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Imagining Keynes – Parte II – JMK (página 6)

Enviado por Ricardo Lomoro


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Para saber cómo lograr una consolidación fiscal de los Estados Unidos, primero hay que comprender por qué se prevé un déficit presupuestario tan alto. Antes de examinar las proyecciones, veamos lo que sucedió en los primeros dos años de la administración del presidente Barack Obama y por qué motivo el déficit pasó de 3,2% del PIB en 2008 a 8,9% del PIB en 2010 (lo que a su vez empujó hacia arriba la relación deuda pública/PIB, de 40% a 62%).

El aumento del déficit presupuestario, equivalente al 5,7% del PIB, se compone de una caída igual al 2,6% del PIB en la recaudación impositiva (de 17,5% a 14,9% del PIB) y un aumento igual al 3,1% del PIB en el gasto público (de 20,7% a 23,8% del PIB). Según la CBO, menos de la mitad de esta suba del 5,7% se debió a la recesión económica, ya que la contribución de los estabilizadores automáticos al incremento del déficit entre 2008 y 2010 fue del 2,5% del PIB.

El análisis de la CBO denomina "estabilizadores automáticos" a las variaciones del déficit presupuestario inducidas por las condiciones cíclicas, según la teoría de que la recesión económica produce una disminución de los ingresos fiscales y un aumento del gasto público (principalmente, en la forma de prestaciones de desempleo y otras transferencias) que en conjunto contribuyen a la demanda agregada y de ese modo ayudan a estabilizar la economía.

Dicho de otro modo, incluso si no se tienen en cuenta los estabilizadores automáticos (es decir, si entre 2008 y 2010 la economía hubiera estado en el nivel de pleno empleo), el aumento del déficit presupuestario de los EEUU hubiera sido del 3,2% del PIB. Este incremento del déficit "en condiciones de pleno empleo" se reparte en mitades aproximadamente iguales entre la caída de los ingresos fiscales y el aumento del gasto público.

En cuanto a las proyecciones, la CBO prevé que si se aprueba el presupuesto presentado por la administración Obama en febrero, la deuda pública del país crecerá otros 3,8 billones de dólares entre 2010 y 2020, con lo que la relación deuda/PIB se disparará del 62% al 90%. Ese aumento de 3,8 billones de dólares en la deuda neta se corresponde con un incremento del déficit del orden de 5 billones de dólares, motivado por una suba del gasto y una caída de los ingresos fiscales en los tramos impositivos medio y bajo, que se compensan en parte por un incremento de la recaudación impositiva (sobre todo en los tramos de mayores ingresos) igual a 1,3 billones de dólares…

Para achicar el déficit presupuestario de los Estados Unidos y prevenir un mayor incremento de la relación deuda/PIB a partir del nivel actual, será necesario reducir el gasto público y aumentar los ingresos fiscales. El último objetivo se puede lograr sin elevar los tipos impositivos marginales; para ello, habría que limitar el monto de las reducciones impositivas que los contribuyentes, tanto individuales como corporativos, pueden obtener mediante las diversas formas de "gasto tributario" que son parte importante del código fiscal de los EEUU…

Pero por el lado del gasto, la perspectiva de que la deuda pública pueda duplicarse durante la próxima década no es más que una parte del problema fiscal que enfrentan los EEUU en la actualidad. Lo que más se destaca en el panorama presupuestario de las décadas siguientes son los costos cada vez mayores de las prestaciones de la seguridad social y de Medicare, que según las previsiones, llevarán la relación deuda/PIB de 90% en 2020 a 190% en 2035. De modo que el mayor desafío para las finanzas públicas de los Estados Unidos (y por consiguiente, para la salud de la economía estadounidense en el largo plazo) es una reforma radical de estos programas". ¿Por qué es tan grande el déficit de los Estados Unidos? (Martin Feldstein – Project Syndicate – 29/7/11)

"Europa y los Estados Unidos, prósperas joyas de las democracias capitalistas mixtas, se están ahogando en el déficit y la deuda debido a los enormes Estados de bienestar establecidos (Europa) o que se están estableciendo (Estados Unidos). Mientras Europa lucha para impedir el contagio financiero y los Estados Unidos para reducir sus déficits sin precedentes, sus peligrosos niveles de deuda amenazan el nivel de vida en el futuro y presionan las instituciones políticas internas e internacionales. Las agencias calificadoras amenazan con reducir más sus calificaciones; otros observadores presagian la caída del euro y/o el fin del dólar como moneda de reserva global.

Los economistas Ken Rogoff y Carmen Reinhart estiman que los coeficientes de deuda/PIB de 90% se relacionan con perspectivas de crecimiento muy reducidas. El coeficiente de Grecia es superior al 120%, el de Italia es de aproximadamente 100% y el de los Estados Unidos del 74%, en comparación con 40% hace apenas unos años –y se acerca rápidamente al 90%. El Fondo Monetario Internacional calcula que cada incremento de 10 puntos del coeficiente de deuda reduce el crecimiento económico en 0.2 puntos porcentuales. Así pues, un aumento del 40-50% del PIB podría recortar el crecimiento a largo plazo a la mitad en partes de Europa occidental y en una tercera parte en los Estados Unidos – una reducción devastadora de los avances en los niveles de vida en el curso de una generación.

Peor aún, la carga de las pérdidas bancarias que tarde o temprano se socializará y la de los costos futuros no financiados de las pensiones y la salud pública frecuentemente se subestiman en las cifras oficiales sobre la deuda. Además, algunos gobiernos subnacionales, por ejemplo en los Estados Unidos y España, con finanzas problemáticas presionarán a los gobiernos centrales para obtener ayuda fiscal.

En Europa, los electores de países fiscalmente responsables como Alemania y los Países Bajos se están resistiendo a rescatar a gobiernos, bancos y tenedores de bonos. Los electores estadounidenses tradicionalmente han sido partidarios de un gobierno más pequeño y de impuestos menores de lo que los europeos han apoyado (o al menos tolerado). Si se añade la ira continua por los rescates bancarios, el aumento del gasto y la enorme deuda nacional, incluso los demócratas en Estados Unidos -el partido que usualmente está a favor del gasto público- finalmente están hablando de reducción del déficit.

Después de la última recesión profunda en los Estados Unidos, en 1981-1982, cuando la tasa de desempleo llegó a ser incluso superior que en la recesión reciente, los demócratas criticaron al presidente Ronald Reagan por el déficit del 6% del PIB. Ahora los republicanos atacan al presidente Barack Obama por el déficit del 10%. En los países europeos hay maniobra políticas y sustantivas similares…

Los niveles elevados de endeudamiento se combinan con el crecimiento económico lento en una danza diabólica. Los pagos de los intereses de la deuda se hacen tan onerosos que los tenedores de bonos exigen intereses más altos (recientemente la deuda griega daba rendimientos superiores al 30%). Las tasas de interés de la deuda pública estadounidense se mantienen bajas, de modo que esta amenaza es prospectiva, pero los déficits futuros serán mucho mayores que las proyecciones del gobierno cuando las tasas se normalicen.

