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Los talleres de Educación no formal en el Centro de Salud Mental Agudo Ávila (página 2)

Enviado por Emilia claes


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

Para entonces en Italia e Inglaterra, la Reforma, con respaldo legal ha avanzado en el cierre de los Hospitales Psiquiátricos; en EEUU, la Ley Kennedy en Salud Mental instala los Centros Comunitarios de Salud Mental; en Francia se desarrolla la Psiquiatría de Sector, con énfasis en la población a cargo y en la programación local; y la Reforma Española se desarrolla con énfasis en la acción de profesionales en Salud Mental.

Desde aproximadamente 1990, asistimos a un periodo, caracterizado por nuevas expectativas de reestructuración de la Asistencia Psiquiátrica, propósito de privilegiar el desarrollo de servicios integrados a la red común de atención sanitaria, con énfasis en el desarrollo de dispositivos comunitarios y de lograr el desarrollo de un modelo centrado en el tratamiento precoz, continuo y eficiente y en rehabilitación y reinserción.

Recientemente, los talleres surgen como dispositivo clínico y como una alternativa más eficiente y ajustada de dejar de lado la "Institucionalización", como Modelo Clásico de la Psiquiatría Esto suponía la idea de que el Enfermo Mental Crónico , es un sujeto que requiere de la separación de su medio habitual para que sea contenido , protegido y custodiado.

Para el caso del Hospital Psiquiátrico Dr. Agudo Ávila –que será el estudio de caso de la presente investigación– este se convierte en Centro Regional de Salud Mental a principios del 2000. Lo cual significa que el viejo hospital psiquiátrico con su lógica de asilar debía ser reestructurado para mantenerse en pie. Su función seguía siendo necesaria: toda persona que no encuentra contención y autocontención en el sistema y se descarrila por estas razones, encuentra o no una forma de readaptarse mediante el tratamiento psiquiátrico.

No obstante, la historia del hospital es un reflejo de la evolución de los conocimientos científicos y de las distintas escuelas en el tratamiento de la locura y también de los avatares del desarrollo económico y social del país.

Se destaca en este periodo la integración de la Psiquiatría al Hospital y a la Comunidad; surgen Equipos de Reforzamiento Psicosocial de la Atención Primaria, (que desaparecen luego de un corto tiempo) se crean los COSAM (Centros Comunitarios de Salud Mental Familiar), muy diversos en su infraestructura, dependencia y tipo de trabajo, en algunos verdaderamente territoriales de Psiquiatría Comunitaria logrando experiencias valiosas y sólidas que son vigentes.

Este trabajo de revisión bibliográfica, pretende rescatar algunos antecedentes relevantes, de las experiencias en Talleres terapéuticos de Educación No formal en nuestro país, considerando que ya existen varios referentes pero escasos antecedentes escritos.

El análisis de la información obtenida se apoya en los antecedentes empíricos en relación al tema, como así también algunas teorías atingentes al tema de socialización e inclusión social.

Luego, como resultado de una reflexión inicial de la descripción y análisis que hacen algunos de estos espacios, se proponen algunas ideas generales a considerar en la formulación de un Proyecto o Programa de Salud Mental que plante como condición de posibilidad este tipo de espacios en pos de la recuperación subjetiva de los pacientes para su futura reinserción social.

I.2) Motivo de elección del tema

Históricamente ha existido una evolución en la forma de explicar, entender y afrontar los trastornos mentales, determinado por el momento histórico, las clases sociales, científicas, culturales y religiosas de cada época.

En el siglo XVIII el "loco" aparece como personaje social nuevo, circulando por las calles "charlatanes" que desvarían, "tontos", personajes incompresibles para la razón.

Más entrando en el siglo XIX, con el diagnóstico y tratamiento psiquiátrico, el loco perdió parte de su condición humana y adquirió la categoría de enfermo, de simple portador de síntomas de una extraña enfermedad, que debían ser eliminados por que él era peligroso, y por eso era preciso detectarlo precozmente, internarlo, tratarlo y curarlo.

En el siglo XX la enfermedad mental es considerada como un "desorden interior" de quién la padece, que puede producir un "desorden exterior" en la familia, en el trabajo, en la sociedad. Por eso era preciso corregir ese "desorden interior", sobre todo para normalizar la conducta desviada y reestablecer el orden natural de las cosas. Se los colocaba en una posición de inferioridad social y dependencia a la familia, al psiquiatra o al manicomio, se les negaba el derecho de gobernarse a así mismo, incapacitándolos.

En este contexto social, político y económico actual, las necesidades primarias tales como la salud, educación, vivienda y trabajo parecen no alcanzar a la totalidad de la población de nuestro país.

Es por ello, que en un intento de profundizar desde una mirada crítica a las políticas de institucionalización y de encierro, se tratará de visualizar mediante el material recogido en el trabajo de campo las prácticas que se llevan a cabo a partir de los talleres donde participan los usuarios de Salud Mental..

La inquietud que dio lugar a la presente investigación radica en el equilibrio entre los derechos y las obligaciones, y su implicancia en cuanto al alcance del concepto de ciudadanía en una institución neuropsiquiátrica estatal y pública.

Es decir, se tratará de analizar con qué tipo de derechos cuentan los pacientes dentro de la institución analizando el "adentro" y el "afuera" de la misma, su posibilidad de proyección subjetiva, alcances y limitaciones.

Por esto, al tratar de relacionar las tres esferas de la ciudadanía (social, política y civil) resulta necesario contextualizar el estudio en la modernidad y en los sucesos históricos que la acompañaron –tal es el caso de la Revolución Francesa en 1789 y sus pilares que la caracterizaron -la igualdad, la libertad y la fraternidad.

Por lo tanto, el enfoque del trabajo estará contextualizado por un gran recorrido histórico desde las concepciones clásicas del concepto de la locura, pasando por el medioevo, deteniéndonos en la modernidad hasta la actualidad.

La cuestión residirá entonces, en el grado de inclusión con que se define la ciudadanía como concepto – reconociéndolo como defensa, respeto y promoción de los derechos humanos. Es decir, tomando como herramienta que efectivice las situaciones de vulnerabilidad y puedan alcanzarse condiciones de vida dignas, en un marco de consolidación de la cultura democrática y del Estado de derecho en el siglo XX.

Vale la pena destacar que las diferencias son rasgos que individualizan a cada persona, ya sean estas naturales o culturales; mientras que las desigualdades son producto de diversas posesiones de derechos patrimoniales, posiciones de poder y sujeción. Por lo tanto las primeras han sido contempladas por los Derechos fundamentales -ya que conforman las identidades de cada sujeto- mientas las segundas muy por el contrario han de ser reducidas y compensadas por los derechos fundamentales sociales para que la igualdad aun en su mínima expresión se torne en realidad.

Se tratará desde esta mirada de las diferencias deliberar sobre el estatuto de ciudadanía desde las tres esferas dadas: civil, social y política, confrontándolo con otros conceptos pertinentes para el desarrollo de la investigación en el ámbito de la institución pública antes mencionada.

I.3) ANTECEDENTES

Historia de la educación en hospitales

Según los datos registrados en Riquelme[1]la primera aula hospitalaria surgió en Francia, producto de las necesidades emergidas desde el contexto de la Primera Guerra Mundial, creándose las denominadas "Escuelas al aire libre". A finales de la Segunda Guerra Mundial, por decreto de Estado en el año 1965, Francia instaura la obligación de atender educativamente a todos aquellos niños, niñas y jóvenes hospitalizados. Actualmente en Chile, la educación hospitalaria es desarrollada por docentes con tres años de formación especializada para el desempeño en contextos hospitalarios.

Otro referente dentro de este tipo de educación lo constituye la experiencia española. Los primeros datos que se tienen registrados de la praxis hospitalaria en este país datan de la década del 50, época que en forma casi espontánea surgen los primeros esfuerzos por parte de congregaciones como la orden hospitalaria San Juan de Dios, la cual proponía la mantención de los niños y niñas afectados por la epidemia de poliomielitis dentro del sistema escolar.

No fue hasta el año 1982 que el gobierno español promulgó la "Ley de integración social de los minusválidos", en la cual se establecía la obligación y el derecho de todo niño y niña de recibir educación, independientemente de su estado de enfermedad.

En el contexto latinoamericano, la trayectoria de la pedagogía hospitalaria de mayor antigüedad se encuentra en nuestro país, en el cual se gesta la primera fundación de atención escolar dentro de un recinto hospitalaria; la escuela hospitalaria Nº 1, en el Hospital Dr. Ricardo Gutiérrez Galló, en el año 1946 y la escuela Nº 2 Profesor Dr. Juan Garrahan, en el año 1987.

