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El objetivo central del filosofar: aprender a pensar por sí mismo (página 2)

Enviado por Luis Ángel Rios


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El poder, que "encierra y clausura", es para Foucault, quien socavó los presupuestos del poder y la sabiduría occidentales, un conjunto de fuerzas contrapuestas y más o menos jerarquizadas, de saberes, discursos y prescripciones normativas. "El poder no es considerado como un objeto que el individuo cede al soberano (concepción contractual jurídico–política), sino que es una relación de fuerzas, una situación estratégica en una sociedad en un momento determinado. Por lo tanto, el poder, al ser resultado de relaciones de poder, está en todas partes. El sujeto está atravesado por relaciones de poder, no puede ser considerado independientemente de ellas. El poder, para Foucault, no sólo reprime, sino que también produce: produce efectos de verdad, produce saber, en el sentido de conocimiento"[54]. Para él, el poder no está en lo jurídico ni indica sujeción a unas normas de dominación de un grupo por otro, sino que es la "multiplicidad de relaciones de fuerza inmanentes al dominio en que se ejercen… está en todas partes… es una institución, no una estructura"[55]. Además de ser una multiplicidad de relaciones de fuerza inmanentes al dominio en que se ejercen, el poder son "relaciones no externas a los procesos económicos, al conocimiento o a las relaciones sexuales —inmanentes—; que no se adquiere, ni se arranca, ni se comparte"[56]. La locura, el sufrimiento, la muerte, el crimen, el deseo y la individualidad están ligados al conocimiento y el poder. Desde su perspectiva, el conocimiento, el saber, "en la medida que es capaz de inventar la verdad, se hace poder y éste avala la verdad inventada"[57]. Presos en la clausura, en lo encerrado, en lo enclaustrado, los hombres son incapaces de desinterpretar y reinterpretar el poder que todo pretende encerrar y clausurar para luchar contra el orden establecido por la modernidad racionalista. "La Ilustración es la responsable del encierro, la inventora minuciosa e inexorable de la represión articulada de la vida por el poder"[58].

Ya los "pensadores de la sospecha" habían descubierto que en la modernidad racionalista había "gato encerrado", pero Foucault quiso indagar "cómo estaba encerrado el gato". El "gato encerrado" es el poder. Según éste, la violencia se manifiesta dónde está el poder: en la familia, en la religión, en la escuela, en los partidos, en los sindicatos, en los hospitales, en las cárceles, en los centros de trabajo y hasta en la vida cotidiana. "Por todas partes en donde existe el poder, el poder se ejerce. Nadie, hablando con propiedad, es el titular de él y, sin embargo, se ejerce siempre en una determinada dirección, con los unos de una parte y los otros de otra; no se sabe quién lo tiene exactamente; pero se sabe quién no lo tiene"[59]. Siguiendo la línea de investigación filosófica de estos pensadores (Marx, Freud y Nietzsche, y especialmente éste) encontró que "lo encerrado es el cuerpo mismo, en cuanto foco de la vida indomable, de productividad y desperdicio, de resistencia a las líneas maestras del plan de control establecido"[60].

La escuela, además de ser institución de clausura, también forma parte del poder pastoral, tal como lo plantea Focault. El estudiante acude allí en búsqueda de la verdad, pero se encuentra con verdades ya establecidas e institucionalizadas. "La maestra ¿qué le dice a los alumnos?: Esta es la verdad. Les voy a enseñar la verdad. ¿Y qué les enseña? La verdad que está en los libros de enseñanza. Y los libros de enseñanza, ¿qué dicen? Dicen la verdad del poder. La verdad que ha dicho el poder a lo largo de los tiempos… Y ese es un poder pastoral. El maestro es el pastor de sus alumnos. Y el pastor de esos alumnos les transmite a esos alumnos la ideología del poder en la educación. Si esto intenta ser transgredido… Esto sí que es llamado subversión ideológica, porque la versión de la historia es una sola, y es la que dice el maestro en la clase. Y esa visión es la visión del poder. Y ese poder es el poder pastoral"[61]. El sacerdote es el poder eclesiástico, el poder pastoral, que controla a los hombres a través del temor a Dios. Así, el poder pastoral dice: "Yo controlo y yo domino a los creyentes".

¿Qué es el poder pastoral? Es el poder que ejerce la iglesia católica a través de los sacerdotes, quienes alienan al feligrés para que piense lo que hay que pensar, para que diga todo lo que hay que decir; o sea para que no piense por sí mismo. El sacerdote, tal como lo planteaba Foucault con su poder pastoral, le dice al creyente: Yo te voy a controlar. Yo te voy a dominar. "Esto es debido al hecho de que el Estado occidental moderno, ha integrado en una nueva forma política, una vieja técnica de poder, que tiene su origen en las instituciones cristianas. Podemos llamar a esta técnica de poder, poder pastoral"[62]. Callada y soterradamente, el sacerdote dice: "Hijo mío, no piense que Dios, Jesucristo, la Biblia y nosotros los curas pensamos por usted. Nosotros lo eximimos de la terrible tarea de pensar. ¿Para qué buscar la verdad, si la verdad ya está hecha y dicha? Si lo dice el "poder pastoral", la iglesia, ¿para qué ponerlo en duda? ¡Esa es la verdad!" La inveterada e infalible iglesia no se puede equivocar. Eso es mejor vivir y pensar como el rebaño, como una persona rutinaria, que le gusta la comodidad y le incomodan las cosas difíciles como pensar. "Las rutinas nos aguardan siempre, ofreciéndonos un seno maternal, cálido y adormecedor, donde adoptar una postura fetal y descansar. Podemos abandonarnos a esos automatismos regresivos y luego quejarnos de su monotonía. Incluso puede ser delicioso cortarnos los pies y llorar después nuestra cojera…"[63].

El pensador francés reconoce que el derecho (otra forma de poder) genera y transmite mensajes sobre cómo deben pensar y actuar los individuos; para éste, el derecho es un instrumento de poder. Con esta concepción, Foucault pretende desenmascarar los sutiles lazos de la dominación y del poder que se instaura en las instituciones. En el mundo del derecho, para los existencialistas, "se da la personalidad inauténtica del hombre, ya que éste se enajena actuando como ciudadano, como obligado, como comerciante o consumidor, pero sin la autenticidad que le es propia de su racionalidad, pues debe hacer lo que todos hacen o de lo contrario puede estar quebrantando las normas, las leyes"[64]. En todas las épocas –señala Maurice Joly, siguiendo la línea de pensamiento de Montesquie–, "bajo el reinado de la libertad o de la tiranía, no fue posible gobernar sino por leyes"[65]. Por su parte, el marxismo plantea que el derecho es un conjunto de normas en manos de la clase dominante. El derecho –para esta doctrina– forma parte de la superestructura ideológica de la sociedad. ¿Cuál es el punto de vista crítico del estudiante, del joven que debe pensar por sí mismo sobre estos asertos? No podemos desconocer que la filosofía tiene relaciones y conexiones necesarias con el derecho, que es un producto necesario de la naturaleza humana, de la actividad del espíritu humano, y "que todo individuo siente en sí la facultad de juzgar y de valorar el derecho existente, cada uno tiene el sentido de la justicia"[66]. El filósofo Rafael Carrillo Lúquez señala que "el derecho es algo que el hombre hace para hacerse a sí mismo, y el hacerse a sí mismo constituye la realización del valor supremo de una persona"[67].

El filósofo Louis Althusser sostenía que la Escuela es uno de los aparatos ideológicos de Estado, y por medio del sistema escolar y de otras instancias e instituciones se asegura la reproducción de la calificación de la fuerza de trabajo en un régimen capitalista; así, la Escuela juega un papel importante en la reproducción del sistema. "Todos los aparatos ideológicos de Estado, cualquiera que ellos sean, concurren al mismo resultado: la reproducción, es decir las relaciones de explotación capitalista"[68]. La Escuela enseña habilidades que el capital necesita de sus agentes de producción, ya sean explotadores o explotados. "Habilidades que son representadas por la ideología dominante como conocimientos neutrales y necesarios en la formación del ser humano, del animal racional"[69]. La Escuela enseña habilidades pero en forma que aseguren el sometimiento a la ideología dominante o la dominación de su práctica. "El niño es arrancado, a menudo ya, por cierto, en el jardín de infancia, de las relaciones inmediatas, acogedoras, cálidas, y experimenta súbitamente en la escuela, por vez primera, el sliock (trauma) de la alienación; la escuela es para la evolución del individuo particular el prototipo casi de la alienación social… Los llamados fenómenos de alienación hunden sus raíces en la estructura social. El mayor defecto con el que hay que enfrentarse hoy consiste en que las personas no son ya realmente capaces de experimentar, sino que entre ellas y lo que ha de ser experimentado se interpone activamente esa capa estereotipada a la que hay que oponerse. Pienso también, sobre todo, en el papel que juega la técnica, posiblemente más allá incluso de su función real, en la consciencia y en el inconsciente. Una educación cabal para la emancipación no debería ser separada, en lo que hace a esos fenómenos, de los planteamientos de la psicología profunda."[70]. El pedagogo polaco Bogdan Suchodolski, citado por Teodoro Adorno, caracterizó la educación como "preparación para la superación constante de la alienación"[71].

