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El objetivo central del filosofar: aprender a pensar por sí mismo (página 3)

Enviado por Luis Ángel Rios


Partes: 1, 2, 3, 4

El problema de la libertad no puede estar ausente de las preocupaciones y reflexiones de la persona que piensa por sí misma. Existen dos concepciones (antagónicas) del mundo, y por lo tanto de la libertad: el idealismo y el materialismo. El idealismo es el sistema cuyo fundamento y objeto son las ideas que se consideran realizables. Tiene como base la explicación de la materia por el espíritu. Afirmando la supremacía del pensamiento sostiene que es el espíritu el que produce la materia. El materialismo es el sistema encargado de dar una explicación científica del universo. Considera la materia como la única realidad y que hace del pensamiento un fenómeno material, como cualquier otro fenómeno. Se basa en la idea de que la materia constituye todo el ser de la realidad. Niega el dualismo entre una creación y un creador, entre cuerpo y alma, y reduce el pensamiento a un fenómeno material. Cada una tiene su concepción de la libertad, uno de los problemas centrales de nuestra vida. El idealismo plantea que la libertad de cada individuo no debe tener otros límites que la de todos los demás individuos. En el materialismo, según Mijail Bakunin:

"El hombre no se convierte en hombre y no llega, tanto a la conciencia como a la realización de su humanidad, más que en la sociedad y solamente por la acción colectiva de la sociedad entera; no se emancipa del yugo de la naturaleza exterior más que por el trabajo colectivo o social, lo único que es capaz de transformar la superficie terrestre en una morada favorable a los desenvolvimientos de la humanidad; y sin esa emancipación material no puede haber emancipación intelectual y moral para nadie. No puede emanciparse del yugo de su propia naturaleza, es decir, no puede subordinar los instintos y los movimientos de su propio cuerpo a la dirección de su espíritu cada vez más desarrollado, más que por la educación y por la instrucción; pero una y otra son cosas eminentes, exclusivamente sociales; porque fuera de la sociedad el hombre habría permanecido un animal salvaje o un santo, lo que significa poco más o menos lo mismo. En fin, el hombre aislado no puede tener conciencia de su libertad. Ser libre para el hombre como tal por otro hombre, por todos los hombres que lo rodean. La libertad no es, pues, un hecho de aislamiento, sino de reflexión mutua, no de exclusión, sino al contrario, de alianza, pues la libertad de todo individuo no es otra cosa que el reflejo de su humanidad o de su derecho humano en la conciencia de todos los hombres libres, sus hermanos, sus iguales […].

No puedo decirme y sentirme libre más que en presencia y ante otros hombres […].

No soy humano y libre yo mismo más que en tanto que reconozco la libertad y la humanidad de todos los hombres que me rodean […].

No soy verdaderamente libre más que cuando todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son igualmente libres. La libertad de otro, lejos de ser un límite o la negación de mi libertad, es al contrario su condición necesaria y su confirmación. No me hago libre verdaderamente más que por la libertad de los otros, de suerte que cuanto más numerosos son los hombres libres que me rodean y más vasta es su libertad, más extensa, más profunda y más amplia se vuelve mi libertad […].

Mi libertad personal, confirmada así por la libertad de todo el mundo, se extiende hasta el infinito […].

La libertad, la moralidad y la dignidad del hombre consisten precisamente en esto: que hacen el bien, no porque les es ordenado, sino porque lo concibe, lo quieren y lo aman […].

La libertad del hombre consiste únicamente en esto, que obedece a las leyes naturales, porque las ha reconocido él mismo como tales y no porque le hayan sido impuestas exteriormente por una voluntad extraña, divina o humana cualquiera, colectiva o individual"[146].

En el idealismo, la libertad se plantea en sentido individual, y en el materialismo, en sentido colectivo. Pensar por sí mismo implica luchar por la libertad, nuestra libertad, sin importar si estamos de acuerdo o no con su concepción idealista o materialista. No debe haber libertad para los enemigos de la libertad.

Ser libres es nuestro deber como filósofos, porque, así la riqueza pertenezca a una minoría y la pobreza a una mayoría, la libertad nos pertenece a todos. Ser hombre significa ser libre, y para ser libre hay que empezar a liberarnos de los convencionalismos, las instituciones y los prejuicios sociales que nos tienen por doquier encadenados. "La libertad es el camino de hondura infinita que nos coloca en el centro de nosotros mismos a través de cada pensamiento, de cada sentimiento y de todas las formas con las que nos hacemos presentes en el mundo"[147]. Si vivimos en una democracia, nuestro deber es luchar por la libertad, que es, según Aristóteles, el carácter especial de la democracia. Tanto la libertad como la igualdad son "dos bases fundamentales de la democracia"[148]. La libertad es el fin constante de toda democracia y la condición indispensable del Estado. "El principio del gobierno democrático es la libertad"[149]. El espíritu de la modernidad es "el querer vivir en libertad", la capacidad de autocrítica y la necesidad de repensar sus problemas, sus principios y sus resultados. Herbert Marcuse en El hombre unidimensional señala que en atención a nuestra naturaleza primordial, la libertad es el sentido que nos comprende y determina. Pero ser libre implica esfuerzos, porque, tal como advirtiera Focault, "la libertad es costosa y requiere sacrificios, el auténtico problema está, más bien, en que una mayoría no quiere la libertad y aún tiene miedo"[150]. El miedo nos arrebata la libertad, y especialmente el miedo a la muerte. Ya lo planteaba Platón que filosofar era prepararse para morir. Prepararse quiere decir vivir la vida de manera auténtica. "El hombre libre en ninguna cosa piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de su vida. El miedo a la muerte, en efecto, impide a los hombres saborear la vida"[151]. A pesar de que la muerte es la única posibilidad posible, no hay que temerle. Entre todas mis posibilidades, la única posibilidad posible es la muerte. "Pero mientras el hombre existe, la muerte es una posibilidad permanente, que puede realizarse en el momento menos pensado, y justamente como lo que no ha sobrevenido aún, como posibilidad, posee dicha presencia poderosa"[152]. En opinión de Heidegger, cuando acontece la muerte, el ser propio del hombre, el ser–en–el–mundo del hombre o la hermenéutica de la existencia humana en el horizonte del tiempo, es decir, la existencia humana, completa sus ser íntegramente. "Por tanto, únicamente podemos captar la totalidad del ser humano desde el horizonte de la muerte. La muerte es, para Heidegger, la posibilidad extrema de la existencia, si bien es una posibilidad segura. El ser humano nada más nacer puede morir, lo que significa que la muerte pertenece a la estructura constitutiva de su existencia. De ahí que afirme Heidegger: el hombre es un ser para la muerte"[153]. En opinión de Sartre, la muerte es la imposibilidad de todas sus posibilidades. "La muerte a todos igualmente es vecina: muchas veces allí está más cerca donde se piensa que está más lejos. No hay ninguno tan mozo, que no pueda morir hoy; ni tan viejo que no pueda vivir un año"[154].

El ideal de libertad "denota un distanciamiento frente a la situación de alienación en que viven millones de individuos en nuestro continente… No es simplemente la capacidad de autodeterminación… sino el hombre en cuanto realización de su esencia…"[155]. El hombre libre ni es esclavo ni es amo, porque "vale más vivir como un hombre libre que como un señor de esclavos"[156]. El ejercicio de la libertad es lo que permite al hombre ser hombre. Bergson conceptúa que la libertad es la afirmación de nuestra personalidad. Dice Heidegger que la libertad es el fundamento dela relación del hombre con el ser. La libertad es el nombre fundamental del ser del hombre. Cortázar dice que la libertad es el aire fresco que necesitamos respirar. La libertad, según Sartre, es el fundamento del ser. "Si la libertad es el valor supremo, ser libre implica ser todo un hombre"[157]. La libertad personal de cada individuo se considera el principal valor de la condición humana, tal como lo concibe el espíritu romántico. Erich Fromm señala que la libertad caracteriza la existencia humana, y su "significado varía de acuerdo con el grado de autoconciencia del hombre y de su concepción de sí mismo como ser separado e independiente"[158]. Perder la libertad, nos dice José Pablo Feimann, es perder el presente. Para Spinoza, la conquista de la libertad es difícil, y por eso la mayor parte de nosotros no la tenemos. Ernesto Bloch señala que los seres humanos no somos animales del rebaño sino conciencias en libertad. El individuo, como ser libre y autónomo, experimenta cotidianamente un conocimiento de su libertad mediante sus decisiones. "Muchos hechos de la vida cotidiana no se pueden explicar sin la existencia de la libertad"[159]. Es tal la profundidad ontológica de la libertad que Martín Heidegger nos dice en Ser y tiempo que libertad es el nombre fundamental del ser del hombre, y agrega que ésta es el fundamento de la relación del hombre con el ser. Cada hombre –según Santo Tomás de Aquino– es señor de sí mismo y de sus actos, dueño de su ser y de su actividad. La autonomía nos permite una existencia entendida como proyecto, como vocación y como meta "que puede y debe ser determinada y conquistada autónomamente por el mismo hombre"[160]. Como la libertad de la persona comporta cierta autonomía, el hombre es suficiente y se pertenece a sí mismo, siendo causante y responsable de sus decisiones. La libertad exige que nuestro pensar por sí mismo ejerza "permanentemente una vigilancia crítica sobre nuestros decires y decisiones"[161]. La libertad es la razón de ser de la enseñanza de la filosofía. Quien piensa por sí mismo, quien se atreve a filosofar, a pensar, encontrará la felicidad por sí mismo. "Mas el que quiera encontrar la felicidad en sí mismo, no tiene que buscar el remedio en otra parte que en la filosofía…"[162].

