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Compendio sobre Cambio Climático (página 4)


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

5.11 Desarrollar una práctica de auxilio popular en caso de catástrofe. (28)

Con estas tareas políticas se trata, desde una razón y una política estratégica, de articular los diversos movimientos sociales tendencialmente anticapitalistas para generar una hegemonía política emergente que enfrente al Capital y le imponga una serie de medidas para estabilizar el Cambio Climático.

Las medidas más radicales tienen que ver con la expropiación de los grandes medios de producción y la distribución de la riqueza social para desenajenarlos de la racionalidad capitalista y ponerlos al servicio del conjunto de la sociedad y el cuidado de los ecosistemas; también tienen que ver con la gestión y planificación duradera y democrática de los bienes, servicios y recursos públicos para que dejen de estar controlados por una minoría interesada en su beneficio particular. Tienen que ver, en fin, con terminar con la Dictadura del Capital para empezar a levantar una sociedad ecosocialista, de la cual Michael Lowy nos ofrece el siguiente trazo utópico:

"Una sociedad sin clases y liberada de la alienación capitalista, del "ser" por encima del "tener"; vale decir, de tiempo libre para la realización personal mediante actividades culturales, deportivas, lúdicas, científicas, eróticas, artísticas y políticas, en lugar del deseo de poseer una infinidad de productos." (29)

Para ello es urgente recuperar el largo plazo civilizatorio estabilizando el Cambio Climático y frenando el Ecocidio planetario. Para ello es necesario empezar, en una larga y lenta revolución permanente, a cambiar la vida, transformar al mundo y cuidar a la naturaleza. Todo ello plantea, también, la urgente necesidad de Otra izquierda, anticapitalista y ecosocialista. www.ecoportal.net

Andrés Lund Medina. Comisión Ecosocialista del PRT, sección mexicana de la IV Internacional – http://www.rebelion.org

Notas:

(1) Benjamin, Walter. La dialéctica en suspenso. ARCIS-LOM, Santiago, s/f, p.75

(2) Mike Davis, "¿Quién construirá el arca?" En EstePaís:

http://estepais.com/site/?cat=12&n=230

(3) Cfr. el importante libro de Schoijet, Mauricio. Límites del crecimiento y cambio climático. Siglo XXI, México 2008, 352pp.

(4) Cfr. Schoijet, primera y segunda parte.

(5) Cfr. Jorge Riechmann, "Calentamiento climático: ¿cómo se calcula su impacto?":

http://www.fuhem.es/media/ecosocial/file/Sostenibilidad/…..

(6) Lowy, M. "Crisis ecológica, capitalismo, altermundismo", en:

http://marxismoecologico.blogspot.com/2010/01/crisis-ecologica-capitalismo.html

(7) Cfr. Informe Brundtland, en:

http://www.oarsoaldea.net/agenda21/files/Nuestro%20futuro%20comun.pdf

(8) Leff, Enrique. Discursos sustentables. Siglo XXI, México 2008, p.124

(9) Idem., p.127

(10) Lowy, Ibid.

(11) Bensaïd, Daniel. Cambiar el mundo. Catarata, Madrid 2004, p.150

(12) IV Internacional, "El Cambio Climático capitalista y nuestras tareas" en:

http://www.puntodevistainternacional.org/spip.php?article311

(13) Cfr.: PRT, Introducción al Ecosocialismo.

(14) Cfr. Bellamy Foster, La ecología de Marx. El Viejo Topo, España 2000.

(15) Víctor Toledo, en: Calva, J.L.coord. Sustentabilidad y desarrollo ambiental. Porrúa-UNAM, México 2007, p.191

(16) Cfr.: O"Connor, James. Causas naturales. Ensayos de marxismo ecológico. Siglo XXI, México 2001, 406pp.

(17) Idem.

(18) PRT, op. cit.

(19) Bartra, Armando. Tomarse la libertad. Ítaca, México 2010, p.199

(20) Cfr.: Reichamann, J. Biomímesis. Catarata, Madrid 2006, 362pp.

(21) IV Internacional, op. cit.

(22) Idem.

(23) Idem.

(24) Idem.

(25) Idem.

(26) Idem.

(27) Idem.

(28) Idem.

(29) Lowy, op.cit.

La crisis climática y la Tierra

Por Shalmali Guttal y Sofía Monsalve

La tierra, los bosques y el agua deben ser protegidos como riqueza social común y se debe garantizar la seguridad de la tenencia de los recursos a los pequeños agricultores, los pescadores, los pastores trashumantes y las comunidades indígenas, a través de una reforma agraria integral. Los recursos y las políticas públicas deben reorientarse para apoyar el uso de la tierra y las prácticas agrícolas que enfrían el planeta, nutren la biodiversidad y ahorran energía. De esta forma se podrá controlar el calentamiento global, alcanzar la soberanía alimentaria y reducir la angustiosa emigración rural hacia las zonas urbanas

Cuando hablamos de la crisis del cambio climático, generalmente nos referimos a las alteraciones recientes y futuras de los sistemas del clima del planeta que pueden atribuirse a actividades humanas (1). A la cabeza de estas actividades encontramos la quema de los combustibles fósiles, la explotación de los recursos naturales y la producción y consumo de energía y bienes industriales. Todos estos sectores son grandes emisores de gases de efecto invernadero (GEI). El incontenible calentamiento del clima mundial resultante del aumento de las concentraciones de GEI en la atmósfera, ya ha provocado distorsiones en las condiciones del tiempo en las cuatro estaciones y en los patrones de las precipitaciones, así como el derretimiento de glaciares, cambios en los ciclos hidrológicos y mayor incidencia de eventos climáticos extremos, con graves consecuencias para los ecosistemas, la producción agrícola, la seguridad alimentaria y la seguridad del abasto y acceso al agua, y para los medios de sustento de las comunidades pobres urbanas y rurales en todo el mundo.

La tierra y el agua son elementos centrales de la crisis del clima. La industrialización y el crecimiento económico dependen en gran medida de la explotación de la tierra y el agua, y su acaparamiento para servir a la producción de energía, la minería, la industria, la agricultura, los parques tecnológicos, el turismo, la recreación y la expansión urbana, continúa de manera irrefrenable en todas partes del mundo. Los cambios en la cobertura de la Tierra y los cambios en el uso del suelo son los impactos mundiales más antiguos de la humanidad y han producido cambios significativos en la cantidad de carbono que se almacena y se libera en la atmósfera. Los bosques y los humedales almacenan más carbono que las praderas, las que, a su vez, almacenan más carbono que los cultivos. Los bosques naturales del mundo, las sabanas y los humedales han contribuido durante mucho tiempo a mantener el balance en el ciclo del carbono, pero su conversión a otros usos ha reducido gravemente este servicio crucial de estos ecosistemas. Hay estudios, incluidos los del Panel Internacional sobre Cambio Climático (PICC o IPCC por su sigla en inglés), que muestran que el uso del suelo y los cambios en el uso del suelo son responsables de más del 30 por ciento de las emisiones de GEI que atrapan el calor en la atmósfera de la Tierra y ocasionan el calentamiento global.

Las plantas, las especies animales y la vida marina están amenazadas o desapareciendo a un ritmo sin precedentes debido a los efectos combinados del calentamiento global y la explotación industrial. La vida en su conjunto está en peligro por el descenso de la disponibilidad de recursos de agua dulce. Ya hay más de mil millones de personas que viven sin acceso a agua potable segura y más de un millón de personas -la mayoría niños– mueren cada año de enfermedades como la diarrea, la disentería y el cólera, que están relacionadas con la falta de una higiene adecuada y de agua potable segura.

Las evaluaciones del PICC indican que, a nivel mundial, se prevé que los impactos negativos del cambio climático sobre los sistemas de agua dulce serán enormes. Las proyecciones indican que, a partir de 2050, se duplicará o más el área de tierra sometida al creciente estrés hídrico. Se prevé que el aumento en la intensidad y variabilidad de las precipitaciones incremente los riesgos de inundaciones y sequías en muchas áreas y afecte negativamente la recarga de los acuíferos subterráneos, reduciendo así las reservas hídricas de las napas freáticas. Debido a los cambios en la temperatura y el patrón de lluvias, las sequías han venido sucediéndose de manera más frecuente desde 1970. Se prevé que los cambios en la cantidad y calidad de agua debidos al cambio climático determinen una disminución de la disponibilidad de alimentos y un aumento de la vulnerabilidad de las comunidades rurales pobres, en especial en los trópicos áridos y semiáridos, y en los mega-deltas de Asia y África. Está previsto también el ascenso de los niveles del mar, que modificará la vida de las comunidades costeras, generando mayores desplazamientos en el interior de los países y entré países -en particular en Asia y África- y desatará nuevos conflictos por la tierra y el agua.

La destrucción causada por el calentamiento global va más allá de lo físico. Las condiciones del tiempo impredecibles y constantemente cambiantes cuestionan los conocimientos y la resiliencia local que han sido la base de un buen manejo de la agricultura y los ecosistemas en coproducción con la naturaleza, los que deberán ser reconstruidos a nuevo para ajustarse a las nuevas condiciones climáticas. En el período de transición, sin embargo, es probable que las comunidades rurales se tornen más vulnerables y dependientes de insumos y técnicas externas, y pierdan su preciado conocimiento local sobre los alimentos, las plantas medicinales, los suelos y el manejo costero, la protección de los bosques y la biodiversidad, etc.

