La conveniencia de incorporar a Rusia y Turquía a la Unión Europea (página 6)
Enviado por Ricardo Lomoro
Yanson también comenta que "a causa de la campaña de propaganda de los últimos días mucha gente de clase baja ha empezado a tener miedo de Europa, por los gays, los impuestos, la policía y la corrupción. En serio. Pero esos trucos no funcionan con las clases más altas, quienes han visto el extranjero con sus propios ojos".
Valery Fyodorov, director del centro de estudios Vtsiom, opina que la reciente ola de emigración no tiene nada que ver con razones políticas, sino que "esta gente sólo quiere vivir mejor y probar algo nuevo". "La mayor parte de aquéllos que quieren irse tienen éxito en Rusia sus razones están relacionadas con los problemas causados por la crisis económica, más que por la política", añade.
Olga Alexeeva es una ciudadana rusa que vive en Barcelona desde hace un año y medio. Aunque hay cosas que no le gustan, reconoce a El Confidencial que sus motivos para irse de Rusia no fueron políticos, sino por comodidad, calidad de vida e interés en España.
El columnista Andrew Ryvkin asegura que "en Rusia sólo vemos progreso en el entretenimiento y la diversión, pero yo no puedo vivir en un restaurante Hay buenos restaurantes y exposiciones de arte, pero luego a veinte metros te encuentras con una tropa de OMON (fuerzas especiales de la policía)".
Elena Pilauri nos responde desde India. En su caso, los condicionantes políticos sí han sido cruciales para largarse de Moscú. "Más y más gente joven está considerando irse al extranjero. Yo estoy en contacto con un gran número de personas en torno a los 30 años; son gente con educación superior y algunos de ellos incluso ganan bastante dinero. Con frecuencia sale la conversación de irse. Yo diría que hay varias razones para ello. Algunos consideran que en Estados Unidos o en Europa pueden desarrollar mejor su carrera profesional. Pero aquí hay un aspecto importante, el hecho de que ellos no ven ni futuro ni estabilidad en el país. Este también es mi caso; como tantos otros rusos busco realizarme y vivir con más libertad. Infelizmente, al gobierno no le importa lo que le ocurre a los ciudadanos de su país, así que más y más gente sale para no volver".
Estas diferencias no son sólo generacionales, sino también económicas y políticas. De acuerdo con las estadísticas del centro Levada, el 78% de los rusos nunca ha cruzado la frontera. Aún más interesante es que de entre el electorado que votó a Putin en las últimas elecciones presidenciales sólo el 7% había salido del país.
Otros, sin embargo, han sido forzados a hacerlo y dando gracias. El caso más conocido es el de Mijail Khodorkovsky, pero hay más figuras significativas que optaron por el exilio voluntario, como el ajedrecista Garry Kasparov y el economista Sergei Guriev. Hasta hace un año, Guriev era rector de la Nueva Escuela de Economía de Moscú, la universidad donde el president Obama dio una charla en su visita a la capital rusa. Aparecía además en las listas de personas más influyentes, era una de las cabezas visibles de Skolkovo (el Sillicon Valley ruso) y escribía discursos al entonces presidente Medvedev.
El líder de la coalición opositora "La Otra Rusia" y ex campeón mundial de ajedrez, Garry Kasparov. Cuando lo conocí, en el Foro Económico de San Petersburgo en 2011, la elite rusa rebosaba de un optimismo y ganas de diálogo que te dejaba descolocado. Mirando atrás, aquello me parece un espejismo. "Desde entonces han cambiado muchas cosas. Lo más importante es que Putin ha vuelto a la presidencia con lo que ha resultado ser una agenda anti-modernizadora. Esto envía un claro mensaje de que todo lo que se percibió como modernizador bajo Medvedev no va a ser materializado; así que para muchos jóvenes resulta más razonable hacer su vida fuera", nos responde Guriev desde París, donde trabaja como profesor invitado en Science Po.
En mayo de 2013, fue a Francia para visitar a su familia y ya no volvió. Las vacaciones se convirtieron pues en un exilio político. El entorno de Putin acusó a varios colaboradores de Medvedev de mantener contactos con la oposición. Algunos comenzaron a ser investigados. "Creo que ya quedó claro que el gobierno ruso está lejos de lo que se considera normal en occidente. Pero yo me fui porque no quería perder mi libertad", explica el profesor por e-mail.
Guriev cree que las sanciones van a tener repercusiones también en Europa, pero que sobre todo van a hacer mucho daño en Rusia. Además de los costes financieros a corto plazo, a los líderes rusos les va a costar recuperar la confianza internacional. No obstante, el daño a la economía del país parece importarle tan poco a Putin como el derecho internacional. El profesor Guriev incluso asegura que la reacción del Kremlin al conflicto ucraniano no fue del todo accidental: "el estancamiento de la economía empezó a resquebrajar los fundamentos y la legitimidad del régimen, así que el propio régimen optó por una expansión territorial para recuperar su popularidad y legitimidad".
Las nuevas generaciones de rusos crecieron en el entorno de caos y mudanzas que vino con la Perestroika. Han visto de todo y pueden adaptarse a nuevos cambios y sacrificios, pero creen que el precio a pagar es demasiado alto. En la prensa son presentados como egoístas y hedonistas; y es cierto que piensan más en sí mismos y dejan los actos heroicos contra el régimen a Ilya Yashin y Alexei Navalny.
Tanto por los que se van como por los que se quedan, la emigración va a marcar (otra vez más) el futuro de Rusia.
– La revancha de Kennan (Project Syndicate – 22/4/14)
Londres.- Hace algunos días, el presidente ruso Vladímir Putin anunció que la megaempresa Gazprom comenzaría a cobrar sus ventas de gas a Ucrania con un mes de adelanto. En respuesta, el periódico británico The Observer publicó una llamativa caricatura en la que Putin aparece sentado en un trono erizado de dagas mientras corta el gasoducto a Ucrania al tiempo que dice: "Se viene el invierno". El fondo es de un rojo intenso, y en el pecho de Putin hay una hoz y un martillo. Parece que al menos para algunos, estamos de vuelta en la Guerra Fría.
Pero antes de vernos arrastrados a una segunda Guerra Fría, sería bueno que nos acordemos de por qué tuvimos la primera. El fin del comunismo eliminó uno de los motivos importantes que había en aquel momento: el avance expansionista de la Unión Soviética y la determinación de las democracias occidentales de resistirlo. Pero otros motivos siguen estando.
El diplomático estadounidense George F. Kennan los enumeró del siguiente modo: por el lado de Rusia, inseguridad neurótica y secretismo oriental; por el lado occidental, legalismo y moralismo. Hasta el día de hoy, sigue sin hallarse un término medio donde prime el cálculo sosegado de los intereses, las posibilidades y los riesgos.
Se considera que Kennan sentó las bases intelectuales de la Guerra Fría (al menos en Occidente) en el "largo telegrama" que envió desde Moscú en febrero de 1946, que luego siguió con el famoso artículo publicado en Foreign Affairs en julio de 1947, firmado con el seudónimo "X". Kennan sostuvo que una paz duradera entre el Occidente capitalista y la Rusia comunista era imposible, debido a la combinación de la tradicional inseguridad rusa con la necesidad de Stalin de contar con un enemigo exterior y el mesianismo comunista.
Según Kennan, Rusia intentaría derribar el capitalismo no mediante un ataque militar, sino apelando a una mezcla de hostigamiento y subversión. La respuesta adecuada, en palabras de Kennan, era la "contención" de la agresión soviética por medio de la "aplicación atenta y habilidosa de una contrafuerza".
Durante el gobierno del presidente Harry Truman, los funcionarios estadounidenses interpretaron que las ideas de Kennan demandaban acumular poderío militar contra la posibilidad de que los comunistas invadieran Europa occidental. Así nació la Doctrina Truman, que derivó luego en la lógica de la confrontación militar, la OTAN y la carrera armamentista.
El rumbo que tomaron los acontecimientos consternó a Kennan, quien afirmaba que la contención tenía que ser económica y política, no militar; fue uno de los principales arquitectos del Plan Marshall después de la Segunda Guerra Mundial y se opuso a la creación de la OTAN.
Tras la muerte de Stalin, Kennan esperaba que se entablaran negociaciones fructíferas con el sistema soviético "ablandado" que conducía Nikita Khrushchev. Se lamentó por el uso que se había hecho de la terminología ambigua contenida en el "largo telegrama" y el artículo de "X", y deploró ver a las democracias basar toda su política exterior en un "nivel primitivo de eslóganes y patrioterismo ideológico".
En retrospectiva, uno se pregunta si lo que evitó que Europa occidental abrazara el comunismo fue la OTAN o el apoyo político y económico de Estados Unidos. En cualquier caso, ambos lados se convencieron de que el otro era una amenaza existencial y acumularon arsenales colosales para garantizarse seguridad.
De modo que hasta el derrumbe de la Unión Soviética, lo que hubo fue una trayectoria tachonada de breves períodos de "distensión" seguidos por más acumulación de armas. En todo esto se respiraba cierta demencia, y hasta nos queda la inquietante sospecha de que la OTAN le prolongó la vida a la Unión Soviética al servirle en bandeja un enemigo en sustitución de la Alemania nazi.
Es necesario tener en cuenta estos antecedentes para comprender la postura actual de Rusia respecto de Ucrania. Tras resultar "vencedor" de la Guerra Fría, Occidente cometió el gran error de negar a Rusia toda forma de hegemonía regional, incluso en países como Ucrania y Georgia que en algún momento de la historia formaron parte del Estado ruso.
