La apoteosis de Hayek ocurrió en la década de 1980, cuando la primera ministro británica Margaret Thatcher llegó a citar Camino de servidumbre (1944), su ataque clásico a la planificación central. Sin embargo, en economía nunca hay sentencias definitivas. Si bien la defensa de Hayek del sistema de mercado contra la ineficiencia de la planificación central fue ganando cada vez más partidarios, la opinión de Keynes de que los sistemas de mercado requieren una estabilización continua persistió en los ministerios de finanzas y bancos centrales.
Sin embargo, ambas tradiciones fueron eclipsados por la escuela de Chicago de "expectativas racionales", que ha prevalecido en la economía dominante en los últimos veinticinco años. Si los agentes económicos supuestamente poseen información perfecta sobre todas las contingencias posibles, nunca podrían suceder crisis del sistema, excepto como resultado de accidentes y sorpresas más allá del alcance de la teoría económica.
El colapso económico mundial de 2007-2008 desacreditó la economía de las "expectativas racionales" (a pesar de que sus sumos sacerdotes aún no lo reconocen) y trajo a Keynes y Hayek nuevamente a una contienda póstuma. Los problemas no han cambiado mucho desde que iniciaran su discusión en la Gran Depresión de la década de 1930. ¿Qué causa el colapso de las economías de mercado? ¿Cuál es la respuesta correcta a un colapso? ¿Cuál es la mejor manera de evitar colapsos futuros?
Para Hayek a comienzos de los años 30 y para sus seguidores en la actualidad, la "crisis" es resultado de un exceso de inversión en relación con la oferta de ahorro, que fue posible por una expansión excesiva del crédito. Los bancos prestan a tasas de interés más bajos que las que los ahorristas genuinos habrían exigido, haciendo que todo tipo de proyectos de inversión se vuelvan temporalmente rentables.
Sin embargo, debido a que estas inversiones no reflejan las preferencias reales de los agentes para el futuro sobre el consumo actual, no están disponibles los ahorros necesarios para su realización. Se puede ganar algo de tiempo con inyecciones monetarias de los bancos centrales. Sin embargo, los participantes del mercado terminan por caer en cuenta de que no hay ahorro suficiente para completar todos los proyectos de inversión. En ese momento, el auge se convierte en caída.
Cada auge artificial lleva las semillas de su propia destrucción. La recuperación se logra mediante la liquidación de las asignaciones inadecuadas, la reducción del consumo y el aumento del ahorro.
Keynes (y los keynesianos de hoy) considerarían que la crisis es resultado de lo contrario: la falta de inversión en relación con la oferta de ahorro -es decir, muy poco consumo o demanda agregada para mantener un nivel de pleno empleo de la inversión- que por fuerza ha de llevar a un colapso de las expectativas de ganancias.
Una vez más, la situación se puede mantener por un tiempo recurriendo a la financiación del crédito a los consumidores, pero estos terminan por sobreapalancarse y restringir sus compras. De hecho, las explicaciones, keynesiana y hayekiana de los orígenes de la crisis en realidad no son muy diferentes, pues en ambas el sobreendeudamiento desempeña un papel central. Pero las conclusiones a las que apuntan son muy diferentes.
Mientras que para Hayek la recuperación requiere la liquidación de las inversiones excesivas y un aumento del ahorro de los consumidores, para Keynes consiste en reducir la propensión al ahorro y aumentar el consumo a fin de mantener las expectativas de utilidades de las empresas. Hayek exige más austeridad mientras que Keynes exige más gasto.
Aquí tenemos una idea de por qué Hayek perdió la gran batalla con Keynes en la década de 1930. No era solamente que la política de liquidar excesos era políticamente catastrófica: en Alemania, llevó a Hitler al poder. Como señalara Keynes, si todo el mundo -hogares, empresas y gobiernos- comenzaran a intentar aumentar su ahorro al mismo tiempo, no habría manera de evitar que la actividad de la economía se redujera hasta que la gente se volviera demasiado pobre para ahorrar…
Excepto para los fanáticos de Hayek, parece obvio que el estímulo global coordinado de 2009 detuvo la caída en otra Gran Depresión. No hay duda de que el coste para muchos gobiernos de rescatar a sus bancos y mantener sus economías a flote frente al colapso de la economía dañó o destruyó su capacidad crediticia. Pero se reconoce cada vez más que la austeridad del sector público en un momento de débil gasto del sector privado garantiza años de estancamiento, si no un mayor colapso…
Para evitar nuevas crisis de la misma gravedad en el futuro, los keynesianos propondrían el fortalecimiento de las herramientas de gestión macroeconómica. Los hayekianos no tienen nada sensato que aportar. Es demasiado tarde para uno de sus remedios favoritos: la supresión de los bancos centrales, supuestamente por ser fuente de excesiva creación de crédito. Incluso una economía sin bancos centrales estará sujeta a errores de optimismo y pesimismo. Y una actitud de indiferencia a las consecuencias de estos errores es una mala política y un mal enfoque moral.
Por lo tanto, a pesar de su distinción como filósofo de la libertad, Hayek merecía perder su batalla con Keynes en la década de 1930. Y se merece perder la revancha de hoy también". Una nueva contienda entre Keynes y Hayek (Robert Skidelsky – Project Syndicate – 19/8/11)
"La gran pregunta sigue siendo cómo enderezamos la situación económica. Las posiciones siguen estando encontradas: mientras muchos economistas a ambos lados del Atlántico siguen defendiendo las medidas de estímulo para reactivar la economía, otros defienden las medidas de austeridad para reducir la deuda y el déficit a toda costa, con independencia del posible impacto negativo en el crecimiento y el desempleo…
Curiosamente, en las últimas semanas se está produciendo en EEUU un debate sobre la posibilidad de que una inflación mayor pueda ser una solución para salir de la crisis. Dada la terrible reputación que la inflación tiene en este país, donde se la identifica con la crisis y la estanflación de los setenta y se la compara con la corrupción y el crimen (el presidente Reagan la definió como "tan aterradora como un ladrón armado y tan letal como un asesino"), el que se la pueda considerar como una ayuda y algo positivo es sencillamente extraordinario.
El debate a favor de la inflación está siendo liderado por uno de los más prestigiosos economistas del país, Kenneth Rogoff, de la Universidad de Harvard, al cual están apoyando economistas tan reconocidos como Oliver Blanchard (FMI), Greg Mankiw (Harvard) y Paul Krugman (Princeton y Nobel de Economía). Rogoff, autor con Carmen Reinhart de uno de los libros de economía más influyentes publicados en los últimos años: Esta vez es diferente, tiene un pedigrí antiinflación impecable, ya que trabajó en la Fed para Paul Volcker, que fue el artífice de las políticas deflacionistas de inicios de los ochenta.
El error principal que hemos cometido ha sido tratar a esta crisis como una recesión normal y admitir demasiado tarde que se trataba de una crisis financiera profunda caracterizada por un aumento masivo de la deuda tanto pública como privada. La historia, tal y como demuestran magistralmente Rogoff y Reinhart, muestra que este tipo de crisis suelen ser seguidas por largos periodos de estancamiento e incertidumbre, tal y como ha sucedido en Japón en las últimas décadas.
Rogoff sostiene que lo que está dificultando la salida de la recesión en EEUU no es tanto la falta de confianza de los consumidores o la poca demanda, sino la enorme resaca de deuda que ha seguido a la crisis. El colapso del mercado inmobiliario ha dejado a millones de ciudadanos tremendamente endeudados y agonizando para pagar sus deudas, en vez de invertir o consumir. Por consiguiente, y dado que es muy improbable que todas las deudas se puedan pagar por completo, no habrá ninguna recuperación hasta que logremos aliviar la cara de la deuda. Y es aquí donde la inflación puede ayudar, ya que facilitaría el pago de la deuda a los deudores al transferir parte del coste de la crisis de los deudores a los acreedores.
Otros economistas han criticado fuertemente esta opción argumentando que sería difícil parar la inflación una vez que aumente; que tendría un efecto negativo en la confianza en la Fed; que los inversores perderán su fe en el dólar, lo que llevaría a subidas en los intereses, y que no es tan fácil aumentar la inflación.
Sin embargo, dadas las circunstancias excepcionales que vivimos, este es el momento de ser ambiciosos, dejar atrás las ortodoxias que nos están abocando al desastre y considerar alternativas atrevidas que nos permitan dejar atrás la crisis. ¿Es tan arriesgado dejar la inflación subir modestamente? Los indignados claman por la justicia. Hagamos una concesión para que las consecuencias de la crisis se distribuyan de forma más equitativa entre deudores y acreedores". ¿Es la inflación la solución? (Cinco Días – 6/9/11)
(Sebastián Royo. Catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Suffolk en Boston – Estados unidos)
"La obsesión por el déficit bloqueó la muy necesaria segunda ronda de estímulos fiscales. Y con este gasto evaporándose, hemos experimentado de facto la austeridad fiscal. En concreto, los Gobiernos estatales y locales han reaccionado a las pérdidas de ayudas federales cortando programas y despidiendo a muchos trabajadores, especialmente maestros de escuela.
A la vista de este sector público encogido, el sector privado no ha respondido con júbilo a estos despidos y no se ha embarcado en una fiebre por contratar.
