El estímulo monetario de largo plazo sin precedentes y las alzas masivas de las cargas de deuda pública han dejado a los gobiernos muy mal equipados para hacer frente a la próxima desaceleración económica, ya no si se produce o no, sino en el momento en que llegue. La próxima recesión probablemente no sea tan mala como la última, pero las economías avanzadas estarán mucho mejor preparadas para hacerle frente si, mientras tanto, llevan a cabo una normalización gradual de la política monetaria y una consolidación fiscal.
Con respecto a la política monetaria, la tasa de desempleo de Estados Unidos, que ronda el 5%, está cerca de lo que la mayoría de los economistas consideran pleno empleo, y en términos generales se espera que la Reserva Federal aumente su tasa de interés objetivo nuevamente en diciembre. Pero la Fed se mueve a un ritmo muy lento.
El Banco Central Europeo probablemente extienda su programa de compra de bonos; pero tiene motivos para cuestionar los resultados de su política de alivio cuantitativo, considerando que el desempleo en la eurozona todavía promedia el 10%, lo que indica una brecha de producción considerable. Mientras tanto, la economía japonesa sigue avanzando con dificultad: el Banco de Japón ahora "maneja la curva de rendimiento" en otro intento de aumentar la inflación y el crecimiento con respecto a sus bajos niveles actuales.
En términos de política fiscal, las finanzas públicas de la mayoría de las economías avanzadas se ven afectadas porque los responsables de las políticas económicas no han podido implementar suficientes reformas estructurales del lado de la oferta para controlar el crecimiento de las pensiones públicas, reformar los impuestos que inhiben el crecimiento y liberalizar los mercados laborales. Esos fracasos en materia de política fiscal han depositado una carga demasiado pesada en los bancos centrales, aunque el crecimiento muy probablemente se aceleraría con medidas del lado de la oferta que mejorasen la productividad.
Últimamente, los economistas que más influyen en los políticos de izquierda parecen albergar la esperanza de que el crecimiento, el empleo y los ingresos aumenten si los responsables de las políticas económicas acogen un nuevo gasto masivo financiado por déficit para crear demanda de bienes y servicios. Sostienen que con costos de endeudamiento tan bajos, el gasto basado en déficit es prácticamente gratis y no necesitamos preocuparnos por los altos niveles de deuda.
Sin embargo, este argumento ignora la brecha normalmente grande entre lo que los economistas planifican y lo que los políticos prometen, y lo que los programas de gasto público en verdad ofrecen. Como dijo el presidente del BCE, Mario Draghi, "No hay muchas inversiones públicas con una tasa de retorno elevada". Los gobiernos, ciertamente, deberían recortar los impuestos y financiar aquellas iniciativas que superen pruebas rigurosas de costo-beneficio. Pero los nuevos programas amplios de gasto normalmente no ofrecen un impulso económico significativo o inmediato.
Por empezar, el gasto suele producirse en el futuro, cuando se proyecta una mejora de las condiciones económicas. Como terminó admitiendo el presidente Barack Obama, en referencia a su firma del proyecto de ley de estímulo de 2009, "las palas no estaban listas". De la misma manera, Japón ha intentado estimular el gasto del gobierno durante décadas, pero es poco lo que puede mostrar en términos de crecimiento económico general a partir de esta estrategia.
Sin duda, los grandes déficits pueden ser benignos o inclusive deseables durante las recesiones y las guerras, o cuando se los utiliza para financiar inversiones públicas productivas mientras que, en una recesión profunda y duradera, con tasas de interés cero o cercanas a cero, una respuesta fiscal oportuna y sensata teóricamente puede ayudar en el corto plazo. Pero los estudios demuestran que el efecto multiplicador del gasto del gobierno -cuando puede aumentar el PIB en mucho más que el gasto- se achica rápidamente después de unos trimestres y luego se vuelve negativo. Por cierto, el efecto multiplicador puede incluso ser negativo durante las expansiones económicas cuando los bancos centrales mantienen tasas de interés cero y los hogares esperan que los impuestos aumenten cuando aumentan las tasas de interés.
Como las nuevas compras del gobierno pueden degenerar en despilfarros políticos contraproducentes que generan escaso crecimiento económico, otra propuesta que se suele escuchar es expandir los pagos de transferencias gubernamentales. Dejando de lado el hecho de que los pagos de transferencias ya son fiscalmente insostenibles en la mayoría de los países (porque fueron adoptados y ampliados en mejores condiciones económicas y demográficas), ¿podrían hacer crecer la economía?
