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Del desempleo estructural al conflicto intergeneracional (página 2)

Enviado por Ricardo Lomoro


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Según informó la cadena pública BBC, el ministro de Trabajo y Pensiones, Iain Duncan Smith, ha logrado "un amplio consenso" en el Gobierno para impulsar unas políticas que premien el trabajo y disuadan a los ciudadanos de seguir viviendo gracias a los subsidios estatales porque de esta manera ganan más dinero que con un empleo.

Las estimaciones del Gobierno es que se podrían ahorrar de esta manera 9.000 millones de libras (10.300 millones de euros), que se sumarían a los 11.000 millones de libras (12.600 millones de euros) que el Ejecutivo ya recortó en su primera revisión de los presupuestos generales del Estado el pasado mes de junio (2010).

Según adelanta el diario "The Times", millones de ciudadanos sufrirán la eliminación de prestaciones actuales, como los subsidios a la vivienda, la ayuda por discapacidad o el complemento salarial, que se sustituirán por un denominado un "crédito universal".

El nuevo sistema pretende que cualquier persona que acepte un puesto de trabajo tenga mayores ingresos que si decide seguir cobrando el subsidio de desempleo, lo que a la larga, según el Gobierno, evitará abusos y ahorrará dinero a las arcas públicas.

La política de recortes está causando fricciones en el seno del Gobierno, entre los representantes de los distintos departamentos, cuyos titulares en algunos casos han advertido del desgaste político que estas medidas representan para el Ejecutivo.

El más contundente ha sido el ministro de Defensa, Liam Fox, quien consideró "draconianos" los recortes en los servicios públicos, una afirmación que el propio primer ministro, David Cameron, se apresuró a calificar como "infundada".

Fox y Cameron nunca han tenido una relación fluida y la reciente filtración a la prensa de una carta en la que el primero advertía al segundo de la irresponsabilidad de recortar los fondos para las Fuerzas Armadas ha supuesto la primera crisis de calado en el seno del Ejecutivo desde su llegada al poder en mayo pasado.

– Descanse en paz el Estado de bienestar (Project Syndicate – 8/10/10)

(Por Guy Sorman) Lectura recomendada

París.- Generalmente es más fácil ver el principio de algo que su fin. El Estado de bienestar, que nació en 1945 en la Gran Bretaña de la posguerra, llegó a su fin esta semana, cuando George Osborne, Ministro de Finanzas del Reino Unido, rechazó el concepto del "beneficio universal", la idea de que todos, no sólo los pobres, deben beneficiarse de la protección social.

El arquitecto del Estado de bienestar, Lord Beveridge, lo describió como una estructura concebida para proteger al individuo "desde la cuna hasta la tumba". Este modelo llegó a imperar en todos los países de Europa Occidental, y las tradiciones y políticas locales definieron la diversidad de su aplicación. Para la década de los sesenta, toda la Europa democrática era socialdemócrata, una combinación de libre mercado y protección social masiva.

El éxito de este modelo superó con mucho todas las expectativas y durante décadas fue la envidia del mundo, como nunca llegaron a serlo ni el capitalismo del "Viejo Oeste" estadounidense, ni el socialismo de Estado soviético o maoísta. La democracia social parecía ofrecer lo mejor de los dos mundos, eficiencia económica y justicia social.

Es cierto que siempre hubo algunas dudas persistentes sobre el Estado de bienestar europeo, sobre todo a partir de los ochenta, cuando la globalización llegó a las puertas del continente. Limitadas por los costos financieros que conllevaba el Estado de bienestar -y tal vez también por los desincentivos psicológicos y financieros que incluía- las economías europeas comenzaron a desacelerar, el ingreso per cápita se estancó y el desempleo se hizo permanente.

Los defensores europeos del libre mercado nunca fueron suficientes para reducir el Estado de bienestar. Ni siquiera Margaret Thatcher pudo tocar el Sistema Nacional de Salud. En el mejor de los casos, como en Suecia y Dinamarca, el Estado de bienestar dejó de expandirse.

El Estado de bienestar resistió a las críticas y al dolor de las economías estancadas convirtiendo a la clase media en su colaboradora. En efecto, la genialidad política de los creadores del Estado de bienestar fue darse cuenta de que beneficiaría a la clase media incluso más que a los pobres.

Consideremos los beneficios de salud. En Francia se ha demostrado que la clase media gasta más per cápita en su salud que el 20% de los franceses más pobres. Como consecuencia, el sistema nacional de salud de hecho proporciona un beneficio neto para quienes ganan un salario promedio.

En efecto, incluso el reducido Estado de bienestar estadounidense parece estar destinado más a la clase media que a los pobres. El crédito fiscal sobre ingresos ganados es el mayor beneficio. Todos los años 24 millones de estadounidenses de clase media reciben un reembolso del Servicio de Rentas Internas. Quienes están bajo la línea de pobreza no reciben efectivo, sino ayuda en especie. Así pues, el Estado de bienestar estadounidense significa dinero para la clase media y programas sociales para los pobres. Ese patrón discriminatorio puede encontrarse también en toda Europa Occidental

El ataque de Osborne contra el Estado de bienestar británico comenzó con el subsidio universal a la niñez, una prestación general que se daba a todas las familias con hijos, independientemente de sus ingresos. Esta prestación universal para la niñez se introdujo casi en todas partes de Europa Occidental para alentar la natalidad en países muy dañados después de la Segunda Guerra Mundial.

En el Reino Unido, el 42% de los subsidios a la niñez se destinan a las familias de clase media y de altos ingresos. La proporción es igual en Francia. Osborne ha propuesto que se deje de conceder a las familias con ingresos correspondientes al nivel de imposición fiscal más alto -la primera andanada de una campaña que podría transforma todo el sistema de seguridad social mediante la reducción de las prestaciones a las clases medias y altas.

El ahorro que supone la propuesta de Osborne (1,6 mil millones de libras esterlinas) representa apenas una pequeña fracción del gasto anual del Reino Unido en programas de seguridad social, que asciende a 310 mil millones de libras esterlinas. No obstante, al atacar esta prestación, el gobierno del Primer Ministro David Cameron espera que el pueblo británico comprenda mejor la injusticia del Estado de bienestar actual.

Todos los gobiernos de Europa tendrán que hacer lo mismo: atacar al eslabón más débil del sistema de protección social, aquél que la mayoría de la gente pueda entender mejor. Con ese mismo ánimo, el gobierno francés ha arremetido contra las exorbitantes pensiones de los trabajadores del sector público y la edad legal de la jubilación, que ha tratado de elevar de los 62 a los 65 años.

Cualquiera puede entender que el subsidio a la niñez para los ricos o que la jubilación a los 62 años son injustificables. No obstante, la resistencia popular a la reducción de estas prestaciones supuestamente injustas es mayor de lo que se esperaba. La clase media puede intuir que este es el final de una era.

¿Acaso a la larga el gobierno de Cameron –y cualquier otro que siga este camino—cederá ante la cólera de la clase media? En cierta medida, los gobiernos no tienen otra opción que reducir las prestaciones de la clase media. La crisis financiera de 2008, agravada por el inútil gasto público keynesiano, ha llevado a todos los Estados europeos al borde de la quiebra. Sólo los Estados Unidos pueden imprimir billetes indefinidamente y aumentar su deuda.

Así pues, los Estados europeos no tienen más remedio que reducir sus gastos, y atacar las prestaciones sociales que representan, en promedio, la mitad del gasto público europeo es la forma más sencilla de obtener un alivio fiscal inmediato. El Estado de bienestar no desaparecerá de Europa, pero sufrirá recortes –y se concentrará en quienes realmente necesitan la ayuda.

Si se toma al desempleo como criterio principal, el Estado de bienestar ha creado una red de seguridad para la clase media pero ha dejado al 10% de su población más vulnerable en una situación de dependencia permanente de la seguridad social. Sesenta y cinco años después de que Lord Beveridge confiara en que el Estado nos acompañaría de la cuna a la tumba, Cameron y Osborne nos piden que más o menos nos rasquemos con nuestras propias uñas.

(Guy Sorman, filósofo y economista francés, es autor de La economía no miente. Copyright: Project Syndicate, 2010)

"En una osada apuesta para reducir el déficit fiscal, el gobierno británico desveló el miércoles un enorme recorte de gastos que afectará a todo tipo de instituciones, desde la policía hasta la reina de Inglaterra. El Reino Unido se transforma, de esta manera, en un caso de estudio en el debate sobre si la austeridad es una herramienta más efectiva que el estímulo fiscal para reanimar la economía"… Gran Bretaña se la juega por la austeridad (The Wall Street Journal – 20/10/10)

George Osborne, el responsable del Tesoro británico, dijo que el país reducirá un déficit presupuestario de 155.000 millones de libras esterlinas (US$ 243.370 millones) mediante un ajuste fiscal de 81.000 millones de libras en los próximos cuatro años. Los drásticos recortes son una apuesta a que la reducción del gasto público mantendrá bajos los costos de endeudamiento y reactivará al sector privado sin hacer peligrar la débil recuperación económica.