En el contexto actual, aparecen como referentes no de la historia específica de la Educación sino de los Talleres de Educación No Formal, una serie de ponencias que se llevan a cabo todos los años en el Congreso de Salud Mental y Derechos Humanos, organizado por la Universidad de Madres de Plaza de Mayo. En el evento, que se da una vez al año concurren trabajadores sociales, psicólogos, psiquíatras, comunicadores sociales haciendo público el trabajo que realizan dentro de las Instituciones Psiquiátricas. La gran mayoría de los trabajos provienen de los Hospitales del conurbano Bonaerense destacándose las experiencias del proceso de Desmanicomialización en países como Brasil y Uruguay.

No obstante, la producción teórica resulta nueva aún por lo cual los referentes más destacados de la Educación en Hospitales Psiquiátricos son los breves trabajos mencionados en los párrafos anteriores.

1.4) Tema: "Los talleres de Educación no formal en el Centro de Salud Mental Agudo Ávila: aportes para la construcción de ciudadanía de sus internos"

Problema de investigación:

¿Qué papel juegan los talleres de educación no formal en relación a los derechos civiles, sociales y políticos de los internos del Hospital de Salud Mental Agudo Ávila?

Situación problemática:

La salud mental requiere de la posibilidad del ejercicio pleno de la ciudadanía garantizado por las normas constitucionales. Salud mental y ciudadanía son elementos que van unidos desde el trabajo con los derechos humanos. En las instituciones psiquiátricas las posibilidades de unión entre estos dos elementos es el concepto de desmanicomialización. Esto implica un cambio de óptica de la problemática -en relación a los derechos civiles, sociales y políticos- , que pretende más bien, enfrentarla retrocediendo en la cadena normativa de las definiciones científicas reconocidas tradicionalmente. En estas definiciones aparecían las instituciones psiquiátricas como lugares cerrados, impenetrables, sin posibilidad de plantear estas instancias como los procesos de desmanicomialización. Desde una postura superadora, aparece la idea de plantear o de reubicar este concepto en la interfase entre las ciencias sociales y las ciencias de la salud, constituyendo allí la noción de sujeto como pieza clave.

Así como también este concepto plantea que la ciudadanía de las personas con sufrimiento psíquico y/o trastorno mental , no debe estar desvinculado del conjunto de esfuerzos desarrollados por la sociedad por su ciudadanía e integración, coordinando los esfuerzos de todas las instituciones sociales, uniendo los profesionales, usuarios y familiares.

Es por ello, que dentro de este axioma surge la reformulación de políticas en el área de la salud mental que apunten a la transformación de los sistemas cerrados manicomiales en políticas de desinstitucionalización.

El punto de partida de este proyecto se sustenta en la idea de soporte del concepto de ciudadanía desde el protagonismo, participación y toma de decisiones de los actores involucrados (usuarios de salud mental, personal que trabaja en salud mental pública y privada, voluntarios, talleristas, equipo interdisciplinario etc..). Así mismo, el rol de las instituciones en relación a las condiciones que determinan la sustracción de los derechos civiles, sociales y políticos.

La propuesta está dirigida al análisis de los talleres donde concurren los pacientes/usuarios de salud mental dentro del Centro regional de salud mental "Agudo Ávila" de la ciudad de Rosario.

Esta modalidad de trabajo llevada a cabo a partir de los talleres, intenta generar un corte a la cronificación y el hospitalismo que se generan en las instituciones psiquiátricas sostenidas a través del tiempo -como único método de abordaje las internaciones de larga estadía- la cronificación y hospitalismo que aparecen tanto en los pacientes y usuarios de salud mental.

Finalmente, en nuestro país, los procesos de desmanicomialización constituyen referentes ineludibles al momento de delinear diferentes propuestas de reforma del sistema psiquiátrico donde se propone también esclarecer a la opinión pública sobre los prejuicios e intereses espurios que retardan estas nuevas prácticas modernas y humanas.

El tema se torna complejo por la diversidad de variables, contextos y actores institucionales y sociales que comprende.

En síntesis, este trabajo de investigación intenta acercarse a una reflexión en términos de ciudadanía civil, social y política en relación a los derechos y obligaciones que poseen los internos y usuarios de las instituciones de Salud Mental pública –en el caso del Centro Regional de Salud Mental "Agudo Ávila" ubicado en el macrocentro de la ciudad de Rosario.

Objetivos

Generales

  • Analizar los conceptos de ciudadanía civil, social y política a partir de una propuesta de Educación no Formal en el centro de Salud Mental Agudo Ávila de la ciudad de Rosario.

  • Indagar el rol y la función de la institución psiquiátrica en las condiciones sociales y de existencia de los usuarios de salud mental.

Específicos

  • Explorar qué conceptos son asociados a la ciudadanía civil, social y política desde las actividades planteadas en los talleres que se realizan en la institución mencionada.

  • Examinar las condiciones que se establecen en la posibilidad de reinserción social de los pacientes desde una mirada de la educación no formal.

  • Indagar sobre las condiciones que contribuirían al desarrollo de la ciudadanía civil, política y social dentro de la institución pública seleccionada.

Preguntas al problema

¿Qué tipo de concepto de ciudadanía civil, social y política es sostenido desde la institución seleccionada? ¿Qué actividades se presentan en la institución para análisis de los conceptos de ciudadanía civil, social y política? ¿Cuál es el objetivo de los talleres en las instituciones psiquiátricas seleccionadas?, ¿Qué derechos y obligaciones tienen los pacientes dentro de este tipo de institución? ¿Qué papel juega la desmanicomialización y la desintitucionalización dentro de la institución seleccionada?

I. 5) Justificación del paradigma

La propuesta que se llevará a cabo en el presente trabajo será de corte cualitativa y exploratoria desde el paradigma interpretativo.

Si bien el concepto de paradigma admite pluralidad de significados y diferentes usos, aquí nos referiremos a un conjunto de creencias y actitudes, como una visión del mundo "compartida" por un grupo de científicos que implica una metodología determinada. El paradigma es un esquema teórico, o una vía de percepción y comprensión del mundo, que un grupo de científicos ha adoptado. Kuhn[2]lo describe como "un modelo o patrón aceptado" por una comunidad de científicos que raramente concurren en desacuerdo con su manera específica de hacer ciencia. Es una manera de entender el mundo, explicarlo y manipularlo.

Tradicionalmente la investigación en educación ha seguido los postulados y principios surgidos del paradigma "tradicional" o "clásico" de investigación expresado mediante las tendencias racionalistas, positivistas, empiristas, cuantitativas, predominantes en la investigación socio-educativa hasta la década del 60. 

El positivismo es una escuela filosófica que defiende determinados supuestos sobre la concepción del mundo y del modo de conocerlo:

a) El mundo natural tiene existencia propia, independientemente de quien lo estudia.

b) Está gobernado por leyes que permiten explicar, predecir y controlar los fenómenos del mundo natural y pueden ser descubiertas y descritas de manos objetiva y libre de valor por los investigadores con métodos adecuados.

c) El objetivo que se obtiene se considera objetivo y factual, se basa en la experiencia y es válido para todos los tiempos y lugares, con independencia de quien lo descubre.

d) Utiliza la vía hipotético-deductiva como lógica metodológica válida para todas las ciencias.

e) Defiende la existencia de cierto grado de uniformidad y orden en la naturaleza[3]

En el ámbito educativo su aspiración básica es descubrir las leyes por las que se rigen los fenómenos educativos y elaborar teorías científicas que guíen la acción educativa.

Por su parte, el paradigma cualitativo representa las tendencias interpretativa, fenomenológica, hermenéutica, naturalista, etnográfica, que figura en la investigación socio-educativa desde la década de los años setentas[4]

Otros autores diferencian un tercer paradigma que denominan paradigma crítico para agrupar las tendencias de la investigación de denuncia, de investigación acción, de la producción o descubrimiento de teorías para el mejoramiento, cambio y transformación.

En el marco del paradigma interpretativo se propone el paso de la observación típica del positivismo a la comprensión. "La observación es considerada insuficiente para acceder a la realidad simbólicamente estructurada del mundo de la vida, tal cual lo define Habermas. El investigador posee, en principio, un acceso similar al mundo de la vida que cualquier lego en ciencias sociales, pues pertenece ya al mundo social cuyos componentes intenta describir"[5].

El cambio de perspectiva en el abordaje del objeto de estudio respecto de la ciencia natural, tiene su razón de ser en el hecho de que la mira ya no se ubicará sobre el mundo objetivo sino en el contexto del mundo de la vida que tiene una relación de copresencia con el mundo objetivo.

