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Biobibliografía del poeta cubano Luis Yuseff Reyes Leyva (página 2)


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Y no uso el adjetivo como apelativo menguante ni paternalista. Si acaso paternal, porque la tradición nos ha legado frases inmejorables para definirla: "Juventud, divino tesoro" y "los amados de los dioses mueren jóvenes". De modo que el último libro de Yuseff es sin lugar a dudas obra terminada y prieta. Y vuelvo a la semántica, porque prieto no es esencialmente oscuro, sino apretado, concentrado en sí mismo.

Tal aspecto apreció el jurado del concurso Pinos Nuevos, que encabezó la escritora Marilyn Bobes, al premiar en su edición del 2004 el cuaderno del químico holguinero. El químico fue antes alquimista, antes sacerdote, antes hechicero, antes brujo. Esa precisión con que el científico añade a su fórmula porciones cuidadosamente pesadas en el laboratorio, salta a la vista en la estructura de Golpear las ventanas.

Lo nacional y urgente claman desde la primera parte, donde late el ser social. Aunque el hombre es un animal político, no hay que equivocar el sentido: tras la apariencia de lo inmediato, se esconden lo ontológico. ¿Quién soy, de dónde vengo, a dónde voy? "Fuga de Isla", "Canción napolitana", "Souvenir", "Kodak Paper" I y II hablan de separaciones, idas y venires, la traición y el amor, todo impregnado de un íntimo sentido de responsabilidad social e insularidad. La maldita circunstancia del agua por todas partes, como bien dijo Piñera.

En Luis Yuseff, y no sólo en "Golpear las ventanas", nos encontramos con la metáfora recobrada, más allá de lo coloquial y obvio. De nuevo en poesía se recurre a lo tangencial y oblicuo, y retornamos a su raíz prístina: el mito. Porque lo poético, la metáfora y sus giros de sentido nacieron del lenguaje hermético de los misterios sagrados de las religiones. Eleusis, Delfos, Abydos, Stonehenge. Festivales de primavera, orgías estivales, iniciaciones, epifanías. Todos esos "eventos" por llamarlos de algún modo, empleaban un lenguaje especial, que estaba vedado a las personas ajenas al culto.

"Cuerpo de la lluvia" es el segundo bloque. Aquí la poesía es esencialmente amorosa, aunque toda poesía es un acto de amor. El erotismo asume maneras antiguas para aludir a lo esencialmente erótico porque Luis Yuseff no puede separarse de un modo sutil de nombrar las cosas. Aunque el poemario revela profundo trasfondo hedonista, el poeta trasciende el erotismo y hurga en motivaciones sociales de relevancia universal, sin desprenderse del todo de su fino lirismo. Se apropia de referentes, pero no los expropia, los recicla y asume con su nuevo valor sígnico. Nunca estará al lado de los vanguardistas y modernos: pero su verbo no será válido cuando el amor sea obsoleto.

Cierra el libro "Casa de retratos", donde nos reencontramos con poemas ya conocidos, de su primer cuaderno: El traidor a las palomas, que publicó Ediciones Holguín. Y también con otros más elaborados, como "Para que Virgilio lea sus poemas efímeros" y "Retrato en blanco y negro de Robert Michael Mapplethorpe", donde rinde homenaje de un modo muy personal a dos malditos: el poeta cubano y el fotógrafo norteamericano. Al terminar de leerlo nos queda una sensación extraña: la de haber bebido un vino antiguo y estar ligados de alguna manera a un poeta del que, como de la rosa, sólo sabemos el nombre. Valor añadido del cuaderno es la hermosa ilustración de portada, del holguinero Yosvani Caisé, a tono con el contenido de este libro.

A los atisbos de una sensibilidad peculiar y un diapasón notable de referentes, reciclados para desnaturalizar el signo y recontextualizarlo, que ha devenido hecho de estilo, Yuseff suma ahora un matiz ontológico, más allá de lo inmediato visible.

Es innegable el ascenso de Yuseff (Holguín 1975) en apenas un lustro, a partir de la mención en el Premio de la Ciudad del año 2001, que le valiera la publicación del cuaderno El traidor a las palomas (Ediciones Holguín 2002), agotado en pocas semanas. El lirismo anunciado en aquella primera entrega y que despuntaba en el cuaderno La primera inocencia, premiado en 1997 en el certamen literario local León de León, deviene raigambre en sus últimos textos, que ya toman nuevos derroteros.

Golpear las ventanas es un canto a la tolerancia, la familia, la búsqueda impenitente del amor y la amistad, pero también una mirada escrutadora al futuro, un intento por responder a las eternas preguntas del hombre, cosa que suelen hacer los poetas desde los tiempos de Pompeya sin perder la novedad.

"Abrir las ventanas"

Rubén Rodríguez

Hace unos días reencontré en mi biblioteca personal un libro que había ubicado meses atrás entre los volúmenes por leer, pero con el quehacer cotidiano y el peso perturbador de mis escrituras y de otras lecturas, lo había olvidado completamente. Y a veces el olvido resulta conveniente, al permitirnos descubrir en el reencuentro una nueva manera de lectura. Tengo un amigo que define el olvido "como un acto de incomprensible fe". Debe tener un poco de razón, porque cuando vi el borde verde pálido sobresalir con levedad del grupo de poemarios, no tuve dudas de que era ese el libro que sin saber buscaba.

Todo lo que diré queda reducido a una simple noción del encantamiento que provocó dicho poemario sobre mí, imponiendo la suavidad de sus páginas, milimétricamente cortadas con la misma majestuosidad con que el verdugo divide los cuerpos de sus víctimas. Vals de los cuerpos cortados (Ediciones Holguín, 2004) da fe de ello.

Luis Yuseff (Holguín, 1975) ya no es un desconocido. Ha obtenido varios premios que lo acreditan como una de las voces más sólidas y veraces de la joven poesía cubana. Posee un parsimonioso y pesado discurso que va conmoviendo y desmenuzando con suavidad inquietante al más osado lector. Sus versos, de largo respiro, no son agotadores ni imprecisos y nos causan la sensación de que algo profundamente humano nos acuna: la musicalidad de un cuerpo que tiene más de ángel que de demonio:

Hay días en que me prohíbo tener amigos.Sin embargo tengo amigos. Los he amado con el ardorde la pólvora mojada en la garganta. Y así lo digo. Con eldelirio del que está viviendo sus últimos días. Y poseesolo algunos pájaros muertos que alimenta entre las manos.Cosas sin sentido. ("Kodak Paper I")

En la poesía de Luis Yuseff hay un tono íntimo y nostálgico, que me atrevería a comparar con el de los poemas iniciales de Nelson Simón, con similares inquietudes y escritura concentrada en sus deseos y esperanzas; llamado en la década del ochenta el poeta de la soledad; el mismo Nelson Simón de: El peso de la isla y Con la misma levedad de un náufrago.

También yo me he transformado.Mi cuerpo se ha vuelto de agua. A diario me surca la estela. Levanto señales de humo. Hago ondear el pañuelo en el aire como una canción napolitana. ("Canción napolitana")

Yuseff no intenta alejarse y mucho menos escapar de esa molesta carga que sobre sus dedos se vuelve una bendición. Sus versos se alejan de parafernalias vanas, su discurso es recto y legible, con suaves tropos bien utilizados, no emplea artificios ni arquetipos para presumir más de lo que realmente necesita la poesía misma. Los amigos son para él una parte necesaria, del mismo modo que lo son el amante, la ciudad, la madre, el país diluyéndose con su discurso agotador y antiguo:

Son duros estos días de mayo. Estas tardes calcinantes y la madrugada volviendo sal el rocío.Mi madre cuenta los huesos de la abuela. Durante un minuto de silencio cocina sus pulmones con el fuego nacional.Dice que le ha vendido el alma al diablo. Le duele respirar el aire enrarecido. Este aire de muerte cerrándose como un cielo de piedras contra nosotros.Sobre el país del que formamos parte por permanecer, acaso sin compromiso, y en el que también estás tú mirándome con un lirio entre las manos. ("Contra la noche terminante del amor")

Como el ajenjo es la poesía de Luis Yuseff: medicinal, amarga y algo aromática. Lo amargo se funde con lo que salva y lo que perfuma, para convertirse después en un mismo cuerpo. También la religiosidad embadurna con su pringue la historia, y al final todo es un abismo superficial.

Vals de los cuerpos cortados, que obtuviera el Premio de la Ciudad de Holguín en el 2003, es un libro de madurez, donde lúcidos poemas edifican con minúsculas minucias una alta catedral gótica.

Este poemario es un lento y difuso viaje por la memoria; un encuentro con la soledad, el amor y el desamor, la añoranza y el tedio; un acercamiento al deseo desde la perspectiva nostálgica del propio deseo, donde lo carnal se mezcla con el espíritu, ahumando con exóticas especias el recuerdo de lo que verdaderamente se ama:

Miedo a que de pronto todo cambieY deje de emocionarme la palidez de mi madreardiendo en las cenizas. Su tos madrugadora.El labio que me besa. La palabra de amor.

Miedo a que el viejo Midas toque mi hombro con su mano. ("La mano de Midas")

"La música y los cuerpos cortados" Raff

PRIMERA TESIS: Errare humanum est.

Así reza un latinajo colocado en la mayoría de las redacciones de periódicos. Más bien herrar es de herreros. En fin, todos metemos la pata. André Gide rechazó la novela En busca del tiempo perdido, cuando Marcel Proust lo sometió a su consideración.

Lo mismo hizo Ezra Pound con el manuscrito de La tierra baldía, de Eliot; y un editor del Fondo de Cultura Económica de México respondió de igual modo a Alejo Carpentier, con El reino de este mundo.

