La conveniencia de incorporar a Rusia y Turquía a la Unión Europea (página 5)
Enviado por Ricardo Lomoro
Al hacer ostentación de sus ambiciones regionales hegemónicas, China ha logrado que países tan diversos como Vietnam, Indonesia y Filipinas se unan contra ella: ahora desean más que nunca que Estados Unidos siga presente como potencia asiática. De hecho, trascendiendo su enemistad histórica con Japón, tienden a demostrar más comprensión hacia la retórica del gobierno del Primer Ministro japonés Shinzo Abe y su nueva y más potente política de defensa que por la última demostración de fuerza de China.
Se dice a veces que la historia no nos enseña nada pero lo contiene todo. Sin embargo, probablemente las lecciones de la diplomacia clásica sean más útiles hoy que en el siglo veinte. Atrás ha quedado la era de las grandes ideologías y nos espera una marcada por el estricto cálculo de los intereses propios. Mientras tanto, puede que la guerra haya cambiado más que la diplomacia, y probablemente para peor. La potencia destructiva de nuestras armas ha alcanzado nuevos máximos en tiempos que el "enemigo" se vuelve más difuso. ¿Cómo se hace la guerra a la inestabilidad? ¿Cómo se combate un adversario que desaparece en la sociedad civil?
Incluso si los avances tecnológicos han cambiado las formas de hacer diplomacia, en lo fundamental sus reglas siguen siendo las mismas. Para tener éxito es necesario entender los intereses y las percepciones de nuestras contrapartes, así como poseer un sentido innato de la moderación y la autolimitación, elementos de los que tanto Rusia como China parecen carecer en estos momentos.
Por otra parte, cabría preguntarse si el presidente estadounidense Barack Obama no debería aprender de Bismarck, pero del Bismarck Canciller de Hierro, que unió Alemania tras la guía de Prusia. ¿Está mostrando suficiente decisión y visión en su política hacia Irán o, yendo más al punto, hacia Siria? Como demostrara Bismarck, una realpolitik fría y decidida es la mejor manera de mantener la paz.
(Dominique Moisi is Senior Adviser at The French Institute for International Affairs (IFRI) and a professor at L'Institut d"études politiques de Paris (Sciences Po). He is the author of The Geopolitics of Emotion: How Cultures of Fear, Humiliation, and Hope are Reshaping the World )
– Ucrania: un error garrafal de Europa (Project Syndicate – 31/12/13)
(Por Joschka Fischer)
Berlín.- Debe de ser la primera vez que a la Unión Europea le pasa algo así: el gobierno del presidente de Ucrania, Víktor Yanukóvich, fingió negociar un acuerdo de asociación y después se echó atrás a último minuto. Los líderes de la Unión Europea se sintieron engañados, pero en Moscú hubo ánimo de fiesta.
Ahora sabemos que para Yanukóvich, el verdadero motivo de la negociación era subirle a Rusia el precio de mantener a Ucrania en su órbita estratégica. Pocos días después, Yanukóvich y el presidente ruso Vladímir Putin anunciaron la concesión de un préstamo de Rusia a Ucrania por 15.000 millones de dólares, además de una rebaja del precio del gas natural y diversos acuerdos comerciales.
Desde el punto de vista de Yanukóvich, el acuerdo con Rusia tiene sentido en el corto plazo: el gas barato ayudará a Ucrania a pasar el invierno; el préstamo le servirá para no caer en cesación de pagos de su deuda; y se mantiene abierto el mercado ruso (del que depende su economía). Pero a mediano plazo, al rechazar a la Unión Europea y elegir a Rusia, Ucrania corre riesgo de perder su independencia, de la cual depende el orden post-soviético de Europa.
En lo que atañe a su orientación estratégica, Ucrania es un país dividido. Las regiones al este y al sur del país (especialmente Crimea) quieren volver con Rusia, mientras que las del oeste y el norte insisten en acercarse a Europa. La única salida previsible a este conflicto interno (si cabe hablar de una salida) implica un alto grado de violencia, como sugieren las protestas masivas que en este momento se desarrollan en Kiev. Pero nadie en su sano juicio desearía algo así. Ucrania necesita una solución pacífica y democrática, y sólo la hallará dentro del statu quo.
Lo que hizo la Unión Europea necesita explicación. Yanukóvich siempre fue aliado del Kremlin; de hecho, su triunfo electoral en 2010 señaló el fin de la Revolución Naranja ucraniana, un movimiento proeuropeo que había impedido a Yanukóvich robarse la elección presidencial de 2004 y mantener a Ucrania en el campo ruso. Entonces, ¿por qué la Unión Europea insistió con el acuerdo de asociación, si no podía prometer nada comparable a la oferta rusa?
La respuesta está en la relación entre Europa y Rusia. Con el derrumbe de la Unión Soviética, Rusia no sólo perdió la condición de potencia mundial, sino que dentro de Europa se vio obligada a retirar hacia el este una frontera que venía extendiendo hacia el oeste desde los tiempos de Pedro el Grande y que en algún momento llegó al Elba y a Turingia. Desde que asumió como presidente de la Federación Rusa en reemplazo de Boris Yeltsin, Putin se puso tres objetivos estratégicos, en cuya búsqueda ha sido perseverante: poner fin a la sumisión estratégica en la que está Rusia respecto de Occidente desde la caída de la Unión Soviética; restablecer su soberanía sobre la mayor parte de las repúblicas ex soviéticas (o al menos, un grado de control suficiente para detener la expansión de la OTAN hacia el este); y recuperar en forma gradual un estatus de potencia mundial para Rusia.
El plan de Rusia para cumplir estos objetivos no era apelar al Ejército Rojo, sino a su potencial económico; sobre todo, a una política estratégica de energía, sostenida por sus enormes reservas de petróleo y gas natural. Esto la obligaba a asegurar el control de esos recursos, además de establecer nuevas rutas de exportación a Europa que eludieran a Ucrania y de ese modo la hicieran vulnerable al chantaje, ya que se le podría cortar el suministro de gas sin afectar a Europa. El objetivo final era recuperar el control ruso sobre la red ucraniana de gasoductos. Una vez logrado, sería posible convencer a Ucrania de que se uniera a la "Unión Euroasiática" patrocinada por Putin, alternativa rusa a la Unión Europea cuyo objetivo es mantener a las repúblicas ex soviéticas dentro de la esfera de influencia de Rusia.
Además de usar los gasoductos Nord Stream y South Stream para desconectar a Ucrania de las exportaciones de energía de Rusia a Europa, el Kremlin logró impedir el acceso de Europa a las regiones ricas en hidrocarburos del mar Caspio y Asia Central. Esto hace que países como Azerbaiyán, Turkmenistán y Kazajistán estén prácticamente obligados a recurrir a las redes de transporte rusas para exportar su producción a Occidente. La única excepción es el oleoducto Bakú-Tiflis-Ceyhan (BTC) entre Azerbaiyán y Turquía, una iniciativa impulsada por Estados Unidos; Europa no hizo nada parecido.
Nada de esto es un secreto en las capitales occidentales; por el contrario, el objetivo final de Putin (lograr una revisión amplia del orden estratégico de Europa tras la Guerra Fría) se hace cada vez más evidente a medida que Rusia se acerca a alcanzarlo. Pero hasta el momento, la Unión Europea y Estados Unidos no han querido o no han podido formular una respuesta eficaz.
Supuestamente, la iniciativa de la Unión Europea referida a Ucrania era un intento de dar esa respuesta. En esta jugada había mucho en juego para Europa, porque si Ucrania perdiera su independencia (del modo que fuese), la seguridad europea estaría en riesgo (un riesgo que se siente sobre todo en Polonia y los estados bálticos). El rechazo de Yanukóvich al acuerdo de asociación significa que la Unión Europea perdió la apuesta.
No se le puede reprochar a Putin su habilidad para defender su interpretación de los intereses de Rusia. Lo sucedido con Ucrania es culpa solamente de los líderes de la Unión Europea, que no supieron representar adecuadamente los intereses europeos. Este descuido de los intereses estratégicos de Europa por parte de Europa (que no mejorará sus relaciones con Rusia) no puede esconderse detrás de gestos pomposos y declaraciones vanas. Si los europeos quieren cambiar esta situación, tendrán que invertir en sus intereses y pensar una estrategia eficaz que garantice que esa inversión dé frutos.
Y esto no sólo se aplica a Ucrania. Recapitulando el 2013 que termina, los diplomáticos rusos pueden jactarse de una serie de logros espectaculares: Siria, el acuerdo provisorio sobre el programa nuclear de Irán y, ahora, la negativa de Ucrania a Europa. Que los líderes europeos vean las conexiones y comprendan las consecuencias todavía no está nada claro, y esto por sí solo es motivo para preocuparse.
(Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's strong support for NATO"s intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment )
– Poder sin propósito (Project Syndicate – 7/1/14)
(Por Nina L. Khrushcheva)
Moscú.- Durante más de dos décadas, agosto ha sido el mes más cruel para los líderes rusos. El golpe de agosto de 1991 derivó en el alejamiento del presidente Mijail Gorbachov y el fin de la Unión Soviética. El incumplimiento del pago de la deuda y el colapso del rublo en agosto de 1998 causaron estragos a las reformas de mercado libre del presidente Boris Yeltsin y resultaron en el alejamiento de su primer ministro, Sergei Kiriyenko.