La mejor respuesta sería establecer controles estrictos de los presupuestos junto con reformas estructurales para promover el crecimiento. En los Estados Unidos, que tienen el impuesto sobre el ingreso más progresivo de las principales economías, se están discutiendo reformas fiscales federales que reducirían las tasas y ampliarían la base. En Europa, las reformas estructurales se centran en el aumento de la edad de retiro y la flexibilidad del mercado laboral.

El desapalancamiento de los gobiernos, las instituciones financieras y los hogares es una de las causas principales de la lenta recuperación económica. Pero un crecimiento lento significa menos ingresos fiscales y más demanda de pagos para mitigar las privaciones, lo que presiona los presupuestos públicos.

La apuesta fue que una recuperación sólida y durable permitiría que los bancos y los hogares reconstruyeran sus hojas de balance con la rapidez suficiente para evitar la necesidad de emprender rescates adicionales. Sin embrago, hasta ahora la apuesta no está funcionando tan bien ni tan rápido como se esperaba…

Los sistemas bancarios necesitan más capital. La mejor solución es el capital privado -procedente de las ganancias retenidas, nuevos actores, nuevos propietarios y nuevas inversiones. Pero en algunos casos, no se puede evitar el recurso a capital público adicional, por desagradable que sea.

Los dilemas de la deuda en Europa y los Estados Unidos demuestran una vez más que los servidores públicos electos ignorarán los costos en el largo plazo para obtener beneficios en el corto y que únicamente actuarán cuando se vean obligados a hacerlo, en un intento de burlar las leyes de la economía y revocar las de la aritmética, que está condenado al fracaso. Ello implica un período de perturbaciones económicas y desorden político que irá mucho más allá de los debates de este verano sobre el techo de endeudamiento de los Estados Unidos y los problemas de deuda soberana de Europa. Estos debates son apenas una etapa de una larga lucha que tendrá importantes consecuencias en los años por venir". El dilema de la deuda en Europa y Estados Unidos (Michael Boskin – Project Syndicate – 29/7/11)

(Michael Boskin, profesor de Economía de la Universidad de Stanford e investigador de la Hoover Institution, fue presidente del Consejo de Asesores Económicos de 1989 a 1993 del Presidente George H. W. Bush)

"¿Por qué todos siguen refiriéndose a la reciente crisis financiera como la "Gran Recesión"? El término, después de todo, se fundamenta en un peligroso diagnóstico erróneo de los problemas que enfrentan los Estados Unidos y otros países, que conduce a malos pronósticos, y a malas políticas.

La frase "Gran Recesión" crea la impresión de que la economía está siguiendo los patrones de una recesión típica, sólo que de manera más severa – algo así como un resfrío muy fuerte. Es por eso que a lo largo de esta crisis, los expertos y analistas que han intentado hacer analogías con anteriores recesiones de posguerra de EEUU han errado tanto. Es más, demasiados diseñadores de políticas se han basado en la creencia de que, al fin y al cabo, esta es sólo una recesión profunda que puede ser doblegada mediante una generosa ración de herramientas convencionales de política, ya sea política fiscal o de rescates masivos.

Pero el verdadero problema es que la economía mundial está gravemente sobreapalancada y no existe ninguna salida rápida sin un esquema para transferir riqueza de los acreedores a los deudores, ya sea a través de cesaciones de pago, represión financiera, o inflación.

Un término más preciso, aunque menos tranquilizador, para la crisis actual es la "Segunda Gran Contracción". Carmen Reinhart y yo propusimos este apelativo en nuestro libro This Time is Different publicado en 2009, fundamentándonos en nuestro diagnóstico de la crisis que indica que esta es una crisis financiera profunda típica, no una recesión profunda típica. La primera "Gran Contracción", por supuesto, fue la Gran Depresión, tal como subrayan Anna Schwarz y el fallecido Milton Friedman. La contracción afecta no sólo a la producción y al empleo, tal como ocurre en una recesión normal, sino también a la deuda y crédito, y al desapalancamiento que típicamente tarda muchos años en consumarse…

En una recesión convencional, la reanudación del crecimiento implica un razonablemente brioso retorno a la normalidad. La economía no sólo recupera el terreno perdido, pero en el transcurso de un año, típicamente, logra alcanzar y regresar a su tendencia de largo plazo al alza.

Las secuelas de una crisis financiera profunda típica son algo completamente diferente. Como Reinhart y yo hemos demostrado, típicamente, una economía tarda más de cuatro años sólo para alcanzar el mismo nivel de ingresos per cápita que había logrado en su pico pre-crisis. Hasta el momento, a lo largo de una amplia gama de variables macroeconómicas, incluyendo producción, empleo, deuda, precios de vivienda, e incluso capital, nuestros puntos de referencia cuantitativos basados ??en las anteriores crisis financieras profundas posguerra han demostrado ser mucho más precisos que la convencional lógica de recesión.

Muchos comentaristas han argumentado que el estímulo fiscal ha fracasado en gran medida no porque fue mal guiado, sino porque no fue lo suficientemente grande como para combatir una "Gran Recesión". Pero, en una "Gran Contracción", el problema número uno es la excesiva deuda. Si los gobiernos que mantienen calificaciones crediticias sólidas van a gastar sus escasos recursos eficazmente, el enfoque más eficaz consiste en catalizar las renegociaciones y reducciones de la deuda.

Por ejemplo, los gobiernos podrían facilitar la rebaja de las hipotecas a cambio de una participación en cualquier apreciación futura en los precios de vivienda. Un enfoque similar puede aplicarse a los países. Por ejemplo, los votantes de los países ricos en Europa quizás podrían ser persuadidos a involucrarse en un rescate mucho más grande de Grecia (uno que sea, en los hechos, lo suficientemente grande como para funcionar), a cambio de pagos más altos en diez a quince años si el crecimiento griego es mayor.

¿Existe alguna alternativa a años de vaivenes políticos e indecisión?

En mi artículo de diciembre de 2008, sostuve que la única forma práctica de acortar el próximo periodo de doloroso desapalancamiento y crecimiento lento sería la aceleración sostenida de una inflación moderada, por ejemplo, 4 a 6% durante varios años. Por supuesto, la inflación es una transferencia injusta y arbitraria de ingresos de los ahorristas a los deudores. Pero, al fin y al cabo, esta transferencia es el enfoque más directo para una recuperación más rápida. A la larga, dicha transferencia se llevará a cabo de una u otra manera, de todos modos, esto es lo que Europa está aprendiendo de manera dolorosa.