El año en que Luis Yuseff (Holguín, 1975) envió al Premio de la Ciudad el poemario Yo me llamaba Antonio Broccardo, la categoría correspondiente se declaró "desierta".

En busca del tiempo perdido, La tierra baldía y El reino de este mundo se convirtieron en clásicos. Un jurado, compuesto por los poetas Teresa Melo, Nelson Simón y Edel Morales entregó el Premio Alcorta 2003, de la UNEAC en Pinar del Río, al libro Yo me llamaba Antonio Broccardo.

Así llega a nosotros este hermoso libro que en su momento fue tildado de "carente de eventualidad poética".

SEGUNDA TESIS: La Literatura ha sido siempre intertextual.

La intertextualidad como práctica es mucho más antigua que el concepto, acuñado en 1967 por la escritora búlgara, Julia Kristeva.

La Eneida es una imitación de Virgilio a los modelos clásicos griegos. Dante recicla las estructuras de Homero y Virgilio. Muchas de las piezas de Shakespeare se basan en textos narrativos, novellas italianas, con un cambio del código y del medio.

Intertextuales son los neoclásicos de los siglos XVII y XVIII, quienes tenían un género al que llamaban imitación. De ese modo podían transferir al siglo XVIII una sátira de Juvenal. No solo cambiaban el código lingüístico, sino también el contexto, de la Roma imperial a la Inglaterra de Jorge I.

En este caso el autor se atiene a un pre-texto. Cambia el género, el medio, el lenguaje, el referente social, pero el mensaje es el mismo. El diálogo entre el viejo y el nuevo texto es limitado porque mantiene el contenido.

Sin embargo, existe un segundo grupo de géneros que son en sí mismos intertextuales. Tal es la parodia, donde se tiene un texto particular y se exageran las particularidades del estilo, hasta crear un efecto cómico y pasa por burla del texto original; el travesti, que toma un asunto elevado, lo cuenta en un estilo bajo y surge cierta discrepancia de efecto humorístico entre el tema, el asunto, y el estilo; y el burlesco, donde un asunto trivial se cuenta en estilo elevado.

Cuando existen varios pre-textos, estamos en presencia del collage, donde el nuevo texto es un mosaico construido con elementos de otros. Aquí el nuevo texto está, en todas sus partes, intertextualmente relacionado con sus antecedentes.

Otras formas de intertextualidad más locales son las citas y alusiones.

TERCERA TESIS: Él escribía poemas post-vanguardistas.

El concepto de intertextualidad reconoce que no sólo casos especiales, sino que todos los textos son intertextuales. Cada texto está relacionado con todos los demás, como en la Cábala y las fabulaciones de Jorge Luis Borges.

Los textos postvanguardistas se inscriben en la conciencia de la intertextualidad de todos los textos. Algunos se caracterizan por estar muy intertextualizados, de modo que crean su propia intertextualidad. Se usan, incluso, metáforas de intertextualidad. Yuseff usa otros textos como espejo del propio, y crea su propio metatexto.

CUARTA TESIS: Él se llamaba Antonio Broccardo.

Hace aproximadamente cuatro años, en el saloncito de la condesa Alejandra, a quien sus íntimos llaman Handry, el Autor pasaba la vista por una pinacoteca de Giorgio Barbarelli, recogido por la Historia del Arte como Giorgione.

Entre tapices persas y servicio de Sévres, el Autor detenía sus ojos sobre las pinturas colmadas de luz suave y tamizada, más destinada a crear una atmósfera dentro de la composición que a definir los objetos dentro de la escena.

Ya había admirado (el Autor) a La virgen con el niño en brazos, entre san Antonio de Padua y san Roque, primera obra de madurez del artista; había repasado a La Venus dormida, donde el desnudo femenino es tema principal, y había contemplado también el cuadro Los tres filósofos, donde se esboza el estilo que seguirían Tiziano y Rubens.

Los ojos del Autor vagaban por las láminas cromadas, del Retablo de Castelfranco al Concierto campestre, donde Giorgione desató una revolución contra el elemento narrativo dentro de la paisajística.

Solícita, la condesa Alejandra hacía traer un refrigerio, mostraba sus antigüedades etruscas, instaba a su bella Patricia a tocar en el clavicordio alguna pieza de Scarlatti. Sutil se deslizaba la sombra de su próximo amante, por las aguas mansas del espejo.

De pronto, el Autor quedó demudado, el libro de láminas se deslizó de sus manos y el asombro floreció en su semblante. Había encontrado un desconocido retrato del maestro. Buscó al pie. La nota rezaba: Retrato del poeta veneciano Antonio Broccardo.

La condesa Alejandra acercó una bujía y todos quedamos atónitos. El joven del lienzo, con su mano derecha posada sobre el corazón, era el vivo retrato del Autor. Este se repuso, como buen hijo de Aries, y musitó: "Yo me llamaba Antonio Broccardo… en otra vida".

QUINTA TESIS: El juego es un signo de inteligencia.

Sólo juegan los animales inteligentes. Según estudios científicos, el juego en los animales es señal de desarrollo cerebral, de modo que sólo se observa en especies superiores. Mamíferos como el elefante y la ballena, con gran desarrollo en su sistema nervioso, juegan.

Sin embargo, las abejas, tomadas por Platón como modelo de sociedad ideal, no juegan. Sólo trabajan.

Tampoco los peces juegan.

SEXTA TESIS: La intertextualidad siempre florece donde existe interrelación de más de una cultura.

Julia Kristeva cita al ruso Mijaíl Bajtin, quien llama a la intertextualidad, dialogicidad y contrapone el texto monológico – téngase en cuenta que culturas monológicas son aquellas donde todos los discursos dicen lo mismo – con el texto dialógico, donde existe una pluralidad de discursos e incluso dentro de un mismo texto se desarrollan discursos contrapuestos.

El concepto de intertextualidad es parte de las armas con que la inteligencia de izquierda luchó contra la ideología burguesa. El texto no es una creación individual, sino una posesión colectiva y está en diálogo con todos los otros textos.

SÉPTIMA TESIS: A César lo que es de César.

Título de la pieza: El enamorado

Técnica: óleo sobre lienzo.

Dimensiones: 80 cm x 65 cm

Autor Julio César Rodríguez Aguilar

La pieza integra actualmente una Colección privada en Costa Rica.

Julio César es graduado de la Academia de Artes Plásticas, Holguín, en 1995. Ha participado en una veintena de exposiciones colectivas y 13 personales en Cuba y el extranjero. De él señala la crítica "obras caracterizadas por su particular simbolismo y acento autobiográfico" e "influencias de los surrealistas Salvador Dalí y René Magritte, los cultivadores del gesto y la expresividad, e incluso el barroco y más específicamente el manierismo. De ahí el dramatismo un tanto declamatorio de las piezas, donde lo decorativo y lo teatral las convierten en verdaderas puestas en escena". Agrega la crítica que en las obras se advierte "el toque sensual, el acento erótico y un cierto misticismo de corte romántico" y que "utiliza el autorretrato como vía para convertirse en materia de sus propias creaciones y transforma su imagen en objeto de manipulación plástica". O sea, es intertextual.

OCTAVA TESIS: Dios es holguinero.

"Quizás vivir no sea más que un juego de espejos; y la inmortalidad, no saber de qué lado existes.

"Quizás, vivir no sea más que un sueño, poco feliz o menos inocente, pero, al fin, un sueño del que terminas despertando. Y la inmortalidad, ese mismo sueño pero visto del otro lado del cristal inexorable, es decir: a través del sueño que golpea incesantemente -como las mareas negras de la noche- los límites definidos del espacio y el momento en que se sueña, para transformar lo reducido de esa existencia en eternidad, otorgándole la categoría de mito.

"Y si es la muerte quien hace el mito – pues pocas veces el mito es anterior a la muerte-, entonces la inmortalidad también es asomarse a través de un juego incesante de espejos a una nueva dimensión pero vista desde la anterior; es decir: reencarnar…"

(Del poemario Yo me llamaba Antonio Broccardo)

NOVENA TESIS: Los hombres no lloran.

Es verano y mi tía Bella pedalea frenéticamente en su máquina de coser. El sudor le chorrea por los codos y un rectángulo de luz casi tangible entra por la puerta ventana que da al oeste. Los mecanismos de la vieja Singer sibilan engrasados y la rueda movida por la polea que huele a cuero, corta en lascas la imagen del escaparate.

Estoy echado bocabajo sobre el piso de madera fría, a pesar del calor. Miro las tiritas que caen constantemente, las largas serpientes de hilo. Resuenan pasos de mujer sobre el piso de madera. Huele a café colado. Los retazos son rojos, azules, verdes, amarillos…

Sobre la cama hay una plantilla de cartón del sistema Rocha. La inventora se llamaba Elia Rocha de Abreu y se fue del país cuando triunfó la Revolución.

Recojo los trozos de tela para coser capas para mis soldaditos, así nadie podrá decir que juego con muñecas. Los escondo rápidamente en el bolsillo, antes de que mi madre me vea. Pronto mis guerreros medievales lucirán atuendos dignos de Christian Dior o Karl Lagerfeld.

Sigo tendido en el suelo, con un tajo de luz sobre la espalda, recogiendo pedacitos de tela. Con ellos armaré la historia de un poeta que se llamaba Antonio Broccardo.

DÉCIMA TESIS: Nadie es profeta en su tierra.

La primera presentación del libro Yo me llamaba Antonio Broccardo en la Feria del Libro en Holguín, hubo de ser suspendida. No aparecieron los ejemplares.

La segunda presentación tampoco se realizó: se recargó el programa. Todos querían hablar a/ hasta /de /desde/ con/ para / por/ sobre los invitados nacionales.

La tercera presentación coincidió en horario con la entrega del Premio Nacional de Edición en Holguín.

