Europa "abandonada": la opinión de "los que saben" (supuestamente)
a lo particular
Europa y la globalización: de amenaza a oportunidad (Real Instituto Elcano – 14/5/13) | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||
(Por Federico Steinberg) | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Resumen La UE -y en particular la zona euro- se encuentra actualmente sumidas en una "burbuja de pesimismo" que no se corresponde con los datos objetivos de su capacidad, presencia e influencia en los ámbitos económicos y políticos internacionales. Pero aun si supera su actual bache, necesitará acometer importantes reformas económicas e institucionales para poder adaptarse a la nueva realidad internacional, que se caracterizará por un mayor peso de las potencias emergentes y un entorno internacional mucho menos Occidental y cooperativo. Solo en la medida en la que logre ejercer su poder de forma no fragmentada y reinvente su modelo socio-económico (especialmente en los países del sur) estará en disposición de aprovechar las ventajas que ofrece la globalización y dejar de tener una postura defensiva ante la misma. Introducción Mientras la economía europea continúa hundiéndose en su propia crisis el mundo está experimentando un rapidísimo proceso de cambio. Las transformaciones estructurales a las que estamos asistiendo afectan a variables tan diversas como: la nueva geografía del comercio, las inversiones y la tecnología; el reparto del poder económico y político a escala global; el creciente papel del mercantilismo y la geoeconomía en las relaciones internacionales; la rivalidad por el acceso a los recursos naturales y energéticos; y el envejecimiento de la población mundial y la cada vez más desigual distribución de la renta dentro de los países. La mayoría de estos cambios lleva muchos años en marcha, pero el brutal impacto que la Gran Recesión está teniendo en los países avanzados, que contrasta con la forma en la que la mayoría de los países emergentes están capeando el temporal, ha acelerado las transformaciones. Esto supone que la realidad económica y geopolítica mundial que Europa se encontrará cuando por fin supere su crisis interna tendrá poco que ver con la que existía hace tan solo una década. Esto obliga a una Europa que hoy está fragmentada, desmembrada y desorientada a repensar qué papel quiere jugar en el mundo, con qué activos cuenta y qué estrategias debe desarrollar para no quedar relegada a un plano secundario. Analizar el papel de la UE en la globalización económica es el objetivo de este trabajo. Tras hacer un breve diagnóstico de las crisis (interna y externa) a las que se enfrenta Europa, se abordan los principales cambios económicos, políticos y sociales que el mundo está experimentando para después plantear qué papel le quedará a la UE en la globalización si es capaz de llevar adelante las reformas institucionales y económicas que le permitan mantenerse unida. Las principales conclusiones de este estudio son dos. La primera, que la UE -y en particular la zona euro (ZE)- se encuentra actualmente sumidas en una "burbuja de pesimismo" que no se corresponde con los datos objetivos de su capacidad, presencia e influencia en los ámbitos económicos y políticos internacionales. La segunda es que, aun si supera su actual bache, necesitará acometer importantes reformas económicas e institucionales para poder adaptarse a la nueva realidad internacional, que se caracterizará por un mayor peso de las potencias emergentes y un entorno internacional mucho menos Occidental y cooperativo. Solo en la medida en la que logre ejercer su poder de forma no fragmentada y reinvente su modelo socio-económico (especialmente en los países del sur) estará en disposición de aprovechar las ventajas que ofrece la globalización y dejar de tener una postura defensiva ante la misma. Europa: el nuevo enfermo del mundo Durante la primera década del siglo XXI, Alemania era conocida como "el enfermo de Europa". La reunificación le había generado importantes costes económicos que lastraron su crecimiento y que sólo fueron superados con una combinación de tiempo (para digerir la absorción de la economía de la República Democrática Alemana) e importantes reformas estructurales (para sentar las bases del crecimiento que observamos en la actualidad). Hoy, casi dos décadas más tarde, Europa (y más concretamente la ZE, especialmente su flanco sur) es el "enfermo del mundo". Desde 2010, su economía es la menos dinámica del planeta, además de ser la región que supone un mayor riesgo para la estabilidad de la economía mundial (FMI, 2012). Y lo que es peor, según muestra el Mapa 1, que recoge estimaciones del BBVA, la contribución de Europa Occidental al crecimiento mundial en la próxima década será sólo del 5,8%, por debajo de América del Norte, América Latina y el Este de Europa y muy por debajo del Asia emergente, cuyo crecimiento representará el 57,9% del total, la mitad generado por China. Estas malas perspectivas llaman la atención cuando se tiene en cuenta que la ZE tiene mejores indicadores de deuda pública, déficit público, balanza de pagos, inflación e incluso empleo que EEUU, que, sin embargo, crece más. El problema es que, a día de hoy, Europa sufre una crisis de confianza porque nadie está seguro de si la ZE es un conjunto de economías "pequeñas" e independientes muy interconectadas comercial y financieramente y unidas por un tipo de cambio fijo o si, por el contrario, se trata de una Unión Monetaria irrevocable, clasificable por tanto como "economía grande" (de hecho, la segunda mayor del mundo) y con poder de mercado, que además emite una moneda de reserva global. La diferencia es crucial. Si se trata de una Unión Monetaria irrevocable como EEUU tanto los problemas de endeudamiento de Grecia (que no son muy distintos a los de California) como las debilidades de algunas instituciones financieras sistémicas (que se parecen a las que tenían los bancos norteamericanos en 2008) podrían resolverse con cierta facilidad. En el primer caso mediante la creación de un sistema de transferencias financiadas mediante la emisión de títulos de deuda paneuropeos, que pueden llamarse presupuesto federal y eurobonos. En el segundo mediante la creación de un mecanismo de resolución bancaria al nivel de la ZE para que los países no tengan que hacer frente de forma individual al rescate de sus bancos cuando éstos son demasiado grandes para caer, algo que ya está en marcha pero que plantea importantes problemas de implementación. Estas medidas de solidaridad requerirían como contrapartida un pacto fiscal creíble para asegurar la estabilidad presupuestaria a medio y largo plazo, así como duras reformas estructurales, que por otra parte son necesarias para que los países del sur no tengan déficit crónicos por cuenta corriente y sus empresas puedan desenvolverse de forma eficiente en la globalización. Sin embargo, por el momento, el ajuste en el sur se está produciendo sin que los países del norte pongan sobre la mesa la suficiente solidaridad como para dar seguridad de que el barco del euro se mantendrá a flote. Esta situación aumenta la desconfianza y se traducen en malas perspectivas, poca inversión, altas primas de riesgo en la periferia y poco crecimiento. Además, la obsesión con la austeridad y los objetivos fiscales nominales impuestos por Alemania y el miedo a una inflación por el momento inexistente por parte del BCE también contribuyen a explicar las malas expectativas y el decrecimiento. En definitiva, la mala coyuntura económica que atraviesa Europa, así como sus malas perspectivas de futuro, se explican sobre todo porque no se ve claro que la ZE vaya a tomar la decisión de empezar a comportarse como una auténtica Unión Monetaria sostenida por instituciones políticas y no sólo como un sistema de tipos de cambio fijos cuya viabilidad económica está en cuestión por no tratarse de un área monetaria óptima. Y esta indecisión responde a que, en Europa, no está claro que un griego y un alemán pertenezcan a la misma comunidad política (los Estados Unidos de Europa) mientras que no hay ninguna duda de que un ciudadano de Ohio y otro de Florida sí (los Estados Unidos de América). Por tanto, la actual crisis puede ser tanto el final del euro (y tal vez de la UE) como su principio. Será el final si la moneda única no logra sobrevivir a este trance y se lleva por delante el proceso de integración europea (Roubini y Ferguson, 2012), pero será el principio si las actuales tensiones financieras sirven para establecer los pilares políticos que la hagan viable económicamente y que no pudieron crearse por falta de acuerdo cuando se lanzó el proyecto del euro. Y dichos pilares no son otros que: un Banco Central que actúe sin condiciones como prestamista de última instancia (reaccionando rápidamente ante los pánicos que caracterizan a los mercados financieros en momentos de incertidumbre); una auténtica política económica común respaldada por un presupuesto federal; una unión bancaria que incluya un fondo de garantía de depósitos común, un mecanismo de resolución de crisis bancarias paneuropeos y un supervisor único; y el aprovechamiento de las ventajas de emitir una moneda de reserva global (ingresos por señoreaje, bajo coste de financiación y capacidad de ejercer el "poder monetario"; es decir, retrasar el propio ajuste fiscal gracias a la voluntad de los ahorradores mundiales de financiar déficit en momentos puntuales, e incluso crear inflación para reducir el valor de la deuda, cosas que desde hace más de medio siglo viene haciendo periódicamente EEUU). Un nuevo escenario internacional Mientras se van sucediendo los episodios de la interminable crisis del euro, que además están amenazando con romper el admirado modelo social europeo caracterizado por la combinación de riqueza y cohesión social, Europa se está enfrentando a una crisis externa que precede tanto a la crisis financiera global que estalló en 2008 como a la propia crisis del euro que se inició en 2010: su declive relativo en relación al auge de las potencias emergentes y de un EEUU que, por el momento, está manteniendo mejor su presencia y poder que Europa ante la emergencia de nuevos poderes, especialmente asiáticos. Durante décadas, la economía mundial se analizó bajo el