La crisis económica de la Unión Europea: ¿Complejo de Saturno o Síndrome de Estocolmo? Parte I (página 7)
Enviado por Ricardo Lomoro
Todo esto deja de manifiesto lo mucho que ha cambiado el panorama de la economía global desde comienzos del año 2011, cuando la principal inquietud era determinar el impacto de la inflación en los países emergentes y los problemas de deuda en Europa sobre una recuperación que avanzaba a paso firme liderada por la industria manufacturera. A mediados de marzo (2011), los economistas y las empresas tratan de evaluar las ramificaciones de la crisis en Japón y la agitación en Medio Oriente y el norte de África sobre ámbitos tan variados como la producción automotriz y el precio de los semiconductores.
Las automotrices japonesas y otras empresas extendieron los cierres de sus plantas durante varios días, lo que podría trastocar la entrega de productos como los autos y los chips de memoria flash que van dentro de los iPhones y iPads. Miles de turistas han cancelado vuelos desde y hacia Japón. La aerolínea taiwanesa EVA Airways anunció, por ejemplo, la cancelación de 56 vuelos entre Japón y Taiwán, algunos hasta finales de junio.
Mientras más duren las interrupciones en Japón, mayor será el efecto en las cadenas de suministro de los fabricantes globales. Japón es el cuarto mayor exportador del mundo y representa 14% de los envíos de productos automovilísticos y 60% del silicio que se utiliza para fabricar chips.
Se espera, asimismo, que el desastre japonés haga que las empresas de todo el mundo se replanteen sus planes de contingencia y su vulnerabilidad a los impactos externos. China ya está trabajando para incrementar la sofisticación de los bienes que puede producir internamente y depender menos de las firmas extranjeras.
Si la crisis financiera de 2007-2008, mostró los peligros de un mundo interconectado que podía derrumbarse como un castillo de naipes, la tragedia en Japón muestra los riesgos de una cadena productiva global.
A pesar de que ha sido superado por China como segunda economía mundial, Japón sigue siendo esencial para ciertos mercados como el electrónico y el automotriz. Japón produce un 30% de las tarjetas de memoria (que se usan en cámaras electrónicas y teléfonos inteligentes) y cerca del 15% de la Memoria Ram (computadoras). Todo, forma parte de una cadena. Un producto como el Iphone involucra a nueve compañías situadas en seis países: China, Corea del Sur, Japón, Taiwán, Alemania y Estados Unidos.
La subeditora del Financial Times, Gillian Tett, señala en un artículo del 16 de marzo (2011) que el impacto es difícil de medir. "Uno de los problemas es que todavía nadie parece entender bien las dificultades que pueden surgir del eslabonamiento de estas cadenas productivas. Por ahora se piensa que el impacto será limitado, pero si el cierre de las fábricas se extiende mucho tiempo, el daño puede diseminarse", señala Tett.
Los expertos en logística dijeron que luego del sismo quedaron expuestos puntos débiles cruciales para una serie de compañías globales, como aquellas del sector de productos electrónicos, que son el motor de las economías de Taiwán y Corea del Sur, y de la industria automotriz, que ha ayudado a Tailandia a ser un importante centro exportador. En muchos casos, las compañías están ralentizando la producción para evitar quedarse sin componentes que vienen solamente de Japón. Otras se están moviendo para tratar de encontrar proveedores alternativos.
Mediante la acumulación de reservas y la diversificación de proveedores, las compañías se pueden ahorrar inesperados shocks en sus suministros. Muchos productores globales se han movido en los últimos años para reducir su lista de proveedores como forma de obtener precios más bajos de los que retienen. Eso crea riesgos si la base más pequeña de abastecedores no es capaz de entregar los bienes.
La devastadora combinación que se dio en Japón de terremoto, tsunami y crisis nuclear fue una advertencia que le sirvió de recordatorio a empresas en todo el mundo de cuánto dependen del país asiático.
Por el lado de la demanda, el país representa casi 9% de la producción económica mundial y ha sido un importante puerto de entrada a Asia para todo tipo de empresas, desde bancos a minoristas. La destrucción alteró ventas, desplazó al personal y probablemente despertará una actitud cautelosa por parte de los consumidores, que durará un tiempo.
Pero es el lado de la oferta el que ha sido la fuente de las mayores sorpresas. Economistas que pensaron que tenían un buen entendimiento para poder calcular el impacto descubrieron, tras un examen más exhaustivo, que Japón era una fuente importante de toda clase de componentes avanzados ampliamente usados en Asia y otros lugares para ensamblar productos finales.
Japón fabrica el 60% de los discos semiconductores de silicio, la base de los chips de computadoras. El cierre de dos fábricas debido al terremoto eliminó una cuarta de la oferta mundial. Credit Suisse afirma que el país también fabrica 90% de una sustancia llamada resina BT que se usa para fabricar circuitos impresos.
Los inventarios de estos productos parecen mantenerse a niveles aceptables, pero otros problemas tuvieron un impacto mucho más inmediato. Automotrices de todo el mundo, por ejemplo, tuvieron dificultades para hacer frente al cierre de una fábrica de Hitachi Ltd. al norte de Tokio que fabrica sensores de aire que se usan para medir la cantidad de aire que ingresa a los motores. Hitachi fabrica 60% del suministro mundial. Esta semana, General Motors Co. fue obligada a cerrar una planta en Luisiana, y Peugeot-Citroën tuvo que reducir la producción en la mayoría de sus plantas europeas.
Los productores en una variedad de industrias aún tratan de dilucidar el posible impacto sobre sus cadenas de suministro y se esfuerzan por conseguir partes o proveedores alternativos. Muchos comprenden el impacto sobre sus propios proveedores, pero es más complicado intentar controlar los cambios causados a los proveedores de sus proveedores. En última instancia, el ritmo de la recuperación en Japón determinará la severidad de cualquier escasez y la escala del daño causado a las empresas en todo el mundo. Japón es el cuarto mayor exportador mundial y empresas como Caterpillar Inc. recurren al país como una plataforma para fabricar equipos que luego venden en China y otros lugares.
¿Alguien se acuerda (ahora) del "just in time"? Barato, barato, barato y, yo no soy tonto… resulta (casi) imposible
4 – La insolidaridad internacional (cada cual atiende su juego, cuando no entorpece el de los demás)
Los políticos europeos, incapaces de resolver la crisis de la zona euro, han pasado a depender cada vez más del BCE, una institución fundada para promover estabilidad de precios pero que ahora apuntala las finanzas de los países más frágiles de la zona euro. La expansión de su misión tiene consecuencias profundas para Europa porque al trascender su mandato, el BCE ha asumido un nuevo papel: el de la institución más poderosa de Europa. Muchos ahora creen que el BCE es la única esperanza de supervivencia del euro.
Ante el agravamiento de la crisis en el segundo semestre de 2011 y principios de 2012 un creciente número de autoridades ha exhortado al BCE a usar su herramienta más poderosa -su imprenta– para apuntalar los mercados de deuda con la compra de cantidades ilimitadas de bonos de la zona euro, cumpliendo el papel de prestamista de última instancia.
Hasta noviembre de 2011, el banco central se había resistido, arguyendo que carecía de las facultades legales para hacerlo. De todos modos, pocos creían que el BCE permitiera el colapso de la moneda por defender ese principio.
Alemania, la mayor y más próspera economía de Europa, insiste en que los países derrochadores realicen profundos recortes del gasto público a cambio de ayuda, y se rehúsa a apoyar un mayor papel para el BCE. Su ortodoxia la ha aislado dentro de Europa así como en el comité ejecutivo del BCE. Muchos líderes europeos temen que afloren resentimientos nacionales si persiste la crisis, destruyendo no sólo el euro, sino la propia Unión Europea.
En el interior del BCE han surgido tres campos. Uno, encabezado por Alemania, se opone tajantemente a mayores compras de bonos, diciendo que el programa borra la frontera entre política fiscal y monetaria. Otro, liderado por el flanco sur de la zona euro, considera al BCE la única institución que funciona contra la crisis y la encargada de hacer todo lo que haga falta para apoyar los mercados. Un tercer grupo pragmático, que incluye a Austria y Finlandia, ha aceptado compras limitadas de bonos soberanos, pero está perdiendo la paciencia.
El rumbo final dependerá, en gran medida, del economista italiano Mario Draghi. Es incómodo que su primera gran decisión sea rescatar, o no, a su propio país, después de que el BCE se abstuvo de responder enérgicamente cuando otras economías, como Irlanda y Portugal, estaban en la mira del mercado.
"Un escenario es que la crisis llegue a un extremo donde se convierten en un gran banco central", explica Paul De Grauwe, economista europeo que opina que el BCE ha sido demasiado tímido en el combate de la crisis. "El otro escenario es que se imponga el dogmatismo y el todo el edificio colapse".
Si la entidad intensificara sus compras de bonos y no aplacara los mercados, el daño a su credibilidad sería devastador. Su gestión es un arte sutil que depende del aura de invencibilidad. Si los inversionistas pierden confianza en el poder del BCE, la credibilidad del euro sufriría un gran golpe. El BCE debe decidir si alejarse aun más de su misión central para salvar el euro.