En vez de eso, bajo la bandera de la democracia y los derechos humanos, Occidente hizo todo lo posible por arrancar de la órbita de Rusia a los países ex soviéticos. Muchos de ellos estaban determinados a sustraerse al influjo del Kremlin, y así fue que la OTAN se expandió hacia el este, dentro del antiguo bloque soviético en Europa Central e incluso dentro de la ex Unión Soviética con la admisión de Estonia, Letonia y Lituania. En 1996, ya con 92 años de edad, Kennan advirtió de que la expansión de la OTAN en territorio de la ex Unión Soviética era un "error garrafal en términos estratégicos, con consecuencias potencialmente desastrosas".
Es indudable que los avances de Occidente alimentaron la paranoia rusa, que hoy se ve reflejada en las teorías de conspiración impulsadas por el Kremlin en relación con Ucrania. Y teniendo en cuenta las advertencias de Kennan en contra de una política exterior "utópica en sus expectativas, legalista en su concepción ( ) moralista ( ) y arrogante", hoy la política de Occidente debería apuntar a encontrar medios para cooperar con Rusia a fin de impedir la desintegración de Ucrania.
Lo cual implica hablar con los rusos y escucharlos. Estos ya presentaron sus ideas para resolver la crisis. En términos generales, proponen una Ucrania "neutral" según el modelo de Finlandia y federada según el modelo de Suiza. Lo primero excluye la pertenencia a la OTAN, pero no la entrada a la Unión Europea. Lo segundo apunta a garantizar la formación de regiones semiautónomas.
Tal vez estas propuestas sean cínicas, tal vez sean impracticables. Pero Occidente debería apresurarse a probarlas, explorarlas y ver el modo de mejorarlas, en vez de desgarrarse las vestiduras por las acciones de Rusia.
Suspendida entre la paranoia y el moralismo, a la diplomacia razonable le aguarda una difícil tarea. Pero que no sea necesario citar el inminente centenario de la segunda guerra más sangrienta de la historia para recordarles a nuestros estadistas cómo a veces unos acontecimientos de bajo nivel pueden salirse de cauce irremediablemente.
(Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British House of Lords. The author of a three-volume biography of John Maynard Keynes, he began his political career in the Labour party )
– La actuación de Europa en la tragedia de Ucrania (Project Syndicate – 28/4/14)
Berlín.- La estrategia política en grande y la experiencia cotidiana con frecuencia tienen mucho en común. Quien pruebe, por ejemplo, a tragarse un salami entero probablemente acabará muriendo de asfixia. En el mundo de la alta política, el comportamiento no es diferente: se corta en rajas el salami antes de consumirlo. Si no se puede alcanzar un objetivo inmediatamente, se hace una aproximación paciente, paso a paso.
Actualmente, el Kremlin está recurriendo a esa "táctica del salami" con Ucrania. Ante nuestros ojos está desarrollándose una tragedia en varios actos en la que los intérpretes y sus fines están claros. Lo que no se sabe es cuántos más actos tendrá ese triste espectáculo político y, por tanto, cuándo -y cómo- acabará.
El primer acto comenzó en el otoño de 2013, cuando el entonces Presidente Viktor Yanukóvich engañó a la Unión Europea y a sus dirigentes al negarse a firmar un acuerdo de asociación preparado desde hacía mucho. En cambio, optó por hacer entrar a Ucrania en una unión aduanera con Rusia, a cambio de un montón de liquidez y petróleo y gas baratos. El Presidente de Rusia, Vladimir Putin, parecía haber logrado su objetivo político, a saber, devolver a Ucrania, que había estado derivando hacia Europa durante todo el período postsoviético, firmemente a la esfera de influencia del Kremlin.
El segundo acto fue interpretado por el pueblo ucraniano, que en el oeste del país y en la plaza Maidan de Kiev se rebeló contra el empeño de Yanukóvich de alinear a su país más estrechamente con Rusia. Después de tres meses de protestas, el levantamiento acabó en el derrocamiento de Yanukóvich, lo que descarriló temporalmente el plan de Putin de convertir a Ucrania en su vasalla pacíficamente. No fueron la OTAN ni la UE ni los Estados Unidos quienes actuaron para bloquear la desviación de Ucrania hacia el Este. Yanukóvich fue expulsado del poder por una importante mayoría de los propios ucranianos.
El tercer acto fue consecuencia de la situación política interna de Putin y el resultado fue una solución momentánea que acabó en la torpemente disimulada invasión armada y después la anexión de Crimea por parte de Rusia. Sin la anexión de Crimea, Putin afrontaba un desastre político interno y un fin prematuro de su sueño de representar de nuevo la "reunión de todas las tierras rusas" de Iván el Terrible y restablecer el poder mundial de Rusia.
Pero el objetivo de Putin nunca ha sido el control ruso sólo de Crimea; siempre ha querido apoderarse de toda Ucrania, porque nada teme más que un vecino moderno, democrático y con éxito que socave con su ejemplo la autoridad de su "democracia tutelada". Así, pues, ahora hemos llegado al cuarto acto de la tragedia, en el que Rusia intenta apoderarse de la Ucrania oriental y Occidente reacciona.
La anexión de la Ucrania oriental -y, por tanto, la división del país en dos- por la fuerza cuenta con mucho menos apoyo, incluso entre los rusófonos, que la operación en Crimea. El objetivo de la intervención militar encubierta de Rusia allí es la de desestabilizar a Ucrania a largo plazo recurriendo a unos "disturbios" orquestados para deslegitimar a corto plazo las elecciones presidenciales del 25 de mayo, lo que impediría la consolidación del orden político post-Yanukóvich.
La tarea que corresponde a Occidente es la de estabilizar a Ucrania con medios políticos y económicos y contener el expansionismo ruso. A nadie sorprenderá que el Kremlin esté intentando lograr que la reacción occidental resulte lo más onerosa e incómoda posible aplicando su estrategia desestabilizadora ante nuestros ojos, paso a paso, con la esperanza de que llegue un día en que una Europa y unos Estados Unidos frustrados tiren la toalla.
Es previsible que ni Rusia ni Occidente tengan la fuerza suficiente para lograr plenamente sus objetivos en Ucrania. Así, pues, sería sensato por ambas partes intentar conciliar, junto con los ucranianos, sus intereses, pero, para eso, sería necesario que Putin abandonara sus ambiciones estratégicas, cosa que nunca hará, siempre y cuando pueda seguir cortando rajas del salami.
La posibilidad de mellar el cuchillo de Putin y acabar con la crisis ucraniana pacíficamente depende en gran medida de la UE. Las sanciones no impresionarán a Putin (él y sus compinches están aislando a Rusia económica y financieramente con más eficacia de lo que podrían hacerlo la mayoría de las sanciones): medidas políticas pacíficas, pero tangibles, dentro de Europa sí que lo harán.
El Primer Ministro de Polonia, Donald Tusk, ha hecho la propuesta adecuada a ese respecto: la pronta creación de una unión energética europea, comenzando por el gas natural e incluyendo la representación conjunta en el exterior y una política común de fijación de precios. Esa medida, combinada con una mayor diferenciación entre los países proveedores y un mayor avance hacia la aplicación de tecnologías de energías renovables invertiría el equilibrio de poder entre la UE (el cliente más importante del petróleo y el gas natural de Rusia) y el Kremlin.
Si, al mismo tiempo, Polonia decidiera adherirse al euro en la oportunidad más temprana posible, el desafío de Putin a la Europa occidental recibiría una respuesta contundente y totalmente pacífica y Polonia asumiría el papel de protagonista en el centro de una Europa cada vez más integrada.
Ha sido sobre todo Alemania la que se ha opuesto a integrar los mercados energético y de gas natural de Europa. Tras la tragedia de Ucrania, nadie en Berlín podrá defender esa posición, sobre todo porque los dirigentes de Alemania no quieren enfrentarse a Rusia mediante sanciones. Ya no habrá margen para aducir excusas con las que rechazar una unión energética. Todo el mundo sabe ahora en qué consiste esta comunidad llamada Europa. Digámoslo con una cita de "El fanfarrón" de Esopo: ¡Hic Rhodus, hic salta! Basta de palabras, Europa. ¡Ahora actúa!
(Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's strong support for NATO"s intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment )
– La precaria nueva normalidad de Europa (Project Syndicate – 3/5/14)
Londres.- Hace una década, diez países se unieron a la Unión Europea. Hoy todo el mundo reconoce que Chipre, la República Checa, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta, Polonia, Eslovaquia y Eslovenia son países europeos plenamente integrados. Las extraordinarias transiciones políticas que puso en marcha la caída del Muro de Berlín en 1989, junto con el largo y minucioso proceso de adhesión a la UE que le siguió, produjeron esta nueva normalidad, libre en lo esencial de las distorsiones políticas y económicas de la Guerra Fría.
Hoy Ucrania está tomando este camino, sin la promesa de adhesión completa. En este aniversario, cuando nuevamente desciende sobre el continente europeo una era de tensión geopolítica, merece la pena que recordemos lo que significó este proceso para los países que hace diez años pasaron a formar parte de la UE y lo que podría significar para Ucrania.
Se ha recuperado el "área media faltante" de Europa, separada por la Cortina de Hierro. El comercio en la región ha florecido, gravitando de manera natural hacia la UE, el mayor mercado del mundo. Y en dirección opuesta han fluido las inversiones desde los países con riqueza de capitales a aquellos donde faltan, tal como habrían predicho las teorías económicas.
Si se comparan Polonia y Ucrania quedan claros los beneficios de ser miembro de la UE. En 1989, ambos tenían aproximadamente el mismo estándar de vida; hoy los polacos son tres veces más ricos. La brecha del ingreso de Polonia con Europa Occidental es hoy menor que en cualquier momento desde el año 1500.
