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La idea federal. El derecho de los pueblos en el siglo XXI (Argentina) (página 3)


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De la misma manera constatamos que durante doscientos años de ocupación romana, todo el norte, del Atlántico a los Pirineos, se va a resistir; hecho que luego, producida la intrusión musulmana, vuelve a repetirse casi como con un calco, ya que el eje del Duero se convierte en el baluarte de la reconquista, fenómeno casi inmediato ante la presencia de quien se convertirá en "el enemigo".

No siendo por original, precisamente, podemos dejar de preguntarnos, en el comienzo, ¿Qué es el feudalismo? Formulación ésta que lleva varias generaciones repitiéndose, y aún hoy, no ha encontrado una respuesta unánime, o, al menos, globalizadora. Tanta es la discrepancia que existe sobre el tema, incluida su misma definición.

En este sentido, nos parece que la más apropiada es la que brinda el Prof. Edward McNall Burns,[27] cuando dice que es "una estructura social descentralizada en la que las facultades del gobierno son ejercidas por señores particulares sobre personas que dependen de ellos. Es un sistema de señorío y vasallaje en el que el derecho a gobernar es concebido como un derecho de propiedad perteneciente a quien es dueño de un feudo. La relación entre el señor y sus vasallos es contractual e implica obligaciones recíprocas. A cambio de la protección que reciben, los vasallos están obligados a obedecer a su señor o soberano, a servirlo fielmente y, en general, a compensarlo con tributos e impuestos por los servicios que les presta".

La tendencia de la mayoría de los investigadores ha sido la de centrar en la dependencia económica de los vasallos, la estructura íntima del feudalismo; así como que, tal cual lo desarrollamos en el capítulo anterior, el feudal haya sido un sistema único, extendido por toda la Europa medieval sin solución de continuidad. Sin embargo el prestigioso autor citado, prácticamente desarrolla todos sus minuciosos capítulos dedicados a esta etapa de la vida europea, sobre la base de Alemania, Francia, Italia e Inglaterra; no por ignorar a España, sino por no encontrar en ésta elementos significativos que contribuyan a su estudio. Sólo en el aspecto del comercio referencia algunos tópicos interesantes, sobre lo cual nos referiremos oportunamente.

Ciertamente, sobre el eje del Duero es donde se encuentra una especie de 'bisagra' histórica, cultural, espacial, más no religiosa, que mereció especial y meticuloso -a la par de amplísimo- estudio por parte de Claudio Sánchez Albornoz.[28]

En particular porque el doble proceso de reconquista-repoblamiento de esos territorios, nos pueden dar las claves que desenreden la madeja. Demás está decir, entonces, que el Duero, hasta avanzado el siglo XI, cuando la frontera desciende hasta el río Tajo, divide dos territorios: el hispánico y el magrebí. Pero el hispánico, a su vez, reconoce tres diferenciaciones fundamentales desde Ordoño I (850-866), a saber: las tierras galaicoportuguesas, las del reino de León strictu-sensu; y las de Castilla.[29]

Un tópico sobre el que generalmente coinciden todos los autores, aún los opuestos en otros temas, es en reconocer la influencia germánica –producto de sus trescientos años de ocupación-, en las futuras instituciones españolas. Sin embargo, sin desconocer la importante semilla que pueden haber dejado durante tanto tiempo estacionados, estamos inclinados a pensar que se produjo una singular simbiosis, en la que predomina lo autóctono -romano / cristiana- en términos generales. Es cierto que en su largo peregrinar de más de doscientos años hasta llegar a la Hispania originaria, el derecho visigótico perduró al margen de la ley romana, basado fundamentalmente en las costumbres -derecho consuetudinario-. Lo mismo ocurre con los godos -ostrogodos-, cuyo largo viaje dura trescientos años más y tiene mayor relación directa con el imperio, aunque con su parte más débil, justamente, porque es fronteriza en tierras eslavas y germanas.

El derecho helenístico-romano vulgar, especialmente en la zona de frontera, como decimos, había recibido influencia visigótica, constatando así una osmosis cultural en ambos sentidos -por ejemplo el 'bucellariato'- que nos permite hablar más de una particular imbricación que cimentará el derecho privado y de la persona, junto al derecho público y la formación de instituciones de gobierno. Si bien en discusión con su discípulo Alfonso García Gallo, y en defensa de Menéndez Pidal, pretende Sánchez Albornoz demostrar no sólo la supervivencia -de la cual no dudamos tampoco- sino la supremacía de muchos institutos germánicos, a lo largo de su enjundioso estudio, [30]no hace más que abonar el precepto de España como vector de hibridación étnica y cultural, que se basa en un alto sentido de libertad y autodeterminación ya demostrado en el siglo III antes de Cristo.

Con el triunfo sobre el arrianismo y la definitiva catolización del 'ethos' cristiano-germánico anterior al Concilio III de Toledo, que informaba sus institutos, podemos afirmar que aproximadamente un siglo y medio después de su definitivo asentamiento en la península, no sólo ya se ha producido la imbricación genética, sino también la cultural, dando origen a las particulares instituciones del derecho medieval español: una clara independencia de la persona (plano en el que tuvo presencia la tradición visigótica), en la que se evidencia notoriamente lo económico y la propiedad privada; junto a una definida institucionalización política que la diferencia de toda la Europa (plano en el que tuvo preponderancia la tradición hispano romana). Sin duda ninguna, sólo la fuerza catalizadora del catolicismo, como la tuvo en España y en ninguna otra parte del continente europeo anterior al siglo XI, pudo conseguir este fenómeno diferenciador por excelencia.

Y es en las tierras de Castilla, León, Galicia y Vasconia, donde se funda y templa una personalidad que luego se llamará española. Hasta que éstas no fueron reducidas, ninguna fuerza invasora pudo contar con la península. Y desde éstas siempre nació y propagó toda reconquista. De manera que desentrañar su vida, nos lleva a nuestro objeto.

Apunta Sánchez Albornoz, [31]que las despobladas tierras ocupadas en el siglo IX, ejercían atracción "… sobre la cristiandad septentrional, marítima y serrana, de las viejas sedes del reino de Oviedo, se dobló con la que ejercían sobre la población cristiana que vivía horas crueles en al-Andaluz… Del norte y del sur fueron llegando al valle del Duero cientos y cientos de colonizadores. Fueron los bienvenidos porque sin ellos los reyes no hubieran podido repoblar el desierto". Es decir, comienza la repoblación como acto seguido a la reconquista. Todo acto similar ha tenido siempre y en todo lugar, como consecuencia, un 'status' jurídico favorable para los colonizadores -en particular referidos a su libertad personal y de movimiento-. En estas llanuras se realizaron colonizaciones comunales y familiares que fueron sembrando el país de pequeñas aldeas libres, cuya densidad e importancia fue creciendo con el correr del tiempo. Desde el Atlántico hasta La Rioja, ya en el siglo IX, se produce una masa numerosísima de propietarios libres.

Según sea en Galicia, León, Castilla o Vasconia, tendrán características diferenciales, más sin por ello contraponerse a lo apuntado precedentemente. Así por ejemplo, en tierras galaicoportuguesas, la 'benefactría' o 'behetría' -población cuyos vecinos, como dueños absolutos de ella, podían elegir libremente señor-, es de carácter netamente comunal, mientras que en vasconia lo es de tipo familiar. La búsqueda y designación de señor lo es siempre por la protección ante el peligro de invasión y estado de guerra que se vive.

No hay lugar de esta tercera parte del territorio peninsular donde no se encuentre esta característica diferenciadora. Aún más, también en su proceso opuesto -la pérdida de los bienes y la concentración de la tierra– que no deja de percibirse, las causas no son de tipo 'señorial' o 'prefeudal', sino, muy por el contrario, producto de la avidez, malas artes o simples equivocaciones de los actos libres de los libres propietarios: pagos de deuda por préstamos, juicios de diversas índoles, negligencia. Más bien 'precapitalistas'.[32]

En tierras leonesas y castellanas, además de constatarse lo anteriormente expuesto, también hallamos posesiones colectivas de tierras, aguas, molinos; relaciones jurídicas con sedes obispales o cenobios; pero especialmente, agrupados según su colectiva profesión. Según pruebas testimoniales, al lado de estas propiedades particulares, el número de molinos poseí dos íntegramente por el rey o por una institución religiosa, es ínfimo. Tanto en León como en Castilla, se puede seguir por el nombre de las localidades, atestiguan que sus moradores se dedicaban colectivamente a un oficio y vivían libremente del aprovisionamiento, tanto al castillo como al mismo urbanamiento. Por las Leyes Legionenses de 1020 sabemos que los cives Legionis vivían de sus campos o de sus profesiones gozando de libertad personal, de la paz de la casa y del mercado y del libre tráfico de los productos de su industria; regulando a su albedrío la actividad económica; y que comenzaban a gozar de un embrión de autonomía municipal. Existen cuantiosos documentos que prueban cuanto decimos, durante el siglo IX, X y XI.

Por otra parte, durante este mismo período y en todo el tercio de territorio hispano que venimos analizando, se comprueba la existencia de las denominadas 'cartas partidas', convenio de las aldeas o colectividades, en general con la Iglesia, por la cual se concertaba el pago de la 'fonsadera' -tributo que se destinaba a atender los gastos de la guerra- o del 'fonsado' –servicio personal con tal destino-, que en general no vulneraba la libertad, muy por el contrario consistían en verdaderas negociaciones para preservar tal condición. Recién a partir de mediados del siglo XII y especialmente durante el XIII, se rastrean ejemplos particulares y bien localizados de avance de los poderes aristocráticos o eclesiásticos sobre la libertad económica, más mediando siempre la aceptación del individuo o la colectividad, esto es, sobre el compromiso.