Angela Merkel no pagará el rescate de ningún país que no pueda controlar. Todas las vueltas que se están dando a las posibles soluciones a la actual crisis de deuda pública que recorre la Eurozona están obviando de forma reiterada una cuestión clave: si alguien quiere que Alemania pague la factura tendrá que entregar parte del poder de su política económica.
En cualquier caso, se avance o no en el camino de los eurobonos, lo que parece cada vez más claro es que Angela Merkel no pondrá un euro sobre la mesa hasta que no tenga garantías plenas de que controlará la economía de la UE. En estos momentos hay varias soluciones técnicas con opciones de ser implementadas: bolsa común de deuda, quiebra ordenada e incluso monetización de deuda.
En Alemania se ha llegado a la conclusión de que las normas con las que se creó el euro (el Pacto de Estabilidad y Crecimiento) eran demasiado flexibles y fáciles de incumplir. Por eso, se teme que si ahora dan dinero a griegos, italianos y españoles, estos vuelvan a las andadas. En ninguno de los países rescatados o en problemas (con la excepción de Irlanda) se han emprendido las reformas necesarias para crecer de forma segura a medio plazo. A lo máximo que se ha llegado es a aprobar recortes en el gasto para reducir el déficit presupuestario. Pero eso tampoco servirá: ya se sabe que los países periféricos no cumplirán sus objetivos fiscales.
Por eso, las declaraciones de sus líderes no significan nada ahora para Angela Merkel. Y esta es la misma idea que aparece en el documento de la Comisión. Incluso en Bruselas se acepta ya que habrá que endurecer las condiciones y vigilar de cerca su aplicación. Lo que se dibuja en el horizonte es un Gobierno económico y fiscal común para la Eurozona dirigido por Alemania. Quien quiera aceptarlo, será rescatado y tendrá el respaldo de Berlín. El que no pase por el aro, tendrá que enfrentarse solo a la tormenta.
El mayor temor de Alemania es el riesgo moral, ¿Cómo puede saberse que los países seguirán con las reformas después que se relaje la presión del mercado? Reemplazar a políticos electos con tecnócratas no elegidos puede ser un remedio de corto plazo. Tanto el presidente de la Comisión Europea José Manuel Barroso y el presidente del Consejo Europeo Herman van Rompuy preparan propuestas para mejorar el gobierno económico. Pero la mayoría de las que están siendo discutidas representan apenas ajustes al escrutinio de los presupuestos nacionales, no a la completa unión política y fiscal que se necesita para apuntalar con credibilidad a los euro bonos.
Quizás la intensidad de la crisis obligará a un cambio político radical en Bruselas, como lo ha hecho en los estados miembro. Quizás los gobiernos adoptarán transferencias radicales de soberanía para evitar el cataclismo de un colapso del euro. Pero el riesgo es que, como sucede a menudo en las crisis, cuando los políticos finalmente se decidan a actuar, ya sea muy poco y muy tarde.
En las tercera semana de noviembre (2011) las máximas autoridades financieras de Alemania volvían a subrayar el compromiso del país germano con el euro y la estabilidad de la eurozona, aunque reiteraban su rechazo a la posibilidad de que el Banco Central Europeo (BCE) se convirtiera en el prestamista de último recurso de la región y contribuyera a financiar los presupuestos de los Estados miembros.
"Haremos todo para prevenir los peligros que acechan a la estabilidad del euro", indicó en un discurso el ministro alemán de Finanzas, Wolfang Schaüble, quien, sin embargo, recordó que el BCE debe ser independiente, "ya que no está ahí para financiar a los Estados". En este sentido, el presidente del Bundesbank y miembro del Consejo de Gobierno del BCE, Jens Weidmann, rechazó las presiones para que el instituto emisor europeo se convierta en prestamista de último recurso de los gobiernos como sucede en el caso de otros bancos centrales.
Ante esta situación, algunos analistas hablaban ya de "Eurocalipsis" y presentaban cuatro escenarios de futuro: rescates a cambio de soberanía; ruptura del euro, con o sin Alemania; y desintegración de la moneda única.
A finales de noviembre, los ministros de Economía de la zona euro (Eurogrupo) reconocían que necesitarían más ayuda del FMI para intentar atajar el contagio de la crisis de la deuda. La llamada de socorro se producía tras el fiasco en el apalancamiento de un fondo de rescate dotado con 440.000 millones, pero del que ya se ha comprometido casi la mitad.
El Fondo Monetario Internacional, (FMI), que se coló en la zona euro de la mano de Berlín para participar en el rescate de Grecia, sigue ganando predicamento en una Unión Monetaria incapaz de resolver la crisis por sí misma. El organismo con sede en Washington se perfilaba como la vía prioritaria para proteger la moneda única frente a unos embates que amenazan con tumbar a Italia, tercera economía de la Eurozona, y arrastrar de paso a España, cuarta economía más importante.
Los bancos centrales más importantes del mundo lanzaron el 30/11/11 una acción conjunta para proveer préstamos baratos y de emergencia en dólares estadounidenses a los bancos de otros países, una señal de la creciente alarma que han generado los problemas en Europa y el sistema financiero global.
La acción coordinada no aborda directamente la crisis fiscal de Europa. En cambio, busca aliviar el impacto de esos problemas en los mercados globales. Además, allana el camino para que los bancos centrales adopten nuevas medidas si los mercados o la economía global se deterioran. "El propósito de estas acciones es aliviar la presión sobre los mercados financieros y, de esta manera, mitigar los efectos de esas presiones sobre el suministro de crédito a los hogares y las empresas, así como ayudar a estimular la actividad económica", indicó un comunicado emitido por seis bancos centrales: la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed), el Banco de Canadá, el Banco de Inglaterra, el Banco de Japón, el Banco Central Europeo y el Banco Nacional Suizo.
La supervivencia de la moneda única pende de un acuerdo entre Berlín y París. Merkel quiere una refundación basada en el rigor fiscal y Sarkozy pide a cambio un plan de solidaridad.
"La mutualización de la deuda por sí sola no salvará al euro, pero sin ella es improbable que la zona sobreviva intacta", señala un reciente informe de Simon Tilford, economista jefe del Centre for European Reform, un instituto de estudios con sede en Londres.
Berlín observa con pavor esa salida común, por temor a terminar asumiendo las facturas de un club cuya deuda pública ha pasado de 4,6 billones de euros en 1999 a 7,8 billones a finales de 2010, según las cifras de Eurostat (en España, de 345.000 millones a 641.000 millones en el mismo periodo). Pero ni siquiera Merkel rechaza de manera tajante la posibilidad de establecer algún tipo de garantía conjunta de la deuda, una vez que los socios del euro acepten someter sus presupuestos a un control supranacional.
El gobierno alemán podría cambiar esto si tuviera dispuesto a garantizar el total de la deuda italiana, española, y del resto de la eurozona. Pero, comprensiblemente, Alemania es reacia a prestar tales garantías, debido al alto riesgo que conllevan.
El Banco Central Europeo también podría ayudar a resolver el problema si decide comprar la deuda que ha sido rechazada por los mercados financieros. Pero, al igual que Alemania, el BCE carece, comprensiblemente, de entusiasmo para llegar a esta solución.
Así que el estancamiento continúa y la crisis se agrava. Debido a que los ministros de Economía de la eurozona no pudieron ponerse de acuerdo sobre una solución interna, la idea más reciente que ellos tuvieron fue realizar un pedido al FMI, a fin de que esta institución financie un paquete de apoyo extra-grande para Italia. Pero esta idea podría ser una mera ilusión. ¿Por qué deberían los miembros no europeos del FMI comprometerse a financiar un programa masivo de apoyo a un miembro del G-7 y de la eurozona que no tiene problemas de balanza de pagos, y cuyas finanzas públicas están más fortalecidas que las de la mayoría de los restantes países desarrollados?
Nuevos intentos de ingeniería financiera. Los jefes de Estado de la eurozona llegaron a otra forma de solicitud de fondos extranjeros: el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) podría consolidar paquetes de deuda en euros y venderlos a los inversores extranjeros, como por ejemplo al banco central chino y a otros bancos centrales asiáticos.
En este caso surge la misma pregunta: ¿por qué debería China comprar deuda italiana, cuando Alemania la rechaza? Aún si China se comprometiera a comprar la deuda, probablemente consideraría comprar algún instrumento financiero especial que el FEEF planifica emitir solamente si obtiene algunas concesiones políticas y una garantía implícita de Alemania.
Pero para Alemania no es lógico pagar un precio político por hacer algo que de manera consistente se ha negado a hacer -es decir, no tiene sentido que Alemania sufra políticamente por garantizar la deuda de otros países. Las concesiones políticas que China probablemente demande -por ejemplo, que la Unión Europea reconozca a este país como una economía de mercado, o que se le otorgue mayor voz dentro del FMI- posiblemente deberían ya habérsele concedido con anterioridad. Sin embargo, estos temas no deberían estar vinculados a la incapacidad de la eurozona para resolver sus propios problemas.