Al agosto siguiente, un Yeltsin enfermo y débil anunció que Vladimir Putin, el cuarto primer ministro en un año, pronto asumiría como presidente. Cuatro años más tarde, en agosto de 2003, una redada fiscal pergeñada en el Kremlin contra el principal oligarca de Rusia, Mijail Khodorkovsky, seguida de la confiscación de su compañía petrolera, Yukos, demostró a qué se refería Putin cuando hablaba de la "dictadura de la ley".
Esta maldición de fines de verano hoy antecede a un "diciembre de miseria" -al menos para los activistas por la democracia-. En diciembre de 2011, las protestas masivas contra el inminente tercer mandato presidencial de Putin fueron un fracaso. De la misma manera, diciembre de 2013 (la desafortunada "docena del diablo" según los rusos supersticiosos) estuvo lleno de presagios.
El mes comenzó con los llamados internacionales a boicotear los Juegos Olímpicos de febrero en Sochi en protesta contra una ley sancionada por el Kremlin que prohíbe la "propaganda gay". Esta medida fue seguida por una agitación política en la vecina Ucrania, donde los manifestantes intentaron, sin éxito nuevamente, derrocar a sus líderes antidemocráticos. El año terminó con dos atentados suicidas en Volgogrado, que se cobraron decenas de vidas. Al atacar Volgogrado, la ex Tsaritsyn (ciudad de los zares) y luego Stalingrado (el símbolo de la perseverancia soviética en tiempos de guerra), los terroristas -muy probablemente fundamentalistas islámicos chechenos- no podían haber elegido una ciudad rusa más emblemática.
Es más, en diciembre, Putin hizo un uso de perfil muy alto de la prerrogativa más imperial, el perdón presidencial, para otorgarle la libertad, entre otros, a Khodorkovsky (que había pasado una década detrás de los barrotes de la prisión) y a dos miembros de la banda punk de protesta Pussy Riot. Esos aparentes actos de piedad fueron presentados como las acciones sabias de un zar moderno benevolente en nombre de los valores tradicionales, y repugnado ante la decadencia occidental -sin importar que los gobiernos occidentales fueran los que habían presionado con mayor insistencia por su liberación.
De hecho, la motivación real de Putin para los perdones no tenía nada que ver con algún concepto tradicional de la ley y el orden, mucho menos con una medida pro-democrática. Más bien, al liberar a sus opositores, intentó apaciguar las críticas extranjeras antes de los inminentes Juegos Olímpicos. Y, en algún punto, lo logró; a pesar del interés personal evidente detrás de los perdones, sus críticos están empezando a hablar de un "ablandamiento" de Putin.
Parece ser que, en algún momento del verano pasado, Putin tomó conciencia de que su manera habitual de hacer relaciones públicas -besar tigres, "descubrir" un tesoro hundido y andar a caballo con el torso desnudo en la taiga siberiana- era un cliché inapropiado para un líder mundial. Así fue que, como buen burócrata comunista de la KGB que era, pasó a concentrarse en las debilidades de sus oponentes -particularmente en las del presidente estadounidense, Barack Obama-. Esa táctica ha sido exitosa, al menos hasta el momento, ya que ha creado un alboroto en torno a una "Rusia resurgente".
En su ahora habitual discurso de Año Nuevo, un Putin jactancioso celebró el 2013 recordando cómo Rusia había superado a Estados Unidos y a Europa occidental. Sin ser demasiado específico, destacó el ofrecimiento de asilo de parte de Rusia al ex empleado de inteligencia de Estados Unidos Edward J. Snowden el verano pasado; su acuerdo para desechar las armas químicas de Siria, impidiendo así que Estados Unidos atacara al aliado de Rusia; y el retorno de Ucrania a la esfera de influencia de Rusia después de su rechazo -bajo presión del Kremlin- de un acuerdo de asociación con la Unión Europea.
Sin embargo, como demuestran los "actos inhumanos de terrorismo" (según las propias palabras de Putin) en Volgogrado, las victorias tácticas no siempre se traducen en un éxito estratégico. El intento de Putin de apaciguar a los Cáucasos del Norte instalando al brutal Ramzan Kadyrov como Jefe de la República Chechena generó una tregua de facto poco más que frágil que ha dejado a Rusia más vulnerable que nunca al terrorismo.
Hasta el último proyecto favorito de Putin -demostrar que Rusia puede ser sede de los Juegos Olímpicos con tanto éxito como Beijing o Londres- fácilmente podría resultar contraproducente. El potencial medallero de Rusia podría generar un momento de bienestar nacional, pero sólo si los juegos de Sochi se desarrollan sin sobresaltos y de una manera segura. El riesgo es que cuanto mayor sea su éxito, más probabilidades hay de que los insurgentes chechenos y otros busquen más blancos, con un costo humano aún más terrible.
Al suprimir a la oposición en Moscú, Grozny y otras partes, Putin no hizo más que ponerle la tapa a una olla hirviendo. Parte de la dificultad del Kremlin surge de su notoria falta de visión -una deficiencia fundamental a la hora de entender qué es Rusia, qué será o en qué puede transformarse-. Sabemos que ya no es una potencia económica (a pesar de las reservas petroleras). Tampoco se puede comparar con Estados Unidos, o inclusive con China, en asuntos internacionales. Pero no resulta para nada claro en qué quiere convertirse Rusia: un imperio reinventado, una nueva autocracia, una democracia "soberana" o tal vez otra cosa.
Hace un siglo, el mes de agosto marcaba el inicio de una conflagración en Europa cuyos efectos catastróficos siguen moldeando a Rusia. En 1913, las tensiones imperiales que se cocían a fuego lento en los Balcanes parecían haber cedido y, sin embargo, 1914 marcó el inicio de la Gran Guerra. Mi esperanza para 2014 es que la arrogancia de Putin no conduzca a Rusia por un camino similar.
(Nina L. Khrushcheva is a professor in the Graduate Program of International Affairs at the New School in New York, and a senior fellow at the World Policy Institute, where she directs the Russia Project. She previously taught at Columbia University"s School of International and Public Affairs )
– Las repercusiones mundiales del esquisto de los Estados Unidos (Project Syndicate – 8/1/14)
(Por Daniel Yergin)
Washington, DC.- La mayor innovación en materia de energía habida hasta ahora en este siglo ha sido el desarrollo del gas de esquisto y el recurso relacionado con él conocido como "petróleo de formaciones compactas". La energía procedente del esquisto es de lo más importante no sólo por su abundancia en los Estados Unidos, sino también por sus profundas repercusiones mundiales, como seguirán demostrando los acontecimientos que se producirán en 2014.
El gas de esquisto y el petróleo de formaciones compactas de los EEUU están cambiando ya los mercados mundiales de la energía y reduciendo tanto la competitividad de Europa en comparación con la de los EEUU como la competitividad manufacturera total de China. También están creando cambios en la política mundial. De hecho, el de cómo puede cambiar el papel de los EEUU en Oriente Medio la energía procedente del esquisto está pasando a ser un asunto de la máxima actualidad en Washington, DC., y en el propio Oriente Medio.
Esa "revolución inhabitual" en materia de petróleo y gas no se ha producido rápidamente. La fracturación hidráulica -conocida en inglés como fracking- existe desde 1947 y los primeros intentos de adaptarla al esquisto denso se remontan a comienzos del decenio de 1980 en Texas, pero hasta los de 1990 y comienzos de 2000 no se perfeccionó el tipo concreto de fracturación apropiada para el esquisto, combinada con la perforación horizontal, y hasta 2008 no llegó a ser notable su repercusión en el suministro energético de los EEUU.
Desde entonces, esa industria se ha desarrollado rápidamente y el gas de esquisto representa actualmente el 44 por ciento de la producción total de gas natural de los EEUU. Dada la abundante oferta, los precios del gas de este país han bajado hasta representar la tercera parte de los de Europa, mientras que Asia paga cinco veces más. El petróleo de formaciones compactas, producido con la misma tecnología que el gas de esquisto, está impulsando también la producción de los EEUU, que ha aumentado un 56 por ciento desde 2008, lo que supera, en términos absolutos, la producción total en ocho de los 12 países miembros de la OPEC. De hecho, la Agencia Internacional de la Energía ha pronosticado que en los próximos años los EEUU superarán a Arabia Saudí y a Rusia y pasarán a ser los mayores productores de petróleo del mundo.
Hace cinco años, se esperaba que los EEUU estuvieran importando grandes volúmenes de gas natural licuado para compensar un déficit previsto en la producción nacional. Ahora este país ya no importa gas natural licuado, con lo que ahorran 100.000 millones de dólares en su factura anual de importaciones. Con los precios actuales, el aumento en la producción de petróleo de los EEUU ha permitido ahorrar otros 100.000 millones de dólares de dicha factura. Además, a esa revolución inhabitual se deben más de dos millones de puestos de trabajo.
La repercusión mundial ha sido enorme. Gran parte de la nueva capacidad mundial en materia de gas natural licuado se ha desarrollado pensando en los EEUU. Ahora, en vista de que el mercado de este país queda excluido gracias al bajo precio de su gas nacional, parte de ese gas natural licuado va destinada a Europa, lo que ha supuesto una competencia inesperada para los suministradores tradicionales: Rusia y Noruega.
En el caso del Japón, la falta de demanda de gas natural licuado por parte de los EEUU ha resultado afortunada, a raíz del desastre de la central nuclear de Fukushima Daiichi en 2011. Gran parte de dicho gas podría ir destinada al Japón para la generación de electricidad, con lo que substituiría la electricidad perdida a consecuencia del cierre total de la central nuclear.
