LUCIO V. LOPEZ. INMIGRANTES EN LA GRAN ALDEA
En 1884, en el periòdico Sud Amèrica se publica como folletìn este libro (1) que Lòpez dedica a Miguel Canè, su "amigo y camarada". "El subtìtulo de La gran aldea, "Costumbres bonaerenses", previene ya las caracterìsticas del realismo a que recurrirà su autor, Lucio Vicente Lòpez (1848-1894): una actitud crìtica, no disolvente sino reformista, encaminada a registrar tipos y hàbitos de una sociedad, y a poner de relieve algunos de entre ellos mediante el sarcasmo, la ironìa o la simple caricatura. (…) la propuesta fundamental de La gran aldea es la de demostrar que el Buenos Aires provinciano de 1860 pervive en el Buenos Aires cosmopolita de 1880, que la clase social que manejaba sus destinos en la època de Pavòn continuaba controlando los hilos de la polìtica y de las finanzas y dando el tono de la sociabilidad en la època del alumbrado a gas y de los tranvìas a caballo" (2).
"Aunque esperanzada con el potencial talento literario del autor, ya en el momento de su publicaciòn la crìtica fue en general adversa con la novela, pero ùtil, segùn Lòpez, porque ‘ha despertado la curiosidad y me ha favorecido la venta’. En ella pesa màs la crònica que la densidad literaria -Rojas la ve ‘inferior a su fama’-, y asì parece haber sido desde que se publicò: en su època influyeron tanto su calidad de instrumento de lucha polìtica e ideològica como el hecho de ser una novela en ‘clave’, por la que desfilaban las figuras del dìa (Mitre, Sarmiento, Avellaneda, etcètera); en nuestros dìas pesa el valor testimonial, intenciòn que ya proclama el autor desde el subtìtulo (Costumbres bonaerenses), que permite rastrear el pasaje de un Buenos Aires ‘patriota, semisencillo, semitendero, semicurial y semialdea’, a la ciudad ‘con pretensiones europeas’ en diversos registros: en lo urbano, con la transformaciòn de la ciudad que es màs modernizaciòn que ampliaciòn, con la incorporaciòn a la vida cotidiana del gas de alumbrado, el tranvìa, las nuevas formas de la arquitectura y la decoraciòn; en lo social, con el advenimiento de las nuevas burguesìas, el gallego sirviente al lado del mulaterìo, la desapariciòn del tendero criollo; en lo polìtico, con la consolidaciòn del roquismo, que impone la unificaciòn del paìs desde el poder central –y desde la ciudad capitalizada- y las tensiones que eso provoca; en lo econòmico, con el pasaje de los buenos tiempos del Estado de Buenos Aires al manejo financiero que culminarà con la crisis de 1890; en lo religioso, con el progresivo avance del laicismo estatal y la nueva religiòn de la burquesìa; en lo literario, con el pasaje del Romanticismo al Realismo y al teatro ligero francès…" (3).
En esta obra aparecen inmigrantes, vistos desde la perspectiva de un escritor que añora un pasado que no volverà.
En la tienda
Lòpez compara a los tenderos de antaño con los del presente: "¡Y què mozos! ¡Què vendedores los de las tiendas de entonces! Cuàn lejos estàn los tenderos franceses y españoles de hoy de tener la alcurnia y los mèritos sociales de aquella juventud dorada, hija de la tierra, ùltimo vàstago del aristocràtico comercio al menudeo de la colonia".
Recuerda a uno de aquellos tenderos criollos: "Entre los prìncipes del mostrador porteño, el màs cèlebre, sin disputa, era don Narciso Bringas: gran tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero adoptado por la calle del Perù como el rey del mostrador. No habìa mostrador como el de aquel porteño: todo el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de madapolàn y de volverla a doblar como don Narciso; y si la piràmide misma le hubiera querido disputar su amor a Buenos Aires, a la piràmide misma le habrìa disputado ese derecho".
Describe la estrategia del tendero para dirigirse a su clientela: "Don Narciso subìa o bajaba el tono segùn la jerarquìa de la parroquiana: dominaba toda la escala; poseìa toda la preciosidad del lenguaje culto de la època y daba el do de pecho con una dama para dar el sì con una cocinera".
"Los tratamientos variaban para èl segùn las horas y las personas. Por la mañana se permitìa tutear sin pudor a la parda o china criolla que volvìa del mercado y entraba en su tienda. Si la clienta era hija del paìs, la trataba llanamente de hija; hija por arriba e hija por abajo. Si èl distinguìa que era vasca, francesa, italiana, extranjera, en fin, iniciaba la rebaja, el ùltimo precio, el ‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la mañana, con algunas cuantas palabras de imitaciòn de francès que èl sabìa balbucir, era irresistible. Durante el dìa, los tratamientos variaban entre hija e hijita, entre tù y usted, entre madamita y madama, segùn la edad dela gringa, como èl la llamaba cuando la compradora no caìa en sus redes".
Los inmigrantes trabajaban junto a los criollos: "daban las cuatro y, no bien habìa entrado el gallego cotidiano con las viandas, don Narciso se engolfaba en los antros profundos de la trastienda". Lucio V. Lòpez menciona otro gallego relacionado con la tienda: "Caparrosa, el cadete de Bringas, un galleguito ladino y vivaracho".
En la escuela
En la adolescencia, el protagonista acude a la escuela de dos maestros, a los que describe con estas palabras: "Don Pîo Amado y don Josef Garat, mis maestros, eran dos personajes singulares; singular era su escuela, singular la enseñanza, singular todo lo que los rodeaba. Don Pìo era la bondad y la benevolencia personificadas; don Josef era la intransigencia, el mal humor y la ira misma. Reunidos, don Pìo era la nota còmica del colegio, don Josef era la nota èpica. Amàbamos a don Pìo y lo amàbamos con toda el alma; temblàbamos ante don Josef y lo respetàbamos a fuerza de malquererlo".
En otro pàrrafo se refiere al aspecto fìsico del segundo: "Don Josef, en cambio, era un Orestes. Alto, vigoroso, la cara roja como un pimiento, la nariz chica y encorvada, la cabeza mezquina pero bien puesta sobre los hombros. Don Josef pasaba la vida clamando contra todo lo que lo rodeaba: contra el paìs, contra sus hombres, contra las mujeres, contra los muchachos y contra don Pìo, a quien tenìa en poca cuenta en las situaciones normales".
Uno de estos maestros era inmigrante: "Don Josef era oriundo de Cataluña y se vanagloriaba de haber nacido en el castillo Monjuich, de haber salvado la vida a varias personas, de haber presenciado un naufragio y de haber sido casi vìctima del hambre de una tigra mansa; preciàbase de haber conocido a la reina de España, doña Cristina, de haberla visto comer una olla podrida en un dìa de toros. Hacìa sacrificio de confesarse descendiente de don Gonzalo de Còrdoba, pero no se prestaba a pregonar mucho el parentesco, y lo repudiaba con majestad, porque no querìa que nadie sospechase que èl aprobaba las rendiciones de cuentas de su pco escrupuloso antepasado. Vivìa crònicamente colèrico, sin que esto importe decir que no supiera interrumpir sus accesos para hablar con fruiciòn, de los tesoros de Potosì y de fortunas colosales como las de los cuentos de hadas, porque el buen viejo tenìa altamente desarrollada la nota de la codicia".
"Pero, cuando èl levantaba la voz en la clase, o fuera de la clase, o con los tertulianos nocturnos que lo visitaban en el colegio, entonces temblaba la casa: buscaba la invectiva, la lanzaba al rostro del adversario y la sazonaba con vocablos de estofado acabando por dominar el debate con sus gritos estentòreos. Dentro de ese cuerpo vigoroso, de rica muscultura de atleta, en el fondo de ese caràcter atrabiliario, disputador y pendenciero que amenazaba tragarse la tierra, se escondìa un ser enteramente pusilànime. Don Josef era una liebre".
Recuerda con cariño a esos pedagogos: "Era un muchacho de quince años cuando entrè en el colegio y apenas sabìa leer y escribir, pero trabajè con tesòn y me abrì paso. Don Pìo me amaba y don Josef, que habìa empezado por expresarme el màs profundo desprecio, habìa pasado del indiferentismo al entusiasmo con una facilidad extraordinaria. Yo comenzaba a ser su ìdolo. De cuando en cuando pensaba que, siendo yo como era un pobre diablo, sin padre, sin fortuna, era demasiada generosidad de su parte interesarse por mì como se interesaba y me lo echaba en cara; pero cuando lo sorprendìa con un progreso inesperado para èl, o con un buen rasgo de conducta, entonces el buen viejo se exaltaba y pasaba los lìmites del entusiasmo en sus elogios".
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Inmigrantes y criollos conviven en esta obra -que incluye pàginas de "larvada xenofobia"-, en la que "Lucio Lòpez anticipa una visiòn crìtica nostàlgica y casi desesperanzada del cariz que toma la vida polìtica y social de la Argentina".
Notas
- Lòpez, Lucio V.: La gran aldea. Costumbres bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980.
- Prieto, Adolfo: "La generaciòn del 80. La imaginaciòn", en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
- Figueira, Ricardo: "Pròlogo" a Lòpez, Lucio V.: La gran aldea. Costumbres bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980.
