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Una cultura de la (des)memoria (página 2)

Enviado por Mario Alberto Geller


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Puesta en servicio.

Podría designarse con esta expresión algo irreverente un tercer estadio de la vida del pasado en el presente, que es su instrumentalización con vistas a objetivos actuales. Tras haber sido reconocido e interpretado el pasado será ahora utilizado. Así proceden las personas privadas que ponen el pasado al servicio de su necesidades presentes, pero también los políticos , que recuerdan hechos pasados para alcanzar objetivos nuevos."

y agrega:

"El trabajo de un historiador es inconcebible sin una referencia a valores."

Tal vez sirva como ejemplo la polémica desatada en su momento con el nombre asignado a una sala de nuestra Biblioteca Nacional.

Me remito, entonces, a un comunicado de prensa del ARI [02]:

"El presidente de la Comisión de Derechos Humanos, Garantías y Antidiscriminación de la Legislatura porteña, Facundo Di Filippo, propuso que el presidente Néstor Kirchner imponga el nombre de Rodolfo Jorge Walsh (1925-1977) a la sala de la Biblioteca Nacional denominada Gustavo Martínez Zuviría (1883-1962)."

  En el mismo se detalla lo siguiente:

"Di Filippo recuerda en los fundamentos de su iniciativa que Martínez Zuviría  fue un político, funcionario y novelista ‘admirador del nazismo y propagandista de esa ideología de terror y muerte’ que ‘se destacó por su antisemitismo’".

"Incluso recuerda que Martínez Zuviría, como ministro de Educación del gobierno de facto del general Pedro Ramírez, ‘se dedicó a perseguir y cesantear docentes’, además de crear una comisión para ’salvaguardar la pureza del idioma’ que, entre sus primeras medidas y por órdenes suyas, prohibió numerosos tangos y obligó a cambiar la letra de muchos otros".

"Luego advierte que ‘la frase "Nunca Más", que sirvió de título al informe de la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas, no sólo resume el enérgico repudio de la ciudadanía a la dictadura militar que imperó a sangre y fuego en nuestro país entre 1976 y 1983, sino que, fundamentalmente, significa el compromiso de mantener viva la memoria  en aras de la verdad y la justicia para que ningún crimen de lesa humanidad quede impune’".

"Pero la memoria -añade Di Filippo-  no puede quedar circunscrita a aquel período de terror y muerte que enlutó a los argentinos, ya que es indispensable para la consolidación y profundización de nuestro sistema democrático desterrar todo vestigio de expresiones o actos que hayan implicado, o bien alentado, acciones de represión ilegal, discriminatorias, xenófobas y/o racistas".

Luego de hacer referencia a la gestión del actual presidente Kirchner explicita lo siguiente:

"’Esa línea política de mantener viva la memoria y de desterrar vestigios de actos que violentan la conciencia universal se reflejó nuevamente el 24 de marzo pasado cuando el presidente Kirchner, flanqueado por su gabinete de ministros y acompañado por una delegación de las Madres de Plaza de Mayo, descubrió una placa en el Colegio Militar de la Nación en  memoria de los soldados conscriptos detenidos-desaparecidos de esa institución castrense’, añade el diputado Di Filippo".

"Pero a continuación destaca que la imposición del nombre de Martínez Zuviría a una de las salas de la Biblioteca Nacional fue decisión del entonces presidente Carlos Menem ‘pese a que muchas organizaciones representativas, dirigentes políticos, legisladores y entidades de derechos humanos la repudiaron porque, de esa manera, se rendía homenaje a quien se destacó por su filiación pro nazi y su antisemitismo’".

"Pero, más allá de las consideraciones sobre el desempeño de Martínez Zuviría como funcionario público y como literato, lo concreto es que en sus escritos -subraya el legislador del ARI- justificó los pogroms con frases como ‘y ésta es la razón de que en todos los pueblos el grito de ´Muera el judío´  haya sido siempre sinónimo de ¡Viva la Patria!’ o bien ‘el judío es un poderoso factor antinacional’,sumergido (el judío) en un ambiente cristiano resulta insocial, inasimilable y revolucionario’, ‘el sufragio universal es una herramienta judía’, entre otras de similar tenor".

Finalmente agrega:

"’No se trata de abundar en las profundas diferencias literarias y políticas entre Walsh y  Martínez Zuviría, sino de una reparación histórica por parte del Poder Ejecutivo Nacional para mantener viva la memoria y para que ‘Nunca Más’, como bien se destaca en el Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el menosprecio de la dignidad humana origine actos de barbarie ultrajantes para la conciencia universal’, advierte en el tramo final de los fundamentos el diputado del ARI".

¿Pero quién fue este representante de la cultura oficial? ¿Cuáles son sus "méritos" literarios?. Al respecto nos dice Estela Eurasquín [03]:

"Mientras que Gálvez apela formalmente al patriotismo en Este pueblo necesita…, Martínez Zuviría expresa su posición en el mismo sentido a través de sus ensayos publicados, entre 1931 y 1934. Estos escritos, agrupados bajo el título «El becerro de oro» reaparecerán en su libro Nave, oro, sueños, impreso en 1936.  En su análisis de la crisis económica mundial Martínez Zuviría concluye que la culpa la tienen quienes acaparan el oro: «¡Ay! Los que primero sintieron venir la ola de pánico son los únicos que ahora poseen el oro, y lo esconden o lo guardan bajo siete llaves, justo premio a la prudencia, tal vez al egoísmo o a la astucia» (N.O.S: 300-301). En este libro de ensayos, los judíos no son explícitamente mencionados. En cambio, en su novela El Kahal-Oro, Wast explica que la crisis se debe a una conspiración judía que pretende acaparar el oro del mundo para… destruir vengativamente a los cristianos. Según Hugo Wast, la aparición de las ideologías modernas, como el socialismo y el comunismo, enemigas de la Iglesia católica, es una prueba contundente de la acción devastadora de los judíos. La ciencia económica, fundamentada en el materialismo dialéctico -creación del judío, Karl Marx– es una de las armas que emplean los siniestros conspiradores (K.O: 23)"

.…

"Martínez Zuviría, por su parte,, hace un llamando en sus ensayos y en su novela Kahal-Oro, al pueblo (católico) para combatir sin descanso la amenaza judía. Se trata de un combate «por la fe, por la familia, por la patria»".

"Para esta concepción, el Otro no es simplemente diferente sino que es lo opuesto, la negación del YO ideal. El Otro es el enemigo maléfico que se debe destruir o tratar de redimir, mediante la conversión, de la condena eterna, hacia donde marcha inexorablemente porque no sigue el buen camino, el único posible".

"Para Hugo Wast, profundamente antisemita, el extranjero Judío representa al Anticristo que se propone destruir el mundo cristiano y que por supuesto actúa de manera embozada en Argentina (que él llama futura Babilonia)".

Podemos acercar, también, los comentarios del historiador Daniel Lvovich [04] quien haciendo referencia a Martínez Zuviría nos dice:

"- Del libro de Wast, Kahal-Oro, que es una adaptación argentina de uno de los folletos más célebres de la demonología antisemita como Los Protocolos de los Sabios de Sion. El argumento favorito de los defensores de Wast es que su libro fue prohibido en la Alemania nazi, lo cual es cierto. A partir del año ‘41 fue prohibido en Alemania. ¿Por qué? Wast, como buena parte de este sector, entendía que la forma de terminar con el problema judío era la conversión en masa al catolicismo y no el exterminio. Esta fue la causa por la que a partir del ‘41 en Alemania, cuando comienza el exterminio sistemático, consideran que es una obra demasiado blanda. Esto no impidió, como señala entre otros Roland Newton, que el libro de Wast fuera distribuido por la embajada alemana antes del ‘41 en la Argentina y en otros países latinoamericanos junto a los Protocolos y otras obras antisemitas clásicas como material de difusión. Es una polémica que no ha terminado. Wast era el novelista más popular en ese momento. Según dice Manuel Gálvez, era el único escritor de la Argentina que podía vivir de sus derechos de autor. Sus obras tenían una tirada muy importante. Pero además era el escritor católico por excelencia, con un fuerte respaldo. Y Kahal-Oro tuvo una difusión enorme. Hasta su última edición, que es anterior a la ley antidiscriminatoria, creo que tuvo 24 o 25 ediciones, son decenas de miles de ejemplares. Por supuesto, Wast negaba ser antisemita, y decía "defenderse" de la agresión "judía". Era un hombre polémico. La escuela de periodismo de Santa Fe se llama Gustavo Martínez Zuviría, que era su verdadero nombre, la hemeroteca de la Biblioteca Nacional también lleva su nombre y cada tanto hay escaramuzas para cambiárselo".

Que se trata de una polémica que ha tenido su historia lo pone de manifiesto, por ejemplo, este titular del diario "El Día" de La Plata [05]:

Denuncian libro antisemita en la exposición católica

"Se llama `El Kahal-Oro’, lo escribió Gustavo Martínez Zuviría en la década del '30 -con el seudónimo de Hugo Wast- y su presencia en los stands de la IV Exposición del Libro Católico de La Plata desató una tormenta. Todo comenzó cuando algunos de los asistentes a la muestra denunciaron la presencia del libro ante el Concejo Deliberante subrayando su naturaleza antisemita. Las denuncias motivaron que se elaborara en ese cuerpo un proyecto de repudio a la presencia de esa obra en la mencionada feria, en cuyos fundamentos se destaca que el prólogo contiene ‘algunas de las peores páginas del antisemitismo argentino, que violentan el espíritu de la Ley Antidiscriminatoria (23.529)’. Los organizadores de esta exposición bibliográfica, por su parte, niegan que se trate de un libro antisemita y proclaman a su vez que el repudio es ‘otra expresión de discriminación contra este escritor católico cuya obra ha sido sistemáticamente perseguida en los últimos años’. Así opinó el presidente del Comité Ejecutivo de la muestra, Manuel Outeda Blanco, quien negó que Martínez Zuviría -que ayer fue homenajeado en el marco de la exposición con motivo de cumplirse el 40 aniversario de su muerte- fuera un ‘escritor antisemita’.

LA REACCIÓN EN EL CONCEJO

El proyecto presentado en el Concejo Deliberante -y que lleva la firma de Edgardo González (ARI), Alejandra Sturzenegger (Acción por la República), Claudio Frangul (UCR), Iván Maidana (Frepaso) y Moira Carriquiriborde (ARI)- aclara que no pretende empañar ‘la magnitud de un evento tan significativo para la Iglesia de nuestra ciudad, como es la IV Exposición del Libro Católico’, pero enfatiza su repudio a la obra y especialmente a su prólogo. Firmado bajo el seudónimo de Hugo Wast, El Kahal-Oro es una de las muchas novelas escritas por Gustavo Martínez Zuviría, un escritor católico de gran repercusión en la Argentina entre los años 1920 y 1940 y que llegó a ser ministro de Justicia e Instrucción Pública durante el gobierno del general Ramírez en 1943, función desde la cual impuso la enseñanza religiosa en las escuelas públicas. Así lo explica Daniel Lvovich en un trabajo publicado por el Centro de Investigaciones Sociohistóricas de la facultad de Humanidades de La Plata (Cuaderno Nº 5, del primer semestre del '99), titulado ‘Una Mirada sobre el antisemitismo de la década de 1930: El Kahal-Oro de Hugo Wast y sus comentaristas’. ’El Kahal’, según la definición que da el mismo autor en el prólogo del libro, es ‘la autoridad que desde las sombras gobierna a los judíos’. Autor de numerosas obras para jóvenes, Martínez Zuviría -según destacan los concejales- bregó para eliminar el lunfardo de la radio, los tangos y los guiones de la película de Niní Marshal. La edición del Kahal-Oro expuesta y a la venta en la Exposición del Libro Católico es del año 1984 y contiene el polémico prólogo, que se atribuye al autor y que según el mismo Lvovich ‘fue publicado también de modo autónomo bajo el título 'Buenos Aires, futura Babilonia', en el que Wast demuestra, en un ensayo que respeta escrupulosamente las normas de la erudición, la peligrosidad del plan judío para el dominio del mundo, desplegando para ello argumentos políticos, económicos y teológicos’.

FRASES DEL PRÓLOGO

En ese prólogo, fechado el 22 de abril de 1935, según puede leerse en la edición que se vende en la muestra platense, hay frases como las que siguen:

• "…releyendo la historia, penetrando hasta en los tiempos más remotos, observamos este hecho singular: en todas partes el judío aparece en lucha con la nación en cuyo seno habita". • "…podemos decir que si el odio al judío es anticatólico, porque debemos amarlo como a prójimo, el odio a las doctrinas de la Sinagoga, autoridad civil y religiosa del judaísmo, que persigue la destrucción de la Iglesia Romana y pretende establecer en todo el mundo el imperio de su espíritu abolido por Cristo y el dominio del oro, instrumento de opresión de los pueblos, ese odio, mejor dicho, ese toque de somatén contra la Sinagoga, es auténticamente católico". • "Recojamos esta preciosa confesión: el judío es un poderoso factor antinacional (…) Sumergido en un ambiente cristiano resulta insocial, inasimilable y revolucionario". • "Sin pronunciarme sobre la insoluble cuestión de la autenticidad de Los Protocolos (por Los Protocolos de los Sabios de Sion), me limitaré a decir que con buenas palabras los judíos alegan que son falsos; pero con hechos todos los días nos prueban que son verdaderos". • "En muchos pueblos ya se está librando la gran batalla financiera, que primero conduce a la crisis, luego a la guerra y finalmente a la Revolución. El judío la fomenta, la dirige, la subvenciona y cuando ha hecho tabla rasa del Estado Cristiano, la sofoca y se instala en el Capitolio vacío a gobernar bajo la inspiración del kahal, precursor del Anticristo". • "Y ésta es la razón por la que, en todos los pueblos, el grito contra el que se ha levantado la voz de los Papas '¡Muera el judío!' haya querido ser sinónimo de '¡Viva la Patria!'". • "Hace muchos años (…) escribí una novelita con el título 'El judío' para una revista española. Me la devolvieron sin publicarla y me dieron como razón de no aceptarla que la obrilla defendía a los judíos (…) No se me ocurrió pensar que aquella prevención (…) podía tener motivos que aún ignorábamos en la Argentina". DETALLES DE LA OBRA

Publicado por primera vez en una edición en dos tomos en 1935, El Kahal y Oro son dos obras en las que se distribuye el relato de una misma novela. El libro, cuyas primeras ediciones (de 14.000 y 10.000 ejemplares) se agotaron rápidamente, sumó 24 ediciones en la Argentina, la última de ellas, en 1984. Hasta la 21º, había vendido 101.000 ejemplares y despertado fuertes polémicas. Así lo indica Lvovich en su trabajo, en el que destaca que se trata de una ‘novela de tesis’ (vale decir que pretende presentar como real la situación de fondo que relata) y que afirma que ‘aunque resulta imposible comprobar el impacto de El Kahal-Oro como instrumento de difusión de mitología antisemita, se han señalado algunos indicios que pueden contribuir a la comprensión de su efectividad. El repaso de las fuentes sobre las que Wast construyó su obra permiten que la consideremos un intento de traducción al contexto argentino de los tópicos del antisemitismo europeo, cuya lectura a manera de ensayo se veía favorecida tanto por los procedimientos desplegados por el autor cuanto por la interpretación realizada por la mayor parte de sus comentaristas’. DEFENSA DEL LIBRO

Los organizadores de la feria, en tanto, sostienen que el libro es una obra de ficción, que no puede ser considerado antisemita -como tampoco a su autor- y afirman que retirar el libro de la feria sería un acto discriminatorio: ‘Un católico no puede ser antisemita, porque pregona el amor al prójimo. Y Gustavo Martínez Zuviría era profundamente católico y tenía amigos judíos. Es increíble que se considere antisemita a este libro que fue prohibido en la alemania nazi’, dice Outeda Blanco, presidente del Comité Ejecutivo de la Exposición, quien sostuvo además que ‘desde hace 25 años este libro se vende en la feria del libro católico sin que se presentaran problemas. Lo que sí es sistemático es el ataque hacia la obra de Martínez Zuviría, un escritor que por sus méritos literarios debería tener un reconocimiento comparable al de Ernesto Sábato’. Outeda Blanco afirmó que ‘entre las situaciones de discriminación que nos tocó vivir en torno a este tema se cuenta el cambio temporal del nombre de la hemeroteca de la Biblioteca Nacional (de Martínez Zuviría a Ernesto Sábato) y el secuestro de la obra de este autor hace unos años. A eso hay que sumarle todas las blasfemias contra Cristo, la Virgen y el Santo Padre que estamos acostumbrados a ver en todo tipo de libros’. Por su parte, Víctor Funes, que conoció a Martínez Zuviría y ayer participó de una mesa redonda en su homenaje en el marco de la feria, indicó que ‘este prólogo no aparece en las últimas ediciones del libro. Pero Martínez Zuviría, a quien conocí, no era antisemita aunque podía ser crítico de algunos aspectos del judaísmo’".

Entonces, es quizás necesario, recurrir a una voz contemporánea a Martínez Zuviría, César Tiempo [07]:

"Consecuente con el desinterés que anima toda su producción, administrada por él mismo ‘para evitar filtraciones de editores poco escrupulosos’, sin proponérselo, centró su fusible novelón con un tema, actualizado por la barbarie hitlerista, que estimulase la venta entre los núcleos de gente afectada por el libelo y buscando que su ardua circulación fuese lubrificada por aquellos cuya política antijudía y anticristiana encuentra entre nosotros un fácil y estentóreo vocero".

"Ahora podría recordárseles la actitud de Federico Nietzsche, su filósofo genial, yendo a golpear a la puerta del insigne historiador Jacobo Burkhardt, en Basilea, el 28 de mayo de 1871, para echarse en sus brazos y llorar amargamente la inminencia de una enorme desgracia: los nuevos bárbaros amenazaban incendiar el Louvre".

"Sesenta y cuatro años más tarde, ante sucesos de idéntica filiación que enlutan al mundo civilizado, el director de la Biblioteca Nacional publica un libro de más de seiscientas páginas para justificar ese ludibrio, océano de por medio. Toda la prédica de Goebbels, de Streicher, de Goering, de Ley de Rosenberg, orates cuya peligrosidad puede determinar el más somero examen psiquiátrico y que amparados en su impunidad todopoderosa lanzan a sus esbirros sobre una colectividad imbele, halla eco prolijo en el descendiente del liberalísimo Facundo Zuviría, que ha ido a plagiar, para fondo de su novela, un episodio del que se hizo eco la prensa reaccionaria europea en las circunstancias del proceso Dreyfus".

"¿Qué hace, entretanto, el ocupado y despreocupado director de la Biblioteca Nacional, a quien el Estado destina una gruesa parte de sus recaudaciones para que dirija un establecimiento que debe servir de blasón a la cultura del país? El director escribe implacablemente en las habitaciones que ocupa con su familia en el mismo recinto de la Biblioteca. El director nutre su infatigable ambición de cultura con los dos libros básicos del mundo moderno: ‘Los Protocolos de Sión’ y ‘El Judío internacional’, atribuido a Henry Ford. Sobre el primero ha sido demasiado elocuente el veredicto del tribunal de Berna, considerándolo una burda superchería inmoral, para que insistamos en su examen. Además, hombres insospechables de parcialidad en este caso, como Leopoldo Lugones, Pío Baroja y Gustavo J. Franceschi, han repudiado explícitamente esa indigna mistificación. En cuanto a ‘El Judío Internacional’, el mismo Henry Ford rectificó todas sus afirmaciones antisemitas e hizo pública una declaración que registraron los diarios más calificados de los Estados Unidos y fue reproducida aquí por la prensa libre. El director, pues, lee y escribe. En un hermético texto alemán ha descubierto la existencia del Kahal. El pueblo judío ignora su existencia, por supuesto, porque sólo deben conocerla las castas privilegiadas. Es decir, la aristocracia judaica, que ha desterrado los sanhedrines para sustituirlos por las kehilas y le ha pasado el santo al curioso director. El agente oficioso bien pudo ser el mismo polaco que adulteró toda la papelería que ha servido de base para la legislación represiva del extremismo, papelería llena de groseras y flagrantes adulteraciones, que luego fue a ofrecer en venta a un alto dirigente socialista. Gracias a esa información fidedigna, a sus lecturas del Talmud en el original arameo, dialecto babilónico que el director domina tan perfectamente como el castellano que no se percibe en sus libros, y a sus valiosas exégesis de la Biblia y el Corán, el funcionario –que no funciona– se dispone a salvar el país del peligro judío".

"Primero averigua si un libro que trate ese tema puede venderse en gran escala. Le informan que sí. Así lo confiesa el redactor de un ‘magazine’ que lo entrevista, redactor que lo primero que observa, deslumbrado, al ponerse en contacto con el director desdoblado en novelista, es ‘no ver una gran cabeza que contenga un cerebro voluminoso’. Desde entonces la lámpara de su escritorio permanece encendida noche y día. Sus trece hijos –el director no es un malthusiano, que digamos– se deslizan sigilosa y medrosamente por los corredores de la casa sin atreverse a turbar el trabajo ciclópeo del escolimado progenitor. Los estudiosos se desesperan abajo reclamando los libros que no se encuentran ni por casualidad en la Biblioteca. Los empleados imponen silencio con el índice sobre la nariz. El señor director escribe. Los ordenanzas le echan aceite a los zapatones rechinantes y se desplazan con la imperceptible lentitud de un deslizamiento geológico. Al señor director le han dicho que un judío talmudista jamás consiente en dormir a oscuras. (Pág. 288 de "El Kahal"). Él tampoco lo hace; pero no es para ajustarse a la costumbre de un pueblo que no ama, sino porque ve poblado su sueño con los fantasmas que su imaginación va creando. Al revés del conde Ugolino, teme ser devorado por sus propios hijos. Entre las escasas cosas que ignora no sabe que el mayor índice de alienados se registra entre los hombres dedicados a las especulaciones positivas, los hombres de ciencia, los matemáticos y los jugadores de ajedrez. (Ver Chesterton y Novoa, entre otros). Es decir, que los que usan la razón se encuentran infinitamente más expuestos que los que se deleitan con los escarceos curvilíneos de la imaginación. No tiene por qué temer el chaleco de fuerza nuestro director".

"Pero él ha sudado para acumular cargo sobre cargo, y es necesario que ese esfuerzo quede registrado en la historia. Ha llamado a un fotógrafo. Se ha hecho retratar la mano y la lapicera automática con la que él solo, sin más ayuda que su vastísima ilustración hebraica, filosófica, política y económica, realizó el engendro. Pasen a verlo. La mano que se exhibe en las vidrieras de algunas librerías, a primera vista, parece que sirvió de modelo al dibujante que pintó la cabeza de la serpiente que decora las carátulas de su libro. Es delgada, viscosa y serpeante. Es digna de un museo. (Inmediatamente acude a la memoria aquel episodio que narrara en una revista popular un difundido periodista. Cuando el director de la Biblioteca Nacional fue a visitar el Jardín Zoológico de Londres, el guardián no salía de su asombro al informarle que aquellas trece criaturas que lo acompañaban eran hijos suyos. Enseguida le manifestó el director que tenían enorme interés en ver a un célebre ejemplar de chimpancé y le rogaba lo acompañase hasta la jaula. ‘De ninguna manera’, le respondió el guardián. ‘Ustedes se quedarán aquí. El que va a tener un enorme interés en ver a ustedes va a ser el chimpancé. Y voy a buscarlo para que los admire.’)".

"Al lado de la mano puede verse una página autógrafa. En ella el director ha escrito, con esa misma mano y con esa lapicera jupiterina, los pensamientos cardinales de su novela. Pero el genio se rectifica constantemente. Claudio Bernard le ha enseñado a no mecerse al viento de lo desconocido en las sublimidades de la ignorancia. Y allí donde ha puesto: ‘lo que hace más odioso al pueblo judío’ ha trazado una raya elegante, precisa, tenue, substituyendo el adjetivo ‘odioso’ por uno menos herético. Ha escrito ‘antipático’".

"Para el señor director de la Biblioteca Nacional, miembro de la Academia Argentina de Letras 07.6] , miembro del Pen Club, miembro de la Comisión Nacional de Cultura, ex diputado nacional [07.7] , ex Gran Bonete del Congreso Eucarístico del año 34!, el pueblo israelita es un pueblo antipático. En las 626 páginas de su novelón (un novelón muy curioso, en el que el Rosch del Gran Kahal es al mismo tiempo presidente de la Compañía Telefónica –imagino que el circunspecto director no habrá querido pintarnos al presidente de la Junta del Empréstito Patriótico– que maneja centenares de millones de pesos y que termina enamorándose de una pobre muchacha a quien conoce a través de sus colaboraciones literarias en un diario ‘con suplemento’, en esas páginas nos dice cómo debe reaccionar un espíritu culto ante la invencible antipatía del pueblo israelita. El señor director no se contenta con darle la espalda, con negarle el saludo, con no pagarle el boleto del ómnibus. Él sabe que ahora no hay genios sino entre los judíos (pág. 217). Sabe que el judío argentino no es el personaje antipático que han caricaturizado los escritores europeos. Por de pronto, no es mezquino, afirma. ‘Nosotros conocemos otros pueblos que son característicamente cicateros y miserables. El judío, no. Cuando es pobre es económico hasta el heroísmo. Pero cuando rico es generoso y gran señor como nadie’, dice en las páginas 31 y 32 de su libro.

"Pero algo de malo han hecho para que a fjs. 235 haga decir a uno de los personajes, por supuesto judío: ‘Este pueblo –se refiere al argentino– ha vivido hasta hoy en una extrema abyección, porque hemos logrado infiltrar en sus leyes los tres principios de nuestra política: en lo económico, la doctrina del oro; en lo político, el sufragio universal; y en lo religioso, el ateísmo de Estado con sus sabrosos frutos: la enseñanza laica y el descanso del sábado, en vez del jueves’. Claro que lo de la doctrina económica ofrece blancos a la discusión, pues los israelitas han inventado la letra de cambio y no el patrón oro como puede verse en Stanley Jevons, en John Loccke y en V. Fallón [07.8] . Y hasta en un reciente discurso radiotelefónico de don Leopoldo Lugones, cuya sabiduría nadie discute. Lo del sufragio universal importado por el judío Roque Sáenz Peña ya es más difícil rebatirlo, y lo del sábado hebraico, transmutado en sábado inglés, habría que hacer interponer una tercería de dominio al gobierno de la Gran Bretaña, cuyas consecuencias son difíciles de vaticinar. Son, pues, los israelitas antipáticos y no son antipáticos. Son unos genios y al mismo tiempo son unos sinvergüenzas, ya que han logrado imponer el descanso del sábado, impidiendo que el señor director tenga abierta la Biblioteca para que los incautos lectores vayan a estrellar su curiosidad contra los muros impenetrables de los catálogos. (Por transposición podría aplicarse a los argumentos del señor director una exquisita metáfora de la que es autor convicto y confeso y que ilumina la página 14 de ‘Oro’: ‘se desmoronan como un merengue bajo la pata de un elefante’ [07.9]" .

"El señor director ha escrito un libro, se ha hecho fotografiar la mano y la lapicera automática, ha barajado estadísticas, libros fundamentales, teogonías, historias de las religiones, como un filósofo, como un investigador y como un demiurgo. Y ha encontrado una única solución. ‘Es una monstruosidad’ –dice, citando a Cadmi Cohen, olvidándose que en la pág. 256 afirma por su cuenta que ‘cuando se dice dos veces la misma cosa es porque ya no es tan cierto como cuando se decía una’– es una monstruosidad vivir durante dos mil años en rebelión permanente contra todas las poblaciones ‘donde se vive’, e insultar a sus costumbres y a su lengua y a su religión, por un separatismo ‘intransigente’, y agrega de su cosecha: ‘Admiremos este patriotismo forjado como una coraza con dos metales indestructibles: la nacionalidad y la religión’ [07.10] . Claro que San Pedro ha afirmado que todos somos extranjeros en este mundo. El señor director todavía no lo ha leído a San Pedro. Él lee los Evangelios en su texto original, y en la Biblioteca que dirige no ha podido encontrar un solo ejemplar de los mismos. Hace, además, a lo largo del engendro, cinco o seis citas del Antiguo Testamento para dejar mal parados a los israelitas y se olvida que el Libro de los Libros tiene sólo allí 33.214 versículos y 593.493 palabras que son una fuente inagotable de poesía y de sabiduría. Pero el señor director quiere salvar al mundo. Y entonces, desoyendo la subcutánea admiración que profesa al pueblo elegido, aconseja soluciones heroicamente generosas. El pueblo israelita es, para él, un pueblo sin remedio. El pueblo de la dura cerviz. Ni la dispersión, ni la asimilación, ni la conversión podrá doblegarlo. ¿Qué remedio propone entonces el evangélico director de la Biblioteca Nacional, que se hace retratar la mano y el estrecho ángulo facial? Uno, muy sencillo y muy práctico: el exterminio. Así, lisa y llanamente: el exterminio, la matanza, el degüello. ‘Y ésta es la razón, dice textualmente en la página 34, de que en todos los pueblos, el grito de MUERA EL JUDÍO haya sido casi siempre sinónimo de VIVA LA PATRIA’. Yo no sé si el cardenal de Munich, monseñor Faulhaber, pensó en el señor director cuando dijo, transido de coraje: ‘No debemos olvidar que en las venas de nuestro Salvador no corrió sangre germana. Y tampoco debemos olvidar que no hemos nacido como cristianos, sino que hemos renacido como cristianos’. Y añadió con toda la autoridad de su investidura y todo el valor de un hombre que exponía su vida por su verdad en medio de la borrasca: ‘La historia nos enseña que Dios castiga siempre a los que persiguen a su pueblo elegido, el pueblo judío. El 30 de junio de 1934 el Dios de Israel castigó a cierto número de sus perseguidores. ¿No veis, hermanos católicos, que ese suceso, aparentemente tan incomprensible, nos revela la mano de Dios? Tenemos que respetar a los judíos, que han dado al mundo el don más grande y más preciado, la Biblia. Jamás debemos tratar de exterminar, mediante persecuciones, a ese viejo pueblo, el más viejo de todos. Enseñad a vuestros hermanos que el odio racial es lo más abominable en nuestra vida. Contad a todos los que habitan en vuestras casas quiénes son, en realidad, los judíos. Destruid el terrible prejuicio contra el gran pueblo que inmerecidamente tanto ha sufrido ya. Arrepentíos, oh católicos, si habéis hecho algún mal al pueblo de Dios, el pueblo judío’".

"El señor director de la Biblioteca Nacional hace caso omiso de esa voz ilustre y pide el retorno de Torquemada, la cachiporra y el tifus exantemático. (Esta no es una broma: en las profecías que cierran el volumen el autor anuncia una vasta epidemia que terminará con todos los réprobos). El señor director quiere atajar el advenimiento del ‘Anticristo’ como si se tratara de detener una manga de langostas: golpeando latas y haciendo humo. No sabe que el Mesías se recorta en el porvenir infinito y que su espera ha revestido de poesía, como ya dije, a millares y millares de seres. ‘El hombre, ha afirmado Stefan Zweig elocuentemente, no puede, ni siquiera en el sentido físico, vivir sin ilusiones: su mísero cuerpo estallaría bajo la presión de los deseos y pasiones no satisfechos, no realizados. ¿Cómo iba el alma de la humanidad a soportar la existencia sin la esperanza de algo más elevado, sin las ilusiones de la fe? En vano la ciencia le demostrará incesantemente la puerilidad de sus creaciones divinas; siempre, para no hundirse en el nihilismo, su afán de crear querrá dar un sentido nuevo al universo, pues que ese afán constituye ya en sí mismo el sentido más profundo de toda vida espiritual’".

"¿Pero cómo nos permitimos la herejía de hablar de vida espiritual cuando nos referimos a un libro del señor director? Los hombres prácticos desprecian a los filósofos, dice él mismo en la página 5 de "Oro", novela que debería llevar como acápite la divisa del autor ‘Money’s make to Mary go’, o para decirlo en buen criollo: por la plata baila el mono [07.11]" .

"El señor director se propone exterminar a toda la colectividad porque sabe que su genio proteiforme puede bastar por sí solo a la civilización universal. ¿Cómo se las arreglaría para publicar sus novelones si el judío Otto Mergenthaler no hubiese inventado la linotipo? No lo sabemos. ¿Cómo hubiese hablado a la muchedumbre de feligreses el cardenal Pacelli, en Palermo, si el judío Hertz no hubiese descubierto las ondas de su nombre y el judío Berliner no hubiese inventado el micrófono? No lo sabemos. ¿Cómo se las arreglaría para subsistir el señor director si el judío Voronoff no hubiese inventado el famoso método del rejuvenecimiento, el judío Ehrlich el salvarsán, el atoxil y la diazoreacción, y el judío Wassermann la reacción que lleva su nombre? No lo sabemos. El único en saberlo debe ser el señor director, pero se reserva el secreto para después del pogrom. Él se anima a imitar a Rothschild, a quien le debe Francia la principal red de ferrocarriles, a Ballin, el propulsor de la flota comercial del Reich, a Rathenau, a quien le debe Alemania la industria de la electricidad, a Franck, el propulsor de la industria de la potasa, a Schreiner, el de la industria del petróleo, a Haber, el de la producción de nitrógeno del aire, a Bayer, el del índigo artificial. Él va a inventar también el automóvil de bencina, como el judío Marcus, el electromóvil, como el judío Davidson, el giróscopo, como el judío Popper Lynkeus, la galvanoplástica, como el judío Jacoby, la lámpara de mercurio y el indicador de colores, como el judío Arons, el globo aerostático como el judío Schwarz, y el esperanto como el judío Zamenhof. Él va a revolucionar las matemáticas, la física y la biología, como Einstein, Freud, Lombroso, Adler, Fliess, Semon y Weinninger. Él va a pintar los cuadros y levantar las esculturas de Liebermann, Pisarro, Pechstein, Israels, Kandinsky, Epstein, Pann, Minkowski, Marc Chagal, Jules Pascin, Kisling, Glicenstein, Antokolsky, Aronson y mil otros [07.12] . Él va a componer la música de Mendelssohn, de Meyerbeer, de Offenbach, de Saint Saens, de Korngold, de Daríus Milhaud, de Gustav Mahler, de Halevy, de Goldmarck, de Bizet, de Joachim, de Rossembloom, de Dresden, de Schillinger. Él va a escribir los 39 libros del Antiguo Testamento y las obras fundamentales de la literatura universal debidas al genio judío. ¿Cómo pueden, pues, leer los israelitas y los hombres sensatos de cualquier credo, sin una sonrisa piadosa, la última novela libelista del director de la Biblioteca Nacional? ¿Cómo puede lanzarse seriamente a la calle un novelón de seiscientas páginas, cuyo único mérito reside en las citas de Salomón e Isaías –que no fueron hitleristas, precisamente– y desde cuyas páginas el autor ‘como Saulo, da coces contra el aguijón’? Claro está que el señor director confía en la validez de las afirmaciones del locutor eucarístico que clama a fjs. 301 del libro: ‘No hay pecado que no se perdone. Por los crímenes más desenfrenados que la imaginación pueda concebir; por los delitos más nefandos que el corazón pueda desear’".

"¿Para qué torturarse en tratar dramáticamente un libro y un autor a quienes el olvido y el desprecio tragarán en poco tiempo? Hace poco el telégrafo nos anunciaba la muerte del coronel Alfred Dreyfus, símbolo de un pueblo inconmovible. Su nombre ha ganado ya la inmortalidad, junto con el de Zola, France y Clemenceau, que supieron ponerse a su lado por puro afán de justicia. Cuando la verdad se pone en marcha no la detiene nadie, afirmó el autor de ‘J’Accuse’. ¿Quién se acuerda hoy del capitán Henri, del conde  Estherhazy y de todos los miserables que complicaron a Dreyfus en el proceso, si no para desearles larga vida en el infierno?".

Quizás esta última frase justifique las siguientes líneas que resumen el propio interés de Daniel Chirom de hacerlo [06]:

"El Jabalí publica este texto (el de César Tiempo) por dos motivos sencillos: poner nuevamente sobre el tapete una parte de nuestra historia no muy conocida (o convenientemente olvidada, elija el lector la actitud que prefiera) y por su palpitante actualidad, ya que ‘Los protocolos de los sabios de Sión’ lamentablemente siguen estando en muchos kioscos y librerías de la Argentina".

"Para vergüenza de todos los argentinos, una de las salas de la biblioteca nacional se sigue llamando Martínez Zuviría, homenajeando así a un nazi. Sería una actitud de reparación histórica que este gobierno democrático sacara ese nombre de la sala de un lugar que, como la Biblioteca Nacional, debería ser un faro de  sabiduría, donde confluyan las culturas de todos los pueblos y religiones que formaron este país. En nombre de los derechos humanos y la democracia, las actuales autoridades de la Biblioteca Nacional deben modificar el nombre de Martínez Zuviría que mancha sus paredes, quien, entre otras ignominias, para denigrar al pueblo judío y a la democracia, escribió: ‘el sufragio universal es una herramienta judía’, y justificó los progroms, afirmando: ‘y ésta es la razón de que en todos los pueblos el grito de muera el judío haya sido siempre sinónimo de viva la patria’".

"Martínez Zuviría nos hace recordar a los argentinos las oscuras épocas de intolerancia que vivió nuestra nación. ¿Tendrán las actuales autoridades de la Biblioteca Nacional la valentía de quitar su nombre de una de sus salas o continuarán haciéndose los distraídos? los argentinos lo sabemos: sin memoria no hay verdad, sin verdad no hay democracia y sin democracia no hay derechos ni libertades, sólo oscuridad".   

Y es que como nos recuerda asiduamente Bernardo Kliksberg:

"Es mejor encender una humilde vela que maldecir en la oscuridad".

Referencias bibliográficas

[01] Todorov – Memoria del mal, tentación del bien

[02] Proyectos ARI 2006 – Declaración – Comisión de cultura

Nº de Expediente

3770-D-2006

Trámite Parlamentario

86

[03] Eurasquín – La construcción del Otro: identidad e inmigración en la historia argentina , Amérique Latine Histoire et Mémoire, Numéro 4-2002 – Migrations en Amérique Latine: la vision de l'autre , [En ligne], mis en ligne le 13 mai 2005.

URL : http://alhim.revues.org/document477.html. Consulté le 27 septembre 2006

[04] Lvovich – Para entender el antisemitismo argentino – 8-2005

[05] Titula del diario "El Día" de La Plata – 06-11-2002

[06] Daniel Chirom – "César Tiempo y el antisemitismo en la Argentina. Las razones

de publicación del texto de César Tiempo de 1935" – Revista "El jabalí" Nº 16.

[07] César Tiempo – La campaña antisemita y el director de la Biblioteca Nacional –

1935 – El folleto fue escrito en 1935, cuando Israel Zeitlin (César Tiempo) contaba con 29 años. Ya había publicado Versos de una… (1924) bajo el seudónimo de Clara Beter, el Libro para la pausa del sábado (1930), Sabatión argentino (1933), una obra de teatro y había obtenido el Primer Premio Municipal de Poesía (1930).

[07.6] Conviene preguntarse hasta dónde un académico puede usar con ensañamiento y contumacia esta ‘académica’ metáfora con variaciones: ‘Labios exangües como la carne "kocher" de un cordero sangrado por el rabino’ (pág. 127), ‘Más blanco que un chivo sangrado por el rabino’ (pág. 160), ‘Tez pálida con la palidez ritual de un cabrito sangrado’ (pag. 39). Y exhibir joyas de expresión de esta calidad: ‘cuando en las mejillas se le pintaban dos chapitas de carmín’ (pág. 66) y ‘la risa en que su oreja descubría como una maravillosa aleación el timbre de varios metales’ (pag. 48). Además el correspondiente de la Academia Española hace hablar a sus personajes con el realismo arrollador de que dan cuenta las siguientes transcripciones realizadas al azar y que efectuamos en la seguridad de que el masoquismo de los lectores no llegará al extremo de adquirir los plúmbeos novelones de marras.

Hablan los personajes:

Martha Blumen, hija de millonarios, espíritu ultraexquisito, poseedora de multitud de idiomas, etc., etc.: ‘Hoy me siento católica. Hágame leer un libro católico. Me tienen seca los judíos’ (Pág. 198). Advertencia de H. W.: ‘Dios hizo el mundo para que criaturas como ella lo usen hasta el forro’ (Pág. 151). Referencia de H. W.: ‘Y sus ojos como los de un gato, arrojaban por entre las sombras de sus pestañas negras, un rayo verde y felino’ (Pág. 120).

El presidente de la República, viendo conversar a la hija del poderoso financista con Mauricio Kohen, el Presidente de la Compañía de Teléfonos: ‘La paz reina en Varsovia’.

Zytinsky –un traficante analfabeto– dice textualmente: ‘Ese artículo no es de Julio Ram… Conozco el estilo’.

Don Zacarías Blumen, a quien pertenecen casi todas las hipotecas que se ejecutan en el país (pág. 196), el mismo que a fjs. 200 ‘se pone rojo de vergüenza’, dice: ‘Soy tímido y tartamudo como Moisés’ (pág. 78) y luego: ‘Lo que van a valer sus minas de estaño en Bolivia si estalla una guerra’ y después: ‘Ti pago la tranvía’ (pág. 63) y más allá: ‘¿Quí mi cointas?’ (pág. 99). Y para terminar: ‘Ahí me las den todas’ (Pág. 87). ‘Entonces se encerró en su casa como un lobo enfermo’ (Pág. 286).

Aarón Gutgold sólo atinó a exclamar en idisch, el idioma de su juventud: ‘–¿Qué estás ticiendo, Zacaritas?’ (Pág. 99).

 Dice don Fernando Adalid, Presidente del Banco Sud Americano y candidato a Presidente de la República, a su sobrina Martha Blumen: ‘Tu padre fue un ranún’ (pág. 24). Y luego, olvidándose de la austeridad de su investidura, se siente ‘anímula vágula’ y declama estos versos de Tamayo y Baus: ¿Qué me podrás decir? Sin voz ni aliento/ Parecieras tal vez de mármol frío/ si no oyera el golpear violento con que tu corazón responde al mío (Pág. 220). Y remata: ‘Por viejo y por zorro que sea nunca tendrá el cerebro sutil de un judío’ (241).

El híspido y torvo Juan Fugito, que tiene amigos ‘muñecas’ que lo escondieron hasta que pasó la bronca (pág. 130) y que dejó a varios canas ‘panza arriba’ (pág. 131) dice (íd.): ‘Yo conozco el paisaje de Tierra del Fuego y no quiero volver allá’. Y amenaza de muerte al doctor Mendieta ‘si éste quiere trabajarla de "ortiba’ (pag. 133). Para el abogado, la Chacarita, según imagen restallante, es ‘la última boite’ (pag. 137). Después el mismo que profetiza la ‘fundación de una congregación religiosa, cuyos miembros vestirán de saco’ (pág. 322) dice: ‘El pobre diablo comenzó a pelechar’ (pág.37).

Nombres buidos: Sr. Migdal, Sara Zyto y Bilka Myr. Ambos apellidos forman, unidos, el nombre de una ciudad polaca (pag. 68-69).

Dos afirmaciones categóricas irrebatibles: ‘Ningún judío se empobrece: en cambio los cristianos viven dando tumbos’ (pág. 73) y ‘Desde la antigüedad el judío ha preferido la guerra a la paz’ (Pág. 74).

[07.7] Aunque pocos lo crean el autor de la afirmación de que ‘el sufragio universal es una herramienta judía’ y el mismo que sostiene que ‘en nuestro país votan conjuntamente con el Arzobispo de Buenos Aires, asesinos, ladrones, rufianes, analfabetos y atorrantes’ (pag. 215) fue diputado al Congreso de la Nación, allá por el año 1916. Y lo curioso del caso es que su elección se debió exclusivamente al voto de los israelitas del departamento de San Cristóbal, desde el rabino Goldman hasta los chacareros de Moisés Ville, movilizados por don Manuel Wachs, actual director del Departamento de Trabajo de Rosario, que obedeció entonces a una consigna de las autoridades de su partido. Entonces el hombre expresó públicamente su gratitud a esa colectividad, la misma que lo agasajó en Varsovia cuando fuera como delegado del Pen Club Argentino, mientras los escritores polacos ‘pur sang’ le manifestaban una absoluta indiferencia. De ahí que no resulte aventurado afirmar que el autor se ha pintado a sí mismo en Rogelio, personaje de la novela de quien afirma que ‘pertenece a esa especie, harto conocida, de botarates, que sueltan sin maldad y por ligereza, descomunales groserías. Su disculpa está en su inconsciencia; y entre matarlos o tomarlos a risa, la gente de verdadera educación opta por reírse’ (Pág. 232).

[07.8] A ese respecto es interesante consignar la opinión del profesor Lázaro Schallman, inspector de escuelas de la Provincia de Mendoza y vigoroso ensayista, que también ha dedicado su atención a las ‘kahalamidades’ –disparates, contradicciones y paralogismos– acumulados por el Malaquías criollo con veleidades de Amán. ‘En la página 23 de su libro, dice el autor de ‘Humanización de la Pedagogía’, H. Wast imputa a los judíos la adoración del oro y su acaparamiento. Según esto, la banca, los medios de producción y todas las grandes empresas industriales, cuya socialización propugna el comunismo, estarían en manos de judíos; de judíos millonarios, plutócratas, ultraburgueses, enemigos a muerte del comunismo. Pues no; en la pág. 24, es decir a la página siguiente, imputa H. W. a los judíos ‘tendencias comunistas innegables’. De modo que los judíos son al mismo tiempo, según él, ‘los puntales del régimen capitalista y los líderes del comunismo anticapitalista’. Y más adelante: ‘H. W. atribuye a los judíos la invención del patrón oro’. El sistema monometálico a base de oro es, según él, ‘una verdadera trampa judía’ y la doctrina económica que respalda su fundamentación ‘fetichismo funesto’. Pareciera que sus veleidades de financista inclinaran su pensamiento en favor del bimetalismo, sostenido entre otros economistas ilustres por Luis Wolowsky. Por el contrario, no figura ningún nombre judío entre los sostenedores eminentes del monometalismo: Jevons, Leroy Beaulieu, Bonnet, Chevalier, Baudrillart. Este último, jefe de una de las familias tradicionales del catolicismo francés. Sólo un desequilibrado podría pensar que todos ellos se dejaron encerrar cándidamente en ‘la prisión israelita del prejuicio del oro’ (pág. 26). Por lo demás es fácil probar que el monometalismo a base de oro está muy lejos de ser una invención judaica. El primero en propugnarlo ha sido Mirabeau, antes de que la Asamblea Nacional de Francia aboliera las leyes de excepción relativas a los judíos. Recuérdese, a propósito, que fue un cristiano de corazón –el abate Gregoire– quien produjo en esa época el mejor alegato en pro de la reivindicación judía. La prédica de Mirabeau en favor de la adopción del patrón oro no dio resultado. Pero los argumentos que la respaldaban tuvieron tan vasta repercusión en Inglaterra, que el reino británico resolvió adoptarlo decretando que sólo tendría fuerza liberatoria ilimitada el oro. La iniciativa tampoco fue de los judíos sino del britanicísimo lord Robert Liverpool, primer lord de la Tesorería, y respondió a las ventajas que ofrecía al país el tener una moneda legal única. No vale la pena de insistir, pues, en el análisis de los paralogismos de H. W. acerca de las mieses del ‘superreinado de Israel’ agavilladas por ‘la doctrina del oro’… Adviértase, no obstante, la bastardía de su evocación de la leyenda bíblica del becerro de oro (págs. 22, 23 y 180). Echa en cara a los judíos de este siglo el pecado que cometieron sus antepasados en el desierto de Sinaí. Y promueve nefariamente la revisión de una sentencia divina que ha pasado, cuatro mil años ha, en autoridad de cosa juzgada. Juzgada por el mismo Señor Dios. Así consta en el Éxodo (32: 14-15) y en el libro de Nehemías, donde está escrito que Jehová perdonó el pecado de su pueblo. Por eso no lo abandonó en el desierto: ‘la columna de nube no se apartó de ellos de día, para guiarlos por el camino, ni la columna de fuego de noche, para alumbrarles el camino por el cual habían de ir’ (Nehemías, 9:19).

[07.9] El melindroso director que maneja sus impugnaciones con ‘la fruición de un matarife que revuelve el puñal  en el gaznate del pobre buey’, sostiene, después de haber ponderado la rumbosidad de los israelitas, que la ambición de oro en ellos es insaciable. Ya lo denuncian, afirma en el prólogo, con dramática ridiculez, esos cartelitos profusamente expuestos en los escaparates de las joyerías y que claman desesperadamente: COMPRO ORO, COMPRO ORO, COMPRO ORO. Sin embargo, dice el Midrasch, citado por H. W., ‘EL MUNDO REPOSA EN LA TORAH Y NO EN EL ORO’ y, además, está escrito: ‘Más vale la palabra de la boca de Jehová que millones de oro y plata’. Y, entre otros mil, son bien conocidos estos proverbios salomónicos: ‘De más estima es la buena fama que las muchas riquezas; y la buena gracia más que la plata y el oro’ (22.1). ‘No trabajes por ser rico; pon coto a tu prudencia’ (23.4) y ‘Mejor es el pobre que camina en su integridad que el de perversos caminos, y rico’ (28.6). Y en la legislación de Moisés existe el JUBILEO, solemnidad pública, celebrada cada cincuenta años, en que volvían a la comunidad las fincas vendidas y recobraban la libertad los esclavos. Por supuesto que no conviene insistir demasiado en esas ‘ligerezas’ del autor, pues tendríamos que detenernos ante cada afirmación. Tan arbitrario y contradictorio es, que en el prólogo del engendro afirma que los israelitas no esperan el advenimiento del Mesías y páginas más adelante sostiene sus risueñas teorías económicas de dominación del mundo por los judíos con el solo objeto de preparar la llegada del Mesías. ‘El gran Kahal de Nueva York, verdadero Vaticano judío’, afirma, ‘maneja el mundo’. Y luego: ‘El poder de la Sinagoga puede comparar con treinta dineros la conciencia de un juez, los editoriales de un diario, etc.’ (pag. 215). Sin embargo ese organismo plenipotente que, según el dengoso literato, pudo comprar a un gran diario de la mañana, cuyo enérgico editorial contra el antisemitismo provocó la caída de la camarilla fascista que se había apoderado de la Facultad de Medicina, es tan indigente, a lo que se ve, que no pudo comprar el silencio de un escritor tan poco cotizado como el autor de aquellas revelaciones…

[7.10] Luego olvida esa afirmación, ya que las únicas armas que maneja en apoyo de la difusa tesis de su libro son las contradicciones, y en trance de plantear la disyuntiva ‘conversión o muerte’, se pierde en un dédalo de incoherencias. ‘Extrajo de su bolsillo un texto y leyó esta prescripción talmúdica: Ben Ascher: se permite a un judío engañar a los idólatras haciéndoles creer que se ha hecho cristiano’ (pág. 112 –ojo con los conversos criollos). ¿Qué valor tiene entonces la conversión de Mauricio Kohen ‘en el bosque de Palermo que había florecido como la vara de Aarón’, (pag. 282) que el autor blande como un triunfo de su doctrina, si la actitud no pasa de ser una superchería más, y qué necesidad tenía, por otra parte, de convertirse un personaje que es bautizado en las páginas iniciales del novelón? Además, cuando el autor habla de la conversión de los judíos y recuerda esta sentencia de Moisés: ‘Al fin de los tiempos volverás al Señor, tu Dios’, ¿cree por ventura que el creador del Jubileo pensó en los plagiarios del Decálogo? Si todo el mundo, afirma Lázaro Schallman, practicara el precepto del Levítico: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’, desaparecerían para siempre las diferencias de clase y los odios racistas y los conflictos internacionales. Tan cierto están de ello los verdaderos judíos como los verdaderos cristianos, pues unos y otros tienen la misma religión, la misma fe en Adonai, como lo ha subrayado Pascal, el más ilustre de los apologistas del cristianismo. Mal cristiano es, por consiguiente, todo aquel que, en vez de amar a Jesucristo en todos los seres –judíos como el Señor o no judíos–, que en esto radica, según el Evangelio, el amor al prójimo, escarnece las Escrituras, atizando odios y rencores’.

[7.11] Sólo así, en pleno desenfreno venático puede aceptarse que el autor de treinta novelas, que ocupó una banca en el Congreso de la Nación, afirme muy suelto de cuerpo, patrañas de este jaez: ‘¡Cuánta paja, leña y pólvora habían amontonado los palabreros estadistas de Versalles en todos los rincones del globo, sabiendo o ignorando que trabajan para el Kahal! Un estudiante, un obrero desconocido, obediente a cualquiera de los tres mil Kahales que estaban a sus órdenes, podía hacer el gesto fatal de Princeps en Sarajevo, asesinando un rey o un primer ministro’ (pag. 297). En ese tono H. W. grita a cada instante su indignación contra la penetración judía, olvidándose que a fjs. 256, afirma rotundamente: ‘Se siente la necesidad de gritar lo que se ha dejado de sentir’.

Para cerrar el glosario podemos preguntarnos, ¿por qué, cuando nombra entre los alquimistas modernos a Berthelot, Ramsay, Rutherford, Crookes, Mendelejew, Lothar Meyer (pag. 252), el incauto autor cita a tantos judíos? Eso derrumba el andamiaje sobre el cual reposan sus paralogismos, ya que la fabricación artificial del oro, con su consiguiente desvalorización, va a privar al mundo de la presión de la banca judía. ‘El inmortal Mendelejew (dos veces judío), verdadero filósofo, a la vez que químico, lo descubrió con la luz de su genio’ (pág. 256). Pero, en realidad ¿qué hombre de ideas claras puede tomar en serio al autor de estas peregrinas afirmaciones, espigadas al azar?:

Para la historia de las costumbres: ‘Y como la afición a las apuestas es el vicio nacional inglés (Dios les conserve el candor) en media semana se cruzaron apuestas por más millones de libras que las que se consumieron en balas durante la guerra mundial’ (Pág. 267).

Para la teología: ‘El día que un judío se enamore de una cristiana, se juntarán el cielo con la tierra’ (Pág. 193).

Para la etnografía: ‘El pueblo judío tiene la lengua suave, la sangre fría y la piel dura’ (Pág. 192).

Para la psicología: ‘Las mujeres judías no conocen los celos’ (Pág. 151).

Para la economía política: ‘La política de los judíos: no labrar la tierra, no criar ganados, no construir ferrocarriles’ (Pág. 140).

Más Instrucción Cívica: ‘Peor para ellos, que no ven el porvenir de Israel en un país que, con virginal inexperiencia y desde la primera hoja de su Constitución, se ofrece a todas las razas del mundo como una granada que se parte’ (Pág. 143).

‘Los cristianos suponen que la Sinagoga no es más que el templo del culto israelita. Ignoran que es, además, su Casa de Gobierno, su Legislatura, su Foro, su Tribunal, su Escuela, su Bolsa y su Club’ (Pág. 47).

Para los postulantes: ‘Ya Zacarías Blumen (que a pág. 37 se llamara Matías Zabulón) varias veces había llegado al despacho del Presidente de la República más difícil resultaba entrar en las aristocráticas mansiones porteñas’ (Pág. 67).

Costumbres y ritos judíos anotados ‘fielmente’ por H. W.: ‘Los hijos heredan el nombre de los padres’ (Pág. 45). ‘Se tocan con pastelitos de felpa, visten levitas escrofulosas y llevan luidos los bordes de los pantalones’. Las ‘Mezuzes’ son cañas colgadas a las puertas. El Talmud –que representa doce tomos compactos tipo Diccionario Enciclopédico– lo llevan en el bolsillo los sinuosos israelitas que exclaman a cada rato: ‘Dios del Talmud’ (Pág. 71). Conoce las prescripciones acerca de los maniluvios en las que nada se dice de las uñas: ‘un buen hijo del Talmud –según H. W., puede llevarlas de cualquier color’. Otra cita del Talmud, ‘made at home’: ‘Si partes a la guerra no vayas adelante, sino atrás, a fin de que puedas volver el primero’. Las mujeres no judías son todas ‘una goy’.

[7.12] A ese respecto es bien elocuente un telegrama publicado en ‘La Nación’ del 1º de octubre último y fechado en Berlín el 30 de septiembre, que transcribimos textualmente:

‘La pintura nacionalista es aún bastante pobre en talentos originales, según propia confesión del Fuhrer y del ministro Goebbels. El color, la técnica y la elección de los temas tratados acusan cualidades artísticas bastante mediocres. En Berlín, en el Wilhelmsdorf, hay una exposición de arte en que se presentan unas cine telas, que están muy lejos de ser obras maestras’.

 

Mario A. Geller

Datos biográficos:

País: Argentina

Ciudad: Buenos Aires

Fecha de nacimiento: 22 de Diciembre de 1958

Estudios cursados: Análisis de sistemas

Profesión: Analista

Datos de la monografía:

País: Argentina

Ciudad: Buenos Aires

Fecha de la monografía: Abril de 2007

 

Partes: 1, 2
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