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Inmigración a la Argentina 1830-1950 (página 7)


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Varios

EL VIAJERO DE AGARTHA, por Abel Posse. México, Editorial Norma, 1989.

El viajero de Agartha (), de Abel Posse, fue distinguida con el Premio Internacional de Novela Novedades y Diana 1988-1989 en México. Transcribimos un resumen de su argumento: "En 1943, cuando el curso de la Segunda Guerra Mundial se vuelve contra Alemania, Hitler ordena a un oficial de su confianza emprender una importante misión secreta. Deberá iniciar un viaje solitario a través de Asia Central con el objetivo de descubrir, en algún lugar oculto de la India o del Tibet, la mítica Agartha, Ciudad de los Poderes. Irá con la falsa identidad de un arqueólogo británico ejecutado por la Gestapo. Esta aventura a través de la geografía exótica se va transformando en un viaje hacia el universo esotérico de las mitologías paganas, en las que el nazismo fundamentó su ‘Teología de la violencia’. Retomando el tema de Los demonios ocultos, esta gran novela de Abel Posse es, en definitiva, una metáfora reveladora del fracaso de la ideología nazi" ().

En la nota que abre el volumen, Posse se refiere a los nazis y a la forma en que surgió esta novela: "Conocí algunos nazis refugiados en la Argentina de mis años de estudiante. Desde entonces se instaló en mí la pregunta: ¿Qué convicción oculta, inexplicable, llevó a estos hombres a optar por la muerte, el sacrificio sangriento y la autodestrucción individual y nacional? ¿Qué fuerza secreta los hizo saltar del previsible surco de la burguesía alemana y de su encomiable cultura? Sin duda un dios tan sediento de sangre como el dios de los mexicas tuvo que haberlos impulsado. Este texto nació en torno de aquella pregunta. El tema, todavía hoy, ha sido escamoteado con entusiasmo por los autores alemanes, pero está ligado a la esencia del autoritarismo y de la locura de este siglo que expira. Es por lo tanto un tema universal, un tema profundamente americano".

El protagonista de la novela es Walther Werner, graduado en lenguas orientales y arqueología, teniente coronel de las fuerzas especiales nazis, quien se define como "el mensaje de salvación arrojado al mar enfurecido". "Soy un SS –afirma-: mi primer mandato es matar o morir matando esa sucia rémora hija de una cultura pestilente y sentimental: la nostalgia, la roñosa humanidad y su engendro bastardo, el mentado ‘humanismo’ ".

Es justamente esa postura ante la vida la que hace que se desvincule del hijo que tuvo con una española, que apareció muerta en Burgos "cuando entraron las fuerzas vencedoras de Franco". Sin embargo, el pensamiento en el niño aparece con persistencia y motiva la carta que le escribe en Singapur en 1943. "No puedo imaginar ya su rostro –afirma-. Le faltan los años necesarios para comprender el sentido de mis líneas y en especial las causas que me obligaron a abandonarlo".

Aunque quiera convencerse, no es tan indiferente a la paternidad como él desearía: "Tuve el acoso de la imagen, absolutamente imaginaria de mi hijo lejano. Curiosamente, al no conocerlo ni tener fotografías de él, fui creando un ser con facciones casi precisas, hasta con gestos individuales y un cierto tono de voz que no comprendo".

Recuerda el momento en el que, en Madrid, cortó el débil lazo que lo unía al niño: "Un hijo puede provocar una extraña ternura cuando se lo alza y se oye su risa inocente y feliz. Pero me era indispensable extrañarme de él y de su madre. (…) Como había dicho Bullmann, un SS no tiene familia, ni origen, ni otra consecuencia que el desafío de construir un mundo nuevo. (…) ¿Cómo renunciar a todo y quedarme junto a mi hijo? El mito era ya más fuerte que la realidad".

Entonces aparecen las referencias a la Argentina, país en el que se cría el pequeño, lejos de su padre: "Es un ser lejano que repite mi sangre. Nada sabe de mí. Crece en una ciudad periférica como al margen de la historia, Buenos Aires. (Estas palabras me suenan a paz, a tierras vacías y aventadas)". Repite, sin convencerse, los principios que lo privaron de este niño que "Crece en Argentina. En Buenos Aires. Allí crece olvidado el hijo de mi sangre, de mi ‘etapa meramente humana’ (…) Cuesta liberarse de las trampas con las que nos castra el judeocristianismo: vivir cargando a la espalda un gran crimen innominable. La Culpa. Sobrevive en mí ese repudiable otro".

Pero la moral es más fuerte que el adoctrinamiento, afortunadamente, y lo obliga a imaginar una ciudad de la que poco sabe: "¿Cómo sería esa ciudad de Buenos Aires? Tengo referencias vagas, fotos vistas en un álbum de turismo. Imagino una ciudad de casas bajas, calles muy quietas, con avenidas largas y monótonas como las de ciertos barrios de Londres. Es un pueblo bastardo, pero casi blanco y amigo de Alemania". Una vez más, el racismo hace su nefasta aparición.

"Albert, Alberto, mi hijo. Ahora corre por esas calles abiertas donde suenan guitarras lejanas. Gute winde, Buenos Aires". La pena sobrecoge a este hombre aparentemente tan duro, que muere sin ver a su hijo, y lo reencuentra más de treinta años después, cuando Albert –el periodista Alberto Werner Lorca- recibe en París el libro de notas de su padre, circunstancia en la que "Detrás del horror de la historia y de la atrocidad de la ideología, sin embargo, encontró las vibraciones del alma de ese padre al que nunca conoció".

En Singapur, un hombre imagina la Argentina. En Buenos Aires, un hijo imagina a su padre. Esta es otra de las facetas del exilio, que encuentra en Posse una voz empeñada en evocarlo".

MIS DOS ABUELAS. 100 AñOS DE HISTORIAS, por Nora Ayala. Buenos Aires, Vinciguerra.

Nora Ayala evoca en Mis dos abuelas. 100 años de historias las vidas de Gerònima, su abuela criolla que vivìa en Misiones, y la de Christina, su abuela alemana que se estableciò en Trelew.

Christina es una mujer con estudio que viaja a la Argentina contratada como ama de llaves en casa de un director de un banco de su paìs. Ya en Adroguè, provincia de Buenos Aires, conoce a un italiano con el que se casa. Habiendo nacido los hijos, el hombre decide que lo mejor es volver a su tierra, para vivir de rentas. No imaginaba que, para ello, deberìa dejar aquì a una de sus hijas, que no pudo embarcar a causa de una enfermedad. Cuando el hombre, dos años despuès, vuelve temporariamente a la Argentina, no es a la niña a quien lleva a Italia -como le habìa pedido su esposa-, sino al padre, deseoso de ver su pueblo. Se avecina la guerra y el italiano hace oìdos sordos a su mujer, quien insiste en que deben regresar, quien inisite en que deben regresar, aprovechando que los hijos –salvo la menor- son argentinos.

Finalmente vuelve Christina, sin marido y con algunos de los hijos, ya que otros quedan trabajando y uno està preso por haberle pegado a un superior, durante una estadìa forzada en la milicia. Comienza entonces una vida nueva para la alemana, quien, utiliozando los conocimientos que traìa de su tierra, ademàs de su ingenio y esfuerzo, pone un negocio que prospera y se sobrepone a las dificultades.

Si la abuela criolla era sobrebia y dominante, la alemana –con un caràcter tan fuerte como el de su consuegra- era afable y comprensiva: "cada una en su tribu gozò de respeto y predicamento. En el caso de Christina, ademàs, de cariño; en el de Gerònima del Rosario, por què no, de temor".

Ayala narra en què circunstancias llegò a la Argentina su abuela, en 1891: "Un aviso en el Bremer Zeitung en el que se solicitaba una ama de llaves dispuesta a viajar a Buenos Aires, la habìa conectado con herr Jantzen y su esposa, que irìan a instalarse en un remoto paìs sudamericano llamado Argentina. El caballero iba como gerente del Deutsche Transatlantik Bank y lo acompañaban su esposa y sus tres pequeños hijos".

