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El objetivo central del filosofar: aprender a pensar por sí mismo

Enviado por Luis Ángel Rios


Partes: 1, 2, 3, 4

  1. Introducción
  2. Pensar para entender el sentido de la ciencia y liberarnos de la racionalidad tecnológica
  3. Pensar para enfrentar el ajetreo de la vida y extravío de nuestro tiempo
  4. Pensar para pensar por sí mismo y no como lo imponen los educadores
  5. Pensar para detectar las instituciones de clausura, el poder pastoral, los aparatos ideológicos de estado y los aparatos de hegemonía del estado, y huir de su influencia
  6. Necesidad de la claridad conceptual para pensar por sí mismo
  7. El compromiso ético del educador
  8. Pensar para aprender a buscar la verdad e impedir la alienación
  9. Pensar por sí mismo para encontrarse a sí mismo
  10. Pensar para criticar y defender la razón y la ciencia
  11. Pensar por sí mismo para vivir en libertad y saber tomar decisiones
  12. Pensar para conquistar la libertad
  13. Pensar para reivindicar la dignidad humana
  14. Pensar para vivir auténticamente
  15. Filosofar para entender y superar los viejos paradigmas filosóficos y científicos
  16. Pensar para pensar críticamente
  17. Pensar para liberarnos de la masa y de la masificación
  18. Conclusión

Introducción

El ser humano, en general, y el adolescente, en particular, necesita aprender a pensar por sí mismo. La búsqueda de identidad se relaciona con el pensar por sí mismo, porque éste le permitirá cimentar las bases de una identidad propia, auténtica, que le sirva de fundamento a su proyecto de vida individual y colectivo. Como secuela del desarrollo acelerado de la tecnocracia y el auge y la manipulación de los medios de información, el hombre contemporáneo se halla perdido en la existencia y, como no es capaz de vivir de acuerdo a como piensa, se limita a pensar de acuerdo a como vive; por eso deambula de un lugar a otro tratando de sobrevivir por sobrevivir, se limita a sobrevivir mas no a vivir. Se mueve en el mundo como un ciego a tientas, con raras experiencias o intuiciones claras y con raros resultados seguros. ¡Cuidado! Lo importante no es dónde estemos, sino la dirección en que nos movamos. Según Richard Bach, necesitamos "volar" alto, porque entre más bajo volemos, más perspectiva perdemos. "¡Oh raza humana, nacida para remontar el vuelo!, ¿por qué el menor soplo de viento te hace caer?… ¡Oh insensatos afanes de los mortales!, ¡cuán débiles son las razones que os inducen a bajar el vuelo y a rozar la tierra con vuestras alas!"[1]

Pensar para entender el sentido de la ciencia y liberarnos de la racionalidad tecnológica

La dictadura de la tecnocracia contribuye a la deshumanización del hombre, llevándolo a vivir en un mundo hostil y, al parecer, carente de sentido. En ese contexto se halla constreñido y apresado por la misma sociedad en que vive, la cual lo aprisiona y, paradójicamente, lo salva de su soledad y su lobreguez. "Nadie con sentido común, puede obviar los resultados de la tecno–ciencia en la época de la globalización contemporánea. Pero sin sentido cultural, devienen estériles para el hombre, pues enajenan y deshumanizan. Resulta perjudicial, porque la verdad es vacía de contenido, cuando se separa de la belleza y la bondad, cuya armonía la funda e introduce Pitágoras, a partir del sentido de medida, y es continuada por muchos filósofos y pensadores… No es posible hacer del conocimiento científico el núcleo arquetípico del pensamiento y convertir a éste en un modelo impersonal que condiciona de modo a priori y teleológico la realidad existente para hacer una unidad o identidad con ella, llamada verdad. La verdad, sea de cualquier naturaleza, es proceso y resultado aprehensivo humano, como saber profundo, construido por la actividad del hombre en relación con el mundo o la parte de él hacia la cual dirige su acción. Se trata de un proceso humanizador de la realidad y del hombre mismo en espacios intersubjetivos. Una verdad que separe la esencia humana de la existencia y los espacios histórico–culturales en que realmente se aprehende, resulta ficticia y no resiste la prueba de la praxis social"[2].

La ciencia debe ser considerada como una especie de brújula de la vida, pero no la vida; su misión, de acuerdo con Mijail Bakunin, es esclarecerla, no gobernarla. Pero sólo la vida, liberada de todos los obstáculos gubernamentales y doctrinarios. Debido a que, por su propia naturaleza, ignora la existencia y la suerte de cada ser humano en particular, no se le puede permitir, ni a ella ni a nadie en su nombre, gobernar nuestra vida. Leamos su reflexión:

"El gobierno de los sabios tendría por primera consecuencia hacer inaccesible al pueblo la ciencia y sería necesariamente un gobierno aristocrático, porque la institución actual de la ciencia es una institución aristocrática. ¡La aristocracia de la inteligencia! Desde el punto de vista práctico la más implacable, desde el punto de vista social la más arrogante y la más insultante: tal sería el poder constituido en nombre de la ciencia. Ese régimen sería capaz de paralizar la vida y el movimiento de la sociedad […].

