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Inmigración a la Argentina 1830-1950 (página 3)


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Dos patrias

En su autobiografìa, Fernàndez Moreno recuerda a sus padres, llegados de la penìnsula y afincados en nuestro paìs, donde disfrutaron al principio de una holgada posiciòn econòmica. Describe la transformaciòn que se operò en su padre, y afirma que la misma fue completa: "de muchacho aldeano a rico y conspicuo miembro de una colectividad, fundador de clubes y protector de hospitales".

En este libro cuenta asimismo la emigraciòn de sus abuelos maternos. "Es curioso saber còmo don Simeòn Moreno se decidiò a cruzar el mar –afirma-; la gesta de su antepasado es comparable, a su entender, con la de "aquellos adelantados en cuyas capitulaciones entraba tambièn el traerse labradores y artesanos para el nuevo mundo".

El autobiògrafo no se limita a recordar y ordenar, sino que comprende a los seres que va evocando, sabe de sus penas y sus alegrìas. Del sufrimiento de quienes dejaron su patria, y de la perspectiva con que ese acto se ve muchos años despuès, dice: "Viejas navegaciones, viejos dolores, mundo de adioses y de làgrimas que uno cuenta ahora reposadamente y que parecen tan inùtiles como dichos y exhalados por fantasmas". Su sensibilidad ante el desarraigo que padeciò la familia lo revela como un hombre profundamente respetuoso de ese sacrificio.

Cuando Baldomero Fernàndez, pròspero emigrante, regresa a España junto con los suyos, con intenciòn de quedarse definitivamente, el escritor tenìa seis años. "Un dìa del año 1892 era recibido a su entrada con alegre estrèpito de cohetes, mientras que un coro de ceñidos danzantes tejìa alrededor del nuevo indiano y los suyos, levantando el polvo, los tìpicos bailes del paìs", recuerda.

Poco habrìa de durar la estadìa en España. Atràs quedarìan los momentos que el hijo rememora con estas palabras: "Mi padre estaba de levita, muy atusado de bigote y mosca. No comprendìa yo còmo, salido dela aldea tan pobre como cualquiera de aquellos rapaces que jugaban conmigo, por el hecho de haber pasado al nuevo mundo, se habìa transformado en un gran señor". La fortuna del progenitor lleva al niño a pensar que todos debìan emigrar y dejar el pueblo vacìo. Como èl, deben haber pensado los pequeños amigos que menciona.

La patria desconocida

Desde España, donde viviò entre los seis y los trece años, el poeta intentaba forjarse una imagen de la Argentina, que habìa abandonado siendo tan chico. Para conformar esta visiòn desde la lejanìa, recurre a diversas fuentes. Una de ellas es la impresiòn que recibiò su madre cuando arribò a la ciudad de Buenos Aires.

Fernàndez Moreno escribe: "La primera impresión de mi madre, que tenía dieciocho años, y la de todos, fue formidable, ante aquel Buenos Aires chato de entonces, las veredas altísimas, las calles sin cloacas, así que cuando llovía se transformaban en verdaderos ríos y los transeúntes eran pasados a babuchas por alguien que se encargaba de ello. Las revueltas de la época, las calles empinadas en barricadas, las tropas que a todos les parecían siniestras después de los atildados soldados europeos. Aquellos días de lluvia interminables en que ni el pan ni la carne ni otro proveedor llegaban a las casas. En fin, los tranvías de caballos, con su cuarta y su corneta, y cuya dulce elegía a nadie he oído exhalar con tanta nostalgia como a mi madre".

Entre aromas de cafè y chocolate, en una tienda de ultramarinos, le muestran un grabado: "Una tarde me dijeron: esto es Buenos Aires. Era un grabado desteñido que representaba un caserìo bajo, extendido, con torres y cùpulas. Una banderita flameaba muy contenta y un largo muelle se internaba en las aguas festivas de veleros. Esta fue la primera visiòn que tuve de la ciudad en que habìa nacido", evoca.

La comunicaciòn epistolar contribuye a aumentar el aura de fantasìa que nimba a la ciudad, tal como la ve el niño; sobre uno de sus primos y los ecos de la urbe que èste le transmite, señala: "Entre lo que me hablaban de Leopoldo y lo que èl escribìa relatando sus andanzas porteñas, yo lo veìa como un ser fabuloso, como envuelto en un torbellino. Era el clamor mismo de Buenos Aires que llegaba hasta mì".

De Buenos Aires le hablan tambièn un cuadro de San Martìn partiendo la capa con un mendigo, y un album azul, descolorido: "Era un album de la escuadra argentina y yo doblaba sus pàginas con mucha curiosidad y respeto. Me aprendìa los tonelajes, el nùmero de cañones y los nombres de los barcos, que me sonaban un poco raros". Confuso sentimiento le despertaba el Himno, difìcil para su corta edad: "Yo debo confesar que no lo comprendìa en toda su majestad, ni el por què de aquel grito de libertad tres veces repetido, ni sabìa nada del dolor y la sangre derramados en montañas y en llanuras".

El espìritu del niño se veìa invadido por dos patriotismos; evoca la situaciòn en las lìneas en las que se refiere a las banderas argentina y española: "Yo vacilaba entre las dos banderas –comenta-: la azul y blanca de mi imaginaciòn, y la roja y gualda que veìa en todas partes".

Con estos elementos de diferente procedencia, habìa creado el niño la imagen de "la maravillosa metròpoli de màrmol, llena de helechos y gallardetes, y donde no debìa haber màs que oro y plata". Poco tiempo despuès, se encontrarìa caminando por sus calles, confrontando la realidad con la fantasìa.

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La inmigraciòn –asunto tratado por Baldomero Fernàndez Moreno con mucha màs riqueza de matices que la que podemos reflejar en esta nota- es sòlo uno de los temas sobre los que se expresa en La patria desconocida. El lector encontrarà tambièn en esta obra referencias a la familia, a la religiòn, a la naturaleza, a la literatura, a la educaciòn, a los amigos, la muerte, la guerra de Cuba, las ciudades y los pueblos. Sobre todo ello puede escribir sin "perdonar ningùn detalle", creando estas "memoriasde lo vulgar, de lo polvoriento, de lo menudo, a las que apenas si los años les dan un reflejo tìmido de pùrpura y de oro. Un libro casi para los hijos. Porque no se es otra cosa que un puentecillo tembloroso para que ellos pasen al futuro".

ALBERTO NOVION. UN VASCO EN ESCENA

"La producción teatral de Alberto Novión (1881-1937) es extensa y variada. Es autor de La chusma, La caravana, La familia de don Giacumín y Don Chicho, textos que corresponden al pasaje del sainete al grotesco criollo. Escribió también comedias y zarzuelas. A pesar de su importancia para el teatro argentino, últimamente fue poco representado. Novión nació en la ciudad de Bayona, en Francia. Se trasladó con su familia a Montevideo, luego se instaló en Buenos Aires y se nacionalizó argentino. Su primera obra se llamó Doña Rosario, en homenaje a su madre y en 1905 (en el Teatro Nacional) fue protagonizada por Orfilia Rico. Al año siguiente estrenó con José Podestá Jacinta. Ni siquiera intuiría entonces que iba a escribir casi cien obras de teatro" (1).

Un aviso publicado en la revista teatral La Escena N° 99 anuncia que en la temporada 1920, en el teatro Politeama, se presenta la compañía de Roberto Casaux todos los días con extraordinario éxito. Los actores interpretan El vasco de Olavaria (2), de Alberto Novión (1881-1937), obra que la publicación reproduce.

En el prólogo, don Joaquín de Vedia escribe sobre la personalidad de Novión, de quien dice que "es uno de los fuertes trabajadores del teatro argentino, porque es bueno, porque es alegre, porque ni la envidia lo devora ni la vanidad lo irrita". Acerca de la circunstancia en que el prologuista conoció al dramaturgo, leemos: "Lo conozco desde los primeros días de su carrera de autor: fue mi pobre y grande amigo Florencio Sánchez quien me llamó la atención hacia él, cuando el estreno de La cantina, un modelo de sainetes populares. Desde entonces, otras obras, de diversos géneros y de diferentes proporciones han popularizado el nombre y han afianzado los prestigios de Novión entre los que siguen la marcha, más o menos difícil, más o menos ocasionada a tropiezos y barquinazos, de este pensamiento de hacer un teatro nacional" (3).

Vedia reafirma lo anunciado en el aviso, refiriéndose a las cincuenta noches que El vasco de Olavarría lleva en escena, y define al protagonista en relación con el autor que le dio vida: un ser "noblote, bueno, sincero hasta en la contradicción, veraz hasta en la pausa, todo sentimiento y comprensión del bien, como el autor que lo ha arrojado, de boina, tricota, cinto y granaderas, a la escena nacional, donde los vascos siembran tan eficazmente como en la pampa".

En un trabajo sobre Florencio Sánchez, Luis Ordaz se refiere al momento en que surge la obra dramática de Alberto Novión, al que vemos vinculado con otros prestigiosos dramaturgos: "Durante la que se nombra como época de oro’ (y abarca, idealmente, desde la afirmación de la escena nativa por José J. Podestá, hasta el fallecimiento de Florencio Sánchez muy lejos, en Milán, a fines de 1910, van apareciendo y se destacan autores que realizan aportes de gran significación para el desarrollo coherente de nuestra dramática, como Pedro E. Pico, José León Pagano, Julio Sánchez Gardel, Alberto Ghiraldo, José de Maturana, Alfredo Duhau, Vicente Martínez Cuitiño, Alberto Novión, Enrique Buttaro, Carlos Mauricio Pacheco, entre tantos otros" (4).

Los estudiosos Abel Posadas, Marta Speroni y Griselda Vignolo diferencian, en un estudio sobre el sainete (5), el español, el lírico criollo, el de indagación y entretenimiento y el de divertimento y moraleja. A criterio de los ensayistas, Alberto Novión cultivó algunas de estas vertientes.

Novión ha creado varios personajes inmigrantes. Para lo comedia en tres actos presentada en el Politeama, se inclinó por un vasco, al que dota de muchas condiciones buenas y pocos defectos.

El personaje

La anécdota es escueta y sabrosa: un hombre vive con su mujer y su hijo en Buenos Aires. Su hermana, a quien hace veinte años que no ve, le anuncia que irá a visitarlo. Viene del campo, de Olavarría, donde vive con su marido vasco y sus dos hijos. La visita de los parientes causa desagrado a la cuñada, quien espera lo peor de esta familia, a la que supone grosera y rústica. Más tarde, se dará cuenta de que estaba prejuzgando, y tendrá que aceptar que su hijo, estudiante de Abogacía con pretensiones de diplomático, se case con la prima del campo.

La cuñada del vasco pregunta a su marido cómo ha hecho este hombre para juntar tanto dinero. El marido le responde: "como tantos otros, la mayoría de nuestros vascos, trabajando honradamente. Este es de los buenos, de los grandes y fuertes, porque sabe romper la tierra, tirar el grano y mirar de frente al sol.".

Novión alude también al empecinamiento del inmigrante, quien afirma: "cuando a un vasco se le pone algo en la cabeza, no hay familia, razones, ni el demonio a cuatro, que lo haga salir del camino que ha agarrao…". Quizás en esta fortaleza de carácter radique su posibilidad de prosperar en un país hospitalario. La mujer del vasco coincide con él en que es empecinado, pero se lo dice con un sentido reprobador: "los vascos, por más macanas que hagan tienen razón". Es risueña la imagen que aporta el hijo de ambos, quien asevera que cuando "el viejo hace una macana, aunque le peguen en el suelo no da su brazo a torcer". El vasco está orgulloso de ser quien es y, cuando lo desairan, dice que se lo han hecho a él, "al vasco de Olavarría, que tiene nada más que pegar una patada en el suelo y salen todos disparando como en Cagancha".

Pero el vasco, así como es tenaz y arrogante, es también un hombre sensible. Por boca de su hija sabemos cuánto echa de menos su tierra de origen: "papá -dice la joven-, a pesar de que ya está viejo y que ha formado en esta tierra su hogar, su hogar, su fortuna, su tranquilidad; viera Ud. cuántas veces lo he sorprendido cantando bajito los aires de su tierra natal, y cuántos suspiros, mensajeros de muchos besos, han ido desde sus labios hasta sus montañas, para morir en los muros de su casa, allá en la aldea de la falda".

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Novión nos brinda la posibilidad de conocer la compleja relación que se dio entre nativos e inmigrantes y, en esta pieza en particular, entre citadinos y campesinos, pues en ella se advierten resonancias del "menosprecio de corte y alabanza de aldea" que tantas páginas motivó en la literatura de diversas épocas.

Notas

  1. Rago, María Ana: "Autor poco representado", en Clarín, Buenos Aires, 10 de octubre de 2003.
  2. Novión, Alberto: El vasco de Olavarría. En La Escena Revista Teatral N° 99. Buenos Aires, 1920.
  3. Vedia, Joaquín de: "Prólogo" a Novión, Alberto: El vasco de Olavarría.
  4. Ordaz, Luis: "Florencio Sánchez", en Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
  5. Posadas, Abel, Speroni, Marta y Vignolo, Griselda: "El sainete" en Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.

ENRIQUE LONCAN. EL PLANTEO ETICO

La intenciòn de formar por medio del arte es una constante en las obras de todos los tiempos; el escritor, consternado ante los defectos que advierte en la sociedad, siente la imperiosa necesidad de marcar un camino, de señalar la senda de lo correcto. Asì, surgen relatos como el de Enrique Loncàn, en el que se observa la irònica evocaciòn del Buenos Aires de la primera mitad del siglo XX, signado ya por la decadencia en las costumbres y la pèrdida de los valores tradicionales.

Todo artista tiene una deuda con su tiempo y con su paìs, una deuda espiritual que se evidencia en su creaciòn. De este modo, el hecho artìstico se encontrarà ligado a una sociedad y, dentro de ella, a un estrato. La obra de Loncàn se halla relacionada con la clase alta, la elitede educaciòn anglofrancesa; su visiòn serà la de un intelectual surgido en el marco de dicho estamento. Porque –como afirman Wellek y Warren- "El escritor, inevitablemente, expresa su experiencia y concepto total de la vida; pero serìa manifiestamente contrario a la verdad decir que expresa cabal y exhaustivamente la totalidad de la vida, o incluso la vida toda de una època dada" (1). Esta es una aclaraciòn que debe tenerse en cuenta al analizar la obra de Loncàn, ya que su postura ètica va a ser la de un aristòcrata, que añora un pasado mejor.

El cuentista naciò en Buenos Aires en 1892. Pertenece -a criterio de Jorge B. Rivera y Eduardo Romano- al grupo de costumbristas y humoristas que realiza su labor entre 1920 y 1940. Entre estos escritores se destacan Roberto Gache, E. Mèndez Calzada y Arturo Cancela (2). Al igual que otros literatos de su època, desempeñò varios cargos pùblicos: ocupò una banca como diputado nacional, fue ministro en una intervenciòn federal y consejero en la Embajada de Parìs. Ejerciò tambièn la docencia, siendo catedràtico de Derecho Polìtico de la Universidad de Buenos Aires. Colaborò, con su firma o con el seudònimo "Americus", en el diario La Naciòn y en las revistas El Hogar, Caras y Caretas y Nosotros.

Josè Barcia lo recuerda con estas palabras: "Fue un observador sagaz de las flaquezas humanas, la fatuidad, el afàn de ostentaciòn, el mimetismo para aparentar, y, en fin, la ancha gama de recursos màs inocentes que vituperables. Esta es la veta inagotable de que se sirve el autèntico humorista" (3).

Loncàn puso fin a sus dìas el 30 de septiembre de 1940. Se lo considera continuador de la corriente literaria genuinamente argentina de Miguel Canè, Eduardo Wilde y Lucio V. Mansilla. Rivera y Romano advierten en èl resonancias de la obra de Lucio V. Lòpez y, entre los extranjeros, Anatole France, Eca de Queiròs y Thackeray.

Ciceròn, inmigrante

El problema ètico es una preocupaciòn constante que se hace presente en cada una de sus narraciones. Nos ocuparemos de este tema en uno de los cuentos màs interesantes, creado en los años de madurez.

"La conquista de Buenos Aires" (4) fue publicado en 1936, incluido en el volumen homònimo. En este cuento se evocan las andanzas de Ciceròn en Buenos Aires durante la tercera dècada de nuestro siglo. El romano fue resucitado por las deidades en el siglo XX y emprendiò un largo viaje -del que se arrepentirá amargamente- que lo trajo hasta nuestras costas, en las que desembarcò expectante.

Estas palabras lo impulsaron a realizar la travesía: "más allá del Atlante existe una ciudad nueva, maravillosa, pletórica de esperanzas. Es la tierra prometida de los inmigrantes, la meta de los destinos fantásticos y las riquezas fabulosas. Se cuentan por millares los hijos del Lacio que en Buenos Aires hicieron fortuna… ¿Por qué no la harías tú también, Marco Tulio Cicerón, que llevas en tu sangre lo más puro de la raza latina y en tu mente todo el genio de la estirpe inmortal?"

Cicerón es el sìmbolo del hombre culto, del intelectual versado y, a la vez, probo en sus actos. Segùn parece demostrarlo el cuentista, ya no hay lugar aquì para un hombre de esos valores; la sociedad argentina de los años 30 està ocupada en otros problemas, persigue fines bastante menos desinteresados. Para mostrar el estado en que se encuentra la comunidad esplèndida de antaño, Loncàn hace que el protagonista deambule por las calles, trabe relaciòn con el hombre comùn y saque sus propias conclusiones.

A lo largo del cuento se conjugaràn dos niveles temporales –presente y pasado-, sin alterar ninguno de ellos. Un primer momento corresponde a la cronologìa de la Antigua Roma: Ciceròn menciona su tierra, Circeii, recuerda a su familia y comenta su labor de defensor de Quinctius, Fonteyo y Cecina. El segundo plano temporal se refiere al año 1932, poco tiempo antes de escribirse el texto.

Es evidente en el escritor la intenciòn de mostrar a Ciceròn haciendo la vida de un legìtimo romano, caminando por las zonas màs concurridas de nuestra ciudad con su paso parsimonioso y tranquilo. Todo cuanto observa le trae recuerdos, inclusive el estadio de River Plate, que el hizo pensar en el anfiteatro de Tusculum. Busca diversos empleos para procurarse el sustento; ninguno de ellos cuadra a sus condiciones, pues no logra reunir los requisitos mìnimos. Por otra parte, su concepciòn de vida es diametralmente opuesta a la del porteño; este contraste se evidencia con gran claridad en la escena protagonizada por el romano en la Sociedad Rural, donde fue contratado como rematador de cerdos.

La comparaciòn entre Ciceròn y los porteños no es meramente anecdòtica; responde a un propòsito determinado. A travès de ella se realiza una crìtica, que no por risueña deja de ser punzante. El latino, hombre ìntegro, ya no pertenece a nuestra sociedad. Su idealismo, su riqueza espiritual, le impiden adaptarse a una forma de vida pragmàtica y materialista, dominada por el dinero.

El hombre educado segùn los cànones clàsicos sòlo encontrarà sufrimiento en la Argentina del siglo XX; es por eso que Ciceròn, desesperanzado, dice a la Nereida que lo resucitò: "Si hubieras respetado mi sueño en la tierra del Lacio que reguè con mis làgrimas cuando mi pobre hija Tulia muriò, hubieses impedido esta tragedia de vivir a destiempo, sin haber hecho la Amèrica, sin haber podido realizar la conquista de Buenos Aires, miserablemente, lejos de la patria, de la familia, de los amigos y de la gloria". En estas palabras se resume el sentimiento que el autor experimentaba ante una sociedad en constante avance, pero no por ello màs completa.

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Como vemos, Loncàn se està refiriendo a un personaje ideal, en el que encarna los màs altos valores del ser humano. Ciceròn no consigue lo que sì lograron muchos de los que llegaron, fatigados y pobremente vestidos, al puerto de Buenos Aires, a "hacer la Amèrica". Por tanto, este cuento nos da indicios acerca de la opiniòn que Loncàn tenìa sobre el aluviòn inmigratorio.

Notas

  1. Wellek, Renèe y Warren, Austin: Teorìa Literaria. Madrid, Gredos, 1954.
  2. Rivera, Andrès y Romano, Eduardo: en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
  3. Barcia, Enrique: en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
  4. Loncàn, Enrique: "La conquista de Buenos Aires", en Ultimas cahrlas de mi amigo. Buenos Aires, El Ateneo,1936.

FAUSTO BURGOS: GRINGOS Y CRIOLLOS

En un estudio sobre la literatura del noroeste argentino, Alejandro Fontenla se refiere a Burgos, escritor nacido en Tucumán en 1888, fallecido en 1953. "Viajero incansable y escritor prolífico –afirma-, sus cuentos aparecidos en casi todos los diarios del país constituyen un verdadero inventario del regionalismo, que abarca desde Cuyo a la Puna, incluyendo su tierra natal. Desmañado e instintivo en su escritura, sus desórdenes más evidentes, como la utilización descarnada del léxico regional, son compensados por la realidad y la fuerza emotiva que adquieren sus cuadros".

Sobre sus libros expresa: "Su bibliografía es vastísima: La sonrisa de Puca-Puca (1926), Cuentos de la Puna (1927), Coca, chicha y alcohol (1927), Cachi Sumpi (1928) son las más prestigiosas compilaciones de los cuentos de Fausto Burgos, algunos de los cuales ("El choike blanco", "Abejitas del monte", "Buey viejo") figuran en numerosas antologías del género. Caracteriza a estos textos –a criterio del ensayista- una personal forma de encarar el tema a abordar: "Abruptamente, sin concesiones a reglas de composición o a pautas de una deliberada atmósfera literaria, irrumpe el paisaje y especialmente sus seres –hombres y animales– en las narraciones".

Jorge B. Rivera menciona a Burgos en relación con una de las principales publicaciones del siglo XX: "Una revista como Leoplán, ‘magazine popular argentino’ que se vendía en 1936 a 0,20 centavos, ofrecía por ejemplo un nutrido material literario de excelente calidad, integrado por obras de autores nacionales y extranjeros, antiguos y contemporáneos.

En sus páginas, especialmente entre los años 30, 40 y comienzos del 50, aparecieron textos originales de Benito Lynch, Julio Ellena de la Sota, Bernardo Cordón, Adolfo Pérez Zelaschi, María Alicia Domínguez, Fausto Burgos, Germán Drás, Mateo Booz, Vicente Barbieri, Eduardo Mallea, Arturo Cancela, Lisa Lenson, Augusto Mario Delfino, Alfonso Ferrari Amores, W. G. Weyland, Nicolás Olivari, Héctor P. Blomberg, etc., conformando –junto con textos de Pirandello, Balzac, Eça de Queiroz, Hamsun, Alarcón, Gorki, Chesterton, Stevenson, Marc Orlan, Daudet, O’Flaherty, Hawthorne, etc- un plan de lecturas variado y singularmente económico, que contó en su época con un sólido y entusiasta respaldo popular".

El autor y su tiempo

Al ocuparse de la narrativa rural, vertiente del realismo tradicional, Estela Dos Santos sostiene que "En su evolución, el regionalismo abandonó su posición nacionalista pasatista para enfocar realísticamente los temas rurales. Un viaje al país de los matreros de Fray Mocho abrió el camino que siguieron Payró, Quiroga, Fausto Burgos, Juan Carlos Dávalos, etc". Describe un importante factor de diferenciamiento en esta literatura: "El gaucho nómade, cantor valiente, ya pertenecía a la mitología argentina. En la nueva narrativa el hombre de campo es un paisano trabajador, sojuzgado a sus patrones, afincado en límites precisos, tan falto de sentido de la propiedad como su antecesor, porque igual que él no tiene nada, pero es respetuoso de la propiedad de los otros".

Beatriz Sarlo, por su parte, destaca que "González y Rojas, hombres del noroeste argentino, nacionalistas (nacionalistas en el plano literario) aparecen inaugurando una tradición provinciana, fundadores, al mismo tiempo, de una mitología que los escritores posteriores confirmarían y ensancharían. A esta línea –que en los dos escritores mencionados recurre a una prosa postrromántica, erizada de adjetivación y de giros castizos, difícilmente transitable hoy- se acoplarán, entre 1920 y 1940, Carlos B. Quiroga, Juan Carlos Dávalos, Fausto Burgos, Alberto Córdoba, Daniel Ovejero, entre otros narradores del centro y norte del país". Obviamente, "existieron condiciones sociales y culturales para definir el espacio geográfico ocupado por esta literatura". Recorre a las obras un tono de tragedia: "la muerte del arriero por la tozudez del patrón resume el carácter inevitable que, en muchos de estos relatos desde Dávalos a Burgos, tiene la muerte y la derrota".

El gringo

La obra que lleva este título fue publicada por Ediciones Tor en 1935. Era el vigésimo primer libro de Burgos que se editaba. Josefina Delgado la menciona en su "Panorama de la novela": "Nombres como los de Mateo Booz (La tierra del agua y del sol, 1926; La vuelta de Zamba, 1927), Fausto Burgos (Kanchis Soruco, 1929; El gringo, 1935), Carlos B. Quiroga (La raza sufrida, 1929), Alberto Córdoba (Don Silenio, 1936), Ernesto L. Castro (Los isleros, 1943), Alfredo Varela (El río oscuro, 1943), Juan Goyanarte (Lago argentino, 1946), Antonio Stoll (Cuadrilla, 1948), ilustran la solidez de una obra que no depende de especificaciones geográficas".

El gringo es José Contadini, "un viejo de mediana estatura, de buen cuerpo, tiene los ojos verdes, las mejillas sonrosadas y la cabeza blanca. Es un viejo hecho al trabajo rudo; es uno de esos viejos de morrudos dedos y de cuello rojizo y arrugado". Italiano llegado a nuestro país cuando niño, se enorgullece de su sangre: "yo soy gringo, gringo puro, más gringo que todos lo gringo que hanno formato la colonia italiana en San Rafael", dirá. De su casamiento con una mujer de la sociedad nacieron tres hijos. Ingenuo y permisivo, sufre el desprecio de su familia por seguir conservando sus costumbres de pobre, aún cuando posee una gran fortuna; no se trata de mezquindad, sino de su gusto por la sencillez. Habla de sí mismo como el "paganini" o el "pavo viudo", ya que su familia derrocha el dinero en "el balneario de los ricos", en Córdoba o en Rosario de la Frontera, mientras él se queda en la finca para poder obtener ese ingreso que les girará periódicamente: "Yo no tengo muquer… –se lamenta-. Ahora me ha decao solo. Se ha ido a Mar del Plata. Quiere que le mande tres mil pesos mensuales; tres mil, `para fundirlos con sus hicas. Yo no podré mandárselos. Este año será mal año. Andan diciendo que la uva no valdrá nada; que el gobierno la comprará para dejarla en la cepa".

Las hijas dejan de verlo, la mujer le es infiel y el hijo lo agrede incluso físicamente, hasta que llega la hora del arrepentimiento y el gringo vislumbra una modesta felicidad, luego de que ha perdido todo: "La finquita está hecha una alhaja. Da gusto ver las viñas enmaderadas y el cuadro de alfalfa verde y fresca, y la quinta con sus damascos, con sus durazneros, con sus olivos y perales jóvenes. Da gusto ver el agua que entra en la finquita, alegre, revuelta, rumorosa, siempre apurada".

Junto al protagonista encontramos personajes gringos y criollos. La valoración de quienes lo rodean no tiene que ver, para Contadini, con el país de origen, sino con el hecho de que sea o no trabajador. Para la familia, en cambio, ser inmigrante es una vergüenza que se debe ocultar, tratando de parecerse en lo posible a los nativos de clase alta: ‘Usted no es un gringo –afirma el yerno que vive a expensas del italiano-; usted ya puede llamarse criollo; ya tiene títulos para ello’ ".

Uno de los peones asegura también que Contadini ya es criollo, pero lo hace en otro sentido: "De esas cubas hay que sacar el orujo pa’ llevarlo a las prensas –explica el yerno. Mire vea, ¿y quién saca el orujo?, ¿quién se mete en la cuba sabiendo que dentro de ella puede parar las patas? El peón criollo, señor; el gringo tiene miedo, el gringo no se mete a descubar ni por equivocación. Mi patrón no es gringo; mi patrón ya es criollo; él es capaz de ponerse a descubar también".

Debe ocultarse, asimismo, toda vinculación con el trabajo manual, ya que es degradante; lo deseable es estar relacionado con la clase dirigente y no tener que ocuparse de menesteres tan poco elegantes como la agricultura. El italiano está convencido de que "El Gobierno cobra lo impuesto y acusta la soga. ¿Para esto nos reventamo lo pulmone trabacando, para dar de comere e de chopar y luco a un ejército y compadrito?"

Como la otra cara de la misma moneda, Burgos presenta con mirada elogiosa a las madres que van con sus chiquillos a trabajar en las viñas: "En los patios de la casa de esas tías pobres, que trabajan a la par del hombre y que llevan a sus hijos a trabajar, bajo un sol amarillo y templado, hay montones, tamaños montones de sarmientos".

Reitera, a lo largo de la novela, la acusación que los nativos hacen a los extranjeros: "¿No son ustedes los que nos vienen a quitar la tierra y el vino y el pan y todo?" Los peones inmigrantes miran con lástima a quien esto dice y comentan: "Povero nero", "povero chino", "é una bestia".

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Gringos y criollos, corte y aldea, la naturaleza y la mano del hombre, son algunos de los opuestos a partir de los cuales Burgos ha creado la trama de esta conmovedora novela, que evoca una época de nuestra historia, al tiempo que reafirma sus dotes como escritor.

MARIA ESTHER DE MIGUEL. "ESA CIUDAD CONTRADICTORIA"

María Esther de Miguel nació en Larroque, Entre Ríos. Ha trabajado en la docencia y el periodismo. Fue autora de numerosos libros y se la distinguió con importantes premios, entre los que se cuentan la Palma de Plata del Pen Club, el Konex de Platino para cuento y el Premio Dupuytren, Fue directora del Fondo Nacional de las Artes, integró el Consejo de Administración de la Fundación El Libro y fue crítica literaria del diario La Nación.

Una de sus novelas, titulada Un dandy en la corte del Rey Alfonso (1), tiene como protagonista a Fabián Gómez y Anchorena, un hombre que conoció las más altas cumbres de la dicha, y también las desgracias más terribles. A partir de numerosas obras que consultó, y de la frecuentación de lugares y personas, la escritora pudo lograr un ser de ficción creíble y querible, que nos hace sufrir con él con tanta intensidad como nos regocijó con sus andanzas de joven adinerado. Es muy interesante en esta obra la distancia que el joven recorre desde el poder y la riqueza hasta la indigencia y el anonimato. En una y otra circunstancia, María Esther de Miguel lo muestra vívido, transitando por una época que ella sabe retratar con sentido del humor y visión crítica.

Tratándose de una novela que transcurre a fines del siglo XIX, no podían faltar en ella las referencias a la inmigración, que con tanta fuerza irrumpió en la sociedad argentina.

La abuela materna del protagonista, Estanislada Arana de Anchorena, recuerda la historia de su familia, y hace una descripción de los primeros extranjeros que llegaron a nuestra tierra: "No me vengan a hablar de aristocracia argentina. Las mejores familias, entre las que incluyo a la nuestra, por cierto, provienen de comerciantes y aventureros españoles y alguno que otro francés o inglés.

Descendemos de abuelos y bisabuelos que vinieron a trabajar, y como les fue bien, aunque no siempre se hicieron la América, según se acostumbra decir, compraron campos y haciendas y construyeron grandes casas y tuvieron muchos hijos. Por eso se quedaron y defendieron estas tierras. Por eso todos tienen olor a bosta. Después fueron generales en los ejércitos de la patria y después ministros en los gobiernos de la Nación: Uno de los Anchorena fue Ministro de Rosas, y otro…"

Fabián Gómez se propone revertir la situación de sus mayores, por eso dice a su amigo: "si muchos de mi familia tuvieron un protagonismo fundante en la historia de mi país (sobre todo en la económica), ¿por qué no podré yo alcanzar notoriedad en estos lugares? Sería como devolver a Europa lo que Europa dio a la Argentina. No te olvidés que nuestros antepasados viajaron de España a América. Y España es Europa, ¿no? Aunque a veces no lo parezca". En otro párrafo afirma: "Mi padre, en un momento de su vida, se vino para acá. A mí me gustaría irme para allá. Como quien dice, me gustaría devolverme".

Buenos Aires aparece en la obra como "esa ciudad contradictoria", que "Por un lado mostraba el pobrerío de los barrios bajos, y las antiguas casonas donde comenzaban a amontonarse los inmigrantes que, en ese fin de siglo, estaban llegando de todos los lados del mundo. Por otro, las esplendideces de la clase cada vez más atrincherada cerca de la Plaza San Martín, en ese círculo áulico casi formado íntegramente por los Anchorena, sus parientes y sus amigos".

De la generación del 80 dice que "era una tanda de hombres intelectuales y bien pensantes que pasarían a la historia, según decían, porque se dedicaban a ser diplomáticos, escribir libros interesantes y sacar adelante el país, sobre todo por el esfuerzo de los inmigrantes que habían llegado para ‘laburar’, como decían ellos. Aunque los habían confinado en fábricas, saladeros y conventillos, los pobres se manejaban bien y sacrificadamente, y no pasaría mucho tiempo sin que la mayoría de ellos tuvieran, de acuerdo a los sueños que los habían transportado a América, ‘m’hijo el dotor’ ".

Esa dicotomía se reitera en otro pasaje de la novela, en el que leemos: "El mayor cambio Fabián lo veía en las clases que se iban perfilando tan netamente. Por un lado, la oligarquía, la alta burguesía, los ricos, los que tenían capitales que habían crecido poderosamente. Por el otro, la gran avalancha de inmigrantes, obreros y empleados cuyos sueldos se cobraban en papeles que cada vez valían menos, porque el precio del oro subía, mientras la carestía de la vida aumentaba. Papeles ñanga pichanga, decía la gente. En el aire flotaba un tufillo de disconformidad que él ya había olido en Madrid: era el de los necesitados".

La obra transmite la posición de la novelista acerca de este fenómeno social, una opinión que ha sido formada a partir de lecturas y documentación, pero también a partir de un factor que tuvo gran incidencia en la gestación de la novela, y no debe olvidarse: en la carta que ella escribe al protagonista, con la que abre el libro, habla de otro inmigrante, uno que es especialmente caro a la autora. Dice en esa página que un español llegó con unas monedas que le sirvieron a la escritora para reconstruir la vida de Fabián Gómez y Anchorena: "Todas tenían el escudo del Reino de España con sus coronas y sus torres y sus leones, todas eran de cinco pesetas, todas habían pertenecido a mi papá, quien vino de España por no hacer la conscripción en Marruecos. Llegó con una mano atrás y otra adelante, en su maleta un mantón de mi abuela y… Y nada más. ¡Ah, sí: las monedas!".

En un reportaje (2), ella expresó: "Mi padre era un republicano español que a los 19 años se vino de España para no hacer la conscripción. Autodidacta, gran lector de temas de su especialidad (mecánica, física, ingeniería), preocupado por la política, canalizaba sus inquietudes en la lectura de diarios… y en las discusiones en torno a la mesa de truco los sábados y domingos".

En diálogo con Alejandra Correa, manifestó: "En mi casa se hablaba mucho de historia porque mi padre que era un inmigrante español, era muy curioso e inteligente. Siempre quería saber la historia del lugar y se preguntaba sobre Urquiza y yo escuchaba" (3).

Entrevistada por Cristina Pizarro, unos meses antes de su fallecimiento, María Esther de Miguel recordó a su padre: "mi papá tenía la usina de Larroque, la usina eléctrica. Yo me acuerdo de que en mi casa había un gran diploma que decía ‘A Victoriano de Miguel, (así se llamaba) benefactor del progreso argentino’ porque él había dado esa fuente. A mí y a mi hermana nos decían en Larroque "las chicas de la luz", cosa que nos divertía mucho. Éramos las chicas de la luz. A mi casa le decían ‘El palacio de colores y de luces’ porque teníamos mucha luz y porque ‘Como no pagan la luz, tiene encendido todo’ (…) mi casa era un barco porque al caer la tarde se oía chuc chuc chuc que era el ruido de los motores, como tenía muchos vidrios de colores, desde el jardín miraba. Yo en mi casa de la infancia era muy muy feliz. Porque era un espacio muy alegre" (4).

Notas

  1. Miguel, María Esther de: Un dandy en la corte del Rey Alfonso. Buenos Aires, Planeta, 1999.
  2. Zanetti, Susana (directora): "María Esther de Miguel", en Encuesta a la literatura argentina contemporánea. Buenos Aires, CEAL, 1982. Tomo VI de la Historia de la literatura argentina. (Capítulo)
  3. Correa, Alejandra: "María Esther de Miguel: la novela histórica", en Magazine Actual, Año 2 N° 8, Diciembre de 1997.
  4. Pizarro, Cristina: "Con María Esther de Miguel", en El Tiempo, Azul, 14 y 21 de septiembre de 2003.

BORGES Y LA INMIGRACION

Jorge Luis Borges se refiriò en reiteradas oportunidades a la inmigraciòn de sus mayores. Lo hizo en reportajes, en los que aludiò a su condiciòn de descendiente de inmigrantes y criollos (1). Ricardo Piglia considera que "Apoyada en la diferencia de los sexos, la familia se divide en dos linajes, habrìa que decir es forzada a encarar dos linajes: la rama materna, de ‘buena familia argentina’, descendiente de fundadores y conquistadores (‘Tengo ascendencia de los primeros españoles que llegaron aquì. Soy descendiente de Juan de Garay y de Irala’), de guerreros y de hèroes. La rama paterna, de tradiciòn intelectual, ligada a la literatura y a la cultura inglesa (‘Todo el lado inglès de la familia fueron pastores protestantes, doctores en letras, uno de ellos fue amigo personal de Keats’)" (2).

En Borges, biografìa verbal (3), Roberto Alifano escribe cuanto el escritor le dijo sobre uno de sus antepasados: "El abuelo materno de mi padre, Edward Young Haslam, editò uno de los primeros periòdicos ingleses de la Argentina, Southern Cross, y se habìa doctorado en Filosofìa y Letras en la Universidad de Heidelberg. Sus medios no le permitìan estudiar en Oxford o Cambridge, por lo que marchò a Alemania, donde obtuvo su tìtulo despuès de haber realizado todos sus cursos en latìn. Muriò en Paranà, la capital de la provincia de Entre Rìos".

Cuando Borges recibiò el Premio Jerusalèn, recordò en una entrevista a la hija de Edward Haslam, su "abuela inglesa, protestante, que sabìa de memoria la Biblia" (4). A ella se referirà tambièn en un reportaje realizado por Noemì Ulla, recordàndola como una persona estrechamente ligada a los libros con los que se iniciò literariamente. Dijo a la escritora que su verdadera educaciòn fue la biblioteca de su padre, "en gran parte de libros ingleses. (…) Yo recuerdo sobre todo la Enciclopedia Britànica, que sigo releyendo y que no he agotado aùn. Mi padre era profesor de Psicologìa en Lenguas Vivas, èl tenìa que dar las lecciones en inglès –mi abuela era inglesa- y era secretario en un Juzgado Civil de los Tribunales, pero èl era ademàs profesor de Literatura Inglesa" (5).

Evoca el ambiente literario de su casa, relacionado con la extranjera: "Habìa un excelente ambiente en casa, un ambiente literario. Mi abuela era muy lectora, mi abuela inglesa sabìa de memoria la Biblia. Ellos habìan sido predicadores metodistas, gente de clase media en Inglaterra, de modo que Ud. citaba un versìculo bìblico y ella decìa: Libro de los Reyes, capìtulo tal, versìculo tal. O Libro de Job, capìtulo tal, versìculo tal, o El Evangelio segùn Marcos, capìtulo tal, versìculo tal, y seguìa adelante. En alemàn se dice Bibelfest, es una persona que està firme en la Biblia. Creo que Hafiz sabìa de memoria el Coràn, que Hafiz quiere decir ‘el recordador’. Hay mucha gente que sabe de memoria el Coràn y sè que muchos protestantes, como mi abuela, saben de memoria la Biblia. Se sigue la ùnica lectura, puede ser aprendida".

Acerca del arribo de la inglesa a nuestro paìs, dice Alifano: "La abuela paterna de Borges, Frances Haslam Arnett, llegò a la Argentina por una serie de curiosas circunstancias. Su ùnica hermana, mayor que ella, se habìa casado con un ingeniero ìtalojudìo, llamado Jorge Suàrez. Al fallecer su madre, los Suarez la hicieron viajar a Amèrica del Sur. Llegò a Paranà, la capital de Entre Rìos, despuès de un accidentado viaje (el barco estuvo a punto de naufragar en las costas del Brasil), a mediados de 1867. En Paranà fue donde Frances Haslam conociò al coronel Francisco Borges".

La ascendencia de Jorge Luis y su hermana, Norah, determinò en què idioma se expresarìan: "En casa de los Borges se usaba corrientemente tanto el inglès como el castellano –afirma el biògrafo. Los niños sabìan que con la abuela materna, Leonor Acevedo, tenìan que hablar español; pero con Fanny Haslam lo debìan hacer en inglès. ‘Con el tiempo descubrì que esas dos maneras de hablar de un nieto se llamaban la lengua castellana y la lengua inglesa’, completò Borges".

La abuela Fanny no sòlo le legò el idioma y la aficiòn a la lectura; le dejò tambièn material del que surgirìa algùn texto: "Siendo niño –evoca Borges- escuchè a Fanny Haslam muchas historias de la vida de fronteras de aquellos tiempos. Ella habìa vivido experiencias terribles y maravillosas al mismo tiempo, ya que, en los primeros años de la dècada del setenta, mi abuelo fue comandante en jefe de las fronteras norte y oeste de la provincia de Buenos Aires. Una de esas historias sirviò de base para mi relato Historia del guerrero y la cautiva. Mi abuela habìa conocido a varios caciques indios: Namuncurà, Simòn Coliqueo, Pincèn y Catriel".

Cuentos con inmigrantes

Una experiencia tan fuerte como la de la inmigraciòn dejò huellas en el escritor, que se refiriò a esta realidad de dos patrias en algunos de sus textos. El lector recordarà con què frase se incia el cuento titulado "El sur": "El hombre que desembarcò en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de la iglesia evangèlica". Pasados los años, nos enteramos de que este inmigrante dejò descendencia en suelo americano: "en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de una biblioteca municipal en la calle Còrdoba y se sentìa hondamente argentino" (4).

Marìa Teresa Gramuglio sostiene que "en ‘El Sur’, relato que Borges ha calidficado de autobiogràfico, ‘al menos en sus primeras pàginas’, otra oposiciòn, la de lo criollo y lo europeo, se condensa en el protagonista, Juan Dahlmann, descendiente de un pastor alemàn y de un coronel argentino. En el nivel màs visible –agrega-, los datos ‘autobiogràficos’ se multiplican: Dahlmann trabaja en una biblioteca, sufre un accidente similar al sufrido por Borges en 1938, conserva unos vagos campos que no visita. (…) En un nivel menos visible, la dicotomìa entre lo criollo y lo europeo define una elecciòn que se resuelve en el relato (ir al sur, aceptar el duelo) y que a la vez lo resuelve con la muerte" (7).

Al igual que el escritor, Juan Dahlmann siente correr por sus venas sangre de dos tierras: "Su abuelo materno habìa sido aquel Francisco Flores, del 2 de infanterìa de lìnea, que muriò en la frontera de Buenos Aires, lanceado por indios de Catriel". Elige una de estas ascendencias, por un motivo que arriesga el cuentista: "en la discordia de sus dos linajes, Juan Dahlmann (tal vez a impulso de la sangre germànica) eligiò el de ese antepasado romàntico, o de muerte romàntica". Esa elecciòn marca su personalidad: "Un estuche con el daguerrotipo de un hombre inexpresivo y barbado, una vieja espada, la dicha y el coraje de ciertas mùsicas, el hàbito de estrofas del Martìn Fierro. (…) Esta elecciòn sella su destino: morir, o soñar que muere, en el Sur, en un duelo a cuchillo. ‘Sintiò que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto, hubiera sido una liberaciòn para èl, una felicidad y una fiesta… Sintiò que si èl, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, èsta es la muerte que hubiera elegido o soñado’ ".

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Lo criollo y lo europeo, mundos diferentes en los que se escindiò la existencia de Borges, aparecen en este cuento, como aparecieron en las entrevistas que se le realizaron, demostrando que la inmigraciòn fue un tema importante, tambièn, para uno de los màximos escritores argentinos.

Notas

  1. Reportaje incluido en Mujica Làinez, Manuel: Los porteños. Buenos Aires, La Ciudad, 1979.
  2. Piglia, Ricardo:
  3. Alifano, Roberto: Borges. Biografìa verbal.
  4. S/F: en Borges e Israel. El asiduo manuscrito". Buenos Aires, Embajada de Israel en Buenos Aires, 1987.
  5. Ulla, Noemì:
  6. Borges, Jorge Luis: "El sur", en Ficciones. Buenos Aires, Sur, 1944.
  7. Gramuglio, Marìa Teresa: "Jorge Luis Borges", en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.

INMIGRACION Y NOVELA: UN DEBATE EN ADAN BUENOSAYRES

El crìtico Angel Nùñez distingue tres etapas en la producciòn de Leopoldo Marechal, a quien define como el "autor de una rica y variada obra literaria" (1). Se iniciò, y alcanzò premios y fama, como poeta, a partir de Los aguiluchos (1922), y sobre todo desde Dìas como flechas (1926) y Odas para el hombre y la mujer (1929)". Enumera otros tìtulos y afirma que en esta primera etapa "ya se incluye el ensayo de estètica Descenso y ascenso del alma por la belleza (1933) y la simple Historia de la calle Corrientes (1937) con la que comienza una de sus màs importantes lìneas de creaciòn: la narrativa".

"Una segunda etapa de producciòn podemos iniciarla en 1948, cuando edita su primera novela, Adàn Buenosayres, importante apertura de un àrea que serà central en el conjunto de su obra. Esta segunda etapa llega hasta 1955 –año en que se inicia su proscripciòn del mundo cultural-; abarca la iniciaciòn en la novela y tambièn en el teatro: El canto de San Martìn es de 1950".

"Un tercer perìodo –de extraordinaria creatividad– puede establecerse entre 1965 y la muerte del escritor, ocurrida en 1970. De 1965 es su segunda novela, El banquete de Severo Arcàngelo, que tuvo gran èxito de venta y que provocò la revalorizaciòn de su obra. La trilogìa novelìstica se completa con Megafòn o la guerra, aparecida poco despuès de su muerte. En esta etapa enriquece su ensayìstica con Autopsia de Creso (1965), luego incorporado al importante Cuaderno de navegaciòn (1966), que recoge once estudios diversos".

Con motivo de cumplirse el cincuentenario de la novela, Graciela Cutuli publicò un trabajo en el que afirma que "Leopoldo Marechal llamò ‘Adàn Buenosayres’ a su alter ego literario, al personaje que le dio nombre a su novela màs monumental y lo consagrò como uno de los maestros de la prosa argentina. Hace cincuenta años, cuando languidecìan algunas vanguardias y estaban forjando su obra otros grandes autores de nuestra literatura, el libro se publicò en medio de un silencio casi generalizado: era la historia de un largo recorrido del protagonista, Adàn Buenosayres, desde su ‘despertar metafìsico’ en una casa del barrio de Villa Crespo hasta el solitario combate final de su alma frente al Cristo de la Mano Rota, en la Iglesia de San Bernardo. Era y es una novela extraordinaria, pero sufriò una ola de silencio, debida en parte a lo inèdito de su lenguaje y del fluir de su escritura, y en parte tambièn a que Marechal satirizò con agudeza en varios de sus episodios a muchos de sus colegas martinfierristas… sin que estos, que tanto se burlaran en el pasado de la ‘solemnidad literaria’, tuvieran el coraje de afrontarlo con el necesario humor" (2).

En medio del silencio de la crìtica al que alude Cutuli, una voz se alzò para destacar los mèritos de la novela y la singular figura que la protagoniza. Dijo Julio Cortàzar, en 1949: "Una gran angustia signa el andar de Adàn Buenosayres, y su desconsuelo amoroso es proyecciòn del otro desconsuelo que viene de los orìgenes y mira a los destinos. Arraigado a fondo en esta Buenos Aires despuès de su Maipù de infancia y su Europa de hombre joven, Adàn es desde siempre el desarraigado de la perfecciòn, de la unidad, de eso que llaman cielo. Està en una realidad dada, pero no se ajusta a ella màs que por el lado de fuera, y aùn asì se resite a las òrdenes que inciden por la vìa del cariño y las debilidades. Su angustia, que nace del desajuste, es en suma la que caracteriza –en todos los planos mentales, morales y del sentimiento- al argentino, y sobre todo al porteño azotado de vientos inconciliables… (3)".

Criollos e inmigrantes

Por la novela desfilan inmigrantes de las procedencias màs disìmiles. Entre ellos encontramos italianos, catalanes, gallegos, vascos, judìos, armenios, turcos, calabreses, sicilianos, sirios, andaluces, chinos, ingleses, alemanes y escandinavos. A algunos solamente se los menciona; otros, en cambio, son retratados minuciosamente en esta recorrida que el protagonista hace en abril de un año que no especifica.

En el Segundo Libro, los pesonajes se trenzan en un debate acerca de las responsabilidades de criollos y de gringos. Samuel Tesler, filòsofo villacrespense, exclama: "Estoy harto de oìr pavadas criollistas (…). Primero fue la exaltación de un gaucho que, según ustedes y a mí no me consta, haraganeó donde actualmente sudan los chacareros italianos. ¡Y ahora les da por calumniar a esa pobre gente del suburbio, complicàndola en una triste literatura de compadritos y milongueros!".

Del Solar, uno de los líderes criollistas, contraataca: "La devoción al recuerdo de las cosas nativas –tartamudeó Del Solar, pálido como la muerte- es lo único que nos va quedando a los criollos, desde que la ola extranjera nos invadió el país. ¡Y son los mismos extranjeros los que se burlan de nuestro dolor! ¡Si es para llorar a gritos!. (…) Es verdad que la ola extranjera nos metió en la línea del progreso. En cambio, nos ha destruido la forma tradicional del país: ¡nos ha tentado y corrompido!".

Adán Buenosayres piensa lo contrario. Sostiene "que nuestro país es el tentador y el corruptor, que el extranjero es el tentado y el corrompido". Afirma eso luego de haber visitado Europa y haber visto hombres "con un sentido heroico de la existencia". Al llegar aquì, los hombres encontraron "un sistema basado en cierto materialismo alegre que se burlaba de sus costumbres y se reìa de sus creencias. (…) los extranjeros hallaron en el paìs, no un sistema de orden, sino una tentadora invitaciòn al desorden. Casi todos eran ignorantes; no tenìan defensa. Y olvidaron su tabla de valores por aquel fàcil estilo de vida que les enseñaba el paìs. Y la obra de corrupciòn iniciada en los padres fue concluida en los hijos: los hijos aprendieron a reìrse de sus padres emigrados, y a ignorar o esconder su genealogìa. Son los argentinos de ahora, sin arraigo en nada".

El protagonista comprende cuàl es su misiòn en esa circunstancia: "si al llegar a esta tierra mis abuelos cortaron el hilo de su tradiciòn y destruyeron su tabla de valores, a mì me toca reanudar ese hilo y reconstruirme segùn los valores de mi raza. En eso ando. Y me parece que cuando todos hagan lo mismo el paìs tendrà una forma espiritual".

Otro delos lìderes criollistas expresa que "El paìs no necesita buscar su alma en el extranjero", pues se la darà el Espìritu de la Tierra.

La polèmica se instaura, en otros tèrminos, cuando Marechal hace aparecer a Juan Sin Ropa, el que derrotò a Santos Vega. Juan Sin Ropa –explica el folklorista Del Solar- "es el gringo desnudo que vence a Santos Vega en una clase de lucha que nuestro paisano ignoraba: la lucha por la vida". En ese momento, "el vistoso gaucho fue borràndose para dejar sitio a un hombretòn forzudo y coloradote, de camisa y bombachas a cuadros, botas amarillas, facòn ostentoso y un rebenque guarnecido de plata casi hasta la lonja. No sin una efusiòn de simpatìa, los aventureros identificaron al punto la imagen risueña de Cocoliche".

Luego, Juan Sin Ropa se transforma en el abuelo Sebastiàn, el antepasado europeo de Adàn Buenosayres, quien le dice a Del Solar: "Cien veces crucè la pampa en mi carreta, y cien veces el rìo en mi ballenero de contrabandista. Arè la tierra virgen y agrandè rebaños. Y no es mìa ni la tierra donde se pudren mis huesos". A travès de sucesivas metamorfosis, el gaucho llega a tomar el aspecto del Neocriollo "que habitarìa la pampa en un futuro lejano" (4).

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Como personajes, o como fenòmeno social que suscita la polèmica, los inmigrantes revisten importancia en la obra de Marechal, el escritor que –al decir de Sàbato- "pasarà a la historia de la lengua castellana como insigne hito de la poètica y la narrativa. A ese monumento que le tiene reservado el tiempo no se le pueden arrojar bombas de alquitràn, y ha de ser invulnerable al insulto, la ironìa, la envidia y el silencio: esos premios que con harta frecuencia los hombres de letras de nuestro paìs confieren a los que deberìan honrar" (5).

ABELARDO ARIAS: CRIOLLOS Y GRINGOS EN MENDOZA

Abelardo Arias nació en Córdoba, aunque él hubiera preferido ver la luz en San Rafael, Mendoza, "en la finca de mi abuela materna, donde pasé casi todos los veranos de mi niñez y adolescencia, en todo caso los más memorables (…) Una criolla casona cerca del Río Diamante y del viejo fortín con foso y puente levadizo que construyó mi abuelo francés, el ingeniero astrónomo Julio Balloffet, el único injerto gringo en cientos de años de criolledad". No hay certeza sobre su fecha de nacimiento. Algunos dicen que fue en 1908; otros, que fue en el 18.

Interrogado al respecto para la Historia de la literatura argentina (CEAL, 1980), el escritor dijo: "Sólo mis veinte libros, una comedia romántica y una parábola radioteatral, amén de cuentos y traducciones, la evolución estilística, una cierta madurez, seguridad en el oficio, me señalan el paso del tiempo. Entonces, como Alamos talados apareció en 1942, pertenezco a la llamada generación del 40. Esta es la única cronología irremediable. La única seria".

La novela a la que alude fue distinguida en el año de su publicación con el Primer Premio de Literatura de Mendoza, el Primer Premio Municipal de Buenos Aires y el Primer Premio de la Comisión Nacional de Cultura. Marcel Bataillon –citado en La Prensa por Antonio Requeni- expresó: "Hay en ella –la novela- una intensa poesía que es a la vez la de la juventud y la de la América Colonial del fondo de las provincias, un mundo perdido para siempre y otro que espero conocer un día. Hay también un tono de relato, una mezcla de arte y naturalidad, un gusto, que no son moneda corriente en la literatura hispanoamericana".

En Alamos talados, Arias evoca personajes de diversas clases sociales. Está la clase alta, la de los terratenientes que hicieron la conquista viviendo en un fortín hasta que pudieron doblegar a los indígenas. Así ve a su familia el adolescente: "Por momentos, abuela arreglaba parsimoniosamente los pliegues de su vestido negro, que caían sobre el almohadón de raso granate en el cual, a manera de escabel, reposaban sus botinas de fieltro negro. Desde mi escondite, la escena resultaba solemne: la galería con sus esbeltos pilares, unida a la escalinata del estrado, le daba ambiente cortesano, que destruía el abigarrado montón de campesinos esperando turno para acercarse a la señora. Ella tendía su mano de venas azuladas con tan graciosa aquiescencia, que dejaba en quienes la recibían sentimiento de gratitud por el gesto benévolo".

En 1990, Sudamericana presentó una edición acompañada por una "Guía de trabajo para el profesor", realizada por Marcela Grosso y Marta Baldoni, del Grupo Universitario de Investigación Literaria de la Editorial. En este opúsculo, las autoras señalan la importancia de inmigración en la novela: "El poder se ve amenazado por la presencia de lo otro, del elemento extraño: el inmigrante, figura que genera tres efectos correlativos: a) el enfrentamiento entre gringos y criollos, b) la exaltación del linaje y la hispanidad, c) el rechazo del progreso y las nuevas costumbres".

La clase alta, representada fundamentalmente por los abuelos, se mostraba bondadosa con los criollos y los inmigrantes, en general, aunque había excepciones: "El inmigrante aparece descalificado, caricaturizado (…) o mirado con simpatía, en tanto se ciña al mandato de la abuela y no compita en el circuito de producción económica. Don Ramón Osuna sentía un "desprecio soberano por los gringos, como él llamaba a cuantos no hablaran el castellano. Desprecio que alcanzaba a toda idea que de ellos proviniera. No quiso alambrar su estancia; sembrar era cosa de gringos y nunca el arado rompió sus tierras". "El desprecio por el progreso y las nuevas costumbres aparecen sintetizados en la abuela y don Ramón Osuna –consideran las investigadoras-. (…) En ambas actitudes está presente el conservadorismo, la resistencia al cambio".

"Decir ‘gringo’ es un insulto –continúan- (…) El atributo ‘criollo’, en cambio, tiene connotaciones positivas (…) se convierte en una abstracción, en un símbolo de pureza racial y moral". Los depositarios de estos valores son la abuela y don Ramón Osuna, ambos personajes en extinción (…) De la idea de extinción deriva el tono elegíaco de la novela y la figura estatuaria de la abuela, adscripta a quien muere en ademán grandioso. Frente a la aparición de los nuevos actores en el escenario social, se exalta a la elite y se reivindica al hijo del país, el criollo en desaparición. El ideal de ‘criollismo’ se proyecta en Alberto, heredero de un linaje y varón que asegura la perpetuación del apellido".

La diferencia entre terratenientes e inmigrantes es señalada por uno de los personajes: "Doña Pancha aún no podía comprender cómo abuela había recibido, ‘con aire de visita’, a uno de esos gringos bodegueros, decía ella recalcando la palabra con retintín. Ella no podía entenderlo y menos disculparlo. Entre tener una viña y tener bodega para hacer vino había un abismo infranqueable. Eran dos castas distintas, y la Pancha se había constituido guardián insobornable de esa separación".

Cuando las penurias económicas obligan a la anciana señora a talar los álamos, allí está un inmigrante, posibilitando que el lector saque conclusiones sobre la personal postura del autor: "Con el pie en el estribo de su auto rojo, el turco hacía anotaciones en una libreta. Uno, tras otro, caían los álamos de mi adolescencia". Grosso y Baldoni sostienen que "La presencia invasora del inmigrante aparece metaforizada por el coche rojo del turco, que recorre el texto en varios capítulos". Acerca del propietario del vehículo comentan: "Claras son las connotaciones demoníacas que despliega este personaje (…) Las aspiraciones comerciales del turco, que exceden a las del agricultor contratado, lo convierten en una amenaza, un peligro para el sistema. La compra de la vid y de la madera es sustituida por la idea de usurpación, de estafa: el turco no compra sino que ‘se lleva’. Caída, atropello, usurpación, tala, profanación, son los efectos del ingreso del inmigrante en el sistema, que es quebrado sin posibilidades de restauración".

Los gringos

Los extranjeros –turcos, españoles, italianos, ingleses, franceses- son retratados en distinta forma. Algunos son evocados como seres altaneros; otros, son descriptos por Arias con admiración, tal es lo que sucede con el calabrés contratista de la viña: "Batista –su apellido me resultaba cómico y no pude aprenderlo nunca- había llegado de Italia cuando era muchacho, treinta años atrás. Varios cuarteles de viña se habían plantado bajo su vigilancia y la dirección de un cura, el padre Camurri, que, amén de sus misas, calzaba botas y salía a dirigir el trazado de los viñedos". Aquí se evidencia cómo el sentimiento de la clase alta hacia los inmigrantes depende de que ellos estén o no subordinados a ella. Por otra parte, el comentario acerca del apellido del italiano trasluce cierto desdén hacia quienes provenían de países distantes.

Los criollos, que se agrupan bajo la protección de la señora y sus descendientes, ven como algo degradante el trabajo en la viña, pues nacieron para domar potros y para hacer tareas que exijan valor y destreza: " ‘Los criollos no somos muy guapos pa’ estos menesteres, eso di’ andar cortando racimitos son cosas pa’ los gringos y las mujeres –había dicho Eulogio-. Ahora, lidiar con toros, jinetear potros, trenzar tientos de cuero crudo, marcar animales, ésas son cosas di’ hombre’ y hasta si se trataba de dar una manito para cargar las canecas, entonces se ajustaban el cinto y la faja, acomodaban el cuchillo en la cintura, ‘y no le hacían asco a juerciar un poco’ ".

Frente a la adversidad, los criollos descreen tanto de los conocimientos de los patricios cuanto de las innovaciones de los gringos. Ante la incredulidad de uno de los señores, que la ve marcar una cruz en el suelo, "Que se ría el dotor –arguía la Pancha-, más pior le fue al gringo ‘e las Paredes, el que s’hizo una torre altaza, todita llena de palarrayos pa’espantar el granizo y, no bien la terminó, la misma tarde, la pedrera le taló las viñas… Ai tienen lo que sacó ese descreído con su torre de Davell".

Hay, también, personajes marginales, como el ebrio Modón, cuya existencia infrahumana se describe y justifica: "Estaba descalzo, los pantalones sujetos por una faja de lana colorada y arremangados hasta la mitad de la canilla; la camisa sucia y deshilachada se perdía en la maraña de la barba grasienta, donde la tierra formaba una pasta oscura alrededor de los labios agrietados".

…..

Alberto, el protagonista, se siente unido a su familia por el respeto y el cariño, pero es por los criollos por quienes experimenta sus sentimientos más fuertes. Por un criollo, conoce el valor de la amistad, y es Dolores, la hermana del amigo, quien lo inicia en el camino de las sensaciones. Los inmigrantes son vistos por el adolescente como un grupo social cuyo trabajo resulta valioso, pero que también se vuelve una amenaza para la clase alta en decadencia, con cuyo ocaso se verá beneficiado.

MANUEL MUJICA LAINEZ. VOLVER A LAS FUENTES

Manuel Mujica Láinez nació en Buenos Aires en 1910; falleció en Cruz Chica, Córdoba, en 1984. "Estudió en colegios de Francia y Gran Bretaña. Desde joven, alternó la creación literaria con la crítica de arte, que desarrolló en el diario La Nación. En 1936 contrajo matrimonio con Ana de Alvear Ortiz Basualdo. Fue Secretario del Museo Nacional de Arte Decorativo y, entre 1955 y 1958, ocupó la Dirección de Cultura del Ministerio de Relaciones Exteriores. También integró la Academia Argentina de Letras y obtuvo, entre otras distinciones, los premios Kennedy, Nacional de Literatura (1963) y la Legión de Honor del Gobierno de Francia (1982). Además, en 1984, fue nombrado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. En 1969 el escritor y su familia se habían trasladado a Cruz Chica (Córdoba), instalándose en una antigua casona con un extenso parque, llamada ‘El Paraíso’, donde Mujica Láinez residió hasta su muerte".

"De su vasta producción sobresale su obra narrativa, en la que cobra especial importancia la indagación de lo argentino, presente en Canto a Buenos Aires (1943); Aquí vivieron (1949), sobre la historia de una quinta de San Isidro (Bs. As.) y, especialmente, en el volumen de cuentos Misteriosa Buenos Aires (1950). Mujica Láinez retrató con escepticismo e ironía a los sectores tradicionales en Los viajeros (1955) y en Invitados en El Paraíso (1957. Su inclinación a lo fantástico y el carácter cosmopolita se pone de manifiesto en las novelas que transcurren en el Renacimiento italiano, como Bomarzo (1962), o en la Edad Media, como en el caso de El Unicornio (1965). Varias novelas y cuentos suyos fueron llevados al cine y a la televisión, y el compositor Alberto Ginastera realizó una ópera basada en Bomarzo, estrenada en Washington (E.E.U.U.) en 1967 y que obtuvo un amplio reconocimiento internacional" ().

Manuel Mujica Làinez ha evocado en muchas oportunidades a sus ancestros. En Los porteños (1), èl toma la palabra y se refiere a sus antepasados en los artìculos titulados "Un poema, un autor y su genealogìa", "Los tìos de Inglaterra" y "Yo vivì aquì (La quinta de los Beccar Varela)". En esos textos, el elogio tiene como destinatarios a los protagonistas; el tono admirativo surge espontàneamente al hablar de familias patricias y personajes gloriosos.

La vida y la obra entera de Mujica Làinez se desarrollaron alimentadas por el vivo fuego de la estirpe hispànica y sus profundas raìces en el suelo americano. El escritor se muestra orgulloso de su genealogìa y la recuerda con frecuencia. La circunstancia personal determina su creaciòn artìstica. Se siente el afortunado heredero de una distinciòn y una cultura sin parangòn; a travès de los lazos sanguìneos ha recibido, si no la fortuna, todos los privilegios inherentes a ella. Quizàs por esta razòn es que elige para sus obras a protagonistas de la clase dirigente, a virreyes, condes y marqueses.

En un artìculo publicado en La Naciòn, incluido en el volumen mencionado, recuerda a sus antepasados en diàlogo con Borges. De la charla surge una diferencia: los ancestros del autor de El aleph han sido hèroes; los de Mujica Làinez, estancieros y literatos.

Entre estos ùltimos, se destacan los Varela, los Canè –el "romàntico porteño" y el autor de Juvenilia-, el fundador de El Diario y, màs cercanos a nosotros en el tiempo, Manuel Mujica Farìas, su padre, autor de tratados jurìdicos, y Lucìa Làinez Varela, cuya pluma nos dio un libro de memorias de viaje y dos obras de teatro.

En "Dos abuelos, dos tendencias", Mujica Làinez presenta a sus ancestros escindidos en dos corrientes: la criollista y la europeizante. Representante de la primera es Eleuterio Santos Mujica y Covarrubias, estanciero y tenaz partidario de Mitre. La otra corriente està representada en la persona del abuelo materno, Manuel Làinez, y en las del grupo de periodistas y literatos relacionados con nuestro autor por medio del progenitor de su madre.

La tradiciòn familiar ha sido para Mujica Làinez fuente inagotable de temas, tanto en lo que se refiere a personajes como en lo concerniente a historias, vivencias, a esa atmòsfera tan particular que encontramos en todas y cada una de las obras del descendiente de Juan de Garay.

El regreso

Manuel Mujica Làinez realizò innumerables viajes a lo largo de su vida, por diferentes motivos. Durante su adolescencia, viviò en Parìs y en Londres; màs tarde, ya periodista de La Naciòn, los viajes fueron para èl parte de su trabajo. La misiòn oficial tambièn fue un motivo para recorrer el mundo, como lo fue asimismo la creaciòn literaria, que lo llevò a presenciar el estreno de Bomarzo en los Estados Unidos.

Poco antes de morir, Mujica Làinez reuniò algunas de las crònicas que escribiò para el diario capitalino, en dos volùmenes que titulò Placeres y fatigas de los viajes. Crònicas andariegas (2). En estos tomos agrupa artìculos publicados entre 1935 –cuando viajò en el Zeppelin- y 1977.

En una entrevista realizada en 1978, afirma que cuando escribiò esa primera nota, "Era un niño bien que iba a bailes y a fiestas" y lejos de enorgullecerse por haber sido elegido para realizar esa travesìa, dice: "A mì me eligieron porque como era tan joven y hacìa sòlo tres años que estaba en el diario, no les importaba mucho perderme… (3)".

Las condiciones en las que realiza sus viajes no siempre son las ideales, y muchas veces se lamenta de la velocidad que lleva en sus andanzas, o de otros inconvenientes lògicos, dada la època en que visita algunos paìses. El periodista comenta: "Hubiera querido tener el cuerpo sembrado de ojos, como Argos, pues lo que siempre sucede en estos viajes veloces es que lo màs interesante es lo que uno va dejando a un costado, a la derecha o a la izquierda, (…) se hace lo que se puede con los escasos medios fìsicos de que se dispone".

Ademàs de la premura que lleva, juega contra èl la realidad de los paìses europeos en la posguerra, que obliga a trazar el itinerario de acuerdo a lo posible y no a lo deseable; en Alemania, por ejemplo, debiò alojarse en el albergue de los corresponsales de guerra, en un cuarto diminuto que "debiò nacer cocina, pues conserva en un rincòn una pileta de lavar platos y, en el otro, un caño sospechoso".

Los lugares que recorre lo impresionan siempre, aunque por diferentes razones. En algunos de ellos admira la historia milenaria o el coraje de sus habitantes; en otros, reconoce espacios propios, ya sea por herencia o por vivencias. Uno de los dos paìses a los que màs se siente ligado el periodista es –el lector lo habrà supuesto- España.

En España vivieron sus ancestros; uno de ellos, hace siglos, se lanzò al mar, en busca de la promesa americana. "Cada uno de nosotros es, en buena proporciòn, consecuencia de la cadena ancestral que le dio vida –afirma-, y mis eslabones hispanos, rotos hace casi dos centurias, siguen unidos invisiblemente a mis eslabones de la Argentina. Hoy los siento trèmulos, vibrantes, dentro de mì".

Este sentimiento alcanza su clìmax cuando el poeta visita, en Villafranca de Oria, pueblo cercano a San Sebastiàn, , la casa de sus mayores, en una "peregrinaciòn a las fuentes": "Con Armendàriz tornè a entrar en la iglesia. Me enseñò, en los registros parroquiales, las anotaciones que consignan los bautismos, matrimonios y muertes, de gente remota vinculada a mì. Y, saliendo del templo neblinoso, me mostrò junto a èl la que fue casa de mis mayores y que, desde 1890, màs o menos, està destinada a escuela, correo, dependencias municipales y què sè yo què. Sobre la puerta sigue intacto el blasòn, como en tantas y tantas casas de Guipùzcoa".

Se refiere a su estado de ànimo de ese momento: "Experimentè, como es lògico, una especie de emociòn difìcil de definir. Ella aumentò cuando, algo despuès, el alcalde nos guiò al cònsul y a mì para que, desde la altura del hospital, abarcàramos la vista del pueblo. Cuatro hermanas de caridad, alegres, parloteantes, sonoras de llaves y de rosarios (la màs àgil, Sor Pastora), nos escoltaron a lo largo de vastas salas llenas de camas vacìas –pues en Villafranca no hay màs que trece asilados en el hospital, y la principal razòn de ser de ese instituto monjil finca en su colegio- para que asomàndonos a las ventanas del primer piso, apreciàramos en su conjunto la hermosura del pueblo. Y entonces, al verlo tan pequeño, tan esmirriado, con sus tejas venerables, sus edificios hidalgos y sus muros pobrecitos, sentì que algo se apretaba dentro de mì".

Recordò entonces a "aquel Juan Bautista de Mujica y Gorostizu, tan vasco, quizàs el tercero o el cuarto hijo de una familia numerosa, de hacienda flaca, que un dìa resolviò irse de Villafranca de Oria, de estas montañas, de este rìo rumoroso, de estas casas soñolientas, de estos pinos velados por la bruma, de esta iglesia que guardaba la historia de los suyos". Se fue "allende el mar, al extremo del mundo, porque –segùn se referìa- se habìa abierto el puerto de Buenos Aires al comercio, en un nuevo virreinato, y acaso allì –pero eso sì, desgarràndose de todo, como quien se cercena una mano a sì mismo- habrìa posibilidades de medrar, para un muchacho sin temor".

El escritor plasma en este artìculo la emociòn que sintiò: "Ese pensamiento me acercò a èl, por encima del tiempo, màgicamente, y a la casa que acababa de ver junto a la iglesia de Santa Marìa. Y al hacerlo comprendì que no me estaba despidiendo de España sino, al contrario, regresando a ella, a mi casa, y aunque me fuera lejos nunca me irìa de aquì, donde las raìces se hunden entre tumbas y el rìo Oria le repite a mi sangre, para siempre, una vieja ronda familiar" .

Notas

  1. Mujica Làinez, Manuel: Los Porteños. Buenos Aires, La Ciudad, 1979.
  2. Mujica Làinez, Manuel: Placeres y fatigas de los viajes. Crònicas andariegas. Buenos Aires, Sudamericana, 1993.

JOSE GONZALEZ CARBALHO: LA "PATRIA ANTERIOR"

Aunque José González Carbalho fue un escritor notable, es muy difícil encontrar información sobre su vida y sobre su obra. La que transcribimos nos la ha proporcionado Antonio Requeni, autor de "Un poeta arxentino en Galicia: González Carbalho" (1). Leyendo este interesante trabajo nos enteramos de que el hijo de emigrantes gallegos nació en Buenos Aires en 1899. Huérfano de madre, fue criado por su padre, su hermana y una sirvienta gallega, a la que recuerda como "un ser que desbordó en ternura y que sacrificó todos sus afanes por el niño huérfano. Historias y leyendas que después hallé en los libros, salían de sus labios para dormirme. Su generoso amor, su entrega incondicional a mi educación para luego alejarse, sabiéndome criado, acreditaban la nobleza de un elegido".

Dos experiencias lo marcarían en sus primeros años: la lectura de las Follas novas que le dio su padre –"Aquella criatura, arrullada en sus primeros años con canciones de cuna gallegas, entraba en un país mágico de palabras y ritmos de la mano de un hada también gallega: Rosalía de Castro"- y las reuniones del emigrante con sus amigos recién llegados de Galicia, "envuelta ya para el niño en líricas nieblas de leyenda. Aquellas demoradas conversaciones de sobremesa impregnaban su imaginación con fragancias campestres o marineras; acariciaban sus oídos con música de ese idioma como arrullo que lo adormeciera y que, años después, le abrió las puertas de la poesía, territorio mágico del que sería, para siempre, fervoroso habitante".

"El niño se hizo hombre y, leal a su vocación y a sus sueños, escribió libros de poemas que encontraron eco auspicioso entre los más importantes escritores del momento: Leopoldo Lugones, Alfonsina Storni, Pedro Miguel Obligado… Sus temas eran el barrio, la casa, la hermana entrañable, los amigos, el amor, la ternura, y una franciscana religiosidad".

El titiritero Javier Villafañe recuerda la amistad de Carbalho con Lorca: "Yo tenía entonces 24 años. Iba caminando por la Avenida de Mayo; esta vieja calle era muy transitada por escultores y poetas de la época. Seguí mi caminata, cuando me encuentro con Pepe González Carvalho –amigo de Kantor- y con la hija de otro amigo. Nos detenemos y me presenta a Federico García Lorca. A la altura de la Avenida de Mayo y Santiago del Estero, frente al Pasaje Barolo, entramos los cuatro en un bar. Pepe, que en ese entonces era periodista de Noticias Gráficasperiódico de la tarde- se hizo muy amigo de Federico. Conversamos mucho y Pepe, que conocía mi actividad con Juan Pedro Ramos, le habló de ella a Federico, quien escuchaba con mucha atención. (…) Luego de cinco largos meses de permanencia en Buenos Aires, Federico García Lorca regresa a España, y pasado un tiempo todavía envía correspondencia a González Carvalho" (2).

Fue asimismo profesor de literatura española en el Colegio Nacional Hipólito Yrigoyen, y autor de libros de poesía –Campanas en la tarde (1922), Cantados (1933.Premio Municipal), entre otros-, prosa –El libro de Angel Luis (cuentos, 1926), Vida, obra y muerte de Federico García Lorca (1938) y otros-, teatro –Arrabal de Carriego, Cornamusa– y ensayoIdioma y poesía gallega, 1953.

Falleció en Buenos Aires, en 1958. "Mientras se vestía para dirigirse a la escuela nocturna donde era profesor de literatura -recuerda Requeni-, su corazón se detuvo. Yo llegué apenas una hora después y nunca se me borrará la imagen de aquel ser excepcional, pulcramente vestido y afeitado –como lo viera siempre- inmóvil, sobre la cama, (…) Yo no estaba en condiciones de pensar absolutamente nada en ese momento, pero al transcurrir el tiempo y recordar aquella escena estremecedora, tuve la misma reflexión de González Carbalho ante otras sugestivas imágenes: ‘parecía un tema de Rosalía’ ".

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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