Algunos observadores consideran cualquier insinuación de inflación, incluso de inflación modestamente elevada, como una forma de herejía. Sin embargo, las Grandes Contracciones, a diferencia de las recesiones, son acontecimientos muy poco frecuentes, que ocurren quizás una vez cada 70 u 80 años. Estos son periodos en las que los bancos centrales necesitan gastar parte de la credibilidad que acumulan en tiempos normales.

La gran prisa por saltar al tren de la "Gran Recesión" ocurrió porque la mayoría de los analistas y diseñadores de políticas simplemente tenían en mente el marco analítico equivocado. Desafortunadamente, está demasiado claro cuán equivocados estaban"… La segunda gran contracción (Kenneth Rogoff – Project Syndicate – 2/8/11)

"La crisis de la deuda soberana en la zona del euro parece haber sido la crisis financiera peor gestionada desde la cesación de pagos de Argentina en 2001. Los líderes de la Unión Europea y la zona del euro han logrado desacreditarse fuertemente a sí mismos. Europa necesita cambios institucionales mucho más fundamentales que los discutidos hasta el momento.

El Fondo Monetario Internacional nunca ha apostado sumas tan grandes a un único país como lo ha hecho con Grecia. Como resultado, el FMI, custodio de parte de las reservas internacionales mantenidas por los bancos centrales del mundo, se expone a perder decenas de millardos de dólares.

¿Es este un uso responsable del dinero de los contribuyentes internacionales? ¿No hubiera insistido el FMI en un programa mucho más duro y con menos financiamiento para cualquier país fuera de la zona del euro?…

La Unión Europea, los Estados Unidos y el Japón están en peligro fiscal, y varios países -Japón, Grecia, Italia y Bélgica- tienen deudas públicas que exceden sus PBI. Cada vez más, la gente reconoce que la política fiscal relajada fue una mala política económica, con implicaciones graves para el pensamiento macroeconómico, la política y las constituciones.

En lo que respecta a la teoría macroeconómica, el keynesianismo va en camino a su segundo funeral. El monetarismo de Milton Friedman le dio el primer golpe de muerte en la década de 1980, pero no generó reglas ni predicciones útiles de política. Durante la crisis, la teoría macroeconómica dominante recomendó estímulos fiscales masivos, agravando así la crisis de la deuda pública. Actualmente, la pregunta es si la teoría macroeconómica se tornará tan irrelevante como la economía política del socialismo, o si hará contribuciones útiles a la política económica. De momento, las reglas fiscales y monetarias elementales parecen más apropiadas.

¿Cómo pudieron la gente y los gobiernos aceptar estas enormes deudas, e incluso recomendar mayores estímulos fiscales? Muchos gastos públicos y déficit presupuestarios no tienen otra justificación que el populismo, y el gran perdedor político de la crisis ha sido la socialdemocracia europea, la contraparte política de la economía keynesiana.

Demasiado frecuentemente la socialdemocracia se ha equiparado al populismo, oponiéndose a todo tipo de recorte en los gastos públicos e incluso a la desregulación, que hubiese mejorado la productividad. Los votantes europeos ahora castigan a los partidos socialdemócratas, que han alcanzado su máxima debilidad desde la Primera Guerra Mundial. Por el contrario, un alineamiento fiscalmente responsable de fuerzas políticas de centro-derecha ha llegado al gobierno en 24 de los 27 países de la UE.

Las democracias occidentales se han enorgullecido de sus controles y equilibrios institucionales pero, obviamente, esos mecanismos no funcionaron durante la crisis ni el boom precedente. Y han sido una receta para la parálisis política en el extenso debate estadounidense sobre las modificaciones a los topes de su deuda nacional…

Es innegable que en gran medida las democracias avanzadas no fueron capaces de evitar las crisis financieras y de deuda soberana, mientras que la mayoría de las economías emergentes implementaron mejores políticas económicas. ¿Cómo pueden las democracias occidentales imponer una disciplina fiscal estricta? ¿Ha otorgado la independencia de los bancos centrales una licencia para imprimir dinero a funcionarios no electos? ¿Cómo puede implementarse la responsabilización? ¿Cómo pueden contenerse los intereses creados no representativos?

Esas preguntas han disparado un debate constitucional de gran alcance. Luego de la Segunda Guerra Mundial, muchos países europeos consagraron amplias garantías sociales en sus constituciones. Actualmente, muchas de esas garantías deberán ser descartadas. Por el contrario, varios países europeos están evaluando la introducción de reglas fiscales más restrictivas en sus constituciones y contemplando cambios aún más importantes.

Los déficits fiscales excesivos deben ser reducidos en muchos países occidentales. La deuda pública promedio en la zona del euro se ha disparado al 85% del PBI. Algunos países europeos pueden disminuir su deuda gracias a superávit presupuestarios continuos, como lo han hecho Bulgaria, Finlandia, Rusia y Suecia durante la última década. La privatización de las corporaciones y los inmuebles públicos es otra posibilidad.

Carmen Reinhardt, mi colega en el Petersen Institute, sospecha que la represión financiera será el principal método de reducción de deuda: los gobiernos utilizarán la regulación y la manipulación para obligar a los ahorristas a pagar la deuda pública a través de rendimientos reales negativos en sus inversiones en bonos.

Mientras tanto, los bancos centrales en todas partes se preguntan: ¿para qué mantener reservas internacionales crecientes en dos de las monedas peor gestionadas, el dólar estadounidense y el euro? Sin importar cuán escasos han sido históricamente los cambios en las monedas de reserva, la situación es insostenible; pero un reemplazo podría desestabilizar aún más la economía mundial…

Los apuros en los que se ha metido occidente continúan siendo lamentables. Aún así, algunos economistas continúan proponiendo estímulos fiscales adicionales. Por el contrario, los líderes occidentales deben centrarse en corregir sus presupuestos públicos para rescatar todo lo que se pueda". El tambaleante oeste (Anders Åslund Project Syndicate – 3/8/11)

(Anders Åslund, investigador principal en el Peterson Institute, es autor de The Last Shall Be the First: The East European Financial Crisis, 2008-10 – Los últimos serán los primeros: la crisis financiera de Europa del Este, 2008-10)

"Ante la crisis crediticia de Grecia, muchos se preguntan si el euro podrá sobrevivir sin una centralización de la política fiscal (algo casi inimaginable). Pero hay una solución más fácil. Los gobiernos no pueden endeudarse irresponsablemente en los mercados de crédito internacionales si no hay alguien dispuesto a prestar irresponsablemente. De modo que las autoridades encargadas de vigilar a los bancos deberían impedir que las instituciones bajo su control otorguen créditos de esa manera.

Prestar dinero a gobiernos extranjeros es, en muchos sentidos, inherentemente más arriesgado que invertir en títulos de deuda privada no asegurados o en bonos basura. Cuando un ente privado necesita un préstamo, por lo general debe empeñar algún tipo de garantía, por ejemplo, una vivienda. La garantía sirve para limitar el riesgo de pérdida del inversor, a la vez que el temor a perder los activos empeñados incentiva a los deudores a actuar con prudencia.