Muchos otros países están reevaluando sus políticas energéticas a la luz de la revolución energética inhabitual. Al ver la velocidad y magnitud del desarrollo del gas de esquisto de los EEUU, China ha asignado la máxima prioridad al desarrollo de sus extensos recursos de gas inhabituales. En el caso de China, la substitución del gas natural en la generación de electricidad es esencial para mitigar el descontento público y los problemas de salud debidos a la pesada carga de la contaminación atmosférica urbana.
El aumento de la energía procedente del esquisto en los EEUU está teniendo también una amplia repercusión económica mundial: el gas de esquisto americano está cambiando el equilibrio de la competitividad en la economía mundial y brindando a ese país una ventaja imprevista. De hecho, el gas natural barato está alimentando un renacimiento de la manufactura en los EEUU, pues las empresas construyen nuevas instalaciones y amplían las existentes.
En toda Europa, los dirigentes industriales están sintiéndose cada vez más alarmados por la pérdida de competitividad de las empresas frente a las que utilizan el gas natural barato y el consiguiente traslado de manufacturas de Europa a los EEUU, lo que preocupa en particular a Alemania, país que depende de las exportaciones para la mitad de su PIB y cuyos costos de la energía siguen teniendo una terca trayectoria ascendente. Esos costos elevados significan que la industria alemana perderá participación en el mercado mundial.
Sean cuales fueren los objetivos del cambio de su combinación energética, los países de la Unión Europa, que ya padecen un desempleo elevado, se verán obligados a reconsiderar las estrategias en materia de energía cara o afrontar una debilitación de su competitividad y una pérdida de puestos de trabajo.
Las repercusiones geopolíticas resultan ya evidentes. Por ejemplo, ahora el Irán se ha sentado en serio a la mesa de las negociaciones sobre la energía nuclear, cosa que muy bien podría no haber sucedido, de no existir el petróleo de formaciones compactas. Cuando se impusieron sanciones estrictas a las exportaciones iraníes de petróleo, muchos temieron que los precios mundiales del petróleo se dispararan y que las sanciones acabasen fracasando por no haber una oferta substitutiva suficiente, pero el aumento de la producción de petróleo de los EEUU durante los dos últimos años ha compensado más que de sobra la producción iraní no importada, lo que ha permitido que las sanciones (reforzadas por medidas financieras paralelas) dieran resultado, al impeler al Irán a negociar en serio, cosa a la que no estaba dispuesto hace tan sólo dos años.
En las capitales árabes, está aumentando la ansiedad ante la posibilidad de que un rápido aumento de la producción de petróleo de formaciones compactas de los EEUU propicie un abandono total de la presencia de este país en Oriente Medio, pero se trata de una magnificación del grado en que las importaciones directas de petróleo contribuyen a la política de los EEUU para con esa región. Desde luego, un aumento de la producción de este país, combinada con una mayor eficiencia del combustible para los automóviles, seguirá reduciendo sus importaciones de petróleo y, si bien seguirá importando petróleo en los próximos años, la mayor parte de él procederá del Canadá (pese al debate sobre el oleoducto Keystone XL).
Pero el caso es que ya hace un tiempo que en el panorama petrolero de los EEUU el suministro de Oriente Medio no ha destacado precisamente. Al fin y al cabo, aun antes del aumento de la producción de petróleo de formaciones compactas, el golfo Pérsico representaba sólo el diez por ciento, aproximadamente, del abastecimiento total de los EEUU. Lo que contribuyó a determinar los intereses estratégicos de los EEUU no fueron las importaciones directas de petróleo procedentes de Oriente Medio, sino la importancia del petróleo para la economía y la política mundiales.
Oriente Medio seguirá siendo un escenario de gran importancia geopolítica y su petróleo será esencial para el funcionamiento de la economía mundial, por lo que es probable que esa región siga siendo un interés estratégico fundamental para los EEUU.
Sin embargo, en general la revolución de la energía procedente del esquisto sí que brinda una nueva aportación a la capacidad de resistencia de los EEUU y realza la posición de este país en el mundo. El ascenso del gas de esquisto y del petróleo compacto en los EEUU demuestra una vez más cómo puede la innovación cambiar el equilibrio del poder político y económico mundial.
(Daniel Yergin, Vice Chairman of IHS, is the author of The Quest: Energy, Security, and the Remaking of the Modern World and The Prize: the Epic Quest for Oil, Money, and Power, for which he won the Pulitzer Prize)
– Un nuevo modelo para la Nueva Europa (Project Syndicate – 17/1/14)
(Por Martin N. Baily y Pål Erik Sjåtil)
Varsovia.- Hace cinco años, Europa Central y del Este era el escenario de una de las historias de crecimiento más impresionantes del mundo. El crecimiento anual de su PBI era cercano al 5 %, a escasa distancia del chino y el indio. La inversión directa extranjera llovía sobre Bulgaria, Croacia, la República Checa, Hungría, Polonia, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia, a un ritmo superior a los $ 40 mil millones anuales. Uno de cada seis automóviles vendidos en la gran Europa era exportado desde fábricas en la región. La productividad y el PBI per cápita aumentaban con brío, reduciendo la brecha con Europa Occidental.
Pero la región ha tenido problemas para recuperar su impulso desde la crisis financiera mundial y la posterior recesión. Las tasas de crecimiento económico han caído a menos de un tercio de sus valores previos a la crisis. La inversión extranjera directa (IED), que se desplomó el 75 % de 2008 a 2009, solo se ha recuperado parcialmente.
De hecho, parece que la región ha desaparecido del radar de los negocios y los inversores globales. Sin embargo nuestra nueva investigación ha descubierto que los atributos que tornaron tan atractiva a la región se mantienen intactos.
El crecimiento y la IED aún están deprimidos pero, en general, la región ha capeado la crisis y se encuentra en una situación relativamente buena. En la mayoría de los países, la relación entre la deuda pública y el PBI no ha superado el 60 % desde 2004, un marcado contraste con muchos de los 15 países que constituían la Unión Europea antes de ese año. Y estos países en su conjunto cuentan con una fuerza de trabajo altamente capacitada y niveles salariales un 75 % menores, en promedio, que los de las economías de la UE-15.
Al mismo tiempo, la región participó en algunos de los mismos excesos -notablemente en el mercado inmobiliario- que ayudaron a desatar la crisis. En Rumania, los precios de los inmuebles aumentaron el 23 % anual entre 2004 y 2007. Y, a pesar de marcadas mejoras en el entorno de negocios en toda la región, estas economías se encuentran por detrás de sus vecinos de la EU-15 en términos de corrupción (aunque en mejor situación que otras economías emergentes como China, India, Brasil y Rusia).
Más importante aún es que la crisis expuso debilidades significativas en el modelo económico regional: una excesiva dependencia de las exportaciones a Europa Occidental y un elevado nivel de consumo respecto de otras regiones en desarrollo, impulsado por el endeudamiento y una fuerte dependencia de la IED para financiar las inversiones de capital.
Pero Europa Central y del Este puede crear un nuevo modelo que para nosotros le permitiría regresar a tasas de crecimiento del PBI del 4-5 %. Este modelo tiene tres componentes principales: ampliar y mejorar las exportaciones; aumentar la productividad en sectores donde es débil; y reactivar la IED mientras se desarrollan formas para que las economías de la región financien más de su propio crecimiento a través de un aumento del ahorro interno.
La región tiene una gran oportunidad para aumentar el valor de sus exportaciones de bienes y servicios. Por ejemplo, está bien posicionada para convertirse en un nodo regional de procesamiento de alimentos para la gran Europa y más allá. Los salarios en la región aún son lo suficientemente bajos como para que las salchichas fabricadas en Polonia y vendidas en Berlín cuesten aproximadamente un 40 % menos que las fabricadas en Hamburgo.
La región ya es exportadora neta de bienes «intensivos en conocimiento», como automóviles y productos aeroespaciales. Podría incursionar en áreas aún más sofisticadas con inversiones adicionales en educación y un mayor desarrollo de conglomerados industriales, como Dolina Lotnicza (el Valle de la Aviación) en el sureste de Polonia.
Una oportunidad promisoria reside en los servicios intensivos en conocimiento. Liderada por Polonia, la región es un sitio cada vez más importante para la tercerización y la deslocalización del trabajo. Su sector de tercerización está creciendo el doble de rápido que el de India.
Pero podría haber todavía mayores probabilidades crecimiento si se consideran dos tendencias asiáticas: el aumento de los costos salariales y la creciente preocupación entre los clientes occidentales de tercerizaciones sobre la persistencia de problemas culturales e idiomáticos.
Europa Central y del Este está bien ubicada para beneficiarse por estas tendencias, dadas sus sólidas habilidades idiomáticas y familiaridad cultural con clientes europeos y norteamericanos. La región también está varios husos horarios más próxima a los clientes europeos y estadounidenses que las empresas asiáticas.
Varios sectores también están maduros para mejorar su productividad. En la construcción, que es un sector altamente informal, la productividad es el 31 % menor que en la UE-15. La productividad también es baja en la agricultura, debido al predominio de pequeñas granjas que no se han mecanizado mucho. Abrir el sector agrícola a la inversión extranjera ayudaría a aumentar el tamaño promedio de las granjas y a introducir métodos más modernos.
Los sectores «de redes», como los servicios eléctricos y ferroviarios, han sido privatizados parcialmente en la mayor parte de la región. Abrirlos más a la competencia y los incentivos al mercado ayudaría a aumentar su productividad.