UNDÉCIMA TESIS: Para gustos se han hecho los colores y para escoger las flores.

Antón prefiere las escenas venecianas del libro.

Dice Teresa que sobran las confesiones de alcoba.

La poesía es poiesis, invención, expresa el escritor y editor Manuel García Verdecia, para elogiar el cuaderno.

Tienes oficio pero no me gusta, de-fi-ni-ti-va-men-te, pone el e-mail de La Rusa.

Palabras mayores, exclama el poeta Eugenio Marrón.

DUODÉCIMA TESIS: No sólo de pan vive el hombre, pero también de pan.

Con los derechos de autor, el joven-Autor compró clavos para arreglar el techo de su casa.

"Él se llamaba Antonio Broccardo.

Yo escribía poscrítica."

Rubén Rodríguez

Conocí algunos de los poemas que conforman este libro cuando su autor (¿Antonio Yuseff? ¿Luis Broccardo? ¿Gastón Yuseff Broccardo? ¿Una tradición reiniciada?), muy joven, lo envió al concurso Nuevas Voces de la Poesía Holguinera de cuyo jurado formaba parte. Desde que leí el manuscrito supe que ese y no otro sería el premio. No solo porque aventajaba en logros al resto de los competidores sino porque traía una contribución de nuevo aliento a la poesía que se hacía en, desde, Holguín. El autor mostraba un amplio registro de lecturas digeridas, una sinceridad grácil en la exposición de sus temas y una fluida limpieza en la expresión. Eran dotes raras en un primerizo.

He tenido la suerte de acompañar al autor y verlo crecer desde otros concursos. Lo que se anunciaba es ya un hecho consumado. Luis Yuseff es un poeta con un mundo personal que comunica mediante una voluntad estilística cuidadosa e informada. Es ante todo un poeta del amor. La mayor parte de su poesía se concreta en la necesidad de apresar, poseer, glorificar el cuerpo amado. El sujeto lírico de sus poemas desea amar y ser amado, vivir en la correspondencia de afectos, ternura y belleza que genera el amor cabal, desinhibido y sincero. Es un sentimiento viejo, mal tratado y adolorido como un guerrero persistente, pero aún indispensable para nuestra seguridad: "dime si es cierto que el amor sanó de nuevo", pregunta Broccardo ansioso. Sabe que el amor es una fuerza tremenda y fundamental, pero a la vez quebradiza por las contingencias a que se enfrenta: somos frágiles como esos ángeles de espuma que velan contra el viento. Sin embargo no hay otro medio, otro designio, que entregarse decididamente: la ternura se juega a cara o cruz. Así, de ansia, de pasión, de comunión y ternura luminosa se concreta el alma de estos poemas.

En sus textos, Luis Yuseff evidencia una ávida sensualidad. Esta se manifiesta en el gozoso placer de la búsqueda y el encuentro con el cuerpo amado. Es este el alfa y omega de la belleza y la emoción, el monte más seguro para rubricar la vida. También se manifiesta esta característica en el gusto por la palabra. Sus poemas son construcciones que participan de un amplio registro léxico, un flujo de palabras tan amplio y vario como el regocijo del amor que quiere exhibir. Por último están el saboreo de esas huellas que va dejando el hombre en su realización sobre la tierra. Signos de su enseñoramiento y vitalidad que pueden denominarse cultura, arte o poesía. El autor sabe que la herencia cultural del hombre no solo lo amolda y caracteriza sino también lo explica. Al decir Venecia, Wilde, Francesca, Mozart, Eleusis, conformamos una serie de asociaciones que se elevan en metáforas del hombre que hemos llegado a ser. Él las degusta goloso y propone como la más exquisita pastelería del ser. De manera que la escritura de Yuseff es resumen y continuidad de todo un ámbito. En su frontis podría llevar una cita de su admirado Borges: "Escribir es tautología". E incluso rematarla al cierre con esta otra de Gaudí: Ser original es volver a los orígenes. Porque el poeta, que vive de los textos que le preceden y acompañan, sabe que es muy difícil decir algo que nunca haya sido dicho sin acertar a tocar alguna de las cuerdas que han sido en el tiempo. Por eso decide asumirlas abiertamente. Él es todos esos poetas y es otro, porque otro es su momento, su perspectiva y el registro de los temas. El propósito es volver a tañer esas campanas, con nuevos sones y motivos. No trata de pasar gallina por faisán. Muestra sus claves con la misma pulcritud con que escribe. Borges, Baquero, Dulce María, Whitman, Wilde, Arenas, Pessoa, Kavafis, están a la vista. Pero no es su objetivo jugar a las adivinanzas. Estos nombres, sus modos y metáforas, le sirven de instrumentos para componer el canto renovado del hombre que ama. Es como el director que toma las pautas de Mozart y da vida a una nueva Sinfonía número 40.

Los poemas de este autor se leen con delectación. Ellos apelan a los sentimientos más fijos y universales. Y lo hacen con una escritura bondadosa, pulcra y emotiva. Su poesía es ligera y fresca como espuma de olas. Fina y amorosa como el encaje que tejen las novias. Una vez leídos, sus textos se tornan refugio, alcoba, confesionario, espacio de intimidad, franqueza y entrega. Sitio preferido para los amantes Para quienes creen que toda belleza es terrible pero necesaria y que el amor es el aire que sostiene a los ángeles que nos acompañan.

"Noticia de Antonio Broccardo"

Manuel García Verdecia

En su Arte Poética Borges nos dice: "la poesía vuelve como la aurora y el ocaso." Hoy estamos aquí para agradecer una vez más ese retorno incansable.

Para los lectores de poesía, que al final siempre resultan muchos más que quienes lo confiesan públicamente, constituye un verdadero placer descubrir un autor en pleno ascenso hacia la madurez poética. Puede decirse que constituye una especia de deslumbramiento. Confieso aquí, ahora, que poco menos que un deslumbrado me he sentido, luego de la lectura del poemario "Yo me llamaba Antonio Broccardo", de Luis Yuseff Reyes.

Suele ocurrir, luego de los poemas iniciales e incluso, luego del primer poemario publicado o no, con las acostumbradas metáforas irreverentes, las imperfecciones formales, el hermetismo crónico y otras calamidades propias en los poetas noveles, en un tiempo llamados "novísimos"; denominación, por cierto, bajo el cual algún que otro talento en ciernes ha naufragado, al no ser capaz de desprenderse del encanto del término, pero sobre todo de sus excesos; suele ocurrir, repito, que en algún que otro de estos poetas jóvenes surge de pronto el poemario donde se revela, se expande y nos ilumina esa claridad interior que nos envuelve en nuestra soledad de lector y que, a falta de un término más abarcador, llamamos poesía.

Sin conocer su obra anterior, no puedo afirmar que este ha sido el camino recorrido por el autor. Pero lo que sí resulta indudable, y de ello es muestra el presente libro, es que ya este poeta, este Luis Yuseff que tengo a mi lado, ha recorrido el a veces largo y difícil camino que va del azafrán al lirio. Porque el lirio se aprecia diáfano, inmaculado, las formas más acertadas o felices con que pudiéramos adjetivas la buena poesía; que no otra cosa es este poemario escrito en prosa y en verso; definido así por mantener la tradición y ese vicio de clasificación que padecen las universidades.

Sin embargo, no pretendo presentarme ante ustedes en plan de descubridor. Según nos cuenta a manera de prólogo Manuel García Verdecia, al leer en una ocasión un manuscrito de Luis Yuseff, supo que ese y no otro sería el premio. O sea, dicho en otros términos, a la primera lectura tuvo la certidumbre inmediata que allí estaba el poeta. Esto que les acabo de contar sucedió en Holguín, pues con holguineros hemos topado, Sancho, cuando el poeta hacía sus primeras armas en el concurso Nuevas Voces de la Poesía Holguinera. Todo indica que similar impresión experimentaron los miembros del jurado del Premio Alcorta, que anualmente convoca nuestra provincia y que edita la Editorial Cauce en su colección La Fijeza, que Dios guarde.

La primera impresión que uno se lleva con este libro es que está en presencia, al margen de la buena poesía, de un poemario de múltiples lecturas. Pero con ello no me refiero a la tan traída y llevada polisemia. Con esto de poemario de múltiples lecturas quiero expresar que quien se adentra en el mundo poético de Luis Yuseff Reyes, debe hacerlo equipado con un mínimo de bagaje histórico cultural. Porque este mundo está habitado por los personajes más diversos, producto de lo que parece ser incesantes lecturas del poeta. Culto, pero nunca culterano, el autor posee la rara habilidad de introducir personajes reales y de ficción. encargados de justificar y al mismo tiempo clarificar el poema, en un amplio abanico de intertextualidad para disfrute del lector atento. El espectro es amplio, desde Mozart a Manuelita Saez, de la reina Elizabeth a Toulouse- Lautrec y, por supuesto, de Prometeo a Francesca de Rímini. Como a buen entendedor pocas palabras, es casi innecesario decir que nos enfrentamos a un texto borgiano, que exige pero también compensa con extraordinaria esplendidez poética. Texto borgiano también, porque rinde culto a una de las expresiones más felices del enigmático argentino: en definitiva, entre todos no hacemos más que escribir un único libro. Y perdonen la imprecisión textual de la cita, pero doy fe de su sustancia e intención.

Tal parece que todo lo que Luis Yuseff lee lo incorpora a su quehacer literario. Además, en el más estricto legado de Borges, lo hace sin ningún tipo de atadura histórica de tiempo y espacio, creando, recreando y mezclando libremente sus personajes, como todo creador legítimo de ficciones. Así, en el tercer poema de "Esquema de la impura rosa", acuden al reclamo poético Rosa la China del brazo de Sandro Boticelli. Este último, como es de suponer, acude con todos sus nombres bautismales Sandro di Mariano Filipepi Boticelli, como un guiño del autor para que se sepa que su mensaje es ficción pero a partir de una base bien documentada.