Si el hombre libre es un ser infinito en posibilidades, que sus posibilidades son múltiples, la libertad tiene íntimas relaciones con los posibles concretos: posible pensar, posible escribir, posible amar, posible odiar, posible elegir, posible decidir, posible diferir, posible intervenir, posible controvertir… Los posibles del ser humanos son inmensos. Cuando se impiden estos posibles concretos, el hombre pierde su libertad, es sometido. "La liberación es, entonces, –señala Estanislao Zuleta– la liberación de las determinaciones no necesarias, de tal manera que se desarrollen los posibles que ya están implícitos". A la libertad puramente metafísica, se debe imponer la liberación concreta. El psicoanalista Erich Fromm señala que aunque el hombre es el objeto de fuerzas naturales y sociales que lo gobiernan, al mismo tiempo no es sólo objeto de las circunstancias, "tiene la voluntad, capacidad y libertad para transformar el mundo, dentro de ciertos límites"[163].

Un filósofo, es decir, la persona que piensa por sí misma, es un hombre libre, un librepensador. ¿Quién es un hombre libre, porque se dice que el hombre es un esclavo, porque la libertad es difícil y la esclavitud fácil? El hombre libre es aquel que no permite la alienación, la expulsión hacia lo extremo de su conciencia y su discernimiento. El hombre libre es quien se siente a sí mismo, y al propio tiempo cabalmente a sí mismo y de acuerdo con otros hombres. Es una persona sin ídolos, dogmas, prejuicios e ideas a priori. Es tolerante, inspirado por un profundo sentido de la justicia y la equidad, y consciente de sí mismo en cuanto es a un mismo tiempo un individuo y un hombre universal. Es un ser que se gobierna a sí mismo, no un ser gobernado. El hombre libre no es amo ni esclavo; es él mismo. Si el hombre no es libre, además de ser un esclavo, es un alienado, un enajenado. Una persona alienada no piensa ni actúa por sí misma. Se remite a algo o alguien fuera de sí mismo, a la tradición, a un credo, a una ideología, a un ser trascendental, a un "superior". "El hombre enajenado se halla tenso, en trance de batalla, violento; es estrecho, intolerante, autoritario, pusilánime ante la autoridad, receloso de pensar o actuar como los demás, desconfiado y conformista"[164].

El pensar por sí mismo permite entender las grandes dimensiones de la libertad del hombre para liberarlo de las ataduras que lo esclavizan, porque el hombre actual no vive su vida en su nivel personal, se ha dejado alienar; se ha comprometido con la impostura, se encuentra desarraigado, perdido en el anonimato. El hombre de hoy, según la investigadora María Luz del Socorro, se siente más comprometido con la impostura que con la misma verdad. El hombre está cada día sumergiéndose en la angustia y el descontento; rodeado de tensiones externas, es más que nunca convulsionado por las tensiones de adentro; es la lucha permanente entre el "querer ser" y el "tener que ser". El "querer ser" se ha cambiado por el "tener que ser" y este imperativo le ha robado al hombre su verdad; así los ideales en lugar de producir superhombres, han producido caricaturas. El hombre desea ser libre, anhela su libertad. Sin embargo, no puede liberarse de sus cadenas, ni realiza esfuerzos tendientes a lograrlo. Por el contrario, cada vez está más alienado. Además de estar alienado, se pierde en sus contradicciones. El estudiante universitario, por ejemplo, protesta y lucha en contra del establecimiento, y luego se vende a las oligarquías dominantes, convirtiéndose en prisionero de aquello que pretendió combatir. "Se ve con frecuencia a esclavos triunfantes convertidos en tiranos, a revolucionarios en dictadores y a otrora jóvenes rebeldes en adultos conservadores, defendiendo normas y métodos de educación que con ahínco denunciaron. Cuando la rebelión no es acompañada de una desconstrucción simbólica ajena a toda ideología y distante de toda manipulación, los propósitos libertarios terminan sirviendo a nuevas formas de autoritarismo y enajenación"[165]. No sabe qué quiere en realidad. Quiere ser, pero tiene que conformarse con tener que ser. Por tener que ser se pierde en el quehacer, olvidando su ser. Fromm afirma que "el hombre moderno vive bajo la ilusión de saber lo que quiere, cuando en realidad, desea únicamente lo que supone (socialmente) ha de desear"[166].

Para no vivir bajo el influjo de la "ilusión", no sólo del saber, sino en todo lo relacionado con la dinámica existencial, Miguel Ángel Gómez Mendoza, además de proponer su concepto de ilusión, plantea que la filosofía nos protege contra ésta:

"La ilusión es una falsa conciencia, es un error de juicio, de apreciación, es estar fuera de la realidad, es una especie de sueño permanente y la ilusión es un tipo de adoctrinamiento, nos intenta hacer creer no importa que sin que tengamos los medios de verificar lo que nos dice. Desde luego soy yo quien me hago las ilusiones pero yo no soy el responsable, es la sociedad la causante, es decir los otros: la opinión. La ilusión es entonces una especie de opinión y nada es más malo que la opinión: se debe destruirla, ella no piensa y si piensa, piensa mal. Y es planteándose los problemas que no se plantean por ellos mismos que se llega a protegerse de la ilusión. Si el conocimiento es una respuesta a una pregunta, la ilusión es una respuesta que no admite desde el comienzo ninguna pregunta, de donde vuelvo a decir que es una falsa conciencia. Pero si la filosofía tiene adeptos por el simple hecho que ella nos permite adquirir autonomía intelectual y una reflexión sobre el pensamiento de los pensamientos humanos, tiene como consecuencia de prevenirnos contra la ilusión, no es menos cierto que algunos piensen que la filosofía va al encuentro de la finalidad de la enseñanza secundaria, que ella no es rentable, que no sirve para nada, que no nos permite vivir de una manera normal en la sociedad. Mucha gente no quiere que ciertas personas reflexionen mucho; ellos tienen miedo de que se les diga lo que no quieren decir, que tienen registrado su inconsciente, de donde la expresión popular es intelectual, con la cual se traduce un cierto desprecio. ¿Qué pensar de la gente que piensa que la filosofía es inútil, de donde se deriva la consecuencia que ella no nos previene contra ninguna ilusión? No quisiera criticarlos pero pienso que aquellos que critican la filosofía son aquellos que justamente no han llegado a este conocimiento de segundo grado. Ellos son víctimas de la opinión y ellos no han logrado procurarse una autonomía intelectual, ser dueños de sí mismos. ¿Hace falta deseárselo? No, puesto que ellos han sido víctimas de todo tipo de cosas, de la división del trabajo que aumenta su maña en detrimento de su inteligencia, de la publicidad y del standing[167]que reemplaza al hombre por un código de signos; se le determina gracias al vehículo que conduce y a los vestidos que lleva. Al fin de cuentas es prisionero de esto.

Y el fin de la filosofía es combatir estas cosas y especialmente la ilusión. Diría aún más: la filosofía no interviene a partir del momento en que la ilusión ha alcanzado la sociedad, ella interviene antes que se pueda instalar. La filosofía tiene entonces muchas más oportunidades de combatir esta falsa conciencia y en mi opinión ella lo está cumpliendo muy bien.

La filosofía nos previene contra la ilusión en la medida en que nosotros adquirimos cierto dominio de nosotros, una cierta autonomía intelectual. Ella nos permite tomar distancia, ubicar las cosas en su justo valor. En cuanto aquellos que dicen que la filosofía es un mal, diciendo que ellos no desean filosofar, ¿no filosofan sin que se den cuenta? Cualquiera que sea la filosofía es un remedio contra los peligros de la sociedad y ella llega a ser indispensable en nuestra época, donde no se sabe a dónde nos lleva el progreso técnico"[168].

Todo esto le ocurre porque no busca la verdad; al menos, su verdad. ¿Pero cómo buscarla, si además de estar alienado, su ser y su quehacer no son consecuentes, no es coherente con su pensamiento y su acción? "La falta de coherencia determina una ausencia de paz profunda y exaltación de la angustia. Cuando no hay cohesión, identificación de la persona consigo misma, el individuo se encuentra perdido en la contradicción entre el tener que ser y su ser real. La incoherencia es, por ende, el resultado de suplantación de la verdad por la mentira, y el camino de la liberación es la búsqueda del ser, su identificación, la solución de la dualidad y el conflicto consigo mismo. La verdad, camino de liberación, exigen del hombre una permanente revisión de su personalidad, de su realidad óntica, de su función social y su destino en general"[169]. La liberación sólo se logra a través de la verdad y el amor. Así sea de origen moral eso de que "la verdad os hará libres", ese "principio" es axiomático. El camino que lleva a la verdad se recorre con los pies ágiles del amor. "El amor es quizá la verdad más concreta que existe en el ser es su esencia, su meta y su fundamento"[170]. La liberación exige de la autenticidad, por cuanto ésta "es una exigencia de liberación que permite al ser el ejercicio constante de su persona, libre de las tentaciones y acechanzas que se le imponen desde fuera y que intentan condicionar su vida al artificio y al engaño"[171].