EUGENIO CAMBACERES. LA POSTURA ADVERSA
La llegada de los inmigrantes a suelo argentino significò una transformaciòn de gran importancia. El porteño se encontrò conviviendo con extranjeros de diversas nacionalidades y esa realidad se vio reflejada en la literatura.
En algunos autores, el sentimiento de aversiòn no reviste tonos demasiado violentos; se limitan –como Miguel Canè, en Juvenilia (1)- a presentar vascos temibles e italianos ridìculos. En Cambaceres, el inmigrante es presentado como un ser ignorante e inmoral; el escritor no disimula lo que siente ante quienes llegaron a tentar suerte en nuestro paìs.
En la novela En la sangre (2) alude al italiano, padre del protagonista, con estas palabras: "Arrojado a tierra desde la cubierta del vapor sin otro capital que su codicia y sus dos brazos, y ahorrando asì sobre el techo, el vestido, el alimento, viviendo apenas para no morirse de hambre, como esos perros sin dueño que merodean de puerta en puerta en las basuras de las casas, llegò el tachero a redondear una corta cantidad".
Andrès Avellaneda encuentra una explicaciòn para esta actitud: "Esos otros, responsables del peligro que ronda en la nueva ciudad, son para Cambaceres los inmigrantes y sus hijos, cuyas exigencias pugnan por modificar una realidad celosamente congelada" (3).
Naturalismo
El desdèn por el extranjero se evidencia con gran claridad en este libro. La sangre es el medio por el que las lacras sociales se transmiten de generaciòn en generaciòn. No obstante haber nacido en la Argentina, el protagonista tiene las caracterìsticas del inmigrante, de acuerdo con los postulados del naturalismo, corriente en la que encontramos al autor.
Este movimiento, surgido en Francia en la segunda mitad del siglo XIX, sostiene tres principios bàsicos: la influencia de la raza, el medio y el momento; la importancia de la herencia y el caràcter fisiològico de las pasiones. "Con Eugenio Cambaceres –afirma Teresita Frugoni de Fritzsche- el naturalismo francès se incorpora a la novela argentina permitièndole asì alcanzar una dimensiòn realista que seguirìan todos los autores del siglo XIX y proncipios del XX, superando los esquemas simples y antitèticos de la època romàntica" (4).
La argumentaciòn naturalista lleva a un determinismo que permite, segùn la teorìa, predecir el rumbo que tomarà la vida de los descendientes. Genaro, aunque argentino, lleva en sus venas la marca hereditaria del napolitano; està signado por todos los defectos que el novelista atribuye a ese grupo social y, al igual que sus paisanos, parece no tener virtud alguna. Lejos de plantear la responsabilidad del individuo, el autor hace hincapiè en lo heredado, en lo fatal. No sòlo da por supuestas las cuestionables leyes de la herencia y la influencia de la raza, el medio y el momento, sino que se aferra ciegamente a ellas, llegando a una postura prejuiciosa y, por ende, injusta.
La novela apareciò publicada como folletìn en 1887, en el diario Sud-Amèrica. Fritzsche nos recuerda cuàl fue la acogida que tuvo la obra: "Paralelamente con su publicaciòn aparecen en el diario artìculos de ìndole diversa vinculados con la novela. Suponemos que parte del pùblico la considera inmoral, si nos atenemos a la defensa que J.A.A. (Juan Antonio Argerich) realiza en el nùmero del 13 de setiembre, observando que no es preciso atender a los asuntos que explota Cambaceres sino a su mèrito literario, pues es un hombre que conoce la vida y por lo tanto un escèptico".
Los personajes
Encontramos en Genaro dos momentos sucesivos: durante los primeros años, mortificado, trata de sobreponerse a su condiciòn; luego, con resentimiento y gran dolor, acepta su estigma. El muchacho culpa a sus progenitores por el desprecio de que lo hacen vìctima sus condiscìpulos; la vergûenza de su origen lo llena de odio, despecho y deseos de venganza, que consumarà en la persona de su esposa. "Estaba en su sangre eso, constitucional, inveterado –dice el novelista-, le venìa de casta como el color de la piel, le habìa sido transmitido por herencia, de padre a hijo".
Genaro desprecia a sus padres. Camabceres muestra una vez màs la bajeza del joven, quien piensa: "¡Su padre… menos mal èse, se habìa muerto y de los muertos nadie se acordaba; pero su madre viva y a su lado, estando con èl, era una broma, un clavo, adònde irìa èl que no lo vieran, que no supieran, que no le hiciese caer la cara de vergûenza con la facha que tenìa, con sus caravanas de oro y su peinado de rodetes!". Para evitarse esa humillaciòn constante, Genaro hace que su madre vuelva a Italia. Queda en libertad para disponer a su antojo de los ahorros de sus padres y, a cambio, ni siquiera lee las cartas que la mujer le envìa.
Al describir a los inmigrantes, Cambaceres recurre siempre a la comparaciòn con animales; asì, habla de la cabeza de ave de rapiña del padre del protagonista, de la astucia felina de Genaro: "En un brusco manotòn de gato hambriento, alargò de instinto el brazo; crispados los dedos, como clavada la garra ya sobre el montòn de billetes". Estas imàgenes son empleadas por el escritor con el propòsito de degradar a los extranjeros, de mostrarlos lindando con lo irracional".
Ante la fuerza del instinto, nada puede hacer el protagonista: "Y si tal habìa nacido -se defiende-, si asì lo habìan fabricado y echado al mundo de sus padres, ¿era èl el responsable, tenìa èl la culpa por ventura? No, como no la tenìan las vìboras de que fuera venenoso su colmillo". Ni siquiera tiene valor para matarse: "ni de ese triste rasgo de nobleza, ni de esa ùltima, ni de esa ùnica prueba de valor y entereza era capaz". El "vivirìa, seguirìa prendido con dientes y uñas a la vida, como los perros a las osamentas!…".
Antonio Pagès Larraya opina sobre el tratamiento que Cambaceres da a sus personajes: "La herencia y el medio conforman a Genaro, criatura vacìa de ètica, casi infrahumana. Quizàs el afàn de apegarse a una conclusiòn que hoy nos parece arbitraria –la de que en los hijos del inmigrante perdura el inescrupuloso apetito de los padres- volviò estrecho el relato. Las aventuras del ‘parvenu’, del trepador que se eleva sin elegir los medios, pierde vigor por su forzada limitaciòn a una tesis" (5).
Aparecen, a lo largo de la obra, otros inmigrantes retratados con la misma crueldad. Entre ellos, los amigos del napolitano, quienes "habìanse pasado la voz para el velorio. Poco a poco fueron llegando de a uno, de a dos, en completos de paño negro, con sombreros de panza de burro y botas gruesas recièn lustradas". El comportamiento de los paisanos, afligidos, le merece un comentario despiadado: "Zurdamente caminaban, iban y se acomodaban en fila a lo largo de la pared, en derredor del catafalco elevado en la trastienda. Uno que otro, cabizbajo, en puntas de pie, aproximàbase al muerto y durante un breve instante lo contemplaba. Algunos daban contra el umbral al entrar, levantaban la pierna y volvìan la cara".
El "tano" capataz del cementerio tenìa voz vinosa; el gallego portero de la universidad era ñato de nariz y cuadrado de cabeza; Bearnès, el dueño del cafè, era ronco, gordo, gritòn y gran bebedor de ajenjo. Y asì, podrìamos enumerar muchas oportunidades en las que los inmigrantes son vìctimas del escarnio del autor.
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El testimonio de Cambaceres nos brinda la posibilidad de conocer la actitud de un hombre de esa època ante las profundas transformaciones que se estaban operando. El aluviòn inmigratorio cambiò para siempre la estructura de la sociedad y motivò pàginas como las del autor de En la sangre, las cuales, aunque resultan violentas a los lectores, son tambièn parte de nuestra literatura.
Notas
- Canè; Miguel: Juvenilia. Buenos Aires, CEAL, 1980.
- Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.
- Avellaneda, Andrès: "El naturalismo y Eugenio Cambaceres", en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
- Frugoni de Fritzsche, Teresita: Pròlogo a En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.
- Pagès Larraya, Antonio: "El naturalismo y el tema del inmigrante", en La Naciòn, 1945.
ANTONIO ARGERICH. EL ENFOQUE DETERMINISTA
Algunas de las novelas relacionadas con la inmigraciòn de fin de siglo se destacan por la agresividad del autor y por el encono que manifiesta hacia los extranjeros. En una de ellas fundamenta el escritor su aversiòn, basàndose en supuestos provenientes de las ciencias mèdicas, refutados oportunamente por un sacerdote. La obra a la que nos referimos es ¿Inocentes o culpables?, de Antonio Argerich, un pensador que, a su manera, busca lo mejor para la Argentina.
Adolfo Prieto señala que en autores como Canè y Mansilla, "la hostilidad frente al extranjero parece responder a motivaciones clasistas", en cambio, "en otros autores, la xenofobia maneja el repertorio cientìfico de la època y se presenta con un vocabulario pretendidamente asèptico y neutral. Asì Antonio Argerich en su novela Inocentes o culpables (1884) y Cambaceres en la ùltima de sus obras, En la sangre, publicada en 1887" (1).
