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Biobibliografía del poeta cubano Luis Yuseff Reyes Leyva (página 3)


Partes: 1, 2, 3, 4, 5

Entre los textos con títulos aparece la voz del Talador, avizorando, alertando su proximidad, el miedo. El dramatismo de estas viñetas es tanto que bien pudiera ser fotogramas de una película impresionista alemana, o comparados con la etapa negra de Goya.

Trajo un animal extraño. Dice que el pájaro no canta… y comienza a decirme unas palabras que no son dulces canciones pero que estremecen como si fueran las notas de un piano junto al mar.

Otra vez ese tono contrastante. Es como el voyeur que sabe lo que va a ver, pero que, por mucho que se prepare, siempre termina apartando la vista. A veces, creo, que en esos contrastes, máscaras, el Talador es él mismo. O sea, Luis Yuseff, el sujeto motivo, tan escandaloso. El Talador me miró justo en el momento en que yo cerraba su pupila de hierro. Pero no dijo nada. El dolor no tiene palabras. Son tan desconcertantes los giros de esta última parte, que en realidad, el autor empieza a "ser otro", es hiriente, irónico. O sea, muere y resucita al mismo tiempo.

Cumpliéndose así, sus palabras: Quería ser otro. Y lo es. Tu dulce dedo sobre mi hombro. Y esa caricia amiga es un hachazo contra mi corazón de hielo. Duro. Este es un libro que no sólo expone, si no que da soluciones al problema. Sólo quería ser otro. Y publica la receta:

1. Lavar el cuerpo

2. Cortarse el cabello.

3. Destruir algunos poemas.

El poeta no quiere que su lector se entere de detalles, hace una decantación y sólo muestra el zumo recogido en noches de insomnios, cuando dormir es sólo un recuerdo. Este es el nuevo libro de un nuevo Yuseff. Quería ser otro. Y lo es.

En la foto de la solapa del libro, aparece el poeta, diagonal, enfrentando una luz que baña una parte del rostro, proyectando sombras en la otra mitad, sin espejuelos, como enjuiciando al mundo. Parece la portada de los viejos discos de acetato, donde el poeta, quiero pensar, es un músico. Un pianista, después de terminada su función junto a un acantilado que cae al mar. Un mar que no alcanza a ver y que sólo lo escucha rugir a sus espaldas, amargo. Desconfiado como un desconocido.

"Como un solo de chelo aviolinado"

Yanier H. Palao

Difícil. Muy difícil editar un libro de Luis Yuseff. Fácil. Muy fácil puede resultarnos además porque contaremos con él todo el tiempo que dure esa edición (editando él también su propio libro). Esa fue la impresión primera que tuve y tuvimos todos los cercanos al poeta desde que compartimos la suerte de su prístina publicación: El traidor a las palomas. Cuando él supo que Manuel García Verdecia, su primer agente literario, entregaba su poética editada a la Imprenta Lugones, de allí no se fue hasta el día de ver la tirada completa de aquellos trescientos primeros ejemplares de un libro suyo.

Desde entonces a la fecha ha llovido poco o bastante, pero la cosecha de nuestro amigo siempre se ha mantenido in crescendo. Múltiples premios y publicaciones lo confirman hoy entre las voces principales de su generación. Difícil, repito, editar su libro en el tiempo difícil que vivía Ghabriel Pérez, su séptimo agente literario. Pero grato, haber desandado por las páginas profundas y nada silentes de un cuaderno que vimos nacer entre corridas de pasillos de Hospital, sorbos amargos y dulces bebidos en las tazas de los Cafés de este Holguín, a veces parisino, a veces lánguido.

Ardua tarea es decir con palabras de esta Tierra lo que para su autor significan "silencios profundos". Más allá de todo, la fiesta de ver salvo este hermoso libro es el culmen del propio sacrificio de un autor convertido durante poco más de un año, minuto a minuto, en pasión escritural, el resumen de todas las agonías puestas a morir en el verso como un dictamen martiano.

Este libro, también es una fiesta que incluye a todos los amigos del poeta.

A cualquier nuevo agente literario de Luis Yuseff le será difícil no llegar a la misma conclusión, de algún modo, más que un coeditor natural de sus libros, él viene siendo un coeditor definitivo, que se impone, que exige y determina la

suerte de cada color, textura, imagen, tempo y mínimo ángel o duende que intente revolotear sobre sus páginas.

A donde quiera que llegue este título: Los silencios profundos, ojalá encuentre los oídos receptivos, acuciosos y muy inteligentes que sepan escuchar a esas voces profundas que callan, gritan, festejan y finalmente se salvan aprendiendo a ser otras sin perder la autenticidad de su causa: su misión de barricada, aprehendidas al misterio de los sabios silencios.

"No es que le falte el silencio"

Ghabriel Pérez

En febrero de 2006, un grupo de jóvenes autores viajamos a Ciudad de La Habana para recibir —en una ceremonia inolvidable—, el Diploma que nos acreditaba como ganadores absolutos del premio Calendario 2005 que otorga la AHS. Nos «hospedamos» en un hotelito de La Habana Vieja, muy próximo al cine Payret —de cuyo nombre no quiero acordarme—, por razones que me recuerdan demasiado a Papá Goriot y a Eugene de Rastignac, y fue allí, en aquel ambiente ciertamente lúgubre, del mejor cine negro norteamericano, donde conocí al poeta Luis Yuseff.

Desde entonces, sus poemarios han ido acumulándose en mi biblioteca, con la certeza de que no acumulo libros, sino fragmentos de vida, obsesiones recurrentes, aplazamientos y renuncias muy bien fijadas por la memoria.

Ahora que me acerco a estos «silencios profundos», advierto que Yuseff ha ido construyendo una poética que magnifica la conciliación del Hombre —en tanto ser ontológico—, con el universo ético y estético que lo precede, y en esa búsqueda —no siempre calma; no siempre absoluta—, se generan las propias laceraciones y hendiduras que signan sus textos.

Me bastaría nombrar «Esquema de la impura rosa», «Memorial del último testigo», «Las voces», «Negra leche del alba te bebemos al amanecer», «Contra la noche terminante del amor», «Para que Virgilio lea sus poemas efímeros», conformadores del sustento más nutricio de sus libros anteriores —aunque no los únicos—, para definir esa capacidad antropológica —comprometida con la tradición más ecléctica de la contemporaneidad— que redunda en la preclara ubicación del Ser en su contexto; para, a partir de este punto, fijar y gestar resonancias del pasado y admitir —creando así planos concéntricos— la utopía que sugiere todo futuro, ese otro Ser tan esquivo como el Tiempo.

Los silencios profundos, para quien haya leído Yo me llamaba Antonio Broccardo2, Salón de última espera3 o Golpear las ventanas4, se torna un ejercicio más exento de intertextualidades; un juego mucho más abierto a ese Yo que evade toda representación y todo riesgo; así, se nos convierte más en una antigua Bitácora, esas antiguas escrituras cuyo signo no es, no puede ser el ocultamiento o la ambigüedad reticente, sino un cierto tipo de catarsis que evidencia la necesidad del diálogo.

De esta necesidad surgen textos reveladores por su eficacia. Entre ellos subrayo:

—«La fiesta prohibida», espacio que se abre a una muy particular reivindicación patria, sin menosprecio de esa cuota de obscuridad que nos corroe y que, aún así, no entorpece nuestra avidez de pertenencia;

—«Esa peligrosa costumbre de seguir naciendo», un confeso manifiesto en torno al imprescindible tema del compromiso del arte con la verdad, la belleza y las realidades terrenas;

—«Casa en el bosque», casi una oración dictada por san Francisco de Asís, donde todo gesto parece engendrar su cuota inestimable de vanidad;

—«La mitad iluminada», donde confluye la inevitabilidad de toda pérdida y esa obscura, necesaria, humana voluntad de reposicionar nuestro presente. Un poema que tras el gesto esquivo de sus rasgos autobiográficos, rezuma su vasta mirada a una Cuba de incertidumbres y bamboleos frenéticos; una Cuba que ha sido y será «una lluvia pétrea que circula cuanto ama»;

—«Las alianzas», donde el demasiado equilibrio crea una irremplazable atmósfera de agonía y pesadumbre; un vacío que redunda en una de las frases más vitales y coherentes de este sustancioso cuaderno: «Toda alianza es un abismo»;

—«Las decantaciones», un texto cuya mirada parece absorber la esencia de un siglo; mirada que se pierde en lo ignoto y regresa turbia, enfebrecida, atónita. Un texto sobre la incertidumbre; sobre el miedo a Ser sino el vacío; sobre la falibilidad del Hombre a ser Decantado, Anulado y Diluido por la Historia que todo lo canoniza a su único y extraño modo; y:

—«No te fue dado el tiempo de la gracia», versos que narran la bipolarización entre vida y destino, entre vida y fatum. Tal vez no resulte casual el nombre de Heberto Padilla, cuyo verso da título a este poema. Un hombre que conoció la ruptura y el desasosiego; que conoció la ausencia y la distancia. Quiero creer que estos versos se escribieron para / por / y sobre Heberto Padilla: un poeta sobre el cual penden —aún—, demasiadas reticencias.

Pero Luis Yuseff ha sabido aprehender una muy sutil dramaturgia beethoviana de los ritmos internos; así, sus libros se orquestan de manera ejemplar y cada texto resulta imprescindible: añade un movimiento, señala una pausa, agrega un clímax.