Además, y esto tampoco puede pasar inadvertido para un lector cubano, sobrenada y a veces se sumerge hasta la misma raiz del poema, una de nuestras voces mayores del siglo XX, Gastón Baquero. Y el poeta no lo oculta, al contrario, lo deja explícito en la dedicatoria. Ocultarlo, además, hubiera sido contrariar al lector. El solitario de Madrid aparece y desaparece, socarrón e irónico, a la vuelta de varios de los mejores poemas de este libro.

De lo que no cabe duda, es de la voluntad y eficacia del autor para alcanzar un estilo, una manera de decir y una comunicación inmediata con el lector y arrastrarlo (y aquí el término es preciso, en el sentido de quieras o no) al objetivo final de todo poeta: la complicidad del lector. Y a fe que lo logra.

Por último, y de nuevo el clásico "last but not lest", está el título del poemario. En él se hace alusión a un poeta renacentista, por más señas veneciano, nacido el 23 de marzo de 1475, Antonio Broccardo, que hace su aparición en los medios literarios de su época con apenas 15 años. De más está decir, apasionado seguidor de Dante y del "dolce stil nuevo. Personaje real o producto de la capacidad fabuladora del autor, no es cuestión que sea necesario dilucidar aquí. Lo que sí resulta importante es destacar la habilidad con que Luis Yuseff Reyes ha sabido estructurar su poemario alrededor del mencionado personaje. Broccardo se justifica no sólo como sujeto lírico si no, lo cual es aún más importante, como elemento imprescindible para provocar esa complicidad con el lector a la cual ya hemos hecho referencia.

Bienvenido seas Antonio Broccardo a la poesía cubana actual. En tu andadura de siglos desde la ciudad sin muros que la encierren, apareces hoy ante otra, añorante de góndolas y canales, sedienta de mar, pero abierta siempre a los vientos indetenibles de la buena poesía.

"Presentando a Yo me llamaba

Antonio Broccardo"

Claro Misael Salcines

Presentar un libro es casi siempre adularlo, meterse en el fugaz negocio de complacer a los que se supone pujaron porque el texto fuera publicado.

Por eso nuestras presentaciones de libros son casi siempre hipócritas. Por eso la presentación de Salón de última espera (Casa Editora Abril, 2007), del joven poeta y narrador cubano Luis Yuseff (Holguín, 1975), terminará por confundirse con otras y tantas presentaciones de libros malos y mediocres. El vapuleo editorial es tan ciego que en el inicio todos los libros son iguales. Sin embargo, para mi personal regocijo de presentadora, el que me ocupa es un texto que nace con una auténtica lucecita en el lomo, que resplandece dentro de los demás libros de poemas, si es que le comparamos solamente con libros de poemas.

El Premio Calendario de poesía ha crecido tanto con premiar a Luis Yuseff en el 2005 y con editar al cabo este cuaderno, que en lo adelante se le puede permitir al concurso que decrezca. Cuba no es Grecia, no estamos en París y los poetas como Luis Yuseff no abundan.

Salón de última espera es un contundente poemario que prestigia a quienes involucra y se deja presentar sin riesgos ni componendas. Luis Yuseff es, desde hace rato, un monstruo de la poesía. Autor de algo mucho más solemne que un libro y otro libro, gestor de una obra que induce a esa cosa, ya fuera de moda: querer más de lo mismo, más poesía de la que hace.

Y es que sus textos no se pueden leer sin pensar en la poesía cubana, en la obra grande que le sale y en el lugar que él y su obra ocupan en el universo. Todavía no sé si lo digo como el Salieri de Milos Forman, dolida y extasiadamente, o si lo digo como quien se hace justicia a sí misma. A lo mejor ocurren ambas cosas.

Dice la nota de contracubierta que el poeta se disfraza, que el poeta y sus poemas se disfrazan. Y yo lo creo, pero me parece que, además, mutan. La mutación es un proceso más hondo, un cambio hasta las raíces, y algo menos histriónico que el disfraz. Mutar de un poema a otro es asumir la otra situación hasta los tuétanos, es ocupar lo distinto hasta la médula, entrelazar el fin -límite y propósito- del poeta, con el principio -iniciación y canon- de la poesía.

Pero es que Salón de última espera permite, también, que el lector se reconozca a medida que el texto reconoce al lector dentro de sí mismo y le ofrece la tentadora oportunidad de perderse bajo la fabulosa constelación de un puñado de símbolos -la rosa, el Devorador, el miedo al miedo-, con poemas como estacas que no perdonan a nadie, y no le temen a la exactitud, ni a la inexactitud, ni al desparpajo, ni a la elegancia; poemas con la terrible belleza de el violín o con la mentida serenidad de Las voces que murmuran: "Virginia Woolf, también yo soy como el pez que salta sobre las rocas".

Belleza pura y dura es el resumen de estas páginas. Y no hay que hablar más cuando no se engaña, cuando lo que resta es el silencio compañero de la lectura asombrada, y la gratitud hacia el poeta.

"Salón de última espera, de Luis Yuseff"

Gleyvis Coro Montanet

"En este poemario, Luis Yuseff retoma el uso de la máscara: el poeta y el poema que escribe avanzan hacia nosotros enmascarados…" Esto ha escrito Antón Arrufat para la contracubierta de Salón de última espera, libro que mereció en 2005 el Premio Calendario, que anualmente convoca la Asociación Hermanos Saíz y que, a propósito de la XVI Feria Internacional del Libro, viera la luz este año bajo el sello de la Casa Editora Abril.

Jugar a descifrar las máscaras, delante o detrás de estos versos de delicada hechura, podría resultar tarea ardua, sin embargo. Por momentos, pareciera que el poeta abandona el poema, y que este, desde su propia independencia, le planteara al lector el enigma de la asimilación múltiple. Son textos referenciales, sin duda, que nos transportan a tiempos y espacios conocidos; pero que inducen, no obstante, sensaciones auténticamente nuevas. Textos en los que una admirable artesanía procura suavizar cierta dureza velada. ¿Cicatriz bajo la máscara? ¿Quién podría afirmarlo?

Son esos mismos textos, acaso, los que proporcionan las claves: "Expongo mi corazón al Devorador. Pesan mi corazón./ Lentamente se inclina la balanza a favor de la caída". Y más adelante: "El Devorador es quien me une a las criaturas que esperan en los salones/ refrigerados, entre anuncios de tabaco y aguardiente que pasa la televisión". Suerte de desamparo colectivo, atmósfera de aeropuertos, donde "las criaturas" esperan, y se despiden, tratando de salvar, a través del vidrio, el dramatismo de la escena final en la memoria. Fantasma que recorre el libro, que por momentos se oculta y siempre retorna a la fiesta de los enmascarados. Esquiva el rostro; más no consigue escamotear el rastro. Los salones están marcados y las huellas son, además, reconocibles: rosas, árboles, peces cantores, pájaros que lloran. Laxitud aparente; falsa paz. Urge al lector seguir la verdadera pista; salir de los recintos y escudriñar más allá de los cristales, donde al fin el corazón "salta de las manos del Devorador" para ir a arder "junto a los cristos de las revoluciones."

La plasticidad de las imágenes, la fina textura del lenguaje, y la libertad de la forma, son códigos efectivos para encauzar el torrente expresivo en la dirección indicada. Pero que no siempre logran contener la magnitud desbordante de las palabras, que se expanden entonces para adquirir significado y vida propios. Pudiera ser el caso de estos poemas. "Transforman los temores a la criatura que teme y calla": el poeta nos advierte; para después desmantelar las barricadas y clamar: "Libertad mía:/ sonora como un viento de piedras/ contra el pecho". No es apacible displicencia sino ahogo. No hay rostro —es cierto—, pero la máscara es humana.

LuisYussef (Holguín, 1975) ha recibido como poeta el Premio Pinos Nuevos 2004, y como narrador el Celestino de Cuento 2005. Ha publicado, además, los poemarios El traidor a las palomas (2002), Vals de los cuerpos cortados (2004) y Esquema de la impura rosa (2004). En complicidad evidente con el espíritu del libro, Salón de última espera cuenta con ilustraciones, en cubierta e interiores, del talentoso artista plástico holguinero Julio César Rodríguez Aguilar. Bendita la comunión de la palabra y la imagen.

Salón de última espera es algo más que una colección de poemas que su autor tenía escritos y juntó para formar un volumen destinado al concurso, sino que es un libro coherente, desde su concepción misma. No narra, pero es posible encontrar y reencontrar señales de una historia que subyace, aguardando ser descubierta. Signos de una realidad ilusoria, cual si el poeta moviera los hilos invisibles de un teatro donde —como en el mito platónico de la caverna— solo se ven las sombras. Ecos, citas, contextos, personajes, se reiteran con precisión calculada, para aparecer (y desaparecer) a lo Paul Celan, porque, también a su manera: "Tiempo es de que sea tiempo".