Vale. Ya sé qué dirán los sospechosos habituales: que los temores de mayores impuestos y más regulaciones echan atrás a los empresarios. Pero esto es solo una fantasía de la derecha. Varias encuestas han mostrado que la falta de demanda -que se ve agravada por los recortes del Gobierno– es el problema real al que se enfrentan los empresarios, muy por encima de la regulación y los impuestos…
Así que los déficits a corto plazo no son el problema, sino la falta de demanda. Y los recortes de gastos están empeorando mucho las cosas. ¿Tal vez sea hora de cambiar de rumbo?…
Me parece útil reflexionar sobre tres preguntas: ¿qué debemos hacer para crear puestos de trabajo? ¿En qué van a estar de acuerdo los republicanos que se sientan en el Congreso? Y teniendo en cuenta esta realidad política, ¿qué debería proponer el presidente?
La respuesta a la primera pregunta es que el Gobierno federal tiene que gastar mucho dinero para generar empleo. Y emplear ese gasto sobre todo en la muy necesaria tarea de mejorar y modernizar las infraestructuras del país. ¡Ah! Y necesitamos más ayuda a los Gobiernos estatales y locales para que puedan dejar de despedir a maestros de escuela.
Pero, ¿en qué van a estar de acuerdo los republicanos? Eso es fácil de responder: en nada. Se opondrán a cualquier cosa que proponga Obama, incluso aunque eso pudiera servir claramente de ayuda a la economía. O quizás debería decir: especialmente si eso fuera a ayudar a la economía, ya que el desempleo les beneficia a ellos políticamente"… La distracción mortal (Paul Krugman – El País – 6/9/11 – © New York Times Service)
"A principios de 2009, mientras el nuevo Gobierno de Obama intentaba hacer frente a la crisis que había heredado, se escuchaban dos argumentos principales provenientes de los escépticos de la derecha. Primero, sostenían que debíamos depender de la política monetaria y no de la fiscal, es decir, que la tarea de combatir el paro debía recaer en la Reserva Federal. Segundo, sostenían que las medidas fiscales debían adoptar la forma de bajadas de impuestos en lugar de la de gasto temporal. Ahora, sin embargo, los dirigentes republicanos están en contra de los recortes de impuestos, al menos si estos benefician a los estadounidenses con empleo más que a la gente rica y las corporaciones.
Y también están en contra de la política monetaria. En el debate presidencial republicano del miércoles por la noche, Mitt Romney anunciaba que buscaría un sustituto para Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal, esencialmente porque Bernanke ha intentado hacer algo (aunque no lo suficiente) respecto al paro. Y esto convierte a Romney en un moderado para lo que es habitual en el Partido Republicano, puesto que Rick Perry, su principal rival en la carrera para la designación del candidato a la presidencia, ha indicado que a Bernanke habría que tratarle "con mano muy dura".
Así que, en este momento, los principales republicanos están básicamente en contra de todo lo que pueda ayudar a los parados"… Quemarles el pelo (Paul Krugman – El País – 11/9/11 – ©New York Times Service)
"Bancos codiciosos, malas ideas económicas, políticos incompetentes: no faltan culpables para la crisis económica en que están sumidos los países ricos. Pero también hay en juego algo más fundamental, una falencia que se encuentra más allá de la responsabilidad de quienes toman las decisiones. Las democracias son notablemente deficientes a la hora de generar acuerdos creíbles que exijan compromisos políticos en el mediano plazo. En Estados Unidos y Europa, los costes de esta limitación a sus políticas han ampliado la crisis y oscurecido el camino de salida…
Mediante la puesta de la política monetaria en manos de banqueros centrales a quienes no se les puede decir qué hacer, en la práctica los políticos se atan de manos (y, como resultado, obtienen una menor inflación.)
Desgraciadamente, los políticos de EEUU y Europa no han podido demostrar una imaginación similar cuando se trata de políticas fiscales. Podrían haber evitado lo peor de la crisis mediante la implementación de nuevos mecanismos que hicieran más predecibles la deuda pública y el rumbo futuro de los equilibrios fiscales.
En comparación con la política monetaria, la política fiscal es infinitamente más compleja, ya que implica muchos más "toma y daca" entre intereses en conflicto. Por ello, una autoridad fiscal independiente que siga el modelo de un banco central independiente no es factible ni deseable. Sin embargo, ciertas decisiones fiscales y, en especial, el nivel del déficit sí se pueden delegar a un comité independiente…
Se dice que la política es el arte de lo posible, pero las posibilidades están determinadas por nuestras decisiones tanto como por nuestras circunstancias. Tal como están las cosas, cuando las generaciones futuras vuelvan la mirada hacia nuestros gobernantes desde una perspectiva histórica, lo más probable es que les reprochen sobre todo su falta de imaginación institucional"… Crisis de imaginación fiscal (Dani Rodrik – Project Syndicate – 12/9/11)
"El debate entre la expansión fiscal, por un lado, y la consolidación, por el otro, continúa dividiendo al mundo desarrollado. Como respuesta a la recesión global de 2008, el Reino Unido emprendió un programa de austeridad y los Estados Unidos promulgaron un estímulo fiscal de 800 mil millones de dólares. A pesar de que la economía va mejorando, el primer ministro británico, David Cameron, promete continuar con el rumbo de la austeridad. Obama también se aferra a su postura con su reciente propuesta de hacer un gasto público adicional de 450 mil millones de dólares y recortes fiscales para dar un impulso el empleo.
El desempleo en los Estados Unidos se ha mantenido por encima del 9% en 22 de los últimos 24 meses. Mientras que algunos son partidarios de un estímulo adicional, otros piden una austeridad como la de Reino Unido. ¿Sin embargo, alguno de estos enfoques reduciría correctamente el desempleo, o funcionaría mejor una nueva ronda de "facilitación cuantitativa" (una forma no convencional de estímulo económico mediante la cual el banco central adquiere activos financieros)?
Con economistas que son premios Nobel de Economía en ambos lados del debate actual sobre la forma de solucionar el problema del desempleo, el público está comprensiblemente confundido. Paul Krugman y Joseph Stiglitz están pidiendo un estímulo fiscal aún mayor para dirigir el gasto público a la educación y la inversión en infraestructura. Por el otro lado, Robert Mundell, Myron Scholes y Reinhard Selten, está exigiendo "medidas draconianas" para mitigar los niveles de deuda…
Una mejor manera de reducir el desempleo sería mediante una nueva ronda ampliada de facilitación cuantitativa. Es alentador que en el Reino Unido se inste a ello, y que el debate ahora está enfocándose en la compra de activos riesgosos, como los bonos corporativos o montones de créditos al sector privado, en lugar de los valores gubernamentales de largo plazo. Este es un paso en la dirección correcta que he estado promoviendo en los últimos tres años.
Sin embargo, yo iría más lejos, mi estudio ofrece un enfoque nuevo y coherente hacia la macroeconomía que explica cómo la falta de confianza puede conducir al desempleo constante. En él se apoya la compra de acciones por parte de los bancos centrales para reducir la volatilidad de los precios de las acciones, restaurar el valor del patrimonio y evitar una futura quiebra del mercado.
Cuando los empresarios y mujeres sienten temor dejan de invertir en activos reales. La falta de confianza da lugar a valores bajos y volátiles de los activos. El ambiente de miedo que surge tiene poco que ver con las malas políticas públicas, aunque estas pueden exacerbar la situación. Los empresarios temen que las acciones, y el valor de las máquinas y fábricas que las respaldan, puedan caer más. El temor se alimenta a sí mismo y la predicción de que las acciones perderán valor se cumple a sí misma.
La recesión de 2008 se desencadenó debido al colapso de la burbuja inmobiliaria. El patrimonio inmobiliario en los Estados Unidos ha caído un 34% desde su valor más elevado, en 2006, y sigue disminuyendo. El mercado de valores cayó casi un 50% desde su máximo, en 2007, y sigue por debajo de ese nivel en casi una tercera parte. Esta enorme pérdida de riqueza provocó una caída fuerte y sostenida de la demanda de consumo, que ha generado un aumento del desempleo. Hasta que estemos dispuestos a estudiar soluciones nuevas, el sufrimiento que experimentan millones de trabajadores desempleados continuará.
Una política de facilitación cuantitativa en la que un banco central compre activos riesgosos puede evitar las fluctuaciones de precios y restablecer el valor de la riqueza financiera. Estas compras requerirían el apoyo de la Tesorería, puesto que esta táctica es en efecto una política fiscal, no una política monetaria. Además, al involucrar a la Tesorería, la compra de activos riesgosos podría financiarse mediante la emisión de bonos, en lugar de imprimir más dinero, lo que mitigaría los temores sobre la inflación.
La Gran Recesión no se convirtió en una Segunda Gran Depresión debido a acciones coordinadas de los gobiernos de todo el mundo. Si bien la expansión fiscal pudo haber tenido algo que ver en este logro, la intervención de los bancos centrales fue por mucho el componente más importante. La restricción cuantitativa funciona pues aumenta el valor de la riqueza. Tanto en los Estados Unidos como en el Reino Unido redujo los rendimientos previstos reales a largo plazo de los bonos del gobierno, lo que a su vez alimentó una recuperación del mercado de valores.