Por ello, entre los hombres interrogados del primer y el último poema, no se cierra un ciclo. No. Se abre un puerto; una densa neblina que nos sumerge en los conflictos más eternos del hombre.

Los silencios profundos es un cuaderno oscuro y luminoso, como oscuras y luminosas son las pasiones de los hombres que habitan esta tierra; como oscuro y luminoso es nuestro dolor.

Y aunque Luis Yuseff nos reitera que «El dolor no tiene palabras», él ha sabido testificar, bajo estas profundidades silenciosas, todos los significados posibles de la palabra dolor, del sentimiento dolor, del vasto dolor que nos corroe; y así -solo así-, nos purifica, nos exorciza, nos concilia este poeta, para quien «huir no es salvarse», sino tan solo, una manera muy humana de nombrar «las sombras secretas de los días…»

Santa Clara, diciembre 6/ 2009

"Los silencios profundos"1

Geovannys Manso

Justo en uno de sus espacios preferidos, allí donde a diario se encuentra con amigos para hablar de poesía, de amores y desamores, de cotidianidades abrumadoras, justo allí en el Café holguinero Las Tres Lucías, Luis Yuseff me obsequió uno de sus libros.

Los silencios profundos, un texto galardonado en el año 2008 con el premio Adelaida de Mármol, fue su regalo a mi visita por aquellos lares. De su poesía ya conocía por un amigo común, también escritor, quien constantemente lo citaba como referente obligado. "Él es el poeta", decía. Y así, tras aquel encuentro en el Café y las memorias de relatos anteriores, me acerqué a la lectura de sus versos, intentando desentrañar los silencios e introspecciones de Yuseff.

Me vi entonces frente a historias de amores, desamores, de anhelos, de amigos y familiares, recuerdos y evocaciones; todas ellas desfilan por sus versos y nos adentran en el mundo de angustias, alegrías y esperanzas que Yuseff pone al descubierto ante el lector.

Luis nos invita a acercarnos a sus coplas con sutileza. Es esa la única elección posible para entrar en su mundo, que ha sido fragmentado, abatido, sometido al dolor una y otra vez. Así nos es permisible recorrerlo a través de versos estremecedores en los que podemos compartir sus fantasmas y también sus anhelos de resurgir como el ave Fénix de entre las cenizas.

El poeta logra, desde la unidad melódica del verso, cierres neurálgicos y conmovedores. Su conocimiento sobre las contradicciones del hombre — sin tapujos ni máscaras, en toda su sobriedad y verosimilitud–, permiten que así sea. Por eso, porque sabe y padece, nos dice que huir no es salvarse; nos pide perdonar los silencios profundos; y canta los salmos contra los signos inequívocos de la muerte.

"Soy poeta, porque me nace la necesidad de llevar al papel una idea que se vuelve obsesiva, una idea que es necesario llevar a códigos prácticamente inefables", le escuché decir aquella tarde del Café a los amigos de siempre, ante quienes defendía al género de atropellos de escépticos.

Para Yuseff la poesía se vuelve soporte imprescindible dónde plasmar dudas, emociones, certezas o desconfianzas, todo cuanto le aceche. Y en ello, en estos Silencios, lo acompañaron Ballagas, Eliseo Diego, Dulce María, Lorca, quienes son citas recurrentes dentro de su quehacer. Ellos lo custodiaron en este recorrido poético, al que el bardo también nos convida, para transitarlo y componerlo junto a él.

"Adentrarse en los silencios de un poeta"

Yarimis Méndez Pupo

En febrero pasado, durante una presentación en la Feria Internacional del Libro de La Habana, se me acercó un joven para regalarme un libro de poemas. Mala fisonomista, como soy, quizás no lo recordaría si volviera a verlo, y escéptica, como ya he confesado en esta misma columna, a fuerza de decepciones ante la avalancha de mediocridad con que suelen asaltarnos los numerosos cultores de este género esparcidos por toda la Isla, guardé el ejemplar sin muchas esperanzas de recibir una buena sorpresa.

Sin embargo, hace unos meses, cayó en mis manos la antología cubano uruguaya El manto de mi virtud, confeccionada por Osmán Avilés en coautoría con Alfredo Coirolo, y entre los textos de coetáneos que me impresionaron favorablemente estaba Luis Yuseff, el poeta holguinero nacido en 1975 que, generosamente, me había dedicado su libro en la Feria.

Corrí entonces a leer La rosa en su jaula (Editorial Oriente, 2010) y corroboré que el Premio José Manuel Poveda concedido a su autor en 2009 no era uno de tantos. Yuseff posee ese don que ya me había hecho estremecer en la antología aludida y me conminaba a dejar de lado mis prejuicios y buscar, entre toda la hojarasca. Al fin y al cabo basta leer cinco o seis páginas para saber si merece la pena continuar cuando de poesía se trata.

La rosa en su jaula es un libro que está escrito desde el dolor. No se adscribe a ninguna corriente y nos devela un mundo regido por la conciencia de la mortalidad y la imposibilidad de la palabra para expresar todo lo que nuestra conciencia (y nuestro inconsciente) experimenta ante la inasible realidad.

Dividido en tres secciones, de las cuales sobresale especialmente la primera, sin título, concebida como una gran elegía separada por números romanos en pequeñas piezas, muchas veces en el implacable lenguaje de la prosa, el volumen revela la sana asimilación de la literatura universal junto a la nacional y da pruebas de que la lectura no es, en este caso, un medio para apropiarse de los recursos formales de los emisores, sino un estímulo para bucear en las inquietudes más recónditas del receptor y sacar a la luz ese yo que convierte la voz del holguinero en algo propio, más allá de las citas y de la exploración en la biografía y las estéticas de los autores en quienes se apoya.

Esto resulta especialmente notable en la sección denominada bosque de naves no invitadas, conmovedor homenaje a la literatura rusa, especialmente a través de aquellos poetas que fueron víctimas de la censura estalinista, muchos de ellos suicidas, otros proscriptos o fusilados.

Una jaula —nos dice el autor— no es un poema (de ninguna manera), apenas un símbolo que por sí solo no constituye un acercamiento al hecho trascendente de la Poesía.

Pero, en su caso, la rosa que nos entrega es mucho más que un símbolo. Es la prueba de que, bajo las circunstancias más adversas, existe esa belleza que puede nacer también del desgarramiento, en ese espacio que justifica nuevas zonas para la  interpretación.

Agradezco a Luis Yuseff su abordaje en aquel abarrotado salón de La Cabaña y me reprocho a mí misma haber esperado tanto para leer este excelente cuaderno. Desde ahora este autor es para mí un poeta en la mira. Alguien de quien espero nuevas sorpresas, empeños continuos, estremecimientos futuros.

Y recomiendo al lector que no se pierda este libro que me reconcilia con la poesía cubana contemporánea. Tal vez sean las antologías las que nos indiquen cuáles son los libros que debemos comprar, siempre que tengan el rigor con que se hizo la que me descubrió a Luis Yuseff, en quien tengo puestas expectativas tan enormes como la emoción que me produjo descubrirlo dentro de su jaula.

"Luis Yuseff: un poeta en la mira"

Marilyn Bobes

Publicado en Cubaliteraria

Entre los jóvenes poetas que hacen su obra desde Holguín sin duda es Luis Yuseff uno de los que evidencian un pronto y sólido crecimiento. Persona de singular sensibilidad, une a su voracidad cognoscitiva y su ancha curiosidad, una laboriosa disciplina que ha impulsado su obra ascendentemente. Es así que, en apenas una década desde que hiciera sus tanteos más decididos en la poesía, ya tiene una notoria obra donde se reconoce una voz peculiar. Por supuesto, el crecimiento de un poeta no se mide por la cantidad de libros. Los números no son buen argumento para la poesía. Percibimos su maduración por el peso de los asuntos vitales de que se ocupa, la manera honesta y desinhibida en que los aprehende, y la voz cuidada y distinguida con que los traduce. En todo esto ha alcanzado madurez.

Ahora el poeta vuelve a los predios de lectura con el título que resultara triunfador del Premio de Poesía José Manuel Poveda (o Premio Oriente) 2009. La rosa en su jaula (Editorial Oriente, 2010) se llama el cuaderno y desde aquí expone ciertas incitaciones. Rosa y jaula, dos elementos antitéticos. Es distinguible la íntima seducción del poeta por el emblema de la rosa. Ya en otros textos ha discurrido sobre su signo. Así en el poema «Negra leche del alba te bebemos al amanecer» (libro Salón de última espera) concede: «[…] estaba yo contemplando las rosas que me han tocado en este mundo y por las que Dios viene a la tierra […] pidiéndole una rosa verdadera a Santa Teresita de los Cementerios […] en su lugar se me mostraban todas las rosas del mundo…» Así la rosa es no solo la belleza, sino el sentido real, evidencia de Dios, potestad del ser. Sin embargo, aquí se trata de una rosa cautiva, limitada a un espacio que le trunca esplendor y altura. No obstante, la rosa desde la jaula imprime su irradiación y hace de la jaula un espacio donde el sufrimiento alcanza un sentido. La rosa dulcifica la jaula, la jaula endurece la inocencia de la rosa y la inocula. La rosa es más poderosa que la jaula. Oxida sus rejas y restablece el fulgor de lo cierto. De eso básicamente se ocupa el poemario, de los destinos del creador y la creación, de las vicisitudes, presiones y coerciones que debe solventar para salvar su prístina rosa.