"Máscaras de la espera"

Leopoldo Luis

He pensado mientras releo a Luis Yuseff (Holguín 1975) en la poesía como revelación, esa que se alcanza en el consumado acto de la espera. El poeta se ha entrenado, y de hecho nos entrena en el más trascendental de los ejercicios humanos. La perenne e inacabable espera, la que se conjuga en el presente eterno de todas las circunstancias y de todos los tiempos, pasados y venideros. Ha permanecido detrás de unos cristales, sentado en un aeropuerto observando a sus prójimos. Advenedizos en el encuentro con sus familiares, recién llegados de Venezuela, en el humilde trance de, primero abrazarse fuertemente, luego la alegría o la incertidumbre de los regalos. El poeta ha llorado también, un no sé qué lo embarga. Se ha marchado a su lecho a tragarse la píldora de hombre triste. ¿Qué le queda por experimentar en esa noche, sino ese desenmascarar de la escritura? Combatir su soledad en el temible Salón, que es el mismo hombre aguardando por otras visitaciones. Ha elegido para esta huelga clandestina a un devorador de esperanzas, un verdugo capaz de extirparle todas las fuerzas, la propia conciencia y todo el aliento posible, en ese negar de la existencia que retoma de los simbolistas franceses. Su intensión es deshojarse hasta la saciedad para que luego pululen otras raíces. Ha bebido junto a Rimbaud una leche negra del infierno para despertar con la rosa pura, la rosa martiana, la rosa peregrina, limpia y acética de Dulce María Loynaz, la rosa que Dios le tiene concebida para pastar con Ovidio el exilio, para develar la antigua cábala de los judíos, o simplemente para adherirse de una vez y por todas a las márgenes de su isla. Trastoca el naufragio bajo el manto de Santa Teresita de los Cementerios, y de un modo extraño acompaña a Paul Celán a la hora de lanzarse al agua de los valientes. Agua de los marginales, de los que saben, al decir de Nietzsche, desaparecer y llegar a la otra orilla. Después el devorador vuelve a llevárselo con ajenas exequias, discurren otros muertos, ya sean pájaros, ya sean fantasmas, barricadas, temores, muros, amigos que parten y dejan como única ofrenda el desamor, salones poblados de melancolía, el ojo de Borges acechando, donde Paul Celán sale al jardín, reverdece porque la muerte limpia todas las asperezas. El devorador sonríe y amenaza con inmortal pedrada, las piedras contra la Magdalena o contra Oscar Wilde, advirtiendo el peligro de la caída, boarding pass para que esperen o para que pasen otros marginales, esta vez estremecido por la voz de Virginia Woolf. La dulce voz que la empuja al agua, de pronto el devorador canta en su propio hueso, y el poeta le lleva el corazón como único obsequio para seguir resistiendo.

…" mientras la megafonía, en los salones de última espera, anuncia la salida del próximo vuelo hacia la noche"…

Soliloquio, encuentro y desencuentro, curaduría de la palabra, magnetismo íntimo del ser que se fortalece en la afanosa espera del verso perfecto. Concibo en ellos la voz anónima de Valéry, heterónimo oculto, manifiesto de la mente, anatema de la lucidez, procedimiento del cálculo frío donde se ensaya el misterio, paralelo inocente para negar o superar, afanarse en los códigos clásicos, internarse en los derroteros de la poesía pura donde en ese cementerio el ego se somete y se elucubra la elegancia, la palabra concisa, la memoria hermosa que avizora los designios, la bulla mesurada de esos muertos que ha erigido, y que ha elegido para testamentar la desdicha. Ahogamiento de la desesperación para oficiar a ratos la felicidad, como trigo dúctil cebado por sus manos. Canto hacia dentro para no atormentarnos con sus desvelos. Reconciliación secreta. Caos suspendido en el elogio.

Ha de verse en este poemario, Premio Calendario, poesía 2005, editado por la Casa Editora Abril, 2007, la dicha traslúcida, el verso que no se adultera en su composición, el puño trillado, el ojo que apuntala y corta cualquier resonancia acusativa. Luis Yuseff en el sentido cartesiano como señala Antón Arrufat en las palabras de contracubierta, anglicano en su depuración y silencio, como lo veo yo, nos surte de una poética que evita reprobarse en la descortesía, en el descomedimiento. Tejido bien cortado. Bendecido por la sabia de los ángeles, llaneza, parquedad, símbolos que se advienen en la conversación tranquila. Duda que se reafirma cuando conjura su propio ser: ésjatón de toda realidad ¿Utopía para rebelarse o para consumar la salvación? Pensamiento, coherencia de hipótesis, de estilo incorruptible para perpetuar las referencias. Seguridad máxima donde el sujeto lírico (devorador del ser) común denominador, campea y dignifica esa mente desde principio a fin con franqueable autonomía. Método del análisis que se estrena en Montaigne, cala en el yo, persuade en la disciplina de cuestionar en cada verso su propio espíritu. Explotada idea donde ese engullidor vigila y no se asombra. Austeridad en el oficio de los sabios. Madurez en la temprana quimera de los elegidos. Convicción y pulcritud severa para cortar los retumbos. Acercarse y acercarnos a los cánones ocultos.

Yuseff porta cierta mística de sentenciosa lucidez y poderosa puntería, no recuerdo otra voz en la más contemporánea y cercana poesía de los 90, entredicha o editada en la isla con excepción de la refinada melodía de Roberto Méndez, artífice o cenáculo donde a mi juicio, Yuseff reorienta los compases, abstiene su voz y legaliza este conjunto de versos que colindan entre prosa breve y el verso libre como categoría moderna de la expresión. Su acento ha marcado a muchas voces de la actual poesía holguinera, escrita en el 2000 y nos deleita porque en él la muerte llora, y el corazón bendice otro día más en los predios de la poesía, porque en él, Dulce María ha entrado airosa, ha compartido ese escrutinio que sobreactúa en el texto y le ha regalado su dedo. Lo ha acompañado en esa misa que el poeta pondera desde un aeropuerto de isla confinada en la espera. Gracias por esperarme, porque también yo espero a que sigas iluminándonos. Porque tú esperas a que Holguín, tenga espaldas para sostenerte. Por las Gracias eternas. Príncipe. Hermano.

Diciembre 17, 2008.

"Salón de última espera"

Miladis Hernández Acosta

Abril es el mes más cruel, ya se sabe. Solo que muchos no atinan a comprender de dónde proviene tal crueldad. Ni metáfora exacerbada, ni arbitrio expresivo del poeta. Simple observación. La primavera abre nuevos cauces a la vida, pero por la dinámica que le conocemos, por esa rueda dual donde la afirmación lleva a cuestas una negación, todo acto de vida es a la vez uno de muerte. Nunca como en la primavera se evidencian tal cantidad de muerte para la vida. Y esto no lo traigo a cuento como un golpe de efecto para una presentación. Es que se juntan en este acto abril, la primavera, vida y muerte, en fin, poesía, encapsulada en este libro breve e intenso como lo que fulgura en el recuerdo, Salón de última espera, Premio Calendario 2005, (Casa Editora Abril, 2007).

Hace unos años, me invitaron a participar como jurado del Concurso Nuevas Voces. Entre el haz de manuscritos que me llevé a casa para leer, hubo uno que desde el inicio saltó como una liebre luminosa. Hice la primera lectura fugaz para descontar el peso muerto y lo puse aparte. Cuando volví sobre el grupo que había pasado la prueba, se me irguió con un ademán lozano y sonriente. Volví sobre él y me vi impelido a ese gesto que hace todo lector entusiasta, compartir su gozo con otro entusiasta, así que telefoneé a Eugenio Marrón. Los dos coincidimos: era una voz inusual, de ventajosas lecturas y perfilada sensibilidad. Al premiar el libro, conocí aquel joven pálido (entonces delgado), de pelo largo, un Aramís fuera de su tiempo de mosqueteros y aventuras galantes, con nombre de poeta de las Noches de Arabia. Se sentía inseguro sobre sus posibilidades. Le dije algo para ayudar a espantar al cuervo de la poca estima y desde entonces he seguido su bienaventurado crecimiento. Y, para mi honra, he podido corroborar que no me equivoqué. La finura de sentido, el atento sentimiento, la incorporación del río de toda la poesía, se hinchan para nuevas germinaciones. Así ahora este libro, hermoso y augural como una rosa acribillada por la lluvia.

¿Qué se espera en un salón de última espera? Entre muchas respuestas desconocidas podríamos adelantar: una definición, un destino, el todo o la nada. Siempre un filo que hiende y divide, establece distancias y nuevas estaciones. En definitiva, vivir es una larga, inevitable espera. Como la espesa y exasperante espera, el libro se adensa en el predominio de poemas en prosa. Tal vez sea el más difícil de dominar en la ardua alfarería de la poesía. Lo acechan el facilismo de lo discursivo o la falsía de la ingeniosidad metafórica. Bien sabemos que lo poético no está constreñido a una forma, ni verso por línea ni métrica. Es la creación de una imagen plena de figuraciones y significados que avivan un algo más. Yuseff sale erguido y con una estrella en la mano. No abusa de lo prosaico, no se excede en la imaginería, sabe concentrarse en la imagen que reconstruye y conferir a la sintaxis de la prosa la tensión así como la icasticidad de lo poético.

El poeta se ha lanzado al río de su tiempo. No por curiosidad, solo porque no puede evitar el llamado. Un hombre es todos los hombres. Expongo mi corazón el Devorador, nos dice. Solo quien ama se arriesga. Solo quien se arriesga conoce y sufre y vive y es merecedor. Y el que se sume en la vida deberá beber la leche negra que acompaña el rito de la existencia. Leche que alimenta todas las rosas, las del alba y las del ocaso, las del afán y las de la muerte. El poeta lleva la suya empapada en espanto y conmiseración.

El poeta atraviesa todos los salones de la vida, pero no es un visitante. Es un enviado del destino. En algún momento deberá testimoniar. Es así que el poeta no puede evitar ser un entremetido contumaz, ese al que no hay que llamar porque él siente la urgencia de estar en el sitio de todo y todos. Así lo declara, Soy el mirón que escucha todo el tiempo.