Por lo tanto, la observación exterior de los fenómenos ya no puede ser la estrategia de conocimiento, sino que deberá pasarse a la comprensión de las estructuras significativas del mundo de la vida por medio de la participación en ellas, lo que permitirá recuperar la perspectiva de los participantes y comprender el sentido de la acción en un marco de relaciones intersubjetivas[6]

Así, el presupuesto fundamental del paradigma interpretativo[7]parte de concebir a los fenómenos sociales claramente distintos de los naturales. En tal sentido no pueden los primeros ser entendidos en términos de relaciones predominantemente causales, lo que lleva a subsumir a los hechos sociales a leyes universales. En cambio, se entiende al fenómeno social como aquello imbuido de significados, intenciones, actitudes y creencias.

La concepción positivista, que emplea controles rígidos a situaciones "artificiales" y que en su aplicación, el investigador intenta operar de tal forma de mantener distancia y neutralidad respecto al hecho estudiado, muy lejos está de los métodos cualitativos. Estos, por el contrario, actúan sobre contextos "reales" y el observador procura acceder a las estructuras de significados propias de esos contextos mediante su participación en los mismos.

Para la presente investigación se tuvo en cuenta este último aspecto realizando una labor interpretativa a partir de los datos obtenidos en la institución.

El punto de partida de la presente investigación ha sido visualizar cómo aparece el concepto de ciudadanía en las instituciones psiquiátricas. Dentro de las mismas, se utilizó como caso el Hospital Psiquiátrico Dr. Agudo Ávila de la ciudad de Rosario, aunque sin afán generalizador.

Esta institución de carácter público alberga alrededor de 80 pacientes con diversas patologías y es por un lado, una de las tres instituciones públicas dependientes de la provincia de Santa Fe y por el otro, la única de carácter público de la ciudad. La misma está ubicada en el macrocentro de la ciudad de Rosario próxima al Hospital Escuela Centenario y a las Facultades de Medicina, Farmacia, Bioquímica y Odontología. En la misma, se realizaron observaciones no participantes en los talleres que concurren los internos. Estas observaciones se realizaron con una frecuencia de una a dos veces por semana dependiendo de las actividades que se realizaban en la institución.

Los talleres observados fueron "la oficina de trabajo" y "la asamblea". Estos espacios constituyen una instancia de apoyo colectiva en la que concurren la mayoría de los internos por modus propio. Paralelamente a las observaciones, se realizaron entrevistas al personal que participa y coordina este tipo de espacio.

Desde una labor interpretativa y sostenida desde el paradigma cualitativo, el material obtenido de las entrevistas y observaciones tiene como objetivo la contraposición con los supuestos básicos subyacentes y presupuestos previos a la investigación que conforman el marco teórico del presente trabajo.

Cabe destacar que la modalidad empleada en estos espacios denominados "instancias colectivas" constituye una vía de acceso de educación no formal – entendiéndola como un dispositivo de entrada y salida- del cual nos ocuparemos en la próxima sección.

CAPÍTULO II

Marco teórico conceptual

Sobre la noción de ciudadanía

2.1) Perspectiva histórica

Lewkowicz postula que el ciudadano "es el sujeto constituido en torno de la ley" es decir; el ciudadano como subjetividad es reacio a la noción de privilegio o de ley privada. La ley en ese caso es pareja: prohíbe y permite por igual a todos.

El ciudadano es un individuo que se define por esta relación con la ley. Es, en principio, depositario de la soberanía, pero ante todo es depositario de una soberanía que no ejerce. La soberanía emana del pueblo; no permanece en el pueblo. Para ser ciudadano de un Estado-nación hay que saber delegar la soberanía. El acto ciudadano por excelencia es el acto de representación por el cual delega los poderes soberanos en el Estado constituido. Y para poder delegar, el ciudadano tiene que estar educado. Es decir, se trata de educar las capacidades de delegación. ¿Qué es, en este caso, "educar las capacidades de delegación"? Es forjar la conciencia nacional. El sujeto de la conciencia, que había sido instituido filosóficamente dos siglos antes, deviene sujeto de la conciencia nacional a partir del siglo XIX. Es el aparato jurídico el que exige que los ciudadanos se definan por su conciencia[8]

El significante ciudadano, al igual que el de democracia, se refieren al sujeto que se trasciende a sí mismo y se conecta con los otros en una nueva forma de existencia: la comunidad. Ambos conceptos nos hablan de la proyección desde el sujeto hacia algo que no es él mismo y que lo hace ser de otro modo, y esto nos introduce en el tema de la dimensión ética de la práctica de la democracia[9]

Según Touraine (1994) [10]en la modernidad pueden distinguirse dos conceptos de ciudadanía:

  • La primera está relacionada con el espíritu republicano, con la sociedad política de la libertad y la igualdad. Hace referencia a los deberes que el ciudadano debe asumir para beneficio de la comunidad. El ciudadano es miembro de un estado nacional, es el artífice de la soberanía popular que otorga legitimidad a ese estado.

  • La otra idea de ciudadanía afirma los derechos del individuo, no como miembro de una comunidad política, sino como Hombre, con el sentido de universalidad que le otorga a este concepto la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano. Este enfoque brinda a los individuos garantías frente a los poderes y las instituciones, y eventualmente contra ellos. Es decir, apela al derecho natural y lo vuelve inalienable frente a los posibles abusos del derecho positivo.

Pero ambos principios (la soberanía popular y los derechos del hombre) se unifican en una misma noción a partir de la idea de sujeto como ser racional, y de la definición de la sociedad como construcción también racional.

Esta construcción racional se circunscribe al concepto de nación, de estado- nación, síntesis a partir de la cual la ciudadanía reduce el individuo al ciudadano, a ese que acepta las leyes y necesidades del estado, que tiene derechos, pero sólo si además cumple sus deberes.

La idea de ciudadanía propia de la modernidad remite la acción del individuo al interés general, al beneficio colectivo, refiere su identidad a la condición de ser miembro de un colectivo: la sociedad, que coincide además con el estado nacional. Se trata de una sociedad bien delimitada por fronteras geográficas, lingüísticas, étnicas y tradicionales[11]

En la polis griega y su filosofía, aquello hacia lo que se trascendía eran los valores puramente ideales, cuya existencia no dependía de lo que hacían los individuos sino por el contrario, se imponían compeliéndolos a la acción. Esos valores eran: el bien común, lo universal, el ser esencial del hombre, su concepto: el zoon politikon[12]

Por su parte, la tradición de pensamiento judeo cristiana, tiene en Dios el horizonte de esa trascendencia. La vida de la comunidad es trascendencia hacia Dios, es la realización de su designio; por esa vía, el individuo se vuelve uno con lo infinito, se hace Persona.

En el pensamiento de la Ilustración, las realidades trascendentes a que da lugar la vida de la comunidad son: la libertad, la historia, la voluntad general; mediante ellas el individuo se convierte en ciudadano.

Como vemos, tanto en la idea moderna de ciudadanía, como en la judeo cristiana o la griega, se responde al problema de los valores que se realizan en la vida de la comunidad con una noción abstracta de la vida colectiva.

Es decir, con una idea de la comunidad colocada más allá de las comunidades realmente existentes y de los beneficios reales que esa interacción humana alcanza[13]

La ciudadanía es, principalmente, un estatus conformado por el acceso a los recursos básicos para el ejercicio de derechos y deberes. La no-discriminación en el acceso a esos recursos constituye la condición necesaria y suficiente de la ciudadanía. Caso contrario los titulares de derechos permanecen en una situación de precariedad expresada ésta como déficit de ciudadanía.

Esto último implica, según nos dice Roland Anrup y Vicente Oieni entender a la ciudadanía como un proceso de subjetivización y personificación que regula, enseña y forma al ciudadano.

La ciudadanía nace en 1789 con la Revolución Francesa y su principal fundamento es reconocer como ciudadano francés a cualquiera persona a condición de que aprendiera la lengua y obedeciera las leyes francesas. La ciudadanía francesa desde entonces, ha aparecido como la representación del estado abierto, libre y tolerante el cual no tenía problemas en adoptar a los individuos que quisieran ser parte de él [14]

Esta ciudadanía encuentra su fundamento en una idea central de la modernidad: aquella que concibe al hombre como un individuo que es libre e independiente y toma decisiones sobre su propio destino y con su voz contribuye políticamente al bienestar de la sociedad. En lo fundamental es esta imagen del ciudadano la que se ha convertido en un ingrediente importante para la fórmula a través de la cual, las sociedades occidentales se conciben a sí mismas.

2.2) La ciudadanía civil, política y social

La historia del concepto moderno de ciudadanía y la historia política de las modernas sociedades occidentales son coetáneas. Los cambios en los contenidos de la ciudadanía se encuentran estrechamente ligados a las transformaciones políticas que experimenta a lo largo del tiempo el Estado en su relación con la sociedad. Las modalidades en que se ha dado dicha relación, determinan patrones diferenciados de incorporación de demandas sociales, que se reflejan a su vez en el establecimiento de patrones diferenciados de políticas sociales[15]

Sidicaro & Tenti Fanfani (1998) sostienen la idea ya desplegada por Paviglianitti en el sentido que la ciudadanía exige articular tres facetas de esas mediaciones: la primera es la de compartir los bienes materiales, la segunda la de compartir los bienes simbólicos y la tercera, la de ejercer los derechos políticos y sociales.