Lo que predico es, pues, hasta un cierto punto, la rebelión de la vida contra la ciencia, o más bien contra el gobierno de la ciencia. No para destruir la ciencia — eso sería un crimen de lesa humanidad —, sino para ponerla en su puesto, de manera que no pueda volver a salir de él. Hasta el presente toda la historia humana no ha sido más que una inmolación perpetua y sangrienta de millones de pobres seres humanos a una abstracción despiadada cualquiera: Dios, patria, poder del estado, honor nacional, derechos históricos, derechos jurídicos, libertad política, bien público […].

Estando llamada la ciencia en lo sucesivo a representar la conciencia colectiva de la sociedad, debe realmente convertirse en propiedad de todo el mundo. Por eso, sin perder nada de su carácter universal — del que no podrá jamás apartarse, bajo pena de cesar de ser ciencia, y aun continuando ocupándose exclusivamente de las causas generales, de las condiciones reales y de las relaciones generales, de los individuos y de las cosas —, se fundirá en la realidad con la vida inmediata y real de todos los individuos humanos […].

Una vez más, la vida, no la ciencia, crea la vida; la acción espontánea del pueblo mismo es la única que puede crear la libertad popular. Sin duda, sería muy bueno que la ciencia pudiese, desde hoy, iluminar la marcha espontánea del pueblo hacia su emancipación, pero más vale la ausencia de luz que una luz vertida con parsimonia desde afuera con el fin evidente de extraviar al pueblo […].

La abstracción científica, lo he dicho ya, es una abstracción racional, verdadera en su esencia, necesaria a la vida de la que es representación teórica, conciencia. Puede, debe ser absorbida y digerida por la vida.[3]"

La racionalidad tecnológica, según Marcuse[4]en la sociedad unidimensional, ha secado, en su propio seno y en aras del funcionalismo y la productividad, la contradicción, condición del movimiento y de la vitalidad, y reprimido y anulado toda posibilidad de crítica genuina. Marcuse centra sus críticas sobre la deformación y distorsión que el capitalismo produce sobre los aspectos humanistas de todo desarrollo técnico. "La postura crítica de Marcuse frente a la racionalidad instrumental es denunciar que la razón práctica se ha implantado de modo tal que no permite otros modelos de pensamiento y de acción"[5]. Esa tecnología, que ha hecho posible conquistar las fuerzas sociales centrífugas, indisciplinadas e irreverentes, también ha hecho que el hombre pierda su calidad de vida. "Negocios y política, beneficios, utilidades, publicidad, prestigio, máquinas y, sobre todo, necesidades, vienen a convertirse en una avanzada radical que impone en todas partes una idea de libertad falsa y su represión connatural", señala Rafael Méndez Bernal comentando la obra de Marcuse, y agrega que "la flamante racionalidad tecnológica contemporánea, lejos de ser racional o neutral en su condición de puro instrumento optimizador de la productividad, arrastra consigo y con sus realizaciones la más acre irracionalidad y estupidez"[6]. Reynaldo Suárez Díaz, sobre esta problemática, apunta que "la alienación tecnológica lleva al hombre hasta la destrucción de su capacidad de pensar, hasta la destrucción del espíritu humano", y agrega que éste "se ha convertido en un accesorio del progreso tecnológico"[7]. Otro gran intelectual que hace sentir su voz es Robert Musil, quien señala que "en una sociedad donde lo que importa es la producción de objetos de valor o de acciones socialmente valoradas, el hecho de no hacer nada puede llegar a ser visto como una actividad a contracorriente que implícitamente rechaza los marcos por los que la sociedad se rige. El hombre sin atributos es un espécimen raro, un sujeto que no encuentra su sitio y siendo burgués lleva una vida de aristócrata, y sin ser aristócrata se dedica a dinamitar la vida burguesa negando la acción, la utilidad y la producción. El hombre sin atributos combate las inclinaciones de la burguesía porque a diferencia de ella niega la producción y la utilidad y se entrega a las actividades banales, no productivas, sin valor para el resto de la sociedad. Frente a la razón material él yergue el pensamiento, el deambular de la reflexión… La crítica que Musil realiza a la sociedad es una crítica mordaz a la ideología racionalista radical que la Ilustración portaba de una forma oculta entre otras muchas corrientes. No en vano muchos son los pasajes de El hombre sin atributos que si los colocamos junto a otros fragmentos del desolador y crítico libro Dialéctica de la Ilustración de Horkheimer y Adorno parecen perseguir la misma finalidad desveladora… Musil en su crítica a la modernidad nos muestra una y otra vez la fragmentariedad que aquélla ha producido en el hombre, cómo una ideología positiva, materialista y productiva ha olvidado la antigua unidad del hombre… Los personajes musilianos inquieren la pérdida del sentido del mundo, la falta de un sistema valorativo capaz de actuar como estructura sobre la que despegar la vida"[8].

