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Inmigración a la Argentina 1830-1950 (página 6)


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Húngaros

… MIENTRAS LOS VIOLINES TOCABAN CSARDÁS UN VIAJE A HUNGRIA, por José Martín Weisz. Buenos Aires, Editorial Milá. 79 pp. (Imaginaria)

El volumen que nos ocupa relata la historia de un viaje que el narrador realizó con su padre, en 1992. El padre del narrador, de ochenta y cuatro años cuando inicia la travesía, había emigrado en 1940 de Hungría, perseguido por su condición de judío. Dicha persecución se patentizó, en un primer momento, en la decisión del gobierno de dejarlo sin trabajo, a él y a tantos otros judíos que –a criterio del régimen imperante- sólo merecían integrar las empresas de su tierra en un uno por ciento. Con documento falso, sale de Europa y se dirige hacia América: "consiguió un pasaporte falso a nombre de Alejandro Gross con una expresa mención del obispo de la zona que la religión profesada por el portador era la católica". Logra llegar a Italia, donde "en una desesperada búsqueda de algún medio para salir de Europa, consiguió finalmente una visa para Ecuador y un lugar en el Augustus que salía a la madrugada siguiente con ese destino. El lugar en ese barco le costó una buena parte de su dinero ya que, aún siendo reconocido como católico, no querían embarcar ciudadanos de países de Europa Central, por poner a la misma compañía marítima en actitud sospechosa".

Inicialmente recalará en Ecuador, pero luego se establecerá en la Argentina, teniendo como destino, a lo largo de esos cincuenta y dos años, las ciudades de Córdoba, Rosario, Bahía Blanca y Buenos Aires. En esas localidades rehace su vida, se casa con una húngara judía y logra un bienestar que antes le había sido negado. El dolor por el pasado se evidencia en la decisión de la pareja de no transmitir su idioma a los hijos, y en la convicción del emigrante de no regresar nunca al país que desprecia, ya que –a su entender- "no había dudado en apoyar al invasor nazi" y "había colaborado para mandar tantos judíos a la muerte". A pesar de estas razones, el hijo lo convence, utilizando como argumento que reclamarían las propiedades familiares.

Eligiendo la tercera persona para un relato evidentemente autobiográfico, el autor nos guía a través del tiempo, desde la juventud del anciano hasta el momento de su deceso, a poco de retornar de su tierra. Transmite las vivencias de ambos al enfrentarse con una Hungría en la que nada queda ya de un pasado añorado, en la que los habitantes actuales, salvo contadas excepciones, se niegan atemorizados a referirse a los judíos y su historia.

No faltan en este penoso pero insoslayable regreso las situaciones dramáticas, como la que tuvo como protagonista a una prima del anciano, quien le reprochó duramente que se hubiera marchado y que hubiera abandonado a su madre, desconociendo, seguramente, que la madre del anciano nunca quiso dejar su país, no obstante la insistencia del emigrante.

La obra de Weisz, más cercana a las memorias que a la ficción, nos permite conocer una historia de vida similar a la de tantos otros judíos, que ha tenido quien la escriba, y una editorial que se interesó en tan valioso testimonio.

Ingleses

LITERATOS Y EXCÉNTRICOS Los ancestros ingleses de Jorge Luis Borges, por Martín Hadis. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 512 páginas. (Biografías y testimonios).

Martín Hadis, nacido en 1971, es docente, escritor e investigador universitario. Se recibió de licenciado en Sistemas y de master en Tecnología de Medios en el Media Laboratory del Massachussets Institute of Technology (MIT) y realizó estudios de literaturas germánicas y filología en la Universidad de Harvard. Sus áreas de interés abarcan el diseño de interfaces, la inteligencia artificial y la lingüística. Especialista en la obra de Jorge Luis Borges, se dedica a analizarla en su contexto histórico y cultural. Sus últimos trabajos vinculan las narraciones de Borges con las literaturas del medioevo anglosajón y escandinavo. Ha publicado artículos en medios de distintos países, entre ellos The Buenos Aires Herald (de Argentina) y El País (de España). Es asimismo coautor del libro Borges profesor, que recopila el curso completo de literatura inglesa dictado por el autor de El aleph en la Universidad de Buenos Aires.

Hadis considera que "la historia del clan de intelectuales ingleses del que nuestro escritor desciende había caído hasta ahora en un total olvido y era –hasta para el mismo Borges- completamente desconocida. Esa omisión determinó asimismo que la enorme influencia intelectual que los mismos ancestros tuvieron sobre su obra y su formación no hubiera podido ser estudiada jamás en detalle. De igual manera, y por múltiples razones, los rasgos ingleses del temperamento de Borges, o bien han pasado inadvertidos, o bien han sido, en muchos casos, mal comprendidos. El énfasis de este libro está puesto, por lo tanto, en explorar esos territorios ignotos y llenar esos vacíos. (…) El objetivo de mi investigación fue, sin embargo, develar los orígenes literarios de Borges, y éstos proceden –como el lector podrá comprobar a continuación- de sus ancestros ingleses".

"El lector estará tal vez bajo la impresión de que una de las tesis de este libro es afirmar que la obra literaria de Borges resulta únicamente de su lado inglés –agrega Hadis-. Esto no es así. Afirmo, eso sí, que la vocación de escritor de Borges, así como su formación literaria en un sentido intelectual y erudito, y su cosmovisión ética y religiosa, proceden principalmente de sus ancestros Haslam. Pero la originalidad y la potencia de su obra no proceden exclusivamente de sus ancestros ingleses, sino de la confluencia de dos legados, de las múltiples perspectivas que éstos permiten, y del cosmopolitismo que fomentan, lo cual convierte a Borges en un verdadero ciudadano del mundo. En este sentido, el aporte de su linaje criollo dista de ser menor. Lejos de ello, constituye una parte fundamental de su esencia".

En esta obra, expone el cuantioso material que reunió en sus viajes por varios países. Partiendo de las alusiones que hizo Borges acerca de sus mayores, remonta el árbol genealógico del autor hasta llegar al siglo XVIII. Desde allí, comparando y deduciendo, explicando e invitando a comprobar lo expuesto, llega a este descendiente de ingleses y criollos que vio la luz en el Río de la Plata, sesenta años después de que su tatarabuelo dejara este mundo. Es con William Haslam, precisamente, con quien Hadis realiza la extensa comparación de la que resultan las coincidencias y las diferencias entre ambos.

No se limita a los datos biográficos de los antepasados –lo cual ya sería fruto de un esfuerzo ingente-, sino que además analiza obras que ellos escribieron –sermones metodistas, un tratado de puericultura, una guía para el tratamiento de insanos, disertaciones, artículos periodísticos, obras literarias -, en busca de la mayor cantidad de información posible.

Para demostrar cómo pueden aplicarse los conocimientos que expone en este libro, realiza él mismo el análisis de dos cuentos –"El jardín de senderos que se bifurcan" y "El libro de arena"-, los cuales, vistos desde esta nueva óptica, revisten otra significación. No es que la literatura necesite de la biografía para encontrar su razón de ser, sino que, sin duda, conocer datos de la vida del escritor ayuda a interpretar mejor su obra.

"Comprendí que lo que Borges sabía acerca de su propio pasado inglés y las raíces de su vocación literaria era muy poco –afirma-, e intuí a la vez que esa poca información debía ser la punta de un largo ovillo. Decidí entonces comenzar una investigación histórica y genealógica en archivos, capillas, iglesias, museos y bibliotecas de Inglaterra. Con el tiempo, la búsqueda se extendió a otros países: Alemania, Hungría, Francia, la Argentina y los Estados Unidos. (…) éstas demandaron más de cinco años de esfuerzos, el uso de todos los recursos disponibles para el investigador, y las técnicas más avanzadas de búsqueda, indexación y análisis; todo ello sumado a una buena dosis de persistencia y –por qué no decirlo- de suerte".

Llama la atención al leer este libro la cantidad de material, y la prolijidad con que el mismo es expuesto, enriquecido con información acerca de la época y las circunstancias sociales, políticas y económicas. Cabe destacar asimismo el estilo del autor: la profusión de datos que vuelca en estas páginas no impide que el texto sea entretenido y atrapante. Cada uno de los antepasados es protagonista de una biografía que se lee con placer, ya que está escrita como un relato en el que confluyen la historia y los propios conceptos del biógrafo, dando amenidad a lo narrado. Varios apéndices, numerosas fotografías y la bibliografía consultada completan este volumen insoslayable.

Es difícil ser original al referirse a Borges. Hadis lo logró. Y con creces.

Irlandeses

MOIRA SULLIVAN, por Juan José Delaney. Buenos Aires, Corregidor, 1999.

Juan José Delaney se desempeña como Profesor Adjunto de la Cátedra de Literatura Argentina en la Universidad del Salvador, de la que egresó. Dirigió la revista El gato negro y publicó varios volúmenes de cuentos, entre ellos, Tréboles del Sur, obra que mereció elogiosos comentarios de Enrique Anderson Imbert y Rodolfo Modern.

En Moira Sullivan se advierte un minucioso y paciente trabajo de investigación, impulsado por el amor que siempre sintió por la cultura de sus ancestros irlandeses. La historia de esta mujer -que se inicia con su nacimiento en los primeros años del siglo XX o al finalizar el anterior- es una historia en sí, desarrollada hábilmente, pero permite también al novelista explayarse acerca de las circunstancias en que esta historia se desenvuelve. Al hablar de los primeros años de la anciana, nos ilustra acerca de la vida en Estados Unidos, no sólo de los irlandeses, sino también de emigrantes de otras nacionalidades que se dirigieron allí en busca de la fuente laboral que significaban las minas carboníferas.

En esta obra, el lenguaje, tan importante como factor sociabilizador, encarna una actitud de la protagonista. Ella nunca se interesó por aprender a comunicarse en castellano y esa negativa suya determina su relación con quienes la rodean. La anciana vive en su mundo y no quiere tener contacto con quien no pertenezca a él. Rechaza evidentemente toda forma de integración, y se repudio se patentiza en el aislamiento en el que se refugia: "Lo importante era el silencio. Todas las noches lo buscaba, especialmente los domingos cuando las otras recibían visitas y ella más sentía el acoso de la soledad. En rigor, a nadie tenía pese a haber estado en la vida de muchos y a que, por esa acción secreta y persistente del arte, continuaba gravitando sobre gentes extrañas y lejanas.

El silencio de ese anochecer dominical le permitiría entregarse serenamente al ensueño en el que resucitarían vivencias y pensamientos provenientes de zonas postergadas por su memoria, y también secretas conexiones que su visión de la vida, del mundo y de los hombres concertaba con cierta independencia". Aun cuando quisieran integrarse, el idioma era un serio problema para colectividades como la irlandesa; Delaney presenta dos paliativos para la incomunicación de los extranjeros: el cine mudo y el tango, por los que sienten gran afición.

Escribe Delaney asimismo acerca de la rígida educación religiosa que se impartía a niños y jóvenes. Muestra luego a la protagonista como una mujer decidida a trabajar en o que eligió, a no cejar ante los mandatos de la vocación, la que, empero, flaquea cuando las circunstancias se vuelven adversas, y llega a abandonar aquello que alguna vez le dio sentido a su existir. Abandona el cine, sí, pero el recuerdo de los años vinculados a él la acompaña y también la agobia, y los filmes que vio o aquellos en los que participó son evocados con la precisión con la que se dice que las personas mayores recuerdan hechos de sus años de juventud.

Tiempo y espacio tienen gran importancia en la novela y son descriptos minuciosamente. El tiempo de la narración abarca alrededor de ochenta años, y permite al escritor deslizar críticas acerca de la realidad argentina. El espacio abarca desde la primera visión que el inmigrante tiene de la nueva tierra, hasta lugares precisos como el Barrio Norte, Villa Urquiza, Arrecifes, Areco, General Pinto y Junín. Distinta será la forma de vivir la inmigración en cada lugar, y distinta, también, la añoranza que los extranjeros sienten por su lejana Irlanda. Delaney se adentra en la vida de esta anciana luchadora, ya vencida, que encuentra en un niño de siete años una última razón para existir. Junto a ella, presenta a otros inmigrantes, algunos de los cuales resaltan como paradigmas de un modo de entender el destino; Cornelius Geraghty y Abraham Mullins son personajes que permiten al novelista mostrar otras opciones en el vasto mundo que se abre ante los recién llegados. Ellos se destacan en el panorama de la obra, que presenta no sólo a irlandeses, sino también a hombres y mujeres de diversas nacionalidades que llegaron a nuestra tierra en busca de un futuro mejor.

Italianos

LA NOCHE LOMBARDA, POR Atilio Betti. Buenos Aires, Plus Ultra.

La noche lombarda es la primera novela de Betti, "un relato en el que la autobiografía se mezcla con lo anecdótico y lo imaginativo. Narra en ella lo sucedido a un hombre que, premiado por el Gobierno de Italia, viaja a Mede, la tierra de sus mayores, y se encuentra espiritualmente con ellos, con la cultura de la que desciende: "Sobre ese suelo los lombardos, mis antepasados, mi padre, sus padres, habían edificado, a fuerza de pura resistencia, su fiereza. Por debajo, el lodo, la cenagosa base, y arriba el delirio de vivir apuntalando el crecimiento hacia la altura de las florestas". En esa tierra encontraron su última morada: "Ahora los tenía allí, reproducidos en óvalos de porcelana, y colocados en la faz anterior del nicho, tal como los conocía desde siempre. La nonna, con la blusa alforzada, abotonada altamente; el nonno, con la camisa blanca, sin corbata bajo el chaleco, y de saco. Mis abuelos".

La travesía está signada por el rencor que el hijo siente por el padre emigrante, a quien describe con pocas virtudes y muchos defectos. Le reprocha la falta de educación de que fue víctima, y vive su premio como una revancha: "Mi padre me había negado la educación. Me había condenado, por no querer trabajar bajo su mando, en su fábrica, a una juventud de lucha. A defenderme a puñetazos por las calles y las oficinas, con tal de salir con la mía. Y ahora me hallaba allí, en viaje hacia Italia, en calidad de invitado y futuro huésped de su patria. Libre y solo. Solo, sí, pero libre y triunfante".

El padre aborrecido había llegado a América en su juventud. El hijo, al ver a los paisanos del emigrante, se preguntaba: "¿Estos eran, estos siguen siendo los colonos que Mitre ponderara como los más adelantados del mundo? A casi un siglo de las primeras inmigraciones a la Argentina, me recibían azorados, descalzos, uncidos al terrón de magra tierra, a la tradición primitiva del laboreo". Quienes habían permanecido en Lombardía, por su parte, criticaban a aquellos que habían partido: "Esta es la obra de los que se fueron a ‘hacer la América’. Este es el abandono de los que no supieron ganarse el pan en su tierra. Es la muerte de ellos, no la del paese, la que estás viendo".

Cuántas noches de invierno había pasado en el establo el emigrante, antes de partir! "Las mujeres, ocupadas en hilar; los muchachos –papá lo contaba- sonando la guitarra y la ocarina. Todos al calor de las bestias, para trabajar, cantar y dormir en las noches de nieve, cuando no subían al piso superior por la escalerilla de madera de álamo". Se había alimentado con las comidas típicas de la región, las mismas que los descendientes acaudalados despreciaban: "A mí me apetecían las ranas –dice el protagonista-. Me apetecían todos los alimentos que nutrieron a mi padre; pero Anna los había proscripto de su mesa. No a la ordinariez de la polenta, no a la selvaggina, los patos silvestres". Había vivido en el mismo escenario en que se hallaba el hijo: "suelo de paja y tierra apisonadas, la ventana cubierta de aceitosa tela, la stamagna, y la única cama apoyada en gabas, troncos toscamente tallados, más que bancos. El colchón (…) crujió bajo mi peso con el ruido de las hojas secas de maíz que lo rellenaban".

El padre había sido ranero: "La veta roja del jade, ese palpitar de animal que aparece en la piedra, lanzada ahora desde una vibración cósmica para ocupar su sitio en la honda tensa de la rana. El animal, sometido a instrumento, se ablandaba hasta convertirse en gomera de la luz y saltar, inmóvilmente, a la pedrada del manotazo certero de Manera. A medida que las iban atrapando, las embolsaban, y era fama que la pesca de ranas no había conocido pareja tan experta como la que constituían Manera y su amigo".

Se sentían, los raneros, enemigos de los cazadores: el "cazador, siempre solo, siempre ceñudo. El rifle en bandolera, y, abriéndole paso, acorazando al amo, el pecho fuerte del bracco. El hocico del perro, oscuro y fruncido como el rostro del amo. Rostro y hocico de mal talante. Hombre y perro tallados conjuntamente en la inmovilidad del paisaje y del destino:: boscaioli o contadini. Sin alternativa, desmontadores o campesinos".

Había visto el sacrificio de las mujeres, el mismo que el hijo veía encarnado en una de ellas, que "continuó despellejándose las manos inmensas, deformadas. Las manos que de joven había hundido una y mil veces en el agua hirviente de los calderos de la filanda, la hilandería donde se mataba al gusano de seda, hirviéndolo, para despojarlo del capullo. (…) El cuerpo de la anciana exhalaba olor desagradable, mezcla de senectud y de humedad. De la humedad que, en la hilandería, le había penetrado hasta los huesos. El olor nauseabundo de las crisálidas muertas, las que no salían a flote en los calderos. Olor que impregnaba las ropas y los cuerpos de las mujeres, para siempre".

Había conocido a las mondariso, quienes "agachadas sobre los surcos, limpiaban con las manos las plantitas, para evitar que las ahogara la cizaña", y las tintoreras, "profesión tradicional de Mede".

Un día, decidió partir. "Era el emigrante que ‘había hecho la América’. Tenía los cuerpos, los rostros de los viajeros pobres que iban en mi barco –imagina el hijo. Tenía, también, únicamente él entre todos, la innata distinción, la cuerda fina de los nervios, del temperamento, que yo acababa de presentir en Micrula. Un chorro de agua, un manguerazo brutal, le dio en la cara. Lo vi trastabillar, mojado. Lo vi llorar de indignación y afirmarse en los zapatos claveteados, agarrándose fuertemente del tirador negro, sobre el torso sin saco, para no caer bajo el golpe del agua. (…) En tropel, árabes y turcos aparecían y desaparecían alrededor de mi padre. Corrían, gritando, aullando, perros mojados, perros azotados a manguerazos, a refugiarse bajo mi cama mientras que papá, rascándose con furia las axilas, gritaba o gemía, o gritaba y gemía al mismo tiempo: ¡Piojosos! ¡Piojosos!".

"Había aprendido un oficio. Era más joven, más tenaz, supongo". El hijo lo comparaba con ese paisano que hacía come le rondini (como las golondrinas): "volaba atravesando el mar. De Europa a América, de la Argentina a Italia, para ganar el jornal en la época de la cosecha". Muchos años después, uno de los descendientes que habían quedado en Mede caminaba "enumerando, ponderando, magnificando las proporciones y la importancia de las fábricas", que el inmigrante había logrado fundar en la nueva tierra. Para el admirado sobrino, el padre del protagonista "era el ejemplo que debía imitar, la luz que debía guiarlo".

El lombardo había llegado a enriquecerse respetando ciertos principios, algunos de ellos muy crueles: "repudiaba la enfermedad, la consideraba un vicio", "lo violentaba la timidez". Frente a la tumba del primo en tierra lombarda, el narrador recuerda: "Aldo, el que se volvió a su patria sin que mi padre fuera a despedirlo al puerto. El que salió de un hospital de Buenos Aires a los pocos días de operado del estómago, y llegó solo a mi ciudad suburbana, sin que papá lo hubiera ido a buscar. Llegó solo, caminando desde la estación, transpirando y desmayándose de debilidad".

El padre renegaba de su familia pobre. La hermana afirma: "yo veía a los dos hermanos, en la Argentina, emigrantes prósperos, bien vestidos, olvidados por completo de las hermanas miserables y despreciadas por el resto de la familia". Otro era el sentimiento ante los demás parientes, a quienes llevaba, cuando visitaba Italia, una gargantilla de oro, zapatos y carteras de piel de víbora, ponchos de vicuña, mates de plata.

En América, por el contrario, "Se vengaba, el inmigrante rico, de las argentinas copetudas que, antes, lo habían humillado. Se vengaba de sus cacareos, de sus estridencias. Extendía ante ellas, cual mancha en el mantel de la fiesta, su silencio. Desplegaba la bandera del silencio que ellas, con sus alientos, hacían flamear. Las usaba, despectivamente, de asta, y en la médula de ese mutismo ante el que caían, títeres vaciados de manos, las palabras, yo sólo veía la estrechez del resentimiento, la venganza sin grandeza de mi padre".

Así fue, vista por ojos indudablemente parciales, la inmigración lombarda. De sus infortunios en Italia y de sus logros en América, nos habla Betti, en una novela memorable.

EL LAUD Y LA GUERRA, por Martina Gusberti. Buenos Aires, Vinciguerra.

En el año 1989, Martina Gusberti dio a conocer su libro de cuentos Requiem para la adolescencia, en el que trabaja con emotiva dedicación, entre otros temas, la figura paterna y el hogar inmigrante. Seis años más tarde apareció El laúd y la guerra, novela en la que cuenta la historia de un viaje que la autora realiza junto a su padre y su marido, en 1982. No sería ésa la primera vez que el emigrante regresaba a su tierra: "después de varios viajes a su itálico terruño, cuando todos creíamos que había sentado cabeza, manifestó su deseo de reincidir. Era éste el proyecto más acariciado por mi padre, quizás el último y el de más difícil solución, por su avanzada edad". Como no se animaba a viajar solo –tenía ochenta y ocho años-, buscaba quien lo acompañara. La esposa se había negado; los cuatro hijos tenían sus ocupaciones. El anciano insistía: "¡Qué bello volver a Italia, visitar los lugares donde luché en la primera guerra mundial, recorrerlos paso a paso, ver cómo estarán hoy…!

La hija, nacida como él en Italia, se pregunta acerca de la motivación que impulsa con tanta fuerza al padre; se cuestiona "ese afán por volver al pasado, no sé si para fijarlo en el hoy o sólo para retroceder a él. Quizás, ganas de detener el tiempo que se le escurría entre las canas; o de no morir, sin mimetizarse definitivamente con el paisaje". Finalmente, ella y su marido deciden acompañarlo: "Seríamos dos portaestandartes enarbolando a un soñador", comenta. El anciano, conmovido, les agradece: "Gracias a ustedes puedo hacer esta travesía, que era mi obsesión".

Durante años, el emigrante había reunido toda información acerca de su vida en pesados protocolos. "Cuando se preparó para este viaje, lo primero que puso en su valija fueron sus tan mentados álbumes, porque, así como quería mostrarle a los argentinos su pasado italiano, así, ante sus compatriotas, quería ufanarse de la obra que, en este lado del mundo, había desarrollado un humilde inmigrante". Y en verdad, su trayectoria era para enorgullecerse, pues había sido "director de la Banda Sinfónica en la capital de la provincia del Chaco y fundador de las bandas musicales del Colegio Don Bosco, la Penitenciaría Nacional, los Boy Scouts, los Bomberos Voluntarios y la primera Escuela de Música Municipal, que fueron reproducciones de las que anteriormente creó en su país natal". Además, había formado orquestas; la escritora las enumera: "Orquesta de Cámara del Ateneo del Chaco, de Cámara Amigos de Don Bosco, Orquesta Sinfónica de la Casa de Gobierno, la Municipal, la Orquesta Clásica del Coro Polifónico Santa Cecilia y otras bailables".

La novelista evoca la razón por la que el italiano pensó en venir a la Argentina. Decidió emigrar "huyendo del fascismo, porque él, como vehemente socialista, fue apaleado varias

veces por los camisas negras". El anciano narra qué había sucedido: "Sabían que era músico, director de una banda, y me buscaron para colaborar; pero yo me negué a tocar La marcha fascista y por eso me ligué unos buenos bastonazos, ¡brutte bestie! Me protegí la cabeza como pude, pero ésa es otra historia. Después, emigré a América".

Ya en nuestro país, no se queda en Buenos Aires, una ciudad que indudablemente hubiera sido familiar para él, dada su semejanza con las urbes europeas. El destino que elige es bien distinto; se dirige a una ciudad que "fue fundada por un puñado de inmigrantes italianos que, remontando el Río Negro y traídos por empresas contratistas con el señuelo de poblar tierras fértiles y prósperas, hallaron en cambio terrenos ásperos, cubiertos por bosques salvajes plagados de mosquitos. Era el 2 de febrero de 1878, durante un verano abrasador. Se dice que los colonizadores estuvieron varios días en el barco sin querer aposentarse en esa tierra inhóspita. Luego, vencidos por la circunstancia, no tuvieron otra opción que desembarcar con sus familias. (…) La lucha contra los malones fue una pesadilla para esos colonos sin armas, sin espíritu bélico, que sólo querían esgrimir el azadón. Pero sobrevivieron. Por eso, la ciudad se llamó Resistencia". Allí llega en 1922, a los veintiocho años, este joven que llevaba en su espíritu los horrores de la contienda, los agravios de la falta de libertad.

A criterio de Ester de Izaguirre, "Martina Gusberti recrea y renueva el tema del inmigrante, con el personaje Luigi que después de vivir la guerra, se larga a la búsqueda de posibilidades en la Argentina, en una de cuyas provincias se radica, y fiel a su vocación y a su índole, enseña música, dirige la banda del pueblo, funda una familia; en pocas palabras: ocupa su lugar". Se pregunta la ensayista si "¿Existió Luigi en la vida real? ¿Es un símbolo de todos los inmigrantes, con cuyos hijos y nietos se hizo este país? Lo importante es que ya existe como personaje con todo el relieve de los elegidos".

Si bien Luigi había regresado con anterioridad a Italia, nunca había vuelto al escenario del combate. Volver sesenta años después le hace recordar cada momento de su pasado, pero también lo colma de dicha, tanta que, cuando la hija le pregunta si es feliz, el anciano le responde: "Tanto, como cuando naciste…"

Pero no fue sólo el padre el beneficiado con esa travesía. En Martina y el marido se operó una transformación que ella describe: "Nos hizo cambiar nuestra filosofía para recorrer mundo, y desde aquél, nuestros viajes variaron de tónica, dejamos de ser turistas. Papá nos enseñó a meternos en los pueblitos, a olfatear sus cocinas, a distinguir las leves variaciones en las fonéticas de los dialectos, a hablar con la gente mayor y escuchar sus relatos que siempre son inéditos, a aprender historia, las pequeñas e intimistas historias de los viejos pobladores que –como pulsantes arteriolas- son el origen del gran cauce de un país. Los pintorescos personajes de Vescovato y Pescarolo han coloreado para siempre mi vida, pero sólo los descubrí aquella vez, a raíz de ese viaje, de aquel tiempo, guiada por la sabia mano de mi padre. Me enriquecí con gamas de colores inesperados, con el gracejo de voces campesinas, el tañer de campanas centenarias, con el desconocido olor a bestias arando y a hierba fresca segada".

La experiencia fue valiosa para ella: "Estaba cumpliendo dos viajes simultáneos: uno externo, a través de la geografía, de los conocimientos concretos que los sentidos me brindaban, las peripecias y las anécdotas actuales. La información histórica presente y pasada y el intercambio afectivo y racional con ese suelo que era mi raíz. Pero coexistía otro viaje en mi interior, invisible a los ojos, que no tenía mojones tradicionales, y que sólo era registrado en la cartografía del mundo emocional. Ese viaje hacia atrás en la historia de mi padre, en los personajes y acontecimientos que forjaron su personalidad, su filosofía de vida, su actitud frente a la muerte, me hicieron descubrir al titán escondido detrás de la mansedumbre, a la fuerza tenaz bajo la pátina de resignación. Esa fue la secreta fórmula que le permitió sobrevivir con la salud, alegría y terneza indemnes. A mí, la vida me había deparado un privilegio irrepetible: ese viaje peculiar, para poder conocer quién era en esencia mi padre".

Lo conoció mucho más, al compartir vivencias allí donde habían sucedido, y volcó su sentimiento en estas páginas, en las que –afirma Bernardo Ezequiel Koremblit- encontramos "un entrañable Luigi, un Luigi imborrable", "evocado con tal acierto y virtuosismo literario que la evocación es a un tiempo una invocación". En el libro se adivina a la escritora como una investigadora que no se contenta con la tradición familiar, sino que la profundiza y fundamenta en bibliografía. El estudio que debe haber realizado para contar los hechos como lo hace no se trasunta en su estilo, que es natural y espontáneo, sino en la solvencia con que maneja datos y fechas de una época pretérita.

El laúd y la guerra puede ser leída como una crónica real de tiempos bélicos, puede abordarse también como un relato de viaje, como una descripción de la vida actual en la llanura lombarda, como una historia de inmigrantes y una obra inspirada por el amor filial y la admiración. Es todo eso, y es, fundamentalmente, la historia de un regreso que atañe no sólo al emigrante, sino también a su descendencia, que comprende así aún más lo ejemplar de una vida.

Polacos

COSAS Y CASOS JUDIOS, POR León Poch. Buenos Aires, Milá, 2003.

"León Poch, nacido en Polonia, llegó a Buenos Aires en 1928, siendo un adolescente de 15 años y al darse a esta tierra, ella le dio –con la revelación de su vitalidad de pueblo joven- todo lo que él necesitaba para la formación de su personalidad. En Buenos Aires estudió; en Buenos Aires optó por la ciudadanía; en Buenos Aires se manifestó su vocación y en Buenos Aires formó su hogar, donde nacieron sus tres hijas, porteñas".

"Realizó estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes bajo la dirección del Maestro Pío Collivadino; obtuvo el título junto con el primer premio ‘Carlos Ripamonte’. Eligió como medio de vida la actividad publicitaria, alternada luego con el periodismo. La gran oportunidad se la dio don Natalio Botana al incorporarlo al equipo estable de dibujantes del diario ‘Crítica’. En esa misma época nació su vínculo con la revista ‘Patoruzú’, para la que dibujó ininterrumpidamente –desde su aparición hasta el cierre, durante cuarenta y dos años- sus inolvidables ‘Temas porteños’. Colaboró también en muchas otras publicaciones periodísticas".

"Grandes del teatro –Maurice Schwartz, Joseph Buloff, Ben Ami y otros- montaron sus obras en Buenos Aires y en Nueva York sobre bocetos de escenografías de Poch. Su obra ha trascendido por medio de muestras individuales y colectivas; murales y tapices embellecen numerosas instituciones, establecimientos de enseñanza y residencias particulares; sus cuadros forman parte de pinacotecas de Buenos Aires, Nueva York, Jerusalén y Sidney. No hizo envíos a Salones Nacionales, excepto dos únicas veces: al Salón de Santa Fe y al Salón del Fondo Nacional de las Artes, y en ambas oportunidades recibió la más altas distinciones. Se editaron 2 carpetas: ’24 Dibujos.de Israel’ y ‘Judíos de mi infancia’ con 32 dibujos y glosas del poeta y escritor Simja Sneh".

"Sus ojos de 90 años aún siguen descubriendo nuevas formas, colores, luces y sombras en un mundo cambiante que sin embargo no le es ajeno porque siempre ha mantenido joven la mirada" (3).

El 27 de julio de 2003, en el marco del Segundo Encuentro Internacional "Recreando la Cultura Judía. Literatura y Artes Plásticas", se presentó en la AMIA Cosas y casos judíos. Finalizada la proyección de un video emitido días antes por ATC, Guillermo Roux, Sergio Langer, Moishe Korin y el nieto de Poch se refirieron al autor, que se encontraba allí.

En este libro, escribe el autor: "La vida de un pueblo no se teje sólo con grandes acontecimientos: en el complejo entramado de su historia y de su cultura, numerosos personajes (famosos o no) y hechos poco conocidos dibujan perfiles, matices y densidades sorprendentes. El pueblo judío, tanto durante su existencia como nación independiente como en los largos años que ha debida actuar dentro de otras culturas, ha sobresalido por sus valiosos aportes sin perder los rasgos que lo diferencian de los otros pueblos. Todos y cada uno de los judíos han sido y somos artífices de esta titánica tarea. Con amor al pueblo judío –sin pretensiones de realizar una obra literaria o histórica- me dediqué a recuperar de la oscuridad algunos de aquellos personajes y hechos poco conocidos pero interesantes, que permiten iluminar un poco más la importancia de estas contribuciones judías a la cultura, ciencia y las artes de la humanidad. Lo hice en mi lenguaje, el dibujo; con textos breves y directos, despojados de adornos pero elocuentes como los hechos mismos. Espero lograr transmitir a los lectores el amor y el orgullo que siento por el rico quehacer de mi pueblo, sobre todo a los jóvenes, porque ellos han de continuarlo" (4).

Para lograr su objetivo se vale de dibujos y textos, sustentados en una importante bibliografía integrada no sólo por libros sino además por publicaciones en varios idiomas. A partir de este material, fue ideando imágenes y explicaciones acerca de hechos y personalidades fundamentales, y de curiosidades de la cultura judía. Por ejemplo, explica por qué el Moisés de Miguel Angel tiene cuernos, de dónde proviene el apellido Rothschild, quién fue Theodor Herzl, quién fue la primera víctima judía del Santo Oficio en tierra americana, por qué se usa cinta roja en la muñeca, entre otros temas.

La claridad y belleza de los dibujos y la concisión de los textos que los acompañan hacen de este libro una obra interesante para chicos y grandes, para los judíos y quienes no lo somos, ya que informa acerca de cuestiones que trascienden una colectividad y se vuelven de importancia para todos, sin distinción de credo.

MOISES VILLE Recuerdos de un pibe pueblerino, por Felipe Fistemberg Adler. Buenos Aires, Milá, 2005. 112 págs. (Testimonios).

A esa localidad santafesina llegó, procedente de Wohanov, Provincia de Radum, Polonia, el padre del escritor, a los diecisiete años, en 1926. El joven, "Con sus ahorros contribuye a traer de Polonia a sus padres, Salomón y Sara Berta y a su hermana Lea". Cuatro años después arribó a la colonia, desde Nizni Apsa, Checoslovaquia, quien luego sería la madre de Fistemberg: Del matrimonio nacieron cuatro hijos, la mayor de los cuales fue la esposa de Jaime Barylko. Los padres y los hermanos, así como también los maestros, los condiscípulos, los vecinos, son los protagonistas de estas historias que rescatan el aspecto cotidiano de esa comunidad.

"Queridos hijos –escribe Fistemberg-, si en algún momento les invade la curiosidad de conocer la historia de mi vida, podrán encontrarlo en este breve relato. Aquí está mi origen y el camino que he elegido y recorrido. (…) No encontrarán en este relato una obra literaria, porque no lo es ni pretende serlo, es el ejercicio de mi memoria y es mi deseo que sea un sincero mensaje de amor y agradecimiento a todos, a mi querida familia, a mis apreciados maestros y a mis entrañables amigos, a los que me rodean y a los que ya no están en nuestro entorno, pero permanecen presentes en mis recuerdos a pesar de que a muchos no los nombro. A todos gracias".

Resalta en este texto, escrito por un docente que venera sus raíces y su religión, el apego del autor por su pueblo, por la Argentina que acogió a sus mayores, y les permitió empezar de nuevo, desde la nada. Evidencia, asimismo, un profundo amor por la familia que le tocó integrar. Los felices momentos vividos junto a sus hermanos, las travesuras que hicieron, las anécdotas graciosas, son relatadas con cariño y añoranza.

Porque, como afirma en el Prólogo Manuel Tenenbaum, Director del Congreso Judío Latinoamericano: "El mérito de Fistemberg consiste en que al leerlo recibimos la impresión inmediata y exacta de lo que nos narra. Su crónica nos acerca más directamente a Moisés Ville que un estudio histórico o sociológico de la Colonia. Además la lectura es atrapante; se trata de un libro que se toma y ya no se puede dejar hasta el fin; que deleita y regocija. Muchos y merecidos homenajes se han rendido a la epopeya de Moisés Ville. El de Felipe Fistemberg no es uno más. Tiene, por así decirlo, un gusto especial, que seguramente apreciarán los iniciados nostálgicos y sus descendientes que buscan sus orígenes familiares".

LAS EDADES/ THE AGES, por Ricardo Feierstein. Traducido del español por Jim Kates y Stephen A. Sadow. Buenos Aires, Milá, 2004. 240 pp. (Poesía).

"Ricardo Feierstein nació en Buenos Aires y ha ejercido una variedad de oficios: escritor, arquitecto, periodista, crítico de espectáculos. Lleva publicados diversas antologías y algo más de una veintena de libros, entre ellos cinco novelas (la trilogía SINFONIA INOCENTE, 1984, MESTIZO, 1988 y 1994 en castellano y 2000 en inglés; y LA LOGIA DEL UMBRAL, 2001). Todas ellas conforman una saga, de lectura independiente, sobre la condición judía latinoamericana y la historia argentina. También siete colecciones de relatos, entre ellos BAILATE UN TANGO, RICARDO, 1973; LA VIDA NO ES SUEÑO, 1987 y HOMICIDIOS TIMIDOS, 1996. Cuatro volúmenes de poesía y tres libros de ensayos: JUDAISMO 2000, 1998; CONTRAEXILIO Y MESTIZAJE, 1996 y su ya clásica HISTORIA DE LOS JUDIOS ARGENTINOS, 1993 y 1999. Su labor literaria mereció diversos premios (Municipal, Coca-Cola, Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, Premio Internacional Fernando Jeno de México, entre otros). Ha sido parcialmente traducido al inglés, alemán, francés y hebreo".

El escritor –afirma en la Introducción Stephen Sadow, de la Northeastern University, Boston- "está de acuerdo con la frase de André Malraux, acerca de que toda literatura es autobiografía. No es sorprendente, entonces, que su poesía esté saturada con observaciones sobre su propia vida. Durante treinta y seis años como poeta, ha sondeado dentro de sus momentos más íntimos, a veces mirando hacia atrás en el tiempo, a veces hacia delante, a veces fijando su mirada en el momento. En esta selección, Las Edades/ The Ages, Feierstein ha ordenado sus poemas, no en el orden cronológico de su composición, sino como una serie que sigue y revisita las etapas y temas dominantes de su vida. La antología está ordenada así: Niñez/ Barrio/ Inocencia; Juventud/ Datos personales/ Oficios; Identidad/ Judaísmo; Amor/Familia y, por fin, Madurez/Preguntas Esenciales. (…) A pesar del énfasis en lo autobiográfico, Ricardo Feierstein no es ni narcisista ni modesto. En algunos poemas sí analiza las fuentes de sus propias alegrías y dolores. En cambio, en muchos otros, presenta el contenido de su experiencia como si fuera emblemático de su ‘edad’ ".

Desde el abuelo polaco, que emigra a la Argentina, hasta los nietos del poeta –que hablan, en la nueva tierra, el idish del inmigrante-, todo es lírica en una trayectoria vital que no se limita sólo a la evocación de la existencia de quien escribe estos versos tan surgidos desde adentro. Al doloroso desarraigo de Moishe Búrej, "judío orgulloso y/ polaco de veinte generaciones/ que huyó hacia América, desde esa/ tierra bordada por antisemitas", se contrapone la no menos patética situación de la "generación del desierto", en nombre de cuyos miembros proclama: "Somos los hijos de la guerra mundial/ las toses de Hiroshima, el Holocausto/ y la revolución/ y andamos por el mundo a los empujones/ grandes y alados como ángeles borrachos/ buscando a ciegas una agrietada fumarola/ prometida entre espumas y nigromantes/ y ya inexistente/ sin comprender la tormenta de mástiles que se avecina./ No somos la historia ni el futuro". Tanto uno como otros se verán redimidos en los hijos y los nietos, que son su apuesta al porvenir.

Y como siempre, como en sus novelas y postales, campea en esta obra de Feierstein el recuerdo entrañable de la infancia en el barrio; se evidencia la fidelidad de este hombre reconocido internacionalmente hacia esta Villa Pueyrredón que lo vio nacer, en la que, casualmente, también nací yo, y donde hoy escribo estas líneas.

Algunas de las traducciones en Las Edades( The Ages han aparecido anteriormente en Ricardo Feierstein, We, The Generation in the Wilderness, traducido por Jim Kates y Stephen Sadow (Boston, Ford Brown, 1989), y las revistas literarias Crosscurrents, Stand, Pig bon Review, The Plum Review, International Poetry Review y The Minnesota Review.

Esta publicación cuenta con el auspicio del Departamento de Lenguas Modernas y el Programa de Estudios Judaicos de la Northeastern University, Boston, MA 02115, Estados Unidos/ Department of Modern Languages and Program in Jewish Studies of Northeastern University, Boston, MA, USA; así como de Jaime M. Jacubovich, Elsa y Mauricio Szlufman, de la Argentina.

El diseño de tapa e interior fue realizado por Rubén Longas. Colaboró con los traductores, leyendo el texto en inglés y aportando sugerencias, Lisa Leist Seiden.

EL INFIERNO PROMETIDO Una prostituta de la Zwi Migdal, por Elsa Drucaroff. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 336 pp. (Narrativas históricas)

Kazrilev, Polonia, 1926. Dina anuncia a su madre que no se casará aún, pues seguirá estudiando. Su padre la apoya en esa decisión, y costea los estudios de la joven. La madre, furiosa, la amenaza: "¡Vos vas a terminar en Buenos Aires!". Poco después, el vaticinio materno comienza a cumplirse: Dina es violada por un compañero de estudios. Este hecho trae la vergüenza a la familia, y el desprecio de quienes los conocen. Es entonces cuando aparece un hombre que llega desde la Argentina, buscando novia para casarse. El habla con el padre de la adolescente. "Señor Hamer, yo soy un hombre práctico –dijo sonriendo-. Busco una buena judía trabajadora que pueda manejar mi casa y criar a mis hijos. Buenos Aires es una gran ciudad, con costumbres diferentes. No es fácil encontrar chicas bien preparadas para el matrimonio en una ciudad grande. Y en el caso de su hija, precisamente por lo que ella vivió, sé que va a valorar lo que voy a darle, y me lo va a retribuir como merezco. Porque va a ser muy difícil que encuentre a otro que pueda y esté dispuesto a dar lo que yo estoy ofreciendo".

Luego vendrán el viaje, la explotación sexual, el terror a un juez, el respeto por un periodista y el amor por un anarquista. Tres relaciones igualmente intensas, pero diferentes entre sí por las motivaciones que las impulsan y por los efectos que producen en la joven. Y por fin, la libertad, una libertad lograda con valentía, en un mundo en el que desobedecer se pagaba muy caro. Elsa Drucaroff maneja con maestría estas situaciones, demostrando su talento en la composición de los personajes, especialmente los femeninos. Muestra una Dina que evalúa los beneficios y los perjuicios de las decisiones a tomar. Ella sabe; es esa sabiduría la que la vuelve distinta de las demás.

La protagonista puede escapar –o al menos, intentarlo-, pero no lo hace en un principio. Ahí es cuando se pone sobre el tapete la trama de intereses privados, familiares y sociales que permitían que estas mujeres llegaran en esa forma a la Argentina, eludiendo controles, con documentos falsos, burlando a la Asociación Judía para la Protección de Niñas y Mujeres. Porque -demuestra Drucaroff- las mujeres que trae el tratante de blancas, o ya saben a qué vienen, o cuando se enteran, son más seducidas por un plato de comida que atemorizadas por los golpes. La escritora ejemplifica esta aseveración mediante los personajes de Dina, sometida voluntariamente por temor a volver a su tierra, y Rosa, una mujer que creía haberse casado por poder y, ya en Buenos Aires, se niega a trabajar. A ella, le surtió más efecto una buena cena que el castigo físico y el encierro. Esto tiene su razón de ser en la miseria, agravada por el antisemitismo, que se pasaba en Polonia en esa época. Dina soporta todo, menos el hambre. Y cuando existe la posibilidad de abandonar el burdel, compara lo que gana con el sueldo de una costurera, y sigue prostituyéndose. Es peor el hambre que la esclavitud; las joyas y las ropas costosas importan más que las humillaciones. Sólo el amor hace que la polaca huya, y comience una nueva vida, muy lejos.

El infierno prometido es una novela escrita con documentación histórica y con hábil manejo del estilo. Drucaroff logra así una obra en la que el suspenso nos mantiene expectantes, que suscita en nosotros el deseo de felicidad para unos y castigo para otros, que nos hace sentir testigos de un drama que tiene una raíz mucho más compleja que el engaño a adolescentes y a sus familias.

Ucranianos

ROJOS Y BLANCOS. UCRANIA, por Rosalía de Flichamnn. Per Abatt, 1987.

La autora de Rojos y Blancos, Ucrania nació en ese país y vive actualmente en la provincia cuyana. Sus pinturas se exhiben en museos y colecciones privadas de Estados Unidos, Europa y Sudamérica, e ilustran sus memorias. Esta obra transmite al lector las penurias que debieron pasar muchos inmigrantes en su país de origen y habla, a la vez, de las diversas latitudes elegidas para afincarse en la Argentina. No todos se quedaron en Buenos Aires, hacinados en conventillos; muchos se dirigieron al interior, donde prosperaron aun enfrentando a indios y xenófobos.

La escritora afirma que ella y su familia eran perseguidos en Ucrania por dos motivos: su condición de judíos y de burgueses. Si estas dos causas motivaron la amenaza constante a la que estaban sometidos, también significaron la posibilidad de radicarse en nuestra tierra, ya que la madre se apoyó "en instituciones judías que ayudan a los emigrantes fugitivos que salen de Rusia", y el hecho de ser pudientes les permitió una salvación que a otros estuvo negada.

En estas páginas, la escritora evoca su niñez, en la que las amarguras eran una realidad cotidiana. Las persecuciones, la revolución, la guerra civil, las violaciones y los asesinatos –a los que se suman las inundaciones y el tifus- son el cuadro con el que Rosalía debe enfrentarse a muy corta edad: "Los blancos están en la ciudad, persiguen sin cesar a los judíos. Matan a los hombres, se apoderan de las mujeres jóvenes y hasta de las niñas. Estoy cansada de tanto horror. Y los cambios continúan. Hoy los blancos, mañana los rojos. Como somos despreciables burgueses, éstos invaden la casa y nos reducen a dos habitaciones. El hambre se hace sentir, duele". Más adelante, manifestará una preferencia, en su desgracia: "Quiero que vuelvan los rojos; cantan la ‘internacional’ y nos asustan, pero que vengan pronto. Los blancos son peores, ignorantes, desalmados, asesinos".

La niña recuerda el escondite en el que su abuelo refugiaba a la familia y a algunos vecinos -los ancianos y las madres con hijos- cuando estaban en peligro: "nos situamos en un lugar oscuro, sin aire. Es bajo, menos de un metro de altura. Ya estamos todos acurrucados, en silencio. ¡Cuidado! Que nadie hable, no hacer ruido, dice el abuelo. Algunas mujeres lloran despacio. Un niño pequeño empieza a protestar y llora cada vez más fuerte. ¿Quién grita? ¡Tapen la boca a ese niño! ¡Nos van a descubrir por su culpa! ¡Nos matarán! Pónganle un trapo en la boca". El anciano es evocado como un verdadero patriarca; él quedará en Ucrania, y aceptará generosamente que su familia marche hacia la libertad.

La protagonista describe asimismo la desesperación que sentían ante un pogrom. En uno de los capítulos dice: "Nos reunimos todos en un cuarto. Apagamos las luces y vemos entrar por las ventanas enormes piedras que rompen los vidrios y todo cuanto encuentran. (…) Creo que Dios dio vuelta la cara y no mira. ¿No sabe que el abuelo es tan bueno, que rezó mucho en la Sinagoga? ¿Y que la abuela prende dos velas y las bendice?". Incapaz de comprender tanto fanatismo y codicia, se siente abandonada en su desolación.

Agobiada por la tristeza, la niña piensa en el padre, al que no ve desde hace años: "Se fue antes de que empezara la guerra, se fue lejos, más allá del cielo y las estrellas y la luna. Por eso no tengo una muñeca. Pero mamá dice que pronto me va a regalar una". De esa tierra lejana llega la muñeca, y también una canción: "Aprendo a cantar en ruso un tango que llega de la Argentina, ‘El Choclo’. Por cierto, las señoras elegantes usan vestidos color ‘tango’. Mi tía grande tiene un abrigo precioso de ese color, un hermoso anaranjado".

Después de muchos trámites, emigran para reencontrarse con el padre que viajó ocho años antes: "Me convenzo de que no sueño, de que terminaron los preparativos. La última noche casi no duermo. Miro todo, quiero recordar la casa que nunca más veré. Miro por la ventana la calle familiar, la gente que pasa. Me levanto despacio, voy al balcón. Recuerdos, risas, lágrimas, sueños". La niña desea partir, a pesar de que echará de menos su tierra: "Pronto estaré lejos de este país. Esto es lo que quiero. Poner distancia, no volver nunca más ni recordar lo vivido; aunque amo a Rusia, amo a Ucrania, amo la ciudad donde nací. Y cantaré, leeré y escribiré en el idioma que tanto quiero y recordaré siempre. ¿Pero por qué estoy triste? ¿Acaso no voy hacia la felicidad?"

Luego de un viaje penoso llegan a Buenos Aires, donde tiene lugar el ansiado encuentro con el padre que "sonríe, siempre sonríe": "Vestidas de blanco, subimos a la parte más alta del barco que ya está atracando al muelle. Abajo se ve un enorme gentío. Miro y no distingo nada ni a nadie. Mamá busca ansiosamente. La veo nerviosa, excitada. ¿Estará papá allá abajo? Ella mira, busca. ¡Es papá! Se tambalea, se desmaya. Nos ayudan a levantarla. Se repone pronto y estamos listas para pisar suelo argentino. (…) papá nos abraza, besa a mamá. ¡Qué alivio, ya no tengo que protegerla! Ya tiene quien la cuide, quien la ame. Me siento liberada, contenta. Yo siempre la quiero mucho; pero desde ahora sin angustias, sin penas".

Por fin, llegan a Mendoza. La pequeña se compara con otras niñas de la familia, que no han conocido la guerra: "En la estación nos reciben dos primas algo mayores que nosotras. Al mirarnos se produce el choque de dos mundos reflejados en el aspecto de ellas y de nosotras. Las primas parecen muñecas sonrientes, despreocupadas".

Ha comenzado para Rosalía "una larga vida en la Argentina, una vida plena y feliz".

DE UCRANIA A BASAVILBASO, por María Arcuschín. Buenos Aires, Marymar, 1986.

Quizàs el nombre de Marìa Arcuschìn no sea muy conocido en el àmbito literario, pero sì lo es en el seno de la comunidad judìa, donde desarrollò una vasta labor. La autora, descendiente de judìos ucranios, naciò en Basavilbaso, donde cursò sus primeros grados escolares. Màs tarde, completò allì su formaciòn docente, en el colegio Domingo Faustino Sarmiento, bajo la direcciòn del profesor Josè Monìn, quien luego, radicado en Israel, asumirìa el cargo de director del Departamento de Psicologìa del Tecniòn de Jaifa.

Tiempo despuès, radicada en Buenos Aires, se desempeña como educadora en distintos organismos de enseñanza. Fue la primera maestra del Hogar Infantil Israelita Argentino, pasando luego a ejercer la direcciòn del mismo. Tambièn le interesaron otros campos del saber: en 1955 egresò de la Escuela de Floricultura de la Facultad de Agronomìa de la Universidad de Buenos Aires, y en 1963 pasò a ocupar la ayudantìa en la càtedra de Parques y Jardines. En esta especialidad, se destacò publicando diversos artìculos sobre el tema y actuando como jurado en la Sociedad Rural Argentina.

En De Ucrania a Basavilbaso (1), rinde homenaje a sus antepasados y a quienes llegaron a Amèrica en busca de libertad y paz, al tiempo que narra su propia vida en el seno de la colectividad.

Josè Isaacson, prologuista de la obra, comenta que "La autora de la crònica relata sencillamente, sin pretensiones literarias que la desviarìan de su propòsito esencial, y sus conjeturales hallazgos estilìsticos, paradòjicamente, malbaratarìan la fluidez de su escritura. Su mayor acierto, quizà, sea esta sencillez distante de la simplicidad. Esta modulaciòn le permite alcanzar la sinceridad sobre la cual edifica su homenaje a quienes con ella, compartieron la tarea de colonizar la pampa gringa".

En la lìnea de Los gauchos judìos, las paginas de Arcuschìn tienen un hondo valor ètico y social, pues la cronista evoca, con una visiòn adulta de su pasado, la gesta de esforzados inmigrantes y los ecos que tuvo en los argentinos. En la obra de la entrerriana se observa la incidencia del momento històrico y el àmbito geogràfico en los personajes, la presencia de la autora en el texto, la religiòn y la educaciòn, el trabajo y las diversiones, como asì tambièn las reiteradas agresiones que sufriò la colectividad, y el efecto que causaron en la escritora y su familia.

Arcuschìn relata la epopeya de sus mayores, quienes debieron emigrar, en tiempos del Zar Nicolàs II. Recuerda los relatos familiares sobre la razón que los llevó a dejar su tierra: los antepasados ""Fueron casa por casa, puerta por puerta alertando sobre el peligro del próximo pogrom y la urgencia de partir hacia América en busca de libertad y de paz".

Emprendieron una dura travesìa: "Los niños, más pequeños, con la inestabilidad propia de su edad y desconociendo los peligros, corrían de popa a proa, perseguidos por sus hermanos mayores. Todo lo querían curiosear. Hasta que, atacados algunos por estados febriles, quedaban atrapados en sus cuchetas, sin darle descanso a los mayores, con sus llantos y quejidos. Todo se soportó estoicamente"

A principios del siglo XX llegaron, vìa Hamburgo, a Buenos Aires, que, por ese entonces, era "chata, de casas bajas, con un puerto pequeño y muy pocos medios de transporte". Durante cinco dìas permanecieron en el Hotel de Inmigrantes, para emprender luego el viaje hacia Basavilbaso, provincia de Entre Rìos; al llegar, la JCA –Jewish Colonization Association– los distribuyò en distintas colonias agrarias. La familia de Arcuschìn se estableciò en Escriña, pequeño poblado a quince kilòmetros de Basavilbaso, "semidesierto, falto de vegetaciòn y con tierras donde la mano del hombre nunca habìa hundido la reja del arado". Allì es donde comienza la verdadera historia.

Las familias lucharon denodadamente para lograr un digno modo de vida. Las inclemencias climàticas los agobiaban, las jornadas de trabajo comenzaban al amanecer y requerìan la colaboraciòn de todos los miembros de la familia. Poco a poco comenzaron a verse los frutos de su abnegada dedicaciòn: crearon una escuela y una sinagoga, la Cooperativa Agraria abriò sus puertas. Nacìan los hijos y, en ese clima de paz y bienestar, formaban sus propios hogares. Deseaban integrarse a la sociedad, ser ciudadanos, pero debieron sufrir las agresiones de gente sin escrùpulos.

La protagonista, Feñe, y su marido, vivieron sus primeros tiempos de matrimonio en una època muy dura; se avecinaba la Primera Guerra Mundial –estamos en 1913- y debieron tentar suerte en la capital, donde se establecieron como comerciantes. Pero tampoco aquì tuvieron suerte; Feñe, embarazada, volviò a Entre Rìos, donde naciò su primera hija, en 1914.

La narraciòn continùa, evocando tanto fracasos como alegrìas. Los nacimientos, las muertes, la prosperidad econòmica, la falta de asistencia mèdica, constituìan la realidad cotidiana de estos esforzados inmigrantes, comparable -salvando las distancias- a la de muchos extranjeros provenientes de otras naciones.

Junto al deseo de arraigar se evidenciaba la intenciòn de mantener vivo el recuerdo del paìs de origen; las tradiciones se transmitìan de padres a hijos, unièndolos en un legado comùn. La patria nueva y la que debieron abandonar gozan por igual de la veneraciòn de los personajes. "¡No olvides que estamos en Amèrica! –dice uno de ellos-. Acà vivimos en paz. Nuestros hijos pudieron haber nacido allà. Pudieron haber sido esclavos. En cambio hoy son libres, son el futuro de este paìs hospitalario que recibiò a sus padres".

Los momentos màs logrados de la narraciòn son –a nuestro criterio- aquellos en los que se evocan las costumbres hebreas en el marco de la apacible naturaleza entrerriana; ‘June y Soro-Leie’ y ‘Pesaj’ son los capìtulos en que el casamiento y la festividad de la Pascua aparecen en toda su esplèndida sencillez.

Acerca del Pésaj, escribe: "Para dicha festividad, nuestra casa se pintaba íntegramente y se cambiaba la vajilla. Todo tenía que ser renovado. Simbólicamente puro. Al despertarnos por la mañana, y ver todo distinto, nos daba la sensación de vivir en una casa nueva. Por la noche empezaba la festividad. Nuestros padres regresaban de la sinagoga, vestidos con sus mejores ropas (…) La mesa estaba puesta con sus mejores galas, iluminada por dos candelabros ubicados en el centro.. Un botellón de grueso cristal dejaba ver el vino que papá había preparado meses antes, haciendo fermentar la uva cultivada en el huerto casero. Esta era depositada en damajuanas colocadas en la galería, y así con el calor del sol fermentaban y se convertían en zumo exquisito. Mamá llenaba las copitas destinadas a cada uno de nosotros y para los invitados que rodeaban nuestra mesa, sobrinos cuyos padres habían muerto. Compartían nuestra cena y disfrutaban el significado de los festejos. A la cabecera, en medio de las copas de papá y mamá, se destacaba muy especialmente una copita de plata, cuya trayectoria fue muy larga. Viajó desde Ucrania traída celosamente y guardada en una caja, como una preciosa carga destinada a continuar la tradición".

Celebraciones de otra ìndole tambièn congregaban a los inmigrantes: los Carnavales, con sus coloridas serpentinas, y el 25 de Mayo, que se conmemoraba con carreras de sortijas a las que los extranjeros acudìan entusiasmados.

En su narrativa, Marìa Arcuschìn relata la historia de un pueblo al que ama entrañablemente, y al que debe mucho de lo que llegò a ser como ser humano y como profesional. La colectividad judìa, hàbilmente retratada en su obra, tiene muchos rasgos en comùn con otras colectividades que, desde lugares remotos del mundo, llegaron al paìs en busca de la dignidad que, por distintas razones, no podìan tener en sus tierras de origen. En este cùmulo de inmigrantes, sin embargo, los extranjeros presentados por Arcuschìn son indudablemente tìpicos.

La evocaciòn del paisaje provinciano es otro delos tributos que la narradora ofrenda a la Patria que acogiò a sus mayores; con suma habilidad pinta escenas de càlida nostalgia, como la que transcribimos: "Las casas con sus techos de tejas rojas, los cercos de madera, bajitos y pintados de blanco, prolijos canteros florales e impecables canchas de tenis con pisos de roja grana". Este era el barrio residencial de los ferroviarios ingleses, "un pedazo de las afueras de Londres injertado en Basavilbaso".

La forma en que Arcuschìn alude a sì misma no es siempre idèntica. El punto de vista varìa, pasando de primera a tercera persona; eso posibilita que la veamos desde afuera, como la niña que fue, y que compartamos -cuando habla en primera persona- sus recuerdos de adulta.

La primera frase de la obra ya la involucra, pues Marìa se presenta como nieta de los inmigrantes, evoca su nacimiento en la Colonia Nª 10 y rinde a su madre "un merecido y postrer homenaje publicando esta historia de sabor a veces amargo, pero con el mensaje del amor a la tierra".

La escritora no se describe fìsicamente. Sì nos dice que querìa estudiar, y que recuerda. Vemos que repite "guardo en mi memoria", "perduran en la memoria"; estas frases la muestran como depositaria de una tradiciòn que ella quiere llevar al papel para que sus descendientes la conozcan.

Aparece en el relato como un personaje màs en el grupo integrado por los siete hermanos; no busca destacarse ni centrar en su persona la narraciòn, pues la misma està destinada a evocar la vida de la madre, una mujer virtuosa que vio compensadas sus privaciones con el gran cariño que leprofesaron sus hijos.

Muestra la trayectoria que ella realizò empezando "desde abajo", llorando porque un mundo de hombres le impedìa acceder a la instrucciòn. Con esfuerzo y constancia, pudo vencer muchas marginaciones: ser mujer, ser judìa y ser provinciana. En la obra, la cronista aparece ya adulta, ejerciendo la docencia. En esta actividad se observa una constante de su caràcter: su voluntad de crecer profesionalmente. Este anhelo podrìa haber quedado en la nada, en su lejana infancia entrerriana.

En este libro encontramos un aporte històrico, y tambièn ètico. Saber escribir es un don, y un trabajo, y utilizar esa capacidad para transmitir valores engrandece el propio espìritu y el de quienes leen estos textos con la inteligencia y el corazòn.

Arcuschìn no es una escritora formada a la luz de los principios estèticos y acadèmicos. Es un espìritu abierto que continùa una tradiciòn.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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