"Hoy es el día en el que Gran Bretaña retrocede del borde del abismo, cuando confrontamos las cuentas de una década de gastos", dijo Osborne al Parlamento.

Osborne calculó que la reducción promedio en los gastos de los departamentos ministeriales bordeará 19% en los próximos cuatro años, en lugar del 25% que había pronosticado anteriormente. La nueva predicción permitió atenuar las críticas de la oposición. El Partido Laborista ha advertido del riesgo que supone recortar el gasto precipitadamente, pero la colectividad contemplaba reducciones en torno al 20%.

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No obstante, la coalición de gobierno encabezada por el primer ministro conservador David Cameron encontrará una fuerte oposición a su plan en el extranjero, especialmente en Estados Unidos. El severo ajuste de cinturón constituye un arriesgado experimento en un momento delicado para la economía global. Los economistas han debatido durante más de medio siglo sobre el rol del Estado a la hora de combatir una recesión y las principales economías del mundo están tomando rumbos divergentes.

El presidente estadounidense, Barack Obama, y sus asesores han reconocido la necesidad de reducciones del déficit a largo plazo. Pero EEUU ha exhortado a los países europeos a que no adopten recortes de gasto demasiado enérgicos por temor a que la economía global vuelva a caer en una recesión.

Europa hasta el momento ha ignorado el llamado. La austeridad se ha transformado en la consigna de moda en el continente tanto en las economías débiles, como Irlanda y Grecia, como en las más estables, como Alemania y Francia.

El mercado reaccionó sin sobresaltos a los anuncios del miércoles en Londres, que ya se habían ido conociéndose en las semanas previas. La libra esterlina no registró grandes cambios y la deuda británica subió levemente.

Pero aunque los números de reducción del déficit británico no han cambiado desde junio pasado, sí lo ha hecho el panorama económico mundial. Los dos principales socios comerciales del Reino Unido -la zona euro y EEUU-, han experimentado un deterioro.

Con su voz volviéndose áspera, Osborne anunció recortes anuales en los gastos de la policía del 4% en los próximos cuatro años; profundas reducciones en el reparto de fondos del gobierno central a los gobiernos locales del 7,1% anual real; una disminución del 14% para los años 2013 y 2014 en el presupuesto de la Casa Real y del 33% en el propio Departamento del Tesoro.

Osborne agregó otro recorte al sistema de protección social de 7.000 millones de libras que se suma a los 11.000 millones ya decididos. Sumando las reducciones a las compensaciones por desempleo, pagos por discapacidad de los trabajadores y beneficios por retiro (aunque se excluye la sanidad pública) totalizarán 200.000 millones de libras, alrededor de 14% del Producto Interno Bruto.

Osborne dijo que aún se están haciendo inversiones para asegurar crecimiento y anunció un incremento de 2.000 millones de libras en proyectos de capital. Además, aseguró que se protegerá el presupuesto de educación y ciencia en un intento por estimular el sector privado.

– "La edad de oro acabó en 2008" – La demografía no permite más Quantitative Easing (Libertad Digital – 22/10/10) Lectura recomendada

Los países han podido devolver sus deudas tradicionalmente gracias a crecimientos progresivos de su riqueza más una moderada inflación a largo plazo. Pero el envejecimiento de la población afecta de forma negativa a este proceso y ahora está sucediendo por primera vez en todo el mundo.

(Por Marcos Ferrer)

En efecto, una mayor edad cambia la demanda de bienes y servicios, modifica a largo plazo el consumo interno y disminuye finalmente el ahorro. Por eso la devolución ordenada de las cargas financieras presentes sólo se podrá conseguir en los países más endeudados mediante el desarrollo de excedentes comerciales sobre las áreas que mantengan estructuras de población más jóvenes y reducidas cargas financieras.

Este cambio demográfico es el que se aprecia en varios países desarrollados y muy especialmente en España. Porque las franjas de población con mayor poder adquisitivo y libres de cargas familiares están desplazadas hacia los últimos años laborables o en algunos casos hacia la población jubilada.

Al mismo tiempo, los que tienen familia a su cargo y soportan la mayor parte del consumo en bienes duraderos se encuentran desempleados, subempleados o manteniendo sus puestos de trabajo con reducciones salariales importantes. E incluso los propios funcionarios están viendo serias amenazas en el horizonte sobre su estabilidad laboral y poder adquisitivo.

Jim Reid y Nick Burns han valorado el nuevo contexto demográfico y han plasmado sus conclusiones en este documento imprescindible del área de investigación sobre mercados globales del Deutsche Bank y que se titula From the Golden to the Grey Age (De la edad de oro a la edad de las canas).

El final de la época dorada

Por edad de oro se entiende en el informe el periodo de tiempo que va desde principios de los ochenta hasta el 2008. Es una época en la que los beneficios de los activos promedian un 7,3%, con 15 años superando el 10%. Durante los 60 años anteriores se había desarrollado un beneficio promedio del 4%, por lo que se trata de una anomalía que se debe explicar.

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Esta anomalía sobre el promedio se ha producido cuando la mayor explosión demográfica de la historia entre 1950 y 2000 ha alcanzando en esos 50 años un crecimiento del 142%. Es una franja amplia de población a nivel mundial que ha llegado progresivamente a la edad laboral, ganando un poder adquisitivo que le ha permitido demandar activos de todo tipo. Pero actualmente el proceso se está comenzando a invertir porque los baby boomers están envejeciendo paulatinamente.

Son ellos, precisamente, la generación que ha levantado con sus compras el precio de los activos hasta llevarlos a retornos inéditos, pero ahora se van a ir vendiendo progresivamente para poder financiar sus jubilaciones. El problema es que la población que les sucede y debería recomprarlos es cada vez menor y con un poder adquisitivo mermado. De forma que una oferta superior a la demanda hará que sus precios se reduzcan.

Además, aunque países como China, sudeste asiático, India y Europa del Este han participado de la globalización adquiriendo importantes beneficios económicos, están sufriendo también un giro demográfico o lo sufrirán en los próximos decenios. China es, precisamente, un caso paradigmático, pues su población puede comenzar a envejecer antes de llegar a desarrollar una clase media consistente con los estándares occidentales.

Por lo tanto, los posibles mercados foráneos futuros para los activos en liquidación de los países desarrollados también van a entrar en breve en el mismo proceso. Y esta situación colaborará una vez más para que se produzcan retornos más reducidos en las inversiones.

Por otro lado, ha sido esta misma globalización la que ha permitido contener hasta cierto punto la inflación durante los últimos 30 años y crecer en medio de una época de gran moderación. Pues al mismo tiempo que se abarataban costes exportando las producciones, los desequilibrios en las balanzas comerciales se producían en medio de una anómala tolerancia a la deuda mientras se han podido exportar las burbujas hacia economías en desarrollo.

Esto drenaba periódicamente el núcleo del sistema e impedía sacar la liquidez hacia las materias primas y otros activos que habrían impactado con fuerza sobre los respectivos IPC nacionales. Pero ahora estamos comenzando a experimentar una época con crecientes dificultades, que va a terminar con la gran moderación anterior porque se está abriendo un periodo de gran volatilidad en los mercados.

El primer motivo es que la última gran burbuja se ha producido sobre los propios países desarrollados en el sector inmobiliario, sirviendo este activo además para financiar un gasto corriente que ha mantenido una rotación de inventarios y creación de empresas a ritmos artificialmente altos.

Esta situación ha eliminado prácticamente el ahorro en todos aquéllos países que no conseguían competir en los mercados y desarrollar excedentes en sus balanzas comerciales. Además de producir en muchos casos una deuda privada considerable.

El segundo motivo es, precisamente, esta carga de deuda que se acumula tanto sobre el sector público como el privado. Y sobre el público, especialmente, por los planes de rescate bancario al reducirse el valor de los activos inmobiliarios. Esto va a hacer imprescindible un mercado de capitales fluido y ampliamente disponible, pues en caso contrario se seguirán experimentando severas dificultades en la refinanciación de las deudas.

Además, Reinhart y Rogoff han encontrado que cuando la deuda pública alcanza niveles del 90% se vuelve difícil producir crecimiento económico por la creciente presión fiscal, por lo que se hace aún más importante establecer mecanismos de refinanciación adecuados a la nueva situación.

El tercer motivo es que esta gran volatilidad que ahora estamos experimentando desde 2007 se debe en buena parte a que al mismo tiempo que se ha producido la expansión demográfica antes mencionada, los bancos centrales y el sistema bancario en su conjunto han expandido la masa monetaria en cantidades crecientes gracias al abandono progresivo del patrón oro. Esto ha provocado que durante los últimos 90 años los precios aumentaran a una velocidad nunca vista, doblándose en muy breves periodos de tiempo.

