucho más lenta de lo previsto, con la casi seguridad de que habrá desenganches entre los países miembros, empezando por el británico, que parece ya casi irreversible. Y, acosada por unos movimientos antisistema cada vez más robustos y operando en su seno como una quinta columna, la Unión Europea estará cada vez más desunida y conmovida por crisis, políticas fallidas y una contestación permanente que, a la corta o a la larga, podrían enterrarla. De este modo, el más ambicioso proyecto democrático internacional se iría a pique y la Europa de las naciones encrespadas regresaría curiosamente a los extremismos y paroxismos de los que resultaron las matanzas vertiginosas de la II Guerra Mundial. Pero, incluso si no se llega al cataclismo de una guerra, su decadencia económica y política seguiría siendo inevitable, a la sombra vigilante del nuevo (y viejo) imperio ruso.

Al mismo tiempo que me enteraba de los resultados de las elecciones europeas yo leía, en el último número de The American Interest, la revista que dirige Francis Fukuyama (May/June 2014), una fascinante encuesta titulada America self-contained? (que podría traducirse como ¿América ensimismada?), en la que una quincena de destacados analistas estadounidenses de distintas tendencias examinan la política exterior del Gobierno del presidente Obama. Las coincidencias saltaban a la vista. No porque en Estados Unidos haya hecho irrupción el populismo nacionalista y fascistón que podría acabar con Europa, sino porque, con métodos muy distintos, el país que hasta ahora había asumido el liderazgo del Occidente democrático y liberal, discretamente iba eximiéndose de semejante responsabilidad para confinarse, sin traumas ni nostalgia, en políticas internas cada vez más desconectadas del mundo exterior y aceptando, en este globalizado planeta de nuestros días, su condición de país destronado y menor.

Sobre las razones de esta "decadencia" los críticos discrepan, pero todos están de acuerdo que esta última se refleja en una política exterior en la que Obama, con el apoyo inequívoco de una mayoría de la opinión pública, se desembaraza de manera sistemática de asumir responsabilidades internacionales: su retiro de Irak, primero, y, ahora, de Afganistán, tras dos fracasos evidentes, pues en ambos países el islamismo más destructor y fanático sigue haciendo de las suyas y llenando las calles de cadáveres. De otro lado, el Gobierno de Estados Unidos se dejó derrotar pacíficamente por Rusia y China cuando amenazó con intervenir en Siria para poner fin al bombardeo con gases venenosos a la población civil por parte del Gobierno de El Asad y no sólo no lo hizo sino toleró sin protestar que aquellas dos potencias siguieran suministrando armamento letal a la corrupta dictadura. Incluso Israel se dio el lujo de humillar al Gobierno norteamericano cuando éste, a través de los empeños del secretario de Estado Kerry, intentó una vez más resucitar las negociaciones con los palestinos, saboteándolas abiertamente.

Según la encuesta de The American Interest nada de esto es casual, ni se puede atribuir exclusivamente al Gobierno de Obama. Se trata, más bien, de una tendencia que viene de muy atrás y que, aunque soterrada y discreta por buen tiempo, encontró a raíz de la crisis financiera que golpeó con tanta fuerza al pueblo estadounidense ocasión de crecer y manifestarse a través de un Gobierno que se ha atrevido a materializarla. Aunque la idea de que Estados Unidos se enrosque en solucionar sus propios problemas y, a fin de acelerar su desarrollo económico y devolver a su sociedad los altos niveles de vida que alcanzó en el pasado, renuncie al liderazgo de Occidente y a intervenir en asuntos que no le conciernan directamente ni representen una amenaza inmediata a su seguridad, sea objeto de críticas entre la élite y la oposición republicana, ella tiene un apoyo popular muy grande, la de los hombres y mujeres comunes y corrientes, convencidos de que Estados Unidos debe dejar de sacrificarse por los "otros", enfrascándose en costosísimas guerras donde dilapida sus recursos y sacrifica a sus jóvenes, en tanto que escasea el trabajo y la vida se vuelve cada vez más dura para el ciudadano común. Uno de los ensayos de la encuesta muestra cómo cada uno de los importantes recortes en gastos militares que ha hecho Obama ha merecido el respaldo aplastante de la ciudadanía.

¿Qué conclusiones sacar de todo esto? La primera es que el mundo ha cambiado ya mucho más de lo que creíamos y que la decadencia de Occidente, tantas veces pronosticada en la historia por intelectuales sibilinos y amantes de las catástrofes, ha pasado por fin a ser una realidad de nuestros días. ¿Decadencia en qué sentido? Ante todo, en el papel director, de avanzada, que tuvieron Europa y Estados Unidos en el pasado mediato e inmediato, para muchas cosas buenas y algunas malas. La dinámica de la historia ya no sólo nace allí sino, también, en otras regiones y países que, poco a poco, van imponiendo sus modelos, usos, métodos, al resto del mundo. Esta descentralización de la hegemonía política no estaría mal si, como creía Francis Fukuyama luego de la caída del muro de Berlín, la democracia liberal se expandiera por todo el planeta erradicando la tradición autoritaria para siempre. Por desgracia no ha sido así sino, más bien, al revés. Nuevas formas de autoritarismo, como los representados por la Rusia y China de nuestros días, han sustituido a las antiguas, y es más bien la democracia la que empieza a retroceder y a encogerse por doquier, debilitada por los caballos de Troya que han comenzado a infiltrarse en las que creíamos ciudadelas de la libertad.

– La burbuja del euro explotará si no se detiene (El Economista – 2/6/14)

(Por Matthew Lynn)

En Francia, el país que creó la Unión Europea y el euro, los votantes han respaldado a un partido que se propone acabar con todo ello. En Gran Bretaña, otro partido entregado a salir de la UE fue el primero en las urnas y se ha convertido en una fuerza política de masas. En España aparecen nuevos partidos anti-austeridad y Alemania ha instalado en el cargo a sus primeros políticos opuestos a la moneda única. Por todo el continente, los políticos que hacen campaña contra la mayor integración necesaria para que el euro funcione han obtenido grandes victorias.