Esto implica que no basta con que se repartan los bienes materiales y simbólicos, la participación se deshumaniza si no tiene como fundamento la distribución del poder. Esta es la esfera de la ciudadanía en sentido clásico.

El tejido social está atravesado por relaciones de poder; "los hombres no se relacionan automáticamente entre sí por relaciones de igualdad; por el contrario, estamos inmersos en relaciones de poder que se transforman fácilmente en relaciones de dominación, opresión o explotación.  Tampoco existe una abstracta igualdad preexistente entre los hombres sino que se la reconstruye reiteradamente en el tiempo histórico-social. Así entendida la sociedad, la ciudadanía no es un hecho dado y terminado para siempre, sino más bien una condición a ser construida e instaurada continuamente, para que permanezca"[16].

Sidicaro afirma que "el emblema del ciudadano supone el problema del estado, no hay ciudadano sin estado. No hay ciudadano sin un estado que tenga las características de universalismo en sus formas de comportamiento, que al actuar reconoce a todos como iguales, que actúa equilibradamente en su justicia y eficientemente en sus formas de desarrollo de políticas frente a la sociedad, sin privilegios y ocultamientos"[17].

La ciudadanía es una calificación del ejercicio de la condición humana. El gozar de los derechos civiles, políticos y sociales es la expresión concreta de su ejercicio. No existe el individuo en abstracto, la esencia y la existencia de los hombres sólo adquieren sentido a partir de las mediaciones histórico-sociales[18]

El concepto de ciudadanía implica al mismo tiempo tanto derechos como obligaciones, derechos contra el ejercicio arbitrario del poder estatal y obligaciones en relación con las actividades del Estado; denotando un aspecto particular del status social del individuo o grupo. El derecho de ciudadanía nace, en el siglo XVII, como ciudadanía civil, con el derecho de propiedad, a contratar y ser contratado, etc. Y como ciudadanía política, el derecho a elegir y ser elegido, pero nada dice en cuanto a la participación en los resultados, es decir en el producto social alcanzado[19]

El objetivo de la ciudadanía consiste en asegurar que cada cual sea tratado como un miembro pleno de la sociedad de iguales y este principio coincide con el auge del capitalismo que, sin embargo, genera desigualdad. Pero, los derechos civiles al comienzo eran indispensables para la economía competitiva del mercado, porque confieren capacidad de juicio para luchar por lo que se quiere poseer. En tanto que los beneficios que recibían los más desfavorecidos no derivaba de un status de ciudadanía, no eran reconocidos como derechos, sino como caridad, beneficencia o ayuda, donde el objetivo del derecho y la política era aliviar la molestia de la pobreza sin alterar el modelo de desigualdad, del que la pobreza era el resultado más obviamente desagradable.

La última fase de la evolución de la ciudadanía sería la tendencia actual hacia la igualdad social, en este marco entrarían la realización de los derechos sociales: derecho a un estándar mínimo de bienestar e ingresos, que comprenden desde el derecho a una renta mínima hasta el derecho a compartir la riqueza social[20]

Esta idea de ciudadanía social implica un nivel mínimo de bienestar como título universal que se considera suficiente y más allá del cual disminuyen el sentido y las capacidades de participación, una suerte de soporte mínimo para la acción social, la estabilidad y la integración: el derecho a una cantidad módica de bienestar económico y seguridad, el derecho a compartir la herencia social y a vivir como un ser civilizado de acuerdo con los niveles predominantes de la sociedad.

En este sentido, la ciudadanía social guarda relación directa con las cuestiones distributivas debido a que garantiza ciertos derechos a conseguir beneficios materiales relacionados con el status de ciudadanía, cuya función intenta mitigar las desigualdades relacionadas con la desigual distribución de la propiedad privada y las recompensas del mercado en las sociedades clasistas[21]

Para una gran parte de las personas, ser ciudadano es tener derecho a poseer aquello que otros poseen. Hoy ser ciudadano no es apenas estar al amparo del estado en que el sujeto nació y tener dentro de él derechos políticos, civiles y sociales. La ciudadanía se refiere a las "prácticas sociales y culturales que dan sentido de pertenencia" Y lo que da sentido de pertenencia es la posibilidad de tener acceso a lo mismo que el grupo de referencia, tanto en materia de bienes cuanto de servicios[22]

El desarrollo de la ciudadanía se vincula con la idea de los derechos que se garantizan. En las discusiones sobre la democracia surgen dos ideas "la primera consiste en reflexionar la democracia como un entramado de relaciones formales, por medio de las cuales se vota cada cantidad de tiempo y luego, los representantes así determinados se encargan de dirigir cuestiones de gobierno. La segunda hace pensar sobre si es meramente ciudadano político o además esta caracterización se sustantiva. Por otra parte, se cuenta con otros derechos más directamente asociados a las personas (educación, salud, vivienda). Se genera una forma distinta de definir, a partir de ciertos valores, el problema de la democracia y el de la constitución de la ciudadanía."[23].

Los tres ciclos o estadios de la moderna ciudadanía correspondieron, según Marshall (1998) , a los diversos períodos de constitucionalización de los derechos civiles (siglo XVIII, con la superación de la organización estamental del "Antiguo Régimen", tras las revoluciones inglesa, norteamericana y francesa), políticos (siglo XIX, con la institucionalización del liberalismo democrático y la representación electoral), y sociales (siglo XX, con la consolidación del igualitarismo en los estados del bienestar en las democracias industriales). En sentido general, el proceso de modernización en el mundo occidental comportó el paso de los criterios de adscripción a los criterios de logro.

En la época premoderna las dimensiones civiles, políticas y sociales estaban amalgamadas y profundamente permeadas por la concepción religiosa del orden mundano. Con posterioridad, el mercado se institucionalizó paulatinamente como gran regulador de la vida económica, lo que procuró una relativa autonomización de las esferas pública y privada[24]

En las actuales sociedades democráticas avanzadas del mundo occidental, los ciudadanos son titulares de derechos civiles, tales como los morales de derecho a la libertad de pensamiento y de expresión, o los materiales como el de la propiedad privada.

También disponen de derechos políticos inherentes a la vida democrática, como son los de asociación y de participación (representación y voto), y disfrutan de derechos sociales, bien sean los relativos a la salud, a la educación o al bienestar necesario para poder desarrollar un tipo de vida percibida como digna por el conjunto social.

Todos esos derechos están amparados por las instituciones estatales, las cuales asumen la responsabilidad colectiva de su promoción y tutelaje. Ahora bien, dicha igualdad de estatus no esconde diferencias de clase ni desigualdades materiales[25]

Moreno (2003) explica que la ciudadanía es la condición de pertenencia y participación en la politeya, u organización política donde se integran los miembros de la sociedad. Tal concepto hunde sus raíces etimológicas en la antigua polis griega. En la historia social subsiguiente, y con carácter general, se ha identificado a la politeya con el conjunto de instituciones políticas de la sociedad. Su uso no debe hacerse necesariamente sinónimo al de estado en su sentido moderno, el cual corresponde a una fase relativamente reciente del devenir de la humanidad.

Más allá de su plasmación en el derecho positivo de las modernas democracias, la ciudadanía hace referencia a un conjunto de prácticas y usos que otorga la cualidad de componentes activos a los individuos en su comunidad de referencia. En las modernas democracias liberales el orden político está legitimado por las decisiones de sus ciudadanos libres y responsables [26]

2.3) Implicaciones del estatus de ciudadanía

La ciudadanía civil se construye no a partir del orden jurídico, sino de los fines comunes derivados de la cooperación y la acción solidaria. Cooperación entre diferentes y solidaridad entre iguales[27]

La ciudadanía civil compromete y discurre por la vivencia, no impone la universalidad. Transforma al ciudadano estatal en parte activa del proceso de toma de decisiones y lo dota de autonomía. Postulado que le permite asumir responsablemente la crítica.

No es una imposición del Estado, expresa una relación entre bien común, sentido ético de la acción, responsabilidad y la conciencia del yo ciudadano. Se construye en el espacio de lo público, sitio por excelencia donde se articula el debate de las opciones y se resuelven los asuntos de interés general. Su plenitud se logra cuando se relaciona la práctica social de ser ciudadano con la instauración de una democracia radical.

Para Adam Smith, la sociedad civil era el lugar adonde todos los individuos podían practicar su egoísmo transformándose en comerciantes y luchar por aquello que supone un beneficio y afirma los actos ajenos solo en cuanto pueden servir a sus intereses propios[28]

Asimismo, Gramsci definió la sociedad civil como el momento donde el Estado produce su hegemonía y legitima su coacción. El sitio donde se reconocen el conjunto de los organismos vulgarmente llamados privados y que corresponden a la función de hegemonía que el grupo dominante ejerce en toda sociedad.