Puesto que el PIB combinado de la EU es ocho veces mayor que el de Rusia, cabría esperar que el camino hacia la normalidad para Ucrania signifique que la UE tenga más presencia en su comercio exterior. Pero esto no implica un quiebre total con Rusia, cuyo peso en las exportaciones polacas se ha triplicado desde 2004. Si consideramos su proximidad geográfica y las redes industriales, el potencial de comercio entre Rusia y Ucrania es mucho mayor.
Sin embargo, la democracia y la dignidad también forman parte del concepto de normalidad. Cuesta imaginar que lo que está sucediendo en el tejido social del este de Ucrania pudiera ocurrir en Polonia.
No hay duda de que la integración a la UE ha contribuido a la excepcional transformación política de Polonia que, al igual que Ucrania, sufría una corrupción generalizada en los años inmediatamente posteriores al colapso del comunismo. Hoy se encuentra en mejores lugares en los índices de corrupción que muchos antiguos miembros de la UE. El meticuloso proceso de cumplimiento de las normas y regulaciones de la UE, que ayudó a Polonia a convertirse en un país europeo normal a fines de los 90, podría a ofrecer a Ucrania la perspectiva de amansar sus propios demonios del soborno, el favoritismo y el nepotismo.
Más aún, Polonia ha logrado acceso a grandes niveles de financiamiento de la UE: en la última década su economía ha recibido más de 92 mil millones de euros (128 mil millones de dólares). Asimismo, las inversiones del sector privado han sido mucho mayores en toda Europa Central y del Este, debido a las atractivas condiciones ofrecidas a la inversión extranjera directa. Gran parte corresponde a proyectos de largo plazo con beneficios adicionales, como la transferencia de conocimientos y la introducción de mejores prácticas internacionales.
Crear este tipo de normalidad en Ucrania desencadenaría grandes fuerzas transformadoras, pero esta aspiración se encuentra en serio riesgo, como todos sabemos. Y el precio de su no realización podría ser alto, no solo para Ucrania, sino también para los países de Europa Central y del Este.
Para comenzar, en momentos que las sanciones apuntan a la maltrecha economía rusa, los lazos comerciales que se acababan de renovar han pasado a convertirse en una fuente de vulnerabilidad para ambos países. Ya está ocurriendo que empresas activas en el mercado ruso informan estar teniendo dificultades para encontrar financiamiento, y las inversiones transfronterizas se están posponiendo.
Los efectos van más allá de las inversiones y el comercio de corto plazo. Los costosos cambios de último minuto para aumentar la seguridad energética están posponiendo otras prioridades importantes, como la inversión de largo plazo en investigación y educación terciaria, así como muy necesarias mejoras a los deteriorados sistemas de sanidad pública. Y, a medida que los países de la región y otras áreas perciben la necesidad de aumentar sus gastos de defensa, se va evaporando el "dividendo de la paz" posterior a 1989, que había ayudado a crear espacio en materia fiscal.
Mientras los líderes de Europa sopesan los próximos pasos y piensan en cómo dar respuesta, los ucranios deberían reflexionar en profundidad sobre lo que ganarían con el camino de las reformas institucionales y económicas hacia la normalidad europea. Al mismo tiempo, los países de Europa Central y del Este merecen el apoyo de la UE en sus esfuerzos por limitar sus áreas vulnerables.
(Erik Berglof is Chief Economist of the European Bank for Reconstruction and Development)
– El Big Bang de Europa diez años después (Project Syndicate – 8/5/14)
Bruselas.- Hace diez años, se unieron a la Unión Europea ocho países del antiguo bloque soviético, junto con los Estados insulares de Malta y Chipre; con ellos, la membresía de la UE se incrementó de 15 a 25 Estados. En ese momento, se temía que esta ampliación hacia el oriente fuese a crear tensiones dentro de la UE, ya que los nuevos miembros de Europa central y oriental eran pobres y algunos tenían grandes sectores agrícolas. Debido a que la UE realiza gastos principalmente en regiones pobres y en agricultores, muchos se preocupaban acerca de la posibilidad de que la ampliación fuese a sobrecargar el presupuesto de la UE.
Al final, este problema se resolvió a través de un compromiso europeo típico que permitió que se lleve a cabo la ampliación en el número de miembros, a pesar de que el presupuesto, como proporción del PIB de Europa, se redujo. En gran medida, la agricultura ha desaparecido como un elemento importante en la agenda de la UE. Por otra parte, el horizonte de planificación bajo el Marco Financiero Plurianual de la UE implica que el asunto de quién paga por quiénes tiene que ser abordado solamente una vez cada siete años.
El propósito de la integración económica es, en última instancia, impulsar el crecimiento del PIB y mejorar los niveles de vida. Juzgada desde esta perspectiva, la ampliación del número de miembros ha funcionado bien. Durante la pasada década, los países en transición, han alcanzado en gran manera los niveles de los otros.
A mediados de la década de 1990, el PIB per cápita de muchos países en transición se encontraba en un nivel que alcanzaba a alrededor de un cuarto a un tercio del PIB de los países que conformaban la antigua UE-15 (en términos de paridad de poder adquisitivo). Alguna de la distancia había sido acorta hasta el momento en el que los nuevos Estados miembros finalmente se unieron a la UE, pero el proceso de convergencia continuó, incluso durante la crisis financiera.
El nivel de ingresos de los nuevos miembros ha llegado a ubicarse en aproximadamente dos tercios del nivel de la UE-15. Además, los ingresos de los nuevos miembros más pobres fueron los que aumentaron más (a diferencia de lo que ocurrió con los miembros más pobres de la UE-15, como Portugal y Grecia, que al presente retrocedieron a los niveles de ingresos que vieron por última vez en la década de 1990). Esta convergencia es la razón por la cual los solicitantes de empleo provenientes de los Estados miembros del Este no están abrumando a los mercados laborales más ricos de la UE-15.
En un principio, se constituyó como una fuente de tensión el hecho de que al inicio los nuevos miembros eran mucho más pobres; sin embargo, esto resultó ser una fuente de ventaja económica para ambas partes, ya que las empresas de la UE-15 (especialmente las empresas alemanas) pudieron externalizar tareas intensivas en trabajo. Los países de la UE-15 ganaron en términos de competitividad mundial, mientras que los países que prestaron servicios se beneficiaron con las inversiones directas, los puestos de trabajo y la transferencia de conocimientos que tanto necesitaban. En términos puramente económicos, la ampliación fue claramente una propuesta mutualmente beneficiosa.
Por supuesto, otros aspectos de la ampliación no han funcionado tan bien. Una gran parte de la ayuda que ha fluido desde el presupuesto de la UE hacia los nuevos Estados miembros se utilizó para proyectos de prestigio que enriquecieron a las empresas de construcción locales. Y, a pesar de que este problema no es específico de los nuevos Estados miembros – ya que esto también sucede en países como Italia o Grecia que tienen sistemas administrativos lentos e ineficientes, donde prima una corrupción generalizada – dicho problema se agudizó a consecuencia de la ampliación de miembros; de hecho, muchos de los miembros de países del Este aún tienen administraciones públicas de menor calidad en comparación con lo que uno puede encontrar en el núcleo de la UE.
Por lo tanto, la ampliación debe ser vista como un éxito calificado. Uno de los mayores temores, específicamente que las instituciones de la UE se verían abrumadas por la absorción simultánea de diez nuevos miembros, tampoco llegó a materializarse. Los nuevos Estados miembros se han integrado sin problemas en las instituciones de la UE, en las cuales defienden sus intereses nacionales prácticamente en la misma manera que lo hacen los miembros más antiguos. Las dificultades que la UE ha atravesado en los últimos años tienen poco que ver con el aumento del número de Estados miembros, que ahora ha llegado a 28.
La consecuencia más importante de la ampliación hacia el Este de la UE ha resultado ser una que pocos imaginaron en aquel entonces: la ampliación llevó a la Unión Europea mucho más cerca de Rusia. Y, para una Rusia que se ha vuelto autoritaria y que ha visto cómo la UE puede transformar a los países en transición que se esfuerzan en democracias cada vez más prósperas (aunque imperfectas), Europa se encuentra demasiado cerca y esto le incomoda. La perspectiva de una relativa prosperidad y libertad resultó ser tan atractiva para los ciudadanos de Ucrania que derrocaron a un presidente que prefería una "Unión Euroasiática" liderada por Rusia en vez de un acuerdo de asociación con la UE.
Desafortunadamente, una minoría significativa en el Este de Ucrania no comparte esta "vocación europea" y se siente amenazada por el reciente giro de acontecimientos. Rusia apoya estas tendencias y ha utilizado medios militares y otros medios autoritarios para avivar las tensiones, debido a que el régimen ruso podría verse amenazado por el ejemplo vivo de una Ucrania "europea" que sea democrática y próspera.
Por lo tanto, diez años después, la ampliación está llegando a ser algo distinto a lo esperado. Los desafíos internos han resultado ser manejables, pero ahora la UE tiene que enfrentarse a un desafío externo para el que se encuentra mal preparada. No vamos a tener que esperar una década para averiguar si la UE puede ayudar a estabilizar Ucrania, mientras que al mismo tiempo confronta a una Rusia cuyos líderes se siente amenazados por los valores fundamentales de democracia y estado de Derecho de la UE.
(Daniel Gros is Director of the Brussels-based Center for European Policy Studies. He has worked for the International Monetary Fund, and served as an economic adviser to the European Commission, the European Parliament, and the French prime minister and finance minister )
– Londres, la ciudad con más multimillonarios en el mundo (BBCMundo – 12/5/14)
Este es un dato que haría sonreír con resignación al francés Thomas Piketty, actual estrella del pensamiento económico mundial: Reino Unido es hoy el país con más milmillonarios (personas cuya fortuna supera los US$1.000 millones) del planeta.