Es en Castilla donde en mayor cantidad y profundidad podemos encontrar referencias a cuanto venimos diciendo. Como ampliación de las cartas partidas de León, en tierras castellanas numerosos testimonios acreditan que, además de la libre concertación con el rey o los monasterios en infinidad de materias, existen reconocimientos de libertades penales y privilegios de inmunidad. Es decir, que aquellos embriones de municipio, toman aquí mayor entidad política, al constituirse, al decir de Sánchez Albornoz, en "bulbos de concejo" -escrituras de esta naturaleza, en que conste tan claramente el reconocimiento de derechos políticos, aparecen desde el 955 en adelante-.

En el estudio "Fueros Municipales" (Pág. 31) de Muñoz y Romero, inclusive se verifica que los concejos de San Zadornín, Berbeja y Barrio, estaban compuestos tanto de villanos como por infanzones, [33]lo que hace presumir que, en realidad, la autonomía municipal fuera más completa de lo normalmente aceptado. A tal conclusión puede llegarse analizando numerosos testimonios regios y condales por los cuales -por inmunidad negativa- sustraen a cenobios de toda Castilla de la jurisdicción de las respectivas villas (en esto, las acreditaciones se encuentran desde el 945).

Otra institución propiamente castellana, de muy temprana aparición, es la caballería popular, también registrada en el estudio de Muñoz y Romero (Págs. 37 y 38), indicio sumamente revelador del grado de extensión cuantitativa y profundidad en la libertad que gozaban los villanos de Castilla ya a mediados del siglo X.

En consecuencia, derechos personales, libre propiedad, municipio, caballería popular, fueros, son los pilares que al menos hasta inicios del siglo XIII sostienen la reconquista española.[34]

Vínculos, Derechos y Poder Políticos

La ocupación magrebí, producto, entre otras razones, del estado de anarquía que vivía la corona visigoda, plantea al pueblo hispano la necesidad de la independencia mediante la guerra. Aquello que hasta ahora hemos denominado reconquista y que va a durar justamente hasta 1492.

Sin embargo, a pesar del dato anterior, la futura España ya había conseguido una unidad profunda alrededor del catolicismo (casi doscientos años antes), y ahora, más allá de las disputas interiores, la presencia enemiga le impone también la unidad política.

En torno de estas dos cuestiones -unidad religiosa y unidad política para la reconquista y el repoblamiento-, es que va a transcurrir el período feudal, pero con modos enteramente particulares y distintos del resto de Europa, que nos mueven a dudar que efectivamente haya existido como tal, o más precisamente, que haya tenido la extensión y profundidad que tuvo en Italia, Francia, Alemania e Inglaterra, entre otros.

En primer lugar hay que destacar que las condiciones antes mencionadas, hacen que el poder y la autoridad del monarca sean legítimos, pero porque están asentados sobre un vínculo que reconoce y asegura a los individuos su calidad de súbditos -categoría ésta que aparecerá muchos siglos después-; con una finalidad y funcionalidad bien definidas.

La guerra contra el invasor fue verdaderamente muy dura, extremadamente dura, desde el comienzo. Razón ésta por la que los pobladores y repobladores fueran a la misma vez colonos y soldados. Las grandes extensiones de tierras yermas entendidas según el derecho romano, de propiedad del monarca-, constituyen una gran base sobre la que construir este original sistema.

Así se puede comprender que des del inicio, dichas propiedades se entregaran 'pro excercenda publica expeditione' elemento que explica la gran caballería cristiana, y en especial la caballería popular que ya hemos analizado- y que revistieran el carácter de generalizada -ya durante el siglo X queda esto totalmente comprobado-; que se concedieran a título precario; y sin que dicha concesión anudara vínculos vasalláticos.

Pueden así coexistir las viejas y nuevas formas y asentamientos, siendo los primeros beneficiales, más no los segundos; y, repetimos, en ningún caso feudovasalláticos.

Pues aunque lentamente, en especial a partir del siglo XIII, se consoliden dominios y extensiones aristocráticas y eclesiásticas, muy escasos testimonios, dispersos y casi perdidos en la geografía, alcanzan a configurar un entorno feudal; [35]manteniendo tanto los vínculos como el ordenamiento bélico y estatal en los cánones no feudales derivados de la tradición romano-cristiana, y también germánica en lo individual-privado.

Como hemos visto en innumerables testimonios, el 'protectorado' era buscado con aquilatado cuidado de preservación de las libertades, mediando la negociación y el compromiso; y en contrapartida, la 'potestas' del 'sinior' o 'dominus' no podía ejercerse fuera de lo pactado; [36]más aún, conforme pasa el tiempo, los 'milites' nobles y villanos consiguen la extensión de sus fueros.[37]

Entonces, el poder del soberano, tal como quedara definido al comienzo del capítulo, fue uno de los dos diques de contención que impidieron que España se deslizara hacia la feudalización: porque continuamente tenían nuevas tierras para entregar al repoblamiento; porque la descomposición creciente del Califato aportaba, además, el dinerario que no podía extraerse del propio reino; y porque, paradójicamente, el creciente contacto con la Francia feudal iniciado con el casamiento de Alfonso VI, aunque abrió las fronteras a un intenso tráfico humano, cultural y económico, hizo a la misma vez de anticuerpo a la disgregación que se observaba allende los Pirineos; finalmente, siempre presentes y constantes, los catalizadores unitivos de la religión y los sarracenos.

El segundo dique de contención fue la articulación dinámica en pequeños y grandes municipios en que se ordenaba la vida del país. Estos se seguían extendiendo en cantidad, a la vez que profundizaban sus fueros, como queda dicho. No sólo aportaban hombres a la guerra -milicia concejil-; producción a la vida cotidiana; si no que inclusive lo hacían con moneda propia -moneda forera-.[38]

Finalmente, el lento afrancesamiento de las cortes, va a ir acumulando un tipo de vinculación vasallática que muchos siglos después entrará en colisión con este otro sistema que se mantuvo fiel a la tradición de libertad y autodeterminación -ya hemos visto algo de ello en el capítulo "La Ciudad Indiana: sus supuestos"

Pero durante el período feudal, sacando muy escasos y localizados ejemplos que no alcanzan a teñir o empañar el tramado hispánico, el vasallaje que caracteriza por su sincronía al resto de Europa, se mantuvo lejos de España. Y cuando irrumpa, tampoco será feudal.

Conclusiones

En el anterior capítulo referido a la colonización de América y más específicamente del río de la Plata, habíamos tenido ocasión de, refutando la tesis de Juan Agustín García, demostrar la inexistencia del feudalismo en nuestras tierras, así como la de algunos otros autores extranjeros respecto de la España coetánea a la conquista.

En el presente hemos tenido ocasión de demostrar que propiamente durante el período feudal, en la misma España, dicha estructuración queda extrañada, y en con secuencia, para no volver sobre nuestros pasos, la misma equivocación de aquellos autores a que hicimos referencia. No obstante, también hemos dejado verificado el lento proceso que va a hacer eclosión con el advenimiento de Carlos V -I de España-, que encuentra a una porción de la aristocracia civil y eclesiástica española "preparada" para ello.

Pero también la guerra civil que esto genera y que se traslada a nuestras tierras en el mismo instante.

Tal vez se encuentre ausente de nuestro análisis una categoría, la de los mercaderes, que ya aparecen con clara fuerza ascendente, sincrónica con el resto de Europa, a partir de la "revolución comercial de la que fue teatro la cristiandad medieval entre los siglos XI y XIII", como bien apunta Jacques Le Goff, [39]aunque, también es justo mencionarlo coincidiendo con dicho autor, en tierras de la vieja Hispania, tal fenómeno es sumamente menguado respecto de los dos grandes centros de la época: el Mediterráneo ítalo-francés, y el Norte hanseático.[40]

De todos modos, el advenimiento del burgués, aunque con menor grado, es un fenómeno típico de la europeización que comienza con Alfonso VI; y la Alta Edad Media va a ver a éstos, en España, teniendo un papel destacado en la formación y desarrollo de la nueva aristocracia a que nos hemos referido.

Si bien son escasas las referencias específicas, la obra de nota no deja de ser un estudio erudito para comprender la evolución de esta clase social y su comportamiento en el conjunto de la sociedad.

Aquello que luego iba a ser la nación española, desde los últimos tiempos del Imperio romano y hasta la invasión por los magrebíes, se encuentra todavía dispersa y separada en sus elementos. La lengua latina es dominante por completo, pero al igual que el resto de la cultura romana, es de afuera.

Existió la oposición de las gentes que habitaban la España, haciendo que la asimilación fuese lenta, contribuyendo a ello la geografía, tan diversa, singular y contrastante. Como cada una de sus comunidades.

Así desde el comienzo se revela la pasión por la independencia, exaltándose en formas de localismo extremado; y si bien la diversidad es grande haciendo que la asimilación encuentre ya un perfil bien definido dentro de la República y luego bajo el Imperio, así también la peninsularidad -encerrada entre el mar y los Pirineos- le confiere unidad, o por lo menos morigera las diferencias; y lo adusto y estrecho de las comarcas naturalmente ricas, los impele a desplazarse por el territorio.[41]

Pero la historia de la España de la Edad Media sigue el curso de la expansión castellana, como ya hemos visto. Sin embargo, el empuje decisivo hacia la plasmación de una definida personalidad y luego la unidad nacional, se le debe a la monarquía visigótica -tal vez reconocida con algo de exceso por don Claudio Sánchez Albornoz- y sobre todo la religión cristiana.