prisma centro-periferia: EEUU, la UE y Japón eran responsables de la mayor parte de la producción, el comercio y la inversión y el resto del mundo, aunque mucho más poblado, apenas tenía peso en las principales variables económicas (y menos aún en las estructuras de gobernanza económica mundial). Sin embargo, durante la última década estas categorías han quedado obsoletas. La economía mundial se asemeja cada vez más a una red donde persisten grandes nodos (los países ricos), pero donde cada vez tiene más peso otros polos que crecen a gran velocidad (China ya es la segunda economía del mundo y será la primera en 2016 en términos de paridad del poder de compra). Además, las relaciones comerciales y financieras entre estas potencias emergentes son cada vez más significativas. Según datos del Banco Mundial (2011) la cuota de los países en desarrollo en el comercio mundial ha pasado del 30% en 1995 al 45% en 2010, sobre todo debido a la rápida expansión del comercio sur-sur entre las potencias emergentes. Un tercio de las inversiones directas en los países emergentes provienen de otros países emergentes, que también están realizando importantes adquisiciones en los países avanzados. Además, los países emergentes y en desarrollo tiene más de dos tercios de las reservas mundiales de divisas (hace 10 años tenían sólo un tercio) y hoy países como Brasil, Chile y Turquía tiene un riesgo país más bajo que algunos países europeos. Todo ello se completa con el auge de una nueva clase media (sobre todo en América Latina y algunos países asiáticos) que, en algunos casos, ha ayudado a consolidar la democracia y está actuando como una fuente de estabilidad económica al potenciar la demanda interna. Por ello, no resulta sorprendente que durante los últimos cinco años los países emergentes hayan sido responsables de cuatro quintos del crecimiento mundial y que se espere que esta tendencia se mantenga en el futuro. Estos cambios no implican que la renta per cápita en estos países se haya acercado todavía al nivel que tienen los países ricos, ni tampoco que los problemas de pobreza y desigualdad no sigan siendo importantes. Sin embargo, muchos de los ciudadanos de los países emergentes tienen la certeza de que sus hijos vivirán mejor que ellos, algo de lo que los europeos y los estadounidenses ya no están tan seguros. Todo esto supone que, a lo largo de las próximas décadas, Asia volverá a recuperar lentamente el enorme peso económico que tuvo hasta la revolución industrial y no puede descartarse que muchos países de América Latina también ganen peso relativo en detrimento de los países europeos, Japón y, en menor medida, EEUU. Además, como la crisis financiera ha afectado mucho más a los países avanzados que a los emergentes, esta lenta tendencia de convergencia económica entre el viejo centro y la vieja periferia se acelerará. De hecho, hasta que los países avanzados no logren reducir sus elevados niveles de deuda (pública y privada) será difícil que comiencen a crecer de forma sostenida. Y eso, como muestra el trabajo de Reinhart y Rogoff (2010) sobre crisis financieras, podría durar todavía varios años, especialmente si no se produce inflación o reestructuración de las deudas. Algunos de los símbolos de este nuevo orden económico mundial son las compras de empresas occidentales por parte de los fondos soberanos de los países emergentes, que cada vez más avances tecnológicos proceden de empresas multinacionales con origen en los países emergentes o que, por primera vez, la mayoría de los préstamos del FMI se concentran en Europa. Asimismo, la tendencia al alza de los precios energéticos y alimentarios, que con altibajos se han vivido durante la mayor parte de la última década, responde al aumento estructural de la demanda por parte de los países emergentes, especialmente China y la India. ¿Burbuja de pesimismo? A pesar de este declive relativo de Occidente en general y de Europa en particular, no conviene perder de vista que la desoccidentalización de la economía mundial es un proceso gradual que todavía no se ha completado (y podría no llegar a hacerlo nunca). De hecho, según muestra el Índice Elcano de Presencia Global (IEPG) del Real Instituto Elcano, la presencia de los países emergentes, aunque destacada en el ámbito económico, es todavía limitada en los campos militar, científico, social y cultural (Gráficos 1 y 2). EEUU sigue teniendo una enorme presencia global y los países de la UE (que sumados superarían a EEUU en muchos de los indicadores si se tomaran como un todo) también mantienen posiciones destacadas en prácticamente todos los ámbitos. Esto implica que, como indica Olivié (2012), autora de este índice, se puede hablar de países "emergentes pero no emergidos" y "decadentes pero no caídos". De hecho, entre los 12 primeros puestos del ranking sólo aparecen dos emergentes (China en el quinto lugar y Rusia en el séptimo). Gráfico 1. Índice Elcano de Presencia Global (2011) Fuente: Real Instituto Elcano. Gráfico 2. Evolución del Índice Elcano de Presencia Global (1990-2011) Fuente: Real Instituto Elcano. En particular, en el índice países como la India y Brasil aparecen con menor presencia global que pequeños países europeos como Bélgica y los Países Bajos. Ello se explica porque se trata de países grandes y con un gran mercado interior, pero que todavía no cuentan con una gran vocación de presencia exterior. En todo caso, lo que sí subraya el IEPG es que la tendencia apunta claramente hacia un aumento de la presencia de los principales países emergentes en todas las áreas, como ilustra el Gráfico 3, que muestra la evolución de los BRICS entre 1990 y 2011. En particular, destacan el espectacular crecimiento de China, así como la reemergencia de Rusia, que tras la Guerra Fría perdió presencia y durante la última década ha comenzado a recuperarla. Gráfico 3. Índice Elcano de Presencia Global para los BRICS (1990-2011) Fuente: Real Instituto Elcano. En suma, aunque la economía mundial es cada vez más multipolar, los países emergentes aún no son capaces de transformar su mayor presencia económica en poder e influencia política. Están lejos de tener una posición dominante en los organismos internacionales y sus esfuerzos por reformar el sistema monetario internacional y reducir la dependencia en el dólar como moneda de reserva están resultando infructuosos. Por lo tanto, pueden dejar oír su voz y mostrar su frustración con el actual orden internacional, pero todavía no tienen poder suficiente para modificarlo, algo que podría ir cambiando lentamente en la próxima década. Por todo ello, cabe señalar que Europa, a pesar de encontrarse en una importante crisis económica y estar perdiendo peso relativo en el escenario internacional, todavía cuenta con unos activos objetivos muy importantes, que tienden a quedar desdibujados por la severidad que está teniendo la crisis del euro y la lentitud con la que se están tomando medidas para atajarla. En este sentido podría hablarse de que Europa sufre de una burbuja de pesimismo que, seguramente, al igual que les ocurre a las burbujas financieras, terminará pinchándose, mostrando entonces que la capacidad objetiva de Europa para jugar un papel activo en la globalización (e incluso llegar a moldearla) es mayor que la que se percibe en la actualidad. Grandes tendencias de futuro Como se ha señalado, el contexto internacional continuará experimentando rápidos cambios en los próximos años y la UE deberá adaptarse a los mismos y repensar su papel en la globalización. A continuación analizamos las principales tendencias globales que se observan en los campos económico, político y social. En lo económico: multipolaridad y auge de la geoeconomía Aunque EEUU continuará durante mucho tiempo siendo la única superpotencia militar del mundo (en 2011 su gasto militar casi duplicó al del resto de países), la economía mundial se volverá cada vez más multipolar. Incluso en el caso de que la economía China experimente una crisis o una desaceleración en la próxima década (algo que cada vez parece más probable) o que otros países emergentes tengan dificultades para continuar creciendo tan rápido como en el período 2002-2008 por el letargo económico de Europa, Japón y en menor medida EEUU, será prácticamente inevitable que el proceso de multipolarización y desoccidentalización de la económica mundial continúe. Este proceso de convergencia económica, que como señala Zakaria (2008) no es tanto caída de Occidente sino auge "del resto", está desencadenando una nueva lógica de competición y rivalidad entre estados que lentamente va sustituyendo al entorno cooperativo y basado en reglas comunes que dominó las relaciones económicas internacionales en la segunda mitad del siglo XX. En esta nueva realidad, caracterizada por el auge de la rivalidad geoeconómica (Fride, 2012), los países utilizan sus potencialidades económicas como instrumentos de poder, de forma similar a como sucedía a finales del siglo XIX, que fue el anterior momento de multipolaridad económica mundial. Esto supone que la lógica liberal cooperativa está siendo reemplazada por un renacer del mercantilismo clásico, donde los países vinculan cada vez más el poder económico al poder político y a la seguridad nacional. El "campo de juego" de la geoeconomía es variado. Es claro en la competencia por los recursos naturales, minerales, energéticos, alimentarios o hídricos, donde los países buscan control y acceso al no confiar ya en que el mercado pueda proveerles con seguridad de estos elementos estratégicos, y están dispuestos a utilizar sus recursos diplomáticos (e incluso militares) para asegurarse los suministros. Pero en otras áreas, como el comercio y las finanzas, también se observa esta rivalidad, como demuestran las crecientes presiones proteccionistas y la imposibilidad de cerrar la Ronda de Doha de la OMC, el nuevo nacionalismo financiero asociado a los rescates bancarios, la manipulación de los tipos de cambio y los controles de capital (también llamada "guerra de divisas") para promover el crecimiento propio a expensas del crecimiento del vecino, y la preocupación en Occidente ante el creciente papel de los fondos soberanos. De hecho, llama la atención que en este nuevo juego de la geoeconomía, donde el capitalismo de Estado