A medio plazo, la zona euro se ha vuelto ingobernable. Pero hay un dato curioso: a los mercados por lo visto les da igual. Las acciones han subido, los bonos apenas se han movido y los rendimientos se sitúan en niveles mínimos históricos. Por supuesto, los mercados podrían tener razón en el sentido de que las elecciones no son más que un ruido de fondo, sin importancia a largo plazo pero lo más plausible es que esto sea una burbuja.

Si la definición del mercado que sufre de exuberancia irracional es aquél que cierra los oídos a las malas noticias y sólo cree en lo que quiere creer, los mercados de la Eurozona han llegado a ese punto. La UE y el euro podrían estar condenados aunque, paradójicamente, por el momento hay una fiebre de compras. Esta burbuja, como todas las demás, podría durar algún tiempo.

Catástrofe para la moneda única

Los resultados de las elecciones europeas del fin de semana sólo se pueden interpretar como una catástrofe para la moneda única. Fueron los políticos franceses los que originalmente diseñaron la UE y su presidente Mitterrand quien abogó por el euro. Ahora, ese mismo país ha votado al Frente Nacional de Marine Le Pen, que ha prometido restaurar el franco.  

Gran Bretaña ha votado al Partido de la Independencia del Reino Unido, la primera agrupación nueva que lidera unos comicios nacionales desde hace más de un siglo. Los partidos anti-UE han triunfado en las urnas griegas y en Dinamarca.

En Alemania, el escéptico Alternativa por Alemania ha salido elegido por primera vez, en un primer paso hacia otorgar respetabilidad a la oposición del euro en el país. En España, hasta ahora inmune al populismo anti-UE, los partidos opuestos a la austeridad que exige la membresía del euro han logrado importantes victorias. Los partidos establecidos han visto cómo su porcentaje de votos caía del 81% al 49%. Alemania y España están en la situación de Gran Bretaña y Francia hace una década: comienzan el recorrido hacia la victoria en las urnas de los partidos anti-UE.

El parlamento europeo podrá tener poca influencia pero los votos todavía cuentan porque para sobrevivir a medio plazo, la Eurozona necesita más integración. Hace falta una unión bancaria completa para que se pueda rescatar a las entidades financieras que lo necesiten y el sistema no se desmorone. También es necesaria una política fiscal común para que el gasto tributario pueda nivelar los altibajos entre las regiones y países (en lugar de que un país como Alemania prospere mientras otros como Italia siguen anclados en una recesión permanente). En resumidas cuentas, la moneda única necesita un gobierno único que la apoye. La Eurozona debe ponerse manos a la obra enseguida.

Pero no lo hará. Los partidos anti-UE no han obtenido mayoría absoluta en el parlamento ni tienen demasiado poder y los gobiernos nacionales pueden seguir avanzando hacia la integración si quieren pero, en una democracia, el electorado importa. ¿Cuántos políticos querrán presentar a sus ciudadanos un plan de unión bancaria cocinado en Bruselas? Para eso que dimitan y se pongan a buscar trabajo. Se ahorrarían la molestia de que les echen en las urnas. Cualquier medida importante hacia la integración requerirá cambios de tratados que deben ratificarse en referendo en casi todo el continente. Y no se aprobará ninguno, ni ahora ni en un futuro próximo.

La Eurozona no se integrará más y sin más integración, no puede sobrevivir. Se anquilosará en una depresión constante hasta que los países se cansen del crecimiento cero y el desempleo masivo, y empiecen a separarse. Fin de la historia. Los mercados parecen pintar otro cuadro. Las acciones europeas subieron el lunes por la mañana según se iban conociendo los resultados. El mercado italiano creció más del 2,5% por el alivio de que al cómico convertido en político Beppe Grillo no le haya ido mejor. Y se ha duplicado desde las profundidades de la crisis del euro. El DAX ascendió a su máximo histórico, al igual que el CAC-40 francés. Los mercados de bonos europeos han sido aún más fuertes. España, casi en la quiebra hace tres años, puede pedir prestado casi tan barato como EEUU. El rendimiento de un bono griego a diez años bajó al 6,5%. En 2012 superaba el 30%.

Una locura. Cualquiera que compre el CAC-40 se introduce en un mercado donde el partido más popular promete un cambio caótico de moneda, junto a una muralla proteccionista de barreras arancelarias. Lo que ocurra con las acciones de Airbus u L'Oreal mejor ni pensarlo. El que compre bonos griegos está apostando por un país con deudas crecientes, todavía en recesión y que acaba de votar a la extrema izquierda y la extrema derecha, deshaciéndose de los moderados. Más nos valdría llevarnos el dinero al casino (y de paso nos divertimos un rato).

Una burbuja es un mercado que ha dejado de mirar los hechos y sólo se escucha a sí mismo. Si el mercado actuase con racionalidad, se fijaría en los resultados electorales, admitiría que implican que el euro tiene problemas a medio plazo y empezaría a revalorar las acciones y los bonos en consecuencia. No es lo que está ocurriendo. Al contrario, los activos de la zona euro se han vuelto una burbuja autopropulsada, con una ola de dinero global y la especulación cada vez más frenética de que el Banco Central Europeo desatará su propia versión de la flexibilización cuantitativa el mes que viene. Lo que hemos aprendido de las burbujas en las dos últimas décadas es que pueden durar mucho tiempo. A ésta especialmente le queda mucha vida aunque, como todas las demás, un día explotará. Si los resultados electorales no han parado la estampida hacia los activos de la zona euro, nada lo hará (al menos en los próximos años). Paradójicamente, todavía se puede ganar mucho dinero en Europa, aunque sólo los inversores lo bastante inteligentes como para marcharse a tiempo.