Para reducir la dependencia del endeudamiento para el consumo y los caprichos de la entrada de IED, las tasas de ahorro interno de la región deben aumentar una vez que la demanda se recupere. Una reforma jubilatoria y un mayor desarrollo de los mercados financieros también ayudarían.
Implementar los componentes de este modelo de crecimiento para Europa Central y del Este requerirá más reformas para facilitar los negocios y fortalecer la protección de los inversores. Las economías de la región también deben invertir significativamente más en infraestructura y ocuparse de los efectos del envejecimiento, que podrían restar un 0,7 % a las tasas anuales de crecimiento durante la próxima década. Una forma de aumentar la participación de la fuerza de trabajo a niveles similares a los de la UE-15 y evitar que se disparen los coeficientes de dependencia sería lograr que ingresen más mujeres a la fuerza laboral.
Europa Central y del Este inevitablemente se encontrará en el centro de la atención mundial este año. El 25° aniversario de la caída de la Cortina de Hierro y el 10° aniversario del ingreso a la UE de la República Checa, Hungría, Polonia, Eslovaquia y Eslovenia brindan una oportunidad para que la región muestre sus avances durante el último cuarto de siglo. Pero hacer realidad el considerable potencial de éxito de la región requerirá un nuevo enfoque del crecimiento.
(Martin N. Baily, Chairman of the US President"s Council of Economic Advisers under Bill Clinton, is Bernard L. Schwartz Chair in Economic Policy Development at the Brookings Institution. Pål Erik Sjåtil is McKinsey"s Managing Partner for Eastern Europe, CIS, the Middle East, and Africa)
– Análisis / Seis consecuencias de otra guerra fría (El Economista – 23/3/14)
(Por Matthew Lynn)
Rusia se ha anexionado al final Crimea. Estados Unidos y la Unión Europea prevén sanciones, congelaciones de activos y rechazos de visados en reprimenda al presidente Vladimir Putin por ampliar su territorio. En el mercado se habla de otra guerra fría, con un largo periodo de tensiones crecientes entre el este y el oeste.
Se supone que sería pésimo para las economías y los mercados, pero, en realidad, no tiene por qué serlo. La última guerra fría, que se prolongó de 1946 a 1989, coincidió con un periodo muy largo de expansión económica. Aun así, una nueva guerra fría podría cambiar profundamente el funcionamiento de la economía global. Acarrearía seis consecuencias económicas inmediatas y golpearía de lleno a la economía europea, con un aumento en el gasto de defensa y más apoyo a los mercados emergentes sitiados. Los cálculos que harían los inversores sobre qué países y sectores apoyar cambiarán en ocasiones radicalmente.
Las tensiones crecerán
Se puede discutir si Crimea debía formar parte de Ucrania o no y si sus habitantes han votado libremente para volver a Rusia o se han sentido intimidados por su imponente vecino. De lo que no cabe duda es de la agresividad del régimen de Putin. El periodo de coexistencia pacífica entre oriente y occidente que ha durado dos décadas desde la caída del Muro de Berlín parece haberse acabado. Las tensiones subirán y la amenaza de conflicto se cernirá sobre la economía global. Pero eso no tiene por qué ser catastrófico para el crecimiento.
Las guerras calientes destruyen las economías pero las frías pueden ayudarlas o, cuanto menos, no destruirlas. Durante los años cincuenta y sesenta, el crecimiento fue fuerte y los salarios crecieron más rápidamente de lo que lo habían hecho desde que se hundió la Unión Soviética. El mercado alcista que se extendió de 1949 a 1955, mientras se fraguaba la guerra fría, fue el tercero más largo de la historia estadounidense. Lo que hará será cambiar la forma en que funciona la economía global, empezando por los seis temas siguientes:
La primera consecuencia será que la economía europea empeore todavía más. Rusia no es un gran éxito económico porque depende demasiado de los recursos naturales, pero no deja de ser la octava mayor economía del mundo. El comercio UE/Rusia ha crecido de 90.000 millones de dólares hace diez años a 335.000 millones en la actualidad. Eso ha ayudado a las empresas europeas justo cuando sus mercados internos estaban en apuros. Las exportaciones a Rusia representan un 0,6% del PIB europeo. No es una cantidad tremenda, pero al margen es importante. Si se imponen sanciones y se implantan barreras comerciales, se verá perjudicada, y la economía europea, también.
En segundo lugar, los precios energéticos subirán. Europa depende mucho del petróleo y el gas ruso. Hasta el 40% del gas de Alemania y el 50% de Austria procede de ese país. Las sanciones no significarán nada salvo que afecten a la energía (Rusia no exporta nada más prácticamente), pero se reducirá la dependencia de Rusia, el suministro descenderá, el precio subirá. Los disturbios geopolíticos en Oriente Medio en los setenta provocaron el "golpe petrolero" de esa década. El conflicto este/oeste podría causar lo mismo cuarenta años después y con las mismas consecuencias catastróficas.
Al mismo tiempo la economía rusa depende de los recursos naturales de los amigotes de Putin. El crecimiento ya ha empezado a renquear y apenas se espera un 1,5% este año, no exactamente propio de un mercado emergente. Las sanciones y rechazos de visado no harán más que empeorarlo porque… ¿cuántas empresas extranjeras van a querer invertir en Rusia en los próximos años? No solo será malo para la economía global en sí, sino que también creará más conflictos. Los países pobres son inestables y eso solo augura más problemas.
Las tres consecuencias anteriores nos llevan a un aumento del gasto en defensa. Desde el final de la guerra fría, todos los países occidentales han reducido progresivamente su gasto de defensa. El Reino Unido, por ejemplo, cuando cayó el Muro de Berlín gastaba el 4% del PIB en defensa. Ahora no llega al 3%. Si la agresión territorial rusa debe contenerse, el gasto tendrá que aumentar inevitablemente. A su vez se beneficiarán las industrias de defensa y podría tener muchas consecuencias para la alta tecnología (el gasto de defensa ayudó a expandir economías durante la última guerra fría). El problema es que llega un momento en que los déficits ya son muy amplios y los gobiernos no pueden gastar más.
El penúltimo tema que se verá afectado por la guerra fría será el aumento de la facilitación cuantitativa. Ya hemos visto el desplome de la tenencia global de bonos de EEUU desde que empezó la crisis de Crimea. Nadie sabe por qué, pero se especula que el dinero ruso se ha dirigido a un lugar donde no puede congelarse. Aun así, sin los flujos de entrada del extranjero, los gobiernos de países como EEUU, el Reino Unido y ahora Japón no pueden financiarse.
¿La solución? Que el banco central imprima dinero y compre bonos en su lugar. Por último presenciaremos cómo las economías estratégicas obtienen respaldo. En Grecia, el partido Syriza de extrema izquierda ya encabeza las encuestas y podría ganar los próximos comicios. Después de la guerra fría, los estrategas dejaron de preocuparse por que países como Grecia sucumbieran a la extrema izquierda.
¿Qué ha ocurrido? Rusia siempre ha tenido los ojos puestos en Grecia como posible aliado en el Mediterráneo. Si regresan las rivalidades geopolíticas, nadie va a dejar que Grecia se hunda porque es demasiado importante. Lo mismo sucede con Turquía y Egipto. Cualquier país de importancia geoestratégica será rescatado.
Algunas de esas tendencias ayudarán a la economía global y otras la van a perjudicar pero ésos son los seis grandes temas que habrá que vigilar si vuelve la guerra fría. Y, en estos momentos, parece que volverá.
(Matthew Lynn, Director Ejecutivo de la consultora londinense Strategy Economics)
– ¿Fortalecerá Vladimir Putin la eurozona? (Project Syndicate – 31/3/14)
París.- Jacek Rostowski, ministro de Finanzas de Polonia hasta noviembre pasado, señaló hace poco que el presidente ruso, Vladimir Putin, no se habría atrevido a hacer la anexión de Crimea si no hubiera observado a Europa angustiada por encontrar una solución a la crisis del euro. ¿Tiene Rostowski razón?
A primera vista dicha relación de temas parece disparatada. La demostración de fuerza incluyó la militar y la amenaza implícita de un embargo de gas; no poder económico (que no tiene). En el transcurso del conflicto de Crimea, se ha puesto el énfasis en la relación de Ucrania con la Unión Europea, no con la eurozona. Además, la historia monetaria reciente de Ucrania se ha definido por una vinculación del tipo de cambio al dólar estadounidense, no al euro. Así pues, ¿por qué sería relevante el euro para la anexión de Crimea a Rusia?
El argumento de Rostowski es que los países europeos demostraron durante la crisis del euro que no tienden a ser solidarios, ni siquiera con sus socios de la unión monetaria. ¿Cuánta solidaridad estarían dispuestos a mostrar a un país no miembro de la Unión Europea? Según dicho razonamiento, Rusia interpretó el control titubeante de la crisis que tuvo la UE como una licencia para actuar. Y por la misma razón podría llegar más lejos.
Claramente, la serie de acontecimientos después del colapso financiero de 2008, se puede ver como una crisis de solidaridad. Cuando se necesitaba una respuesta común a la debacle bancaria de Europa, la respuesta fue que cada país debía corregir sus propias instituciones financieras. Cuando Grecia perdió acceso a los mercados financieros, varios meses tuvieron que pasar para concebir una respuesta, que consistió en gran medida en no depender de los fondos de la UE y en limitar el compromiso financiero de cada país. En efecto, cuando por fin se diseñó un "cortafuegos", se delimitó estrictamente su magnitud y no se permitió ninguna forma de responsabilidad conjunta. Además, los eurobonos pronto se rechazaron porque habrían creado obligaciones de deuda mutuas abiertas.