va cobrando cada vez más fuerza como modelo, no solo participan los países emergentes, que muchas veces se aprovechan de los "grises" de la regulación económica internacional para actuar como free riders y obtener ganancias a corto plazo. Países avanzados como Alemania, Francia y el propio EEUU también utilizan su influencia para asegurar contratos, financiarse a bajo coste o preservar su posición de privilegio en los organismos internacionales. El paso del liberalismo cooperativo a la rivalidad geoeconómica no significa necesariamente que el conflicto bélico entre Estados sea más probable, pero sí alerta sobre la necesidad de avanzar en nuevas reglas globales para asegurar que los cambios en el equilibrio de poder mundial puedan ser gestionados de un modo relativamente ordenado para evitar situaciones de conflicto directo, que serían profundamente desestabilizadoras para el sistema internacional. Cómo hacerlo es el tema que pasamos a analizar a continuación. En lo político: rivalidad geopolítica y problemas de gobernanza En un contexto de elevada interdependencia económica, bajo crecimiento, cambios estructurales en la economía mundial y auge de la geoeconomía sería deseable contar con estructuras de gobernanza global sólidas que redujeran los potenciales conflictos internacionales. Ello se debe a que el mantenimiento de un sistema económico abierto, ordenado y bien regulado, la estabilidad económica internacional, la lucha contra el cambio climático o la eliminación de la pobreza son bienes públicos globales porque beneficia a todos los ciudadanos del mundo. Pero, como sucede con todos los bienes públicos internacionales, en ausencia de una potencia hegemónica, su provisión requiere de la cooperación entre Estados. Además, en el caso de la gobernanza de la globalización, entendida no como gobierno mundial sino como procedimiento de toma de decisiones basado en la negociación permanente y el respeto a la ley, se introducen consideraciones de legitimidad internacional, e incluso de justicia distributiva. Sólo si las reglas de la economía global son percibidas como legítimas, inclusivas y razonablemente democráticas por la opinión pública de los principales países serán efectivas y duraderas porque permitirán a los ciudadanos recuperar a nivel supranacional parte de la soberanía económica perdida a nivel nacional con la globalización (Rodrik, 2011). Este elemento de legitimidad se ha vuelto especialmente importante tras la crisis financiera internacional, cuyos devastadores efectos han generado un creciente rechazo por la globalización. Sin embargo, como señalan Frieden et al. (2012) lo esperable es que en los próximos años nos encontremos precisamente con lo contrario, menos gobernanza y menos cooperación. Los problemas internos de la mayoría de las grandes potencias, los elevados niveles de deuda (en los países ricos), que lastrarán el crecimiento, y la sensación generalizada de que la economía mundial no está ya al borde de un colapso sistémico como ocurrió en 2008-2009, llevarán a que se haga un menor esfuerzo por promover la coordinación de políticas nacionales y reforzar las estructuras institucionales de gestión internacional de crisis, tanto en el ámbito económico como en el político. Y es en ese contexto donde existe el riesgo de que se produzcan "errores de cálculo" que lleven a conflictos comerciales o cambiarios que puedan derivar en problemas políticos (o incluso militares) de mayor envergadura. No se trata tanto de que los gobiernos pongan en práctica políticas que tengan como objetivo perjudicar a otros países, sino que, sencillamente, no presten atención suficiente a las implicaciones internacionales (lo que los economistas llaman externalidades negativas) de las políticas que ponen en marcha para conseguir objetivos internos. Asimismo, como el poder es un juego de suma cero, el hecho de que los países avanzados intenten mantener sus cuotas de influencia en los organismos de gobernanza internacional mientras los emergentes exigen aumentar su peso en los mismos puede llevar a una parálisis de estas organizaciones, que termine por volverlas inefectivas e irrelevantes, dejando a la comunidad internacional sin foros para solucionar los conflictos que surjan en el ámbito comercial, financiero o energético. Esto no quiere decir que no puedan producirse avances en la cooperación, que en el ámbito económico son especialmente necesarios en la contención del proteccionismo, la reducción de los desequilibrios macroeconómicos globales, la mejora del funcionamiento del Sistema Monetario Internacional y la lucha contra el cambio climático. De hecho, hoy la economía mundial cuenta con el G20, que es un foro de diálogo flexible y más legítimo que otros, donde además, por primera vez, los países emergentes están bien representados. Esta joven institución tiene el potencial para ser el embrión adecuado para fraguar acuerdos internacionales, que luego puedan tomar forma jurídica a través de las organizaciones internacionales existentes. Sin embargo, como muestra la propia experiencia reciente del G20, que adquirió un gran protagonismo tras la quiebra de Lehman Brothers en 2008 pero que después se ha ido desinflando y vaciando de contenido, no es fácil sostener la cooperación económica internacional durante mucho tiempo, especialmente cuando los compromisos externos chochan con las prioridades nacionales. Por ello, aunque no pueden descartarse que se produzcan avances en la gobernanza internacional, es probable que los próximos años vengan más marcados por la rivalidad y los conflictos económicos, aunque estos sean puntuales y puedan ir resolviéndose. En lo social: envejecimiento, desigualdad y nuevas clases medias Como hemos señalado, uno de los principales impedimentos para la consecución de una mayor cooperación económica internacional y una mejor gobernanza serán las restricciones políticas internas que enfrenten los gobiernos de las principales potencias. Por ello, es importante detenerse brevemente en las grandes tendencias sociales que se producirán (o reforzarán) en los próximos años porque de ellas dependerá en gran medida el margen de maniobra que tendrán los gobiernos para atender a los asuntos internacionales. La primera de estas tendencias es el rápido envejecimiento de la población (véase el Gráfico 4), especialmente en los países avanzados pero también en China, cuya población envejecerá muy rápidamente a partir de 2030 como consecuencia de la política del "hijo único" establecida a finales de los años 70. Gráfico 4. El envejecimiento de la población en el mundo: porcentaje de la población por encima de los 65 años Fuente: UN. Aunque el envejecimiento de la población es una buena noticia en la medida en que es el resultado del aumento de la esperanza de vida, supondrá importantes retos económicos y sociales para los países. En el mundo desarrollado obligará a los estados a aumentar su endeudamiento para hacer frente a los gastos de sanidad y pensiones, lo que redoblará las presiones que ya se derivan de la actual crisis sobre el Estado del Bienestar. Para China, que posiblemente llegará a ser un país envejecido antes que un país rico, supondrá importantes retos sociales, ya que las débiles redes públicas de protección social se verán completamente superadas. Asimismo, el envejecimiento poblacional modificará las pautas de consumo, volverá a las sociedades más conservadoras, defensivas, estáticas, proteccionistas y adversas al riesgo, con la consiguiente pérdida de dinamismo e innovación, lo que puede afectar adversamente al crecimiento económico. La segunda gran tendencia social de los próximos años será el aumento en la desigualdad. Este fenómeno no es nuevo. Como muestra el Gráfico 5, que muestra los cambios en la distribución de la renta en los países del G20 en las dos últimas décadas, la diferencia de renta entre ricos y pobres ha aumentado en todos los países, y posiblemente lo hará aún más durante la próxima década. Gráfico 5. La desigualdad aumenta En el mundo desarrollado las causas del aumento de la desigualdad son la propia globalización (que aumenta las oportunidades para los factores productivos más móviles y el trabajo más cualificado y las reduce para los trabajadores poco cualificados, que no pueden competir con las importaciones baratas) y las bajadas de impuestos a las clases medias y altas (que redujeron la capacidad de redistribución del Estado, y que fueron especialmente acusadas en los países anglosajones). Por su parte, en los países en desarrollo, el aumento de la desigualdad responde esencialmente al fuerte crecimiento económico de las últimas décadas. Como indica la llamada curva de Kuznets, los procesos acelerados de desarrollo tienden a aumentar la renta de determinados grupos de población en un primer momento, dando lugar a mayor desigualdad. Solo en una segunda etapa la desigualdad se reduce, siempre y cuando el crecimiento termine permeando a las clases medias y bajas. En todo caso, la Gran Recesión ha acentuado esta tendencia, especialmente en los países desarrollados. La crisis ha generado un fuerte aumento del desempleo estructural, especialmente en los países del sur de Europa pero también en EEUU y una reducción del Estado del Bienestar (elemento esencial tanto para reducir las desigualdades de renta como para asegurar la igualdad de oportunidades). Pero como las rentas más altas no se han visto tan afectadas por la crisis (y en ocasiones incluso han mejorado), el resultado es una desigualdad creciente. Esta nueva situación es peligrosa en la medida en la que puede reducir la cohesión social y generar tensiones políticas. En particular, existe el riesgo de que se rompa el contrato social que ha asegurado la estabilidad en Occidente desde la Segunda Guerra Mundial. Además, como demuestra Stiglitz (2012), la desigualdad reduce el crecimiento económico a largo plazo, tiene un alto coste social y puede deslegitimar la democracia y el imperio de la ley. Por lo tanto, sería importante instrumentar políticas que redujeran su crecimiento. Mientras que el aumento de la desigualdad en los países avanzados es problemático, la tercera gran tendencia social en marcha, que también tiene que ver con la distribución de la renta, es positiva: se trata del auge de