Pensar para conquistar la libertad

Ser libre implica ser responsable y buscar la dignidad que se funda en el respeto por nuestra vedad. Para tratar de liberarnos debemos escudriñar críticamente las estructuras codificantes que nos impone nuestra realidad cultural. Las leyes, como estructuras codificantes e instrumentos de poder, tácitas o establecidas sociojurídicamente, ejercen un enorme poder alienatorio que sujeta a los sujetos. Cuántas veces, la ley, que debe estar al servicio de la persona o de la colectividad, termina, contraria a su espíritu, tiranizando, esclavizando. "La esclavitud a la ley es una de las más serias consecuencias a que han conducido las estructuras socioeconómicas y políticas al hombre en todos los tiempos; el sometimiento a esquemas, la reproducción en serie de tipos ideales, construidos según maquetas estáticas que obedecen a normas y a principios que lejos de servir al hombre le recortan, han creado dentro de las instituciones hombres serviles, fanáticos o anárquicos, tipos cada uno bien funesto para la sociedad, que tiene como función facilitar el camino del destino creador de cada hombre… Los esclavos de la ley son aquellos que sin comprender su sentido, se acogen a ella literalmente, más como defensa que como esfuerzo, más como componenda que como argumento, son los que le sirven estérilmente y en lugar de fieles se convierten en serviles. El espíritu de la ley queda reemplazado por la obediencia ciega, por la letra muerta; el hacer se convierte en un no hacer. El deber ser en un tener que, lo cual despersonaliza al individuo, comunicándole una configuración bien deformada… El sentido de la ley debe enriquecer mi persona; para ello es necesario rescatar y conquistar dicho sentido a cada instante; las opciones concretas a las que ella me somete deben producir en mí un sentimiento de dignidad personal, que se apoya en el reconocimiento de mi libertad. La ley así me permite tomar conciencia, me hace libre, me dignifica y pone en movimiento en lugar de esclavizarme… Por todo esto la ley, en lugar de servir al hombre, lo esclaviza; el temor le obliga a huir de sí mismo; el dinero a venderse al mejor postor. El hombre tiene que vivir fuera de su itinerario, arrojado siempre de su hora, aprisionado por la codicia, estremecido por el pánico; se vende a la institución, no para servirla sino para defenderse de ella; se somete a una ley que en el fondo odia, pero cuya disciplinamoda le persona el esfuerzo del ser él mismo"[172]. En concepción de Nicolás Berdiayev, el hombre es un tirano de sí mismo. "Se tiraniza a sí mismo como una criatura dicotómica que ha perdido su integridad. Se tiraniza a sí mismo por una falsa conciencia de culpa… Se tiraniza a sí mismo con falsas creencias, supersticiones, mitos. Se tiraniza a sí mismo por toda suerte posible de miedo. Se tiraniza a sí mismo por envidia, por amor propio, por resentimiento. Un amor propio enfermizo es la forma más horrible de tiranía. El hombre se tiraniza a sí mismo por la conciencia de su debilidad e insignificancia, y por la sed de poder y grandeza… La mayor perversidad es el poder del hombre sobre el hombre, el abatimiento de la dignidad humana, la violencia y la dominación… El hombre puede ser esclavo de la opinión pública, un esclavo de la costumbre, de la moral, de los juicios y opiniones que se imponen por la sociedad… La esclavitud acecha al hombre por todas partes. La lucha por la libertad presupone resistencia, y sin resistencia se apaga su febrilidad. La libertad estatuida por una forma consuetudinaria de vida, se muda a una advertida condición de esclavizamiento de los hombres; es la libertad que se ha vuelto objetivada, pese a que la real libertad es el reino del sujeto. El hombre es un esclavo porque la libertad es difícil y la esclavitud es fácil"[173].

La conquista de nuestra libertad implica, tal como nos aconseja el filósofo Javier Aranguren, prepararnos para afrontar un mundo de egoísmo, de acciones siempre interesadas, de desconfianza, de miedo, de guerra de todos contra todos. Desde los tiempos del Renacimiento Maquiavelo ya percibía el cansancio de la mente hacia las grandes aventuras éticas y metafísicas, y proponía la aceptación del ser sobre el deber ser, sin fijarnos en cómo se debe vivir sino en cómo se vive. A partir de entonces para qué ideales, para qué ensoñaciones como las de la ética platónica y aristotélica si el fin justifica los medios. "Es deplorable ver que todos los hombres sólo deliberan acerca de los medios y no acerca del fin", nos decía Pascal. ¡Cuidado con ese alienador canto de sirena! Conquistar la libertad requiere luchar contra el utilitarismo, el pragmatismo, la instrumentalización, la cosificación y masificación de la cultura moderna y postmoderna, carente de ideales, donde impera el ideal social propuesto por Calicles en el que afirma que las reglas morales no son sino el refugio de los débiles ante los hombres decididos y valientes, y éstos "son los que no se dejan impresionar por el dictado de la mayoría y los que, cuando toman conciencia de su propio poder, son capaces de acciones grandes"[174]. El hombre que practica esta moral, con la que se siente más allá del bien y del mal, más allá de la moral y de la sociedad, cree que los demás se limitan a refugiarse en el universo de los pusilánimes. En ese tipo de sociedad nuestra libertad sólo se conquista pensando por sí mismo. "Que nada exterior llegue a mandar en mí", dijo Walt Whitman. Para ser auténticamente libre hay que tener un espíritu libertario, hay que estar inmunizado intelectualmente contra todo aquello que pretenda arrebatarnos o falsearnos nuestra genuina libertad. Pero la libertad como el pensamiento no surge por generación espontánea. El filósofo es un espíritu que ama la libertad y actúa conforme al amor. "Ella se logra si como educadores y padres de familia le ofrecemos a los educandos el modelo racionalmente adecuado para actuar. Si dejamos la libertad al azar, el estudiante lo único que logrará es identificarse con los modelos que le ofrece la televisión, la malicia popular o la frivolidad de la calle. Y creo que como sujetos responsables lo último que deseamos es dejar a la juventud beberse la existencia desaforadamente"[175]. Ernesto Sábato nos dice que "la libertad de pensamiento y de crítica, la ciencia y la filosofía en libre expansión son revolucionarias por esencia, porque para ellas no hay una concepción del mundo sagrada e inalterable, y menos una concepción basada en la mentira y el sofisma"[176]. Para pensar con libertad se requiere que prescindamos de prejuicios irracionales, de presiones ideológicas e intereses partidistas, y estar bien pertrechados de conocimientos. "Para pensar con libertad se requiere tener la debida perspectiva, amplitud de horizontes, riqueza de saberes y experiencias"[177].

El estudiante que termine su bachillerato pensando por sí mismo podrá ser libre y autónomo en la toma de sus decisiones con respecto a su proyecto educativo que pretende implementar y desarrollar, optando por el que posibilite y contribuya a su autorrealización, teniendo presente que los sofismas de los medios de información y el de los discursos politiqueros y el auge de las universidades de "garaje" le pueden ofrecer "paraísos" que, en lugar de orientarlo, lo podrían desorientar en su vasto e infinito horizonte de posibilidades. "Por todas partes se imparten saberes rápidos, fáciles y eficientes; pero generalmente no se profundiza en nada. La gente hace un postgrado, y antes de finalizarlo empieza otro. Se anda a la caza de títulos pero no de un saber sólido, fundamentado. Todos estudiamos mucho pero nadie sabe nada en profundidad. No hay tiempo para la profundización, para la reflexión, para el análisis. Y si lo miramos por el lado de la política: cuánta proliferación de discursos, de candidatos, de programas, de ofertas, de promesas. Vivimos hoy inundados de discursos vacíos; la palabra ha perdido su realidad óntica. Detengámonos solamente en el tema de la paz: por todas partes oímos hablar de paz, pero los hechos todos llevan a la guerra; por todas partes se habla de tolerancia y a cada momento cometemos actos de intolerancia; todos los discursos se refieren a la justicia social, y lo que vemos es una sociedad cada día más injusta"[178]. Para que la palabra recobre su realidad óntica es necesario que se diga lo justo y lo que vale la pena. "Concentrarse en lo esencial y poner la palabra al servicio de la racionalidad y de la sensatez… pensar, sentir y actuar para un mismo lado, bajo una misma dirección… Hay gente que funciona como una escopeta de perdigones: piensan una cosa, sienten otra y sus actos se disparan sin dirección"[179]. El filósofo como "amante de la verdad", como buscador de la verdad, que es la categoría axiológica suprema, en este sentido, la concibe y vivencia como correspondencia y relación del pensamiento con las cosas, en donde "verdadero –tal como lo planteó Platón– es el discurso que dice las cosas como son", y, como sentenció Aristóteles, verdadero es "afirmar lo que es y negar lo que no es". "La verdad, sea de cualquier naturaleza, es proceso y resultado aprehensivo de humano, como saber profundo, construido por la actividad del hombre en relación con el mundo o la parte de él hacia la cual dirige su acción", la cual "se revela en procesos intersubjetivos, en espacios comunicativos, que integran en su síntesis: conocimiento, valor y praxis. Todo en los marcos de la subjetividad humana, donde el hombre piensa, siente, desea, actúa e intercambia los productos de su actividad en una relación dialéctica sujeto–objeto, mediada por infinitos atributos cualificadores de su ser esencial, de la cultura, la historia y por el consenso legitimador… La concepción de la verdad como saber integral no puede soslayar tampoco la importancia cognitiva del lenguaje metafórico, capaz de lograr la unidad de la diferencia…"[180]. El acceso a la verdad, la conquista de la verdad, requiere de una concepción compleja y flexible que priorice un enfoque de integralidad incluyente en la aprehensión de la realidad asumida.