Agricultura industrial

La agricultura y las pesquerías son sumamente vulnerables al cambio climático. Hoy, el 75 por ciento de los pobres del mundo viven en zonas rurales en los países en desarrollo y dependen de la agricultura familiar minifundista, la pesca artesanal y el pastoreo trashumante. Independientemente de las variaciones regionales, se prevé que el cambio climático tendrá impactos negativos sobre estas comunidades. Mientras se proyecta que enormes superficies en Rusia, Canadá y China se convertirán en tierras de cultivo, en las regiones tropicales y semitropicales el cambio climático probablemente conduzca a un descenso importante de los rendimientos de la producción agrícola, acelere la degradación de las tierras de cultivos y la línea costera, aumente la desertificación y provoque el desplazamiento de millones de pequeños productores rurales minifundistas.

La agricultura y otros sectores cuya actividad se basa en el uso del suelo son también grandes emisores antropogénicos de GEI a nivel mundial: la agricultura da cuenta de alrededor del 13,5 por ciento de las emisiones, aunque, contando el transporte, el procesamiento y la distribución de los productos agrícolas, esta cifra aumenta considerablemente; los cambios en el uso del suelo y la silvicultura representan el 17,4 por ciento (2), y la deforestación es responsable del 25 al 30 por ciento de las emisiones mundiales de GEI (3), aunque una investigación reciente muestra que la contribución combinada de las emisiones de la deforestación y la degradación de los bosques y las turberas da cuenta de alrededor del 15 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero, una participación similar a la del sector del transporte (4). La tierra agrícola ocupa entre el 40 y el 50 por ciento del total de la superficie continental del planeta y da cuenta del 60 al 80 por ciento de las emisiones de óxido nitroso (N2O) y entre el 50 y el 55 por ciento de las emisiones de metano (CH4) (5). La producción pecuaria da cuenta del 70 por ciento del uso de la tierra agrícola y los cultivos para forraje y alimento animal representan el 33 por ciento del total de la tierra arable. Un informe de la FAO estima que las emisiones de GEI provenientes de los cultivos comerciales de forraje y alimento animal, el transporte de estos alimentos y de los productos de origen animal, la fermentación entérica y las emisiones de CH4 y N2O derivadas del estiércol animal son responsables del 18 por ciento de las emisiones de GEI (FAO, 2006). Hay estudios que indican que las emisiones antropogénicas de GEI provenientes de la agricultura están aumentando debido al uso creciente de fertilizantes nitrogenados y a la cría de un número cada vez más grande de animales, en particular ganado vacuno. Las infraestructuras urbanas, los rellenos sanitarios, la disposición de residuos, el saneamiento, y la quema de biomasa son otras fuentes importantes de emisiones de GEI.

Sin embargo, no toda la agricultura acelera el calentamiento global. Según la Evaluación Internacional del Papel del Conocimiento, la Ciencia y la Tecnología en el Desarrollo Agrícola (IAASTD, 2009), la más alta intensidad de emisiones del sector agrícola está asociada a la agricultura industrial y a los monocultivos intensivos, que incluyen la producción de cultivos comerciales, alimentarios y bioenergéticos a mediana y gran escala y con uso intensivo de productos químicos, las plantaciones (de monocultivos de árboles) y la cría industrial de animales. Esta agricultura de uso intensivo de recursos reconfigura la forma en que se usan la tierra y el agua, y tiene impactos complejos y multidimensionales en los bosques, los ecosistemas, las cuencas hídricas, el clima, la seguridad alimentaria y las formas de sustento.

Los suelos agrícolas son tanto fuentes como sumideros de carbono. En las regiones de bosques tropicales húmedos, el comercio mundial y la intensificación de las economías de mercado impulsan la destrucción de los bosques para dar paso a los cultivos industriales y pasturas para la industria ganadera. Brasil sufrió una deforestación de 93.700 km2 entre 2001 y 2004, en gran parte debido al crecimiento de la demanda mundial de soja y carne vacuna. El bioma brasileño conocido como Cerrado -una zona de tierras secas, que ha sido reconocida como uno de los lugares de gran biodiversidad en alto riesgo—se encuentra particularmente amenazado. Más del 50 por ciento del Cerrado ha sido transformado para dar paso a la agricultura intensiva y la producción ganadera. De manera semejante, el sudeste asiático perdió 23.000 km2 de bosques entre 1990 y 2000 a manos de la tala maderera y la expansión agrícola. Cuatro quintos de los bosques húmedos indonesios han desaparecido desde la década de 1960, en su mayor parte a manos del cultivo de la palma aceitera, el caucho y otros monocultivos. En Sumatra, Kalimantan y Papúa, se estima que el ritmo de la deforestación se traduce en la pérdida de 400 campos de fútbol por día, la tasa más alta de deforestación del mundo.

La agricultura industrial y los monocultivos destruyen los procesos naturales que son necesarios para almacenar el carbono en la materia orgánica del suelo, y los sustituyen por procesos basados en fertilizantes y fitosanitarios químicos cuya producción insume grandes cantidades de combustible fósil. También destruyen características importantes del paisaje como los cercos vivos, las arboledas, las cuencas de captación de agua, hileras de árboles o arbustos, pequeños bosques naturales y otros hábitat naturales que brindan servicios ecosistémicos cruciales, como la recarga de los acuíferos y las cuencas hídricas, la retención de los nutrientes del suelo y el almacenamiento de carbono.

Acaparamiento de tierras

En los países en desarrollo, las necesidades diarias de alimentos de la mayoría de las familias rurales se satisfacen fundamentalmente a través de la producción localizada y las actividades de recolección a cargo de las mujeres. El agotamiento de los recursos naturales socava el conocimiento que tienen las mujeres de los usos tradicionales de las plantas silvestres como alimentos, forraje y medicina, aumentando su carga de labor en la tarea de satisfacer las necesidades alimentarias y de salud de sus familias. El uso intensivo de fertilizantes y fitosanitarios (plaguicidas, herbicidas y fungicidas) químicos produce estragos en la biodiversidad, contamina los suelos, los ríos y los cursos de agua, las fuentes de agua subterránea y los manantiales, y afecta gravemente la salud de las comunidades y los ecosistemas. Cuando se destruyen las fuentes de alimentos silvestres y se envenenan los ríos y los pozos de agua y desaparecen los peces y la pequeña fauna marina, las comunidades rurales se quedan prácticamente sin fuentes de alimento y agua.

La sustitución de los cultivos alimentarios de los agricultores minifundistas por la agricultura industrial y la transformación de los bosques para ese uso exacerban la inequidad del acceso a la tierra y a los recursos naturales entre las comunidades y entre hombres y mujeres, especialmente en el caso de los cultivos bioenergéticos y otros cultivos comerciales de gran valor. A medida que se expropian bosques y tierras agrícolas para la instalación de empresas agrícolas industriales y plantaciones, las comunidades locales van siendo arrinconadas en parcelas más pequeñas y menos fértiles, y se ven obligadas a depender de una base de recursos más reducida para resolver sus necesidades de alimentos e ingresos. Las reservas de agua dulce son monopolizadas y en algunos casos agotadas, creando y exacerbando la escasez de agua. Esto ha desatado conflictos por el agua entre poblaciones locales, en particular, entre campesinos, pescadores y comunidades indígenas que se ven privados de sus derechos al agua. Los derechos de los pueblos indígenas al control, uso, administración y preservación de sus tierras ancestrales son particularmente afectados. La política agresiva de compra de cada vez más tierras por quienes tienen dinero ha multiplicado los precios de la tierra y ha generado pujantes mercados de tierras en los cuales los pequeños agricultores empobrecidos son presas fáciles de la especulación y los intermediarios.

Las familias que son desplazadas o expulsadas de sus tierras no tienen otro remedio que mudarse a zonas boscosas o de monte, y despejar nuevas tierras para cultivo. Allí compiten con otras comunidades que habitaban esas zonas desde antes, por el acceso a una base de recursos cada vez más estrecha. Las plantaciones comerciales a gran escala atraen a las poblaciones migrantes -que son a menudo poblaciones que fueron desplazadas de otras partes- a trabajar como mano de obra asalariada, habitualmente por sueldos magros. La infraestructura creada al servicio de la agricultura industrial -como las carreteras, el transporte, la electrificación, etc.—promueve la urbanización y facilita la penetración de las fuerzas del mercado en todos los ámbitos del ecosistema.

Las crisis mundiales alimentaria y financiera han transformado a las tierras agrícolas y la infraestructura para la producción agraria en bienes estratégicos de gran valor. Los países ricos que no pueden satisfacer sus necesidades alimentarias a través de la producción nacional -por ejemplo, Japón, Corea del Sur, China, Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Libia y Arabia Saudita- están adquiriendo enormes extensiones de tierras de cultivo (y las fuentes de agua que contienen) mediante contratos de arrendamiento a largo plazo en Asia, África y América Latina, con el propósito de garantizarles alimentos a sus propias poblaciones y materias primas a sus industrias agroalimentarias. Al mismo tiempo, las empresas de agronegocios y las compañías financieras como Morgan Stanley, AIG, Deutche Bank, Goldman Sachs, Renaissance Capital y Landkom, también han adquirido tierras (y recursos hídricos) en el Sur, para asegurarse ganancias en futuras inversiones. Para los financistas aquejados de problemas, la tierra, el agua y la infraestructura agrícola son paraísos relativamente seguros: con el cambio climático, una población mundial en crecimiento, y la previsión de escasez de alimentos, asegurarse el control del suministro futuro de alimentos promete ser un negocio sumamente rentable.