las nuevas clases medias en los países en desarrollo. El rápido proceso de crecimiento económico que están experimentando estos países está generando que millones de personas (sobre todo en Asia, pero también en América Latina y algunos países africanos), superen los 10.000 dólares de renta per cápita (véase el Gráfico 6). Así, por ejemplo, se espera que en China la clase media crezca en cerca de 200 millones de personas en los próximos años y que en países como la India, Indonesia, Brasil, Rusia y México, también se den aumentos muy significativos (por el contrario, la clases media se estancará o incluso descenderá en casi todos los países avanzados). Gráfico 6. El auge de las nuevas clases medias El impacto económico de esta nueva clase media global es significativo. Estas personas pasan de la economía de subsistencia al consumo de masas. Primero adquieren bienes de consumo duraderos (electrodomésticos, teléfonos móviles, etc.), luego coches, y, en una última etapa, viviendas. Además, comienzan a gastar en servicios (educación, salud y entretenimiento). Por ello, aumentan la demanda interna de sus economías y pueden convertirse en polos de crecimiento para otros países. Asimismo, son el consumidor objetivo para las grandes empresas multinacionales que, ante la saturación de los mercados de los países avanzados, encuentran grandes oportunidades en la clase media de los emergentes. Conclusión: activos de Europa y asignaturas pendientes Como se ha puesto de manifiesto en las páginas anteriores, Europa se encuentra actualmente sumida en una burbuja de pesimismo que no le permite apreciar con claridad la magnitud de los cambios que se están produciendo en el mundo; y menos todavía, diseñar e implementa una estrategia para afrontarlos. Sin embargo, la UE cuenta con numerosos activos que podría poner en valor, especialmente si lograra superar su crisis interna, asegurara la supervivencia del euro y consiguiera hablar con una sola voz en la esfera internacional. Si bien es poco realista pensar que la UE estará capacitada para exportar su modelo de integración, soberanía compartida y gobierno multinivel (algo con lo que los más europeístas soñaban hace unos años -Rifkin 2004- ), sí que está plenamente capacitada para ser, junto a EEUU y China, uno de los tres ejes de un mundo multipolar. De hecho, en los campos en los que logra comportarse como un bloque compacto, especialmente comercio internacional, su poder es mucho mayor al de la suma de sus estados miembros, lo que se traduce en una influencia tan importante que hace ningún acuerdo salga adelante sin su apoyo. Sin embargo, donde está dividida y no puede articular una posición común, como en energía, política exterior y de seguridad o migraciones, tiene una influencia limitada. Aunque algunas potencias europeas, especialmente el Reino Unido y Francia, son potencias militares de primer orden, los principales activos de la UE residen en los elementos de poder blando. La UE es el primer bloque comercial mundial de bienes y servicios, con una cuota superior al 40% mundial si se contabiliza el comercio intracomunitario (y algo menos del 25% si se excluye). Pero lo que otorga a la UE una mayor influencia es que la política comercial está transferida a Bruselas, por lo que los países de la UE, a pesar de sus distintas preferencias, hablan con una sola voz. Otro campo en el que la UE es capaz de definir la agenda internacional es la cooperación al desarrollo. Aunque esta política no está transferida a Bruselas, la suma de la ayuda oficial al desarrollo de los países de la UE (más lo que dedica la Comisión Europea) hacen de Europa el primer donante mundial, a gran distancia de EEUU. En la medida en que los países logran coordinar sus posiciones (algo que ocurre con cierta frecuencia pero no siempre), la UE la utiliza como una herramienta de política exterior para proyectarse más allá de sus fronteras. De hecho, ni los poderes Europa en los ámbitos comercial y de cooperación se han reducido con la crisis, simplemente han dejado de ocupar titulares. El otro gran activo económico de la UE en la esfera internacional es el propio euro. Asumiendo que los países de la Unión harán lo que sea necesario para salvar la moneda única, podrán aprovechar los privilegios y la influencia asociados a la emisión de una moneda de reserva global. Como muestran Otero-Iglesias y Steinberg (2012), la hegemonía del dólar está dando lugar a un mundo multi-divisas, donde, a largo plazo, el dólar, el euro y el yuan formarán un oligopolio de monedas de reserva. Más allá de que los inversores privados escojan el euro como una de las monedas internacionales de referencia, si los países de la zona euro logran dotar a la moneda común de una voz única en el FMI o el G20 (algo que, por cierto, está previsto en el artículo 138 del Tratado de Lisboa), su influencia en la definición de la gobernanza financiera mundial y en las reglas del sistema monetario internacional aumentará. Más allá de los temas económicos, la UE sigue teniendo un importante atractivo derivado de sus potencialidades culturales y científicas, así como de su modelo socio-económico, observado con sumo interés por los países asiáticos y latinoamericanos a los que no seduce el modelo liberal anglosajón. Aunque los países europeos tendrán que reformar sus Estados del Bienestar para hacerlos sostenibles, el magnetismo que ejerce un modelo que combina un buen equilibrio entre libertad, equidad y seguridad, que por el momento es único en el mundo, continuará resultando atractivo. Por último, a pesar del auge de las potencias emergentes, Europa sigue teniendo una notable influencia a través de sus lenguas, sus universidades y centros de investigación, sus deportistas y su cultura en general. Cosa bien distinta es que consiga rentabilizar esos activos, que en su mayoría son intangibles. En todo caso, los actuales activos (reales y potenciales) con los que cuenta la UE podrían desvanecerse a medio y largo plazo si no se presta atención al principal problema estructural que padece Europa desde hace años: sus dificultades para generar un crecimiento económico sostenible y basado en el conocimiento y el crecimiento de la productividad. Sin afrontar este reto, la UE tendrá cada vez más dificultades para mantener su actual modelo de cohesión social e irá perdiendo puestos en todos los rankings a favor de las potencias emergentes y de EEUU, que tiene tanto una economía como un sistema político más flexible y mejor adaptado a las necesidades de la globalización. Europa ya detectó este déficit en el año 2000, cuando lanzó la (fallida) Estrategia de Lisboa, que tenía como objetivo que la UE fuera la economía más dinámica y competitiva para el año 2010. Pero las resistencias políticas a las reformas en el interior de los Estados miembros, así como el débil método de supervisión que se estableció para incentivar los avances (el método abierto de coordinación), hicieron que tan solo algunos países del norte mejoraran en sus indicadores de empleo, innovación, productividad o sostenibilidad. Recientemente, la UE ha lanzado una nueva estrategia de crecimiento a largo plazo (UE 2020), que fija para los países objetivos cuantificables en las áreas de inversión en I+D, tasas de empleo y actividad (en especial de mujeres e inmigrantes), educación (tanto de lucha contra el abandono escolar como de mejora en el acceso y la calidad de la educación terciaria), pobreza y exclusión social, y reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, sobre todo a través de un nuevo modelo energético. Sin embargo, la estructura de gobernanza de esta estrategia tiene las mismas debilidades que la de la Estrategia de Lisboa, ya que las instituciones europeas no pueden obligar a los países a realizar las reformas necesarias. Sin embargo, cabe pensar que será la propia severidad de la crisis económica, especialmente en los países del sur, la que obligará a introducir cambios que permitan dinamizar la economía europea, lo que, combinado con la reforma de la gobernanza del euro, podría permitir que se cumplieran los objetivos marcados para 2020. (Federico Steinberg Investigador del Real Instituto Elcano y Profesor del Departamento de Análisis Económico de la Universidad Autónoma de Madrid) La crisis económica europea: una crisis política (www.europeg.com/files/ – 2013) (Por Manuel Castells) 0. Introducción La crisis económica que sufre Europa desde 2008 es la peor desde la Gran Depresión de los años 30. No ha terminado en 2013 y sus efectos se seguirán haciendo notar por largo tiempo, tanto en sus consecuencias como en los cambios institucionales y empresariales que serán necesarios para estabilizar la economía. En el caso español, el FMI proyecta que solo en 2018 podría restablecerse el nivel de PIB del 2008. Una década perdida en términos económicos y efectos devastadores en vidas humanas, sobre todo de vidas jóvenes tras las elevadas tasas de desempleo juvenil sostenidas a lo largo de esa década. Al igual que hace 80 años esta crisis se inició en el sistema financiero de Estados Unidos, se difundió en las instituciones financieras europeas y de allí afectó al conjunto de la economía, con graves consecuencias sobre la producción, el empleo y las finanzas públicas, en particular en los países del sur de Europa. La tesis que defiendo es que se trata fundamentalmente de una crisis política con efectos económicos, que deriva hacia una crisis económica con efectos políticos, en una espiral crecientemente destructiva. Es una crisis política en sus orígenes institucionales. A saber en la desregulación y liberalización incontrolada de los mercados financieros en Estados Unidos y Europa, llevada a cabo por los gobiernos, bajo la influencia de élites financieras legitimadas por economistas ideológicos. El resultado fue la financializacion del conjunto de la economía y la deriva hacia un modelo insostenible de capitalismo financiero con su epicentro en Estados Unidos, en estrecha interacción con los mercados financieros en Europa (no así en las economías emergentes que fueron capaces de filtrar los efectos de la crisis en sus mercados financieros mediante regulaciones y controles de sus instituciones propias). Es una crisis política porque las políticas de gestión de la crisis