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El objetivo central del filosofar: aprender a pensar por sí mismo (página 4)

Enviado por Luis Ángel Rios


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Las ciencias físico–matemáticas, construidas sobre la concepción idealista y de la metafísica de la subjetividad, heredera del pensamiento estático de Parménides, se atuvieron sólo al iluminismo de la razón, que opera según principios y juicios fundados en leyes invariables de la naturaleza. La caracterización de este tipo de ciencia concibe a la naturaleza como una totalidad conexa de cuerpos en movimiento, la cual es calculable matemáticamente en las dimensiones de espacio y tiempo. "Dentro de este marco se establece lo que es el ente físico: un objeto espacio–temporal móvil según relaciones determinables matemáticamente. Lo demás de la naturaleza no le interesa a la física en el momento de la constitución. A dicho plan pertenecen principios y juicios de la razón, que no son más que las definiciones de los conceptos fundamentales de tiempo, espacio y movimiento y de las reglas del cálculo, las cuales fijan de una vez por todas, según leyes invariables, la consistencia del ente físico…"[227].

El paradigma einsteniano y cuántico, que rebasa la concepción de un tiempo y un pensamiento vectorial (bajo el imperativo de la racionalidad operatoria, de la lógica operativa), permite la construcción de un universo interhumano, de una estética interhumana. "Al asumir la dimensión estética, desechamos al momento la pretensión de usar al otro o reducirlo a un modelo utilitario, pues ello iría contra nuestra propia belleza, implicando instrumentalizarnos y que manipulamos a los demás, dejar de ser obras de arte vivientes para convertirnos en dispositivos funcionales… Acceder a un universo con transponibilidad de relaciones es optar por una estructura, negando la existencia de una realidad y verdad universales, reconociendo que en el instante, el cuerpo y la singularidad, se encuentra la clave privilegiada de acceso a la libertad"[228].

En el siglo XX surge un nuevo paradigma científico–filosófico conocido como la mecánica o física cuántica, o sea la exploración del universo subatómico, que hunde sus raíces en el pensamiento de los filósofos griegos Demócrito y Leucipo.

Como se sabe, la mecánica cuántica, que reemplazó a la mecánica clásica, ha planteado con mayor hondura problemas filosóficos como el de la relación entre el sujeto y el objeto, el del conocimiento y la realidad física, el de la causalidad y la necesidad, el de determinismo e indeterminismo, el de la evidencia física y el formalismo matemático, etc. "La mecánica cuántica es la teoría más satisfactoria que poseemos para explicar todo lo que nos rodea, desde el origen del Universo (el Big Bang) hasta el surgimiento de la vida en nuestro planeta. En este sentido, la MC nos ayuda a comprender nuestro entorno, nuestro origen, nuestro futuro y, por tanto, a nosotros mismos"[229].

La mecánica cuántica, a pesar de su complejidad física, química y matemática, está al servicio de la interrogación filosófica. Este nuevo paradigma contradice a la mecánica clásica, determinista, que, según Laplace, dice que "si en un instante determinado conociéramos las posiciones y velocidades de todas las partículas en el universo, podríamos calcular su comportamiento en cualquier otro momento del pasado o del futuro"[230]. Es por eso que quienes ignoran la mecánica cuántica desconocen la idea de que el estado del universo en un instante dado determina el estado en cualquier otro momento.

Con la mecánica cuántica se suscita una revolución epistemológica, por cuanto esta nueva visión de la realidad teoriza que con el sólo hecho de contemplar el objeto ocurre una alteración de éste por parte del sujeto cognoscente. "Ahora sabemos basados en la realidad cuántica que el observador es quien modifica la realidad a partir de la conciencia, que existe un vasto campo de probabilidades y el observador es el que decide donde poner su atención e intención"[231].

De acuerdo con el principio de incertidumbre, de Heinsenberg, el objeto de estudio se modifica por el mero hecho de la observación. La mecánica cuántica afirma que el mundo diario que percibimos con los cinco sentidos no es la realidad. Ha demostrado también que el espacio y el tiempo son ilusiones de la percepción. Es por ello que nuestros cuerpos no pueden ser realidad si ocupan un espacio. La realidad no existe, es mera ilusión. "La mecánica cuántica ha hecho un gran aporte al debate filosófico al demostrar que el realismo ingenuo, que propone que la realidad es tal cual como nosotros la percibimos, es falso"[232]. La materia es sólo una ilusión sensorial. La realidad objetiva no existe. La realidad es aquello que parece ser. Lo que existe es energía vibrando a distintas frecuencias. "La mayor parte de la gente desconoce que la mecánica cuántica, es decir, el modelo teórico y práctico dominante hoy día en el ámbito de la ciencia, ha demostrado la interrelación entre el pensamiento y la realidad"[233]. En la mecánica cuántica la realidad va en función de la percepción que se tenga de ella, y esta forma parte de la conciencia. "Nuestra conciencia actual es un condicionamiento de nuestra visión del mundo actual y colectivo, es la que nos enseñaron nuestros padres, maestros, la sociedad, gobierno y religiones. A esta manera de ver y entender el mundo, pertenece el antiguo paradigma. Se conoce como acondicionamiento social, a la hipnosis de acondicionamiento, función inducida en la que todos acabamos acordando participar, y a eso hay que sumarle la herencia de nuestros ancestros, y toda la Genética incluida en la codificación de nuestro ADN, (programación anexa a nuestro sistema operativo.) El mundo físico, incluido nuestro cuerpo, es una reacción del observador. Creamos el cuerpo según creamos la experiencia de nuestro mundo. En su estado esencial (microcósmico), el cuerpo está formado de energía e información, y no de materia sólida. Esta energía e información, surge de los infinitos campos de energía e información que abarcan todos los universos… La bioquímica del cuerpo es un producto de la conciencia, las creencias, los sentimientos, las emociones, los pensamientos e ideas, crean reacciones que sostienen la vida en cada célula. La percepción parece como algo automático, pero esto es un fenómeno aprendido, si cambias tu percepción, cambias la experiencia de ti, y por ende de tu mundo"[234]. Para la mecánica cuántica la realidad exterior no existe. "Afuera sólo hay datos de luz e información inteligente esperando ser interpretados por ti, el que percibe"[235]. La revolución cuántica nos dice que no existe ninguna realidad "ahí fuera", independiente de la conciencia.

"Esto significa que la conciencia se mete en los entresijos del mundo físico, afectándolos. Más aún, parece abrirse camino la certeza de que la conciencia es tal vez el único fenómeno que efectivamente existe: toda la matriz materia–espacio–tiempo debe a ella su existencia. Por lo que no puede hablarse del mundo físico como algo "ahí fuera"… En cualquier caso, aquí radica la transformación más asombrosa de la visión del mundo, a partir de los descubrimientos de la nueva física: La conciencia juega un indudable papel en el llamado universo físico […].

Habitualmente, en nuestra visión de la realidad, hemos venido funcionando con un mito, al que hemos dado por absolutamente válido: Al acercarnos al exterior, todos percibimos lo mismo. Es fácil, sin embargo, reconocer el presupuesto en el que dicho mito se ha mantenido (y todavía se mantiene para la gran mayoría de la gente). Ese presupuesto no es otro que la creencia en que hay un universo físico "ahí fuera". Y nos hemos enseñado a nosotros mismos a estar de acuerdo sobre ello y sobre los "objetos" de ese mundo "exterior" […].