Pensar para reivindicar la dignidad humana

Quien es capaz de pensar por sí mismo, respeta su dignidad humana y la dignidad humana de los demás. "Mi recta conciencia me obliga a respetar vuestra dignidad"[181]. Lo que realmente nos hace personas es nuestra dignidad humana. Lo más grandioso de la persona, a parte de su vida, es su dignidad humana. Henry Thoreau decía que "todo hombre tiene como tarea hacer su vida digna, hasta en sus menores detalles, de la contemplación de su hora más elevada y crítica"[182]. Giovanny Carreño Díaz señala que debemos ser tolerantes con los asuntos triviales, pero intolerantes ante las situaciones que degradan la dignidad humana.

El ser humano es lo más digno de la naturaleza. Ya Sófocles, desde la antigua Grecia, nos decía que "de todas las cosas dignas de admiración que hay en el mundo, ninguna es tan admirable como el hombre". Así mismo, Bertolt Brech sostenía que "no hay nada en la creación más importante que el hombre, que todo hombre, que cualquier hombre". La Constitución Política precisa en su artículo 1º que "Colombia es un Estado Social de Derecho organizado en forma de República… fundada en el respeto de la dignidad humana". La dignidad humana de las personas significa respeto por sus ideas, sus derechos, sus libertades, su vida y su seguridad. En fin, dignidad humana es ser libre, tener derechos, valores, creencias y pensar por sí mismo; dignidad es respeto por el otro y por sí mismo. Según el jurista Hernando Valencia Villa "consiste en el reconocimiento del carácter sagrado o inviolable del ser humano en tanto sujeto moral dotado de razón y destinado a la libertad"[183].

El imperativo kantiano señala que hay que tratar a las personas siempre como fines, nunca como medios. "El hombre no es una cosa; no es, pues, algo que pueda usarse como simple medio; debe ser considerado, en todas las acciones, como fin en sí"[184]. Con las personas se puede contar, sin reducirlas a medio. "Una persona sólo puede disponer de sí misma, porque es realidad propia o en autoposición"[185]. Kant nos dejó, tal vez, la definición más diciente de dignidad humana a través de su imperativo categórico: "Obra de tal manera que la humanidad en ti y en los otros no sea nunca un medio sino siempre el fin más elevado"[186]. Esto quiere decir que debemos ver a los demás siempre como fines y nunca como medios. Según el artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, todos los seres humanos nacemos libre e iguales en dignidad y derechos, "lo que significa que por el solo hecho del nacimiento, es decir, de la incorporación a la comunidad de los vivientes, cada individuo debe ser tratado como un fin en sí mismo, en tanto sujeto moral o conciencia en libertad"[187].

Wikipedia señala que la dignidad humana hace referencia al valor intrínseco de todo ser humano, independientemente de su raza, condición social o económica, edad, sexo, ideas políticas o religiosas. Es el principio que justifica y da su fundamento a todos los derechos humanos (acuerdos de filosofías jurídicas que incluyen a toda persona, por el simple hecho de su condición humana, para la garantía de una vida digna sin distinción de credos, etnias, estatus, sexo o nacionalidades). La dignidad no solo es un derecho, es la base de todos los derechos. Precisamente, la Ley General de Educación en su artículo 1º, dice que "la educación es un proceso de formación permanente, personal,… que se fundamenta en una concepción integral de la persona humana, de su dignidad, de sus derechos y de sus deberes". Savater sostiene que todo ser humano tiene dignidad y no precio. En su Ética para Amador precisa que "es la dignidad humana lo que nos hace a todos semejantes justamente porque certifica que cada cual es único, no intercambiable y con los mismos derechos al reconocimiento social que cualquier otro". Rafael Méndez Bernal señala que "si dentro de la claridad, eficacia y productividad de la sociedad industrializada los hombres olvidan su dignidad en medio de las ilusiones de una servidumbre cómoda, suave, razonable y democrática, por fuera de ella expanden y universalizan un proceso de destrucción en el ámbito planetario"[188]. La dignidad humana es tan importante y fundamental que es la base de los derechos humanos y del Estado social de derecho colombiano.

El filósofo Walter Benjamín advierte que el progreso técnico e industrial puede ser portador de catástrofes sin precedentes. En opinión de Augusto Ramírez, ni la economía norteamericana ni los recursos planetarios pueden soportar esa voracidad, esa frenética destrucción de materias primas y de contaminación ambiental… Es el frenético asalto a las reservas de la humanidad para sostener, por unas décadas más, la voracidad consumista norteamericana y cancelar el futuro del mundo. Si no se detiene esta idiota carrera hacia el abismo, en cincuenta años, la Tierra será un gigantesco estercolero donde una humanidad envilecida disputara a las ratas su comida. El consumismo no es viable ni a nivel nacional ni planetario, simplemente, porque la Tierra no tiene suficientes recursos para sostener ese monstruoso desperdicio, ni la humanidad puede soportar, sin perecer, los niveles de degradación y contaminación ambiental que el consumismo produce… Las insaciables ambiciones corporativas están deforestando nuestros bosques, convirtiendo en desiertos nuestras praderas, agotando nuestras fuentes de agua. El desenfreno consumista convierte en basura nuestras riquezas y con la basura está asfixiando el mundo… El sostener el consumismo es extinguir la humanidad" [189]Como se recordará, ya desde el "Mayo francés" se invitaba a respetar la naturaleza y a detener el cáncer del consumismo, que ávido y voraz carcome el planeta de manera irreversible.

La dignidad humana como valor, según palabras del sociólogo Pedro Elías Zorro, se ha perdido porque la hemos reemplazado por otros "valores" como el dinero, el poder, el arribismo, la corrupción, la gloria y otros sucedáneos. Si las personas se cosifican, se instrumentalizan, se utilizan como piezas del engranaje productivo, como ocurre en la aparente "lógica" de las sociedades de consumo, se les adultera su dignidad humana. Una persona sin dignidad humana es tratada como recurso y como medio para lograr un fin. Es así como la economía denomina a las personas como "recursos humanos", "materia prima", "capital humano", y con esta terminología eufemística las deshumaniza, degradando la dignidad humana. Escondidos detrás de la máscara de la eficiencia, utilizamos técnicas modernas para deshumanizarnos. "Eso explica que muchos empresarios no parezcan tener otra meta que lograr los beneficios necesarios para triunfar en su aventura. Esta forma unilateral de encarar su vida profesional los lleva con frecuencia a considerar a los trabajadores como "material humano", es decir, como un medio entre otros para conseguir los fines de la empresa. La expresión entrecomillada es fruto de una actitud gravemente reduccionista: se ve al trabajador como una simple pieza del engranaje de la empresa, no como una persona, dotada de la rica complejidad que ostenta por ser un "nudo de relaciones"[190]

Si queremos relaciones profundas y significativas, tenemos que humanizarnos. La dinámica consumista le exige que la persona, a cambio de su dignidad, sepa "venderse" para conseguir un empleo, que pase de persona a cosa, de sujeto a objeto, de actor a espectador y de fin a medio. Dentro de esta "lógica" se ignora el ideal kantiano que plantea que ningún hombre debe ser un medio para que otro hombre realice sus fines, y que la persona siempre hay que verla como un fin y nunca como medio. En este sentido no importa sólo lo que se haga, sino la motivación de fondo de quien actúa. Aristóteles recomendaba que en todas las cosas es preciso preferir siempre lo que conduce a la realización del fin más elevado. La desvalorización de las personas ha llegado hasta el extremo que como recursos no se censan, a cambio se les contabiliza como mano de obra, talentos; incapaces de reflexionar viven en la apariencia, se conforman con andar la mitad del camino, viven en el anonimato y se dejan abrigar por el manto de la deshumanización.

Al respecto, el intelectual Alberto Mendoza Morales precisa que "por todas partes, en efecto, se oyen y leen expresiones que califican a las personas de "recursos humanos", "materia prima" o "capital humano". También las llaman "mano de obra" o "cerebros". Todos estos calificativos, abstractos e inadecuados, de procedencia industrial–mercantilista, delatan sumariamente el problema central de nuestra sociedad: la desvalorización de la gente. Tratamos al hombre como si fuera factor de producción, uno entre varios. No distinguimos entre fines y medios. Esto es lo que los axiólogos llaman "aberración estimativa"… Si queremos un país de hombres libres, de gente culta, de "hombres hasta los tuétanos", debemos comenzar por cambiar la menguada concepción que tenemos de nosotros mismos y de los demás. No somos "recursos". Somos el fin de la acción, propia y social. Si reflexionamos un poco nos daremos cuenta de que el ser humano es el mayor bien con que cuenta una comunidad y de que, tratar a las personas como "recursos humanos" es irrespeto increíble, solamente excusable si aceptamos que quien así las califica no sabe realmente lo que está diciendo. El animal es amaestrable y usable para diversas faenas en beneficio del hombre; nuestro prójimo es educable, posee atributos únicos, resortes íntimos que pueden conducirlo a insospechables niveles de ascenso y perfección. No debemos confundir hombre y animales. Educación es opuesta a amaestramiento. En aquella aflora el hombre, en este se expone el animal. Por eso se dice de la educación que es el proceso más auténticamente humano presente en el hombre"[191].