El libro que llevó a la fama a Piketty, "Capital in the 21st Century" ("El capital en el siglo XXI"), pone el dedo en lo que considera la llaga del sistema económico que rige el mundo desde hace siglos, la creciente desigualdad.
El dato de concentración de magnates en Reino Unido y el descomunal volumen de sus riquezas es otro dato que confirma esa proyección (otro: a mediados de marzo la organización no gubernamental británica Oxfam concluyó que las cinco familias más ricas del Reino Unido tienen una riqueza superior al 20% más pobre de la población).
De acuerdo con la edición 2014 de la lista anual elaborada por el periódico Sunday Times hay hoy 104 milmillonarios viviendo en Reino Unido. Es la primera vez que esa cifra supera los 100; en 2013 había 88.
En conjunto poseen una riqueza en torno a los US$ 508.500 millones (US$ 414.000 millones en 2013), ligeramente superior el Producto Interno Bruto de una potencia petrolera como Noruega.
Y si Reino Unido tiene más multimillonarios que cualquier país, es Londres la ciudad que los aglomera: hay 72 milmillonarios en la capital británica. Para ponerlo en perspectiva, Moscú -que está segunda en la lista del Sunday Times- tiene 48 y Nueva York tiene 43.
¿Quiénes son?
Los 10 más ricos
Sri and Gopi Hinduja (India), US$ 20.100m
Alisher Usmanov (Rusia), US$ 18.000m
Lakshmi Mittal y familia (India), US$ 17.000m
Len Blavatnik (EEUU, nacido en Ucrania), US$ 16.800m
Ernesto y Kirsty Bertarelli (Italia-Suiza y R. Unido, respectivamente), US$ 16.500m
John Fredriksen y familia (Noruega-Chipre), US$ 15.600m
David y Simon Reuben (R. Unido), US$ 15.200m
Kirsten y Jorn Rausing (Suecia), US$ 14.800m
Roman Abramovich (Rusia), US$ 14.400m
Duque of Westminster (R. Unido), US$ 14.350m
El Sunday Times publicará la lista completa el domingo 18 de mayo.
Como una suerte de asentimiento a las proyecciones de Piketty, el Sunday Times da cuenta de que este es el primer año en que la riqueza mínima para ser incluido en la lista de los 50 más acaudalados de Reino Unido excede los US$ 2.530 millones.
Hace diez años hacía falta tener "apenas" US$ 1.180 millones; ahora son necesarios US$ 2.870 millones.
Los hermanos Sri y Gopie Hinduja -nacidos en India-, del conglomerado Hinduja Group, encabezan la lista con una fortuna de US$ 20.100 millones.
Los Hinduja son algunos de los millonarios indios que entraron en la lista. También hay varios magnates rusos.
Por ejemplo, en el segundo lugar está el propietario de parte del equipo de fútbol Arsenal Alisher Usmanov, con una fortuna de US$ 18.000 millones.
Y el también ruso y dueño del Chelsea Roman Abramovich entró en la lista con US$ 14.400 millones.
También hay británicos, como el fundador de Grupo Virgin, Richard Branson, cuya fortuna está estimada en US$ 6.000 millones (ocupa el puesto 24 en la lista) y el terrateniente Gerald Grosvenor, Duque de Westminster, con US$ 14.350 millones.
Más ricos
Philip Beresford, encargado de compilar la lista del Sunday Times, le dijo a la BBC que entre las razones para que Reino Unido atraiga a tantos multimillonarios se cuentan "la cultura, los servicios financieros, un agradable régimen fiscal, buena educación para sus hijos y un buen estilo de vida".
Beresford también explicó que sienten que es un lugar seguro para sus posesiones. "Sus propiedades no serán incautadas, sus compañías no serán incautadas" en Reino Unido, dijo.
La actual crisis en Ucrania es prueba de que esto es así, al menos hasta ahora. Las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea a personas y empresas asociadas con el Kremlin no alcanzaron propiedades o bienes asentados en Reino Unido (a principios de marzo circuló la fotografía de un documento que un funcionario descuidado llevaba a la vista a una reunión del gobierno británico, en el que se sugería no restringir la posibilidad de millonarios y empresario rusos a invertir o gastar sus fortunas en Reino Unido).
Y el corresponsal de finanzas de la BBC Andrew Verity sugiere que las condiciones les son tan propicias que ni siquiera un incremento de impuestos los hace desistir de arraigarse en Reino Unido.
Verity da el ejemplo de los "non-doms", personas que aunque vivan en el país no tienen registrado su domicilio en Reino Unido, lo que les permite no pagar -o pagar muy poco- impuesto a las ganancias. Este grupo representa una parte importante de los milmillonarios de la lista del Sunday Times.
"En 2012 el gobierno decidió obligar a los non-doms a pagar el equivalente a US$ 85.000 (antes era US$ 50.000) para poder mantener ese estatus, si estaban viviendo en Reino Unido desde hacía más de 12 años", dice Verity.
Aunque en ese entonces muchos pensaron que habría un éxodo de multimillonarios, eso nunca ocurrió. Más aun, desde entonces el número de personas que alegremente pagan los US$ 85.000 saltó de 3.500 a 6.000. Y es que, ¿cuán grave es desembolsar US$ 85.000 para ahorrar mucho más en impuestos?
Claro, eso no es ni siquiera una ínfima fracción de tasa a la riqueza del 80% que propone el economista Piketty.
– La geografía de los valores de Europa (Project Syndicate – 26/5/14)
París.- ¿Cómo debería reaccionar Europa ante la reafirmación por parte de Rusia de su tradición imperial y los engañosos métodos y reflejos del pasado soviético? ¿Debería conceder prioridad al "valor de la geografía" o a la "geografía de los valores"?
Quienes optan por lo primero lo hacen en nombre del "realismo energético" a corto plazo, al sostener que reviste importancia decisiva alcanzar un acuerdo con Rusia, porque Europa carece del gas y del petróleo de esquisto de los Estados Unidos. Según ese razonamiento, este último país puede vivir sin Rusia, pero Europa no.
Además, para los realistas el comportamiento desafiante de los Estados Unidos con sus aliados más antiguos y más fieles, reflejado en los recientes escándalos de vigilancia en los que ha estado implicada la Agencia Nacional de Seguridad, ha desacreditado la idea misma de una "comunidad de valores". Si los Estados Unidos han dejado de respetar los valores que profesan, ¿por qué habría la Unión Europea de perder la buena voluntad del Kremlin en nombre de su observancia?
Semejantes realistas afirman también que, al alinear las posiciones de la UE con las de la OTAN, Europa ha optado imprudentemente por humillar a Rusia, actitud inútil y peligrosa. Ha llegado la hora -dicen- de aplicar una política que concilie el sentido común histórico y geográfico con la necesidad de energía. El futuro de Europa está inexorablemente vinculado con el de Rusia, mientras que los Estados Unidos han dado la espalda a Europa, por desinterés, si no desilusión. La conmemoración de un pasado glorioso -el 70º aniversario del Día D- no puede ocultar el presente menguante: aunque Europa intente diversificar sus recursos energéticos, no puede prescindir de Rusia en el futuro previsible.
¿Por qué -dicen los realistas- se debe morir por unos ucranianos que son aún más corruptos y mucho menos civilizados que los propios rusos? Ucrania ha tenido su oportunidad como Estado independiente y ha fracasado, víctima de la venalidad de sus minorías políticas dirigentes. Ha llegado la hora de cerrar ese triste paréntesis.
Esa opinión no es teórica. Se ve, en formas diversas, en toda la UE, en la derecha y la izquierda y en personas de todas las creencias. La percepción de la decadencia relativa de los EEUU y la profunda pérdida de confianza de la UE en sus valores y modelos parecen legitimar una posición basada en muchos casos en los restos de un antiguo antiamericanismo.
La otra vía, que insiste en la geografía de los valores por encima del valor de la geografía, fue la elegida por los padres fundadores del proyecto europeo y la OTAN. Según esa opinión, si no se reconocen los designios imperiales de Putin, aumentará el riesgo de que Europa sea presa de una forma de dependencia no benévola.
Para Europa, prestar atención al canto de sirena del Este -una melodía de complementariedad entre el poder estratégico de Rusia y el poder económico de la UE- sería como pagar a la Mafia para recibir protección de ella. ¿Cómo podría un club de democracias ser enteramente dependiente para su seguridad de una potencia autoritaria que desprecia a las claras sus "débiles" sistemas políticos?
No es coincidencia que esa actitud rusa de oposición a la democracia, a los inmigrantes y a la homosexualidad encuentre apoyo en los partidos más conservadores, extremistas y nacionalistas de la UE. En cambio, la fuerza y el atractivo del modelo de la UE dependen de su carácter democrático. Los europeos que han dejado de soñar con Europa, que dan por sentadas la paz, la reconciliación y sobre todo la libertad no se dan cuenta de lo que está en juego.
Adoptar una "raison d"état energética" que deje a Europa dependiente de Rusia respecto de una tercera parte de sus recursos energéticos sería suicida. Existen opciones substitutivas. Europa puede decir "no" al Kremlin y a Gazprom: basta con que tenga la voluntad necesaria para hacerlo.
La única política posible que puede ser a un tiempo realista, y digna, consiste en una combinación de firmeza y resolución para poner límites a la Rusia de Putin. Precisamente porque los Estados Unidos ya no son lo que eran (pues hicieron demasiado durante la presidencia de George W. Bush y demasiado poco durante la de Barack Obama) es por lo que la alianza de Europa basada en los valores es más indispensable que nunca.