La monarquía visigótica separó a Hispania del imperio romano y la constituyó en independencia política, obligándola a sí misma a concluir con la hispanificación definitiva de lo romano aún remanente.

Pero sin la presencia del cristianismo esto no hubiera sido posible, pues constituyó el elemento unitivo por excelencia de tanta diversidad anterior. La victoria sobre el arrianismo, desde Recaredo en adelante, la monarquía visigótica es nacional en España; y los concilios toledanos el índice de la conciencia común.

Pero la fragua la brinda la invasión, magrebí primero y arábiga después, que es la que obliga a poner en funcionamiento por la reconquista, aquello que ya puede denominarse tradición auténtica, hibridación de etnías y culturas, lejano y distinto del feudalismo, que hemos denominado federalismo y Derecho de los Pueblos.[42]

Una teoría federal: el derecho de los pueblos

"Por desgracia, va a contar tres años

nuestra Revolución, y aún falta una salvaguardia

general al derecho popular; estamos aún

bajo la fe de los hombres, y no aparecen

las seguridades del contrato".

José G. de Artigas.[43]

Hemos querido comenzar el presente capítulo con aquellas palabras de uno de los grandes de nuestra Patria, no para hacernos cargo de su justo reclamo de sanción de una Constitución, sino del concepto esencial que lo animaba, esto es, el derecho popular.

Y para no generar malas interpretaciones, tanto del prócer como de sus seguidores, esto trascendía de la mera sanción de una Constitución, tal como un poco más tarde irían a recogerlo las fracciones liberales a partir de la década del treinta del siglo pasado.

En la primera parte de nuestro trabajo, hicimos hincapié en el principio de la diversidad de la realidad, esto es, que aquello que llamamos la realidad, no es una única manera de ser, sino una pluralidad de realidades; que siendo todas ellas realidad, es decir, entidad; esto es, objeto posible de conocimiento, son, sin embargo, irreductiblemente distintas las unas de las otras, y poseen todas y cada una, estructura propia y peculiar.

Y ateniéndonos a dicho principio, hemos tratado de develar, a través de la historia, el modo de conocer la realidad histórica, encontrándonos con un ideal siempre presente, cumplido de muy diversas formas, más o menos satisfecho en las diferentes épocas, cual es la aspiración federalista.

Constantes en la historia argentina

En el acontecer de nuestra historia nacional, es éste un hecho recurrente, y pensamos que, decididamente entonces, debe ser tratado en forma central. Pues si el hombre argentino, en su producción cultural apela al mismo principio en cada momento decisivo; si hace del federalismo el acorde básico de la partitura de su destino colectivo; si a él aplica todo su libre albedrío; en fin, si el federalismo es una identificación del objeto histórico, debemos atenernos a él como tal.

Pues el objeto histórico, debemos señalarlo una vez más, no se hace de una vez y para siempre; muy por el contrario, está permanentemente haciéndose y haciéndose libremente. Es decir, pasando de la indeterminación a la determinación, sin que ésta esté prefijada en aquella anterior.

Una constante que verificamos en el factor de la voluntad del hombre argentino, es su aspiración de independencia y autodeterminación. De allí su identificación con el federalismo. Como también verificamos el esfuerzo por aprehender la universalidad. Y de allí su identificación con el federalismo. Estos rasgos de la voluntad, creemos, son los que dan continuidad y trayectoria propias; unidad esencial y básica, desplegado en siglos de existencia, al hombre argentino.[44]

Independencia, autodeterminación y universalidad. He allí la matriz del carácter, de la personalidad; la voluntad de trascendencia.

Éxitos y fracasos; grandezas y miserias de lo argentino, en su acontecer y devenir, tienen en esos rasgos su explicación última. Pero faltan otros elementos sustanciales: paisaje-ambiente, patrimonio; formas políticas y económicas; lazos sanguíneos; lengua; religión.

En cada momento, según las condiciones de exterioridad, adoptando diversas formas (o rechazando otras), se construyó el sentido compartido de aquello que se debe hacer y de aquel destino que se persigue. Primero intuición, luego aceptación, y finalmente, voluntad de realización.

Ahora bien, sobre estos rasgos giran, obviamente otros elementos, como queda dicho, complementarios; según el tiempo varían en intensidad y presencia; también constantes, como constante es, en la historia del hombre argentino la presencia de Dios y la invocación a Él en cada acontecimiento. Subordinación del destino propio al destino aún no revelado en el Plan Divino. Pero perseverante en el descubrimiento, en la realización existencial, de esta particular posibilidad de ser, insita en el alma. Búsqueda y afán de redención.

"Para el mundo existe todavía, y existirá mientras al hombre le sea dado elegir, la posibilidad de alcanzar lo que la filosofía hindú llama 'la mansión de la paz'. En ella posee el hombre, frente a su Creador, la escala de magnitudes, es decir, su proporción. Desde esa mansión es factible realizar el mundo de la cultura, el camino de la perfección".

Así resumía Juan Perón, inspirado en la Doctrina Social de la Iglesia, la ontología, la gnoseología y la praxis que identifica al hombre argentino. Cuarenta años después podemos aventurarnos a afirmar que hemos llegado al grado de madurez de hacernos cargo de ello como tarea, como sentido y como meta, ya que no son éstas propiedades implícitas como pueden serlo los ángulos de un triángulo.

Idea de la vida de la cual no está ausente la Justicia, el desprendimiento y la grandeza; constataciones que van desde el libertar a media América, y renunciar a los derechos de la conquista; pelear hasta agotar la sangre por nuestra identidad, sin romper los lazos filiales; regalar alimentos o dar créditos a quien padece hambre, aunque hoy, nada más, algunos de esos mismos sean quienes nos agobian, y luego jamás reclamar por nuestro gesto solidario y voluntario; que nos ha permitido transitar hasta hoy, con desgarramientos, sí, pero nada que sea incurable, con un cierto grado de felicidad distribuida sin egoísmos, cuando hemos sabido atenernos a dicha idea, pero causándonos mucho dolor cuando nos distrajimos de ella.

Sentido de la vida que nunca ha sido inmanente, sino trascendente.

Por eso ha prevalecido lo espiritual por sobre lo material; por eso ha sabido escuchar y receptar el llamado a la construcción de un mundo de hermanos, la Civilización del Amor.

Así es nuestro estilo, una forma particular y diversa de ser hombres, existencialmente fijados a un tiempo y lugar determinados. Hombre argentino, Pueblo argentino, Nación Argentina, hoy y aquí; como ayer y siempre.

Independencia, autodeterminación y universalidad. Si así no fuera, no fuese tan diversa la Argentina. Y en consecuencia tan compleja su realidad histórica.

Pero de la diversidad, en la diversidad, con la diversidad, se hizo, para bien o para mal, la Argentina que tenemos; y así deberemos hacer la Argentina que podamos.

Se podrá alegar de la vaguedad de tales definiciones pero precisamente no queremos ir más allá en la sintetización; preferimos detenernos ante el abismo de la indeterminación (intelectual), es decir, atenernos al libre albedrío de la voluntad real de una tarea colectiva, que poca simbolización resiste, aún.

Preferimos, en fin, definir sólo nuestro estilo humano, la modalidad que es constante en nuestra propia historia, y que tal vez sea la forma de cumplir la misión que Dios nos ha conferido en la tierra.

Eso es para nosotros el federalismo: el modo de realizar la independencia, la autodeterminación y la universalidad desde la diversidad, desde todas las diversidades.

Así nos vemos a nosotros y al mundo; así nos que remos a nosotros, entre nosotros, en el mundo: No se trata de emprender aventuras separatistas ni de agitar banderas que en el pasado dividieron profundamente a los argentinos. Se trata, simplemente, de reivindicar un sentimiento federal que, a las puertas del siglo XXI, debe significar un reto a la inteligencia, un desafío a la imaginación y a nuestra capacidad de liberarnos de la decadencia.

Ahora bien, la idea federalista puede ser un ideal o una aspiración común y constante, pero el federalismo no ha sido siempre el mismo. Muy por el contrario, ha asumido muchas y variadas formas desde su primera exteriorización en nuestras tierras, cuando los Comuneros hacen preso y destierran al déspota Cabeza de Vaca, allá por 1542; hasta nuestros días.

Es por eso que hemos preferido centrarlo en un concepto teórico, que si bien es tan viejo como el mismo hombre español que seguimos siendo en cierto sentido -y tal vez por eso mismo-; y que entendemos es la raíz que ha permanecido subyacente durante los siglos, dando frutos diversos como queda dicho, a través de los diferentes momentos; pero que aún así encierra las potencias que pueden realizarse en el presente y con el advenimiento del nuevo siglo: EL DERECHO DE LOS PUEBLOS.