(Matthew Lynn, director ejecutivo de Strategy Economics)

– Europa: ¿regreso al pasado? (GEES – 2/6/14)

(Por Rafael L. Bardají)

(Publicado en el Diario de las Américas, 1 de Junio de 2014)

Puede parecer una paradoja que 2014, el año en que Europa esperaba conmemorar el 25 aniversario de la caída del muro de Berlín, vaya a estar dominado por la tensión con la Rusia de Putin sobre el destino de Ucrania y otros países que en su día estuvieron bajo el totalitarismo soviético.

Lejos de ser 2014 la celebración de la reunificación europea y de la expansión de la libertad, pasará a ser el año en que volvimos a una "little Cold War". Pero no sólo. El salto al pasado no se queda en 1989 o 1947, fechas del final y el arranque de la Guerra Fría de verdad.

Tras los resultados de las elecciones al parlamento europeo del pasado 25 de mayo, Europa parece haber retrocedido hasta los años veinte y treinta, cuando la inestabilidad política y la crisis económica se llevó por delante la República de Weimar y dejó paso libre al nazismo y la Segunda Guerra Mundial.

La elección europea ha traído por primera vez en su historia un panorama político harto problemático: los partidos tradicionales, conservadores y socialdemócratas, han sido duramente castigados por unos ciudadanos distanciados de unas instituciones que sólo les prometen peores salarios o paro.

La crisis económica ha alimentado no sólo la frustración sino el auge de radicalismos de todo tipo, en la izquierda y en la derecha, una importante fragmentación política y un aumento significativo del nihilismo antisistema.

Terribles acontecimientos como el atentado en el museo judío de Bruselas, con cuatro muertos, los ataques en plena calle en Francia contra estudiantes judíos o los numerosos tuits de índole antisemita tras la victoria por el Macabi de Tel Aviv del campeonato europeo de básquet, sólo pueden explicarse por el caldo de cultivo que está generando la cultura de los extremos en Europa.

Cierto que el sistema electoral al Parlamento Europeo favorece un tipo de voto que no siempre encuentra acomodo en las elecciones de los estados miembros de la UE.

Pero hay dos rasgos de estas elecciones que las hacen diferentes: la victoria del Frente Nacional en Francia hace peligrar la senda de la austeridad recientemente inaugurada por el nuevo primer ministro Valls.

Es más que imaginable que para contrarrestar su caída, Hollande se vuelva más expansionista en el gasto público, no más austero y con ello no sólo acabe por hundir definitivamente la economía gala, sino que haga peligrar el futuro del euro otra vez.

En segundo lugar, el auge del independentismo en España va a acrecentar las expectativas de los catalanes que esperan decidir sobre su futuro fuera de España en el próximo mes de noviembre.

En un momento de frágil recuperación económica, lo que ni Francia ni España ni Europa necesitan es mayor ingobernabilidad e inestabilidad. Pero eso es lo que van a tener tras estas elecciones.

– Elecciones al Parlamento Europeo: ¿y ahora qué? (Real Instituto Elcano – 3/6/14)

(Por Salvador Llaudes)

¿Quién ha ganado las elecciones? Sin duda, el gran vencedor de los comicios europeos de la última semana de mayo es, nuevamente, la abstención. Si bien es cierto que en esta ocasión se ha invertido la tendencia hacia una menor participación a nivel europeo, la mejora ha sido muy leve, alcanzándose una cifra del 43,09% de votantes del censo, incluyendo casos tan dramáticos como el 13% de Eslovaquia, el 19,5% de la República Checa (a pesar de que las mesas estuvieron abiertas durante dos días) y el 20,96% de Eslovenia. Estos números contrastan con unos porcentajes que rondan el 90% en Bélgica y Luxemburgo, cuyo motivo no es otro que la obligatoriedad del voto. España, por su parte, se colocó por encima de la media europea, aumentando muy levemente su participación de hace cinco años, con un total de votantes del 45,9% del electorado.

Dejando a un lado la alta abstención, que se ha producido pese a ser las primeras elecciones en las que existían varias candidaturas a la Presidencia de la Comisión, el vencedor de las elecciones (y paradójicamente el mayor derrotado, pues ha perdido un total de 60 eurodiputados) ha sido el Partido Popular Europeo (PPE), con un total de 214 escaños. Dentro de dicho grupo los alemanes de la CDU casi duplican a los segundos, la UMP francesa. Tras el PPE, y con menos apoyo del que le daban los sondeos, ha quedado el grupo de los Socialistas y Demócratas (S&D), con 191 escaños (pierden cinco y el partido con más peso pasa a ser el Partido Demócrata italiano). En tercera posición quedan los liberales de ALDE, con 64 eurodiputados. En cuarta, los Verdes (52). A continuación, y por este orden, Conservadores y Reformistas Europeos (46), Izquierda Unitaria Europea (45), No Inscritos (41) y Europa de la Libertad y de la Democracia (38). Fuera de todos estos grupos se sitúan hasta 60 eurodiputados que buscarán dónde integrarse, con lo que la composición de los grupos puede -y va a- alterarse.

Pero la realidad es que los que han sido considerados como grandes vencedores han sido los partidos euroescépticos o eurófobos. La corriente euroescéptica ha venido desde Marine Le Pen y su Frente Nacional en Francia (donde ha vencido con 24 escaños por 20 del partido de centro-derecha UMP y 13 del Partido Socialista) hasta Nigel Farage y su United Kingdom Independence Party o UKIP (que ha derrotado a laboristas y conservadores; hecho histórico, pues en los últimos 100 años ningún partido diferente a uno de estos dos había ganado cualquier tipo de elección en el Reino Unido), pasando por los neonazis de Amanecer Dorado en Grecia (con tres eurodiputados) y el PVV neerlandés de Geert Wilders (con cuatro eurodiputados). Igualmente, en Dinamarca ha vencido las elecciones el euroescéptico Partido Popular Danés, mientras que en Italia el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo ha logrado una segunda plaza que le va a proporcionar 17 eurodiputados que van a ser muy cortejados. En Alemania, por su parte, el AfD, partido anti-euro, ha logrado hacerse con siete eurodiputados y el NPD, partido de extrema-derecha, se queda con un eurodiputado.