Un estudio reciente aborda precisamente esta cuestión. Según la ex economista jefe de la administración Obama Christina Romer, y David Romer de la Universidad de California, Berkeley, hasta los incrementos de los pagos de transferencias permanentes ofrecen un estímulo sólo por unos pocos meses, y el efecto no se propaga al empleo. El estudio concluye que los beneficios de las transferencias son "mucho menos persistentes, y mucho menores en general, que los de los cambios tributarios".
En las economías donde los programas de estímulo se revisan minuciosamente y se pueden implementar de inmediato, cualquier gasto temporario del gobierno debería estar acompañado de una consolidación fiscal gradual, para minimizar el riesgo económico y los costos a largo plazo. Como indican la historia y la teoría, esta consolidación fiscal debería suceder a través de un menor crecimiento del gasto futuro, especialmente en pagos de transferencias. Los responsables de las políticas económicas deberían prestar atención a esta lección para que puedan reamarse gradualmente; de lo contrario, podrían quedarse sin potencia de fuego cuando más la necesitan.
(Michael J. Boskin is Professor of Economics at Stanford University and Senior Fellow at the Hoover Institution. He was Chairman of George H. W. Bush"s Council of Economic Advisers from 1989 to 1993, and headed the so-called Boskin Commission, a congressional advisory body that highlighted errors in )
– El milagro del libre comercio (Project Syndicate – 21/10/16)
Praga.- El libre comercio internacional es la oportunidad más grande de mejorar el bienestar humano en la próxima década y media. Ya ayudó a sacar de la pobreza a más de mil millones de personas en el último cuarto de siglo. Y en los próximos quince años, reducir más las barreras al comercio puede duplicar el ingreso medio de las regiones más pobres del mundo.
Sí, el libre comercio conlleva costos que hay que encarar mejor; pero son ampliamente superados por los beneficios. Sin embargo, en los países ricos, hoy los ánimos están en su contra. Es trágico que así sea.
En ningún lugar la oposición al libre comercio es más clara que en Estados Unidos. Sin importar quién venza la elección presidencial de noviembre, el próximo ocupante de la Casa Blanca será un escéptico en la materia. Tanto Hillary Clinton como Donald Trump se oponen a la mayor iniciativa comercial lanzada por el gobierno del presidente Barack Obama (el Acuerdo Transpacífico -ATP- con otros once países de la Cuenca del Pacífico) y los dos quieren revisar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), que está en vigor desde 1994.
La otra gran iniciativa comercial promovida por Obama, la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (ATCI) entre Estados Unidos y la Unión Europea, está casi muerta: la han paralizado la oposición en ambos continentes y el resultado del referendo británico por el Brexit, que casi todos interpretan como un voto a favor del proteccionismo.
Entretanto, las protestas contra los tratados de libre comercio atraen apoyo político y multitudes en Alemania, Bélgica, Canadá, Suecia, Nueva Zelanda, Australia y otros países.
No es sólo un cambio retórico. Un estudio determinó que en 2015 las medidas proteccionistas crecieron un 50% respecto del año anterior, llegando a superar por tres a uno a las liberalizadoras. Los miembros del G20 (las principales economías avanzadas y emergentes del mundo, que representan más de cuatro quintas partes del PIB global y tres cuartos del comercio internacional) fueron responsables del 81% de las medidas punitivas.
Los políticos de los países ricos explotan temores de la opinión pública comprensibles. Los tratados comerciales crean costos de ajuste que se concentran en determinadas áreas, por ejemplo la región del centro y sur de los Estados Unidos, donde la producción fabril puede ser más costosa y menos eficiente que en el extranjero. Las fábricas cerradas se tornan advertencias emblemáticas, muy visibles, contra la apertura de fronteras.
Los beneficios del libre comercio, aunque mucho mayores, no son tan obvios. Los consumidores obtienen una variedad mayor de bienes a menor precio: se estima que el estadounidense de clase media típico deriva del comercio internacional un 29% de su poder adquisitivo; es decir, puede comprar un 29% más con cada dólar que si no hubiera comercio internacional. El efecto es aún mayor (62%) para el decil más pobre de los consumidores estadounidenses.