Bien queda dicho: no se trata de agitar viejas banderas de rencor y división, y nos hacemos plenamente cargo de ello. No se trata de volver a discutir, como en el siglo pasado si "Federación o Muerte" versus la Constitución de 1819, cuyo lema era "todo para el pueblo y nada por el pueblo".[45]

Crisis del sistema

Pretendemos concluir el desenvolvimiento del "hilo de Ariadna" del pueblo argentino, y proyectarlo de una manera teórica hacia el porvenir. A eso aspira este trabajo. Para ello, debemos referirnos a la configuración que adquiere la actual realidad histórica, a la luz de cuanto llevamos dicho como herencia del pasado. Tal vez sea ésta la manera de encontrar nuestra misión como generación, y en consecuencia, tal vez sea ésta la verdad que debemos develar y construir.

Nada de lo que pasa en la Argentina es extraño a lo que pasa en el resto del mundo. La debacle del súper capital financiero, la violencia de todo tipo, la crisis moral, el derrumbamiento tanto de las comunidades como del individuo, la desarticulación de cuanta estructura ha sido capaz de desarrollar el hombre durante los últimos dos siglos; no son sino distintas manifestaciones de una causa primera: lo que está en discusión es la civilización misma, y por lo tanto, el orden profundo sobre el que dicha civilización estuvo construida, al menos en su última etapa.

Para caracterizarlo de una manera simple y eficaz, diríamos que lo que no resiste más el paso del tiempo, es el orden burgués-capitalista y todos sus sucedáneos ideológicos, políticos, organizacionales, y especialmente, espirituales. Nuevas formas de cultura habrán de imponerse en las próximas décadas, pero que están en construcción hoy mismo porque, irremediablemente, todo indica el aserto de Juan Perón en cuanto al advenimiento de la Hora de los Pueblos.

La aceleración no humana del tiempo por el aparente progreso sin fin de la tecnología, y su consecuencia inmediata, el achicamiento del espacio hasta proporciones irrisorias, ha conseguido, en el lapso de unas cuantas décadas, lo que antaño le llevó al hombre siglos. Pues al darle, a muy pocos por cierto, una sola felicidad material, a costa tanto de la infelicidad de muchos, como de la destrucción de los sostenes más elementales (físicos y emocionales); pero sobre todo, al reducir al propio hombre a una escala micrométrica frente al poderío del que dispone; ha vuelto a poner a la persona ante las más viejas y pro fundas preguntas, aquellas que suponía ya resueltas y superadas; pero además, y esto es lo paradójico, ese poder tan poderoso, capaz de modificar tiempo y espacio, reducir o agrandar escalas antes reservadas solamente al Creador, ha devuelto al hombre al lugar de donde empezó: la isla; y agita ante sí los más viejos fantasmas de la humanidad: el hambre y la sed.

Porque cuanto más cerca está del viejo sueño del gobierno mundial, del súper imperio, del dominio por sí de una sola cultura, de una sola ley, de solo un botón, más se encuentra que ello no es sino una pura y vacía forma, que no contiene un solo gramo de humanidad; y hasta el más poderoso, en la soledad de su pura forma poder, en el imperio del poder de la forma, se encuentra actor de su propia trama.

Cuando más cerca se encuentra de cumplir el drama de Fausto, que había preparado para los demás, se encuentra que él no es ni Dionisio ni Apolo; que él mismo es Fausto… y tal vez, como el último de sus esclavos, que no necesitó de tanto para llegar a idéntica situación, vuelva los ojos a Dios y se haga, y le haga, las mismas preguntas.

Porque tal vez, en esta partitura que todos estuvimos ejecutando, Dios haya dispuesto que así fuera para que el hombre, los hombres, retomáramos el sentido vertical y fuéramos dueños de nuestra propia integridad.

Esta es la hora de los pueblos. De sus derechos.

¿Cómo salir de la isla y derrotar las miserias que nos propone una civilización en auténtica decadencia? Estas serán, creemos, otra vez las preguntas que nos haremos los hombres en los próximos años, para resolver durante el entrante siglo. Y la podrán responder aquellos pueblos, aquellos hombres que hayan buscado, que hayan entrevisto, que hayan soñado, que se hayan propuesto, encontrar y construir 'la mansión de la paz'.

La Argentina, su actual realidad histórica, no escapa a nada de ello; muy por el contrario, aquí se dan todos y cada uno de esos elementos, con la misma magnitud, aunque tal vez no en intensidad, que en el resto del mundo. Con la diferencia que el argentino es un pueblo que está tras la 'mansión de la paz' desde hace un largo tiempo. Por ello es un pueblo joven y viejo a la misma vez. Pobre y lejano, pero interlocutor, como pocos, en el diálogo sobre el porvenir de todos. Siendo siempre la misma identidad. Independencia, autodeterminación y universalidad, otra vez.

El orden demo liberal, sustentado en la filosofía del capitalismo (ya sea individualista o colectivista) no pudo dar sino los frutos amargos que hoy recogemos: el desasimiento. La propia etimología nos da las pistas de cuanto queremos significar: acción y efecto de desasirse, de desprenderse, de desinteresarse.

Si observamos con detenimiento cuanto pasa, veremos que ese es el efecto. Muchedumbres urbanas desarraigadas, consecuencia del vaciamiento del espacio y la transculturación nociva que ello apareja por cuanto el abandono no sólo es rural, ni la migración sólo lo es física: también hay abandono del trabajo productivo hacia sub-ocupaciones encubiertas y de producción negativa, cuando no de pura especulación; la pauperización de masas en tiempo récord (sólo comparable con una hecatombe); la desestructuración del Estado, simultanea con su macrocrecimiento y luego su desaparición; la superconcentración, pero a la misma vez, desfuncionalización de la propiedad; la aparición de enfermedades que devienen físicas, pero en realidad de origen espiritual y anímico que amenazan con convertirse en pandemias. En fin, síntomas todos propios de una situación de conflicto o guerra como tantas veces se han visto. De decadencia.

Pero queremos aclarar el significado inicial, por cuanto los descriptos son los efectos de una acción de la cual, al menos colectivamente, el pueblo argentino no es responsable. Es decir, no lo es por abandono o irresponsabilidad. Es el precio que estamos pagando en el proceso de búsqueda y de verticalización. Son estos los dolores del parto. O sus consecuencias. Porque los signos y los hechos de la última década; en especial los acontecimientos de los últimos meses, demuestran que aquel alumbramiento, aunque costoso, ha sido para felicidad.

Virtualmente lo es.

Sistema representativo y poder económico

Las demandas al sistema político en su conjunto, en especial al encuadramiento, organización y funcionamiento del Estado; la voluntad de participación; la crítica a las rémoras (como la corrupción y la especulación) que es también autocrítica; la Quasi-materialidad que hoy tiene la Esperanza, en la voluntad de unidad nacional; la revalorización anímica del trabajo y la aceptación racional del esfuerzo; los signos de solidaridad y el reclamo de organización; el protagonismo creciente de la juventud, más allá de las formas conocidas; son los síntomas de un cambio de mentalidad que apunta hacia la transformación del orden imperante.

Y en esto, precisamente, radica una de las cuestiones fundamentales que, a juicio nuestro, es menester develar y resolver: ¿Por qué están en crisis todas las formas anteriores de relación y vinculación sociales entre los hombres y son reemplazadas por estas otras que sintetizábamos en el párrafo anterior? Creemos que la base de la respuesta es esencialmente política, es decir, principalmente es el sistema político el que está en crisis.

Y como el sistema político no es sino una prolongación del poder económico, la crisis actual del sistema político arrastra al conjunto de los sistemas de relaciones y vinculación sociales.

La Revolución del 90 eclosionó con la Ley Sáenz Peña recién durante la segunda década del presente siglo. Las demandas de profundización de la democracia encontraron en Hipólito Irigoyen las respuestas que la sociedad buscaba mediante el sufragio universal (y razón tenía don Hipólito, cuando sospechaba del sistema por el sufragio). Sin embargo, aquello que suponía la coronación del demo liberalismo, deviene en su decadencia, pues con el sufragio universal se agota el sistema representativo sancionado en la Constitución de 1853, sistema político de todas las democracias occidentales.

Como sistema político, en verdad, ya no era novedoso; muy por el contrario, contaba con bastante antigüedad al momento de sancionarse, pues no es otro que el originado por la desaparición del Estado absoluto, cuando los individuos dejan de ser súbditos para convertirse en ciudadanos. Sobre la base de una compleja trama de derechos y deberes que entrelazan un nuevo modo de ser en las relaciones de individuos y poder político. No es ya el mismo Soberano aunque se llame igual Y la Soberanía Popular, en realidad, estriba en el Estado Soberano, que es lo que cualifica al Estado como Representativo.

La representación, muy por el contrario, siendo antigua también -no nos olvidemos que justamente era el medio por el cual el Soberano ejercía el poder y el medio también por el cual el Señorío trataba cuestiones de poder con el Soberano- y muchas veces presente en Estados No Representativos; adquiere, sin embargo, configuración precisa en el Estado Representativo y en el sistema que le proporciona su razón de ser, más no se agota en los mismos.

Ya hemos visto que durante la España pretérita y aún en la América colonial se dieron abundantes ejemplos de representación, sin tratarse justamente de sistemas representativos. Con el Estado Representativo, la representación adquiere una nueva dimensión, una nueva dinámica entre Estado y sistema político.

De allí que el sufragio sea el vehículo esencial, la ligazón irreducible entre ambos: es la relación política -ya no sólo jurídica- entre representados y representantes. La institución representativa entra a formar parte del sistema representativo cuando dicha relación entre apoderados y poderdantes queda establecida.

Sintéticamente, dicha relación se basa en el momento electoral y en el derecho al sufragio que esto presupone.