Sin embargo, la física moderna viene a asegurarnos que no existe algo "ahí fuera" de nosotros. Todo se halla inextricablemente interrelacionado con todo, por lo que el universo no es algo que exista "ahí fuera", y del que el observador se encontraría separado. Más bien al contrario, es un universo participativo… Por un lado, sabemos que el observador altera lo observado por el mero acto de su observación. Por lo que algunos científicos abogan por reemplazar el término "observador" por el de "participante" (J. Wheeler). Porque lo cierto es que no "observamos" el mundo; participamos en él. Y, por otro, sabemos también que eso que llamamos "ahí fuera" no es como nuestros sentidos y nuestra mente creen que es. "Ahí fuera" no hay ni luz ni color, sino solamente ondas electromagnéticas; "ahí fuera" no hay sonido ni música, sino solamente variaciones periódicas en la presión del aire; "ahí fuera" no hay calor ni frío, sino solamente moléculas que se mueven con mayor o menor energía cinética media…, y así sucesivamente. Lo que hay, tanto "fuera" como "dentro", es un torbellino vertiginoso de ondas/partículas en diferentes intensidades de vibración.

En lo que se refiere a "nosotros", podría decirse que somos, a la vez, una expresión más de ese mismo torbellino y la Conciencia que lo está provocando o de la que está emergiendo… Sin embargo, tal como insiste la nueva física, hay una conclusión que parece irrebatible: no observamos el mundo físico, participamos con él. Nuestros sentidos no están separados de lo que llamamos "ahí fuera", sino íntimamente implicados en un proceso de realimentación notablemente complejo, cuyo resultado final es crear efectivamente lo que está "ahí fuera".

La conciencia es una parte integrante de la realidad; eso significa que co–crea lo que observa. Si vemos un árbol, en vez de un cúmulo de átomos desorganizados, es porque la conciencia humana concede a la realidad física estas características particulares.

Por eso, mirado de cerca, el concepto de "ahí fuera" resulta ridículo. Sólo podemos esperar encontrar un "ahí fuera", porque creemos que existe. Por eso, todas nuestras nociones acerca del carácter absoluto del universo físico son erróneas.

¿A qué se debe entonces ese engaño que nos lleva a afirmar la existencia de algo "ahí fuera"? Al modo de operar de la mente, por su propia naturaleza separativa. Para poder funcionar, la mente debe forzosamente separar. A partir de la primera dicotomía sujeto/objeto, para la mente, toda la realidad queda fraccionada. Todo lo que no es "yo", está "fuera". Y puesto que pensar es delimitar o "establecer fronteras", a la mente le resulta fácil marcar un límite entre lo que llama "sujeto" y todo lo demás: es sencillamente el límite o frontera de la piel. Por eso, en cuanto la mente hace su aparición en la historia humana, con ella aparece también la idea de un "mundo exterior", de una realidad "ahí fuera", separada y marginal.

Sin embargo, eso es sólo un engaño de la mente, que se realimenta por el simple hecho de que lo hemos creído a pie juntillas. Lo que llamamos "mundo exterior" no está separado de nosotros y, de hecho, basta detener el pensamiento para percibirlo así.

Todo constituye un conjunto unificado, sin separaciones mentales, arbitrarias y artificiales, en un universo participativo en el que todo interactúa en una interferencia constructiva, en la que la Conciencia se va desplegando en innumerables formas, como olas "únicas" y hermosas en el océano común y compartido"[236].

Todo es creación de la conciencia. La física cuántica confirma que creamos nuestra realidad. La materia–espacio–tiempo es un aspecto de la misma. La materia consta básicamente de vacío. La materia no existe; sólo existe la conciencia. La mente es capaz de crear materia. "Para el físico cuántico es claro que la materia carece de base física. Tras la solidez aparente de la silla, se esconde en realidad el superholograma de un torbellino de ondas/partículas. A ese nivel, la conciencia es capaz de crear materia. Y eso constituye la prueba final de que lo no físico, la conciencia, tiene dominio sobre el mundo físico… La conciencia juega un indudable papel en el llamado universo físico. Hasta el punto de que, para la nueva física, el universo se parece más a un gran pensamiento que a una gran máquina… La "realidad última", en opinión de la nueva física, se asemeja más a un gran Vacío primordial, un "lugar" más allá del tiempo y el espacio, del que brotan, en un proceso increíblemente complejo y hermoso, todas las formas que existen. En pocas palabras: las piedras y las estrellas son meramente ondulaciones en la nada"[237]. Los hallazgos del físico Alain Aspect mostrarían que la realidad objetiva no existe y que, a pesar de su aparente solidez, el universo es un fantasma de corazón, un holograma gigante espléndidamente detallado. "En su nivel más profundo, la realidad es una especie de superholograma en el que tanto pasado como presente y futuro coexisten simultáneamente. Esto sugiere que, contando con las herramientas adecuadas, debería ser posible incluso que algún día se accediese a un nivel superholográfico de la realidad del que se obtuviesen escenas de un pasado remoto"[238]. La conciencia tiene dominio sobre el mundo físico. "Mi mente y el mundo están compuestos de los mismos elementos. El mundo me viene dado de una sola vez: no hay el mundo que existe y el que es percibido. El sujeto y el objeto son solamente uno…", expresó Erwin Schrödinger. "El papel especial que juega el observador en la mecánica cuántica tiene que ver con el carácter ondulatorio de la materia que comentaba antes. Este carácter permite que los objetos materiales estén en una combinación o superposición de estados, lo que no es posible en el mundo clásico. En el mundo clásico las cosas están en un estado bien definido, blanco o negro, vivo o muerto … En cambio, la mecánica cuántica nos dice que un objeto puede estar simultáneamente en varios estados y sólo cuando medimos u observamos dicho objeto, se selecciona uno de esos estados"[239]. Según J. Pearce "la mente del hombre refleja un universo que refleja la mente del hombre".

En opinión de Hawking, la física cuántica "gobierna el comportamiento de los transistores y de los integrados, que son los componentes esenciales de los aparatos electrónicos, tales como televisores y ordenadores, y también es la base de la química y de la biología modernas"[240]. El mismo científico nos invita a que nos interesemos más en la mecánica cuántica puesto que es una imagen completamente diferente del universo físico y de la misma realidad. El nuevo paradigma muestra que, contrario a lo que afirmaba Einstein, Dios si juega a los dados… Sin embargo, ni el determinismo fuerte de Laplace ni el indeterminismo relativo de Heisenberg o Prigogine, de acuerdo con la concepción de Fernando Savater, pueden responder al problema de la libertad humana, "porque el problema de la libertad no se plantea en el terreno de la causalidad física, sino en el de la acción humana en cuanto tal, que no puede ser vista solamente desde fuera como secuencia de sucesos sino que debe también ser considerada desde dentro haciendo intervenir variables tan difíciles de manejar como la voluntad, la intención, los motivos, la previsión, etc."[241]. Según Sartre, nada nos determina a ser tal o cual cosa, ni desde fuera ni dentro de nosotros. La libertad humana nos exige poner algo de nosotros mismos, existir auténticamente.