Estos negocios de tierras socavan la biodiversidad, la salud humana y ambiental, y la capacidad de las sociedades de asegurarse sus alimentos por sus propios medios. Incluso si son los Estados los que adquieren tierras de cultivo, ellos tercerizan la producción efectiva de los alimentos a empresas de agronegocios y de la industria agroalimentaria. Las empresas privadas que adquieren tierras suelen invertir en los cultivos que dan más ganancia: soja, trigo, maíz y otros cultivos bioenergéticos. Las comunidades rurales no sólo pierden el acceso a las fuentes locales de alimentos, agua y medicinas e ingresos, también desaparecen las pequeñas granjas de agricultura campesina y familiar diversa, los bosques, las pasturas abiertas y otros bienes comunes que son acaparados para la producción industrial de enormes extensiones de monocultivos agrícolas que perpetúan prácticas de producción ecológicamente destructivas, aumentan las emisiones de GEI y aceleran el calentamiento global.

Lucrando con la crisis

Los instrumentos de mercado, tales como el comercio de derechos de emisión y el Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL), han sido promovidos a través del Protocolo de Kioto y por diversas agencias internacionales como herramientas para enfrentar la crisis climática. Mediante estos mecanismos, los países del Norte y sus empresas (responsables del grueso de las emisiones de GEI) pueden comprar "derechos de emisión" a los países del Sur que tienen menores niveles de industrialización, y financiar sumideros de carbono (incluyendo plantaciones de árboles) y proyectos de "desarrollo sustentable" en el Sur, como una alternativa lucrativa a la reducción de las emisiones en el Norte. El Banco Mundial ha asumido de manera agresiva el liderazgo de los programas de "financiamiento del carbono", entre otros, a través del Fondo Prototipo de Carbono, los Fondos de Carbono para el Desarrollo Comunitario, el Fondo BioCarbon, el Fondo Paraguas para el Carbono y el Fondo Cooperativo para el Carbono de los Bosques. Muchos de estos programas proclaman que reducen las emisiones de GEI provenientes de la deforestación en los países en desarrollo, al vender créditos de carbono de los bosques en el mercado internacional de emisiones. El 3 de noviembre, el Banco Mundial firmó un acuerdo con el Proyecto de Carbono Agrícola de Kenia para comprarles créditos de carbono del suelo a los agricultores keniatas a través del Fondo BioCarbon (6).

Entre las iniciativas de carbono de los bosques se destaca el programa de Naciones Unidas para la Reducción de Emisiones derivadas de la Deforestación y Degradación de los bosques (REDD), que aparentemente apunta a recompensar a los gobiernos y los propietarios de los bosques en los países en desarrollo por proteger los bosques y no talarlos, reduciendo así las emisiones de GEI. El Banco Mundial apoya activamente la iniciativa REDD, al igual que distintas agencias internacionales de conservación ambiental y compañías privadas de comercio de carbono. Los críticos de REDD señalan que la definición de Naciones Unidas de los bosques no distingue entre bosques y plantaciones de árboles, dejando así la puerta abierta para que inversionistas privados y gobiernos conviertan a los bosques en plantaciones de árboles, y que además se les pague por hacerlo.

REDD implica graves consecuencias para los pueblos indígenas, las comunidades rurales, los bosques y la biodiversidad. Un asunto particularmente polémico es el de la tenencia. ¿De quién son los bosques? y ¿a quién hay que recompensar por protegerlos y no talarlos? A pesar del lenguaje eufemístico adoptado, los proyectos para la "conservación y manejo sustentable de los bosques" frecuentemente implican el desalojo de las comunidades locales de las áreas boscosas y la autorización de la tala comercial en determinados tramos de bosques; además, la "mejora de las reservas de carbono del bosque" puede incluir plantaciones industriales de árboles que reducen la calidad ambiental de numerosas maneras.

Los gobiernos del Sur comúnmente proclaman la propiedad sobre todos los recursos en sus territorios soberanos y hacen tratos allí donde puedan obtener más ganancias, sea a través de los programas de REDD, o con las compañías madereras, de energía o minería o de agronegocios. Las reivindicaciones de las comunidades rurales, entre ellas las de los pueblos indígenas, que reclaman el uso y poder de decisión sobre los bosques que ellos han manejado y cuidado durante tanto tiempo, no son reconocidas por los gobiernos ni la industria de la conservación ambiental.

REDD no respeta algunos instrumentos cruciales de los derechos humanos como la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas o el concepto de derecho al consentimiento previo, libre e informado. Los pueblos indígenas y otras comunidades rurales temen que REDD y las iniciativas asociadas al programa fomentarán los acaparamientos de tierra y brindarán nuevos incentivos a los gobiernos y los grandes terratenientes para aplicar un enfoque del tipo o "pagas o talo" a cada hectárea de bosque que han logrado sacarle a los pueblos indígenas y los campesinos sin tierras. Tanto en los proyectos REDD como en los proyectos MDL, las tierras, las cuencas hídricas y los bosques se valoran más en términos económicos monetarios que en términos de la diversidad de vida que sustentan.

Hasta la fecha, sin embargo, ninguno de estos programas ha logrado una reducción neta sustantiva de las emisiones de GEI, ni han detenido la deforestación. Por el contrario, el clima ha sido "financierizado" y las tierras y los bosques están siendo manipulados económicamente para permitir que los inversionistas lucren con la crisis del clima. Grandes proyectos de infraestructura, energía e industrias, a menudo de dudosa calidad ambiental, pueden asegurarse financiamiento internacional, mientras los países ricos obtienen acceso a abundantes "créditos de carbono" baratos que los ayudan a evitar adoptar penosas reducciones de emisiones en sus propios territorios. Igualmente importante, el comercio del carbono de los bosques y los suelos no reducirá el calentamiento global, sino que al contrario, creará mayores incentivos y oportunidades para la mercantilización de los bosques en los mercados internacionales de carbono. Las burbujas y la inestabilidad de estos mercados pueden determinar que preciosos recursos naturales queden expuestos y vulnerables a los riesgos del mercado, dado que cualquier caída de precios puede significar incentivos perversos para retirarle protecciones legales a los bosques.

Otra supuesta panacea muy elogiada contra el calentamiento global son los agrocombustibles. Los gobiernos y las empresas de agronegocios siguen promoviéndolos como ambientalmente benignos y como una alternativa limpia a los combustibles fósiles, sin evaluar integralmente sus costos sociales, económicos y ambientales. La producción de agrocombustibles -por ejemplo, los monocultivos de maíz, caña de azúcar, palma aceitera, soja y jatrofa- implica una reestructuración del uso del suelo, el desplazamiento y la desposesión de las comunidades rurales de sus fuentes de sustento, la expansión de la frontera de la agricultura industrial a costa de bosques y ecosistemas nativos, la contaminación de las aguas y una degradación mayor de los suelos. También implica dejar de producir alimentos en valiosas tierras de cultivo para dedicarlas a cultivos energéticos, que son adquiridos por empresas nacionales y extranjeras a menudo violando las normas consuetudinarias de gobernanza de la tierra y las leyes ambientales nacionales.

La producción de agrocombustibles está estimulada con incentivos financieros que los Estados otorgan al sector privado para mantener estilos de vida de alto consumo, a pesar de los costos que esto genera en comunidades y medioambientes de otras partes del mundo. Por ejemplo, Estados Unidos, la Unión Europea (UE) y otros países de la OCDE han establecido metas obligatorias y apoyos financieros para promover la producción de agrocumbustibles de primera y segunda generación (7). También están invirtiendo fuertemente en la investigación y experimentación con agrocombustibles, incluyendo el desarrollo y ensayo de cultivos y árboles genéticamente modificados. La UE se fijó la meta vinculante de reemplazar el 20 por ciento de los combustibles fósiles y el 10 por ciento del combustible para el transporte por biomasa, energía hidroeléctrica, eólica y solar al 2020.

Mientras los países ricos cumplen sus metas de energía "limpia", cientos de millones de campesinos y pequeños agricultores, pastores trashumantes y pueblos indígenas son expulsados de las tierras y bosques de los que dependen para sobrevivir. Todas las tierras que están en la mira o que ya han pasado a manos de grandes empresas son tierras que las comunidades locales ya utilizaban de una forma u otra. Los gobiernos y las empresas pueden argumentar que muchas tierras no forestadas que se han convertido en plantaciones de agrocombustibles son "tierras yermas" o "tierras marginales" que deberían ser aplicadas a un uso productivo. En realidad, sin embargo, es muy probable que esas tierras hayan sido usadas de manera colectiva comunitaria o según los usos y costumbres tradicionales y las normas consuetudinarias desde hace muchas generaciones, y sean cruciales para el sustento de las comunidades locales. Las mujeres, que son las principales productoras de alimentos del mundo, son las más proclives a trabajar en las llamadas "tierras marginales", debido a la discriminación de género histórico-tradicional, y son por eso más fácilmente desprovistas de sus tierras que los hombres.

El cambio de uso de las tierras arables y los bosques (degradados o no) a la producción comercial de agrocombustibles tiene consecuencias severas para los pueblos y las personas que ya gastan más de la mitad de sus ingresos en alimentos. La crisis alimentaria mundial se debe, al menos en parte, a la carrera vertiginosa en pos de los agrocombustibles y la producción de forraje y alimento animal. Estudios recientes demuestran que la sustitución de ecosistemas nativos por plantaciones de agrocombustibles tendrá por efecto un aumento del calentamiento global, en vez de mitigarlo. El carbono que se libera en el desmonte y conversión de bosques húmedos, turberas, sabanas o praderas supera los "ahorros de carbono" derivados de los agrocombustibles. Por ejemplo, los procesos de conversión para producir maíz o caña de azúcar para etanol, o palma aceitera o soja para biodiesel liberan entre 17 y 420 veces más carbono que los ahorros anuales derivados de la sustitución de combustibles fósiles. Los estudios científicos muestran además que no todos los agrocombustibles son fuentes de energía "limpia" o "eficiente. Muchos agrocombustibles de etanol han demostrado ser bastante menos "eficientes" que otros combustibles, medidos por unidad de energía producida. La producción de cultivos para agrocombustibles (particularmente en el caso del etanol) y del propio combustible son procesos con uso intensivo de químicos, agua e incluso combustible fósil, que contaminan la tierra, el suelo y el agua, y destruyen la biodiversidad natural y agrícola.