En la gráfica aparecen resaltados el número de años que se tarda en doblar los precios en Reino Unido, y se puede observar claramente que desde la conclusión de la Primera Guerra Mundial estamos en medio de la mayor inflación continuada de la historia: en 91 años los precios se han multiplicado por 32.

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Es significativo también cómo el precio del oro se ha mantenido más o menos estable a lo largo de la historia, hasta que se ha producido una desbocada expansión crediticia después de la creación del Sistema de la Reserva Federal.

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Inflación y demografía

Existen evidencias empíricas para afirmar que los crecimientos abruptos de población tienen un efecto positivo sobre la inflación. Eso es lo que se observa durante los siglos XVI, XIX y XX cuando comparamos ambos parámetros sobre escalas logarítmicas.

Se constata, por ejemplo, que el incremento de precios entre 1500 y 1650 se produce en paralelo al incremento demográfico posterior a las pestes que asolaron Europa, más la entrada de oro y plata de América vía España y el nacimiento de los primeros avances comerciales e industriales europeos.

Por lo tanto, durante la segunda mitad del siglo XX han coincidido dos variables tradicionalmente inflacionarias: el crecimiento demográfico y la expansión monetaria orquestada por los bancos centrales, especialmente después del abandono del patrón oro en 1971. La suma de estas dos variables ha provocado la inflación de las últimas décadas

Sin embargo, si se hubiera mantenido una base monetaria estable la inflación de activos habría sido mucho más contenida o incluso habríamos disfrutado de un prolongado periodo deflacionario por la gran expansión demográfica, con los consiguientes beneficios para la población en general, ya que vería aumentar su poder adquisitivo de forma sustancial. Y es que, tan sólo la suma de expansión monetaria y demográfica genera inflación generalizada.

Además, se habría hecho imposible que EEUU desarrollara balanzas comerciales deficitarias con Asia y Europa de forma tan amplia y prolongada, impidiéndose la creación de los permanentes desequilibrios comerciales.

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En la gráfica siguiente se observa un hecho realmente significativo:

1. Entre 1900 y 1950 el crecimiento demográfico es del 53% y la inflación del 236% en EEUU y del 156% en UK.

2. Entre 1950 y 2000 la población aumenta un 100% y la inflación un 600% en EEUU y un 1.900% en Reino Unido.

3. El crecimiento demográfico previsto para 2000-2050 es del 50%, la pregunta entonces es: ¿cuál va a ser la inflación en los próximos 50 años?

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Atendiendo sólo a la paridad con la demografía, la inflación debería ser en cualquier caso muy inferior a la desarrollada durante el último medio siglo y más acorde con la de comienzos del siglo XX. Tal vez un 200-250%. Pero sólo en el primer decenio del siglo XXI ya ha subido el índice CRB de materias primas (sin corregir con las modificaciones del 2005) un 100%.

Gracias a la liquidación de activos y la huída hacia el dólar después de agosto de 2008 el índice se hundió hacia unos niveles más racionales, pero ya está repuntando otra vez buscando los máximos anteriores.

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¿Permite la demografía más Quantitative Easing? ¿No sería más efectivo liquidar los activos problemáticos y dejar caer a las entidades financieras insolventes? ¿Qué están protegiendo realmente los bancos centrales, las finanzas públicas o los balances de los principales bancos comerciales?

Las inyecciones de liquidez contra deuda pública afectan a las contabilidades nacionales y se deberán pagar con imposiciones fiscales crecientes sobre la población. ¿Soportándolas todos los contribuyentes, tienen un origen democrático y de consenso social esas decisiones económicas de los bancos centrales o vienen impuestas como si estuviéramos sometidos a un organismo de planificación económica con sus propios intereses particulares?

"Los Presupuestos para 2011 han servido de vehículo a los Gobiernos europeos para aprobar una segunda oleada de consolidación fiscal. Sumando los programas de primavera, la UE aspira a reducir el déficit público en más de 300.000 millones en cuatro años"… Europa aspira a recortar su déficit más de 300.000 millones en 4 años (Cinco Días – 24/10/10)

Los Estados europeos encogen. La crisis de deuda pública de primavera desencadenó una primera fase de drásticos planes de ajuste a lo largo y ancho del continente, dirigidos a contener la furia de los mercados. Pero las tensiones no han terminado de remitir, y la vuelta del verano, con la presentación de los respectivos Presupuestos, ha dado ocasión a una nueva oleada de ajustes.

Los ciudadanos británicos acaban de conocer la peor parte. A mediados de octubre (2010), el Gobierno conservador-liberal de David Cameron anunció un plan de austeridad a cinco años valorado en más de 120.000 millones de euros, que acabaría con el déficit estructural en 2014-2015 y rebajaría el desequilibrio hasta el 2% (nueve puntos de PIB). Un avance más que notable desde los 7.000 millones de los que habló Cameron cuando accedió en mayo al poder. Las medidas incluyen dramáticos recortes de ayudas sociales, que Downing Street quiere compensar en parte instaurando un impuesto sobre los pasivos bancarios.

Sin llegar al cariz británico, también el Gobierno español ha vuelto a mover ficha. Después del drástico recorte de mayo (que incluyó rebajas de sueldo de los funcionarios y congelación de las pensiones), Moncloa ha aprovechado los Presupuestos de 2011 para incluir nuevas medidas, entre las que destaca una disminución del 16% en los gastos ministeriales y un frenazo a la obra pública. Con todo, la vicepresidenta Elena Salgado ya ha advertido de que habrá más sacrificios si el crecimiento no es suficiente para cercenar el déficit hasta el 6% el año que viene, algo que suscita dudas a organismos como el FMI. Los expertos consultados por este periódico calculan que la restricción adicional podría alcanzar los 10.000 millones de euros, o el 1% del PIB.

También Portugal está en trámite de aprobar un serio plan de austeridad por valor de 5.100 millones de euros, más del 2% del PIB. En la tercera semana de octubre (2010), el ministro de Finanzas, Fernando Teixeira, habló de emergencia nacional, y de que, si el plan no sale adelante, los mercados situarán al país en el nivel de Grecia. Este último país e Irlanda afrontan las situaciones de partida más dramáticas, con déficits superiores al 14%.

Alemania anunció en junio (2010) su pretensión de recortar su déficit en 82.000 millones en cuatro años; dos tercios de esa cantidad provendrán de reducción del gasto y, el tercio restante, de subidas impositivas. Pese a su elevado montante global, los recortes y nuevos ingresos previstos para 2011 apenas alcanzarán el 0,5% del PIB. El 21/10, Berlín elevó su previsión de crecimiento para 2010, hasta el 3,4%, y no descartó reducir el déficit en 2012 hasta el 2,5% del PIB, medio punto más que el anterior objetivo.

Por su parte, el Gobierno francés apuesta por recortes modestos y fía su futuro fiscal a previsiones de crecimiento que pueden pecar de optimistas. Sin embargo, el retraso de la edad de jubilación hasta los 62 años ha suscitado, hasta ahora, la mayor respuesta social entre los grandes países de Europa.

Al otro lado del Atlántico, las elecciones legislativas del mes de noviembre determinarán la capacidad el Gobierno de Barack Obama para poner fin a un buen número de ayudas fiscales para las empresas y las grandes fortunas. De momento, Washington mantiene su opción de preservar los estímulos, una estrategia contestada por la UE en el G-20.

Directrices presupuestarias del Consejo

El control presupuestario se ha convertido en el año 2010 en la principal obsesión de las instituciones comunitarias, hasta el punto de abordar reformas históricas como el control presupuestario preventivo. A mediados del año 2011, el Consejo Europeo establecerá las directrices sobre las que deberán basarse los respectivos presupuestos nacionales para 2012, que se aprueban en la segunda mitad del año. Ese innovador control a priori, que seguirá realizándose en años sucesivos, servirá para elevar la disciplina fiscal y reducir las posibilidades de que se produzcan episodios como el que afecta a Grecia. El comisario de Asuntos Económicos y Monetarios, Olli Rehn cree que se trata de "la mayor mejora en la arquitectura de gobernanza económica europea".

En paralelo, Bruselas, a instancias de Alemania, avanza en el refuerzo del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, para lograr que las sanciones a los Estados incumplidores de los límites de déficit y deuda pública sean "una respuesta normal, casi automática", lo mismo que sucedería con los incentivos para las mejores prácticas.

Europa entera se aprieta el cinturón

La crisis económica internacional continúa su difícil andadura en busca de una salida que, a pesar de las señales positivas que llegan de Alemania, se presenta extraordinariamente angosta para los socios europeos. A partir del colapso de la deuda soberana sobrevenido en primavera, un seísmo que ha tenido inquietantes réplicas las últimas semanas, los Gobiernos europeos decidieron tomar el toro por los cuernos y aplicarse a una política de ajuste severo. Lo hicieron, una vez más en la Unión Europa, tras no pocas indecisiones, pero lo importante es que, también una vez más, se han encarrilado por la vía de la política común.