Para tener una mejor comprensión de lo anterior, es procedente transcribir las siguientes diferencias entre la mecánica clásica y la mecánica cuántica:

En la mecánica clásica:

"Existe una "realidad objetiva", "ahí fuera", que todos podemos observar de la misma manera, porque es independiente de nuestras observaciones.

Esa "realidad objetiva" es determinista: se mueve por el inexorable principio de causalidad.

A partir de Galileo, Kepler o Newton, el universo es percibido como un diagrama en el que los fenómenos se describen en términos matemáticos y mecánicos. Se lo concibe como la maquinaria de un gran reloj, que se podría descomponer y componer a partir de esas partes descompuestas. El mundo constituye un sistema en equilibrio. En esta visión, el caos es solamente una complejidad todavía no desentrañada porque el orden y la estabilidad del universo pueden ser explicados por las leyes del movimiento de Newton.

Esa realidad objetiva consta de dos elementos: objetos sólidos y vacíos.

Esa realidad es fundamentalmente material y sus elementos básicos son los átomos.

La mente no es sino el resultado de un proceso de complejificación de la materia (del cerebro).

Oposición materia – conciencia (mente).

La conciencia es relegada al ámbito de lo "espiritual", y considerada como un epifenómeno (ilusorio) de lo material.

En cualquier caso, mente (conciencia) y realidad material constituyen dos realidades nítidamente separadas y diferenciadas, si bien la segunda posee un estatuto más firme.

En último término, para la ciencia clásica sólo interesa lo que se puede medir empíricamente. Para este paradigma, la realidad "espiritual" no cuenta.

La parte prima sobre el todo: dualismo separador"[242].

En la mecánica cuántica:

"No puede existir el "observador" neutral, dado que, inexorablemente, el observador altera lo observado (W. Heisenberg). Por ello, sería preferible llamarlo "participante" (J. Wheeler).

El final del determinismo. A nivel cuántico, no existe nada parecido a la causalidad. Lo que rige las cosas es el principio de la indeterminación (W. Heisenberg, 1927): hemos pasado de un universo causalista a un universo probabilístico (o estadístico). La física clásica consideraba que las partículas y los objetos eran seres independientes que, cuando interaccionaban, producían un choque que provocaba una cadena causal de sucesos. La física moderna niega las cadenas causales y secuenciales de hechos. Es un mundo holístico, donde todo está interconectado, y a veces las conexiones manifiestan correlaciones implícitas por debajo de las superficies, que modifican los sistemas.

El caos y la autoorganización. A partir de los trabajos de Ilya Prigogine, parece indudable la tendencia autoorganizadora global del universo. Clásicamente, se asociaba el orden al equilibrio, y el desorden al no equilibrio. Ahora sabemos que la turbulencia es un fenómeno altamente estructurado, en cuyo seno millones de partículas se insertan en un movimiento extremadamente coherente. La conclusión es la siguiente: La producción de entropía contiene siempre dos elementos dialécticos: un elemento creador de desorden y otro creador de un orden "mayor". Los dos elementos están siempre ligados.

El vacío y la materia. Un modelo de átomo muy aceptado por los físicos consiste en imaginarlo como el de un núcleo y una nube externa de electrones. La dimensión proporcional entre el núcleo y el conjunto del átomo es aproximadamente del orden de diez mil veces. Es decir, si el núcleo fuera de un centímetro de diámetro, la nube de electrones más externos estaría a una distancia de un kilómetro.

Pero, si en último término, todo es vacío, ¿cómo se explica que no se funda todo con todo? Por el "Principio de exclusión" (W. Pauli, 1925): Dos fermiones idénticos no pueden encontrarse en un mismo estado físico, así que cada uno tiene que ocupar su lugar específico. Este "principio de exclusión" es responsable de la estabilidad de la materia a gran escala. Las moléculas no se aproximan arbitrariamente entre sí, porque los electrones de cada una no pueden entrar en el mismo estado que los electrones de las demás moléculas vecinas. Pero no todas las partículas son fermiones. Hay otras, denominadas bosones, que no responden al principio de exclusión y pueden estar en un mismo estado cuántico. En estos condensados, todos los átomos son absolutamente iguales. No hay ninguna medida que pueda diferenciar uno de otro.

No existe ninguna realidad "ahí fuera", independiente de la conciencia. La misma materia consta básicamente de vacío. En último término, la materia no existe; sólo existe la conciencia.

La mente es capaz de crear materia. La conciencia tiene dominio sobre el mundo físico.

Todo es conciencia: hasta los electrones "saben" y "se dan cuenta" de su entorno (experimento de Aspect, 1982). Por lo que, "el Universo, tal y como lo vamos descubriendo, se parece cada vez más a un gran pensamiento, en vez de a una gran máquina" (James Jeans).

Se ha acabado la contradicción entre materia y energía. De Broglie planteó que la luz participa de la naturaleza de las ondas. Pero, a su vez, desde Einstein, sabemos también que se comporta como una partícula. Las consecuencias fueron "definitivas": se abolió para siempre la división entre materia y energía: son lo mismo. La materia es luz condensada (un quantum –en plural quanta, de donde viene el nombre de la nueva física– es la unidad más pequeña que constituye la luz); cada uno de nosotros somos un sistema de energía en vibración continua. Nuestra alma es nuestro cuerpo, y nuestro cuerpo es nuestra alma. Es la conciencia la que crea materia, expresándose a través de ella.

No existe una división estricta entre la realidad objetiva y subjetiva; la conciencia y el universo físico están conectados por algún mecanismo fundamental. Esta relación entre mente y realidad no es ni objetiva ni subjetiva, sino "omnijetiva".

El orden implicado. Para la física moderna, lo que se ve no es sino es el despliegue de lo que no se ve, la "explicación" del "orden implicado" (David Bohm). La obra de Bohm es una cosmovisión dinámica que integra la conciencia en una unidad de energía, mente y materia. Según él, la conciencia es el elemento integrador que dota de unidad a cada organismo.

Bohm concibe los fenómenos como manifestaciones de un holomovimiento que relaciona todo lo existente en un proceso de pliegue y despliegue el que subyace un "orden implicado". Todos los fenómenos están interrelacionados en una red espacio–temporal. Lo que nosotros percibimos, de entrada, es el "orden explicado" (desplegado), que se manifiesta como campos y partículas separadas con sus leyes propias, pero la realidad más profunda, el potencial cuántico es lo que permite la interconexión, y forma el sistema en el que se desenvuelve toda la realidad. "El orden del todo está implícito en el movimiento de cada parte".

Es decir, nos habían condicionado para creer que el mundo externo era más real que el mundo interno. La física cuántica dice justo lo contrario.

El Todo es lo prioritario: holismo integrador: Todo se halla interrelacionado con todo.

En cierto modo, podría decirse que la nueva física es no–dual. A partir de experimentos contrastados en el reino de las partículas elementales, viene a concluir tajantemente que todo se halla interrelacionado con todo, que no hay nada "separado" de nada. Y que todo lo que percibimos, más allá de lo que nos hagan creer nuestros sentidos y nuestra mente, no es sino "forma" o "expresión" que remite a una Realidad primordial, que algunos no dudan en nombrar como Conciencia"[243].