De igual manera, si bien se ha había planeado usar el Mecanismo Europeo de Estabilidad para recapitalizar los bancos, en última instancia se decidió que dicho mecanismo podría dar créditos solo a gobiernos, en lugar de asumir riesgo bancario directamente. Además, hace poco, negociaciones para establecer una unión bancaria de la UE se toparon con el desafío de forjar un mecanismo de resolución conjunta mientras que limita el compromiso de cada país miembro.
En resumen, cada vez que se planteó la cuestión de la solidaridad europea, la respuesta fue: "Sí, pero únicamente si es absolutamente necesario y en la menor medida posible".
Mientras tanto, las reacciones rusas al levantamiento ucraniano han mostrado que el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial sigue muy vivo en Moscú. Se puede suponer que el Kremlin se ha dado cuenta de que Europa no deseaba emular a los Estados Unidos y crear un Plan Marshall propio. De modo más general, Putin puede haber llegado a la conclusión de que la UE es tan reacia a asumir riesgos por el bien de sus propios miembros que seguramente no los asumiría por un simple vecino.
Una de las dimensiones centrales del empantanamiento en Ucrania es su energía, que plantea la misma cuestión sobre la solidaridad europea. Como ha demostrado un estudio reciente de Bruegel, la UE en conjunto podría, con algo de esfuerzo, prescindir de las importaciones de gas de Rusia. Ello requeriría, sin embargo, que los estados miembros de la UE consideraran la seguridad del suministro como una cuestión común, no como un asunto que cada país debe abordar por su lado. Por ejemplo, para responder a un embargo que afectara a algún país, otros miembros de la UE podrían recurrir a sus propias reservas, aumentar su producción, pagar más por las importaciones o reducir un poco el consumo. No obstante, este sentido de solidaridad ha estado sistemáticamente ausente en el debate sobre política energética de la UE.
La pregunta subyacente es si es correcto suponer que el euro debió crear más solidaridad. Quienes plantearon la moneda única esperaban que tuviera consecuencias profundas. En su opinión, era un medio para forjar una comunidad. Las fronteras entre monedas generalmente coinciden con las fronteras políticas, de modo que se esperaba que la creación de una unión monetaria diera lugar a algún tipo de entidad común. Se esperaba que compartir una moneda creara un sentimiento de destino común y, en consecuencia, de solidaridad entre los participantes.
Eso no sucedió. Incluso antes de la crisis estaba claro que tanto ciudadanos como gobiernos juzgaban (erróneamente) que el euro era algo simplemente práctico. Su introducción se consideró como una cuestión tecnocrática que debían manejar banqueros centrales y ministros de finanzas, no como la piedra angular de una identidad europea común. Su creación no provocó que el presupuesto de la UE aumentara un solo euro, ni condujo a una integración política más profunda. Se subestimó sistemáticamente el compromiso que representaba una moneda común.
En retrospectiva, fue un error creer que el euro podía crear espontáneamente una comunidad. Aunque evidentemente hay un vínculo entre zonas de monedas y comunidades políticas (considérese la disolución de la zona del rublo cuando cayó la Unión Soviética), son estas las que crean la solidaridad necesaria para promover los lazos monetarios, no al revés.
Rostowski seguramente tiene razón: la debilidad del euro ha envalentonado a Putin. No obstante, al final la pregunta pertinente puede ser si la crisis en Crimea fortalecerá a la larga la solidaridad europea, y por lo tanto, al euro.
(Jean Pisani-Ferry is a professor at the Hertie School of Governance in Berlin, and currently serves as the French government's Commissioner-General for Policy Planning. He is a former director of Bruegel, the Brussels-based economic think tank)
– El mundo de Putin (Project Syndicate – 1/4/14)
Viena.- El Occidente ahora está viviendo en el mundo de Putin. Esto no se debe a que Putin tenga la razón, o incluso, no se debe a que él sea más fuerte, sino que esto ocurre porque él está tomando la iniciativa. Putin es "audaz", mientras que el Occidente es "cauteloso". No obstante que los líderes europeos y estadounidenses reconocen que el orden mundial está experimentando un cambio dramático, ellos no pueden llegar a captar dicho cambio en su totalidad. Los líderes continúan abrumados por la transformación de Putin, desde su papel de Presidente Ejecutivo de Rusia, Inc., a su actual papel de líder nacional impulsado ideológicamente que no se detendrá ante nada para restaurar la influencia de su país.
La política internacional puede basarse en tratados, pero funciona sobre la base de expectativas racionales. Si esas expectativas resulten estar equivocadas, el orden internacional vigente se derrumba. Eso es precisamente lo que ha ocurrido durante el curso de la crisis ucraniana.
Hace apenas unos meses, la mayoría de los políticos occidentales estaban convencidos de que, en un mundo interdependiente, un revisionismo sería demasiado costoso y que a pesar de la determinación de Putin en cuanto a defender los intereses de Rusia en el espacio postsoviético, él no recurriría a la fuerza militar para hacerlo. Ahora está claro que estaban dolorosamente equivocados.
Acto seguido, después de que tropas rusas ocuparan Crimea, los observadores internacionales, en su gran mayoría, asumieron que el Kremlin iba a apoyar la secesión que apartaría a Crimea de Ucrania, pero también asumieron que el Kremlin no irían tan lejos como para a llegar a anexar a Crimea a la Federación Rusa. Esa creencia, también, demostró ser totalmente errónea.
En este momento, el Occidente no tiene idea de lo que Rusia está dispuesta a hacer, pero Rusia sabe exactamente lo que Occidente hará -y lo es aún más importante- también sabe que es lo que el Occidente no hará. Esto ha creado una asimetría peligrosa.
Por ejemplo, cuando Moldavia solicite ser miembro de la Unión Europea, Rusia puede desplazarse para anexar la región moldava de Transnistria, que es una región separatista donde las tropas rusas han estado estacionadas durante dos décadas. Y Moldavia ahora sabe que, en caso de que eso suceda, Occidente no va a intervenir militarmente para proteger su soberanía.
En lo que respecta a Ucrania, Rusia ha dejado en claro que espera obstruir las elecciones presidenciales de mayo; estas son las elecciones que los líderes occidentales esperan que vayan a consolidar el cambio en Ucrania, mientras que al mismo tiempo conviertan las negociaciones constitucionales del país en un acto inicial en la obra del establecimiento de un nuevo orden europeo.
Rusia prevé que Ucrania se irá a convertir en algo parecido a Bosnia – es decir que se convertirá en un país radicalmente federalizado que esté compuesto por unidades políticas donde cada una de ellas se adhiera a sus propias preferencias económicas, culturales y geopolíticas. En otras palabras, mientras que técnicamente se preservaría la integridad territorial de Ucrania, la parte oriental del país tendría vínculos más estrechos con Rusia que con el resto de Ucrania – de forma similar a la relación que existe entre la República Srpska de Bosnia y Serbia.
Esto crea un dilema para Europa. Mientras una federalización radical podría permitir que Ucrania permanezca intacta mientras atraviesa por la actual crisis, lo más probable es en el largo plazo esto vaya a condenar al país a la desintegración y al fracaso. Como lo demostró la experiencia yugoslava, la descentralización radical funciona en teoría, pero no siempre funciona en la práctica. El Occidente se enfrentará a la incómoda tarea de rechazar soluciones en el espacio postsoviético que promovió hace dos décadas en la antigua Yugoslavia.
Confrontado con el revisionismo de Rusia, Occidente parece estar comportándose como el borracho en el cuento de las llaves perdidas, donde ese proverbial borracho busca sus llaves perdidas bajo un farol, porque ahí es donde se encuentra la luz. A pesar de que sus supuestos han sido invalidados, los líderes occidentales se esfuerzan por elaborar una respuesta eficaz.
En Europa, las estrategias que han surgido -entre ellas, trivializar la anexión de Crimea o considerar que Putin está loco- son contraproducentes. La UE oscila entre el extremismo retórico y el minimalismo en sus políticas. Aunque algunos han recomendado, de manera desacertada, una ampliación por parte de la OTAN en el espacio postsoviético, la mayoría de los países se está limitando a apoyar sanciones simbólicas, como las prohibiciones de visado que afectan a alrededor de una docena de funcionarios rusos. Sin embargo, esto podría aumentar paulatinamente la presión sobre las élites rusas que no fueron sancionadas para que estas demuestren su lealtad a Putin, posiblemente incluso podría provocar una purga de los elementos más pro-occidentales en la clase política de Rusia.
De hecho, nadie realmente cree que las prohibiciones de visados marcarán diferencia alguna. Estas prohibiciones se impusieron porque fue la única acción sobre la cual los gobiernos occidentales pudieron ponerse de acuerdo.
Cuando se trata de Ucrania, tanto los líderes occidentales como el público en general en los países occidentales se encuentran con un estado de ánimo de decepción preventiva. La opinión pública occidental hastiada por toda un década de pensamientos esperanzadores y expectativas excesivas -desde los relativos a las "revoluciones de colores" en el mundo postsoviético a aquellos vinculados la primavera árabe- en la actualidad ha optado por escuchar solamente las malas noticias. Y, este es un riesgo real, porque el futuro del orden europeo depende en gran medida de lo que ocurra a continuación en Ucrania.
Ahora está claro que la guerra de Crimea no retornará a Kiev, pero también está claro que el aplazamiento de las elecciones de mayo significará el fin de Ucrania, en la forma en la que la conocemos. Es responsabilidad de Occidente persuadir a Rusia para que esta apoye las elecciones – y es también su responsabilidad garantizar que las reformas constitucionales necesarias se vayan a decidir en Kiev, no en Dayton.