No tenemos por qué tolerar que un desempleo del 9% sea la nueva norma. La confianza es una profecía que se cumple a sí misma y podemos, y debemos, manejarla mediante la intervención directa en los mercados de valores. El camino hacia adelante pasa por la ciencia, no por la ideología, el dogma y las teorías fracasadas"… El factor miedo (Roger E. A. Farmer – Project Syndicate – 16/9/11)
(Roger E. A. Farmer, Profesor Distinguido y director del Departamento de Economía de la UCLA. Es autor de dos libros sobre la crisis económica mundial actual: How the Economy Works: Confidence, Crashes, and Self-Fulfilling Prophecies and Expectations, Employment, and Prices)
"Alemania ha estado encabezando el rechazo en la Unión Europea a hacer cualquier reducción de la deuda soberana de los miembros de la eurozona que este en dificultades. En cambio, ha aceptado establecer instrumentos de rescate como el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera y el Mecanismo Europeo de Estabilización Financiera, que en combinación, pueden ofrecer créditos de hasta 500 mil millones de euros (680 mil millones de dólares), y el Fondo Monetario Internacional puede dar otros 250 mil millones de euros adicionales.
Se tratan esencialmente de mecanismos de refinanciamiento…
Estas son ilusiones. A menos que se le perdone una gran parte de su deuda, Grecia no recuperará su solvencia. (De hecho, según la opinión de la mayoría, está a punto de caer en impago.) Y lo mismo es cierto, aunque en menor grado, de otros países fuertemente endeudados.
Para que cualquier plan de rescate sea creíble se requiere que los bancos acreedores acepten perder al menos la mitad de su dinero. En los Estados Unidos, en el exitoso Plan Brady de 1989, los deudores –México, Argentina y Brasil– aceptaron pagar lo que pudieran. Los bancos que les habían otorgado créditos sustituyeron la vieja deuda con nuevos bonos a valor nominal, que equivalían en promedio al 50% de los viejos bonos y el gobierno estadounidense ofreció algunos incentivos.
Las condonaciones y devaluaciones, no los programas de austeridad, son las que permitieron la recuperación de los precios de los bonos. En el caso griego, los acreedores todavía tienen que aceptar la necesidad de condonar deudas, y los gobiernos europeos no les han dado incentivos para hacerlo.
El rechazo de Alemania para condonar deuda es por consiguiente un error de economía, de política (excepto en casa) y de historia. Los alemanes deberían recordar el fiasco de las reparaciones de los años veinte. En el Tratado de Versalles, los aliados victoriosos insistieron en que Alemania tenía que pagar "los costos de la guerra." Hicieron la suma y en 1921 presentaron la cuenta: Alemania "debía" a los victoriosos 6.6 mil millones de libras (85% de su PIB), a pagar en 30 abonos anuales. Esto equivalía a transferir anualmente entre el 8% y el 10% del ingreso nacional de Alemania, o el 65%-76% de sus exportaciones.
En un año, Alemania pidió y obtuvo una moratoria. Nuevas emisiones de bonos, seguidas de una gran condonación de deuda en 1924 (el Plan Dawes), permitieron a Alemania obtener créditos para reanudar sus pagos. Entonces se produjo un sistema incoherente: Alemania obtuvo crédito de los Estados Unidos para pagar a Gran Bretaña, Francia y Bélgica; mientras que éstos últimos tomaron un poco para pagar a Gran Bretaña; y Gran Bretaña tomó un poco más para pagar a los Estados Unidos.
Este gran laberinto de deudas finalmente se condonó de facto en 1932 en medio de la depresión global. Sin embargo, Alemania continuó cubriendo los créditos que había contraído para pagar las reparaciones hasta 1980.
Desde el principio, el economista John Maynard Keynes había criticado ferozmente la política de reparaciones impuesta a Alemania. Habló de tres aspectos principales: Alemania no tenía la capacidad de pagar ni siquiera para recuperar un nivel de vida normal; cualquier intento de obligarla a reducir su nivel de vida produciría una revolución; y en la medida en que Alemania pudiera aumentar sus exportaciones para pagar las reparaciones, lo haría a costa de las exportaciones de los acreedores. Lo que se necesitaba era la cancelación de las reparaciones y de las deudas entre los aliados a causa de la guerra, junto con un gran crédito de reconstrucción para que las quebrantadas economías europeas pudieran recuperarse.
En 1919 Keynes elaboró un gran plan de cancelación global de deuda, junto con una nueva emisión de bonos garantizados por las potencias aliadas cuyos rendimientos beneficiarían tanto a los vencedores como a los vencidos. Los estadounidenses, que habrían tenido que dar la mayor parte del dinero, vetaron el plan.
El punto que Keynes repetía era que el intento de obtener pagos de deuda durante muchos años tendría consecuencias sociales desastrosas. "La política de reducir a Alemania al servilismo durante una generación, de degradar las vidas de millones de seres humanos y de privar de felicidad a toda una nación debe ser aborrecible y detestable, aunque ello no siembre la decadencia de toda la vida civilizada de Europa", escribió.
La historia nunca se repite exactamente, pero hay lecciones que se tienen que aprender de ese episodio. Los alemanes dirían ahora que a diferencia de las reparaciones, las deudas griegas y las mediterráneas, se contrajeron voluntariamente, no a la fuerza. Esto plantea la cuestión de la justicia, pero no las consecuencias económicas de insistir en el pago. Además, hay una falacia de composición: si hay muchos cobradores de deudas, entonces van a empobrecer a las mismas personas de las cuales dependen para su propia prosperidad.
En los años veinte, Alemania al final solo tuvo que pagar una pequeña fracción de su cuenta de reparaciones, pero el largo tiempo que le llevó llegar a ese punto impidió a Europa tener una plena recuperación; hizo de la propia Alemania la víctima más visible de la Gran Depresión; y provocó un resentimiento generalizado que tuvo pésimas consecuencias políticas. La canciller alemana, Angela Merkel, haría bien en considerar esa historia". Las consecuencias de Angela Merkel (Robert Skidelsky – Project Syndicate – 20/9/11)
"A medida que la economía estadounidense continúa chisporroteando tres años después de que erupcionó la crisis financiera global, algo va quedando en claro: los Estados Unidos no puede generar mayores tasas de crecimiento del PIB y del empleo sin que exista un cambio en la mezcla de los componentes de la economía domésticos y aquellos orientados a la exportación. Por encima de todo, esto requerirá de un cambio estructural y de mayor competitividad en un sector transable ampliado.
Durante más de una década antes de la crisis que comenzó en 2008, la economía de EEUU se alimentó (y alimentó a gran parte de la economía global) con consumo excesivo. El ahorro en el sector hogares disminuyó y se estabilizó en alrededor de cero, mientras que las tasas de interés bajas llevaron a un exceso de apalancamiento, a una burbuja de activos, y a un ilusorio aumento en la riqueza.
El gobierno, también, desahorró al funcionar con déficits. En general, la economía de EEUU gastó más de lo que generó en ingresos, teniendo un déficit en la balanza comercial (más precisamente un déficit en cuenta corriente), y se prestó la diferencia del extranjero. Tanto los patrones de gasto de los hogares como los del gobierno en cuanto a los ingresos eran insostenibles.
Con una demanda interna más que amplia, impulsada considerablemente por la expansión rápida del gobierno y de la atención médica para la salud, la economía de EEUU sostuvo crecimiento y empleo enfrentando grandes aumentos en la fuerza laboral (27 millones de nuevos trabajadores desde 1990), a pesar de que importantes vientos en contra fueron creados por nueva tecnología de la información que ahorra empleos. Dejando de lado la sostenibilidad financiera, el aspecto más preocupante del patrón fue el aspecto distributivo: un crecimiento muy bajo de salarios en el rango de ingresos medios…
La crisis financiera que comenzó en 2008 provocó un alto repentino a las modalidades insostenibles en el lado de la demanda. Los precios de los activos cayeron, las familias comenzaron un largo proceso de desapalancamiento, el ahorro aumentó, y el gobierno, ante la caída de los ingresos y el aumento de los gastos del seguro de desempleo, no conseguía cubrir la diferencia.
Pero este modelo, también, es claramente insostenible. El efecto neto es que la demanda interna se ha reducido dramáticamente, y la demanda total (interna y externa) es también demasiado baja. Como resultado, la economía de EEUU casi ha dejado de crecer, especialmente ahora que el gobierno federal (junto con los gobiernos estatales y locales) está frenando sus propios déficits presupuestarios.
Un gran déficit de la demanda interna obstaculiza el crecimiento y el empleo en el sector no transable, que es el sector donde la demanda es lo único que es relevante. Por el contrario, la parte del sector transable que responde a la demanda externa puede crecer junto con el crecimiento de las economías emergentes. Eso es útil, pero el sector transable, de la forma en la que actualmente está configurado, no es un motor para el empleo.
De hecho, la evolución estructural de la economía de EEUU durante las últimas dos décadas ha hecho que la demanda externa sea más inaccesible sino se amplía el alcance del sector transable. El exceso de demanda interna que sustentó esta evolución ya desapareció, de manera permanente. Cuando se complete el desapalancamiento en el sector hogares, el gasto interno puede recuperarse, pero la tasa de ahorro no volverá y no debería volver a cero.