Esos valores son los que propiciaron la caída del Muro de Berlín y motivaron a los manifestantes en Kiev a afrontar el brutal invierno ucraniano al aire libre en Maidan. De Asia a África, los pueblos parecen tener una mejor comprensión que los europeos de la importancia de los valores europeos. Basta con oírlos elogiar al continente de la paz, de la reconciliación e incluso de la igualdad relativa (comparado con los EE.UU.).
Para la UE, la opción nunca ha estado más clara. Para sobrevivir y prosperar, debe poner la geografía de los valores por encima de todo.
(Dominique Moisi is Senior Adviser at The French Institute for International Affairs (IFRI) and a professor at L'Institut d"études politiques de Paris (Sciences Po). He is the author of The Geopolitics of Emotion: How Cultures of Fear, Humiliation, and Hope are Reshaping the World)
– El salvavidas ucraniano de Europa (Project Syndicate – 28/5/14)
Nueva York.- Las elecciones al Parlamento Europeo y las elecciones presidenciales de Ucrania celebradas el pasado fin de semana produjeron resultados totalmente opuestos. Los votantes de Europa expresaron su insatisfacción por la forma como funciona actualmente la Unión Europea, mientras que el pueblo de Ucrania demostró su deseo de asociación con la UE. Los dirigentes y los ciudadanos europeos deberían aprovechar esta oportunidad para examinar su significado… y ver que la ayuda a Ucrania puede ayudar también a Europa.
La UE fue concebida originalmente como una asociación cada vez más estrecha de Estados soberanos deseosos de mancomunar una parte cada vez mayor de su soberanía en pro del bien común. Fue un experimento audaz en materia de gobernación internacional y Estado de derecho, encaminado a substituir al nacionalismo y al uso de la fuerza.
Lamentablemente, la crisis del euro ha transformado a la UE en algo radicalmente distinto: una relación de países acreedores y deudores en la que los primeros imponen condiciones que perpetúan su predominio. En vista de la baja participación en las elecciones al Parlamento Europeo y si sumáramos el apoyo del Primer Ministro de Italia, Matteo Renzi, al voto anti-UE de izquierda y de derecha, podríamos afirmar que la mayoría de los ciudadanos se oponen a las condiciones actuales.
Entretanto, justo cuando flaquea el audaz experimento de Europa en materia de gobernación internacional, Rusia está perfilándose como un rival peligroso de la UE, un rival que tiene ambiciones geopolíticas mundiales y está dispuesto a hacer uso de la fuerza. Putin está aprovechando una ideología nacional étnica para fortalecer su régimen. De hecho, el mes pasado en el programa ruso de radio Línea directa ensalzó las virtudes genéticas del pueblo ruso. La anexión de Crimea le ha dado popularidad en su país y su empeño por debilitar el predominio mundial de los Estados Unidos, en parte procurando una alianza con China, ha resonado favorablemente en el resto del mundo.
Pero el interés propio del régimen de Putin está reñido con los intereses estratégicos de Rusia; ésta se beneficiaría más de una cooperación más estrecha con la UE y los Estados Unidos, mientras que recurrir a la represión en Rusia y Ucrania es claramente contraproducente. Pese al elevado precio del petróleo, la economía rusa está debilitándose por la huida de capitales y talentos. La utilización de la violencia en la plaza Maidan de Kiev ha propiciado el nacimiento de una nueva Ucrania decidida a no formar parte de un nuevo imperio ruso.
El éxito de la nueva Ucrania constituiría una amenaza existencial para el gobierno de Putin en Rusia. Ésa es la razón por la que se ha empeñado tanto en desestabilizar a Ucrania fomentando las autodeclaradas repúblicas separatistas de la Ucrania oriental.
Con la movilización de las protestas contra los separatistas por parte del mayor empleador de la región de Donbas, el plan de Putin puede no dar resultado, por lo que ahora es probable que acepte los resultados de las elecciones presidenciales, con lo que se librará de sanciones suplementarias, pero es probable que Rusia busque otras vías para desestabilizar a la nueva Ucrania, cosa que no ha de ser demasiado difícil, en vista de que las fuerzas de seguridad, después de haber servido al régimen corrupto del ex Presidente Viktor Yanukóvich, están desmoralizadas y no necesariamente son leales a los nuevos dirigentes del país.
Todo ello ha sucedido muy rápida y recientemente. Tanto la UE como los EEUU están demasiado ocupados con sus problemas internos y siguen sin ser demasiado conscientes de la amenaza geopolítica e ideológica que representa la Rusia de Putin. ¿Cómo deberían reaccionar?
La primera tarea es la de contrarrestar los intentos por parte de Rusia de desestabilizar a Ucrania. Como el "pacto fiscal" y otras normas limitan las posibilidades de asistencia gubernamental, es necesario un pensamiento innovador. La medida más eficaz sería la de ofrecer seguros gratuitos contra los riesgos políticos a quienes inviertan en Ucrania o hagan negocios con ella. Así se mantendría en marcha la economía, pese a la agitación política, y se indicaría a los ucranianos que la UE y los EEUU -tanto sus gobiernos como sus inversores privados- están comprometidos con ellos. Si se les compensaran plenamente las pérdidas causadas por los sucesos políticos ajenos a su responsabilidad, las empresas acudirían en tropel a un nuevo y prometedor mercado abierto.
Los seguros contra los riesgos políticos pueden parecer demasiado complejos para aplicarlos rápidamente. En realidad, esos seguros ya existen. Aseguradores y reaseguradores privados como Euler Hermes de Alemania llevan años ofreciéndolos, además de instituciones internacionales como el Organismo Multilateral de Garantía de Inversiones del Banco Mundial y la Corporación de Inversiones Privadas en el Extranjero del Gobierno de los Estados Unidos. Sin embargo, tienen que cobrar primas importantes para cubrir el costo de los reaseguros.
Ante unas primas elevadas, la mayoría de las empresas se limitarían a esperar al margen hasta que pasara la tormenta. Ésa es la razón por la que los gobiernos interesados deben hacerse cargo de la función de reaseguro y utilizar sus organismos sólo para administrar las pólizas de seguros.
Podrían garantizar las pérdidas del mismo modo que financian al Banco Mundial: cada gobierno haría una modesta aportación de capital prorrateada y comprometería el resto en forma de capital exigible, que estaría disponible en caso de que se pagaran pérdidas y cuando así fuera efectivamente. La UE tendría que modificar el pacto fiscal para eximir el capital exigible y permitir que se amortizaran las pérdidas efectivas a lo largo de un número determinado de años. Las garantías de esa clase tienen una característica peculiar: cuanto más convincentes son, menos probable es que se invoquen; es probable que el reaseguro resulte muy económico. El Banco Mundial es un ejemplo patente de ello.
Actuando pronta y convincentemente, la UE podría salvar a Ucrania… y a sí misma. Lo que propongo para Ucrania podría aplicarse también en el nivel nacional. Mientras haya tantos recursos productivos desaprovechados, tendría sentido eximir del pacto fiscal las inversiones que con el tiempo se financiaran por sí solas. Renzi, por ejemplo, está propugnando precisamente esa medida.
Putin se propone convertir a Crimea en un escaparate prodigándole 50.000 millones de euros en los próximos años. Con el apoyo de Europa, Ucrania podría superarla y, si esa iniciativa indicara el comienzo de una política de crecimiento que tan apremiantemente necesita Europa, ésta, al salvar a Ucrania, se salvaría a sí misma.
(George Soros is Chairman of Soros Fund Management and Chairman of the Open Society Foundations. A pioneer of the hedge-fund industry, he is the author of many books, including The Alchemy of Finance, The New Paradigm for Financial Markets: The Credit Crisis of 2008 and What it )
– El nuevo mundo distópico de Putin (Project Syndicate – 30/5/14)
Moscú.- Tres meses después de las protestas que derrocaron al presidente ucraniano Víktor F. Yanukóvych y a su gobierno, generando una ola de agitación y caos, el país eligió nuevo presidente. Pero el presidente ruso Vladímir Putin aprovechó la primera ocasión que tuvo para desplegar tropas y anexar Crimea, y sigue siendo la figura clave de la que depende el futuro de Ucrania, país al que empuja cada vez más hacia algo mucho más peligroso que una nueva Guerra Fría.
Al tomar firmemente las riendas del futuro de Rusia, Putin simplificó la tarea de los que buscan comprender este país. De hecho, sus acciones están determinadas por un único objetivo; y contra lo que se suele creer, no se trata de ambición imperial. En realidad, la meta a la que está subordinada cada una de sus políticas es gobernar Rusia mientras viva.
La ambición de Putin no surge de un ansia patológica de poder, sino que se deriva totalmente de preocupaciones objetivas por su propia seguridad. Sabe cuáles son las leyes del sistema autocrático que ayudó a reconstruir en Rusia, un sistema en el que un líder que pierde el poder puede terminar viéndose arrastrado fuera de alguna cloaca o ratonera para ser ejecutado (como le sucedió al coronel Muamar El Gadafi en Libia y a Saddam Hussein en Irak).
Vista en esta perspectiva, la estrategia de Putin para Ucrania ha sido coherente y lógica en todas sus etapas. En las protestas de la plaza Maidan (Independencia) de Kiev, Putin vio la posibilidad de que Ucrania trascendiera el autoritarismo corrupto poscomunista que su propio régimen encarna, y temió que el acercamiento de Ucrania a un modelo europeo de competencia económica y política agitara demandas similares en Rusia.