La obra de Argerich se inserta en el panorama creativo de su tiempo, que fue muy rico y variado; asì lo recuerda el ensayista: "entre 1884 y 1889 y aparte de la obra de los cultores de una prosa evocativa o fragmentaria como Canè, Wilde o Mansilla, dotada sin embargo de caracterìsticas narrativas, aparecieron La gran aldea de Lucio V. Lòpez, ¿Inocentes o culpables? de Antonio Argerich, y todas las novelas de Cambaceres, las primeras de Ocantos y Severo J. Villafañe, La familia Quillango, novela corta de Cantilo, (…) ya por esos años entregaban a las prensas sus primeros trabajos Roberto J. Payrò y Josè Sixto Alvarez (Fray Mocho) para comprobar la irrupciòn masiva de una novelìstica argentina preocupada por reflejar el contorno inmediato y centrada en los rasgos tìpicos del gènero"
Razas inferiores
De ¿Inocentes o culpables? se dijo que "no es màs que una torpe historia de un inmigrante italiano, con la que se propone probar cuàntos daños puede acarrear a la sociedad argentina la inmigraciòn de gentes de razas inferiores" (2). En el pròlogo a su libro, el escritor da las razones por las que considera perniciosa la llegada de ciertos extranjeros: "me opongo franca y decididamente a la inmigraciòn inferior europea, que reputo desastrosa para los destinos a que legìtimamente puede y debe aspirar la Repùblica Argentina; (…) La intromisiòn de una masa considerable de inmigrantes, cada año, trae perturbaciones y desequilibra la marcha regular de la sociedad, -y en mi opiniòn no se consigue el resultado deseado, esto es, que se fusionen estos elementos y que se aumente la poblaciòn. En efecto, si buscamos unidad, serìa imposible encontrarla: se habla de colonias aun aquì mismo en la Capital de la Repùblica y ya tenemos los oìdos taladrados de oìr hablar de la patria ausente, lo que implica un estravìo moral y hasta una ingratitud, inspirada, muchas veces, por el interès que azuza un sentimiento exòtico y apagado para que se ame a una madrastra hasta el fanatismo" (3).
Esta no es la crìtica màs indignante que hace. A criterio de Adolfo Prieto, "fue Argerich, justamente, quien llevò màs lejos los supuestos del naturalismo zoliano al convertir a su novela ¿Inocentes o culpables? (1884) en una verdadera novela de tesis, con la exposiciòn de un diagnòstico y la elaborada descripciòn de pretendidos morbos sociales. Mèdico como Holmberg y Ramos Mejìa, Argerich acepta algunos conceptos polèmicos de la ciencia de su tiempo, sobre la presunta superioridad e inferioridad de las diversas razas, y pasa a demostrar en su novela que la inmigraciòn de procedencia europea, que por entonces empieza a romper el equilibrio demogràfico del paìs, serà desastrosa para la sociedad argentina".
Argerich sostiene que "para mejorar los ganados, nuestros hacendados gastan sumas fabulosas trayendo tipos escogidos, -y para aumentar la poblaciòn argentina atraemos una inmigraciòn inferior. ¿Còmo, pues –se cuestiona-, de padres mal conformados y de frente deprimida, puede surgir una generaciòn inteligente y apta para la libertad? Creo que la descendencia de esta inmigraciòn inferior no es una raza fuerte para la lucha, ni darà jamàs el hombre que necesita el paìs".
Ademàs –vaticina- "los ferrocarriles nacionales y provinciales y las obras de la ciudad de La Plata, terminaràn –y entonces cesarà la demanda de brazos, y esas masas volveràn a afocarse a las ciudades, trayendo graves perturbaciones: se resentirà la salubridad, subiràn màs los alquileres de las casas y aumentarà la carestìa de los artìculos de primera necesidad, causas que evitan el acrecentamiento de la poblaciòn- y la destruyen a medida que se forma, como observa Malthus".
Considera que "tenemos demasiada ignorancia adentro para traer todavìa màs de afuera" y que "es deber de los Gobiernos estimular la selecciòn del hombre argentino impidiendo que surjan poblaciones formadas con los rezagos fisiològicos de la vieja Europa". Propone una soluciòn para el problema al aseverar que "el remedio a nuestra escasa poblaciòn lo tenemos en nuestros propios lìmites territoriales: existen causas no estudiadas que detienen la poblaciòn y, mientras no se allanen, no resolveremos satisfactoriamente el problema ni aùn con pasajes pagos a los inmigrantes".
Determinismo o libre albedrìo
Al nacer el primer hijo de los inmigrantes, Argerich habla de la influencia que "la raza, el medio y el momento" ejercerìan en èl, tal como afirmaba Hipòlito Taine. Le resta toda capacidad de decisiòn, pues "todo estaba preestablecido. Todo lo habìan ordenado voluntades y cerebros anteriores. Su bulto informe, sumergido en las ropas de la cuna, podìa compararse con un wagon de carga, construido para repuesto en una vieja lìnea fèrrea, porque como el wagon, su camino estaba fatalmente trazado. Vagaban en el ambiente las preocupaciones que habìan de nutrir su espìritu: los libros estaba escritos y designados, hasta su misma planta tendrìa que vagar forzosamente por la ruta que formaron las hormigas de anteriores generaciones. Està a merced de las influencias esteriores y de las necesidades que fatales desbordan del organismo. Vìctima de la casualidad o de la conjunciòn de dos sustancias desconocidas en su esencia, pobre prisionero de la vida, cautivo del momento històrico, no h escogido el tiempo de su venida al mundo, su idioma ni su nacionalidad. La lògica de la herencia, casualidad para èl, le ha dado sexo, color y temperamento".
Partiendo de estos principios deterministas, lo que sucede al individuo es algo inexorable, en lo que èl no puede tener injerencia; lo afirma el portavoz del autor: "tiene tanta culpa de lo que le ha sucedido como el transeùnte a quien aplasta un ladrillo que cae de un andamio". Por tanto, a criterio de Argerich, la persona que comete un acto vil, responde a "imanes fatales en la vida y cosas irresistibles"; sostiene que "hay pasiones que arrastran todos los diques" y que quien sucumbe a ellas es inocente, porque sòlo està siguiendo los mandatos de su sangre.
El sacerdote, en cambio, considera que hablar asì "es blasfemar: Dios ha hecho libre al hombre, y por lo tanto es responsable de sus actos; de lo contrario se deberìa abrir la puerta de las càrceles" y manifiesta que quien realiza un acto vil "es culpable, aunque la misericordia del Ser Supremo es infinita", porque, para contrarrestar los "imanes fatales", estàn el deber y la religiòn. Esta es la disquisiciòn que da tìtulo a la novela.
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Esgrimiendo razones de ìndole cientìfica, a todas luces discutibles, Argerich se opone a la llegada de los extranjeros, reflejando la posiciòn de muchos argentinos de la època. "¿Inocentes o culpables? es una de las pocas obras que registran abiertamente aquel sentimiento, tan comùn en los habitantes de esa Argentina que se veìa invadida por otras razas y otras costumbres. Por eso su testimonio es valioso".
CARLOS MARIA OCANTOS. LA MIRADA SELECTIVA
Carlos Marìa Ocantos es el autor de Quilito (1), una de las tres obras màs representativas del "Ciclo de la Bolsa" (las otras dos son La Bolsa, de Juliàn Martel, y Horas de fiebre, de Segundo Villafañe).
Andrès Avellaneda señala que "dos grandes grupos de novelas filiadas en mayor o menor grado al naturalismo, se refieren a los temas decisivos en el momento ochentista: el inmigrante y la fiebre financiera" (2). En Quilito, estos temas aparecen entrelazados, al tiempo que se transmite una visiòn selectiva sobre la inmigraciòn europea, destacando las virtudes de los ingleses y tolerando a los latinos.
En 1888 apareciò Leòn Zaldìvar, de Ocantos. Adolfo Prieto afirma que el escritor "iniciò con esta novela una larga serie de obras dedicadas, en lo fundamental, a reflejar diversos aspectos de la realidad argentina. Con Quilito (1891), El candidato (1893), Tobi (1896), el ciclo alcanzò sus logros màs felices, pero por su ubicaciòn cronològica y sus temas especìficos, estas obras seràn consideradas como representativas de la novelìstica de la dècada del 90" (3).
"En la figura de Ocantos –dice el editor- se corporiza uno de los olvidos màs notables de la historia de las letras argentinas". Este olvido es relacionado con la vida que llevò el escritor, quien "ingresò a la carrera diplomàtica en 1884, y viviò casi siempre fuera del paìs". El presentador de la ediciòn sostiene que "En franca oposiciòn a las influencias literarias francesas tan en boga en la dècada del noventa, Ocantos era un estilista de formaciòn hispànica, un verdadero discìpulo de los realistas peninsulares, especialmente de Pèrez Galdòs –ambos tienen estilos muy parecidos-, que le sirviò de modelo para una serie que llamò Novelas argentinas, inspiradas en los famosos Episodios Nacionales del ilustre escritor canario" (4). Cabe acotar que en 1887 fue designado miembro de la Real Academia Española; uno de los literatos que lo propuso fue precisamente Galdos (los otros fueron Juan Valera y Josè Marìa de Pereda).
A criterio de quien escribe este texto preliminar, "Quilito no se centra exclusivamente en la quiebra de la Bolsa y en sus derivaciones. (…) La difìcil y conflictuada sociedad del noventa encuentra en Quilito un reflejo fiel y acabado. En sus pàginas quedò impreso para siempre el retrato de las costumbres, las formas de ser, de relacionarse y de sentir en las que se gestò la esencia del argentino de hoy".