Además, una gran afluencia de fondos provenientes del FMI, de China, o de cualquier otra parte podría hacer más daño que bien en la medida en que tal afluencia pone presión al alza sobre el tipo de cambio del euro -y por lo tanto, hace que la recuperación en los países en crisis sea aún más difícil. El crecimiento alemán podría sobrevivir a un euro más fuerte, ya que sus exportaciones son mucho menos sensibles a los precios, pero países como Italia y Grecia, que deben competir en base a precios, se debilitarían aún más.
Una de las opciones discutidas es la creación de un fondo especial que sea financiado por los principales bancos centrales nacionales de trabajan con el BCE y que dicho fondo sea puesto a disposición del FMI para ayudar a Italia y España. Esto aseguraría el uso de los recursos del BCE, sin violar formalmente el Tratado de Lisboa de la UE, que prohíbe que los bancos centrales, den financiamiento a los gobiernos.
Este plan tendría la ventaja de forzar a que la eurozona se respalde en sus propios recursos. Sin embargo, también expondría de pies a cabeza la debilidad política y la falta de coherencia de Europa. En efecto, si realmente es necesario utilizar un desvío que pase por el FMI para permitir que el BCE proporcione liquidez a países como Italia y España, el resto del mundo se preguntará por qué Europa no puede ser más sincera acerca del papel central del BCE en esta crisis. Esta es una buena pregunta.
El 8 de diciembre de 2011, Mario Draghi pone la alfombra roja de la liquidez a la banca, para facilitar que el crédito fluya. Dará barra libre de 36 meses, con lo que limpia de obstáculos los balances de las entidades durante tres años, y además aceptará más colaterales para dar esa liquidez.
Avalancha de liquidez para la banca de la mano del Banco Central Europeo (BCE). Mario Draghi ha cumplido las expectativas y ha presentado una batería de medidas para evitar que se produzca un colapso del sistema financiero de la zona euro. Cuesta comprender (no digamos perdonar) que Alemania "prohíba" la financiación para los estados y "apruebe" la liquidez ilimitada para los bancos.
El austero compulsivo (Alemania), y el desertor feliz (Reino Unido)
"La entidad monetaria prestará dinero al FMI para que sea este organismo el encargado de rescatar a España e Italia, según Bloomberg"… El BCE prestará hasta 200.000 millones al FMI (Libertad Digital – 2/12/11)
De este modo, el BCE evitaría por la puerta de atrás la prohibición de financiar directamente a gobiernos de la zona euro, ya que el artículo 23 de los estatutos de la institución presidida por Mario Draghi señala que puede llevar a cabo "cualquier tipo de operación bancaria en relación con terceros países y organismos internacionales, incluidas operaciones de préstamo y endeudamiento".
"La zona euro, tras más de 10 horas de negociaciones que han concluido a las cinco de esta madrugada, no han logrado un acuerdo para ampliar el fondo de rescate (dotado con 500.000 millones de euros). Reino Unido se ha negado a sumarse a la reforma de los tratados para evitar regular sus servicios financieros y el plan franco-alemán de unión fiscal ha quedado reducido, en principio, a 23 miembros de los 27. Berlín frustra la ampliación del fondo de rescate (Cinco Días – 9/12/11)
"El primer ministro británico, David Cameron, ha asegurado hoy que las condiciones del nuevo tratado para reforzar la disciplina fiscal en la zona del euro eran "inaceptables" para la adhesión del Reino Unido, al no haberse aceptado salvaguardas especiales para el sistema financiero británico"… Cameron: los términos del tratado eran inaceptables para Reino Unido (Cinco Días – 9/12/11)
En una comparecencia posterior a la primera sesión del Consejo Europeo, en la que se llegó a un tratado entre gobiernos debido a las reticencias británicas a que el acuerdo fuera a 27, Cameron se ha mostrado "feliz" de no pertenecer al euro. No obstante, ha deseado que los países de la zona del euro puedan "resolver sus problemas".
"El presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, se opuso a una financiación de Estados de la zona del euro con dificultades de financiación por la vía indirecta del Fondo Monetario Internacional (FMI)"… El Bundesbank se opone a una financiación de Estados por la vía del FMI (Cinco Días – 14/12/11)
En un encuentro con periodistas en Fráncfort, Weidmann dijo que el Bundesbank está dispuesto a incrementar las líneas de crédito para el FMI, para afrontar crisis financieras, pero con severas condiciones para evitar que se produzca una financiación de Estados, algo que prohíbe el Tratado de Maastricht al Banco Central Europeo (BCE).
"Jens Weidmann, miembro del Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo y presidente del Bundesbank, ha comparado hoy a los países endeudados con un alcohólico. Preguntado por si el BCE está dispuesto a incrementar la compra de bonos para ayudar a los Estados con problemas, Weidmann ha señalado que sería como dar un último trago a un alcohólico. No obstante, la clave para acabar con la crisis es que el BCE diga que hará todo lo posible para que La Eurozona no caiga"… El Bundesbank compara a los países endeudados con un alcohólico (El Economista – 14/12/11)
"Es como un alcohólico diciendo que a partir de mañana va a estar limpio y a respetar las reglas, pero que esta noche necesita beber" apunta. "No creo que sea bueno darle al alcohólico una botella. No serviría para ayudarle a resolver su problema", ha precisado Weidmann en declaraciones que recoge Reuters.
En medio del "carajal" (I): todo lo que sabemos de la Europa de hoy…
Es que lo que se ha hecho hasta la fecha (febrero 2012) ha sido insuficiente…
Es que la eurozona tendrá que conseguir 1,25 billones en los mercados en 2012…
Es que Angela Merkel se niega a que el BCE ayude a los países del sur, pero podría cambiar de opinión si la crisis empeora, aunque se arriesga a que ya sea demasiado tarde…
Es que "Alemania se ha convertido en el acelerador de la regresión de la solidaridad que afecta a toda Europa", según ha dicho el filósofo de cabecera de Alemania, Jürgen Habermas…
Es que la aplicación de políticas económicas volcadas en reducir drástica e inmediatamente el déficit público en todas las economías ha acentuado la ya acusada debilidad de la actividad económica y las dificultades financieras. Además, sin crecimiento económico, las posibilidades de saneamiento financiero son muy reducidas… Así lo interpretan también los inversores en deuda pública, imponiendo primas de riesgo, costes de financiación de los tesoros nacionales en algunos países, incompatibles con la solvencia a medio plazo.
En medio del "carajal" (II): ¿y la comunidad internacional?
Mientras que la crisis de la Eurozona se ha creado en Europa, sus consecuencias son globales, con un resultado de desorden financiero (bien por omisión o por la salida de miembros de la Eurozona del bloque) que podría causar impactos económico-financieros a nivel global. De este modo, apoyar a las necesidades financieras de los maltrechos estados miembros de la Eurozona iría en interés del conjunto de la comunidad internacional. Parte de este apoyo podría venir, tal y como se ha explicado, del FMI.
Otra porción de esa ayuda puede proceder directamente de los países no europeos que respaldan el mercado de deuda pública de los Estados miembro de la Eurozona. Por ejemplo, se ha debatido que China, con tres billones de dólares de reservas extranjeras, podría hacer uso de una parte de dichas reservas para adquirir más bonos de los desvalorizados miembros de la zona de la moneda única. Esto mismo lo podrían llevar a cabo algunas economía avanzadas (como es el caso de Japón), otros mercados emergentes (incluyendo la mayoría de los países BRIC) y fondos soberanos de riqueza de Oriente Medio y otras partes del mundo.
Se ha propuesto que una de las maneras de que estos países no europeos respalden el mercado de deuda de los miembros de la Eurozona sería ser partícipes (en calidad de acreedor preferente) en el FEEF apalancado y en entidades vehiculares de inversión del FEEF. No obstante, cualquiera de estos dos instrumentos, parecen no ser perecederos e incluso sus tramos menos arriesgados podrían ser susceptibles de riesgos de crédito importantes.
De este modo, resulta muy poco probable que los mercados emergentes, e incluso las economías avanzadas, inviertan recursos en aquellos fondos susceptibles de riesgo de créditos importantes. Resulta mucho más probable que dicha ayuda internacional de los Estados de la moneda única provengan del FMI, ya que dado su estatus de acreedor privilegiado, posee recursos sujetos a riesgo de crédito muy bajos.
El Fondo Monetario Internacional busca ampliar su capacidad de préstamo en medio billón de dólares, unos 395.000 millones de euros, para salvaguardar la economía mundial de un posible empeoramiento en la crisis de la deuda europea.
Todas las precauciones son pocas en un entorno macroeconómico cada vez más complicado. Es la tesis que maneja ahora la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde. La francesa avanzó que el organismo está estudiando opciones para elevar su capacidad de préstamo más allá de los actuales 385.000 millones de dólares. La zona euro ya ha anunciado que contribuirá con 150.000 millones de euros, pero Estados Unidos ya ha anunciado que descarta incrementar sus préstamos bilaterales. Los líderes del G-20 terminaron el año 2011 distanciados respecto a esta posibilidad.