La defensa de la tierra, los bienes comunes, los territorios y la dignidad

Las discusiones oficiales sobre el cambio climático y el hambre tienden a inclinarse por soluciones tecnológicas y de mercado, en vez de apuntar a los problemas estructurales socio-políticos, como el de los campesinos sin tierra, la alta concentración de la propiedad de las tierras agrícolas y el agua, y los modos industriales de producción y consumo que están en el corazón de las crisis. Las crisis del clima y los alimentos se han transformado en oportunidades de lucro empresarial, y la tierra, el agua y otros recursos naturales están siendo monetizados, reevaluados y explotados como nunca antes.

El lucro de la agricultura industrial proporciona al corto plazo grandes ganancias a las grandes empresas, los inversionistas ricos y las clases adineradas, en contraste con la agricultura campesina agroecológica, cuyas ganancias van en su mayor parte para las comunidades locales, la sociedad en su conjunto y las generaciones futuras. Las investigaciones muestran que los pequeños productores de granjas familiares minifundistas producen más de dos tercios de los alimentos básicos en Asia, África y América Latina. A través de la recolección, el cultivo, la pesca, el pastoreo y actividades de procesamiento localizadas, la producción de los pequeños agricultores es la fuente primaria de una amplia variedad de alimentos para las familias de bajos ingresos en las zonas rurales y urbanas. Las investigaciones también indican que las pequeñas granjas, especialmente las que se basan en poli-cultivos tradicionales, son mucho más productivas que las grandes explotaciones agrícolas, en términos de su productividad total, incluyendo, granos, fibras, frutas, verduras, forraje y productos animales, todos ellos cosechados en los mismos campos o huertos.

El policultivo de los pequeños agricultores minifundistas suele utilizar la tierra, el agua, la biodiversidad, la energía y otros recursos agrícolas de manera mucho más eficiente que la agricultura industrial y los monocultivos, y es mucho menos contaminante y mucho más benigno para el clima. Proporciona servicios ecosistémicos vitales y tiene gran potencial de almacenaje de carbono en la biomasa, tanto la que crece sobre el suelo como la del subsuelo. En términos de conversión de la riqueza natural del planeta en "productos", la sociedad obtiene mucho más ganancias con los pequeños productores minifundistas que con las empresas de agronegocios y las operaciones de la industria agroquímica.

La mayoría de los modelos del cambio climático prevén que los daños afectarán desproporcionadamente a las regiones pobladas por pequeños agricultores, especialmente a aquellos que hacen agricultura sin riego y que dependen de las lluvias en el Sur. Al mismo tiempo, las prácticas de cultivo diversificadas de los agroecosistemas tradicionales los hacen menos vulnerables a las pérdidas masivas de cosechas cuando hay desastres naturales. El conocimiento y las tecnologías tradicionales que aplican los pequeños agricultores, campesinos, pastores trashumantes, pescadores y comunidades indígenas constituyen un verdadero almacén de enseñanzas y lecciones de capacidad de adaptación y resiliencia a los fenómenos del tiempo y el cambio climático. Estas capacidades y conocimientos se verán afectados en gran medida, y hasta pueden perderse completamente, si el proceso de conversión del uso de la tierra continúa al ritmo actual.

Los esfuerzos mundiales para reducir las emisiones de GEI no pueden darse el lujo de seguir la lógica continuista de "negocios como siempre", ni basarse en los artilugios de la tecnología o las iniciativas de mercado. La decisión recientemente adoptada por los gobiernos en la décima Conferencia de las Partes del Convenio sobre Diversidad Biológica celebrada en Nagoya, Japón, que estableció que ante la ausencia de mecanismos regulatorios efectivos y en aplicación del enfoque precautorio, no se debe realizar ninguna actividad de geo ingeniería relacionada con el clima que pueda afectar la biodiversidad, es un paso a saludar en este sentido.

Es urgente desmantelar el control de la tierra, los bosques y las fuentes de agua en manos de grandes empresas, y los Estados y las sociedades deben reconocer los derechos fundamentales de las poblaciones locales a gobernar y velar por los bienes comunes. La tierra, los bosques y el agua deben ser protegidos como riqueza social común y se debe garantizar la seguridad de la tenencia de los recursos a los pequeños agricultores, los pescadores, los pastores trashumantes y las comunidades indígenas, a través de una reforma agraria integral. Los recursos y las políticas públicas deben reorientarse para apoyar el uso de la tierra y las prácticas agrícolas que enfrían el planeta, nutren la biodiversidad y ahorran energía. De esta forma se podrá controlar el calentamiento global, alcanzar la soberanía alimentaria y reducir la angustiosa emigración rural hacia las zonas urbanas. www.ecoportal.net

Artículo escrito por Shalmali Guttal y Sofía Monsalve, con aportes de Mary Ann Manahan y Rebecca Leonard. Shalmali Guttal es miembro de Focus on the Global South y Sofía Monsalve es la coordinadora de los temas de la tierra de FIAN International. Rebecca Leonard y Mary Ann Manahan son investigadoras que trabajan con Focus on the Global South.

Referencias:

Altieri, Miguel A. (2009) Agroecology, Small Farms and Food Sovereignty, Monthly Review, Julio-Agosto 2009

Bellarby, Jessica et al. (2008) Cool Farming: Climate impacts of agriculture and mitigation potential, Amsterdam: Greenpeace.

Informe de Christian Aid, Mayo 2007: "Human tide: the real migration crisis", en: http://www.christianaid.org.uk…, página visitada en marzo de 2010.

FAO (2006) Livestock's long shadow, environmental issues and options, Roma: FAO.

PICC (2000) Land Use, Land Use-Change and Forestry. Cambridge: Cambridge University Press.

PICC Fourth Assessment Report: Capítulo 3 "Freshwater resources and their management", en: http://www.ipcc.ch…, página visitada en marzo de 2010.

Lovera, Simone (2007) "REDD: ¿FINANCIANDO BOSQUES, PLANTACIONES O EXPERTOS FORESTALES?, Enfoque sobre Comercio No. 135, Focus on the Global South, Diciembre 2007.

Norwegian refugee council: "Future floods of refugees – A comment on climate change, conflict and forced migration", en: http://www.reliefweb.int…, página visitada en marzo de 2010.

REDD-Monitor http://www.redd-monitor.org/ visitada en noviembre 10, 2010.

Redman, Janet (2008) World Bank Climate Profiteer. Sustainable Energy and Economy Network. US: Institute for Policy Studies.

Declaración de Nyeleni (2007), Land, Territory and Dignity. For a New Agrarian Reform Based on Food Sovereignty", declaración no publicada, Selengue: La Via Campesina.

Notas:

(1) De acuerdo a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, "cambio climático significa un cambio de clima que es atribuido directa o indirectamente a la actividad humana que altera la composición de la atmósfera mundial y que se agrega a la variabilidad climática observada en períodos de tiempo comparables (Artículo 1(2) CMNUCC).

(2) Cuarto Informe de Evaluación del PICC, 2007, Ginebra, Suiza.

(3) http://www.fao.org/newsroom/en/news/2006/1000385/index.html

(4) Reducing Emissions from Deforestation and Forest Degradation, entrada de Wikipedia, http://en.wikipedia.org…, página visita el 18 de marzo de 2011.

(5) http://www.grida.no… y http://www.pewclimate.org…

(6) http://web.worldbank.org….

(7) La primera generación de agrocombustibles está integrada principalmente por el etanol obtenido a partir de granos, cultivos azucareros y biodiesel proveniente de semillas oleaginosas (como la palma aceitera y la jatrofa) o de aceite de cocina reciclado. La segunda generación de agrocombustibles se hace principalmente a partir de materiales ligno-celulósicos como la madera y la paja.

Cambio económico o cambio climático

Por Carlos Merenson

Para los ecólogos no es un secreto que la naturaleza confía en los equilibrios. Los ciclos del agua, del carbono o del nitrógeno resultan claros ejemplos de los delicados y complejos equilibrios de la vida. La regeneración natural de los ecosistemas boscosos o de los humedales son otras expresiones de esos equilibrios. Si existen equilibrios, necesariamente deben existir "límites" y una economía de crecimiento ilimitado contradice entonces esta tendencia natural, con lo cual las crecientes crisis ambientales y económicas en gran medida son síntomas de la descoordinación existentes entre ambos mundos.

Con el objeto de dar respuesta a la crisis financiera que estalló en 2007, el G20 acordó celebrar una serie de Cumbres de Jefes de Estado o Gobierno. La primera de estas Cumbres se celebró en noviembre de 2008 en Washington DC. En la declaración surgida de la reunión se incluyó un párrafo por el que los líderes del G20 se comprometieron a afrontar otros retos de naturaleza crítica, como son la seguridad energética y el cambio climático.