La ciudadanía civil, trata de romper la falsa dicotomía entre lo nacional estatal expresión del gobierno y lo nacional popular concreción de la comunidad. No existe tal dualidad[29]

En los hechos, la práctica de una democracia radical conlleva transformar la inicua sociedad civil en sociedad política. Los movimientos sociales tienen esa dimensión, expresan en su lógica las contradicciones presentes en toda lucha política donde se enfrentan proyectos antagónicos y contrapuestos.

2.4) Deberes y derechos en el estatuto de ciudadanía

Como se mencionó en páginas anteriores, Marshall dividía a la ciudadanía en tres partes: la civil, política y social. El elemento civil consistía en los derechos necesarios para la libertad individual —libertad de la persona, libertad de expresión, de pensamiento y de religión, el derecho a la propiedad, a cerrar contratos válidos, y el derecho a la justicia—. Este último es de una clase distinta a la de los otros porque es el derecho a defender y hacer valer todos los derechos de uno en términos de igualdad con otros y mediante los procedimientos legales.

Esto nos demuestra que -las instituciones asociadas más directamente con los derechos civiles son los tribunales. Con el elemento político me refiero al derecho a participar en el ejercicio del poder político como miembro de un cuerpo investido de autoridad política, o como elector de los miembros de tal cuerpo. Las instituciones correspondientes son el parlamento y los concejos del gobierno local. Con el elemento social me refiero a todo el espectro desde el derecho a un mínimo de bienestar económico y seguridad al derecho a participar del patrimonio social y a vivir la vida de un ser civilizado conforme a los estándares corrientes en la sociedad. Las instituciones más estrechamente conectadas con estos derechos son el sistema educativo y los servicios sociales[30]

Al mismo tiempo, es evidente que esta idea presupone un ciudadano activo que apenas ha existido, y que si hubiera existido los estados probablemente lo hubieran considerado como un problema. Tampoco se ha realizado la idea de la ciudadanía abierta como la libertad de la que los individuos hacen uso para moverse libremente, residir donde quieran y allí gozar del estatus de ciudadano[31]

Sin embargo, en estos últimos años, se han venido gestando otras formas de participación política.

Los cambios en el funcionamiento de los partidos políticos y el descreimiento de un sector importante de la población en sus promesas electorales han generado nuevas formas de participación y de representación que suelen ser definidas como "apartidarias" y se construyen alrededor de problemas puntuales. Se conformaron, así, organizaciones no gubernamentales (ONGs), organizaciones vecinales, movimientos sociales, fundaciones y demás, que albergan a sectores que no se sienten representados por los partidos políticos tradicionales o que incluso se autoconvocan para lograr modificaciones en el sistema de representación tradicional[32]

Generalmente, se utiliza la expresión "participación política" para designar esta serie de actividades que realizan los ciudadanos, relacionadas con el manejo de las cuestiones públicas. Las cuales pueden hacer referencia a la emisión del voto, a la participación en marchas, a la firma de petitorios, al apoyo a determinado candidato o a la difusión de cierta información, entre otras.

Por otra parte, estas diferentes formas de participación comportan, a su vez, distintos grados de compromiso personal: están desde quienes participan como espectadores más o menos marginales – por ejemplo, asistiendo a un mitín político – hasta quienes adoptan una posición más protagónica, por ejemplo, presentándose como candidatos a algún puesto electivo. Estas formas constituyen identidades dentro del marco de la ciudadanía en la comunidad [33]

La presencia del discurso modernizador señala a la escuela como el lugar en el que se debe formar al individuo que requiere el nuevo orden político basado en la soberanía nacional y en la representación popular. Este nuevo individuo es el ciudadano, a quien se pretende formar dentro de los parámetros de la razón y la virtud republicana, proceso que se llevó a cabo desde varios espacios y lugares, pero es la escuela la que va ocupar un lugar de primer orden pues se consideraba que en la medida en que la anhelada ilustración avanzara a través de la educación[34]

El espacio escolar era visto como el lugar ideal que contribuía a la formación de un ciudadano capaz de defender el nuevo orden social y participar en política sin dejarse engañar ni manipular. También era necesario disciplinar al ciudadano para que se comportara, tanto en público como en privado, de acuerdo a las nuevas exigencias y valores de un mundo "moderno".

Desde sus inicios ilustrados, la escuela tuvo como misión contribuir a dar consistencia política (al tiempo que identidad cultural) a la ciudadanía. En este sentido se piensa que lo que da coherencia a la educación pública es aprender a vivir en común en un mundo compartido con otros; es decir, contribuir a formar ciudadanos más competentes cívicamente y comprometidos en las responsabilidades colectivas, lo que entraña pensar y actuar teniendo presente la perspectivas de los otros. La educación de la ciudadanía reformulada puede servir para estos propósitos, al tiempo que para seguir dando vigencia a la escuela pública[35]

La educación para la ciudadanía, históricamente, ha formado parte del núcleo de la escuela pública, que ha considerado que una de las tareas básicas de la escuela es preparar a las jóvenes generaciones para vivir y ejercer el oficio de ciudadano en una comunidad configuradora de la nación.

La cuestión central en educación, es cómo la ciudadanía, debidamente reformulada hoy, recogiendo la tradición (modelo laico de origen jacobino), pueda ser un modo de conciliar el pluralismo de la escuela común y la tradición multicultural[36]

En este contexto, también es evidente que el mismo concepto de ciudadanía ha de ser reformulado, pues si en la modernidad era más un estatus que se concede a determinados miembros (y, como tal, excluyente, como vemos actualmente con los emigrantes), hoy es una cultura a construir, que la educación ha de hacer posible. Si en la modernidad fue un proceso de inclusión en una cultura común, también era excluyente para los grupos que no compartían dicha cultura o racionalidad.

A su vez, en su conformación teórica y práctica ha estado ligada a los derechos civiles dentro de cada nación-estado, en una constelación postnacional se tiene que ampliar para conectarse con los derechos humanos[37]

2.5) Ciudadanía, cultura e identidad

Castells afirma que las identidades, en lo referente a actores sociales, se crean según el proceso de construcción de sentido atendiendo a un atributo cultural, o a un conjunto relacionado de atributos culturales, al que se da prioridad sobre el resto de las fuentes de sentido. Por ello, advierte, aún cuando estas identidades pueden tener origen en las instituciones, sólo se convierten en tales, si los actores sociales las interiorizan y construyen sentido en torno a esta interiorización[38]

Para Gramsci hablar de ciudadanía implica, la definición de un concepto, implícito o explícito, de hombre y de cultura. Respecto a la cultura, plantea que no puede ser un privilegio privativo de las clases dominantes ya que la enseñanza es sostenida con los impuestos directos pagados por el proletariado, cuyos hijos difícilmente acceden a los niveles superiores. Su preocupación por buscar una respuesta a las necesidades y demandas culturales de las clases trabajadoras le lleva a la búsqueda de una cultura nueva que llegue a convertirse en hegemónica. Lo primero es romper con el significado del concepto mismo, con lo que la palabra cultura representa en ese Estado. Señala: "hay que deshabituarse y dejar de concebir la cultura como saber enciclopédico, en el que tan sólo se ve al hombre bajo la forma del recipiente que hay que llenar y atiborrar de datos empíricos, de hechos mortificantes y sin hilvanar que él podrá después encasillar en su cerebro…  (…) La cultura es algo muy distinto, es organización, disciplina del propio yo interior, es toma de posición de la propia personalidad, es conquista de una conciencia superior, por la cual se llega a comprender el propio valor histórico, la propia función en la vida, los propios derechos y deberes" [39]

Su definición de cultura acaba con una clara referencia a la toma de conciencia y clarificación para la lucha política, para el cambio: "Estudio y cultura no son para nosotros otra cosa que conciencia teórica de nuestros fines inmediatos y supremos, y del modo como podremos llevarlos a la práctica"[40].

La preocupación de Gramsci por la cultura es la de llevar a la clase obrera a la gestión social, a convertirse en clase dirigente, pretende llevar a todos a una filosofía superior de la vida. Lewkowicz dirá que "crear una nueva cultura no significa hacer sólo individualmente descubrimientos originales, sino también, y especialmente, difundir críticamente verdades ya descubiertas, socializarlas, por así decirlo, y por tanto convertirlas en bases de acciones vitales, elementos de coordinación y de orden intelectual y social. Que una masa de hombres sea conducida a considerar unitariamente el presente real es un hecho filosóficamente mucho más importante y original que el hallazgo por parte de un genio filosófico de una nueva verdad que se conserve como patrimonio de pequeños grupos intelectuales"[41].