Son tres las avenidas por donde se extiende el poemario. La primera es una extensa suite poemática, en realidad un solo poema que se ramifica. A primera vista, muchos de estos textos parecen poemas en prosa. Pero si se atiende bien a su ritmo, a su vibración expresiva, a la yuxtaposición de imágenes, se verá que es solo la apariencia que ofrecen los bloques de párrafos (quizá se exceptúen los fragmentos I y II que sí tienen esa estructura). Fijémonos que los elementos de coordinación, de compenetración de una oración en otra, no funcionan así. Tienen una rara independencia que alcanza su cohesión en el todo. Es el poder de la imagen el que los aglutina y da coherencia.

En esta primera sección el poeta abre sus días y los disecciona. Son el bregar entre la ruda experiencia de vivir y la necesidad de ver más allá de los duros días, los signos de la rosa. El poeta es la «mano terca» que «insistía como una tromba contra la madera», porque descubrir la belleza y expresarla es no solo un llamado, sino una determinación. Son estaciones arduas para el ser. «Días que te devoran como lepra», dice. «El infierno está en todas partes», dice. «Huelen a azufre los días». Por tanto, a veces no sabe si escribir o solo rasgar las hojas con el lápiz para que sean mudos testigos. Hay

que estar alertas y percibir las máscaras, las añagazas con que quieren engatusar y amansar al sujeto. Por eso clama, «Huye con el arpa». No obstante, su destino está enraizado en su corazón, «Detrás de los barrotes vive un jardín que escribe cartas de amor». Es en ese péndulo entre aceptación y renuncia, acercamiento o huida, expresión o silencio, que se cumple su destino.

En la segunda avenida, el poeta va de sus lecturas hacia la vida. Porque hay ocasiones en que debe primero vivirse la experiencia ya cumplida, fijada en el texto, para entonces entender con más nitidez la vida ruidosa y caliente de las calles. Así establece un diálogo con poetas memorables, poetas que no solo dejaron una obra de dignidad y belleza, sino cuyas carnes fueron mordidas inclementemente por el odio y la violencia de su tiempo. Aquí resucitan Arma Ajmatova, Alexander Blok, Nina Berberova, Serguei Esenin, María Tsvetaieva, Ossip Mandelstam, Boris Pasternak, cuyos avatares son cercanos al poeta y su contexto. El poeta rehace, desde su simpatía y angustia personal, las vidas de esos poetas para ganarles un sentido no únicamente de vigencia, sino también de utilidad imperecedera. Sabe que es la costilla más tierna de la humanidad la que sufre el rigor de los tiempos. «Siempre muere la carne virgen bajo la canción insoportable», dice. No obsta ello para que el poeta cumpla su designio sobre la tierra, «todo poeta tiene que traficar/ con los blancos misterios/ que le ofrece la mano del pecado». Y en medio de la alucinación, el temor y el sufrimiento, la sensata sensibilidad se impone y concierta una esperanza, «que nadie escuche la sordina del hombre solo. Y sea el hombre nuevo quien recupere su fe en la palabra». Palabra, solidaridad y compañía se presuponen. Porque se sabe que debe llegar el día de la paz y la piedad para los inocentes. Entonces, «habrá que entonar una canción/ para asumir los cambios inevitables del hombre».

La tercera avenida es la que atraviesa la historia, tanto la vasta de su contexto, como la pequeña e individual, ninguna insustancial. Está signada por esa cifra martiana que la nombra, en que la oscura e insondable hermosura de la noche desvela, no por espanto, sino por sobreabundancia de sentido y belleza. Por aquí se pasean seres que han dejado un gesto, un fulgor, una palabra, cierto aroma de significación para el poeta. Está el Maestro, que llega a Playita, tan endeble y a la vez inmenso, caminando «por donde no crecen jazmines/ y el aguamala bordea», pero siempre «arte entre las artes». Y también su Ismaelillo que no lo traicionó, «el oro de La República no tiene nube/ para enlutar su noche». Están los poetas cercanos y admirados (Delfín Prats, sar López, Lina de Feria, Dulce María), que han dejado no solo algún que otro verso luminoso en la memoria, sino una fe. Porque «no hay palabras para justificar/ que la palabra está rancia en el fondo del ánfora». Hay que cambiar un estado de cosas protagonizado por «los arrepentidos por culpa/ y los culpables por arrepentimiento». Se impone la recapitulación reflexiva, la honra, la determinación, el irse por encima, «habrá que volverse nube desde hoy/ para dormir en paz en este sitio».

Y al final, ese amoroso y delicado responso por los abuelos. En este texto se cruzan lo personal y lo colectivo, la Historia y lo anecdótico, lo vociferable y lo indecible. Una inserción en un devenir que lega un sentido y un recuerdo fulgurante para la posteridad del sujeto. Porque afirma la voz lírica: «[…] si algún poder tiene la poesía creo ha de ser el de devolvernos el semblante de nuestros muertos. El dolor no es una repetición de esquemas sino un alumbramiento tortuoso cada vez». El dolor solo es admisible como seña de vida y como experiencia de superación.

Libro hondo y hermoso es La rosa en su jaula. Esta vez el autor se apoya más en la imagen y el tropo que en la sintaxis elaborada y la intertextualidad, de manera fluida, para refrendar un pensamiento humanista imprescindible para estos tiempos. Este es un libro que abre ventanas. «Abro ventanas como libros», dice el poema; pero no como razona su persona lírica, «para quererse marchar/ y no volver nunca» (el misterio de la poesía siempre desborda las intenciones del autor), sino para saber por qué las ventanas se abren, pero también se cierran, y por qué toda marcha es el inicio de un regreso. Es lo humano. Y ahí está el aroma más fino de esta rosa.

"El poeta con su rosa"

Manuel García Verdecía

Un libro impresionante: La rosa en su jaula, de Luis Yuseff, acaba de ser publicado por Editorial Oriente, y leerlo ha sido una certeza, puesto que cuando la inteligencia se une a la intención poética, los resultados son calidades mayores en la proyección del poema.

 Se trata de un libro maduro y experimentador ya que en diferentes estructuras verbales el autor no se detiene a una improvisación casual del objetivo, sino que sale airoso, coherente, sin tener que referenciarse a un Mallarmé. De especial sentido, cuando dice: de un pájaro de cenizas insolubles en las aguas de la aprobación, este verso nos llega con una compleja creación, producto del carácter novedoso del joven escritor.  

 Podemos notar la observación como cláusula infinita en el dominio del idioma, de la que brotan imágenes tan bellas como esas del verso: son ágiles como pájaros con hambre. Un cierto decadentismo aglutina la ficción, pero no se trata de una tristeza neta, sino que es la madurez extrema de mirar las cosas desde los dos polos opuestos.

 Si algo es evidente en Yuseff es la seguridad y suficiencia de realizar una poesía desde lo interno y desde el oficio. La captación es minuciosa y las conclusiones son afiladas y prudentes. Pero a veces sorprende el orden de su juicio que no enmascara verdades.

 Cuando se pregunta: ¿Así que en el fondo de todo hay un jardín?, las interrogantes en primera persona agitan su yo interno y salen imágenes parturientas, hacedoras.

Hay poemas breves en los que hace una figuración que el lector entiende inmediatamente. Pero no se deleita con él mismo. Su ego es contradictorio, y a veces metáforas violentas para la aceptación nos aniquilan en la lectura.

El sentido del aliento de Yuseff no tiene que ver con la "descarga" o sobreabundancia, sino que, subordinado el espíritu a la música interior, brillan los detalles de una unidad temática ajena a lo ditirámbico.  

Con mucho tacto dedica un poema a Ana Ajmatova. Tocar el asunto de la excelente poeta rusa, fue un acierto que, como sensibilidad tanteadora de los temas complejos, Luis trata de forma cuidadosa y con una especie de ternura que extrapola la figura tratada.

 La belleza de su especulación crea nuevos sentidos en el lector. Así el poeta sorprende, no por la majestuosidad de la palabra, sino por lo profundamente encarnada. Una radiografía de pintura al fresco constituye en sus versos más especiales. El embalaje del idioma deja el sabor de la franca ironía. Ahora la mendiga de las plazas/ ahuyenta al diablo de sus cubiles. / Ahora el diablo le teme/ Porque ella es más sabia que el Bien y el Mal.

La gran sabiduría de este poeta está en la consagración de la imagen que perturba su mente lúcida, y la lleva a una especie de autovaloración, donde lo bueno y lo malo se alternan. Una tendencia a subir ya las posibilidades del libre albedrío anima el hilo conductor de su creación. De sus poemas largos, una contención audaz que mantiene el vibratorio En el aliento poético. De sus poemas cortos, la síntesis y la rápida captación de una idea sólida. 

La estructura general habla de la formación cultural de un apasionado de la literatura. El jerarquiza los tres bloques del poemario e insiste en lograr la unidad primaria que permite leer con energía depurativa todo el libro, primado por esencias diferentes, pero siempre dentro del hálito de un procrear sanguíneo, que determina el lugar que ya tiene Luis Yuseff, aunque se mantenga en Holguín, donde radica, para la literatura cubana más joven.