Se despide de su familia y de su tierra, a la que tardarìa años en regresar: "El puerto de Bremen se iba empequeñeciendo en la lejanìa mientras Christina, con los ojos llenos de làgrimas, abrazaba fuertemente la estatuita del Bremer-Staedt-Musikanten que su padre le habìa regalado al despedirse. Ya no se veìan las figuras de herr Peter con Lina, Ana y Johan, agitando los pañuelos".

Otros alemanes tambièn viajaban hacia ese paìs desconocido. El ingeniero Walter Rathhof, afincado en el litoral, recuerda: " ‘¿Còmo vine a parar acà? Hace tres meses ni sabìa que existìa este lugar. ¡Misiones!’ Apenas si habìa visto el nombre de Argentina en el mapa. En Alemania no conocìa a nadie que hubiera andado por esta parte del mundo, pero bastò una propuesta para dejar la familia, el empleo seguro, la patria, los amigos, por la aventura. (…) Allà era un ingeniero màs, sin mucha experiencia entre tantos otros, en cambio acà estaba todo por hacer ¡Y justo puentes! Si hubiera sabido que alguna vez tendrìa que hacer puentes, tan lejos y sin poder consultar con nadie, hubiera prestado màs atenciòn a aquel viejo profesor que siempre hablaba de los de la India y de la China. Despuès de todo, los que tendrìa que hacer acà tendrìan màs en comùn con esos que con los prolijos puentes de hierro que diseñaba en la facultad. Ademàs, habìa que hacer todo desde el principio, ni siquiera las mensuras estaban y los lugareños medìan las distancias en tiempo: dos dìas de barco, un dìa de a caballo".

Para comunicarse en la nueva tierra, debìa aprender el idioma: "Tres meses estudiando español. Por suerte en el viaje habìa un valenciano que le sirviò de involuntario profesor y lo llamaba ‘el alemàn del diccionario’. Pero lo importante era que se hacìa entender y comprendìa bastante. Y a la fuerza, porque hasta ahora no habìa encontrado a nadie que hablara alemàn".

En Italia tambièn se hablaba de la posibilidad de emigrar: "El tìo de Luigi habìa estado en Amèrica, donde habìa muchos italianos, todos ricos, por lo menos para los paràmetros del paese y cuando volvìa a Bagnasco entre un viaje y otro, encantaba a amigos y parientes con los relatos de esos mundos lejanos y maravillosos. La vida de los contadini era penosa y se trabajaba de lunes a lunes, sin ninguna esperanza de cambio, solamente para comer".

Pero la lejanìa se hace sentir en quienes dejaron la penìnsula: "¡Bagnasco! Nunca hubiera creìdo que extrañarìa tanto ese pueblo contra el que tanto habìa despotricado, las tardes con Franco y Luigi mojando los anzuelos en el Tanaro mientras soñaban con tierras lejanas, aventuras, ciudades, fortunas".

Los criollos eran prejuiciosos con los inmigrantes: "Nosotros no vinimos a matarnos el hambre como los gringos, estuvimos siempre acà…", afirma la abuela Gerònima.

La discriminaciòn se evidencia al vender una propiedad en Misiones. La casa del Tata "fue comprada por una familia turca, aunque Gerònima hubiera preferido que no cayera en manos extranjeras, pero ellos fueron los que pagaron y no habìa nada que hacer". Al poco tiempo, comienza a correr el rumor de que los turcos habìan encontrado en el fondo de la casa un cofre lleno de monedas de oro; para esa època, los inmigrantes instalan una importante tienda. El prejuicio aparece nuevamente: "Teniendo en cuenta que los turcos que habìan llegado al paìs poco tiempo antes, si bien eran gente trabajadora y honesta (a pesar de ser extranjeros) no podìan tener dinero como para hacer semejante inversiòn, el rumor tenìa visos de realidad".

Los inmigrantes tambièn tenìan sus prejuicios. Dice una italiana, acerca de su hija: "Matilde, casada lamentablemente con un criollo". Otro italiano, referièndose al pretendiente de su hija, "dijo sin vueltas que los criollos eran todos haraganes y que no querìa a ninguno en su familia, con lo cual Samuel quedaba automàticamente excluido".

Un criollo era discriminado en el trabajo. Samuel estaba empleado en una empresa alemana: "al principio estuvo muy contento hasta que se dio cuenta de que los alemanes discriminaban a favor de los compatriotas en el momento de los ascensos".

La religiòn era otro de los motivos de discriminaciòn, esta vez entre una inmigrante italiana y su futura nuera, alemana: "La señora Irene era muy catòlica, de comuniòn diaria y colaboraba con el pàrroco en las labores sociales de Adroguè. El hecho de que Christina fuera protestante no contribuyò a facilitar las cosas".

Para muchos inmigrantes, la estadìa en Amèrica era temporaria: "No sabìa còmo habìa empezado a planear el viaje. Al principio habìa sido una idea sin forma: ver la casa de piedra donde habìa vivido su primer año de vida, visitar esos tìos y primos que no conocìa, ver el castillo del Conde de Bagnasco que le daba nombre al pueblo, que tantas maravillas debìa encerrar, aunque nadie de los Gemesio lo hubiera visto por dentro, gozar de ese clima seco y predecible, de ese aire puro que curarìa su asma, y lentamente, por què no, la idea de comprar una casa, la màs linda del pueblo y vivir allì con Christina y los hijos, respetado y envidiado por todo el peublo, sin trabajar, como rentista con el dinero que le mandaran de Argentina. La vida en Bagnasco era barata, bien podìa hacer realidad su sueño".

Pero a veces, para volver a Europa, tenìan que hacer sacrificios inmensos. Christina tuvo que dejar a su pequeña hija en la Argentina, cuando viajò a Italia con su marido y los demàs hijos. Al someterse a la revisaciòn indispensable para viajar, el mèdico dice: "¡Esta criatura tiene fiebre!- y le sacò la gorrita, y cuando vio los granos exclamò: -¡Esta niña no puede viajar!".

A pesar de la tremenda angustia de su madre, "quedò Elenita, que sòlo tenìa tres años, en brazos de la abuela Irene, mientras el Principessa Mafalda se alejaba de la costa, los pañuelos se agitaban en el puerto y Christina, a travès de las làgrimas veìa empequeñecerse las figuras familiares. Por primera vez mirò a su marido con rencor".

Ayala nos habla de los oficios que desempeñaban los inmigrantes de distintas nacionalidades. Christina fue ama de llaves, luego repostera y empresaria. Walter era ingeniero. Uno de los hijos de Gerònima era "asistido por una sirvienta gallega que estaba ahorrando hasta el ùltimo centavo para traer a su familia". Un inmigrante, carnicero, cuenta que "era soltero, que habìa nacido en Italia pero que habìa venido cuando era muy pequeño, que le gustaba la mùsica y la habìa invitado al Teatro Colòn".

Tambièn disfrutaban de la mùsica inmigrantes y criollos, en Misiones: "Por las noches, despuès de cenar, los martes y viernes en lo de Rathhof se hacìa mùsica. Venìa herr Engelsberg con su esposa y su violoncello y el señor Di Matteo con su violìn, Walter arrimaba su propio viloncello y rodeaban el piano de Zaida, dedicàndose a hacer mùsica durante un poco màs de una hora".

"La radio era el entretenimiento de muchos. Recuerda Nora: "Por fin llegò papà de vuelta de Sacanana, lleno de regalos y novedades: para mì un triciclo y para Chichìn una muñeca negra, y para todos la ùltima novedad de la ciencia que era una radio en forma de capilla, que no se oìa muy bien pero transmitìa mùsica con mucha descarga y estàtica y programas chilenos. Allì escuchamos la noticia de la muerte de Gardel, que entristeciò mucho a los mayores. Ñanquetrù no se podìa convencer de que no hubiera alguien, tal vez, enanitos, adentro dela radio, y aunque papà quiso explicarle lo delas ondas hertzianas, nadie lo pudo convencer de que no era gualicho".

. Las tradiciones culinarias de otros paìses son evocadas en esta obra. Por ejemplo, la comida de los oriundos de Bagnasco, vista por una alemana: "El almuerzo fue muy a la italiana, con comidas que nunca habìa probado pero que le encantaron: ravioli al tuco, carne a la cacerola y tutti frutti con sabayon de postre".