Los latinos
En la obra aparecen inmigrantes de distintas nacionalidades, a los que Ocantos retrata en forma diferente. Siente predilecciòn por el personaje inglès, en el que hace encarnar todas las virtudes, al tiempo que demuestra desdèn por los italianos. El portuguès, en cambio, le parece corrupto y oportunista, a juzgar por los apelativos con que lo evoca.
Ocantos no se cierra a la postura generalizada en su època, que consistìa en combatir la inmigraciòn. El advierte los rasgos buenos en los criollos y en los inmigrantes, y tambièn sabe ver en ambos grupos los procederes que evidencian la decadencia moral y que llevan a una existencia desgraciada o, incluso, a la muerte.
En la casa de Quilito trabajaba una italiana: "Un apetitoso olor de guisado salía de la cocina abierta, donde una genovesa cerril movía espátulas y zarandeaba cacerolas, envuelto en el humo espeso del asado, que chirriaba sobre las parrillas"" Más adelante dirá de esta mujer que cantaba "un aire de su país, con acompañamiento de platos y cacerolas".
Habla también Ocantos de un "italianito vendedor de diarios", lo cual podrìa llevarnos a pensar que ubica a los italianos en trabajos que no requieren estudio. No es asì, pues crea el personaje de Rocchio, un corredor de Bolsa, "un hombrazo con muchas barbas, italiano con sus ribetes de criollo". Al igual que la genovesa, este hombre es descripto por Ocantos con rasgos animales distintos de los que caracterizan al inglès, los criollos y los indios; lo describe como "un italiano atlético, cuadrado, con las crines erizadas, cuya voz era un rugido; tan brusco en sus maneras, que un buenas tardes de su boca hacìa el efecto de un escopetazo a quemarropa, y un apretòn de manos producìa la sensaciòn de arrancar el brazo, a tirones, brutalmente. Trabajador, eso sí, como una mula de carga, y ahorrativo como una hormiga; Rocchio no perdía un minuto de su día comercial, ni gastaba un centavo más de su cuenta del mes".
Muy diferente era el usurero Raimundo de Melo Portas e Azevedo. De los italianos de Ocantos puede decirse que no tenìan muchas luces, ni una educaciòn refinada, en cambio el lusitano era para el autor una persona ruin. Lo define como "el ángel protector de empleados impagos y pensionistas atrasados, el agente de funeraria de toda quiebra, el cuervo voraz de toda desgracia, el pastor de los hijos de familia descarriados". Vemos que utiliza también en esta oportunidad la comparación con animales, como lo hiciera con los italianos, pero el sentido es bien distinto.
A pesar de sus condiciones para vivir indignamente, el portuguès no es el peor en esta historia; alguien lo supera, y es, paradòjicamente, un criollo, para demostrar que Ocantos no es prejuicioso: "entre don Raimundo y èl, igualmente criminales y condenados a la mismapena por la opiniòn pùblica, habìa una capitalìsima diferencia: la que existe entre el ladròn y el ratero, no porque el portuguès se contentara con pequeños robos al por menor, que era un pez de primera magnitud, sino porque ante las hazañas de don Bernardino, quedàbase en mantillas".
El inglès
En Quilito, Ocantos escribe que la ola de emigraciòn europea nos aporta periòdicamente lo bueno y lo malo -al menos no piensa, como otros, que es todo malo-; Mister Robert, seguramente es el inmigrante ideal para el autor de las Novelas argentinas y para muchos màs. La oposiciòn entre los latinos incultos y el inglès culto nos hace pensar en Juvenilia (5), donde se hablaba de los vascos y del italiano, confrontados con la grandiosa figura de Monsieur Jacques. Evidentemente, el planteo no era nuevo; reflejaba, por otra parte, las preferencias del gobierno que –dice el historiador Exequiel Cèsar Ortega- "en los social favorecerìa cada vez màs la inmigraciòn, sobre todo la europea en general, perdidas bastante las esperanzas de la anglosajona y francesa en particular".
Las cualidades del inglès no son tomadas como modelo por los jòvenes criollos que especulan en la Bolsa. Quilito "miraba a Mìster Robert y se encogìa de hombros con làstima. No, no se verìa èl en ese espejo. Allì estaba desde la mañana casi hasta la noche, la espalda encorvada, los dedos agarrotados sobre el lapicero, sentado en el banco de patas largas, sin descanso, sin distracciòn, esclavo del trabajo, prisionero del deber; y asì todos los dìas, todos los dìas… hasta que la enfermedad le clavase en el lecho, la vejez le baldara o le sorprendiera la muerte. Entretanto, habrìa pasado los mejores años de su vida sin gozarlos, dejando para otros el fruto de lo que èl sembrara…".
No sòlo Mister Robert era probo; tambièn lo era su familia: el inglès "no concurrìa a cafès ni a teatros; su distracciòn ùnica, suprema, que saboreaba con el deleite de un goloso, era su familia: la mujer, un àngel; el hijo, otro àngel, y el padre, viejo patriarca de Irlanda, màs catòlico que el Papa y de una honradez a toda prueba; de esos caracteres que ya no se estilan y que, temerosos, se esconden en el santuario del hogar, como prenda pasada de moda, para no exponerse a la irrisiòn del pùblico".
Tantas buenas condiciones no le garantizaron al inglès una vida tranquila. Fue arrastrado ala quiebra por los señoritos inùtiles, ya que "èl no traìa sino la inteligencia y el trabajo, que no alcanzan en plaza cotizaciòn alguna, menos cuando van refrendados por la firma del favoritismo".
…..
En la obra de Ocantos, de clara intenciòn moralizante, se advierte la inmigraciòn como presencia heterogènea, que encierra en su seno seres de diversas condiciones. Aunque el escritor siente predilecciòn por los inmigrantes de cierta nacionalidad, no por ello deja de señalar que el cosmopolitismo es peligroso para los valores nacionales. Esa era su visiòn de lo que acontecìa en el paìs, y lo testimoniò en su novela.
Notas
- Ocantos, Carlos Marìa: Quilito. Hyspamèrica.
- Avellaneda, Andrès: "El naturalismo y Eugenio Cambaceres", en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
- Prieto, Adolfo: "La generaciòn del 80. La imaginaciòn", en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
- S/F: en Ocantos, C.M.: Quilito, Hyspamèrica.
- Canè, Miguel: Juvenilia. Buenos Aires, CEAL, 1980.
JULIAN MARTEL. INMIGRANTES EN LA BOLSA
La atmòsfera de la Argentina de fines del siglo XIX es descripta por el historiador Exequiel Cèsar Ortega, quien escribe: "Las medidas econòmicas y financieras oficiales, de todo tipo, se encaminaron hacia las soluciones desesperadas. El esfuerzo por reducir desniveles se reflejò hasta en los cambios de los ministros de Hacienda, emisiones monetarias clandestinas, proyecto de nuevas ventas, concesiones y emprèstitos, circulaciòn de emisiones derogadas ya… Hasta que llegò el llamado presidencial de Juàrez Celman contra la fiebre especuladora y que exhortaba en cambio a la cordura en inversiones, negocios, gastos y juego de Bolsa "a pase y diferencia" (1).
Algunas obras literarias reflejan la crisis de la Bolsa de Comercio y la revoluciòn de 1890. Son novelas que aparecieron como una manifestaciòn de los creadores frente a una situaciòn; ellos buscaron moralizar y demostrar los peligros que se corrìan si no se cambiaba el rumbo.
Andrès Avellaneda escribe al respecto: "Hacia el 90, como una consecuencia de la crisis que vive el paìs y uno de cuyos sìntomas màs agudos es probablemente el crack financiero que se produce en la Bolsa para esa fecha, este naturalismo se hace social, recoge la temàtica de esa crisis, y documenta el fenòmeno en una serie de novelas que, por ese mismo motivo, ha sido llamado ‘el ciclo de la Bolsa’ " (2).
El ciclo
Irene Ferrari realiza una valoraciòn de las obras a las que nos referimos. Ella escribe: "Varios de nuestros escritores buscaron comprender lo ocurrido y dejar constancia de ello. Las once novelas de esta etapa, de escaso valor literario, fueron llamadas posteriormente ‘el ciclo de la Bolsa’. Entre las màs representativas estàn Horas de fiebre, de Segundo Villafañe, y Quilito, de Carlos Marìa Ocantos. Pero la ùnica reconocida por la posteridad es la de Martel" (3).
Diana Guerrero coincide con la ensayista en la valoraciòn de las novelas: "Un año despuès de la revoluciòn y de la caìda de Juàrez Celman aparecieron La Bolsa y Horas de fiebre de Segundo Villafañe, y en Parìs Quilito, de Carlos Marìa Ocantos. Cinco años màs tarde Pedro Morante publica Grandezas. En las pàginas de estas cuatro novelas se suceden escenas de los lugares màs significativos en la vida porteña de ese momento: Palermo, el Hipòdromo, Florida, el Club del Progreso, pero particularmente describen el edificio y la actividad de la Bolsa. Todos coinciden en censurar las costumbres y la moral de ese momento tan convulsionado de nuestra historia. Los ecos de la revoluciòn y de los acontecimientos que la precedieron se prolongan en otra novela aparecida en 1898: La Maldonada, del periodista español Francisco Grandmontagne, incorporado a la vida argentina. Pero posiblemente el relato que pinta màs acabadamente ese momento històrico sea La Bolsa" (4).