Para evitarlo, era preciso cortar de raíz la revolución ucraniana contra Yanukóvych, el inmensamente corrupto títere del Kremlin, y desprestigiarla ante los ojos del pueblo ruso. Que esos eran los objetivos de Putin quedó de manifiesto en el discurso que pronunció en marzo ante las élites políticas rusas, tras la anexión de Crimea.
Pero las acciones de Putin en Ucrania no solo han servido para someter a los demócratas rusos. Al concentrar su estrategia en la mayoría rusa de Crimea y declararse poseedor del derecho de "proteger" a los rusos étnicos en el extranjero, Putin sumó a su mito legitimador el papel de salvador de la nación, algo que puede ayudarlo a conservar el poder por tiempo indefinido.
El ascenso de Putin al poder, por cierto, se sustentó sobre otro mito: el del enérgico joven oficial de la KGB capaz de detener la desintegración de la Federación Rusa "liquidando" chechenos "en el retrete", capaz de estabilizar la economía y usar la inmensa riqueza natural del país para fomentar su prosperidad. Pero de ese mito queda muy poco.
Putin sabe perfectamente lo que sucede cuando un mito rector se derrumba. La Unión Soviética se sostenía en la creencia de la población en el comunismo como camino hacia una sociedad justa. Cuando el mito se vino abajo, lo mismo le pasó a la Unión Soviética.
Desde el principio de su reinado en 2000, Putin está decidido a no cometer el mismo error. Con la ayuda de los medios de comunicación rusos, busca presentarse a sí mismo como el mesías de Rusia y convencer a los miembros de la etnia rusa, dondequiera que estén, de apoyar su liderazgo a perpetuidad. Y hasta ahora parece que lo está logrando: la anexión de Crimea obtuvo amplia aprobación en Rusia.
Pero la estrategia de Putin es sumamente arriesgada, sobre todo por el perturbador parecido que tiene con el llamado de unión lanzado por Hitler a todos los alemanes étnicos. Al poner la pertenencia étnica por encima de la ciudadanía, Putin está desafiando las bases del sistema internacional y provocando un rápido deterioro de las relaciones entre Rusia y Occidente.
Durante la Guerra Fría, la aceptación por ambas partes del concepto de "destrucción mutua asegurada" garantizó que las armas nucleares tuvieran un papel disuasor, lo que obró a favor de la estabilidad estratégica. Pero para Putin, la amenaza de un ataque nuclear es una táctica perfectamente lógica. Dada la debilidad relativa del ejército ruso en términos convencionales, el único modo que tiene Putin de afirmar su autoridad internacional es reclamar para sí total libertad de acción en el espacio post-soviético y amenazar a Occidente con iniciar una guerra nuclear limitada (que está seguro de poder ganar) en caso de que interfiera con sus ambiciones imperiales.
Esta estrategia le está rindiendo frutos. La respuesta inmediata de Estados Unidos y la Unión Europea a la anexión rusa de Crimea fue declarar "absolutamente excluida" una intervención militar, dado que Ucrania no es miembro de la OTAN.
Las relaciones internacionales nunca habían estado tan volátiles desde los últimos meses de vida de Iósif Stalin, cuando para restaurar su autoridad, este creó una estrategia basada en tres elementos: preparación para una tercera guerra mundial, liquidación de la jerarquía del Partido Comunista y antisemitismo genocida. Solo su muerte, en 1953, salvó a Rusia (y de hecho, al mundo entero) de que las cosas se dieran según sus planes.
¿Quién salvará al mundo de Putin?
(Andrei Piontkovsky is a Russian political scientist and a visiting fellow at the Hudson Institute in Washington, DC.)
– Europa en un mundo multipolar (Project Syndicate – 9/6/14)
Berlín.- Un aspecto de la crisis en Ucrania que Rusia y Occidente tienen que entender es que el resto del mundo parece no interesarle el tema del todo. Aunque Occidente, junto con Japón, pueden considerar la crisis como un desafío al orden mundial, la mayoría de los demás Estados no se sienten en riesgo por la anexión de Crimea por Rusia u otros proyectos que tenga en ese país. En cambio, muchos perciben la crisis principalmente como la incapacidad de Europa para resolver sus propias disputas regionales -aunque un resultado exitoso podría dar un impulso a la influencia de Europa en el mundo como actor de mantenimiento de la paz.
A medida que la crisis en Ucrania se desarrollaba, en Rusia los responsables del diseño de políticas y comentaristas hablaban del "final de la era de la posguerra fría", mientras que el viceprimer ministro ruso, Dimitri Rogozin, incluso parecía dar la bienvenida al comienzo de la nueva Guerra Fría. Dichos deseos se basan en la idea de que un conflicto entre Rusia y Occidente definiría una vez más todo el sistema internacional, lo que daría así nuevamente a Rusia su estatus de superpotencia.
Sin embargo, lo anterior no va a suceder. Como lo muestran las reacciones de las potencias emergentes a la crisis en Ucrania, la política mundial ya no está definida por lo que sucede en Europa, incluso cuando se está gestando allí un conflicto mayor. El sistema internacional se ha vuelto tan multipolar que ningún Estado no europeo puede ahora elegir velar por sus propios intereses en lugar de sentir la obligación de apoyar a Oriente u Occidente.
Solo unos cuantos dirigentes dudan que el uso de la fuerza de Rusia para poner en riesgo la integridad territorial de Ucrania, cambiar sus fronteras y anexarse Crimea violara el derecho internacional. La abstención de China en el voto subsecuente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas claramente mostró el malestar de sus dirigentes con la política del Kremlin. Sin embargo, casi un tercio de los miembros de las Naciones Unidas enviaron un mensaje igualmente contundente mediante su abstención o no participación en el voto de la Asamblea General para condenar las acciones de Rusia.
Incluso los gobiernos amigos de Occidente -incluido Brasil, India, Sudáfrica e Israel– no estaban preparados para apoyar a una u otra parte. La periodista de India, Indrani Bagchi, consideró las abstenciones como una nueva forma de no alineación.
El cinismo y el schadenfreude también pueden tener una influencia. Raja Mohan, prominente estratega indio, señala que Europa "nunca ha dejado de dar lecciones a Asia sobre las virtudes del regionalismo", pero ahora parece incapaz de lidiar con sus propios desafíos regionales de seguridad.
El mensaje implícito de la nueva tendencia de no alineación es directo: ¿Por qué nos debe importar el conflicto territorial en Europa cuando los europeos no logran actuar enérgicamente en Palestina, Cachemira o en las disputas territoriales por el Mar de China Oriental y el Mar de China Meridional? En cambio, muchos de estos países están llamando a Occidente a apaciguar la crisis y a, como se pidió en una declaración oficial china del Ministerio de Asuntos Exteriores, "mostrarse prudente y no provocar un aumento de las tensiones."
Se trata de un buen consejo -y no es diferente de lo que los europeos recomiendan a otros en situaciones similares. Sin embargo, a diferencia de otras regiones del mundo, Europa, incluida Rusia, puede estar orgullosa de sus organizaciones de seguridad regional, como la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE); Europa necesita garantizar su funcionamiento.
Por ejemplo, la OSCE ganaría una gran fuerza si, mediante su amplio abanico de mecanismos diplomáticos (como mesas de negociación y apoyo durante reformas constitucionales) lograra mitigar la crisis en Ucrania, lo que por ende fortalecería la seguridad europea. Al llevarlo a cabo, también se ofrecería un ejemplo poderoso de regionalismo institucionalizado que podría servir de modelo de resolución de conflictos a otros países.
Alternativamente, si Europa es incapaz de resolver con diplomacia la crisis en Ucrania, su influencia global, y la de Rusia, sin duda desaparecerá. Rusia ha mostrado al mundo que es posible acosar a sus vecinos y robar su territorio mediante la fuerza bruta; pero en un sistema multipolar globalizado, esto no será suficiente para sumar otros países a su causa. Además, la UE, como un tigre de papel muy sofisticado, no sería más atractivo.
Los Estados miembros de la UE no tienen interés en dejar que el continente retorne al nacionalismo étnico y la política del poder. La crisis en Ucrania es por ende un desafío y al mismo tiempo una oportunidad. Si Europa quiere seguir siendo un polo en el sistema internacional multipolar, tiene que probar que puede emprender una política exterior y de seguridad común, en especial en tiempos de crisis y conflicto.
Esto significa que la UE debe surgir de la crisis en Ucrania con un compromiso más fuerte hacia la defensa común y la planificación de contingencias conjunta, y una política energética unificada que garantice independencia de Rusia en cuanto al gas y el petróleo. Sin embargo, Europa también tiene que mostrar que tiene la capacidad y la decisión de defender los principios de las relaciones internaciones basadas en normas.
Mantener y fortalecer los pilares de defensa común de Europa no es una tarea sencilla, pero las organizaciones de seguridad multilaterales como la OSCE no están diseñadas para actuar en tiempos pacíficos. Tienen el objetivo de proteger a los miembros de la manipulación y la agresión, de una forma que permita reunir apoyo mundial. En este sentido, el principal deber de Europa ahora es potenciar sus considerables activos estratégicos.
(Volker Perthes is Chairman and Director of Stiftung Wissenschaft und Politik, the German Institute for International and Security Affairs, Berlin)
– Librarse del abrazo del oso (Project Syndicate – 30/6/14)
Praga.- Tres ex repúblicas soviéticas -Georgia, Moldova y Ucrania- han firmado acuerdos de asociación con la Unión Europea, a pesar de los intentos, a veces brutales, de Rusia para obstaculizar el proceso. Esto es ciertamente un logro prometedor para todos estos países, que han luchado para alcanzar la estabilidad desde la disolución de la Unión Soviética. No obstante, sería ingenuo pensar que Rusia se dará por vencida tan fácilmente.