El estímulo fiscal, en forma de esfuerzos de reducción de déficits mediante diferimientos, podría ayudar a ordenar la economía mientras que se lleven a cabo los ajustes estructurales y la expansión de la competitividad en el sector transable. Pero, por sí solo, el estímulo fiscal no es la respuesta. Caso contrario, el déficit de la demanda doméstica se reafirmaría cuando el estímulo termine. El argumento a favor de un programa medido de reducción de déficit tiene el objetivo de ganar tiempo para llevar a cabo los cambios estructurales que expandirán la demanda externa accesible y llenarán el vacío en la demanda agregada…
Con altas tasas de desempleo en muchas partes del mercado de trabajo, la presión a la baja sobre los salarios agravará aún más la ya desigual distribución del ingreso. Los mercados de trabajo con el transcurso del tiempo se despejarán, pero esto sucederá de forma lenta y dolorosa, debido al vacío en capacidades y otros desajustes de corto plazo.
El gobierno no puede resolver el problema por sí solo, ni mucho menos hacer que el problema desaparezca de la noche a la mañana. Pero el gobierno puede tomar medidas que mejoren la productividad, los rendimientos de las inversiones, y las condiciones para la innovación, a través de lo cual se incremente el ritmo y se mejoren los resultados a largo plazo del ajuste estructural.
Para ser viables, las medidas de política deben incluir una reforma tributaria integral, un programa de reducción de déficit equilibrado; inversión en educación, mejora de capacidades, infraestructura, y tecnología; y una política energética plenamente desarrollada que prevea el aumento relativo de los precios de energía a medida que el crecimiento de los mercados emergentes haga crecer la economía global a tres veces su tamaño actual durante el próximo cuarto de siglo…
Por último, para intentar este nuevo equilibrio en la actual situación fiscal sin aumentar los impuestos (tal vez con medidas temporales diseñadas para superar el déficit de inversión acumulado) sería muy imprudente. Hacer esto causaría tanto que se impida el ritmo de la recuperación como que se disminuya la calidad del resultado final". Cómo achicar el déficit de crecimiento de Estados Unidos (Michael Spence – Project Syndicate – 21/9/11)
"Ya pasaron tres años desde la caída de Lehman Brothers, que fue el punto de partida de la fase más aguda de la crisis financiera de 2007 y 2008. ¿Podemos decir que el mundo financiero es un sitio más seguro en la actualidad?
Pero tres años después del comienzo de la crisis financiera, ¿tenemos algo similar? No niego que Estados Unidos puede mostrar como prueba de sus esfuerzos por hacer algo las 2000 páginas de la ley Dodd-Frank [de reforma de Wall Street y protección de los consumidores]. Por desgracia, de esas páginas, muy pocas se ocupan de los problemas que pueden haber estado detrás de la crisis.
Por ejemplo, no se corrigió la confianza excesiva de los bonistas en las agencias calificadoras de riesgo, que tienden a ser más blandas con los emisores de bonos cuando son poderosos. No se dijo nada sobre cómo el sector bancario en la sombra depende de la liquidez y las garantías del sector bancario formal, lo que en última instancia implica que depende del Estado. Y hasta la próxima década no habrá cambios en lo relacionado con los límites al apalancamiento de las instituciones financieras.
La lista de defectos de la ley podría continuar al infinito. Prácticamente no se modificaron los incentivos perversos que alientan a los fondos del mercado monetario a asumir demasiado riesgo; tampoco se prestó atención a los problemas que acarrea el pago de premios…
Es cierto que la Comisión de Investigación de la Crisis Financiera, presidida por Phil Angelides, llegó a emitir, no solo uno, sino tres informes sobre lo sucedido…
La economía no es una ciencia tan exacta como la física, pero eso no justifica el fracaso de la Comisión Angelides. Siempre que tengamos datos suficientes, los economistas podemos aplicar métodos que nos permiten identificar las causas probables de los fenómenos económicos (y si se trata de refutar explicaciones alternativas, somos incluso mejores). Nuestra limitación principal no son las metodologías, sino la disponibilidad de datos. Pero en este caso, no hubo datos a disposición de los economistas, porque las partes interesadas temían (y aún temen) compartirlos: es que saben muy bien lo que podría salir a la luz del día…
Por desgracia, la comisión investigadora (compuesta en su mayor parte por funcionarios
Se perdió así una gran oportunidad. La Comisión Angelides estaba dotada de poder legal para citar testigos y requerir pruebas, con lo que hubiera podido reunir y poner a disposición de los investigadores los datos necesarios para responder muchas preguntas fundamentales sobre la crisis. Por ejemplo: ¿asumieron riesgos más grandes las compañías que ofrecían paquetes de compensación no solo a sus directores ejecutivos sino también a sus operadores? ¿La toma de riesgo excesivo por parte de las instituciones financieras fue producto de la incompetencia o de la estupidez? ¿O más bien, fue una respuesta racional a las garantías implícitas ofrecidas por el Estado? Al extenderse la aplicación de normas demasiado permisivas para el otorgamiento de crédito, ¿el mercado se percató de lo que sucedía y supo asignar a los diferentes paquetes de préstamos el precio que les correspondía? ¿O, por el contrario, se dejó engañar? ¿Quiénes fueron en última instancia los compradores de esos productos tóxicos y por qué los compraron? Y en todo esto, ¿cuánto hubo de fraude?
Estas son las preguntas para las que se necesitan respuestas. Por desgracia, a menos que se imponga la obligación de revelar una cantidad suficiente de datos, es probable que esas respuestas nunca se obtengan. Y en ese caso, corremos el riesgo de no enterarnos de lo que causó esta crisis hasta después de que se produzca la siguiente"… No hubo un verdadero examen de la crisis (Luigi Zingales – Project Syndicate – 22/9/11)
(Luigi Zingales es profesor de Iniciativa Empresarial y Finanzas en la Escuela de Posgrado en Administración de la Universidad de Chicago y coautor, con Raghuram G. Rajan, de Saving Capitalism from the Capitalists – Salvar al capitalismo de los capitalistas)
"Antes, los médicos creían que drenando la sangre de un paciente podían purgar los humores malignos que se pensaba que causaban la enfermedad. En realidad, claro está, sus sangrías solo servían para debilitar más al paciente y hacerlo más propenso a sucumbir.
Afortunadamente, los facultativos ya no creen que sangrar a los enfermos vaya a sanarlos. Desgraciadamente, muchos de los responsables de la política económica siguen creyéndolo. Y la sangría económica no solo está infligiendo un enorme dolor; está empezando a debilitar nuestras perspectivas de crecimiento a largo plazo.
Algunos antecedentes: durante el último año y medio, el discurso político tanto en Europa como en EEUU ha estado dominado por los llamamientos a la austeridad fiscal. Recortando drásticamente el gasto y reduciendo los déficits, nos decían, los países podrían restaurar la confianza e impulsar la recuperación económica.
Y la austeridad ha sido real. En Europa, países con problemas como Grecia e Irlanda han impuesto unos recortes salvajes, al mismo tiempo que países más fuertes han impuesto sus propios programas de austeridad más suaves. En Estados Unidos, el pequeño estímulo federal de 2009 se ha evaporado, mientras que los Gobiernos estatales y locales han reducido drásticamente sus presupuestos, de modo que, sobre todo, hemos tenido en la práctica un movimiento hacia la austeridad no muy diferente del de Europa.
Sin embargo, por extraño que resulte decirlo, la confianza no ha aumentado. Por alguna razón, las empresas y los consumidores parecen mucho más preocupados por la falta de clientes y puestos de trabajo, respectivamente, que tranquilizados por la rectitud fiscal de sus Gobiernos. Y el crecimiento parece estar estancándose, mientras que el paro sigue desastrosamente alto a ambos lados del Atlántico.
Pero, como dicen los apologistas sobre los malos resultados hasta ahora, ¿no deberíamos centrarnos en el largo plazo más que en el sufrimiento a corto plazo? En realidad, no: la economía necesita ayuda real ahora, no compensaciones hipotéticas dentro de una década. En cualquier caso, empiezan a surgir pruebas de que los problemas a corto plazo de la economía -que ya van por el cuarto año y están empeorando por centrarnos en la austeridad- se están cobrando un precio en las perspectivas a largo plazo también…
Es decir, la debilidad económica, que es en parte consecuencia del recorte presupuestario, está causando daños futuros así como presentes.
Además, la disminución de la capacidad industrial probablemente no sea más que el comienzo de las malas noticias. Probablemente se produzcan unas reducciones de la capacidad similares en el sector de los servicios (de hecho, puede que ya estén produciéndose). Y con un paro de larga duración que ha alcanzado su tasa más alta desde la Gran Depresión, existe un riesgo real de que muchos de los desempleados lleguen a ser considerados imposibles de emplear.
Ah, y las peores consecuencias de esos recortes del gasto público están recayendo en la educación. Por alguna razón, despedir a cientos de miles de profesores no parece una buena manera de conquistar el futuro.
De hecho, cuando se combina la evidencia cada vez mayor de que la austeridad fiscal está minando nuestras perspectivas futuras con los tipos de interés bajísimos de la deuda pública de EEUU, resulta difícil no llegar a una conclusión sorprendente: es muy probable que la austeridad presupuestaria sea contraproducente incluso desde un punto de vista puramente fiscal, porque un crecimiento futuro menor equivale a una recaudación fiscal más baja.