En Septiembre de 2009, al concluir su tercera Cumbre celebrada en Pittsburgh, la declaración señaló: No escatimaremos esfuerzos para llegar a un acuerdo en Copenhague a través de las negociaciones de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático. Tres meses después, en Diciembre de 2009, se celebró en Copenhague la décimo quinta Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, sin poder alcanzar los acuerdos indispensables para evitar las interferencias antropógenas peligrosas en el sistema climático mundial. En junio de 2010, al finalizar la cuarta Cumbre del G20 celebrada en Toronto, y con el fracaso de Copenhague a cuestas, se incluyó el siguiente párrafo:

Reiteramos nuestro compromiso con una recuperación "verde" y con un crecimiento global sostenible. Aquellos de nosotros que se han asociado al Acuerdo de Copenhague reafirmamos nuestro apoyo a dicho Acuerdo y a su implementación y llamamos a otros a que se asocien… estamos decididos a asegurar un resultado exitoso a través de un proceso inclusivo en las Conferencias de Cancún.

Como es de público conocimiento, en Cancún sólo se alcanzaron acuerdos secundarios sin poder dar una respuesta concreta y contundente a este desafío crítico que nos plantea el proceso de cambio climático global.

Nos hemos ido acostumbrando tanto a las noticias que informan de los magros resultados o el fracaso de las negociaciones que año a año se desarrollan en las Conferencias de las Partes de la Convención como así también de los incrementos de las emisiones antropogénicas de gases efecto invernáculo. Desde 1990, año establecido como base para las reducciones de emisiones del Protocolo de Kioto, la concentración atmosférica de CO2 creció a una tasa anual de 1,5 ppm (partes por millón) alcanzando, a finales de 2009, una concentración de 387 ppm, la más alta en los últimos 2 millones de años, aproximándose a paso firme a los umbrales críticos, tras los cuales se pueden esperar efectos climáticos graves e irreversibles[1].

El continuo ritmo de crecimiento de las emisiones contrasta con los objetivos de reducción establecidos luego de las arduas negociaciones desarrolladas en la Convención y su Protocolo de Kioto. Hoy esas negociaciones se encuentran empantanadas. Muchas son las causas que se pueden citar, pero existen dos hechos que no deben pasar inadvertidos a la hora de los balances.

En primer lugar, cada día resulta mayor el abismo abierto entre la disminución de las emisiones necesaria para mitigar el cambio climático global definida por los científicos[2] y la disminución de las emisiones que los políticos consideran factible de alcanzar. En segundo lugar, el pensamiento económico dominante, que no puede inspirar la adopción de medidas que posibiliten mitigar el cambio climático y menos aún inspirar el urgente y necesario cambio de rumbo hacia un curso de sostenibilidad. Valen aquí mas que nunca las palabras de Albert Einstein: los problemas no se pueden resolver dentro del marco mental que los originó.

No será nada fácil entonces revertir estas tendencias que apuntan en sentido contrario al indicado por los científicos, menos aún cuando tal como lo postula la Convención, las reducciones deberán alcanzarse en un plazo suficiente para permitir que los ecosistemas se adapten naturalmente al cambio climático, asegurar que la producción de alimentos no se vea amenazada y permitir que el desarrollo económico prosiga de manera sostenible.

Las decisiones políticas y económicas que conducen al aumento de las emisiones obedecen fundamentalmente a nuestra actual incapacidad para desconectar el crecimiento económico de las emisiones de carbono. Las curvas de crecimiento en las emisiones mundiales de CO2 y del PBI sugieren que a cada incremento en el PBI corresponde un registro paralelo de mayor uso de energías fósiles y emisiones de CO2.

Gráficos tomados de "Ecological macroeconomics: Consumption, investment, and climate change", Jonathan M. Harris (Tufts University. USA) – Real-World Economics Review – Issue no. 50, 8 September 2009

Con el objeto de establecer el grado de correlación existente entre ambas series de datos (PBI y emisiones), el autor ha obtenido un valor de "r" igual a 0,98 para el periodo 1870-2008.

Una forma pragmática de visualizar el proceso y las causas que definen el aumento de las emisiones antropogénicas de gases efecto invernáculo la provee la ecuación desarrollada por el economista energético Yoichi Kaya, quien relaciona los factores que determinan el nivel de impacto humano sobre el clima en la forma de emisiones de dióxido de carbono. Kaya postula que son cuatro los factores que definen la cuantía de tales emisiones: la "intensidad de carbono de la energía" (emisiones de carbono por unidad de energía consumida); la "intensidad energética de la economía" (consumo de energía por unidad de PIB); el PIB per cápita y la población.

Mientras que las negociaciones en la Convención giran sobre las formas de disminuir la intensidad de carbono modificando las fuentes energéticas y sobre las formas de disminuir la intensidad energética de la economía aumentando la eficiencia en su uso, poco es lo que se dice, y nada lo que se negocia sobre la evolución del PIB/cápita y el crecimiento exponencial de la población. Ambos factores resultan preponderantes y definitorios de la cuantía de las emisiones de CO2. Si aplicamos la ecuación de Kaya a los mejores pronósticos de reducción de intensidad de carbono y energética que se pueden esperar para los próximos 25 años e incorporamos las tendencias de crecimiento del PBI/cápita y de población, el resultado final sería que en 2035 las emisiones globales de CO2 se incrementarían en más del 40% respecto de 2007, tal como lo ha calculado Mariano Marzo, catedrático de recursos energéticos de la Universidad de Barcelona.

Cabe preguntarse entonces si el necesario freno a las emisiones de gases efecto invernáculo se podrá alcanzar dentro de las negociaciones que se desarrollan a nivel internacional en la Convención, o si en realidad ellas sólo podrán llegar como fruto de un debate mas amplio en el campo de la economía. Un debate en el que se analice en profundidad el paradigma dominante en las relaciones sociedad-naturaleza; que cuestione el actual modelo de desarrollo y se proponga un cambio copernicano en el sentido y dirección de nuestras actuales creencias económicas, entre las cuales, el crecimiento sin límites de la economía ocupa un lugar central.

Creo oportuno recordar las ideas del economista y matemático rumano Nicholas Georgescu-Roegen[3], quien sostuvo que el pensamiento económico occidental se basa en una concepción mecanicista que conduce a expectativas de crecimiento ilimitado, generando inevitablemente crisis ecológicas, sociales y políticas. Un buen ejemplo de esto último es el cambio climático, en tanto los actuales patrones de producción, consumo y crecimiento económico, han dependido y dependen de un mayor uso de energía de combustibles fósiles. Ellos no podrán desvincularse hasta que no logremos redefinir el concepto mismo de crecimiento, cuestionando uno de sus núcleos macroeconómicos básicos, como es la hipótesis de un crecimiento continuo y exponencial en el PBI.

Aquí tampoco los cambios serán una tarea simple. El crecimiento ilimitado de la economía, el Santo Grial en el que descansan las concepciones económicas neoclásicas ha generado una compleja red ideológica en la que el consumismo ocupa un lugar central. Para comprender la importancia que el consumismo tiene en la vida moderna, basta con recordar el pensamiento del analista de mercado Víctor Lebow, quien un poco después de la Segunda Guerra Mundial, cuando EE.UU. necesitaba hacer crecer la economía, formuló la solución que se convirtió en la regla para todo el sistema:

Nuestra economía, enormemente productiva, requiere que hagamos del consumo nuestra forma de vida, que convirtamos en rituales la compra y el uso de bienes, que busquemos nuestra satisfacción espiritual, la satisfacción de nuestro ego, en el consumo. Necesitamos que las cosas se consuman, quemen, reemplacen y desechen a un ritmo cada vez más acelerado.[4]

La exacerbación del consumo trajo como consecuencia patrones de producción basados en el concepto de "obsolescencia programada" y en refuerzo, la publicidad aportó a la "obsolescencia percibida", motorizando ambas el consumo desmedido y el despilfarro, como medios para garantizar un ilusorio crecimiento económico ilimitado.

En la década de 1970, frente al crecimiento de una corriente de opinión contraria a las ideas que postulaban un crecimiento económico infinito, surgieron los intentos por demostrar que ello era posible. Ejemplos paradigmáticos son los trabajos de Solow, Stiglitz y Hartwick que intentaron establecer las condiciones necesarias para alcanzar un indefinido crecimiento económico pese a las limitaciones impuestas por la finitud de los recursos naturales, uno de cuyos pilares se centró en considerar que el capital económico podía sustituir al capital natural y que las bondades del cambio tecnológico hacen posible pensar en una explotación sin límites de los recursos naturales.

A la función de producción empleada por los modelos neoclásicos de crecimiento económico, que normalmente consideraban dos factores: el stock de capital económico y la oferta de trabajo, Solow y Stiglitz agregaron el flujo de recursos usados en la producción y demostraron matemáticamente que ese flujo puede ser tan pequeña como se desea, siempre que el capital económico sea suficientemente grande, como prueba de la existencia de sustitución entre el capital económico y el natural.

Estas especulaciones teóricas, propias de economistas que sólo consideran aquello que está dentro de su cerrado e inflexible modelo matemático, que normalmente tiene escasa o nula relación con lo que acontece en el mundo real, se estrellaron con la lapidaria crítica formulada por Georgescu-Roegen:

Solow y Stiglitz no habrían llevado a cabo su truco de magia (el incorporar en la función de producción el flujo de recursos naturales) si hubiesen tenido en cuenta, primero, que todo proceso material consiste en la transformación de unas materias en otras (los elementos de flujo) por parte de unos agentes (los elementos de fondo), y, segundo, que los recursos naturales se ven muy socavados en el proceso económico. No son como cualquier otro factor de producción. Una variación en el capital o el trabajo únicamente puede reducir la cantidad de desechos en la producción de una mercancía: ningún agente puede crear la materia con la que trabaja, ni el capital puede crear la sustancia de la que está hecho.[5]

¿El capital artificial y el natural son mutuamente sustituibles, o son fundamentalmente complementarios y sólo marginalmente substituibles entre si? ¿El mundo natural finito puede admitir un infinito crecimientos de nuestra economía?