Las medidas de ajuste se han empezado a incluir en los Presupuestos Generales elaborados por los Gobiernos para el próximo año, y en muchos casos afectarán a periodos que llegan hasta 2015. Son, por tanto, planes a largo plazo que saludablemente superan en el tiempo más de una legislatura. Y es que el compromiso es grande. Cuantificado sólo en términos monetarios, los países de la UE planean rebajar su déficit conjunto en más de 300.000 millones de euros. El programa de ajuste presentado por Reino Unido se puede poner el primero de la lista por su inesperada dureza. Con un recorte, centrado sobre todo en la rebaja de ayudas sociales, que supondrá más de 125.000 millones de ahorro en cinco años, es una cura de caballo que, al menos por ahora, no ha tenido una reseñable contestación social. Alemania, con un ajuste cercano a los 80.000 millones en cuatro años, y Francia, donde se quieren ahorrar 40.000 millones sólo en 2011, completan el trípode de las grandes economías de la UE que serán las que mayor ajuste cuantitativo apliquen. Italia y España superan los 20.000 millones en sus respectivos planes, igual que el peor alumno del club, Grecia.

Son ajustes necesarios, gestados en una era de la cigarra que Europa debe pagar ahora. El grueso de las medidas se centra en el gasto y, dentro de éste, en recortes en la función pública. A la vez, varios países también elevarán el IVA. Todo indica que este proceso va a hacer inevitable un periodo de inestabilidad que pondrá a prueba la capacidad de las autoridades políticas comunitarias, pero también las nacionales. La combinación de los ajustes con reformas estructurales está generando un fuerte rechazo social. En Francia, la polémica ampliación de la edad de jubilación ha hecho estallar un conflicto de más calado, larvado hace tiempo en la sociedad gala, pero que es una seria prueba no sólo para París, sino para la UE.

Porque los ciudadanos europeos ven cómo Europa se aprieta el cinturón, pero lo hace en sus cinturas, mientras Estados Unidos opta por seguir apostando por los estímulos a la economía. Si no se sabe explicar bien, esta fuerte discrepancia se convertirá en algo más que una simple diferencia estratégica.

– La contrarrevolución de los ni-nis (meando contra el viento)

Pasacaille (I)

Debo confesarles que, inicialmente, me sorprendió una huelga de estudiantes para protestar por el retraso en la edad mínima de jubilación en Francia (de 60 a 62 años). ¿Qué hacían los jóvenes movilizándose por algo que los "pillaba tan lejos"? ¿Defendían los derechos sociales de sus padres? ¿Eran unos idealistas que salían a la calle a luchar por la justicia social? ¿Querían volver a levantar los adoquines buscando la playa que está debajo (melancólico recuerdo de mayo del 68)?

Nada más lejos del idealismo revolucionario… Nada más lejos de la solidaridad social… Egoísmo en estado puro, con una alta dosis de analfabetismo funcional.

Los "niñatos" de los Liceos, la Sorbona, y otras "guarderías juveniles" han salido a la calle con el objeto de evitar que los mayores dejen el mercado de trabajo dos años después, postergando, por igual plazo, sus expectativas laborales (sic).

Difícil encontrar un planteo más lineal y mediocre. Asumir que los puestos de trabajo pueden resultar hereditarios, recíprocos, o de "partida doble". Si mi padre o el vecino se jubilan, yo podré obtener un puesto de trabajo. Qué más da que él sea fontanero y yo ingeniero, o que ella sea peluquera y yo médica (o viceversa).

En la "empanada mental" de estos "adolecentes perpetuos", lo mismo da Juana que su hermana. Para un roto siempre hay un descosido. Es lo mismo planchar que desarrugar. Todo vale, con tal de armar jaleo. Jugar a ser grandes… Correr delante de los "polis"… Quemar contenedores… Volcar e incendiar automóviles… Romper escaparates… ¡Qué divertido! ¡Luego lo "colgamos" en You Tube!…

¿Cuánto duró la solidaridad "armada"? Hasta que llegó una semana de vacaciones estudiantiles. La Asamblea Nacional aprobó la reforma del régimen de pensiones, ¿qué más da? Ahora, estamos de vacaciones… Pero cuando regresemos ya verán… Se siguen cerrando fábricas, ¿qué más da? Ahora, estamos de vacaciones… Pero cuando regresemos ya verán… Continúan perdiéndose puestos de trabajo, ¿qué más da? Ahora, estamos de vacaciones… Pero cuando regresemos ya verán…

Más allá de You Tube, Facebook, Twitter, los sms, el móvil, el "garrafón", algún "porro" (o papelina), y el sexo libre, no creo que éstos agitadores de "video juego" estén para más. Absoluto relativismo moral. Nula politización. Cero idealismo. Encefalograma plano. Y a vivir, que son dos días… (si es de los padres, mejor).

Esto, hablando de la juventud mejor preparada de la historia, que si nos trasladamos a la "Banlieue" (término propio de la lengua francesa con el cual se denominan los suburbios de las grandes ciudades), ya me dirán ustedes.

Allí residen los "auténticos" ni-nis (los de la Sorbona son unos ni-nis "ilegítimos"). A partir de los años 1960, se construyeron en las periferias de las más importantes capitales de provincia francesas zonas residenciales en las que se empezó a concentrar en un primer tiempo la población obrera, principalmente. Dicha población estaba ya en los años 60, compuesta de numerosos inmigrantes magrebíes y africanos, así como de gran número de descendientes de inmigrantes europeos que se sumaban a las poblaciones procedentes del propio éxodo rural francés. Estas barriadas se asentaron en lo que antes eran pueblos o ciudades pequeñas próximas a las capitales, y así pasaron a convivir dichos obreros con una población de origen burgués que se había asentado residencialmente en esas zonas por elección, para escapar del bullicio de la gran urbe.

Eso provoca que hoy día, en muchas de estas "banlieues" se vea una frontera arquitectónica clara entre una zona de chalets y casas monofamiliares y otra de grupos masivos de edificios de 20 plantas y a veces más de 50 apartamentos por planta, reunidos en zonas llamadas cité. Este contraste visual plasma obviamente un contraste social de gran magnitud, y es una de las claves para entender lo que se ha denominado muchas veces, y sobre todo en clave informativa, el malestar del extrarradio ("malaise des banlieues").

¿Qué hacen los ni-nis de la cité? Por ahora, hacer una revolución social a título individual. Vagancia… Trapicheo con drogas… Robos y hurtos… Peleas entre pandillas… Promiscuidad sexual… Alcoholismo precoz… Y si hay que matar, se mata (a veces, entre ellos mismos). Peccata minuta.

Perdidos entre el polvo de la droga y la niebla del alcohol… Suicidándose poco a poco, día a día… sólo los "moviliza" la acción policial. Si la "Gendarmerie" detiene a uno de los suyos (no digamos si lo hiere, o lo mata), entonces "estalla la cité", sacan toda la rabia y frustración que llevan dentro y "arde" París, o el suburbio de cualquiera de las otras grandes ciudades. Coram populo.

Si sus padres trabajan o no, si pierden el empleo, es algo absolutamente ajeno a ellos. Están acostumbrados a las familias desestructuradas, a las carencias afectivas y económicas, son hijos de la calle y a ella, únicamente, se deben. Sus reglas las dicta la "pandilla" y es todo lo que respetan. Calamo currente.

Mientras, el malestar del extrarradio ("malaise des banlieues"), lame sus heridas, aguanta y espera. ¿Seguirán conformándose con hacerse daño a sí mismos? ¿Les alcanzará con jugar (de vez en cuando) a "policías y ladrones"? ¿Ad nauseam?

Cuándo "despierten" (si el abuso del alcohol y la droga, les deja alguna neurona viva) y comprueben que la "integración" y el "multiculturalismo" han sido una patraña, un engaño, una farsa, una mentira, un embuste, una estafa, una trampa, un ardid, una artimaña, una treta, un timo, un truco… ¿Qué harán? ¿Seguir corriendo delante de los "maderos", o darse vuelta y "tomar" la Bastilla?

Cuando "comprendan" (si todavía pueden razonar mínimamente) que en el mejor de los casos seguirán siendo unos "esclavos", igual que sus padres y sus abuelos, seguirán siendo unos "desarraigados", igual que sus padres y sus abuelos y en la peor circunstancia (resultado más probable) sean "expulsados" como "residentes invitados" (vaya eufemismo) ante la imposibilidad de seguir siendo sostenidos por el estado… ¿Qué harán? ¿Volver al Magreb o al África? ¿Incendiar Francia?