"El mayor reto es responder a la crisis de una forma adecuada, y muchos directores ejecutivos han enfatizado la necesidad de contener la crisis de la deuda de la zona euro y proteger las economías de todo el mundo", explicó Lagarde. El FMI estaría presionando a China, Brasil, Rusia, India, Japón y los países exportadores de petróleo para que sean los principales contribuyentes, según un alto funcionario de un país del G-20. El Fondo busca cerrar un acuerdo para implicar a los países emergentes en la cumbre de ministros de Finanzas del G-20 que se celebrará el 25 y 26 de febrero. El FMI dispone en la actualidad de 385.000 millones de dólares para afrontar tensiones financieras globales, y pretende elevar el montante hasta 885.000 millones de dólares (unos 700.000 millones de euros).
En medio del "carajal" (III): ¿quién paga el rescate del euro?
La crisis de deuda necesita fortalecer el fondo de rescate, un cortafuego, para detener las tensiones en la zona euro. En este punto hay acuerdo. La discusión es quién va a desembolsar el dinero para reforzar el fondo y cómo. Este será uno de los asuntos centrales en la cumbre europea que se celebra hoy en Bruselas.
Hasta este momento, los rescates de Grecia, Irlanda y Portugal, así como la dotación del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) y fondo de rescate permanente (ESM) han corrido a cargo tanto de la zona euro como del Fondo Monetario Internacional (FMI). Concretamente, los países de la región han inyectado 650.000 millones de dólares y el organismo presidido por Christine Lagarde unos 385.000 millones. En total, un billón de dólares que pronto se ha mostrado insuficiente.
El problema es que dada la magnitud de la crisis de deuda y el riesgo en el horizonte de que pueda extenderse a grandes economías como Italia o España hace imprescindible el reforzamiento del fondo de rescate. Aquí es donde surgen las suspicacias, principalmente, por parte de Alemania.
La canciller alemana ha mostrado en numerosas ocasiones sus reticencias a la ampliación de los fondos de rescate temporal (FEEF) y permanente (ESM). Es decir, Alemania no quiere poner más dinero en el rescate del euro. Y, por su parte, el FMI no va a ampliar su contribución si no lo hace la zona euro.
En los últimos meses se ha asegurado que el "bazuca" perfecto consistiría en ampliar el fondo de rescate en un billón de dólares. Para esto sería necesario convencer a Angela Merkel.
En el supuesto de que fuera así, la zona euro aportaría unos 500.000 millones y el organismo correspondería con otros tantos. Una vez más habría que tener en cuenta que 200.000 millones que se canalizarían a través del FMI, provendrían del préstamo de la zona euro.
De esta forma, en realidad la región reforzaría el cortafuego para salvar el euro con 700.000 millones y Lagarde con 300.000. Esto significa que la región de la moneda común pondría sobre la mesa el 67,5% del capital para autosalvarse y el FMI el 32,5% restante.
En cualquiera de los dos casos, la zona euro sería quien más contribuiría a su propio rescate y, comparativamente, su esfuerzo sería mayor que el del FMI si se cumple el escenario más realista y triunfan las reticencias de Merkel.
La des-Unión Europea en el diván (Dr. Freud: me he quedado sin "sueños" ¿qué pasa?)
"La crisis de los valores, la confianza, el euro, la política exterior y el liderazgo: pocas veces en su historia el proyecto europeo ha estado tan en entredicho"… Cinco razones por las que Europa se resquebraja (El País – 15/5/11)
Recojo algunos de los comentarios de José Ignacio Torreblanca, director de la oficina en Madrid del European Council on Foreign Relations (ECFR) y profesor de la UNED:
"Dinamarca reintroduce los controles fronterizos con la excusa de una criminalidad inexistente. Con ello, el país que fue un modelo de democracia, tolerancia y justicia social se sitúa en la avanzadilla de la rendición europea ante el miedo y la xenofobia. Grecia lleva más de un año al borde del precipicio sin que parezca que haya muchos Gobiernos que lamentaran su eventual salida de la zona euro; algunos incluso azuzan secretamente a los mercados contra Atenas. Finlandia se resiste hasta el último minuto, a la zaga de Eslovaquia, a financiar el rescate de Portugal. Francia e Italia aprovechan la crisis tunecina para, en periodo electoral, limitar la libertad de circulación dentro de la Unión Europea. Y qué decir de Alemania, que no contenta con gestionar la crisis del euro a golpe de elecciones regionales, rompe filas con Francia y Reino Unido en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, se desentiende de la crisis libia y revienta diez años de política de seguridad europea.
Con el futuro del euro en entredicho y el mundo árabe en erupción, los líderes europeos gobiernan a golpe de encuestas y procesos electorales, aferrándose al poder por cualquier vía, aunque para ello tengan que deshacer la Europa que tanto tiempo y sacrificios ha costado construir. Pocas veces el proyecto europeo ha estado tan en entredicho y sus vergüenzas tan públicamente expuestas. Pareciera que en esta Europa del presente, tener un gran partido xenófobo fuera obligado. El hecho es que Europa se resquebraja. De no mediar un cambio radical, el proceso de integración podría colapsarse, dejando en el aire el futuro de Europa como entidad económica y políticamente relevante.
Un proyecto sin fuelle
Esta crisis no es coyuntural ni pasajera: no estamos ante una mala racha, ni somos víctimas de un pesimismo infundado. Para darnos cuenta de hasta qué punto el proyecto de integración está en peligro no hace falta más que rebobinar una década. Si lo hiciéramos, el contraste con la situación actual no podría ser más revelador. Después de lanzar el euro el 1 de enero de 1999, la Unión Europea aprobaba la Estrategia de Lisboa, que prometía convertir a la UE en la economía más dinámica, competitiva y sostenible del mundo. También se comprometía a ampliar el espacio de libertad, seguridad y justicia, llevando la integración europea a los ámbitos policiales, judiciales y de inmigración, que hasta entonces habían quedado al margen de la construcción europea. Y para culminar ese proceso y darse a sí misma una verdadera unión política que le permitiera ser un actor globalmente relevante en el mundo del siglo XXI, ponía en marcha el proceso de elaboración de la Constitución Europea.
Pero la UE no se completaba sólo hacia dentro, sino también hacia fuera: lanzaba el proceso de ampliación más ambicioso de la historia, que incorporaría en su seno a 10 países de Europa Central y Oriental además de Chipre y Malta y, en un acto repleto de visión estratégica y de futuro, se comprometía a abrir negociaciones de adhesión con Turquía, tendiendo así unos puentes de máximo valor con el mundo árabe y musulmán…
Acostumbrados hoy al ninguneo de las grandes potencias sorprende recordar cómo, por entonces, con el euro en la mano, las ampliaciones en marcha, una Constitución a la vuelta de la esquina y una política exterior y de seguridad rebosante del liderazgo, Europa no provocaba hastío ni indiferencia, sino admiración, e incluso, en Washington, Pekín o Moscú, indisimulados recelos.
Una década más tarde, esa brillante lista de logros y optimistas promesas se encuentra más que en entredicho: en lugar de esa Europa exitosa y abierta al mundo que nos prometimos, nos encontramos con una Europa que pese a las ampliaciones se ha empequeñecido; que a pesar del euro se ha vuelto egoísta e insolidaria y que ha dejado de creer y practicar sus valores para encerrarse en el miedo al extranjero y el temor a la pérdida de identidad. Muchos se arrepienten de haber hecho las ampliaciones y no quieren volver a oír hablar de ellas; ni se plantean cumplir las promesas de adhesión a Turquía y ni siquiera son capaces de vislumbrar la adhesión de los países de los Balcanes. Los más de veinte años transcurridos desde la caída del muro de Berlín suponen un margen de tiempo más que razonable para que Europa se hubiera completado, hacia dentro y hacia fuera. Pero la realidad es bien distinta: tras las ampliaciones, hablamos de fatiga de ampliación; tras el fallido proceso constitucional, de fatiga de integración política; tras la crisis del euro, de fatiga económica y financiera. Tras diez años de reformas institucionales y de introspección institucional, el Tratado de Lisboa, que iba a salvar a Europa de la parálisis e introducirla en el siglo veintiuno, es un perfecto desconocido y sus logros, invisibles.
Crisis de valores y miopía política
La gravedad de la actual crisis europea se origina en la confluencia de varias fuerzas centrífugas: el auge de la xenofobia, la crisis del euro, el déficit de la política exterior y la ausencia de liderazgo. Sus temáticas son paralelas, pero se entrecruzan peligrosamente bajo un mismo denominador común: la ausencia de una visión a largo plazo. La consecuencia de ello es que cada diferencia entre los socios, sea del carácter que sea, se convierte en un juego de suma cero, en una feroz pelea donde todo vale con tal de obtener una victoria con la que presumir una vez de vuelta en la capital nacional, por pequeña y dañina para el proyecto común que sea…
El fin de la solidaridad
Se dice que la crisis económica es la culpable, pero no es del todo cierto. El principal riesgo de ruptura del proyecto europeo no proviene de la crisis en sí misma: al fin y al cabo, Europa ya ha estado en crisis en otras ocasiones y ha salido reforzada de ellas. Ante la crisis de los años ochenta, presionados por la pujanza tecnológica de Estados Unidos y Japón, los Gobiernos europeos decidieron dar un salto cualitativo en la integración. Entonces, los líderes europeos visualizaron de forma clara lo que entonces se denominó "el coste de la no-Europa", es decir, la riqueza y bienestar que se podría crear eliminando el conjunto de trabas que ralentizaban el crecimiento económico.