"El último libro de Luis Yuseff"

Lina de Feria

Publicado en Cubarte

Hace algunos años, tras mi insistencia de llevar y traer pequeños y deliciosos libros, me supe atrapada —causalmente— en unos versos. El poeta hablaba de la rosa, y yo recordé a Borges. Me veía en un sueño desgranando pétalos por lo que me figuraba imposible y despertaba luego con el corazón sorprendido y las manos hincadas. Pero él hablaba de otra rosa, la dorada, y yo corría en busca del joven Mishima para entender la herida de sus ojos, para adentrarme en el deslumbramiento. ¿Acaso podía ser tan dolorosa la belleza? Intrigada —otra vez— por su simbología, me dispuse antes estas páginas.

Premiado y publicado por la Editorial Oriente, Luis Yuseff entrega su más reciente poemario. Coherente hasta en los detalles nimios, descubro una elegancia, una lentitud desacostumbrada en los días vertiginosos que vivimos. Le ofrezco entonces, al lector, estas degustaciones.

Anterior a su apertura, es de disfrutar la visualidad inicial del título y del objeto en sí. "La rosa en su jaula" se anuncia evocador e íntimo. Más allá de lo sobrio, prefiero pensarlo exacto, justo en los sentidos que le dieron origen. Los modos interiores van de lo reflexivo, a lo lírico, a lo conversacional, logrando engarzar cada pieza como un tono preciso dentro de un gran mosaico.

Desde experiencias que intuimos difíciles, el poeta logra componer sus imágenes transparentes, diáfanas aun en la tristeza, pues más allá de sentimentalismos o renuncias obligadas, se trata de la resiliencia ante el dolor, del aprendizaje y la reposición.

Aunque predomina el verso libre y la brevedad, el abanico de extensiones se desplaza desde el epigrama hasta los casi cien versos. Momentos distintivos dentro del libro serán los poemas en prosa, trabajados con una contundencia a ratos visceral. Del mismo modo, la arquitectura del volumen en sí, advertirá en los lectores avezados, diversas interpretaciones y referencias.

Para este último público dos apuntes: los reclamos y el regurgitar de otras lecturas no representan, ni por menos, el pase de lista a una parte de aquella pléyade suicida, rara o deslumbrante. Sitios como los de la Pizarnik, Yukio Mishima, del propio Borges o la Ajmátova, de Dostoievki o los poetas rusos, pudieron estar ocupados con igual intensidad por otros nombres, conocidos o no. Y es que sus apoyaturas, aunque también causales, devienen en ramificación, en cuerpo del cuerpo del poema mismo.

El segundo de los señalamientos tiene que ver con lo paratextual: el modo de nombrar, puntuar, cortar, sangrar o hilvanar, remite a significaciones extraliterarias, que para el poeta, también es literatura.

Dentro de su cosmogonía, el universo de significados resulta de fácil comprensión, preciso, elemental y al mismo tiempo sublime. Temáticas relativas a la amistad, al desamor, a la visualidad e independencia del "otro", a la aceptación de la muerte como parte del proceso vital y a su autorreconocimiento, hacen de este poemario un espacio intenso de profundas valoraciones.

Hacia el final del libro, y luego en su propio cierre, sendos recordatorios al maestro. Palabras, al José Julián de origen, sin obligaciones, sin las bisagras cansadas de lo oportuno. No se trata del débito forzoso de salutación al héroe, sino del reconocimiento, humilde y sentido, de su herencia.

Ahora, querido lector, más allá de estas ideas, vuelvo a ofrecerte la extraña rosa, extremadamente simétrica y momentánea, abierta y aromática. Trueco, entonces, la belleza en el dolor del poeta, por tu tiempo en sus páginas.

"Las degustaciones de la rosa"

Teresa Fornaris

«Esta es la hora de defender la soledad donde se está», diría el insomne. Tal voluntad, ejercida por quien valora las circunstancias de la vida e intuye un posible crecimiento espiritual, unido a los valores estético-artísticos en la victoria sobre sus versos, sabe a la experiencia poética, reflejo de una profundidad reflexiva e imaginativa desde la franqueza de sus impresiones. Es necesario el aislamiento para sopesar la verdad.

El distanciamiento de Luis Yuseff (Holguín, 1975) ha sido franco. También él revela hondas esencias en el poemario La rosa en su jaula (Editorial Oriente 2010), con el cual obtuvo el Premio José Manuel Poveda en 2009. La lectura de este volumen manifiesta reminiscencias del temperamento lírico de Rimbaud, Baudelaire, Vallejo, Borges, y de la peculiar sensibilidad con la cual, en su día, Miguel Barnet definiera a Dulce María Loynaz: la poetisa cubana que llevaba en sus manos una rosa y un látigo, y en los últimos días de su vida ofreciera la rosa.

He aquí que Luis Yuseff se nos presenta como el portador de una rosa, cuya fragancia se eleva en los textos escritos bajo la herida de las espinas. Yuseff no es el hombre que padece, sereno, sus llagas, sino el que experimenta fortaleza a través de las circunstancias del vivir, donde los depredadores son las huestes del instinto y él, un enjuiciador triunfante de su entorno.

¿Por qué es duradera la mirada de Yuseff? ¿Por qué sobrecogen sus versos al primer instante de alumbramiento? ¿Por qué se avista como en entresijos la gran mesa blanca de este poeta?

Porque verifica —entiéndase aquel que comprueba por sí mismo la verdad de algo— sus emociones, conflictos, ideas, realidades… valiéndose de la potencia, salvadora e indestructible, de las palabras. Su mirada pasa por el tamiz de lo acontecido, fuerzas que pernoctan mediante el símbolo, fustigan y se vuelven crueles cicatrices ante el tono tristísimo, pero a veces esperanzador, de una voz cuyo ejercicio es la resistencia frente a lo que, de incoherente, ve, palpa y juzga, el sujeto lírico.

Entre los motivos que La rosa en su jaula aborda, se distinguen la belleza, el amor, la muerte, la vigilia, la soledad, el poeta, las palabras… Pero este libro guarda una diversidad de planos que, desde la semántica, encuentra corpus en la pluralidad de sentidos en los que se suceden temas descifrados por el talante filosófico de su creador.

Reflejar una idea, una emoción, un recuerdo, contenidos en la experiencia de quien explora la belleza, alumbra la inquietud que nace de la intuición por apresarla, máxime cuando se anuncia la sentencia: «Será porque algo lleva de muerte implícita».1 Sin embargo, el poeta no participa de la jaula con que los hombres creen conquistar la beldad, sino que desde sus emociones errantes es testigo de lo inabarcable, de una sabiduría necesaria para iluminar el oscuro universo que habitamos. Por fortuna, él construye la salvación en otros mundos:

Detrás de los barrotes vive un jardín que escribe cartas de amor.La rosa en su jaula.2

Este breve texto que da título al poemario, cobra sentido por la virtud esperanzadora y no por la contemplación caótica de lo efímero. Hay vida detrás de esos barrotes en la personificación de un jardín que, descontaminado de esfuerzos vencidos, conoce el amor, una rosa entre las hojas nuevas… Del diálogo con sus más hondas esencias, el poeta permite preguntarse en otra de sus composiciones: «¿Existe dentro de mí un jardín? ¿Existe el jardín?».3  Sin duda, allí la rosa es hechizo, sueño, encantamiento.

Una preocupación por las palabras hay en este libro —como reo de falsación, en el sentido que el teórico de la ciencia de origen austriaco Pooper, daba a lo erróneo—, y son consideradas una hierba amarga. Únicamente el poeta es libre del excluso, pues siendo celador de revelaciones, su decir contiene valor:

Que el hombre escuche el poema cada mañana. Y que vivir sea un ofrecimiento de palabrascon formas humanas. Palabras como arena. Palabras cálidas como un veranillo de San Juan.

Esta verdad es reto para el ser poético que desea profetizar como buen salmista: crédulo casi siempre, escéptico a veces y cándido siempre… Mas todo profeta consigue retener solo una porción de la multitud:

Me estoy quedando sordo para la voz del mundo.-¿Dónde está la Dama Bella?Quiero llamarla pero la voz es un vacíoen la boca de los muertos. En el oído de los sordos es una mueca.Solo se entona un himno que me asusta.Una invitación a la entropía.5

El desorden y la incertidumbre no articulan, contradicen cualquier teoría; ni siquiera un esbozo, esos límites confusos entre el poeta y el hombre que va contra el silencio, distinguiendo las ventanas altas, centelleantes, y anhela el recogimiento de su luz.

La rosa en su jaula de Luis Yuseff surge de la fe, de la claridad obtenida mediante su afán por comunicar la soledad del hombre y la nostalgia impresentida. Este poemario no se agota por la multiplicidad de lecturas, ahí reside el misterio del autor y su mirada duradera.

 

1 Luis Yuseff: "I" en La rosa en su jaula. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2010, p. 11.2 "XX" en ob. cit., p. 45.3 "XI" en ob. cit., p. 31.4 "otra canción posible" en ob. cit., p. 52.5 "la palabra es extraña" en ob. cit., p. 67.

"La mirada duradera de Luis Yuseff"

Osmán Avilés

29 de mayo de 2012

El poema es el amor realizado por el deseo

que ha seguido siendo deseo

René Char, Partición formal, XXX

Después de la madrugada de las devoraciones amanece sobre Taormina. El nuevo sol emerge entre las brumas del Mediterráneo, y el barón Wilhelm von Gloeden dirige el ojo de su cámara fotográfica ala silueta desnuda de un muchacho. Luis Yuseff,habita la casa que comienza a recobrar los demorados colores de la dicha, y testimonia con su escritura el término de las eras del dolor, cuando el poeta, como un tulipán mortificado por el viento, cruzaba silencioso las habitaciones, y una palabra no (era) exactamente una palabra, / sino un disparo entre dos. Los frutos de Taormina, libro merecedor del Premio José Jacinto Milanés del año 2009, se erige como un canto al paisaje del cuerpo, a la cosecha presentida bajo la curvatura dócil de la tela.Tras los pabellones de volúmenes anteriores se insinuaba un texto como este, pesado verso a verso por el ojo del lector.