Algún día (ojalá) tanto los "niñatos" de la Sorbona como los "ni-nis" de la Banlieue, comprenderán que el "enemigo" está en el sistema económico (donde la especulación y la fiebre de los beneficios sigue desencadenada) y podrán dirigir su frustración y su ira en la dirección correcta. Si hasta puede que hagan una alianza generacional (mira tú por dónde), casi diría, una alianza de clases (aunque suene marxista), y salgan a levantar los adoquines (abajo está la playa, aún), para iniciar la verdadera y auténtica rebelión de los ni-nis (antes que el sistema logre que ni estudien, ni trabajen, ni piensen). ¿Si ustedes no lo hacen, quién lo va a hacer?…

– La contrarrevolución de los ni-nis (Libertad Digital – 21/10/10) Lectura recomendada

(Por Juan Ramón Rallo)

Será la insolidaridad intergeneracional, pero me cuesta entender que los más jóvenes, por ejemplo en Francia, se manifiesten para impedir cualquier reforma del sistema público de pensiones; a saber, ese timo piramidal por el cual ellos están sufragando la temprana jubilación de sus mayores a cambio de que nadie sufrague la suya cuando lleguen a la ancianidad. Porque, tal y como está invertida la pirámide a día de hoy, la cuestión dentro de unos años será ésa: si la Seguridad Social colapsará antes o después; si se tendrán que reducir las pensiones mucho o muchísimo; si la edad de jubilación se retrasará hasta los 70, los 75 o los 80; y si las cotizaciones de los proletarios serán todavía más gravosas de lo que ya lo son.

Pero hoy la cuestión es otra. Los sistemas públicos de pensiones europeos son tan eficientes que tienen que arrebatar alrededor del 30% del salario de los trabajadores para sufragar unas pensiones míseras o tirando a míseras; así en España, así en Francia. Al tiempo, la tasa de desempleo juvenil alcanza la sangrante media del 20,5% en la Unión Europea: el 22,5% en Francia y el 42,1% en España. Nada que ver, deben de pensar los cráneos más privilegiados. Todo o casi todo que ver, deberían de concluir quienes poseyeran la más elemental noción de economía.

Porque el paro persistente y estructural tiene una causa –una- y es que los salarios que desean percibir los trabajadores (o se les obliga a percibir vía salarios mínimos y convenios colectivos) son superiores a su creación de valor dentro de la empresa. Venimos de unos años donde muchos precios -incluidos muchos salarios- se inflaron de manera insostenible gracias a la hinchazón crediticia; normal que con su contracción muchos precios -incluidos muchos salarios- deban ajustarse a la baja. Nadie se sorprenda, pues, del desempleo: aquellos mercados donde los precios se mantienen artificialmente altos se caracterizan por la acumulación de excedentes productivos que no pueden colocarse a los consumidores; tal es el caso del ejército industrial de reserva que estamos creando en Occidente gracias a nuestra envidiable rigidez salarial.

Por supuesto, la vida sería mucho más sencilla si en lugar de bajar salarios redujéramos nuestras mordientes contribuciones a la Seguridad Social, porque lo relevante para aquellas industrias en crisis no es que los salarios caigan, sino que lo haga el coste de la contratación; y un 30% de este coste de contratación -ahí es nada- son contribuciones a la Seguridad Social.

Pero claro, nuestro descompuesto sistema público de pensiones no puede permitirse renunciar a ese tercio de salarios si es que quiere sobrevivir unos añitos más en su moribundo estado actual. Así que ya lo tienen: nos quedamos con salarios demasiado altos, con contribuciones demasiado elevadas y con tasas de paro insoportables. ¿Respuesta entre los damnificados? Nada, los más jóvenes salen a la calle para entonar el vivan las cadenas, para celebrar y exigir la permanencia del sistema que, primero, les imposibilita constituir un amplio patrimonio a lo largo de su vida laboral y que, ahora, les impide que posean siquiera una vida laboral.

La contrarrevolución de los ni-nis iniciada para perpetuar la explotación del politicastro. Dentro de 40 años se lo encontrarán: sin patrimonio, sin "derecho a" jubilarse a los 65 o a los 70 y con una pensión pública residual. Pero ojo, la culpa será del capitalista de turno, de los Apple, Google, Wal Mart o Mittal del futuro. Todo muy lógico, sí señor.

Y en casa, nuestro flamante -por sus ideas- ministro de Trabajo se estrena reclamando que el gasto público en pensiones se incremente un 50%. Nada hombre, que por lo visto un 42% de desempleo juvenil le sabe a poco.

– Ni Liberté, ni Égalité, ni Fraternité,… sólo miedo y desconcierto

Pasacalle (II)

Probablemente mi segunda "marcha popular" entre en conflicto con algunos (si no todos) los artículos periodísticos que adjunto, con recomendación de lectura. No es un fallo de selección. Es un modo de alentar el debate de ideas, con el debido respeto (a los autores y a los lectores). Una prueba de humildad intelectual. Una actitud liberal y democrática premeditada. Ustedes deben examinar, interpretar y resolver. Que de eso se trata…

¿Por qué únicamente los griegos (por defecto) y los franceses (por exceso) han salido a las calles de Europa para hacer oír su disgusto y frustración? ¿Los demás europeos están conformes y aceptan el "fusilamiento" del Estado de bienestar, como el mal menor? ¿El colesterol acumulado en los años felices les impide reaccionar? ¿Están anestesiados, o paralizados por el miedo y el desconcierto?

Mientras los europeos se aclaran, les presento algunos comentarios para ayudarles a identificar, tal vez, el auténtico dilema. Ruego que disculpen ciertas reiteraciones.

Resulta llamativa (por no decir irritante) la generosidad con la que los gobiernos europeos concurrieron en auxilio de la banca, y la astringencia (por no decir miserabilidad) con que tratan de cuadrar las finanzas públicas, para satisfacer las "calificaciones" crediticias de los mismos que provocaron el hecho de la causa.

Para los analfabetos funcionales y algunos amnésicos voluntarios, le dejo una frase que me viene a la mente al ver un comportamiento tan mendaz: "Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis. Si con ansia sin igual solicitáis su desdén, ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal?" (Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1696), poetisa mexicana).

Cuando la banca necesito del "relajamiento cuantitativo" tanto los analistas financieros más acreditados, como innumerables economistas telegénicos lanzados al estrellato, sin olvidar a diversos gurús mediáticos, prestigiosos académicos y premios nobel, así como todos los burócratas de organismos internacionales, vieron con buenos ojos el socorrismo ilimitado. Lo promovieron, lo apoyaron y lo aplaudieron (conviene recordarlo). La hemeroteca registra sus "deposiciones".

Se debe restablecer el sistema (sic)… Hay que tranquilizar a los mercados (sic)… Si se tiene que usar la máquina impresora de billetes se utiliza (sic)… Si hace falta tirar dinero desde un helicóptero se lanza (sic)… Si hay que monetizar la deuda se monetiza (sic)… Así, hasta descubrir que la inflación es "buena" (borrando con el codo lo escrito con la mano, y abjurando de los dogmas y paradigmas que tantas veces han impuesto -dolorosamente- a los países subdesarrollos).

Y en ello continúan… Basta ver el QE2 de la Fed (y los que vendrán).

Entonces, ¿por qué tamaño ejercicio de hipocresía? ¿Por qué hay dinero para la banca (que para más inri no ha mostrado ningún tipo de arrepentimiento, ni pedido perdón, ni manifestado propósito de enmienda) y no para los gobiernos?

¿Qué diferencia hay entre el déficit público provocado para salvar a la banca y el déficit público causado para mantener las fuentes de trabajo, la educación, la sanidad o el sistema de protección social? ¿Qué hay de malo en seguir teniendo grandes déficits presupuestarios hasta que esté bien restablecida la recuperación económica? ¿Por qué hay tanto apuro en cerrar el grifo del gasto público cuando antes se fue tan generoso (en montos y plazos) a la hora de socializar las pérdidas de la banca? ¿Qué mejor empleo del dinero del contribuyente que cuando se gasta en beneficio del contribuyente? ¿Crea más valor el incremento de un punto de rentabilidad bancaria que la disminución de un punto en el índice de desempleo?

Hay comportamientos siniestros (¿robos legales?) que sólo pueden calificarse como "ofensas a la inteligencia" del ciudadano. El BCE no puede comprar directamente deuda pública de los países miembros, por lo cual descuenta "deuda tóxica" de los bancos europeos al 1%, para que esos bancos suscriban deuda pública al 4%. Un negocio "redondo" para los bancos (ganan un 3%, sin cortarse un pelo) y "ruinoso" para los países europeos (pagan un 3% de más, para satisfacer el comportamiento prevaricador del BCE y beneficiar a la banca por la puerta de atrás, que de eso se trata). ¿Por qué continuar dando dinero a los bancos para que sigan haciendo negocios con una deuda pública, que ellos mismos han causado?

Otra actitud desconcertante del BCE: Si este banco central de bancos centrales europeos emitiera deuda soberana con toda seguridad tendría una calificación de triple A, con lo que la tasa de interés y el costo de los seguros de impago bajarían sustancialmente (en comparación con el costo de capital existente para los países europeos periféricos). Probablemente la demanda de esos bonos tendría un mercado internacional al nivel de la deuda estadounidense, inglesa o japonesa. ¿Por qué no lo hace? ¿Miedos de Alemania? ¿No pisar el terreno de EEUU y RU (la batalla de la triple A)? ¿Complejo de inferioridad? ¿Problemas de inseguridad e inmadurez? ¿Burocracia mansa, "aculada en tablas"? ¿Estulticia manifiesta?