Según la concepción marxista, el Estado (la máquina de represión que permite a la clase dominante dominar y someter a la clase obrera) es el aparato de Estado. Althusser piensa que el Estado está conformado por los aparatos ideológicos de Estado y el aparato represivo de Estado. Los aparatos ideológicos de Estado funcionan esencialmente con fundamento en la ideología y el aparato represivo de Estado funciona esencialmente en forma de violencia. "Todos los aparatos de Estado funcionan a la vez con base en la represión y en la ideología con esta diferencia, que el aparato (represivo) de Estado funciona en forma masivamente prioritaria con base en la represión, mientras que los aparatos ideológicos de Estado funcionan en forma masivamente prioritaria con base en la ideología"[72]. Los primeros son: el aparato ideológico religioso, el aparato ideológico escolar, el aparato ideológico familiar, el aparato ideológico jurídico, el aparato ideológico político, el aparato ideológico sindical, el aparato ideológico de los medios de información y el aparato ideológico cultural. El aparato represivo de Estado lo conforman la policía, el ejército, los tribunales, las cárceles, etcétera. El aparato ideológico escolar ha sido puesto a disposición de la clase dominante en las formaciones capitalistas. Todos los aparatos ideológicos de Estado concurren en la reproducción de las relaciones de producción o relaciones de explotación capitalistas.

La religión, como aparato ideológico, se acompaña de las armas para someter a los alienados. Francesco Guicciardini precisa que para la vida de un Estado dos cosas son absolutamente necesarias: las armas y la religión. "Es cierto que armas y religión son fundamentos principales de las repúblicas y de los reinos y son tan necesarias que faltando cualquiera de ellas puede decirse que faltan las partes vitales y sustanciales"[73]. Por su parte, Maquiavelo sostenía que la religión sirve "para comandar los ejércitos, animar a la plebe, preservar a los hombres buenos… donde hay religión fácilmente se pueden introducir las armas…"[74].

Herbert Marcuse[75]plantea que como la sociedad occidental se halla estructurada bajo la dominación del capital, del dinero, la represión sobrante (principio económico, referido a la cantidad de energía libidinosa que se desvía de sus fines, por encima de la estrecha represión de los instintos indispensable para la civilización), enriquecida a través de la escuela, uno de los medios de producción social de la dominación (entre los que se encuentra la familia), ha conducido al paroxismo de las sociedades capitalistas, en las cuales se somete a un trabajo alienante y nada gratificador, se sobrepone el control del tiempo libre, reducto en el que las viejas sociedades hallaban la parcial plasmación del placer.

Los aparatos ideológicos y las instituciones de clausura tienen profunda relación con los "aparatos hegemónicos del Estado" (iglesias, escuelas, asociaciones privadas, sindicatos, partidos, prensa, derecho, leyes, sindicatos, familia…) de los que nos habla el filósofo Antonio Gramsci, cuya función es "articular el consenso de las grandes masas y la adhesión de estas a la orientación social impresa por los grupos dominantes"[76].

Para profundizar en la categoría gramsciana, es importante definir el concepto de hegemonía. Etimológicamente, hegemonía deriva del griego eghestai, que significa "conducir", "ser guía", "ser jefe", y del verbo eghemoneuo, que quiere decir "conducir", y por derivación "ser jefe", "comandar", "dominar". El estado genera consensos a través de los aparatos hegemónicos que difunden discursos, los cuales generan una ideología. Veamos lo que nos dice Álvaro Bianchi respecto al planteamiento de Gramsci:

"Gramsci supera el concepto de Estado como sociedad política (o aparato coercitivo que visa adecuar las masas a las relaciones de producción). Él distingue dos esferas en el interior de las superestructuras. Una de ellas es representada por la sociedad política, conjunto de mecanismos a través de los cuáles la clase dominante detiene el monopolio legal de la represión y de la violencia, y que se identifica con los aparatos de coerción bajo control de los grupos burocráticos ligados a las fuerzas armadas y policiales y a la aplicación de las leyes. La otra es la sociedad civil, que designa el conjunto de las instituciones responsables por la elaboración y difusión de valores simbólicos y de ideologías, comprendiendo el sistema escolar, la Iglesia, los partidos políticos, las organizaciones profesionales, los sindicatos, los medios de comunicación las instituciones de carácter científico y artístico […].

Mientras la sociedad política tiene sus portadores materiales en las instancias coercitivas del Estado, en la sociedad civil operan los aparatos privados de hegemonía (organismos relativamente autónomos en faz del Estado en sentido estricto, como la prensa, los partidos políticos, los sindicatos, las asociaciones, la escuela privada y la Iglesia). Tales aparatos, generados por las luchas de masa, están empeñados en obtener el consenso como condición indispensable a la dominación. Por eso, prescinden de la fuerza, de la violencia visible del Estado, que colocaría en peligro la legitimidad de sus pretensiones. Actúan en espacios propios, interesados en explorar las contradicciones entre las fuerzas que integran el complejo estatal…

Gramsci emplea los términos "aparato" y " hegemonía" en un contexto teórico nuevo: él habla en "hegemonía en el aparato político", en "aparato hegemónico político y cultural de las clases dominantes", en "aparato privado de hegemonía o sociedad civil. El aparato de hegemonía no se refiere solamente a la clase dominante que ejerce la hegemonía, sino a las clases subalternas que desean conquistarla, relacionándose a la lucha de clases […].

El concepto de aparato privado de hegemonía no se confunde con el de Louis Althusser sobre los aparatos ideológicos de Estado. La teoría althusseriana implica una ligación umbilical entre Estado y aparatos ideológicos, mientras la de Gramsci presupone una mayor autonomía de los aparatos privados en relación al Estado en sentido estricto. Esa autonomía abre la posibilidad –que Althusser niega explícitamente– de que la ideología (o el sistema de ideologías) de las clases oprimidas obtenga la hegemonía mismo antes de la conquista del poder de Estado por tales clases… La distinción importante entre los enfoques de Althusser y las instituciones de hegemonía de Gramsci está en el hecho de este último haber destacado que la solidaridad de los aparatos ideológicos con el Estado no transcurre de un atributo estructural inmutable"[77].

Pensar por sí mismo implica indagar y reflexionar si actualmente tienen vigencia e injerencia esas "instituciones de clausura", esos "aparatos ideológicos de Estado", ese "aparato hegemónico del Estado" o esos "medios de producción social de la dominación", puesto que estos planteamientos fueron formulados a mediados del siglo XX y tienen un evidente sesgo comunista, socialista o marxista dado que estos pensadores profesaban afectos por esa ideología, sistema o doctrina social, política y económica. Se requiere repensar estos planteamientos para determinar en qué medida condicionan nuestro estar en el mundo y cómo podemos liberarnos de su condicionamiento y sometimiento. Pensar por sí mismo requiere que repensemos y replanteemos nuestra realidad y el poder subrepticio de todas las "instituciones" y las apariencias que pretenden que continuemos "oliendo" el aletargador perfume de las seductoras flores de la apariencia y la dominación. Pensar por sí mismo es pensar y repensar la realidad, la existencia misma con toda su insondable e inextricable complejidad y profundidad, porque "lo esencialmente confuso, intrincado, es la realidad vital concreta, que es siempre única"[78].

Además de las instituciones de clausura, de los aparatos ideológicos de Estado y del aparato hegemónico del Estado, José Saramago nos habla de las "cavernas cerradas" (centros comerciales, estadios y discotecas) donde las personas aprenden las normas de vida. Esos lugares cerrados crean una "conciencia autista". El Nobel quiere sensibilizarnos que "vivimos observando sombras que se mueven y creemos que eso es la realidad, esa realidad que hoy llamamos virtual"[79].

Necesidad de la claridad conceptual para pensar por sí mismo

Si se quiere aprender a pensar por sí mismo es necesaria la claridad conceptual, porque se corre el riesgo de confundir algunos conceptos. Por ejemplo, cuando nos referimos a lo que somos, estamos expresando el concepto de sexo, y este término quiere decir simplemente diferencia, ya sea biológica, anatómica o mental que caracterizan tanto al hombre como a la mujer; es decir, la determinación de la identidad sexual. Sexo es lo que somos y no lo que hacemos. Muchos conciben el sexo como lo que hacemos y no como lo que somos. Si sexo es lo que somos, sexualidad es la expresión de lo que somos, la expresión de nuestras diferencias. La sexualidad es la persona con sus pensamientos, sentimientos y acciones como hombre o como mujer; es el ser humano en la totalidad de su expresión vital. Según la psicóloga Cecilia Cardinal de Martín, "es una manera de relación de la persona consigo misma y con las demás personas y, si bien tiene bases biológicas comunes, es única, cambiante y relativa, como única, cambiante y relativa es la existencia humana, hace parte de su vida de sentimientos, de su vida afectiva y de su vida de acción. En resumen, es un compromiso existencial"[80].

Como se aprecia, sexo y sexualidad, aunque tienen estrecha relación, son conceptos diferentes. Claridad conceptual y precisión semántica es "tener claros los conceptos y mantener una comunicación descifrable y completa con uno mismo y con los demás", precisa Walter Riso. Estanislao Zuleta nos invita a que cuando pronunciemos una palabra, estemos alerta para evitar su contaminación ideológica. La claridad conceptual, cuando hablamos de diferencias, de ser diferentes, nos sirve para evitar confusiones, ambigüedades y tergiversaciones en la experiencia comunicativa, en procura de una comunicación más comprensiva.