(Ivan Krastev is Chairman of the Center for Liberal Strategies, Sofia, and Permanent Fellow at the Institute for Human Sciences (IWM) in Vienna. His latest book is In Mistrust We Trust: Can Democracy Survive When We Don't Trust Our Leaders?)
– Para consolidar la recuperación de Europa (Project Syndicate – 8/4/14)
Bruselas.- Durante mi viaje actual a Europa, me ha alentado la esperanza y profunda sensación de calma económica y financiera que ha llegado esta primavera. Al haberse reducido los diferenciales de riesgo, la crisis financiera de esa región ha quedado relegada a los libros de historia, por lo que está atrayendo de nuevo el interés de los inversores extranjeros. La confianza de los consumidores se está recuperando y las empresas vuelven a plantearse ampliaciones, si bien con prudencia. El crecimiento económico se ha reanudado y el desempleo, pese a seguir siendo alarmantemente elevado, ha dejado de aumentar en la mayoría de los países.
Resulta notable que todo ello esté ocurriendo en el marco de una importante crisis geopolítica en el Este, a raíz de lo que, como con razón señaló The Financial Times, constituye "la primera anexión de territorio de un país europeo desde la segunda guerra mundial". Igualmente inquietante es que la anexión de Crimea por parte de Rusia se haya producido con una facilidad asombrosa: de hecho, con un simple "plumazo", como lo expresó el FT, y ni la Europa occidental ni los Estados Unidos pueden intentar siquiera constituir un contrapeso militar a las acciones de Rusia en Ucrania.
Sin embargo, en lugar de alterar su confianza y compostura en aumento, la crisis ucraniana ha sido un catalizador para una cooperación y una solidaridad política renovadas dentro de la Europa occidental. Además, ha fomentado unas relaciones más estrechas con los Estados Unidos en un momento en el que los dirigentes políticos afrontan los inevitables vientos de cara para concluir las históricas negociaciones sobre la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (ATCI), encaminada a intensificar los vínculos económicos de un modo coherente con un sistema multilateral reforzado.
Europa necesita urgentemente todas esas buenas noticias económicas y financieras. La región acaba de salir de una recesión que ha devastado muchos medios de vida. Demasiados ciudadanos siguen atrapados en el desempleo de larga duración, mientras que a un número angustioso de jóvenes les cuesta enormemente conseguir un puesto de trabajo… de cualquier clase.
La de la recuperación en marcha de esa región es también una buena noticia para una economía mundial que aún no ha se ha reequilibrado apropiadamente ni su motor funciona con pleno rendimiento de todos sus cilindros disponibles para el crecimiento. El crecimiento de los EEUU, aunque está mejorando, sigue siendo inferior a su potencial, por no decir lo suficientemente elevado para compensar los déficits anteriores. Después de un breve arranque, el crecimiento japonés ha empezado a perder fuelle y varias economías en ascenso sistémicamente importantes (incluidas las del Brasil, China y Turquía) se han desacelerado, mientras que sus transiciones a nuevos modelos de crecimiento siguen inconclusas.
Pero la renovada sensación de esperanza y confianza de Europa, por alentadora que sea, no es suficiente -al menos aún no- para producir avances en el bienestar apreciable de las generaciones actuales y futuras. Varias cosas deben ocurrir bastante rápidamente -en concreto, en los próximos meses y semanas- para que el continente reduzca el riesgo de caer en otro periodo prolongado de resultados insuficientes y un suplementario riesgo financiero asimétrico.
Comencemos con la amenaza geopolítica inmediata. Por decirlo claramente, la economía de Europa y más aún las de Rusia y Ucrania no se encuentran en una situación particularmente buena para capear otro aumento desordenado de las tensiones. La diplomacia ilustrada debe substituir las poses y la retórica del estilo de la Guerra Fría que han reaparecido. Es probable que una mayor intensificación obligara a Occidente a imponer sanciones económicas y (críticamente) financieras más profundas a Rusia, seguidas de sanciones contrarias rusas que alterarían la corriente energética hacia Europa. Todo ello sumiría a Europa en la recesión y una renovada agitación financiera.
En segundo lugar, el Banco Central Europeo debe pasar de la prevención de la crisis financiera, sector en el que ha obtenido resultados impresionantes, a la consecución del delicado equilibrio consistente en apoyar el crecimiento (y contrarrestar la apreciación excesiva de su divisa) sin avivar la caída en riesgos excesivos. Para ello puede ser necesaria una renovada experimentación, que de nuevo haría traspasar los límites de una situación cómoda a muchas autoridades.
En tercer lugar, al hacer las instituciones europeas de catalizadoras, los dirigentes políticos deberán reduplicar sus esfuerzos para dar solidez a la zona del euro en conjunto. Para ello, es necesario concluir la unión monetaria con una integración política más profunda, una mejor coordinación fiscal (en la que los avances han sido penosamente lentos) y una adecuada unión bancaria (se debe considerar el acuerdo del mes pasado un primer paso, no la meta definitiva).
En cuarto lugar, en el nivel nacional los países particulares deben continuar con la reequilibración de sus políticas con miras a lograr un triple objetivo: las reformas estructurales, una demanda agregada sólida y menores deudas pendientes.
Por último, los partidos antisistema no deben dominar las elecciones al Parlamento Europeo que se celebrarán el próximo mes de mayo. La mayoría de dichos partidos están comprometidos con un mayor asilamiento nacional y, al menos al principio, se esforzarían al máximo por detener los avances logrados recientemente en la integración económica y financiera regional y dar marcha atrás al respecto.
No cabe duda de que se trata de una lista de tareas tremenda, en particular porque sólo abarca los próximos meses y semanas. Sin embargo, todos sus objetivos son alcanzables y los avances respecto de cada uno de ellos contribuirían a lograr que la alentadora primavera de Europa brinde una abundante cosecha de oportunidades económicas, crecimiento y puestos de trabajo y reduzca el riesgo de un verano político caliente y un invierno económico más gélido.
(Mohamed A. El-Erian is Chief Economic Adviser at Allianz and a member of its International Executive Committee. He is Chairman of President Barack Obama"s Global Development Council, and previously worked as CEO and co-Chief Investment Officer of the global investment company PIMCO )
– El arsenal financiero de Occidente (Project Syndicate – 10/4/14)
Princeton.- La revolución en Ucrania y la anexión ilegal de Crimea por parte de Rusia han generado una crisis grave de seguridad en Europa. Sin embargo, como los dirigentes occidentales están probando un nuevo tipo de guerra financiera, la situación podría llegar a ser todavía más peligrosa.
Una Ucrania estable, próspera y democrática podría ser una molestia -y reprimenda- constantes para la Rusia autocrática y económicamente esclerótica del presidente, Vladimir Putin. Para evitar que esto suceda, Putin está tratando de desestabilizar Ucrania mediante la anexión de Crimea y fomentando conflictos étnicos en la parte oriental del país.
Al mismo tiempo, Putin está tratando de aumentar el atractivo de Rusia mediante un incremento al doble de las pensiones de los crimeos, así como mejores salarios para los 200,000 funcionarios civiles de la región, y construyendo una vasta infraestructura al estilo Sochi, incluido un puente de 3 mil millones de dólares a lo largo de Kerch Strait. La sostenibilidad de largo plazo de esta estrategia es dudosa debido a la carga que va a suponer para las finanzas públicas rusas. No obstante, servirá para que Putin logre su objetivo de proyectar la influencia de Rusia.
Por su parte, la Unión Europea y los Estados Unidos no tienen la intención de intervenir militarmente para defender la soberanía e integridad territorial de Ucrania. Sin embargo, las protestas verbales por sí solas harían ver ridículo e inefectivo a Occidente ante la comunidad internacional, lo que en última instancia daría pie a desafíos de seguridad mayores y de un alcance creciente. Así pues, las potencias occidentales no tienen otra opción que: lanzar una guerra financiera contra Rusia.
Como señaló el ex funcionario del Tesoro estadounidense, Juan Zarate, en sus memorias publicadas hace poco, Treasury"s War, después de los ataques terroristas del 11 de septiembre los Estados Unidos pasaron una década desarrollando una nueva serie de armas financieras contra sus enemigos -primero, Al Qaeda, luego Corea del Norte, Irán y ahora Rusia. Estas armas incluyen congelar activos y bloquear el acceso a bancos con malas prácticas a las finanzas internacionales.
Cuando empezó la revolución de Ucrania, el sistema bancario ruso ya estaba muy extendido y vulnerable. Sin embargo, la situación empeoró con la destitución del presidente de Ucrania, Viktor Yanukóvych, y la anexión de Crimea, que desencadenó pánico en los mercados de valores, que a su vez provocó una pérdida significativa de dinamismo de la economía rusa y redujo los activos de los poderosos oligarcas rusos.
En un sistema capitalista de amiguismos, poner en riesgo la riqueza de la élite gobernante, rápido mina la lealtad al régimen. Para la élite corrupta, existe un punto en el que la oposición ofrece una mejor protección para su riqueza y poder -un punto al que se llegó en Ucrania a medida que las manifestaciones en la Plaza Maidan ganaban impulso.
Los discursos públicos de Putin revelan su convicción de que la UE y los Estados Unidos no pueden ir en serio en cuanto a su guerra financiera, que según él, dañaría al final más a sus mercados financieros fuertemente interconectados y complejos que al relativamente aislado sistema financiero ruso. Después de todo, la relación entre integración financiera y vulnerabilidad fue la lección principal de la crisis tras el colapso del banco de inversiones estadounidense, Lehman Brothers, en 2008.