No obstante el invaluable aporte en el cambio de paradigma que introdujo la mecánica cuántica, es necesario que se tenga en cuenta, para evitar el fraude, que ésta no tiene aplicaciones en la religión, los misticismos, los fenómenos paranormales y otros saberes esotéricos. "La aparición de la mecánica cuántica ha tenido grandes consecuencias culturales y filosóficas por un lado, científicas y tecnológicas por el otro y, desafortunadamente, también ha sido avasallada como instrumento para engañar y estafar. Veamos brevemente estos tres aspectos. Primero, la mecánica cuántica ha introducido una nueva forma de concebir la existencia de los objetos microscópicos. Estos objetos existen pero sus propiedades difieren de las que asignamos a los objetos grandes que percibimos directamente con nuestros sentidos. Así podemos concebir que una partícula pueda existir (ser) pero no tener una localización exacta (estar); que la observación de alguna característica de la realidad no implique la puesta en evidencia de una propiedad preexistente (indeterminismo); que toda descripción que hagamos del objeto con conceptos clásicos, obligatoriamente excluye otras posibles descripciones (complementariedad). La mecánica cuántica ha hecho un gran aporte al debate filosófico al demostrar que el realismo ingenuo, que propone que la realidad es tal cual como nosotros la percibimos, es falso. En el segundo aspecto, el impacto científico y tecnológico de la mecánica cuántica es gigantesco. La mecánica cuántica explica toda la química y gran parte de la física, dijo algún famoso. El desarrollo de nuevos materiales, toda la electrónica, la superconductividad, la energía nuclear y casi la totalidad de la tecnología moderna no hubiera logrado el nivel de desarrollo alcanzado sin la mecánica cuántica. Finalmente, es importante aclarar que los efectos asombrosos de la mecánica cuántica aparecen en sistemas físicos extremadamente pequeños, tenues y livianos, pero para sistemas físicos grandes, como los que nosotros percibimos con nuestros sentidos, estos efectos asombrosos se promedian, se cancelan, y emerge así el comportamiento "normal" que acostumbramos a percibir. La transición de lo cuántico a lo clásico, llamada "decoherencia", se presenta ya al nivel submolecular y es por lo tanto falso pensar que la mecánica cuántica pueda explicar fenómenos macroscópicos "paranormales" (en rigor, nunca observados) tales como la telekinesis, bilocalidad y otros. Tampoco brinda la mecánica cuántica algún soporte a creencias religiosas o misticismos orientales. Ying-yang, tao, holismo, terapias cuánticas, fenómenos paranormales y teletransportación, entre otros, no tienen nada que ver con la física cuántica, y los que invocan el enorme prestigio y rigor de esta teoría para aportar alguna credibilidad a esas charlatanerías están simplemente engañando; si además, como es usual, sacan de eso algún rédito económico, están estafando"[244].

Pensar para pensar críticamente

El docente de filosofía, que tiene que estar muy comprometido con su misión como educador, deberá implementar estrategias y desarrollar habilidades que, inexorablemente, lo orienten por el difícil camino de "enseñar" a los estudiantes a pensar por sí mismos, porque muchos de los jóvenes de nuestro tiempo, tan alienados, "entusiasmados", influenciados y seducidos por el poder, la fascinación y "el canto de sirenas" de la tecnología, la revolución informática, el consumismo, los medios masivos de información, la cultura "ligh", los sucedáneos y su estilo de vida superficial e inauténtico, no tienen ningún interés de pensar, ni mucho menos de pensar por sí mismos. "¿Por qué para la mayor parte de la gente resulta tan difícil pensar por sí misma? Obviamente, por pereza. En vez de esforzarse en encontrar una respuesta propia, trabajo duro donde los haya, es mucho más cómodo consumir las que nos vienen de fuera. En un mundo en el que se puede comprar todo, ¿por qué no las respuestas que se precisan en las distintas esferas de la vida? Si puedo pagar, no necesito pensar. Todos tendemos a la pereza, pero los que tienen posibles pueden permitírsela más fácilmente. Además, el rico vive convencido de que se halla en el mejor de los mundos posibles, opinión que termina por imponer a la sociedad toda; de ahí que pocos se pregunten cómo mejorarlo, ni cómo organizarse fuera de las infinitas opciones que ofrece el mercado… Por cobardía renunciamos a pensar y nos abandonamos a las directrices de otros. Si pensar por sí mismo resulta altamente arriesgado, no ha de extrañar que sean pocos los que se decidan a hacerlo. Aunque por doquier oigamos un clamor que nos invita a pensar por uno mismo, los pedagogos proclamen que la educación consiste en enseñar a pensar y sean muchos los que de puertas a fuera blasonan de no admitir directrices ajenas, se precisa mucho arrojo para pensar por uno mismo"[245]. Martín Heidegger (considerado por José Pablo Feimann como el "filósofo más importante del siglo XX"), ya por allá en 1955, advertía que "la pobreza del pensamiento en el mundo contemporáneo" era un mal que afectaba hasta los mismos filósofos, con lo que se estaba renunciando a nuestra capacidad de pensar. Por ello invitaba a meditar, a pensar, sobre todo cuanto existe. Heidegger precisaba que la vida trivial, la vida inauténtica, es simplemente una huida ante uno mismo para olvidarse y para perderse.

El profesor Félix María Moriyón señala que "la enseñanza de la filosofía debe potenciar en el alumno la capacidad de crítica y cuestionamiento de los saberes recibidos, así como la posibilidad de integración de todos esos saberes parciales en un sistema global, en permanente proceso de construcción y reconstrucción"[246]. El filósofo Fernando Estrada Gallego plantea que la pedagogía del filósofo ha de estar fundada en la sensibilización de sus estudiantes para que descubran los sentidos ocultos de las cosas, empezando con sus propias palabras. El educador en filosofía, además de enseñar a aprender a aprender, debe ir "desarrollando en el alumnado la capacidad de pensar por sí mismos en cooperación con sus compañeros, de forma crítica y creativa… Además ayuda a que el alumnado desarrolle una capacidad de criticar lo establecido para poder hacer frente en mejores condiciones a las enormes presiones manipuladoras de los potentes medios de comunicación y de los poderes reales. …hay que desarrollar la capacidad de pensamiento crítico y creativo del alumnado y dotarles de los instrumentos necesarios para que aprendan a aprender y puedan dar sentido a su vida y al mundo que les rodea… No se trata de demostrar tan sólo que nuestros alumnos aprendan a razonar en un ejercicio de filosofía, sino que esa capacidad de razonar críticamente la van a ejercer en otros ámbitos de su vida cotidiana, profesional o social"[247].