No obstante y aunque los euroescépticos tendrán más voz que nunca, no se van a configurar como un grupo homogéneo. Así, Nigel Farage ha declarado ya su negativa a formar grupo con Marine Le Pen, y está intentando atraer al Movimiento 5 Estrellas para el grupo que lidera, Europa de la Libertad y de la Democracia. Por su parte, la líder del Frente Nacional pretende crear un nuevo grupo en el Parlamento Europeo, la Alianza Europea para la Libertad. Para ello, necesita de 25 eurodiputados de siete países distintos. Esto no va a ser tan sencillo, pues de momento únicamente tiene asegurado el apoyo del PVV holandés, del VB belga y del FPÖ Austriaco. Le Pen ha rechazado ya cooperar con varios partidos por considerarlos extremistas: Amanecer Dorado, el NPD y Jobbik, partido húngaro. Estos últimos partidos, con bastante probabilidad, no logren asociarse a ningún grupo y acaben figurando en los "No Inscritos".

Ante una cámara de 751 eurodiputados, y con tal cantidad de euroescépticos, lo cierto es que la victoria del Partido Popular se antoja muy corta. Sus 214 eurodiputados no serían en ningún caso suficientes para poder imponer a su candidato a presidir la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. Para ello, necesitarían, al menos, llegar a los 376 eurodiputados, con lo que se impone como absolutamente imprescindible un consenso entre las dos fuerzas políticas principales europeas, sin obviar que es posible que a ese acuerdo se sumen tanto liberales como verdes. Para garantizar la gobernabilidad del Parlamento es más que probable que los grupos principales de la cámara opten por trabajar más estrechamente que nunca a lo largo de la legislatura.

En cualquier caso, y como es conocido, ahora es el turno del Consejo Europeo, que tiene que presentar candidato a presidente de la Comisión para que el Parlamento lo refrende. Todos los grupos que presentaron candidato a presidente de la Comisión (PPE, S&D, ALDE, Verdes e Izquierda Unitaria Europea) han dicho que en ningún caso aceptarán a un candidato que no fuese uno de los cinco que ha estado debatiendo en las últimas semanas. Pero existen tensiones entre los líderes europeos: David Cameron, primer ministro británico no quiere a Juncker (tampoco el húngaro, Viktor Orban, ni el sueco, Frederik Reinfeldt) y Merkel duda en qué hacer para mantener a los británicos en el barco europeo. En un primer momento, dejó bien claro que la victoria del PPE en las elecciones no significaba automáticamente que Juncker fuese a ser el candidato del Consejo Europeo, abriendo la posibilidad de buscar a alguien de consenso, aunque más tarde se desdijo, argumentando que se tendría que tener el resultado de los comicios muy en cuenta.

Todo dependerá en realidad de cómo se negocie el reparto de los puestos de responsabilidad, que está por producirse. Además del presidente y de la composición del resto de la Comisión Europea, hay en juego interesantes premios: la presidencia del Parlamento Europeo y la posición de alto representante para la Política Exterior Europea, donde el ministro de Asuntos Exteriores de Polonia, Radoslaw Sikorski, acaba de ser "nominado" por su país.

(Salvador Llaudes es ayudante de investigación del Real Instituto Elcano)

– A Manifesto for European Change (Project Syndicate – 3/6/14)

London.- Interpreting election results, especially when turnout is not high, is always a risky business. And, in the case of the recent European Parliament election, the results were not uniform. The most spectacular result was in Italy, where a pro-reform, pro-Europe party led by Prime Minister Matteo Renzi won more than 40% of the vote. Chancellor Angela Merkel"s Christian Democrats won in Germany and there was a strong vote for the Social Democrats there also. In some cases, the vote simply tracked domestic politics.

But the victories of the United Kingdom Independence Party (UKIP) and the National Front in France and the success of explicitly anti-status quo parties across the continent cannot be ignored. They point to a deep anxiety, distrust, and alienation from Europe"s institutions and core philosophy.

So now the EU must think carefully about where it goes from here, how it reconnects with its citizens" concerns, and how it can better realize its ideals in a changing world. Complacency about the far right"s showing, on the grounds that there remains a pro-European majority, is dangerous. Even ardent supporters of Europe think there must be change.

Many factors have combined to increase the number and complexity of challenges facing Europe, along with uncertainty and unpredictability about Europe"s ability to meet them. There has been the vast ambition of the single currency, with its intrinsic design flaws; the agony of the financial crisis and its aftermath; and the link between the two in the sovereign debt crisis. There has also been the European Union"s enlargement from 15 member states to 28 in a decade – a decade, moreover, of rapid change in technology, trade, and geopolitics.

Within the eurozone, the EU suddenly went from being merely important to determining, bluntly and in plain view, countries" future budgets and other economic policies. Indeed, given the pain of deep expenditure cuts without the flexibility of exchange-rate adjustment, the real surprise is that the outcry has not been greater. Even those of us outside the eurozone have been profoundly affected as European institutions have become both more visible and more under attack.

In an increasingly multipolar world, in which GDP and population will increasingly be correlated, the rationale for Europe is stronger than ever. Together, Europe"s peoples can wield genuine influence. Alone, they will over time decline in relative importance. The twenty-first-century world order will be dramatically different from that of the twentieth century. The rationale for Europe today is not peace; it is power.

If we are to realize the EU"s potential, and avoid a retreat by Britain to its sidelines, the balance between the EU and its member states will have to be re-addressed from first principles, with European institutions redesigned to make them truly more accountable and closer to those that they govern.

Understandably, fragile national governments struggling against economic malaise -and under intense political pressure to succeed- have no desire at the moment for such a root-and-branch debate. So we must distinguish between long-term and immediate action. The immediate challenge is to obtain the most change possible within the existing framework of European institutions and treaties. Meeting it requires a new approach and a new agenda.

The new approach should begin with the European Council asserting its responsibility to give Europe direction by setting a clear, focused, and convincing platform of change that connects with European citizens" concerns and transforms the view of what Europe can actively, not reactively, achieve. The Council must match the EU"s policy ambitions with a set of concrete proposals to realize them, and then task the incoming European Commission in specific terms with implementing the platform.