¿Qué debería estar sucediendo? La respuesta es que necesitamos un importante impulso para poner la economía en movimiento, no en alguna fecha futura, sino ya. De momento, necesitamos más gasto gubernamental, no menos, respaldado por unas políticas agresivamente expansivas por parte de la Reserva Federal y sus homólogos extranjeros. Y no son solo los economistas intelectualoides los que dicen esto; los líderes empresariales como Eric Schmidt, de Google, están diciendo lo mismo, y el mercado de los bonos, al comprar deuda estadounidense a unos intereses tan bajos, está de hecho suplicando una política más expansiva"… La sangría (Paul Krugman – El País – 25/9/11 – ©New York Times Service)
Desaprendiendo a Keynes (entre tantas medias verdades, que son siempre insidiosas) – Sense and Sensibility (algunos cometarios finales, sin Copyright)
Coda tragicómica: Todo lo que quepa en un blog, para no abusar del derecho a réplica.
Es un lujo intelectual, para este modesto corresponsal económico, tener como vecinos de Paper, a tan distinguidos académicos. Por ello, ruego sepan perdonar la irreverencia.
Al libro de Keynes, "Teoría general de la ocupación, el interés y dinero", como ya dije antes, lo he leído cinco veces. A la mayoría de los autores citados los leo casi a diario, y he podido seguir sus opiniones sobre la crisis financiera a través de diversos medios internacionales. Otra cosa es que me haya "enterado" de algo… Pero sigo intentándolo.
Entre la nostalgia y la alarma, he podido constatar que la mayoría de los prestigiosos "seguidores" de Keynes (en su caso) ha promovido, justificado, o tolerado (por decirlo suave), que se debe continuar suministrando droga al drogadicto (banca). Todo sea para que no delinca (caiga), dicen… Ha fomentado, aceptado, o apoyado (por decirlo suave), que se pueda estimular a un muerto (banca zombi)… Todo sea para evitar el riesgo sistémico (aunque continúen delinquiendo), aseguran. Un vodevil siniestro.
La mayoría de estos ("ilustrísimos señores") "piden más" (gasto); en mi caso (perdón), con toda humildad "pediría diferente" (manera de gastar), y recién luego, si no alcanzara para incentivar la demanda, entonces propondría un incremento del gasto. No es un pequeño matiz. Es una forma totalmente diferente de emplear los fondos públicos.
Tal vez por miedo (riesgo sistémico), por vanidad (académica) o por connivencia (donaciones, contratos, publicaciones, cátedras, conferencias, congresos, premios…), han transigido, han rumiado, y han encubierto el proceso de "relajamiento cuantitativo".
Han consentido (casi todos) la socialización de las pérdidas (de la banca) y la privatización de las ganancias (de los bancos socorridos con el dinero público), por parte de sus directivos (bonus récord). La "cultura del maná", aplicada a los bancos.
¿Y por qué se da dinero? Pues porque el derrumbamiento de una institución crediticia importante origina tal caos para el conjunto del sistema que es mejor encogerse de hombros y sacarlo de los impuestos. Unas medidas irracionales, en cualquier caso. Y es que son múltiples las paradojas y círculos viciosos que de ellas se desprenden. De Ricitos de Oro (2007) se ha pasado al barón de Münchhausen (2011), en función de la arbitrariedad política y sus oscuros intereses.
Lo de la "arbitrariedad política" va de suyo: el TARP de Geithner, el helicóptero de Bernanke y los diversos Quantitative easing (1, 2, Lite…), el Twist again, and so on…
Sobre lo "oscuros intereses", tomen nota de la siguiente noticia y saquen sus propias conclusiones: "El presidente de EEUU, Barack Obama, ha recaudado este año para su campaña electoral más dinero procedente del sector financiero y bancario que todos los candidatos presidenciales republicanos juntos". (The Washington Post – 20/10/11).
Probablemente Keynes no hubiera aceptado que los bancos que han sido ayudados con fondos públicos siguieran comportándose como empresas privadas cuando sus directivos deberían haberse convertido en funcionarios y trabajar por los contribuyentes que han aportado para su pervivencia.
Posiblemente Keynes hubiera propuesto que el sector bancario debería regirse por el Código de Hammurabi, que es la mejor regla de control del riesgo. No supondría el "ojo por ojo", sino asumir las consecuencias de las acciones llevadas a cabo y restablecer la simetría entre las remuneraciones y el trabajo realizado. Los bancos esconden el riesgo, ganan dinero, pagan bonus… Pero si la cosa se colapsa, deben pagar el precio.
Seguramente Keynes les hubiera dicho (grandes bonetes), que lo único "sistémico" es el ciudadano, el contribuyente, el hombre de la calle, del que muchos de ustedes (no digo todos), lamentablemente se han olvidado. Eso es lo que tiene vivir en la torre de marfil de las universidades de "la Ivy League", y no haber trabajo en una empresa nunca, no haber tenido que pagar una quincena nunca, no haber rodado por la puta calle nunca…
Finalmente (muchos, no digo todos), por exceso (consintiendo la malversación de fondos públicos) o por defecto (miedo de sostener ideas políticamente incorrectas) han terminado "traicionado" a Keynes. Lo han falsificado, desnaturalizado, adulterado, amañado, desvirtuado, deformado, tergiversado. Han "desaprendido" a Keynes, vamos.
El coste de los rescates bancarios y los ingentes planes de estímulo aplicados por los gobiernos para combatir la crisis ha ascendido a 13 billones de dólares (hasta 2009), el 21,12% del PIB mundial (61,5 billones en 2008). Una deuda adicional de 1.897 dólares por cada niño, mujer y hombre del planeta. Y ello, sin contar con las inyecciones extraordinarias de liquidez aplicadas por los principales bancos centrales. (Libertad Digital – 28/1/10)
En concreto, los rescates bancarios por parte de los gobiernos (empleando dinero del contribuyente) ha ascendido a 3,6 billones de dólares (el 5,73% del PIB mundial) o, lo que es lo mismo, 515 dólares per cápita. Mientras, los planes de estímulo han sumado 9,4 billones de dólares (el 15,39% del PIB mundial), equivalente a 1.382 dólares por ser humano, según un estudio elaborado por Grail Research and de Luxe & Associates, para la prestigiosa Harvard Business Review.
Según el informe, casi el 75% del rescate bancario ha sido llevado a cabo por los países occidentales, es decir, EEUU y las grandes potencias europeas. En este caso, el coste de salvar el sistema financiero haciendo uso del gasto público ha sido del 7,8% del PIB conjunto de dichos países.
¿Cuánto se podría haber incrementado el empleo con un aumento de la inversión equivalente a 13 billones de dólares? ¿Por qué no se aplicó ese dinero para ayudar a las familias que no podían pagar su hipoteca? ¿Por qué no se emplearon esos fondos en solucionar los problemas de la economía real? ¿Se puede restablecer así la confianza?
¿Por qué se intenta mantener el mismo sistema financiero que ya fracasó? ¿Por qué se admite que sigan mandando en los bancos los mismos directivos que promovieron semejante estafa piramidal? ¿Es ésta la forma de alcanzar expectativas razonables?
La crisis ha puesto de manifiesto que es necesaria una reorganización mundial del sistema financiero, que pasa por volver al viejo mecanismo en el que los bancos de negocios son para el largo plazo y el banco comercial, para el corto "les guste o no". Creo que el único que sostiene este postulado es Paul Volcker (ha declarado su preferencia para reinstalar algunas de las divisiones entre la banca comercial y de inversión que fueron eliminadas en 1999 con la revocación de la Ley Glass-Steagall).
Además, opina también que a la reforma se le debería dar una dimensión internacional: Algunos acercamientos, tales como los estándares de contabilidad, los requerimientos de liquidez y de capital, y el registro y reporte de procedimientos, deberían ser coherentes y acordados internacionalmente.
El 26 de noviembre de 2008, fue nombrado director del President's Economic Recovery Advisory Board (Consejo para la Reconstrucción Económica) por el presidente Barack Obama. El 10 de enero de 2011, Paul Volcker abandonó el gabinete de Obama y con él desaparece cualquier esperanza de que el Gobierno estadounidense consiga domar el salvaje mundo financiero. Lo demás es historia…
Aunque ser ahora keynesiano no es la vía, me gustaría conocer sobre estos asuntos, según la interpretación de los "apóstoles" citados. Alguien, debería poner un poco de luz en medio de las tinieblas. Dar voz al que no la tienen y renovar la esperanza, de los que tienen hambre y sed de justicia. Un acto de contrición, arrepentimiento y cambio.
Algo "políticamente incorrecto", algo sacrificial, algo inmolatorio. Aunque, tal vez, sea demasiado pedir (con tanto freno y marcha atrás,). Así y todo, continúo esperando…
El "segundo funeral" de Keynes (concelebrado por los "sumos sacerdotes" del "liberalismo de mano única", y del "fundamentalismo del mercado") – ¿Twist again o el rock de la prisión?
Alquimistas del mercado, prepárense: el regreso del patrón está a la vuelta de la esquina.