En estas pàginas està presente, asimismo, el recuerdo de la guerra, en la que un argentino se ve obligado a participar. Ya en Amèrica nuevamente, el joven, hijo de italiano y alemana, "Tenìa hàbitos realmente originales: festejaba su cumpleaños con los presos de la càrcel de Posadas, para lo cual preguntaba cuàntos eran y compraba igual nùmero de paquetes de cigarrillos, màs el suficiente helado como para que todos tuvieran uno bien grande. Decìa: -Es una promesa que hice cuando cumplì años en prisiòn durante la guerra. –Y lo cumpliò mientras viviò".

La historia de estas dos abuelas permite a Ayala realizar un cuadro costumbrista de una època de la Argentina, a la que evoca a travès de los relatos familiares y de su propia rememoraciòn.

CUANDO EL TIEMPO ERA OTRO Una historia de infancia en la pampa gringa, por Gladys Onega. Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, 1999.

Gladys Onega "es profesora de Filosofìa y Letras de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario. Fue maestra primaria, profesora secundaria, profesora universitaria de literatura argentina y dictò seminarios de crìtica en la facultad donde se graduò. En 1976 se fue del paìs y desde entonces hasta su retorno, en 1989, trabajò como editora en las ciudades de Washington y Mèxico. Mientras fue profesora en la Universidad escribiò numerosos artìculos de crìtica literaria y en 1960 un libro de ensayo llamado La inmigraciòn en la literatura argentina, siempre citado en los anàlisis de las ideas que subyacen en la literatura del perìodo inmigratorio argentino" (1).

En esa obra escribe: "El propòsito de este trabajo es analizar el reflejo del fenòmeno inmigratorio en la literatura. Para ello hemos seleccionado los textos de acuerdo con un criterio eclèctico: valor estètico, significaciòn del contenido, importancia de sus autores en su momento y repercusiòn posterior de su obra, y, en general, textos y autores importantes y en nùmero suficiente para presentar una panorama completo –aunque no exhaustivo- de las variantes con que la òptica intelectual observò el problema" (2).

El tema de la inmigraciòn es abordado en Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa (3) desde otra perspectiva. Onega escribiò este libro convencida de que "todos tenemos derecho a escribir nuestra historia", como ella expresó en un reportaje (4). Su historia se inicia en Acebal, provincia de Santa Fe, donde nace en 1930, y continúa en Rosario, ciudad a la que se mudan en 1939. Sus primeros años transcurren en el seno de una familia integrada por un gallego tan esforzado y ahorrativo como autoritario; una criolla apasionada por la hija mayor, la lectura y la costura; y dos hermanos, que acaparan la atención que la pequeña reclamará para sí. Junto a ellos encontramos la familia de la casa da pena –los gallegos que quedaron en su tierra-, los parientes gallegos que emigraron y los parientes criollos de la madre, y los inmigrantes –en su mayoría italianos- que viven en el pueblo.

"Todo parte de un hecho real –dijo en ese reportaje-, pero hay ficción en cuanto hay una creación lingüística muy grande. Nunca junté papeles ni documentos, pero en mi casa todo el tiempo se estaban contando cosas. No había otra manera de conectarse con la gente de España; no los conocíamos. Sì hablè mucho con mi hermana y con mis primas, quienes me ayudaron a reconstruir todo. Todas estas cosas, igualmente, siempre estuvieron presentes en mì. Incluso digo, con muy poca caridad, que en la familia de mi madre eran ‘faltos’, porque no era que repetìan historias interesantes, sino que repetìan siempre las mismas. Y èstas, de cualquier modo, aunque no eran interesantes, se fueron fijando. Y del lado de los gallegos siempre contaban historias diferentes y muy amenas, y completamente extrañas sobre el viento, el frío, la nieve, y las contaban en todo el pueblo".

El padre de Gladys Onega "Llegó solito, y cuando fue a la casa de su tío Agapito Vega, hermano menor de mi terrible abuela Carmen, esa noche lo pusieron a dormir en la cochera y no en la cama más blanda, como aquella que le reservaban siempre al tío Agapito en la casa da pena de Galicia". La escritora se pregunta: "¿El tío que lo encandiló en Galicia con la ilusión de América fue el primero que empezó la destrucción de la ilusión?".

Acerca de la abuela gallega de Gladys Onega, "contaban que cuando servía el caldo, los cachelos y las coles, al levantar el brazo en ademán inminente de servir la segunda vuelta, las más de las veces se detenía arrepentida y devolvía ese segundo cucharón intacto al pote; ella sabía que cada bocado de más que hartaba a su prole era un día que restaba para comprar o muiño velho e o prado d’arriba y escriturar la tierra que faltaba para unir los pequeños retazos del minifundio en una propiedad mayor".

El inmigrante echaba de menos a su familia: "Ignoraba y lo ignoré por mucho tiempo cuánto había llorado desde aquel día en que se fue de junto al señor Manuel y la señora Carmen, sus padres, mis abuelos. (…) mi padre choraba por él y por sus padres que sí eran de Galicia, se habían quedado allí sin moverse, clavados en un cruceiro, secándose las lágrimas con un desmesurado pañuelo a cuadros orlado de negro quién sabe por qué luto de una muerte ya ocurrida o por el duelo de ellos mismos que morían viendo la partenza de sus hijos, debajo de un enorme paraguas también negro que los protegía de la chuvia que nunca había escampado desde el día en que mi padre dejó de ser de allá y se convirtió en extranjero aquí, en un mundo que no había visto".

Una promesa hace viajar a su aldea al gallego Onega. Cuenta Gladys, su hija: "Cuando mi hermana tenía dos años mi padre decidió ir a Galicia en un viaje que él había prometido a sus padres en aquel día de la partenza y que ahora cumplía, para mostrarles que había hecho la América, en la medida en que América se lo había permitido y él la había podido. Mi madre no lo acompañó porque tenía miedo de enterrarse en una aldea que para ella estaba tan llena de peligros y de misterios como para mis abuelos aldeanos el lugar remoto donde ella había nacido y adonde había ido a parar su hijo. Y más miedo le daba vivir en la casa de su suegra, mi terrible abuela Carmen. Ya conocía historias de la señora da pena que, con justicia, no la alentaban a emprender ese viaje. Allá se fue papá a hacer las mejoras en su casa natal y allá se quedó dos años que mi madre aprovechó para pasar a su hija de la cuna a la cama matrimonial. Cuando volvió, José era un desconocido que sacó a la hijita de cuatro años de esa cama para acostarse él y para engendrar otra hija. A los nueve meses nací yo".

Ya adulta, la escritora viaja a la tierra de sus mayores, y advierte que la Galicia de la añoranza de su padre era muy distinta de la real: "Cuando finalmente llegué a Galicia –escribe Gladys Onega- sólo reconocí y sólo recuerdo el olor ácido a estiércol y la moscas ennegreciendo los cuencos, de lo que nunca me había hablado. Los trabajos eran más aliviados, las penurias menos pesadas, y las nieblas tan vagorosas y pobladas de brujas temibles como las inventadas por los hermanos Grimm, que allí se llamaban as meigas".

Los días de la infancia son descriptos con nostalgia y visión crítica. Las peleas entre los padres, los accesos de tos convulsa, las comidas inmigrantes y nativas, el aprendizaje de las primeras letras, los internados católicos para varones y mujeres, la tolerancia ante la conducta infantil y los castigos que imponía cada uno de los progenitores, son recordados por esta hija dècadas despuès.

Haberse casado con alguien con una historia distinta, puede volver difícil la convivencia: "otro dolor eran las peleas entre mis padres, y que además los chicos magnificábamos. Estaba el choque de culturas entre un gallego y una criolla que nunca pudo entender la cultura gallega". No entendìa la cultura, pero la obligaron a cocinar comidas tìpicas: "Mi madre no sabía nada de la cocina gallega pero, ante nuestra insistencia, había aprendido a hacer fillohas, delgadísimos discos de harina y huevo cocinados en la sartén con una cucharadita de manteca, que comíamos espolvoreados con azúcar".

Muchos inmigrantes no sabìan castellano, o querìan perfeccionarlo. Casi todos aprendían el idioma por las suyas, ayudándose algunos con el diccionario, el cual "También es parte de la cultura inmigrante. El diccionario les solucionaba las crisis que podían tener con su segunda lengua. Está muy conectado con los autodidactas" (5).