A mayo de 2011, con todo lo serios y difíciles de solucionar que son los desafíos que penden sobre la economía europea (especialmente en cuanto al envejecimiento de la población y la pérdida de competitividad), existe un amplio consenso sobre cómo superar dichos problemas. La cuestión debe entonces buscarse en otro sitio: en la existencia de lecturas irreconciliables sobre cómo entramos en la crisis del euro y, en consecuencia, cómo saldremos de ella. Para unos, liderados por Alemania, estamos ante una crisis que se origina en la irresponsabilidad fiscal de algunos Estados. Ello supone que para salir de la crisis, dichos Estados simplemente tienen que cumplir las reglas de austeridad que estaban en vigor y que ahora han sido reforzadas. Todo ello se acompaña de un sermoneo moralizante y condescendiente, como si el déficit o el superávit de un país reflejara la superioridad o inferioridad moral de todo un colectivo humano. Muchos desean una Europa a dos velocidades, pero no basada en el mérito, sino en los estereotipos culturales y religiosos: en la primera clase, los virtuosos ahorradores de religión protestante; en la segunda, católicos gastosos de los cuales uno no se puede fiar y a los que hay que mantener a raya o, incluso, si es necesario, poner de patitas en la calle.
Esa narrativa de la crisis, que va camino de acabar con Europa, debe ser contestada. Que países tan diferentes como la pobre Grecia y la rica Irlanda, la primera campeona del dirigismo corporativista y la segunda del neoliberalismo y la desregulación, se encuentren en situaciones parecidas obliga a explicaciones algo más sofisticadas. Estamos ante una crisis de crecimiento, lógica en un proceso de construcción de una unión monetaria donde la existencia de una única política monetaria, no complementada adecuadamente por políticas fiscales y de regulación del sector financiero, va generando desequilibrios que se van acumulando hasta provocar los problemas que vemos actualmente. Ante esa tesitura, dado que la unión monetaria se diseñó sin tener en cuenta los mecanismos necesarios para que pudiera capear crisis como la actual, lo lógico parecería discutir cómo perfeccionar dicha unión para que funcionara de forma equilibrada y, como parece necesario, mejorar su gobernanza dotándola de nuevos instrumentos y reforzando la autoridad de sus instituciones.
Pero en lugar de tomar el camino de la profundización de la unión, lo que estamos viendo es la aplicación de una lógica de vencedores y vencidos en la que unos aprovechan la coyuntura para imponer a otros su modelo económico, como si todos los países tuvieran las mismas condiciones y pudieran funcionar bajo los mismos supuestos. La consecuencia de todo ello es que, en ausencia de medidas más ambiciosas, nos instalaremos en un sistema de crisis permanente. Mientras tanto, los ajustes y recortes asociados a los actuales planes de rescate agravarán la crisis que sufren algunos países en lugar de ayudarles a salir de ella.
De seguir así, la Unión Europea acabará siendo para muchos europeos lo que el Fondo Monetario Internacional fue para muchos países asiáticos y latinoamericanos en los años ochenta y noventa: un instrumento para la imposición de una ideología económica que carecerá de legitimidad alguna, pero al que se obedecerá en ausencia de otra alternativa. Puede incluso que funcione, pero esa Europa no será un proyecto político, económico o social, sino simplemente una agencia reguladora encargada de velar por la estabilidad macroeconómica que, con toda razón, sufrirá un grave déficit democrático y de identidad.
Ausente del mundo
Tan grave como la ruptura de los consensos internos es la incapacidad europea de hablar y actuar con una sola voz en el mundo del siglo veintiuno. A pesar de ser el primer bloque económico y comercial del mundo, el mayor donante de ayuda al desarrollo del mundo, e incluso, pese a los recortes, de seguir disponiendo de un muy considerable aparato militar y de seguridad, Europa sigue ejerciendo su poder de forma fragmentada y, en consecuencia, como vemos todos los días, desde las relaciones con Estados Unidos, Rusia o China hasta su actuación en la más inmediata vecindad mediterránea, de una forma sumamente inefectiva. Claro está que ni el poder de Europa es comparable al de una gran potencia ni esta quiere ejercerlo de la manera que lo hacen ellas. El problema está en que Europa no es capaz de actuar unida y ser decisiva ni siquiera en aquellas áreas geográficas más próximas, como el Mediterráneo, donde su peso es o debería ser abrumador, y que tampoco sea influyente ni efectiva en instituciones como la ONU, el G-20, el FMI donde su peso político y económico es enorme. En todas esas instituciones multilaterales, hay muchos europeos, pero poca Europa, y lo que es peor, muy pocas políticas que coincidan con sus intereses…
La rebelión de las élites
Durante años, el proyecto europeo ha avanzado sobre la base de un consenso implícito entre ciudadanos y élites acerca de las bondades del proceso de integración. Ese consenso se ha roto por los dos lados. Por un lado, los ciudadanos han retirado el cheque en blanco que habían concedido a las instituciones europeas para que gobernaran, a la manera del despotismo ilustrado, "para el pueblo pero sin el pueblo". Con el tiempo, el proceso de integración ha tocado las fibras más sensibles de la identidad nacional, especialmente en lo referido al Estado de bienestar y las políticas sociales. El sesgo económico, liberal y desregulador de la construcción europea ha terminado por politizar e ideologizar un proceso que antes se consideraba que debía estar en manos de expertos y burócratas. Pero de forma más sorprendente e inesperada, a esta rebelión de las masas se ha añadido lo que podríamos denominar como "la rebelión de las élites".
Alemania es quizá el ejemplo más claro de este fenómeno. Según una encuesta de mayo 2011, un 63% de los alemanes ha dejado de confiar en Europa y un 53% no ve el futuro de Alemania vinculada a ella. Pero del lado de la élite, las cosas no son muy distintas: mientras que las exportaciones a China están a punto de superar las exportaciones a Francia, el sur de Europa es visto como una rémora que lastra su crecimiento. La memoria del compromiso europeo se desvanece con el cambio generacional: solo 38 de los 662 miembros del Parlamento ocupaban sus escaños en 1989. Sin duda alguna, estamos ante una nueva Alemania. Dado su peso e importancia, cualquier cambio en Alemania tiene un profundísimo impacto sobre construcción europea. Sin embargo, como la característica clave de la nueva Alemania es la desconfianza hacia la Unión Europea, en lugar de, como hizo en el pasado, exportar su confianza a los demás, lo que está haciendo es exportar su desconfianza. Una pieza esencial del motor europeo está pues gripada, sin que exista ninguna otra alternativa para sustituirlo. Francia puede sobrevivir económicamente a la falta de fe alemana, e incluso tapar con Reino Unido los agujeros que Alemania deje en materia de política exterior, pero es evidente que Europa no avanzará sin una Alemania plenamente comprometida con la integración europea.
En ausencia de liderazgo alemán y de alternativas a este, el proceso de integración se deshilacha. Los presidentes de la Comisión, José Manuel Barroso; del Consejo, Herman Van Rompuy, y la Alta Representante para la Política Exterior, Catherine Ashton, vagan perdidos entre la bruma europea, incapaces de articular un mínimo discurso que les ponga en contacto con los europeístas que todavía creen en este proyecto. Solo el Parlamento Europeo se erige ocasionalmente en conciencia moral, levanta diques contra los excesos populistas y xenófobos e intenta hacer avanzar el proceso de integración. Sin embargo, solo unos pocos eurodiputados tienen una voz propia y están dispuestos a volverse contra sus Gobiernos y partidos nacionales cuando es necesario. En Alemania, Francia e Italia, pero también en otros muchos sitios, nos encontramos ante la generación de líderes más miope y entregada al electoralismo: entre ellos, ninguno habla por Europa ni para Europa.
¿Se puede romper Europa?
Cada día que pasa, la sensación de que Europa se resquebraja es más real y está más justificada. ¿Se puede romper Europa? La respuesta es evidente: sí, por supuesto que puede. Al fin y al cabo, la Unión Europea es una construcción humana, no un cuerpo celestial. Que sea necesaria y beneficiosa justifica su existencia, pero no impedirá que desaparezca. Igual que un conjunto de circunstancias favorables llevaron de forma bastante azarosa a la puesta en marcha de este gran proyecto, el encadenamiento de una serie de circunstancias adversas muy bien pudiera hacerla desaparecer, especialmente si aquellos que tienen la responsabilidad de defenderla dejan de ejercer sus responsabilidades. Muchos europeístas comprometidos son conscientes de que el peligro de que Europa se deshaga es real, y están sumamente preocupados por el rumbo de los acontecimientos. Sin embargo, al mismo tiempo, temen que alimentar el pesimismo con advertencias de este tipo pudiera acelerar el proceso de ruptura. Pero cuando día tras día vemos cómo las líneas rojas de la decencia y de los valores que Europa encarna son cruzadas por políticos chovinistas que alientan sin escrúpulos los miedos de los ciudadanos, es imposible seguir mirando hacia otro lado. Viendo la claridad de ideas y la determinación con la que los antieuropeos persiguen sus objetivos, cuesta pensar que el mero optimismo será suficiente por sí solo para salvar a Europa de los fantasmas de la cerrazón, el egoísmo, la solidaridad y la xenofobia que la acechan estos días. Sin una determinación y claridad de ideas equivalente de este lado, Europa fracasará".