En la llamada "Época de la Técnica" la libertad es una paradoja. Con la idea de progreso, evidente en el asombroso avance científico y tecnológico, se tenía la ilusión de que la ciencia y la técnica eran instrumentos de liberación en contra del enorme poder de la naturaleza. "Pero justamente en este momento culminante, el hombre comienza a sentirse menos libre que nunca"[9]. Esa aparente libertad frente al entorno natural, nos muestra que el progreso impide ser libres en el auténtico sentido de la libertad. En tanto creemos que progresamos hacia la libertad, en realidad la estamos perdiendo ante el incontenible poderío de la racionalidad instrumental. "Aunque nadie desconoce el inmenso crecimiento del poder del hombre sobre la naturaleza y consecuente aumento de su libertad frente a ella, posibles gracias a la tecnología actual, desde hace algún tiempo se viene hablando de los aspectos negativos de semejantes conquistas. A la vista están ciertamente el creciente deterioro del contorno natural del hombre y, en general, el peligro de desaparecer en que está la vida por falta de un hábitat adecuado de los seres vivientes o por la acción de los agentes destructores creados por la tecnología. Además, en amplios círculos filosóficos y científicos ha comenzado a despertar la conciencia de que las formidables conquistas de la técnica no han hecho más que incrementar la falta de libertad del hombre"[10].

En nuestro contexto el hombre viene alienándose profundamente, sumergido en el mundo tecnológico y en el consumismo capitalista. El psicólogo Barrhus F. Skinner[11]recomienda que si el mundo ha de economizar una parte de los recursos que posee como previsión para un futuro, debe reducir no sólo el consumo sino el número de consumidores. El hombre moderno se ha convertido en un producto de consumo en si mismo: dócil, pasivo y autómata, absolutamente rendido a los estímulos externos consumistas. Vive de sucedáneos. Además de estar alienado, ha perdido su libertad. Según Fernando Savater, los factores de la dignidad humana individual han tropezado modernamente con presunciones supuestamente científicas que tienden a cosificar a las personas, negándoles su libertad y responsabilidad y reduciéndolas a meros efectos de circunstancias genéricas. "Considerar el cuerpo humano como mero objeto susceptible de posesión constituye un empobrecimiento injustificable del hombre como persona"[12]. Antonio Cardona y Young Seek Choue señalan que "hoy, como ayer, el hombre pasa la mayor parte de su vida persiguiendo absolutos ilusorios, sueña con el paraíso, el prestigio, el poder; adorando ídolos y líderes; venerando algunos hombres y despreciando otros, amando sólo para odiar enseguida, escapando de la verdadera libertad y de sus riesgos, como lo ha indicado Erich Fromm, con el objeto de encontrar la cálida seguridad de conformarse con los hábitos del "rebaño"[13]. Antonio Orozco[14]sostiene que vivimos demasiado deprisa, y no tenemos tiempo de contemplar qué sucede a nuestro alrededor. Los pensadores antiguos siempre insistían en que el comienzo de la sabiduría es el "asombro" ante el mundo y lo que en él acontece; maravillarse y preguntarse: ¿cómo es posible que suceda? Por ejemplo, en nuestro mundo siguen ocurriendo cosas poco humanas, y pasamos de largo ante ellas, porque nos hemos acostumbrado, como si fueran normales, cuando con frecuencia son perjudiciales y empobrecedoras. No nos hemos parado a pensar. Una tarea importante de los padres y educadores es fomentar una actitud crítica ante lo que se ha establecido como uso corriente en la sociedad.

Los filósofos enseñan a pensar

Muchos (entre ellos el filósofo Miguel Ángel Ruiz García) se preguntan qué pueden decir y enseñar los filósofos grecorromanos (yo agregaría que todos los filósofos que han existido) a individuos que vivimos en sociedades cuyas dinámicas están condicionadas, entre otras cosas, por la cultura del consumo, la inseguridad afectiva, el miedo a no ser reconocido y a ser excluidos, la incertidumbre frente al futuro, la precariedad laboral, la velocidad de nuestras rutinas, la maleabilidad de nuestras creencias y en general, el carácter accidental y efímero de nuestras experiencias y acciones. ¡Claro que los filósofos de todos los tiempos pueden "decir y enseñar"! Los filósofos, como conciencia crítica de su época, disponen de construcciones teóricas que nos permiten replantear nuestra realidad para repensarla y reconstruirla en procura de un mundo mejor, empezando con nuestro mundo personal, individual, para así, de esta manera, poder repensar y reconstruir nuestro mundo colectivo. Si desarrollamos y fortalecemos nuestro sentido crítico, si somos capaces de pensar por nosotros mismos, será una tarea posible de ejecutar, así no sea nada sencilla ni fácil; todo lo que atañe a las transformaciones, a las revoluciones, son un quehacer que no es fácil para el ser humano y que implica arriesgados esfuerzos y denodados compromisos. "En una postmodernidad como la nuestra, donde el esfuerzo y la voluntad parecen estar perdiendo la batalla frente al facilismo, la sabiduría antigua llega como un soplo refrescante y una forma de retomar el camino perdido"[15]. Pero para que la filosofía antigua, la "sabiduría antigua", sirva para afrontar la problemática actual, según el filósofo Pierre Hadot (citado por Riso), "es respetando su esencia y su significado profundo, sin perder de vista los nuevos condicionamientos históricos"[16].