que se aplicaron tanto en Estados Unidos como Europa estuvieron sesgadas por la influencia decisiva de las instituciones financiaras sobre los gobiernos y las instituciones reguladoras. El primer paquete de medidas anti-crisis consistió en reflotar el sistema bancario y financiero con fondos públicos, procediendo a una transferencia de rentas desde los contribuyentes a las instituciones financieras fallidas. Como reacción contra la crisis económica derivada de la reducción del crédito, algunos gobiernos, en particular el español, practicaron una política de huida hacia delante y de negación de la crisis, determinada por los intereses electorales del gobierno, agravando el déficit público y la deuda soberana y desembocando en una crisis fiscal que fue ahondada por la reacción de los mercados financieros al endeudamiento público. Como reacción a esta nueva crisis, la tercera oleada de políticas públicas estuvo marcada por el control del gasto y las políticas de austeridad que se centraron en recortes presupuestarios que redujeron las prestaciones del Estado del Bienestar, redujeron el empleo público y redujeron el gasto público, conduciendo a la recesión y al crecimiento sustancial del desempleo. En el centro de esta serie de medidas y contramedidas esta la preponderancia de los intereses financieros sobre el compromiso de los gobiernos con los ciudadanos y el aprovechamiento de la crisis para poner en cuestión las instituciones del estado del bienestar y las garantías laborales aprovechando la emergencia de la crisis. Es también una crisis política porque las consecuencias de la crisis económica fueron agravadas en la euro-zona por la existencia de una unidad monetaria económicamente aberrante: nunca ha podido existir una moneda común entre economías territoriales con enormes diferencias de productividad y competitividad, sin una política fiscal unificada y sin un sistema bancario regulado por un Banco Central único. Y lo que a todas luces era una incongruencia económica fue el resultado de una decisión política que mezclada la utopía europeísta de líderes políticos con la dominación de los intereses de las empresas financieras, las grandes beneficiadas por el euro. Más aún: la imposición, sin apenas debate, de este gran designio europeo de hacer la unión a la fuerza, creando una situación de hecho haciéndola irreversible, fue también un acto político. Nació de una construcción no democrática de Europa en la que los gobiernos y la clase política en general construyeron instituciones europeas sin someterlas, en términos generales, a la aprobación de los ciudadanos. Hasta el punto de que ante el rechazo popular al proyecto de Constitución europea, las élites políticas renunciaron a los referendos y utilizaron el refrendo de parlamentos controlados por los aparatos de los partidos. Es también una crisis política porque la crisis de la deuda soberana condujo a una hegemonía político-económica de Alemania que aprovechó la bancarrota de economías y gobiernos de los países del sur para redefinir las relaciones de poder en la Unión Europa obligando a evolucionar hacia una Europa federal asimétrica controlada por Alemania y sus aliados más directos (Holanda y Finlandia en particular). Con el consiguiente distanciamiento del Reino Unido y la posible fractura futura con los países del sur en vías de rebelión ciudadana contra el diktat alemán. Y en fin es una crisis crecientemente política porque en muchos países, en particular en los países del sur, los ciudadanos han reaccionado activamente contra las políticas sesgadas de manejo de la crisis, de forma que una oleada de movimientos sociales autónomos están poniendo en cuestión las formas tradicionales de decisión política. A continuación desarrollaré con algún detalle los distintos argumentos presentados en esta introducción. En una segunda parte del informe, trataré de las consecuencias de estas políticas de tratamiento de la crisis sobre la legitimidad política de las instituciones nacionales y europeas. Concluiré con algunas consideraciones sobre el papel esencial de la crisis política en la futura evolución de la crisis económica. 1. Un capitalismo financiero informacional y global: un modelo insostenible. El modelo económico que entró en crisis en 2008 fue el mismo que aseguró un crecimiento económico elevado en Estados Unidos y en el mundo al principio del siglo XXI. Este modelo se caracterizó por la dominación de la lógica del capital financiero sobre el conjunto de la economía. Toda la actividad económica pasó a depender de la valorización de cualquier activo empresarial en el mercado financiero. Pero este capitalismo financiero tiene rasgos específicos que, en mi análisis, lo hacen a la vez altamente dinámico y económica e institucionalmente insostenible. Es un modelo que se caracteriza por 6 rasgos principales (Hutton y Giddens, 2000; Stiglitz, 2010; Engelen y otros, 2011; Castells, Caraça y Cardoso, editores, 2012): 1) Está basado en la desregulación y liberalización de los mercados financieros y las instituciones financieras llevada a cabo por los gobiernos, en particular en Estados Unidos y Reino Unido, desde 1987 en adelante, con particular intensidad en la primera década del 2000. Cabe señalar que dicha desregulación tuvo un efecto mucho más acentuado en Estados Unidos y Europa, con el resultado de que, a pesar de que el mercado financiero es global, los efectos de la crisis financiera han sido muy distintos en países con mucha más regulación, tales como China, India, Brasil, Rusia, Suráfrica o tantos otros. Es decir, la crisis financiera no es global como se suele decir, puesto que mientras el centro del capitalismo se sumía en el estancamiento y la recesión, las economías emergentes han continuado creciendo durante la crisis y sus instituciones financieras no tuvieron que ser rescatadas por el estado. Es decir, la desregulación impulso la expansión financiera global y al mismo tiempo desemboco en la crisis. 2) El nuevo modelo de capitalismo financiero se basó en la transformación tecnológica de las finanzas, con la constitución de un mercado financiero global articulado mediante redes informáticas, al tiempo que las instituciones financieras pasaron a depender de sofisticados modelos matemáticos operados a gran velocidad y con enormes cantidades de datos merced a la nueva capacidad de procesamiento proporcionada por el poder de computación de la nueva generación de ordenadores. Dichos modelos hicieron pensar a los gestores financieros que podían manejar y corregir las incertidumbres de un mercado tan complejo. En realidad, se revelaron incapaces de controlar los movimientos financieros generados en dicha complejidad. La distancia entre la capacidad tecnológica y la capacidad institucional de gestión fue una de las causas de la crisis. 3) Clave en el nuevo sistema fue la titularización (securitization) de todas las actividades económicas, empresas y activos, haciendo de la valoración financiera de dichos efectos económicos el estándar para cualquier cálculo o estrategia económica. Dicha titularización incluyó la valoración financiera de empresas, gobiernos y hasta países enteros, apoyándose en las agencias de evaluación, empresas privadas que cotizan en la mismas bolsas que ellas influyen, sin apena regulación, con sus opiniones supuestamente expertas. Nuevas tecnologías financieras permitieron la creación de una nueva gama de productos, cada vez más abstractos, tales como derivados, futuros, opciones, y pólizas de seguro titularizadas (como los CDS, en el origen de la crisis de AIG). El conjunto de estos productos financieros titularizados constituyó un sistema entreverado en el que cualquiera devaluación en uno de los componentes de un título sintético se repercutía en la valoración de todo el título. Esto fue exactamente lo que ocurrió en el impacto que tuvo el hundimiento del mercado hipotecario sobre el sistema financiero en la medida en que hipotecas de alto riesgo (subprime) fueron utilizadas como colaterales para asegurar el valor de préstamos y de los productos financieros en los que se incorporaban dichos préstamos. El proceso resultó en la vitalización de una enorme masa de capital: el valor de capitalización de los activos financieros llegó a representar más de 20 veces el valor del PIB global. En esas condiciones, no fue posible asegurar la transparencia en los mercados financieros y desapareció la posibilidad de una contabilidad real de la situación financiera de las grandes empresas. 4) Mientras el antiguo centro del capitalismo se especializaba en crear capital virtual, la nueva acumulación de capital a través del proceso productivo se produjo en los países emergentes (tales como China) y en los productores de energía (en particular en Oriente Medio y Rusia). Y como en el origen de los movimientos financieros era necesario contar con una aportación de capital que pusiera en marcha la máquina de derivados, los nuevos centros de acumulación de capital prestaron sumas crecientes a empresas, particulares y gobiernos en Estados Unidos y Europa. De modo que la expansión del capitalismo financiero se produjo mediante endeudamiento con respecto a los detentores de la capacidad productiva y exportadora. La abundancia de capital externo al sistema permitió una expansión acelerada de la vitalización del capital basada en una deuda impagable. La oleada de endeudamiento se extendió desde las grandes empresas financieras a los sectores más vulnerables del sistema, tales como las empresas inmobiliarias y las Cajas de Ahorro del sur de Europa, beneficiarias de un mercado de capitales en donde se podían endeudar sin control y con tasas de interés frecuentemente negativas. Una autentica droga financiera a la que pocos pudieron resistir y que fue contemplada con indiferencia por reguladores que se dedicaron a incrementar la desregulación. De hecho, las empresas financieras intentaron crecer y concentrarse de modo que su quiebra no fuera asimilable por el sistema, contando con el rescate por parte de los gobiernos. Su cálculo se reveló estratégicamente correcto desde su peculiar punto de vista. 