En el análisis de la crisis, es de lamentar que una de sus mayores consecuencias sea que mucha gente perdió su empleo sin haber tenido nada que ver con las conductas irresponsables que la generaron.

Aunque no se puede culpar a unos pocos de la crisis, sin dudas la responsabilidad principal está en los reguladores y en la clase política que permitieron que la burbuja continuara por creer que el sistema capitalista podía regularse a sí mismo y que el mercado podía ocuparse de casi todo.

Mientras continúan estimulando "el circo de la bolsa", el drama social del paro no remite, y el BCE se "ata las manos" para luchar contra la crisis. Aunque nadie tiene, con todo, los amplios márgenes que nunca tuvo.

El desconcierto de los europeos los inmoviliza. Por no repetir la historia (recuerdos de la hiperinflación en Alemania), están "suicidando" el futuro. El miedo paraliza.

Si los alemanes quieren recordar que recuerden a Friedrich List (uno de los economistas más destacados del siglo XIX, cuya principal aportación al pensamiento económico fue su planteamiento de una estrategia alternativa e integral para el desarrollo económico basada en una concepción diferente de la política de comercio exterior), y actúen en consonancia. La tierra no es plana.

Les dejo un par de párrafos de List para que intenten buscar alguna luz en las tinieblas (aunque el miedo los paralice, ni-nis, ninjas and so on, por favor piensen):

"en efecto, hemos conocido ejemplos de naciones que han perdido su independencia y hasta su existencia política, precisamente porque sus sistemas comerciales no sirvieron de estímulo al desarrollo y robustecimiento de su nacionalidad"…

"desafortunadamente los fundadores de esta doctrina peligrosa (el libre cambio), eran hombres de grandes mentes, cuyos talentos les permitieron dar a sus "castillos en el aires" la apariencia de construcciones fuertes y bien fundadas"…

List consideraba que entre la economía cosmopolita (globalizada) y la economía egoísta del individuo debe situarse la economía nacional. Esto, para empezar…

– La revolución reaccionaria francesa (Project Syndicate – 26/10/10)

(Por Dominique Moisi) Lectura recomendada

París.- La expresión "la excepción francesa" no sólo se aplica a los asuntos culinarios, sino también a las cuestiones sociales y económicas. Una mayoría de los franceses actuales reconoce que es necesario aumentar la edad de la jubilación para velar por la supervivencia del sistema de pensiones. Sin embargo, según todas las encuestas de opinión, casi el 70 por ciento de los franceses apoya a los manifestantes que están saliendo a las calles para bloquear las modestísimas reformas introducidas por el gobierno del Presidente Nicolas Sarkozy.

"La excepción francesa" es el producto de un encuentro entre una historia política e intelectual peculiar y el rechazo de las minorías que ocupan el poder actualmente. Para consternación de sus vecinos europeos y ante un público mundial desconcertado, los franceses están demostrando una vez más su extraña tradición de recurrir a medios revolucionarios para expresar inclinaciones conservadoras extremas.

A diferencia de sus predecesores de mayo de 1968, los manifestantes de hoy no están en las calles para defender un futuro diferente y mejor. Han salido en gran número para proteger el status quo y expresar su nostalgia por el pasado y su miedo al futuro.

Y, sin embargo, el reaccionario movimiento revolucionario del tipo que estamos presenciando -una reacción violenta contra las consecuencias inevitables de la mundialización- sigue siendo inconfundiblemente francés. Lo impulsa el extremo racionalismo cartesiano, rayano en el absurdo, de un país cuyos ciudadanos siguen viendo al Estado en cierto modo como los adolescentes ven a sus padres.

De hecho, ver a estudiantes de bachillerato expresar su hostilidad al ligero aumento en la edad de jubilación previsto por Sarkozy resulta particularmente revelador. Parecen confirmar la "sabiduría" de una estudiante china que recientemente describió su plan de vida a una revista americana: "Comenzaré con una buena universidad americana para reforzar mi instrucción, luego trabajaré en China y me haré rica y después, cuando me jubile, me iré a Europa para disfrutar de la vida". Si se va a Francia, puede vivir en un lugar ideal para disfrutar del presente, no para construir un futuro.

Los que protestan saben que lo que piden en las calles hoy -el mantenimiento de lo que tienen- carece totalmente de realismo. Sin embargo, les parece totalmente legítimo seguir así. ¿Y si lo que de verdad está mostrando Francia al mundo es en qué consiste la "buena vida": no en formar parte de una "gran nación" con bomba nuclear y un puesto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, sino en ser una "nación feliz", cuyos ciudadanos saben vivir bien y quieren disfrutar de una larga "segunda vida" después de la jubilación?

Desde ese punto de vista, Francia vuelve a ser, una vez más, la punta de lanza de una nueva Revolución Europea: una revolución no basada en los principios de "Liberté, Égalité, Fraternité", sino en el principio de placer. Esa clase de franceses quieren encabezar a los europeos en su intento de pasar a ser un museo de la buena vida y centrarse en el turismo. ¡Francia debe ser el modelo de una opción substitutoria!

Pero esa visión irónica de la Francia actual es demasiado simplista o romántica y no comprende la combinación de miedo y descontento social que resulta visible ahora en el actual maelstrom francés. En su afanosa búsqueda de satisfacción los franceses expresan un profundo malestar existencial. Parecen estar preguntándose: "Puesto que ya no podemos ser grandes, porque otros nos han superado, ¿podemos ser simplemente felices?"

Pero su oposición al cambio refleja no solo cierta negación de la realidad. Corresponde también a una refutación del hombre que encara para ellos todo lo que rechazan. De hecho, la impopularidad personal de Sarkozy desempeña un papel importante en la persistente fuerza de la oposición antirreforma. ¿Cómo puede un hombre que representa a las "grandes empresas" o que simplemente parece fascinado por el dinero atreverse a pedirles que se sacrifiquen por Francia? Hoy día, la pasión francesa por la igualdad supera con mucho la pasión francesa por la libertad, por lo que amenaza a la prosperidad francesa.

Se utiliza el destino de quienes empezaron a trabajar a muy temprana edad o de las mujeres que dejaron el trabajo para criar a sus hijos como argumento contra la reforma, pero se trata de una mera coartada que permite a los franceses afirmar que, aunque nada tienen en principio contra la reforma, la propuesta está cargada de injusticia.

El resultado es difícil de predecir. La lucha de voluntades entre Sarkozy y la calle sigue aún sin zanjar. Si yo tuviera que apostar, sería a que el Gobierno acabará ganando esta batalla, pero no es probable que Sarkozy obtenga un beneficio a largo plazo de su modesto éxito y la batalla por la reelección se le hará muy cuesta arriba.

Los franceses no han elegido aún entre defender el viejo mundo y afrontar los desafíos de un mundo mundializado. Su propia vacilación es motivo de perplejidad para la mayoría y de admiración para unos pocos. Francamente, resulta más fácil explicar su comportamiento que entenderlo.

(Dominique Moisi es el autor de The Geopolitics of Emotion ("La geopolítca de la emoción"). Copyright: Project Syndicate, 2010)

– Un Estado social lleno de agujeros (El País – 30/10/10) Lectura recomendada

Los franceses esperan mucho de lo público y se revuelven contra los recortes – Los consensos republicanos se agrietan – ¿Un modelo sostenible?

(Por Joaquín Prieto)

Antes de que entre en vigor la reforma de las pensiones forzada por el Gobierno de Nicolas Sarkozy, la Seguridad Social francesa gasta en jubilaciones el equivalente al 12,5% del PIB, casi cuatro puntos más que en España. Con grandes diferencias entre hombres y mujeres, por cierto: según un estudio del Instituto de Estadística francés (de hace cinco años), la pensión media de los hombres, 1.603 euros al mes, supera a los 1.027 de las mujeres, como consecuencia de la desigualdad de salarios cuando estaban en activo.

En conjunto, Francia no es el mejor país para jubilarse (Holanda o Dinamarca son más generosos), pero sí uno de los buenos. El Estado reembolsa al ciudadano gran parte de los gastos sanitarios (los dentales incluidos), paga ayudas familiares en función del número de hijos (que cobran hasta que son mayores de edad), subvenciona el alojamiento a los que perciben ingresos bajos, ayuda al padre o madre que deja de trabajar para encargarse de los hijos (varios años), da apoyo económico en caso de dependencia. Y cuando se jubila, en general antes que en los países de su entorno, le queda una veintena larga de años por delante (de media), para vivir con pensiones decentes.