El compromiso ético del educador

Es imperativo pensar por sí mismo porque la vida es un caos donde uno está perdido, y necesita, de manera auténtica, libre de apariencias, encontrarse y encontrar a los demás. Sentirse perdido es problemático para el que piensa por sí mismo. Pensar por sí mismo es tener la cabeza "clara", y "el hombre de cabeza clara –señala Ortega y Gasset– es el que se libera de "ideas" fantasmagóricas y mira de frente a la vida, y se hace cargo de que todo en ellas es problemático, y se siente perdido. Como esto es la pura verdad –a saber, que vivir es sentirse perdido–, el que lo acepta ya ha empezado a encontrarse, ya ha comenzado a descubrir su auténtica realidad, ya está en lo firme. Instintivamente, lo mismo que el náufrago, buscará algo a que agarrarse, y esa mirada trágica, perentoria, absolutamente veraz, porque se trata de salvarse, le hará ordenar el caos de su vida…. El que no se siente de verdad perdido se pierde inexorablemente; es decir, no se encuentra jamás, no topa nunca con la propia realidad"[81]. El filósofo J. C. García Fajardo señala que lo importante es pensar por sí mismo, no tragar entero; lo único que vale la pena enseñar es a pensar por sí mismo.

El docente de filosofía, consciente de lo anterior, si es iconoclasta, contestatario, crítico, contencioso, anticonvencional, irreverente, libertario, cuestionador, controversial, reaccionario e independiente (como debe ser un filósofo genuino), acudirá a su compromiso ético para alertar al estudiante de estas realidades, en procura de que éste no se deje "enclaustrar", "encerrar", "clausurar" o contaminar de la ideología o ideologías imperantes, para evitar su alienación. "El mundo no sólo requiere de maestros que enseñen lo que saben sino también maestros que sospechen de lo que saben y de la manera como lo enseñan; y que por esa sospecha analizan su quehacer constantemente… La manera de comunicar el saber, pero, ante todo, la reflexión crítica, racional y argumentada del mismo es lo que verdaderamente dignifica, orienta y da sentido a la educación"[82]. Tanto el maestro como el discípulo, si es que piensan por sí mismos, deben discrepar críticamente del sistema o del régimen de turno, desenmascarar las ideologías y huir de ellas, y luchar por una legítima y auténtica democracia. Y una auténtica democracia debe ser una democracia integral, es decir, un régimen sin discriminación sexual ni étnica, así como de participación en la riqueza, en la cultura y en la política"[83]. Esta lucha por la genuina democracia, en concepto de Fernando Savater, implica no tolerar comportamientos que van directamente contra los principios legales de ésta, a pesar de que debamos convivir con elecciones vitales o ideológicas que uno no comparte. No debemos ignorar que en una democracia, todos somos políticos, directamente o por representación de otros.

No se puede desconocer que el profesor, haciendo uso de su "sagrado" derecho a ser diferente, puede tener su ideología o ideologías, sus creencias y hasta su simpatía o preferencia por cualquier filósofo o sistema filosófico; pero lo que no puede hacer es tratar de imponer ideologías, creencias y sistemas filosóficos, ni "sugerir" de manera subrepticia que el estudiante se "matricule" o se incline por determinada ideología, creencia, filósofo o sistema filosófico. El docente de filosofía debe buscar y defender la verdad, pero no puede convertirse en un defensor o contradictor del sistema imperante, por cuanto estaría al servicio de la propaganda en favor o en contra de instituciones o sistemas sociopolíticos, ideológicos o económicos. Sin embargo, está en todo su derecho de cuestionar críticamente estos sistemas, pero sin incurrir en extremos propagandísticos recalcitrantes, ni tomar posiciones totalitaristas o convertirse en un mero adoctrinador. Como intelectual puede disentir del sistema imperante, pero con argumentos fundados y no al vaivén de "revoltosos" apasionamientos que lo impelen a atacar virulentamente al establecimiento. "Reconocer nuestras reacciones emocionales es vital para evitar que influencien nuestras conclusiones"[84]. En aras de la dimensión ética, no es procedente que exalte el sistema para el cual labora como educador o que lo ataque, porque su condición de "servidor" del establecimiento lo inhabilita para hacerlo, sin desbordar los marcos éticos. Si no está de acuerdo con el sistema imperante, convendría que abandonara su labor docente e iniciara su lucha en contra de éste con las herramientas intelectuales o materiales de que disponga. "Un profesor que convierte la clase en un lugar de reclutamiento astuto de futuros adeptos a su ideología política realiza una labor manipuladora. No así el que presenta unos valores y da razón de su importancia para el hombre. Este profesor es un guía, un maestro, porque se dirige a la inteligencia y la libertad de los alumnos"[85]. El docente no puede ignorar que la propaganda, en pro o en contra del establecimiento, "es, en cuanto manipulación racional de lo irracional, patrimonio del totalitarismo… Lo que se hace propagandísticamente permanece siempre en la ambigüedad"[86].

El profesor debe preservar en todo momento la independencia de su pensamiento. "De allí que el profesor de filosofía sea algo distinto por entero del militante, el feligrés o el propagandista. Su misión no es adoctrinar sino poner la mirada crítica en toda doctrina, establecer esa distancia entre la creencia y el hombre que le permite a éste ganar la más plena libertad de pensar trascendiendo cualquier creencia popular. Por la misma razón no está obligado a repetir una verdad oficial, ni a economizar o defender valores del Estado, la nación o la clase gobernante. Su libertad no admite estas restricciones y la dignidad de su conciencia racional no se compadece con el dictado de ninguna norma de conocimiento o acción que hubiere de ser transmitida sin crítica a sus alumnos[87]Todo intento de convencer y adoctrinar para que los demás acepten nuestras verdades o las verdades que nos interesan es una forma de violencia. "Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejia moral"[88]. De acuerdo con el filósofo y educador Gustavo Bueno, está muy extendido el principio según el cual la enseñanza de la filosofía debe limitarse a proponer alternativas, sin tomar partido por ninguna, dejando al alumno "en libertad para elegir" la que más le cuadre: proponer alguna y defenderla ante los alumnos equivaldría a un "adoctrinamiento" que convertiría a la clase de filosofía en algo análogo a la clase de propaganda política o religiosa. Con grande acierto, Augusto Ramírez[89]aclara que los adoctrinamientos, tanto de izquierda como de derecha, encierran a los seres humanos en alternativas maniqueas de todo o nada, blanco o negro, abierto o cerrado, y agrega que la presión del grupo, los espejismos del consenso llevan a la gente a la adopción de metas impropias que los enajenan de su genuina realidad. La dogmatización de la doctrina, la intolerancia de todos los credos es producto de la necesidad de mantener una unanimidad sin disidencias, una militancia sin escépticos.

El discente, para aprender a pensar por sí mismo, necesita independencia. Si éste se "matricula" o se "casa" con cualquier ideología, filósofo o sistema se convierte en un dogmático, en un fanático, que se aliena de tal manera que ofrenda su vida en nombre de una supuesta causa o proyecto revolucionario como los "ideólogos" de la subversión. "Cuando se reduce la filosofía al aprendizaje doctrinario, independientemente de la calidad de los contenidos, se transforma inevitablemente en el vector de un dogmatismo más o menos declarado, que traiciona la esencia misma de la filosofía"[90]. José de Ingenieros sostenía que quien dice dogma, pretende invariabilidad, imperfectibilibidad, imposibilidad de crítica y de reflexión personal. El verdadero filósofo no adopta una filosofía, no se adhiera a un sistema, sino que se asombra de los entes en el ser. Stefan Sweig[91]precisó que cuando el artista y el sabio (el filósofo es un "sabio", o al menos un "amante de la sabiduría") traspasan sus fronteras y entran en el camino de los hombres de acción, de los hombres fuertes y de los hombres mundanos, disminuyen sus propias dimensiones, y agregó que el hombre espiritual no debe inscribirse en un partido, su reino es el de la justicia, que, en todas partes, está por encima de toda discusión. "El intelectual no puede tener ni partido ni credo alguno, puesto que como tal intelectual, tiene que estar en constante movimiento "intelectual" y por tanto, sujeto a errores o equivocaciones, que tiene que tener el suficiente valor como para reconocerlas y rectificar en cualquier momento; puesto que un intelectual no es un "dios" ni nada que se le parezca; simplemente es alguien que ve, oye, lee, piensa, analiza, deduce y tras no pocos esfuerzos dice algo que él cree que es justo, o más justo que lo que le impulsa a manifestarse presentando opiniones, generalmente contra corriente y en contra de cualquier tipo de gobierno que trate de "domesticarlo". Por ello el verdadero intelectual es incómodo y peligroso para el poder establecido, puesto que como tal… simplemente "no se casa ni con su padre ni con su madre"; ante todo es él y quiere seguir siéndolo"[92]. El filósofo es un intelectual, y, como dice Fernando Savater, el intelectual no habla en nombre de nadie; habla en nombre propio. El filósofo no tiene otra cosa que hacer sino establecer y formular claramente sus verdades, no tiene que luchar violentamente por ellas. "El filósofo, el intelectual, debe tener una actitud destinada a la revolución que le permita sentar las bases de una nueva construcción social"[93] con ideales de humanidad. Pero sin tomar posiciones extremistas como aquella que señala que "en una revolución se triunfa o se muere", como pregonaba el "Che" Guevara. "Huye Adso, de los profetas y de los que están dispuestos a morir por la verdad, porque suelen provocar también la muerte de muchos otros, a menudo antes que la propia, y a veces en lugar de la propia", decía Guillermo de Baskerville en El nombre de la rosa[94]