5) Los mercados financieros funcionan tan solo parcialmente en términos de oferta y demanda. De hecho son altamente sensibles a lo que yo llame hace tiempo "turbulencias de información" y a lo que Schiller denomina "exuberancia irracional". Es así como la crisis hipotecaria de Estados Unidos, resultado de una típica burbuja inmobiliaria ligada a expectativas irrealistas de subida ilimitada de los precios, impactó el conjunto del sistema financiero, iniciando la crisis (Akerloff y Shiller, 2010). 6) En este contexto de desregulación y virtualización del capital es esencial poner el énfasis en el factor subjetivo de los gestores financieros. Desde su punto de vista individual, con un sistema de remuneración basado en comisiones sobre el cálculo trimestral del volumen de transacciones alcanzado, tenían todo el interés en aumentar dichas transacciones y hacer circular el capital sin importar el nivel de riesgo. Y para incrementar el capital disponible crearon nuevas series de productos financieros, tales como CDOs y CDSs, que no tenían otro objetivo que proporcionar más capital al mercado financiero y más primas y comisiones a los financieros que los creaban y comercializaban. En realidad, protegidos por contratos blindados, sin escrúpulos de ningún tipo, y tolerados por reguladores que provenían del mismo grupo profesional, los gestores financieros vivieron un período de extraordinaria bonanza que les permitió acumular enormes capitales como individuos al tiempo que se disolvía el capital virtual que ellos habían generado para el mercado. Ahora bien, la falta de ética financiera y responsabilidad social de dichos gestores financieros no se puede explicar por la simple codicia de la naturaleza humana, sino por la ausencia de un marco regulador y una actitud supervisora por parte de las instituciones que debían velar por la transparencia del mercado. En ese sentido la decisión política que se tomó de elegir la desregulación como vía de crecimiento y las decisiones políticas subsiguientes de no intervenir en prácticas abiertamente especulativas estuvieron en el origen de la crisis. En el caso español la responsabilidad de los gobernadores del Banco de España, y en particular de Fernández Ordoñez, ha sido suficientemente documentada (Barron Arniches, 2012). En suma, el modelo de capitalismo financiero informacional era insostenible porque se basaba en un esquema piramidal de endeudamiento sistémico generador de burbujas sucesivas y entrelazadas, apoyándose en una provisión de capital exterior al sistema que no era suficiente para alimentar la masa de capital virtual que aumento exponencialmente. Pero tanto en su origen como en su gestión ese modelo operó sobre la base de una decisión política compartida por numerosos gobiernos: favorecer la lógica financiera e inmobiliaria en detrimento del conjunto de la actividad productiva y rescatar cuando fuese necesario a las instituciones financieras en quiebra mediante el dinero de los contribuyentes quienes no tuvieron ni voz ni voto en ese proceso, al tiempo que sufrían las consecuencias de la crisis. 2. La especificidad de la crisis en la euro-zona En su origen, en 2008, la crisis financiera de la euro-zona se produjo por un efecto de contagio a partir de la crisis financiera en Estados Unidos, dada la interdependencia de los mercados financieros y la similitud del modelo europeo con el estadounidense en términos de la imbricación entre instituciones financieras y empresas promotoras inmobiliarias. Caso paradigmático fue el del gigante financiador de municipios e inmobiliarias en Alemania, Hypo Real Estate Bank, que tuvo que ser rescatado. Pero tal fue también el caso de la franco-belga Dexia, así como el de muchos otros bancos en Francia, Holanda, Portugal, Grecia, Italia y España. Pero el impacto de esa crisis de contagio fue diferencial según los países. Dos factores la agravaron: su nivel de exposición al mercado hipotecario y el nivel de politización de sus órganos de gobierno. En ambos terrenos, España se convirtió en el símbolo de la mala gestión, en particular en la mayoría de las Cajas de Ahorros. Como lo muestra el hecho de que la minoría de Cajas con menor cartera inmobiliaria sufrieron la crisis en mucha menor medida: por ejemplo "La Caixa" tenía 17% de participaciones inmobiliarias en contraste con una media del 50% para el conjunto de Cajas. Por otro lado, la mayoría de las Cajas en España estaban gobernadas por consejos de administración nombrados por los gobiernos autonómicos y los principales partidos políticos, que los utilizaron como instrumento de financiación de sus políticas y, en buena medida, para repartir recursos y empleo entre sus dirigentes y personas afines. El resultado fue la quiebra casi general del sistema, el intento de concentración para salvarlo (en particular con la creación de Bankia) y la necesidad de recurrir al rescate europeo para reflotar a Bankia y constituir un "Banco malo" (SAREF) para socializar las perdidas mediante el dinero de los contribuyentes españoles y europeos (Ekaizer, 2012). En el caso de Alemania, la mayoría de los Landerbank son deficitarios, pero están sistémicamente apoyados por el Bundesbank que los mantiene al tiempo que interviene en su gestión. De modo que en ambos casos hay una intervención decisiva de la política, si bien en el caso de la mayoría de las Cajas españolas (pero no de todas, no en La Caixa y no en Kutxabank) la intervención es clientelar y posiblemente corrupta, mientras que en el caso alemán se conduce en función de los intereses políticos del estado (que no son necesariamente los mismos que de los ciudadanos). Claro está, sin embargo, que la principal especificidad de la crisis en la euro-zona fue que derivó hacia una crisis de la moneda común que estuvo cerca de desaparecer, con consecuencias que hubieran podido ser catastróficas para la economía mundial. En el origen de esta crisis está la incongruencia económica de la creación de una moneda común para economías totalmente distintas en términos de productividad y competitividad, sin una política fiscal común, sin una regulación bancaria común y sin un verdadero Banco central común (el BCE se creó como un instrumento anti-inflación, sin capacidad legal de intervención sobre las economías nacionales, aunque ahora se haya arrogado en la práctica dichas funciones). Todo iba bien mientras no había crisis y mientras no se alcanzaran niveles de deuda privada y pública que pusieran en duda en los mercados financieros la capacidad de países concretos para asumir el pago de intereses cada vez más elevados. Como la existencia de una moneda única impedía (e impide) ajustes estructurales mediante la devaluación monetaria la quiebra de gobiernos o de sistemas financieros nacionales creo la disyuntiva entre rescatar a dichos gobiernos, países y bancos con fondos de otros países o expulsarlos de la zona euro dejándolos a merced de los mercados financieros. Se optó por el rescate, decisión política esencial que conllevo la pérdida de soberanía económica por parte de los países rescatados y la sumisión a las decisiones políticas de los rescatadores. Fue una opción política con consecuencias económicas y sociales de envergadura (Ontiveros y Escolar, 2013). Pero la clave la congruencia política de una incongruencia económica como fue la creación del euro. Hay dos aspectos en la histórica decisión de crear el euro. El primero, y más importante, fue alianza de los líderes políticos más europeístas y visionarios para avanzar de forma irreversible en la construcción de Europa. Atarse las manos en política económica entre 17 países fue un gesto valeroso de apuesta por una Europa federal, si bien empezaron la casa por el tejado de los sueños en lugar de establecer sus fundamentos institucionales. De hecho el proyecto europeísta se completaba con una Constitución Europea. Pero la dimensión identitaria-institucional se reveló irrealizable por la incapacidad de definir una identidad europea (tras fracasar la propuesta de enraizarla en la cristiandad) y, sobre todo, por el rechazo de los ciudadanos que tuvieron que votar en referendo, con excepción de España y Portugal con una baja tasa de participación. Tras la derrota en Francia y Holanda y los amenazantes sondeos en otros países se renunció a que los ciudadanos aceptaran una Europa constitucional y se rebajó a un Tratado refrendado por parlamentos controlados por la clase política. Y este es el quid de la cuestión. El proyecto de construcción europea no es un proyecto democrático, sino que fue concebido por elites europeístas que, con excelentes intenciones, decidieron crear una dinámica que superara las reticencias nacionalistas de la ciudadanía de cada país. El euro fue el más potente de los mecanismos que idearon en función de su proyecto político. Pero hubo algo más: el interés de los bancos más potentes de la zona euro, en particular alemanes y franceses en encontrar nuevos mercados para sus préstamos en una Europa del sur dispuesta a endeudarse en euros siempre confiando en que alguien resolvería los problemas de impagos futuros. Y en los exportadores alemanes que podrían dominar esos mercados mediante la mayor capacidad adquisitiva en euros, aunque fuesen euros prestados. Y en ese interés de bancos y empresas alemanas y francesas (con añadidos holandeses y escandinavos) se insertó también el proyecto hegemónico alemán, consciente de que en último término la unificación económica de Europa tendría que apoyarse en la superior capacidad productiva de Alemania y en el crédito que gobierno e instituciones financieras alemanas tienen en los mercados financieros. Y es así como, en los términos de Ulrich Beck, se pasó de la Alemania europea a una Europa alemana (Beck, 2013) 3. Alemania y las políticas de austeridad: la reconfiguración de Europa El endeudamiento de las entidades financieras y empresas de la Europa del sur fue enjuagado durante algún tiempo por el estado. El resultado fue un aumento considerable del déficit público y de la deuda soberana que llevo a un costo financiero insostenible para gobiernos y entendidas. Sin embargo, tampoco se trata necesariamente del nivel de deuda pública. Si bien Grecia y Portugal llegaron a niveles de endeudamiento insostenibles, España se mantuvo, hasta el 2011, en un nivel de deuda pública inferior al de Alemania en porcentaje del PIB. La cuestión fue la percepción de los mercados financieros sobre