Pensar para enfrentar el ajetreo de la vida y extravío de nuestro tiempo

El hombre contemporáneo, a pesar de estar rodeado de personas, se siente solo y extraviado en el ajetreo de la "vida moderna"; tiene prisa por llegar, no se sabe a dónde, pero cuanto antes. "Vivimos en un mundo altamente conflictivo, donde todos tenemos prisa por llegar cuanto antes, no se sabe a dónde, pero sí de la forma más rápidamente posible. Cuando uno tiene prisa –aconseja el escritor Arturo Pérez Reverte– lo rápido es caminar despacio. La competencia es atroz, el núcleo familiar está en crisis, impera el multi–empleo. La comunicación está interrumpida. No nos tomamos el tiempo necesario para ponernos a reflexionar, sobre nuestra cotidianidad"[17]. José Saramago[18]aclara que "el llegar a donde se quiere depende de donde se esté". En opinión de Richard Bach[19]"la perfecta velocidad es estar allí". Descartes dice que "los que caminan sino muy lentamente, si siguen siempre en camino recto, pueden adelantar mucho más que los que corren y se apartan de él"[20]. Según Henri Thoreau, "ya sea que viajemos con rapidez o lentitud, el camino está abierto para nosotros".

El hombre de nuestro tiempo no sabe adónde va y qué busca, y por eso es un perdido en la existencia. Cuando el hombre no se encuentra a sí mismo, no encuentra nada. Sueña con un papel en la vida y desempeña otro. (¿Quién es "él mismo" en realidad?: ¿El del papel que representa o quien pretende ser?). "Lo de ser, y lo de parecer, y lo de llegar a ser o no ser nunca nada, todo eso tiene matices muy delicados"[21]. No puede hacer lo que quiere sino lo que puede. Como nunca puede tener lo que quiere, debe conformarse con lo que tiene. "El individuo se confina por lo tanto a vivir una vida que no se asemeja a su ideal. Se siente atrapado en una trampa dentro de un torbellino de circunstancias incontrolables. Toma decisiones en función de lo que hacen los demás y se convence de que la vida con la que sueña en secreto, es inaccesible. Y por lo tanto se aísla cada vez más. Prefiere conservar su status quo. Y se resigna".[22] No queremos ser lo que somos porque queremos ser lo que no somos. ¡Nunca somos lo que queremos ser, pero queremos ser! "¿Quién soy? Sé lo que eres, decía Píndaro, pero el problema es saber lo que somos y es ahí, desde Sócrates, donde la filosofía aparece como una necesidad de la vida"[23]. Erich Fromm decía que tenemos la capacidad de vivir en una contradicción permanente entre lo que en verdad somos y lo que quisiéramos ser. Este brillante psicoanalista señalaba que las metas impropias de una sociedad enferman a los individuos. José Saramago nos aconseja que "nunca nos deberíamos sentir seguros de aquello que pensamos ser porque, en ese momento, pudiera muy bien ocurrir que ya estemos siendo cosa diferente"[24]. Augusto Ramírez denuncia que tanto en el comunismo staliniano, que suprime represivamente el mercado, como el consumismo capitalista, que impone el mercado como único marco de realización humana, el individuo está condenado a una existencia unidimensional. Al no ser el que cree ser no llega nunca al que anhela ser. "Si no estamos bien con nosotros mismos, no hay nada que nos venga bien", dice Goethe en su Werther.

En el agite de la vida "moderna", el hombre no distingue entre lo urgente y lo importante; quiere hacerlo todo rápido, ya, inmediatamente, ignorando que el auténtico tiempo de la rapidez no es el tiempo de los "afanes", las tensiones, la premura, la ansiedad, o el tiempo del llamado fast track (del camino veloz, rápido), propio de nuestro sistema productor de mercancías; sino "la rapidez (que no desconoce a la dilación), concebida como relación entre velocidad física y velocidad mental, y que involucra conceptos como movimiento, brevedad, tiempo, sucesión rápida de hechos, discurrir, razonamiento, rapidez y concisión de estilo y de pensamiento como agilidad, movilidad y desenvoltura, tal como lo plantea el escritor Ítalo Calvino"[25]. Erich Fromm, desde su cosmovisión sicoanalítica, señala que en la sociedad industrial, el tiempo es el gobernante supremo. "El actual modo de producción exige que cada acto esté exactamente "programado", y no sólo en la banda de transmisión de la línea de ensamble sinfín sino que, en un sentido menos burdo, la mayor parte de nuestras actividades es gobernada por el tiempo. Además, éste no sólo es tiempo, sino que "el tiempo es dinero". La máquina debe utilizarse al máximo; por ello la máquina le impone su ritmo al obrero. Por medio de la máquina, el tiempo se volvió nuestro gobernante. Sólo en nuestras horas libres parece que tenemos cierta oportunidad de elegir. Sin embargo, generalmente organizamos nuestros ocios como programamos nuestro trabajo, o nos rebelamos contra la tiranía del tiempo siendo absolutamente perezosos. Al no hacer nada, excepto desobedecer las demandas del tiempo, tenemos la ilusión de que somos libres, cuando estamos, de hecho, sólo en libertad bajo palabra fuera de la prisión del tiempo"[26].