De uno de sus tíos dice Gladys Onega: "Claro es que Eliseo poca escuela tenía, era un autodidacta de aldea y de pueblo como todos los gallegos de mi familia, siempre tratando de pulirse con la lectura del diccionario y de los buenos diarios que a sus manos llegaban, sin desdeñar los más sensacionalistas, por eso de su afición a la grandilocuencia. (…) El Quijote y el diccionario educaron a ese autodidacta, quien los citaba con exactitud pero con exceso pues no había adquirido los moldes que impone la educación formal, por eso no calibraba el uso y abuso de los epítetos ni percibía la risa que provocaban en oyentes que no los habían leído o que ni siquiera tenían referencia de su existencia".

Los avatares de la vida en la Argentina son el marco de la evocaciòn de esta familia integrante de la comunidad acebalense. El fraude político en Santa Fe es un episodio evocado con detenimiento, asì como la reacciòn de los inmigrantes italianos ante el fascismo, y la poca fortuna de quienes no habìan cumplido su sueño de "hacer la Amèrica".

La finalización de los contratos ocasionaba que familias enteras se trasladaran en busca de otro campo para trabajar. En un viaje por Santa Fe, Gladys Onega y su padre ven a "los expulsados de la tierra": "vimos un carrito del que tiraban una mujer y un hombre, cada uno de su vara; en ese carrito pequeño y angosto llevaban su casa. Allí habían cargado los muebles, los hierros de labranza, un baúl, atados de ropa y todavía cabía una cama donde unos chicos y la nona se amontonaban y se tapaban del sol con la colcha blanca de algodón ahora ennegrecido, que había formado parte del ajuar europeo y que tantas veces había visto en las casa de chacareros, atada por sus cuatro puntas al respaldo y a la piesera de hierro de la cama. Debajo de ese toldo trataban de salvarse del terrible castigo del sol y del bochorno de la tarde con el aire que debía soplar por los costados libres. Detrás del carrito venían unos muchachos que empujaban aliviando el esfuerzo de sus padres".

Un conflicto bèlico es recordado en estas pàginas, relacionado con la vida cotidiana de los inmigrantes y sus hijos: "nunca he dudado de que la Guerra Civil también se libró en mi casa. El día del cumpleaños de mi hermana Chichita, el 17 de julio de 1936, Franco declaró el estado de guerra en las Canarias y ésa fue la señal para que el 18 se extendiera a toda España. El 1° de abril de 1939, a los veinte días de mudarnos a Rosario, terminó. En esos tres años, mientras yo estaba viva en Acebal, la mitad de España moría, muerta por la otra mitad. No sabíamos que había comenzado la matanza y ese día, como siempre, mis hermanos, mis primos y los chicos tomamos chocolate. Cuando hubo pasado tres años, Bebo, Chichita y yo supimos el día final porque entró Justo Vega y llorando lo dijo, ya no en mi casa natal sino en el departamento alquilado de Rosario donde vivíamos y yo, la niña que era entonces y hoy evoco, sé que sentí dolor por las lágrimas de Justo, por el silencio de mi padre y porque no pude aliviarlo con juegos en las calles del pueblo, que ya no estaban, y todavía yo no tenía con quién jugar".

Desde la Argentina, durante la Guerra Civil, se enviaban encomiendas. Los Onega, como tantos otros inmigrantes "respondían con la acción: armaban, envolvían en lienzo, rotulaban con grueso tinta espesa, ataban con cuerdas, lacraban con sellos y aseguraban con sunchos los paquetes de ropas de abrigo y de alimentos que cruzaban el mar y quién sabe cuándo llegarían y si llegarían hasta a pena. La familia esperaba, y para protegerla acudían a Dios y al diablo". Los niños participaban en los envíos: "Los chicos también éramos leales y creíamos que ayudábamos juntando papel plateado de cigarrillos, chocolate y chocolatines, que despegábamos del papel blanco que lleva adherido y con el que íbamos haciendo bolas de papel de plomo que mandábamos a Negrín para que hiciera las balas para la República".

Hasta en los hechos mìnimos estaba presente el sufrimiento de los españoles en su tierra: "Después de haberme ofrecido el néctar, la leche y la miel, mi padre me alzaba y tomaba la posta en la continuación del rito nutricio; con él las acciones eran lentas y alentadoras, él no estaba agotado de cocinas y de chicos, venía de estar horas con hombres resolviendo problemas de hombres y con su hija menor le cundía la paciencia, que con el correr de las horas a mi madre se le había ido al diablo. Inflexible era sin embargo en darme de comer una cucharadita de sopa por los abuelos de España, otra por los abuelos de Melincué, otra por los huérfanos de la Guerra Civil, otra por el ángel de la guarda dulce compañía y por todos los personajes queridos y sagrados que se le ocurrían".

Asì ha contribuido Gladys Onega a la vertiente de la autobiografìa en la Argentina, con este libro creado con la emoción de lo vivido, y la pluma de los escritores talentosos.

LA PASIÓN DE UN VISIONARIO Theodor Herzl, por Miryam E. Gover de Nasatsky. Buenos Aires, Milá, 163 pp. (Imaginaria).

"En el Centenario del fallecimiento de Teodoro Herzl –afirman Manuel Junowicz, Presidente de OSA, y Benjamín Schneid, Director Ejecutivo de dicha institución-, la Organización Sionista Argentina (OSA) conjuntamente con el Departamento de Cultura de AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina) se enorgullecen de entregar a la comunidad el libro ‘La pasión de un visionario’, de la Prof. Miryam Gover de Nasatsky. (…) Nuestro reconocimiento al entusiasmo y el esfuerzo realizado por la autora para lograr esta novela histórica. El libro nos gustó y esperemos que sirva de material para la comunidad y las nuevas generaciones".

Como no podía ser de otra manera, de una pluma como la de Miryam Gover -escritora, poeta, investigadora y docente- surge una obra en la que la documentación no conspira contra la literatura, sino que se pone al servicio de ella. En la novela –que se desarrolla en Viena, París, Londres y otras ciudades, entre 1895 y 1897-, el protagonista surge como un ser humano vívido, al que agobian sus premoniciones acerca del futuro de los judíos, pero que también se siente culpable por el descuido en el que, en pos de su ideal, sume a su esposa e hijos. Basado en la historia, es, sin embargo, un personaje literario, al que vemos actuar en su vida cotidiana, y también dirigirse a las mayores personalidades de su tiempo en busca de un apoyo que difícilmente logra.

La escritora lo evoca en cada entrevista realizada en pos de su sueño: una tierra en la que los judíos puedan vivir en paz, donde no sean solamente tolerados. Entre estas entrevistas, me resultó especialmente interesante la que mantiene con el Barón Hirsch, ya que esa conversación alude a la Argentina. Ambos hombres ilustres debaten acerca de la conveniencia de sacar a los judíos de los lugares en los que se los oprime, pero, mientras el Barón está orgulloso de su obra, para Herzl, no es más que beneficencia. Además –opina Herzl-, el Barón logra salvar a unos cuantos judíos, no a todos, objetivo que se lograría si existiera un Estado.

La fundación de Die Welt -el diario en el que Herzl debe firmar con seudónimo-, el Primer Congreso Sionista y la proclamación del Programa de Basilea son hitos fundamentales en la trayectoria de Herzl, que la escritora aborda con solvencia. La evocación de las jornadas relacionadas con este último evento, que tuvo el cierre de una fiesta, nos habla del talento de Gover para retratar personajes y situaciones.

Centrada en el protagonista, y en años decisivos de su vida, la obra evoca asimismo el panorama de lo que sucedía en el arte, la ciencia y la técnica en Europa y en otras latitudes, conformando una cuadro de época amplio y abarcador, que permite comprender aún mejor la gesta del visionario.

"Escrita con pasión y pericia –a criterio de Ricardo Feierstein-, esta recreación histórica no sólo desecha mitos arraigados sobre el nacimiento del sionismo. Constituye, sobre todo, una lectura fascinante de alto valor literario".

Completan el volumen numerosas fotografías sobre Herzl, su familia y el Monte que lleva su nombre, en Jerusalén.

CUATRO OBRAS DE TEATRO JUDIO MODERNO, por Andrea Bauab. Buenos Aires, Milá, 2005. 160 pp.