"Imagínense que entran en la ducha, abren la canilla y no sale agua. Llaman a un plomero, que les dice que hay orificios en las cañerías y que la reparación les costará 1.000 dólares. Ustedes le dicen que, en cambio, aumente la presión del agua.
¿Suena sensato? Bueno, ésta es la lógica detrás de la segunda ronda de "alivio cuantitativo" (QE2, por su sigla en inglés) de la Reserva Federal de Estados Unidos, su estrategia para seguir inundando las cañerías de dinero hasta que el crédito empiece otra vez a fluir libremente de los bancos a las empresas.
Ustedes no esperarían que esto funcionara en la ducha, y existen pocos motivos para esperar que funcione en el mercado de crédito comercial. El mecanismo de transmisión de crédito en Estados Unidos -y en otras partes- se vio seriamente dañado desde 2007. Las pequeñas y medianas empresas en Estados Unidos dependen de los bancos pequeños y medianos para acceder al crédito vital; sin embargo, muchos de estos bancos siguen comportándose como zombis, incapaces de prestar porque sus balances están plagados de créditos comerciales e inmobiliarios incobrables heredados de los años de apogeo.
El Programa de Alivio para Activos en Problemas de Estados Unidos (TARP, por su sigla en inglés) era una oportunidad para obligar a los bancos a purgar los activos incobrables -y así reparar las cañerías de crédito-. Por el contrario, sólo se obligó a los bancos a tomar inyecciones de capital del gobierno, que ellos consideran políticamente tóxicas. Como resultado, los bancos se dedicaron a devolver los fondos de rescate ante la primera oportunidad que se les presentaba, en lugar de usarlos para fomentar el préstamo.
El resultado es que, aunque la Fed haya bajado su tasa de préstamo a corto plazo a cero, la mayoría de los bancos sólo prestarán sobre la base de un colateral mucho mayor, y a tasas de interés reales mucho más altas, que antes de la crisis. De modo que ahora Estados Unidos se esfuerza por salir adelante con la opción barata: inundar las cañerías y ver lo que sale.
A no equivocarse: algo saldrá, aunque no necesariamente donde debería. Ya vimos la liquidez destinada a fomentar el crédito bancario en Estados Unidos filtrarse en cambio por las grietas en mercados tan diversos como las materias primas agrícolas, los metales y la deuda de países pobres.
Lo que es notable sobre esto es que parte de los impulsores más prominentes del QE2 en realidad piensan que cualquier lugar donde surja la nueva demanda está perfecto. Después de todo, lo único que les importa a los fieles keynesianos es la "demanda agregada". Preocuparse por la composición de la demanda es tonto; sólo complica las cuentas.
Paul Krugman, el economista ganador del Premio Nobel, que reprende a la Fed por no abrir mucho más la compuerta monetaria, demostró las debilidades de la cruda estrategia keynesiana hace casi una década. En agosto de 2001, escribió que "La fuerza impulsora detrás de la actual desaceleración es una caída de la inversión empresarial". Pero, "para reflacionar la economía", nos dijo, "la Fed no tiene que restablecer la inversión empresarial; cualquier tipo de aumento de la demanda se encargará de hacerlo". En particular, "la vivienda, que es altamente sensible a las tasas de interés, podría ayudar a liderar una recuperación".
Un año más tarde, cuando la Fed no había tomado las medidas lo suficientemente agresivas para su gusto, Krugman descubrió que "necesita un creciente gasto en vivienda para compensar la inversión empresaria moribunda. Y para hacerlo necesita crear una burbuja inmobiliaria que reemplace a la burbuja del Nasdaq". Deseo concedido.
Pero ni Estados Unidos ni el mundo pueden darse el lujo de una secuela. No se puede esperar que el mundo exterior, que se basa en el dólar como su principal vehículo comercial y, por lo tanto, activo de reserva, observe pasivamente mientras los dólares siguen infiltrándose en sus mercados monetarios, de materias primas y de activos, sin ningún fin certero a la vista…
Durante décadas, Estados Unidos y Europa sermonearon al mundo sobre la importancia de poner la casa en orden después de una crisis financiera: en particular, reparar o liquidar a los bancos zombis. Es hora de tragar nuestra propia medicina y reanudar el duro trabajo de reparar nuestros sistemas bancarios. Basarse, en cambio, en los bancos centrales para reflotar las economías estadounidense y europea es una abdicación de responsabilidad que nos costará caro en el futuro". Arrastrado por la corriente del segundo alivio cuantitativo de la Fed (Benn Steil – Project Syndicate – 4/1/11)
(Benn Steil es director de Economía Internacional en el Consejo sobre Relaciones Exteriores y coautor de Money, Markets, and Sovereignty, ganador del premio Hayek Book Prize 2010)
"La economía es enteramente un asunto de demanda y oferta. Las dos están equilibradas y, si no, unas fuerzas potentes las impulsan para que lo estén, pero, en vista de los altos y persistentes niveles de desempleo ahora existentes en los Estados Unidos, es necesario preguntarse por la naturaleza real del problema: ¿es demasiado baja la demanda agregada o hay problemas con la oferta?
El gobierno del Presidente Barack Obama parece creer que se trata de un problema de demanda y ha aprobado una medida de estímulo tras otra, reduciendo los impuestos y aumentando las transferencias y el gasto gubernamental para impulsar el consumo y la inversión. La Reserva Federal tiene una idea similar, no sólo al mantener unos tipos de interés mínimos a corto plazo, sino también al lanzarse a una política arriesgada en relación con los tipos a largo plazo. Algunos economistas progresistas quieren algo más incluso.
¿Por qué no han dado resultado hasta ahora esas políticas para reducir el empleo, pese a que ya está en marcha la recuperación del crecimiento? El economista progresista dice que el estímulo ha dado resultado, al evitar una recesión mucho más profunda –si no peor–, pero que han sido medidas demasiado tímidas para producir una recuperación sólida.
El economista conservador responde que, precisamente porque el Gobierno se ha tomado tanta libertad con el dinero de los contribuyentes, las familias, temerosas de los impuestos futuros, están esforzándose por aumentar sus ahorros. Además, el Gobierno, cada vez más activista, ha dejado preocupadas a las empresas por las futuras medidas tributarias y reglamentadoras, por lo que se muestran reacias a invertir.
Probablemente la verdad se encuentre a medio camino de las dos posiciones. El gasto gubernamental -en particular, en prestaciones por desempleo, ayuda a los estados y algunos proyectos de obras públicas- probablemente contribuyera a evitar una contracción mayor, pero los continuos números rojos preocupan a las familias, que también están intentando rehacer sus ahorros y reducir la deuda después de una orgía de gasto. La incertidumbre en materia de reglamentación infundida a sectores como, por ejemplo, el de la salud dificulta no sólo la adopción de decisiones de inversión a largo plazo, sino también las contrataciones a largo plazo por parte de las empresas…
En el último auge, los empleos en el sector de la construcción aumentaron en gran medida, con un crecimiento del 50 por ciento de la inversión inmobiliaria, como porcentaje del PIB, de 1997 a 2006. Como han mostrado mi colega Erik Hurst y sus coautores, los estados que tuvieron el mayor aumento de la construcción, como porcentaje del PIB, en el período 2000-2006 solieron ser los que en el período 2006-2009 tuvieron la mayor contracción en ese sector. Esos mismos estados solieron tener también el mayor aumento de la tasas de desempleo entre 2006 y 2009.
Los desempleados no son sólo trabajadores de la construcción, sino también de sectores subsidiarios, como, por ejemplo, agentes inmobiliarios y bancarios, además de los que trabajan en viviendas, como, por ejemplo, fontaneros y electricistas. Así, pues, las pérdidas de puestos de trabajo se extienden mucho más allá del sector de la construcción.
Resulta difícil de creer que un aumento de la demanda agregada vaya a impulsar suficientemente el mercado inmobiliario -cuyo auge se debió, conviene recordarlo, a la creencia en una constante apreciación de los precios que probablemente no abrigarán muchos ahora- para volver a brindar empleo a esos trabajadores. Hurst calcula que ese desempleo "estructural" puede representar hasta tres puntos porcentuales del empleo total. Dicho de otro modo, de no ser por la construcción, la tasa de desempleo en los EEUU ascendería al 6,5 por ciento, situación mucho más boyante que la actual.
Las autoridades deben recordar que el auge de la vivienda fue fomentado por una política monetaria relajada y encaminada a intensificar el aumento de los puestos de trabajo cuando los EEUU se recuperaron de la última recesión. De hecho, en la época en que se abandonaban los estudios para ocupar puestos de trabajo no especializado, muy abundantes en el sector de la construcción, las tasas de graduados de la enseñanza secundaria en Las Vegas se redujeron en gran medida. Ahora esos desempleados sin estudios padecen una tasa de desempleo tres veces mayor que los titulados universitarios, por lo que les va a resultar muy difícil volver a formar parte de la fuerza laboral.