Esta inclinación que a la vez despierta una obstinada y aguda facultad lo vuelve sensible a todos los vientos, temblores, alaridos, inundaciones, fuegos, sangre vertida. El poeta en su derrotero de espera, en su faena de ver y oír, descubre que hay falsas puertas, trampas, cuchillos, lazos. Despiertan los temores con sus neurosis y paranoias. El temor crea su remedio. Es Un miedo… que, a razón de dominarte, te transforma. Es un pájaro aprisionado y al mismo tiempo la avidez de fuga.

Así el temor prepara al poeta para desdoblar todos los pliegues de la realidad. El poeta ama y atiende pero se garantiza la estrategia de la desconfianza. Sabe que para llegar al tuétano de lo verdadero no puede permitirse el aturdimiento de las apariencias. No voy a creerme toda esta paz, proclama, con lo que advierte a los prestidigitadores y, a la vez, alerta a sus seguidores.

Sabe que un estado de ignorancia puede suavizar la pena y evitar ciertos desastres. Todo conocimiento compromete, dice y ya esto es un índice de implicación, de extensión del sentir, de inoculación del dolor. La inocencia puede ayudar a cierta insensibilidad que no es la felicidad. Si pierdo la memoria, qué pureza, ha dicho otro poeta. Es solo la blanca pureza de lo inerme, de lo indolente. Sin embargo, el poeta no puede sustraerse a saber, que es sentir y sufrir. El dolor fragua y enaltece.

Lo otro sería evitar. Dar la vuelta al meollo de la vida y sus torbellinos. Ciervo es el que huye. Pero el ciervo no lo es por su huida. Ni su belleza está en huir, solo en ser ciervo. La huida es su sabia anticipación a la muerte.

Vivir es consumarse y consumirse. Nadie es sino lentamente dejando su propio ser como una vela. Arder es una manera de sentir y aprender. Evadir la posibilidad del fuego nos salva intactos para la nada pero no para la vida. Vivir es quemarse y, como lo sabe el poeta, Nadie arde en nuestro sitio. Hay que entrar al fuego.

Esperar, atender, mirar, oír, quemarse, ir en pos de lo que está tras la puerta de la espera última. Querer ser, querer traspasar el umbral de lo dado. Imponer un designio. La libertad es ser uno y serlo en lo más denso del fuego, con los otros, sin renuncias ni subterfugios. Libertad, viento de piedras contra el pecho, entona el poeta. Ese viento no permite el aturdimiento, auspicia y anima. El pecho al viento busca la libertad. Quien prescinde y evade es prisionero de su temor. Escapa al dolor pero también a la vida. El dolor de las piedras en el pecho, es el pálpito de la vida en libertad.

Libro sopesado, entre la confesión y el canto. Mesurado en su composición. Justo en sus apropiaciones de otras voces. Ardiente y conmovedor. Declara una voz adulta, en posesión de su registro y con mirada que rasga lo epidérmico y busca. Rezuma urgencias. Convoca, golpea, mueve. Arroja con su presencia toda impavidez. Pleno de belleza cáustica pero regeneradora. Detrás del filo hay un alma encantada. Suerte para quienes prestemos oído.

Me olvidaba: todo cuanto he aventurado conjeturar sobre lo que se espera tras el salón de última espera -una definición, un destino, el todo o la nada- puede epitomarse en el Devorador que nos advierte el poeta, que es todo aquello. Estos poemas pueden servir muchos propósitos. Pienso que el ser que está tras estas líneas favorecería uno sobre todos, el arrancarle al devorador, otro corazón que llevarse a la boca. El poeta se sacrifica y pone el suyo. Ya basta, dice su clamor.

Holguín, 4 de abril de 2007

"Un corazón que llevarse a la boca:

Salón de última espera"

Manuel García Verdecia

Il a mis Son manteau de pluie Parce qu'il pleuvait Et il est parti Sous la pluie Sans une parole Et moi j'ai pris Ma tete dans ma main Et j'ai pleure.

Dejeuner du matin. Jacques Prévert 1

En el ámbito de la expresión sonora, el silencio es la ausencia de sonido. Sin embargo, que no haya sonido, no siempre quiere decir que no haya comunicación. Comúnmente, el silencio sirve de pausa reflexiva en el proceso comunicativo para ayudar a valorar el mensaje. Más allá, de la simple puntuación, el silencio puede utilizarse con una intencionalidad dramática, pues revaloriza los sonidos anteriores y posteriores. Ante esto, podemos establecer que el silencio puede ser: Silencio objetivo y silencio subjetivo. En cambio esta salvedad técnica no ha de servirnos de derrotero para emprender ese camino de profunda reflexión que imponen aquellos silencios que emergen como palabras; más allá del valor expresivo del silencio para reflexionar sobre la palabra, en Los silencios profundos se trata de entender los caminos de la búsqueda ontológica del poeta, esa búsqueda concéntrica por los infiernos donde nace la palabra, palabra que no callarán las circunstancias, incluso las más terribles circunstancias.

Mientras al hondo valle descendía,

me encontré con un ser tan silencioso

que mudo en su silencio parecía

Divina comedia: Infierno. Canto I. Dante Alighieri

El poeta mide su voz en la profundidad del silencio como el que arroja primero la piedra al pozo y espera el sonido devuelto, pero este cálculo elemental para saber cuan profundo hay que penetrar para que emerja la palabra no es suficiente. Para el poeta este es apenas un tanteo un primer paso, lanzarse al pozo le dará la medida exacta de la profundidad. Ciertas circunstancias nos acercan al brocal, ese brocal donde Hay un árbol que no escucha, hay un árbol que no habla. Al poeta le han sido dado los espacios, pero siente que: uno escribe un verso// y no sucede nada.// uno lee un poema// y no sucede nada.//uno publica un libro// y no sucede nada. Acaso como si presintiera que: No te recordarán los hijos de los hijos. La gloria consiste en saber callar. En cambio tiene que volver a la palabra para expresar su silencio o mejor lo que todo buen poeta sabe, aprender del silencio y devolver la imagen, ese rostro fugaz y transitorio del silencio.

Se es valiente de muchas maneras, mucho más cuando se reconoce el temor, siempre habrá un poeta a la entrada de los infiernos, un guía y a él encomendaremos nuestras almas contritas.

Como una igualdad matemática silencio y palabra son sopesadas en la balanza, tanto peso adquiere uno como la otra. La palabra largamente meditada en el silencio se abre paso entre las circunstancias cotidianas (la partida, los espacios y los contextos, la familia, el hogar, el amor perdido, la música, los poetas, recurrencias vistas desde el inevitable ceremonial del observador) el poeta sabe que el silencio por igual es amargo y luminoso. El derrotero trazado en los mapas del dolor no lleva al abismo, las regiones nombradas no fueron solamente habitadas por el poeta, también lo habitaron a él y ahora son cartografiadas en las coordenadas de la evocación para que el viajero pueda adentrarse en el mundo interior, al menos el visible, del poeta transfigurado en sujeto lírico. Y he aquí una acotación, la observación no viene del que simplemente contempla esos ámbitos recorridos, sino del que ha logrado mirar desde adentro, mirada visceral sobre las cosas que le rodean. Asimilar el silencio más que circunstancia como razón de ser implica el sacrificio de despojar el rumor creciente en el pecho de cualquier formalismo y adorno y dejar que fluya la metáfora, natural y libre con la melodía, el ritmo y el tono necesario para ascender por los angostos pasadizos del cuerpo y hacer que brote como ese aire necesario que se debe expulsar, aire asimilado, aire devuelto, pues así de circulares son los recorridos, ciclos vitales que el poeta necesita recorrer periódicamente y mostrar al lector porque es inevitable que la palabra haga perdurar a los objetos.

En China existe una leyenda que dice que el descubrimiento del gusano de seda fue hecho por una antigua emperatriz llamada Xi Ling-Shi. Se dice que mientras caminaba se encontró con los gusanos. Ella los tocó, y por arte de magia, apareció una hebra de seda. Según la iba recogiendo la iba enrollando en su dedo, sintiendo una sensación de calor. Cuando terminó de recoger la seda, vio que ésta provenía de un capullo. En ese capullo vital se expresa el viaje interior del poeta. Sumergido, pero no aletargado, reposa, se alimentó de toda materia y en un largo hilo ha conformado su coraza, pues aunque el verso tome muchos caminos es uno mismo multiplicado, a la larga no construimos nuevos capullos siempre retomamos el mismo hilo.

En el arte de la conversación manejar los silencios, evitar esos territorios molestos que se pudren lentos como los días, saber discernir el sendero que nos lleve al diálogo es un oficio terrible, mucho más cuando se instauran esas criaturas del dolor, innombrables criaturas que solo saben dar certezas de lo incierto, a la postre signo que rige la conversación, no saber discernir las estaciones, no identificar los lugares, los sitios de siempre, nada anuncia la muerte, todo es signo de muerte, nada es una bandera densa para el olvido, todo es materia del recuerdo, nada es lamentable, sin embargo todo se siente en su ausencia. La paradoja se convierte en el signo del que se debate entre el silencio y el grito. El signo de la muerte, la muerte de las cosas, esa muerte relativa, acumulada, la pérdida de valor cuando parecen tocadas por el frío dedo de Dios. Huir es necesario, aunque no sea salvarse, es apenas, lo sabe, la certeza del cambio necesario, ser otro. Silencio es la crisálida que prefigura el imago, la fuga del gusano transformado, también la efímera vida de la mariposa.

"Y volviéndose a ellos al momento

les dije: " ¡Oh, Francesca!, ¡Tu martirio

me hace llorar con pío sentimiento!"

Y ella: "¡Nada es más triste que el recuerdo

de la ventura, en medio a la desgracia!

¡Muy bien lo sabe tu maestro cuerdo!

