"El Gobierno de Portugal acaba de caer por una disputa respecto a las propuestas de austeridad. La rentabilidad de los bonos irlandeses ha superado el 10% por primera vez. Y el Gobierno británico acaba de rectificar a la baja su previsión económica y al alza su previsión de déficit.
¿Qué tienen en común estos acontecimientos? Todos ellos son pruebas de que reducir drásticamente el gasto cuando uno se enfrenta a un paro elevado es un error. Los defensores de la austeridad predecían que los recortes del gasto reportarían rápidamente dividendos en forma de aumento de la confianza y que habría pocos efectos adversos, o ninguno, para el crecimiento y el empleo; pero se equivocaban.
Por eso es una pena que ahora mismo, en Washington, a uno no se le considere serio a menos que profese lealtad a la misma doctrina que está fracasando tan estrepitosamente en Europa.
No siempre ha sido así. Hace dos años, ante el repunte del paro y de los grandes déficits presupuestarios -ambos consecuencia de una grave crisis financiera-, los dirigentes de los países más avanzados parecían comprender que los problemas debían abordarse por orden, centrándose primero en la creación de empleo combinada con una estrategia a largo plazo de reducción del déficit.
¿Por qué no reducir los déficits inmediatamente? Porque las subidas de impuestos y los recortes del gasto gubernamental deprimirían más las economías, con lo que empeoraría el problema del paro. Y recortar el gasto en una economía profundamente deprimida es contraproducente en gran medida, incluso desde un punto de vista puramente fiscal: cualquier ahorro que aparentemente se consiga se ve contrarrestado en parte por el descenso de los ingresos, a medida que la economía retrocede.
Así que dedicarse ahora al empleo y luego a los déficits era y es la estrategia acertada"… La falsa ilusión de la austeridad (Paul Krugman – El País – 27/3/11 – © 2011 New York Times)
"Lamentablemente, la reducción neta de la tasa de desempleo de los EEUU en el pasado año en nada se debió a aumentos de la proporción empleo-población, sino sólo a la reducción de la participación de la fuerza laboral. El desempleo ha bajado del 10,1 por ciento a lo largo de los 18 meses pasados, pero la proporción empleo-población ha permanecido estancada en el 58,4 por ciento. Tal vez fuera mejor que los desempleados que pudiesen tener empleos -y que, de haber pleno empleo, los tendrían- estuvieran buscando trabajo activamente, en lugar de estar totalmente fuera de la fuerza laboral…
La contracción no fue causada por una reducción de la liquidez, por lo que la Reserva Federal no puede agitar su varita y devolver los precios de los activos a su configuración anterior a la recesión y eso significa que los problemas empresariales son mucho más complejos, pues la recuperación no consiste en resucitar lo que solía ser rentable producir, sino en imaginar lo que será rentable producir en el futuro.
Como gusta de decir el economista Dan Kuehn, una recesión es como si alguien desbaratara nuestro rompecabezas, con lo que se rompiera el orden de las piezas y algunas quedasen boca abajo. Cuando la Reserva Federal pone fin a una reducción de la liquidez, vuelve a poner las piezas boca arriba, por lo que resulta fácil reconstruir el rompecabezas. Sin embargo, ahora no hay nadie para poner las piezas boca arriba, por lo que la corrección resulta mucho más difícil.
De hecho, creo que la situación es aún peor: mientras la demanda agregada siga siendo baja, ni siquiera podemos decir qué piezas están boca arriba. Nuevas inversiones, líneas de actividad y correspondencia entre trabajadores y empresas que serían muy productivas y rentables en niveles normales de utilización de la capacidad y de desempleo no lo son ahora.
Así, pues, lo que los Estados Unidos necesitan ahora no es simplemente una recuperación de la demanda, sino un ajuste estructural. Lamentablemente, el mercado no puede producir por sí solo una recuperación rápida de la demanda y no puede producir ajuste estructural alguno hasta que la recuperación de la demanda esté bastante avanzada". La anatomía de la recuperación lenta (J. Bradford DeLong – Project Syndicate – 31/3/11)
(J. Bradford DeLong, ex Secretario Adjunto del Tesoro de los Estados Unidos, es profesor de Economía en la Universidad de California en Berkeley e investigador asociado en la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas)
""Liquidar la mano de obra, liquidar las acciones, liquidar a los agricultores, liquidar las propiedades inmobiliarias". Ese, según Herbert Hoover, fue el consejo que recibió de Andrew Mellon, el secretario del Tesoro, mientras Estados Unidos se hundía en la Gran Depresión. Para ser justos, hay ciertas dudas sobre si Mellon realmente dijo eso; todo lo que tenemos es la versión de Hoover, escrita muchos años después.
Hace dos semanas, los miembros republicanos del Comité Económico Conjunto del Congreso publicaban un informe, Spend less, owe less, grow the economy (Gastar menos, deber menos, hacer crecer la economía), en el que sostenían que recortar drásticamente el gasto y el empleo públicos ante una economía profundamente deprimida crearía en realidad puestos de trabajo. En parte, estaban invocando la ayuda del hada de la confianza; seguiremos con eso en un momento. Pero el argumento principal era puro Mellon.
Esta es la explicación del informe sobre el modo en que los despidos crearían empleo: "Un número menor de empleados públicos hace que aumente la cantera disponible de trabajadores cualificados y con experiencia para las empresas privadas, lo que reduce los costes de la mano de obra". Dejando a un lado los eufemismos, lo que esto viene a decir es que aumentando el paro, en concreto el de los "trabajadores cualificados y con experiencia" -en el caso de que se lo estén preguntando, eso significa principalmente maestros-, podemos reducir los salarios, lo cual estimularía la contratación.
Si lo piensan, hay aquí un problema lógico evidente: los republicanos dicen que la destrucción de empleo conduce a salarios más bajos, lo que conduce a la creación de empleo. ¿Pero no conduciría esta creación de empleo a salarios más altos, lo cual conduce a la destrucción de empleo, lo cual conduce a…? Necesito una aspirina.
Aparte de eso, ¿por qué unos salarios más bajos fomentarían el crecimiento del empleo?…
De hecho, los recortes salariales generalizados casi con certeza destruirían empleo, no lo crearían. ¿Por qué? Porque aunque los ingresos se reducirían, las deudas no lo harían, de modo que una bajada general de los sueldos empeoraría el problema de la deuda, que es, en este momento, el principal obstáculo para la recuperación.
En resumen, el mellonismo está tan descaminado ahora como lo estaba hace 80 años…
Así que este es el estado del debate político en el mayor país del mundo: un partido ha aceptado las falacias económicas de hace 80 años, mientras que el otro ha perdido las ganas de luchar. Y las familias estadounidenses pagarán el pato". La doctrina de Mellon (Paul Krugman – El País – 3/4/11 – © 2011 New York Times)
""Operar en corto" es una táctica muy conocida entre los entendidos financieros. Significa apostar contra un activo con dinero prestado con la expectativa de generar una ganancia cuando su valor decaiga.
Un especulador puede "operar en corto" con un gobierno tomando prestada su deuda a su precio actual, con la esperanza de venderla más tarde a un precio menor y embolsar la diferencia…
Por supuesto, un único vendedor en corto no puede "fabricar" el precio de un activo (a menos que sea George Soros, cuya famosa apuesta contra la libra británica en 1992 lo convirtió en un hombre multimillonario y obligó a Gran Bretaña a salir del mecanismo de tipo de cambio europeo). Pero si un grupo de especuladores deciden (correcta o incorrectamente) que la deuda de un gobierno está sobrevaluada, pueden forzar la caída de su precio, forzando así el alza de su rendimiento (la tasa de interés que el gobierno debe pagar).
Si el ataque persiste, los especuladores pueden obligar a un gobierno a entrar en cesación de pago de su deuda, a menos que encuentre la manera de financiar su empréstito por menos plata. El fondo de rescate creado el año pasado por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo para permitir que Grecia y otros países en problemas, como Irlanda y ahora Portugal, hace exactamente eso, pero con la condición de que los países implementen programas de austeridad para eliminar sus déficits en un período corto.
"Eliminar el déficit" significa, en términos simples, eliminar muchos empleos, tanto en el sector público como en el privado, cuya existencia depende del déficit. Los costos económicos y humanos de una reducción del déficit en una economía débil son atroces, y los objetivos tampoco se cumplirán porque los recortes del gasto erosionarán el ingreso del gobierno conforme caiga la demanda agregada.
Así las cosas, ¿cuál es el papel de los políticos electos frente a un ataque especulativo? ¿Simplemente aceptar la voluntad del mercado y aplicar la dolorosa medicina a su pueblo? Esto sería una conclusión razonable si los mercados financieros siempre, o al menos habitualmente, valuaran los activos correctamente.
Pero no lo hacen. El colapso financiero de 2007-2009 fue el resultado de una mala valoración masiva de los activos por parte de los bancos privados y las agencias de calificación. ¿Por qué, entonces, deberíamos creer que los mercados han estado valuando correctamente el riesgo de la deuda griega, irlandesa o portuguesa?