El sufragio universal es un agotamiento, pues es 'lo más' que el sistema representativo demo liberal puede ofrecer.

Sin embargo, no queda allí el problema, pues el ejercicio de la representación genera otros sucedáneos que la llevan a su agotamiento total. Más no queríamos dejar de desarrollar que en verdad con la aparición del sufragio universal, junto con la consagración de un anhelo, se consumía la totalidad del sistema. ¿Es que el hombre se debe conformar?

El sucedáneo más importante, fuera de la lógica de los pensadores del sistema representativo, y el que lo lleva a su consunción, aparece cuando no coinciden la voluntad del representante y sus representados que lo han votado. Cuando la delegación toma entidad. Es cuando el sufragio universal pierde su razón de ser: núcleo de la dinámica del sistema.

El Sufragio Universal es, en sí, también una consumación, pues no olvidemos que es la ampliación del derecho de voto a 'todos' los ciudadanos, reconocimiento del ser político y el ser individual en el pensamiento 'post-burgués' que les había dado origen en la Revolución Francesa. Y es consumación por cuanto, en la lógica del sistema, comienza a reconocerse la 'igualación' estamentaria que inicialmente -y aunque nos disguste, coherente-, se había establecido: el derecho ya no sólo lo tienen los propietarios (anteriores vasallos) si no universalmente todos. El control sobre el Estado está igualmente reconocido.

Sin embargo, ¿quiénes son en verdad los que influyen decididamente en la organización del Estado? No creamos que la simple extensión del voto censista al universal despejó los problemas profundos de la sociedad. Muy por el contrario, favoreció a quienes desde su inicio detentaron el poder. Pues los propietarios -iniciales exclusivos sufragantes- no igualaron y extendieron la propiedad. Hasta hoy se mantiene la distinción entre sociedad civil y sociedad política, o con lenguaje de antaño, entre clase burguesa y clase política; entre derechos civiles y derechos políticos. Sin embargo, desde su origen ambos tuvieron y tienen una profunda conexión, cual es la determinación profunda de la organización del Estado.

El Estado Representativo, luego del sufragio universal, deviene en una ficción. Ha modificado completamente su naturaleza. Ya Juan Jacobo Rousseau denunciaba esta flagrante contradicción: "El pueblo inglés -decía-, cree que es libre porque vota; en realidad, es libre sólo cuando vota, después de lo cual vuelve a ser más esclavo que antes". ¿No se parece en algo a las manipulaciones que desde el Estado Representativo vivimos a diario, en cualquier democracia occidental?

En la lógica dualista escondida en la cultura y el pensamiento que hemos tratado de desnudar en el primer capítulo, es perfectamente concebible que pueda se pararse libertad de poder; por cuanto el voto universal de quien no ejerce debida influencia en la organización del Estado por no contar con el poder económico que deviene de la propiedad, no ejerce sino una virtualidad: muestra como real, algo tan sólo potencial.

Representación viene del latín 'repraesentatio', acción de presentar, hacer presente (praesentare) o hacer presente de nuevo (re). Es decir, en lenguaje vulgar, no es sino un espejo que presenta o devuelve la imagen de un objeto o sujeto. Para el idealismo absoluto la realidad se reduce a las representaciones, es decir, a todas las maneras en que los objetos pueden estar presentes al espíritu.[46]

Siendo espejo, es decir presente y real, no puede devolver una potencialidad o imagen virtual o futuro. Si hay imagen es por que hay objeto o sujeto. Es, no "puede ser".

Ahora bien, para que pueda cerrar esta proposición basada en una potencialidad y no en una realidad, el sistema representativo tenía que ofrecer garantías, ya no sólo derechos duales, pues todo derecho debe basarse en un poder. Como no todos los sufragantes son propietarios (pues la propiedad no ha sido extendida juntamente con el voto, pero sí la promesa de extensión del derecho de propiedad) y el poder no es real, se garantiza que se puede crear un nuevo poder. Nacen así los partidos y los sindicatos.

Pero al efecto del sistema representativo como sistema político 'stricto sensu', cuentan sólo los partidos.

Estos vienen a ser los medios por los cuales el Estado Representativo, que no ha dado un derecho real, sino tan sólo una expectativa, un crédito; se mediatiza por los partidos, y en consecuencia, éstos, como co – garantizadores de dicho crédito, están obligados a urgir a los poderes públicos a satisfacer dicha compleja y oscura promesa. El equilibrio del sistema se consigue si el poder político se adapta a los fines que los partidos se proponen alcanzar. En honor a la brevedad, compartimos la definición genérica de partido como el transformador de la voluntad popular en la voluntad del Estado.

Quien ejerce el poder no es ya el 'elector' o poderdante, sino el partido, que delega a sus 'propios' representantes para que garanticen el ejercicio del poder. Nace así la figura del 'dirigente', que viene a ser el único que, no perteneciendo originariamente al círculo de los propietarios, obtiene una posición equivalente. La distribución se sigue haciendo por el vértice. En esta posición es donde se realizan las verdaderas elecciones (más allá de lo que se vota y de quienes y cuantos ejercen el derecho del voto): el voto sigue siendo limitado aunque se llame y funcione como 'universal'. ¿Si el partido nació como un sucedáneo para el control del poder político y no lo controla, quién controla?

Lo anterior no alcanza a comprenderse, si cabalmente no nos referimos a que también el sistema económico padece profundas transformaciones que devienen de la crisis de los años treinta, cuando el consumo comienza a prevalecer sobre la producción y ésta sobre el trabajo. Es decir, cuando el beneficio o renta se comienza a distribuir igualitariamente para favorecer el consumo, lo que lleva a una producción desmedida sin el necesario sentido de ahorro o inversión orientada: aparecen entonces la superproducción (y con ella el derroche) y la destrucción de toda forma de vida en la alocada carrera tecnológica. Es decir, se descontrola fatalmente la noción y persecución del Bien Común.[47]

Ello trae aparejado dos consecuencias de íntima relación, pues una no se explica sin la otra: la disolución de la propiedad [48]y la desaparición del Estado.

La sociedad de consumo se basa en la redistribución igualitaria de la renta (y por lo tanto de la propiedad), no con el fin de crear nuevos propietarios (como lo exige la lógica del sistema representativo), sino el más elevado número de consumidores y de extender así el área del consumo: se remunera el consumo, no el trabajo (pues no todo consumidor es trabajador, véase sino el incremento de las garantías remunerativas que pululan en todo el mundo moderno).

Desaparece así el 'propietario', (esto no significa que hayan desaparecido todos los que lo eran, pero atención que sí muchos, en sentido estricto) exigido en la lógica del sistema representativo, y aparece la figura del 'ejecutivo', 'gerente' o 'dirigente de empresa', que es quien efectivamente maneja y dispone del capital (veamos si no, lo que ocurre en el mundo de las sociedades, donde los propietarios son una cada vez mayor masa amorfa y anónima que no cuenta para las decisiones sino para los beneficios que sus propios gerentes disponen repartir, y sobre los cuales no tienen más que controles teóricos).

La redistribución igualitaria de la renta para favorecer el consumo, liquida al propietario, liquida al trabajador y liquida al ciudadano: ahora son todos por igual consumidores pasivos sin control ni decisión sobre la producción y el capital que se retroalimenta tras el beneficio, a costa del derroche, la superproducción, la naturaleza y el hombre mismo.

El Estado, impotente pues también esta dinámica lo alcanza inexorablemente, asiste a su propia desaparición pues se queda sin su función esencial, su entidad, esto es, como garantizador del Bien Común y garantizador del título de crédito del poder a futuro.

La economía se impone a la política. Ambas se mimetizan en un nuevo sistema: asistimos al nacimiento del postcapitalismo (el capitalismo, así, ha desaparecido), que algunos han llamado también y acertadamente, consumismo.

Esta inversión de marcha también erosiona profundamente el sistema político, pues el beneficio que persigue no es ya conseguir el bien común, sino para mantener o conquistar el poder (beneficio, en términos políticos). En otras palabras, el beneficio es el principal motor del sistema (político y económico) y nada admite que esto sea controlado o dirigido: toda medida está orientada a su mantenimiento, sin importar la legitimidad de la que devenga: el sistema político no puede por menos de estimular y favorecer el aumento de los beneficios si pretende, como así es, mantener y aumentar el nivel de empleo (o en otras épocas, de propietarios). Aunque sea solamente subempleo, subsidio al desempleo, crédito indiscriminado al consumo, etc., para todas las formas que adopta este círculo vicioso de autogeneración.

La economía mixta, sobre la base de la empresa pública, fue en la post-guerra una consecuencia de la extensión del sufragio; pero captado que fue el ahorro social que le dio origen (y podría haber sido la base de la distribución del poder); producida la definitiva colusión entre partido-poder económico por la aparición del 'tipo' del dirigente político-empresario, produce la consumación del proceso. La economía se impone a la política y ambas se mimetizan, como queda dicho.

En la práctica, en la Argentina y en el mundo, durante las últimas décadas hemos asistido a este fenómeno que no lleva a otra cosa más que a la desaparición del Estado por la transferencia del manejo de sus recursos a favor del sistema 'privado', que no es otro que el originario burgués del voto censista, es decir, el propietario del real y único derecho político. Al cabo de doscientos años, se vuelve a unificar el poder de los propietarios y el poder del Estado, siendo vehículo eficaz el partido, subsumido al poder económico: en palabras vulgares se puede decir que aparece HOOD ROBIN, se les roba a los pobres para darles a los ricos. Más con la diferencia esencial de que el clasismo, en realidad, ha liquidado las clases antes conocidas, advirtiéndose la aparición de una nueva monoclase para la cual el beneficio lo es todo, y su conservación no admite límites: es el juego del vale cualquier cosa: industria, guerra, finanzas, narcotráfico, elecciones, publicidad, ideología.

Es el tiempo de las transferencias: todo puede y debe ser transferido, excepto la verdadera propiedad que queda en manos, no de sus propietarios, sino de estos nuevos usurpadores.

Pero volvemos a la cuestión central: ¿Cuál puede ser la legitimidad del sistema representativo, cuando su núcleo (el sufragio), su vínculo (la representación) y su medio (el partido) desnaturalizan la propia esencia por no cumplir con los fines de cada cual?

Mito e ilusión

¿Puede el hombre confundir una fantasía y vivir en ella como si fuera la realidad? La respuesta, difícil por cierto, habría que buscarla por el lado de la durabilidad: es decir, por cuanto tiempo; y sobre todo no dejar de observar las condiciones de exterioridad. Pues también cabe preguntarse si el sentido histórico llega a perderse o desvirtuarse.

En nuestro país, al igual que en muchos otros, tras el fallecimiento de Juan Perón se desata, algo más que una 'guerra psicológica' acerca de los defectos del gobierno democrático -que por cierto los tuvo y muchos-; se asiste al comienzo de la última etapa de la lucha por la transmutación de una cultura, en la que el objetivo central es la disolución del poder. Es el principio del fin del sistema demo liberal en la Argentina.

Disolución del poder que comienza, en la dictadura, con el reemplazo de la política por la violencia y la represión indiscriminada, que iría a golpear a toda la sociedad sin distingos, pues se proponía desalentar y desarticular, justamente, todo vínculo y vestigio, o mera potencialidad de una comunidad organizada: un poder tan poderoso -paradójicamente-, capaz por sí de decidir sobre la vida y la muerte; que derrumbó la industria nacional, reemplazándola por la importación indiscriminada de artículos sin valor y viajes al exterior, para lo cual se multiplicó de un modo asombroso la deuda externa produciendo una increíble transferencia de recursos y riqueza, con su secuela 'natural' de desempleo y subempleo.

En el principio del fin, el mito, [49]del derecho de propiedad y su consecuencia en los derechos civiles es reemplazado claramente por el "derecho de consumir" que más que nunca, reemplaza al derecho de voto -dicho esto tanto en sentido real como en sentido figurado-, como no podía ser de otro modo. El único derecho político admitido es el que deviene de aceptar el estado de cautividad en que se encuentra la sociedad, o al menos, grandes porciones de ella. En otras palabras, la ilusión, [50]consiste en que la aceptación de cautividad producirá la libertad. Y en vastos sectores sociales, que se puede vivir sin trabajar. Individuación exponencial.

La guerra de Malvinas golpea duramente este proceso, más no en su esencia, pues con el advenimiento de la democracia, el mito de los derechos y su ilusión de poder, se reinstauran como si nada hubiera sucedido, escondiendo la realidad de que quien tiene el poder en la sociedad civil-privada, en lenguaje actual, ha avasallado a quien tiene el poder en la sociedad política, continuando así la transferencia a que hemos aludido suficientemente. Ahora, mito e ilusión coinciden en que con la democracia demo liberal se come, se educa y se cura. El trabajo, definitivamente, es reemplazado por la dádiva indiscriminada y muchas veces, escandalosa. El subsidio social es fuente de buenos negocios.

El consumidor pasivo reemplaza tanto al sujeto privado como al ciudadano Pero ya no hay distingo alguno entre poder político y poder económico: éste último ha subsumido definitivamente al primero y aparecen los 'yuppies' argentinos, viéndoselos tanto en la city como en los ministerios, sin posibilidad alguna de distinguirlos: hablan igual, se visten igual, son socios de los mismos clubes, concurren a la misma farándula. Hasta ¡comparten los noviazgos!

La ilusión se hace sistema y está todo sobre la mesa: los grupos económicos coinciden con los partidos políticos; en la fenomenología, la 'magia' sustituye a la política, y de esta manera, el iluminismo llega a su cenit: pocos tienen todas las respuestas y manejan todos los resortes. La soberanía popular, como nunca, es arrastrada por una catarata de publicidad.

En los últimos meses, el descontento y la violencia ganan las calles; es reemplazado un gobierno democrático por otro y la esperanza parece ser, ahora, una entidad corpórea. Sin embargo, las garras del Fondo Monetario, apenas asumido este nuevo gobierno, han aparecido aunque por ahora lejos del Ministerio de Economía. Esperamos que no resulte una nueva frustración, en particular porque estos cambios han sido provocados desde la más última base social: los desposeídos de la Argentina. Creemos que si no se desvirtúan los postulados, éste puede ser el momento de encauzar la transformación profunda. Ahondemos entonces la propuesta.

Mientras tanto, para sintetizar los pasos dados en el análisis, no podemos dejar de decir que en la satisfacción del sistema político, en su transformación, está la base de la solución de los problemas económicos y sociales. Esto que llevamos visto para nuestro país, sin embargo, sucede a escala mundial.

Son el capitalismo y el socialismo los que se han quedado sin sustento: tanto poder acumulado por consunción, tanto clasismo exacerbado por ambos, no han conseguido sino lo contrario que buscaban: la disolución del Estado, de sus soportes reales e ideológicos, y, aunque suene aventurado, de sus respectivas sociedades y culturas.

El poder

Es prudente incluir algunas consideraciones al respecto, pues de lo contrario, con posterioridad, nos veríamos obligados a permanentes aclaraciones que entorpecerían la lectura del trabajo: pretendemos darle forma con claridad, a nuestra idea del 'poder'.

En primer término, poder es el ejercicio de obrar y causar efectos, es decir, el uso de la iniciativa. Esta es la esencial diferenciación entre el hombre y la naturaleza, pues, por ejemplo, se suele confundir 'poder' con 'energía': un elemento natural la tiene, pero la energía se convierte el poder tan sólo cuando hay una conciencia que la conoce, cuando hay una capacidad de decisión que dispone de ella y la dirige a unos fines precisos.[51]

En otras palabras, poder es la facultad de mover la realidad. ¿Una idea o una norma moral, tienen poder? No, simplemente tienen validez; hace falta que una persona las asuma en su vida concreta, se mezclen con sus instintos, tendencias de su desarrollo, tensiones, intenciones de su obrar, tareas de su trabajo; para que recién se pueda decir que la idea o la norma moral tienen poder.

El sentido verdadero del 'poder' se obtiene cuando se dan estos dos elementos: energías reales que puedan cambiar la realidad de las cosas, determinar sus estados y sus recíprocas relaciones; y una conciencia que esté dentro de tales energías, una voluntad que les de fines, una facultad que ponga en movimiento las fuerzas en dirección a esos fines. Como el poder es un fenómeno específicamente humano, el sentido que se le de pertenece a su propia esencia. Es la iniciativa que ejerce el poder la que dota a éste de sentido.

El poder es algo de lo que se puede disponer: no está de antemano como causa-efecto, sino que es introducido en tal relación por el que obra; no es más que una herramienta, un medio.

No existe, pues, poder alguno que tenga ya de antemano un sentido o un valor. El poder sólo se define cuando el hombre toma conciencia de él, decide sobre él, lo transforma en una acción; todo lo cual significa que debe ser responsable de tal poder. No existe ningún poder del que no haya que responder Pues el efecto del poder es siempre una acción -o al menos una omisión-, hallándose, en cuanto tal, bajo la responsabilidad de una instancia humana, de una persona. Aún cuando, según se viene viendo, sea cada vez más anónimo su ejercicio: se corresponde tanto en el postcapitalismo como en el materialismo, el intento de suprimir el carácter de la responsabilidad, de desligar el poder de la persona, convirtiendo su ejercicio en un fenómeno natural.

Por sí mismo, el poder no es bueno ni malo; sólo adquiere sentido por la decisión de quien lo usa. Más aún, por sí mismo no es constructivo ni destructivo, sino sólo una posibilidad para cualquier cosa, pues es regido esencialmente por la libertad y la responsabilidad. Su contrapartida, lo que hoy ocurre, es que el anonimato ha convertido el poder en un fin en sí mismo, desligado de todo cuanto anima a la persona; pura indeterminación, pero necesario, por el cual nadie debe responder pero ante lo cual todos deben someterse: ante la imposibilidad del reclamo, ante la ausencia de una auténtica autoridad -pues ésta presupone la persona- responsable de los actos, deviene el sentimiento de que el poder -y la política- es malo. Pero, repetimos, en sí, el poder no existe más que como herramienta. No tiene entidad.

El carácter de universal es otro elemento que ayuda a definir el poder. El hecho de que el hombre tenga poder y que al ejercerlo experimente una satisfacción especial no es algo que se de sólo en un ámbito aislado de la existencia, sino que se vincula -o puede, al menos, vincularse-, con todas las actividades y circunstancias del hombre, incluso aquellas que en el primer momento parecen no tener relación alguna: toda acción, toda creación, toda posesión y todo goce producen inmediatamente el sentimiento de tener poder. Como también ocurre con todos los actos vitales: la conciencia del poder tiene un carácter completamente universal, ontológico. Es una expresión inmediata de la existencia; de allí que esta expresión pueda adoptar un carácter positivo o negativo, según sean los fines que la persona le anteponga; el hombre no puede ser hombre y, además, ejercer o dejar de ejercer el poder, le es esencial el hacer uso de él.