The European Parliament will debate the necessary measures and will have to legislate accordingly. Here, the Council and the Commission must work in unison, adopting a method of engagement with the Parliament that does not leave individual Commissioners swinging in the wind when they come under attack.

The agenda for reform should address the overarching issues that the EU"s member states are unable to advance in their interests. Within the eurozone, this means an explicit arrangement by which, in exchange for member states" continuation and deepening of structural reform, there will be greater fiscal flexibility and monetary-policy action to allow stronger growth and avoid deflation.

Selling reform to each EU country will be easier if it is part of a grand bargain in which pain and gain are seen to be fairly balanced. For the Union as a whole, progress on consolidating the single market is needed, especially in the service sector; and policymakers should make a big push for the Transatlantic Trade and Investment Partnership. Moreover, the best ideas concerning infrastructure and a European jobs program should be incorporated into the agenda for change. Efforts on these fronts should be directed toward showing how the jobs and industry of the future can be created by concerted European action.

Likewise, energy policy is now of vital importance, not only for Europe"s competitiveness, but also as a result of events in Eastern Europe and Ukraine. The EU has never pursued a common energy policy with the vigor that it requires; yet its impact would be transformative. A common energy policy and integrated energy markets would benefit businesses and consumers (not least in the UK) and reduce Europe"s dependence on foreign supplies.

Finally, if Europe wants to exercise power commensurate with its economic weight, it must have the capacity to play its part both in military operations and in the essential role of security-sector building in potential partners emerging from turmoil or conflict. This is not just about spending. It is also about synergies. Recent experience from North and Sub-Saharan Africa shows how such a capability could be used.

Of course, one central part of this agenda would be a program of subsidiarity, along the lines for which the British government and others are agitating. Again, there is a wealth of suggestions on how such a program would work. The mood and timing is right, and action in this area would address an element of European governance that causes anger across the political spectrum.

I want to be clear about what I mean about this reform agenda for Europe. I do not mean the normal Council conclusions put together at the last minute of a packed and routine meeting. I mean a proper and precise program -call it a manifesto for change- that tells the Commission exactly what it is supposed to do and gives the Commissioners the support they need to do it.

(Tony Blair, Prime Minister of the United Kingdom from 1997 to 2007, is Special Envoy for the Middle East Quartet. Since leaving office, he has founded the Tony Blair Faith Foundation and the Faith and Globalization Initiative)

– El desencanto de Europa (Project Syndicate – 5/6/14)

Londres.- Las recién celebradas elecciones del Parlamento europeo estuvieron marcadas por la desilusión y el desencanto. Tan solo 43% de los europeos acudieron a votar -además, muchos de ellos abandonaron los partidos principales y en muchos casos optaron por los partidos radicales antieuropeos. En efecto, los resultados oficiales no reflejan la magnitud del desencanto popular; muchas personas que continuaron votando por partidos tradicionales lo hicieron de muy mala gana, faute de mieux.

Son muchas las razones que explican este terremoto político, pero las principales son la miseria permanente, los estándares de vida reducidos, las tasas de desempleo de dos dígitos, y las esperanzas mermadas en el futuro. La fuerte crisis de Europa ha dañado la confianza en la capacidad y los motivos de los responsables del diseño de políticas, que no pudieron prevenirla, que tampoco han logrado resolverla por el momento y que rescataron a los bancos y sus acreedores mientras causaban sufrimiento a los votantes (pero no a sí mismos).

La crisis ha durado tanto tiempo que gran parte de los partidos gobernantes (y tecnócratas) se han mostrado incapaces. En la eurozona, los gobiernos sucesivos de todas las tendencias han sido acosados para poner en aplicación políticas sesgadas e injustas exigidas por el gobierno alemán e impuestas por la Comisión Europea. Aunque la Canciller, Angela Merkel, califica el auge del respaldo a los partidos radicales de "lamentable", su administración -y las instituciones de la UE más generalmente- son esencialmente responsables de ello.

En primer lugar veamos el caso de Grecia. Merkel junto con la Comisión Europea y el Banco Central Europeo, amenazaron con impedir a los griegos el uso de su propia moneda, el euro, a menos que su gobierno aceptara condiciones punitivas. Se obligó a los griegos a aceptar medidas de austeridad brutales a fin de continuar pagando una deuda insoportable, para limitar así las pérdidas de los bancos franceses y alemanes y de los contribuyentes de la eurozona cuyos préstamos a Grecia rescataron a esos bancos.

En consecuencia, Grecia ha sufrido una depresión peor que la de Alemania en los años treinta. ¿Es verdaderamente una sorpresa que el apoyo popular a los partidos gobernantes que obedecieron este dictado haya caído del 69% en las elecciones del Parlamento Europeo en 2009 a 31% en las de 2014? ¿Qué una coalición de partidos radicales de izquierda que exigía que se hiciera justicia en el manejo de la deuda encabezara las votaciones? ¿O que el partido neonazi, Golden Dawn, fuera el tercero más votado?

En Irlanda, Portugal y España los créditos tóxicos de los bancos alemanes y franceses durante los años de la burbuja se hicieron principalmente a bancos locales y no al gobierno. Sin embargo, también en este caso el eje Berlín-Bruselas-Frankfurt chantajeó a los contribuyentes locales para que pagaran por los errores de los bancos extranjeros -lo que significó presentarles a los irlandeses una factura de 64 mil millones de euros (87 mil millones de dólares), alrededor 14 mil euros por persona, por concepto de la deuda tóxica de los bancos- y al mismo tiempo impuso una austeridad masiva.

El apoyo a los partidos principales que cumplieron cayó en consecuencia -del 81% en 2009 al 49% en 2014 en España. Afortunadamente los recuerdos de las dictaduras fascistas pueden haber inoculado a España y Portugal contra el virus de la extrema derecha, con lo que se beneficiaron partidos de izquierda antiausteridad y regionalistas. En Irlanda, los independentistas resultaron victoriosos.