Para los ecólogos no es un secreto que la naturaleza confía en los equilibrios. Los ciclos del agua, del carbono o del nitrógeno resultan claros ejemplos de los delicados y complejos equilibrios de la vida. La regeneración natural de los ecosistemas boscosos o de los humedales son otras expresiones de esos equilibrios. Si existen equilibrios, necesariamente deben existir "límites" y una economía de crecimiento ilimitado contradice entonces esta tendencia natural, con lo cual las crecientes crisis ambientales y económicas en gran medida son síntomas de la descoordinación existentes entre ambos mundos.

La Huella Ecológica[6], indicador propuesto, entre otros, por Mathis Wackernagel, resulta una buena ilustración de lo que implica el absurdo de concebir un crecimiento infinito en un mundo finito. Al asociar la Huella Ecológica con el concepto de Biocapacidad[7] surge que, desde la década de 1980, la humanidad se ha colocado en una situación de sobregiro del capital natural, un sobregiro ecológico por el cual la demanda anual excede los recursos que puede regenerar la tierra cada año. Este sobregiro lleva al agotamiento del capital natural y al aumento en la generación de residuos, que no puede remediarse con la clásica fórmula económica de la sustitución entre diferentes formas de capital, ya que no existe una importación de recursos para el planeta. Un buen ejemplo lo proporciona Herman Daly cuando al analizar los problemas de las funciones de producción que ignoran el capital natural, menciona que: El hecho de tener dos o tres veces más sierras y martillos no nos permite construir una casa con la mitad de madera[8].

En el negocio, como de costumbre, limitar las emisiones de carbono lleva directamente a la caída del crecimiento económico, con secuelas de recesión y desempleo, agudizando el estancamiento del mundo en desarrollo, de allí que difícilmente se pueda esperar que negociando en el estrecho margen de una convención sobre cambio climático se logre alcanzar el objetivo propuesto de estabilizar las concentraciones de gases efecto invernáculo en la atmósfera.

La solución sólo puede llegar como resultado, en el lado de la oferta, de cambios en materia de eficiencia energética y fuentes de energía renovables, y en el lado de la demanda, estabilizando la población y modificando los patrones de consumo, que debería reorientarse de los bienes a los servicios del capital humano, entre otros: la educación, la salud y la recreación. En tal escenario, los países desarrollados tienen que moderar sus niveles de consumo y, los países en desarrollo, tienen que alcanzar los promedios globales. De esta forma, el crecimiento económico debería redefinirse en el concepto de "progreso económico", orientado hacia la vida social y cultural mejoradas.

Tal como lo sostiene Jonathan M. Harris (Tufts University. USA) en "Ecological macroeconomics: Consumption, investment, and climate change", tenemos que preguntarnos si: ¿Podrá la teoría económica estándar adaptarse a estos cambios? ¿Podrá alcanzarse el objetivo de reducir drásticamente las emisiones de carbono sin agravar el desempleo, aumentar los conflictos entre los "ricos" y pobres", o reducir el bienestar? Las respuestas a estas preguntas dependerá en parte del potencial tecnológico, en parte de la voluntad social para modificar las metas de consumo, pero también de manera significativa del enfoque que adoptemos para la teoría macroeconómica.

La opción, entonces, es clara: nos empeñamos como hasta ahora en negociar cuotas de reducción de emisiones mientras vemos como siguen aumentando sus concentraciones atmosféricas, o nos empeñamos en cambiar el rumbo de la economía, enfrentamos seriamente la amenaza del cambio climático y nos ponemos en la senda de un desarrollo sostenible. www.ecoportal.net

El autor, Carlos Merenson, es Ingeniero Forestal, Académico de Número de la Academia Argentina de Ciencias del Ambiente, ex Secretario de Ambiente de la NaciónTexto original para Ecopolítica.

Referencias:

[1] En 2008 se ralentizó el ritmo de las emisiones de carbono, pero ellas igualmente subieron un 1,7% respecto del año anterior. Su evolución en las cuatro últimas décadas marca un crecimiento, desde las 16,3 Gigatoneladas (Gt)de CO2 de 1970, pasando por las 22,3 GtCO2 de 1990 hasta alcanzar las 31,6 GtCO2 de 2008, este último es un valor que supone un incremento del 41% sobre 1990, año base del protocolo de Kioto, muy alejado de su objetivo de reducción, de un 5,2% sobre los niveles de 1990 que se debía alcanzar durante el primer periodo de compromiso (2008-2012).

[2] En su Cuarto Informe (Climate Change 2007: Synthesis Report, Contribution of Working Groups I, II and III to the Fourth Assessment Report of the Intergovernmental Panel on Climate Change. Cambridge, United Kingdom and New York, NY, USA: Cambridge University Press. Also available at http://www.ipcc.ch/) el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) postuló que para evitar una interferencia antropógena peligrosa en el sistema climático mundial era necesario alcanzar una reducción de las emisiones de dióxido de carbono del orden de un 50 a un 85% para 2050.

[3] GEORGESCU-ROEGEN, Nicholas (1996): La Ley de la Entropía y el proceso económico, Madrid, Fundación Argentaria.

[4] Lebow, Victor; "Price Competition in 1955"; Journal of Retailing, Vol. XXXI no. 1, pg 5, Spring 1955

[5] Georgescu-Roegen, N. 1979 "Comments on the Papers by Daly and Stiglitz". En V. Kerry Smith, eds., Scarcity and Growth Reconsidered. Baltimore: RfFand Johns Hopkins University Press.

[6] Huella Ecológica («Ecological Footprint»): Medida de cuánta tierra y agua biológicamente productivas requiere un individuo, población o actividad para producir todos los recursos que consume y para absorber los desechos que generan utilizando tecnología y prácticas de manejo de recursos prevalentes. Usualmente se mide la Huella Ecológica en hectáreas globales. Dado que el comercio es global, la Huella de un individuo o un país incluye tierra o mar de todo el planeta.

[7] Biocapacidad o Capacidad biológica («biocapacity or biological capacity»): La capacidad de los ecosistemas de producir materiales biológicos útiles y absorber los materiales de desecho generados por los seres humanos, usando esquemas de administración y tecnologías de extracción actuales. "Materiales biológicos útiles" se definen como aquellos usados por la economía humana, mientras lo que se considera "útil" puede cambiar de año a año (e.g. el uso de hojas de maíz para la producción de etanol podría resultar en las hojas de maíz convirtiéndose en un material útil, y así incrementar la biocapacidad de la tierra de cultivo de maíz). La biocapacidad de un área se calcula multiplicando el área física actual por el factor de rendimiento y el factor de equivalencia apropiado. La biocapacidad generalmente se expresa en hectáreas globales como unidad.

[8] "Criterios operativos para el desarrollo sostenible" Un texto de Herman Daly Traducción de Gustau Muñoz http://www.eumed.net/cursecon/textos/Daly-criterios.htm#6

Comercio de Carbono. La Compra del Derecho a Contaminar

31/07/04 Por Carmelo Ruiz Marrero

Contamine sin preocupaciones. Contribuya al calentamiento global "y al desastre que el cine anticipa" sin que su imagen corporativa se vea afectada. Ya hay empresas que le venden sumideros de carbono, equivalentes a los contaminantes que usted arroja a la atmósfera

EL CALENTAMIENTO GLOBAL ha dado lugar a un nuevo tipo de comercio: el comercio de carbono. Esta nueva actividad consiste en la compra y venta de "servicios ambientales". Tales servicios, que incluyen la remoción de gases que causan el efecto de invernadero de la atmósfera, son identificados y adquiridos por firmas de eco-consultoría y después vendidos a individuos o corporaciones para "compensar" sus emisiones contaminantes. Algunas organizaciones no gubernamentales y negocios "ecológicos" favorecen el comercio de carbono y lo ven como una solución en la que todos ganan, que reconcilia la protección del ambiente con el imperativo capitalista de rentabilidad. Pero hay ambientalistas y organizaciones de base que sostienen que este comercio no es ninguna solución al calentamiento global pues no atiende las causas del problema.

Funciona de la siguiente manera: una firma de eco-consultoría le hace una eco-auditoría a un cliente y llega a un cálculo presumiblemente exacto de cuánto carbono liberan a la atmósfera las actividades que realiza. El carbono es el denominador común en todos los gases contaminantes que causan calentamiento global. La firma busca por todo el globo servicios ambientales que puedan compensar las emisiones de sus clientes. Estos servicios son usualmente bosques y proyectos de siembra de árboles y se les conoce como sumideros de carbono (los árboles remueven carbono de la atmósfera y lo fijan " secuestran" en su madera). Usando una variedad de metodologías, el corredor de servicios ambientales llega a un cálculo de cuánto carbono secuestra un sumidero particular, le asigna un valor monetario y lo vende a alguno de sus clientes. El cliente entonces puede restar de su cuenta de carbono la cantidad de carbono secuestrada por el sumidero que compró. Cuando un cliente posee suficientes sumideros como para compensar todas sus emisiones se puede jactar de no estar causando contaminación alguna. El comercio de carbono tiene el visto bueno del Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC), prestigioso cuerpo científico que asesora la Convención sobre Cambio Climático y también está autorizado por el Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL) del Protocolo de Kyoto, acuerdo internacional para afrontar la amenaza del calentamiento global. Contrario a lo que muchos ecologistas creen, el Protocolo no contempla realmente reducciones sustanciales en las emisiones de gases contaminantes. Compromete a los países industrializados a reducciones de sólo 5.2% debajo de los niveles de ese año. Sin embargo, el IPCC advirtió que para evitar un desastre global estas reducciones deben ser de 60% debajo de los niveles de emisiones de 1990. El MDL es uno de tres mecanismos "flexibles" de mercado en el Protocolo. Los otros dos son el comercio de emisiones, en el cual países industralizados comercian entre sí permisos para contaminar, e Implementación Conjunta, en el que los países industrializados financian proyectos de mitigación de cambio climático en el antiguo bloque soviético.