Dios creó al hombre y le dio la facultad de poder, no creó el poder.

Es propio del mundo moderno haber creado 'un poder' y formas de ejercicio cada vez más técnicas, científicas y perfectas; pero con la notable ausencia de un 'ethos' propio de él, que sólo ha llevado al fraude y la tiranía; en verdad lo que ha aparecido es un uso del poder que no está determinado por la ética ni por la moral -la expresión más pura es la sociedad anónima-.

El sentido del poder sólo puede hallarse 'en la verdad de las cosas', en equilibrio con la comunidad, la persona y la naturaleza: el 'orden' es lo que legitima la facultad pues secunda la conciencia y limita el obrar, encaminándolo a la justicia, ejerciéndolo con moderación y servicio, que son los modos en que se manifiesta acabadamente la aceptación y obediencia del bien común. Una conciencia de libertad que asume responsablemente la decisión de obrar, ordenando la voluntad a usar tal facultad. Esto es, el poder es enteramente humano, y por tanto, cultural en como ejercicio; pero espiritual en tanto determinación. El poder, como todo lo humano, está en un continuo hacerse; nadie puede argumentar que 'es así', de esta o cual otra manera, pero de ninguna más.

De la esencia de las cosas, de la verdad de las cosas, es de donde el hombre podrá encontrar su norma moral, la comunidad su norma ética, para, juntos decidir las acciones necesarias que lleven a una existencia más plena.

La solución es política

Los argentinos vivimos paso a paso y profundamente este proceso; y en medio de él seguimos buscando la realización de nuestro ser, que es, primeramente, tercerista: nuestro camino no es ni capitalista ni socialista-marxista. ¿Pero es que, acaso, tenemos entonces las respuestas a los modos; o tenemos, más aún, la forma concreta de realizarlo?

Hoy es virtual, por cuanto la potencialidad del argentino está otra vez en sus cabales. ¿Hacia dónde habremos de dirigir la energía? Las respuestas están contenidas en el propio acontecer descrito. ¿Cómo lo haremos? Aún está por develarse esta incógnita. El camino que tantas veces transitó el pueblo argentino en estas encrucijadas, fue el del Movimiento Nacional. Hoy no debería ser distinto.

Cómo hacerlo. Intentamos una manera con esta idea federalista. Para consolidar la independencia, autodeterminación y profundizar la universalidad (anhelos permanentes); para adecuarse a un mundo que imperceptiblemente marcha por los mismos caminos; para aprovechar la energía total que puede suministrar el respeto de todas las diversidades que contiene la mismidad de nuestro pueblo.

¿Cómo transformar el orden imperante?: a través del Derecho de los pueblos.

Así entonces, el Derecho de los Pueblos es el conjunto de pautas culturales, traducidas en formas organizativas y obras; derechos y deberes, privilegios y garantías, que aseguran a la persona, la familia y las comunidades, un marco de vinculación entre sí, y con la Nación. Que regula la convivencia, con los atributos de: profundizar el arraigo; confeccionar la norma; establecer la justicia; participar en la cosa pública; construir una economía donde todos y cada uno puedan ser según sus merecimientos; establecer la seguridad comunitaria; así como la responsabilidad del funcionario público; hermanarse e integrarse con otras, nacionales y extranacionales; todas con el sustrato de los derechos y garantías individuales, ya consagrados por el derecho positivo. En otras palabras: CONSAGRAR UNA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA, que es la forma que se corresponde con el Derecho de los Pueblos.

Transformar el orden imperante, cambiar la Argentina, es concebir todas las esferas, pero con una nueva dinámica, con unas nuevas estructuras y sobre todo, con otra mentalidad. Es construir una "nueva figura del poder nacional", articulando su voluntad sobre otros parámetros. Y sin embargo, ¿Es todo esto nuevo? Por lo menos no es original, por cuanto propende a depositar cantidades crecientes de poder y de recursos en ambos planos de la estructura social; en la base popular y en su máxima dirigencia.

Pues no otro ha sido el método empleado por el hombre argentino a lo largo de su dilatada historia.

Como consecuencia de cuanto llevamos dicho, podemos observar que las demandas populares respecto del Estado, pueden ser satisfechas si éste adopta una forma tal en la cual la distancia entre las decisiones superiores y la ejecución final, sea la mínima, no solamente en el aspecto físico, sino también en el funcional. A la vez, que la profundidad y alcance de dichas decisiones serán más ricas y aceptables si en su gestación y desarrollo, los interesados han podido intervenir en forma activa y no como meros espectadores. Esto mismo vale para el juzgamiento sobre la actuación y mérito de sus gobernantes.

Pero no acaba allí la necesidad, pues ésta ya plantea también el gobierno directo de los recursos y servicios imprescindibles al bienestar y prosperidad. Así como si ésta, desde el punto de vista económico, no se asienta en una estructura productiva en la que el capital no cumpla su ineludible función social, pero el trabajador, sea por formas sociales, sea por estructuras de generación y protección, no tenga a su vez la posibilidad de participar de manera efectiva.

Hasta aquí hemos tratado de hacer una descripción somera de la dinámica de transformación que debiera tener la satisfacción de las demandas populares en nuestra actual realidad histórica. Y de ellas, tan sólo algunos aspectos. Trataremos ahora de analizar cada una de las esferas, de los factores, de los elementos y de las estructuras a que apunta este modelo federal.

Arraigo: base del nuevo sistema

Como bien señala Juan Perón, el hombre es el único ser que en la naturaleza, necesita 'morar', habitar, para cumplir los fines de la especie.

Esto es, que no le alcanza con construir un cobijo, sino darle a éste condiciones de permanencia, integrarlo sanamente con el ambiente que lo rodea, así como con su propia vida y su descendencia. Es decir, que trasciende el concepto de vivienda -aunque lo incluye- y se transforma en el de 'hogar', ámbito básico en el que se desarrolla en plenitud el espíritu, la personalidad del ser humano. Desde luego que esta noción tiene su basamento en la de familia; por extensión, diríamos que sin ella no sería tampoco comprensible.

En este orden, toma nuevo valor el concepto de propiedad, pues es sabido y aceptado de antaño, que sin su prolongación material e instrumental, el hombre desprotegido se encuentra para afrontar las vicisitudes del acontecer. Nombramos la propiedad en este momento del análisis, simplemente para dejarlo indicado, anticipándonos a posibles objeciones: no estamos contra la propiedad, ni mucho menos contra la propiedad privada. Sin embargo, queremos repetir que dijimos que ésta 'toma nuevo valor', y desde aquí, entonces, proseguir nuestro trabajo.

Pues es éste, el trabajo, la categoría que completa las consideraciones iniciales para comprender la globalidad de cuanto se expone. Sin trabajo, antes que sin propiedad, el hombre no es hombre. No alcanza el sustrato que lo convertirá en persona: la dignidad.

Finalmente, la persona no encuentra realización plena sino en el marco de una comunidad; siendo el hombre esencialmente un ser social, su vida tiene camino en el entretejido de vínculos, actividades e intereses que lo relacionan libremente, desde su propia libertad, con otros seres igualmente libres. No siendo así, la libertad, en tanto categoría política, no es más que una declamación programática.

En consecuencia, ponemos al arraigo en la base de un nuevo sistema, pues por él se puede llegar a estrechar la brecha entre cultura y naturaleza; porque en este país, en el nuevo siglo, para que el hombre sea el centro y fin de cualquier sistema, será impensable sostener las actuales condiciones de morabilidad física y espirituales -está todo por hacerse, a diferencia de Europa donde ya está todo hecho!-; porque para poner el capital al servicio de la economía, el trabajo del hombre debe estar antes que la producción, y en consecuencia, también la noción de familia debe adquirir una dimensión equivalente, dado que hogar sin arraigo es difícil de comprender; así como tampoco se puede concebir una comunidad de hombres sin trabajo, sin hogar, sin familia y desarraigados.

Pero como todo esto, por mejor hilado que esté el razonamiento, sin condiciones ciertas no deja de ser una declamación más, es menester que retomemos el hilo de su sistematización. Es preciso entonces que volvamos a la cuestión política.

Y de ella, la que plantea la actual disolución y cercana desaparición del Estado en su función esencial, esto es, protector del bien común.

En el postcapitalismo o consumismo, justamente el consumo se ha convertido en el nuevo núcleo de este sistema distinto, que conserva del anterior sólo los títulos y algunas de sus formas -tanto en lo político como en lo económico-; de allí las confusiones.

Acertadamente comenta el Prof. Zampetti que "… la razón de la existencia del consumidor, que precede y causa la expansión de la producción, excede el mero análisis económico. La razón de su existencia es política, ya que de ella depende el máximo empleo que subyace al sufragio universal". En realidad, agregaríamos, de ello depende la máxima distribución remunerativa, sea por empleo o no; sea productivo éste, útil y necesario… ¡o no!

El consumidor depende del sistema político (en tanto figura) mientras que su esencia (aquello que el consumidor adquiere) está condicionada por el sistema económico. Es el consumo el que crea la producción; sin embargo, la prevalencia sobre la capacidad productiva depende del consumidor como 'ser', y no del 'modo' en que éste gasta su dinero.