"Pero si tu bondad aun no se sacia,

te contaré, como quien habla y llora,

de nuestro amor la primitiva gracia"

Divina comedia: Infierno. Canto V. Dante Alighieri

Los territorios del silencio se dividen en: Provincias que siempre serán de la noche, blancos peces las habitan, junto a ellas los hijos de la maldita circunstancia obligados a sobrevivir en esa agua menos discursiva y más violenta, criaturas frágiles, pálidas, etéreas, mágicas, soñadas. Mentira. El poeta las observa como un practicante budista sumergido en sus técnicas de vipassana que evidentemente será la postura siempre activa del poeta que sabe que: //Estas criaturas no tienen por qué reconocerse en mi dolor// El poeta es un ser despierto, un buda que desde la observación tranquila y atenta del zazen tanto de los propios procesos mentales como de los fenómenos de la vida evita la dualidad en la comprensión del acontecer y logra la transformación o al menos acercarse a la iluminación. Antes de penetrar en el territorio que marca Cuaderno de tala, el poeta reconoce la terrible circunstancia que allí se vivirá: Yo, pecador, no quiero que los míos padezcan//Y dicto conjuros para alejar las mariposas que vuelan sobre los cadáveres fríos// salmos contra los signos inequívocos de la muerte. Advertidos de tales suertes iniciamos junto a él, especie de Virgilio la entrada en Cuaderno de tala donde breves pausas serán el desbroce del talador, el despojo de cualquier afeite persiguiendo lo natural de la palabra como un cirujano que descubre lo visceral en cada corte, lo dramático del amor transfigurado, aquel que nos ha condenado al Vía Crucis, al destierro a ese sitio donde habite el olvido e inevitablemente a quemar los lirios, o simplemente dejar que el sol los vaya quemando con su enconado fulgor diario. Porque siempre habrá un talador, cuerpo de Dios, hijo de Dios, cuerpo nutricio y venerado, pero tu costado se moría//tu hígado me daba miedo// y yo me callaba tanta sustancia cristalina// tanto amarillo en tu pupila. Causa de las cosas que llevan al territorio del silencio, causas de amargo sabor como son los reproches: Yo no quería estos versos para ti.// yo no quería estas páginas de ceniza.// Aunque otra mano ocupe sus miserias//tus distancias// las fuerzas necesarias // para sobreponerse al día de hoy// y al de mañana//a tus silencios// a tus tristezas// talador que recibirá su indulto en la despedida: Abandonar la palabra// con una ceremonia sencilla.//Como despediríamos//quizás a un desconocido.//Perdonar los silencios profundos.// luego el cuerpo sufrido del dios será el cuerpo de la rosa evocada, no la flor sino su recuerdo. Del silencio se aprende que toda luz tiene sombra, nada existe sin su opuesto, desconocerlo implica concebir equivocadas ideas de la felicidad // y ahora que ya no tenemos árbol// ni la inocencia de entonces// nos damos cuenta de que la felicidad// era aquella sombra tan parecida a un cristal// Al final del mapa, ex libris, la frontera, los lindes del hombre que era y sigue siendo antes de iniciar la entrada en los reinos del silencio, siempre latente el deseo de ser otro, recuérdese el capullo, apréndase la lección, el mar cambia según Hemingway, seremos otros, pero ante los ojos de los demás apenas lucimos diferentes, solo en nuestro interior se aferra el pensamiento, se abre el capullo.

Constante la perceptible búsqueda de la belleza, no solo en la forma, si no en lo natural, lo sencillamente natural como el lenguaje directo, no por eso dejan de faltar las imágenes, las enumeraciones de imágenes, como sucesiones de estelar materia en cometas engarzadas. Los signos de lo bello revelan el Ethos y el Phatos, también el Thanatos del ser bajo la nueva circunstancia del vivir, el destino inevitable, el mundo estalla en la sucia belleza cotidiana de lo inexorable, el poeta se mantiene firme en su postura aunque tenga que mostrar su identificación y beber el trago amargo una y otra vez. Las flores, //aunque no es tiempo de orquídeas//uno termina comprometiéndose// con la estación de las orquídeas// La rosa, el símbolo de la rosa, vuelve a estar presente como un dictado breve de crudelísima revelación Abrazarse a cualquier cuerpo// con la certeza// de que alguna vez// le verás el rostro al ángel. La cicatriz marchita: seca como una rosa, la rosa como ceremonia del bien vivir. Los lirios, //Lirios para el amor//Lirios para vernos envejecer// flores para cada región, no es casual que sean orquídeas, rosas y lirios. Las orquídeas, tan variadas y tropicales denominadas así por Teofrasto dada la semejanza de su bulbo con orchis, testículo en latín (sensualidad, seducción y belleza suprema, perfectas para declarar el fervor amoroso) Las rosas que hablan del amor, del gozo y el dolor, la mezcla de los sentimientos. La pureza del corazón expresada en el Lirio. Las flores como paradigma de la belleza se convierten en los signos reveladores de la naturaleza del sentimiento mayor, ese que marca el derrotero de estos caminos del silencio, acaso no fueron en esa búsqueda Orfeo, Dante, Cernuda, caminos en los cuales transcurre también la vida. Tres flores como tres monedas, herederas de la milenrama, que irán formando trigramas, luego hexagramas del Libro de las mutaciones (I Ching) revelando el estado actual, deslindando los pasos hacia el cambio. Hexagrama 49, Ko, el cambio, (tui, lo sereno se enfrenta a Li, la cohesión) el lago en lo alto, el fuego en lo bajo, fuerzas antagónicas se enfrentan, solo el cambio permite restablecer los valores perdidos. Nada es para siempre, lo que existe proviene del cambio y en él desaparece hacia la cualidad superior. Lo que no cambia está condenado a perecer. El poeta ha identificado el hexagrama de sus días emerge no como observador o paciente de su destino, ahora es el iluminado que no hace votos de silencio, siente el cambio y hace ejercicio de la palabra: Te dieron el ángel. Pero no sus alas.// Te dieron la sangre. Pero no el cuerpo.// Te dieron el martirio. Pero no la cruz.// y finalmente te dieron las palabras. // Esas colonias de fuego que avanzan hacia ti// y crecen cercándote como grandes silencios de guerra. Solo en la palabra, el grito visceral, hallará la revelación y el sonido largamente buscado, la exacta medida del ser, descorrerá los celajes y renacerá al mundo.

Celebro el mapa del dolor, los caminos delineados por la suspicaz observación del poeta, celebro la belleza de sus palabras hecha libro. Libro de los silencios, pero no de la contrición. Recomiendo leerlo como viejos salmos antes de iniciar los recorridos de los silencios cotidianos. Recomiendo este juego necesario de ser otro cuando se sabe que nunca cambiaremos, todo valor está en el intento, muy a pesar de las cambiantes circunstancias siempre seremos los mismos, cuerpo de palabra que estalla por encima de los silencios profundos.

Abril, mes cruel, del 2010

"Desde la profundidad del silencio"

Pablo Guerra

1 DESAYUNO

Echó café en la taza.Echó leche en la taza de café.Echó azúcar en el café con leche.Con la cucharilla lo revolvió.Bebió el café con leche.Dejó la taza sin hablarme.Encendió un cigarrillo.Hizo anillos de humo.Volcó la ceniza en el cenicerosin hablarme.Sin mirarme se puso de pie.Se puso el sombrero.Se puso el impermeableporque llovía.Se marchó bajo la lluvia.Sin decir palabra.Sin mirarme.Y me cubrí la cara con las manos.Y lloré.

De Histories. Jacques Prevert. Versión de Aldo Pellegrini

Pareciera que Luis Yuseff tiene razón, cuando dice, desde la voz de la negra Mercedes Sosa: las canciones de barricada "pasaron de moda". Y digo pareciera porque pensado así, a lo grande, pudiera semejar certeza. En cambio, Yuseff es el primero en desmentir ese supuesto desde su libro "Los silencios profundos", Premio Adelaida del Mármol, 2008.

Este conjunto de textos es una barricada perfecta desde la que el poeta se enfrenta, lustra las armas y se entrega para permanecer vivo en medio de la balacera. Desde imágenes,  que sin rubor o duda, me atrevo a llamar trascendentes, el poeta apaga las luces y muestra el pecho blanco. Después, acaricia al bárbaro que un día abrirá de un tajazo ese mismo pecho. De regreso, lava su cuerpo, recorta el cabello y destruye algunos poemas…

Ese acto de limpieza de cuerpo y textos es el que signa el renacimiento. Pero no al estilo del fénix sino un renacimiento cotidiano: el despertar de la voz después de haber creído que no se cantaría más. El ponerse en pié luego de los disparos y adioses. El árbol del pan creciendo en el campo quemado. El encumbramiento de la mirada luego del fin del sudor gozoso y la fiesta de los primitivos olores del cuerpo. Y más tarde, a solas con ese renacimiento, el desafío es poder escribirlo.

Ya es sabido que es cierto que pasamos la vida despidiéndonos y no siempre con el blanco pañuelo de la paz entre las manos para hacerlo hondear en el muelle. Hay muchos adioses ante los que no tenemos siquiera la fuerza, la energía para agitar la mano o balbucear palabra.

Contra el adiós que colma la Tierra de Todos, es decir de Nadie, estos versos son parapeto y escudo. Y como los sublevados en las barricadas, saben cuándo adelantar el paso y cuándo tenderse -medio muertos- para que las tropas pasen, atraviesen el campo de batalla que son estas páginas. El desgarramiento mayor, el quebrantamiento del yo en minúsculos fragmentos que como en el cristal más exquisito es imposible volver a juntar, permanece en la poesía de Yuseff.

El Nunca Más está dicho aquí sin el tremendismo del momento del hundimiento. Está apenas susurrado desde el oscuro rincón. Pocas veces puede conseguirse que un gran gesto, un gesto tremendo, sea sobrio.