Pero los gobiernos no ofrecen garantías, y su principal incentivo a devolver lo prestado (el temor de perder acceso a los mercados de crédito internacionales) se deriva de una adicción perversa. Los gobiernos que están obligados a pedir una y otra vez grandes sumas de dinero en el extranjero son precisamente aquellos que muestran una incapacidad crónica de financiarse con impuestos internos o con préstamos en el mercado local. La necesidad imperiosa de recurrir a inversores extranjeros suele ser resultado de un desgobierno profundamente enraizado…

Cuando un ente privado no paga sus deudas, se inicia un procedimiento de quiebra o reorganización bajo la supervisión de un tribunal competente, por el cual incluso los acreedores sin garantías que reclamar tienen alguna esperanza de recuperar una parte de lo invertido. Pero para los estados soberanos no hay procedimientos de quiebra ni una jurisdicción legal donde renegociar sus deudas. Peor aún, cuando los estados colocan títulos de deuda en el extranjero, suelen estar denominados en una divisa cuyo valor no pueden controlar. Por eso, en la mayoría de los casos no pueden apelar a devaluar su moneda en un intento encubierto de reducir gradualmente la carga de la deuda.

Se dice que la deuda pública es más segura, porque los estados pueden recaudar impuestos, mientras que los deudores privados no tienen un derecho legal a recibir ganancias o salarios que les permitan cumplir con sus obligaciones. Pero en la práctica, la capacidad de recaudar impuestos es limitada, además de que es cuestionable el derecho moral o legal de los gobiernos para obligar a futuras generaciones de ciudadanos a devolver sus deudas con acreedores extranjeros.

Es decir que dar prestado a estados soberanos supone riesgos muy difíciles de evaluar, que solamente deberían asumir jugadores especializados y dispuestos a enfrentar las consecuencias. A lo largo de la historia, el crédito soberano fue actividad reservada a unos pocos financistas intrépidos, astutos para los negocios y conocedores de las artes de gobierno. No han faltado casos de préstamos donde se empeñara un puerto o un ferrocarril a modo de garantía (o donde para asegurar la devolución de la deuda se recurriera a la fuerza militar).

Pero después de la década de 1970, el crédito soberano se institucionalizó. El precursor del cambio fue el Citibank, que redirigió un flujo de petrodólares hacia regímenes cuestionables (es famosa la declaración de su director ejecutivo, Walter Wriston, en el sentido de que los países no quiebran). Era un negocio más lucrativo que prestar dinero a clientes tradicionales: unos pocos banqueros podían invertir sumas enormes y apenas tenían que investigar los antecedentes de los solicitantes. Con un pequeño detalle: los gobiernos acostumbrados a obtener crédito fácil a veces no pagan sus deudas.

Más tarde, por los acuerdos de Basilea, los bonos públicos se declararon prácticamente libres de riesgo, lo que estimuló el apetito de los bancos. Estos se dieron un festín con los títulos de deuda de alta rentabilidad relativa de países como Grecia, que exigían invertir muy poco capital. Pero aunque la calificación de la deuda era alta, ¿cómo puede alguien poner valor objetivo a una obligación que no tiene una garantía de respaldo y es prácticamente inejecutable?

Los préstamos bancarios a estados soberanos han sido un desastre por partida doble; por un lado, fomentaron el sobreendeudamiento, especialmente en países con gobiernos irresponsables o corruptos. Además, gran parte del riesgo lo asumen los bancos (en vez de, por ejemplo, los fondos de cobertura); y los bancos cumplen una función central como facilitadores del sistema de pagos, de modo que una crisis de deuda soberana puede hacer estragos. La caída de Grecia puso en riesgo el bienestar no solo de los griegos, sino de toda Europa.

La solución para romper el vínculo entre crisis de deuda soberana y crisis bancarias es muy sencilla: prohibir a los bancos otorgar préstamos cuando la evaluación de la disposición y capacidad de los deudores para pagar indica que dar crédito es un salto al vacío. Esto implica terminar con la deuda soberana transfronteriza (y con instrumentos esotéricos como los títulos de deuda garantizados)…

Estas restricciones no resolverán la crisis que actualmente enfrentan Portugal, Irlanda, Grecia o España. Pero va siendo hora de que Europa y el mundo dejen de tambalearse entre una solución precaria y la siguiente, para enfrentar los verdaderos problemas estructurales. La raíz de todas las crisis de deuda soberana (Amar Bhidé y Edmund Phelps – Project Syndicate – 4/8/11)

(Amar Bhidé, autor del libro A Call for Judgment – Un llamado a la sensatez, es profesor en la Escuela Fletcher de Derecho y Diplomacia, perteneciente a la Universidad Tufts. Edmund Phelps obtuvo el premio Nobel de Economía y es profesor en la Universidad de Columbia. Ambos son miembros fundadores del Centro de Capitalismo y Sociedad de la Universidad de Columbia)

"Roubini se quita la careta en su último artículo. Atención: "Karl Marx tenía parte de razón cuando decía que la globalización, la intermediación financiera sin control y la redistribución podrían conducir al capitalismo a su autodestrucción".

Durante estos cuatro largos años de crisis internacional hemos denunciado de forma insistente la implementación de auténticas atrocidades económicas, tales como la reducción de los tipos de interés hasta mínimos históricos, el rescate masivo e indiscriminado de empresas y bancos, planes de estímulo (aumento del gasto público), subidas de impuestos o la monetización de deuda por parte de la banca central (Quantitative Easing), entre otras muchas medidas igualmente condenables.

Su resultado salta a la vista: el riesgo de recesión regresa con fuerza y la insolvencia de ciertos estados es ya más que patente. No es preciso ser un lince para percatarse del fracaso obtenido con este tipo de medidas, avaladas en su mayoría por los grandes gurús de la economía mundial. Sin embargo, políticos y académicos no cejan en su empeño e insisten, una vez más, en repetir los mismos errores.

Nouriel Roubini, profesor de Económicas en la Universidad de Nueva York, alcanzó fama y fortuna por avanzar el estallido de la crisis financiera de 2008. Desde entonces se dedica a impartir conferencias por medio mundo, previo pago, convirtiéndose en un referente mediático cuyas opiniones son tenidas muy en cuenta por los políticos. Pero pocos se acuerdan de que este particular profeta predijo 48 de las cuatro últimas recesiones, es decir, que sus previsiones han fallado más que una escopeta de feria.

Por si fuera poco, ha defendido a capa y espada la nacionalización de la banca y el tradicional recetario keynesiano aplicado durante estos años. Ahora, ante el riesgo de recaída, vuelve a recomendar lo mismo: "estímulos fiscales adicionales", "impuestos más progresivos", nuevas inyecciones monetarias, condonación de deuda a empresas y familias y una regulación financiera "más estricta".