El filósofo y psicólogo Daniel Golemán[192]nos dice que los marcos referenciales condicionan nuestra cotidianidad en el mundo laboral. Uno aprende la disciplina laboral al "ser sometido a las fuerzas que, sutilmente, dirigen nuestra atención y moldean nuestra experiencia dentro de la organización". La persona es vista sólo desde el rol social que desempeña; no se tienen en cuenta otras dimensiones personales de su ser. "La unidimensionalidad de la gente en sus roles sociales es sintomática de una alienación cada vez más amplia en nuestra condición moderna… La unidimensionalidad de los individuos en sus roles nos exige que ignoremos el resto de ellos". Uno de los beneficios de la unidimensionalidad del marco referencial es la autonomía interna, en donde la persona dirige el resto de atención a intereses y placeres privados en medio de la vida pública. Hay libertad por cuanto al desempeñar solamente su rol social, el individuo no tiene que hacer intercambios plenos y auténticos con cada persona que trata en el desempeño de su rol. "Las anteojeras que provee el rol permiten a la persona que desempeña ese rol deshumanizarse en lugar de liberarse". No se traspasa el rol para llegar a la persona que hay dentro del mismo. "Preferimos no ver, preferimos ignorar, en lugar de enfrentar a la persona, y prestamos atención sólo al rol, que ofrece una salida fácil, incluso, un momento agradable".

Sin libertad no hay dignidad. Según Nietzsche, el hombre sólo ha podido vivir bajo sombras de libertad, nunca se ha podido sentir verdaderamente libre. Entonces es imperativo luchar por ésta. La libertad se presenta a nuestras circunstancias actuales como la afirmación de la dignidad humana, en cuanto fin, en contra de toda esclavitud o instrumentalización. Sólo a través de la libertad el hombre llega a ser lo que debe ser. La libertad actual debemos entenderla como una aspiración que necesita mediaciones y tiene límites. No puede considerarse en términos absolutos. Únicamente soy libre con los demás; es allí donde yo vivo y palpo mi verdadera dimensión. El hombre que piensa por sí mismo, es un constante luchador por su libertad, para que ésta, entre otras cosas, ayude a posibilitar y engrandecerle su dignidad humana. Quien renuncia a la dignidad humana prefiere vivir de rodillas antes que admitir la posibilidad de morir de pie. "Más vale ser un perro, que ser un hombre, y verse pisoteado" (Heinrich Kleist). Según Abraham Maslow, lo que un hombre puede ser, debe serlo. La autorrealización es, precisamente, "llegar a ser todo lo que uno es capaz de ser", nos recuerda Walter Riso. ¡Ah, pero eso sí! En nombre de la libertad uno no debe estar dispuesto a sacrificar su vida. Así las cosas, debemos ignorar el consejo de "Don Quijote" cuando le dijo a su "fiel" Sancho que "por la libertad, Sancho, como por la honra, se debe dar la vida"[193]. ¡Cuidado con los extremos y los fanatismos!

Como el "saber vivir" tiene estrecha relación con el "pensar por sí mismo", para la construcción de un proyecto de vida que nos autorrealice y nos oriente en la difícil búsqueda de la felicidad que, como ya se dijo, es el fin supremo de la existencia, si aspiramos a éste es indispensable "saber vivir", y saber vivir implica, entre muchas otras cosas, no dejarse "envilecer", "embriagar" ni alienar por sucedáneos como el poder, el éxito, el placer por el placer, la fama… y, sobre todo, por la riqueza material, por cuanto, desde la antigüedad, ese gran "escrutador de almas" (Aristóteles) planteaba que "hay, sobre todo, mayor necesidad de justicia y de prudencia cuando se está a la cima de la prosperidad y se goza de todo lo que excita la envidia de los demás hombres… cuanto más completa es su beatitud en medio de todos los bienes de que se ven colmados, tanto más deben llamar en su auxilio a la filosofía, la moderación y la justicia"[194]. Para ser feliz se necesita filosofar. "Porque ¿cómo se puede ser feliz sin saber de dónde vengo, a dónde voy, dónde me encuentro, qué sentido tiene mi vida, que va a ser de mí, qué caminos me pueden conducir a alguna parte?"[195]. Quien piensa por sí mismo, conoce el gran arte de vivir, y todo lo que le es molesto para su vida lo aparta de sí, de una manera suave y nada llamativa, y, bajo cualquier hábito y sometido a no importa qué coacción, sabe guardar su libertad interna. Hablando en lenguaje figurado, quien piensa por sí mismo, sin apuntar, da siempre por completo en el blanco.

Pensar para vivir auténticamente

No pensar por sí mismo implica vivir de manera inauténtica y deshumanizada. Viviendo en un estilo de vida así, impuesto e impersonal, no vivimos en libertad, que es un acto libre, una manifestación de la autodeterminación del yo profundo, una afirmación de nuestra personalidad. Así, alienados como estamos, "la mayor parte del tiempo nos sustraemos a nosotros mismos, vivimos exteriormente a nosotros mismos, somos accionados"[196], lo cual debe instarnos a adentrarnos en nosotros mismos para reflexionar profundamente sobre nuestros estados internos, y de esta manera vivir una vida por fuera de los condicionamientos deterministas y mecanicistas, que reducen la grandiosidad de la existencia a lo meramente medible, tangible, palpable, cuantitativo y utilitarista. "Lo que no se adapta al criterio del cálculo y de la utilidad es, a los ojos del iluminismo, sospechoso… El iluminismo identifica el pensamiento con las matemáticas. …el iluminismo es más totalitario que ningún otro sistema"[197].

El ser humano tiene que pensar por sí mismo para que pueda "adueñarse" de su vida. En este sentido el profesor Francisco Burruezo nos dice que el hombre es dueño de su propia vida: (si es capaz…) "Si tiene una voluntad con la que pueda dominar las propias acciones: (no hago el bien que quiero sino más bien el mal que no quiero). Si sabe dirigir la vida, si es capaz de vivirse, y no es "vivido" por las circunstancias y por los demás (podemos hacer las cosas a tontas y a locas, pero también podemos hacerlas pensando antes…). Si es capaz de tener un proyecto vital propio, pensado y propio del hombre… y está comprometido en sacarlo adelante"[198]. Por su parte, Erich Fromm señala que "la intelectualización, la cuantificación, la abstracción, la burocratización y la "cosificación" —las características mismas de la sociedad industrial moderna—, no son principios de vida sino de mecánica cuando se aplican a personas y no a cosas. La gente que vive en ese sistema se hace indiferente a la vida y hasta es atraída por la muerte. No se da cuenta de ello. Toma los estremecimientos de la emoción por las alegrías de la vida y vive con la ilusión de que está mucho más viva cuantas más sean las cosas que posee y usa… La orientación de tener es característica de la sociedad industrial occidental, en que el afán de lucro, fama y poder se han convertido en el problema dominante de la vida"[199].

Pensar por sí mismo es demasiado importante para nuestra autonomía y criterio propio, por cuanto la opinión de los demás tiene un peso decisivo en la orientación de nuestra conducta. Al no pensar por nosotros mismos, somos vulnerables y frágiles a la presión consensual del sistema que impone falsos valores, los cuales pueden corromper nuestras metas y extraviar nuestra vida. "Cuando las presiones del sistema –señala Augusto Ramírez[200]logra integrar a toda la sociedad en la prosecución de metas comunes, y esta metalogía universal impone todas las perspectivas posibles, la libertad se convierte en un slogan manipulativo y la individualidad se disuelve en la multitud totalizadora". Miguel Angel Iragaray echa en falta a personas con criterio propio, con espíritu crítico, que no se dejen influir fácilmente por las opiniones del ambiente, por la moda o los hobbys del momento, que no sean veletas. "Nos faltan personas admirables, no maleables, que actúen por convicciones serias, profundas, y no por el viento que sopla en cada instante. A esto ayuda la filosofía. Nos hacen falta, en suma, filósofos, sabios y poetas que nos lideren en la búsqueda de la verdad, del bien, de la belleza, conceptos que parecen estar en crisis dentro de nuestro mundo"[201]. La búsqueda de la verdad y de la dignidad humana es una tarea que compete al filósofo. "La verdad: ¿qué es la verdad?, ¿es posible conocer alguna verdad?, ¿qué verdades es posible conocer? Son cuestiones netamente filosóficas. Se comprende pues que la filosofía sea el quehacer intelectual más importante para el vivir conforme a la categoría y dignidad del ser humano"[202].