Andrea Bauab "ha sido la creadora e impulsora de la ‘Compañía de Teatro Judío Contemporáneo’, con el incentivo y el apoyo del Departamento de Cultura de AMIA donde seis elencos representan dichas obras. Cabe destacar que las cuatro obras publicadas en este libro fueron dirigidas por el talentoso Eduardo Vigovsky". "Es nuestro deseo –continúa Moshé Korin- que se difundan, que otros directores y actores las interpreten y hagan llegar sus interrogantes, reflexiones y mensajes a provincias de la Argentina y a otros países de Latinoamérica".

A punto de irnos refleja el conflicto, las dudas, los intereses disímiles de los integrantes de una familia que emigrará a Israel. Los integrantes de esa familia no están del todo de acuerdo: es una decisión muy dura, y cuesta tomarla. El padre, hasta último momento, intentará quedarse en la Argentina, dando un nuevo voto de confianza a la realidad de nuestro país, pero recapacitará a tiempo.

Desde la cuna plantea algunas de las posturas posibles con respecto a la religión, la tradición, y el respeto por los ideales de la comunidad. Varios personajes encarnan esos puntos de vista, que los llevarán a plantear aspectos de una situación acerca de la cual todos ellos tienen algo valioso para decir.

Nunca es demasiado tarde relata la historia de una mujer mayor, que decide casarse. Muestra la oposición de los hijos y la aceptación de los nietos, acercando a dos generaciones que, casualmente, son las que se acercan al buscar la historia de cada familia. Se sostiene que, entre los inmigrantes de diversos orígenes, quienes buscan las raíces son los más jóvenes, los que no ha sufrido directamente las consecuencias del desarraigo de los inmigrantes.

El sueño de Theodor es una obra diferente, aunque relacionada con las anteriores por la confrontación entre el ideal y la realidad. En ella, Theodor Herzl dialoga con Itzhak Rabin; de ese diálogo, imaginado por la autora, surgirán interesantes conceptos.

Representativo para los judíos, este libro es importante asimismo para quienes no lo somos, porque evoca la desazón siempre vigente de quien ha dejado su tierra, de quien ve que sus hijos no continúan las tradiciones en el nuevo país, de quien comprueba apesadumbrado que debe emigrar. Refiriéndose a los judíos, las obras de Bauab nos hablan, en definitiva, de la diáspora de todos los inmigrantes, que encontraron aquí una nueva tierra, en la que tuvieron variada suerte.

HISTORIA DE LOS JUDÍOS ARGENTINOS, por Ricardo Feierstein. Buenos Aires. Galerna, 2006. 464 pp. Tercera edición revisada, ampliada y con cuadro cronológico desplegable. Prólogos de Marcos Aguinis y Héctor Schmucler.

Cuando se presentó esta edición, en la Feria del Libro 2006, el autor señaló que no se trata de la historia de los judíos en la Argentina, sino de la Historia de los Judíos Argentinos, distinción que apunta al pasado de una comunidad que ha arraigado en el país en el que se estableció, y no una comunidad que sólo se encuentra alojada en la nueva tierra.

En el prólogo, afirma Marcos Aguinis: "Esta obra, que abarca más de un siglo de vida de la colectividad judía en Argentina, da cuenta de los antecedentes coloniales y de los años de la inmigración masiva, de la colonización rural y de las sucesivas radicaciones de los grupos urbanos a lo largo del siglo XX. Aquí se cuenta la historia de los barrios, de las instituciones comunitarias, de las ideas y personalidades judías en la vida argentina.. Este libro, es a la vez, memoria de hechos gozosos y de dolor; aquí están reflejados los acontecimientos de plenitud creadora, de fructífera integración, pero también los de antisemitismo o los atentados terroristas. Anécdotas, costumbres y tradiciones fueron dejando una "marca judía" tanto en las pequeñas poblaciones como en las grandes urbes de la Argentina, al tiempo que se modificaban por las prácticas lugareñas y la interacción con otras colectividades".

"Conscientemente –escribe Feierstein- estas páginas no se concibieron como ‘historias rosas’ de perfecta armonía ni como un ‘libro negro’ para contabilizar resentimientos y frustraciones. Tampoco se han omitido ni presentado sectores comunitarios con la visión tuerta y parcializada que acomoda el pasado al presente".

El resultado es un volumen destinado a todos los públicos -judíos y gentiles, chicos y grandes, con estudios y sin ellos- porque cuenta una historia narrada desde el corazón, con una visión que hace hincapié tanto en los grandes sacrificios de los pioneros como en los maravillosos logros de los artistas -por citar sólo dos ejemplos- y se remonta a la época precolombina, desde donde iniciará un recorrido fascinante a lo largo de siglos, sustentado en material histórico y enriquecido con fragmentos de obras literarias, films, historietas, etc. En el Epílogo se refiere a los dos terribles atentados a la comunidad que, no obstante, sigue adelante con valentía; sin olvidar a sus muertos, mira hacia el futuro.

Pero Feierstein no sólo es historiador, es también novelista y poeta. En el Prólogo a esta tercera edición, Héctor Schmucler señala la confluencia de esos dos aspectos de su personalidad: "Un libro de historia que bien podría leerse como una novela; y cuando la historia tiene la fuerza de la creación literaria, invade espacios que los puros documentos no saben penetrar. En ese caso el historiador, el que busca y conoce, se eleva al preeminente lugar del hacedor, el poeta. Ricardo Feierstein merece esos honores". El volumen incluye siete apéndices –entre los que se cuentan las nóminas de los inmigrantes llegados en el Wesser, la de escritores y la de ejecutantes de tango-, una cronología y un cuadro cronológico desplegable.

El autor agradece, entre otros, a su hijo, el sociólogo Daniel Feierstein, "quien verificó la compatibilidad de cuadros y estadísticas, orientó entre la maraña de bibliografía parcial y de diverso valor y, sobre todo, clarificó con serenidad académica las confusiones que muchas veces hacen perder dimensión y escala a los que estamos inmersos en tareas polémicas internistas". Agradece, asimismo, al Archivo Gráfico de la Nación, al Centro de Documentación e Información sobre Judaísmo Argentino "Marc Turkow" (AMIA), a la revista Raíces-Judaísmo Contemporáneo y a la fotógrafa Alicia Segal por la cesión del material gráfico que ilustra la presente edición.

LA LOGIA DEL UMBRAL, por Ricardo Feierstein. Buenos Aires, Galerna. 2001.

Los datos biobibliográficos incluidos en el libro nos permiten saber que "Ricardo Feierstein nació en Buenos Aires en 1942. Ha ejercido una variedad de oficios (escritor, arquitecto, periodista, editor, crítico de espectáculos). Lleva publicados una veintena de libros, entre ellos: cuatro novelas (la trilogía SINFONIA INOCENTE, 1984, y MESTIZO, 1988 y 1994 en castellano y 2000 en inglés) que conforman una saga sobre la condición judía latinoamericana y de la que esta narración, LA LOGIA DEL UMBRAL, es su culminación; siete colecciones de relatos (entre otros BAILATE UN TANGO, RICARDO, 1973; LA VIDA NO ES SUEÑO, 1987 y HOMICIDIOS TIMIDOS, 1996); cuatro volúmenes de poesía y tres libros de ensayos (JUDAISMO 2000, 1998; CONTRAEXILIO Y MESTIZAJE. SER JUDIO EN LA ARGENTINA, 1996 y su ya clásica HISTORIA DE LOS JUDIOS ARGENTINOS, 1993 y 1999). Su labor literaria mereció diversos premios (Municipal, Coca-Cola, Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, Premio Internacional Fernando Jeno de México, entre otros) y ‘a pesar de ello escribe bien’, según bromean sus amigos. Ha sido parcialmente traducido al inglés, alemán, francés y hebreo".

Esta novela cuenta el proyecto de cuatro generaciones de una familia, que se propone llegar a caballo desde Moisesville, Santa Fe, mediante postas de dos jinetes por vez, con una caja de madera de cerezo que contiene tierra de la primera colonia judía en la Argentina y "una mezuzá, estuche de hueso con un trozo de papel escrito con letras hebreas", hasta la Plaza de Mayo, donde la enterrarán bajo la Pirámide. Uno de los personajes reflexiona, eufórico: "cuando se corra la voz, italianos y españoles y franceses y todos los otros harán lo mismo. Y tendremos, allí en esa Plaza del centro de Buenos Aires, la ceremonia simbólica del crisol de razas o del mosaico de identidades".