Como lo ha demostrado la crisis de Ucrania una vez más, las ex repúblicas soviéticas que intentan tomar decisiones geopolíticas sin el consentimiento del Kremlin no permanecen intactas por mucho tiempo. En Georgia, las regiones separatistas de Abjazia y Osetia del Sur han tenido una independencia de facto desde que Rusia las reconoció en 2008. Actualmente, las posibilidades de su reintegración parecen más lejanas que nunca.
Por su parte, Moldova ha estado luchando durante dos décadas para afirmar su control sobre la región separatista de Transnistria. Además, en febrero la pequeña región autónoma de Gagauzia, con una población de origen turco, anunció mediante un referéndum apoyado por Rusia que tiene el derecho de separarse si Moldova "pierde su condición de Estado". Ahora el peligro es que los líderes separatistas busquen manipular la pérdida de soberanía supuestamente inherente a la asociación con la UE para reivindicar ese derecho.
Más allá de disuadir a las ex repúblicas soviéticas de buscar vínculos más profundos con la UE, Rusia ha creado una especie de "UE" propia: la Unión Económica Euroasiática (EaEU por sus siglas en inglés). En mayo, los líderes de Rusia, Bielorrusia y Kazajistán establecieron la EaEU mediante la firma de un tratado que entrará en vigor el próximo año, si los parlamentos de los tres países lo ratifican.
El presidente Vladimir Putin ha insistido en que el objetivo de la EaEU no es ser una Unión Soviética "resucitada", pero que toda ex república soviética puede adherirse. Y algunas están muy dispuestas a hacerlo. Según una encuesta reciente, alrededor del 80% de los ciudadanos de Kazajstán apoyan a Putin, y aproximadamente el 70% respalda la membresía de su país en la EaEU.
Si bien algunos países han perseverado ante las amenazas de Rusia de provocarles problemas separatistas, étnicos o de otra índole si buscan integrarse con la UE, otros han cedido a la presión. En septiembre, Armenia, que ha estado en conflicto durante más de dos décadas con Azerbaiyán por la región separatista de Nagorno-Karabaj, súbitamente interrumpió sus negociaciones de integración con la UE y anunció su intención de adherirse a las estructuras encabezadas por Rusia.
Kirguistán, uno de los países post-soviéticos más pobres de Asia Central no tiene problemas abiertos de separatismo, aunque hay tensiones étnicas en el sur, donde los enfrentamientos entre uzbekos y kirguisos tuvieron un saldo de más de 400 muertos en 2010. Este mes, el país cerró el centro de tránsito militar de los Estados Unidos cerca de Bishkek y manifestó su intención de adherirse a la unión aduanera que precedió a la EaEU para finales de este año.
El Kremlin está utilizando otros mecanismos para ejercer más presión sobre las ex repúblicas soviéticas. El ministerio de relaciones exteriores del país acaba de anunciar que a partir del 1º de enero los ciudadanos de los países post-soviéticos que no sean miembros de la unión aduanera y de la EaEU ya no podrán entrar a Rusia sin pasaporte. Con seguridad, a esto seguirán requisitos de visas para los ciudadanos de esos países, lo que para algunos plantearía graves problemas. Por ejemplo, las remesas que envían los 1.5 millones de ciudadanos de Tayikistán que viven y trabajan en Rusia a sus familias son esenciales para la economía de su país.
Igualmente, en abril Putin firmó leyes que simplifican el procedimiento para que las personas cuya lengua materna es el ruso obtengan la ciudadanía rusa. El objetivo de la ley, que se promulgó apenas un mes después de la anexión de Crimea a Rusia, era claramente dar fundamentos jurídicos para acelerar el proceso de solicitud de ciudadanía para los residentes de Crimea y el resto de Ucrania oriental. Sin embargo, puede permitir a millones de otros ciudadanos de lengua rusa de los países miembros de la EaEU optar por la ciudadanía rusa, lo que podría utilizarse para presionar a Estonia y Lituania, que tienen grandes poblaciones de personas de lengua rusa.
No obstante, el desarrollo de la EaEU no está avanzando completamente según los planes de Putin. En una reunión reciente de la Comisión Económica Euroasiática celebrada en Sochi, Bielorrusia y Kazajistán rechazaron la propuesta del Kremlin de introducir derechos de aduana a los bienes importados de Ucrania en caso de que ese país firmara el acuerdo de asociación con la UE. El gobierno bielorruso considera que es derecho soberano de Ucrania firmar acuerdos con la UE -lo que contradice plenamente la posición de Rusia- y aparentemente está dispuesto a aplicar sus propios derechos a la importación de bienes electrónicos de Rusia.
Como están las cosas, la EaEU parece tener dos objetivos principales: obstaculizar la integración de las ex repúblicas soviéticas a Occidente y contribuir a la consolidación del poder de Putin. El progreso económico no parece formar parte del programa.
A menos que logre conseguir de cualquier modo beneficios tangibles, el destino se la EaEU será convertirse en otra iniciativa institucional fallida como la Comunidad de Estados Independientes, el Estado de la Unión de Rusia y Bielorrusia, o la Unión de Asia Central. Incluso podría acelerar el declive interno de Rusia.
(Merkhat Sharipzhan is a senior analyst with Radio Free Europe / Radio Liberty)
– Por qué Putin asume riesgos en Ucrania (Expansión – WSJ Europe – 22/7/14)
(Por Gerald F. Seib)
Para entender las verdaderas intenciones que tiene Vladimir Putin en Ucrania, por qué está dispuesto a asumir riesgos como el que provocó el derribo del avión comercial de Malasian Airlines y por qué EEUU y sus aliados deberían considerar su lucha de poder como un intento de alterar el curso no sólo de Ucrania sino del resto de Europa, es necesario entender la historia de dos países.
El primero es Polonia, con una población de 38 millones de habitantes. Después del fin de la Guerra Fría, el país que formaba parte del Pacto de Varsovia decidió acercarse a Occidente. Primero mostró su intención de ingresar en el club de la Unión Europea y pasó a formar parte de la OTAN en 1999. Después de modernizar su economía, se convirtió oficialmente en miembro de la UE en 2004.
Al lado de Polonia se sitúa Ucrania, un país con una población de 44 millones de habitantes. Tras el fin de la Guerra Fría, en lugar de mirar a Occidente, este antiguo miembro de la Unión Soviética decidió mantener su relación con Rusia.
¿Qué ha ocurrido con estos dos países vecinos desde la caída del Muro de Berlín? Para expresarlo en pocas palabras, se han movido en direcciones completamente opuestas.
Polonia, el país que decidió integrarse en la economía occidental, ha crecido a un ritmo casi dos veces superior al de Ucrania. De hecho, el año pasado, su tasa de crecimiento fue tres veces mayor.
Aunque es algo más pequeño que sus dos países vecinos, el PIB de Polonia es ahora mismo dos veces superior al de Ucrania.
Estas diferencias son las que deben ser motivo de preocupación para Putin y también son las que hicieron saltar las alarmas cuando Ucrania, emulando a su vecina Polonia, comenzó a acercarse a Occidente a principios de este año.
Permitir que ese giro se materializara, en uno de los satélites más importantes de Rusia, habría dado al traste con cualquier sueño que pudiera albergar Moscú de reconstruir un imperio ruso.
En resumen, el objetivo de recrear una esfera de influencia rusa colisionaba directamente con la ampliación de un modelo occidentalizado de UE para Europa que se estaba fraguando a las puertas de Rusia.
Putin se enfrentó a una decisión histórica: nadar con la marea o luchar contra corriente. Eligió la segunda opción.
"Creo que el objetivo de Rusia es, en primer lugar, una Ucrania débil y dividida y, más adelante, una Europa y una UE débil y dividida", asegura Robert Hormats, subsecretario de Estado de Asuntos Económicos de EEUU durante la primera legislatura de Obama. Además, el nivel al que prospere un país como Polonia, añade, "crea un fuerte contraste con las difíciles perspectivas económicas de la propia Rusia".
Aprovechando un momento de relativa, aunque pasajera, fortaleza, Putin reaccionó con rapidez para intentar dar un giro a estas tendencias.
Ahora mismo, la dependencia de Europa Occidental del gas natural ruso da al presidente ruso cierta influencia desde el punto de vista económico.
A medida que Europa ha ido aumentando el consumo del gas natural que exporta Putin, el comercio de la UE con Rusia se ha triplicado durante la última década.
No obstante, no parece que esta ventaja económica de Rusia vaya a prolongarse indefinidamente; tarde o temprano, Europa acabará reduciendo su dependencia de los hidrocarburos rusos. Pero, por ahora, Putin debe de haber pensado que su ofensiva en Ucrania no tendría una respuesta contundente ni de UE ni de EEUU. Y parece que no se equivocó. Los intereses empresariales, no sólo en Europa sino también en EEUU, han conseguido evitar un endurecimiento de las sanciones económicas. Es probable que el derribo del avión de Malasian Airlines haya cambiado algo las cosas.
Mientras tanto Polonia contempla sobresaltada el acoso al que está sometiendo Rusia a Ucrania y no entiende la falta de una respuesta por parte de Occidente hasta la fecha. Por su pasado, Polonia sabe que es vulnerable por su cercanía al Este, motivo por el cual busca más ayuda del club occidental al que pertenece.