La idea errónea de que los contribuyentes de Europa del norte están rescatando a los del sur, también provocó una reacción en Finlandia, donde los finlandeses de extrema derecha ganaron 13% de los votos, y en Alemania, donde la Alternative für Deutschland, antieuropea obtuvo el 7%.

A instancias de Merkel y con la complicidad del BCE, que esperó hasta julio de 2012 para extinguir el pánico en el mercado de bonos provocado por los errores de los responsables del diseño de políticas de la eurozona, la Comisión también impuso una austeridad en dicha región, lo que causó una pérdida acumulada de casi el 10% del PIB entre 2011 y 2013 según el modelo económico de la propia Comisión. Al hundir a Italia en una profunda recesión (de la que aún no se recupera), la austeridad acabó con la amplia coalición del primer ministro, Mario Monti, e impulsó al Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo, antisistema y antieuropeo, que obtuvo el segundo lugar en las elecciones parlamentarias europeas.

Merkel también exigió una camisa de fuerza fiscal asfixiante y no democrática para la UE, que la Comisión aplica en consecuencia. Así pues, cuando los votantes deponen a un gobierno, el encargado de hacer respetar la política fiscal de la UE, Olli Rehn, inmediatamente insiste en que la nueva administración mantenga las políticas fallidas de su predecesor, y provoca que los electores se alejen de la UE y se vayan a los extremos.

Veamos el ejemplo de Francia. Después de que François Hollande llegara a la presidencia en 2012 con la promesa de acabar con la austeridad, su Partido Socialista ganó una amplia mayoría en las elecciones parlamentarias. No obstante, Berlín lo forzó a aumentar la austeridad. Ahora, los partidos de centro derecha y de centro izquierda están desacreditados -en conjunto consiguieron únicamente el 35% del voto popular- y la agrupación racista, Front Nacional de Marine Le Pen encabezó la votación mediante promesas de cambio radical.

Además, de una crisis económica crónica, Europa tiene ahora una aguda crisis política. Con todo, las clases dirigentes de la UE parecen estar decididas a seguir haciendo las cosas como hasta ahora. En el Parlamento, es probable que una minoría ruidosa pero fragmentada de críticos, excéntricos y racistas presione a los partidos de centro derecha y de centro izquierda, que aún tienen una mayoría combinada, a unirse más.

La baja participación y el debilitamiento de los partidos principales dan al Consejo Europeo -los dirigentes nacionales de los estados miembros de la UE- una excusa para seguir llegando a acuerdos en salones aislados. En primer lugar, está la elección del próximo presidente de la Comisión Europea. El presidente saliente, José Manuel Barroso, afirma que "las fuerzas políticas que encabezaron y apoyaron… la respuesta conjunta de la Unión a la crisis… han ganado generalmente otra vez." Merkel quiere mantener las políticas actuales que no han logrado crear crecimiento ni empleo.

Tal vez la persona que pueda cambiar las cosas sea Matteo Renzi, el dinámico primer ministro de Italia de 39 años. En el poder desde febrero, obtuvo un contundente 41% de la votación, el doble de que lo alcanzó su rival más cercano. Además de estar ya comprometido a reformar el capitalismo criminal de su país, ahora tiene el mandato de desafiar la respuesta a la crisis de Merkel. El momento es ideal: Italia se hace cargo de la presidencia rotativa de la UE en julio. Renzi ya ha pedido un aumento de 150 mil millones de euros de inversión de la UE y una mayor flexibilidad fiscal.

En lugar de una eurozona limitada por los intereses miopes de Alemania como acreedor, Europa necesita una unión monetaria que funcione para todos sus ciudadanos. Es necesario reestructurar los bancos zombis, cancelar las deudas excesivas (públicas y privadas) y combinar un aumento de la inversión con reformas que promuevan la productividad (y de ese modo, los salarios). Se debe eliminar la camisa de fuerza fiscal y se debe permitir que los gobiernos que se endeudan demasiado declaren impagos. En última instancia, la eurozona más justa, más libre y más rica que surgiría también sería de interés para Alemania.

Los europeos también deben tener una mayor capacidad de decisión sobre la dirección que tome la UE –y el derecho a cambiar de rumbo. Necesitan una primavera europea de renovación económica y política.

(Philippe Legrain, an economic adviser to the President of the European Commission until February 2014, is the author of European Spring: Why Our Economies and Politics are in a Mess – and How to Put Them Right)

– Europa se mantiene en pie (Project Syndicate – 5/6/14)

Bruselas.- A juzgar por los titulares, uno podría tener la impresión de que los 400 millones de ciudadanos con derecho a participar en las últimas elecciones al Parlamento Europeo votaron masivamente en contra de la Unión Europea. Es cierto que los partidos que van contra el sistema establecido, en su mayoría euroescépticos, ganaron alrededor de una quinta parte de los votos. Sin embargo, caracterizar el resultado electoral como un rechazo de Europa no representa una evaluación muy precisa (o justa).

Para empezar, si bien se ha hablado mucho sobre el argumento que señala que la UE está demasiado alejada de sus ciudadanos, las encuestas de opinión han mostrado, consistentemente, que la confianza pública en las principales instituciones europeas se mantiene en un nivel más alto en comparación con la confianza que se tiene en las instituciones nacionales. En toda la UE, el Parlamento Europeo aún tiene, en promedio, calificaciones de aprobación más altas en comparación con las otorgadas a los parlamentos nacionales. A pesar de que la brecha de confianza se ha reducido ligeramente en los últimos años, incluso la recesión continua -a la cual a menudo se atribuye la austeridad impuesta por la Unión Europea y la crisis de la eurozona- ha reducido solamente de manera marginal la ventaja que tiene el Parlamento Europeo sobre los parlamentos nacionales.