La verdad es que estos precios se "fabricaron" mediante un comportamiento en manada. John Maynard Keynes señaló la razón hace muchos años: "la precariedad extrema de la base del conocimiento sobre la cual deben hacerse nuestras estimaciones de posibles rendimientos". Cuando uno no sabe qué hacer, hace lo que hace la persona de al lado.
Esto no quiere decir negar que algunos gobiernos hayan estado viviendo más allá de sus posibilidades, y que operar en corto con su deuda es la manera en que los mercados financieros los obligan a hacerse cargo. Pero, al final, son sus votantes, no los mercados, los que obligan a los gobiernos a asumir responsabilidades. Cuando estos dos patrones de responsabilidad divergen, debe prevalecer el patrón popular si la democracia ha de sobrevivir.
La tensión entre democracia y finanzas está en la raíz del creciente descontento de hoy en Europa. La ira popular ante los recortes de presupuesto impuestos a instancias de los especuladores y banqueros ha derrocado a líderes en Irlanda y Portugal, y está obligando al primer ministro español a retirarse.
Por supuesto, hay otros blancos: los inmigrantes musulmanes, las minorías étnicas, los bonos de los banqueros, la Comisión Europea, el BCE. Los partidos nacionalistas están ganando terreno. En Finlandia, el partido antieuropeo True Finns surgió de la nada hasta llegar a las orillas del poder.
Hasta ahora, nada de esto ha sacudido a la democracia, pero cuando es mucha la gente enojada por varias cosas al mismo tiempo, estamos frente a la cocción de un caldo político tóxico. El nacionalismo es la expresión clásica de la democracia fallida"… ¿Democracia o finanzas? (Robert Skidelsky – Project Syndicate – 21/4/11)
"El momento más interesante en una reciente conferencia celebrada en Bretton Woods (New Hampshire), allí donde se celebró la conferencia de 1945 en la que se creó la estructura económica mundial actual, se produjo cuando el articulista de The Financial Times Martin Wolf preguntó al ex Secretario del Tesoro de los Estados Unidos y ex asistente del Presidente Barack Obama para la política económica, Larry Summers: "¿(Acaso no) indica lo que ha ocurrido en los últimos años simplemente que los economistas [académicos] no entendieron lo que estaba sucediendo?"
Ésta fue la parte más interesante de la larga respuesta de Summers: "Hay muchas enseñanzas en la obra de (Walter) Bagehot sobre la crisis por la que acabamos de pasar. Hay más aún en la de (Hyman) Minsky y tal vez más aún en la de (Charles) Kindleberger". Puede parecer obscura a los legos en economía, pero fue una acusación devastadora…
Después Summers amplió su respuesta para incluir a economistas vivos: "Eichengreen, Akerlof, Shiller y muchos, muchos, otros". Habló de "la revolución en las finanzas, cuando se comprendió que los precios de los activos muestran una gran inestabilidad que en nada refleja los principios básicos", pero añadió que "la macroeconomía (no) estuvo a la altura de (dicha) revolución". A consecuencia de ello, "para gran perjuicio de la macroeconomía contemporánea", sus colegas economistas no entendieron los precios de los activos, los entusiasmos, los pánicos y la liquidez.
Para Summers, el problema es el de que hay muchos elementos "que distraen, confunden y niegan los problemas (…) en el primer curso de la mayoría de los programas de doctorado". A consecuencia de ello, aunque "la ciencia económica sabe bastante, ha olvidado no poco que es pertinente y ha quedado enormemente distraída"…
Creo que los juicios de Summers son acertados y correctos y me cuento entre quienes habían olvidado y se habían dejado distraer…
Pero me asombraron los siguientes fenómenos: el enorme pánico producido por las pérdidas con las hipotecas de alto riesgo que me parecieron -y siguen pareciéndome- pequeñas (desde el punto de vista del tamaño de la economía mundial); la deficiencia de los controles de riesgos en los más importantes bancos muy apalancados; la magnitud de la reducción de la demanda; el grado de ineficacia de las fuerzas encargadas de restablecer el equilibrio del mercado a la hora de reequilibrar la oferta y la demanda del mercado laboral; y lo mucho que los gobiernos de los países fundamentales han podido endeudarse para apoyar la demanda sin desencadenar un rápido aumento de los tipos de interés.
Me asombra la magnitud de la catástrofe, pero aún me asombra más la aparente incapacidad de la ciencia económica académica para adoptar las medidas necesarias a fin de prepararse con miras al futuro. "Debemos cambiar nuestros métodos de contratación laboral": eso es lo que esperaba yo oír decir a los departamentos de economía de todo el mundo a raíz de la crisis.
La realidad es que necesitamos menos teóricos de los mercados eficientes y más especialistas en microestructura, límites del arbitraje y sesgos cognoscitivos. Necesitamos menos teóricos del equilibrio entre las empresas y los ciclos y más keynesianos y monetaristas de los de antes. Necesitamos más historiadores monetarios e historiadores del pensamiento económico y menos constructores de modelos. Necesitamos más Eichengreens, Shillers, Akerlofs, Reinharts y Rogoffs… por no hablar de Kindleberger, Minsky o Bagehot.
Sin embargo, no es eso lo que los departamentos de economía están diciendo ahora mismo…
Tal vez los departamentos académicos de economía pierdan ascendiente intelectual e influencia frente a otros: desde las escuelas de administración de empresas y los programas de política pública hasta los departamentos de ciencia política, pasando por los de psicología y sociología. Cuando los rectores y estudiantes de las universidades exijan pertinencia y utilidad, tal vez esos colegas se pongan a enseñar cómo funciona la economía y dejen a los economistas académicos inmersos en una disciplina reducida a su mínima expresión y que se limite a enseñar la teoría de las opciones lógicas.
O tal vez la ciencia económica siga siendo una disciplina que olvide la mayor parte de lo que en tiempos supo y se permita el lujo de permanecer constantemente distraída y confusa y de negar la realidad. Si así fuere, todos perderíamos mucho"… La ciencia económica en crisis (J. Bradford DeLong – Project Syndicate – 29/4/11)
"El mundo se está ahogando en el fraude corporativo, y probablemente los problemas son de mayores dimensiones en los países ricos, los que supuestamente gozan de "buena gobernanza". Es posible que los gobiernos de los países pobres acepten más sobornos y cometan más delitos, pero son los países ricos los que albergan las empresas globales que cometen los mayores delitos. El dinero habla, y está corrompiendo la política y los mercados de todo el mundo.
Apenas pasa un día sin que salga a la luz una nueva historia de malversación. Cada firma de Wall Street ha pagado significativas multas durante la última década por contabilidad falsa, uso de información privilegiada, fraude de valores, esquemas de Ponzi, o malversación de plano por parte de los directores ejecutivos. En la actualidad se está realizando un juicio en Nueva York a un masivo círculo de venta de información privilegiada que ha implicado a algunos protagonistas del sector financiero. Y antes de eso, los mayores bancos de inversión de EEUU debieron pagar una serie de multas para resolver cargos por diferentes delitos relacionados con valores.
Sin embargo, es escasa la rendición de cuentas. Dos años después de la mayor crisis financiera en la historia, impulsada por el comportamiento sin escrúpulos de los mayores bancos de Wall Street, ni un solo líder financiero ha enfrentado penas de cárcel. Cuando las empresas son multadas por malversación, sus accionistas, no sus directores ejecutivos ni gerentes, pagan el precio. Las multas son siempre una pequeña fracción de las ganancias mal habidas, lo que da la señal a Wall Street de que las prácticas corruptas tienen una sólida tasa de retorno. Incluso hoy en día, el lobby bancario hace caso omiso de las entidades normativas y los políticos…
La impunidad es generalizada; de hecho, la mayoría de los crímenes corporativos pasan inadvertidos. Los pocos que salen a la superficie generalmente terminan con una leve reprimenda, por la que la compañía -es decir, sus accionistas- debe pagar una modesta multa. Los verdaderos culpables en la cima de estas empresas rara vez tienen que preocuparse. Incluso cuando las firmas pagan mega-multas, sus directores ejecutivos permanecen. Los accionistas se encuentran tan dispersos y sin poder que ejercen poco control sobre la gestión…
La corrupción corporativa está fuera de control por dos razones principales. En primer lugar, las grandes empresas son hoy multinacionales, mientras que los gobiernos siguen siendo nacionales. Las grandes empresas son tan poderosas económicamente que los gobiernos tienen miedo de enfrentárseles.
En segundo lugar, las empresas son los principales financiadores de las campañas políticas en lugares como los EEUU, mientras que los políticos mismos son a menudo copropietarios, o por lo menos beneficiarios silenciosos, de los beneficios empresariales. Aproximadamente la mitad de los congresistas estadounidenses son millonarios, y muchos tienen estrechos vínculos con empresas incluso antes de llegar al Congreso.
Como resultado, los políticos suelen mirar hacia otro lado cuando el comportamiento de las empresas cruza el límite. Incluso cuando los gobiernos tratan de hacer cumplir la ley, las empresas cuentan con ejércitos de abogados para hacer olas a su alrededor. El resultado es una cultura de la impunidad, con base en la expectativa bien demostrada de que el crimen corporativo paga.