Para salir de la "prisión del tiempo" se necesita conocer el tiempo, saber qué es; cuál es nuestro deber: "¿A qué vine al mundo?, ¿cuál es mi misión?, ¿cuál es mi objetivo en esta vida?". ¡Conocerse a sí mismo! "Sócrates pensaba que sin filosofía, el hombre y la ciudad no pueden llegar a conocerse a sí mismos y mucho menos a realizarse como debieran. Por eso, la filosofía es necesaria"[27]. ¿Cómo conocerse a sí mismo? Ese conocimiento nos lo aporta el saber filosófico, el filosofar. "En la naturaleza todo está pensado, todo tiene una función. El ser humano cuando camina deja su huella. De lo único que somos dueños es de nuestro presente; no nos pertenece el pasado ni el futuro, ¡sólo el ahora!; cada instante presente es una realidad. ¡Quien descubre que el tiempo es su único presente, podrá salir de la cárcel del tiempo!"[28]. En este "agite" se diluye la dimensión personal de interioridad, de donde brotan valores "como el silencio, el retiro, la reflexión, la intimidad, la vocación, que hoy han pasado a un segundo lugar en el marco de nuestras ciudades grises. Nuestra era se caracteriza mucho más por la inmediatez, por el manejo avaro del tiempo como sinónimo de producción efectiva, por el ruido de las ciudades, por la estridencia de la música, por el tener"[29]. Georg Simmel, citado por Danilo Cruz Vélez, señala que "el fundamento sicológico del predominio de lo meramente intelectual en el habitante de la gran ciudad es la "intensificación de la vida nerviosa", causa de su desarraigado, con lo cual alude a un rasgo característico de su vida anímica: en ella, el curso de las impresiones oriundas del mundo exterior es inesperado, abrupto, atropellado y siempre cambiante, y produce por ello una aglomeración desordenada de imágenes que impide el establecimiento de relaciones firmes, claras y estables con la realidad"[30].

El filósofo no se puede dejar eclipsar por los sucedáneos que ofrece un mundo en constante agitación y pragmática "rapidez," con los que la agitada vida "moderna" intenta vapulearnos a través de un intrincado y oscuro acervo de imágenes prefabricadas, "carentes de íntima necesidad" (Calvino). Este escritor y pensador advierte que el futuro de imaginación individual está en inminente riesgo en la llamada "civilización de la imagen" ante el avasallador poder inconsciente de las imágenes prefabricadas, las imágenes reflejadas por la cultura. "Hoy la cantidad de imágenes que nos bombardea es tal que no sabemos distinguir ya la experiencia directa de lo que hemos visto unos pocos segundos en la televisión. La memoria está cubierta por capas de imágenes en añicos, como un depósito de desperdicios donde cada vez es más difícil que una figura logre, entre tantas, adquirir relieve"[31]. En este sentido, el profesor Ricardo Yepes Stork afirma lo siguiente:

"La gente se conforma con unas pocas frases y muchas imágenes. Se renuncia a explicar las cosas: sólo se muestran. La cultura de la imagen no necesita argumentaciones para impactar al público. Es tal la fuerza de las imágenes que mostrarlas ya es suficiente. Ver por la televisión un terremoto o una inundación es casi tanto como haber estado allí. En este contexto no necesitamos comentarios. Discurrir, pensar, resulta así cada vez menos necesario… Esto aparta a la gente del hábito de argumentar y discurrir, con lo cual se va atendiendo cada vez menos a razones… Hoy poca gente gusta de pensar. Los razonamientos abstractos no están de moda: bastan cuatro explicaciones convencionales, que la publicidad repite hasta la saciedad… Puede parecer que estoy en contra de la imagen, y no es así. Estoy en contra de las actitudes acríticas, de un mirar "embobado""[32].