Los frutos de Taormina, estaba ya En el traidor a las palomas, en esa noche alucinante cuando Luis Cernuda llora a orillas del mar la espléndida desnudez de un hombre muerto por las olas, y cede, siervo de la humana hermosura; estaba también en Vals de los cuerpos cortados, en la fotografía donde el amante posa vistiendo la negra camisa del amado y trata de hurgar en la lujuria balcánica. / La punta del deseo. Estaba en Salón de última espera, donde las felices damas, no entenderían el abdomen del muchacho patinador rayando los ojos del poeta, y en Los silencios profundos, cuando una voz confiesa el deseo de comer del costado, de entrar a las entrañas húmedas, y convivir en el aliento del Talador. Como el joven que espiaba a Cristo de lejos en la madrugada de su arresto, y huyó desnudo dejando los paños que lo ceñían en manos de sus perseguidores, de ese modo, Los frutos de Taormina, han atravesado las páginas de cada libro de Luis Yuseff, como quien descansa el cuerpo contra un árbol y graba la huella del deseo en la corteza. Pero ahora, ante los ojos fascinados del lector, los paños caen como negros telones, el barón alemán Wilhelm von Gloeden, gradúa la lente de la cámara que le obsequiara su amigo el duque Friedrich Franz, y se dispone a perpetuar la belleza masculina bajo el cielo itálico.

El obligado referente de esta obra, Taormina, no queda sobreentendido a la inteligencia del lector, Luis Yuseff introduce, en un párrafo no exento de la síntesis de la poesía, su tesis de la belleza, que reinterpreta desde una visión contemporánea los postulados estéticos de Miguel Ángel y del barón von Gloeden. Esta simple maniobra reveladora, derriba los tabiques que pudieran confinar Los frutos de Taormina, a la definición excluyente de poesía homoerótica, como sucedió en su momento, con el cuaderno A la sombra de los muchachos en flor, de Nelson Simón. Los frutos de Taormina, no es (no será nunca) un libro de poesía homoerótica, es un libro de poesía, y el peso de esa palabra,poesía, aplasta y subyuga cualquier demarcación. Los frutos de Taormina, no admiten vallados, ni aislamientos genéricos o temáticos, pues no es este exclusivamente un libro de poesía, es además un texto de narrativa, (¿Poemetos del estío no es un minicuento?, ¿no eran minicuentos los Poemetos de Alma Rubens?), de teatro (¿acaso no es teatro esa excelente pieza titulada Siete muchachos y un balcón para hombres solos?), de historia, (pues von Gloeden, es un personaje histórico y la apoyatura para el discurso poético parte de una realidad histórica documentada a través de miles de negativos), de apreciación de las artes visuales (los textos titulados Cuadros de una exposición, evocan el recorrido de los ojos ávidos a través de las salas de una galería), y de una lírica capaz de sostener la altura de sus paraísos en poemas largos y poemas epigramáticos. Los frutos de Taormina es por lo tanto un libro libros.

En este volumen el poeta ha sometido (¿definitivamente?) al Devorador y al Talador, los repetidos monstruos de publicaciones anteriores, ahora los frutos estimulan el deseo de comer bajo la tela, la rosa transgrede los cuadros metálicos de su jaula y la mano que escribe se transforma en mano dominadora, mano de cazador que entra sin custodia a la ciudad de las panteras, para luego cubrirse con la piel oscura mientras el animal desollado tiembla. Quien escribe estos versos nada teme, espoleado por el demonio de la vida, por esa divinidad oscura que no se conforma con devorar y ser devorado y quiere ver y darse a ver, entrar también por los ojos. (María Zambrano, "Amor y muerte en los dibujos de Picasso). ¿En qué se diferencia una isla de otra isla?, ¿en qué se diferencia este libro de sus antecesores? Los hombres que miran desde las líneas del poema, seres que no consiguen encontrar reposo para sus corazones debido a la belleza de sus cuerpos, hacen la diferencia, marcan con su desnudez la línea de las aguas, Taormina es también una ciudad de isla, la bestia se convierte en jaula para su deseo, usted tiene razón mi querido Gloeden, pero cuando estoy frente a un libro como este, se me transforma el pensamiento, asoladas mis fortalezas de lector dudo de casi todo, de casi todos.

Luis Yuseff ha levantado un palacio en un sitio que pudiera nombrarse Taormina, Holguín, o la amada patria del deseo, a la sombra de sus balcones los insinuantes frutos de la carne adornan el cuerpo del varón, el escriba sabe que el sueño griego está por comenzar, "No te quedes al sol", dice mientras nos ayuda a liberarnos de los levísimos paños, desnudos, el lector y el poeta, cruzan los pórticos de este libro.

MM

Marzo del 2011

Holguín

"Los insinuantes frutos de la carne"

Moisés Mayán

Ningún libro requiere mayor presentación que el alma de su poeta, tampoco logra germinar poesía buena de alma corrompida. En Yuseff se aúnan, gracias a las auténticas visitaciones, el destino del poeta con la gracia de la caridad humana.

La poesía de Luis recobra para mi memoria aquellas mañanas en que iba por el trillo rodeado de blancas campanillas, a tropezar con las vocales en el claustro de mi aprendizaje rural. Sus imágenes como perlas o piedras que hacen música en el fondo deslizándose por la corriente, igual a esas tardes en que las aguas de la poza me rebautizaban.

Homoerótica, la nombrarían algunos. Pero vivimos poniendo malos nombres a todo. De los muchachos a quienes les gustan los muchachos decimos que son homosexuales, que nombre tan extraño para un sentimiento que debe tener alas y no adjetivos.

Yuseff ha comprendido que la poesía es una necesidad, no postura ante nada, el único compromiso que lo retiene es su memoria. Necesita retornar a ciertas esencias, conmemorar sus manos escarbando en la tierra, o los anhelos en el cuerpo del amado. La poética de Yuseff sugiere con probidad, en ocasiones murmura como el agua del manantial reposando en las fuentes de la tierra.

Ahora podría memorar otras cosas, recordar los versos que hace el poeta más allá de la palabra, siento que cuando Yuseff escribe tiene alguna calentura, entonces la madre unge la frente blanca del poeta, es blanca la frente y espaciosa como sus versos. También son claras las manos del poeta, casi pálidas, reposan encima de sus rodillas y se abandona apretando alguna idea, porque él como Rilke gira en torno de Dios. Parece que persiguiera mariposas con una red invisible, parece como si las mariposas mismas fueran invisibles.

Esto es lo que más recuerdo, sus manos pálidas, las venas que brotan como los ríos de la vida sobre las coyunturas. El fluir de la sangre bajo las manos delicadas, la sangre mansa, igual a su voz cuando lee y se detiene para alentarse, pero en realidad dura segundos, el murmuro es como aliviadero, como las aguas encima de la represa y los peces que resbalan por la resaca soñolienta. Lo angustia proclamar sus dolores. Contemplo sus ojos, se asemejan a los ojos de un animal muy herido, un ciervo acaso. Un ciervo que languidece cruzado por las flechas de la incomprensión.

Luis es genuino hasta en sus pequeños odios, aunque solo intenta odiar, hacerse el bravucón, pero el alma suya no sirve para instrumentar el mal, le falta habilidad. Hemos tenido nuestras olvidables desavenencias, me declaro el malhechor, yo me dejo acometer por mis sentimientos, estoy lejos del nirvana. No seré una planta, ni la raíz de un árbol, ni una gota de lluvia, ni el polvo que arrastran las sandalias del viajero, ni siquiera un perro que sirve a los humanos para atenuar sus odios. La poesía de Luis Yuseff, junto con la poesía de César Vallejo y Homero y Borges y Dulce María y Gastón y Eliseo hace que me diga en las noches más brutales: aquí no pasa nada, solo es la vida. Entonces ando con mi dolor que es muy antiguo y tiene sosiego pero cura ninguna. Sigo andando y agradezco, oro calladamente, debe orarse por el alma de los poetas amados.

Ahora pienso que su obra puede rehuir de las presentaciones. Luis Yuseff sabe presentarse por su alma, amar y odiar menos, pero sabe. Cada temblor suyo es temblor, cuando dice rosa, dice raíz y tallo y encono. Cuando dice amor, puede traducirse dolor, cuando dice madre, uno logra pulsar la respiración asmática de Nancy y su voz que es de otro mundo, que tiene algo del habla de las efigies egipcias si sus lenguas no fueran piedra, pero Luis conoce el secreto para que de la piedra mane agua de vida. Hay seres que nos adelantan. Hay seres que han podido deletrear los ojos herméticos de la muerte antes de su hora. La poesía de Yuseff, es de igual manera un adelantamiento.