Dentro del horizonte de las "competencias clave o básicas" (combinación de destrezas, conocimientos y actitudes para el desarrollo personal de ciudadanos activos e integrados en la sociedad), que se incorporan al currículo académico, encontramos que las competencia "social y ciudadana" y la competencia "autonomía e iniciativa personal" contribuyen al aprendizaje de pensar por sí mismo, por cuanto la primera permite "formar" estudiantes empáticos y respetuosos de las diferencias y de los principios democráticos, y la segunda fortalece la capacidad de elegir una opción de vida de manera libre, autónoma y responsable, e interiorizar valores como la dignidad, la libertad, la autoestima y desarrollar habilidades para la dimensión personal de afrontamiento. Quien no esté comprometido con el afrontamiento, con la acción, teme "levantar la piedra por temor a encontrar el alacrán" y es una persona amañada "en la seguridad de la servidumbre" y le asustan "los riesgos que acarrea la independencia"[248]. La vitalidad del ser personal se evidencia en el afrontamiento, en la acción. "Se requiere de una ética que se funde en la construcción de sí mismo, de reconocimiento del otro y de respeto a la diferencia y de reconocimiento a las culturas regionales, la práctica de una cultura que permita vivir en el riesgo, en la dificultad, en la búsqueda, en la pregunta, en tanto así damos sentido a la existencia"[249]. Vivir la vida en la pregunta es vivir en libertad y en el riesgo. La vida es, precisamente, libertad y riesgo. Frecuentemente se dice que vivir es siempre derribar fronteras, inventar horizontes, arriesgar. "La vida es tropel, desbarajuste; sólo la quietud de la nada es perfecta"[250].

Para aprender a pensar, es necesario aprender a escuchar. Y "escuchar", en el amplio sentido del término, implica oír o escuchar a los profesores, tutores, orientadores, padres de familia, periodistas, analistas, políticos, personas del "común" y hasta sacerdotes… En fin, cada uno piensa y opina desde su sabiduría o desde su ignorancia. "Escuchar" también es leer, releer, dialogar, debatir, refutar, controvertir, disentir… Pero no para pensar de acuerdo con nuestros ocasionales interlocutores, sino para embarcarse en la riesgosa aventura de pensar por uno mismo. Con cada uno de nuestros interlocutores tenemos que "ponernos los guantes" (como dijera Nietzsche) para hacer uso de nuestro entendimiento, de nuestra razón, de nuestro espíritu crítico. Ninguno de nuestros interlocutores podrá convertirse en "autoridad" incuestionable, en el poseedor de la "verdad". Cada palabra, cada expresión, cada proposición, cada aserto, cada tesis, cada juicio y cada silogismo deberán someterse al tribunal de la razón, del análisis, de la crítica, del cuestionamiento, del disenso; nada podrá aceptarse como "verdad", así aparezca como una "verdad" provisional. Los demás tienen sus "verdades"; uno tiene la imperiosa necesidad, si es que en realidad quiere ser auténtico, libre y autónomo, de construir sus propias "verdades".

El pensar por sí mismo tiene una íntima relación, un estrecho vínculo y una intrincada dialéctica con el sentido crítico; pensar por sí mismo tiene profundas implicaciones en el desarrollo de nuestro espíritu crítico, de nuestra criticidad. El sentido crítico es la aptitud, la destreza o la habilidad mental para ver los hechos tal como son, para tener en cuenta todas las circunstancias, para desconfiar prudente y racionalmente de uno mismo y de los demás, y para liberarse de todos los prejuicios, dogmas e imposturas. Es esa capacidad para plantearle problemas a la realidad, en búsqueda de respuestas. El estudiante debe saber que el que duda con sentido crítico es un sabio. "Dudo de todo, e incluso de mi duda", decía Gustavo Flaubert. Pensar por sí mismo nutre el sentido crítico, y éste fortalece en pensar por sí mismo. El espíritu crítico concierne a una actividad intelectual racional destinada a juzgar y a cribar los productos del pensamiento que se articula con el pensar por sí mismo. Si no se piensa por sí mismo y no se desarrolla una mentalidad crítica estamos expuestos a permanecer en "el rebaño", a convertirnos en masa, pensando como el grupo. Si no somos capaces de pensar por nosotros mismos para desarrollar y fortalecer nuestro espíritu crítico, terminaremos pensando como los demás, optando por un pensamiento grupal, que eclipsa el pensamiento crítico. "Debemos volver la mirada hacia nosotros mismos, si tenemos el valor de hacerlo, para ver qué hay en nosotros"[251]. En el prólogo al Discurso del método, de Descartes, se nos dice que "cuando la conciencia del individuo queda reducida a reflejar la conciencia colectiva del grupo social, el pensamiento se hace siervo de los dogmas colectivos; el hombre se recluye en el organismo superior de la nación o clase, y el concepto de lo humano se disuelve y desaparece bajo el montón de reales jerarquías y de objetivas imposiciones sociales". Si uno camina detrás del montón, tendrá la suerte del montón. Por lo tanto, es un imperativo despertar, acrecentar y fortalecer nuestro espíritu crítico, nuestra mentalidad crítica, para evitar ser masificados, convertirnos en masa. Como el hombre no existe exclusivamente para sí mismo sino que vive en comunidad con los demás, debe evitar convertirse en masa. El hombre, como ser viviente que convive con otros, experimenta sentimientos de agradecimiento y de reproche, de compañerismo y de amistad, y como es un ser condicionado por su entorno cultural, social, político, religioso, económico, científico y filosófico, debe estar alerta para no masificarse. "Cuando las personas pierden el poder creador, se incapacitan para asumir valores, fundar campos de juego comunes e instaurar, así, modos relevantes de unidad y cohesión. Pueden vivir juntos, pero no participan en grandes tareas ni comparten criterios éticos firmes e ideales elevados. Debido a ello, su vida comunitaria se deshilacha y se convierte en una mera yuxtaposición de individuos, una masa. Y la masa está a merced de quien desee modelarla a su arbitrio"[252].

Sólo a través del espíritu crítico el hombre experimenta su libertad; solamente una conciencia crítica es libre. "No hay libertad si no está alimentada por la crítica. La criticidad sólo puede ser ejercida a partir de la autenticidad del sujeto crítico"[253]. La conciencia crítica nos ayuda a encontrar nuestro yo auténtico, nuestro yo verdadero. "Vivir de acuerdo a nuestro yo, en una constante autorefencia, significa que nuestro punto interno de referencia es nuestro propio espíritu, y no los objetos de nuestra experiencia. Cuando vivimos según la referencia al objeto, estamos siempre influidos por las cosas que están fuera de nuestro yo; entre ellas están las situaciones en las que nos involucramos, nuestras circunstancias, y las personas y las cosas que nos rodean. Por eso vivimos buscando la aprobación de los demás y nuestra vida se basa en el temor. Por el contrario, nuestro verdadero y auténtico yo, el que vive en frecuente autoreferencia, es inmune a la crítica, no le preocupa el qué dirán, no necesita aprobación de los demás, no le teme a ningún desafío, no vive en el temor y no se siente inferior a nadie; en él experimentamos nuestro verdadero ser y respetamos a todos los demás porque los consideramos iguales a nosotros"[254].

El espíritu crítico nos permite reflexionar sobre la problemática de nuestro mundo contemporáneo, afectado por las profundas transformaciones científicas, tecnológicas, políticas, ecológicas, geográficas, históricas, ideológicas y el poder de los medios masivos de información, que se reflejan en la forma en que se alteran el cuidado con el planeta y las relaciones interpersonales. La falta de ética en la investigación científica y tecnológica viene afectando notoriamente el equilibrio ecológico y poniendo en peligro el futuro de la tierra. En el campo político, las decisiones tomadas por los gobernantes y los "poderosos" sólo tienen en cuenta sus intereses económicos, ignorando los principios de equidad y de justicia. "En cada sociedad el espíritu de toda la cultura está determinado por el de sus grupos más poderosos. Así ocurre, en parte porque tales grupos poseen el poder de dirigir el sistema educacional, escuelas, iglesia, prensa y teatro, penetrando de esta manera con sus ideas en la mentalidad de toda la población; y en parte porque estos poderosos grupos ejercen tal prestigio, que las clases bajas se hallan muy dispuestas a aceptar e imitar sus valores y a identificarse psicológicamente con ellas"[255].