Andrès Avellaneda señala que "dos grandes grupos de novelas filiadas en mayor o menor grado al naturalismo, se refieren a los temas decisivos en el momento ochentista: el inmigrante y la fiebre financiera". Entre las novelas protagonizadas por inmigrantes menciona En la sangre de Cambaceres, Inocentes o culpables de Argerich, Bianchetto de Adolfo Saldìas y Teodoro Foronda de Francisco Grandmontagne, ademàs de algunas de las Novelas argentinas de Carlos Marìa Ocantos.
El otro grupo de novelas –el que tiene que ver con la Bolsa- aparece con celeridad: "El mismo año de la crisis se publica Abismos de Manuel Bahamonde; al año siguiente aparecen La Bolsa, de Juliàn Martel (Josè Marìa Mirò); Quilito, de Carlos M. Ocantos; y Horas de fiebre, de Segundo I. Villafañe".
No termina aquì la producciòn al respecto: "El tema sigue interesando a los novelistas a partir de 1891 –agrega-: Grandezas (1896), de Pedro G. Morante; Quimera (1899), de Josè Luis Cantilo, prolongan una lìnea temàtica que llega hasta Roberto J. Payrò, con Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1910)".
La Bolsa
"Escasa informaciòn ha sido recogida acerca de la existencia de Josè Marìa Mirò, conocido literariamente como Juliàn Martel –escribe Noè Jitrik. Sin embargo, hay dos hechos relevantes que vinculan su vida con su obra: fue pariente pobre de una poderosa familia cuyo palacio se levantaba donde hoy està la Plaza Lavalle y, como consecuencia de ello, tuvo que trabajar en el periodismo, de cuyo anonimato emergiò por esta novela, la ùnica que escribiò. (…) Al parecer, cuando tenìa 20 años se acercò a la Bolsa para inicarse en las operaciones con la esperanza, muy comùn en esa època, de enriquecerse ràpidamente para poder conquistar asì el corazòn de una mujer. Es verosìmil que eso haya sucedido, asì como la pèrdida de todo su dinero. Posteriormente a esos episodios, es decir hacia 1888, entra al diario La Naciòn como cronista volante, episodio trascendental en primer lugar porque constituye un excelente puesto de observaciòn, luego porque siendo una tarea anònima no le concede el reconocimiento esperado".
"Durante 1890 escribiò La Bolsa; la ùltima frase fue redactada el 30 de diciembre. Dos hechos notables pueden observarse: el primero es que siendo una obra realista y de actualidad no ha incluido como tema la revoluciòn del mismo año; el segundo es que en el mismo año se publicò en Francia L'Argent, novela mediante la cual Zola investiga y condena el sistema financiero. (…) La Bolsa aparece en folletìn en La Naciòn desde el 24 de agosto hasta el 4 de octubre de 1891, con gran èxito de pùblico y de crìtica".
El crìtico considera que la obra fundamental de este ciclo –la de Martel- tiene importancia desde diversos puntos de vista, a pesar de su escaso valor literario: "La Bolsa es una obra literariamente poco importante, inmadura, pero que asì y todo expresa varias cosas de interès; en primer lugar hay, conscientemente o no, una tentativa por trascender la literatura del 80 en su fisonomìa màs exterior; en segundo lugar, muestra un escritor desclasado, emergente del periodismo y que anticipa, por esas razones, un nuevo tipo de escritor, el profesional; en tercer lugar, se trata de un libro inspirado en hechos contemporàneos, ubicado en una actualidad, comprometido polèmicamente con sus interpretaciones" (5).
El propòsito moralizante aparece en la obra de Martel, en la que una mujer observa còmo su marido, estudiante brillante de otros tiempos, se ve envuelto en la fiebre especuladora. Le advierte cuàles seràn las consecuencias de su actitud, pero "no logrò convencerlo ni aquel dìa en que con sus dos hijos en brazos (dos preciosuras, frutos de sus amores)le preguntò si correrìa el peligro de verlos expuestos al deshonor o a la miseria".
El narrador tambièn advierte al personaje que, enceguecido, no puede escucharlo: "¡Come, come, insigne doctor, saborea despacio los manjares que te presentan, porque los bolsistas como tù, sàbelo bien, no tienen nunca seguro el pan de mañana!…". El narrador le habla asimismo al lector, a quien hace partìcipe de sus funestos vaticinios: "Con su ancha cara bondadosa disfuminada en una expresiòn de insana codicia, oyèrais hablar a aquel ministro de emisiones clandestinas, de grandes negocios solapados que, al aumentar la fortuna de S. E., seràn màs tarde la ruina y el deshonor de la patria".
Los inmigrantes
Escribe Martel: "la raza semita, arrastràndose siempre como culebra, vencerà, sin embargo, a la raza aria".
Noè Jitrik analiza la visiòn del inmigrante en esta novela: "Hay dos razones aparentes de culpabilidad; una es polìtica, el règimen juarista, la otra es moral, la de los que medran con el sistema, Granulillo, Armel y los otros; pero los verdaderos culpables son otros, los agentes corruptores, los que frìamente traman apoderarse del paìs y destruir a sus hombres y, especialmente, su sentido moral: son los judìos y en ellos se detiene la mirada profunda, sagaz; hay una esencia en ellos a que debe remitirse toda comprensiòn del fenòmeno. Varias veces los judìos son atacados ya sea por personajes ya por el narrador; quien los defiende es el personaje màs corrompido, Granulillo. Glow los ataca con argumentos de Edouard Drumont, cuyo libro, La France juive (1886), cita. Sorprende sin embargo que en la novela no se haga actuar concretamente a un personaje judìo sino que todas las acusaciones sean de caràcter general. Los ‘culpables’ estàn establecidos; se lo ha encontrado ya sea porque estaban en el ambiente, ya porque el argumento sirve para escamotear un anàlisis màs concreto de responsabilidades actuales".
"Segùn algunos crìticos, Bagù entre ellos, no existìa problema judìo en el paìs -agrega-; todas las referencias literarias anteriores son incidentales; las manifestaciones del propio Sarmiento (Condiciòn del extranjero en Amèrica) tienen un caràcter teòrico; en 1888 entraron al paìs 8 familias judìas, al año siguiente 136 y casi todos se fueron al interior. El judìo viene a ser lo extranjero por antonomasia y, en una concepciòn naturalista, un objeto privilegiado pues no ha mezclado su sangre. Lo màs probable es que el ataque sea contra los extranjeros en general, lo cual le restituye el alcance de alegato antirroquista que se va constituyendo a partir de la aplicaciòn del plan roquista, especialmente inmigratorio. En consecuencia, su profecìa de ruina cubre la moral de la naciòn entera, fiscaliza todo un sistema polìtico y canaliza el resentimiento de los que estàn fuera de èl; el prototipo de este alejamiento es el general Mitre, cuyo diario publica este folletìn".
"La lectura màs superficial e ingenua de La Bolsa de Juliàn Martel sorprende por la enorme carga de xenofobia y antisemitismo –afirma Gladys Onega. (…) Los protagonistas del drama se convierten en un ente abstracto llamado judaìsmo internacional; los instrumentos, algunos patricios argentinos ‘contagiados’ (de acuerdo con la terminologìa naturalista); las vìctimas, otra vez, los mismos patricios. ¿Cuàl es la actuaciòn de la clase media y del proletariado en la crisis? Ninguna. ¿Cuàl es la funciòn del inmigrante? La imagen que tiene Martel sobre la inmigraciòn masiva està subordinada a la del tipo argentino aristocràtico y ambas, a su vez, a la del judìo que es el deus ex machina de la concepciòn irracionalista de la economìa".
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Los inmigrantes son los culpables de la crisis. Asì pensaba la clase alta; asì lo dejò escrito Martel..
Notas
- Avellaneda, Andrès: "El naturalismo y E. Cambaceres", en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
- Ortega, Exequiel Cèsar: Còmo fue la Argentina (1516-1972). Buenos Aires, PlusUltra, 1972.
- Ferrari, Irene: en La Prensa
- Guerrero, Diana: Pròlogo a La Bolsa. Buenos Aires, Huemul,
- Jitrik, Noè: "El ciclo de la Bolsa", en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
- Martel, Juliàn: La Bolsa. Buenos Aires, Kraft, 1956..
ESTANISLAO ZEBALLOS, APOLOGISTA DE LA INMIGRACIÓN
Si se recuerda a Estanislao Zeballos, es por su literatura de frontera. Callvucurà y la dinastìa de los piedra (1884), Painè y la dinastìa de los zorros (1886) y Relmu, Reina de los pinares (1887) son –a criterio de Adolfo Prieto- "las màs valiosas de toda su producciòn" (1). Sin embargo, no se agotò allì el talento de este estadista, legislador, periodista y escritor que siendo muy joven nos legò obras que sorprenden por la documentaciòn consultada y por la fuerza con que expone su tesis.