Mariano Schvel, cuarta generación de judíos argentinos, es quien debe ingresar a la ciudad de Buenos Aires con el preciado tesoro. El se dice: "Mi plan es integral, mestizo, creativo. No renuncio a nada: no debo elegir entre querer más a mi papá o a mi mamá. Quiero todo, lo argentino y lo judío, el mate y el samovar, el poncho y el talit, el Martín Fierro y el Talmud, porque soy todo, la mezcla y la superación de la mezcla, el andamio y la casa construída gracias a estos andamios que, ahora, debo retirar, para habitar la vivienda-identidad que he construiído".

Cuando el miembro más joven de este grupo está por concretar la iniciativa de su familia y de él mismo, al pasar frente a la AMIA, una terrible explosión lo "revolea por el aire. Todo se vuelve negro –rememora-, el rugido ensordecedor parece indicar que, con la oscuridad de un eclipse gigante, ha llegado el fin del mundo. En ese instante, cien años de vida familiar y comunitaria se atropellan para desfilar ante los ojos desorbitados de mi conciencia en fuga".

Quien esto dice no da la espalda a las víctimas de tan horrendo atentado, que se suma al de la Embajada de Israel, perpetrado sólo un par de años antes: "Debería correr –agrega-, pero me he impuesto no desviar la mirada". Así –el joven Mariano Moisés Schvel –quinta generación de aquellos judíos que llegaron en el vapor "Weser" en l899 en busca de paz y prosperidad-, a caballo y vestido de gaucho, presencia un espectáculo atroz.

El relato se inicia el 18 de julio de 1994, con el gaucho judío avanzando hacia la calle Tucumán, y se retrotrae hasta el día en que los inmigrantes arriban desde el Hotel de Inmigrantes a la colonia santafesina y comprueban que no tienen alimento ni dónde guarecerse: "Nada hay donde todo debiera estar: ni carpas, ni elementos de labranza, ni semillas. Ni siquiera un hombre del lugar, en representación del propietario, para entregar esas tierras tan laboriosamente adquiridas a través del cónsul comercial argentino en París, que actuaba en nombre del terrateniente". Unos gauchos les ayudan: "Tiraron unas galletas duras hacia nosotros, les daba lástima. Y los chicos las mordían y no podían romperlas, (…) Bajaron de las carretas, rompieron las galletas contra las ruedas y las mojaron en agua. Así, ablandadas, se transformaron en el maná argentino que nos salvó de perecer de hambre".

Allí mismo tiene lugar un hecho de sangre –la muerte del primer Schvel que pisó este suelo, asesinado por un gaucho matrero al intentar defender a su mujer embarazada. A partir de este momento, el escritor evoca una centuria relacionando las vidas de los judeoargentinos con los sucesos relevantes del país durante ese período, sucesos en los que se reitera la discriminación y violencia, ya sea en la Semana Trágica, la actuación de la Liga Patriótica, el Proceso o los atentados que mencionamos.

La novela, narrada alternadamente por muchos de los miembros de la familia, aborda temas fundamentales como la religión, la educación y la condición del judío argentino. También se ocupa de aspectos menos importantes, cotidianos –los platos típicos, las rencillas familiares, el barrio en el que viven en armonía los Schvel y muchos otros inmigrantes de diversas nacionalidades. Se configura así un relato que se lee con interés y que hace vibrar tanto con la descripción de episodios felices –el nacimiento de un hijo el mismo día en que surge el Estado de Israel, por ejemplo-, como con la narración de aquellos trances que nunca tendrían que haber formado parte de la historia de nuestra nación. Un relato estremecedor que nos habla del pasado y el presente de una comunidad y de la lucha que no tiene fin.

Completan el volumen un glosario, ilustraciones, fotografías y "El juego de la integración", creado por el autor a partir de las diferentes posibilidades entre las que tiene que optar un inmigrante en nuestro país.

ROSTROS DE UNA IDENTIDAD Relatos premiados del Concurso Internacional de Cuentos de Temática Judía, por Luis León et al. Buenos Aires, Editorial Milá, 2004. 96 pp. (Imaginaria).

Un certamen dio origen a este libro: "El Departamento de Cultura de la AMIA y la Editorial Milá convocaron, hacia mediados de 2002, un Concurso Internacional de Cuentos con Temática Judía. La respuesta –como siempre, mayor que las expectativas- fue un numeroso conjunto de textos, que superaron largamente el centenar. La labor de los jurados resultó muy trabajosa, pero el libro que hoy presentamos –que contiene los premios y las menciones de honor- resulta una admirable y equilibrada mirada a las distintas facetas de la identidad judía actual".

Los temas abordados son diversos: "Desde el humilde inmigrante sefaradí, que busca con datos soñados un tesoro que tiene mucho más cerca, hasta las obsesiones cabalísticas de un ciudadano de la gran urbe, pasando por situaciones regocijantes y reveladoras: el cumpleaños de un niño en el country, la improbable biografía del único corredor israelí de ‘Fórmula 1’ (religioso, para más datos), el amor a los libros que reúne a un bibliotecario y a su compañero de viaje en tranvía, la difícil identidad de una niña hija de matrimonios mixtos e historias tenebrosas y la presencia, como geografías cruzadas, de las calles de Jerusalén y de Buenos Aires uniéndose en los recuerdos".

En "Una apuesta al futuro", prólogo del libro, Silvia Plager destaca: "Aunque la temática era judía, AMIA no limitó el concurso a gente de la colectividad (entre los premiados y mencionados figuran no judíos). Esa visión pluralista también define un proyecto cultural abierto, que debemos alentar con nuestro apoyo. Recuerdo que muchos años atrás, el primer premio lo obtuvo una escritora católica y ahora también lo es quien recibe el segundo. Esa amplitud de criterio se ve reflejada en la forma en que cada autor tomó el tema".

Los autores de los textos son Luis N. León (Primer Premio), Martine Tallier (Segundo Premio), Daniela Roitstein (Tercer Premio), Gustavo Dejtiar, Paula Margules, Leonel Giacometto, Raquel Rosenbaum de Tenembaum y Alfredo Daniel (Menciones de Honor). En sus obras se observa cariño y respeto por la idiosincrasia judía, y un elevado manejo de técnica y recursos estilísticos.

Integraron el Jurado Silvia Plager, Diego Paszkowski, Marcelo Birmajer, Ricardo Feierstein y Mario Ber. A estas destacadas personalidades les tocó discernir a cuáles de los cuentos concursantes les corresponderían los premios, y a cuáles, las menciones.

"La continuidad de un pueblo y una tradición se logra con proyectos concretos como el que representa esta obra, una síntesis de tradición y cambio que, además, permite desplegar un gratificante recorrido literario", afirman los responsables de la edición.Alentar a quienes escriben es otra forma de vencer al olvido.

BABILONIA CHICA, por Mito Sela. Buenos Aires, Milá, 2006. 112 pp. (Imaginaria).

"Moshé (Mito) Sela nació en Buenos Aires en 1933. Pasó su infancia en la ciudad de San Martín, en el barrio de la industria textil. Desde temprana edad fue miembro del movimiento juvenil Dror Habonim. En 1955 emigró a Israel. Desde entonces es miembro del kibutz Nir Am, en el Neguev. Casado, con cinco hijos y ocho nietos. Trabajó en la mayoría de las tareas del kibutz y paralelamente asumió distintos cargos directivos en la vida comunal. En 1964 fue enviado a la Argentina como sheliaj de la Agencia Judía. Completó sus estudios académicos en Efal (seminario de los Kibutzim). Actualmente jubilado, dedica su tiempo como voluntario en la absorción de nuevos emigrantes y en escribir recuerdos y vivencias". La edición de Babilonia chica, su primer libro, fue patrocinada por el Fondo Familiar Mishpajat Goler Parasol.