Nuestro tiempo, es el "tiempo de la motorización", condicionado por el imperio de la velocidad mensurable, objetiva, producto de la dinámica que impone nuestro sistema de producción capitalista, competitivo, y con su oscura lógica intrínseca del hacer, del tener y del consumir. En esa dinámica el individuo no tiene tiempo para sí mismo. "A esta civilización de la prisa, producto de una cultura mecanizada y tecnificada, le ha faltado ciertamente el espacio de la contemplación, la visión interior; a pesar de su aparente progreso hay en el fondo un actuado desequilibrado que en último término no tiene otra causa que la ausencia de esta vivencia estética…"[33]. La "rapidez", tal como la concebía Calvino, era la rapidez que se relaciona con la velocidad mental, que no permite mediciones ni confrontaciones y que vale por sí misma, "por el placer que provoca en quien es sensible a este placer", mas no por sus pragmáticos resultados. Un razonamiento veloz, que no es mejor que un razonamiento ponderado, comunica lo que se encuentra en la naturaleza de su rapidez. Quienes están obligados a decidir o concluir en un plazo estipulado, "no pueden respetar el tiempo propio que requiere el desarrollo del pensamiento", tal como advierte Estanislao Zuleta. Establecer plazos implica que se afecte la relación con la verdad, "la cual tiene sus propios ciclos, sus caminos y sus rodeos, sus ritmos y sus tiempos que ninguna instancia y ningún poder puede determinar de antemano"[34]. Ricardo Yepes Stork señala que "vivimos demasiado deprisa, y no tenemos tiempo de contemplar qué sucede a nuestro alrededor"[35].

En su desesperada y alocada búsqueda de salidas a su sinsentido y a su extravío, el hombre del "rebaño" recurre a sucedáneos como la fama, el vicio, el consumismo, los convencionalismos, los halagos, la riqueza, el poder… y termina más alienado y más perdido… Se encuentra extraviado y no sabe que está extraviado. "Me he olvidado de mí y no me encuentro", en palabras de Walter Riso, sería el lamento del hombre contemporáneo. "He aquí […] un gran misterio del hombre. Pierde lo esencial e ignoran que lo ha perdido", como sentenciara el escritor Antoine de Saint–Exupéry. En esa dinámica la vida le pasa de largo, como si la cuestión no fuera con él. "Muchas veces somos nosotros mismos quienes creamos las condiciones para una vida infeliz y no nos damos cuenta", nos recuerda Riso. El extravío, la alienación, la masificación, es producto de la sociedad vacía y despersonalizada. Ya desde la antigüedad clásica, el filósofo Diógenes nos invitaba a oponernos abiertamente al consumismo, la masificación y los convencionalismos. El filósofo Ricardo Peter precisa y aclara que la humanidad está amenazada por el desenfrenado incremento de la cotización de los valores de la personalidad o valores (meramente comerciales) del tener: control, éxito, apariencia, prestigio, dominio, poder, por citar algunos. Quien no piensa por sí mismo busca el éxito fraudulento, que no es más que el éxito vano. "Sin embargo, la excesiva valoración de los valores de la personalidad por encima de los valores de la existencia y de los valores del ser, amenazan lo humano en ambos sentidos: crean vacío y desorientación"[36]. En su extravío, el joven, tal como sostiene José Ortega y Gasset, no necesita razones para vivir: sólo necesita pretextos. Parodiando uno de sus asertos se podría decir que el joven "no va a nada, no tiene proyecto ni misión, sino que, más bien, sale a la vida para ver si las de otros llenan un poco la suya"[37].

Una corriente filosófica como el Existencialismo nos muestra cómo el ser humano en su existencia concreta se encuentra ontológicamente asomado a la nada, sin autenticidad, y vive una existencia banal que lo sumerge en el dolor y la angustia; no sabe a dónde va, se halla profundamente extraviado y perdido en el mundo, viviendo una vida simple y haciendo lo que todos hacen sin saber por qué lo hace. "Pensar es gratis. No hacerlo es costoso", dice el grafito. "La realidad en que vivimos nos encierra en el mundo de lo fácil y lo cómodo, nos pretende igualar en la costumbre, en la moda, en el gesto. De este modo se facilita el dominio de la masa sobre la persona. Nos acostumbramos tan fácilmente a vivir y pensar como todo el mundo, que ya no le encontramos sentido al esfuerzo personal. Si ya alguien abrió la trocha, nos parece más lógico seguir sus huellas, sin preguntar, sin interpelarnos, sin exigir razón alguna"[38]. Aquí debemos reflexionar sobre la sentencia de este grafito: "Si tú no mueves, otros te moverán".

Según esa reflexión filosófica, el hombre es un honorable ninguno o una multitud anónima. "De ordinario el hombre decide sus actos sin crítica de ningún género: acepta lo que todo el mundo hace. Tal manera de ser es la existencia cotidiana o trivial. En ella el hombre se despersonaliza, no obra conforme a las auténticas posibilidades de su ser, sino al tenor de los dictados de todo el mundo. Camina por su existencia impulsado por los estímulos de un querer y obrar impersonales. No sabe a dónde va ni de dónde viene; se halla extraviado; se halla perdido en el mundo. En la existencia trivial el hombre obedece usos y costumbres, vive de la vida de todos, hace lo que todos hacen, ama y odia, como todos aman y odian. Diversos nombres ha recibido ese ser impersonal que prescribe la forma de vida de la existencia cotidiana. Heidegger lo llama el "man" (todo el mundo); Kierkegaard, la masa; Jaspers, la multitud anónima; Sartre, el on.