Dada la estrecha relación de la riqueza y el poder con la ley, poner freno a la delincuencia empresarial será una lucha enorme…
La riqueza, el poder y la ilegalidad hechos posible por este sistema oculto son ahora tan grandes que amenazan la legitimidad de la economía mundial, especialmente en momentos en que padecemos una desigualdad de ingresos sin precedentes y un inmenso déficit presupuestario, debido a la incapacidad política -y a veces hasta operativa- de los gobiernos para imponer una fiscalidad justa a los ricos"… La ola de crímenes corporativos en la economía global (Jeffrey D. Sachs – Project Syndicate – 30/4/11)
"El mes pasado, más de 14 millones de estadounidenses estaban desempleados según la definición oficial, es decir, que buscan trabajo pero no pueden encontrarlo. Muchos más millones tenían que conformarse con empleos de media jornada porque no podían encontrar otros de jornada completa. Y no estamos hablando de apuros temporales. El desempleo a largo plazo, antaño raro en este país, se ha vuelto de lo más corriente: más de cuatro millones de estadounidenses llevan sin trabajar un año o más.
Teniendo en cuenta este desolador panorama, era de esperar que el paro, y qué hacer con respecto a él, hubiesen centrado la rueda de prensa del pasado miércoles con Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal. Y así debería haber sido. Pero no lo fue.
Después de la rueda de prensa, Reuters preparó una nube de palabras de los comentarios de Bernanke, una representación visual de la frecuencia con la que empleó distintas palabras. La nube está dominada por la palabra "inflación". "Desempleo", en una letra mucho más pequeña, está colocada en segundo plano.
El énfasis equivocado no fue totalmente culpa de Bernanke, ya que estaba respondiendo preguntas y esas preguntas se centraron mucho más en la inflación que en el desempleo. Pero este énfasis era en sí un síntoma de hasta qué punto Washington ha perdido interés en la precaria situación de los parados. Y la Reserva Federal de Bernanke, que debería mantener una postura firme frente a esas prioridades sesgadas, en vez de ello se está dejando intimidar para seguir al rebaño…
Todo ello nos lleva lógicamente a un argumento claro a favor de más medidas. Sin embargo, Bernanke ha indicado que ha hecho todo lo que seguramente va a hacer. ¿Por qué?
Podría haber sostenido que no es capaz de hacer más, que sus colegas y él ya no tienen mucha fuerza sobre la economía. Pero no lo hizo. Al contrario, sostuvo que la reciente política de la Reserva de comprar bonos a largo plazo, a la que generalmente se denomina relajación cuantitativa, ha dado resultados. Entonces, ¿por qué no hacer algo más?
La respuesta de Bernanke fue sumamente descorazonadora. Declaró que una mayor expansión podría inducir un aumento de la inflación…
La única manera de encontrar sentido a la aversión de Bernanke por las medidas adicionales es decir que le da un miedo mortal sobrepasar el objetivo de la inflación, mientas que el quedarse corto le preocupa mucho menos, aunque el hacer demasiado poco signifique condenar a millones de estadounidenses a la pesadilla del desempleo a largo plazo.
¿Qué está pasando aquí? Lo que yo interpreto es que Bernanke está permitiendo que le intimiden los inflacionistas: la gente que sigue viendo la inflación desenfrenada a la vuelta de la esquina y que no se inmuta por el hecho de que sigue equivocándose…
Adiós a la independencia de la Reserva. Y adiós al futuro de los desempleados cada vez más desesperados de Estados Unidos". La Reserva Federal, intimidada (Paul Krugman – El País – 1/5/11 – © 2011 New York Times)
"Fue relegada a una sesión de preguntas y respuestas, en lugar de quedar expuesta de manera prominente en la declaración de apertura, en la primera conferencia de prensa de la historia que ofreció Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, la semana pasada. Es una cuestión que muchos en Washington D.C. están deseosos por descartar como "transitoria", a pesar de la evidencia visible que indica todo lo contrario. Es extremadamente vulnerable a los elevados precios del petróleo y los alimentos. Y socava las presunciones operacionales que apuntalan la caracterización de larga data de la economía estadounidense como una economía vibrante y receptiva.
La cuestión es la magnitud y la composición del desempleo en Estados Unidos -un problema que todavía no ha sido reconocido como corresponde por su impacto cada vez más perjudicial en el tejido social del país, su potencial económico y su posición fiscal y dinámica de deuda, ya bastante frágil…
El país ahora tiene un problema de desempleo que es grande en magnitud y cada vez más estructural en naturaleza. Las consecuencias son multifacéticas e implican una angustia personal inmediata, crecientes tensiones sociales y políticas, pérdidas económicas y presiones presupuestarias.
Esto es mucho más que un problema para el aquí y ahora. Un desempleo alto e inextricable tiene serias consecuencias negativas a largo plazo que amenazan con volverse exponencialmente peores. Esto es una crisis.
La investigación internacional sustancial demuestra que cuanto más tiempo uno está desempleado, más cuesta conseguir un empleo. Esto erosiona la base de habilidades de una economía y mina sus capacidades productivas a largo plazo. Y, si el desempleo es particularmente profundo entre los jóvenes, como sucede hoy en día, un alto porcentaje de los desempleados corren el riesgo de volverse inempleables.
Sin duda, la Gran Recesión desatada por la crisis financiera global contribuyó a agravar esta situación preocupante. Desafortunadamente, el problema es mucho más profundo, ya que se venía gestando desde hacía mucho tiempo.
En su origen, la crisis de empleos de Estados Unidos es el resultado de muchos años de desinversión en recursos humanos y en los sectores sociales. El sistema educativo estuvo rezagado respecto del progreso registrado en otros países. Las iniciativas de reentrenamiento laboral han sido deplorablemente inadecuadas. La movilidad laboral viene registrando una caída. Y se ha dedicado una atención insuficiente a mantener una adecuada red de seguridad social.
Estas realidades se vieron empañadas por la locura que caracterizó a la "Edad de Oro" del apalancamiento, el crédito y el derecho de endeudamiento previa al 2008 en Estados Unidos, que alimentó un auge gigantesco pero insostenible en la construcción, la vivienda, el ocio y el comercio minorista. La resultante creación de empleos, aunque temporaria, adormeció a los responsables de las políticas hasta caer en la complacencia sobre lo que realmente estaba sucediendo en el mercado laboral. Cuando el auge se convirtió en un descalabro prolongado, las ineficiencias de la situación laboral a más largo plazo se volvieron visibles a los ojos de cualquiera que se preocupara por mirar, y son alarmantes.
Librado a sus propios mecanismos, el problema del desempleo de Estados Unidos se profundizará…
Ya es hora de que Estados Unidos se despierte y enfrente de una manera holística su crisis de desempleo. Como sabe cualquiera que alguna vez haya tenido un trabajo indigerible, apagar el despertador y taparse la cabeza con la sábana no es la solución". Atravesando como sonámbulos la crisis de desempleo de Estados Unidos (Mohamed A. El-Erian – Project Syndicate – 1/5/11)
(Mohamed A. El-Erian es máximo responsable ejecutivo (CEO) y máximo responsable de información (CIO) de PIMCO, y autor del éxito de ventas When Markets Collide)
"La reunión anual de primavera del Fondo Monetario Internacional fue notable ya que marcó el esfuerzo del Fondo para distanciarse de sus propios dogmas de hace muchos años sobre los controles de capital y la flexibilidad del mercado laboral…
Poco más de 13 años antes, en la reunión de Hong Kong del FMI en 1997, el Fondo había intentado enmendar su carta para ganar más margen de acción y poder empujar a los países hacia una liberalización del mercado de capital…
Ese accionar había sido defendido por los mercados financieros de Occidente -y los ministros de Finanzas occidentales que les son tan fieles-. Las desregulación financiera en Estados Unidos fue una causa importante de la crisis global que estalló en 2008, y la liberalización financiera y del mercado de capital en otras partes ayudó a propagar ese trauma "hecho en Estados Unidos" por todo el mundo.
La crisis demostró que los mercados libres y descontrolados no son ni eficientes ni estables. Tampoco necesariamente sirvieron de mucho a la hora de fijar precios (basta con ver la burbuja inmobiliaria), incluyendo los tipos de cambio (que son simplemente el precio de una moneda en términos de otra)…
El resultante incremento de dinero que ingresó en los mercados emergentes significó que hasta los ministros de Finanzas y los gobernadores de los bancos centrales que se oponen ideológicamente a intervenir creen que no tienen otra opción que hacerlo. De hecho, un país tras país ahora optó por intervenir de una manera u otra para impedir que el valor de sus monedas suba por las nubes.
Ahora el FMI bendijo ese tipo de intervenciones -pero, como una concesión para aquellos que todavía no están convencidos, sugiere que se las debería utilizar solamente como un último recurso-. Por el contrario, deberíamos haber aprendido de la crisis que los mercados financieros necesitan regulación, y que los flujos de capital transfronterizos son particularmente peligrosos. Estas regulaciones deberían ser una parte esencial de cualquier sistema para asegurar la estabilidad financiera; recurrir a ellas sólo como un último recurso es una receta para una continua inestabilidad. ..
Pero un cambio aún más importante es el vínculo que el FMI finalmente trazó entre desigualdad e inestabilidad. Esta crisis fue, en gran medida, el resultado del esfuerzo por parte de Estados Unidos de estimular una economía debilitada por una mayor desigualdad a través de tasas de interés bajas y una regulación laxa (que hicieron que mucha gente pidiera prestado mucho más allá de sus posibilidades). Deshacer las consecuencias de este endeudamiento excesivo llevará años. Pero, como nos recuerda otro estudio del FMI, éste no es un patrón nuevo.
La crisis también puso a prueba los dogmas de larga data que responsabilizan a la rigidez del mercado laboral por el desempleo, ya que a los países con salarios más flexibles, como Estados Unidos, les fue peor que a las economías del norte de Europa, entre ellas Alemania. Por cierto, conforme los salarios se debiliten, a los trabajadores les resultará aún más difícil devolver lo que deben, y los problemas en el mercado inmobiliario se agravarán. El consumo seguirá siendo limitado, mientras que una recuperación sólida y sostenible no puede basarse en otra burbuja alimentada por la deuda.
Tan desigual como era Estados Unidos antes de la Gran Recesión, la crisis, y la manera en que fue manejada, llevó a una desigualdad de ingresos aún mayor, haciendo que la recuperación fuera mucho más difícil. Estados Unidos se está preparando para su propia versión de un malestar al estilo japonés.
Sin embargo, existen soluciones para este dilema: fortalecer la negociación colectiva, reestructurar las hipotecas, utilizar zanahorias y bastones para que los bancos vuelvan a prestar dinero, reestructurar las políticas impositivas y de gasto para estimular la economía hoy a través de inversiones a largo plazo, e implementar políticas sociales que aseguren oportunidades para todos. Como está hoy en día, con casi una cuarta parte de los ingresos totales y el 40% de la riqueza estadounidense en manos del 1% que más gana, Estados Unidos hoy es menos una "tierra de oportunidades" que incluso la "vieja" Europa"… El viraje a tiempo del FMI (Joseph E. Stiglitz – Project Syndicate – 5/5/11)
"¿Qué hace falta para limitar los rescates futuros? Declarar que nunca volveremos a hacerlo no es una respuesta válida: cuando la tormenta financiera arrecia, quitarse de en medio mientras los bancos caen como fichas de dominó no es una opción. Después de todo, eso es lo que los responsables políticos hicieron en 1931, y la crisis bancaria que se desencadenó a raíz de ello convirtió una simple recesión en la Gran Depresión.
Y no olvidemos que los mercados entraron en caída libre cuando la Administración de Bush permitió que Lehman Brothers quebrase. Solo una acción rápida -que incluía la aprobación del odiadísimo rescate- impidió que los acontecimientos de 1931 se repitiesen. Entonces, ¿cuál es la solución? La respuesta es una regulación que limite la frecuencia y la magnitud de las crisis financieras, combinada con normas que permitan al Gobierno conseguir un buen trato cuando los rescates económicos se vuelvan necesarios.
Recuerden que, desde los años treinta hasta los ochenta, Estados Unidos logró evitar los grandes rescates de instituciones financieras. La era moderna de los rescates no se inició hasta la época de Reagan, cuando los políticos empezaron a desmantelar la normativa de la década de los años treinta. Además, la normativa no se fue actualizando a medida que evolucionaba el sistema financiero. Las instituciones que fueron rescatadas en 2008 y 2009 no eran bancos a la antigua usanza; eran imperios financieros complejos, muchas de cuyas actividades no estaban reguladas en la práctica (y fueron estas actividades no reguladas las que hicieron que la economía estadounidense mordiese el polvo).
Y lo que es aún peor, los funcionarios no tenían una autoridad clara para embargar estos imperios fracasados del mismo modo en que la Corporación Federal de Seguro de Depósitos puede embargar un banco convencional cuando quiebra. Esa es una de las razones por las que el rescate económico se parecía tanto a un regalo: las autoridades tenían la sensación de que les faltaban las herramientas para salvar el sistema financiero sin permitir que quienes generaron la crisis se librasen del castigo…
La Administración de Obama ha decepcionado a muchas personas con su actitud excesivamente indulgente hacia Wall Street (ilustrada por su decisión de la semana pasada de eximir de la normativa las permutas financieras de divisas, que fueron una importante fuente de trastornos en 2008). Pero los republicanos están tratando de socavarlo todo…
Para ver lo que realmente está pasando, hay que seguir al dinero. Wall Street solía apoyar a los demócratas, quizás porque los financieros tienden a ser liberales en asuntos sociales. Pero la avaricia triunfa sobre los derechos de los homosexuales, y las contribuciones del sector financiero se inclinaron claramente hacia los republicanos en las elecciones de 2010. Por lo visto Wall Street, a diferencia de los votantes, no tenía dificultades para adivinar las verdaderas intenciones del partido. Y una cosa más: al interponerse en el camino de las normativas que contendrían las futuras crisis financieras, los republicanos están ofreciendo aún más pruebas de que en realidad no les importan los déficits presupuestarios.
Porque nuestro déficit actual es, en su mayoría, una consecuencia de la crisis financiera de 2008, que devastó los ingresos y aumentó el coste de programas como el seguro de desempleo. Y aunque hayamos conseguido evitar grandes costes directos de los rescates económicos, puede que la próxima vez no tengamos tanta suerte"… La primavera de los banqueros (Paul Krugman – El País – 8/5/11 – © 2011 New York Times News Service)
"Últimamente he estado presentando mi nuevo libro The Globalization Paradox (La paradoja de la globalización) a diferentes grupos. A esta altura ya estoy acostumbrado a todo tipo de comentarios de parte de la audiencia. Pero en un evento reciente de lanzamiento del libro, el economista asignado para analizarlo me sorprendió con una crítica inesperada. "Rodrik quiere que el mundo sea seguro para los políticos", dijo, enfurruñado…
Esta crítica refleja un malentendido grave respecto de cómo funcionan realmente los mercados. Educados con libros de texto que oscurecen el papel de las instituciones, los economistas suelen imaginar que los mercados surgen por sí solos, sin la ayuda de una acción resuelta y colectiva. Adam Smith puede haber tenido razón al decir que "la propensión a transportar, trocar e intercambiar" es innata de los seres humanos, pero hace falta una panoplia de instituciones ajenas al mercado para materializar esta propensión.
Consideremos todo lo que se necesita. Los mercados modernos precisan una infraestructura de transporte, logística y comunicación, que en gran parte es el resultado de inversiones públicas. Necesitan sistemas de cumplimiento de contratos y protección de los derechos de propiedad. Precisan regulaciones que aseguren que los consumidores tomen decisiones informadas, que las externalidades se internalicen y que no se abuse del poder del mercado. Necesitan bancos centrales e instituciones fiscales para evitar el pánico financiero y los ciclos comerciales moderados. Precisan protecciones sociales y redes de seguridad para legitimar los resultados distributivos.
Los mercados que funcionan bien siempre están arraigados en mecanismos más amplios de gobernancia colectiva. Esa es la razón por la cual las economías más ricas del mundo, las que tienen los sistemas de mercado más productivos, también tienen grandes sectores públicos.
Una vez que reconocemos que los mercados requieren reglas, luego debemos preguntarnos quién escribe esas reglas. Los economistas que denigran el valor de la democracia a veces hablan como si la alternativa a la gobernancia democrática fuera la toma de decisiones de reyes-filósofos platónicos de mentes elevadas -idealmente economistas.
Sin embargo, este escenario no es ni relevante ni deseable. Por un lado, cuanto más baja la transparencia, representatividad y responsabilidad del sistema político, más probabilidades hay que intereses especiales se apropien de las reglas. Por supuesto, también se puede capturar a las democracias. Pero siguen siendo nuestra mejor salvaguarda contra el régimen arbitrario…
Es verdad, la calidad de la gobernancia democrática a veces se puede aumentar si se reduce la discreción de los representantes electos. Las democracias que funcionan bien suelen delegar el poder de formular las reglas a organismos cuasi-independientes cuando las cuestiones que se barajan son técnicas y no plantean cuestiones distributivas; cuando el intercambio de favores políticos podría resultar en desenlaces subóptimos para todos; o cuando las políticas están afectadas por la miopía y descartan considerablemente los costos futuros.
Los bancos centrales independientes ofrecen una ilustración importante de esto. Puede estar en manos de los políticos electos la tarea de determinar el objetivo de inflación, pero los medios utilizados para alcanzar ese objetivo son relegados a los tecnócratas en el banco central. Aún entonces, los bancos centrales normalmente siguen siendo responsables ante los políticos y deben ofrecer una explicación cuando no logran los objetivos.
De la misma manera, puede haber instancias útiles de delegación democrática a organizaciones internacionales…
Una cosa es defender las limitaciones externas que mejoran la calidad de la deliberación democrática -impidiendo el cortoplacismo o exigiendo transparencia, por ejemplo-. Otra cosa totalmente distinta es subvertir la democracia privilegiando intereses particulares por sobre otros.
Por caso, sabemos que los requerimientos globales de adecuación del capital generados por el Comité de Basilea reflejan abrumadoramente la influencia de los grandes bancos. Si las regulaciones fueran escritas por economistas y expertos en finanzas, serían mucho más rigurosas…
Del mismo modo, a pesar de la retórica, muchos acuerdos de la Organización Mundial de Comercio no son el resultado de la búsqueda del bienestar económico global, sino del poder de lobby de las multinacionales que buscan oportunidades para generar ganancias…
De manera que la opción entre discreción democrática en casa y limitación externa no siempre es una elección entre buenas y malas políticas. Aún cuando el proceso político interno funcione de manera deficiente, no existe ninguna garantía de que las instituciones globales vayan a funcionar mejor. Muy a menudo, la elección es entre ceder ante quienes buscan rentas en el país o los extranjeros. En el primer caso, al menos las rentas se quedan en casa.
Para terminar, el interrogante tiene que ver con a quién le concedemos el poder para hacer las reglas que los mercados necesitan. La realidad inevitable de nuestra economía global es que el principal sitio de responsabilidad democrática legítima sigue estando dentro del estado nación. De manera que de buena gana me declaro culpable de la acusación de mi crítico economista. Sí quiero que el mundo sea seguro para los políticos democráticos. Y, francamente, me preocupan aquellos que no quieren lo mismo"… Economistas y democracia (Dani Rodrik – Project Syndicate – 11/5/11)
(Dani Rodrik, profesor de Economía Política Internacional en la Universidad de Harvard, es autor de The Globalization Paradox: Democracy and the Future of the World Economy)
"Simon Johnson, ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional y profesor del Massachusetts Institute of Technology (MIT) arremete contra los bancos centrales, especialmente el BCE y la Fed, en un editorial abierto publicado en la newsletter del Peterson Institute for International Economics. El experto asegura que las declaraciones de los distintos funcionarios de ambos bancos afirmando que "hicieron un buen trabajo" durante la crisis financiera no hace más que "minar la credibilidad" de sus políticas monetarias.
"El coste real de la crisis no se mide por los beneficios o pérdidas de cualquier banco central o por si el plan de rescate bancario (TARP, por sus siglas en inglés), pierde o no dinero en sus diversas actividades", asegura Johnson. Desde su punto de vista, lo que mide realmente la eficacia de estas entidades durante el derrumbe de las subprime es la economía a pie de calle y, en ese aspecto, los números hablan por sí solos. "El coste, en EEUU, ha sido de ocho millones de empleos, con una caída del empleo del 6% desde su nivel máximo", apunta.
Para Johnson, los bancos "se inmolaron" provocando un coste sin precedentes para los contribuyentes, con importantes consecuencias negativas a nivel global. El experto hizo referencia a las palabras de Dennis Lockhart, presidente del Banco de la Reserva Federal de Atlanta, que la semana pasada durante una conferencia donde el funcionario reiteró que la Fed "no debería tratar de operar en un sistema basado en el principio de beneficios privados y pérdidas públicas". Al fin y al cabo, las pérdidas son masivas, como han demostrado las circunstancias actuales, además de ser totalmente injustas.
El ex economista jefe del FMI deja claro que los beneficios privados se pueden medir directamente gracias a la remuneración de los ejecutivos. De 2000 a 2008, los ejecutivos que dirigían las 14 mayores instituciones financieras de EEUU recibieron una remuneración en efectivo de alrededor de 2.600 millones de dólares.
De esta cantidad, alrededor de 2.000 millones de dólares fueron recibidos por los cinco individuos mejor pagados, que, casualmente, fueron figuras clave en la creación de activos de alto riesgo que condujo al sistema financiero al borde del abismo. Entre ellos se encuentran Sandy Weil, Hank Paulson, Angelo Mozilo, Dick Fuld o Jimmy Cayne.
En comparación, las pérdidas públicas han sido masivas: aproximadamente 6 billones de dólares, sólo tomando como referencia el aumento de la deuda del gobierno federal. Ante esta situación, Johnson critica que los ejecutivos de los bancos siguen insistiendo en que "se les debe permitir ejecutar negocios globales, en los que se les paga en función de su riesgo".
Los expertos opinan que los grandes bancos, los demasiado grandes para caer, deben incrementar su capital y efectivo para garantizar la estabilidad del sistema. Sin embargo, señala el profesor del MIT, "los banqueros, rechazan enérgicamente este aspecto, ya que es probable que reduzca su salario, al igual que los bancos centrales se dejan influenciar por las protestas de los ejecutivos.
El economista considera que "hay muchas ventajas de tener un banco central independiente capitaneado por profesionales que puedan mantener su distancia de los políticos". Pero cuando estas instituciones insisten en que la respuesta a la crisis fue correcta, y que todo va a ir bien pese a que los gigantes financieros que provocaron la crisis siguen operando de forma similar, "su credibilidad, inevitablemente sufre". Este hecho debería ser de gran preocupación para los bancos centrales, especialmente el europeo y la Fed puesto que, según Johnson, "la credibilidad es casi todo lo que tienen"". Simon Johnson critica la "arrogancia y autoritarismo" de los bancos centrales (El Economista – 13/5/11)
"Los tres últimos años han sido un desastre para la mayoría de las economías occidentales. Estados Unidos registra un paro de larga duración masivo por primera vez desde los años treinta. Mientras tanto, la moneda única europea se está viniendo abajo. ¿Cómo ha salido todo tan mal?…
Permítanme centrarme principalmente en lo que pasó en EEUU, antes de dedicarle unas palabras a Europa.
En los tiempos que corren, los estadounidenses no paran de oír sermones sobre la necesidad de reducir el déficit presupuestario. Esa obsesión en sí misma es el reflejo de unas prioridades distorsionadas, ya que nuestra preocupación inmediata debería ser la creación de empleo. Pero supongamos que nos limitamos a hablar del déficit, y preguntamos: ¿qué ha sido del superávit presupuestario que el Gobierno federal tenía en 2000?
La respuesta es que tres cosas principalmente. La primera fueron las bajadas de impuestos de Bush, que añadieron unos dos billones de dólares a la deuda nacional durante la década pasada. La segunda, las guerras de Irak y Afganistán, que sumaron alrededor de 1,1 billones de dólares más. Y la tercera fue la Gran Recesión, que provocó un desplome de los ingresos y un repunte del gasto en prestaciones por desempleo y otros programas de la Seguridad Social.
¿Y quién es responsable de estos destrozos presupuestarios? La gente de la calle, no…
Por último, la Gran Recesión la provocó un sector financiero fuera de control, envalentonado por una liberalización imprudente. ¿Y quién fue responsable de esa liberalización? Pues fue gente de Washington con mucho poder y con vínculos estrechos con el sector financiero. Permítanme que exprese públicamente mi especial gratitud a Alan Greenspan, que desempeñó, un papel crucial tanto en la liberalización financiera como en la aprobación de las bajadas de impuestos de Bush (y que, naturalmente, ahora es uno de los que nos amenazan con el déficit).
De modo que fueron los desaciertos de la élite, y no la avaricia de la gente de a pie, los que causaron el déficit de EEUU. Y en líneas generales, lo mismo podría decirse de la crisis europea…
La verdadera historia de la crisis europea es que los dirigentes crearon una moneda única, el euro, sin crear las instituciones que se necesitaban para hacer frente a los periodos de bonanza y de dificultad dentro de la zona euro. Y el motor de la moneda única europea fue el proyecto de sentido descendente por excelencia, una visión impuesta por la élite a un electorado tremendamente reticente.
¿Tiene alguna importancia todo esto? ¿Por qué debería preocuparnos el esfuerzo por achacar la culpa de las malas políticas a la ciudadanía?
Una posible respuesta es la responsabilidad simple y llana. No deberíamos permitir que quienes defendieron políticas que destrozaron el presupuesto durante la época de Bush pretendan hacerse pasar por halcones del déficit; aquellos que elogiaron a Irlanda no deberían darnos sermones sobre el gobierno responsable.
Pero yo diría que la principal respuesta es que al inventar historias sobre nuestras dificultades actuales que absuelven a quienes nos han puesto en esta situación, eliminamos toda posibilidad de aprender de la crisis. Tenemos que culpar a quien corresponde, para dar una lección a nuestras élites políticas. De lo contrario, harán todavía más daño en años venideros"… La imprudencia de las élites (Paul Krugman – El País – 15/5/11 – © New York Times News Service)
"Mientras el mundo se recupera de la Gran Recesión, se ha vuelto cada vez más difícil discernir la verdadera tendencia de los acontecimientos. Por un lado, medimos la recuperación según nuestro éxito en volver a los niveles de crecimiento, producción y empleo previos a la recesión. Por otro lado, existe la inquietante sensación de que la "nueva normalidad" de hoy puede ser un crecimiento más lento y mayores niveles de desempleo.
Así que el reto ahora es formular políticas para dar trabajo a todos quienes lo deseen en las economías que, tal como están organizadas en la actualidad, pueden no ser capaces de hacerlo. Este problema es mucho más agudo en los países desarrollados que en los países en desarrollo, si bien la interdependencia hace que, en cierta medida, se trate de un problema común…
Hoy, el capital en el mundo desarrollado es abundante; la tasa de ahorro disminuye a medida que la gente consume más, y la producción se centra cada vez más en los servicios, donde los aumentos de productividad son limitados. Por lo tanto el crecimiento económico el aumento de los ingresos reales- se desacelera. Esto ya estaba ocurriendo antes de la Gran Recesión, por lo que la generación de empleos a tiempo completo que paguen salarios decentes se estaba volviendo cada vez más difícil. De ahí el crecimiento de empleos informales, discontinuos y a tiempo parcial.
El otro aspecto del problema es el aumento a largo plazo del desempleo impulsado por la tecnología, en gran parte debido a la automatización. En cierto modo, esto es un signo de progreso económico: la producción de cada unidad de trabajo está en constante aumento. Pero también significa que se necesitan menos unidades de trabajo para producir la misma cantidad de bienes.
La solución del mercado es redistribuir la mano de obra desplazada hacia el área de servicios. Sin embargo, muchas ramas del sector de servicios son un sumidero de puestos de trabajo sin proyecciones ni esperanza.
La inmigración exacerba ambos aspectos del problema. Gran parte de la migración, especialmente en la Unión Europea, es casual: hoy aquí, mañana no, con ninguno de los costos asociados con la contratación a tiempo completo. Esto la vuelve atractiva para los empleadores, pero se trata de un trabajo de baja productividad y aumenta la dificultad de encontrar un empleo estable para la mayoría de los trabajadores de un país.
Entonces, ¿estamos condenados a una recuperación sin empleo? ¿Es el futuro uno en el que los trabajos son tan escasos que muchos trabajadores tendrán que aceptar una miseria para encontrar un empleo, y volverse cada vez más dependientes de las transferencias sociales a medida que los salarios del mercado caen por debajo del nivel de subsistencia? ¿O deberían las sociedades occidentales esperar una nueva ronda de magia tecnológica, como la revolución de Internet, que produzca una nueva ola de creación de empleo y prosperidad?…
Pero también hay una posibilidad más inquietante: si, por proseguir nuestro actual camino de despilfarro, acabamos por hacer escasos los recursos naturales, necesitaremos una nueva ola de la tecnología que, sin importar el coste, nos rescate de la calamidad.
Pero hagamos a un lado estas sombrías perspectivas y reflexionemos sobre lo que sería una solución civilizada al problema del desempleo generado por la tecnología. La respuesta, sin duda, es compartir el trabajo. Para el economista anglo-estadounidense típico, cualquier propuesta de este tipo equivale a anatema, porque suena a la temida falacia de la "masa de trabajo": la idea, una vez popular en los círculos sindicales, que existe sólo una cierta cantidad de trabajo que debe ser compartida de manera justa.
Por supuesto, esto es una falacia cuando los recursos son escasos, pero ni siquiera los economistas han pensado que el crecimiento prosiga por siempre. Los fundadores de la disciplina esperaban que, en algún momento en el futuro, la humanidad podría alcanzar un "estado estacionario" de crecimiento cero. Entonces sólo requeriríamos una cierta cantidad de trabajo -mucho menos de lo que se realiza ahora- para satisfacer todas las necesidades razonables. Las opciones serían un desempleo ilimitado impulsado por la tecnología o distribución del trabajo por hacer.
Sólo un adicto al trabajo preferiría la primera. Lamentablemente, personas así parecen estar a cargo de las políticas en los Estados Unidos y Gran Bretaña. Muchos países europeos están adoptando la segunda solución. Los sistemas de trabajo compartido, en muchas formas diferentes, se están convirtiendo en la norma en Holanda y Dinamarca, y han hecho avances en Francia y Alemania."… A tropezones con el trabajo (Robert Skidelsky – Project Syndicate – 19/5/11)
"Recientemente se reunieron en la sede de PIMCO en California colegas de todo el mundo para celebrar nuestro Foro Secular anual, en el que durante unos días dejamos atrás los asuntos más inmediatos y debatimos, en cambio, lo que los entre tres y cinco próximos años reservan a la economía mundial. La perspectiva es mundial, basada en las ideas de oradores exteriores, y está centrada en lo que es probable que ocurra, a diferencia de lo que debería ocurrir.
Según las proyecciones de los dos últimos Foros Seculares, después de la crisis financiera mundial la economía mundial no se reharía al modo cíclico tradicional, sino que afrontaba realineamientos multianuales de carácter tanto nacional como mundial. La economía mundial se curaría, pero de forma lenta e irregular, a medida que las economías avanzadas fueran arreglándoselas mal que bien y el más dinámico mundo de los países en ascenso fuera eliminando los desfases actuales de ingresos y riqueza…
Se trata de unos resultados que se han quedado muy cortos respecto de las esperanzas de las autoridades, tanto en los Estados Unidos como en Europa. De hecho, durante la mayor parte del período posterior a la crisis todas ellas han estado comprensiblemente centradas en el estímulo del crecimiento.
Algunas han adoptado incluso políticas explícitas encaminadas a impulsar los precios de los activos (por ejemplo, la segunda ronda de la llamada "relajación cuantitativa" de la Reserva Federal). Sin embargo, junto con una inflación "buena" de los precios de los activos, encaminada a hacer que la población se sienta más rica y gaste más, esos planteamientos han creado una inflación "mala", debida al aumento repentino de los precios de los productos básicos, que representa un impuesto tanto para los insumos como para los consumidores. En Europa, se ha recurrido a todos los balances generales disponibles para impedir una crisis de la deuda en la periferia, a consecuencia de lo cual se han preparado grandes planes de rescate para Grecia, Irlanda y Portugal y se ha contaminado el balance general del BCE.
Con miras al futuro, algunas señales apuntan a una curación acelerada y una resistencia en aumento de la economía mundial, lo que constituye un buen augurio para un abandono ordenado de las políticas no tradicionales. También hay señales que indican que el arranque de las economías en ascenso es sólido y que China, en particular, podrá sacar adelante su complicada transición hacia un desarrollo de los sectores de ingresos medios.
Lamentablemente, otras señales apuntan a una recuperación mundial irregular y tambaleante. En las economías avanzadas, las tasas de crecimiento proyectadas no son suficientes para evitar la acumulación de deuda y de problemas de déficit. En el caso de algunos países, como, por ejemplo, Grecia, eso entraña unas disyuntivas más difíciles entre la reestructuración y la socialización de las pérdidas. En el caso de otros, como los EEUU, ya son necesarios sacrificios futuros, muy probablemente mediante una combinación de una mayor inflación, austeridad y "represión financiera", al intentar los gobiernos imponer a los ahorradores tasas reales negativas de rentabilidad. Huelga decir que las transiciones demográficas, las limitaciones en materia de productos básicos y las incertidumbres geopolíticas complican todo ese panorama.
Lo más importante es que los saldos de demasiados gobiernos y familias siguen desequilibrados en una economía mundial basada excesivamente en los activos. A consecuencia de ello, muchas promesas ya antiguas se verán sometidas a presiones a lo largo de entre los tres y los cinco próximos años. Concretamente, diversos contratos sociales -por ejemplo, los derechos de atención de salud y pensiones, además de las prestaciones por desempleo- se verán sometidos a mayores tensiones. En el nivel internacional, la posición de los bienes públicos suministrados por los EEUU (incluido el dólar como divisa de reserva mundial) afronta una erosión gradual…
•La economía mundial global avanzará renqueando, al continuar con su transición gradual de un mundo unipolar a otro multipolar.
Esa hipótesis básica está sujeta a riesgos de dos clases que muy bien podrían aumentar con el tiempo. En sentido positivo, los EEUU podrían vivir un momento como el del sputnik: una sensación de unidad nacional, propósito común y sacrificio compartido propicia la adopción de reformas estructurales que se centran en el realineamiento de los balances generales a medio plazo, el aumento de la creación de empleo y la mejora de la competitividad. Europa podría reorganizar la zona del euro para permitir la sostenibilidad de la deuda y un gran crecimiento económico y las economías en ascenso podrían liberar a sus consumidores, con lo que impulsarían la demanda mundial.
Las probabilidades de semejantes "pactos ambiciosos" han aumentado en los últimos meses, pero a estas alturas sólo pueden contrarrestar, en el mejor de los casos, los riesgos de contracción en el panorama general. Por encima de todo, los pasivos se han trasladado simplemente de un punto a otro de la economía mundial, cosa que no puede continuar indefinidamente. Entretanto, unas desigualdades excesivas en materia de ingresos y riqueza están debilitando el tejido de las sociedades; un desempleo persistente en los países avanzados está socavando la productividad y las aptitudes; la eficacia y la flexibilidad de las políticas se están deteriorando y la economía mundial está afrontando dificultades cada vez mayores para adaptarse a la fase de arranque del desarrollo en economías en ascenso y sistémicamente importantes…
Por mucho que deseemos una perspectiva más tranquilizadora, la economía mundial seguirá inhabitualmente inestable en los próximos años. Lo que parece un mundo sistémicamente interconectado resultará estar también cada vez más fragmentado intelectualmente, con unas deficientes gobernación mundial y coordinación de políticas. Se trata de una economía mundial que se debe pilotar cuidadosamente para que quienes intenten beneficiarse del cambio no resulten víctimas de él… Avanzar renqueando y mal que bien (Mohamed A. El-Erian – Project Syndicate – 20/5/11)
"A menudo me quejo, con razón, sobre el estado del debate económico en Estados Unidos. Y la irresponsabilidad de algunos políticos -como los republicanos que afirman que el impago de la deuda de Estados Unidos no sería gran cosa- da miedo.
Pero al menos en EEUU los fanáticos del dolor, aquellos que sostienen que subir los tipos de interés y recortar el gasto público ante el desempleo masivo mejorará de alguna manera las cosas en lugar de empeorarlas, se topan con alguna resistencia de la Reserva Federal y del Gobierno de Obama.
En Europa, por el contrario, los fanáticos del dolor han estado al mando más de un año, insistiendo en que el dinero prudente y el equilibrio presupuestario son la respuesta a todos los problemas. Detrás de esta insistencia ha habido fantasías económicas, en particular la creencia en el hada de la confianza, es decir, la creencia en que recortar el gasto en realidad va a crear puestos de trabajo, porque la austeridad fiscal mejorará la confianza del sector privado.
Por desgracia, el hada de la confianza sigue negándose a hacer acto de presencia. Y la disputa sobre cómo manejar la incómoda realidad amenaza con convertir a Europa en el epicentro de una nueva crisis financiera…
Si los bancos griegos se derrumban, eso bien podría obligar a Grecia a salir de la zona euro, y es muy fácil ver cómo podría empezar un dominó financiero en gran parte de Europa. Entonces, ¿en qué está pensando el BCE?
Intuyo que simplemente no está dispuesto a afrontar el fracaso de sus fantasías. Y si esto suena muy estúpido, bueno, ¿quién dijo que la sabiduría gobierna el mundo?". Cuando la austeridad falla (Paul Krugman – El País – 24/5/11 – © New York Times News Service)
"A mediados del decenio de 2000, los Estados Unidos tuvieron un auge de la construcción. De 2003 a 2006, el gasto anual en construcción aumentó hasta un nivel muy por encima de su tendencia a largo plazo. Así, pues, a comienzos de 2007 los EEUU tenían un exceso de construcción: unos 300.000 millones de dólares de exceso de gasto en construcción respecto de la tendencia a largo plazo…
Por eso, en 2007 todo el mundo esperaba una desaceleración de la construcción y, a partir de aquel año, el gasto en construcción disminuyó, en efecto, por debajo de la norma, pero esperábamos una bajada de poca importancia: una reducción por debajo de la norma del gasto en construcción de 150.000 millones de dólares al año durante dos años o de 100.000 millones de dólares al año durante tres años o de 75.000 millones de dólares al año durante cuatro años. En cambio, el gasto se redujo en 300.000 millones de dólares por debajo de la norma ya sólo en 2007 y ha seguido en recesión durante cuatro años. Además, no hay perspectiva alguna de un regreso rápido a los niveles normales…
Pero, aunque vemos la magnitud del déficit de construcción y comprendemos cómo será cuando la recuperación sea completa, eso no ayuda ahora mismo. Ahora mismo, los ingresos son flojos, las viviendas han llegado a estar atestadas y hay un superávit de viviendas en el mercado: todo ello porque la demanda nominal sigue siendo inferior a la norma,
Dentro de veinte años, los historiadores entrevistarán a las autoridades monetarias, bancarias y fiscales del decenio de 2000, que ya serán ancianas. Les preguntarán por qué no adoptaron, cuando ocupaban sus cargos, medidas más enérgicas para devolver los ingresos y la demanda nominales a los niveles acordes con la norma. Ya me pregunto cuáles serán sus excusas". Construir para el desplome (J. Bradford DeLong – Project Syndicate – 25/5/11)
"El ex secretario de Trabajo con Clinton y canciller de la Universidad de Berkeley, Robert Reich, sostiene que no es posible una economía creciente y vibrante sin una clase media creciente y vibrante, por lo que insta a "restaurar la enorme clase media estadounidense" para volver a la senda de la recuperación económica.
La economía estadounidense sigue estancada. El consumo es bajo. Los salarios, también. Es vital que comprendamos cómo hemos pasado de la Gran Depresión a 30 años de Gran Prosperidad; de ahí a 30 años de ingresos estancados y crecientes desigualdades, para terminar en la Gran Recesión, y de ésta a una recuperación anémica.
Desde 1947 a 1977, la nación aplicó lo que podría denominarse una negociación básica con los trabajadores estadounidenses. Los empresarios les pagaban lo suficiente para comprar lo que producían. La producción y el consumo en masa demostraron ser complementos perfectos. Casi cualquiera que quería un trabajo podía encontrarlo con un salario decente. Durante estas tres décadas crecieron los sueldos de todos, no sólo de quienes estaban arriba. Y el Gobierno hizo cumplir esa negociación básica de muchas maneras. Utilizó una política keynesiana para conseguir casi el pleno empleo. Brindó a los trabajadores comunes más capacidad de negociación. Proporcionó el seguro social. Y amplió la inversión pública. Por consiguiente, creció la parte de los ingresos que iba a la clase media mientras mermó la porción destinada a lo más alto. Pero no consistía en un juego de suma cero: a medida que la economía crecía, casi todo el mundo mejoró, también los que estaban en lo más alto.
La paga de los trabajadores incluidos en el 20 por ciento más pobre creció un 116 por ciento en estos años, más rápido que los ingresos del 20 por ciento más rico (que subió un 99 por ciento). La productividad también subió más rápido. El rendimiento por hora trabajada se dobló, así como los ingresos medios. Expresadas en dólares de 1997, las rentas de una familia media se elevaron de unos 25.000 a 55.000 dólares. La clase media tenía los medios para comprar, y al hacerlo creaba nuevos empleos. A medida que la economía crecía, la deuda nacional reducía su peso…
Los estadounidenses también disfrutaban de una seguridad económica frente a los riesgos, no sólo con prestaciones de desempleo, sino también a través de la Seguridad Social, el seguro por discapacidad, por pérdida del sostén económico de la familia, por lesión en el lugar de trabajo o por incapacidad de ahorrar lo suficiente para la jubilación. En 1965, llegó el seguro sanitario para las personas mayores y pobres (Medicare y Medicaid). La seguridad económica fomentó la prosperidad. Al exigir a los estadounidenses compartir los costes de la adversidad, les permitía compartir los beneficios de la tranquilidad. Y eso los dejaba libres para consumir los frutos de su trabajo.
El Gobierno patrocinó los sueños de las familias estadounidenses de tener su hogar en propiedad, facilitando hipotecas de bajo coste y deducciones de los intereses. En muchas zonas del país, subvencionó la electricidad y el agua para que las casas fueran habitables. Y construyó carreteras que conectaban sus hogares con los principales centros comerciales.
El Gobierno también amplió el acceso a la educación superior. Pagó la de quienes volvían de la guerra. Y la expansión de las universidades públicas hizo que la clase media pudiera acceder a ella. El Estado sufragó todo con los ingresos fiscales procedentes de la creciente clase media. Los ingresos también se vieron impulsados por quienes estaban en lo alto de la escala de ingresos, cuyos impuestos marginales eran mucho más altos. El tipo marginal máximo del impuesto sobre la renta durante la II Guerra Mundial era superior al 68 por ciento. En los años 50, con Eisenhower, a quien pocos llamarían un radical, subió al 91 por ciento. En la década hasta 1970, el tipo marginal máximo estaba en torno al 70. Incluso después de explotar todas las posibles deducciones y créditos, el contribuyente medio de ingresos altos pagaba un impuesto federal marginal de más del 50 por ciento. Pero en contra de lo que los conservadores habían predicho, los altos tipos no redujeron el crecimiento. Al contrario, permitieron ampliar la prosperidad de la clase media…
Hace más de tres décadas, el comercio y la tecnología empezaron a abrir una brecha entre las ganancias del nivel más alto y las demás. La paga de los titulados por prestigiosas universidades ha remontado el vuelo. Pero la paga y prestaciones de la mayoría de los trabajadores se han mantenido o bajado. Y la consiguiente división también ha hecho que las familias estadounidenses de clase media se sientan menos seguras.
El Gobierno podría haber hecho cumplir la negociación básica. Pero hizo lo contrario. Redujo drásticamente los bienes públicos y las inversiones, golpeando los presupuestos escolares, incrementando el coste de la educación pública superior, reduciendo la formación laboral, recortando el transporte público y dejando que los puentes, puertos y autopistas se deterioraran.
Hizo trizas las redes de seguridad, reduciendo la ayuda para las familias desempleadas con hijos, endureciendo las condiciones para optar a los cupones de alimentos, y recortando el seguro de desempleo tanto que, en 2007, sólo el 40 por ciento de los parados estaba cubierto. Redujo a la mitad el tipo máximo del impuesto sobre la renta, pasando del ámbito del 70-90 que prevalecía durante la Gran Prosperidad al del 28-35 por ciento; permitió a muchos ricos tratar sus ingresos como ganancias de capital sometidas a un impuesto del 15 por ciento; y contrajo los impuestos de sucesiones que sólo afectaban al 1,5 por ciento de los asalariados del máximo nivel. Pero al mismo tiempo, EEUU impulsó los impuestos sobre el consumo y las nóminas, que se llevaron un trozo de la paga de la clase media y los pobres mayor que de los ricos.
Pero Estados Unidos siguió comprando mediante tres mecanismos de supervivencia. El primero: las mujeres entran en el trabajo retribuido a partir de finales de los 70, y subiendo en los 80 y 90…
Mecanismo de supervivencia número dos: todos trabajan más horas. En 2005, no era extraño que los hombres trabajaran más de 60 horas a la semana y las mujeres, más de 50…
Mecanismo de supervivencia número tres: gastarse los ahorros y tomar prestado hasta las cejas. Tras agotar los dos primeros mecanismos, era la única forma en que los estadounidenses podían seguir consumiendo como antes…
Los tres mecanismos se han agotado. El desafío consiste en restaurar la enorme clase media estadounidense. Esto exige resucitar la negociación básica que relaciona los salarios con las ganancias generales, y facilitarle a la clase media una porción de la tarta suficiente. Como deberíamos haber aprendido de La Gran Prosperidad, no es posible una economía creciente y vibrante sin una clase media creciente y vibrante". La verdad sobre la economía de EEUU (Robert Reich – El Economista – 4/6/11)
"El desempleo es un azote terrible en gran parte del mundo occidental. Casi 14 millones de estadounidenses están sin trabajo y varios millones más tienen que conformarse con empleos, a tiempo parcial o trabajos en los que no pueden hacer uso de sus capacidades. Algunos países europeos lo tienen todavía peor: el 21% de los trabajadores españoles están en paro.
Y la situación tampoco da muestras de mejorar rápidamente. Esta es una tragedia permanente y, en un mundo racional, poner fin a esta tragedia sería nuestra principal prioridad económica.
Pero algo extraño ha pasado con el debate político: a ambos lados del Atlántico ha surgido un consenso entre los que manejan los hilos sobre que no se puede ni se debe hacer nada respecto al empleo. En lugar de la determinación de hacer algo respecto al incesante sufrimiento y despilfarro económico, uno ve un sinfín de excusas para la inacción, disfrazadas con el lenguaje de la prudencia y la responsabilidad.
Así que alguien tiene que decir lo evidente: inventar razones para no hacer que los parados vuelvan a trabajar no es ni prudente ni responsable. Es más bien una grotesca renuncia a la responsabilidad.
¿A qué clase de excusas me refiero? Bueno, piensen en la publicación, la semana pasada, del último informe sobre previsiones económicas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico. La OCDE es, esencialmente, un comité intergubernamental de expertos; aunque no tiene capacidad directa para dictar medidas, lo que dice es un reflejo de las creencias generalizadas entre la élite política europea.
Así que, ¿qué tenía la OCDE que decir sobre el alto paro en sus países miembros? "El margen de maniobra de las políticas macroeconómicas para abordar estos complejos desafíos se ha agotado en su mayoría", declaraba el secretario general de la organización, que instaba a los países a "volverse estructurales" (es decir, a centrarse en reformas a largo plazo que tendrían poco impacto en la actual situación del empleo).
¿Y cómo sabemos que no hay margen para que las políticas hagan que los parados vuelvan a trabajar? El secretario general no lo dijo, y el informe en sí no propone en ningún momento posibles soluciones para la crisis del empleo. Todo lo que hace es subrayar los riesgos que, desde su punto de vista, entraña cualquier alejamiento de la ortodoxia política.
Pero entonces, ¿quién está hablando en serio sobre la creación de empleo ahora mismo?..
El núcleo de nuestro problema económico lo constituye en realidad la deuda -principalmente la deuda hipotecaria- que las familias asumieron durante los años de la burbuja de la última década. Ahora que la burbuja ha estallado, esa deuda está actuando como un lastre del que no consigue librarse la economía, impidiendo cualquier recuperación real del empleo. Y una vez que uno cae en la cuenta de que el problema es la sobrecarga de deuda privada, se percata de que hay algunas cosas que se podrían hacer al respecto.
Por ejemplo, podríamos hacer que programas como los de la Administración para el Progreso del Trabajo pusiesen a trabajar a los parados haciendo cosas útiles como reparar carreteras (lo cual, al aumentar los ingresos, también facilitaría que las familias devolviesen lo que deben). Podríamos tener un programa serio de modificación de hipotecas, para reducir las deudas de los propietarios de viviendas en apuros. Podríamos tratar de conseguir que la inflación volviese a subir hasta el 4% que predominó durante el segundo mandato de Ronald Reagan, lo que contribuiría a reducir la carga real de la deuda.
Así que hay políticas que podríamos poner en práctica para reducir el desempleo. Estas políticas serían poco ortodoxas, pero también lo son los problemas económicos a los que nos enfrentamos. Y quienes advierten sobre los riesgos de la acción deben explicar por qué estos riesgos deberían preocuparnos más que la certeza de que seguiremos sufriendo masivamente si no hacemos nada.
Al señalar que podríamos estar haciendo mucho más respecto al paro, soy consciente, claro está, de los obstáculos políticos que dificultan que realmente se ponga en práctica cualquiera de las políticas que podrían funcionar…
Según mi forma de verlo, los responsables políticos se están hundiendo en un mar de impotencia aprendida en cuanto al problema del empleo: cuanto más incapaces son de hacer algo al respecto, más se convencen a sí mismos de que no hay nada que puedan hacer. Y aquellos de nosotros que sabemos más deberíamos estar haciendo todo lo que podamos para romper ese círculo vicioso. Contra la impotencia aprendida (Paul Krugman – El País – 5/6/11 – © New York Times News Service)
"A principios de esta semana, el Banco de la Reserva Federal de Nueva York publicaba una entrada de blog sobre el "error de 1937", la prematura desbandada fiscal y monetaria que malogró la recuperación económica en curso y prolongó la Gran Depresión. Como señala Gauti Eggertsson, el autor de la entrada (con quien he realizado investigaciones), las condiciones económicas actuales -aumento de la producción, subida de algunos precios, pero paro todavía muy elevado- se parecen mucho a las de 1936 y 1937. Así que ¿van a cometer el mismo error los responsables políticos actuales?
Eggertsson dice que no, que ahora los economistas saben más. Pero yo discrepo. De hecho, en algunos aspectos importantes, ya hemos repetido el error de 1937. Llamémoslo el error de 2010: un "giro" que nos ha alejado del problema del paro para pasar a otros, y cuya perversa obstinación han puesto de manifiesto los últimos datos económicos.
No cabe duda de que las cosas podrían ir peor y hay muchas posibilidades de que efectivamente empeoren.
En la época en que se aprobó el estímulo económico de Obama de 2009, algunos de nosotros advertimos de que era demasiado pequeño y de vida demasiado corta…
A principios de 2010 ya era evidente que estas inquietudes estaban justificadas. Pero, de algún modo, surgió un consenso aplastante entre los responsables políticos y los expertos respecto a que no debía hacerse nada más para crear empleo y que, por el contrario, debía producirse un giro hacia la austeridad fiscal.
Este consenso se alimentaba de historias de miedo sobre una inminente pérdida de confianza del mercado en la deuda de EEUU. Cada pequeño repunte de los tipos de interés se interpretaba como un indicio de que los "vigilantes de los bonos" estaban atacando, y esta interpretación solía difundirse como un hecho, no como una hipótesis cuestionable.
Por ejemplo, en marzo de 2010, The Wall Street Journal publicaba un artículo, titulado Debt fears send rates up (El miedo a la deuda hace subir los tipos), en el que se informaba de que los tipos de interés a largo plazo de EEUU habían subido, y se afirmaba -sin ofrecer ninguna prueba- de que esta subida, hasta aproximadamente el 3,9%, era un reflejo de las inquietudes sobre el déficit presupuestario. En realidad, lo que seguramente reflejaba eran los varios meses con unas cifras de empleo decentes, que hicieron aumentar temporalmente el optimismo respecto a la recuperación.
Pero daba igual. De una forma u otra, se generalizó la creencia de que el enemigo público número uno era el déficit, no el paro; una creencia generalizada que se veía tanto reflejada como reforzada por un cambio radical en la cobertura de la información, la cual se alejó del desempleo para centrarse en las preocupaciones respecto al déficit. En la práctica, la creación de empleo desapareció del programa.
Así que, aquí nos tienen, a mediados de 2011. ¿Cómo van las cosas?
Pues los vigilantes de los bonos siguen existiendo solo en la imaginación de los halcones del déficit. Los tipos de interés a largo plazo han oscilado dependiendo del optimismo o el pesimismo respecto a la economía; una avalancha reciente de malas noticias los ha hecho caer hasta el 3%, no muy lejos de sus mínimos históricos.
Y las noticias han sido verdaderamente malas. A medida que el estímulo se ha esfumado, también lo han hecho las esperanzas de una recuperación económica sólida…
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