Ninguna revolución ha cambiado radicalmente el estado de cosas, lo instalado, lo establecido; algunas cosas cambian para volver luego a lo mismo, bajo otras formas de dominación. El filósofo no debe involucrarse en la lucha armada, sino en la lucha "almada". Antes de querer transformar al mundo sería pertinente preguntarnos qué estamos haciendo nosotros para orientar nuestra propia vida. Estanislao Zuleta[95]nos decía que lo más difícil, lo más importante, lo más necesario, lo que de todos modos hay que intentar, es conservar la voluntad de luchar por una sociedad diferente sin caer en la interpretación paranoide de la lucha. "La Filosofía puede ser más poderosa que las armas y más revolucionaria que las guerrillas"[96]. Vale recordar que el "presente es de lucha, el futuro nos pertenece", tal como decía Ernesto el "Che" Guevara. "Pero en el combate que sostenemos, no se trata de huir de las dificultades, sino que, por el contrario, es preciso abordarlas de frente", nos dice Platón en el Cratilo. "Su partido es el de los filósofos, a los que quiere convertir en guerrilleros intelectuales", precisa Savater. Aquí es pertinente oír al inmortal Hamlet (y ya sabemos que Shakespeare no reflexiona sobre sutilezas de escuela, sino sobre pensamientos humanos): "Mientras para vergüenza mía veo la destrucción inmediata de veinte mil hombres que, por un capricho, por una estéril gloria van al sepulcro corno a sus lechos, combatiendo por una causa que la multitud es incapaz de comprender, por un terreno que no es suficiente sepultura para tantos cadáveres"[97]. Ante la afirmación shakesperiana, Estanislao Zuleta preguntaba que "¿quién ignora que este es frecuentemente el caso?", y aclaraba que "hay que decir que las grandes palabras solemnes: el honor, la patria, los principios, sirven casi siempre para racionalizar el deseo de entregarse a esa borrachera colectiva"[98]. Ninguna "causa" o revolución merece que una persona "entregue" su vida o pierda su libertad. "¡Por ninguna idea de este mundo ni por ninguna convicción uno debe estar dispuesto jamás a poner la cabeza en el tajo del verdugo como mártir!", aconseja Savater. ¡Cómo es posible que una persona "para sentir la adrenalina" se entregue a la práctica de "deportes" ("extremos") demasiado riesgosos o peligrosos en los que se expone, y muchas veces se pierde la vida! Una persona pensante no expone su vida solamente "para sentir la adrenalina". El nuevo mundo –señala Heinz Dieterich Steffan[99]no tiene por condición que sus creadores sean santos ni héroes, sino mortales, que dentro de la contradictoria condición humana de miseria y esplendor estén dispuestos a cambiar éticamente su destino.

A pesar de que en una sociedad pluralista es imperativo democrático respetar el derecho a la libre expresión del pensamiento, disiento de la intención de sacrificar la vida, sin importar la causa; por cuanto se entraría en una dinámica de inútil fanatismo al plantearse este "desprendimiento místico de la vida por la causa de la revolución"[100]. ¿Será lógico que en aras del éxito de una respuesta revolucionaria sea necesario crear comandos suicidas "que tendrán a su cargo misiones especiales sin importar el riesgo personal que se corra, es incluso con la absoluta seguridad de que el cumplimiento de una misión implica la perdida de la vida…"?[101]

Si bien es cierto que el filósofo, el intelectual, tiene una responsabilidad y un compromiso social, no debe "poner" en peligro su vida por el sólo hecho de defender una causa que, de entrada, ya sabe que la lleva perdida. No todas las "causas" merecen nuestra inmolación. La causa más importante consiste en asumir un proyecto de vida auténtico, que le permita primero construirse como persona, como proyecto individual, y luego como proyecto colectivo, orientado hacia la autorrealización y la búsqueda de la felicidad. Me identifico con Estanislao Zuleta debido a que "el intelectual no tiene responsabilidad sino con el rigor de su pensamiento y de su obra y con el desarrollo de su trabajo"[102]. Después de indagar y "hurgar" en la historia de la filosofía se colige que los filósofos siempre han estado comprometidos. Zuleta pensaba que en filosofía hay una aspiración fallida –posición que comparto con éste–, que no es exactamente una desilusión, sino más bien un ideal: "el ideal de la universalidad, que consiste en buscar que las ideas sean válidas en general y no sólo para un punto de vista o unos intereses. Si no fuera así no habría filósofos"[103].

El docente de filosofía tampoco debe sugerir o exigir textos de determinados autores como guía para el proceso de aprendizaje, como ocurre en el caso del Diccionario filosófico de M. M. Rosental y P, F. Iudín (que se exige con frecuencia en la "educación"), un texto sesgadamente marxista y comunista, elaborado "con el propósito de reforzar la crítica de la ideología burguesa contemporánea…", el cual abunda en "artículos concernientes al comunismo", tal como se consigna en la "Advertencia" de ese diccionario. El estudiante, si en realidad está interesado en la filosofía y quiere aprender a pensar por sí mismo, de acuerdo con su criterio, su entendimiento y su discernimiento buscará y escogerá el diccionario, diccionarios o textos didácticos y filosóficos que crea convenientes, con la orientación imparcial y ética del maestro, si el alumno lo solicita. Esto parece utópico, pero es que se necesita un estudiante que piense por sí mismo y no se convierta en un simple repetidor de ideas, en un hombre del rebaño, un borrego más, de esos que deambulan por nuestro país, dejándose arrastrar por la corriente de las circunstancias, sin asumir un compromiso y un proyecto personal y colectivo. "El necio sólo conoce los hechos", señala Homero en su Ilíada.

Pensar para aprender a buscar la verdad e impedir la alienación

El hombre común, el hombre del rebaño, el hombre con "minoría de edad", no se interesa ni profundiza en el problema del sentido de su acción y de su vida; vive como los otros viven, haciendo lo que los demás hacen dentro de los estrechos límites de una existencia inauténtica. "El borrego, por supuesto, consta de una naturaleza con tendencia a subordinarse, a sobresalir como el más condescendiente a los intereses de las cúpulas oligárquicas de poder, tiene una capacidad de transmutar de color por conveniencia o por supervivencia, opta por ser "sumiso" para fungir como modelo del rebaño. Por lo general, su psiquis es parroquial y por excelencia se autodenomina como la "voz espiritual" cualificada para considerar o descalificar a los demás, es incapaz de usar su imaginación para forjar ideales que le sugieran un futuro por el cual luchar. Este sujeto es dócil, maleable, un ser vegetativo, desprovisto de personalidad, antagónico a la perfección, copartícipe y cómplice de los intereses creados que lo hacen borrego del rebaño social"[104]. Ricardo Yepes Stork nos aconseja enriquecer el lenguaje y fomentar el diálogo, el ejercicio mental de razonar, de defender una causa, de tener argumentos para las propias decisiones, y no hacer sólo lo que hacen los demás. Pero Goethe nos advierte que "de ordinario, el hombre cree cuando oye sólo palabras, pero es menester también que ellas hagan pensar alguna cosa"[105].

Reynaldo Suárez Díaz nos invita a pensar, "porque el hombre tiene el deber de pensar, de decir la verdad, de tomar posición, de opinar, aunque sea mucho más fácil depender de otros que pensar, juzgar y decidirse por sí mismo… Todo aquello que aliena a los hombres impidiéndoles pensar, disentir, criticar, es inhumano; pero también lo es quien no se atreve a optar, pensar y disentir… Ha dimitido a ser hombre quien por comodidad o indiferencia deja que otros piensen o decidan por él. Quien se encierra en su egoísmo, quien no pronuncia su palabra, quien no opta, quien no toma posición, quien no asume responsabilidades, quien elude las dificultades, está faltando a su deber fundamental: ¡ser hombre!"[106].

La persona que aprende a pensar por sí misma será consciente que decir lo que se piensa es cuestión de ética y de coherencia consigo mismo, y se basa en convicciones y valores que no se imponen y ni siquiera se enseñan sino que nacen del individuo en contacto con su ambiente. Hay que pensar porque el hombre ha dejado de hacerlo, no piensa por sí mismo. Cuando el ser humano sea realmente libre se encontrará necesariamente con la realidad y cesará la inconsecuencia entre lo que se cree y lo que es.