Los participantes del comercio de carbono incluyen:

· Firmas que proporcionan asesoría y corretaje de sumideros de carbono, como EcoSecurities, NatSource, Co2e.com y Climate Change Capital.

· Empresas dedicadas a "validar" y "verificar" las cantidades de carbono fijadas o secuestradas por los sumideros, como Det Norske Veritas y Societe General de Surveillance, ambas europeas.

· Organismos de las Naciones Unidas, como el Programa para el Desarrollo (PNUD) y el Programa Ambiental (PNUMA), que ayudan a las corporaciones a investigar y hacerse de nuevos sumideros.

· Organizaciones ambientalistas, como las estadunidenses World Resources Institute y Environmental Defense.

· Instituciones de la banca multilateral como el Banco Mundial, el cual estableció el Fondo Prototipo de Carbono.

· Climate Care y Future Forests, ambas firmas asentadas en Inglaterra, son entes privados que han llevado la voz cantante en favor del comercio de carbono mediante el despliegue de grandes campañas publicitarias. Climate Care es un grupo sin fines de lucro que vende sumideros de carbono a individuos y compañías y usa el dinero para invertir en proyectos ecológicos, como protección de la vida silvestre en Uganda, eficiencia energética en la isla de Mauritius en el océano Indico, y micropresas en Bulgaria. Los clientes de Climate Care son en su mayoría agencias de viaje y ecoturismo, como Ecotours, Whale Watch Azores y Nature Trek.

· Future Forests, empresa con fines pecuniarios, dice en su página web: "Le ayudamos a ver cuánto CO2 (dióxido de carbono) es producido por las actividades que usted realiza, y sugerimos maneras en que usted puede reducir esas emisiones. Lo que no pueda reducir, nosotros se lo podemos neutralizar (o compensar), sembrando árboles que reabsorban el CO2 o invirtiendo en proyectos que reduzcan emisiones de CO2, como aquellos que usen recursos de energía renovable." Los clientes de Future Forest incluyen a celebridades como Pink Floyd, Simply Red, Kitaro y el cineasta Ridley Scott, y corporaciones como Fiat, Mazda, Volvo, la cadena hotelera Marriott, BP, Price Waterhouse Coopers, Warner Brothers y Harper Collins.

Algunos grupos ecologistas creen que el comercio de carbono y el concepto de servicios ambientales no contrarrestan realmente el calentamiento global. En mayo de 2004 varios grupos emitieron un comunicado contra Climate Care y Future Forests, protestando contra lo que consideran "propaganda engañosa" de estas firmas.

Heidi Bachram, de Carbon Trade Watch, declaró: "Nos preocupa que estas compañías están indirectamente obstruyendo la verdadera solución al calentamiento global, la cual es reducir y finalmente detener la quema de combustibles fósiles… La idea de que la gente puede quemar combustibles fósiles y sembrar árboles para limpiar el dióxido de carbono resultante es simplemente equivocada. Esta falsa "solución" sólo mantendrá a la gente extrayendo petróleo y carbón en lugar de intentar cambiar a energías limpias""Pretender que una tonelada de carbono almacenada en árboles es lo mismo que una tonelada de carbono fósil ignora los conceptos más elementales del ciclo natural del carbono", dijo Jutta Kill, quien dirige Sinkswatch.

"Hay gran controversia científica en torno a cuánto dióxido de carbono puede sacar del aire una siembra de árboles y por cuánto tiempo. Hay una diferencia entre sembrar árboles, lo cual beneficia al clima, y sembrar árboles como parte de un programa que sanciona la continuación de la quema de combustibles fósiles, lo cual no beneficia al clima", sostuvo Mandy Haggith, de Worldforests.

"La verdadera solución es la conservación de energía, la reducción del consumo, un uso de recursos más equitativo, y distribución de fuentes energéticas de bajo impacto limpias y renovables", dijo el Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales, que es muy crítico del MDL y del uso de sumideros de carbono. "Aunque sea casi una perogrullada decirlo, la voluntad política de los gobiernos será necesaria. Esta es escasa, y cuando existe se tiene que enfrentar a intereses muy poderosos e implacables".

Efecto invernadero y otras antropogenias climáticas

20/12/04 Por Luis Sabini Fernández

Lo que aterroriza a los políticos de EE.UU. en lo más profundo, es que es cierto que existe un fenómeno planetario de calentamiento global, y podrían hacer algo para encarar el calentamiento global, pero ello significaría un costo impresionante para la industria del país y para su sistema de vida.

Desde que algunos investigadores presentaron hace ya décadas la preocupante hipótesis de que existía un fenómeno planetario de calentamiento global antropogénico designado descriptivamente como "efecto invernadero", las polémicas sobre su existencia arreciaron.

Con el paso del tiempo, sin embargo, fue constituyéndose un consenso creciente sobre semejante fenómeno, y cuando se realiza la conferencia mundial de clima en Kyoto en 1997 prácticamente todos los climatólogos están de acuerdo en su existencia. Con una excepción: el equipo de especialistas que representa a EE.UU. niega esa hipótesis.

Con ello sobreviene la negativa de EE.UU. a firmar el timidísimo convenio propuesto en Kyoto (sobre la base de las emisiones registradas en 1990, bajar hacia 2012 un 5% las emisiones de gases causantes del efecto invernadero, en particular dióxido de carbono, que es uno de los gases más abundantes del planeta, producto de la combustión del oxígeno). En realidad, investigaciones presentadas en ese encuentro estimaban que para controlar satisfactoriamente el "efecto invernadero" había que encarar la disminución del 60% de tales gases, no del 5%…

En lo que va de 1997 a 2004, el convenio siguió sin implementarse porque no se cumplían las condiciones mínimas acordadas: que por lo menos el 55 % de los países que abarquen por lo menos el 55 % de las emisiones, lo ratificaran. La negativa de EE.UU., que cubre más de un tercio de las emisiones mundiales, dificulta alcanzar esas cotas (exige casi la unanimidad del resto del mundo), aunque la reciente incorporación de Australia a los firmantes augura una inminente entrada en vigencia.

Pese a que lo acontecido entre 1997 y 2004 no hace sino confirmar cada vez más la existencia de llamativos cambios climáticos: el gobierno estadounidense, sus sucesivas administraciones, han persistido en la misma posición, negando toda responsabilidad humana en cualquier cambio climático de los que se están registrando, como el derribo de las barreras de hielos antártico y ártico, el derretimiento de casquetes de nieve en el Kilimanjaro en el corazón africano, por ejemplo, y otra serie de fenómenos que la mayor cantidad de climatólolgos entienden como trastornos originados por el calentamiento planetario originado por el hombre.

El gobierno de Bush Jr. y las presidencias anteriores han sido particularmente reluctantes a asumir cualquier responsabilidad ambiental por parte de EE.UU. Tanto es así, que entre 1990 y 2004 no sólo no las han reducido según el convenio sino que las han aumentado en un 11% (en tanto la UE ha reducido las suyas en un 4%) .

Mientras los técnicos que sirven a la estrategia de poder de EE.UU. se aferran, curiosamente, en este caso al in dubbio pro reo, con el cual alegan que hasta que no haya pruebas contundentes de la responsabilidad humana en los cambios y trastornos climáticos hay que presuponer la total irrelevancia de los actos humanos, los científicos preocupados y las organizaciones ecologistas incluso de EE.UU. y de prácticamente casi todo el mundo, insisten en que las dimensiones de la incidencia humana en el planeta (quema de combustibles, contaminación química y cada vez más biológica, aumento poblacional, desmantelamiento de bosques, selvas, ríos, montes) es tal que hay que actuar precautoriamente, y a la brevedad. El riesgo de catástrofe absolutamente fuera de control es tan pero tan grande y sobre nuestro único hábitat (véase "La carrera espacial", p. 32), que tomar recaudos parece lo sensato. La pregunta en todo caso es si la timidez, la casi insignificancia de los acuerdos de Kyoto, podrían alcanzar para inflexionar las curvas del proceso.

"¡No es cierto, no es cierto! ¡Y nada podemos hacer con eso! Así resume Mickey Kaus la actitud de la Casa Blanca ante el calentamiento planetario. Lo que aterroriza a los políticos de EE.UU. en lo más profundo, es que sí, es cierto que existe, y podrían hacer algo para encarar el calentamiento global, pero ello significaría un costo impresionante para la industria del país y para su sistema de vida", resume el periodista Matthew Engel en su "Road tu ruin" (Guardian Weekly, Londres, 6/11/03).

Uno podría preguntarse acerca de los avales que tiene el gobierno de EE.UU. para negar el carácter antropogénico de cambios climáticos. Va de suyo que los cambios provocados por el hombre no invalidan los que se producen "naturalmente"; ciertamente el planeta conoció muchísimos y radicales cambios climáticos antes que el hombre pusiera el más mínimo pie en tierra (descendiera de los árboles como una de las hipótesis más firmes señala). El climatólogo Osvaldo Canziani es categórico sobre el particular: "No tienen ninguna razón científica. Los industriales no quieren disminuir su producción, simplemente." (cit. p. Martín de Ambrosio en "Kyoto, protocolo roto", Buenos Aires, Futuro, Página12, 24/11/04).