Teniendo menos de treinta años –habìa nacido en 1854, en Rosario-, concibiò el proyecto de un tratado en varios volùmenes en el que presentarìa diversos aspectos geogràficos y que llevarìa por tìtulo general Descripciòn amena de la Repùblica Argentina. De esta ingente obra aparecieron sòlo tres tomos: Viaje al paìs de los araucanos (1881), La rejiòn del trigo (1883) y A travès de las cabañas (1888).
Es en el segundo de ellos en que Zeballos realiza una interesante apologìa de la inmigraciòn, llamativa sobre todo por provenir del hombre que fundara la Sociedad Rural Argentina.
El colono
En La rejiòn del trigo (2) sostiene que "Es peculiar de los hombres primitivos y de las sociedades embrionarias huir de la luz que redime como de la llama que quema". Por el contrario -afirma-, "si el viajero es como yo, argentino de buena ley, se encanta en el sentimiento patriòtico, en el noble y justo amor a nuestra tierra de que hacen orgullosa ostentaciòn los colonos", por ejemplo, "cuando acostumbran hacer un intermedio a media fiesta para tributar homenage à la Repùblica Argentina bailando un aire nacional: el gato". Tanto los nativos como los extranjeros se benefician con la apertura de la inmigraciòn, ya que –señala- "Un colono colocado es una fuente de riqueza privada y de renta pùblica".
Se refiere a las corrientes de la inmigraciòn: "Dos corrientes notables caracterizan el movimiento emigratorio de Europa. Los hijos del Norte, principalmente los Anglosajones, los alemanes y escandinavos, se dirijen hàcia los Estados Unidos y la Australia, atraidos por afinidades de raza, de religiòn, de hàbitos y de clima. La raza latina, dueña de la Europa meridional, se encamina casi esclusivamente à la Repùblica Argentina, cuyas instituciones hospitalarias, un clima templado y saludable, el orìgen y la lengua brindan el teatro soñado para las espansiones del hombre que aspira à la riqueza y à la libertad".
"No existe paìs sobre la tierra donde los estrangeros gocen de mayor amparo, de estìmulos màs positivos y de privilejios màs atrayentes y completos que en la Repùblica Argentina –asevera-. Conservan desde luego su nacionalidad y su relijion, al amparo de una constituciòn adelantadìsima, que ofrece sus derechos y garantìas à todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino. Gozan de libertad de trabajo y de industria, de navegaciòn y de comercio, de peticiòn à las autoridades, de trànsito en el territorio nacional, de publicar sus ideas por la prensa sin censura prèvia, de enseñar y aprender y de asociarse con propòsitos ùtiles, coronando el cuadro de estos derechos el de propiedad, sin trabas ni condiciones (Artìculo 4 de la Constituciòn)".
Como prueba de ello, nos habla de la transformaciòn que se opera en el extranjero que se establece aquì. Cuando arriba a nuestra tierra, su situaciòn es lamentable: "Mirad al colono en el muelle, pobre, desvalido, conducido hasta allí después de haber sido desembarcado á espensas del gobierno, sin relaciones, sin capital, sin rumbos ciertos, ignorante de la geografía argentina y de la lengua castellana, lleno de las zozobras y de las palpitaciones que agitan al corazón en el momento supremo en que el hombre se para frente a frente de su destino para abordar las soluciones del porvenir, con una energía amortiguada por la perplejidad que produce la falta de conocimiento del teatro que se pisa, y las rancias preocupaciones sobre nuestro carácter, el más hospitalario del mundo por redondo y el más vejado en Europa por nécias o pérfidas publicaciones. Solamente lo alientan en tan extraña situación de espíritu las aptitudes que lo adornan y la voluntad de hacerlas valer".
Tiempo despuès, hallamos al colono ya establecido: "Venid ahora conmigo à ver à este mismo inmigrante en el primer grado de su transformaciòn social. Hèlo aquì! Sale à recibirme en su hogar, porque ya tiene un hogar. Su espontaneidad y la espresiòn de alegrìa sincera en su semblante tostado y percudido, dicen con toda verdad el bienestar de su alma. ¡Cuàn hermoso es el contraste!".
Propuestas
Acerca del nùmero de inmigrantes que llegan a nuestro paìs, señala: "A pesar de estas maravillosas seducciones la inmigraciòn nos llega en una corriente apenas perceptible, comparada con la cifra de seiscientas mil almas que ingresan anualmente à los Estados Unidos; y el cultivo de los campos solitarios se retarda por falta de brazos, devorada su savia por selvas inexploradas o por infecundos pajonales".
Sostiene que "La causa de la lenta fecundaciòn de tan soberbios elementos de Civilizaciòn, ni es por consiguiente asunto esencial, sinò de procedimientos: y hasta ahora hemos procedido erròneamente".
Distingue entre inmigraciòn espontànea y artificial. Cree que lo que debe hacerse es "limitarse a estimular la inmigraciòn espontànea", la que "se mueve por sì misma y paga su viaje, atraìda por noticias adquiridas de las ventajas que le proporcionarà nuestro teatro de trabajo, ò decidida por consejos ò proposiciones y aun contratos que le brindan sus parientes y amigos establecidos felizmente en la Repùblica".
"La inmigraciòn artificial nos ha llegado por obra y efecto de la acciòn de agentes gubernativos enviados à Europa à reclutarla. Los medios empleados han sido muchos y malos. El enganche se hizo durante la guerra del Paraguay para remontar los cuerpos de ejèrcito de lìnea, y se practica actualmente para engrosar los ejèrcitos que empleamos en construir ferro-carriles"
"La propaganda ha sido empleada con elementos ineficaces, apenas perceptible y solamente en las grandes capitales, de donde nos enviaba brazos ùtiles en proporciòn inferior à la de los ancianos, invàlidos, viciosos, incorrejibles y holgazanes, que se acumulaban en Buenos Aires, principalmente, sirviendo en los pequeños oficios, en las obras y en los talleres. En esta inmigraciòn oficial no escaseaban criminales".
"Estos reclutamientos, como los hechos por cuenta de los gobiernos para formar colonias, han sido generalmente deplorables, con numerosas excepciones por la mala calidad de la inmigraciòn del punto de vista de nuestros propòsitos y necesidades y por las esplotaciones pecuniarias de que el Gobierno como los mismos inmigrantes han sido vìctimas a veces".
A su criterio, muy distintos son el inmigrante espontàneo y el oficial: "Aquel es confiado, resignado, enèrgico, perseverante y lleno de fè y de iniciativa. Este viene, como el niño mal criado, soberbio, exigente, sin iniciativa, poco dispuesto al rudo trabajo y esperàndolo todo del Gobierno: comida, ropa y riqueza. El espìritu de protesta y de rebeliòn palpitan en su manera de proceder; y el trabajo y la fatiga son para èl una injuria, un tormento, un martirio, contra el cual grita y se alza dicièndose engañado".
Condena "el sistema de promover y reclutar oficialmente la inmigraciòn La palabra de los agentes y de los contratistas està desacreditada en Europa desde el siglo pasado. No solamente es ineficaz: no es siquiera oìda".
Otro de los problemas que advierte es la ausencia de datos acerca de los inmigrantes que arriban a nuestro paìs: "El estado de abandono de estos asuntos raya en lo asombroso, en cuanto el Departamento mismo de Inmigraciòn ignora las cifras, que debieran serle familiares y su colecciòn prolija uno de sus primordiales deberes". Señala "la urgencia de implantar un procedimiento regular que ofrezca los guarismos exactos del vaivèn de nuestra poblaciòn sobre la inmensa vìa del Atlàntico".
Su aporte va màs allà del planteo de la situaciòn que se vive a fines del siglo XIX. Intenta producir un cambio, y lo harà desde su banca: "Este libro quedarìa trunco –expresa- si no condensara sus hechos y conclusiones en la forma positiva de un proyecto, que mi posiciòn de diputado nacional me permite introducir al seno mismo de los poderes pùblicos".
En su "Ley de Estrangeros" se ocupa de la organizaciòn del Departamento Nacional de Inmigraciòn, Colonizaciòn y Agricultura, la administraciòn de las Tierras Pùblicas, la naturalizaciòn, la contablidad, la estadìstica y publicidad, entre otros asuntos, que permitiràn –desde su punto de vista- incrementar el nùmero de inmigrantes y lograràn, al mismo tiempo, que lleguen a nuestra tierra los màs motivados, quienes encontraràn, sobre todo en las colonias del interior, una vida apacible y pròspera, a pesar del enorme esfuerzo que deban realizar.
.Notas
- Prieto, Adolfo: en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
- Zeballos, Estanislao S: La regiòn del trigo. Madrid, Hyspamèrica, 1984.
LUCIO V. MANSILLA: MEMORIAS DE LO COTIDIANO
Cuando escribe sus memorias (1), en Parìs, en 1904, Lucio V. Mansilla persigue un objetivo que define con estas palabras: "He querido escribir la vida de un niño, comentando lo indispensable, tratando de ser lo menos difuso posible al perfilar situaciones de familia, sociales, personales, a fin de no fatigar la atenciòn del lector; esforzàndome por ùltimo en vivificar el gran cuadro pintoresco, animado, siempre interesante, del paìs que fue en otra edad la Patria amada; que me ha hecho lo que soy".