De hecho, Lehman era una institución pequeña en comparación con los bancos austriacos, alemanes y franceses que han estado fuertemente expuestos al sistema financiero de Rusia mediante la práctica de usar depósitos de empresas e individuos rusos para ofrecer créditos a solicitantes de dicho país. Ante esto, congelar activos rusos sería catastrófico para los mercados financieros europeos -globales, ciertamente.
Por ende, el plan de Putin para desestabilizar Ucrania es bipartita: capitaliza las animadversiones lingüísticas o nacionales en Ucrania para alentar la fragmentación social, mientras que se beneficia de las vulnerabilidades financieras de Occidente -en especial, las europeas. En efecto, a veces a Putin suele describirlo como una lucha entre él y los mercados financieros.
La carrera armamentista previa a la Primera Guerra Mundial estuvo acompañada exactamente de la misma mezcla de aversión militar y deseo de experimentar con el poder de los mercados. En 1911, uno de los principales libros sobre el sistema financiero alemán, escrito por el banquero veterano, Jacob Riesser, señalaba: "Sin embargo, el enemigo puede intentar aumentar el pánico . mediante el cobro repentino de pagos pendientes o venta ilimitada de los valores de nuestras viviendas y otras acciones para privar de oro a Alemania". Dichas acciones también se pueden hacer para desplazar nuestros mercados de capital, valores y letras, y para amenazar la base de nuestro sistema de crédito y pagos.
Los políticos empezaron a entender el potencial de las consecuencias de la vulnerabilidad financiera en 1907, cuando se enfrentaron al pánico financiero que surgió en los Estados Unidos, pero que tuvo graves repercusiones en Europa continental (y que de alguna manera, preconfiguró la Gran Depresión). Dicha experiencia ensenó a los países a hacer más resistentes sus propios sistemas financieros a fin de protegerse de ataques potenciales, y que los ataques podían ser una respuesta devastadora a las presiones diplomáticas.
Esto es exactamente lo que pasó en 1911, cuando una disputa por el control de Marruecos incitó a Francia a organizar el retiro de 200 millones de marcos alemanes invertidos en Alemania. Sin embargo, Alemania estaba preparada y logró protegerse del ataque. En efecto, los banqueros se dieron cuenta con orgullo que la crisis de confianza golpeó al mercado de Paris mucho más fuerte que a los mercados de Berlín o Hamburgo.
Los esfuerzos de los países para proteger sus sistemas financieros a menudo se centraban en una mayor supervisión bancaria y, en muchos casos, en aumentar la autoridad del banco central para incluir la oferta de liquidez de emergencia a instituciones nacionales. Los debates subsiguientes sobre reformas al sistema financiero en los Estados Unidos reflejaron este imperativo, y durante el proceso algunos de los fundadores de la Reserva Federal estadounidense señalaron las aplicaciones militares y financieras del término "reserva".
En ese entonces, los esfuerzos de reformas financieras estuvieron orientados por la noción de que la creación de escudos financieros haría más seguro el mundo. Sin embargo, esta creencia estimuló una excesiva confianza entre aquellos encargados de hacer las reformas, y les impidió prever las acciones militares que serían necesarias para proteger la economía. En lugar de ser una alternativa de guerra, la carrera de armas financieras la hizo más certera -como bien podría estar ocurriendo ahora con Rusia.
(Harold James is Professor of History and International Affairs at Princeton University, Professor of History at the European University Institute, Florence, and a senior fellow at the Center for International Governance Innovation. A specialist on German economic history and on globalization )
– El imperio ruso también se desmoronará (El Economista – 12/4/14)
(Por Matthew Lynn)
Rusia se ha anexionado Crimea y sus agentes avivan rebeliones por el este de Ucrania. Sus tropas se agrupan en la frontera mientras el presidente Vladimir Putin habla con admiración del viejo imperio soviético y parece dispuesto a recrearlo. Al mundo le preocupa con toda la razón que Moscú albergue ambiciones imperiales como ocurrió durante gran parte de los siglos XIX y XX.
El último imperio ruso se vino abajo por la debilidad de su economía y a éste le va a ocurrir lo mismo. Puede que Putin se haga el duro pero no tiene las bases económicas para reclamar una subida de estatus como superpotencia. Tras un estirón del crecimiento por el desarrollo de sus yacimientos petrolíferos y otros recursos naturales, ahora ha perdido fuelle. El crecimiento se ha paralizado e incluso se revierte. El coste de la anexión de Ucrania agotará sus recursos.
Dirigir una gran potencia es caro (y, si no, pregúntenle a los americanos o a los británicos antes que ellos). Los rusos no se lo pueden permitir y, por eso, fracasarán a medio plazo. Todavía no está claro hasta dónde pretende Putin llevar sus ambiciones sobre Ucrania. Tal vez sólo quiera colocar de nuevo un régimen promoscovita en el poder o devolver la economía al control íntegro de Rusia o, por lo menos, las regiones del este. Todo eso se verá. Lo que sí sabemos es que la economía rusa no puede pagar el precio que le cuesta esta crisis.
Rusia ha vuelto a caer en una depresión. La producción ha encogido en los tres últimos meses. El FMI ha recortado su pronóstico de crecimiento en 2014 del 1,3 al 0,2% y sostiene que los 100.000 millones de dólares aproximadamente que han huido del país desde el inicio del conflicto ya han afectado a la producción. Standard & Poor's ha rebajado su nota a apenas una muesca por encima de la basura. El rublo ha caído un 8% frente al dólar y el banco central ha empujado los tipos de interés del 5,5 al 7,5% para defender la moneda e impedir la fuga de dinero.
No podía haber elegido peor momento. En la década previa a 2008, la primera desde que Putin subió al mando, se crecía a una media del 7%. Entre 2008 y 2012, se bajó al 4% y ahora ronda el 1%. Sin visos de remontar en un futuro próximo. El petróleo y el gas forman el pilar de la economía rusa, que suministra el 24% del gas de Europa y el 30% del petróleo. Planea exportar gas a China pero los oleoductos no están construidos. No hay mucho más. Ni industrias de manufactura capaces de exportar ni distribuidores que puedan atender fuera del mercado nacional.
¿Cuántas empresas rusas conoce que no pertenezcan al sector de los recursos? China ha creado muchas, al igual que Brasil y la India o casi toda Europa oriental. Rusia, sin embargo, bajo la oligarquía capitalista controlada y dominada por el Estado, ha fracasado estrepitosamente. Lo peor de todo es que se ha vuelto a hundir en una crisis demográfica más grave que nunca. Entre 2005 y 2010, la población en edad laboral creció un 5%; ahora disminuye un 1% desde hace cinco años. Entre 2015 y 2020, caerá un 6%. Cuesta mucho hacer crecer una economía cuando la mano de obra encoge (lo saben bien los japoneses).
Empeorarán la economía
Las ambiciones de Putin sólo empeorarán la economía. Ucrania es un caso perdido, que apenas ha crecido desde el hundimiento de la Unión Soviética. Las industrias pesadas que heredó del comunismo eran redundantes y no han sido reemplazadas por otras nuevas. Mientras que Polonia ha florecido, Ucrania se ha estancado, lo que obligaría a Rusia a soportar un enorme pasivo justo en el peor momento. Alemania del este, con una población de 16 millones, casi quebró a la adinerada Alemania occidental tras la reunificación.
Ucrania, con 45 millones, podría dar a Rusia de bruces contra el suelo. Las sanciones empeorarán las cosas. Cuando a una economía le cierra las puertas del resto del mundo, pierde competitividad, aunque Rusia no es que tenga mucha. El dominio de un grupo reducido de oligarcas se fortalecerá y los pocos emprendedores auténticos en Rusia se van a encontrar con el mundo cerrado. La dependencia de la energía y los recursos naturales no hará más que aumentar, aunque incluso eso corre riesgo a medio plazo. Europa está sentada sobre una amplia reserva de gas de esquisto y sólo necesita encontrar la voluntad política de liberarse de la energía rusa. La agresividad de la política exterior de Putin podría ser precisamente el empujón para que ocurra.
Si el petróleo y el gas se hunden, Rusia podría verse en la quiebra. Como es lógico, nada de eso implica que no valga la pena comprar acciones rusas a estos niveles. La economía está en baja forma pero eso ya está incluido en el precio. El mercado moscovita presenta unas ganancias cuadruplicadas. Sus recursos naturales siguen siendo valiosos, por muy mal que se gestionen. Cuando regalan activos por casi nada, no hay razón para no comprarlos.
Lo que sí implica es que las ambiciones imperiales de Putin son inútiles. Los imperios se basan en la fortaleza económica y no al revés. Los rusos pueden anexionarse Crimea e incluso hacerse con el control de Ucrania también si quieren (no hay visos de que Europa o EEUU vayan a ir a la guerra para defenderla), pero la debilidad de la economía condujo al descalabro del imperio soviético y con Rusia va a suceder lo mismo.
(Mattew Lynn, Director Ejecutivo de la consultora londinense Strategy Economics)
– El origen de la conducta rusa (Project Syndicate – 16/4/14)
Nueva York.- Nadie sabe cuánto tiempo debe pasar para que el periodismo ceda paso a la historia, pero la diferencia es que normalmente los historiadores escriben con la ventaja de una perspectiva que refleja el paso de años, décadas o incluso siglos. El tiempo permite que salga a la luz información antes desconocida, que se escriban memorias, que se revele el significado de los acontecimientos. Algo que hoy puede parecer relativamente trivial tal vez resulte todo lo contrario, así como algo que hoy parece de una importancia inmensa puede perderla con el tiempo.