El filósofo Diógenes, desde la antigua Grecia, con sus actos y sus planteamientos nos llamaba a pensar por nosotros mismos; mediante su sarcasmo, burla, mordacidad, "cinismo" e ironía a revelarnos contra la opresión, la alienación, la doble moral y a subvertir el orden establecido. Con su legado filosófico nos enseñó a cuestionar la "legitimidad" vigente, transmutar los valores convencionales, revaluar lo establecido y sacudir los cimientos de la cultura impuesta. Como contestatario e iconoclasta, rechazaba cualquier símbolo que representara el poder dominante. Sus enseñanzas y las de todos los "cínicos" permanecen vigentes porque "atacan puntos clave que siempre estarán presentes en los imaginarios sociales, como son la autonomía, la libertad de expresión y el derecho a la protesta"[203]. El investigador Denis de Moraes señala que:

"El imaginario social está compuesto por un conjunto de relaciones imagéticas que actúan como memoria afectivo–social de una cultura, un substrato ideológico mantenido por la comunidad. Se trata de una producción colectiva, ya que es el depositario de la memoria que la familia y los grupos recogen de sus contactos con el cotidiano. En esa dimensión, identificamos las diferentes percepciones de los actores en relación a sí mismos y de unos en relación a los otros, o sea, como ellos se visualizan como partes de una colectividad […].

Se trata de un lugar estratégico en que expresan conflictos sociales y mecanismos de control de la vida colectiva. El imaginario social se expresa por ideologías y utopías y también por símbolos, alegorías, rituales y mitos. Estos elementos plasman visiones de mundo, modelan conductas y estilos de vida, en movimientos continuos o discontinuos de preservación de la orden vigente o de introducción de cambios […].

Esa concepción dinámica del imaginario nos posibilita observar la vitalidad histórica de las creaciones de los sujetos, esto es, el uso social de las representaciones y de las ideas. Los símbolos revelan el que está por tras de la organización de la sociedad y de la propia comprensión de la historia humana. Su eficacia política va a depender del grado de reconocimiento social alcanzado por la producción de imágenes y representaciones en el cuadro de un imaginario específico a una cierta colectividad, la cual designa su identidad haciendo una representación de sí; marca la distribución de los papeles y posiciones sociales; expresa e impone creencias comunes que determinan principalmente modelos formadores […].

El itinerario simbólico para la construcción del imaginario social depende de los modos de apropiación y uso de los símbolos, los cuales se refieren a un sentido, no a un objeto sensible. La hoz y el martillo en la bandera de la extinta Unión Soviética no aludían únicamente las herramientas de trabajo transportados para la cadena de simbolización, formulaban la idea de que el Estado Soviético perpetraba la alianza de trabajadores del campo y de la ciudad. De objetos, se tornaron signos portadores de mensaje ideológico: la bandera como traducción de la mezcla del socialismo con los intereses de los trabajadores […].

Los sistemas simbólicos emergen para unificar el imaginario social. Vale decir, establecen las finalidades y la funcionalidad de las instituciones y de los procesos sociales. A través de los múltiples imaginarios, una sociedad traduce visiones que coexisten o se excluyen…"[204].

Filosofar para entender y superar los viejos paradigmas filosóficos y científicos.

Con respecto al "iluminismo autoritario" y "del criterio del cálculo y de la utilidad", es importante reflexionar un tanto sobre esta realidad que ha generado tantas críticas durante la posmodernidad, desde una cosmovisión científica, por cuanto desde diversas perspectivas intelectuales contemporáneas se disiente de la concepción parmenídica del ser (único, eterno, inmutable, ilimitado e inmóvil), cuyo fundamento condicionó la génisis y la dinámica del conocimiento, las ciencias físico–matemáticas y la comprensión del ser del hombre. Como consecuencia de esta concepción del ser, como estático y permanente, el pensamiento filosófico no puede ingresar "en regiones más profundas que las regiones del ser"[205]. Así mismo se requiere disertar sobre los viejos y nuevos paradigmas científicos.

Parménides, al identificar el ser con el pensar y el pensamiento con la realidad, afirma la existencia del ser en general como uno, universal y siempre el mismo, y establece el pensamiento como vía única hacia la verdad. "Los principios de identidad o contradicción, modelos básicos del ser y el pensar, son formas o imposiciones de la razón, de la lógica, del lenguaje"[206]. La preferencia del conocimiento intelectual, el que se obtiene a través de la razón, eclipsa el conocimiento sensible, y esta preferencia gozará de la masiva atención en el transcurso histórico de la filosofía desde Parménides hasta nuestro tiempo. "Toda forma de racionalismo en especial caminará por las formas descubiertas por Parménides. Frente a Heráclito ha mostrado Parménides el camino que lleva a las verdades fijas, no siempre idénticas a sí mismas; es el pensamiento abstractivo. Con ello fijamos un polo inmóvil en el flujo de los fenómenos. Pero Parménides no vio que todos los conceptos del pensamiento abstracto son una artificial inmovilización y esquematización de aspectos y lados parciales extraídos de una realidad siempre fluyente y de infinita variedad, y como quiera que estos aspectos y posiciones de realidad sean muchas veces básicos y esenciales, por esto tomó Parménides el mundo de los conceptos por el auténtico y real. Y así vino a confundir el mundo del logos con el mundo de la realidad, y desde esa base estructuró de manera original su concepto de ser… Sólo lo universal es para Parménides esencial…"[207]. Vale aclarar que el logos de Heráclito (quien se opone al ser de Parménides, proponiendo el devenir), pieza fundamental de su filosofía, "es lo común en la diversidad, la medida en el avivarse y amortiguarse del eterno devenir, la única ley divina que todo lo rige y de la que todas las leyes humanas se alimenta… El logo es, pues, para Heráclito la misma ley del mundo que regula el devenir"[208]. En el mundo heracliteo, caracterizado por el devenir, nada se detiene jamás. "Frente a la dialéctica de lo mismo es necesario instaurar una manera de ver la realidad universal no monista, es decir, alterativa, pero que tenga en cuenta los datos científicos"[209].

El quehacer filosófico de la modernidad, que cosificó al sujeto y que otorga primacía a la razón, hasta convertirla en razón instrumental, aplicó todas las caracterizaciones del ser parmenídico a la totalidad del ser, y desde éste fundamentó las ciencias, la ciencia de la vida y las ciencias del hombre, bajo el imperio del iluminismo que "endiosó" a la razón. "La concepción del hombre como una esencia quieta, inmóvil, eterna y que se trata de descubrir y de conocer, eso es lo que nos ha perdido en la filosofía contemporánea, y hay que reemplazarla por otra concepción de la vida, en que lo estático, lo quieto, lo inmóvil, lo eterno de la definición parmenídica, no nos impida penetrar por debajo y llegar a una región vital, a una región viviente, donde el ser no tenga esas propiedades parmenídicas, sino que sea precisamente lo contrario: un ser ocasional, un ser circunstancial, un ser que no se deje pinchar en un cartón como la mariposa por el naturalista. Parménides tomó el ser, lo pinchó en el cartón hace veinticinco siglos y allí sigue todavía, pinchado en el cartón; y ahora los filósofos actuales no ven el modo de sacarle el pinche y dejarlo que vuele libremente"[210]. Esa concepción del ser estableció nuestro paradigma occidental, determinando las dualidades que impiden el surgimiento de posibilidades alternativas y de reconciliaciones, dividiendo la unidad. "El pensamiento occidental, desde sus orígenes, ha sido planteado con base en oposiciones binarias: Dios-demonio, bueno-malo, blanco-negro, hombre-mujer, esencia-atributo, espíritu-materia, centro-periferia, libertad-esclavitud, verdad-mentira, oralidad-escritura, presencia-ausencia, civilización-barbarie… Una primera forma de poner en cuestión la oposición es no verla como dos elementos contrarios e irreconciliables sino como los términos extremos de un continuum: al movernos hacia el centro, la oposición se desestabiliza y termina por no ser efectiva. En la parte intermedia entre el blanco y el negro hay una zona gris en la que tales colores se funden; entre hombre y mujer hay innumerables posiciones intermedias: homosexuales, lesbianas y hermafroditas…"[211].

Sobre el pensamiento Parmenídico y Platónico, Descartes construyó su planteamiento que da primacía al sujeto por encima del objeto. A partir de éste se impuso el sujeto y la razón, dando origen al paradigma de la mecánica clásica y al surgimiento de la modernidad; el cogito cartesiano es el fundamento de ésta. Sobre el famoso "pienso, luego existo" y sus consecuencias en el mundo moderno, Roberto José Salazar Ramos señala que:

"El horizonte unilateral del yo, encerrado en sí mismo y existiendo como pensamiento, su indubitabilidad, y la necesidad de su testimonio es primordial para saber algo de las cosas o dar razón de ellas: es la forma de afianzarse en la verdad. Es bien conocido el despliegue de razones que Descartes utiliza para llegar a ese primer fundamento: la duda. La finca en la percepción del ser como dubitante: el ego cogito. Es el último eslabón hasta donde conduce la duda universal, metódica, calculadora, fría. Es el camino para asentar al cogito en la única y radical perspectiva desde donde se proyectará todo conocimiento, toda realidad y toda existencia.