La existencia trivial convierte al hombre en un ser gregario, que sucumbe cada vez más a los dictados de una multitud perdida en los hábitos sociales exentos de crítica. La existencia trivial es una existencia agitada, pero superficial, una forma de vida inauténtica en la cual cada hombre es igual a otro, y ninguno es en sí mismo. La existencia trivial es la huida del hombre de su propio valer y ser: la ausencia de responsabilidad, ya que el hombre que así vive, descarga su responsabilidad en ese ser anónimo que todo prescribe y que ya alguien designó, asimismo, con el epíteto del honorable Ninguno"[39].

Harold Soberanis plantea que ante los acontecimientos vertiginosos de la vida cotidiana, nos olvidamos de nosotros mismos. "Nos involucramos en una serie de actividades intentando encontrar, a través de ellas, un sentido a nuestra existencia aunque lo que logramos es totalmente lo contrario, pues únicamente conseguimos evadirnos de la realidad y del encuentro íntimo con el ser nuestro. El ambiente consumista que creemos que sólo en tanto poseemos objetos somos valiosos, es decir, hemos trocado el tener por el ser, como bien lo señaló Fromm hace algunos años"[40]. Las personas del rebaño, perdidas en su mundo impersonal, reflexionan así: "Nuestros padres han pensado y hecho así, nosotros debemos pensar y obrar como ellos; todo el mundo piensa y obra así a nuestro alrededor, ¿por qué habríamos de pensar y de obrar de otro modo que como todo el mundo?".

José Pablo Feiman considera que el hombre está entregado a las escribidurías, a las novedades, al "se dice". Todo en un magma, en un mundo ya decidido, y él se incorpora a ese mundo porque es fácil. "Si el mundo está decidido no tengo que sufrir, pienso lo que hay que pensar, digo lo que hay que decir, leo lo que hay que leer, paso por la vida en general tratando de ignorar un hecho fundamental, que es mi propia muerte"[41]. El pensar por sí mismo nos aporta la claridad intelectual y el coraje para mostrar que las cosas se pueden ver de otra manera.

Sólo el aprendizaje de pensar por sí mismo puede orientar al joven en el complejo proceso de salir de semejante encrucijada. Enseñar a pensar por sí mismo es la tarea central del maestro de filosofía. "Filosofar consiste, ante todo, en dialogar, así como en explicitar y justificar nuestro saber teórico y práctico a partir de los problemas contemporáneos cotidianos que deben encarar los alumnos, alentándolos a pensar por sí mismos"[42]. Consciente de su compromiso académico acudirá a sus talentos y habilidades profesionales y personales en procura de que cada estudiante aprenda a pensar, a razonar, a reflexionar y, sobre todo, a pensar por sí mismo. En este sentido, su función debe ser tan sutil de manera que no "contamine" o influencie al estudiante, ya sea subrepticia, consciente o inconscientemente, con sus velados o evidentes dogmas, cosmovisiones, concepciones del mundo y de la realidad.

Pensar para pensar por sí mismo y no como lo imponen los educadores

Como el profesor ejerce cierta "autoridad" sobre el estudiante, y a veces se convierte en un modelo para éste (por carecer de sentido crítico), debido a que por nuestra condición de mimesis tendemos a imitar a los demás y a convertirlos en nuestro referente, se corre el riesgo de que el discente termine pensando y actuando como su docente. Es necesario entonces que el pedagogo se pregunte de qué manera podría influir en la forma de pensar de su discípulo, quien, dadas las circunstancias, por alguna razón, cree en los mensajes conscientes e inconscientes que le trasmite el educador a través de los distintos lenguajes. Walter Riso advierte que algunos profesores acuden a la pedagogía del pusilánime: "Para que los jóvenes no piensen mal, mejor les quitamos toda posibilidad de pensar por ellos mismos, mejor los encerramos en el pensamiento dicotómico"[43]. Etienne Gilson nos advierte que la filosofía es una ocupación de toda la vida y hay pocos filósofos, y agrega que incluso los profesores de filosofía son raramente filósofos, puesto que enseñar filosofía y filosofar no es la misma cosa. Enseñar filosofía asegura la libertad de filosofar con el menor daño a la vida filosófica. Sin embargo, enseñar es actuar, mientras filosofar es contemplar. La meta final, según Gilson, de la educación filosófica no es enseñar filosofía, sino formar filósofos hechos y derechos.

Leonor Noguera Sayer revela que la influencia que se ejerce cuando los demás son presionados por padres, educadores o terapeutas genera un "conjunto de formas que hacen languidecer el proyecto del individuo, amordazándolo con la aprobación y la acogida por parte de la sociedad convencional"[44]. Este inconveniente impide que el estudiante enriquezca su crecimiento interior, su libertad y su autonomía. Por lo tanto, el profesor, en lugar de trasmitir lo que cree, piensa y es, debe posibilitar libremente que en el discente surja, producto de su pensar por sí mismo, la pregunta que le permita orientar la construcción de su propio conocimiento, de su propia reflexión y, por ende, de su propia identidad. Noguera Sayer aclara que quien verdaderamente acompaña, no dirige, sino que cree en el otro como un proyecto perenne que se pertenece a sí mismo, y facilita el diseño de un camino propio y un modelo de ser genuinamente personal. "Esta forma de relaciones responde a la justa convicción interior desde la cual siempre se espera lo original y lo nuevo, entendidos como lo propio de alguien, sin que fuerza alguna pretenda reducir la creación o la inventiva al esquema estrecho de la imagen en el espejo (tiene que hacer esto porque yo lo hago o porque yo lo creo)"[45].