Encuestas recientes indican que, a lo largo de toda Europa, alrededor del 40% de la población aún confía en el Parlamento Europeo, mientras que únicamente el 25% confía en sus parlamentos nacionales. Además, el Parlamento Europeo mantiene un nivel de confianza mucho más alto que el Congreso de EEUU, que al presente tiene índices de aprobación que se encuentran por debajo del 10%. Dada la pérdida general de confianza en las instituciones parlamentarias en ambos lados del Atlántico, el Parlamento Europeo lo está haciendo relativamente bien.

edu.red

Es más, no todos los partidos que protestan rechazan a la UE. En los países de Europa que se encuentran afligidos por la crisis, los jóvenes, quienes han sido los más afectados, votaron en masa por los partidos de izquierda "anti-austeridad", sobre todo en Grecia. Pero, estos partidos no rechazan a la UE. Por el contrario, quieren una mayor solidaridad por parte de la UE, lo que permitiría gastar más a sus gobiernos.

El voto de protesta anti-austeridad es más fuerte en los lugares donde los gobiernos no han sido capaces de implementar las reformas de manera efectiva (por ejemplo, en Grecia), a diferencia de lo que ocurre en Portugal y España, países cuyas economías se están recuperando aprovechando los beneficios que conllevan sus sólidas exportaciones. En Italia, el nuevo gobierno del primer ministro Matteo Renzi ha sido capaz de detener la oleada de euroescepticismo al emprender reformas concretas y no culpar a la UE por cada uno de los problemas que el país enfrenta.

El rechazo a la UE parece ser más fundamental en partes del norte de Europa en las cuales los ancianos tienden a votar por partidos populistas de derecha. Especialmente en el Reino Unido y Francia, el desempleo y la percepción de falta de control sobre las fronteras han jugado un papel importante en el fomento de la desafección con la UE. Esto es particularmente preocupante, debido a que los problemas de ambos países tienen poco que ver con las políticas de la UE. No se puede culpar por el malestar económico que sufre Francia a la austeridad impuesta desde Bruselas, y el Reino Unido ni siquiera se encuentra dentro de eurozona.

Los populistas de ambos países llevaron a cabo exitosas campañas basándose en temas que no tienen mayor importancia. Todos los estudios disponibles muestran que "el turismo para la obtención de prestaciones sociales" es un fenómeno limitado, y que la inmigración fomenta el crecimiento económico. Pero estos hechos no cuentan cuando los salarios se han estancado (como ocurre en el Reino Unido) o el desempleo sigue en aumento (como en Francia). Los populistas pueden proyectar estos problemas con facilidad culpabilizando a "Europa", que en este caso, simplemente representa al miedo general de enfrentar al mundo exterior.

Por lo tanto, la UE se halla atrapada entre las demandas de mayor solidaridad que realizan los jóvenes en los Estados miembros del sur y la insatisfacción con la apertura de fronteras entre las personas mayores en el norte. Es tentador tratar de apaciguar a ambos grupos mediante la relajación de la austeridad y el abandonando del espacio sin fronteras Schengen. No obstante, es muy poco probable que ello incline el péndulo político, retornándolo en dirección de Europa, especialmente en países como Francia y el Reino Unido.

Las raíces más profundas de la oleada de partidos euroescépticos y de otros partidos de protesta se originan en la insatisfacción generalizada con la situación de la economía y los sistemas políticos nacionales disfuncionales. Tratar de arreglar las cosas mediante medidas de austeridad o cambios en el derecho fundamental de libre circulación dentro de la UE no marcará mucha diferencia. Se necesita reformar la propia casa, en las capitales nacionales.

En este contexto, la elección del próximo presidente de la Comisión Europea -que hoy en día es el centro de bastante atención– es un espectáculo secundario. La persona que vaya a ser elegida podrá hacer que la UE funcione sólo si el presidente francés François Hollande puede construir un consenso nacional a favor de la reforma y el primer ministro británico David Cameron puede convencer a su electorado de que los inmigrantes (solamente una tercera parte de dichos inmigrantes provienen de los Estados miembros de la UE que son más pobres) benefician a la economía del Reino Unido.

La UE no tiene un gran presupuesto, y a lo mucho puede establecer un marco general de normas económicas y sociales, mismas que varían ampliamente a lo largo de un continente grande y diverso. En gran medida, el éxito y el fracaso se determinan a nivel nacional. Allí es donde se encuentran los problemas y en dicho nivel es donde estos problemas se deben resolver. Lo que ha tomado la forma de un voto contra la UE, en realidad es una protesta contra los problemas socio-económicos en casa.

(Daniel Gros is Director of the Brussels-based Center for European Policy Studies. He has worked for the International Monetary Fund, and served as an economic adviser to the European Commission, the European Parliament, and the French prime minister and finance minister…)

– El gran error sobre el crédito (Project Syndicate – 6/6/14)

Londres.- Antes de que estallara la crisis financiera en 2008, el crédito privado en la mayoría de las economías desarrolladas creció más rápidamente que el PIB y después se desplomó. La de si aquel descenso reflejó una demanda escasa de crédito o una oferta limitada puede parecer una cuestión técnica, pero la respuesta encierra importantes consecuencias para las autoridades y para las perspectivas de crecimiento económico y la reacción de aquéllas probablemente sea errónea.

La opinión predominante ha solido subrayar las limitaciones de la oferta y las políticas necesarias para resolverlas. Según se afirma, un sistema bancario dañado priva a las empresas, en particular las pequeñas y medianas (PYME), de los fondos que necesitan para ampliarse. En septiembre de 2008, el Presidente de los Estados Unidos George W. Bush quería "que los bancos contaran con todos los medios para reanudar la corriente de crédito destinado a las familias y las empresas americanas."

Las pruebas de solvencia y las recapitalizaciones de los bancos de los EEUU llevadas a cabo en 2009 fueron aclamadas posteriormente por considerárselas decisivas para la recuperación tanto del sistema bancario como de la economía. En cambio, las insuficientemente rigurosas pruebas de solvencia llevadas a cabo en 2010 por el Banco Central Europeo recibieron un vapuleo generalizado por haber mantenido unos bancos de la zona del euro demasiado débiles para facilitar un crédito suficiente.