El cogito ergo sum es la fórmula sobre la cual gira la modernidad; cogito que en el fondo es la abstracción de la totalidad histórica europea como imperio manifestada ahora en subjetividad. El ser aparece como una manifestación esencial del pensar: somos porque pensamos, en donde cada juicio o inferencia sobre algo, es un juicio de existencia, pues si yo veo que marcho, infiero de aquí que pienso. Esta totalidad cerrada, manifestada en el cogito, contiene todos los elementos que justifican el saber, el conocer, el querer, el sentir. De esta manera pasa a ser el centro de la vida de la mundaneidad construida y representada dentro del mismo círculo del cogito. Reconoce entonces todas las cosas como gravitaciones que giran y caen bajo su control: la realidad es una mera representación de la reproducción del cogito, dado que la conciencia pone el ser y lo integra a su dominio"[212].

El nuevo paradigma einsteniano y cuántico (indeterminista y relativista) supera el caduco paradigma mecanicista clásico (determinista y absoluto), fundado en la concepción de un ser estático y eterno (en el cual el verdadero ser de las cosas es permanente), producto de la conciencia organizada unívocamente bajo los dictados de la razón instrumental, operativa, que posibilita un modelo socioeconómico de producción y mercado estándar, según el cual la realidad de las cosas no puede verse a la luz de un mundo determinado. "La vieja ciencia nos enseñó que todos los fenómenos son fenómenos de cosas que están hechas de materia; de que la materia es el fundamento de todo ser. El nuevo paradigma está basado en la primacía de la conciencia; que la conciencia y no la materia, es el fundamento de todo ser; nosotros somos esa conciencia en donde todo el mundo de la experiencia, incluida la materia, es la manifestación material de las formas trascendentes de la conciencia"[213]. El paradigma cuántico y relativista, superador del modelo newtoniano, "permite pasar de un tiempo y un espacio estables a un universo de relaciones múltiples donde son posibles tantos sistemas de referencias y autoconstrucción como velocidades soporta la materia"[214]. Las leyes de Newton predicen sucesos, la mecánica cuántica predice probabilidades. Newton suscitó el triunfo de la razón positivista con su visión parcial y sesgada de la experiencia, y la separación de ciencias naturales y ciencias morales, generando incomunicación entre éstas. Sobre este particular, los investigadores Walter Ritter Ortíz y Tahimi E. Perez Espino señalan lo siguiente:

"La mecánica clásica de Newton nos da una visión determinista del universo, donde todo está previamente determinado que es una imagen que deja poco sitio para la libertad humana, donde seguimos a lo largo de la vida nuestras propias trazas prefijadas, sin ninguna posibilidad real de opción. Para los físicos modernos, la idea de la perfecta predicción no tiene sentido, porque no se puede conocer la posición y el momento con precisión absoluta ni siquiera de una partícula. No es posible predecir el futuro, el futuro es esencialmente impredecible e incierto. Sabemos con exactitud de dónde venimos, pero no sabemos con certeza hacia dónde vamos. Con la relatividad los modelos mecánicos ya no funcionaban y el mundo que representaban no describen definitivamente nuestro entorno habitual. No podemos conocer, por principio, el presente en todos sus detalles y es aquí precisamente donde la teoría cuántica se libera del determinismo de las ideas clásicas. Sabemos que el azar no es normalmente un factor de orden, sin embargo la mecánica cuántica basada en probabilidades, describe el comportamiento de los átomos y por más de 50 años sus predicciones se han venido verificando, incorporando aspectos acausales e indeterminados que constituyen sus fundamentos de la realidad. La descripción cuántica, hace intervenir funciones de probabilidad que aseguran el contacto acausal. Ese plano acausal podría también estar en la base de la misteriosa tendencia de la materia a organizarse y a estructurarse para adquirir nuevas propiedades llamadas propiedades emergentes…

La mecánica cuántica proporciona el soporte fundamental de toda la ciencia moderna; nos dice que no existe la realidad en el sentido usual de la palabra, que nada es real salvo si se observa y que no podemos decir nada sobre lo que las cosas están haciendo cuando no las observamos, formando parte de un todo indivisible y donde cada partícula acusa lo que acontece a las demás. Donde en cierto modo la gravedad no existe, lo que mueve los planetas y estrellas es la deformación del espacio-tiempo. El espacio se curva de un modo que le permite no tener límites pero al mismo tiempo es finito…

En resumen, la teoría cuántica nos dice que para comprender la realidad debemos renunciar a conceptos tradicionales como: materia sólida y concreta, que la realidad fundamental no es físicamente accesible y que el tiempo y el espacio son puras ilusiones…

Sólo comprenderemos la estructura de la realidad si comprendemos las teorías que las explican, las cuales pueden ir más allá de lo que percibimos y comprendemos de modo inmediato. Las teorías modernas son menos en número, pero más generales y profundas.

Nuestra cultura suele subestimar el poder de una teoría, pero los detalles teóricos de la física moderna que no podemos verificar directamente, nos ofrecen predicciones fiables sobre las cuales se construyen tecnologías muy útiles, como es el caso de los transistores.

El único enfoque que tiene sentido cuando se trata de la conducta humana es la de postular que el pasado estuvo determinado y el futuro es libre. Vivimos en diferentes maneras de organizar la realidad, según diferentes definiciones de lo que era real e irreal, sensato o insensato. Vivimos en realidades alternas y lo fascinante es que cuando uno las está viviendo tienen perfecto sentido para uno y uno sabe que es la única manera correcta de ver la realidad. El supuesto de que sólo hay una definición verdadera de toda la realidad es anticuada; no hay contradicción entre diferentes sistemas válidos de explicación, entre diferentes realidades válidas que son empero profundamente diferentes. No existe una racionalidad única que gobierne todo el universo.

Resulta sumamente difícil aceptar el hecho de que haya más de una realidad ya que estamos profundamente condicionados y suponemos que conocemos la única verdad y que todo lo demás es de algún modo menos real, donde somos nosotros, en nuestro desarrollo, que constituimos nuestro yo para sostener esa visión de la realidad…

Para la física moderna, no existe algo que se pueda considerar una descripción correcta, inmutable y definitiva de la realidad. Debemos evitar los errores complementarios de que el mundo tiene una estructura única, intrínseca, preexistente que aguarda a que la aprehendamos; y por otro, el de que el mundo es un caos total. Lo único que podemos saber es que todo cuanto percibimos y a lo cual reaccionamos es una síntesis de la conciencia y de lo que percibimos…

El hecho de que nos resulte difícil aceptar la idea de realidades múltiples, es el hecho de que se nos ha despojado de aquello que hacía al mundo estable y permanente. Lo que nos quedaba era la idea de que había una sola verdad y de que está era única, estable y eterna y se solía decir: Me fortifica el alma saber que, aunque yo perezca, la verdad es así. La realidad del Universo está allí y de alguna manera nosotros hacemos que cobre existencia por obra de nuestra conciencia; son nuestro propio invento y descubrimiento…

La mecánica cuántica, nos enseña que como individuos no estamos separados del resto del mundo; que el resto del mundo no es algo que permanezca ocioso, por el contrario es un campo de continua creación, de transformación y aniquilamiento y que pueden dar lugar a experiencias extraordinarias cuando son captadas en su totalidad"[215].

Hoy nos enfrentamos a la realidad virtual. Entonces estamos pasando del paradigma mecanicista a un paradigma relativista y cuántico. Todo está relacionado con todo, todo es un sistema compuesto por otros sistemas, incluido todo lo que hay en el universo. Ese cambio nos exige que nos sincronicemos y revisemos nuestra manera de ver y concebir el mundo. Las relaciones de incertidumbre para muchos filósofos constituyen una prueba de que existe indeterminismo en el universo físico y que, más allá de esto, se probaría que hay una especie de principio de libertad. Con la revolución cuántica queda en entredicho el principio lógico de identidad, descubierto por Parménides y establecido por Aristóteles (un elemento es igual a sí mismo), y el mismo principio de no contradicción (una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo).

En la mecánica clásica el concepto de realidad está bien definido. Las cosas son buenas o son malas. Una cosa puede ser negra o puede ser blanca. Si uno está vivo no puede estar muerto. En la mecánica cuántica hay un cambio fundamental, porque la realidad no está bien definida. La mecánica cuántica no se ocupa de apariencias o fenómenos, tales como colores, olores o ilusiones ópticas. "La realidad que conocemos es una creación del sistema nervioso, por lo que en cierto sentido es tan solo un mundo posible, ya que es obvio que nuestra percepción del mundo exterior ésta filtrada por completo. Cada uno vive en un mundo que es construido por su cerebro con la información dada por los sentidos, siendo el escenario en que se desarrollan los acontecimientos de la vida… Wheeler señala que la realidad puede no ser totalmente física ya que en un sentido el universo puede ser un fenómeno de participación, requiriendo el acto de observación y así de la misma conciencia. El universo es como es porque de otra forma nosotros no estaríamos aquí para observarlo. Mientras Bohr nos dice que la realidad no se puede encontrar, porque está intrínsecamente indeterminada, Wheeler nos dice que en el corazón de la realidad se encuentra no una respuesta sino una pregunta: ¿Por qué existe algo en lugar de nada? La respuesta es que no hay respuesta, sólo una pregunta… En lo que llamamos la causación ascendente la conciencia tiene el poder definitivo para crear la realidad, con lo cual la conciencia ya no se ve como un resultado del cerebro, sino como el fundamento de todo ser, en el cual todas las posibilidades materiales incluido el cerebro, están arraigadas. Existe la idea de que el cerebro humano lleva a cabo un proceso cuántico cada vez que se da una observación. El mirar consciente manifiesta el acontecimiento real a partir de todos los posibles acontecimientos… En el nuevo concepto de realidad, la creación de Dios no es el universo que observamos y habitamos, sino el potencial del universo para su autocreación. Donde lo que se creó inicialmente no fue el soporte físico del universo sino la información que gobierna el proceso evolutivo para que el universo autoevolucione, donde la información es el acto creativo, mientras que sus efectos, crecimiento y elaboración son inmanentes. Donde además se espera probar que los efectos de la mecánica cuántica, pueden ser reproducidos también en la escala de la vida cotidiana, lo que tiene implicaciones muy profundas en lo que concierne a la naturaleza del mundo físico y a una nueva manera de ver las cosas"[216].