El filósofo y psicólogo Daniel Goleman[107]nos dice que necesitamos buscar la verdad y expresarla públicamente para evitar todo tipo de alienación, de autoengaños. Como quienes tienen el poder se sienten demasiado cómodos como para sensibilizarse del dolor de quienes sufren, y quienes sufren no tienen poder, Elie Wiesel nos insta a tener el coraje de decirle la verdad al poder. "Pero si el régimen todo y hasta sus ideas sobre la no violencia están condicionados por una opresión milenaria, su pasividad no sirve sino para alinearlos del lado de los opresores"[108]. Es necesario conocer la verdad e investigar la verdad, porque ésta nos devolverá la libertad. "Lo encontrarán difícil –señala el egiptólogo Gerald Massey- aquellos que han tomado la libertad como la verdad, en lugar de la verdad como autoridad". Es que, tal como decía Hegel, el poder puede confundirse con la verdad. Eduardo Galeano señala que los muchachos no quieren circo, y tienen razón. Ya basta de piruetas para engrupir a los giles. Savater señala que la filosofía también tiene una función de purga; no solamente es construir grandes ideas nuevas, sino purgarnos de muchas de las ideas con las que nos asustan y engañan. ¿Por qué callan quienes discrepan? "No puede uno callarse teniendo voz", nos dice el verso de un bambuco colombiano. "Le tengo rabia al silencio por lo mucho que perdía. Que no se quede callado quien quiera vivir feliz", nos canta Atahualpa Yupanqui. "Si dices basta, estás perdido", sentenció San Agustín. "¿Es correcto levantar la voz cuando a uno lo acallan?", pregunta Milán Kundera en La insoportable levedad del ser[109]

Quien no piensa por sí mismo, no ve qué es lo que no ve. Pensar por sí mismo es ver las cosas como son. Augusto Ramírez[110]plantea que la interrelación de todos los componentes del sistema no es cuestionada por nadie, pero las consecuencias que dimanan de esta realidad son ignoradas por la mayoría, a pesar de que toda la humanidad es usufructuaria y víctima de esta interrelación. En concepto de Diana Uribe Forero, "aquél que pone en cuestionamiento una verdad y que relativiza la verdad, es un incómodo"[111]. El filósofo no puede estar con el poder ni ser un funcionario del poder. En este sentido comparto el aserto de José Pablo Feimann que el filósofo, el intelectual, no tiene que acercarse al poder porque es una relación imposible, debido a que "el poder le va a pedir al intelectual que sea un lúcido justificador de sus acciones. Y un intelectual tiene que ser libre, no puede ser un justificador… Puede haber situaciones en las que te entusiasmes con el presidente, con determinadas políticas y planteos, pero nunca te va a gustar todo lo que haga un gobierno, porque la política es ensuciarse"[112].

Fernando Savater nos enseña que vivir en democracia consiste en saber que uno puede estar ruidosamente descontento del régimen político en el que vive, y aclara que el primer requisito, la mayor excelencia y el peor peligro para la democracia es acostumbrarse a vivir en el conformismo. "No avanzar, permanecer donde estamos, retroceder, en otras palabras, apoyarnos en lo que tenemos, es muy tentador, porque sabemos lo que tenemos; podemos aferramos y sentimos seguros en ello. Sentimos miedo, y en consecuencia evitamos dar un paso hacia lo desconocido, hacia lo incierto; porque, desde luego, aunque dar un paso no nos parece peligroso después de darlo, antes de hacerlo nos parecen muy peligrosos los aspectos desconocidos, y por ello nos causan temor. Sólo lo viejo, lo conocido, es seguro, o por lo menos así parece. Cada paso nuevo encierra el peligro de fracasar, y esta es una de las razones por las que se teme a la libertad"[113]. Con Berthold Brecht nos preguntamos que si sabemos dónde estamos, ¿nos vamos a quedar ahí? Vacilar es sucumbir. "Vamos, pues; que la longitud del camino exige que nos apresuremos", nos invita Dante en su Divina comedia. Al filósofo, al intelectual, le compete la actitud de disentir, criticar y cuestionar al establecimiento, al régimen, al sistema; pero también le asiste el compromiso de defender la institucionalidad y los derechos humanos. Ser un "rebelde" sin importar las consecuencias. Los ingleses defienden la tesis de que las manifestaciones de la opinión, incluyendo virulentos juicios condenatorios al establecimiento, al régimen vigente, al sistema imperante, "sólo son punibles cuando ponen y provocan un peligro evidente e inmediato para la vida y tranquilidad de los ciudadanos, o para el mantenimiento del orden legal"[114]. Me identifico con esa actitud cortaziana de disentir de lo establecido, y con él repito que "yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas"[115]. A pesar de que somos integrantes de los sistemas sociales y que actuamos bajo el peso de la sociedad, "a veces podemos reaccionar para modificar parcialmente la estructura del sistema"[116].

Para pensar, divergir y expresar sus opiniones contamos con las garantías constitucionales consagradas en el artículo 20 de la Constitución Política de Colombia de 1991. La persona que piensa por sí misma sabe que en una democracia no sólo debemos obedecer sino desobedecer, revelarnos… "La razón no se dio al hombre para obedecer sino para pensar, transformar y vivir mejor"[117]. Kant sostenía que somos "socialmente sociables", es decir que si vivimos en una sociedad democrática, y que además de obedecer y respetar, debemos rebelarnos, mostrarnos en desacuerdo con lo que atente contra nuestra libertad y autonomía. Las personas tenemos la facultad de pensar y la facultad, la necesidad, de rebelarnos. Según Savater, como seres políticos tenemos razones para obedecer y sublevarnos. La educación, como "maestra de la convivencia y democracia", debe procurar la construcción de la llamada "mentalidad democrática" (ethos democrático) para que el estudiante pueda pensar, sentir y actuar democráticamente, tanto a nivel individual, grupal y social. Según Martha C. Rodríguez G., la formación de "mentes democráticas" requiere de algo más que "voluntad y deseo": es imprescindible que los docentes asuman actitudes y opciones para que los esfuerzos realizados estén enfocados en actuar democráticamente, formar autoconceptos positivos como base de la autonomía y de la autoafirmación, y enseñar a participar socialmente como modo de vida democrática.

Es imperativo pensar por sí mismo para evitar la cosificación o la instrumentalización, principalmente en épocas electorales. "Cuando reducimos las personas y las realidades del entorno a meras cosas, por afán de dominio, perdemos la soberanía de espíritu que nos da el respeto y la voluntad de colaboración, y acabamos acosándonos unos a otros. Este acoso de quienes se reducen a cosas anula de raíz la posibilidad del encuentro y, consiguientemente, de la vida ética. El amor degenera en odio, la confianza en recelo, el diálogo en increpación insultante"[118]. Cómo es posible que un "político", a través de sus sofismas y falacias expresadas con habilidad literaria en tarjetas, en temporada navideña, pretenda hacernos creer que nos "honra" con su "amistad y afecto perenne", cuando esa es una burda y utilitaria mentira, por cuanto ese tipo de tarjetas son enviadas a diversas personas cuyos nombres y direcciones son extraídas al azar de un directorio telefónico. Esta actitud únicamente sirve para cosificar y despojar de su realidad óntica a tan grandiosos valores como la amistad y el afecto. ¿Será que un "político" utilitarista y oportunista podrá sentir por un desconocido "amistad y afecto perenne"? ¡Es hora de despertar y no tragar entero! Solamente el espíritu crítico nos permite comprender y liberarnos de semejante instrumentalización.

Pensar por sí mismo para encontrarse a sí mismo

El individuo contemporáneo, perdido como se halla en la llamada "postmodernidad", le atañe atender la invitación ilustrada de atreverse a pensar por sí mismo como condición y requisito para encontrarse a sí mismo. "La sentencia kantiana del atreverse a pensar por sí mismo es factible si desde la más temprana edad se ayuda al sujeto a deliberar conscientemente sobre las opciones más pertinentes en la existencia"[119]. Es muy profundo su extravío y su encrucijada, como secuela de la alienación y la instrumentalización del desarrollo científico y tecnológico, producto de la "modernidad" y la "postmodernidad". Este desarrollo útil y "necesario", gracias a su evidente "poder", condiciona muchos ámbitos de nuestra vida. En la historia se ha visto como fuente de progreso. El bioquímico Norair M. Sissakian sostuvo por allá en 1973 que "en nuestra época, dadas las nuevas condiciones sociales, se convierte en fuerza inmediatamente productiva, ya que todas las actividades humanas, directa o indirectamente, están estrechamente unidas a la aplicación de los adelantos de la ciencia y de la técnica"[120]. No se puede desconocer que, tanto antaño como hogaño, la investigación científica y el desarrollo tecnológico influyen demasiado en nuestro diario quehacer y existir, hasta el extremo de condicionar el pensar, el sentir y el actuar. "La ciencia y sus productos determinan la economía, dominan la industria, afectan nuestra salud, nuestro bienestar: alteran nuestras relaciones con los demás países y determinan las condiciones que rigen la guerra y la paz. Todo bicho viviente se ve afectado por ellos; nadie puede permanecer ajeno"[121]. Walter Riso, sin desconocer los valiosos aportes del avance tecnológico, disiente de quienes hacen un culto a la civilización tecnológica por cuanto duda que hayamos mejorado nuestra calidad de vida. Consecuente con su pensamiento nos plantea un inquietante dilema: vivir cien años en la modernidad, aplastados por la prisa y otros conflictos propios de nuestro tiempo, o vivir cuarenta años y ser recolector de bayas, libre de los inconvenientes concomitante a la deshumanizada sociedad contemporánea. Locke señaló que la filosofía consiste en detenerse cuando la antorcha de la física no nos alumbra. Según Husserl, la esperanza del nombre de ver un día toda su cultura dirigida por ideas científicas ha caído en la inautenticidad y en la atrofia. "Asimilamos cotidianamente los insumos de una sociedad mediada por el ocio intelectual, por las imágenes, por el facilismo pragmatista que proporciona el entretenimiento tecnológico. Nuestra racionalidad no se vuelve técnica, sino dependiente de la técnica"[122].