Los tremendismos esconden tras de sí las verdaderas naturalezas. El aullido  a la luna sigue siendo un llamado de atención profundo, pero el escape, el abandonar la manada, quedarse a solas, la huida hacia sí mismo llevándose al escondite los fantasmas, las pequeñas muertes y con ellas construir otro mundo, como ha hecho Luis Yuseff, eso es elegancia poética, sin estruendos.

No es lo magnífico de la escritura de este joven poeta, que también… No es la elección limpia del verbo adecuado, que también…No son sus indiscutibles aciertos poéticos, que también… Es, sobre todas las cosas, a mi entender, la realeza de la emoción genuina lo que emerge de este libro. ¿Quién puede decir exactamente lo que le sucede en el momento mismo en que pasa?  ¿Cómo gritar y que sólo se escuche un delicado silencio? ¿Cómo desgarrarse sin sentirse centro del mundo, huérfano ombligo de la tierra? ¿Cómo aprender lo que Yuseff sabe tan atinadamente?, que "la gloria consiste en saber callar"

Todo cuesta, doloroso descubrimiento que una vez hecho no es posible olvidar. Todos hemos sido animales vigorosos y hemos estado en la algarabía, la confusión, la vida. De ahí se regresa cada día, de ahí somos expulsados una y otra vez. Este libro da fe de esas expulsiones y de los enigmas de esas expulsiones. Lo hace del mismo modo en que el infante empieza a explicárselo todo o el monje admite o la adolescente prostituta consiente: con miedo, con mucho miedo. Y de pronto el miedo, el abismo, no es solo lanza que atraviesa la garganta ni muerte punzante, sino perpetua belleza. Absoluta y magistral belleza del dolor, del poeta que sabe cómo explicar el tiempo en que fueron quemados los lirios. La época en que todo ardió,  y tras la cual hubo que volver a  inventar vida, verso, tierra y mar para sobrevivir.

Pudiera ser que la pérdida de la felicidad traiga en sí ese ruido de crash seco de disco viejo, tantas veces escuchado. Pudiera ser que en algún punto sea irrefutable que las canciones de barricada hayan pasado de moda. Pero lo incuestionable también es que Luis Yuseff  desmiente esto último y sabiendo que siempre estamos en guerra, que siempre estamos cercados, que el golpe seco, la aridez, el grito acosan y están seguros, él ofrece, sabiamente ofrece (y eso es otro don dentro de su juventud), el reposo necesitado y la verdad contundente de los silencios profundos.

"Palabras sobre Los silencios profundos"

Laura Ruiz

Lo primero que percibí de él fue su voz. Fue en una de las primeras Romerías de Mayo, en Holguín, leía en el patio de La Periquera. Yo entraba y me quedé detrás de las columnas. Todavía no había publicado libros ni obtenido premios. Su voz pausada se extendía a través de aquellos muros haciendo que el público desde sus sillas viajara a través de sus palabras. Yo también lo disfruté. Esa vez no me le quise acercar. Pasadas unas horas, ya de madrugada, en el concierto de pre Romerías, lo volví a ver. Ahora con un suéter verde (hacía frío). Llevaba una ofrenda floral al monumento de Lucia Iñiguez en el Bosque de los Héroes. Eso es lo que recuerdo de la primera vez que vi al poeta Luis Yuseff.

Después, por supuesto, fue apareciendo cada vez con más frecuencia, pero ya no sabría decir con exactitud cual fue la primera conversación, o quién nos presentó. Lo cierto es que ha pasado el tiempo y el poeta-amigo ha sido uno de esos a los que llamo imprescindible. Nunca pensé que yo, muchacho tímido, podría estar hablando con él, compartiendo lecturas, haciendo poesía. Tampoco podría imaginar que estaría reseñando uno de sus libros. Yo, que leo con dedicación cada una de sus palabras, ahora presento este, su séptimo libro de poemas: Los silencios profundos (Premio Adelaida del Mármol, Ediciones Holguín, 2009).

Para cuando el libro se vivió o por lo menos los cables tensores de este conjunto se estiraron, yo escribí un poema dedicado a esa situación, que aún se mantiene inédito: "Formas que me revelan la impaciencia" (describo, en su inicio, la clínica para enfermos de la mente ubicada en las afueras de la ciudad de Holguín). Poesía-vivida o vida-poesía, creo que en realidad no hay tal relación, pues no son dos partes que interactúan, sino un todo, una totalidad que engrana un tejido difícil de desmembrar. Quizás, sea esta una de las claves para entender su poesía, y su bregar por la vida.

Los silencios profundos, escritura adulta donde el escritor sabe adónde quiere llevar al lector. Yuseff sabe hacer gala de esos binomios tan exquisitos (Poesía-vivida o vida-poesía) y elegantes, en cuanto a mezclar las vicisitudes de la existencia en el país, y esa suerte de referencia autobiográfica para saberse dueño y parte decisiva de la patria. Y lo hace a partir del lenguaje, elemento vivo que maneja con maestría. Como un ebanista, va armando sus poemas. En este libro me sorprende la capacidad sinfónica de sus versos. En el poema introito, el primer verso dice: llegado el tiempo de las inevitables conversaciones…, contrastante si lo comparamos con el título del libro. Otro recurso. El libro es de declaración, de denuncia. En él se es contemplativo atestiguando. Así que el silencio es otro guiño, otra máscara, para los acostumbrados a leer a Yuseff. En este primer poema están las claves de todo lo que se avecina en el resto del libro, tal como se quiere. En él está el sabor añejo y cubanísimo de la palabra "hiede", palabra que tal vez nos viene de nuestras abuelas, y que en otro poeta sonaría rancio. Se agradece que en pleno siglo XXI se utilicen palabras con esta textura, otro poeta hubiera escrito "peste" o hubiera empleado cualquier otra construcción.

El motivo primario de este libro es una conversación que tuvo el poeta y el libro hace de puente, y no ya solo con un individuo o cosa específica, sino con los lectores. Soy el poeta./ Y no logro construir con palabras las mágicas combinaciones/ que pudieran evadir esta conversación inevitable.

Pero aquí no se trata de un detalle específico, el pase de revista llega a tal extremo que escribe más adelante: en la orilla todos se marchan: no pueden explicarse la lluvia sobre el mar/ y se marchan. Y es que el libro inicia con ese motivo, pero pronto se amplifica el canon visual del poeta, y lo que fue motivo es sólo inicio, pues en el transcurso de la lectura el fresco que brinda el autor es tan variado que pone en caja de resonancia personal, los sinfónicos poemas que conforman toda una vida. El elemento añejo se consolida en Barricadas y en Efecto café bulevar. Añejo, como el mejor de los vinos, que después de tragado, queda en la boca el gusto de lo que ya no está, de lo que se ha ido. El poeta en esta ocasión es el que entra y pide el último café, es también las disímiles voces que confluyen en el texto. Los toldos se transforman en el espacio, en símbolo de patria, en útero donde, más que vivir, uno existe. Sabe que la historia que cuenta es demasiado reciente…, de ayer mismo.

Una tabla que flota en la bahía, igual de mítica si se tratase de un balsero o evocando a la Virgen de la Caridad del Cobre. Toldos para refugiarse, para estar bajo el resplandor, toldos que nos induce a pensar en la permanencia en esta tierra que sintió el dolor de Juan Clemente Zenea. El destierro de Heredia. La muerte de Plácido. Las cartas de amor de Juana Borrero, o la asfixia de Lezama. Dolor de referencia, dolor para sentirse reflejado en el cauce de la angustia nacional. De nada sirve, dice, escribir un buen poema. Y sólo en el interior de su mente ve caer la dulce nevada que Fina García Marruz acaba de anunciar. Sólo en su mente, porque los ojos sólo sirven para ver lo físico, lo que de verdad se ve. Pero la poesía se hace en su interior sin proponérselo, desde la mente o el estómago.

Provincias de la noche, la parte central del libro, que viene a mí con un fuerte olor a colonias, de las que se esparce en los barrios en noches de toque de santos. Allí las hojas son de olor, y se maceran en el cuerpo del que le hacen la "limpieza". Pero todo concentrado, discreto, como el llanto de un poeta. Una de las expresiones más rotundas de esta parte es: …voy pareciéndome a mí mismo y ese es un modo de desaparecer. Y es que el poeta parece sereno, pero su calma es sólo aparente, igual a la del silencio. Comparada con la calma del ojo del huracán. Esa tranquilidad que sustenta los vientos arrasadores y las lluvias destructoras. Yuseff sabe que existe el horror, pero no lo expone, lo canta, lo dice bajo un solo de chelo aviolinado.

Sigue sin dormir, sabe que n o podrá descansar del todo. Piedras de imán para atraer lo bueno, llaves que abran puertas, vasos con agua clara. Vivir es ya difícil, y mantenerse estable y digno lo es aún más; lo es, aún más, para el que escribió: hay una sinfonía de muerte a cada paso. Escucha. La música es hermosa.

Y lo es sin duda alguna, porque sabe que el horror está, la maldad, pero acompañado de melodías que, más que disfrutar, él necesita.

El Cuaderno de tala, una transmutación del "Devorador", personaje que ya existe desde su libro anterior, Salón de última espera (Casa Editora Abril, 2007). Parece que la existencia de su poesía necesita de una contraparte, del reto de la amenaza, esta vez es un "Talador". Algunas de las escenas de estos poemas parecen del medioevo, tiene una belleza oscura, no por el lenguaje, sino en el ambiente: tuve pena de su realeza tendida sobre los troncos. Y lloré junto a los círculos de sangre. En estos últimos textos se retoma la conversación o las declaraciones: no te sentarás a mi mesa. Pero no serás mi enemigo. No alabarás a un dios equivocado.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
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