En lo que va del año, como un rayo en cielo sereno, apareció un documento del Pentágono sobre la cuestión. Un documento de militares de los que se sienten con derecho a regir el mundo. Pero que han sentido alarma en un aspecto crucial. A diferencia de las discusiones habidas en Kyoto en 1997 en que se especulaba sobre desastres ambientales por la acumulación del efecto invernadero para dentro de varias décadas o siglos, el informe pentagonal agudiza los términos dramáticamente: restringe los plazos incluso a menos de una década.

Nunca creímos en profecías y menos a fecha fija, como con más altanería que sabiduría intelectual anuncian los autores del mencionado informe "secreto". Pero la afirmación de que Inglaterra vivirá un clima siberiano en el 2020 es por lo menos llamativa. Y los anuncios de catástrofes más cercanas todavía en el tiempo para países con costas bajas también. Los autores: Peter Schwartz, consultor de la CIA y del Royal Dutch/Shell Group y Doug Randall, otro empresario.

Lo cierto es que el derretimiento de los polos puede convertir al planeta en un verdadero infierno: la hipótesis muy trajinada por climatólogos de que la invasión de aguas árticas al Atlántico podría bloquear la vital corriente del Golfo, convertiría paradójicamente a Europa, a la Europa del Norte, en una región con frío insoportable (estamos hablando del Reino Unido, Islandia, Noruega, e islas menores, por lo menos).

Por su parte las zonas tórridas del planeta pasarían a ser totalmente invivibles hasta para los humamos que hoy en día sí viven allí. Lo mismo sus cultivos y sus animales de cría. Los cultivos templados, como los de tantos cereales (trigo, centeno, maíz) serían barridos de la faz de la Tierra por la tropicalización. La expansión de especies patógenas, sobre todo en los ámbitos cálidos, sería sobrecogedora; pensemos en hongos (a menudo venenosos), ácaros, insectos, microorganismos.

La frutilla del postre con este meneado informe es que la Casa Blanca lo ocultó durante varios meses, indudablemente estremecidos por "la novedad". Fue finalmente a través de una filtración a la prensa, The Observer [periódico británico fundado en el s. XVIII] que salió a la luz. Recordemos que lleva la firma del Pentágono… todo lleva a pensar que Bush Jr. ha entrado en otro cortocircuito…

Randall, consultado luego de "la explosión mediática" dijo, por ejemplo, que "posiblemente es demasiado tarde para prevenir que ocurra un desastre. No sabemos exactamente en qué momento estamos. Podría comenzar mañana y no lo sabríamos durante cinco años." (cit. p. The Observer, 22/2/04). Más allá de la puerilidad tan hollywoodense de que pueda comenzar mañana un proceso que en el informe dan por comenzado, la observación revela igual la gravedad de la situación.

Willy Meyer, presentando en 1987 el excelente documental alemán Klima im koma (en Naturaleza y medio ambiente en cine y TV, Buenos Aires, Instituto Goethe, 1990) decía con preciso vuelo poético: "La Tierra tiene fiebre".

Sólo una ceguera en el colmo de su egoísmo puede llegar a lucubrar títulos como el de Clarín Rural el 28 de febrero de 2004: "El cambio climático beneficiaría a la soja." (*)

Recuadro

"Entretanto, a todos los consumidores estadounidenses se les ha pedido una tarea para la defensa ambiental: que compren helados Ben & Jerry de crema, porque se les asegura que un tanto por ciento de las ganancias de su fabricante Unilever van a ir a parar a 'iniciativas que tengan que ver con el efecto invernadero'."

"Uy, uy" remata Matthew Engel ante tan formidable medida (op. cit.).

(*) En su "fundamentación" persiste la ceguera que otorga el auto-interés: "La mayor concentración de dióxido de carbono hará aumentar los rendimientos". Vale la pena recordar una observación del climatólogo Osvaldo Canziani: las plantaciones de soja aguantan mucha más temperatura que las de cereales (´si el trigo permanece a más de 30º por más de ocho horas no fructifica´:, cit. p. Martín de Ambrosio, "Cuando el clima se marchita", Futuro P12, 24/11/01). El neocolonialismo sojero de parabienes.

* Periodista, editor de Futuros, coordinador del seminario de Ecología y DD.HH. de la cátedra de DD.HH. de la Fac. de Filosofía y Letras de la UBA.

Calentamiento Global, Arma de Destrucción Masiva

27/03/05 Por Bruce E. Johansen

Los combustibles quemados hoy afectan el calentamiento de dentro de 30 a 50 años. Hoy estamos viendo temperaturas relacionadas con las emisiones de combustibles de 1960, cuando el consumo era mucho menor. Las emisiones de hoy, se expresarán en la atmósfera aproximadamente en el 2040.

Levene sostiene que el Lloyd's, como otras aseguradoras internacionales, se están preparando para un aumento en catástrofes climáticas vinculadas al calentamiento global.

Asimismo, realizando sus tareas como jefe de inspectores de armas en Irak, Hans Blix dijo: "Para mí la cuestión del medio ambiente es más preocupante que la de la paz y la guerra. Tendremos conflictos regionales y uso de la fuerza, pero ya no creo que ocurran conflictos mundiales. Pero el medio ambiente, ése sí es un peligro agudo y creciente. Estoy más preocupado por el medio ambiente que por algún conflicto militar de envergadura." Sir John Houghton, co-presidente del panel intergubernamental sobre cambio climático, concuerda. " El calentamiento global ya nos ha caído encima" dijo, "El impacto del calentamiento global es tal que no tengo dudas de describirlo como un arma de destrucción masiva." Entonces, ¿Qué es lo que ellos saben que George W Bush no sepa?

El tiempo es la historia/relato, el clima es la trama/complot. Estamos carbonizando los océanos, con serias consecuencias para la vida en ellos. Al amanecer el siglo XXI, los niveles de dióxido de carbono en los océanos estaban aumentando más rápidamente que en cualquier tiempo desde la era de los dinosaurios. En un informe publicado el 25 de septiembre del 2003 en Nature, los oceanógrafos Ken Caldeira y Michael E.Wickett escribieron: "Encontramos que la absorción oceánica de CO2 , proveniente de los combustibles fósiles, puede resultar en mayores cambios de pH durante los próximos siglos, que cualquier cambio inferido en el historial geológico de los últimos 300 millones de años, con la posible excepción de aquellos resultantes de eventos extremos e inusuales como el impacto de un "bólido" o un escape catastrófico de hidrato de metano (un "bólido" es un cuerpo extra-terrestre grande, usualmente de por lo menos media milla en diámetro, quizá más grande, que impacta con la tierra a una velocidad aproximadamente igual a la de una bala desplazándose en el aire.)

El aumento de los niveles de dióxido de carbono en los océanos podría amenazar la salud de varios organismos marinos, comenzando con el plancton, en la base de la cadena alimenticia. "Si continuamos por el camino que estamos transitando, produciremos cambios mayores que los experimentados en los 300 millones de años pasados -con la posible excepción de eventos inusuales y extremos como el impacto de cometas-" advirtió Caldeira, del Laboratorio Nacional Lawrence Livermore. Desde que empezaron a medirse los niveles de dióxido de carbono sistemáticamente a nivel mundial en 1958, su concentración en la atmósfera ha aumentado un 17 por ciento.

Hasta ahora, algunos expertos en clima habían afirmado que los océanos ayudarían a controlar el aumento de dióxido de carbono actuando como filtros. Sin embargo, Caldeira y Michael Wickett dijeron que el dióxido de carbono que es despedido de la atmósfera entra a los océanos como ácido carbónico, alterando gradualmente la acidez del agua de los océanos. De acuerdo a sus estudios, el cambio producido en el último siglo, ya alcanza la magnitud del cambio ocurrido en los 10.000 años que precedieron la era industrial. Caldeira señaló a la lluvia ácida, producto de las emisiones industriales, como la posible precursora de los cambios en los océanos. "La mayoría de la vida marina reside en la superficie, donde se esperaría el mayor cambio, pero la vida marina de mayor profundidad puede resultar ser más sensible a estos cambios" afirmó Caldeira.

El plancton marino y otros organismos cuyos esqueletos o conchas contienen carbonato de calcio, que se disuelven con soluciones ácidas, pueden ser particularmente vulnerables. Los arrecifes coralinos, que ya son perjudicados por la polución; las temperaturas oceánicas en ascenso; y otros agentes nocivos, están compuestos casi exclusivamente de carbonato de calcio. "Es difícil predecir qué es lo que va a ocurrir porque no hemos realmente estudiado el alcance del impacto" dijo Caldeira."Pero podemos decir que si continuamos con nuestras actividades como hasta ahora, veremos cambios significativos en la acidez de los océanos del mundo.

En la misma línea, el calentamiento de los mares también está devastando el plancton, erosionando la cadena alimenticia oceánica. El calentamiento global está contribuyendo a un "derretimiento ecológico" con efectos devastadores para las zonas pesqueras, la flora y la fauna. El "derretimiento" comienza en la base de la cadena alimenticia, ya que el ascenso de la temperatura de los mares mata al plancton. La población de aves marinas y las reservas de pesca están declinando también.

Científicos de la fundación Sir Alistair Hardy para la ciencia oceánica en Plymouth, Inglaterra, que han estado monitorizando el crecimiento de plancton en el Mar del Norte por más de 70 años, han dicho que el calentamiento sin precedentes del Mar del Norte tiene como consecuencia el desplazamiento del plancton a cientos de millas hacia el norte. Este ha sido reemplazado por una especie más pequeña de aguas cálidas, que es menos nutritiva. La sobre-pesca de bacalao y otras especies tuvo cierto impacto, pero las reservas de pescado no se han recuperado luego de la reducción de las cuotas de pesca permitidas.

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