Los medios de información, dentro de la dinámica consumista, acuden a todo tipo de sofismas para convencernos de que sólo comprando mercancías seremos felices y que la competencia es la única manera de alcanzar el éxito, sin importar que haya que instrumentalizar a los demás "competidores". En este sentido el filósofo, el pensador, debe preguntarse no sólo por su papel frente a la sociedad, por su responsabilidad con el planeta y con las personas que habitan en él, sino con el sentido de su existencia. El hombre no puede perderse y alienarse en la masa. "Las comunicaciones masivas –señala Rafael Méndez Bernal– consiguen reunir de manera armónica, e incluso inadvertida, al arte, la política, la religión y la filosofía con los avisos comerciales, y de esta manera las hermanan con un destino común, indiferenciado e integrador: la condición de mercancía"[256]. En opinión de Skinner, las muchedumbres son desagradables e insanas. Son innecesarias para las formas más valiosas de relaciones personales y sociales, y son peligrosas. La masa corre hacia donde los individuos temen pisar… "Las masas tienen lo que quieren y reclaman obstinadamente la ideología mediante la cual se las esclaviza"[257]. La masa: "Una vida desprovista de toda belleza, sin intuición, siempre en el pozo"[258].

El siguiente texto nos compele a la reflexión sobre el poder de los medios de información en la aparente construcción de la llamada "realidad":

"En nuestro mundo contemporáneo los medios de comunicación de masas se han convertido, según el análisis de Vattimo, en los grandes constructores del sentido de lo real. La mirada del medio de vuelve la realidad misma. Lo importante es tener en claro que siempre que alguien habla en nombre de una realidad única, no hace más que postular su propia mirada, su propio interés, y que por eso sólo la diversidad y la pluralidad de voces puede garantizar que ninguna interpretación se imponga sobre las otras. Así, los discursos históricamente oprimidos podrán manifestarse, los puntos de vista minoritarios emanciparse, las voces de los excluidos escucharse. Así no habrá más pensamiento único, y algo podría empezar a cambiar… Lo importante es garantizar la libertad de perspectivas"[259].

Pensar para liberarnos de la masa y de la masificación

Pero ¿qué es la masa? El psicólogo social Heinz Dirks define la masa como una pluralidad de individuos unidos por un vínculo psíquico común de todo tipo puramente instintivo y sentimental. "La masa significa una unión interna sin estructuración. Dentro de la masa no existe ningún orden jerárquico o funcional con obligaciones y prescripciones determinadas sino una pluralidad de individuos de igual clase, que, por una voluntad instintiva común, se hallan regidos del mismo modo. La dirección espontánea se realiza a través de una influencia sugestiva, quedando excluida toda crítica racional y sus acciones tienen lugar sin gobierno ni reflexión"[260]. El hombre masa no es un ser libre y autónomo. En la masa se pierde la individualidad. "El hombre masa es el hombre cuya vida carece de proyectos y va a la deriva. Por eso no construye nada, aunque sus posibilidades, sus poderes, sean enormes"[261]. Por ello es imperativo huir de la masificación, porque dentro de la masa la persona renuncia cada vez más a su independencia y sólo se rige por lo que hacen y dicen los demás, con el concomitante fenómeno de la despersonalización. Es necesario estar expectante para no perderse en la masa. La inclusión de un individuo en la masa es tanto más fácil cuanto más limitada sea su personalidad. La masa no respeta la diferencia. "La masa –¡quién lo diría al ver su aspecto compacto y multitudinario!– no desea la convivencia con lo que no es ella. Odia a muerte lo que no es ella"[262]. En consecuencia, no reconoce el derecho a la diferencia.

Según las investigaciones del psicólogo social Gustavo Le Bon, expuestas en su Psicología de las multitudes, las características principales de la masa son la exclusión de la razón en el obrar, el reaccionar de un modo rápido y emocional y una capacidad especial para ser influenciada. Es sorprendente el hecho de que personas tranquilas y razonables puedan sucumbir a la sugestión de la masa y se comporten sin freno bajo su influencia. Es por eso que los fanáticos del fútbol, luego de un episodio de desmanes, no logran comprender después cómo se han podido comportar de tal manera, cosa que nunca habrían hecho en su estado normal. Hay que hacer todo lo posible, a través de las auténticas relaciones sociales, para evitar que nos sumerjamos en el mundo difuso y pegajoso de la masa; mundo que imposibilita la comunicación auténtica.

Las reflexiones del pensador José Ortega y Gasset refieren que la masa, "la multitud", "el vulgo", es una entidad voluble y vana que constituye el modo de ser de la sociedad occidental. Según el mismo Ortega y Gasset, "masa es todo aquel que no se valora a sí mismo –en bien o en mal– por razones especiales, sino que se siente "como todo el mundo" y, sin embargo, no se angustia, se siente a saber al sentirse idéntico a los demás"[263]. El hombre masa no se exige nada. "No pretende hacer con su vida ninguna cosa particular. No intenta construirse de ninguna manera. Para él, la vida consiste en vivir en cada instante lo que ese instante ya es. La perfección sobre sí mismo es inconcebible. …no se valora a sí mismo, no se construye en ningún sentido. …siente, decide, obra, piensa y se expresa como todo el mundo. Pero su condición definitiva, que le otorga todo su sentido y significación, es que, ante semejante característica, que llenaría de angustia a un hombre genuino, el hombre masa, se siente tranquilo… A partir de su inauténtica realidad construye su cotidianidad y su proyecto de vida. Su máxima satisfacción reside en fundirse con la multitud, en saberse y sentirse como todos los demás… La seguridad y comodidad de un tipo de vida semejante redunda en que la masa no soporta nada distinto de ella misma. Cualquier mínima variación le resulta intolerable. Sabiéndose vulgar, el alma masiva se afirma en su vulgaridad, la defiende y afirma, y la pretende en todos los lugares y condiciones. Su voluntad es absolutista y expansiva. La masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto. Quien no sea, piense, sienta y se exprese como todo el mundo, es rechazado y se encuentra en peligro de perecer"[264]. Stefan Zweig señala que "para la masa siempre será más accesible lo abstracto que lo concreto y aprehensible; por ello, en lo político siempre encontrará más fácilmente partidarios todo programa que, en lugar de un ideal, proclame una hostilidad, una oposición bien comprensible y manejable, que se dirija contra otra clase social, otra raza, otra religión, pues, con el odio puede encender fácilmente el fanatismo sus criminales llamas"[265]. La sociedad ha agotado al individuo, lo ha absorbido, le ha destruido su identidad personal y lo ha convertido en masa. "Hoy los individuos se hallan perdidos entre la muchedumbre"[266]. El inmortal Goethe, en su Fausto, pedía apartar la vista "de la ondeante masa, que a despecho nuestro nos arrastra al remolino"[267]

Sigmund Freud plantea que la masa "carece de todo sentimiento de responsabilidad y respetabilidad, y se halla siempre pronta a dejarse arrastrar por la consciencia de su fuerza hasta violencias propias de un poder absoluto e irresponsable. Se comporta, pues, como un niño mal educado o como un salvaje apasionado y no vigilado en una situación que no le es familiar. En los casos más graves, se conduce más bien como un rebaño de animales salvajes que como una reunión de seres humanos"[268]. La filosofía de la masa es que nadie debe querer sobresalir; todos deben ser y obtener lo mismo. Dentro de la masa impera "la desaparición de la personalidad individual consciente, la orientación de los pensamientos y los sentimientos en un mismo sentido, el predominio de la afectividad y de la vida psíquica inconsciente, la tendencia a la realización inmediata de las intenciones que puedan surgir"[269]. La masa, ávida de autoridad, tiene, según las palabras de Gustavo Le Bon, una inagotable sed de sometimiento.