En una célebre cita sobre los Estados Unidos, Winston Churchill dijo que podía contarse con que ese país hiciera lo correcto una vez que hubiera agotado todas las demás alternativas. Esperemos que esto se cumpla también en el caso de Europa.
Las diferencias entre el norte y el sur de Europa
"Los países mediterráneos mantienen fuertes divergencias con sus vecinos del norte que explican buena parte de la actual crisis"… – El pecado original del euro: las diferencias norte-sur en la Eurozona (Libertad Digital – 24/11/11)
Cuando hace más de una década, los países europeos comenzaron el camino hacia la moneda única que terminó con la aparición del euro, muchos pensaron que éste era el paso definitivo en la construcción política europea. Durante unos años, pareció que el experimento había funcionado bien: hubo crecimiento, la nueva divisa era una fuente de estabilidad y las reglas comunes parecían haber impuesto una cierta armonización en las políticas europeas.
Sin embargo, la llegada de la crisis lo cambió todo. Las diferencias entre los distintos países de la Eurozona, hasta entonces ocultas, comenzaron a aflorar. Muchos expertos habían alertado de que sería muy difícil mantener la estabilidad en una unión monetaria si no había al mismo tiempo una unificación legislativa y fiscal. Es decir, era necesario armonizar las políticas de todos los jugadores para que nadie pudiese estar tentando de aprovecharse de las buenas prácticas de los demás.
Pero nada de eso se hizo. Ni siquiera el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que fijaba sólo dos reglas comunes, déficit público máximo del 3% del PIB y un límite para la deuda pública del 60%, se cumplió. Alemania y Francia fueron las primeras en saltárselo, cuando entre 2003 y 2005 sus economías sufrieron una pequeña recesión. Luego, muchos otros países decidieron no cumplir con estas normas. La consecuencia es la crisis de deuda pública en la que vive la Eurozona en estos momentos.
Por eso, no es extraño que hayan vuelto a aparecer las voces lamentándose de una unión monetaria realizada sobre bases mucho menos sólidas de lo necesario. Los países del sur de Europa no tenían (y no tienen) el grado de desarrollo económico, las instituciones, la regulación y el convencimiento político y social de que es necesario cumplir con determinadas obligaciones. El 23/11/12, The Economist publicaba un gráfico que en ocho sencillas tablas explica las diferencias entre el norte (Austria, Bélgica, Francia, Alemania, Luxemburgo, Holanda e Irlanda) y el sur de Europa (España, Italia, Grecia y Portugal). Pocas imágenes son más aclaratorias de por qué está pasando lo que vemos cada día en los periódicos.
Básicamente, los ocho pequeños cuadros del gráfico se pueden dividir en dos: desarrollo económico y finanzas públicas.
– Desarrollo económico y legislativo: como puede verse en la primera tabla, los países del sur son sustancialmente más pobres que los del norte. Este hecho se debe a muchas causas (históricas, sociales, etc.) pero también se explica por la rigidez de sus economías e introduce un factor de desequilibrio en las relaciones dentro de la Eurozona. De esta manera, la productividad por hora es mucho mayor en los países ricos (incluso aunque allí la mano de obra es más cara), lo que se traduce en mayor producción industrial, menor desempleo y más inversión en el exterior. También por eso son más eficientes, más flexibles y están mejor preparados para resistir una crisis como la actual.
– Finanzas públicas: las otras tres tablas hacen referencia a la salud de las cuentas de las administraciones. También aquí se puede ver una importante diferencia entre unos y otros. Así, mientras los políticos del sur de Europa han dilapidado el dinero de sus contribuyentes, acumulando una deuda neta que supera el 100% de su PIB (de media, España estará a final de año alrededor del 65-70%). Los países del norte se mantienen en el entorno del 80%. Además, el déficit de los periféricos seguirá este año por encima del 5% (lo que quiere decir que no se han apretado el cinturón tanto como dicen), mientras que el de los vecinos del norte estará en el 3%. No es extraño que los rendimientos de los bonos vayan del 2% de media para unos mientras sobrepasan el 8% para los otros.
Con este panorama, uno de los objetivos de cualquier política que quiera sentar las bases de un futuro sólido para la Eurozona debe ser la armonización. Sería muy difícil para cualquier unión monetaria sobrevivir con unos territorios tan diferentes. Puede que, en este sentido, la crisis sea un proceso doloroso pero inevitable en ese camino de construcción europea que comenzó hace más de medio siglo y que hoy algunos piensan que podría descarrilar.
– Los cuatro escenarios del futuro "Eurocalipsis" (Libertad Digital – 28/11/11)
La zona euro podría sufrir 4 escenarios: rescates a cambio de soberanía; ruptura del euro, con o sin Alemania; y desintegración de la moneda única.
(Por M. Llamas) Lectura recomendada
La situación extrema que vive la zona euro sigue su curso. El riesgo de impago soberano y bancario alcanzó nuevos máximos la semana pasada. Este mismo lunes, tanto la agencia de calificación Moody"s como el banco norteamericano Goldman Sachs destacan en sendos informes la cercanía de un punto de inflexión en el que se dilucidará la continuación de la actual Unión Monetaria en el futuro.
Y es que, desde que la crisis de deuda alcanzó de lleno a Italia y a España el pasado agosto, las autoridades internacionales trabajan a marchas forzadas a fin de adoptar algún mecanismo que permita la supervivencia del euro. No en vano, ambos países son demasiado grandes para ser rescatados a través del Fondo de rescate europeo, por lo que durante las últimas semanas se han barajado, rumoreado y desmentido múltiples opciones para tratar de frenar la sangría y evitar así, al menos temporalmente, la temida ruptura de la zona euro, una especie de Eurocalipsis impensable hasta hace poco.
Gavyn Davies, inversor, ex asesor del Gobierno británico y ex directivo de Goldman Sachs, resume en el siguiente gráfico los cuatro principales escenarios a los que se enfrenta la eurozona a corto o medio plazo:
1. Unión fiscal y rescate masivo
Ésta es la opción a la que se agarran la mayoría de inversores y, sobre todo, acreedores de la zona euro para no sufrir el fuerte impacto de la desintegración monetaria y su efecto arrastre sobre la economía mundial y el sistema financiero internacional.
Según Davies, este escenario se resume en una "rápida" integración fiscal, ajustes y reformas para que los periféricos alcancen sus objetivos de reducción de déficit, y la aplicación de un rescate masivo para otorgar a estos países el tiempo necesario para que hagan los deberes.
El problema en este ámbito es que aún se desconoce el mecanismo concreto de rescate que se acabará adoptando, si es que se adopta alguno. La insuficiencia del actual Fondo de rescate ha obligado a repensar nuevas medidas para mantener en pie a los países más débiles de la zona euro y, aunque el abanico es amplio, casi todas las opciones pasan por la cesión de soberanía nacional y un mayor protagonismo de la banca central. Los distintos planes barajados hasta ahora, tanto de forma aislada como combinada, son los siguientes:
a) Apalancar el actual Fondo de rescate europeo (EFSF, por sus siglas en ingles), con el fin de ampliar su capacidad de préstamos desde los 440.000 millones actuales hasta el billón de euros: la idea consiste en avalar entre el 20% y el 30% de las nuevas emisiones de deuda de países con problemas como España o Italia, y crear un vehículo especial de inversión para atraer inversores. Este refuerzo permitiría, en teoría, comprar bonos en el mercado primario y secundario, dar líneas de crédito preventivas a los países en crisis o recapitalizar bancos.
b) Pedir más ayuda al Fondo Monetario Internacional (FMI): el Fondo ha creado nuevas líneas de liquidez para prestar dinero a países de la zona euro. Para ello, pretende incrementar las aportaciones que realizan sus socios e, incluso, se plantea que el BCE preste dinero al FMI para incrementar sus recursos prestables. Así, por ejemplo, este mismo fin de semana se difundió la posibilidad de que el FMI preste hasta 600.000 millones de euros a Italia, con la ayuda del BCE, para sostener a Roma durante un máximo de 18 meses mientras efectúa las reformas, aunque luego se ha desmentido.
c) Compras masivas del BCE: ésta es una de las opciones más demandadas por la banca, autoridades internacionales y políticos europeos. La idea consiste en que el BCE se convierta en "prestamista de última instancia" de los gobiernos, a través de un nuevo mandato otorgado por Bruselas, monetizando la deuda periférica, es decir, que compre todas o casi todas las emisiones de los países en problemas, ya sea de forma directa o indirecta -en el mercado secundario, como hasta ahora-. Esta es la vía que defienden Francia y los países periféricos, junto a la práctica totalidad de analistas, bancos y gobiernos extranjeros.
d) Rescates a cambio de soberanía: Berlín y París acordaron reformar los tratados fundacionales de la UE para avanzar hacia la integración fiscal y económica de la zona euro. En concreto, Alemania, con el apoyo de otros países fuertes como Holanda y Finlandia, rechazar los eurobonos y aumentar las compras del BCE hasta que, por lo menos, la reforma de los tratados permita monitorizar a los países rescatados.
Precisamente, Europa está registrando un fuerte rally bursátil este lunes al calor de las últimas informaciones que apuntan a que Berlín estaría barajando la creación de una especie de eurobonos "de élite" y la compra masiva de deuda por parte del BCE, siempre y cuando los socios cedan su soberanía económica y fiscal a Bruselas. Es decir, Berlín no descarta -en privado- el rescate masivo, sólo que a cambio de duras y estrictas condiciones.
De hecho, la canciller germana, Angela Merkel, incluye en su propuesta de reforma la posibilidad de quiebra ordenada de países y bancos, sin descartar la expulsión de países del euro, así como la creación de un Fondo Monetario Europeo. Esta idea podría tomar forma en el nuevo Fondo de rescate permanente (ESM), cuya puesta en marcha se baraja adelantar a mediados de 2012.
e) Compras masivas de la FED: es la última idea que circula en las elites financieras. Puesto que Alemania se niega a monetizar de forma inmediata, que sea la propia Reserva Federal de EEUU (FED) la encargada de tal tarea para evitar el colapso de la Unión Monetaria y, sobre todo, su fuerte impacto sobre la economía global y el sistema bancario estadounidense -muy expuesto también a la zona euro-.
2. Salida de los países periféricos
A partir de aquí, todos los escenarios que se barajan en la actualidad supondrían la ruptura de la actual zona euro, de uno u otro modo. En concreto, el segundo escenario consistiría en la salida de uno o varios países periféricos.
Las opciones aquí se resumen en dos: la formación de dos zonas euro (una fuerte y otra débil), la primera formada por los países fuertes del norte (y Francia) y la segunda por los débiles -Grecia, Portugal, España, Italia, y quizás también Irlanda y Francia-. La división en dos de la zona euro ha sido barajada por Francia y Alemania.
Sin embargo, una ruptura ordenada de este estilo es poco probable, según demuestran experiencias pasadas. Según Davies, es "mucho más probable una crisis severa, seguida de la reintroducción de algunas monedas nacionales, tras la cual el euro sería mantenido retenido por el grupo restante de miembros actuales". Es decir, en lugar de una ruptura en dos monedas euro, la salida sería desordenada de forma que los países afectados regresarían a su antigua divisa nacional. Éste es, precisamente, el escenario que baraja de forma creciente el mercado en las últimas semanas (la salida de uno o más países).
Hoy por hoy, Grecia es el socio que cuenta con más papeletas para salir del euro, tal y como reconoce su propio banco central, tras el reiterado incumplimiento de las condiciones impuestas en su rescate. En este sentido, destaca el hecho de que ICAP, la mayor plataforma a nivel global de negociación electrónica de divisas, cuyos principales clientes son los bancos, está preparando sus sistemas para una potencial salida de Grecia de la eurozona y su regreso al dracma. "Estas pruebas se deben a la preocupación de nuestros clientes ante la posibilidad de que un país salga del sistema de la moneda común", aseguró Edward Brown, vicepresidente ejecutivo en desarrollo de negocio e investigación de ICAP.
Pero no es el único. Otras firmas financieras e, incluso, gobiernos como el británico o el alemán están elaborando determinados planes de contingencia ante una posible ruptura de la zona euro, en la que a Grecia se podrían sumar otros países, como Portugal, Italia, España…
3. Salida de Alemania
Pese a ello, tampoco se descarta un futuro abandono de la moneda única por parte de Alemania y otros socios fuertes como Holanda o Finlandia. Los alemanes, y su propio Tribunal Constitucional, se oponen a los rescates soberanos y a la monetización de deuda. Así pues, si el rescate masivo termina generando elevada inflación o pone en riesgo la solvencia de las cuentas germanas, Berlín podría optar finalmente por abandonar el barco comunitario y regresar al marco. En este escenario, el resto de países se mantendrían en el euro, que sufriría una fuerte devaluación respecto a otras divisas, como el dólar o el nuevo marco alemán.
4. Desintegración total
Pero lo más probable es que, sin el sostén de Berlín y otros socios solventes, los restos de la zona euro terminarían en pedazos de forma que los países acabarían regresando a sus monedas nacionales. Es decir, el euro como tal dejaría de existir por completo.
– Europa no es Estados Unidos (Project Syndicate – 29/11/11)
(Por Martin Feldstein) Lectura recomendada
Cambridge.- Europa se debate contra las inevitables consecuencias negativas de imponer una única moneda en un conjunto muy heterogéneo de países. Pero la crisis presupuestaria griega y el riesgo de insolvencia en Italia y España son tan solo una parte del problema causado por la moneda única. La fragilidad de los bancos europeos más importantes, las altas tasas de desocupación y el elevado desequilibrio comercial intraeuropeo (el superávit de 200 miles de millones de dólares en la cuenta corriente de Alemania respecto del déficit combinado de 300 miles de millones en el resto de la eurozona) también son un reflejo del uso del euro.
Los políticos europeos que insistieron en la introducción del euro en 1999 ignoraron las advertencias de los economistas que predijeron que una moneda única para toda Europa traería graves problemas. Quienes abogaban por el euro se centraban en la meta de la integración política europea. Veían la moneda única como parte del proceso de creación de un sentimiento de comunidad política en Europa. Lograron el apoyo popular con el eslogan «Un mercado, una moneda», argumentando que la zona de libre comercio creada por la Unión Europea solo alcanzaría el éxito con una moneda única.
Ni la historia ni la lógica económica prestaban apoyo a esa interpretación. De hecho, el comercio en la UE funciona bien, a pesar de que solo 17 de los 27 miembros de la unión usan el euro.
Pero el argumento principal de los funcionarios europeos y otros defensores del euro ha sido que, como una moneda única funciona bien en los Estados Unidos, también debería hacerlo en Europa. Después de todo, ambas son grandes economías continentales, llenas de contrastes. Pero ese argumento pasa por alto tres importantes diferencias entre los EEUU y Europa.
En primer lugar, los EEUU son en realidad un único mercado de trabajo, donde los trabajadores se mudan desde las zonas con desempleo alto y en aumento hacia sitios con mayor abundancia de empleo. En Europa, los mercados de trabajo nacionales están realmente separados por barreras idiomáticas, culturales, religiosas, sindicales y de los sistemas de seguridad social.
Seguro, algunos trabajadores sí migran en Europa. En ausencia del elevado grado de movilidad presente en los EEUU, sin embargo, el desempleo general solo puede disminuir si los países con alto desempleo son capaces de relajar su política monetaria, una opción que la moneda única impide.
Una segunda diferencia importante es que los EEUU tienen un sistema fiscal centralizado. Las personas y las empresas pagan la mayoría de sus impuestos al gobierno federal en Washington, no a sus autoridades estatales (o locales).
Cuando la actividad económica en un estado de los EEUU se desacelera en relación al resto del país, los impuestos que sus ciudadanos y empresas pagan al gobierno federal disminuyen, y los fondos que recibe del gobierno federal (en concepto de beneficios por desempleo y otros programas de transferencia) aumentan. En líneas generales, cada dólar que disminuye el PBI de un estado como Massachusetts u Ohio dispara cambios impositivos y en las transferencias, que contrarrestan aproximadamente 40 centavos de esa caída y proporcionan un estímulo fiscal considerable.
No existe ninguna compensación comparable en Europa, donde los impuestos se pagan y las transferencias se reciben casi exclusivamente a y de los gobiernos nacionales. El tratado de Maastricht de la UE específicamente reserva esta autoridad para gravar y transferir a los estados miembros, un reflejo de la falta de voluntad europea para transferir fondos a las personas de otros países en la forma en que los estadounidenses están dispuestos a hacerlo entre personas de otros estados.
La tercera diferencia importante es que todos los estados de los EEUU están obligados por sus constituciones a equilibrar sus presupuestos operativos anuales. Mientras que los fondos para los "tiempos difíciles" que se acumulan durante los años de expansión se utilizan para cubrir las caídas temporales en los ingresos, los créditos en forma de "obligaciones generales" que pueden tomar los estados se limitan a proyectos de capital, como carreteras y escuelas. Incluso un estado como California, considerado por muchos como el arquetipo del despilfarro fiscal, tiene actualmente un déficit presupuestario anual de solo el 1% de su PBI y una deuda de obligaciones generales de solo el 4% de su PBI.
Estos límites a los déficits presupuestarios estatales son una consecuencia lógica de la imposibilidad de los estados de EEUU para emitir dinero y cubrir las brechas fiscales. Estas reglas constitucionales evitan el tipo de déficit y problemas de deuda que han acosado a la eurozona, donde los mercados de capital ignoraron la falta de independencia monetaria de los países.
Ninguna de esas características de la economía de los EEUU se desarrollaría en Europa, incluso si la eurozona evolucionara hacia una unión política más explícita. Si bien la forma de unión política impulsada por Alemania y otros continúa siendo imprecisa, no incluiría la recaudación centralizada de ingresos como en los EEUU, ya que eso pondría un mayor peso sobre los contribuyentes alemanes para financiar los programas de gobierno en otros países. Tampoco la unión política mejoraría la movilidad laboral dentro de la zona del euro, superaría los problemas causados por la imposición de una política monetaria común sobre países con distintas condiciones cíclicas, ni mejoraría el desempeño comercial de los países que no pueden devaluar sus tipos de cambio para recuperar competitividad.