El biólogo sir James Gay, a través de un sucinto ensayo, indica que "al comenzar a constituir una amenaza para la existencia misma del hombre, parece que la ciencia se hubiera salido de su cauce, que hubiera ido demasiado lejos"[123], con el concomitante desperdicio de esfuerzo humano y el peligro latente de que las naciones no se interesen por el bienestar general de la humanidad. Más que "científicos" necesitamos "hombres de ciencia", capaces de humanizar la ciencia. Si la vinculamos a las humanidades, "nuestra primera finalidad debe ser describir la posición del hombre en el mundo de la naturaleza como fuente, no de miedo o de duda, sino de inspiración y valor"[124].

Estanislao Zuleta plantea que la ciencia está desacreditada y es un desastre en la sociedad capitalista, por cuanto la ciencia se encuentra bajo el imperio de la técnica. Muchos científicos carecen de filosofía y de propósitos. Mientras antaño las ciencias propendían por una humanidad más digna y de una vida digna de ser vivida, hogaño persiguen la eficacia militar, técnica e industrial. Por ello los científicos son esclavos de la ciencia. "La ciencia como tal algún día tiene que ser reivindicada como un interés general de la humanidad, como una riqueza concreta"[125].

Estoy de acuerdo con Gay que la ciencia y sus productos sólo pueden contribuir plenamente al bienestar de la humanidad si se emplean como medios de fomentar una actitud serena pero optimista frente a todos los aspectos de los problemas humanos. Es un imperativo hacer uso adecuado, ético y responsable del conocimiento y la investigación científica "para conseguir aplicaciones y realizaciones técnicas que puedan mejorar la situación del hombre y conferir así a la ciencia su papel social"[126]. Este llamado se hizo al comenzar la década de los 70"s, y todavía la ciencia y la tecnología no se han encaminado por esos humanos derroteros. ¿Cuáles han sido las consecuencias? El extravío y la alienación de las personas sin sentido crítico, de los "borregos" incapaces de pensar por sí mismos…

La razón del hombre (esa grandiosa facultad intelectual que tenemos todos), que pretendía sacarlo de su "minoría de edad", de enseñarlo a pensar por sí mismo, paradójicamente, es la que lo ha llevado a instrumentalizar y a ser instrumentalizado. El filósofo Guillermo Hoyos, citado por su colega Daniel Herrera Restrepo, nos convoca a "analizar críticamente el sentido tradicional de la ciencia y la tecnología, que fácilmente conducen a instrumentalizar la razón al servicio de determinados fines"[127]. El filósofo y sociólogo Max Horkheimer señala que la condena natural de los hombres es hoy inseparable del progreso social, y que el aumento de la producción económica que engendra por un lado las condiciones para un mundo más justo, procura por otro lado al aparato técnico y a los grupos sociales que disponen de él una inmensa superioridad sobre el resto de la población. Este intelectual alemán sentenció que la tecnología suponía una amenaza para la cultura y la civilización, y que las ciencias físicas (sustento de la tecnología) ignoran los valores humanos. Corresponde a la filosofía la tarea de que la persona, al pensar por sí misma, alcance su plena humanidad y sea consciente de que la tecnología es sólo un medio, un instrumento y no un fin en sí mismo. Para muchos, la llamada "revolución científica y tecnológica", con sus seductores cantos de sirena ("quien cede a los artificios de las sirenas está perdido…"[128]), es la panacea, el remedio para todos nuestros males y el disfrute de una vida sin tantas "complicaciones" y esfuerzos, porque las máquinas nos "ayudan" y nos simplifican la realización de muchas actividades; porque los diversos sistemas de telecomunicaciones nos "acercan", y porque los "elixires" mágicos de la medicina "estética" nos permiten moldear nuestro cuerpo para adaptarlo al concepto de "belleza" que impone nuestro sistema de producción capitalista, con su desmesurado mercantilismo y consumismo. No se puede oír el canto de sirena porque la tentación de las sirenas sigue siendo invencible, y nadie puede sustraerse a ella si escucha el canto, nos advierten Horkheimer y Adorno[129]"Lo peligroso de la presente crisis del capitalismo consumista –precisa Augusto Ramírez[130]es que el hedonismo mercantilista ha sido impuesto como meta única y valor supremo de la vida… Se persuade a la gente que la mejor forma de ahorro es el gasto, que el gastar y sólo el gastar, es lo que te da crédito, prestigio y bienestar… Cuando por perturbación personal o acondicionamiento social, la actividad consumidora, el comprar, se identifica o sustituye la satisfacción misma, estamos ante un serio trastorno de la personalidad… Pero esta asociación indisoluble entre el apoderamiento del objeto y la satisfacción que el mismo nos da, impregna toda la actividad compradora, del placer contenido en la satisfacción que lo comprado puede producir. Todas las acciones intermediarias que conducen al placer se hacen placenteras en si mismas. Esta estructura asociativa es insoslayable, por ello es tan frecuente que los medios se confundan con los fines y lleguen a sustituirlos". Los que no piensan con profundidad, los que no piensan por sí mismos, se sienten "cómodos", seguros y confiados con los "imprescindibles" productos de la ciencia y la tecnología. Pero, ¡cuidado! No naveguemos tanto en la superficie, descendamos a las profundidades. Hace unos cuarenta años, el científico Laurence M. Gould, ya nos advertía que "aunque la sociedad moderna parezca confiar en que la ciencia y la técnica llegarán a satisfacer las necesidades del hombre", no lo creía así por más que se apreciara o comprendiera "lo suficiente la magnitud y violencia de la revolución científico–tecnológica en que nos vemos envueltos"[131].

Sobre esta problemática reflexionó profundamente el brillante intelectual Erich Fromm, quien, además de sicoanalista, fue sociólogo, jurista y filósofo:

"Erich Fromm afirma, en su obra El corazón del hombre, que el ser humano actual se caracteriza por su pasividad y se identifica con los valores del mercado porque el hombre se ha transformado a sí mismo en un bien de consumo y siente su vida como un capital que debe invertirse provechosamente. El hombre se ha convertido en un consumidor eterno, y el mundo para él no es más que un objeto para calmar su apetito.

Según el autor, en la sociedad actual el éxito y el fracaso se basa en el saber invertir la vida. El valor humano se ha limitado a lo material, en el precio que pueda obtener por sus servicios y no en lo espiritual (cualidades de amor, ni su razón, ni su capacidad artística). La autoestima en el ser humano depende de factores externos y de sentirse triunfador con respecto al juicio de los demás. De ahí que vive pendiente de los otros, y que su seguridad reside en la conformidad; en no apartarse del rebaño. El individuo debe estar de acuerdo con la sociedad, ir por el mismo camino y no apartarse de la opinión o de lo establecido por ésta.

Para que la sociedad de consumo funcione bien, necesita una clase de individuos que cooperen dócilmente en grupos numerosos que quieren consumir más y más, cuyos gustos estén estandarizados y que puedan ser fácilmente influidos y anticipados. Este tipo de sociedad necesita miembros que se sientan libres o independientes, que no estén sometidos a ninguna autoridad o principio o conciencia moral y que, no obstante, estén dispuestos a ser mandados, a hacer lo previsto, a encajar sin roces en la máquina social. Los hombres actuales son guiados sin fuerza, conducidos sin líderes, impulsados sin ninguna meta, salvo la de continuar en movimiento, de avanzar. Esta clase de individuo es el autómata, persona que se deja dirigir por otra.

El humano debe trabajar para satisfacer sus deseos, los cuales son constantemente estimulados y dirigidos por la maquinaria económica. El sujeto automatizado se enfrenta a una situación peligrosa, ya que su razón se deteriora y decrece su inteligencia; adquiere la fuerza material más poderosa sin la sabiduría para emplearla.

El peligro que el autor ve en el futuro del humano es que éstos se conviertan en robots. Verdad es que los robots no se rebelan. Pero, dada la naturaleza del ser humano, los robots no pueden vivir y mantenerse cuerdos. Entonces buscarán destruir el mundo y destruirse a sí mismos, pues ya no serán capaces de soportar el tedio de una vida falta de sentido y carente por completo de objetivos"[132].

Coincido, crítica y racionalmente, en ciertos aspectos con el planteamiento de Augusto Ramírez, cuando dice lo siguiente, respecto de la influencia nefasta del consumismo y de los medios de información como la televisión y la prensa (que, aunque se refieren básicamente a la cultura Norteamericana, tienen estrecha relación con nuestra realidad colombiana):

"Hoy, igual que ayer, igual que siempre, seguimos habiendo gentes empecinadas en creer que el pensar, sigue siendo, la única forma de conocer. Sigue existiendo gente contumaz que insistimos en dudar de los que mandan y nos negamos a aceptar que la principal función humana sea producir para consumir, y endeudarse para ser felices… Es imprescindible que más y más personas piensen más y se entretengan menos. Que la gente se rebele contra la hipnosis propagandística y hagan de su hogar un espacio de libertad, una trinchera de meditación que los defienda de la teleadicción, y proteja a sus hijos del embrutecimiento consumista…

Pero entre todos los desarrollos tecnológicos el que ha facilitado el avance del raudeconsumista, a partir del relativo aumento de ingresos, ha sido el desarrollo de los medios de comunicación, principalmente, la televisiónLa televisión ha cambiado todo esto, siendo el principal medio propagador y reforzador del consumismo. Por las peculiaridades de los procesos de percepción humana, la visión es la vía sensorial de más profunda huella nemica y mayor movilización afectiva. Por ello la experiencia televisiva, es única en su clase, pues al excluir toda actividad física e imponer la contemplación, limita la racionalidad y prioriza el procesamiento simbólico de toda la información recibida… Así al convertir el consumismo en la meta fundamental de las sociedades occidentales, han creado toda una sobre estructura de valores y motivaciones, toda una nueva psicología social, que tiene el comprar, como la única finalidad de la vida y la principal fuente de gratificación individual. Esta disparatada alquimia de convertir los medios en fines supremos, ha hecho del falso consumo un ritual complejo y contradictorio… Pero es a partir de los sesenta, en que la televisión toma posesión de todos los hogares de occidente, en especial en Estados Unidos y que la misma, se convierte en la herramienta fundamental de inducción consumista; de la manipulación de la mente en función del mercado… La televisión entretiene desconectando al televidente de su interior, tanto afectiva como intelectualmente y ese es su principal atractivo y su efecto más nocivo. El análisis de los efectos psicológicos de la televisión sobre la personalidad y el comportamiento social, es complejo pero imprescindible, para comprender el daño que la teleadicción produce…

En todos los programas se vende, no solo la compulsión al consumo, sino también un estilo de vida primitivamente hedónico y competitivo… Para la inmensa mayoría de las personas, para los niños y los jóvenes, la computadora es solo entretenimiento, y ese tipo de entretenimiento es una de las herramientas principales de la manipulación consumista… La falsificación de necesidades y metas, la suplantación de lo real por lo virtual, ha vaciando el vivir, extenuando los sentimientos, agobiando la esperanza. El vació existencial disuelve el sentido de la vida, desnaturalizando deseos y pasiones. La prosecución de espejismos consumistas puebla de irrealidades los quehaceres cotidianos. La gente se llena de miedos, angustias y aprehensiones. Miedo a dormir. Miedo a despertar. Miedos a la calle. Miedos al hogar. Miedos a la gente y pánico a la soledad. La violencia, las drogas y la teleadicción son las defensas comunes al angustiante vació que acorrala el vivir…

Si tenemos todo esto en cuenta, podemos valorar el enorme poder manipulativo de los megapolios que controlan la información, el espectáculo y la publicidad. Este poder rebasa el campo de la mercadotecnia y entra a manipular ideas, valores y decisiones. Dictan las modas del vestir y del pensar. Imponen ideas y gustos, hábitos y fobias. Desacreditan tradiciones y prestigian nuevas opciones. De la imposición de marcas y hábitos de consumo pasan a diseñar estilos de vida, metas y valores. Decretan la muerte de las ideologías y el fin de la historia. Solo lo que la televisión muestra es real, lo demás no existe. El mundo sabe lo que la mass–media revela. Y la media solo revela lo que el megapolio le permite. Las adicciones no solo consisten en el compulsivo uso de sustancias. El juego, el sexo, el poder son adicciones insuperables y devastadoras. Exhibicionistas y vouyeuor, pederastas y cleptómanos son empujados una y otra vez, por su adicción, a padecer el castigo de la ley y el desprecio de la sociedad. Pero la mercantilización de la Media ha impuesto dos adicciones endémicas que dominan en todas las sociedades industriales: el comprar y ver televisión. Frente al estrés generalizado imperante en las sociedades industriales, la gente no encuentra otra defensa que la evasión. Las adicciones, en sus diferentes formas, son el medio evasivo más frecuente. La televisión y las drogas, incluyendo entre ellas los psicofármacos, permiten desconectarse de la angustiante realidad. Pero hay niveles de tensión que, por su naturaleza, solo pueden descargarse actuando. La impotencia para aliviar la angustia, la rabia de la humillación, la pérdida de la autoestima, la cancelación de la esperanza, elevan la agresividad a tal nivel, que solo pueden descargarse mediante la violencia. Esa es la razón del aumento incesante de la violencia en las sociedades de consumo. Pero la violencia trae sanciones y marginación. Su empleo requiere cierto tipo de personalidad que no abunda. Por ello la mayoría de la gente no desahoga su agresividad atacando a otros. Prefieren la evasión a la envestida. Y entre todas las evasiones el acto de comprar es el más generalizado… La utilización de todos los medios masivos de información y entretenimiento en la manipulación comercial, al encerrar las expectativas humanas, en el estrecho horizonte del tendero, ha reducido todas las opciones al servil disfrute de convertirse en mercancía para adquirir mercancía…

Los anhelos y sueños que la propaganda crea, siempre están más allá, de los medios del ciudadano promedio. Esta experiencia de fracasos repetidos, de frustración permanente, mina la seguridad personal, exacerba la angustia, empujando al ser humano hacia la fantasía y el sueño o hacia la agresividad y el delito. Los psicofármacos, las adicciones son los instrumentos del sueño. La violencia y la corrupción es el reencuentro con la realidad por los caminos de la barbarie… Los comportamientos comercialmente corruptos, las conductas delictivas están impuestas por los propios valores del sistema que imponen el éxito económico y el consumo como única forma de realización posible, sin que estos éxitos y estos consumos gratifiquen verdaderamente. La violencia y las adicciones generalizadas es el obligado resultado de la insatisfacción de la mayoría, que al no poder identificar las causas de su vació existencial, recurren a la evasión a través de las adicciones y la violencia… Los motivos de nuestras alegrías, el escenario de nuestros minitriunfos tiene que estar fuera de toda competencia, para tener la garantía de alcanzarlos. Y esto solo es posible con adecuado marco de relaciones humanas. Con una vida interior donde el amor, la amistad, la confianza en nuestros afectos, en aquellos que nos aman, nos permitan disfrutar de gratificaciones que no están en el mercado, ni suben de precio, ni cambian de envase. Donde los triunfos que se alcanzan no despojan a nadie, ni vencen a otros. Son conquistas de nuestro espíritu, triunfos de nuestro corazón. Éxitos de nuestros anhelos de amar más cada día, de comprender más a quienes amamos; triunfos de la caridad sobre el egoísmo, de la admiración sobre la envidia, de la seguridad sobre el miedo, de la libertad sobre la ambición…. Pero la hipertrofia de la competitividad, el hedonismo materialista ha mercantilizado las relaciones humanas. La imposición del tener sobre el ser, ha cancelado la intimidad, convirtiendo a la gente en maniquíes de vitrina, en trofeo o decorado según la escena que la mercadotecnia imponga. Esta externalidad del vivir, este quehacer de pasarela, donde la gente nunca es apreciada por quien es, sino por lo que lleva puesto. Ha clausurado la interioridad humana condenando a la gente a la intemperie de la soledad… Solo en la solidaridad con nuestro pasado podemos encontrar la armonía con nuestro presente y la esperanza para el porvenir. Si esta continuidad se rompe, si las personas no pueden mirar hacia adentro para encontrarse, si las relaciones cotidianas con nuestros semejantes, no alimentan nuestra seguridad y nuestra autoestima, evocando la fraternidad de nuestras raíces, la personalidad se fragmenta y nuestra identidad se disuelve… La gran quiebra de valores de las sociedades occidentales, con todas las secuelas de masacres, corruptelas y miserias que hoy padecemos, es consecuencia directa del modelo consumista impuesto por el establecimiento norteamericano"[133].

A lo anterior es procedente añadir la reflexión de Linda Elder y Richard Paul:

"La democracia puede ser una forma de gobierno efectiva sólo en el grado que el público (que en teoría gobierna) está bien informado sobre los eventos nacionales e internacionales y pueden pensar independientemente y críticamente sobre esos eventos. Si la gran mayoría de los ciudadanos no reconoce los prejuicios en las noticias de su nación, si no puede detectar cuándo la ideología, la inclinación y el giro están presentes, si no puede reconocer cuando son expuestos a la propaganda, entonces no puede razonablemente determinar qué mensajes de los medios necesitan ser suplementados, contrabalanceados o descartados completamente. Por un lado, las fuentes de noticias mundiales están cada vez más sofisticadas en la lógica de los medios (el arte de "persuadir" y manipular las masas de gente). Esto les permite crear un aura de objetividad y "veracidad" en los artículos de noticias que construyen. Por otro lado, solamente una pequeña minoría de ciudadanos tiene las destrezas para reconocer los prejuicios y la propaganda en las noticias diseminadas en su país. Solamente unos pocos pueden detectar representaciones unilaterales de eventos y buscar fuentes de información y opiniones alternas para compararlos con los de sus medios noticiosos principales. Al presente, la mayoría abrumadora de las personas del mundo, sin adiestramiento en pensamiento crítico, está a la merced de los medios noticiosos de su propio país. Su punto de vista del mundo, qué países identifican como amigos y cuáles como enemigos, está determinada en gran parte para ellos por los medios (y las creencias y costumbres tradicionales de su sociedad). Lo que hacen los lectores críticos es reconocer esa unilateralidad y buscar puntos de vista descartados o ignorados"[134].