Desde su madurez, y desde Israel, Mito Sela evoca un tiempo entrañable. Los padres, la hermana, las tías, los compañeros y maestros de escuela pública y de escuela judía, los vecinos, son los personajes de estas memorias que tienen por objeto rescatar hechos y situaciones: "Las imágenes surgen ocasionalmente cuando los recuerdos se agudizan y se detienen en alguien o en algo que, supongo ahora, tuvieron influencia en ese período de mi vida y, a pesar del tiempo, como si lo hiciera con un simple soplido, disperso el polvo que cubre esos recuerdos que, como si fuese hoy, continúan intactos. Por eso me apresuro a escribirlos, antes que la memoria me traicione".

Aunque vive en Israel desde hace décadas, su libro está escrito en castellano: "Me preguntan hijos y nietos, me pregunto yo: ¿por qué en castellano? No lo puedo explicar. Es posible un argumento del subconsciente: recuerdos de la niñez se puedan relatar en el idioma materno. Además, en estos últimos años el castellano me tiene atrapado. Y me resulta más cómodo dejarme atrapar".

Rinde homenaje a una época: "No me autoengaño idealizando el pasado. Pero quiero ser sincero: lo extraño. Extraño la risa de los niños de entonces. Los de hoy son excitados, irritables y pálidos. Antes se estimulaba leer la enciclopedia. Hoy se vanaglorian los conocimientos de la cibernética". El pasado es visto con sus luces y sus sombras por este escritor que no deja de destacar, en todo momento, el cariño y la contención que le brindaba su familia, inserta en el marco de la inmigración que llegó a la Argentina huyendo de guerras y hambre, y se afincó, entre otras muchas localidades, en el barrio en el que vivió Sela, en el que día y noche se escuchaban los telares. Otros capítulos se refieren a sucesos que tuvieron lugar años después, pero son los recuerdos de estos primeros años los que resaltan con mayor fuerza. No es casual que el autor haya elegido ese título, privilegiando así una parte de la obra.

La evocación es realizada con espíritu crítico, desde el adulto que es hoy. Destaca las virtudes de muchos y los defectos de algunos, sean judíos o no. Todo con un sostenido tono nostálgico, que alcanza su clímax cuando el autor vuelve temporariamente a la Argentina y va a ver su casa: "Una nostalgia inexplicable me llevó a visitar mi antigua casa. Me acompañó la familia. Al llegar a la calle Liniers, la distinguí desde lejos. Avancé apresurado. Quise aislarme. Cuando llegué a la vieja puerta, la encontré cerrada con una gruesa cadena. Traté de introducir mi mirada por las rajaduras y sólo alcancé a ver una imagen, quise creer que era la higuera abandonada. No sirvió mi edad, la madurez y la experiencia. Volví a ser niño por segunda vez, y no pude detener las lágrimas".

Para quienes vivieron esos años, y para quienes nada saben de ellos, este libro es un testimonio valioso sobre la vida cotidiana de una familia judía de esa época, en una tierra que adoptaron como propia ("Argentina no fue un refugio pasajero –afirma-, fue un hogar, fue una cultura, fue una esperanza"). Es, además, una demostración de que el ser humano puede, si se lo propone, vencer todos los obstáculos. La trayectoria de Sela así lo demuestra.

"Entre esos dos extremos –destaca Moshé Goler-, desde la infancia argentina a la madurez israelí, está toda una vida, de un joven que eligió el trayecto jalutziano, fue educador en el Movimiento Juvenil Jalutziano en Argentina, hizo aliá y formó su familia y vive hasta hoy en el kibutz Nir Am cercano a Gaza, donde la historia de esta tierra tan peleada y llorada se sigue haciendo, filmando, grabando y transmitiendo a todo el mundo en estos días. Al lado de la Historia con mayúscula, están surgiendo los nuevos relatos que Mito escribe en su intimidad".

Completan el volumen numerosas fotos acerca de la infancia argentina y el presente israelí.

Entrevistas

Españoles

RUBEN BENITEZ: EL REGRESO A LA ENTRAÑABLE TIERRA

Rubén Benítez egresó de la Universidad Nacional del Sur con el título de Licenciado en Letras y cursó estudios de posgrado en la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente se desempeña como Prosecretario de Redacción del diario La Nueva Provincia, de Bahía Blanca. Es autor de Días y caminos de España (1978), publicado por el Consulado local y reeditado por Siringa, y de La pradera de los asfódelos, obra prologada por Vintila Horia.

Recordar puede ser una fuente de felicidad para el atribulado ser humano, pero también puede agobiarlo, haciéndole sentir que todo ha sido efímero y ajeno. Las distintas posturas ante una misma situación son encarnadas en esta obra por doña Sabina, de ochenta y tres años, y su amiga Irene, a quien conoce desde la juventud. Aunque la primera es pesimista, y la segunda le muestra el lado positivo de la vida, idéntico dolor las une: la falta de algo que consideran esencial. Para Irene será el no tener hijos; para su paisana, en cambio, la desdicha está relacionada con el hecho de no poder valerse por sí sola.

Frente a esta realidad de las ancianas, encontramos el recuerdo de su infancia, muy lejos. ¡Qué distinta es la vida en la Patagonia! En España también hacía frío, pero tenían pocos años y la baja temperatura se asociaba a la Nochebuena, a las castañas calientes, las almendras y los higos. En nuestro sur, por el contrario, el frío anuncia las penurias de las plantas y los animales, pues ya no hay afecto para ellos. Doña Sabina está postrada y sus hijos no desean hacerse cargo de su casa y de sus problemas. La comunicación no existe entre las generaciones; el abismo es cada vez más profundo.

Entonces, la mujer recurre al pasado, como una forma de procurarse alegría, pero también cae en él sin proponérselo, soñándolo… Cuando sueña, la vitalidad de antaño aparece ante sus ojos, contraponiéndose a la decadencia del presente. Esta decadencia no es exclusivamente física; se refiere asimismo a la actitud de los hijos, que ya no escuchan, que le mienten.

La obra nos plantea la pregunta acerca de lo trascendente. Algo debe permanecer en este agitado mundo, en medio de tanto caos. Quizás lo trascendente sea la memoria, y la misma sangre que, evolucionada o involucionada, aparece de generación en generación, en una aldeana española y en un universitario patagónico. La sangre es, en definitiva, la que une a seres que ya no tienen nada en común, pues el progreso mal entendido los ha distanciado.

En el prólogo, Vintila Horia escribió: "El mérito de este libro reside en esta singularidad pegada a lo fundamental. Es impresionante la habilidad con la que pasa de un pueblo a otro, de España a la Argentina, sin abandonar la trama escondida del fondo anímico, la misma aquí y allá, no sólo porque provienen las dos de lo hispánico, sino sobre todo porque ninguna de las dos se aparta de lo humano. Es como un juego, mucho más sencillo que el de los abalorios, en Hesse, mucho menos sofisticado, pero básicamente parecido. Solo que alejado de lo racional. Vivido. Se trata, además, de un texto muy bien escrito, lleno de imágenes poéticas sorprendentes, de símbolos que unen de repente lo eterno y lo pasajero, integrando a éste en su verdor imperecedero. Creo que es lo que significa lo simbólico. Es difícil hoy poseer este arte. Es posible que Rubén Benítez haya leído y admirado a Gûiraldes y a Mallea, es casi inevitable, pero maestros así sólo podían haber contribuido a la creación de un libro como La pradera de los asfódelos. La lección no se quedó en el aire" .

Conversamos sobre este último libro, publicado recientemente por Siringa.

– ¿Qué lo llevó a escribir La pradera de los asfódelos?

– Lo sentí como una necesidad. Tal vez por haber pertenecido a un núcleo de inmigrantes que desde la infancia me transfirieron sus vivencias y sus nostalgias por la tierra lejana. El tiempo, la muerte de casi todos ellos, incorporó a ese sentimiento la idea de caducidad que convierte a cada ser humano en un emigrante de la vida, de este escenario que también ama. Creo que ambas perspectivas se mezclan y fluyen como temas paralelos.

– ¿Hay en la obra elementos autobiográficos?

– Son pocos en lo personal. Muchos en lo relacionado con mi familia. El pueblo real es el de mi madre. Allí tomé el escenario, personajes, anécdotas y muchos elementos que me permitieron completar la historia de la cual yo tenía la faz americana. Me conmovió ver el puente sobre el Agueda del que tanto hablaba mi abuela. Me impactó la visión mítica de la Patagonia –que intenté traducir- que tienen muchos de los que quedaron aguardando a os que viajaron a América y no regresaron. O la imagen de la cigüeña, con sus inmensos nidos en los campanarios, ave migratoria que regresa siempre, por un misterioso vínculo, y está identificada con el renacer primaveral.