Guillermo Ara destaca que el propòsito de Mansilla lo lleva "a pintar con su imagen la imagen del tiempo que ha vivido segùn lo revelado por los propios sentimientos, sin desdeñar el testimonio de sus contemporàneos; a mostrar la sociedad, los hombres, las ideas y las costumbres a fin de reconstruir el pasado, cosa ‘de grandìsima enseñanza –afirma- en unos pueblos donde, por desgracia, se piensa poco por cuenta propia’ " (2) .
El tiempo evocado abarca desde 1831 -año de nacimiento del escritor- hasta 1848, aproximadamente, año en que su romance con una modista francesa culmina en un viaje organizado por el padre del joven, hacia la India.
En esta obra, Mansilla hace reiteradas alusiones a la època gobernada por su tìo, don Juan Manuel de Rosas, y no escatima juicios sobre esos tiempos. Esta es una de sus opiniones: "¿No serà que a este pariente –lo mismo que a otros- le ha dado en cara mi libro Rozas. Ensayo històrico-psicològico, y que, no habiendo perdido el pelo de la dehesa, cristalizado en sus convicciones de antaño, ha querido castigar al sobrino (desagradecido, traidor, son vientos que me han llegado), como si por querer, como yo le querìa a mi tìo, estuviera obligado a encontrar que su larga dictadura no fue cruenta y, sobre todo, estèril para el paìs y para èl mismo?".
Màs adelante, agrega: "Buenos Aires iba dejando de ser lentamente, muy lentamente, pero se sentìa y se veìa, la ciudad de los miedos y de los lamentos de 1840 a 1842, aunque despuès de 1845 –efecto de la intervenciòn anglo-francesa que abriò la navegaciòn de los rìos a cañonazos- empezaron las maquinaciones de partido preparatorias de la caìda de Rosas. Lo que ha de ser serà. La irresponsabilidad induce, arrastra, precipita, tendrìamos una Camila… el estigma".
Amos, sirvientes, inmigrantes
Rodolfo Vinacua señala que de las memorias, se rescatan "muchas pàginas de gran belleza y de imponderable valor documental. En ellas se ve vivir con ricos detalles a la gran aldea que no se habìa abierto aùn al inmigrante, y si bien la verdadera intimidad del protagonista escapa, porque no està dada, se encuentra en cambio una abertura hacia la intimidad de las viejas casonas y de las viejas familias patricias. Asì la lectura de las Memorias resulta valiosa para el conocimiento de la vida menuda de la ciudad, y algunas de sus pàginas adquieren un indudable valor històrico y sociològico" (3).
A los padres, el autobiògrafo los presenta con muchas cualidades, y dice que al padre lo respetaba, mientras que a la madre le temìa. Tanto uno como el otro, no obstante sus caracteres disìmiles, estaba de acuerdo en la necesidad del castigo fìsico para educar correctamente a los hijos. Mansilla encuentra una explicaciòn para esa actitud: "En cuanto a lo otro, a lo de cascarme –recuerda-, su sistema era el antiguo, agravado por las costumbres coloniales, la esclavitud, las encomiendas de indios" y hallaba un sustento religioso para esta convicciòn: "La Biblia dice: ‘No le escasees al muchacho los azotes que la vara con que le dieres no ha de matarlo’. Pues me daban con frecuencia, sin irritarse, como quien le aplica al doliente una cataplasma caliente". Pero, segùn parece, la educaciòn era sexista en lo relativo a los castigos fìsicos, porque a su hermana Eduarda los padres jamàs la tocaron, y al hijo esto nunca le llamò la atenciòn, "de tal manera el instinto me decìa que hay cobardìa o crueldad en pegarle a una mujer".
En la escuela, las cosas no era màs sencillas. Asistiò a la escuela de don Rufino Sànchez, una escuela "de palmeta y rebenque de lonja". Sobre este modo de enseñar, opina Mansilla: "Ya he dicho que el règimen era el de ‘la letra con sangre entra’. No lo discutirè. Pero me parece y lo digo casi contrito, con cierto remordimiento de conciencia, que allì donde hay demasiada disciplina tiene que faltar un poco de ternura".
Cuando los que cometìan una falta eran los sirvientes, el castigo que se les aplicaba era el bochorno: "Rompìan algo, un plato, una fuente, un vaso. Les ataban los pedazos al cuello y asì andaban por penitencia". Y agrega: "Raras eran las casas que no contaban con el servicio domèstico, a màs de lo conchabado, negritos, mulatitos, chinitos, que si no eran propiamente esclavos, tales parecìan". Cabe mencionar al respecto lo que narra sobre uno de los sirvientes: "aprendì yo a andar a caballo sobre los lomos del negro Perico, que todos los nietos querìamos a cual màs, hijo de un esclavo. Perico se ponìa en cuatro pies, trotaba, galopaba y hasta corcoveaba y ¡pataplùm!, allà iba yo al suelo cuando lo hincaba demasiado con las espuelas".
Otra forma de esclavitud es, para Mansilla, la inmigraciòn, pero es una esclavitud de la que pueden resarcirse, a su entender: "El italiano no había comenzado aún su éxodo de inmigrante. De España, en general del Ferrol, de La Coruña, de Vigo sobre todo, sí llegaban muchos barcos de vela, rebosando de trabajadores, aprensados como sardinas, cuyos consignatarios más sonantes se llamaban Enrique Ochoa y Ca., Jaime Lavallol é hijos. En cierto sentido eran como cargamento de esclavos. Husmeando se verìa confirmado: que el esclavo se hace liberto y el liberto se hace señor, capaz de comprar al màs pintado de sus primeros dueños".
Sobre el papel que le aguarda al inmigrante en la sociedad argentina, expresa: "Y el vasto campo de la polìtica, de las aspiraciones que enaltecen, de los anhelos de justicia, ¿quièn lo fecundarà? ¿El inmigrante? Su misiòn es otra. Ambos deben ser ùtiles, en su esfera de acciòn. Està bien. Pero, como dice Ruskin, ¿què significa ‘ùtil’ y cuàl es la naturaleza de la utilidad?".
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Guillermo Ara analiza la importancia de este libro en el contexto en el que surgiò y su incidencia en la formaciòn de la naciòn: "Estas Memorias de Mansilla, como las Tradiciones de Pastor Obligado, como el Buenos Aires desde setenta años atràs, de Josè Antonio Wilde, como La gran aldeade Lucio V. Lòpez o las Memorias de un viejo de Vìctor Gàlvez (Vicente Quesada), realizaron una diagramaciòn moral y fìsica, material y social de medio siglo porteño, mientras Joaquìn V. Gonzàlez, en la Rioja, Martiniano Leguizamòn en Entre Rìos o Luis C. Alen Lascano en Santiago del Estero, aportaban lo suyo para una comprensiòn màs honda del interior argentino. Con ellos el paìs dejò de ser una fantàstica mancha verde-gris en la làmina de un mapa y comenzò a destacarse como un estado de conciencia, como una forma impregnada de significaciòn històrico-geogràfica".
Por èste y por muchos otros motivos, resulta imprescindible la lectura de esta obra que habla de la historia cotidiana, de esa historia que difìcilmente encontramos en los libros, y que es tan importante para conocernos como naciòn.
Notas
- Mansilla, Lucio V.: Mis memorias Infancia-Adolescencia. París, Casa Editorial Garnier Hermanos, 1904.
- Ara, Guillermo: prólogo a Mansilla, Lucio V.: Mis memorias. Buenos Aires, Eudeba, 1966.
- Vinacua, Rodolfo: "Lucio V. Mansilla", en Historia de la literatura argentina. Tomo II. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capìtulo).
FRAY MOCHO. LA VISIÓN COSTUMBRISTA
Dice Eduardo Romano en un estudio sobre el escritor: ‘Heterogénea, polifacética, conflictiva, la realidad político-social que abarca de 1880 a 1910 contenía los gérmenes propicios para la aparición de una nueva literatura costumbrista’. Sostiene que la anterior ‘había coincidido con nuestra primera generación romántica y se había expresado en publicaciones como La Moda (1837-1838), cuyo principal animador fue Juan B. Alberdi; El Iniciador, de Montevideo (con la base del mismo elenco de la anterior); El Zonda sanjuanino, con que Domingo F. Sarmiento buscara emular a la revista porteña’. Considera que aquella era una ola de costumbrismo reformista, inspirada fundamentalmente en la prédica del español Mariano José de Larra y se manifestó, por lo menos, en "una página clásica de las letras argentinas: El Matadero, de Esteban Echeverría".
En el resurgimiento de este género, señala la importancia de "una prensa periódica que aspiraba a presentar, por encima de las polémicas partidarias que hasta entonces la habían absorbido, otra clase de colaboraciones". Menciona al respecto dos autores: "Ciertas notas de Bartolito Mitre en La Nación o los sueltos de actualidad insertados por Manuel Láinez en El Diario, al que dirigía, señalaron un rumbo", pero fue –a su criterio- más significativo Juan Piaggio, una "figura, bastante desdibujada hoy día, cuyos artículos prefiguran –por el título, por la temática- lo que será el costumbrismo hacia 1900".
Fue importante, asimismo, una publicación que comenzó a editarse casi al final del siglo: "fue con la aparición de Caras y Caretas (1898-1939) que el género costumbrista halló canal de transmisión indicado, pues sus páginas estuvieron casi enteramente dedicadas a la captación y procesamiento de la actualidad porteña mediante fotografías, acompañadas o no de comentarios; reportajes; cuadros de costumbres; escenas callejeras; viñetas; aguafuertes, etc., sin negar un espacio a las tradiciones y a los Tipos y paisajes –así tituló sus colaboraciones al semanario Godofredo Daireaux- camperos". En esta revista se publicaron los cuentos de Fray Mocho.