Es tal su extravío que el hombre del "rebaño", por no pensar por sí mismo, confunde los conceptos de "modernidad" y "postmodernidad" y los relaciona sólo como modernización y desarrollo científico, tecnológico y económico, y no como movimiento y sensibilidad cultural, evidenciándose más su extravío: no distingue entre modernidad y modernización. La modernidad es una actitud ante las cosas. Muchos conciben la modernidad como mero progreso material, sin que se percaten que en ese "progreso material" el hombre se ha perdido a sí mismo. Modernidad, en sentido más amplio y menos reductivista, es un proyecto cultural, filosófico, ilustrado. El no tener perfectamente claros estos dos conceptos es la causa de su alienación y de su encrucijada. Si desde el mismo universo de la filosofía, de la reflexión profunda, hay discrepancia entre modernidad y postmodernidad, por cuanto "para algunos la postmodernidad representa una ruptura a la modernidad; para otros, la postmodernidad es la modernidad de la modernidad", ¿cómo será la confusión de quienes no "filosofan", no reflexionan, no piensan por sí mismos? "La credulidad, la aversión respecto a la duda, la precipitación en las respuestas, la pedantería cultural, el temor a contradecir, la indolencia en las investigaciones personales, el fetichismo verbal, la tendencia a detenerse en los conocimientos parciales: todo esto y otras cosas más han impedido las felices bodas del intelecto humano con la naturaleza de las cosas, para hacer que se ayuntase en cambio con conceptos vanos y experimentos desordenados"[135]. Sólo la reflexión filosófica, el pensar por sí mismo, nos permite entender, aclarar y vivenciar estas categorías que a diario experimentamos. Quienes confunden modernidad y modernización y proclaman que la ciencia y la tecnología ya dieron los frutos que podían dar, piensan que "reflexionar filosóficamente sobre el hombre y la sociedad es pérdida de tiempo. Éstos carecen del entendimiento para comprender que "mientras más avanzamos en ciencia y tecnología, hay menos igualdad y libertad, más hambre, mayor concentración de riqueza"[136]. Cuando el proceso del conocimiento "funciona exclusivamente como medio para un modelo desarrollista, y cuando se privilegian unilateralmente las ciencias naturales y la técnica, despreciando la reflexión y la dimensión crítica de la cultura" puede ser el origen de la alienación y llevar "a la positivización de las ciencias sociales y a la sociedad unidimensional"[137].

Los ideales de la modernidad, tal como los replantea Habermas, deben estar "en función de una nueva realidad social donde reine no la arbitrariedad sino la tolerancia, el antidogmatismo, el reconocimiento de la particularidad y singularidad de los individuos y de las pequeñas comunidades, el respeto por la pluralidad de formas de vida, de manifestaciones culturales, de juegos del lenguaje…"[138]. Un pensador tan racional como Kant nos invita a tomar "conciencia de que la racionalidad instrumental ha dado al hombre cierto poder sobre la naturaleza, pero que esta racionalidad puramente técnica no le garantiza su supervivencia y puede fracasar frente a la violencia de las fuerzas naturales o por el mal uso de esa misma superioridad"[139]. José Ortega y Gasset pensaba que "nuestro tiempo tendría ideales claros y firmes, aunque fuese incapaz de realizarlos. Pero la verdad es estrictamente lo contrario: vivimos en un tiempo que se siente fabulosamente capaz para realizar, pero no sabe qué realizar. Domina todas las cosas, pero no es dueño de sí mismo. Se siente perdido en su propia abundancia. Con más medios, más saber, más técnicas que nunca, resulta que el mundo actual va como el más desdichado que haya habido: puramente a la deriva… No podrá extrañar que hoy el mundo parezca vaciado de proyectos, anticipaciones e ideales… No cabe duda de que la técnica –junto con la democracia liberal– ha engendrado al hombre masa en el sentido cuantitativo de esta expresión"[140].

Pensar para criticar y defender la razón y la ciencia

Como en este libro la ciencia ha sido "sentada" ante el tribunal de la historia, de la filosofía, de la razón y de la misma ciencia, con el propósito de criticarla, enjuiciarla, cuestionarla y ensalzarla, como filósofo, como intelectual, como pensador, es mi deber moral, en aras de la objetividad y de la "justicia", aclarar que la ciencia y la tecnología, en sí, en su esencia, en su naturaleza intrínseca, en su auténtico ser, no son ni buenas ni malas; es el científico o el técnico (el ser humano) el que hace de estos dos valiosos instrumentos, producto de la actividad del hombre y de la cultura, un uso adecuado o inadecuado, conveniente o inconveniente, correcto o incorrecto. Para ser más preciso: algunos científicos y algunos técnicos; no todos los científicos ni todos los técnicos utilizan esas dos herramientas para la destrucción o deshumanización del hombre.

Coincido con el científico Jorge Wukmir, quien ya en 1973, antes del avasallante e irrefutable dominio e influencia de la ciencia y la tecnología actuales, afirmaba que la ciencia no era "ni ídolo ni amenaza", como una forma justa de responder a las preguntas: Ciencia: ¿ídolo moderno y admirable, o peligro de extinción para el género humano? O ¿El mejor remedio para prolongar, asegurar las condiciones de la vida humana y disminuir el sufrimiento, o bien el método perfecto para acabar con todo lo vivo en este planeta? El ideal de la ciencia y del científico ético es contribuir al mejoramiento de la humanidad, no a su deshumanización. Para éste, si es profundamente ético y está comprometido con la humanización, "su pasión es lograr unas verdades un poco más limpias de dudas, prejuicios e incertidumbres…"; pero ¿qué puede hacer si el poder político, militar y económico se apodera de los resultados de la ciencia y los aplica con fines destructivos en la tecnología? Eso es asunto de ellos, no responsabilidad de la ciencia y del científico, quien no experimenta, investiga, descubre o inventa para matar; la aplicación indebida de sus creaciones las "hacen otras fuerzas del comportamiento humano, arraigadas en la profunda biología de nuestro género y de todos los vivos". La persona "inhumana" no es producto, en sí, de la ciencia ni del científico. "El hombre furia, feroz, voraz y rapaz matón y destructor no sale de los laboratorios científicos, sino que vive de densas tinieblas de su naturaleza, tinieblas que hasta ahora, colectivamente, ninguna civilización ni religión ha podido cambiar por más que los que tuvieron compasión con tal género maldito, lo quisieron y lo intentaron". Podría parecer utópico, pero el pensamiento crítico, el pensamiento filosófico, ante esta realidad, dispone de "mecanismos" para "sensibilizar" al hombre que, por una u otra circunstancia, por uno u otro interés, manipula el poder de la ciencia y la tecnología en el logro de sus mezquinos propósitos…[141].

Pensar por sí mismo para vivir en libertad y saber tomar decisiones

Pensar por sí mismo permite liberarnos de la tiranía y las cadenas de los convencionalismos, de las instituciones de "clausura", de la domesticación de los aparatos ideológicos de Estado, de la acriticidad y de los prejuicios. Así mismo, alcanzar la autonomía que no es otra cosa que la libertad para que una persona disponga de sí misma. "La filosofía pretende ser un desarrollo a fondo de esa autonomía, en cuanto pretende temáticamente liberarse de toda imposición para emprender su tarea de racionalidad[142]Los postulados centrales de los sistemas de Kant y Hegel se fundan en la autonomía y la libertad, y los de Marx y Nietzsche en la idea de que el hombre no debería someterse a propósitos ajenos a su propia expansión y felicidad. Cada persona debe ser su propia ley y su propio gobierno. "La autonomía es la base para el comportamiento democrático; la democracia exige la participación de todos; las personas que no han desarrollado una gran autonomía, difícilmente logran participar activamente en los procesos sociales y asumir posiciones claras en los momentos de oscuridad y conflicto"[143]. Cuando votamos en las elecciones, ¿lo hacemos para "fortalecer la democracia" o para perpetuar el sistema imperante? Al ser autónomos somos dueños de nuestra existencia, y como dueños de ésta somos responsables de nuestra vida. Por el hecho de ser libres tenemos que decidir, que elegir. Pero ante la compleja circunstancia de decidir encontramos que "no somos disparados sobre la existencia como la bala de un fusil, cuya trayectoria está absolutamente predeterminada. La fatalidad en que caemos al caer en este mundo –el mundo es siempre éste, éste de ahora– consiste en todo lo contrario. En vez de imponernos una trayectoria, nos impone varias, y, consecuentemente, nos fuerza a elegir. ¡Sorprendente condición la de nuestra vida! Vivir es sentirse fatalmente forzado a ejercitar la libertad, a decidir lo que vamos a ser en este mundo. Ni un solo instante se deja descansar a nuestra actividad de decisión. Inclusive cuando desesperados nos abandonamos a lo que quiera venir, hemos decidido no decidir"[144]. Sartre sostenía que tenemos que elegir por nuestra cuenta cómo queremos vivir. Somos individuos libres, y debido a nuestra libertad estamos condenados a elegir durante toda la vida. Según éste, el hombre está condenado a ser libre. "Condenado, porque no se ha creado a sí mismo, y sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo que hace"[145]. Como está condenado a ser libre, debe ser responsable de su pasión y tiene que inventarse, ya que el hombre es el porvenir del hombre.

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