El comercio internacional hace a los exportadores más fuertes, más eficientes y más productivos. Los trabajadores participan de los beneficios: el Consejo de Asesores Económicos del presidente Obama halló que, en promedio, las industrias estadounidenses volcadas a la exportación pagan a sus empleados hasta un 18% más que las que no exportan.
La oposición al libre comercio ignora la interconexión del mundo en que vivimos. Según un informe de la ONU publicado en 2013, un 80% del comercio internacional se produce a lo largo de las cadenas de suministro de las empresas transnacionales. Mientras algunos políticos estadounidenses piden aranceles contra México, la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas de los Estados Unidos calcula que cerca del 40% del valor de los bienes mexicanos importados a ese país se agrega en destino.
Estos argumentos forman parte del contundente corpus de evidencia económica a favor del libre comercio. Pero el argumento más fuerte es de índole moral. El análisis de costo-beneficio demuestra que liberalizar el comercio internacional es el mejor modo de ayudar a los ciudadanos más pobres del mundo.
Según una investigación encargada por el Centro de Consenso de Copenhague, revivir las negociaciones de libre comercio internacional de la moribunda Ronda de Desarrollo de Doha reduciría la pobreza mundial en la asombrosa cantidad de 145 millones de personas en quince años. La riqueza del mundo crecería once billones de dólares cada año de aquí a 2030, de los que siete billones irían a los países en desarrollo (lo que equivale a mil dólares más por año para cada persona de esos países, de aquí a 2030).
Además, el comercio internacional aporta a la sociedad beneficios mucho más amplios. Está comprobado que la globalización económica reduce la mortalidad infantil y aumenta la expectativa de vida, gracias a la mejora de los ingresos y del acceso a información. En Estados Unidos, el comercio internacional en el último medio siglo aumentó considerablemente la longevidad. En Uganda, la liberalización del comercio prolongó la duración media de la vida unos dos o tres años en los últimos 35 años.
Según otro estudio académico, "el libre comercio es bueno para el medioambiente". Puede parecer paradójico; pero si bien cada 10% de aumento de la producción lleva a entre 2,5 y 5% más de contaminación, el aumento de ingresos derivado de esta producción impulsa la adopción de tecnologías mejores y normas más estrictas, lo que a su vez reduce la contaminación entre 12,5 y 15%. En total, un 10% de aumento de los ingresos da lugar a un 10% menos de contaminación. Un estudio que respalda este dato concluye que "el comercio internacional tiende a reducir tres medidas de contaminación del aire".
También está comprobado que el libre comercio crea mejores empleos para las mujeres, reduce la discriminación laboral y mejora la situación de derechos humanos.
Es verdad que la liberalización del comercio no beneficia a todos: algunos pierden sus empleos y algunos tienen problemas para encontrar otro. Pero es importante tener una idea del tamaño del problema.
Un estudio reciente señala que el libre comercio aumenta la desigualdad de ingresos, y que el costo de la redistribución puede llevarse más del 20% de los beneficios. Esto indica que tal vez deberíamos invertir un 20% de los beneficios del comercio internacional en ayudar a los perjudicados, por medio de programas de capacitación laboral y prestaciones sociales transicionales que mitiguen los riesgos.
Pero también demuestra que el 80% de los beneficios sigue en pie; y el 80% de once billones de dólares es nada menos que nueve billones de dólares en beneficios para la humanidad, que se suman a una reducción de la pobreza, la mortalidad infantil y la contaminación, a una mayor expectativa de vida y a menos discriminación por motivos de raza o género.
Aunque los candidatos presidenciales estadounidenses adoptaron una retórica proteccionista, también lo hizo Obama cuando era candidato en 2008. Pero después se convirtió en un entusiasta defensor de los tratados de libre comercio, especialmente en su segundo mandato. Según sus palabras, el comercio internacional, "hizo a nuestra economía mucho más bien que daño". Y ahora que está próximo a dejar el cargo, declaró que es un área para seguir trabajando. Tarea que debemos apoyar todos, pensando menos en nuestros temores y más en los hechos comprobados.
(Bjørn Lomborg, a visiting professor at the Copenhagen Business School, is Director of the Copenhagen Consensus Center, which seeks to study environmental problems and solutions using the best available analytical methods. He is the author of The Skeptical Environmentalist, Cool It )
"La gente ya está empezando a darse cuenta de que el Estado es demasiado costoso, lo que pasa es que aún no terminan de comprender que el peso de ese coste recae sobre sus costillas". (Frédéric Bastiat)
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