En definitiva, más socialismo y menos libre mercado. De hecho, Roubini se quita la careta en su último artículo. Atención: "Karl Marx tenía parte de razón cuando decía que la globalización, la intermediación financiera sin control y la redistribución de la renta y riqueza desde el trabajo al capital podría conducir al capitalismo a su autodestrucción". Y sentencia: "Tenemos que restaurar un equilibrio entre los mercados y la provisión de bienes públicos". Éste es el admirado Roubini, un cuasi marxista confeso.

Su colega Paul Krugman, Nobel de Economía y asesor de Zapatero y Obama -entre otros gobiernos-, no se queda atrás. Su último artículo resume su esencia teórica: "más gasto gubernamental; reducir la deuda familiar mediante la condonación y la refinanciación de las hipotecas; y un esfuerzo por parte de la Reserva Federal (…) con el objetivo intencionado de generar más inflación a fin de aliviar los problemas de endeudamiento".

Krugman, el economista que recomendó a Greenspan crear una gran burbuja inmobiliaria en 2001 para superar la crisis puntocom. Krugman, el iluminado que junto a Mankiw (otro referente mundial a nivel académico) propuso generar una elevada inflación mediante la eliminación de dólares por sorteo. Krugman, el virtuoso que ahora defiende una invasión alienígena en EEUU -es decir, una tercera guerra mundial– para reactivar la economía… Éste es Krugman, el economista predilecto de los socialistas.

Y qué decir del reconocido Kenneth Rogoff, ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI) y profesor de Políticas Públicas en la prestigiosa Harvard. Un analista de diagnósticos más o menos certeros, pero de recetas igualmente nefastas. Y es que Rogoff tiene muy clara la solución a aplicar: una "inflación moderada" de hasta el 6% "durante varios años".

Aunque él mismo explica que, "por supuesto, la inflación es una transferencia injusta y arbitraria de ingresos desde los ahorradores a los deudores (…), al fin y al cabo, esta transferencia es el enfoque más directo para una recuperación más rápida (…) Estos son periodos en las que los bancos centrales necesitan gastar parte de la credibilidad que acumulan en tiempos normales", concluye sin rubor. Así pues, Rogoff defiende abiertamente el envilecimiento de la moneda, sin importarle lo más mínimo sus terribles consecuencias ni que paguen justos por pecadores.

Roubini, Krugman y Rogoff, tres claros ejemplos de cómo opera el mainstream académico y de por qué aún estamos como estamos. ¡Enhorabuena, sus eminencias! ¡Enhorabuena!". "Karl Marx tenía razón" (Manuel Llamas – Libertad Digital – 15/8/11)

(Manuel Llamas es jefe de Economía de Libertad Digital y miembro del Instituto Juan de Mariana)

"Las cuentas de la vieja del keynesianismo fracasaron y ahora esos bancos se encuentran como con las subprime en 2008, sólo que en esta ocasión la deuda basura es la de nuestros gobiernos y, por tanto, si esta vez quiebran no habrá red que los rescate.

Es cierto que no fue la deuda pública la que desató la crisis actual, sino más bien una acumulación de deuda privada de pésima calidad que fue espoleada por un sistema bancario privilegiado y respaldado por ese monopolio público de la emisión de dinero que es el banco central.

Sin embargo, desde que en 2008 se vino abajo el sistema financiero internacional, las mayores emisiones de deuda pública de nuestra historia no le hicieron ningún bien a la economía. El credo keynesiano fracasó como en realidad siempre había fracasado, y ahora, tres años después, nos encontramos con una economía que, gracias al dinamismo del sector privado, ha corregido una parte de los desajustes presentes en 2008 pero a la que se le ha añadido un Himalaya de deuda pública a sus espaldas.

Al cabo, la manera que hallaron los gobiernos para convencernos de que sabían lo que hacían, de que iban a arreglar las cosas en un periquete, de que podíamos arrojarnos sin miedo a los brazos del Leviatán, fue sustituir la burbuja inmobiliaria por la última de las burbujas que es capaz de soportar una economía basada en el papel moneda: la burbuja de la deuda pública.

Inteligentes ellos, nuestros políticos, obligaron a los bancos privados y centrales a que les compraran toda su deuda, pues así, nos juraban, conseguirían estimular la economía, relanzar el gasto y volver a crear empleo. Pero no, las cuentas de la vieja del keynesianismo fracasaron y ahora esos bancos se encuentran como con las subprime en 2008, sólo que en esta ocasión la deuda basura es la de nuestros gobiernos y, por tanto, si esta vez quiebran no habrá red que los rescate.

No, en contra de lo que vociferan los socialistas, la tan predicada como poco practicada austeridad de los gobiernos no es ninguna receta mágica para lograr una recuperación. Es simple y llanamente el requisito ineludible para que no suspendamos pagos. Mientras esa amenaza siga en el horizonte, que nadie sueñe con recuperación alguna. Primero, pongamos orden en las finanzas del Estado". Caída sin red (Juan Ramón Rallo – Libertad Digital – 5/9/11)

"Recently, a number of commentators have proposed a sharp, contained bout of inflation as a way to reduce debt and reenergize growth in the United States and the rest of the industrial world. Are they right?

To understand this prescription, we have to comprehend the diagnosis. As Carmen Reinhart and Kenneth Rogoff argue, recoveries from crises that result from over-leveraged balance sheets are slow and typically resistant to traditional macroeconomic stimulus. Over-levered households cannot spend, over-levered banks cannot lend, and over-levered governments cannot stimulate.

So, the prescription goes, why not generate higher inflation for a while? This will surprise fixed-income investors who agreed in the past to lend long term at low rates, bring down the real value of debt, and eliminate debt "overhang," thereby re-starting growth.

It is an attractive solution at first glance, but a closer look suggests cause for serious concern. Start with the question of whether central banks that have spent decades establishing and maintaining anti-inflation credibility can generate faster price growth in an environment of low interest rates. Japan tried – and failed: banks were too willing to hold the reserves that the central bank released as it bought back bonds.

Perhaps if a central bank announced a higher inflation target, and implemented a financial-asset purchase program (financed with unremunerated reserves) until the target were achieved, it could have some effect. But it is more likely that the concept of a target would lose credibility once it became changeable. Market participants might conjecture that the program would be abandoned once it reached an alarming size – and well before the target was achieved.

Moreover, the central bank needs rapid, sizeable inflation to bring down real debt values quickly – a slow increase in inflation (especially if well signaled by the central bank) would have limited effect, because maturing debt would demand not only higher nominal rates, but also an inflation-risk premium to roll over claims. Significant inflation might be hard to contain, however, especially if the central bank loses credibility: Would the public really believe that the central bank is willing to push interest rates sky high and kill growth in order to contain inflation, after it abandoned its earlier inflation target in order to foster growth?

Consider, next, whether the inflationary cure would work as advertised. Inflation would do little for entities with floating-rate liabilities (including the many households that borrowed towards the peak of the boom and are most underwater) or relatively short-term liabilities (banks). Even the US government, with debt duration of about four years, would be unlikely to benefit much from an inflation surprise, unless it were huge. Meanwhile, the bulk of its obligations are social security and health care, which cannot be inflated away.

Even for distressed households that have borrowed long term, the effects of higher inflation are uncertain. What would help is if their nominal disposable income rose relative to their (fixed) debt service. Yet, with high levels of unemployment likely to keep nominal wage growth relatively subdued, typical troubled households could be worse off – with higher food and fuel prices cutting into disposable income.

Of course, any windfall to borrowers has to come from someone else"s wealth. Inflation would clearly make creditors worse off. Who are they? Some are rich people, but they also include pensioners who moved into bonds as the stock market scared them away; banks that would have to be recapitalized; state pension funds that are already in the red; and insurance companies that would have to default on their claims.

In the best of all worlds, it would be foreigners with ample reserves who suffer the losses, but those investors might be needed to finance future deficits. So central banks would have to regain anti-inflation credibility very soon after subjecting investors to a punishing inflation. In such a world, investors would have to be far more trusting than they are in this one.

This does not mean that nothing can be done about the debt problem. The US experienced debt crises periodically during the nineteenth century, and again during the Great Depression. Its response was to offer targeted and expedited debt relief – often by bringing in new temporary bankruptcy legislation that forced limited debt write-downs.

In this vein, a recent proposal by Eric Posner and Luigi Zingales to facilitate mortgage-debt renegotiation would give a deeply underwater homeowner the right to file a pre-packaged Chapter 13 bankruptcy petition. This would allow her to write down the value of her mortgage by the average house-price depreciation in her postal zone since the borrowing date, in exchange for giving the lender a share of the future house-price appreciation. A bankruptcy judge would approve the petition, provided the court was satisfied that the homeowner could make the reduced payments.

Such automatic borrower-initiated filings, if made legal by Congress, could reduce the household-debt overhang without the need for government subsidies. To the extent that the alternative is costly foreclosure proceedings that make borrowers and lenders worse off, this proposal should attract the support of both sides.

No solution is without weaknesses, though. One reason that banks oppose debt write-downs is that many underwater homeowners continue to repay debt rather than default, even while cutting back on other spending. If these diligent payers are eventually expected to default, writing down their debt today makes sense. If they are expected to muddle through, a blanket debt write-down would weaken banks and might slow economic growth. Policymakers espousing debt write-downs to spur growth should ask whether they have the political support to recapitalize banks if needed.

Prescriptions like these -as with those for a jolt of inflation- have gained ground because the obvious solutions to economic stagnation have been tried and failed. But, as the proposals become more innovative and exotic, we must examine them carefully to ensure that they wouldn"t end up making matters worse". Is Inflation the Answer? (Raghuram Rajan – Project Syndicate – 8/9/11)

(Raghuram Rajan is Professor of Finance at the University of Chicago"s Booth School and author of Fault Lines)

"La dictadura del mercado es la democracia de los intercambios pacíficos, voluntarios y mutuamente beneficiosos. La democracia del Estado es la dictadura de los intercambios violentos, coactivos y unilateralmente provechosos. Simbiosis versus parasitismo.

Habitualmente oímos que vivimos sometidos a la dictadura de los mercados. Nuestras acciones quedan condicionadas por lo que dictan los precios, los costes o los tipos de interés, y no por nuestra voluntad. Aquello que no es rentable no llega a comercializarse y, a su vez, quien carece de dinero no es capaz de adquirir ni siquiera los productos más fundamentales: es la tiranía del vil metal, de la que sólo somos capaces de librarnos gracias al intervencionismo estatal. Pero, ¿qué significa exactamente eso de que vivimos sometidos al mercado? Y aún más importante, ¿qué implicaciones tiene que alguien, como el Estado y sus clientes, pueda vivir al margen de esa dictadura?

Recordemos: los agentes económicos dividen su trabajo para ser más eficientes a la hora de fabricar bienes y servicios con los que satisfacer sus fines…

La cuestión es: ya que dividimos nuestro trabajo y no producimos todos los bienes que directamente deseamos, ¿a qué debemos dedicarnos cada uno de nosotros? Es decir, qué bienes deben producirse socialmente y, sobre todo, cuál es la manera más acertada de hacerlo. Y, como ya vimos, la respuesta a estas esenciales cuestiones nos la ofrecen los precios de mercado y los beneficios empresariales: que la producción de un bien sea rentable significa que los consumidores la valoran más que aquellas mercancías alternativas que podrían haberse fabricado; que un bien no sea rentable implica que los consumidores lo valoran menos que aquellos otros que podrían haberse creado con los factores productivos empleados.

Pero recordemos en todo momento qué hay detrás de esos consumidores: todo consumidor es un productor que se ha dedicado previamente a fabricar una serie de bienes que, a su vez, han sido adquiridos por otros consumidores/productores. El mercado, por tanto, sólo es el ámbito en el que unos y otros intercambian voluntariamente sus mercancías. Cuando todos los productores generan bienes rentables, todos los agentes salen beneficiados, pues todos obtienen como consumidores mercancías más valiosas que las que hubiesen podido crear con el tiempo y el esfuerzo que han invertido como productores. Cuando algunos productores generan bienes que no son rentables, algunos consumidores salen perjudicados pues no son capaces de adquirir mercancías más valiosas que las que hubiesen podido fabricar.

Esa, y no otra, es la famosa dictadura de los mercados: como formo parte de una división del trabajo mucho más amplia, mis posibilidades de producción y de consumo dentro de esa división del trabajo quedan limitadas por las valoraciones del resto de personas. Nadie puede consumir lo que quiere sin fabricar lo que otros quieren. Es decir, si queremos consumir lo que queramos, es necesario que, como productores, tengamos en cuenta lo que otros productores también desean poder consumir.

Por consiguiente, cuando una persona se queja de que está sometida a la dictadura de los mercados, sólo puede referirse a que no se le permite ignorar las preferencias de los demás a la hora de tomar sus decisiones de producción o consumo…

Sucede, sin embargo, que a la hora de fabricar bienes y servicios, no existe una alternativa real al libre mercado. Cuando uno se queja de que vive sometido a la dictadura de los mercados, lo que en realidad está diciendo es que los costes de abandonar la división del trabajo, de no querer participar en ella o de crear sistemas productivos aislados de los que nutrirse para su consumo diario, son tan descomunales que sería totalmente absurdo hacerlo. Es decir, quien denuncia la dictadura de los mercados en realidad le está rindiendo un inconsciente homenaje: "Aunque te detesto con todas mis fuerzas, facilitas tanto mi vida que no puedo abandonarte".

Los únicos que pueden vivir al margen del mercado son el Estado -pues sus recursos no los obtiene merced a intercambios voluntarios y mutuamente beneficiosos sino mediante la coacción- y quienes se refugian bajo sus faldas. Gracias a ello, ciertos individuos gozan de licencia para generar menos valor para otras personas del que ellas han generado para ellos. Por ejemplo, el consumidor que reclama ser subsidiado por el Estado para acceder a bienes que quedan fuera de su alcance en realidad está diciendo: "Quiero que los demás me entreguen bienes más valiosos de los que yo les doy a ellos"; por su lado, el productor que implora ser subvencionado por el Estado para continuar fabricando bienes que otros no desean está gritando: "Quiero seguir entregándoles a los demás bienes menos valiosos de los que yo les arrebato a ellos".

La dictadura del mercado es la democracia de los intercambios pacíficos, voluntarios y mutuamente beneficiosos. La democracia del Estado es la dictadura de los intercambios violentos, coactivos y unilateralmente provechosos. Simbiosis versus parasitismo…

O, como decía David Friedman, "los avariciosos capitalistas consiguen su dinero comerciando; los buenos progres, lo roban". Normal, pues, que intenten adornar un acto tan censurable con todo tipo de bellos ropajes: solidaridad, Estado del Bienestar, igualdad, dignidad, cohesión social o sectores estratégicos. Pero desengáñese: lo único que desean es que usted no se dé cuenta de que, en lugar de preocuparse por sus necesidades, le están esquilmando". ¿Somos esclavos del mercado? (Juan Ramón Rallo – Libertad Digital – 22/9/11)

"Entre políticos y académicos, la filosofía keynesiana es lo universalmente aceptado. Sin embargo, sus repetidos fracasos en años recientes han dejado a los americanos buscando una explicación alternativa al keynesianismo.

¿Qué viene primero: la oferta o la demanda?…

Los partidarios del lado de la demanda, también conocidos como keynesianos (debido al influyente economista John Maynard Keynes), insisten en que las fluctuaciones económicas a corto plazo son el resultado de choques sobre la economía que dejan la demanda agregada -la cantidad total de dinero gastado en bienes y servicios en la economía– por debajo de su capacidad total. En su opinión, ya que se gasta menos dinero en bienes y servicios, las empresas tienen que despedir gente, lo que reduce aún más el gasto, lo que resulta en más despidos, lo que provoca aún mucho menos gasto, y así se desarrolla el ciclo. El argumento para la normativa política es que el gobierno debe intervenir y gastar -un gasto deficitario- con el fin de apuntalar la demanda total.

Sin embargo, otra teoría, planteada en primer lugar por Jean Baptiste Say, economista del siglo XIX, sostiene que la oferta crea la demanda. Se hizo ampliamente conocida como "Ley de Say", y tiene consecuencias de acción política para los "economistas del lado de la oferta".

La ley de Say estipula que, dado que la oferta crea su propia demanda, la sobreproducción -la creación de bienes y servicios sin un flujo igual de demanda por esos bienes y servicios- es imposible. Esta ley convierte la política keynesiana en algo inútil en el mejor de los casos -y destructiva en el peor (ya que interfiere con los procesos normales del libre mercado)-.

Por tanto, ¿qué teoría es correcta?

En condiciones normales, es decir, no en época de recesión, con pleno empleo y salarios razonablemente flexibles, la Ley de Say se sostiene. Parafraseando a Henry Hazlitt, la oferta crea su propia demanda, porque en lo más fundamental, la oferta es demanda: "La oferta de lo que se tiene es, de hecho, lo que puede ofrecerse a cambio de lo que se necesita". En ese sentido, "la oferta de trigo por parte del agricultor constituye su demanda de un automóvil a la industria automovilística".

Sin embargo, en los malos tiempos es posible que haya un exceso de oferta. Es por eso que, durante las recesiones, muchas empresas tienen inventario sin vender: la oferta y la demanda no están en equilibrio. ¿Significa esto que los keynesianos están en lo correcto y que, en los malos tiempos, el gobierno puede apuntalar la demanda con el gasto deficitario? No necesariamente…

Say escribió: "Es la producción la que genera la demanda de productos… Por lo tanto, la sola creación de un producto inmediatamente abre una salida para otros". En otras palabras, la demanda que uno tiene por bienes y servicios proviene de los ingresos que uno produce.

Entonces, ¿qué significa esto en términos de consecuencias para la acción política?

Esto significa que la producción, en última instancia, es el motor tanto de la oferta como de la demanda. Por tanto, las recesiones y los auges comienzan del lado de la oferta, con choques de productividad y oferta de trabajo. La clave para estimular una economía y que salga de la recesión es estimular la producción, no la demanda agregada.

La manera de fomentar una mayor producción es incrementar los incentivos para que haya más empleo e inversión. Los impuestos sobre ingresos, beneficios empresariales, dividendos y ganancias de capital, entre otras cosas, penalizan la producción y desincentivan la iniciativa laboral adicional. Reducir esos desincentivos motiva a la gente a tomar un trabajo adicional, lo que resulta en una mayor producción en la economía y eleva tanto la oferta como la demanda en tándem"… ¿La oferta crea la demanda? (David Weinberger Libertad Digital – 25/9/11 – Fundación Heritage)

Antiterapia keynesiana (¿para qué os espantáis de la culpa que tenéis? queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis) – Gods and Monsters (algunos cometarios finales, sin Copyright)

Coda tragicómica: Todo lo que quepa en un blog, para no abusar del derecho a réplica.

Resulta sugerente que lo primero que se me ha cruzado por la mente al iniciar la redacción de este apartado haya sido el poema "Hombres necios que acusáis" de Sor Juana Inés de la Cruz (Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, Nepantla, 12 de noviembre de 1651-Ciudad de México, 17 de abril de 1695). Sabrán ustedes perdonar.

Probablemente, porque muchos de ustedes, en una desesperada huída hacia adelante, y faltos de otros argumentos más racionales (intelectuales, críticos y morales), han acusado al keynesianismo de ser el causante de los excesos de gasto público, olvidando (o intentando hacernos olvidar) que los mismos, fueron causados por la socialización de las pérdidas de la banca y el socorrismo liberticida practicado al sector financiero.

Lo que más me sorprende de ciertos (supuestos) liberales, es lo poco liberales que son. En realidad han descubierto, y aplican, un liberalismo "bipolar". No sólo han negado a Keynes (va de suyo), sino que han adulterado, tergiversado y malversado a Adam Smith (lo que ya es decir). Es lo que suele ocurrir con los liberales de mano única.

Cómo sino, justifican que se subvencione (palabra sacrílega en el manual liberal) a los bancos quebrados. Como toleran que se socialicen las pérdidas, que se estaticen las deudas, que se nacionalicen las entidades financieras… en fin, que se mantenga con respiración mecánica (dinero público) a la banca zombi. ¿Proteger timadores es liberal?

Cómo toleran, sin asesinar a Smith también (a Keynes, hace mucho que le han aplicado la inyección letal), que se hayan gastado 13 billones de dólares (de dinero público) en sostener a una banca especulativa, falaz, y transgresora, sin que se les caiga la cara de vergüenza. ¿Qué ha ocurrido con la "mano invisible"? ¿Dónde queda la "selección natural"? Por supuesto, ni hablar de "La teoría de los sentimientos morales" (Adam Smith). Han admitido que se pasara del círculo virtuoso al círculo vicioso de la riqueza.

¿Quién explica claramente las desventajas de la banca universal (riesgo sistémico)? ¿Quién dice la verdad sobre la trampa de la reserva fraccionaria? ¿Cuántos -más allá de Volcker- defienden la separación de la banca comercial de la banca de inversión? ¿Por qué siguen siendo escasos los partidarios de mayores precisiones reglamentarias?

Cómo puede un liberal (auténtico) defender que un empresario pequeño o mediano al que le va mal en su negocio, como hay tantos, quiebre (sin paliativos), mientras, un importante banco al que le va mal en su negocio sea socorrido por el estado (¡el denostado estado!) para evitar su quiebra (como se ha hecho con casi todos). Esto es liberalismo de mano única. En una sola dirección: la de los ricos y poderosos.

Los economistas liberales han cabalgado con alegría y servilismo sobre la desregulación bancaria, la financierización de la economía, las hipotecas subprime, la titulización de la deuda, las agencias de calificación, los CDS, las operaciones OTC, los hedge funds, los productos estructurados más inverosímiles, la operativa bursátil de alta frecuencia (hight frecuency trading), las autoridades de (des)control…"más callados que putas". O sea.

Qué voz crítica se alzó para solicitar el enjuiciamiento y cárcel (en su caso) de los principales directivos de la banca que causaron la mayor crisis financiera y económica desde el año 1929. A partir del año 2008 el único que ha entrado en prisión ha sido Madoff, y eso ha sido porque "estafó" a algunos miembros del establishment, que si hubieran sido pobres de solemnidad (como las víctimas de las hipotecas subprime) aún estaría explicando sus geniales negocios "piramidales" en Harvard o en Davos.

Perdón, hay otro, el fundador del hedge fund Galleon, Raj Rajaratnam, que tras ser condenado a 11 años de cárcel por corrupción, tráfico de influencias y uso de información privilegiada (17/10/11), está haciendo todo lo posible por ingresar en la misma prisión que el financiero Bernard Madoff, artífice del mayor fraude piramidal de la historia de Estados Unidos. Tal vez sea porque no es WASP, pero dejémoslo ahí.

¿Cuál fue el economista liberal que arrojó la primera piedra? ¿En qué cátedra de "la Ivi League" se ha levantado una voz crítica? ¿Qué prestigioso gurú liberal asumió el rol de Joseph Ignace Guillotin? Todos (o casi todos) han navegado por los paradigmas establecidos (políticamente correctos). Todos (o casi todos), ciegos, sordos y mudos…

Las hemerotecas son duras para todos (banqueros, políticos, académicos, analistas…).

Les presento un sólo "quiz", con respecto a las mayores exigencias de capitalización bancaria (octubre 2011), para no rizar demasiado el rizo, y aprovechar al máximo el espacio que me queda en este blog: El daño por el agua o el daño por el incendio.

El ratio de capital tiene dos componentes, el numerador y el denominador. El ratio se puede elevar por dos vías: aumentando recursos propios y reduciendo el balance. La banca asegura que más capital implica reducir el crédito. Pero cerrar el grifo es sólo una vía, más lenta, de reducción de balance. La vía rápida es la venta de activos. Y si lo que se vende son los activos más problemáticos, la necesidad de capital se reduce por una doble vía (Goldman Sachs, lo calcula en 295.000 millones, Tier1 9% – octubre 2011).

Pero justo eso, vender activos problemáticos, es lo que no hace la banca. Es lo que debería decir el BCE (o la Fed), y no en un discurso sino en una circular: Vendan ustedes activos, señores banqueros, especialmente aquellos que generan problemas. Aunque sea a precios bajos y eso implique pérdidas (Morgan Stanley, lo calcula en 2 billones en Europa).

Aumentos de capital con dinero público o rebajas preventivas del balance. Qué eligen ustedes "grandes bonetes" liberales: ¿Continuar haciéndose "trampas" en el solitario de las cuentas? ¿Continuar tapando la mala gestión de mucha gente? ¿Continuar justificando un modelo de negocios basado en carros de deuda y favores políticos? ¿Alguien se anima a gritar que el rey está desnudo? ¿Quién está dispuesto a firmar el acta de defunción del sistema? ¿O seguirán actuando en línea con lo esperado?

No les envidio el puesto (ni la corte que les rodea) a la hora de explicar en la cátedra la existencia de un dinero bueno (no deficitario, no keynesiano, no inflacionario) que se puede lanzar desde un helicóptero, en honor y gloria de los banqueros y especuladores de Wall Street, y un dinero espurio (deficitario, inflacionario, estatista) que no debe ser empleado para incrementar el empleo y la demanda. La difícil teoría del dinero bipolar.

Justificar el déficit bueno (si es para ayudar a los bancos -¿sistémicos?-), y el déficit malo (si es para crear empleos -¿no sistémicos?-); defender a los bancos ruinosos que pasan sus activos tóxicos al Estado ("banco malo") para que "todo siga igual". Una subasta ética en la que prestigiosos "iluminati liberales" actuaron (y actúan) como esclavos morales, lacayos, serviles y genuflexos, sin el menor sentido de dignidad.

Es imposible no escuchar dentro de tales tonterías el prepotente redoble del tambor del Poder del Dinero, que nunca ha dejado de creer que sus propios intereses son iguales a los intereses del público… Peor aún, tal vez, mañana se lo tengan explicar a vuestros hijos, que habrán perdido su empleo, o pasado mañana, a sus nietos que se alarmarán ante su abismal futuro. ¿Habrá llegado la hora de abandonar connivencias y apologías?

La crisis actual no ha sido causada por manirrotos keynesianos, sino por "falsos liberales" (liberticidas) que han traicionado los principios, han negado la evidencia y han convalidado (con alevosía y cinismo) actuaciones dolosas, corruptelas y privilegios, de vulgares estafadores, disfrazados de banqueros o de agentes bursátiles.

Más pronto que tarde, ojalá, los unos por ladrones y los otros por cómplices necesarios, se condenarán. Ante la justicia, ante la cátedra, ante la comunidad y ante la historia.

Mientras tanto, al borde de una segunda crisis financiera (Oct.2011), la farsa continúa…

 

Enviado por:

Ricardo Lomoro

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