El objetivo está en posibilitar que cualquier ciudadano pueda convertirse en gobernantes y que se le den las condiciones generales para que pueda llegar a serlo; la democracia política tiende a hacer coincidir a gobernantes y gobernados, a establecer el consenso entre gobernantes y gobernadillos, proporcionando a estos últimos las capacidades y la preparación adecuadas para este fin; el objetivo no es otro que hacer un intelectual de cada miembro de un partido político[42]

Como es evidente, las instituciones educativas existentes son inadecuadas a estos fines, por lo cual será necesario buscar vías alternativas, posibilidades diferentes de organización y difusión de la cultura, surgidas desde abajo, de entre las capas más bajas económica y culturalmente pero más elevadas en número[43]

Lewkowitz afirma que la institución propia para definir ese ser en conjunto representado como el pueblo es la historia. La historia es una institución del siglo XIX que establece que un pueblo es tal porque tiene un pasado en común. El fundamento del lazo social es nuestro pasado en común. Es una institución sumamente poderosa porque, en la medida en que el pueblo se define por su pasado en común, la historia deviene el reservorio de las potencias. Y la elección política dependerá de cuál de las potencias contenidas en germen en el pasado nacional es llevada al acto. Se entiende que, si un pueblo se define por un pasado en común, si ahí está su identidad y sus posibilidades, entonces la política no puede ser otra cosa que transformar en acto eso que era en potencia en el pasado nacional. Ahí radica el fundamento de la solidaridad entre historia y representación. El soberano se hará representar a partir de una comprensión del ser en común como determinado por su historia. Entonces, deviene ciudadano[44]

Este concepto de ciudadanía tiene también su correlato en un concepto de identidad propio de la modernidad, referido a un territorio y que es, en casi todos los casos, monolingüística. Los estados-nación tomaron como expresa tarea la construcción de una identidad nacional, que tomó forma por encima de las diferencias étnicas o culturales que afectaban a su población. La ciudadanía que corresponde a esta identidad nacional se afianza sobre la figura del derecho a ser considerado igual; todos los ciudadanos son iguales ante la ley[45]

Como lo menciona Rebellato la historia como memoria de "la violencia desatada por la conquista de América, la marginación y opresión de los indígenas, de las mujeres, de los enfermos psiquiátricos, de los discapacitados, de los tóxicodependientes, de quienes ya no tienen ni donde vivir ni de qué vivir", de los excluidos social y culturalmente[46]

Vale la pena rescatar la concepción desarrollada por García Canclini de "hibridación", como proceso que da cuenta del cambio de reglas para definir la integración: "la hibridación es la modificación de las identidades en amplios sectores populares, que son ahora multiétnicos, migrantes, políglotas y que cruzan elementos de varias culturas". El proceso de hibridación permite entender la integración como un campo de lucha. Es decir no creemos que haya que dejar de hablar de integración, sino más bien deconstruir dicha noción analizando los efectos que produjo su inscripción en los distintos discursos político-pedagógicos en que fue históricamente construida[47]

CAPITULO III

El "manicomio". La institucionalización de la locura

"¿Qué condición más miserable que la de vivir así, sin tener nada propio, pendiente de otro la comodidad, la libertad, el cuerpo y la vida"

ESTEBAN DE LA BOETIE "Discurso sobre la servidumbre voluntaria"

Foucault (1976) nos dice que "no fue preciso llegar al siglo XVII para encerrar a los locos, pero sí es en esta época cuando se los comienza a internar, mezclándolos con una población con la cual se les reconoce cierta afinidad. Hasta el renacimiento, la sensibilidad ante la locura estaba ligada a la presencia de trascendencias imaginarias. En la edad clásica[48]por vez primera, la locura es percibida a través de una condenación ética de la ociosidad y dentro de una inmanencia social garantizada por la comunidad del trabajo"[49].

Es así, como el hospital se configura entre los siglos XVI y XVIII, como el lugar institucionalizado con una doble función, por un lado ser el instrumento que va a dar respuesta al problema de la pobreza, a la enfermedad y la marginación, sirviendo de albergue para pobres, locos, desvalidos y todo tipo de marginados y excluidos, y al tiempo se convierte en un instrumento de control social.

A principios de XIX se va configurando el "manicomio" como la institución específica para la atención del enfermo mental desempeñando diferentes funciones: por un lado, una función médica de tratamiento y curación, cuya eficacia es escasa por los efectos de masificación, su escasez de personal y precariedad de los medios y condiciones y por el otro, una función social, de asilo y refugio protegido para aquellos que no contaban con medios ni capacidades para afrontar la vuelta a su comunidad. Es así como el manicomio acabará estructurándose como una institución total.

El objetivo terapéutico, el tratamiento médico y el cuidado irán perdiendo peso e irá primando cada vez más la función de control social.

Es allí donde Foucault (1976) se interrogará de la siguiente manera: ¿por qué el ejercicio físico del castigo (que no es el suplicio) fue sustituido, junto con la prisión que es su soporte institucional, al juego social de los signos del castigo y a la fiesta locuaz que los hacía circular?"[50]

En su obra "Vigilar y castigar", Foucault (1989) organiza su análisis con base a cuatro ejes principales, a saber: Suplicio, Castigo, Disciplina, Prisión. Dentro del capítulo dedicado a la "disciplina" hace referencia a "Los medios del buen encauzamiento" y "El panoptismo".

A través de la metáfora del panoptismo, tomada de Jeremías Bentham, quién plasma este modelo de vigilancia social construyendo esta idea a partir de una metáfora de la sociedad que la denomina Panóptico, forma arquitectónica que permite un tipo de poder del espíritu sobre el espíritu, una especie de institución que vale tanto para las escuelas como para los hospitales, las prisiones, los reformatorios, los hospicios o las fábricas. El panóptico era un sitio en forma de anillo en medio del cual había un patio con una torre en el centro. El anillo estaba dividido en pequeñas celdas que daban al interior y al exterior y en cada una de las celdas había, según los objetivos de la institución, un niño aprendiendo a escribir, un obrero trabajando, un prisionero expiando sus culpas, un loco actualizando sus locuras, etc. En la torre central había un vigilante y como cada celda daba al mismo tiempo al exterior como al interior, la mirada del vigilante podía atravesar toda la celda.

Foucault por su parte, apunta al conjunto de mecanismos que operan en el interior de todas las redes de procedimientos de lo que se sirve al poder. El panoptismo ha sido una invención tecnológica en el orden del poder, como la máquina de vapor en el orden de la producción. Esta invención tiene esto de particular: que ha sido utilizada en un principio en niveles locales: escuelas, cuarteles, hospitales etc..

Deleuze (1991) afirma que Foucault situó a las sociedades disciplinarias entre los siglos XVIII y XIX; estas sociedades alcanzan su apogeo a principios del XX, y proceden a la organización de los grandes espacios de encierro. El individuo no deja de pasar de un espacio cerrado a otro, cada uno con sus leyes: primero la familia, después la escuela, después el cuartel, después la fábrica, de tanto en tanto el hospital, y eventualmente la prisión, que es el lugar de encierro por excelencia[51]

Como él mismo lo destaca: "La disciplina 'fabrica' individuos; es la técnica específica de un poder que se da en los individuos a la vez como objetos y como instrumentos de su ejercicio. No es un poder triunfante que a partir de su propio exceso pueda fiarse en su superpotencia; es un poder modesto, suspicaz, que funciona según el modelo de una economía calculada pero permanente"[52].

El ejercicio de la disciplina se despliega según Foucault en tres aspectos fundamentales: la vigilancia jerárquica, la sanción normalizadora y el examen. La vigilancia se ejerce partir de la mirada sobre el otro, con la finalidad de vigilar permanentemente su comportamiento, para que éste no se desvíe del cauce normal. "El aparato disciplinario perfecto permitiría a una sola mirada verlo todo permanentemente".Se ha aprendido a confeccionar historiales, a establecer anotaciones y clasificaciones a hacer la contabilidad integral de estos datos individuales. Se instala, entonces como rasgo característico de la modernidad una sociedad disciplinaria, panóptica que tiene como objetivo central formar cuerpos dóciles, susceptibles de sufrir modificaciones a través de tres operaciones:

  • La vigilancia continua y personalizada

  • Mecanismos de control de castigos y recompensas

  • La corrección, como forma de modificación y transformación de acuerdo a las normas prefijadas.

La vigilancia, dentro del panoptismo desempeña un rol destacado, dado que la misma sobre los individuos no se ejerce al nivel de lo que se hace sino de lo que se es o de lo que se puede hacer. La vigilancia tiende cada vez más a individualizar al autor del acto, dejando de lado la naturaleza jurídica o la calificación penal del acto en sí mismo.