El profesor de filosofía, si en realidad es un auténtico maestro de filosofía, un educador con espíritu libertario, sabe que la "Escuela", es decir, la educación, el sistema o aparato educativo, es una institución de clausura (Foucault), un aparato ideológico de Estado (Althusser) y un medo de producción social de la dominación capitalista (Marcuse). Así concebida la educación se convierte en un obstáculo para que el estudiante aprenda a pensar por sí mismo, para que busque la verdad, para que conquiste "su verdad" y la confronte con la de los demás, debido a los intereses que se ocultan bajo el poder y la domesticación por parte del sistema imperante. Desde tiempos remotos se dice que los pedagogos más influyentes son los gobernantes.

El docente, como filósofo, no puede desconocer que el contundente poder de la educación tradicional, acrítica y domesticadora, intenta colonizar la subjetividad del sujeto para sujetar su voluntad. En palabras del psiquiatra Franz Fannon, ser colonizado es también perder un lenguaje y absorber otro. En concepto del psicólogo y pedagogo Germán Salazar, los colegios son, hoy por hoy, grandes atropelladores de los niños cuando los rechazan… o cuando los maestros los ridiculizan ante la clase cuando no rinden en sus estudios… Con ello destruyen la autoestima que se necesita para tomar decisiones acertadas, para saber escoger con quien se juntan, para construir un proyecto de vida. Considera "que la actividad filosófica, que no sustrae idea alguna a la libre discusión, que se esfuerza en precisar las definiciones exactas de las nociones utilizadas, en verificar la validez de los razonamientos, en examinar atentamente los argumentos de los demás, permite a cada uno aprender a pensar por sí mismo…"[46].

Pensar para detectar las instituciones de clausura, el poder pastoral, los aparatos ideológicos de Estado y los aparatos de hegemonía del Estado, y huir de su influencia

Con respecto a la Escuela como institución de clausura, el filósofo Michel Foucault teorizó que ésta, al igual que la cárcel, el hospital, el cuartel, entre otros, son "lugares en los que se entra para ser clasificado, vigilado, medido, normatizado, curado, reprendido, formado, conformado, reformado, castigado, convertido en un miembro forzoso o aquiescente de una situación racionalmente codificada"[47]. Estas entidades públicas y privadas, que denuncian los mecanismos represivos al interior de un sistema sociopolítico racionalmente codificado, en nombre de una racionalidad organizativa de la sociedad moderna, son "instituciones modernas que practican políticas de encierro y clausura frente a la espontaneidad de la vida"[48].

Con el ánimo de allegar claridad al concepto de "clausura", es procedente hacer una pausa para disertar un poco sobre éste y el de poder en la reflexión de este pensador francés. Esta forma de percibir, interpretar y sistematizar la realidad lo llevó a denunciar y desenmascarar los mecanismos represivos establecidos, encontrando que lo que encierra y clausura es el poder. "El sistema de encierro está tejido por doctrinas y razonamientos que oscilan entre lo crudamente utilitario y lo melifluamente humanitario, métodos inexorables de observación, taxonomías de las que nada puede escaparse y análisis a los que nada escapa, procedimientos disciplinarios brutales o refinados…"[49]. Este intelectual nos legó el ejemplo de lucha en contra del orden establecido con el ánimo de romper las barreras omnipresentes del encierro y liberar lo clausurado. La clausura es "un lugar heterogéneo a todos los demás y cerrado sobre sí mismo"[50]. Planteó su lucha como una acción revolucionaria capaz de quebrantar simultáneamente la conciencia y la institución, lo cual implica "un ataque a las relaciones de poder de las que son instrumento y armadura"[51]. Si con la voluntad de poder se creó el encierro universal, con voluntad de poder hay que romperlo y salir de él. Los que tienen la voluntad de poder para superar la clausura no han podido hacerse oír "porque siempre han sido interpretados por sus enclaustradores y nunca se les ha dado la ocasión subversiva de desinterpretar y reinterpretar a su vez"[52]. Con respecto a las relaciones de poder, el filósofo Jurgen Habermas conceptúa que los sistemas sociales instalan creencias en las personas y sus comunidades para mantener las relaciones de poder que existen en el sistema. "De esa manera, lo que se enseña en universidades y colegios permite que los que hoy tienen el poder lo mantengan (si no fuera así se enseñaría otra cosa). Pero si las personas reflexionan, entonces se pueden independizar de los sistemas y pueden recrear ideas que, más que beneficiar a los poderosos, les beneficien a ellos. Para Habermas reflexión es el antídoto contra esta obsesión de los sistemas sociales de alienar a las personas en beneficio de los dominadores de turno"[53].

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