El consumidor no tiene probabilidad de convertirse en propietario (como garantía), sino sólo consumir. Es decir que en tanto hombre, no es sino un medio, sea esto visto como objeto de la producción; sea como sujeto que crea la producción; pero pasivo, manipulado con ese fin por el sistema. En otras palabras, no es el hombre el fin, sino el medio de la sociedad de consumo.

Abundando, uno de los pilares del sistema es la negación: de la persona, como realización del 'ser' hombre; de la propiedad, como realización material de la exterioridad del ser persona; del Estado, en tanto realización de la persona como 'ser político'. El sistema político se niega a sí mismo al negar la política; así como el sistema económico niega la economía al negar el trabajo, la propiedad y el capital mismo, y al cooptar al sistema político tras la exclusiva búsqueda del máximo beneficio por la redistribución igualitaria de la renta. De aquí que, insistimos a fuer de repetirnos, las soluciones no son económicas, sino estrictamente políticas.

El principio, entonces, consiste en la formación de la renta, y no en su redistribución. En la formación y distribución de la renta según la responsabilidad de la persona; según la actividad que ésta desarrolla. De aquí un nuevo concepto de remuneración. Pero por sobre todo, base del nuevo sistema político.

El trabajo está antes que cualquier otro concepto, pues sin trabajo no hay capital, ni producción, ni bienes, ni consumo mismo, ni beneficio. El trabajo está en la base y en la punta de cualquier figura. En consecuencia, es lo que califica por excelencia: hablaremos del hombre trabajador, de una sociedad de trabajadores, de un sistema, organización o entretejido fundados en el trabajo.

Hace pocos meses, (junio de 1988) en una provincia argentina, la de Río Negro, quedó sancionada su nueva Carta Magna, y es justo que la empleemos como ejemplo o clave de lo que en el campo del derecho puede llegar a suceder. Es significativo, al menos, que cuando se piensa en términos de bienestar y evolución de la sociedad, bien pueden superarse los esquemas divisionistas. Esperamos, también, que como tantas otras cosas, no quede en letra muerta. Aunque parcialmente e inconexos, algunos de sus postulados avanzan sobre el campo de cuanto sostenemos en el presente trabajo.[52]

Así, reconoce que "Río Negro es una Provincia fundada en el trabajo". No debiéndose entender por esto el momento original o fundacional de su creación, sino como proceso permanente de su existencia institucional (artículo 39), pues "es el medio legítimo e indispensable para satisfacer las necesidades espirituales y materiales de la comunidad"; constituyendo "un derecho y un deber social". Sobre este aspecto se volverá a insistir.

Trabajo, responsabilidad, actividad, remuneración. A estas categorías hay que anexarles aún otras: capacidad e inventiva, pues éstas cualifican por excelencia para el objetivo general de extender el bienestar, en especial a la actividad responsable y su correspondiente remuneración diferencial.

Trabajo, núcleo esencial; responsabilidad, en el vértice de la escala social de valores, con capacidad e inventiva para desarrollar una determinada actividad que coadyuve al bienestar general y merecedor de una diferencial remuneración. "A cada hombre…según su merecimiento".

De todo lo antedicho, sin dudas, se desprende la ausencia de un poder capaz de 'realizarlo' (visto esto desde la fenomenología actual). Y el sentido común no se equivoca, aún sin desmerecer la potencialidad que encierra nuestro pueblo; pero así expuesto, seguramente conllevaría un proceso violento, cuando en realidad sólo pensamos en una revolución. Pues justamente, repetimos, lo ausente de la dinámica anterior es el Estado. El ausente es el actual Estado. O lo que queda del anterior Estado, incapaz de asumir una dinámica como la pretendida.

En otras palabras, mientras el Estado siga inmerso en la actual 'consunción', es obvia su incapacidad de modificar o encauzar el doble proceso al que asistimos de apropiación-expropiación: apropiación por unos pocos privilegiados (los dirigentes) de la voluntad política tras el destino ilimitado del beneficio, desde el poder sin distingo (económico y político); y por expropiación de las instituciones y bienes que debieran asegurar el bienestar general (a lo que antes llamáramos Hood Robin).[53]

Aunque tal vez doloroso de reconocer para algunos, la redistribución igualitaria de la renta y la figura y función del Estado como favorecedor del privilegio (los verdaderos originadores del consumo), han provocado la profunda y terminal crisis del sistema que venimos describiendo (propiedad, capital, sufragio, representación, delegación, trabajo, remuneración). Han liquidado un fenómeno histórico y una cultura.

En consecuencia, se impone una nueva función para el Estado y luego, una nueva figura y estructuración: debe poner en condiciones de promover y extender el proceso productivo a las personas que con responsabilidad, demuestren capacidad e inventiva.

Volvemos entonces a la Constitución Provincial de Río Negro, por cuanto "…un ordenamiento pluralista y participativo donde se desarrollen todas las potencias del individuo y las asociaciones democráticas que se da la sociedad…promueve la iniciativa privada y la función social de la propiedad …" (Preámbulo); así como que "El Estado garantiza la propiedad y la iniciativa privadas y toda actividad económica lícita y las armoniza con los derechos individuales, sociales y de la comunidad" (Art. 29).

En estos párrafos encontramos las claves para el nuevo proceso: en el ordenamiento participativo y pluralista se pueden desarrollar todas las potencias (individuales y comunitarias); pero es el Estado participativo y armonizador el que promueve la iniciativa privada, base de la propiedad en función social, en un plano de equivalencia de derechos entre el individuo y la comunidad.

¿Quienes son, entonces, estos individuos y las funciones que significan? En el plano particular o privado, el animador. El 'bien' que éste posee es su responsabilidad, capacidad e inventiva: la iniciativa. El animador con iniciativa, no necesariamente requiere ser propietario, aunque puede devenirlo. El animador es la figura que sustituye al empresario o al capitalista. En cuanto animador es completamente independiente de la propiedad, aunque ciertamente se podrá convertir en propietario. ¿Con qué medios? Con los que le proporciona el Estado (participativo, promotor, armonizador).

¿En qué discrepan con lo actual? En que ambos, en tanto figura y función, están fundados en el trabajo, con el fin de promover, dar y asegurar trabajo. Uno sin el otro no puede comprenderse. Pero bien cabría la objeción acerca que el Estado asegura a todos por igual las oportunidades. Y ciertamente es así. Sólo que distingue la responsabilidad. No privilegia una 'clase' o estructura (todos son trabajadores por igual), sino que diferencia una 'función', según la precisa actividad que cada cual desarrolla: "A cada hombre…según su merecimiento". Y por otro lado, se supera así, la simplista diferenciación por clases tan cara a la doctrina marxista.

El Estado deja su cautividad actual y puede retomar su función (ahora redefinida) de asegurar el bienestar general y la clase política deja de estar subordinada al poder económico. Comienza a funcionar un nuevo estado en el que la formación de las rentas sustituye a su redistribución igualitaria. Pues si se distinguen actividades según la responsabilidad funcional asumida -en base a capacidad e inventiva-, lógico es suponer que las remuneraciones son diferenciadas: éste es el único método de promover y estimular a la sociedad a superarse, pues a mayor número de animadores, mayor número de puestos de trabajo; incremento del nivel y calidad de vida, bienestar y desarrollo. El Estado reasume su función de poder supletorio, pero apoyando y sosteniendo al trabajo y la remuneración justa a cada función; siendo co-dador de trabajo impulsando y entregando recursos a los animadores; controlando y dirigiendo un programa global establecido mediante una planificación participativa mediante la cual la producción (medio) esté al servicio del bienestar general y no ya como el fin del desarrollo económico del país.

La igualdad en este nuevo Estado toma también un nuevo valor: el trabajo como derecho político y el voto como expresión de actividad y función; el Estado con la dinámica antes desarrollada, hacen que la igualdad de oportunidades sea una nueva realidad, no ya una mera promesa o garantía de crédito. Con esto también una sociedad no basada en las tensiones de clases.

Una sociedad así configurada, ciertamente es una sociedad que ha recuperado la unidad: se superan los dualismos que el sistema demo liberal nos ha venido imponiendo -derechos civiles / derechos políticos; individuo / Estado; poder político / sociedad; representante / elector.

Como consecuencia de lo anterior, el derecho al trabajo es un derecho político, y ya no social (como lamentablemente quedó sancionado en la Constitución Provincial, a pesar de la brega de un grupo de constituyentes) y con esto, todo el derecho político comienza también a cambiar. No sólo la función y configuración del Estado: el voto debe expresar la actividad de la persona -tanto trabajadora y animadora-.

Pues en una verdadera democracia, el derecho no debe terminar con el voto, muy por el contrario, en el codicio es recién cuando comienza: la soberanía popular, si no tiene reflejo en la voluntad del Estado como voluntad popular, no es sino mera declamación -tal como lo es en el sistema demo liberal-; y éstas son las bases verdaderas de la soberanía nacional: de otro modo, más o menos encubierto, no somos más que lacayos del bloque de poder mundial de turno.

Es menester, entonces, adentrarse más aún en la Idea Federal basada en el Derecho de los Pueblos, como teoría de un nuevo sistema político de carácter participativo, en el cual todas las personas son trabajadores, tan lejos del capitalismo como del marxismo; para ampliar las bases y tensiones del mismo, así como describir su entretejido y articulación.

La búsqueda de un hombre nuevo, aún en el plano de lo teórico, como es esto que nos anima, no puede dejar de lado el entramado que toda realidad cultural hace de sus significados más profundos, valederos y duraderos, es decir, amables.

Seguridad comunitaria

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