"Luis Yuseff: la comunión de la poesía"

Eliécer Almaguer

Arriba el alba, hora de tensión, instante en que los aspersores cobran vida. La noche se escabulle como una adolescente que saltó por la ventana, y con los deseos abotonados por los misterios no desea explicar, solo ocultarse, descansar. Hay que mirar hondo, aspirar el silencio para presentir los nacimientos. Y de luz y agua atomizada, del dolor fragmentado, germina la niebla. El poeta que ha velado en la soledad y el sobrecogimiento contempla su espesura, las infinitas formas que caprichosamente danzan a su alrededor, y al fin no puede evitar que se escurra por debajo de las puertas, por las rendijas de su carne y sus utopías. Ya hecho cuerpo de niebla, el poeta le tiende la mano a esa blancura fecundante y se adelanta a acompañarla por los campos de la tierra estrecha, por sitios finísimos como sueños sin conquistar. No hay temor a la niebla «porque nadie es de niebla/ completamente/ […] como nadie es del dolor/ como tampoco nadie es de la felicidad».[1] El poeta sustituye a la niebla en su antigua soledad porque también la niebla ha de morir.

Quizás estas visiones que me asaltan al adentrarme en el libro Aspersores, de Luis Yuseff, que obtuviera el premio nacional de poesía «Nicolás Guillén», 2012, puedan explicarme el porqué de un título que me resulta a primera vista tan extraño para la poesía intimista y emotiva por la que se conoce más al joven autor, o quizás no, si ello ni importa, porque lo que a mi modo de ver más interesa de este cuaderno de singular factura y armonía es la multiplicidad de asociaciones a que compele al lector a través del enfoque centralizado en una forma transitoria del agua entre las pocas que hubieran podido pasar por alto Dulce María Loynaz o Raúl Hernández Novás. La forma del agua asperjada que en los sembradíos suele capturar momentáneamente al arcoiris, aquí apropiada desde una experiencia generacional que inevitablemente sitúa el telón de fondo de los cambios del ambiente rural propuestos por la utopía revolucionaria con el modelo del cultivo extensivo y las escuelas en el campo. Afinidades que no se quedan en pura visualidad, sino que tocan sentidos como el oído y el olfato. Mucho hay en estos versos de olor a pasto, hierba recién mojada, mucho de las estaciones de Vivaldi, agridulces sensaciones que poseen las canciones de Chopin, o simplemente el crescendo infinitamente ensimismado y simbólico de una gota de agua que cae sobre un charco o sobre hierba seca.

Yuseff tiene la magia del poeta a la vieja usanza de los trovadores dominados por el encantamiento de la palabra, que presenta sencillos espectáculos de de intensa visualidad y vibración, mediante empleo de imágenes concentradas, pulidas hasta la sangre por el propósito de descubrir las contradictorias emociones humanas y compartirlas con síntesis expresiva. Asombra, pues, que a través de recursos minimalistas donde no se hallan ni mayúsculas, ni puntos, ni regodeos tropológicos, se consiga tanta belleza. Y es que hay una clara intención de despojarse de lo innecesario, aprehender ese estado en que el lenguaje acaba de desprenderse de la necesidad de representar y surge cual válvula de escape ante la presión de la vida en los caños, volviéndose otro elemento más de la naturaleza. He aquí que el poeta camina de mano de la niebla, enamorado, y nombra, y yace desnudo bajo la inmensidad del día que se abre como una flor al contacto de una gota de sueño. Ha sufrido y no teme morir.

Aunque está concebido desde el dolor, no asistimos en el poemario a una representación catártica de efusivo dramatismo. Su dolor es pastoso, apiñado como la primera niebla, la recién parida. No se dispersa en fútiles lamentaciones. Al leer su aflicción se percibe un sosiego que casi llega a ser escandaloso de tan apretado y mínimo, una serenidad que no alcanza al conformismo ante el ineludible paso de la vida hacia la muerte. En su concepción de la poesía, Luis Yuseff sabe que el poeta, aunque sea un ser para la muerte, no resulta ente pasivo, pues el peso de su existencia se justifica porque desde un aquí y un ahora —generalmente penumbroso, que tiende a la atemporalidad— tiene la misión de dar testimonio y para ello debe auxiliarse de la lucidez fecunda de un espíritu fuerte, voluntarioso, aún en el dolor: «Sé que hay algo que late/ allí/ y eso/ debe quedar testimoniado […] dar camino en la página/ hasta el borde/ donde el abismo / pero sin entrar al abismo».[2] Así se manifiesta en el poema «12. Aspersores», quizás uno de los más vigorosos dentro del cuaderno, ars poetica, donde explica su concepción de lo poético y la función que debe asumir el poeta, a la vez que nos comparte el diálogo angustioso con su madre sobre la muerte.

Degustador de la más genuina tradición humanista, comprende que ese «aquí» y ese «ahora» que debe aprehender, no tiene otro espacio y otro tiempo fuera de los territorios del espíritu humano. Por ello sus temas, y sobre todo los mismos tratamientos formales con que les aborda, procuran tomar distancia de algunos tópicos manoseados por gran parte de la poesía cubana durante los últimos lustros, tales como la insularidad, la patria, la sexualidad y lo marginal, mientras no teme aventurarse en aquellos temas desde siempre enraizados en la gran literatura, interrogantes y luchas que animan a la humanidad: amor/desamor, alegría/tristeza, verdad/mentira, memoria/olvido, valentía/cobardía, vida/muerte… Y esta última antítesis es de tal fuerza en Aspersores, que diríamos que los otros tópicos solo se explican o adquieren alguna resonancia cuando pasan por su centro imantador, de ahí el tono íntimo, confesional que prevalece a lo largo del poemario, reforzado por textos en forma de conversación con su madre donde el autor se permite develar experiencias que se aproximan al límite de lo íntimo privado: «pensar la muerte sin la muertele pedí/ pero ella insistía en la quebradura del corazón/ y yo/ le escuchaba/ ahora sin hablar/ pensando/ escribiendo/ en mi dolor/ el poema/ sé que no soy justo.»[3]

A pesar del recurrente sentimiento de culpa por compartir con los lectores algo tan entrañable como puede ser el dolor por la pérdida de los seres queridos —Yuseff ha expresado en una entrevista: «Las conversaciones las escribí después de la muerte de un tío muy especial para nosotros. Cada conversación con mi madre era un proceso muy doloroso, por las cosas que imaginaba ella. De ahí salían las ideas que yo convertí en poemas. Pero de pronto sentí que no era honesto hacer aquello y decidí que el libro tenía que terminar»—,[4] el poeta no puede desprenderse de la necesidad de atestiguar, hacer trascendente, universal, su compleja verdad interior, y a diferencia de Pessoa no ha de fingir que el dolor es dolor, cuando cardenales y heridas que no cierran aparecen en el lugar de palabras más duras en la medida que la poesía quiere despojarse de fingimientos. Otra razón poderosa para justificar este oficio transgresor, proviene de su convencimiento de que en la desesperación que nos produce la ausencia o pérdida de los seres queridos, el arte puede llegar a salvarnos de la propia sombra y de la locura, tal y como dice Julia Krísteva en su libro Sol negro. Depresión y melancolía: «Las obras de arte nos conducen al establecimiento de relaciones menos destructivas, más apaciguadoras con nosotros mismos y con los otros».[5]

El minimalismo en los sentimientos, en los temas que nos propone Aspersores, se prolonga también al uso de determinadas isotopías que han ido conformando un estilo poético peculiar en Yuseff desde sus primeros cuadernos. Ya habíamos llamado la atención sobre el empleo de la niebla, presencia indeleble, viva a lo largo del poemario, aún cuando el sustantivo en cuestión eluda algunos textos: siempre se siente el poderío de su capacidad de relación y sinonimia en medio de una poesía que enfrenta precisamente a esa calidad del espíritu simbolizada por el elemento de la niebla —en términos concretos, más propio de las calles de Londres y los climas templados— que no es más que otro traspaso, evocación original de la llovizna producida por los aspersores de los regadíos y, por tanto, en definitiva, se revela como deseo de transformación de un evento sumamente tropical y transitorio en una experiencia natural donde la poesía ha terminado avasallando a la realidad. Con el cristal de esta poesía, el agua dispersa y detenida un segundo en el aire, se convierte en niebla, tópico romántico y modernista, casaliano, y queda enlazada con sutileza al concepto muerte y sus variadas prolongaciones conceptuales. Otras recurrencias temáticas de la poesía de Yuseff aparecen aquí, con un claro sentido autorreferencial: el símbolo de la rosa, el del pájaro, y otros de una carga oscura y perturbadora como el arpón.

La estructura del libro también refuerza su minimalismo. No hay partes, en un sentido estricto, sino fragmentaciones de un poema mayor que se ha quebrado y amenaza atomizarse ante la acción de esos aspersores que rocían las encrucijadas de la existencia. De tal modo, Yuseff parece decirnos por lo claro que no ha habido prontitud al pensar y hacer públicos estos versos. La vibración con que fueron concebidos, el arrobamiento, ganó en intensidad por la ráfaga del «hasta aquí» que en el momento crítico de la creación supo obedecer. Fue el grito sordo del albatros con las alas mojadas, quemadas, pero grito de alivio, expurgador, de esa gran ave que se siente segura en definitiva sobre una barca que le conduce a tierra. Fue el grito de quien supo esperar, y eso se siente cuando los lectores —como ya lo hizo el poeta— logramos, al final de la lectura, detenernos a acompañar a la niebla en su antigua soledad.