En este sentido, Foucault habla de la arquitectura de la vigilancia que haga posible que una única mirada pueda recorrer el mayor número de rostros, cuerpos, actitudes la mayor cantidad posible de las cedas; así la tarea principal que le compete a la vigilancia es "vigilar a los individuos antes de que la infracción sea cometida" por eso se la simboliza por un ojo siempre abierto[53]

El panoptismo más allá de ser simbolizado a través de la metáfora enunciada anteriormente, se corporiza en la realidad de las diferentes instituciones, de este modo Foucault detalla quisiera mostrar cómo es que existe este panoptismo al nivel más simple y en el funcionamiento cotidiano de instituciones que encuadran la vida y los cuerpos de los individuos: el panoptismo, por lo tanto, al nivel de la existencia individual. Así el individuo pertenece a un grupo y el grupo se desenvuelve en las distintas instituciones que conforman la sociedad disciplinaria, como la prisión, la escuela, el hospital, la fábrica etc.

Tales instituciones son denominadas por el autor estructuras de vigilancia y todas tienen: un fin común el fijar o vincular a los individuos a un aparato de normalización de los hombres; un objetivo basado en ligar al individuo al proceso de producción, formación o corrección de los productores que habrá de garantizar la producción y a sus ejecutores en función de una determinada norma y un efecto común que es la exclusión del individuo[54]

Las instituciones no deben ser clasificadas en estatales y no estatales sino definidas como una red institucional de secuestro que rigen la dimensión temporal de la vida de los individuos y la existencia de los mismos.

Así sus funciones se centran en el control del tiempo, basado en la apropiación y explotación de la cantidad del mismo y en el control del cuerpo, basado en un sistema determinado encargado de formarlo y valorizarlo. En este sentido, Foucault afirma en esta sociedad. En el siglo XIX el cuerpo adquiere una significación totalmente diferente y deja de ser aquello que debe ser atormentado para convertirse en algo que ha se ser formado, reformado corregido, en un cuerpo que debe adquirir aptitudes, recibir ciertas cualidades y calificarse como cuerpo capaz de trabajar. Es importante desatacar que, más allá de que todas las instituciones que conforman esta red son especializadas, el funcionamiento de cada una supone una disciplina general de la existencia que supera ampliamente las finalidades para las que fueron creadas[55]

Dentro de las instituciones de secuestro Foucault califica al poder como, económico, político, judicial, y epistemológico. Éste último es entendido como un poder de extraer un saber de y sobre estos individuos ya sometidos a la observación y controlados por estos diferentes poderes.

Así lo menciona: "históricamente, el proceso por el cual la burguesía devino en el siglo XVIII la clase políticamente dominante encontró abrigo tras la instalación de un marco jurídico explícito, codificado, formalmente igualitario, y a través de la organización de un régimen de tipo parlamentario y representativo. Sin embargo, el desarrollo y la generalización de los dispositivos disciplinarios constituyen otra vertiente, oscura, de este proceso. (.) las disciplinas corporales y reales constituyeron el subsuelo de las libertades formales y jurídicas"[56].

Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, en forma paralela empezaron a surgir diferentes críticas tanto por su situación y condiciones como por su poca efectividad. Pero no fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial cuando se formó un movimiento para transformar la situación de la atención psiquiátrica. Fue un intento de reconvertir e incluso suprimir el hospital psiquiátrico y la búsqueda de un nuevo contexto en donde situar a las personas con enfermedad mental y atender sus problemas: la comunidad.

III.2) La locura como manifestación de la individualidad.

Definir la locura

"Los hombres son tan necesariamente locos que habría que estar afectado por otro giro de locura para no estarlo" Pascal

Foucault menciona en el prólogo de "La historia de la locura en la época clásica" que el hombre europeo desde el fondo de la Edad media tiene una relación con algo a lo que llama confusamente: Locura, Demencia, Sinrazón[57]Lo menciona en estas palabras: "La demencia es, pues, en el espíritu, al mismo tiempo el completo azar y el determinismo total; todos los efectos pueden producirse allí, porque todas las causas pueden provocarla. No hay trastorno en los órganos del pensamiento que no pueda suscitar uno de los aspectos de la demencia. Hablando propiamente, no tiene síntomas; antes bien, es la posibilidad abierta de todos los síntomas posibles de la locura…"[58].

Por tanto, hablar sobre la locura y la cordura es contraponerlas directamente. Algo análogo a la distinción entre la luz y la sombra: las cuales se excluyen mutuamente pero no puede comprenderse una sin la otra.

A lo largo de la historia ha despertado el interés de numerosos artistas. La expresión de enajenación, extrañamiento de sí mismo y del mundo circundante, pavor o furia de los enfermos mentales, los "locos", queda recogida en cuadros de Gericault, Picasso, El Bosco, Goya o Klimt entre otros.

De la obra pictórica amplia y extensa de Francisco de Goya se desprenden las siguientes tres obras que ilustran claramente la temática de la locura: "¿Locos en el manicomio?", "Casa de locos" y "Corral de locos".

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"¿Locos en el manicomio?"[59]

El nombre de la obra presuntamente atribuida a Francisco de Goya se titula "¿locos en el manicomio?". Aunque la autoría de la obra y el tema son dudosos -podría tratarse de presos en la cárcel- otras pinturas de Goya guardan semejanza formal y temática con ésta obra. Las condiciones de locos y presos no debían ser muy diferentes en la época.  Eso puede visualizarse en el cepo de los pies en los internos[60]

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Casa de Locos Francisco de Goya (1815-19) [61]

El mundo de la locura será una obsesión constante en Goya tras sufrir la enfermedad en 1792 que le dejó sordo. Algunas de las estampas de los Caprichos están pobladas por una extraña fauna digna de ser encerrada y en algunas pinturas -véase Corral de locos- también aparece la locura como eje principal. Las Pinturas Negras culminan una temática en la que Casa de locos tiene un papel destacado, quizá por las actitudes de los personajes que la integran. Numerosas figuras desnudas se dispersan por una amplia y abovedada estancia. Observamos a un rey con corona y cetro, un papa con la tiara bendiciendo, un militar, un cornudo y un jefe salvaje junto a un embozado y diversos dementes en diferentes actitudes. Como ocurre en todas las tablas de la serie de "caprichos"[62] de la Academia –Corrida de toros, Procesión de disciplinantes y Auto de fe de la Inquisición son sus compañeras- la individualización de las figuras y sus expresiones se convierten en auténticos protagonistas, más aún por la dificultad al aplicar una pincelada tan rápida y poco precisa[63]

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Corral de Locos (1793-94) Francisco de Goya

Esta obra se expone en el Museo Meadows (Dallas). Se trata de un óleo sobre lámina metálica de 43.5 por 32.4 cm. La pintura ilustra a dos locos desnudos que combaten mientras sus compañeros les animan o continúan en su mundo de locura. La escena se desarrolla en una amplia estancia sin techo, soportando así los dementes las inclemencias del tiempo. Corral de locos pertenece – junto al Naufragio o El incendio – a la serie de pequeñas hojalatas pintadas por Goya en su periodo de convalecencia durante el invierno de 1792. Cargada de dramatismo, nos presenta la situación de un grupo de enfermos mentales sin ninguna asistencia, peleándose unos, animando o mirando hacia el espectador otros. El pintor conoció en alguna oportunidad un lugar de este tipo, mostrándonos quizá su miedo a un estado de locura que provocaría el ingreso en un lugar así. No olvidemos que la fuerte enfermedad que le dejó sordo en 1792 tuvo que trastornar tremendamente el carácter y la personalidad del maestro, ofreciéndonos ahora una visión de sus miedos y sus anhelos[64]

Es así como interiormente en el tema de la locura, aparecen categorías que la acechan como: la normalidad y la anormalidad. Dichos conceptos, normal y anormal constituyen delimitaciones para la separación de los grandes conceptos de cordura y locura respectivamente y que, coinciden con conceptos como: sagrado y profano (Renacimiento), razón y sin razón (Época Clásica); sanidad y enfermedad (o patología) sensatez e insensatez, correcto e incorrecto, que se configuran según la época y su moralidad.

Pero si analizamos la etimología del término loco este aparece como adjetivo: "Dícese de quien está afectado de un alto nivel de independencia intelectual; del que no se conforma a las normas de pensamiento, lenguaje y acción que los conformantes han establecido observándose a sí mismos; del que no está de acuerdo con la mayoría; en suma, de todo lo que es inusitado. Vale la pena señalar que una persona es declarada loca por funcionarios carentes de pruebas de su propia cordura. Por ejemplo, el ilustre autor de este diccionario no se siente más convencido de su salud mental que cualquier internado en un manicomio, y salvo –demostración en contrario- es posible que en vez de la sublime ocupación a que cree dedicar sus facultades, esté golpeando los puños contra los barrotes de un asilo y afirmando ser Noé Webster, ante la inocente delectación de muchos espectadores desprevenidos[65]

En un pasaje posterior de su obra, Bierce define a la Locura, como ese "don y divina facultad" cuya energía creadora y ordenadora inspira el espíritu del hombre, guía sus actos y adorna su vida.