La enseñanza que se desprende para las autoridades está clara: en lugar de intentar constantemente impulsar el gasto y crear posibles problemas para el futuro, una forma más sostenible de mejorar el aumento de los puestos de trabajo es la de facilitar el "readiestramiento" de los desempleados, en particular los que habían tenido empleos relacionados con la construcción. Al final, la oferta de una fuerza laboral mejor creará una demanda más sólida y sostenible". ¿Demanda u oferta? (Raghuram Rajan – Project Syndicate – 7/1/11)
(Raghuram Rajan es profesor de Finanzas en la Escuela Booth de Administración de Empresas de la Universidad de Chicago y autor de Fault Lines: How Hidden Fractures Still Threaten the World Economy – "Líneas de fallas. Las fracturas ocultas que aún amenazan a la economía del mundo")
"Lo peor de la crisis financiera y económica parece haber terminado. Los mercados de activos tuvieron un desempeño razonablemente bueno en 2010. En los Estados Unidos y algunas partes de Europa el crecimiento reinició. El desapalancamiento del sector privado continuó, pero tuvo como contrapeso niveles crecientes de deuda y déficits en el sector público. Además, el crecimiento de los mercados emergentes regresó a los niveles previos a la crisis y parece ser sostenible, apoyado por políticas heterodoxas diseñadas para "esterilizar" las entradas masivas de capital.
Sin embargo, el crecimiento alto sostenido en los mercados emergentes depende de evitar una segunda gran desaceleración en las economías avanzadas, que siguen absorbiendo una parte significativa (aunque en declive) de sus exportaciones. El crecimiento lento es manejable, pero el crecimiento negativo no lo es.
Por consiguiente, para las economías emergentes el riesgo de que empeore la situación de las economías avanzadas y los efectos de cascada de sus políticas de recuperación son temas principales de inquietud. En varios países desarrollados, incluidos los Estados Unidos, las perspectivas de crecimiento y empleo empiezan a divergir ampliamente poniendo en riesgo la cohesión social y la apertura económica.
La situación es en gran parte el resultado de la predecible dinámica posterior a la crisis económica debido a que las empresas y los hogares en los países avanzados reparar sus hojas de balance. Sin embargo, también reflejan decisiones de política no cooperativa. En efecto, los intentos para coordinar la política económica en todo el G-20, que representa el 85% del PIB global, se quedó muy por debajo de lo que se esperaba en 2010.
Entonces, ¿cómo sería un conjunto coordinado de políticas económicas globales?
Primero, incluiría planes convincentes en Europa y en los Estados Unidos para restablecer el equilibrio fiscal…
El segundo tema de la agenda es abandonar la facilitación cuantitativa en los Estados Unidos, que está sometiendo a las economías emergentes a una avalancha de capitales, precios crecientes de los productos básicos, inflación y burbujas de activos…
Tercero, las economías avanzadas y emergentes que tienen superávits crónicos deben deshacerse de ellos…
El cuarto tema tiene que ver con el hecho de que la economía global estará en desequilibrio mientras que los Estados Unidos tengan déficits amplios en la cuenta corriente…
Quinto y último, la mayor parte de los tenedores de reservas deben ponerse de acuerdo para movilizarlas con el objetivo de mantener la estabilidad financiera y prevenir movimientos excesivamente volátiles del tipo de cambio y de los capitales…
No es fácil ninguna de estas medidas. Llevarán tiempo. Sin embargo, en conjunto, ayudarían a reducir la incertidumbre y restablecer el patrón de estabilidad y de crecimiento incluyente de la economía global, impulsando así su apertura continua"… Cinco pasos adelante en 2011 (Michael Spence – Project Syndicate – 14/1/11)
"Como hermanos en armas unidos en combate pero divididos en la paz, Europa y Estados Unidos, que habían combatido la depresión en forma conjunta en 2009, comenzaron a manifestar desacuerdos en 2010 y empiezan el 2011 con posturas divergentes en materia de política macroeconómica. El precio de la divergencia podría ser alto: si bien lo peor ya pasó, todavía hace falta una coordinación efectiva de las políticas en un momento en que reequilibrar la economía global, como ha pedido el G-20, es una tarea que está lejos de ser cumplida.
La división transatlántica es evidente con respecto a la política monetaria…
Una divergencia similar, aunque menos aguda, surgió con respecto a la política fiscal…
En Europa, esta divergencia suele atribuirse a lo que el presidente francés Charles de Gaulle solía calificar como un "privilegio exorbitante" de Estados Unidos: el poder de imprimir la principal moneda de reserva internacional…
Una segunda interpretación de la división transatlántica es que las políticas de ambos lados reflejan las diferencias en sus situaciones. Esto es claramente lo que sucede con los mercados laborales y el desempleo: las empresas norteamericanas reaccionaron a la recesión con despidos masivos, mientras que las compañías europeas –con excepción de las firmas españolas, pero no de las compañías británicas- hicieron el mayor esfuerzo por resguardar la mano de obra.
En consecuencia, la productividad se estancó en Europa desde 2007, mientras que mejoró en más de seis puntos porcentuales en Estados Unidos. Por supuesto, otra consecuencia es que la tasa de desempleo en Estados Unidos está cerca de los picos de posguerra y permanecerá alta durante mucho más tiempo. Y los trabajadores desempleados en Estados Unidos pierden sus beneficios después de 99 semanas, lo que hace que el imperativo político para una acción macroeconómica sea mucho más fuerte que en Europa, donde el desempleo aumentó más lentamente y los beneficios son más generosos. Como señala el economista Joseph Stiglitz, el estado benefactor de Estados Unidos es, primero y principal, la política monetaria de la Fed.
Sin embargo, también existe una tercera lectura, más sutil, de la división UE-EEUU, que tiene que ver con los beneficios. En la visión de la mayoría de los europeos, el terreno que se perdió no se puede recuperar -y, si se puede recuperar, es muy poco-. De manera que, como la oferta se redujo, sería peligroso que el banco central o el presupuesto estimularan excesivamente la demanda. Y, como los ingresos tributarios tampoco se recuperarán, la brecha tendrá que ser cubierta apelando a la austeridad fiscal. Los norteamericanos, por otra parte, están convencidos de que lo que se haya perdido durante la recesión reciente finalmente se recuperará. Lo dice la administración Obama, lo dice también la Fed (aunque con más prudencia), y ambas actúan en consecuencia. En otras palabras, los europeos son pesimistas sobre el futuro y, por consiguiente, son reacios a estimular el crecimiento, mientras que los norteamericanos siguen siendo optimistas y están dispuestos a darle una oportunidad a cualquier instrumento de política económica. En consecuencia, la divergencia por la política macroeconómica continuará -al menos mientras los inversores sigan dispuestos a comprar deuda pública estadounidense.
De esta divergencia surgen varias consecuencias: dificultades en la coordinación de las políticas, dado que no existe ningún acuerdo sobre el diagnóstico; un regreso muy probable a grandes déficits externos estadounidenses mientras que Europa se mantiene en equilibrio; y un dólar más débil, lo cual se volverá evidente si la crisis en la eurozona amaina.
Todo esto podría complicar enormemente la gestión del G-20 y corre el riesgo de oscurecer la cuestión de la que todos deberían estar ocupándose: cómo manejar una economía global en la que el equilibrio entre países avanzados y países emergentes está cambiando a gran velocidad". Fisura y maestría (Jean Pisani-Ferry – Project Syndicate – 28/1/11)
(Jean Pisani-Ferry es director de Bruegel, un grupo internacional de expertos en economía, profesor de Economía en la Universidad Paris-Dauphine y miembro del Consejo de Análisis Económico del primer ministro francés)
"Hay momentos en que se debe pensar y actuar de forma original y después hay momentos en que se vuelve a la normalidad. Los más importantes bancos centrales de Occidente -el Banco de Inglaterra, el Banco Central Europeo y la Reserva Federal de los Estados Unidos- deben tomárselo en serio. Como dijo el ex Presidente de la Reserva Federal William McChesney Martin: "La misión del banco central es la de retirar el ponche cuando la fiesta aún no ha acabado". Sin embargo, recientemente la Reserva Federal decidió no sólo mantener la fuente del ponche, sino también volver a llenarlo.
Cuando la crisis financiera estalló con su máxima intensidad en 2008, los bancos centrales más importantes del mundo estuvieron acertados al recurrir a medidas excepcionales. Desde luego, podríamos afirmar que en algunos casos exageraron -por ejemplo, con la segunda ronda de la llamada "relajación cuantitativa" en los Estados Unidos-, pero, en términos generales, la reacción parece haber sido apropiada.
Sin embargo, más de dos años después, la situación ha cambiado. La recuperación económica no es estelar, pero no por ello deja de ser una recuperación. Casi todas las economías desarrolladas han dejado la recesión muy atrás y el peligro de deflación ha desaparecido. Recientemente, el banco central suizo adoptó esa posición y el BCE está preocupado por una mayor inflación, no deflación, en la zona del euro. En las economías en ascenso, como, por ejemplo, el Brasil, China, la India y Corea del Sur, la inflación está aumentando rápidamente y pasando a ser cada vez más un problema económico y social.
Así, pues, ha llegado el momento de que los bancos centrales de Occidente vuelvan a ser "normales". Ello es aplicable en particular a la Reserva Federal y al Banco de Inglaterra y, en menor medida, al BCE…
Ante la disyuntiva entre un crecimiento económico a corto plazo y otro a medio y largo plazo, dichos bancos centrales están optando por el segundo. Al aumentar los tipos de interés para impedir que la inflación se ponga por las nubes, infligen cierto sacrificio a la economía ahora, pero, en comparación con el que sería necesario para luchar contra una inflación desbocada más adelante, resulta insignificante.