– La mención de Ulises enlaza el tema del viaje de la protagonista con un tópico de la literatura universal. ¿Qué tienen en común la travesía de Ulises y la de doña Sabina?

– Ulises es tal vez literariamente el primer emigrante que sueña con el regreso a su entrañable tierra. Lo detienen los cantos de sirena y la magia de Circe. El inmigrante europeo también partió y cayó en las mismas redes. El viaje o "nostos" griego, enlaza con la nostalgia, el dolor del regreso. Y permite plantear otro exilio, ya que Ulises es el héroe de Troya –al margen de Néstor- que alcanza la vejez y se preocupa por la vida tras la muerte. De allí que visite aquel lugar, la pradera de los asfódelos, donde encuentra a su madre.

– ¿Cuál es su postura acerca del tiempo? ¿Es el tiempo real el del presente o el del recuerdo?

– El tiempo no es el cronológico, el del reloj, sino más bien el del sueño o el del recuerdo. Desde esa perspectiva, aunque resulte difícil de explicar, el tiempo parece derivar en una manifestación espacial en la que depositamos nuestra vida; no con una sensación de continuidad, sino de simultaneidad.

(1989)

GERMAN CACERES: CINE DE ANIMACION EN LA ARGENTINA

Germán Caceres es autor de cinco ensayos de historietas, tres libros de cuentos, dos novelas, tres libros de literatura infantil y juvenil, cuatro obras de teatro y dos compilaciones de cuentos. Recibió Mención de Honor Premio Municipal en Cuento. Obtuvo cuatro "Fajas de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores". Mereció Mención de Honor en el Concurso Internacional de Ficción sobre Gardel (Montevideo- Uruguay). La Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires le otorgó el 1er. Premio Especial "Eduardo Mallea" por su ensayo La aventura en América. En octubre de 2002 fue premiado en el concurso de cuentos "Atanas Mandadjiev", celebrado en Sofía, Bulgaria, y recibió el título de Gran Maestro del Relato Policial. El 5 de agosto de 2003 fue nombrado socio honorario de SADE.

Escribió Entre dibujos, marionetas y pixeles Notas sobre cine de animación, publicado por La Crujía Ediciones, "un libro que interesará a todos los amantes del cine porque además de la animación, el autor aborda el género cinematográfico en su totalidad y en sus relaciones con la literatura. Así desfilan por sus páginas comentarios sobre realizadores de la dimensión de Godard, Welles, Eisenstein, Sorderbergh y muchos otros. Entre dibujos, marionetas y pixeles, más allá de su erudición -se citan unos seiscientos filmes y contiene alrededor de ciento treinta fichas técnicas-, es un texto fresco, de estilo fluido y atrapante que -por su òptica amplia y abarcadora- permite múltiples entradas. Por una de ellas se ingresa emotivamente a los personajes de historietas que han incursionado en la pantalla, y que la versación de Cáceres (tiene publicados cinco ensayos sobre el tema) transita por sus hitos más representativos. También está la voz de los directores de animación (los argentinos Juan Antín y Rodolfo Mutuverría), que en esclarecedoras entrevistas revelan no sólo sus experiencias, sino las técnicas y metodología de sus películas. Y hay un análisis de la obra de ocho grandes maestros, entre los cuales se encuentran los clásicos Walt Disney y Don Bluth, el mago del color Hayao Miyazaki y directores revulsivos y contestatarios como Ralph Bakshi y Tex Avery".

Este fue el diálogo que mantuvimos, acerca de esta obra, con Germán Cáceres:

-¿Cómo nace la idea de escribir este libro? ¿Cuáles fueron las circunstancias que lo llevaron a abordar la temática que trata en Entre dibujos, marionetas y pixeles?

-En el Museo Sívori, de la ciudad de Buenos Aires, dicté dos ciclos de cine de animación que me obligaron a rastrear filmografías. De repente reparé que había reunido material suficiente para encarar un libro. Además, aclaro que muchos años atrás estuve obligado a frecuentar todo tipo de películas porque ejercí la crítica en la revista Tiempo de cine e integré la Comisión Directiva del Cine Club "Núcleo".

-¿Cuál fue el trabajo previo que realizó para armar el libro, habida cuenta de lo difícil que se torna la investigación?

-Fue producto de los años que concurrí al citado Cine Club "Núcleo" y de que, a pesar de no escribir en la actualidad crónicas cinematográficas, sigo siendo un cinéfilo de alma y, por tanto, un devorador de filmes. Para buscar información recurrí a bibliografía en Inglés y a sitios de Internet.

-Entre los grandes maestros de la animación, ¿quién es su preferido?

-Mi preferido es Tex Avery, por la sutileza y el giro revolucionario que imprimió al cine de dibujos animados. Pero, si tengo que decir quien fue el gran maestro de la animación debo mencionar a Walt Disney, dado que no obstante su ideología nefasta y el carácter edulcorado de sus películas, es innegable que su filmografía –inclusive la que realizó la Casa Disney después de su muerte- tiene escenas visuales de deslumbrante belleza.

-Entre las películas argentinas de ciencia ficción, ¿cuáles destaca?

-Ya que estoy en el tema de la animación, destaco Mercano el marciano, de Juan Antín, por su dibujo innovador y su guión original, que incluye una visión crítica de la realidad social argentina. Entre las películas con actores mi preferida es Invasión, de Hugo Santiago, un hito del cine argentino en razón de la calidad estética de su filmación y la magia del argumento de Borges y Bioy Casares.

-¿Cómo percibe la relación entre el cine y la literatura?

-La literatura actual está influida por el lenguaje cinematográfico. El escritor contemporáneo ha incorporado la forma del cine en sus descripciones y en el diseño del perfil de los personajes, ya que detalla minuciosamente sus acciones y sus movimientos. Ello se observa también en los variados puntos de vista desde los cuales observa visualmente una escena.

Me interesa especialmente el tema de los dibujantes inmigrantes. Usted se refiere en su libro a Manuel García Ferré, nacido en España en 1929, acerca de quien señala: "Tal vez toda la gloria de García Ferré se resuma en sus creaciones cinematográficas". ¿Cuáles son los logros del cineasta que usted destaca?

– El cine de animación de García Ferré emplea con solvencia el movimiento, las angulaciones y las tomas aéreas. Utiliza mínimamente la técnica digital, que pasa inadvertida al espectador. La falta de recursos económicos se hace patente en las escenas de suma acción, que salva apelando a dibujos de polvaredas y de líneas cinéticas. Sus fondos y escenarios son ricos en efectos visuales y poseen un colorido llamativo y encantador. Pero tal vez el más grande de sus tantos hallazgos resida en el original diseño de sus simpáticos y numerosos personajes.

-Su obra incluye reportajes realizados a Juan Antín y Rodolfo Mutuverría, ¿por qué eligió a estos dos directores?

-Son dos importantes directores argentinos de animación, que, además, demostraron mucha disposición para que yo los entrevistara. Aclaro que Mutuverría fue el responsable de la animación de los filmes Dibu: la película y Dibu 2: la venganza de Nasty.

-¿Cómo observa el panorama del cine argentino en esta temática? ¿Dista mucho del de otros países?

-De alguna manera la industria de la animación está poco desarrollada en la Argentina por una cuestión económica. Es un tema de dinero y de mercados, problemas que afectan crucialmente todas las actividades de nuestro país.

¿Sigue trabajando actualmente en el tema de la animación?

 -.Efectivamente. Estoy preparando un libro sobre manga (nombre que recibe la historieta en Japón) y animé (denominación de los dibujos animados japoneses). Estos dibujos e historietas tienen gran impacto en la juventud actual y han dado obras maestras como los filmes "Akira" (1988), de Katsuhiro Otomo, y "El viaje de Chihiro" (2001), de Hayao Miyazaki. También trataré sobre videojuegos porque las creaciones de manga y animé desembocan en ellos, y viceversa. La estética de estos juegos influye en la realización cinematográfica, como lo prueba la excelente película "eXisten Z" (1999), de David Cronenber.

 

Trabajo enviado por

María González Rouco

Licenciada en Letras UNBA, Periodista cultural

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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