Las apariencias se dan en el cerebro, no en el mundo físico. "Según la mecánica cuántica, las propiedades de los objetos no tienen por qué estar bien definidas mientras no los observamos. Por ejemplo, si tengo una moneda en la mano y después de abrir la mano veo que está en "cruz", esto no implica que antes de abrir la mano la propiedad de la moneda (estar en cara o en cruz) estuviera definida (fuera cruz). De acuerdo con la mecánica cuántica, mientras no observamos, existen situaciones intermedias entre la cara y la cruz (algo así como "un poco de cara y un poco de cruz"), que se llaman superposiciones cuánticas. En el momento que observamos, la propiedad queda bien definida (cruz en este ejemplo). Por supuesto, el demostrar que existen superposiciones parece imposible, pues para obtener cualquier resultado siempre tendremos que observar, y entonces… desaparece la superposición"[217]. Las cosas son buenas y malas a la vez. Son blancas y negras al mismo tiempo. Una partícula cuántica puede seguir el camino de la izquierda y el de la derecha simultáneamente. Esto es lo que se conoce como el "gato de Schrödinger".

{"Éste ilustra las diferencias entre interacción y medida en el campo de la mecánica cuántica. El experimento mental consiste en imaginar a un gato metido dentro de una caja que también contiene un curioso y peligroso dispositivo. Este dispositivo está formado por una ampolla de vidrio que contiene un veneno muy volátil y por un martillo sujeto sobre la ampolla de forma que si cae sobre ella la rompe y se escapa el veneno con lo que el gato moriría. El martillo está conectado a un mecanismo detector de partículas alfa; si llega una partícula alfa el martillo cae rompiendo la ampolla con lo que el gato muere, por el contrario, si no llega no ocurre nada y el gato continua vivo. Cuando todo el dispositivo está preparado, se realiza el experimento. Al lado del detector se sitúa un átomo radiactivo con unas determinadas características: tiene un 50% de probabilidades de emitir una partícula alfa en una hora. Evidentemente, al cabo de una hora habrá ocurrido uno de los dos sucesos posibles: el átomo ha emitido una partícula alfa o no la ha emitido (la probabilidad de que ocurra una cosa o la otra es la misma). Como resultado de la interacción, en el interior de la caja, el gato está vivo o está muerto. Pero no podemos saberlo si no la abrimos para comprobarlo. Si lo que ocurre en el interior de la caja lo intentamos describir aplicando las leyes de la mecánica cuántica, llegamos a una conclusión muy extraña. El gato vendrá descrito por una función de onda extremadamente compleja resultado de la superposición de dos estados combinados al cincuenta por ciento: "gato vivo" y "gato muerto". Es decir, aplicando el formalismo cuántico, el gato estaría a la vez vivo y muerto; se trataría de dos estados indistinguibles. La única forma de averiguar qué ha ocurrido con el gato es realizar una medida: abrir la caja y mirar dentro. En unos casos nos encontraremos al gato vivo y en otros muerto. Pero, ¿qué ha ocurrido? Al realizar la medida, el observador interactúa con el sistema y lo altera, rompe la superposición de estados y el sistema se decanta por uno de sus dos estados posibles. El sentido común nos indica que el gato no puede estar vivo y muerto a la vez. Pero la mecánica cuántica dice que mientras nadie mire en el interior de la caja el gato se encuentra en una superposición de los dos estados: vivo y muerto"[218]}.

El gato de Schrödinger es una especie de parábola sobre la idea de la superposición cuántica. "Superposición cuántica es la aplicación del principio de superposición a la mecánica cuántica. Ocurre cuando un objeto "posee simultáneamente" dos o más valores de una cantidad observable… Más específicamente, en mecánica cuántica, cualquier cantidad observable corresponde a un autovector de un operador lineal hermítico. La combinación lineal de dos o más autovectores da lugar a la superposición cuántica de dos o más valores de la cantidad. Si se mide la cantidad, entonces, el postulado de proyección establece que el estado colapsa aleatoriamente sobre uno de los valores de la superposición (con una probabilidad proporcional al cuadrado de la amplitud de ese autovector en la combinación lineal). Immediatamente después de la medida, el estado del sistema será el autovector que corresponde con el autovalor medido"[219]. El principio de superposición o teorema de superposición "es un resultado matemático que permite descomponer un problema lineal en dos o más subproblemas más sencillos, de tal manera que el problema original se obtiene como "superposición" o "suma" de estos subproblemas más sencillos. Técnicamente, el principio de superposición afirma que cuando las ecuaciones de comportamiento que rigen un problema físico son lineales, entonces el resultado de una medida o la solución de un problema práctico relacionado con una magnitud extensiva asociada al fenómeno, cuando están presentes los conjuntos de factores causantes A y B, puede obtenerse como la suma de los efectos de A más los efectos de B[220]

En tanto que la física o mecánica clásica veía al mundo como algo separado de nosotros, que estaba "allá afuera", la física o mecánica cuántica ve al universo como participativo: todas las cosas están conectadas, y en cierto modo, está "aquí adentro". "La presencia física y la sensación que producen las cosas materiales son producto de la mente y los sentidos. La forma y sustancia del universo son el resultado de nuestro pensamiento; por lo tanto, vivimos en un mundo mental. Todo tiene una frecuencia vibratoria y nosotros tomamos esas vibraciones y les damos forma y sustancia a través de los pensamientos y los sentidos. Sin la mente y los sentidos, lo único que existe es energía y espacio. La mente es la clave de la realidad. La realidad de la vida comienza desde adentro, en la mente, y luego toma su forma en el mundo material. Así se manifiesta la espiritualidad: se manifiesta en las leyes naturales del universo"[221]. El participante (término que reemplaza al de observador) es quien determina la realidad. "La mente es la clave de la realidad. La realidad de la vida comienza desde adentro, en la mente, y luego toma su forma en el mundo material… El hecho de que la realidad sea una paradoja, de que todas las cosas contengan a su opuesto, que los cuantos puedan ser ondas o partículas, no resulta desconcertante para la naturaleza ni para el universo. De hecho, la naturaleza y el universo están muy cómodos con que las cosas sean así, porque son así"[222]. La mecánica cuántica nos dice que no debemos aferrarnos a nuestras creencias y nos enseña a ver desde otras perspectivas. "El entorno tal como lo percibimos es invención nuestra", sentenció el científico Heinz von Foerster.

En la mecánica cuántica se plantea la hipótesis de los universos paralelos, en la que entran en juego la existencia de varios universos o realidades relativamente independientes. "En desarrollo de la física cuántica, y la búsqueda de una teoría unificada (teoría cuántica de la gravedad), juntamente con el desarrollo de la teoría de cuerdas, han hecho entrever la posibilidad de la existencia de múltiples dimensiones y universos paralelos conformando un multiuniverso"[223]. El científico Martin Rees plantea que "existe un número infinito de universos, con seis números o constantes universales que rigen nuestro entorno, con atributos distintos al modificarse uno de ellos, y vivimos en uno donde se combinan las cosas de tal manera que nos permite existir en él y que bastaría un cambio insignificante en estos números universales para que el universo tal y como lo conocemos y necesitamos no existiera"[224].

Para los físicos cuánticos, algo parece claro: "El universo se mueve regido por la dialéctica de los opuestos. Y en todo hay sincronía: dos relojes colocados en una misma habitación, acompasarán automáticamente sus ritmos (aunque sean a propósito desacompasados); igualmente, dos mujeres que conviven regularán al mismo tiempo su ciclo menstrual; también los generadores colocados en paralelo… Los átomos cantan al mismo tiempo: hay una formulación matemática que organiza los ritmos"[225]. Pensando con el pensamiento tradicional se dificulta la comprensión de estos fenómenos tan revolucionarios en el mundo de la física. Los nuevos paradigmas pretenden superar la pregunta sobre la idea del ser por la del sentido del ser.

El nuevo orden de la realidad instaurado por el paradigma relativista y cuántico (cimentado en una nueva concepción del ser), allende de los ortodoxos dictados de la razón iluminista y totalizadora, que ordena el mundo según leyes universales y generalizaciones operativas, posibilita el ser de lo multívoco, lo plurivalente, la riqueza y la construcción simbólica, de la dimensión estética del hombre y de un mundo interhumano, en donde las personas "serán obras de arte provocadoras de sentido, abiertas a los demás, intentando siempre equilibrarse en la contradicción sin querer por ello anular la fuente de su tensión y movimiento"[226].

Partes: 1, 2, 3, 4
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