Pero para bien o para mal, Occidente no puede darse el lujo de esperar a encontrar sentido a los últimos acontecimientos sucedidos en Ucrania, simplemente porque nada asegura que el precedente de Crimea no se repita. Miles de soldados rusos siguen apostados en la frontera oriental de Ucrania; todos los días hay noticias de hechos de agitación dentro de Ucrania, muchos de ellos presuntamente instigados por Rusia.
De modo que debemos apresurarnos a entender las conclusiones que estos últimos acontecimientos permiten extraer respecto de Rusia, de su presidente, Vladímir Putin, y del orden internacional. Y es igualmente importante que apliquemos lo aprendido sin demora.
Putin quiere volver a poner a Rusia en el lugar que, considera, le corresponde en el mundo. Está realmente furioso por las humillaciones que según percibe sufrió Rusia desde el fin de la Guerra Fría, incluidas la ruptura de la Unión Soviética y la ampliación de la OTAN (aunque nunca admitirá que Rusia de hecho perdió la Guerra Fría).
Al mismo tiempo, Putin busca perpetuar su poder y asegurar que no le suceda lo mismo que al ex presidente ucraniano Víktor Yanukóvych, otrora su representante en Kiev. Y sabe perfectamente que muchos de sus compatriotas comparten el objetivo de restaurar la pasada grandeza de Rusia. La política exterior puede servir de buena política interna.
O sea, podemos esperar que Putin seguirá interfiriendo en Ucrania tanto como pueda y en la medida en que eso lo ayude a fortalecer su dominio interno. La política de Occidente debería apuntar a frustrar dicha estrategia.
Ahora bien, contrarrestar la interferencia rusa no es motivo para incorporar Ucrania a la OTAN, ya que para ello sería necesario o bien acudir en su defensa militarmente (con enormes riesgos y dificultades), o bien no estar a la altura del compromiso asumido (lo que generaría serias dudas en todo el mundo acerca de la credibilidad de Estados Unidos). El presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, no se equivocó cuando describió a Rusia como una potencia regional más que global: es fuerte en su periferia y tiene mucho en juego en el futuro de Ucrania.
Pero Occidente tiene otras opciones. Una es fortalecer a Ucrania políticamente (colaborar con la realización de elecciones y la institución de un nuevo gobierno) y económicamente. En este último sentido será de ayuda el recientemente acordado paquete de ayuda financiera de 27.000 millones de dólares por dos años, financiado en su mayor parte por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional. Además, se necesita colaboración en temas de seguridad, centrada en las áreas de inteligencia y policía, para que Ucrania sea menos vulnerable a los intentos rusos de sembrar la discordia y provocar agitación.
Otra opción es poner a punto una nueva ronda de sanciones económicas contra Rusia, mucho más graves que las que se introdujeron después de la invasión y anexión de Crimea. Las nuevas medidas deben apuntar a las instituciones financieras rusas y restringir las exportaciones con destino a Rusia. Es preciso comunicar a Putin la determinación de Estados Unidos y la Unión Europea de respaldar esas sanciones, para que conozca bien el precio de sus intentos de desestabilizar a Ucrania.
Además, la política de Occidente debe incluir una dimensión de diplomacia pública. Tal vez los rusos se lo piensen dos veces antes de apoyar la política exterior de su gobierno si se enteran del impacto que tendrá sobre sus niveles de vida. Y tal vez se sorprenderían si supieran el monto total de la riqueza personal de Putin, un asunto que debe documentarse y darse a conocer.
También se pueden tomar medidas para reducir la asfixiante dependencia energética de Ucrania y gran parte de Europa occidental respecto de Rusia. Estados Unidos puede comenzar a exportar petróleo y aumentar su capacidad de exportar gas natural. Los europeos pueden tomar medidas tendientes a la introducción de las tecnologías que llevaron al auge de producción de gas en Estados Unidos, mientras que Alemania puede rever su posición en relación con la energía nuclear.
Lo sucedido en Crimea también debería ser una advertencia para la OTAN. Los pueblos y gobiernos que la conforman deben abandonar la cómoda ilusión de pensar que el uso de la fuerza militar por parte de ciertos países con fines de expansión territorial es un anacronismo. Hay que aumentar el gasto y la capacidad de Europa en materia de defensa, lo mismo que la presencia estadounidense en determinados países de la OTAN (algo que se puede hacer incluso a la par que Estados Unidos aumenta su presencia en Asia).
La estrategia necesaria para resistir los intentos de Putin de expandir la influencia de Rusia más allá de sus fronteras (y para inducir cambios dentro de ellas) es muy similar a la doctrina de "contención" que guio la política occidental durante las cuatro décadas de la Guerra Fría. Hay que ofrecer a Rusia (un país de sólo 143 millones de habitantes y sin una economía moderna) la oportunidad de disfrutar de los beneficios de la integración internacional, pero sólo en la medida en que ponga límite a sus acciones.
No quiere decir esto que vaya a haber una segunda Guerra Fría, pero sí que hay buenos motivos para adoptar una política que demostró ser eficaz en la confrontación de un país con ambiciones imperiales en el extranjero y pies de barro fronteras adentro.
(Richard N. Haass, President of the Council on Foreign Relations, previously served as Director of Policy Planning for the US State Department (2001-2003), and was President George W. Bush"s special envoy to Northern Ireland and Coordinator for the Future of Afghanistan )
– "Es hora de largarse de la Rusia de Putin" (El Confidencial – 18/4/14)
(Por Daniele Grasso)
Más que puentes o barreras, las fronteras actúan como puertas. Putin lo sabe, y tras invitar a casa a los dos millones y medio de habitantes de Crimea, ha dejado la puerta entreabierta. Los vecinos insatisfechos ahora se amontonan y llaman a su timbre (algunos con violencia). "¿Qué puedo hacer yo, están tocando a mi puerta?", viene a alegar el cuco de Putin.
También está esa famosa canción de El último de la fila que dice que cuando la pobreza entra por la puerta el amor salta por la ventana. Según el Banco Central Ruso más de 50.000 millones de euros han salido del país desde la anexión de Crimea. En unas semanas se ha sacado más dinero de Rusia que en todo el 2012. Las autoridades ya han aprobado medidas monetarias "para reducir la volatilidad" ante "presiones externas" que han creado "una crisis artificial", en palabras del Primer Ministro Sergei Medvedev. ¿Pero qué políticas monetarias aplicar cuando son los jóvenes los que se quieren ir?
El conflicto ucraniano es un punto y aparte en la política internacional; pero también la Rusia del futuro se está gestando en estos meses. Y no sólo porque las inversiones retiradas del país se llevan consigo tecnología y personal cualificado, sino porque los propios investigadores y liberales van con ellos en su huida al extranjero. Se quedan pues los patriotas, los adictos a las emociones fuertes y los que padecen el mal ruso.
El periodista Dmitry Oreshkin ha escrito en Novaya Gazeta que "la explicación para entender la ola de emigración (de los últimos años) es la misma que (el poeta Alexander) Blok proporcionó sobre la muerte de Pushkin: falta de aire fresco Cada vez es más difícil para las personas libres y autosuficientes respirar en la Rusia de Putin".
De acuerdo con Lev Gudkov, director del centro de investigaciones sociales Levada, "lo peor es que la gente que puede irse son aquéllos que iban a tener un rol clave en las campañas de modernización iniciadas por el Kremlin. Pero parece que al Kremlin no le puede importar menos si los más preparados, los más activos, son precisamente los que emigran. Y eso porque su éxodo reduce las tensiones sociales y políticas en el país, y debilita a la oposición".
En total, uno de cada cinco rusos quiere abandonar su país según una encuesta realizada por el centro Levada en 2012. El número es mayor entre los estudiantes de universidad (45%) y empresarios (38%). Otro instituto, el Romir, se ha centrado en los urbanitas, concluyendo que a un tercio de ellos le gustaría cambiar de aires. Incluso el centro Vtsiom, más cercano al Kremlin, reconoce que el 40% de los jóvenes entre 18 y 35 años quiere dejar Rusia.
Este estado de ánimo es recogido por el blog Pora Valit en el que se dan consejos de cómo emigrar. La traducción del nombre al castellano sería algo así como "la hora de largarse". Desde que Putin anunció su intención de recuperar la presidencia (tras el lacrimoso enroque con Medvedev) el tráfico y el número de comentarios en el blog ha aumentado.
Yanson, el fundador y coordinador del blog, cuenta a El Confidencial que "la gente joven está de alguna manera orgullosa de esa Rusia que siempre tiene problemas, guerras y crisis, pero que siempre sobrevive, lo cual quiere decir que Rusia es fuerte. Lo que pasa es que luego quieren vivir en sitios tranquilos, sin riesgos ecológicos, económicos y políticos".
Según su propio manager, La hora de largarse es una comunidad de discusión medio seria y medio en broma "El nombre además se presta a ello: que hay un desfalco de cinco mil millones en el ministerio de defensa y nadie es culpable -Pora Valit! Que se estrella otro avión -Pora Valit! Que no hay agua caliente en invierno -Pora Valit!… la gente está cansada de la falta de futuro y las malas condiciones de vida y busca oportunidades fuera. Nadie espera milagros de nuestro país ni cree en un brillante futuro. Ni siquiera los más patriotas".
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