En una entrevista a medios alemanes publicada el fin de semana, el ministro de Asuntos Exteriores polaco, Radoslaw Sikorski, aseguró que "la crisis en Ucrania podría haberse evitado". "Europa ha hecho muy poco para influir en la conducta de Rusia en las distintas etapas del conflicto. Cuando el año pasado Rusia impuso un boicot comercial a Ucrania como penalización a su acercamiento a Europa, pedí a mis colegas que tomaran medidas. Si Occidente hubiera reaccionado, seguramente la actual escalada se habría evitado", concluyó el político.
Al presidente Barack Obama debería inquietarle que el mes pasado una revista polaca publicara la transcripción de una conversación filtrada de Sikorski en la que aseguraba que los lazos defensivos de Polonia con EEUU eran "inútiles".
En esta última entrevista el ministro se mostró más diplomático, aunque insistió en la necesidad de que Occidente reforzara su defensa para evitar el destino de Ucrania. "La realidad es que hay muchas bases militares de Occidente en países seguros y, en cambio, hay mucha indecisión a la hora de trasladar estas bases a países que se sienten amenazados", concluyó.
– ¿Un punto de inflexión para Putin? (Project Syndicate – 23/7/14)
Nueva York.- Cuando la incompetencia en el Kremlin se vuelve asesina, sus ocupantes pueden empezar a temblar. Al empezar a conocerse en Rusia la noticia del derribo del vuelo 17 de Malaysia Airlines sobre Ucrania, las personas con buena memoria recordaron el ataque de la Unión Soviética -el próximo septiembre hará 31 años- al vuelo 007 de Korean Air Lines y sus consecuencias políticas.
En aquella época, el Kremlin primero mintió al mundo diciendo que nada tenía que ver con la desaparición del avión de KAL. Después afirmó que el reactor surcoreano iba en misión de espionaje para los Estados Unidos, pero para los dirigentes soviéticos el incidente fue un punto de inflexión. Acabó con la carrera del mariscal Nikolai Ogarkov, Jefe del Estado Mayor y el más intransigente de los partidarios de la línea dura, cuyos incoherentes y nada convincentes intentos de justificar el derribo del avión resultaron profundamente bochornosos para el Kremlin.
La ineptitud de Ogarkov (y su inepta mendacidad), junto con el fracaso de la guerra de la Unión Soviética en el Afganistán, que se veía venir desde 1979, revelaron la avanzada decrepitud del sistema. El estancamiento que había comenzado durante el gobierno de Leonid Brezhnev se intensificó después de su muerte en 1982. Sus sucesores -primero Yuri Andropov, del KGB, y después Konstantin Chernienko, del Comité Central del Partido Comunista- no sólo tenían un pie en la tumba cuando llegaron al poder, sino que, además, carecían de la menor preparación para reformar a la Unión Soviética.
La enorme pérdida de vidas en el Afganistán (comparable con las de los Estados Unidos en el Vietnam, pero en un período mucho más corto) indicó ya a muchos que el Kremlin estaba volviéndose un peligro para sí mismo; el ataque a un avión civil de pasajeros pareció confirmar esa opinión, que se iba generalizando. Esa comprensión fue lo que aceleró el ascenso al poder de Mijail Gorbachev, además del apoyo entre los dirigentes a sus políticas reformistas de perestroika y glasnost.
Naturalmente, la historia no es el destino, pero podemos estar seguros de que a los menos alguno de los miembros del círculo íntimo del Presidente de Rusia, Vladimir Putin -si no este mismo-, han estado pensando en el fracaso de Ogarkov y sus consecuencias para la minoría soviética dominante. Al fin y al cabo, los dirigentes del Kremlin, incluido Putin, se definen mediante lo que era y no lo que podría ser.
De hecho, las razones de Putin para anexionarse a Crimea se parecen mucho a las de Brezhnev para invadir al Afganistán: confundir a los enemigos que intentaban rodear al país. En 2004, dirigiéndose a veteranos rusos de la invasión del Afganistán, Putin explicó que había razones geopolíticas legítimas para proteger la frontera soviética en el Asia central, del mismo modo que en el pasado mes de marzo citó las preocupaciones por la seguridad para justificar su apropiación de territorio ucraniano.
En la era de Brezhnev, las políticas expansionistas reflejaban la nueva riqueza del país debida a la energía. También el aumento y la modernización de las fuerzas militares del pasado decenio por parte de Putin fue posible gracias a las exportaciones de energía, pero el más reciente beneficio aportado por la energía ha ocultado la incompetente gestión económica de Putin, pues ahora el crecimiento y los ingresos estatales dependen enteramente del sector de los hidrocarburos.
Además, la incompetencia de Putin no afecta solo a la economía. Sus fuerzas de seguridad siguen siendo brutales y estando exentas de la obligación de rendir cuentas y en algunas partes del país se han mezclado con bandas delictivas. Su judicatura, privada de independencia, no defiende a los ciudadanos de a pie y las instalaciones militares, los submarinos, las plataformas petroleras, los hospitales y las residencias para jubilados explotan, se desploman o se hunden periódicamente por la negligencia y la falta de responsabilidad.
Cuando decaiga -como decaerá- el apoyo público a la anexión de Crimea por parte de Putin, sus fallos resultarán más evidentes a la luz de la catástrofe del MH17. Si el Estado ruso funcionara bien, Putin podría seguir soportando la presión de los dirigentes de la oposición, pero la acusación de ésta de que el régimen de Putin está compuesto de "estafadores y ladrones" resonará más fuerte, porque ahora los rusos pueden ver los resultados en todas partes.
Al convertirse Putin, en realidad, en el propio Estado, como la gerontocracia que se desplomó con el ascenso de Gorbachev, se lo considera cada vez más responsable de todos los fracasos estatales y, aunque los rusos reflexivos puedan ser rehenes de la arrogancia y las meteduras de pata de Putin, el resto del mundo no. De hecho, ahora no es probable que sus socios -en particular los otros países BRICS (el Brasil, la India, China y Sudáfrica)- puedan hacer la vista gorda, como hicieron durante su reciente cumbre celebrada en el Brasil, ante su desprecio del derecho internacional y la soberanía nacional de sus vecinos y también a Europa parecen habérsele caído las anteojeras respecto de Putin, con el resultado de que casi con toda seguridad se le impondrán sanciones severas.
Como Putin tiene sólo 61 años de edad, es un decenio más joven que los dirigentes que condujeron a la Unión Soviética hacia el precipicio y la Constitución le permite permanecer en el poder durante al menos otros diez años, pero, en vista de que en 2013 el aumento del PIB fue tan solo del 1,3 por ciento y con la probabilidad de que las sanciones aceleren el declive de la economía, el orgullo patriótico no podrá protegerlo mucho más tiempo.
Al habérsele ido la mano en el Afganistán y haber mentido al mundo por el derribo del KAL 007, el régimen soviético reveló y aceleró la putrefacción que hizo inevitable el desplome. No hay motivo para creer que el intento de Putin de restablecer a Rusia como potencia imperial vaya a tener una suerte diferente.
(Nina L. Khrushcheva is a professor in the Graduate Program of International Affairs at the New School in New York, and a senior fellow at the World Policy Institute, where she directs the Russia Project. She previously taught at Columbia University"s School of International and Public Affairs, and is the author of Imagining Nabokov: Russia Between Art and Politics and The Lost Khrushchev: A Journey into the Gulag of the Russian Mind)
– La visión eurasiática de Rusia (Project Syndicate – 1/8/14)
Nueva York.- El conflicto en aumento en Ucrania entre el Gobierno, apoyado por Occidente, y los separatistas respaldados por Rusia, ha hecho que se centrara la atención en una cuestión fundamental: ¿cuáles son los objetivos del Kremlin a largo plazo? Aunque el objetivo inmediato del Presidente de Rusia, Vladimir Putin, se ha limitado a recuperar el control de Crimea y conservar alguna influencia en los asuntos ucranianos, su ambición a largo plazo es mucho más atrevida.
Dicha ambición no es difícil de discernir. En cierta ocasión Putin hizo la famosa observación de que el desplome de la Unión Soviética fue la mayor catástrofe del siglo XX. Así, su objetivo a largo plazo ha sido el de reconstruirla de alguna forma, tal vez como una unión supranacional de Estados miembros como la Unión Europea.
Ese objetivo no es sorprendente: decadente o no, Rusia siempre se ha considerado a sí misma una gran potencia que debía estar rodeada de Estados-tampón. En la época de los zares, la Rusia imperial extendió sus dominios con el tiempo. Con los bolcheviques, Rusia construyó la Unión Soviética y una esfera de influencia que abarcaba gran parte de la Europa central y oriental y ahora, con el régimen igualmente autocrático de Putin, Rusia se propone crear, con el tiempo, una vasta Unión Eurasiática (UEA).
Si bien la UEA sólo es aún una unión aduanera, la experiencia de la Unión Europea indica que una zona de libre comercio lograda propicia con el tiempo una mayor integración económica, monetaria y más adelante política. El objetivo de Rusia no es el de crear otro Tratado de Libre Comercio de América del Norte, sino otra UE, en la que el Kremlin cuente con todas las palancas de poder. El plan ha quedado claro: comenzar con una unión aduanera -inicialmente Rusia, Belarús y Kazajstán- y añadir a la mayoría de las antiguas repúblicas soviéticas. De hecho, Armenia y Kirguizstán están en ello.
Una vez establecida una amplia unión aduanera, los vínculos comerciales, financieros y de inversión dentro de ella aumentan hasta el punto de que sus miembros estabilizan sus tipos de cambio respectivos. Luego, tal vez un par de decenios después de la formación de la unión aduanera, sus miembros examinan la posibilidad de crear una unión monetaria con una divisa común (¿el rublo eurasiático?) que se pueda utilizar como unidad de cuenta, medio de pago y reserva de valor.
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