Para el caso de la Real Academia Española la etimología de la palabra remite a lo siguiente: loco

1. adj. Que ha perdido la razón.

2. adj. De poco juicio, disparatado e imprudente.

3. adj. Dicho de cualquier aparato o dispositivo: Que funciona descontroladamente.

4. adj. Que excede en mucho a lo ordinario o presumible.

5. adj. Dicho de las ramas de los árboles: Viciosas, pujantes.

6. adj. Fís. Dicho de las poleas u otras partes de las máquinas: Que en ocasiones giran libre o inútilmente.

7. m. y f. coloq. Nic. y Ur. Entre jóvenes, u. para dirigirse o llamar a otro.

8. f. Hombre homosexual.

9. f. coloq. eufem. Arg., Cuba y Ur. Mujer informal y ligera en sus relaciones con los hombres.

10. f. coloq. eufem. Arg. y Ur. prostituta.

~ de atar.

1. loc. adj. coloq. Dicho de una persona: Que en sus acciones procede como loca.

~ perenne.

1. loc. adj. Dicho de una persona: Que en ningún tiempo está en su juicio.

2. loc. adj. coloq. Que siempre está de chanza.

a locas.

1. loc. adv. a tontas y a locas.

a lo ~.

1. loc. adv. coloq. Con inconsciencia o sin reflexión.

cada ~ con su tema.

1. expr. coloq. U. para comentar la excesiva insistencia de alguien sobre algo [66]

Como se puede ver la etimología del término "loco" adquiere una diversidad de significados, de acuerdo al contexto en que se lo aplique.

No obstante, la definición de loco en el siglo XIX se enmarca, en un principio, dentro de unos usos sociales dónde es el comportamiento individual el que marca la caracterización del loco. Así, un loco se reconocía socialmente como tal por su comportamiento[67]

La conciencia moderna tiende a otorgar a la distinción entre lo normal y lo patológico el poder de delimitar lo irregular, lo desviado, lo poco razonable, lo ilícito y también lo criminal. Foucault (1996) dirá: "todo lo que se considera extraño recibe, en virtud de esta conciencia, el estatuto de la exclusión cuando se trata de juzgar y de la inclusión cuando se trata de explicar. El conjunto de las dicotomías fundamentales que, en nuestra cultura, distribuyen a ambos lados del límite las conformidades y las desviaciones, encuentra así una justificación y la apariencia de un fundamento"[68]

Lo que hasta ahora venía siendo una frontera clara entre la locura y normalidad empieza a desdibujarse con el surgimiento de una nueva ciencia: la psiquiatría.

En relación a eso: "La clínica aparece como dimensión esencial del hospital, entendiendo por clínica a este respecto a la organización del hospital como lugar de capacitación y transmisión de saber. Pero sucede también que, con la introducción de la disciplina en el espacio hospitalario, que permite curar así como registrar, capacitar y acumular conocimientos, la medicina ofrece como objeto de observación un inmenso campo, limitado por un lado por el individuo y por el otro por la población. Con la aplicación de la disciplina del espacio médico y por el hecho de que se puede aislar a cada individuo, instalarlo en una cama, prescribirle un régimen, etc., se pretende llegar a una medicina individualizante. En efecto, es el individuo el que será observado, vigilado, conocido y curado. El individuo surge como objeto del saber y de la práctica médica[69]

El Bosco en su obra "La extracción de la piedra de la locura" puede ilustrarnos lo mencionado recientemente por Foucault.

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"La extracción de la piedra de la locura" (EL BOSCO) 1485. Museo El Prado.

En la misma aparecen cuatro personajes sumamente llamativos. La leyenda escrita en el cuadro dice: "Saca fuera la piedra. Mi nombre es Lubbert Das". Este supuesto nombre puede traducirse por "bajito y castrado" o según algunos sería el equivalente en Flandes a persona simple y boba. El cuadro está pintado como un tablero redondo, cuya forma representaba en aquel tiempo el mundo redondeado en consonancia entre hombre y cosmos. Que El Bosco eligiera precisamente esta forma para hacer una denuncia contra el fanatismo de los hombres, es ciertamente intencionado y se encuentra a menudo en su obra[70]

Analizando uno por uno los personajes, de izquierda a derecha tenemos un supuesto cirujano que opera brutalmente al paciente extrayéndole la "piedra de la locura". Va ataviado con traje largo y un embudo en la cabeza. De su cinturón cuelga una bolsa de dinero. El siguiente es el paciente intervenido, con cara de simplón, paticorto y barrigudo, que se deja hacer. Otro es un fraile, que habla al paciente y sostiene una jarra.

Por último, apoyada sobre una mesa está una religiosa con su hábito que observa la intervención quirúrgica entre aburrida y curiosa y sobre su cabeza mantiene un libro cerrado. Todos estos elementos son una clara denuncia de la credulidad de algunos y del descaro de otros para ganar dinero. El crédulo es el operado, que cree que le van a curar la locura sacándole una piedra del cerebro. Su bolsa de dinero está atravesada por un puñal (significa que está siendo estafado). El "cirujano" tiene su bolsa bien rellena (ha ganado dinero mediante el engaño al tonto) y el embudo del revés simboliza que sólo recibe, no da (a cambio de no hacer nada realmente, cobra una suma de dinero). El fraile, cómplice del timo, implica a la Iglesia en la fabricación de falsas creencias, miedos y misterios para obtener beneficios económicos de los ignorantes. La religiosa, sostiene el libro cerrado, símbolo de la incultura y la desinformación, también lleva una bolsa colgada[71]

No obstante, la presencia de la pintura en la obra de Michel Foucault (1926-1984) se puede visualizar en dos textos: uno sobre las Meninas en Las palabras y las cosas que hace mención a la destaca obra del pintor Velásquez y en La historia de la locura cuya primera parte comienza con la descripción de La nave de los locos, de Jerónimo Bosch.-más conocido como EL Bosco (1450-1516).

En la Edad Media la imagen era la de la Nave de los Locos: la locura no se encierra; se envía a un viaje infinito sin puerto (El Bosco), pero no cumple un papel social.

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La nave de los locos (El Bosco) 1503-0504. Museo de Louvre. París. Francia[72]

Existe una hipótesis según la cual La Nave de los Locos podría haber formado parte de una serie dedicada a los Pecados Capitales, cuyas tablas estarían perdidas excepto una, la Muerte del Avaro. Esta pintura, por tanto, podría representar el pecado de la gula, sin embargo ha sido cortada por arriba y por abajo, limitando las posibilidades a la hora de interpretar la escena puesto que faltan personajes. La nave está llena de monjas y frailes, alrededor de una mesa, con instrumentos musicales. Tanto la música como las cerezas del plato aluden a la lujuria. Todos cantan y beben; una monja hace proposiciones al borracho caído. La nave no tiene proa ni popa, lo que indica que no tiene dirección. Hombres desnudos nadan a su alrededor y piden bebida. En el centro, los personajes parecen querer morder un enorme buñuelo colgado, mientras otro trepa por el mástil para atacar a un pollo asado. El mástil es un árbol, del que flota un pendón con la media luna de los turcos. Entre el follaje vemos una lechuza, que simboliza la herejía.

"La nave de los locos" es una composición literaria inspirada en el viejo ciclo de los Argonautas, que ha vuelto a cobrar vida entre los grandes temas de la mitología en los albores del Renacimiento, "cuando Sebastián Brant escribe el poema Narrenschiff (1492), concebido como un espejo donde cada uno pueda ver su contrahechura, y Jerónimo Bosco, en los últimos años del siglo, compone un cuadro del mismo título. El Bosco conoció seguramente el poema de Brant, pero no tuvo necesidad de inspirarse en él, puesto que la metáfora de la nave era usada comúnmente en la Edad Media. Una imagen popular era la barca de la Iglesia, tripulada por prelados y clérigos, transportando a salvo su carga de almas hasta el puerto de la Gloria. En un poema alegórico del siglo XIV, "el Peregrinaje de la vida del hombre", de Guillermo de Deguilleville, la nave de la religión lleva un mástil que simboliza el crucifijo, con castillos que representan las órdenes religiosas. La de la nave es una imagen familiar, pues, entre los pintores y poetas de los siglos XIV y XV"[73].

La "Stultífera Navis", la Nave de los Locos, es un objeto nuevo que aparece en el mundo del Renacimiento: un barco que navega por los ríos de Renania y los canales flamencos. Los locos vagan en él a la deriva, expulsados de las ciudades. Son distribuidos en el espacio azaroso del agua (símbolo de purificación).

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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