Es el modelo social. El conjunto de derechos que el poder público ha ido reconociendo a una sociedad que espera mucho del Estado, y que tiene organizada una burocracia muy fuerte para gestionarlo. Funcionan varias decenas de organismos solo para las pensiones, pero eso no es nada en relación con el elevado número de personas que mantienen la solidez de un aparato tan centralizado: unos cinco millones, si a los empleados públicos se suman los de entidades locales y de la Seguridad Social. Uno de cada cinco franceses en activo trabaja para el sector público. Pero el Estado ya no es aquel que nacionalizaba o garantizaba más derechos: una de sus funciones capitales consiste ahora en pedir dinero prestado.

Porque desde 1980, la deuda soberana se ha multiplicado por cinco. El sistema de pensiones está en déficit. El número de parados roza los cuatro millones (casi como en España, aunque aquí pesan más por la menor población). La suma de ingresos fiscales y cotizaciones sociales representa el 45% del PIB, mientras los gastos equivalen al 55%; la diferencia es el déficit público que soporta el país, 173.000 millones de euros, casi cuatro veces más que en 2007.

"¡Qué viene el lobo!", gritan bastantes expertos. Como el economista Jacques Attali, ex consejero de François Mitterrand y actual asesor de Sarkozy, quien describe un panorama dantesco en publicaciones e informes al jefe del Estado. A partir de 2015 faltarán decenas de miles de millones cada año para poder pagar las pensiones y los gastos sanitarios, y otro tanto para abonar los intereses del endeudamiento. Si la deuda soberana de Francia, que ya es del 80% del PIB, continúa a este ritmo, alcanzará el 130% en 10 años y el 200% en 20. Si no se frena inmediatamente, "el próximo presidente de la República no podrá hacer otra cosa, durante todo su mandato, que conducir una política de austeridad o declarar una moratoria en el pago de la deuda", advierte este apóstol del apocalipsis.

El miedo a la credibilidad financiera del Estado en los mercados y a la opinión de las agencias de calificación de deuda probablemente ha pesado mucho en la tajante actitud de Sarkozy, que ha escogido las pensiones como terreno en el que dar un palmetazo. Por razones no muy diferentes de las que hicieron caerse del caballo a José Luis Rodríguez Zapatero, en mayo pasado, respecto al gasto público y la reforma laboral. Con toda su secuela de damnificados y de incertidumbres para el futuro. Un par de años de retraso en la edad de jubilación (de 60 a 62 para tener derecho a pensión, de 65 a 67 para cobrar el máximo) no parece terrible, visto desde países en los que predominan los 65 como edad legal (con previsiones de alargarla a los 66 o 67). Pero beneficiarse de la pensión plena exigirá 41,5 años cotizados (aunque haya excepciones: policías, bomberos y otras profesiones duras). Una persona que entre en el mercado laboral a los 25 años, muy normal en el caso de universitarios, no habrá cotizado lo suficiente hasta que cumpla los 66 (dos más que hasta la fecha). Y existen amplias dudas de que pueda trabajar tanto tiempo: más de la mitad de los que ahora se retiran a los 60 se encuentran en paro o inactivos.

El miedo al futuro se debe a que la economía francesa crece poco y no crea empleo. Los que se oponen a la reforma de las pensiones aducen que reducir los déficits de las cajas de pensiones va a incrementar los del seguro de paro; eso, si no hay rebaja de las cuantías de las pensiones. "La gente no va a trabajar más tiempo porque se alargue la edad de jubilación. La gente se jubila habiendo cotizado de media 37 años y medio, y todavía menos si se trata de mujeres", sostiene Jacques Généraux, uno de los pocos economistas que han defendido el mantenimiento de la regla de los 60 años.

La ruptura de los consensos republicanos está ahí. En numerosos foros de Internet se sostiene que los asalariados con menos ingresos corren el riesgo de quedarse descolgados si Sarkozy consigue doblegar la "solidaridad nacional" y favorecer la expansión de fondos de pensiones privados, que todavía tienen una presencia simbólica. El presidente no ha dicho nada sobre esto, pero ya sospechan de él. "En el momento en que el sistema capitalista muestra sus contradicciones, ¿por qué motivo hay que llamarle para encontrar una solución con la que perennizar el sistema de pensiones?", se pregunta Marck Blondel, ex secretario general del sindicato Force Ouvrière (FO).

Varios sondeos han mostrado el apoyo de la mayoría (en torno al 70%) a las protestas contra el retraso de la edad de jubilación. Y al tiempo, una mayoría comprende también que el futuro de las pensiones está en peligro y hay que reformarlas. Esa mayoría desconfía de Sarkozy, porque le acusa de descargar los esfuerzos sobre las espaldas de los ciudadanos del común, mientras protege a los grandes empresarios y directivos.

Francia es un país donde todo se debate -en general, con seriedad-, y las desigualdades sociales son la madre de todas las discusiones. "Desde hace 10 años, la riqueza de los más ricos ha explotado, literalmente, mientras los ingresos medios se estancaban", escribe Denis Olivennes, director del semanario Le Nouvel Observateur. Una de las informaciones a las que se presta mayor atención es la evolución de la fortuna de los más ricos y lo que cobran los altos directivos. Según datos recientes de la revista Challenges, la familia de Lilian Bettencourt, número uno mundial de los cosméticos (L" Oréal), ha pasado de una fortuna de 10.073 millones el año pasado a 14.449 millones en 2010; esta empresaria lleva varios meses en candelero por las vinculaciones que mantuvo con la esposa del ministro de Trabajo, Eric Woerth, responsable del proyecto de reforma de las pensiones. Por cierto, Bettencourt es solo la tercera fortuna de Francia. El número uno mundial del lujo, Bernard Arnault, ha atravesado estupendamente la crisis y ahora su fortuna, estimada en 14.584 millones de euros en 2009, aumenta hasta los 22.760 millones. Se ha instalado la idea de que una minoría aumenta espectacularmente su patrimonio, mientras las cajas del Estado se vacían y escasean los fondos para la protección social.

El problema no es solo que falte consenso. La cuestión es que la militancia sindical no reúne más allá del 8% de los trabajadores, y que el Gobierno se ha negado a negociar esta reforma. Pero los partidos de izquierda tampoco se benefician apenas del desgaste de Sarkozy, según los sondeos. Uno de los miembros destacados del partido socialista y a la vez director del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn, desconcertó a los suyos con una declaración televisada en la que invitó a sus compatriotas a no hacer "un dogma" del derecho a jubilarse con 60 años. "Es bastante evidente en muchos países que si se envejece más tiempo, hay que trabajar más tiempo". Matizó en seguida que hace falta distinguir entre trabajos penosos, carreras largas y otros casos excepcionales, pero remató: "El mundo cambia muy deprisa y vivimos en la globalización, que tiene ventajas e inconvenientes, pero es la realidad. Hay que tenerlo en cuenta".

Tras el diálogo de sordos, los duros enfrentamientos callejeros de las últimas semanas ayudarán poco a restablecer la cultura del pacto. Que se hayan bloqueado 400 de los 4.300 centros de enseñanza media ha sido una de las pequeñas sorpresas de este movimiento. Pero lo importante es cómo se van a conseguir recursos para sostener tantos servicios como los que presta el Estado francés, en época de corto crecimiento económico.

Y en ese contexto, el aumento de la esperanza de vida es un gran logro; y a la vez, financiar jubilaciones largas es un gran desafío.

– La crisis del modelo francés (El País – 30/10/10) Lectura recomendada

(Por Raymond Torres)

No dejan de sorprender las protestas sociales que se han producido últimamente en Francia con motivo de la reforma de las pensiones. En ningún otro país desarrollado, salvo Grecia, el descontento se ha expresado en la calle de forma tan masiva. Los manifestantes se oponen al retraso de la edad de jubilación hasta los 62 años (67 para los que no han cotizado lo suficiente). En otros países, este tipo de reformas -a menudo más ambiciosas- fueron consensuadas o se realizaron sin oposición significativa.

En realidad el descontento traduce el pesimismo de muchos franceses con respecto a su futuro. El modelo social, basado en la doble promesa de prosperidad económica e igualdad de oportunidades bajo el ala protectora del Estado, está en crisis. Un 35% de las personas en edad de trabajar no tienen empleo -sobre todo jóvenes y mayores de 50 años-, muy por encima de Alemania y la media de los países desarrollados. Como consecuencia, el gasto social es uno de los más altos del mundo: representa un 28% del PIB, tres puntos por encima de Alemania, y casi 10 por encima de la media de los países desarrollados. Pese a ello, los índices de pobreza han aumentado para algunas categorías como los jóvenes sin empleo. Más grave aún, la igualdad de oportunidades se está convirtiendo en un mito. En los suburbios de las grandes ciudades, el sistema escolar se ha deteriorado. Francia figura lejos del pelotón de cabeza en los test internacionales de nivel educativo de los quinceañeros. Más de 120.000 jóvenes salen cada año del sistema escolar sin titulación ni cualificación adaptada a las exigencias del mundo laboral. Las posibilidades de movilidad social entre las clases populares se han visto gravemente afectadas por estas tendencias, mientras que las clases medias temen por su empleo y el futuro de sus hijos.