El efecto más probable de fortalecer la unión política en la zona del euro sería otorgar a Alemania el poder para controlar los presupuestos de otros miembros y evitar cambios en sus impuestos y gastos. Esta transferencia formal de soberanía solo aumentaría las tensiones y conflictos que ya existen entre Alemania y otros países de la UE.
(Martin Feldstein, profesor de Economía en Harvard, fue presidente del Consejo de Asesores Económicos del presidente Ronald Reagan, y presidente de la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas. Copyright: Project Syndicate, 2011)
– La lenta destrucción de la eurozona (El País – 4/12/11) Lectura recomendada
(Por Tano Santos)
Para aquellos que vivimos fuera de Europa el espectáculo de la erosión de la eurozona produce la fascinación de lo pavoroso, como aquellas olas de cientos de metros que en las películas de catástrofes destruyen ciudades como si estuviesen hechas de mantequilla en vez de cemento. En el origen de la crisis de la eurozona está su liderazgo y sus erráticas decisiones, que han minado de forma progresiva las instituciones sobre las que descansa la moneda única. La destrucción de la eurozona tiene varios componentes pero todos ellos se resumen en una sola palaba: Credibilidad.
Primero, la falta de credibilidad de nuestros líderes europeos, cuyas continuas e inefectivas reuniones han mostrado no tanto las dificultades institucionales de la eurozona, que eran bien conocidas, sino dos cosas: la falta de voluntad política para atacar los problemas con decisión y una grave ausencia de imaginación y liderazgo. Y, ¿por qué eran estas dos cosas tan importantes en esta crisis? Porque la eurozona tiene, como es bien conocido, un enorme déficit democrático y, por su estructura piramidal, depende completamente de la calidad de sus líderes. Las reuniones nunca han producido un plan de ruta factible y creíble y cada una minaba un poco más la confianza de ciudadanos, instituciones y mercados sobre la capacidad de producir una solución desde arriba que era la única que se podía esperar.
Es más, cuando se proponía una solución no se pensaban las consecuencias de la misma más allá de lo inmediato. Por ejemplo, cuando en la ahora olvidada reunión de julio de este año se propuso que hubiese un canje voluntario de la deuda griega en manos privadas por otra con un mayor vencimiento -de tal forma que el canje resultase en una disminución del principal-, al parecer no se consideró con la seriedad debida que el simple anuncio de este canje produciría un contagio a la deuda de otros países periféricos, como fue el caso para España e Italia. No es que una quita de la deuda griega no fuese, y sea, absolutamente necesaria es que había que tener un plan para atajar de raíz el contagio que inevitablemente se iba a producir cuando el mercado infiriese que ésta era la plantilla a seguir en otros casos. No lo había y eso forzó al BCE a intervenir en los mercados de deuda española e italiana con la condicionalidad de todos conocida, y a lo mejor esto era lo que se pretendía desde el principio. Ese plan de aquel lejano mes de julio es ahora papel mojado y ¿para qué? se pregunta uno. Esta falta de constancia y disciplina en nuestros líderes es la causa del escepticismo de los mercados sobre una posible solución a la crisis de la eurozona, que sólo de ellos puede venir.
Segundo, los acuerdos cuando se han producido han minado las instituciones de la eurozona de una forma más sutil pero igualmente grave. En una crisis de solvencia se ha insistido, una y otra vez, en renegociar "fuera" de las instituciones creadas para la resolución de los problemas de solvencia. Esto ha producido una peligrosa incertidumbre legal que ha dañado sobremanera el funcionamiento de los mercados y la capacidad de financiación tanto de soberanos como de entidades financieras.
Por ejemplo, en julio se propuso el canje, a todos los efectos voluntario, de la deuda griega por una garantizada pero con un principal menor. Esta idea, el "canje voluntario", aparece en una y otra reunión de la eurozona y no hace sino ofuscar la cuestión. Se toman acuerdos para el canje que luego no se saben si se cumplirán. Esto introduce en todo este desaguisado un elemento estratégico impredecible pero es más ¿cuál era la necesidad de todo esto? Si Grecia era insolvente podía entrar en quiebra y renegociar con sus acreedores en el marco establecido al efecto por la ley, por muy complicado que fuese el tema desde un punto de vista legal. Por supuesto que había que pensar en las consecuencias de esta quiebra y planificar la respuesta en caso de contagio a la banca y otros países, pero se propone la quita sin realizarla ni hacer preparación alguna; esto parece la peor de las alternativas porque introduce una incertidumbre enorme sin resolver un ápice el problema.
Un segundo ejemplo lo tenemos en Irlanda. La renegociación del estado irlandés una vez que nacionaliza Allied Irish con los tenedores de su deuda subordinada ha de pasar a los anales de las finanzas corporativas como algo digno de estudio: Suponía, a todos los efectos, la completa destrucción del orden de prioridad de los pasivos en caso de insolvencia. El día que eso se hizo se destruyó el mercado de deuda subordinada para muchas entidades financieras en Europa. No es que los tenedores de bonos no deban absorber pérdidas, que por supuesto; es que se fuerza a una parte a absorber pérdidas que corresponden, en primer lugar, a otra, en este caso el capital del banco irlandés propiedad del Estado, y ello, inmediatamente, induce una revaluación de un sinfín de activos cuyos tenedores temen que se les aplique la misma medicina cuando llegue el caso. Una vez más no es que no se deban imponer pérdidas a las partes; es que hay que hacerlo respetando el orden de prioridad entre los pasivos, tal y como establece la ley para casos de insolvencia; al no hacerlo, se produce un incremento de la incertidumbre que impide la negociación y refinanciación de estos pasivos para otras entidades.
Un tercer ejemplo de la destrucción de algo fundamental en cualquier economía como es la estabilidad de los contratos es el caso de los famosos CDS soberanos, los seguros contra la quiebra de los países de la eurozona. Este es un tema algo técnico pero merece la pena desarrollarlo. Estos contratos sólo se satisfacen cuando una agencia encargada al efecto declara lo que se denomina un evento de crédito, que es como certificar que la quiebra del país sobre el que se ha comprado el seguro se ha producido. Por algún motivo, que está por dilucidarse, nuestros líderes han decidido que el evento de crédito no ha de producirse pero sí la quita. Por ello se insiste en el carácter voluntario de la misma. Y ¿qué de las partes que de forma prudente aseguraron sus posiciones en la deuda soberana con la compra de los CDS? ¿No destruye esta estratagema el valor de su posición que ahora se ve expuesta a la doble pérdida del valor del bono y de un seguro ahora inservible? No es de extrañar que muchas entidades hayan decidido simplemente liquidar sus posiciones de deuda soberana. Si el seguro adquirido para compensar las pérdidas es inservible, el riesgo de mantener esos bonos se vuelve demasiado alto dadas las enormes incertidumbres. Hemos conseguido con todo esto no resolver la crisis y destruir el mercado CDS. A toda esta irresponsable destrucción de la arquitectura contractual de la eurozona hay que añadir la falta de liderazgo en los países que han sido el foco de atención de los mercados, siempre detrás de los acontecimientos y con una timidez en las medidas que se han tomado que mostraba claramente que ni entendían la gravedad de la situación ni estaban dispuestos a asumir los costes políticos de las medidas duras que había que adoptar. Al final la pusilánime política económica les ha pasado factura igual que si hubieran tomado las duras decisiones que la situación requiere pero, además, deja a nuestros países en una situación insostenible.
Por último, el Banco Central Europeo (BCE), que tiene mucha credibilidad en lo que menos necesitamos y poca en la dimensión necesaria. Obsesionado como está con la inflación, el BCE tiene una credibilidad enorme sobre la estabilidad de precios, lo cual es peligroso dado que el escenario posible en Europa durante los próximos meses es deflacionario; si es así, el BCE va a tener muchas dificultades para combatirlo, tema éste que merece discusión aparte. La credibilidad que se necesita ahora es la de un BCE dispuesto a atajar la crisis de liquidez de determinados países y que rápidamente se puede convertir en una crisis de solvencia si los diferenciales se mantienen elevados por un periodo extendido de tiempo. Así, si el BCE iniciase una compra masiva de deuda de los países con problemas de liquidez, ¿tendría confianza el mercado en que la política continuase en presencia de adversidades? Probablemente no. Las convulsiones de la eurozona no van a terminar hasta que se inicie un proceso de profundización racional de sus instituciones, que por cierto no tienen por qué incluir, por ahora, una unión fiscal. Mucho se puede hacer sin ella pero sobre lo que es necesario hacer para reconstruir nuestra dañada unión monetaria escribiré en una futura ocasión. Sólo esto: Cuanto más esperemos más habrá que hacer.
(Tano Santos es director de la cátedra David L. and Elsie M. Dodd de Finanzas de la Escuela de Negocios de la Universidad de Columbia e investigador de FEDEA)
Abanderados hipócritas
"Las dos locomotoras de la Unión Económica y Monetaria tienen el récord de falta de compromiso a la hora de cumplir con los objetivos anuales de déficit y de deuda"… Alemania y Francia, líderes en Incumplir (El Economista – 23/1/12)
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