Cuadros urbanos
En estos cuentos, el escritor presenta escenas cotidianas, que podían ser protagonizadas por cualquier habitante de la ciudad. En ellas encontramos personajes verosímiles, con los que sin duda habría trabado relación, dada la fidelidad con que los describe y la coherencia con que los vemos actuar. Si bien es importante la habilidad para escribir, no lo es menos la capacidad de observación, y Fray Mocho posee ambas. Sus cuentos lo demuestran.
Muchos de estos personajes que retrata son inmigrantes. Entre las diversas nacionalidades que evoca, se destacan los italianos. Un comerciante de esa procedencia aparece en plena labor, intentando convencer a una compradora de que el producto que desea no es el adecuado, y le dice eso simplemente porque no tiene lo que la mujer le solicita. La descripción del inmigrante es elocuente: "Pascalino se siente arrebatado; las venas del cuello se le inflan, los ojos se le inyectan; le revuelve la bilis, evidentemente, la terquedad de una cliente que quiere longanizas cuando él no tiene y se encamina apresuradamente a su carro como para marcharse, pero vuelve con la misma rapidez, se encara con ella, desocupa la boca de la mascada que le dificulta la palabra, y dice con tono despreciativo, aunque casi lloriqueando de puro meloso y derretido: ‘-¡Ma!… Perqué non parlate guiaro allora?… ¡Voi volete artigoli fate con gose di pero!… ¡Ebene!… ¡Andate al meregato sui volete!… ¡Pascalino non dimenticará de la sua fama!’ ". La reproducción del idioma del extranjero hace que su retrato sea aún más logrado, y evidencia el esfuerzo por adaptar su lengua nativa a la de la nueva tierra.
En "Instantánea", es una italiana la que dialoga con un criollo, tratando en vano de convencerlo de que no le conviene vivir con ella: "Ma… ¿dícame un poco?… ¿Cosa li parece inamuramientos tra ina lavandiera e in bombiero? … E anque… tra ina gringa come me e ono criollo come osté… que é propio in chino…". El criollo no entiende razones, y lo expresa con estas palabras: "-¿Pobre?… ¡La gran perra, que había sido avarienta!… ¿Y tuavía querés ser más rica de lo que sos, mi vida?… ¡Pucha!… ¡si al pensar que me vi’a juntar con vos, me parece que me junto con el Banco e Londres!…". El mismo tema es abordado por Fray Mocho en "Tirando al aire", cuandro en el que un italiano, requerido de casamiento, afirma no poder hacerlo por estar ya casado en su tierra.
En "Carnavalesca", el escritor desliza la crítica social, al afirmar que a la doméstica gallega, la patrona la explota. De la abusadora señora dice el personaje: "se aprovecha de que sos d’España para sacarte el jugo por unos cuantos centavos". El retrato que hace del temible gallego hermano de la joven, es despectivo, ya que pone en boca de la doméstica este concepto: "Yo lo conozco a mi hermano y sé que a bruto y terco no le han de ganar muy fácil…". Un italiano aporta su opinión, completando la imagen que Fray Mocho quiere dar de los peninsulares.
La conversación que se reproduce en "Nobleza del pago" evidencia en qué medida se confundían los orígenes de los habitantes de nuestro país. Una mujer cree que su abuela es vasca. A esa convicción, le responde una parienta: "Más bien tirab’a pampa o a correntina por l’habla… ¡Si era bosalísima! El viejo parece que se juntó con ella cuando andaba de picador de carros, p’allá, pa la cost’el Salao, que fue de an’de comenzó a internarse pa l’Azul…".
En ese mismo texto se hace referencia a un inmigrante inglés que no era trigo limpio. Recordando la historia de su familia, dice un personaje: "Yo no sé, che, si eran nobles, pero sé que les caían y que con algunos hasta tuvo que ver l’autoridá, como le pasó a tu tío Ramón, que al fin se quedó en la calle, y a tu tía Robustiana, mal casada con un inglés que tenía el finao de mi padre de puestero y que lo pilló cerdiándole las yeguas, a medias con el juez de paz…".
"En familia" cuenta la historia de otra supuesta inmigrante. En esta oportunidad, es un equívoco, pero de otra clase. "Que Pepa es portuguesa, decís? ¿Pero estás loco? –exclama una mujer. Si hemos ando juntas en l’ escuela ’e Misia Pamela y nos conocemos desde chicas… El padre’ra un chino gordo…". El hijo aclara el malentendido: "no es portuguesa de nacionalidad sino de oficio… En los tiatros les llaman así ¿sabés? A las familias que sirven p’al relleno de la sala no más". La madre le sugiere que vea si puede ser portugués en una sastrería, para que le arreglen la ropa y no deba hacerlo ella. La señora demuestra así haber incorporado el término a su habla cotidiana.
Estos y muchos más son los inmigrantes eternizados por Fray Mocho en sus colaboraciones escritas para Caras y Caretas. En esas páginas aparece como el testigo de un momento clave de la historia argentina, en el que supo ver con nitidez al hombre, más allá del fenómeno social. Simpáticos o no, sus personajes son esencialmente creíbles y es por eso que debe recurrirse a ellos cuando se trata de conocer nuestro pasado y la diversidad de nacionalidades que forman nuestro presente.
BALDOMERO FERNANDEZ MORENO Y LA PATRIA DESCONOCIDA
Al igual que muchos de nuestros escritores, Baldomero Fernàndez Moreno evocò sus años de infancia, una edad escindida entre dos tierras, Argentina y España. Recuerdos de estos años se encuentran en su poesìa (1), y tambièn en su libro en prosa titulado La patria desconocida (2), publicado por primera vez en 1943, como anticipo. Quince años màs tarde, esta obra se publica en la Biblioteca Menèndez y Pelayo, de Santander, con estudio preliminar de Gerardo Diego. En Argentina, La patria desconocida se edita en un solo tomo con otro volumen, Vida y desapariciòn de un mèdico, que habìa visto la luz en 1935. Ambos volùmenes se unifican bajo el tìtulo de Vida. Memorias de Fernàndez Moreno.
Sobre el origen de estas pàginas autobiogràficas, escribe Alfredo Veiravè: "Poco dispuesto a las obras de pura ficciòn, despuès de su madurez y de haber trasvasado su vida a poesìas de todos los dìas, Fernàndez Moreno comienza a ordenar el pasado de su lejana infancia a travès de sus memorias. ‘En vista de que pasaban los años y no se me ocurrìa nada –siempre esperando el argumento como una inspiraciòn- me decidì a emprender esta narraciòn de mi vida’, dirà en el pròlogo que puede leerse en este libro".
A criterio de Veiravè, "su prosa autobiogràfica serà un modo, pues, de ampliar o explicar su vida, con anterioridad al año en que se inicia como poeta èdito". En cuanto a la relaciòn de esta prosa con su lìrica, anota: "Las obras autobiogràficas, en cambio, como si fueran la contraparte inevitable y necesaria de su obra en verso y de sus aforismos, se desenvuelven lentamente y crecen en numerosas pàginas rescatadas del pasado, con sus personas, sus paisajes, sus experiencias y circunstancias entrañables" (3).
Un crìtico ha señalado la aproximaciòn existente entre lo autobiogràfico y las efusiones lìricas, sin referirse especialmente a la obra de Fernàndez Moreno. En la lìrica –afirma Guillermo Ara-, se realiza una "aproximaciòn que inmoviliza el instante y niega por ello el tiempo"; nos encontramos ante un presente cristalizado ya definitivamente. La lìrica, por otra parte, no sitùa los hechos en el espacio y en el tiempo; èsta es una diferencia fundamental con las manifestaciones autobiogràficas, donde el paràmetro espacio-temporal nunca es olvidado y actùa, por lo general, como agente estructurador del relato. Lìrica y autobiografìa , exteriorizaciones de una misma intimidad se distinguen -afirma Ara-, por esta diferente atenciòn prodigada al momento y al àmbito" (4).
En el pròlogo a sus memorias, Fernàndez Moreno se refiere a la relaciòn de las mismas con sus dos patrias, y deslinda la incidencia que España y la Argentina tienen en ellas: "Son pàginas, pues, españolas por el recuerdo que las informa, argentinas por la mano que las trazò. Por eso este libro cobra un sentido vernàculo, americano. Y todo aquello en medio del suspirar por mi patria, por curiosidad, por exotismo, por poesia naciente, y, por lo que es lo cierto, por indefinible amor hacia ella".
Guìa al escritor el propòsito de recordar y ordenar. "Desde luego que no escribo estas pàginas ni para estudiarme yo y mi caràcter, ni para extraer de ellas y ofrecer a los demàs lecciòn alguna de moral o grano de experiencia", asevera. Dice que dicho propòsito se presenta en èl cuando sale de viaje, y considera que es lo que lo impulsa a escribir las memorias "sensaciòn anàloga (…) en previsiòn de viajes sin regreso" (5). Su temor a esta ùltima travesìa no era infundado, pues muriò sùbitamente en julio de 1950.
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