En el Reino Unido, se ha criticado a los bancos por no prestar a la economía real las reservas creadas por la relajación cuantitativa, lo que obligó al Banco de Inglaterra a introducir su plan de "financiación para el préstamo" en 2012. En la zona del euro, se espera que el examen de la calidad de los activos de este año y las pruebas de solvencia disipen, por fin. las preocupaciones sobre la solvencia de los bancos y permitan la oferta de crédito.

Una "crisis crediticia" -en particular en materia de financiación del comercio- fue, desde luego, una razón fundamental por la que la crisis financiera produjo una recesión en la economía real. Los rescates de bancos financiados por los contribuyentes, unos mayores requisitos de capital mínimo de los bancos y una política monetaria enormemente relajada han sido -todos ellos- decisivos para superar las limitaciones de los bancos en materia de capital, pero existen pruebas sólidas de que, una vez que se acabó la crisis inmediata, la falta de demanda de crédito desempeñó un papel mucho más importante que la limitación de la oferta en la obstaculización del crecimiento económico.

Ese argumento es el que expusieron convincentemente Atif Mian y Amir Sufi en House of Debt, nuevo e importante libro en el que se analizan los datos de los EEUU condado por condado. Mian y Sufi muestran que la causa de la recesión fue un desplome del consumo de los hogares y que donde más disminuyó el consumo fue en los condados en los que el endeudamiento anterior a la crisis y los precios de las viviendas posteriores a ella fueron las causas de que correspondiera a los hogares afrontar las mayores pérdidas relativas de riqueza neta.

También en esos condados de los EEUU fue donde las empresas locales redujeron el empleo más intensamente. Para las PYME, la escasez de clientes -y no una escasez de crédito- fue lo que limitó el endeudamiento, el empleo y la producción. Y los clientes no acudieron porque el auge crediticio anterior a la crisis los había dejado excesivamente apalancados.

En el Reino Unido, muchas encuestas de opinión hechas a empresas en el período 2009-2012 revelaron la misma situación. Una demanda escasa de los clientes contó mucho más, como limitación del crecimiento, que la disponibilidad de crédito.

De hecho, el crecimiento económico puede seguir gravemente debilitado por un endeudamiento excesivo, aun cuando la oferta de crédito sea ilimitada y barata. Muchas empresas japonesas quedaron excesivamente apalancadas por el auge del crédito y de la vivienda y su crisis posterior en el decenio de 1980 y comienzos del de 1990. Al final de este último, el sistema bancario japonés estaba ofreciendo a las empresas préstamos con tipos de interés cercanos a cero, pero, en lugar de endeudarse para invertir, las empresas redujeron la inversión para pagar la deuda, lo que produjo dos decenios de estancamiento y deflación.

Desde 2011, el análisis del débil crecimiento de la zona del euro hecho por el BCE ha subrayado las negativas consecuencias de un sistema financiero dañado y fragmentado en un momento en el que unos réditos de los bonos soberanos y unos costos de financiación elevados para los bancos dieron como resultado unas condiciones prohibitivas para los créditos en los países periféricos. Ya se han logrado importantes avances en la resolución de esos problemas.

El último Boletín mensual del BCE lo documenta, citando múltiples indicadores de una mayor disponibilidad de crédito y una mejor fijación de su precio. Aun así, a lo largo del último año se ha acelerado la tasa de disminución de los préstamos del sector privado -del -0,6 por ciento al -2 por ciento- y se reconoce que la escasa demanda es la causa principal de débil crecimiento del crédito. Un desapalancamiento privado y una consolidación fiscal simultáneos están limitando el crecimiento de la zona del euro mucho más que las restricciones de la oferta de crédito que aún persisten.

Sin embargo, pese a la propia documentación del BCE, su política sigue centrada en la resolución del problema de la oferta de crédito mediante el examen de la calidad de los activos, las pruebas de solvencia y la propia versión del plan de financiación para el préstamo del BCE, anunciado el 5 de junio, lo que refleja una tendencia recurrente en los debates oficiales sobre políticas, en particular en la zona del euro, a centrarse en los problemas resolubles con exclusión de asuntos más difíciles.

La reparación de los sistemas bancarios dañados después de una crisis es a un tiempo esencial y alcanzable. Además, aun cuando los costos de los rescates públicos son inevitables, suelen ser de poca monta en comparación con el daño económico causado por la crisis financiera y la recesión posterior. En cambio, un gran endeudamiento puede resultar muy arduo de resolver sin poner en entredicho las ortodoxias normativas.

El Japón compensó el desapalancamiento privado en el decenio de 1990 acumulando déficits públicos enormes. Los EEUU han salido de la recesión más rápidamente que la zona del euro no sólo -o incluso primordialmente- porque repararon sus sistema bancario más rápidamente, sino también porque aplicaron unas políticas fiscales más estimuladoras.

Pero el estímulo fiscal está limitado dentro de la zona del euro, cuyos países miembros han dejado de emitir su propia moneda y, por tanto, la deuda "soberana" entraña riesgo de suspensión de pagos. La expansión monetaria muy intensa mediante la relajación cuantitativa es también más complicada y políticamente polémica en una zona monetaria sin una deuda federal que el banco central compre. Para sobrevivir y prosperar, la zona del euro habrá de estar más centralizada, con algunos ingresos fiscales, gastos y deudas comunes.

Naturalmente, esa situación hipotética entraña opciones políticas inmensamente difíciles, pero el punto de partida para el debate debe ser una visión realista de la naturaleza y la severidad de los problemas que afronta la zona del euro. Si la política de la zona del euro da por sentado que con la reparación de los bancos se reparará la economía, los diez próximos años podrían ser en Europa como el decenio de 1990 en el Japón.

(Adair Turner, former Chairman of the United Kingdom"s Financial Services Authority, is a member of the UK"s Financial Policy Committee and the House of Lords)

– Europa en un mundo multipolar (Project Syndicate – 9/6/14)

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