la capacidad de la economía española a recuperar un crecimiento económico que pudiera servir los intereses de la deuda a medio plazo. De modo que mientras Alemania llegó incluso a pagar intereses negativos por los préstamos recibidos del mercado financiero España o Italia se vieron sometidas a dificultades de financiación y al pago de intereses cada vez más altos en plazos cada vez más cortos. De ahí surgió la necesidad de rescates financieros para países y para sistemas bancarios. Pero el Banco Central Europeo no podía realmente asumir el rol de prestador en última instancia sin un apoyo del único país que podía contribuir decisivamente a su capital y sin un apoyo de la Comisión Europea que también requería un respaldo de los principales países. El gobierno de Merkel vio una oportunidad histórica de reconfigurar Europa en función de los intereses de Alemania al tiempo que salvaba el euro y preservaba los intereses de los bancos alemanes protegiéndolos de una quiebra generalizada de sus deudores del sur. A partir de ahí, la historia es conocida: creación de una serie de mecanismos e instituciones financieras controladas políticamente por Alemania, la tecnocracia europea y, en menor medida, el FMI, que se ofrecieron a rescatar países y bancos, y en ultimo termino el euro, a cambio de: a) reformar estructuralmente la instituciones europeas, avanzando hacia un federalismo económico, preludio de un federalismo político, bajo liderazgo alemán) b) imponer en el corto plazo políticas de austeridad para cortar gasto público, empleo público y prestaciones sociales, para concentrar los recursos disponibles en la estabilización del sistema financiero. Si bien Alemania se presentó como ejemplo de política de austeridad, en realidad sus recortes del estado del bienestar fueron mínimos y el mercado laboral continuó manteniendo medidas de protección de los asalariados, aún a cambio de una congelación de los salarios reales en casi toda la última década. El Merkevialismo, como lo bautizó Beck, consistió en hacer sufrir sus pecados a los meridionales para convencer a los votantes alemanes de que el gobierno no salvaba a los manirrotos sino que ponía orden en el euro y aseguraba los intereses de los ahorradores alemanes cuyos bancos habían invertido en el sur. Por otro lado, al cortar el gasto publico dejó a los gobiernos europeos sin posibilidad de llevar a cabo estrategias nacionales de salida de la crisis, de modo que sólo con la contribución y el beneplácito de Alemania saldría Europa de la crisis. Una Europa, transformada, una Europa alemana. Francia hizo gestos simbólicos de autonomía, pero como su situación financiera también la situaba en alto riesgo tuvo que, en la práctica, sumarse al designio de la Europa nórdica que salvo el euro y sus economías a cambio de destruir actividad económica y empleo en el sur durante un largo periodo. Es decir, la reconfiguración institucional de la euro-zona y eventualmente de la Unión Europea fue el resultado de una estrategia política (de Alemania y de las grandes entidades financieras) que no tiene sentido en términos económicos puesto que profundiza la crisis y alarga la recesión. Pero que tiene una lógica política implacable que está produciendo consecuencias de calado a corto y largo plazo en las sociedades de Europa del Sur. 4. Las consecuencias económicas, sociales y política de la austeridad en la Europa del Sur. Movimientos sociales contra la alianza de financieros y políticos La consecuencia más directa es la recesión económica y la destrucción de tejido productivo y de empleo. Sobre todo de empleo juvenil, castigando a los que aún no habían entrado en el mercado de trabajo y tienen débil capacidad de negociación, aunque manifiestamente tengan un nivel de educación mucho mayor que el de los trabajadores actualmente empleados. Las tasas de paro del 20% y el 25% entre la población activa y de entre 40% y 55% para los jóvenes están destruyendo capital humano y tejido social y precipitando una caída de la demanda que hace difícil salir de la crisis. Sólo la exportación permite mantener en un cierto modo la creación de riqueza, pero en un mundo cada vez más competitivo la exportación necesita el complemento de la demanda interna para que exista crecimiento y generación de empleo. Las leves tendencias a la reducción del paro manifestadas en la Europa del sur en el verano de 2013 parecen tener un fuerte componente estacional que puede conllevar a un desánimo aún más grave entre los buscadores de empleo una vez disipados los calores estivales. En realidad el tejido social aguanta gracias al mantenimiento del estado del bienestar, aun con prestaciones disminuidas, y sobre todo a la fuerza de la solidaridad familiar. A ello se une un incremento de la economía sumergida generadora de renta y ocupación no contabilizadas. Todos ellos son, sin embargo, factores que dependen de la actividad en el sector productivo de pymes y de la disponibilidad de crédito para financiar proyectos exportadores. Es decir, las economías y sociedades de Europa del sur están cada vez más en el filo de la navaja, dependientes de las oscilaciones financieras y los vaivenes políticos. En ese contexto desde 2011 han aparecido nuevos movimientos sociales, genéricamente conocidos como "los indignados" que han recibido el apoyo mayoritario de la ciudadanía, según las encuestas, aunque no consiguen cambios de orientación política al permanecer externos al sistema institucional (Castells, 2012). Los sindicatos tradicionales intentan aproximarse a estas manifestaciones populares, construyéndose paulatinamente un frente diverso de resistencia a las políticas de austeridad. Así pues las ciudadanías del sur están en una trayectoria de colisión con las políticas de austeridad impuestas por los países del norte en función de sus proyectos hegemónicos. En la medida en que las clases políticas nacionales consideran que no tienen otra alternativa que plegarse al dictado de quienes tienen en su mano evitar el cataclismo financiero y fiscal, se produce una distanciación creciente entre los ciudadanos del sur y sus representantes políticos, cualesquiera que sean sus afiliaciones partidarias. Al tiempo que en los países del norte la ruptura de solidaridad con sus conciudadanos europeos en necesidad lleva a una crítica simétrica contra la generosidad excesiva de sus gobiernos en nombre de la identidad europea. En ambos casos la identidad europea se debilita y la identidad nacional se refuerza precisamente en el momento en que, bajo la impulsión de Alemania, se avanza rápidamente hacia un federalismo forzado sin legitimidad en las mentes de los ciudadanos. Así se acentúa la crisis de legitimidad de las instituciones políticas. 5. La crisis de legitimidad política y financiera en Europa en el contexto de la crisis de legitimidad global Asistimos a una crisis generalizada de legitimidad de las instituciones políticas en el mundo que se ha acentuado en la última década. Pero además, la desconfianza de los ciudadanos con respecto a las instituciones políticas y con respecto a los políticos se está incrementando más en Europa que en el resto del mundo desde que se inició la crisis. Los ciudadanos europeos desconfían masivamente de los partidos políticos, de los parlamentos dominados por ellos, de los políticos que los dirigen, de los gobiernos que están en el poder, así como de las élites financieras y entidades financieras. Y, sobre todo, critican la confabulación entre financieros y políticos que anteponen, en su visión, sus propios intereses a los de los ciudadanos. Al mismo tiempo, la desconfianza en la Unión Europea ha crecido sustancialmente, pasando del 32% de desconfianza en 2007 al 60% en 2012. Es decir, si bien hay en el mundo una crisis generalizada de confianza en las instituciones políticas y financieras, dicha crisis se ha agudizado durante la actual crisis económica. Y la pérdida de legitimidad ha sido más rápida en la Unión Europea que en el resto del mundo. A continuación presento una serie de gráficos elaborados por el autor a partir de fuentes diversas, todas ellas oficiales y constatadas. No procedo a su comentario pormenorizado porque se puede observar fácilmente el deterioro creciente de la legitimidad y de la confianza de todas las instituciones y élites en todos los países. Tan solo llamo la atención sobre la caída acentuada de legitimidad en Europa (con excepción de Escandinavia) y en particular en Europa del Sur. Asimismo, la confianza económica en Europa durante la crisis se ha desplomado en términos absolutos y relativos con respecto al resto del mundo ( ) Es decir: – Hay una crisis global de legitimidad política – Hay una crisis global de confianza económica, sobre todo en las instituciones financieras. – Ambas crisis, que vienen de lejos, se han acentuado durante el periodo de crisis económica. – Tanto para las instituciones políticas como para las entidades financieras la crisis de confianza es más aguda en Europa que en el resto del mundo. Análisis tanto cuantitativos como cualitativos no mostrados en estos gráficos señalan como razón principal para la acentuación de la crisis en Europa la convicción generalizada entre los ciudadanos de que los responsables de la crisis son los bancos y de que la gestión de la crisis por parte de los gobiernos y los políticos se hace para resolver los problemas del sistema financiero aunque se dañen gravemente las condiciones de vida de los ciudadanos. Es decir, una crisis económica que se originó a partir de decisiones políticas desemboca en un cuestionamiento fundamental de las instituciones y líderes que tienen la responsabilidad de gestionar la salida de la crisis. La Europa que resulte de este proceso no será el resultado de la interacción entre estrategias financieras y políticas macro-económicas sino de la confrontación cada vez más conflictiva entre los ciudadanos europeos del sur y los partidos que dicen representarlos. |
¿Cómo atajar la crisis de crecimiento europea? (Real Instituto Elcano – 15/10/14)
(Por Federico Steinberg y Miguel Otero-Iglesias)
Tema: La zona euro se enfrenta a una crisis de crecimiento que exige una nueva estrategia que combine una política monetaria más agresiva, nuevas inversiones públicas y reformas estructurales de calado.