Le Bon precisa que el más singular de los fenómenos presentados por una masa psicológica, es que "cualesquiera que sean los individuos que la componen y por diversos o semejantes que puedan ser su género de vida, sus ocupaciones, su carácter o su inteligencia, el simple hecho de hallarse transformados en una multitud le dota de una especie de alma colectiva", y agrega que "esta alma les hace sentir, pensar y obrar de una manera por completo distinta de como sentiría, pensaría y obraría cada uno de ellos aisladamente. Ciertas ideas y ciertos sentimientos no surgen ni se transforman en actos sino en los individuos constituidos en multitud"[270]. Mijail Bakunin señala que "desde el punto de vista de su existencia terrestre, es decir, no ficticia, sino real, la masa de los hombres presenta un espectáculo de tal modo degradante, tan melancólicamente pobre de iniciativa, de voluntad y de espíritu, que es preciso estar dotado verdaderamente de una gran capacidad de ilusionarse para encontrar en ellos un alma inmortal y la sombra de un libre arbitrio cualquiera se presentan a nosotros como seres absoluta y fatalmente determinados: determinados ante todo por la naturaleza exterior, por la configuración del suelo y por todas las condiciones materiales de su existencia; determinados por las innumerables relaciones políticas, religiosas y sociales, por los hábitos, las costumbres, las leyes, por todo un mundo de prejuicios o de pensamientos elaborados lentamente por los siglos pasados, y que se encuentran al nacer a la vida en sociedad, de la cual ellos no fueron jamás los creadores, sino los productos, primero, y más tarde los instrumentos. Sobre mil hombres apenas se encontrará uno del que se pueda decir, desde un punto de vista, no absoluto, sino solamente relativo, que quiere y que piensa por sí mismo. La inmensa mayoría de los individuos humanos, no solamente en las masas ignorantes, sino también en las clases privilegiadas, no quieren y no piensan más que lo que todo el mundo quiere y piensa a su alrededor; creen sin duda querer y pensar por sí mismos, pero no hacen más que reproducir servilmente, rutinariamente, con modificaciones por completo imperceptibles y nulas, los pensamientos y las voluntades ajenas. Esa servilidad, esa rutina, fuentes inagotables de la trivialidad, esa ausencia de rebelión en la voluntad de iniciativa, en el pensamiento de los individuos son las causas principales de la lentitud desoladora del desenvolvimiento histórico de la humanidad"[271]. La masa se hace despreciable, y eso lo dejó muy claro Nietzsche, cuando refiriéndose a las masas, decía: ¡que se las lleve el diablo… y la estadística! "A través de las innumerables agencias de la producción de masas y de su cultura, se inculcan al individuo los estilos obligados de conducta, presentándolos como los únicos naturales, decorosos y razonables. El individuo queda cada vez más determinado como cosa, como elemento estadístico…"[272].

La masificación, según el filósofo Eudoro Rodríguez Albarracín, se refiere a un fenómeno sociológico e histórico inherente al tipo de sociedad industrial, a la cultura de las grandes ciudades, a la insurgencia de grandes conglomerados sociales y, por lo tanto, a procesos que tienen que ver con el tipo actual de civilización. La masificación como fenómeno cultural alude al papel decreciente de la individualidad ante el paso acelerado de una cultura estandarizada hecha para multitudes. La masificación sumerge a las personas en el anonimato y en el aislamiento que generan una vida y forma de vida impersonal, comportamientos masivos y controlables por los medios de información social. "Cuando en vez de comunidad hay rebaño, todo es igual, todos piensan lo mismo, todos van a comprar lo mismo en los mismos lugares, todos protestan por lo mismo el mismo día. Y cuando todos piensan lo mismo, hacen lo mismo, nace la indiferencia, se pierden los valores humanos, se mata sin piedad, se explota sin límites. Hoy nos hablan de las bondades del "pensamiento único", y ¿no será una consecuencia más del rebaño en el que nos quieren meter? Perdemos así silenciosamente la capacidad de admirar a los que son diferentes, porque no hay nadie diferente y mejor, no existen los héroes, los maestros de la vida, todo es chato, todo es tristemente gris y monótono, sin matices que coloreen la vida. A pesar de que estamos juntos, de que estamos reunidos, y a pesar de que vivimos millones de hombres en una ciudad, hemos llegado al más egoísta de los anonimatos, donde nos cruzamos como máquinas por todas partes"[273]. Es por eso que en las grandes ciudades el hombre no está tan solo como cuando camina en medio de las grandes multitudes. "Al contemplar en las grandes ciudades –señala Ortega y Gasset– esas inmensas aglomeraciones de seres humanos que van y vienen por sus calles y se concentran en festivales y manifestaciones políticas, se incorpora en mí, obsesionante, este pensamiento: ¿Puede hoy un hombre de veinte años formarse un proyecto de vida que tenga figura individual y que, por lo tanto, necesitaría realizarse mediante sus iniciativas independientes, mediante sus esfuerzos particulares? Al intentar el despliegue de esta imagen en su fantasía, ¿no notará que es, si no imposible, casi improbable, porque no hay a su disposición espacio en que poder alojarla y en que poder moverse según su propio dictamen? Pronto advertirá que su proyecto tropieza con el prójimo, como la vida del prójimo aprieta la suya. El desánimo le llevará, con la facilidad de adaptación propia de su edad, a renunciar no sólo a todo acto, sino hasta a todo deseo personal, y buscará la solución opuesta: imaginará para sí una vida estándar, compuesta de desiderata comunes a todos, y verá que para lograrla tiene que solicitarla o exigirla en colectividad con los demás"[274]. En el ajetreo de las multitudinarias y bulliciosas ciudades, el individuo cada vez más experimenta esas sensaciones de impotencia, inseguridad, soledad, angustia e insignificancia de las cuales nos habla Fromm:

"La inmensidad de las ciudades, en las que el individuo se pierde, los edificios altos como montañas, el incesante bombardeo acústico de la radio, los grandes títulos periodísticos, que cambian tres veces al día y dejan en la incertidumbre acerca de lo que debe considerarse realmente importante, los espectáculos en que cien muchachas exhiben su habilidad con precisión cronométrica, borrando al individuo y actuando como una máquina poderosa…, todos estos y muchos otros detalles expresan una peculiar constelación en la que el individuo se ve enfrentado por un mundo de dimensiones que escapan a su fiscalización, y en comparación al cual él no constituye sino una pequeña partícula. Todo lo que puede hacer es ajustar su paso al ritmo que se le impone, como lo haría un soldado en marcha o el obrero frente a la correa sinfín […].

En su esencia el yo del individuo resulta debilitado, de manera que se siente impotente y extremadamente inseguro. Vive en un mundo con el que ha perdido toda conexión genuina y en el cual todas las personas y todas las cosas se han transformado en instrumentos, y en donde él mismo no es más que una parte de la máquina que ha construido con sus propias manos. Piensa, siente y quiere lo que él cree que los demás suponen que él deba pensar, sentir y querer; y en este proceso pierde su propio yo, que debería constituir el fundamento de toda seguridad genuina del individuo libre"[275].

Cuando uno es un ser masificado, vive una vida "de prestado". Vivir "de prestado" es vivir la vida que inventan otros, una vida prestada, arrendada, hipotecada. Es no vivir, no ser sujetos en la vida, sino objetos de la vida. Es estar muerto en vida… La masificación produce ilusiones, y éstas nos hacen cruzar de brazos y perder la mirada en el vacío, fijando la vista en la lejanía…

Estanislao Zuleta señala que en las ciudades modernas muchas personas no saben quiénes son en realidad, porque éstas significan una pérdida de identidad, una disolución en la masa, en la circulación, en el anonimato de los apartamentos. En su mundo de competencia viven en un entusiasmo vacío y se deprimen. Zuleta nos muestra a continuación un revelador y preocupante diagnóstico sobre esta problemática:

"La tesis de Resolato es que las condiciones del mundo capitalista o la manera de relacionarse las gentes entre sí –de no estar nadie realmente con nadie– son depresivas […].

Aquí todo el mundo le pasa de todo sin que nadie lo acompañe en el sentido de lo vital. Mientras más se apiña la gente en edificios menos relaciones hay de vecindario; en cambio en una vereda donde hay pocas casitas, separadas por cuadras enteras, los habitantes son vecinos. En nuestra sociedad el trabajo es más insensato, ofrece menos condiciones de realización. El consumo es más anónimo. Entonces la sociedad misma es deprimente. Contra la depresión se ensayan una cantidad de métodos y reactivos, como por ejemplo el entusiasmo vacío por un equipo de fútbol o por el ciclista tal que va corriendo. Esa es una causa a la que uno no puede ayudar, y cuyo resultado no lo va a cambiar. El entusiasmo vacío e insensato tiene el privilegio de no producir angustia, mientras el entusiasmo sensato, por una causa a la que uno pueda aportar y que pueda cambiarle la vida, crea angustia. Construir entusiasmos que no produzcan angustia es un fenómeno específico del mundo capitalista. ¡Y cómo lo ha logrado! […].

El capitalismo multiplica al tiempo las dos cosas: la depresión y el entusiasmo vacío. El entusiasmo vacío es lo que el capitalismo está produciendo de la manera más loca en la juventud. La lucha contra la depresión se puede llamar marihuana, alcohol, fútbol, nacionalismo, e incluso trabajo. Una de las defensas obsesivas contra la depresión es tratar de ganarla al otro, competir. El entusiasmo vacío nos está dominando como una fuerza de lucha contra la depresión fundamental que genera el modo de vida capitalista […].

El conjunto de la civilización capitalista es empobrecedora del hombre en general, del artista, del pensador, de todo lo que en el hombre pueda ser un posible de realización […]"[276].

El aprender a pensar por sí mismo, permitirá al hombre crítico autogobernarse, ser él mismo el amo y señor de sus pensamientos y sus decisiones. Así podrá superar los sentimientos de impotencia e inseguridad que lo agobian y el profundo aislamiento moral, que le impelen a temer a la libertad en la conflictiva y alienadora sociedad contemporánea en la cual el ser humano se halla profundamente extraviado. La misma democracia, en sentir de Erich Fromm, se expande gracias a la capacidad de autogobierno del sujeto pensante, para que asuma decisiones racionales en los aspectos cruciales de su vida, en donde otrora imperaban las tradiciones, las costumbres, el prestigio o la fuerza de autoridades exteriores al individuo.

"Ello significa que la democracia puede subsistir solamente si se logra un fortalecimiento y una expansión de la personalidad de los individuos, que los haga dueños de una voluntad y un pensamiento auténticamente propios […].

A menos que no logre restablecer una vinculación con el mundo y la sociedad, que se funde sobre la reciprocidad y la plena expansión de su propio yo, el hombre contemporáneo está llamado a refugiarse en alguna forma de evasión a la libertad. Tal evasión se manifiesta por un lado por la creciente estandarización de los individuos, la paulatina sustitución del yo auténtico por el conjunto de funciones sociales adscritas al individuo; por el otro se expresa con la propensión a la entrega y al sometimiento voluntario de la propia individualidad a autoridades omnipotentes que la anulan […].

Este naufragio de la personalidad en la existencia impersonal, que huye de sí misma y que pierde en la conducta socialmente prescrita toda su autenticidad, representa realmente la situación del hombre contemporáneo, y su desesperada necesidad de salir de la esclavitud del anónimo todo el mundo y reconquistar su propio auténtico yo"[277].

Conclusión

¿Cómo sabemos que hemos logrado el desarrollo del sentido crítico, que hemos aprendido a pensar por nosotros mismos? Cuando se cuestionan sistemáticamente las evidencias. Cuando ningún enunciado logra penetrar en nuestros oídos sin haber sido previa y metódicamente examinado. Cuando hemos comprobado la validez de una proposición. Pero, ¡cuidado! No podemos llevar al extremo el sentido crítico y el pensar por sí mismos. Todo con moderación, inclusive la moderación. En la adopción e interiorización de estas facultades debemos ser un poco aristotélicos: estar en el centro y no irnos a los extremos. Hay que ocupar el término medio entre los extremos. Si somos demasiado críticos y exageramos el pensar por nosotros mismos, corremos el riesgo del alejarnos del "término medio", del "justo medio", y tornarnos en seres excesivamente racionales, psicorrígidos, inflexibles, "acartonados" y "fríos", con el concomitante riesgo de ser rechazados o "eludidos" por las personas que piensan distinto o que tienen plenamente direccionado su proyecto de vida bueno sin el aporte de ninguna filosofía, ciencia, ideología o religión. Cegados por nuestro exceso de criticidad y de pensar por sí mismos, podemos tropezar con el inconveniente de ir en contra de la realidad; de volvernos defensores acérrimos de ideologías, de dogmas y de modelos de vida. El filósofo, antes que un "reformador", es un intelectual, un pensador.

Si bien es cierto que no sólo los que se dedican al filosofar aprenden a pensar por sí mismos; cualquiera que sepa vivir sabe pensar por sí mismo. Pero la reflexión filosófica facilita esta alta actividad tan crucial en la existencia humana, debido a que nos brinda las herramientas más expeditas y prácticas que lo orientan a uno en tan difícil quehacer, que otras ciencias y otros saberes no poseen o no ofrecen de manera tan evidente.

 

 

Autor:

Luis Angel Rios Perea

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