"Luis Yuseff en la hora de las iniciaciones"

Ileana Álvarez

A partir de una idea que rebota de autor en autor, .de Dostoyevski a Kafka, a Virginia Woolf, destacando lo adecuado de la pesadumbre como estímulo para hacer literatura, Luis Yuseff ofrece en Aspersores (Letras Cubanas, 2012) una especie de saga en trece movimientos sobre un hombre y su realidad.

De hecho, "hacer literatura" parece una frase postiza para referirse al libro que obtuvo el Premio Nicolás Guillén de poesía este propio año, pues esta voz da la impresión de "encontrarse en la obligación de decir". Yuseff acierta con un tono sereno —en el léxico y en la cadencia— para moldear el discurso de un hombre que, aun contra su voluntad, aprendió a observar. Ya que sabemos que resulta ingenuo tomar a un poeta por aquel que simplemente se confiesa, reforzamos la idea del libro como una búsqueda más que como un recuento, pero es un alivio apreciar la tensión entre un autor y el efecto de sus búsquedas. Incluso para preguntarse más tarde si se trata de una vida concreta, o de una deformación autorizada por la individualidad y por el lenguaje. Para preguntarse si el que escribe: Serénate, no estés incómoda conmigo, yo soy Walt Whitman, generoso y lleno de vida como la naturaleza es el ciudadano Whitman o el autor Whitman, y afirmar que es el autor y desear que sean ambos. En Aspersores se habla de la necesidad de percibir, incluso cuando las expectativas no sean demasiado nobles. Se lamenta el olvido por venir y se sugiere que el carácter efímero de las cosas concede persistencia. Hay una alegoría del deterioro como emblema de identidad y una recurrencia: la niebla.

Son trece momentos en círculo que hacen pensar en un libro meditado, en una ceremonia cuya ganancia es la aceptación de lo que pierde lustro, pero gana otra consistencia y merece ser puesto en el conocimiento de los demás. Lo he dicho con alguna presunción, aunque supongo que la mesura de estos versos lo compensa. Yuseff (1975) se arriesga, con esos mismos tonos serios, a ir dejando sus definiciones de la poesía: unas veces de manera evidente, otras por depuración de sensaciones. Me detengo en el poema "Sueño 4", en la página 73. Parece una condensación de todo el libro, un aspersor del sentido de sus trece movimientos.

Tal vez lo menos logrado de Aspersores sea el comienzo del poema de la página 77, oscilante, irresoluto al definir, con un ritmo como importado. Pero el contraste que consigue este poemario al proponer tanta intensidad con modulaciones —perdón por reiterar— sobrias, nos recuerda que a la altura de esas líneas ya el bien estaba hecho.

"Un martillo, un violín"

Rogelio Riverón

Publicado en el periódico Granma,

22 de noviembre 2012

La mano que escribe, desde el impulso desertor, el escriba y su ánimo/desanimo, el doliente convulso, es, a fuer de ser injusto, un aspersor.

Regar, diseminar, esparcir. Viejas manías asedian al escriba. Del fluir heracliano al Niágara de Heredia; del San Juan Murmurante de José Jacinto a la noria de las Soledades de Machado; de los Juegos de agua de Dulce María a la Lluvia de Saint John Perse y de allí al Amnios de Raúl Hernández Novas. Aguas que parten y se reparten.

Riego por aspersión, poesía por aspersión. Descompresión de esa fatiga sutil y no sutil, que es describir la humedad desde el sudor, la sangre, desde todas las aguas del cuerpo y del alma.

Aspergeo y arpegio… el aspersor, arpa de Luis Yuseff, abre este libro con un introito que nos enerva:

Sobre la llanura que se expande/ van los días /—mis días—/sometidos a presión:// La vida/en cualquier superficie/ (como la niebla)/ depositándome.

El poeta ha sido asperjado, rocío o niebla que empieza a quebrantar las hojas de un libro que pese a todo comienza a levantarse.

La poesía de Luis Yuseff que cada vez se parece más a la vida, es cada vez más literatura y es cada vez más poesía. Muy joven hice la pregunta: ¿qué porciento de realidad y qué porciento de ficción hay en sus cuentos?, le pregunté a Onelio Jorge Cardoso.

—La literatura es ciento por ciento realidad y ciento por ciento ficción —me dijo el maestro.

Aspersores de Luis Yuseff verifica aquel atino.

La estructura cíclica —tan natural como los ciclos del Sol o la Luna, o el ciclo llano de los días— que Luis Yuseff propone para leer este libro, que pudiera abrirse en cualquier página y leerse a discreción o al reverso, es mejor aceptarla.

El poema que realmente abre el libro, comienza con un desgarrador imperativo: "!no mires el cáncer de mi gesto madre!", necesita el descanso que propone el primer texto de la serie "in vitro (1)".

El aspersor atenúa aquí su riego intenso, grava un silencio y deja que el lector entre a una suerte de cámara hiperbárica y tome aliento para continuar viaje.

Así el cuerpo del libro, así poemas que sin temor a sucesivas enumeraciones, a veces caóticas o apropiándose de retóricas, dan sustrato al drama que discursa.

Escarizar la escritura dice Luis Yuseff. Viajar a la semilla del dolor propone… quizás todo el libro es un viaje a la semilla. Lo surreal no es aquí un recurso al que eche mano el poeta para apoyar lo onírico per se de los asuntos, es un estado natural que aparece con una carga de realidad que exacerba el peso específico de una poética cada vez más singular.

Aspersores no parecía inscribirse en ese interés metapoético que caracteriza buena zona de la poesía de Yuseff. Pero no nos llamemos a engaños, casi en la tercera parte del libro se hace explícita esa condición, que no parece intencional. Luego, en esa relectura a que nos obligan ciertos buenos libros, compruebo —vista hace fe—, que este es un libro, si lo hay, sobre la creación poética, con una clara tendencia:

Si el dolor de Vallejo —experiencias del dolor cotidiano y la muerte— parece ser el mayor dolor de la poesía hispanoamericana, en este libro casa del dolor, madre del dolor, poema del dolor, no solo la marca del peruano asoma. Aquí está ese dolor preterido de Ajmatova o el dolor huérfano de Paul Celan.

Contraerme, contraerme sin estallar, dice Luis. La contención del dolor y la contención del verbo… La contención de la mirada y la contención del verbo… La contención ante el espejo y la contención del verbo… Esa virtud de la intensidad contenida parece venir de un propósito. El poema no trata de hacer poesía desde el dolor si no trasmutar el dolor en poesía.

No hay en Aspersores, como en Pessoa, fingimiento del dolor que en verdad siente. Aquí el poeta no es un fingidor. El poeta se duele ante el hecho de hacer poesía del dolor ajeno, pero ello no es menos angustioso.

La poesía, se sabe, busca la belleza también en lo feo, en lo malo, en lo siniestro. Es el poder de la poesía. La bella (la poesía) y la bestia que el amor de la poesía convierte en príncipe. Esa es la justicia poética.

También en Aspersores hay música, placer, sabiduría. Permítanme una paráfrasis a la cita de Antonin Artaud que abre este libro: Luis Yuseff, está perdido en las bellezas de la vida, nunca en sus tinieblas.

Cuando en medio de las sesiones de debate para otorgar el siempre controvertido premio Guillén, el maestro Domino Alfonso leyó de viva voz verso a verso el libro completo de Yuseff, para acentuar lo que ya tenía acento, supe que estábamos ante un libro cabal. Solo el tiempo sabrá cuales libros ganadores del premio va a salvar. Yo auguro que este, el del autor más joven que ha ganado el concurso tendrá ese otro premio.

Luis termina su libro con un verso. Un verso solo en medio de la página.

La muerte, sus contornos, sus bordes, sus pespuntes grises sobre fondo negro se han perdido del libro. El aspersor número 13 se ha detenido.

Ya/yo no lloro desde que estoy aquí.

La muerte ha sucumbido ante la poesía.

"Poesía por aspersión/ dolor por aspersión"

Alfredo Zaldívar

Presentación en Matanzas,

11 de diciembre 2012, Centro Promoción Milanés

La lluvia entra por el hueco de la ventana única: Cito. Ventana por donde primero entró la niebla para cargar con los vivos que ingresaron con horror al vaciadero. He aquí, sin tener que explicarlo, un libro oscuro, raro, invencible y contumaz, poseso de una materia magra, de una sustancia recia, amarga, y pesada. Un libro donde las palabras están sometidas a una fuerte presión, son expulsadas a presión, y se expresan con la misma intensidad de ese mecanismo o artefacto hidráulico que se utiliza para rociar el agua a las rosas, el agua a las cosechas, y del mismo modo el agua a los cementerios. Un sitio para destilar ausencias, silencio, y pérdidas estériles, pero también, para afirmarse en el acto efímero, pertinaz y absurdo de la vida.

Su autor alude a una realidad somática, una realidad incambiable enunciada en una explicites de extraordinaria sabiduría. QUIEN escribe con ejercicio de maestría, magnifica su desánimo, solivianta su sufrimiento y ramifica su obsesión. Nada resulta gratuito, ni casual, todo responde a un propósito instigador, una empresa que lucha contra la insulsez, sobreactúa en el acorralamiento de los mortales, se duplica en la unidad imaginada del yo con un fin doliente, fatigado, brutal y valeroso.

El poeta ha sufrido un periodo horrendo, una jornada honda, un tránsito devorador; quien versa está subordinado, poseso o diluido en una relación especialmente violenta con la muerte; algo que el Ser no puede variar, detener, ni ser transferido porque la niebla, o la muerte -que no es ajena- se le había filtrado -sin compasión- sobre los cuerpos de los seres amados para corromperlos, masticarlos, y finalmente podrirlos.