Probablemente no haya otra sociedad más sensible a las "injusticias sociales" que la francesa. Por ello no deja de preocupar que la percepción de injusticia se haya agudizado con la crisis financiera de 2008. Las remuneraciones de los directivos de los bancos chocan con la responsabilidad del sector en la crisis. Y la introducción por el Gobierno del presidente Sarkozy de un tope al impuesto sobre la renta se ha percibido como una decisión injusta. Fue ese el contexto en el que surgió la reforma de las pensiones.

La crisis del modelo francés se debe sobre todo a lo difícil que resulta reformarlo. Se espera demasiado del Estado, y este a su vez tiende a tomar decisiones de forma centralizada, lo cual explica la repetición de manifestaciones contra los gobiernos sucesivos. Algo que no tiene sentido en países más descentralizados o con diálogo social fluido.

Es urgente mejorar la capacidad del modelo para reformarse. La globalización exige una adaptación constante a un entorno más competitivo. La sociedad francesa es más heterogénea: inmigración, crecimiento exponencial de familias monoparentales, etcétera. Y por supuesto el envejecimiento también exige modificaciones del modelo.

Hasta ahora, la economía francesa no se ha visto afectada por esta situación. Antes de la crisis, el crecimiento de la economía gala se acercaba a la media europea, y superaba al de la economía alemana. Francia cuenta con algunos sectores muy competitivos y es el segundo país que recibe más inversión directa internacional. Pero evidentemente las perspectivas económicas pueden cambiar. En principio, el modelo francés de prosperidad y equidad mantiene su plena vigencia. La clave para salvarlo está en mejorar su capacidad de reformarse mediante una mayor descentralización, así como la implicación y responsabilización de los actores sociales.

(Raymond Torres es director del Instituto Internacional de Estudios Laborales de la OIT)

– Los franceses y el trabajo (La Vanguardia1/11/10) Lectura recomendada

(Por Lluís Uría)

"¡Aquí nadie quiere trabajar, pero todo el mundo exige buenos sueldos!", trona Ben, tunecino de origen y francés de adopción que explota un puesto de frutas y verduras en la banlieue parisiense. Durante dos semanas, Ben ha tenido que aguzar el ingenio para obtener gasoil antes de dirigirse, de madrugada, a cargar el furgón al mercado central de Rungis. Otros compañeros de penurias, igualmente acostumbrados a levantarse de noche cerrada y a bregar durante largas jornadas de trabajo para sacar adelante su negocio, tienen exactamente la misma opinión. Como Dominique, el pescadero: "Los franceses somos unos holgazanes, no nos gusta el trabajo", zanja, mientras dirige una mirada implorante hacia el cielo. Un poco más allá, Xavier, el peluquero, un bretón dotado de una afinada ironía, abunda en el mismo diagnóstico. "Los franceses estamos demasiado mimados, ése es el problema", sostiene, mientras añade una punzante observación: "Los que han salido a la calle y se han puesto en huelga son los que tienen el empleo asegurado y sólo trabajan 35 horas, los que tienen ya todos los privilegios…". Dos Francias se han recortado frente a frente en el conflicto de las pensiones. Una de ellas a voz en grito. La otra en silencio. La opinión pública nunca es monolítica…

Que los pequeños comerciantes critiquen la agitación sindical y censuren las huelgas no es una sorpresa para nadie, está -por así decirlo- en el orden de las cosas. Del mismo modo que resulta totalmente comprensible, además de legítimo, que los trabajadores protesten contra el retroceso que representa -por necesaria e irremediable que sea la medida- ver retrasada la edad legal de jubilación de 60 a 62 años. Sin embargo, en muchos otros países europeos -España o el Reino Unido, sin ir más lejos- se están llevando a cabo recortes mucho más duros sin que el país amenace con una revuelta. ¿Por qué, pues, en Francia la contestación ha adquirido tal dimensión, tal ferocidad?

La protesta que en las últimas semanas ha inundado las calles de las principales ciudades francesas ha tenido múltiples facetas. No todo el mundo ha salido a manifestarse por los mismos motivos. Aunque el tronco central del descontento ha sido básicamente el mismo: el rechazo a la figura de Nicolas Sarkozy y a su política. "Si el presidente es impopular, toda reforma que promueva lo será también, haga lo que haga", explicaba recientemente el politólogo Nicolas Tenzer. La reforma de las pensiones, percibida como un recorte intolerable del Estado del Bienestar, no podía generar sino una amplia oposición en Francia, un país apegado a sus conquistas sociales, en el que la desconfianza hacia las élites está fuertemente arraigada y donde la popularidad del presidente está bajo cero. La reforma ha sido vista como la gota que colma el vaso de las injusticias. Sarkozy ha hecho demasiados favores a los poderosos -el llamado "escudo fiscal" sólo ha beneficiado a los multimillonarios- como para que le sean admitidos ahora sacrificios por parte de los trabajadores. Ese doble rasero se paga.

Los errores de Sarkozy, sin embargo, no lo explican todo. El conflicto de las pensiones ha sido, también, la última erupción de un malestar de fondo, un magma espeso nutrido de desconcierto y miedo. Profundamente inquietos -y refractarios- al inestable mundo de la globalización, los franceses se han atrincherado desde hace unos años en una actitud conservadora, amarrándose desesperadamente al ideal de los buenos viejos tiempos como si todavía vivieran en los "treinta gloriosos" y reclamando del Estado -ese padre todopoderoso, lastrado por una deuda abisal- que mantenga su manto protector aún a costa de llevarlo a la ruina. Esto no ha sido Mayo del 68, ni siquiera una vaga sombra. Quienes han salido a la calle no soñaban con la revolución, sólo defendían el statu quo. La sociedad francesa parece hoy una distinguida familia venida a menos, ensimismada en el recuerdo de su fortuna, que se resiste a ver que ya no puede pagarse el lujo de tener servicio.

La crisis económica no ha creado el problema, pero lo ha agravado y lo ha mostrado con particular crudeza. El Gobierno sabe desde hace tiempo que, con una deuda colosal de 1,5 billones de euros -cuyos intereses se comen todo lo que se ingresa en concepto de IRPF-, la situación es insostenible. "Estoy al frente de un Estado en bancarrota", dijo François Fillon nada más asumir el cargo de primer ministro en 2007. Y no porque sí. La oposición también lo sabe. Los socialistas, que han ido clamando por las calles "¡injusticia!" ante la reforma de Sarkozy, son sin embargo los primeros en admitir entre dientes que la salvación del deficitario sistema de pensiones francés, atacado en su corazón por el aumento de la esperanza de vida y el envejecimiento de la población, pasa necesariamente por cotizar más años y jubilarse más tarde. Lo han dicho insignes figuras como Dominique Strauss-Kahn -director del FMI-, el ex primer ministro Michel Rocard y la propia primera secretaria del PS, Martine Aubry, quien tuvo la audacia, o la temeridad, de declarar lo que realmente pensaba en una entrevista de televisión antes de verse obligada a rectificar por la dirección de su partido. Pero decir la verdad no es políticamente muy rentable, salir con la pancarta lo es mucho más…

El conflicto de las pensiones ha puesto también de relieve, ¿por qué no decirlo?, la difícil relación que los franceses mantienen con el trabajo. "Somos la generación sacrificada", "Vamos a estar trabajando hasta que tengamos un pié en la tumba"… ¡El apocalipsis! Estos días había que hacer un esfuerzo para no sonreír -o sonrojarse- ante el dramatismo desaforado de algunos argumentos. La mera idea de jubilarse a los 62 años -una bicoca, comparado con el resto de Europa, donde se va a pasar de 65 a 66 o 67- ha provocado en Francia un seísmo emocional difícil de comprender allende sus fronteras. Para muchos franceses, el trabajo ha dejado de ser una vía de realización personal para devenir una condena. Alargarla dos años les parece, pues, insoportable.

La punta de lanza del movimiento de protesta, el grueso de los manifestantes y los huelguistas ha estado integrado por los funcionarios y los empleados del poderoso sector público, secundados intermitentemente por una parte de asalariados de grandes grupos privados. Se trata, en gran medida, de trabajadores al abrigo del paro, cuyo empleo está -al menos, lo ha estado hasta ahora- garantizado por el Estado, y acogidos a la semana laboral de 35 horas. Acostumbrados por tanto a disfrutar de una cantidad envidiable de vacaciones y días libres al año… No todos los trabajadores franceses tienen derecho a las 35 horas. Los comerciantes, los titulares de pequeños negocios, los trabajadores por cuenta propia y los empleados de las pequeñas empresas -de menos de veinte asalariados-, están fuera del sistema. Pero aún y así, los otros son mayoría.

Partes: 1, 2, 3, 4
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