En ese sentido, los bancos centrales de los países con mercados emergentes han aprendido la lección de los decenios de 1970 y 1980, cuando la inflación dominaba el mundo y asfixió el crecimiento económico… en gran medida porque los bancos centrales no actuaron a tiempo. Bancos centrales como la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra parecen haber olvidado esa historia.
Entonces, ¿qué deberían hacer los bancos centrales occidentales?
En primer lugar, se debe dejar de lado el indicador de la "inflación básica"…
En segundo lugar, los bancos centrales europeos deben empezar a reducir las medidas de emergencia adoptadas para afrontar la crisis económica y financiera. Ello es aplicable en particular a la Reserva Federal, que en el otoño de 2010 lanzó una segunda ronda de relajación cuantitativa para estimular el crecimiento económico y el empleo a corto plazo, pero también al Banco de Inglaterra, al que se ha criticado por mostrarse demasiado poco riguroso.
Por último, para tener la posibilidad de impedir que la inflación aumente aún más, los tipos de interés reales deben ser, como mínimo, iguales a cero o ligeramente positivos…
Para impedir que la inflación se ponga por las nubes, la Reserva Federal debe aumentar el tipo de los fondos federales de casi 0 por ciento ahora a al menos el 3 por ciento dentro de un año, más o menos. En el mismo período, el BCE debe subir su tipo oficial del 1 por ciento a al menos el 2 por ciento, mientras que el Banco de Inglaterra debe poner la mira en el 5 por ciento.
Optar por un aumento a corto plazo del crecimiento económico y del empleo, en lugar de imponer la estabilidad de los precios, hundió la economía mundial en los decenios de 1970 y 1980. Esta vez el resultado puede no ser demasiado diferente, si los bancos centrales europeos occidentales mantienen sus actuales políticas monetarias durante mucho más tiempo.
Durante años, los funcionarios de dichos bancos han invitado a sus homólogos de países en desarrollo y con mercados en ascenso a conferencias y reuniones para enseñarles los truquillos del oficio. Tal vez haya llegado el momento de que los profesores aprendan de sus alumnos". El ponche de la política monetaria de Occidente (Sylvester Eijffinger y Edin Mujagic – Project Syndicate – 1/3/11)
(Sylvester Eijffinger es profesor de Economía Financiera en la Universidad de Tilburg, en los Países Bajos. Edin Mujagic es un economista especializado en política monetaria en ECR Research y en la Universidad de Tilburg)
"Frenar la caída ha significado frenar el reajuste, de modo que hemos terminado estrellándonos contra el mismo cuello de botella que ya estranguló el crecimiento mundial en 2008.
Los hay que han visto en la advertencia de Trichet de que tal vez subirá los tipos de interés en abril un soberano despropósito…
Reconozco que, como en 2008, Trichet tiene poco margen de maniobra combatiendo una inflación que, en gran medida, le viene de fuera…
Podría parecer entonces que los monetaristas-inflacionistas están en lo cierto y que Trichet está combatiendo moscas a cañonazos. El problema es que Trichet, dentro de sus parcas posibilidades, está apuntando hacia la dirección adecuada: la subida de tipos de interés. Quien está obrando de mala manera y está conduciendo a la economía mundial a una situación límite no es Trichet, sino Bernanke. Suya, y de su política monetaria extraordinariamente expansiva, es la responsabilidad de que las materias primas estén subiendo y de que, por tanto, se esté extendiendo una inflación a escala internacional.
El proceso es el siguiente: al bajar los tipos de interés y monetizar casi todo aquello que fuera monetizable, Bernanke no sólo ha permitido financiar el derrochador y billonario déficit de Obama, sino que además ha permitido, por un lado, que la economía de Estados Unidos no se reconvirtiera en la dirección de ahorrar o producir más materias primas y, por otro, que China y el resto de países que le venden mercancías sigan hiperdesarrollándose a costa del endeudamiento de los estadounidenses (que no otra cosa significa que Estados Unidos mantenga un déficit exterior merced a las laxas facilidades internas de endeudamiento).
Desde la crisis de 2008, el dogma monetarista ha consistido en afirmar que, a diferencia de lo que sosteníamos los austriacos, las economías mundiales no necesitaban reajustarse a gran escala. Todo se trataba de un problema de expectativas que habían llevado a los agentes a atesorar masivamente dinero y a que las economías operaran por debajo de su potencial. La respuesta, pues, debía ser incrementar la cantidad de dinero por parte de los bancos centrales para que la gente siguiera gastando como antes, permitiendo una rápida recolocación de los recursos ociosos.
Mas hete aquí que cuando lo han hecho, la economía mundial efectivamente se ha estabilizado y ha comenzado a remontar el vuelo, pero… se ha topado de bruces con la realidad de unas estructuras productivas que para funcionar necesitan consumir más materias primas de las que ahora estamos capacitados para producir. Es decir, hemos vuelto a mediados de 2008, antes del estallido de la crisis, pero con un volumen de deuda pública infinitamente mayor.
Cualquier persona que sostenga la disparatada teoría de que el problema que padecemos es esencialmente monetario y no real, debería plantearse estas tres simples preguntas:
1. ¿Alguien creía que podíamos recuperarnos manteniendo casi intacta la estructura productiva de 2007-comienzos de 2008 sin que el precio de las materias primas se disparara?
2. ¿Alguien cree que esa estructura productiva de 2007 es viable con los elevadísimos precios actuales de las materias primas?
3. Si ambas respuestas son negativas, entonces ¿no estamos ante una crisis real que hay que corregir por el lado de la oferta? ¿A qué viene cebar sin ton ni son la demanda como si el problema estuviera ahí?
En definitiva, la respuesta monetarista ha sido una calamidad. Frenar la caída ha significado frenar el reajuste, de modo que hemos terminado estrellándonos contra el mismo cuello de botella que ya estranguló el crecimiento mundial en 2008. Bernanke jamás debería haber acomodado tanto como lo hizo las necesidades de unos deudores que o debían reducir su consumo de materias primas o incrementar su producción de las mismas, y que gracias a la expansión crediticia del Helicóptero Ben han podido no hacer ni lo uno ni lo otro.
Nuestras iras deberían dirigirse, pues, no contra Trichet, quien tímidamente está haciendo lo correcto, sino contra Bernanke y los monetaristas, quienes desde un comienzo no comprendieron de qué iba esta película y, tras el fracaso de los planes de estímulo keynesiano que ellos mismos ayudaron a sufragar, tomaron el relevo a la hora de estrecharnos, aún más, la soga alrededor del cuello". Bernanke nos exporta su inflación (Juan Ramón Rallo – Libertad Digital – 4/3/11)
(Juan Ramón Rallo es doctor en Economía y profesor en la Universidad Rey Juan Carlos y en el centro de estudios Isead. Su último libro es "Crónicas de la Gran Recesión 2007-2009")
"En 1987, Alan Greenspan fue nombrado oficialmente para su cargo como presidente de la Fed, donde se convirtió en uno de los hombres más poderosos (si no el más poderoso) del mundo. Aunque fue nombrado por el presidente de Estados Unidos y aparentemente obedecía las órdenes del presidente, en muchos sentidos, Alan Greenspan gobernó la Fed sin casi supervisión. Con su nueva autoridad recién otorgada, el presidente era ahora capaz de determinar los tipos de interés de toda una nación (que influye en los tipos de interés del mundo entero) y de expandir y contraer la oferta monetaria de la nación como él y sus electores consideraran necesario. Realmente un poder siniestro.
Las políticas de la Fed tuvieron un impacto enorme en nuestra crisis actual y el pueblo estadounidense ha llegado a entender lo destructiva que puede ser su fuerza. Al expandir el crédito, inflar la divisa y mantener los tipos de interés artificialmente bajos durante un prolongado periodo de tiempo (una forma de fijación de precios), el país (y el mundo) se vio plagado de malas inversiones: se animó a la gente y a las instituciones bancarias a comprar y gastar por parte de este oscuro y opaco monolito en Washington DC. Aunque muchos políticos echaron cómodamente la culpa a los bancos y prestatarios por la confusión que afrontan los estadounidenses, la mayoría de los economistas apunta con sus dedos a la Fed.
La única manera de evitar que se repita este tipo de desastre es quitar esta poderosa e insidiosa autoridad a la Fed y restaurar la República, cuyos fundadores conocían los males de una autoridad central que controlara la oferta monetaria. Esa es la razón por la que la palabra "moneda" (coin) se escribió específicamente en la Constitución hace 200 años. Cuando Estados Unidos tuvo un sistema de dinero bimetálico durante la mayoría del siglo XIX, a los políticos les era mucho más difícil dar dinero a sus amigos y a aquéllos con los que compartían intereses…
Durante los últimos años, Alan Greenspan ha recibido muchas críticas por el desastre que creó. Aunque aún no ha aceptado su culpa por el daño causado, ni reconocido públicamente los efectos nocivos del control centralizado sobre el dinero y el crédito, su reputación se ha visto severamente dañada por sus críticos en todo el mundo.
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