Luis Yuseff, rompe el mito de la unidad infinita del Ser y lo representa polipartitas como Nietzsche, como un haz de muchos yo, los extiende bajo un lenguaje diáfano a una duplicidad que responde a un determinado abordaje ideoestético porque sabe que el hombre no es de ninguna manera un producto firme, un corpus duradero, es por ello que, desde un tiempo inmemorial, desde las capitulaciones del profeta Isaías, registra su discurso en una unidad superior de la conciencia.

Esplende desnaturalizado, instintivo, fiero y caótico. Ensaya su ideal hacia una transición de muchas almas y ve la suya sin ilusión alguna, sin la apoyatura de Dios, y de sus semejantes; ha ganado por su crudeza. Crueldad matizada de un lirismo prefijado, de cierta curaduría que opta -persistentemente- por lo bello.

Gana por salirse de los temas circundantes de la poesía actual cubana que raya entre la patria, las frustraciones políticas, el desdén, los exilios, las penurias, las dejaciones y los hirsutos cuestionamientos para entrar como -solo- entran los bravos al único valle: al valle donde los cuerpos-arpones- se desangran, se corrompen y se adhieren al polvo, a la tierra calcárea, al olvido, y solo el poeta sabe cuánto duele esa "distracción".

Su esteticidad está surcada por precisos registros especulativos: la jaula oscura de Alejandra Pizarnik, se observa /como un animal helado en la gran jaula estéril/ Las elegías rilkerianas, / lo bajaron entre anillos de rosas/, la lluvia arrasadora de Saint Jhon Perse, y los muertos invencibles de Dylan Thomas, pero a diferencia del autor de Y la muerte no tendrá Dominio, Luis Yuseff presencializa no solo -todo- lo que antecede a la muerte, sino todo lo que viene después.

Con doloroso aislamiento y suprema exigencia escritural camina hacia la única senda -estrecha- de la inmortalidad. Como Heidegger sabe que, "El hombre es un ser para la muerte", y la existencia significa desunión con el todo, limitación, vuelta al todo, anulación de la angustiosa individualidad, trabajosa reencarnación. Despacha las palabras y con ellas rasga el velo del arcano, recordándonos que, ya desde el principio de todas las cosas no hay tal simplicidad, bondad, llaneza; ni siquiera inocencia.

El todo es complejo, cetrino, culpable y desestabilizador, y siendo parte de él, ha sido arrojado desde el mismo principio al limo húmedo, al diezmo de la tierra, al torbellino del polvo, al helado éter del COSMOS, a la duplicidad de Fausto, al hiperpersonaje de sentir esa plural alma en su pecho.

Sin mucha simpatía hacia las cosas ve el mundo al igual que Rilke como imagen, como expresión de lo acabado, y también como objeto de contemplación. Se acerca a esa diversidad de las formas, las resume en el mismo cielo donde desea descansar o dormir y en el día quebrado del estanque/ se hunde mi sentimiento entre los peces; se reproducen en Yuseff y con todos ellos, forma uno solo: en el agua hay un pez gigante que me mira/arponeo su cabeza azul/ y ya no puedo dormir más.

Despojado de su afán, todos los textos de este libro poseen una extraña capacidad de asociación. Aquí cruje la arcilla, la materia primaria, el corazón que se escapa, el cáncer que destila de a poco, cuerpos apenas con riñones, cráneos dañados, pulmones invadidos por la pleura, y más que estar -sin poder dormir- participa de esas largas conversaciones en solitario, conversaciones en seco mientras alguien trae, o lleva todo el tiempo una taza de café.

Describe como muy pocos poetas coetáneos el entrañable ambiente familiar donde una madre se asfixia y rasga los muertos familiares con una uña negra que persiste de principio a fin. Refiere las muertes de los vecindarios con el preconsabido aterramiento. Narra esa hostilidad de ver a los que amamos agonizando, y no solo agonizando sino adentrándose a ese espacio comevida, al acto del descendimiento, pidiendo de igual manera dormir, o -descansar- en paz.

Aspersores (Editorial Letras Cubanas, 2012; Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén 2012), transcurre con setenta y dos poemas que parten de un poema único, medular, de una matriz unigénita, del mismo flamboyán que da la sombra a los muertos, y al unísono devuelve como sus flores esas inmensas ganas de vivir. Yo/ya no lloro desde que estoy aquí. ACCIÓN para sostenerse. Cántico persuasivo para contemplar su mano blanca, apta para escribir con mucha agudeza y devorarse -así mismo-. Estribillo que patentiza que después del dolor volvemos a la carga, al único oficio salvador: la poesía que sirve de amante y no nos deja solos.

Su creador se plantea una intelección de lo auténticamente real, se detiene ante los fenómenos como entidades necesarias para engrandecer con mucha sagacidad el resultado último de su oficio. De la misma manera hay un humanismo fluctuante que se entiende con todo -su acontecer-.

Luis Yuseff, poeta, príncipe y amigo holguinero se luce con una rebasada madurez espiritual, ha creado su propia teología, su vigilado réquiem de pulidísima operación formal para resignarse, y alcanzar la unidad irrebatible con lo trascendente.

En esta impronta se muestra meditativo, reflexivo, en estado puro de aprehensión para erigirse bajo la sombra de Sören Kierkegaard y postularse en esa ceremonia de la extracción, en esa tarima del existencialista al por mayor. Habla con la boca que se comió sin miedo el propio mundo, y nos ve a todos con el ojo del muerto desde una verja inoxidable.

Se trata de una filosofía sacra sobre la muerte, y al mismo tiempo de una actitud para escarizar la escritura hasta el desangre y/o pensar en la escritura desde el dolor ajeno; fustigar la creación, reformular el significado profundo de la poesía, detenerse sin apuros en cada giro de la expresión y deliberar con mucha lucidez para hablar sobre lo que debe quedar fríamente expuesto, sin ataduras lexicales, ni sobreabundancia de imágenes -testimoniado: Las pérdidas irreparables, las cenizas que se nos almacenan. Ha crecido un lirio tardío sobre las cenizas /que sí llegan/

Una filosofía que nos conduce a la proscripción, al renunciamiento, a mirar la vida con su constante descenso, estableciendo una mayor coordenada con lo normal, un pacto con los que quedan tristes, y cargan, como pocos en la actualidad, con ese luto pasado de moda.

En cualquiera de sus páginas los versos atisban una seducción, sobresalta una corrupción manida, una putrefacta paralización, cerrazón de los sentimientos, fastidio y desesperanza. Impureza y contradicción para hablar sobre la determinación general del destino humano.

Con este libro, sospecho que el poeta ha escrito su obra mayor, se ha vaciado para colocarse dentro de la propia poesía. Pregunto, después de esta lectura inmensa, ¿le quedará algo por decir?, después de haber usurpado a Dylan Thomas el violín de los cementerios, después de haber hecho -él mismo- todas las exhumaciones posibles, quedará otro reto después de darle comida a los muertos, y estar más lejos de esos cadáveres.

Una sola lectura no bastará porque -este- es un poemario de muchas esencialidades, como propuesta filosófica que es, debe ser leído con paciencia y esmero. Este -es- como muy pocos, un libro para acompañarnos, para comprender el indómito estremecimiento de los fundamentos del pensamiento y de las leyes imprecisas del espíritu humano: leyes, o su ley para aceptar el paso del hombre hacia lo definitivo. Esto es -entre otros- su mérito mayor. Su alcance y reto -ante- todo aquello que sufrimos con horror y no comprendemos.

Guantánamo, 17 de diciembre 2012, mañana de San Lázaro.

"Aspersores sobre el húmedo limo

de los muertos diáfanos"

Miladis Hernández

Escribir poesía es tal vez el acto más obsceno, como si te amancebaras con la muchedumbre, como si la página en blanco fuese una gran arena donde te debates con tus angustias y temores, y luego de haber desenfundado el alma de su envoltura temblorosa, esa misma muchedumbre inclinase el pulgar hacia la tierra. El libro Aspersores, del poeta Luis Yuseff, quien resultara ganador del premio de poesía Nicolás Guillén 2012, está escrito bajo estos signos de temblor, bajo el dominio titilante de la palabra. Su autor ha comprendido que la poesía equivale a la imagen de una estrella cuya agonía nos sigue estremeciendo. La escritura de Aspersores va del desgarro al sosiego, como el zunzún que revolotea queriendo imprimir sus rasgos en el viento y luego detiene el vuelo, pareciendo que flotara para libar alguna mielecilla.

Libro doloroso, pero su angustia asperjada en la página, esponjada en el corazón del poeta, nos deja más bien el asombro que sentimos cuando nos revelan algo muy secreto, igual que de niños alguien nos murmuraba al oído una noticia sorprendente. De igual manera puede entenderse la escritura de Aspersores como un poema libro, lleno de codas y reposos musicales, donde los textos que sirven de título al conjunto constituyen el arrobamiento final del poeta y la palabra, o mejor, la comprensión de que él también está hecho de un gran enjambre de sílabas musicales.

El poeta exige mediante su escritura el regreso de las primeras inocencias, no solamente la inocencia genésica al vientre de la madre, sino regresar a la escritura primigenia, a la mano niña sin pulso todavía, al papel, a la pulpa alcalina, luego al árbol y por último a la semilla, al poema concebido a partir del dolor ajeno.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
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