Resumen: La crisis financiera y bancaria europea mutó en una crisis de deuda que puso en duda la viabilidad del euro. Una vez superado el pánico, la zona euro se enfrenta ahora a una crisis de crecimiento cuyo síntoma más preocupante, además del desempleo, es el riesgo de deflación. Es esencial resolverla antes de que mute en una crisis política de consecuencias impredecibles. Para hacerlo existe margen para forjar un gran pacto que combine reformas estructurales, una política monetaria más agresiva y nuevas inversiones públicas a nivel europeo. Pero los obstáculos políticos y técnicos para llevarlo a la práctica son importantes.
Análisis
Introducción
El euro ha superado su crisis existencial. Desde hace dos años, gracias a las acciones del BCE y a las reformas puestas en marcha por los países más vulnerables, el riesgo de colapso de la moneda única ha desaparecido y las primas de riesgo del centro y la periferia han vuelto a aproximarse. Sin embargo, han aparecido nuevos problemas en el horizonte. Todos convergen en la falta de crecimiento, que es esencial atajar para que el ya prolongado período de estancamiento que, con ciertos altibajos, comenzó en 2008, no se prolongue.
Uno de los principales elementos de este cóctel de inmovilismo económico, del que ya se lleva meses hablando y que resulta cada vez más preocupante, es la caída de la inflación. En septiembre de 2014 los precios subieron sólo el 0,3% anual en el conjunto de la eurozona, dato que esconde que varios países como España ya están en deflación. Pero lo más importante (y grave), es que las expectativas de inflación a medio plazo se están desplomando, lo que supone que la economía europea está cerca de la enfermedad de estancamiento y deflación que comenzó a acechar a Japón en los años 90 y de la que todavía no ha salido.
Este sombrío panorama monetario es especialmente peligroso dado el elevado nivel de deuda en Europa (tanto pública como privada), que se incrementaría en términos reales si los precios comenzaran a bajar. Y aunque hay un acalorado debate sobre las causas de la falta de crecimiento, parece ya claro que en su origen convergen tanto falta de demanda efectiva (que dificulta el crecimiento actual) como factores de oferta, que dan lugar a malas expectativas sobre el crecimiento futuro. Si a este cóctel se le suma el impacto negativo de las tensiones en Oriente Medio y el conflicto con Rusia (que afecta especialmente a los países de Europa Central y Oriental, incluida la locomotora alemana), a nadie sorprende que ya se hable de una posible tercera recesión.
De hecho, autores como Wolf, Krugman y Münchau han subrayado que las economías europeas se encuentran ante una depresión (peor incluso que la de los años 30), y que los bajos crecimientos del último año no deben llevarnos a pensar que hemos dejado atrás el estancamiento. No en vano, todas las economías europeas salvo Alemania están por debajo del nivel de producción que tenían al comienzo de la crisis, hace ya siete años, por lo que no es exagerado hablar de una década perdida, que incluso podría llegar a prolongarse.
El desempleo en el conjunto de la zona euro supera el 12% y el de los jóvenes el 20%, con lo que eso supone en cuanto a pérdida de capital humano para la sociedad en su conjunto. Esto lleva a que la ciudadanía se sienta atrapada en una burbuja de pesimismo que se resiste a pinchar, con narrativas cada vez más intensas sobre la creciente desigualdad, la paulatina reducción de la prosperidad (muchos padres creen que sus hijos vivirán peor que ellos), el temor a que la mano de obra extranjera arrebate los pocos puestos de trabajo disponibles a los nacionales y, en general, la sensación de que Europa está en rápido declive.
El BCE, una vez más
Esta situación ha vuelto a obligar al BCE a actuar. Su presidente, Mario Draghi, ha anunciado una ambiciosa estrategia de compras de activos y nuevas líneas de liquidez para los bancos con las que espera reactivar el crédito, depreciar el euro y alejar el riesgo de deflación. Pero ha dejado claro, una vez más, que el BCE puede comprar tiempo pero no puede sustituir las reformas necesarias en los Estados miembros, sobre todo en Francia e Italia, cuyas economías tienen que funcionar para que Europa pueda avanzar.
Asimismo, ha subrayado que la zona euro tiene un problema de demanda, por lo que la política fiscal tiene que actuar también en una suerte de abenomics a la europea (o lo que ya se conoce como draghinomics), donde la estrategia de las "tres flechas" puesta en marcha en Japón por el primer ministro Abe (monetaria, fiscal y de reformas estructurales) debería ser emulada en Europa. Con un output gap claramente negativo; es decir, con un crecimiento claramente por debajo del potencial, el estímulo monetario puede ser muy grande antes de que aparezcan riesgos inflacionistas y, si estamos ante una trampa de la liquidez, en la que la expansión monetaria no funciona, habría que recurrir a la política fiscal (sin olvidar las reformas estructurales).
Draghi, aunque lo parezca, no es un político. Pero sí tiene a su lado a un político con ansias de liderazgo que ya se ha puesto manos a la obra para complementar la estrategia monetaria: Jean-Claude Juncker, el nuevo presidente de la Comisión, que aspira a partir de noviembre a lanzar un ambicioso plan de inversiones paneuropeo destinado a complementar la política monetaria con cierta expansión fiscal sin poner en riesgo la credibilidad de las reglas de control del gasto, que los países tienen que continuar cumpliendo para asegurar la sostenibilidad de sus altos niveles de deuda. Como la política de reformas estructurales es en su mayoría competencia de los Estados y no de la Comisión Europea, Juncker plantea un pacto implícito según el cual los países se comprometerían a avanzar en las reformas a cambio de que la Comisión se encargara de movilizar hasta 300.000 millones de euros en inversiones, así como a aplicar las reglas de déficit público con la máxima flexibilidad que permite la normativa europea.
El Fondo Monetario Internacional (FMI), en su informe sobre perspectivas de crecimiento de otoño, ha incluido un capítulo que le da el espaldarazo intelectual a la política de inversiones que propone Juncker (y que también es aplicable a EEUU). En el mismo, plantea que el gasto público en infraestructuras puede aumentar el crecimiento porque genera tanto un aumento de la demanda en el corto plazo como un aumento de la oferta (y por tanto del crecimiento potencial) en el largo plazo (ojo, este resultado depende de cómo se financie el gasto, cómo se ejecute, en qué proyectos y en qué fase del ciclo se encuentre cada país).
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |